Estructura Social
Estructura Social
Estructura Social
Ambas comparten rasgos: intentan responder a la pregunta de en qué consiste una estructura social; buscan
saber cuál es el elemento de la sociedad más estructural, esto es, más determinante; se han utilizado en
sentido genérico y específico; y se han aplicado a diferentes niveles de la realidad social.
Se distinguen por: dar prioridad analítica o teórica a determinados aspectos de las estructuras sociales sobre
otros. Al final la diferencia refleja la discusión entre la esfera de la cultura y la de las relaciones sociales.
Para la visión cultural, el elemento básico de la estructura social son las normas, creencias y valores
que regulan la acción social. Una gran tradición sociológica entiende las estructuras sociales como conjuntos
de pautas culturales y normativas que definen las expectativas de los actores sobre su comportamiento
social.
La sociología estructural tiene antecedentes en las corrientes de pensamiento que defienden la determinación
cultural del comportamiento humano.
La sociología funcionalista de entre 1940 y 1960 en EE.UU tenía como idea central que la estructura social
consiste en fenómenos culturales y representaciones colectivas que regulan la acción social. Talcott Parsons
fue el padre del funcionalismo estructural en sociología; y para él, la relación de los actores sociales con sus
situaciones (que incluyen a los demás actores), están siempre definidas por símbolos culturalmente
estructurados y compartidos. Las estructuras sociales son las orientaciones normativas que regulan las
relaciones de los actores con el fin de satisfacer las necesidades funcionales de la sociedad.
Las visiones culturales aparecen en muchas variantes del pensamiento estructural como el estructuralismo y
posestructuralismo francés, o en las corrientes llamadas neo-institucionalistas.
Para la visión relacional, las relaciones sociales son los elementos que componen la estructura
social, y su análisis se centra en el tejido de relaciones que conecta a los individuos, pero también a grupos,
instituciones, organizaciones, comunidades y sociedades.
Los antecedentes están en Karl Marx y la tradición marxista, que interpreta la estructura social como un
sistema de relaciones entre posiciones de clase, siendo básicas las de explotación de las clases dominadas
por las clases dominantes. Estas relaciones vienen definidas por los modos de producción propios de una
sociedad dada en una época histórica particular.
Simmel también fue pionero con su visión de que la sociedad existe en la medida en que los individuos
entran en asociación o acción recíproca.
Radcliffe-Brown veía a los seres humanos “conectados por una compleja red de relaciones” y con el término
estructura social se refería a esa red.
Una variante de esta visión relacional es la perspectiva distributiva, según la cual una estructura social es
ante todo una distribución ordenada o jerarquizada de individuos en diferentes posiciones sociales. Según
Peter Blau, una estructura social se define: primero, por la distribución de personas (cantidades) que
componen una población en posiciones sociales diferentes; y después, porque esas posiciones sociales se
refieren a parámetros que sirven como criterios de diferenciación social (características que distinguen a
unos grupos de otros).
Los parámetros estructurales identifican tipos distintivos de estructuras sociales, y la descripción más simple
de una estructura social es la que se hace a partir de un único parámetro, como la estructura de edad de una
población, la estructura de clases de una sociedad, etc.
Los parámetros estructurales se dividen en dos categorías:
a) parámetros nominales, que dividen a una sociedad en categorías socio-demográficas, esto es, grupos
reconocibles que no están sustancialmente jerarquizados como el sexo, la etnia o raza, la ocupación, etc;
b) parámetros graduados, que sitúan a la gente en un rango ordenado de posiciones, como la edad, la
educación, la renta, el poder, la clase social o el prestigio.
Casi cualquier característica que distinga a un conjunto de individuos puede operar como parámetro
estructural.
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Según Blau, las estructuras sociales no solo se refieren a las distribuciones de la población en distintas
posiciones (visión distributiva), sino que dichas distribuciones afectan a las relaciones de los individuos que
ocupa esas posiciones y a su interacción social. Por tanto, estudiar una estructura social equivale a:
- precisar cuantitativamente sus propiedades distributivas (número de individuos que ocupan las posiciones
sociales a las que dan lugar los parámetros, y por ende el tamaño de los grupos y estratos sociales);
- analizar cómo las condiciones estructurales de una sociedad (distribución de las personas en diferentes
posiciones) afectan a las pautas de interacción social o de asociación entre los ocupantes de esas posiciones.
Estas visiones de la estructura social son aproximaciones teóricas que se formulan con un gran nivel
de abstracción para aplicarse a diferentes niveles de la realidad social y diferentes tipos de entidades
sociales. Resultan imprescindibles para acercarnos desde la perspectiva estructural al análisis de la realidad
empírica, ya que nos proporcionan las herramientas conceptuales para describir las estructuras sociales, y los
criterios para determinar los factores relevantes que las caracterizan y argumentos teóricos que los conectan
y las explican.
2.3. Estructura social, recursos y desigualdad
Nos basaremos en el enfoque de la visión relacional para entender sociológicamente la desigualdad social y
sus fenómenos asociados.
Si las estructuras sociales son distribuciones de posiciones sociales en torno a uno o más parámetros, son
también distribuciones de recursos socialmente valorados de diferentes tipos. Una conexión obvia entre
parámetros y recursos ya que los miembros de distintas clases sociales disponen de cantidades
significativamente diferentes de renta y riqueza, y en las sociedades multiétnicas el nivel educativo difiere
entre los integrantes de unos y otros grupos étnicos.
Los parámetros constituyen las bases sobre las que se establecen las distinciones que la gente hace al
relacionarse con los otros miembros de la sociedad, ya que están asociados a cantidades desiguales de
recursos socialmente valorados (de todo tipo: económicos, sociales, políticos, culturales).
En el mundo real, los parámetros nominales y graduados se cruzan entre sí de manera que la gente pertenece
simultáneamente a más de una categoría social; y, aunque no siempre son coincidentes, las diferencias en un
parámetro suelen estar relacionadas con las diferencias en otro.
Cuando se da una asociación significativa entre un parámetro nominal y un graduado, surgen nuevas
divisiones estructurales entre grupos sociales jerárquicamente ordenados. Por eso estas correlaciones dan
lugar a parámetros ordinales. Por ejemplo, el prestigio ocupacional resulta de la combinación de un
parámetro nominal –la ocupación que se ejerce- con dos parámetros graduados –los ingresos que se obtienen
de ella y la cualificación educativa que se requiere-.
En las sociedades y estructuras sociales complejas, los parámetros estructurales aparecen correlacionados
entre sí la mayor parte de veces: la asociación no es posible, sino más bien probable.
El sociólogo oriental Nan Lin propone una definición de estructura social diferente a la de Blau:
1) un conjunto de unidades sociales (posiciones) que poseen cantidades diferenciales de uno o más tipos de
recursos valorados,
2) jerárquicamente conectadas en relación con la autoridad (control y acceso a los recursos),
3) y que comparten ciertas reglas y procedimientos en el uso de los recursos,
4) y se confían a sus ocupantes (agentes), quienes actúan según esas reglas y procedimientos.
Por tanto, en la medida en que se pueden entender como distribuciones de posiciones, las estructuras
sociales son también distribuciones de recursos entre las unidades que ocupan esas posiciones. Y dichas
posiciones y recursos no se distribuyen uniformemente entre los miembros de una sociedad y los grupos que
forman: los parámetros nominales producen diferencias horizontales entre grupos sociales o heterogeneidad
social, mientras que los graduados producen diferencias verticales o desigualdad.
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Desde un punto de vista relacional (distributivo), las estructuras sociales son desiguales, lo que significa que
estas visiones distributivas son apropiadas para estudiar las desigualdades sociales.
3. Desigualdades sociales
Debemos plantearnos qué desigualdades son importantes desde un punto de vista sociológico, y por qué
motivo.
La desigualdad es un fenómeno universal de las sociedades humanas. Conocer las fuentes de las
desigualdades sociales nos permite saber cuáles son relevantes, y comprende por qué los sociólogos
consideran unos tipos de desigualdad más importantes que otros.
3.1. Fuentes de desigualdad social
En todas las sociedades, las personas difieren en sus habilidades, talento, capacidad física, atractivo o
ambición. Parte de las desigualdades sociales deriva de esas diferencias individuales.
El economista Amartya Sen, en su ensayo Nuevo examen de la desigualdad, resume la idea de que la
fuente última de la desigualdad social es la diversidad humana.
Si los seres humanos fueran muy parecidos entre sí, no habría espacio para las desigualdades. Y las
condiciones personales y externas por las que se diferencian, constituyen la materia prima sobre la que se
levantan las estructuras sociales y se dan las desigualdades sociales. Por tanto, los factores por los que los
seres humanos se diferencian son también los parámetros estructurales que definen las estructuras sociales.
La especie humana es capaz de producir desigualdades que también son muy diversas, pero no toda
la diversidad humana es desigualdad social.
No todos los posibles criterios de diferenciación tienen la misma importancia en las estructuras sociales ya
que algunos, o bien no producen desigualdades, o producen desigualdades socialmente irrelevantes y
carecen de interés sociológico. Por ejemplo, hay características físicas personales que no suelen constituir
parámetros relevantes de ninguna estructura social. Y lo mismo sucede con características sociales como la
edad.
La relevancia estructural de muchos criterios de diferenciación cambia característicamente de unas
sociedades a otras, y a lo largo de las épocas históricas. Por ejemplo, el sexo o el orden de nacimiento.
La relevancia estructural de un parámetro nace del modo en que se valoran las posiciones sociales
que genera. Los parámetros son criterios de distinción social que la gente usa para establecer sus relaciones
sociales. Estos criterios operan como factores de distinción porque implican:
- la atribución de grados distintos de valor a diferentes posiciones sociales y sus recursos aparejados,
- y el reconocimiento de que unas posiciones son mejores que otras.
Las meras diferencias se convierten en desigualdades cuando las comparamos, ponderamos y valoramos.
Los parámetros que equivalen a los criterios de distinción social, además de regular las relaciones
sociales de quienes los comparten, definen posiciones desiguales en la estructura social dotadas de bienes y
servicios valorados. Además, los criterios de distinción social están muchas veces asociados unos a otros.
Esa doble correspondencia, de los criterios de distinción con los recursos y de los criterios entre sí, hace que
ocupar una determinada posición conceda o impida el acceso a un conjunto de recompensas más amplio que
el asociado a la posición desigual original. Así, en un proceso multiplicativo, esas recompensas pueden
funcionar como nuevos criterios de distinción.
En las sociedades modernas, los miembros de clases altas no solo resultan favorecidos porque disponen de
ingresos altos, sino que esos recursos les permiten adquirir mayor nivel educativo o mejores cuidados de
salud. Las recompensas por tener una mejor educación y estado de salud se convierten en otras formas de
desigualdad, asociadas a las primeras.
Este segundo proceso de desigualdades acumulativas nos da la clave para saber por qué unas desigualdades
surgen de otras, además de por qué toman cuerpo y se consolidan.
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Las desigualdades de ingresos a lo largo del ciclo vital y la propensión a caer en la pobreza de edades como
la infancia y la vejez son dos campos de investigación.
Otras veces se analizan las desigualdades desde el punto de vista de las cohortes: el conjunto de
individuos que han experimentado el mismo acontecimiento, normalmente el nacimiento, en un mismo
momento del tiempo.
El hecho de que cada generación experimente los mismos acontecimientos históricos a diferentes edades
puede marcar de por vida su posición social; por ejemplo, las recompensas que obtendrá una generación que
hace su transición a la vida adulta en un momento fuerte de crecimiento económico o en u período de paz
serán distintas de las que consigan quienes abandonan la juventud durante una depresión o durante una
guerra.
Se puede hablar de desigualdades generacionales. Una teoría muy conocida se fija en el número de
individuos que componen distintas generaciones y en cómo el tamaño de las mismas afecta a la fortuna
social y al bienestar económico de sus miembros, debido a que con pocos miembros encuentran menos
competencia para acceder a las posiciones valoradas.
- Forma de desigualdad entre diferentes unidades territoriales de una entidad social o política más amplia.
Para describir bien a un país necesitamos conocer las desigualdades entre sus regiones y sus provincias; y
cuando queremos precisar más, podemos medir las desigualdades entre sus ciudades, barrios o distritos, y
pueblos.
Normalmente medimos desigualdades económicas por medio de la renta per cápita, pero caben otras
posibilidades como usar el conocido Índice de Desarrollo Humano de la ONU (que combina varias
dimensiones además de la renta, como la esperanza de vida y la educación).
En todo caso, las desigualdades entre unidades territoriales sintetizan otras formas de desigualdad y
determinan las oportunidades vitales de la gente. No es lo mismo ser ciudadano de Suiza que de Haití, o
nacer y vivir en Extremadura que en Navarra.
Existen otras formas de desigualdad (variables dependientes) que derivan de los tipos socialmente
relevantes considerados:
- Desigualdades educativas, donde el foco se centra en el logro educativo, que se mide por medio de los
años invertidos en educación o por medio de las cualificaciones, títulos o niveles educativos alcanzados.
El logro educativo aparece muy asociado a parámetros estructurales como el sexo, la clase o la etnia.
Otra vertiente se centra en las desigualdades del rendimiento educativo medio mediante test de lectura o de
matemáticas.
- Desigualdades de salud, que incluyen las tasas desiguales de mortalidad, constituyen un campo creciente
de interés.
Se dan porque la incidencia de la enfermedad depende del entorno social en que uno nace, crece, se
desarrolla y envejece, de las pautas de alimentación, de los recursos que se pueden dedicar a ciudades
médicos, de los sistemas sanitarios disponibles y de las condiciones de trabajo. Estos factores influyen
desigualmente.
Finalmente, existen dos tipos de desigualdad que manifiestan el potencial de estos análisis:
- Desigualdades económicas y educativas como consecuencia de la posición que los hermanos ocupan en sus
familias. En las estadounidenses, se establece un orden jerárquico entre hermanos que tiene una influencia
en sus logros económicos y educativos; y por tanto en las recompensas sociales que cada uno termina
consiguiendo.
El estudio de Conley muestra que más de la mitad de la desigualdad económica en los EE.UU. se da dentro
de las familias, entre hermanos.
- En Reino Unido, Catherine Hakim ha analizado lo que llama el capital erótico, sus manifestaciones y
consecuencias.
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El capital erótico es una combinación de belleza física, atractivo sexual, cuidado de la imagen y habilidades
sociales que proporciona rendimientos a quien es capaz de invertirlo bien. Sus beneficios ayudan a
comprender fenómenos sociales y económicos, ya que proporciona ventajas sociales decisivas y contribuye
a la promoción social.
Los hombres y mujeres bien dotados de capital erótico tienen más posibilidades de promoción social y
consiguen con más facilidad recompensas socialmente valoradas de todo tipo.
4. La sociología ante la desigualdad: la estratificación social
La estratificación social es la perspectiva desde la que la sociología estudia las desigualdades sociales.
Es un caso particular del análisis de estructuras sociales en el que nos interesan sobre todo la clase, el estatus
y el poder.
Las unidades analizadas suelen ser países, pero cabe la posibilidad de estudiar formas de estratificación en
grandes regiones del mundo o incluso a escala global, o por el contrario, en una región determinada o
incluso una comunidad local particular.
La referencia geológica en el término hace pensar en capas o estratos unos encima de otros. Al llevar
la analogía al mundo social, aparece una imagen de posiciones ordenadas y grupos, categorías o agregados
sociales jerárquicamente superpuestos unos a otros.
En cuanto al estatus y el poder, la ordenación jerárquica se deduce porque son parámetros estructurales
graduados, es decir, separan a la gente en posiciones que se pueden ordenar desde las más altas a las más
bajas y por tanto producen desigualdad social.
La estratificación social apunta a la división institucionalizada de una sociedad en capas o estratos de
individuos que disponen de cantidades desiguales de recursos valorados, desiguales oportunidades vitales y
desigual influencia social.
4.1. Algunos elementos y conceptos básicos
1) El primer elemento es la formación de grupos o categorías sociales a partir de estratos o capas
desiguales. La naturaleza y tipos de esos estratos sociales han variado mucho: ciudadanos libres y esclavos
en los sistemas de esclavitud, castas en las sociedades de castas, estamentos en las sociedades feudales, y
clases en las modernas sociedades industriales y posindustriales.
Cuando se define un tipo de sociedad o un gran período histórico por una forma dominantes de
estratificación social se habla de sistema de estratificación social.
Las divisiones propias de la estratificación social producen grupos y categorías sociales distintivos
identificables y reconocibles. La existencia y posición social de estos grupos queda reconocida y sancionada
legalmente cuando se establecen normas y leyes con el fin de deslindar, proteger y defender las divisiones
sociales.
2) Estos grupos sociales desiguales se caracterizan por la relativa estabilidad de las posiciones y divisiones
sociales que los forman. En parte, se forman por la estabilidad de las posiciones que ocupan, lo que nos lleva
al segundo elemento: la estratificación social supone algún grado de institucionalización de las
desigualdades sociales.
La idea de estratificación social significa que la desigualdad ha tomado cuerpo, y existe un sistema estable
de relaciones sociales que determina quiénes reciben, qué recursos, en qué cantidad y por qué los reciben.
La institucionalización de las desigualdades y divisiones sociales es clara en las castas y los estamentos, en
los que se apoyan en un ordenamiento jurídico que las establece, las sostiene y las defiende. Pero también en
las modernas sociedades de clases hay algún grado de institucionalización que hace que la ubicación en una
posición social no dependa por completo de la suerte o cualidades de las personas.
La persistencia de las desigualdades estructuradas es otro elemento característico, y para las
posiciones sociales que se heredan la sociología ha acuñado el término adscripción: el proceso por el que la
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ubicación de una persona en una determinada posición social depende de cualidades heredadas sobre las que
tiene poco o ningún control, como la clase de origen, el sexo o el grupo étnico.
Por el contrario, se llama logro al mecanismo de ubicación social que no obedece a características adscritas,
sino a lo que una persona puede conseguir por sus propios medios y que depende de sus méritos,
principalmente de su talento y esfuerzo.
Las sociedades normativamente cerradas son adscriptivas, mientras que las abiertas tienden a ser
meritocráticas. En las meritocracias, basadas en el logro, el talento y el mérito personal tienen mucho más
peso en la ubicación social de una persona.
La adscripción y el logro nos llevan a otro de los conceptos básicos: la movilidad social, que se
refiere a los desplazamientos de individuos y grupos desde unas posiciones sociales a otras.
Podemos observar los desplazamientos a lo largo de la vida de los individuos o movilidad intrageneracional.
También los cambios de los hijos en relación con sus padres o movilidad intergeneracional.
Las sociedades adscriptivas tienden a impedir o dificultar la movilidad intergeneracional, mientras que las
meritocráticas promueven y facilitan la movilidad social.
3) El tercer elemento característico es la legitimación: modo en que se justifican las desigualdades que
produce la estratificación social, a través de algún tipo de discurso dominante que se plantea no solo el
sentido de la desigualdad, sino también sus posibles justificaciones.
La desigualdad social ha sido un foco de interés permanente desde sus orígenes. En sociedades
preindustriales la desigualdad se consideraba un fenómeno natural que se justificaba por creencias
religiosas: las jerarquías sociales eran el reflejo terrenal de un orden mítico, trascendente y atemporal. Otras
veces, la costumbre o tradición consagraban una determinada forma de desigualdad.
Esos modos de justificar la desigualdad correspondían a ordenaciones sociales adscriptivas, muy cerradas y
rígidas. Las mucho más abiertas sociedades modernas, donde el logro tiene más peso, han abandonado los
intentos de justificar la desigualdad en la religión o tradición para dejar el peso de la legitimación en las
ideologías.
4.2. Clase, estatus y poder: teorías clásicas de la estratificación social
La clase, el estatus y el poder han constituido las dimensiones principales de la estratificación en las más
influyentes teorías clásicas y contemporáneas de la estratificación social.
Karl Marx mostró un interés destacado por las clases sociales, para quien no solo servían para
conceptualizar las desigualdades sociales y económicas en el capitalismo industrial, sino que ocupaban
también un lugar central en el desarrollo conceptual de su propia teoría de la sociedad y del cambio social.
Pero nunca elaboró una definición precisa del concepto.
A través de sus escritos, podemos afirmar que las clases son grupos económicos que se sitúan en idéntica
relación con los medios de producción, o con la propiedad y el control de dichos medios. Grandes grupos de
personas que comparten los medios con los que se ganan la vida para sobrevivir.
En las sociedades capitalistas, las dos grandes clases son la burguesía y el proletariado. Los miembros de la
burguesía son los propietarios de los medios materiales de producción: las fábricas, la maquinaria, el capital
o la riqueza necesarios para el proceso productivo. Los miembros del proletariado o clase obrera solo
disponen de su propia fuerza de trabajo, por lo que están obligados a venderla a los propietarios.
Para Marx, las relaciones entre las clases son necesariamente conflictivas porque son de explotación.
En el capitalismo, los empresarios se valen de tener la propiedad de los medios para explotar al proletariado
en el propio proceso de producción. Los capitalistas venden sus productos por un valor superior al de la
retribución de los salarios de sus trabajadores, por lo que el trabajo productivo crea un valor añadido o
plusvalía que constituye el beneficio del que se apropian los capitalistas. Así, tras una apariencia de acuerdos
libremente celebrados en el mercado, se oculta la explotación del proletariado, que se fundamente en la
llamada teoría del valor trabajo: presenta a la burguesía y al proletariado como clases sociales con intereses
diferentes y aun encontrados.
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Esta teoría de clases pretendía ser aplicable a toda sociedad humana en la que hubiera un excedente
económico; y aunque Marx recurrió a esquemas de clases más detallados y complejos, la imagen dicotómica
de una sociedad dividida en dos grandes clases es recurrente en toda su obra: burgueses y proletarios,
esclavos y hombres libres, señores feudales y siervos.
Marx intentó no solo ofrecer una descripción de la sociedad capitalista, sino una visión de la historia humana
que se resume en su concepción del materialismo histórico: las clases son las principales fuerzas históricas,
y la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases, como se afirma en El Manifiesto
Comunista.
Además, su concepción de la sociedad era materialista: la estructura económica (relaciones de producción
que dan lugar a las clases) condiciona los procesos de la vida social, política y cultural. La lucha de clases en
el capitalismo debe acabar con la instauración revolucionaria del comunismo, una sociedad sin clases que no
conocerá el conflicto y en la que el hombre se sentirá realizado.
Pero el proyecto es problemático. No es fácil explicar todos los procesos sociales, políticos o culturales a
partir de las estructuras económicas; ni está claro qué mecanismos hacen posible que las clases cobren
conciencia de sus intereses. Esto es, los procesos que convierten a una “clase en sí” (objetivamente
determinada por un estructura económica) en una “clase para sí” (consciente de su explotación y dispuesta a
movilizarse) no son automáticos.
Max Weber es uno de los padres fundadores de la sociología como disciplina científica, y parte de
su propia producción teórica hay que entenderla como un diálogo crítico con el materialismo histórico.
Entendía que las clases son grupos de individuos que comparten las mismas oportunidades de vida, las
cuales vienen, a su vez, determinadas por el mercado.
La importancia que Marx atribuía a la producción reside para Weber en el intercambio mercantil. Definía las
clases en función del acceso diferencial a las recompensas que se obtienen en el mercado. Las clases son así
una forma de desigualdad con un claro componente económico; pero ese componente no se restringe a la
propiedad de los medios de producción, sino que incluye también los factores que permiten aumentar los
beneficios derivados de las relaciones de mercado como la educación y los conocimientos técnicos.
Weber presenta un esquema de clases simplificado que incluía cuatro grandes grupos sociales:
1) los trabajadores manuales o de clase obrera,
2) la pequeña burguesía,
3) los técnicos, especialistas y administradores de bajo nivel,
4) los privilegiados gracias a la propiedad o la educación.
No establecía una relación mecánica entre la estructura de clases y la acción de clase, sino que derivaba la
situación de clase de la posición en el mercado: una clase se compone de aquellos que comparten una misma
situación de mercado, por lo que los conflictos de clase se suelen dirigir a establecer y mantener un acceso
privilegiado al intercambio mercantil.
Para Weber, las clases sociales son solo bases posibles para el conflicto; por lo demás, coexisten con otras
fuentes de acción y organización colectiva que no tienen por qué tener un carácter estrictamente económico.
Si las clases no son la base fundamental ni exclusiva de la acción colectiva, tampoco son el único criterio
relevante de desigualdad social. Su enfoque presenta otras dos dimensiones básicas de la diferenciación
social: el estatus y el poder.
El estatus se refiere al prestigio u honor (positivo o negativo) atribuido a determinados grupos, y puede ser
un elemento fundamental en la atribución de recompensas materiales, y un factor decisivo de las
oportunidades vitales. Puede entrar en contradicción con la posición de clase, que viene determinada por la
situación de mercado. Aunque la posesión de riquezas suele relacionarse con un estatus elevado, las clases
se definen por su índole económica, mientras los grupos de estatus tienen que ver con estilos de vida
peculiares y particulares pautas de consumo. Hay ciertas ocupaciones con las que puede obtenerse una alta
retribución económica pero de dudosa reputación, mientras otras gozan de un alto nivel de prestigio sin tener
sueldos elevados.
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El poder se refiere a la capacidad de exigir obediencia ajena, y puede operar también como un elemento
decisivo de desigualdad social. No se subordina exclusivamente a la explotación, y las diferencias de estatus
o de poder no se pueden explicar en función de las diferencias de clase. El Estado y la burocracia moderna
juegan un papel importante.
Las teorías funcionalistas sostienen que las desigualdades sociales proporcionan una estructura de incentivos
en virtud de la cual los más capacitados ocupan las posiciones más importantes para la supervivencia del
sistema, lo que redunda en beneficio de todos.
La sociedad aparece dividida en estratos que:
- se relacionan entre sí a través de la división funcional del trabajo,
- aparecen ordenados en función del prestigio,
- y en modo alguno tienen intereses opuestos, porque todos ganan con la supervivencia del sistema.
Cabe destacar las investigaciones sobre estratificación y movilidad social que se hicieron en
pequeñas comunidades norteamericanas.
- Los estudios de Warner identificaban las clases con los diferentes niveles de prestigio que los propios
miembros de la comunidad atribuían a sus distintas ocupaciones. Las clases perdieron su referencia a toda
relación económica, y llegaron a verse como grandes agregados sociales que simplemente compartían de
forma aproximada el mismo estatus.
- Barber definió las clases sociales como estratos, esto es, conjuntos de familias que tenían un prestigio
social igual o casi igual de acuerdo con los criterios de valoración en el sistema de estratificación. En ese
clima de disolución de la clase en el estatus se desarrollaron varios indicadores con los que se medía el
prestigio socioeconómico, y cuyo análisis se aceptó como la forma prevaleciente de estudiar la
estratificación social.
En resumen, casi terminó por desaparecer la clase como dimensión de la desigualdad social dentro de
la sociología funcionalista: el sistema de estratificación de las sociedades contemporáneas se reducía a un
continuum de posiciones en una escala jerárquica de prestigio social y económico derivado del prestigio de
las ocupaciones.
La forma predominante de estudiar la movilidad social en EE.UU. fue la investigación del logro de estatus.
Las teorías sociológicas del conflicto se desarrollaron en el análisis de las desigualdades sociales de
orientación weberiana.
Dahrendorf en su obra Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial realiza una crítica
perspicaz de la perspectiva de Marx y una reformulación del análisis de clase en el capitalismo
contemporáneo.
Aceptó el argumento marxista de que una sociedad dividida en clases contiene conflictos internos que
pueden generar procesos de cambio social. Pero, mientras la visión consideraba la autoridad como un efecto
derivado de la propiedad (de los medios de producción), Dahrendorf sostenía que las relaciones de autoridad
eran prioritarias, no dependientes de la propiedad.
Para Dahrendorf, las relaciones de autoridad (participación o exclusión del poder) son las que constituyen la
esencia de las clases, y la distribución desigual de la autoridad es la fuente principal de los conflictos
sociales y el germen del cambio social.
El capitalismo del siglo XIX evolucionó hasta transformarse, y los principales procesos del cambio fueron:
1) La descomposición del capital o separación entre la propiedad y el control entre el accionista y el
gerente.
2) La descomposición del trabajo o creciente diferenciación interna de la clase obrera.
3) El crecimiento de las nuevas clases medias integradas por burócratas y trabajadores empleados en el
expansivo sector terciario de los servicios.
4) El aumento de la movilidad social.
5) El logro generalizado de los derechos de ciudadanía.
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5. Resumen
En este capítulo hemos presentado las ideas y nociones fundamentales que constituyen el armazón
conceptual y teórico para el estudio de la estructura y la estratificación social.
Comenzamos el capítulo definiendo el término estructura y explorando sus posibles aplicaciones a la
realidad social. En su sentido abstracto más general, el término estructura se refiere a los aspectos más
básicos y estables de una determinada parcela de la realidad.
De forma más concreta, las estructuras se pueden definir como conjuntos de relaciones entre elementos
dotados en alguna medida de orden, coherencia y estabilidad. Los posibles usos de la noción de estructura
referida al mundo social se distinguen dependiendo del nivel (macro o meso) social al que se apliquen,
aunque hay que reconocer que en las ciencias sociales el término estructura social se ha usado con muchos
significados diferentes y ha servido para definir realidades muy distintas.
Para acotar el sentido del término estructura social exponemos dos influyentes visiones teóricas que se
corresponden con dos importantes corrientes de pensamiento sociológico: la visión cultural y la visión
relacional. La primera entiende que los elementos básicos de las estructuras sociales son las normas,
creencias y valores que rigen su funcionamiento y regulan la acción social. La segunda considera que lo
relevante son las relaciones sociales entre los elementos que componen las estructuras sociales.
Una variante de esta visión relacional, que para nosotros tiene un especial interés, es la perspectiva que
denominamos distributiva. De acuerdo con este punto de vista, una estructura social es ante todo una
distribución ordenada o jerarquizada de individuos en diferentes posiciones sociales. Las estructuras sociales
se definen así por la distribución de personas que componen una población en posiciones sociales diferentes.
A su vez, las posiciones en las estructuras sociales vienen dadas por los parámetros estructurales que sirven
como criterios de distinción social.
Los parámetros estructurales se dividen en dos categorías elementales: nominales, que dividen a una
sociedad en grupos o categorías reconocibles que no están inherentemente jerarquizados, como el sexo, la
etnia o la raza, la ocupación y la confesión religiosa; y graduados, que sitúan a la gente en un rango
ordenado de posiciones, como la edad, la educación, la renta, el poder o el prestigio. Como los parámetros
de las estructuras sociales son criterios de distinción, las diferentes posiciones sociales llevan asociadas
cantidades diferentes de recursos valorados. Por ello, las divisiones sociales que establecen esos parámetros
implican en la mayoría de los casos desigualdades. La noción de estructura social resulta así muy apropiada
para estudiar desde un punto de vista sociológico el fenómeno de las desigualdades sociales.
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Definimos las desigualdades sociales como distribuciones desiguales de recursos y recompensas entre las
diferentes posiciones que caracterizan una estructura social. Y nos preguntamos de dónde nacen las
desigualdades sociales para tratar de entender qué tipo de desigualdades son relevantes desde el punto de
vista sociológico. La fuente última de la desigualdad es simplemente la diversidad humana, que establece el
escenario en el que surgen las desigualdades sociales gracias a la operación de las estructuras sociales.
proceso en cierto sentido derivado del anterior por el que surgen desigualdades sociales es el hecho de que
los parámetros estructurales suelen aparecer asociados entre sí y acumularse, de modo que las recompensas
desiguales que son producto de la división social que origina un parámetro pueden convertirse en nuevas
fuentes de desigualdad.
La tradición sociológica ha reconocido cuatro tipos de desigualdades sociales que, aun sin excluir otras
formas de desigualdad, tienen gran relevancia en las sociedades modernas: las desigualdades económicas,
las desigualdades de clase, las desigualdades de género y las desigualdades étnicas. Las desigualdades
económicas las establecen las distribuciones de la renta y la riqueza y son un campo a cuyo estudio se
dedican sobre todo los economistas. Las clases sociales son grandes agregados de personas que comparten
una misma posición social derivada del tipo de trabajo que hacen o, dicho con más precisión, de la relación
de empleo en la que participan. Las desigualdades de clase son las más típicamente sociológicas y
constituyen el objeto de estudio por excelencia de la estratificación social. Las desigualdades de género se
refieren a las distribuciones dispares de recursos y recompensas sociales vinculadas a las diferencias entre
hombres y mujeres que no se pueden atribuir a la biología, sino a sus características sociales y culturales.
Por último, las desigualdades étnicas se refieren a las que se producen entre distintas etnias, es decir, entre
aquellos grupos de personas que proclaman descender de un origen común y comparten una serie de
tradiciones y costumbres que les confieren su identidad.
Esos cuatro tipos de desigualdades sociales, pese a ser los más relevantes, en absoluto agotan todas las
posibles formas de desigualdad que pueden darse en las sociedades contemporáneas y que merece la pena
estudiar. Las desigualdades de edad y las desigualdades entre unidades políticas territoriales (países o
regiones) figuran entre las que se suelen analizar como factores que causan (variables independientes) otros
tipos de desigualdad. En cambio, los sociólogos tienden a analizar las desigualdades educativas y las
desigualdades de salud como si fueran la consecuencia (variables dependientes) de otras formas de
desigualdades primarias o más básicas.
La estratificación social es la perspectiva dominante desde la que la sociología estudia las desigualdades
sociales. La estratificación trata típicamente de las desigualdades de clase, de estatus y de poder, aunque
también de las desigualdades de género y étnicas. Además, esta perspectiva característicamente sociológica
se preocupa por la formación de grupos en torno a las divisiones sociales y por el grado de
institucionalización de las desigualdades sociales, así como por la estabilidad y la persistencia a lo largo de
las generaciones de las desigualdades. Los conceptos de adscripción y logro son aquí relevantes.
La adscripción se refiere a las características sociales heredadas. El logro alude a las posiciones sociales que
dependen de los propios méritos de las personas, del talento y el esfuerzo. La movilidad social, es decir, los
desplazamientos de individuos y grupos desde unas posiciones sociales a otras, tiene una estrecha relación
con los procesos de ubicación social que dependen de la adscripción y el logro y ha sido un objeto de
permanente interés de los estudiosos de la estratificación social.
El desarrollo de las teorías sociológicas de la estratificación explica que esta se haya centrado
fundamentalmente en la clase, el estatus y el poder como dimensiones más importantes de la desigualdad
social. Las obras clásicas de Karl Marx y Max Weber son las referencias clave. Marx tenía una concepción
materialista de la realidad social y defendía una visión predominantemente económica de las desigualdades
entre las clases, a las que consideraba los agentes más importantes del cambio histórico. Por su parte, Weber
elaboró una teoría mucho más matizada de la estratificación en la que, junto a las clases, el estatus y el poder
desempeñaban un papel importante en la explicación de las desigualdades sociales. Frente a la visión
unidimensional de Marx centrada en las clases, Weber sostuvo que los sistemas de estratificación tienen una
naturaleza eminentemente multidimensional.
El desarrollo de las teorías más recientes de la estratificación social se ha producido como una suerte de
debate póstumo entre Marx y Weber en el que en general las posturas weberianas han terminado ganando
terreno a costa de las de Marx. La influencia de Weber es muy clara en la teoría funcionalista de la
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estratificación que situo el estatus en el centro del escenario de las desigualdades socialmente relevantes
hasta el punto de que regresó a una visión unidimensional de la desigualdad, centrada esta vez en el
prestigio. La teoría del conflicto de clases de Ralf Dahrendorf, que pretendía explicar los conflictos de poder
y autoridad en el capitalismo del siglo xx y sus tendencias de cambio, refleja asimismo claras influencias
weberianas. Por último, la sociología británica de la estratificación refinó el análisis de clase ampliando la
perspectiva marxista e introduciendo dimensiones explícitamente weberianas que han servido para elaborar
los esquemas y mapas de clase con los que hoy se estudian empíricamente las desigualdades en muchas
sociedades contemporáneas.
6 Términos importantes
Adscripción Cuando la ubicación en una clase o estrato es fundamentalmente hereditaria; en otras palabras,
las personas se sitúan en determinadas posiciones dentro de un sistema de estratificación debido a cualidades
que están fuera de su control (p. ej., debido a la raza, el sexo, o la clase en la que han nacido).
Clases sociales Grandes agregados de personas que comparten una misma posición social y económica
derivada del tipo de trabajo que hacen y de la relación de empleo en que participan, es decir, de su
ocupación. La clase es una de las dimensiones básicas de la estratificación social.
Cohorte Conjunto de individuos que han experimentado el mismo acontecimiento, normalmente el
nacimiento, en un mismo momento del tiempo. En un sentido menos técnico, las cohortes se identifican con
las generaciones.
Desigualdades sociales Distribuciones desiguales de recursos valorados y recompensas sociales de todo tipo
que se producen entre las diferentes posiciones de una estructura social. Divisiones que sitúan a la gente en
diferentes posiciones sociales que facilitan o dificultan el acceso a recursos y recompensas socialmente
valorados.
Discriminación Forma de desigualdad en virtud de la cual no se reconoce a un grupo (normalmente, pero no
siempre, una minoría) un derecho o una forma de trato del que disfruta otro (normalmente, pero no siempre,
una mayoría). ·
Estatus En sentido amplio, el prestigio que se asigna a una determinada posición social. En sentido estricto,
el estatus es el prestigio ocupacional.
Estratificación social División de una sociedad en capas o estratos de individuos que disponen de
cantidades desiguales de recursos valorados, desiguales oportunidades vitales, y desigual influencia social.
Típicamente el análisis de la estratificación social estudia la formación de grupos en torno a las
desigualdades sociales y el grado de institucionalización y persistencia de las desigualdades sociales.
Estructura En abstracto, el término estructura se refiere a los aspectos más básicos y estables de una
determinada parcela de la realidad. En concreto, las estructuras se pueden definir como conjuntos de
relaciones entre elementos dotados en alguna medida de orden, coherencia y estabilidad.
Género Construcción social y cultural del sexo. Se refiere a todas aquellas características sociales y
culturales que sin estar estrictamente vinculadas a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres
también hacen que sean socialmente distintos.
Grupo de estatus Concepto por el que Max Weber entendía aquellos grupos o colectividades que reclaman
para sí mismos el reconocimiento de honor o estima social en forma de ciertos privilegios o prerrogativas y
mantienen un estilo de vida característico que los distingue de otros grupos y del común de las gentes.
Grupo étnico Conjuntos de personas que proclaman descender de un origen común y comparten una serie
de tradiciones y costumbres que les confieren su identidad, los distinguen de otros grupos sociales y hacen
que esos otros grupos sociales los reconozcan como diferentes.
Institucionalización Condición en virtud de la cual las desigualdades asociadas a una forma de
estratificación han tomado cuerpo y persisten a lo largo de las generaciones. La idea de institucionalización
se puede expresar también diciendo que la estratificación social se refiere a desigualdades estructuradas, no
aleatorias.
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Legitimación Modo en que mediante diferentes tipos de discursos se justifican las desigualdades sociales
que produce la estratificación social.
Logro Situación de clase o de estrato basada principalmente en cualidades que los individuos pueden
controlar.
Meritocracia Sociedad basada en el logro. En las sociedades meritocráticas el talento y el mérito personal
tienen gran peso en la ubicación social de una persona.
Movilidad social Desplazamientos de individuos y grupos desde unas posiciones sociales a otras.
Parámetros estructurales Criterios de distinción social que sirven para establecer las diferentes posiciones
sociales que definen a una estructura social. Constituyen las bases sobre las que se establecen las
distinciones que la gente hace al relacionarse con los otros miembros de la sociedad. Los parámetros
estructurales se dividen en parámetros nominales y parámetros graduados.
Parámetros estructurales graduados Dividen a una estructura social en un rango ordenado de posiciones.
Ejemplos de estos parámetros graduados son la edad, la educación, la renta, el poder, la clase social o el
prestigio.
Parámetros estructurales nominales Dividen a una estructura social en grupos reconocibles que no están
inherentemente jerarquizados. Ejemplos de estos parámetros nominales son el sexo, la etnia o la raza, la
ocupación y la confesión religiosa.
Perspectiva distributiva de la estructura social Posición teórica que defiende que las estructuras sociales
son ante todo distribuciones ordenadas o jerarquizadas de individuos en diferentes posiciones sociales. Las
estructuras sociales se definen así por la distribución de las personas que componen una población situadas
en posiciones sociales diferentes.
Renta Flujo de dinero que se recibe en una determinada unidad de tiempo e incluye los salarios y otros
pagos que la gente consigue a cambio de su trabajo, así como los rendimientos dinerarios de distintas
inversiones como cuentas bancarias, acciones y propiedades.
Riqueza Cantidad de bienes acumulados en forma de activos como propiedades inmobiliarias, acciones de
empresas, depósitos bancarios y otros títulos financieros.
Sistema de estratificación Cuando un tipo de sociedad o período histórico se define por una forma
dominante de estratificación social se habla de sistema de estratificación.
Visión cultural de la estructura social Posición teórica que defiende que el elemento básico de la
estructura social son las normas, creencias y valores que regulan la acción social.
Visión relacional de la estructura social Posición teórica que defiende que el elemento básico de las
estructuras sociales son las relaciones que vinculan a las unidades que las componen.
porcentaje de empleados en la industria bajó del 34 al 25%, y el empleo agrario del 14 al 16%, mientras el
sector servicios aumentó del 52 al 69%. El crecimiento de éste último supone una mutación en la
organización del proceso productivo, ya que la fuerza física cada vez es más sustituida por el conocimiento.
Según Bell, el predominio del sector servicios en las sociedades posindustriales se corresponde con
el ascenso social de los cuadros técnicos y los profesionales, que basan su posición en el control del
conocimiento científico y de los medios de información en general.
La información se ha convertido en la principal fuerza productiva, y la posesión de conocimientos representa
un papel equivalente al de propiedades en la sociedad industrial. Específicamente, el conocimiento teórico es
el que adquiere cada vez más importancia y otorga poder a los técnicos.
Además, la meritocracia se convierte en el principal mecanismo de asignación de ventajas socioeconómicas
diferenciales: las posiciones sociales se distribuyen con arreglo a los méritos y cualificaciones y, en la
medida en que la educación se hace obligatoria y se generaliza, no son heredadas.
*La sociedad posindustrial, en su lógica inicial, es una meritocracia. Las diferencias de status e ingresos se
basan en las aptitudes técnicas y la educación superior.
Las tradicionales divisiones de clases importan menos, los conflictos sociales no solo persiguen la
apropiación del beneficio económico, sino que se mueven entre el poder de decisión y las posibilidades de
eludir el control de los tecnócratas.
Lo más decisivo es la aparición de una nueva clase, que para Bell está integrada por los que disponen el
conocimiento científico, y para Gouldner por los que controlan la cultura en sentido amplio: una clase cuya
base económica es el capital cultural, esto es, la posesión de altos niveles de educación y formación.
Las visiones pesimistas del nuevo orden social posindustrial apuntan hacia una sociedad en la que,
por el declive de la producción industrial, el trabajo será en sí mismo un bien escaso objeto de competencia.
Como consecuencia del crecimiento de la productividad por el desarrollo tecnológico, y del desplazamiento
de la producción industrial a países con menores costes laborales, nace una sociedad dividida entre aquellos
que poseen empleo y ese ejército de reserva de mano de obra integrados por jóvenes, parados de larga
duración y jubilados anticipadamente.
Otra visión pesimista sugiere la aparición de una infraclase compuesta por los que solo consiguen integrarse
en el mercado secundario de trabajo (con exiguas remuneraciones, poca estabilidad y escasas oportunidades
de promoción social), o por quienes no consiguen ningún empleo. Los miembros de la infraclase pertenecen
normalmente a minorías étnicas asentadas en los suburbios, y se supone que se hallan atrapados en el círculo
vicioso de la pobreza.
Con independencia de valoraciones positivas o negativas, la desindustrialización plantea un desafío
teórico para el análisis de clase, puesto que implica la desintegración del núcleo tradicional de la clase
obrera.
La sociología de la estratificación ha reaccionado ajustando tanto su versión teórica de las clases como los
esquemas empleados para identificar, observar y analizar las clases en la realidad social.
Otra vertiente, representada por autores como Beck o Bauman, llegó a la conclusión de que el concepto de
clase social en sí mismo ya no servía para describir esa nueva realidad. La sociedad posindustrial había
dejado de ser una sociedad de clases.
Para Beck, los cambios en el ámbito social implican un cambio de ciclo, y hoy vivimos en la segunda
modernidad: se están creando un nuevo tipo de capitalismo, de economía, de orden global, de política y de
derecho, de sociedad y vida personal que, tanto por separado como en contexto, son distintos de fases
anteriores de la evolución social.
Beck habla de segunda modernidad porque se han transformado las instituciones básicas de la modernidad
sin darse una ruptura completa de sus principios básicos. Bajo la influencia de la globalización, las
instituciones que han marcado la sociedad industrial, como el Estado de bienestar y las relaciones
industriales entre patronal y sindicatos, han cambiado. En el nivel de familia este cambio es más patente, ya
que se ha perdido la importancia del modelo de familia convencional y ha cambiado el papel social de la
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mujer. Asimismo, las clases se han disuelto en la segunda modernidad y han sido sustituidas por estilos de
vida.
La transición a la segunda modernidad tiene su correlato, en el nivel micro, en el proceso de la
individualización. Proceso que ya describió Simmel, quien se refería sobre todo al debilitamiento de la
familia extensa y de las comunidades rurales que acompañaba a la industrialización y la urbanización. Según
Simmel, la pérdida de lazos tradicionales se traducía en una mayor autonomía del individuo en las
sociedades altamente diferenciadas.
También Tönnies destacó la tendencia a reemplazar los lazos sociales de la familia, la fe y la comunidad
rural por nuevos vínculos de carácter más formal y burocrático, como las empresas, los partidos políticos o
las asociaciones, en su dicotomía entre comunidad y sociedad.
Para Beck, esta tendencia hacia la individualización se ha universalizado y radicalizado: esta segunda fase
de la individualización conlleva la disolución de todas barreras sociales y un giro hacia un estilo de vida
reflexivo. El sujeto individualizado se ve obligado a encontrar su propio estilo de vida y a definirse
activamente ante la sociedad. Tiene que elegir entre tantas ofertas culturales y fondos sociales que la
búsqueda de identidad se convierte en un trabajo laborioso y exigente.
Como las personas se han “apartado” de las clases, y las clases sociales se han “disuelto”, la clase social
como herramienta analítica en la sociología se ha vuelto un “concepto zombi”.
La obra de Beck ha atraído todo tipo de críticas. Por un lado, varios estudios muestran con datos empíricos
que la pertenencia a una clase u otra sigue teniendo un impacto muy fuerte sobre las oportunidades vitales de
las personas. Por otro, los críticos han subrayado las contradicciones entre los distintos textos de Beck. En
resumen, le reprochan una marcada incoherencia teórica y argumentan que donde más claramente aparece la
ambigüedad es, en realidad, en su propia obra.
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3) los esquemas ocupacionales teóricos de clase construidos a partir de los enfoques clásicos weberiano y
marxista, de entre los que destacan los programas de investigación de las clases de John Goldthorpe y Erik
O. Wright.
Aunque son más frecuentes los estudios que emplean un concepto de clase basado en Weber, sigue
existiendo el aná-lisis de clase en clave (neo) marxista. El sociólogo estadounidense Wright ha desarrollado
un programa de investigación de las clases dentro de la tradición marxista (aunque se pueden apreciar en las
influencias de las perspectivas weberianas). Para Wright, el terreno propio de las clases se sitúa en las
relaciones sociales de producción, y distinguió tres dimensiones relevantes de las posiciones de clase en el
capitalismo contemporáneo que responden al control de diferentes recursos, como el capital monetario, el
capital físico y la fuerza de trabajo. La capacidad de control de estos da lugar a un primer esquema de tres
clases básicas que distingue entre: la burguesía, que controla cada una de estas tres dimensiones en el
proceso productivo ya que posee propiedades económicas, domina el proceso de producción y compra la
fuerza de trabajo; la pequeña burguesía (trabajadores autónomos), que solo ejerce control sobre sus propios
medios de producción; por último, el proletariado, cuyos miembros ni siquiera controlan su propia fuerza de
trabajo, que deben vender a la burguesía.
Esta teorización inicial de Wright permitía advertir la situación de determinados grupos sociales que no
encajaban. Los directivos y supervisores no son propietarios, pero controlan la ges-tión de los medios de
producción y la fuerza de trabajo, al tiempo que participan en el proceso productivo vendiendo su fuerza
laboral. Los empleados semi-autónomos no poseen ni controlan los medios de producción, pero sí su propia
fuerza de trabajo. Los pequeños empresarios ostentan los medios de producción, pero deben aportar su
fuerza de trabajo al proceso productivo. Estas tres últimas categorías Wright las definió como posiciones
contradictorias de clase en la medida en que reunían atributos de más de una de las tres clases originales del
esquema marxista.
Wright mantiene la idea de que la dominación, en sí misma, no da lugar a intereses específicos de los actores
implicados, cosa que sí sucede con la explotación. Por eso construyó un segundo esquema de clases
basándose en los trabajos del economista Roemer sobre la explotación. Según Roemer (1989), la explotación
comienza con la desigual distribución de los bienes productivos. Wright distingue cuatro tipos de bienes -
fuerza de trabajo, bienes de producción, bienes de organización y bienes de cualificación- cuya propiedad o
control da lugar a distintos tipos de explotación. El segundo esquema de clases de Wright incluye ahora nada
doce clases, que resultan de cruzar la posesión o no posesión de estos bienes (Tabla 3.2).
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En el nuevo esquema de Wright, los grupos que en el primer intento aparecían en situaciones contradictorias
se identifican ahora por su posesión de bienes de organización y credenciales de cualificación. Inspirador de
un Proyecto comparado sobre estructura, conciencia y biografía de clase, que también incluía a España,
Wright ha acudido a los métodos de la sociología empírica pretendiendo dar respuesta a procesos de la
evolución del capitalismo contemporáneo. Sin embargo, el esquema no deja de tener inconvenientes a la
hora de su operacionalización empírica. Además, parte de un concepto central, la explotación, difícilmente
medible.
Goldthorpe construye su esquema de clases a partir de una clasificación de ocupaciones basada en una
escala de deseabilidad general de las mismas. La agrupación de las ocupaciones incluye como componentes
principales de la posición de clase las dimensiones ya señaladas por Lockwood de la situación de mercado -
fuentes y niveles de ingresos, seguridad económica y oportunidades de mejora económica- y situación de
trabajo -ejercicio o exclusión de la autoridad y control del proceso de trabajo-. A esas dos dimensiones
Goldthorpe añade el estatus del empleo, en virtud del cual se pueden distinguir los empleados de los
trabajadores autónomos o de los capataces. El trabajo de Goldthorpe le llevó a distinguir siete grandes
categorías de ocupaciones o clases agrupadas en tres grandes clases: la clase de servicio (grandes
propietarios y directivos de las empresas, profesionales, administrativos y funcionarios); las clases
intermedias (empleados no manuales de la administración y el comercio, los pequeños propietarios y los
técnicos de baja graduación y los supervisores de los trabajadores manuales); y las clases trabajadoras
(trabajadores manuales, tanto cualificados como semicualificados y no cualificados). Goldthorpe ha insistido
en que fue diseñado pensando en la estructura de las relaciones entre las clases.
El esquema sitúa a la población en diferentes clases en función de las ocupaciones, pero nada dice del grado
real de formación de las distintas clases. Para que una clase se encuentre realmente formada requiere de una
cierta identidad demográfica, o los miembros deben permanecer vinculados a lo largo del tiempo con el
conjunto de posiciones que definen su pertenencia a esa clase. A partir de que una clase muestra una
identidad demográfica definida, se puede pensar en anali-zar el grado de su formación social (las
oportunidades vitales y los estilos de vida que comparten) y de su formación política (su ideología y
actitudes políticas y su comporta-miento electoral). Goldthorpe supone que la estructura -el grado en que
una clase se ha formado realmente- tiene prioridad sobre la conciencia y la acción.
3.3. La Clasificación Socio-económica Europea (ESeC)
La tradición neoweberiana parte de los supuestos teóricos de Weber, pero ha modernizado su aparato
analítico para adaptarlo a la realidad social contemporánea Se amplió el número de clases para reflejar con
mejor precisión las diferencias entre distintas clases de empleados por cuen-ta ajena que surgían en las
sociedades occidentales de la posguerra. Además, se avanzó en la medición al proponer esquemas de clases
que hacían posible observar empíricamente la estructura de clase, tanto en las estadísticas oficiales como en
las encuestas científicas y otros datos recogidos con fines de investigación.
El esquema Clasificación Socio-económica Europea (ESeC), desarrollado a partir del esquema de
Goldthorpe. Es una clasificación de agrupaciones de ocupaciones, que tiene en cuenta la posición relativa en
la jerarquía de competencias y el número de personas subordinadas que le corresponden a cada individuo en
el lugar de trabajo. Se compone de diez categorías básicas (Tabla 3.3).
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La clase 1 incluye a grandes empleadores, los altos directivos de las empresas y la administración pública y
los profesionales de nivel alto. Los grandes empresarios (empresas de más de diez trabajadores) y los altos
directivos representan una porción pequeña de esta clase, que está dominada por los altos profesionales.
Incluye ocupaciones como las de abogado, médico o ingeniero. Cuando no se desempeñan por cuenta
propia, estas ocupaciones se atienen bien a las relaciones de servicio de los empleados a sus empleadores. La
relación de servicio surge cuando la cualificación del empleado es muy específica y la capacidad de
supervisión que tiene el empleador es muy limitada, o el control resultaría costoso para el empleador
(porque tendría que estar controlando cada paso). Resulta más eficiente confiar en la labor del empleado que
vigilarle. A diferencia de la típica relación laboral de contrato (dinero a cambio de esfuerzo, o de un
número determinado de unidades del producto), las relaciones de servicio implican una forma de
intercambio en la que los empleados rinden un servicio a cambio de alguna compensación. Además, suelen
estar regidas para el largo plazo e incluir una perspectiva de promoción en el futuro. Otro posible incentivo
es ofrecerle un sueldo por encima del precio de mercado. En la terminología anglosajona se la suele
denominar higher salariat o clase de servicio de nivel alto.
La clase 2 agrupa a los directivos y profesionales de nivel bajo, aunque también a los técnicos superiores.
Incluye ocupaciones como maestro, trabajador social o personal de enfermería. También a los directivos y
gerentes de nivel bajo (directores de departamento en las empresas) y a los técnicos y profesionales de
apoyo. Los miembros mantienen con sus empleadores una relación de servicio atenuada: estas ocupaciones
implican un grado alto de especificidad en la cualificación que requieren, pero las posibilidades de
supervisión para el empleador son mayores. Los suelen denominar lower salariar o clase de servicio de
nivel bajo.
En la clase 3 se integran los empleados de cuello blanco de nivel alto. Las ocupaciones, entre las que
destacan los empleados administrativos, suponen una forma mixta de relación de empleo, con elementos de
la de servicio y otros de la de contrato. El grado de especificidad de sus cualificaciones es bajo. Tanto las
retribuciones como las perspectivas de promoción de estas ocupaciones son inferiores a las de los
profesionales.
Con las clases 4 y 5 -pequeños empleadores y trabajadores autónomos no profesionales- se entra en la
pequeña burguesía tradicio-nal. Sus relaciones de empleo son peculiares. Los pequeños empleadores (menos
de diez trabajadores) compran trabajo a sus empleados, sobre los que ejercen autoridad y control. Los
autónomos trabajan por cuenta propia. Aunque a menudo la clase 4 incluye a los pequeños empresarios y
autónomos en ocupaciones no profesionales no agrícolas. Si ejercen sus ocupaciones en la agricultura o la
pesca forman parte de la clase 5.
En la clase 6 se ubican los supervisores y técnicos de rango inferior: ocupaciones que implican trabajo
manual cualificado con ejercicio de supervisión sobre otros trabajadores, como los encargados, jefes o
capataces. Se llega a estas posiciones a través de la promoción interna y la acumulación de expe-riencia, y
no tanto a base de títulos de educación formalizada. Puesto que las relaciones de empleo tienen elementos
mixtos (servicio y contrato) y se trata de una clase muy poco numerosa, se la suele unir a la clase 3 para
formar la llamada clase de las ocupaciones intermedias.
La clase 7 incluye a los trabajadores del comercio y los servicios de rango inferior que requieren una
formación básica. Realizan trabajo no manual y sus relaciones de empleo se regulan mediante contratos de
trabajo. Son el mundo de los empleados de cuello blanco de nivel bajo: dependientes de comercio,
trabajadores en los servicios personales y en la administración. Una clase con una composición
fundamentalmente femenina, una alta incidencia en el sector público y una tasa considerable de trabajo a
media jornada.
Pertenecen a la clase 8 los trabajadores manuales cualificados. Aunque sus relaciones de empleo se rigen por
contratos laborales típicos, la especificidad de las cualificaciones requeridas está en un nivel intermedio-bajo
de modo que los empleadores tienen ciertos problemas de supervisión de la calidad del trabajo. Incluye a
trabajadores cualificados de las industrias manufactureras, la construcción y la minería (electricistas,
moldeadores, soldadores y mecánicos).
La clase 9 está integrada por los trabajadores no cualificados. Desempeñan las denominadas ocupaciones
elementales, también llamadas rutinarias. Trabajos que exigen poca cualificación y en los que los
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empleadores no tienen ningún problema para ejercer la función supervisora, por lo que el contrato de trabajo
prevalece como relación de empleo dominante (peones en la industria, la agricultura y la construcción, al
igual que limpiadores, ordenanzas y empleados domésticos).
Por último, la clasificación contempla una décima clase formada por los involuntariamente excluidos del
mercado de trabajo, buscadores de empleo sin previa experiencia laboral y parados de larga duración.
Una vez establecidas las diez categorías básicas, la clasificación permite ulteriores agrupaciones, más
sintéticas, que reducen el número de clases. Para construir las clases de la ESeC, se parte de las
clasificaciones internacionales de ocupaciones que utilizan las oficinas estadísticas nacionales. Estas
clasificaciones tienen su origen en los trabajos que realiza a este propósito la Organización Internacional del
Trabajo (OIT) a través de las Conferencias Internacionales de Estadígrafos de Trabajo; estableciendo
grandes grupos de ocupaciones que se van dividiendo, paso a paso, en subgrupos, grupos primarios y
ocupaciones concretas dentro de cada grupo primario. Cada uno de estos niveles se identifica por el número
de dígitos asignado: los grandes grupos se identifican con un solo dígito; los subgrupos, con dos; los grupos
primarios, con tres; y las ocupaciones concretas con cuatro. Las clasificaciones de ocupaciones han ido
cambiando para adaptarse a las propias transformaciones de las estructurales ocupacionales de las
socie-dades a las que se aplican. En la actualidad se utiliza la Clasificación Internacional Uniforme de
Ocupaciones de 2008 (CIUO-08 o ISCO-08 en inglés) que el Instituto Nacional de Estadística ha implantado
en España desde 2011, pero los algoritmos clasificatorios de la ESeC están diseñados para aplicarse a las
ocupaciones codificadas con tres dígitos en la variante europea de la Clasificación Internacional Uniforme
de Ocupaciones de 1988.
Respecto a anteriores esquemas, la ESeC tiene más capacidad comparativa. La clasificación ha sido
elaborada en un proyecto europeo comparado en cuyo diseño y validación han participado varios países. Ha
demostrado un aceptable grado de validez y es apropiada para hacer comparaciones internacionales. Por
todo ello, será nuestro instrumento básico para dibujar el mapa de las clases sociales en España, estudiar su
evolución en el tiempo y cotejarlo con el de otros países europeos.
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El esquema de la ESeC responde a los desafíos a los que se ha enfrentado la sociología de la estratificación
social desde los años setenta. El cambio estructural ha hecho necesario ajustar su aparato analítico para
reflejar las transformaciones sociales y económicas en las sociedades posindustriales. Hoy en día existen
nuevas ocupaciones, mientras otras ocupaciones pierden importancia o incluso desaparecen. Por otro lado,
desde el feminismo se había argumentado que el enfoque convencional, y el esquema de Goldthorpe en
particular, representaban una perspectiva indebida y masculina de la sociedad al no prestar atención a las
condiciones de empleo de la mayoría de las mujeres.
El esquema clasificatorio no identifica como «media» -ni «alta» o «baja»- a ninguna de las clases que lo
componen. La teorización contemporánea no considera que haya elementos analíticos que permitan
construir la categoría de las clases medias. Sin embargo, dada la generalizada aceptación del término,
proponemos considerar que las clases medias las integran, por un lado, los profesionales de nivel bajo (clase
2), las ocupaciones inter-medias o trabajadores de cuello blanco de nivel alto (clase 3) y los pequeños
empleadores y autónomos, tanto agrarios como no agrarios (clases 4 y 5). Las dos primeras clases (2 y 3)
constituirían las nuevas clases medias. Las dos últimas (4 y 5) se corresponden con la idea convencional de
las viejas clases medias (la pequeña burguesía tradicional).
CLASE SOCIAL Y GÉNERO: LA CRÍTICA FEMINISTA
La brecha de género es, sin duda, una dimensión fundamental de la desigualdad social. Sin embargo, la
ubicación analítica de la categoría del género en la teoría de la estratificación ha sido objeto de un largo
debate (Serensen, 1994). No lo vamos a poder discutir a fondo aquí, pero es preciso hacer unos apuntes
sobre esa controversia porque tiene una conexión inmediata con la definición de la clase social. Como la
famosa cuestión del huevo o la gallina, este debate gira en gran parte alrededor de la pregunta de si es la
clase o el patriarcado lo que viene primero (Crompton, 1989:569). Las feministas han criticado que la
definición ocupacional de las clases sociales deja de lado el hecho crucial de que la división del trabajo está
fundamentalmente basada en el sexo (Heath y Britten, 1984; Serensen, 1994; Stanworth, 1984). En
consecuencia, centrarse exclusivamente en la asignación de personas a puestos en el mercado de trabajo no
permite una comprensión adecuada de las desigualdades basadas en el sexo que siguen existiendo en las
sociedades modernas. Además de ignorar la producción de las mujeres en casa, el enfoque estándar del
análisis de clase tampoco sería capaz de tener en cuenta la evidente segregación de género en los mercados
de trabajo, en los que las mujeres han venido ocupando puestos con un estatus inferior y peores perspectivas
de promoción a lo largo de la carrera. Frente a estas afirmaciones, el enfoque convencional sostiene que es la
posición del puesto de trabajo en la jerarquía ocupacional lo que determina el estatus socioeconómico de la
persona que lo ocupa, y no su sexo (Goldthorpe, 1983). En otras palabras, el género no es reconocido como
un eje central de la organización de los recursos económicos de la sociedad, donde se supone que prevalece
la jerarquía de las ocupaciones. En el enfoque de clase convencional no se niega por completo que la
desigualdad de género tenga implicaciones importantes, pero se argumenta que es una dimensión
subordinada a las relaciones de empleo (Lockwood, 1986:21).
Existe otra crítica feminista a los esquemas de clase (sean marxistas o weberianos), que tiene que ver más
con la práctica de la investigación que con la teoría y, más concretamente, con el método que se utiliza para
asignarle una posición de clase a las mujeres. Y es que hasta hace relativamente poco fue un recurso
clasificatorio habitual atribuir a toda la unidad familiar la posición de clase del cabeza de familia (o persona
de referencia del hogar). El supuesto, en este caso, es que son las familias, no los individuos, las unidades
fundamentales que componen las clases sociales. Este procedimiento parece el más adecuado para clasificar
a toda la población en aquellas sociedades o economías -las típicamente industriales, por ejemplo- con una
escasa participación de las mujeres en el mercado de trabajo y, de hecho, tiene una larga y bien consolidada
tradición en el estudio sociológico de las clases sociales. No obstante, cuando las mujeres son una parte
fundamental y permanente de la fuerza de trabajo -caso de todas las economías posindustriales-, muy a
menudo se plantea la cuestión de la atribución de la posición de clase a aquellas familias en las que ambos
miembros de la pareja trabajan y no hay coincidencia entre la clase de los cónyuges. La figura del cabeza de
familia se vuelve bastante artificial también en otros tipos de hogares no convencionales, siempre y cuando
haya más de un adulto empleado (p. ej., los hogares multigeneracionales, las parejas homosexuales o, más
común aún, en el caso de que los hijos adultos sigan viviendo en casa de sus padres). Aunque en estos casos
es posible arbitrar criterios de dominancia o reglas basadas en la consideración conjunta del trabajo de todos
los miembros para atribuir una misma clase a la unidad familiar, no faltan analistas que discuten esta
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En 2010 había en España 1,8 millones de di-rectivos y profesionales de nivel alto (clase 1), 2,6 millones de
directivos y profesionales de nivel bajo (clase 2) y 2,5 millones de trabajadores en ocupaciones de cuello
blanco de nivel alto (clase 3). Constituyen el grueso de las nuevas clases medias y, en conjunto, representan
un 37,4 % de la población ocupada en España en esa fecha. Agrupan a las ocupaciones que exigen mayor
cualificación y, en el caso de los profesionales, se caracterizan por mantener una relación laboral de servicio
a los empleadores (distinta a la relación contractual). La clase 3 está compuesta por los técnicos y
profesionales de apoyo y algunos empleados de tipo administrativo.
En cuanto a su composición por sexo (Figura 3.1), mientras que entre los directivos y profesionales de nivel
alto son más los hombres que las mujeres (1, 7 a 1), las mujeres superan a los hombres entre los trabajadores
de cuello blanco de nivel bajo (1,5 a 1).
Las viejas clases medias, compuestas por los pequeños empleadores y los autónomos no profesionales
(clases 4 y 5), suponen 2,2 millones de ocupados y representan un 12, 1% de la fuerza laboral. Unos estratos
sociales fundamentalmente masculinos, en particular en la agricultura, a los que se puede identificar como la
pequeña burguesía tradicional.
Los supervisores y técnicos de nivel inferior (clase 6) conforman un segmento muy pequeño (un 1,3 % de la
fuerza laboral), muy masculinizado (6,5 hombres por cada mujer). Puesto que su relación laboral es la que
estipula el contrato laboral típico y venden su trabajo a cambio de un salario, deberían encuadrarse entre las
clases trabajadoras; pero como ejercen tareas de supervisión y control, se sitúan en una posición de
mediación entre los empleadores y los empleados que justifica su tratamiento separado. Se les puede unir a
los empleados de cuello blanco de nivel alto para formar la clase de las ocupaciones intermedias (clase 3).
En torno a 2, 7 millones de trabajadores se ocupan en empleos de cuello blanco de nivel bajo (clase 7):
ocupaciones de baja cualificación y carácter rutinario en el comercio y otros servicios, a los que se distingue
de los trabajadores no cualificados (clase 9) por sus ventajosas condiciones contractuales y sus mejores
perspectivas de promoción ocupacional. Representan un 14,7% de la fuerza laboral. Son un segmento social
con una presencia muy destacada de mujeres (1,7 por cada hombre).
Los trabajadores cualificados (clase 8) suman casi 1, 9 millones de personas y conforman los estratos
superiores de la clase trabajadora tradicional. Vinculados al sector industrial y a la construcción, son los
trabajadores de acabado en la construcción, los soldadores, montadores y mecánicos. Son la clase social con
un mayor sesgo masculino; la componen 12,9 hombres por cada mujer (más del 90 % de sus miembros son
hombres).
Los trabajadores no cualificados (clase 9) son 4,5 millones de ocupados (la clase más numerosa) y agrupan a
casi la cuarta parte de la fuerza de trabajo española en 2010. Aglutina a los empleos de peor calidad en
términos de salario, condiciones de trabajo, estabilidad laboral y perspectivas de promoción. Reúne una
amplia variedad de ocupaciones, desde operadores de maquinaria y tipos de peones, hasta empleos no
cualificados en los servicios como limpiadores, vigilantes, conserjes y trabajadores del servicio doméstico.
Los hombres predominan ligeramente (1,2 a 1, o 54,1% de hombres y 46% de mujeres). Además, han
adquirido un peso decisivo los inmigrantes llegados a España durante los primeros años del siglo veintiuno.
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Hay que tener en cuenta que el análisis se ha basado exclusivamente en la población ocupada, aquella que
tiene empleo y desempeña una ocupación en el momento de recoger la información, y a la que se le puede
atribuir una posi-ción en el mercado de trabajo. La clasificación ESeC contempla una décima clase social
formada por los involuntariamente excluidos del mercado de trabajo: parados de larga duración con más de
seis meses en desempleo y personas sin previa experiencia laboral. En el segundo trimestre de 2010 había
tres millones de parados en busca del primer empleo o con más de seis meses en desempleo. De ellos, 1,6
millones eran hombres y 1,4 mujeres. Con datos del segundo trimestre de 2011, la crisis económica ha
producido 300.000 parados más en estas categorías, elevando el monto a los casi 3,3 millones de excluidos
del mercado de trabajo.
4.2. Transformaciones de la estructura de clases en España
El cambio en la estructura de clases en los últimos quince años hay que verlo en el contexto de la
transformación sectorial de la economía española, de su mercado de trabajo y de su estructura ocupacional.
Es importante tener en cuenta la contracción de la agricultura, la expansión de la actividad económica en el
sector de los servicios, los vaivenes del sector de la construcción, y la pérdida relativa de mano de obra en el
sector industrial.
Todos esos procesos socioeconómicos han dado forma a la transformación de la estructura de clases en
España. Se utilizará una variante de la clasificación original que distingue solo siete categorías, que resultan
de combinar la clase 3 (empleados de cuello blanco de nivel alto) y la clase 6 (supervisores y técnicos de
nivel inferior) para formar una nueva clase que denominamos de ocupaciones intermedias; y de unir a los
pequeños empleadores y autónomos de las clases 4 (no agrarios) y 5 (agrarios) en una única clase (la
pequeña burguesía tradicional).
A la vista de las diferencias de composición por sexo, para entender mejor la naturaleza del cambio con
viene examinar por separado la evolución de la distribución entre los hombres y las mujeres.
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En cuanto a los hombres (Figura 3.2), destacan dos tendencias de cambio. En la zona alta de la estructura, la
expansión de las clases directivas y profesionales ha sido más intensa que la de los empleados de cuello
blanco de nivel alto y bajo. Esto significa que, después de estos quince años, los profesionales y directivos
son más numerosos que los demás entre los hombres.
Por lo que se refiere al trabajo manual, el retroceso de los trabajadores manuales cualificados, una categoría
compuesta mayoritariamente por hombres. Pero se concentra en el trienio 2008-2010 como consecuencia de
la crisis económica.
Ninguna de las otras clases pierde tamaño en términos relativos. Los pequeños empleadores y autónomos
han mantenido estable su peso en la estructura durante los años de la crisis, porque en esta categoría la
intensidad de la destrucción de empleo es similar a la del conjunto de las clases.
La estructura de clases de las mujeres ocupadas (Figura 3.3) se caracteriza por el retroceso, aún más acusado
que entre los hombres, de la clase de las pequeñas empresarias y autónomas: representaban un 20,4% en
1995 y han disminuido hasta 8,6% en 2010. Se ha producido, como entre los hombres, una expansión de las
dos clases profesionales. La clase que más ha crecido ha sido la de las empleadas en el comercio y otros
servicios de nivel bajo. Su crecimiento ha sido superior al de las ocupaciones intermedias: han terminado
por superarlas en tamaño para convertirse en la segunda clase, entre las mujeres, con más integrantes en
2010. La de las trabajadoras no cualificadas, tras un crecimiento relativo sostenido hasta 2008, han
comenzado a experimentar una pérdida de empleo como consecuencia de la crisis. De hecho, es la única de
las clases que pierde peso relativo entre 2008 y 2010.
La transformación de la estructura de clases se puede sintetizar en las siguientes grandes tendencias, que
ofrecen un panorama general del cambio en el comienzo del nuevo siglo y que afectan a todas las zonas de
la distribución.
1. Mientras el tamaño de las clases medias en sentido amplio no ha cambiado sustancialmente, se ha
producido una altera-ción radical en su composición en virtud de la cual los profesionales han ganado
importancia a costa de los pequeños empleadores y autónomos. La tendencia es muy notable, y se debe a la
profesionalización creciente de la es-tructura ocupacional española y al aumento del nivel de cualificación
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de la fuerza de trabajo. En todo caso, el ritmo de caída de los pequeños empleadores y autónomos se ha
atenuado a partir de la crisis. En algunas ocupaciones el trabajo autónomo puede convertirse en un refugio.
2. El balance entre trabajadores manuales y no manuales se ha decantado claramente a favor de los
segundos. Que el trabajo no manual (de cuello blanco) crezca a mayor ritmo es un resultado estructural más
de las transformaciones productivas que cabe esperar de las economías posindustriales.
3. Los obreros no cualificados (rutinarios) han crecido a expensas de los cualificados. En este desarrollo se
refleja la desindustrialización. Entre los empleados de cuello blanco, los de ran-go inferior (comercio y otros
servicios) han crecido más que los de rango superior (ocupaciones intermedias). Esta tercera tendencia
apunta también a la posible formación de un proletariado de los servicios integrado por trabajadores de
escasa cualificación y pocas perspectivas de movilidad ocupacional ascendente. Su tamaño en España es
grande y su composición es muy heterogénea (mujeres, jóvenes, inmigrantes), pero relativamente estable.
Diversos autores han señalado que las estructuras ocupacionales de algunas sociedades desarrolladas se han
polarizado durante estos últimos años, ya se mida la polarización por medio de los ingresos o de la calidad
de los empleos. Aunque las explicaciones del cambio de la estructura ocupacional son muy complejas,
factores como el progreso tecnológico parecen estar detrás de estos fenómenos de polarización. Las
innovaciones tecnológicas exigen trabajadores más cualificados y mejor retribuidos, de ahí la creciente
profesionalización de la fuerza de trabajo y el crecimiento de las clases integradas por profesionales. Pero, a
la vez, la tecnología sustituye empleos administrativos que se sitúan en el centro de la jerarquía ocupacional.
Si por polarización entendemos simplemente concentración de población en los extremos de la distribución
de las clases -es decir, si nos fijamos solo en la forma de la distribución-, en España la estructura de clases se
ha polarizado en muy escasa medida. La proporción de la población ocupada como profesionales y
directivos o como trabajadores cualificados y no cualifica-dos (es decir, las clases 1, 2, 8 y 9) aumentó desde
un 54,3 % en 1995 hasta un 58,6 % en 2010. Por lo tanto, no se concluye que el cambio se deba a un
crecimiento paralelo de los dos extremos de la estructura, sino a la expansión de su zona superior: las clases
directivas y profesionales han aumentado de forma importante.
5. Las clases en perspectiva comparada
5.1. Modelos de capitalismo y pautas de estratificación social
Analizaremos la estructura de cla-ses española en comparación con la de otros tres países europeos: Francia,
Reino Unido y Dinamarca. Es útil apoyarse en la tipología de los regímenes de bienestar creada por el
sociólogo danés Esping-Andersen. El esquema permite clasificar el funcionamiento del Estado de bienestar
en un país dado con referencia a una tipología de modelos de políticas sociales. Debido a los recientes
cambios, muchas ocupaciones típicamente femeninas se encuentran en los sectores de la salud, la educación
y la administración pública, con lo cual dependen del tamaño del gasto social estatal. Lo mismo ocurre con
la ciencia y la investigación, actividad central en las sociedades posindustriales.
Aquí distinguimos entre cuatro regímenes de bienestar.
1. El régimen liberal consiste en un Estado de bienestar que interviene lo menos posible en el mercado
laboral, siguiendo un principio de laissez-faire. El Estado se limita a prevenir casos de pobreza extrema y
confía en los mecanismos de mercado para generar y distribuir la rique-za. Sin un seguro de desempleo en
condiciones ni pensiones públicas, cada individuo es el responsable principal de mantenerse a sí mismo. Por
eso es característica una alta tasa de empleo, tanto entre hombres como entre mujeres, aunque con salarios
bajos. Como el Estado recauda relativamente pocos impuestos y redistribuye pocos recursos, este diseño
institucional se traduce en un alto grado de desigualdad y de pobreza. Los representantes de este modelo son
los países anglosajones, siendo los Estados Unidos el caso real que más se acerca al tipo ideal del régimen
liberal.
2. El régimen socialdemócrata se refiere a un Estado de bienestar fuerte y que incluye los derechos sociales
dentro de sus fundamentos básicos de ciudadanía. El Estado no solo provee generosas transferencias sociales
-para el desempleo, la maternidad y la vejez-, sino una red de servicios sociales (educación, sanidad)
universalmente accesibles. Maximiza la capacidad de los ciudadanos para mantener un nivel de vida digno
sin necesidad de ingresos laborales. El sistema se financia con impuestos generales recaudados mediante un
aparato fiscal progresivo, que asegura que los que más tienen son los que más pagan. Las políticas activas de
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inserción en el mercado laboral, el papel del Estado como empleador y una fuerte presencia de las mujeres
en el sector público contribuyen a mantener altas tasas de empleo. Otro resultado son las bajas tasas de
pobreza o exclusión social. Los países nórdicos son los que más se aproximan, siendo Suecia el prototípico.
3. El régimen conservador se da en un Estado de bienestar con un nivel inter-medio de intervención en el
mercado laboral. El principio de la subsidiariedad postula que los miembros de cada familia deban ayudarse
mutuamente antes de que otros miembros de la sociedad civil o las instituciones públicas intervengan en los
asuntos personales. El corporativismo otorga un protagonismo especial a los grandes agentes sociales (los
sindicatos y la patronal) en la regulación del mercado de trabajo. Dentro de su sistema de Seguridad Social
los derechos sociales dependen de las cotizaciones, ligadas al empleo remunerado. Tanto las pensiones como
las prestaciones por desempleo son proporcionales al salario; el Estado de bienestar tiende a estabilizar y
reproducir las pautas de desigualdad social existentes en el mercado laboral. Un sistema de asistencia social
evita las tasas de pobreza elevadas. El sistema fiscal, al incentivar la inactividad económica, apoya un
modelo de familia en el que suele haber un único sustentador (el marido o padre). La mayoría de los países
de Europa continental se asemejan al modelo, pero ninguno tanto como Alemania.
4. El régimen fragmentado tiene puntos en común con el régimen conservador, sobre todo el sistema de
Seguridad Social. Sin embargo, el sistema de salud es universal y se financia mediante impuestos generales.
Además, se caracteriza por unas diferencias de género muy pronunciadas -un alto porcentaje de las mujeres
no tiene un trabajo remunerado- y una marcada brecha social que separa a los insiders (integrados) de los
outsiders (excluidos) del sistema de empleo. Los primeros gozan de un alto nivel de protección social (alta
seguridad en el empleo y generosos beneficios de desempleo), y los últimos tienen condiciones precarias o
ni siquiera tienen trabajo. No existe un sistema eficaz de asistencia social, de modo que produce elevadas
tasas de pobreza. El régimen fragmentado fue añadido con posterioridad a la tipología original de Esping-
Andersen al considerarse que los países mediterráneos no encajaban dentro del esquema tripartito. El país
paradigmático es Italia.
El Estado de bienestar ejerce una fuerte influencia en las condiciones de vida y las pautas de estratificación
social en la sociedad. El número de puestos de trabajo y el tipo de ocupaciones dependen de la configuración
institucional del país en cuestión. Es posible incluso discernir las biografías que corresponden a cada
régimen de bienestar, desde la edad normal para independizarse, tener hijos y empezar a trabajar, hasta la
edad habitual de la jubilación.
5.2. Las estructuras de clase en cuatro países europeos
La elección de España, Francia, Reino Unido y Dinamarca busca representar una gran variedad de mode-los
económicos, puesto que cada uno suele asociarse con un régimen de bienestar distinto. Mientras España
representa al régimen fragmentado, Francia se suele categorizar como conservador. Dinamarca se sitúa cerca
del régimen socialdemócrata, y el Reino Unido se clasifica usualmente como exponente del régimen liberal.
Los datos de la Encuesta Europea de Fuerza de Trabajo, una base con datos comparables del mercado
laboral producida por el instituto de estadísticas de la Unión Europea (Eurostat), nos sirven para el análisis.
Como ya hemos examinado el peso relativo de cada clase en el mercado laboral español, aquí haremos
hincapié en sus similitudes y dife-rencias con otros países.
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Según la Figura 3.4, la proporción de directivos y profesionales es mucho menor en España que en los
demás países. Mientras suman el 22, 7%, en los otros tres países siempre superan el 30%. Las diferencias en
las ocupaciones intermedias son mucho menores, alrededor de un 10% en cada país. Los trabajadores
autónomos y pequeños propietarios ocupan un lugar muy destacado, siendo su porcentaje (14,8%) mayor
que en otros países desarrollados. El contraste es acentuado en comparación con Dinamarca (10,3%). En
cuanto a los trabajadores de servicios y comercio de nivel bajo, su porcentaje en España es comparable al
del Reino Unido y Dinamarca, mientras Francia se distingue por la poca importancia. La proporción de los
trabajadores manuales cualificados es grande en España y Francia, siendo menor en Dinamarca y aún más
pequeña en el Reino Unido. En España, casi una cuarta parte de los ocupados son trabajadores no
cualificados, siendo menor en los demás países.
Según la Figura 3.5, en España hay pocas mujeres empleadas como directivas o profesionales. No obstante,
la diferencia con los demás países no es tan grande como entre los hombres. Hay que tener en cuenta que la
tasa de empleo femenino es más baja en España (un 52,5 % frente a un 59, 9 % en Francia, un 64, 7 % en el
Reino Unido y un 73, 1 % en Dinamarca). Aunque la porción de mujeres en empleos de nivel medio-alto es
mayor en los otros tres países, no solo en España las mujeres ocupan puestos de nivel más bajo que los
hombres; algo que se debe a las pautas históricas de menor nivel educativo, cualificación y estabilidad
profesional de las mujeres, y que cabe esperar que vayan desapareciendo Hay todavía pocas mujeres entre
los directivos y profesionales de nivel alto. He aquí el efecto del llamado «techo de cristal», que impide que
las mujeres promocionen a los puestos más altos de la jerarquía ocupacional con la misma facilidad que los
hombres.
Es interesante que el país más igualitario a este respecto sea el Reino Unido y no Dinamarca, donde la clase
más numerosa corresponde a las ocupaciones intermedias. Se refleja aquí la expansión del Estado de
bienestar danés, que ha creado muchos puestos de trabajo de carácter administrativo ocupados sobre todo
por mujeres. Todos los países nórdicos han apostado fuertemente por el empleo femenino, tanto por el lado
de la demanda corno de la oferta.
Hay un porcentaje alto de españolas que trabaja como autónomas o pequeñas propietarias. Con algo más de
un 20%, la proporción de trabajadoras en los servicios y el comercio de nivel bajo es muy parecida en
España y Francia. Es más alta en el Reino Unido, la clase más numerosa entre las mujeres, y en Dinamarca.
Existen ya muy pocas trabajadoras manuales cualificadas en cualquiera de los cuatro países. El peso de los
trabajos no cualificados sigue siendo muy relevante, especialmente en España.
En resumen, España tiene una estructura social con mucho más peso de los trabajadores no cualificados y
del trabajo autó-nomo. En cambio, hay pocos directivos y profesionales. Las diferencias de género se notan
más en la tasa de empleo que en la estructura de clases de la población ocupada.
5.3. Desindustrialización y cambio de la estructura de clases: ¿mejora o polarización?
Dado el declive que sufre el sector secundario (industrial) desde los años setenta, han perdido protagonismo
los trabajos manuales al darse el paso a una economía de servicios. Asimismo, han cobrado más importancia
los empleos de nivel alto y medio-alto, es de-cir, los de los directivos y profesionales. Sin embargo, en
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cuanto a la oferta de mano de obra, cabría esperar una mejora del perfil ocupacional de las economías
posindustriales, puesto que la expansión educativa mejoró el nivel de formación de la población. Al mismo
tiempo, el cambio tecnológico y la informatización han mermado la demanda de personal administrativo, ya
que muchas tareas pueden ser llevadas a cabo más efectivamente por máquinas y ordenadores. En cambio,
muchos trabajos que no requieren más que un nivel de formación básico, no son fácilmente sustituibles. Las
dos hipótesis implican consecuencias muy diferentes para la evolución de las clases medias y la clase
trabajadora tradicional.
Para comprobar empíricamente qué patrón ha seguido el cambio estructural en Europa empecemos con los
hombres, e inspeccionemos la diferencia en cada clase entre 1995 y 2009, en los cuatro países.
Como muestra la Figura 3.6, la clase que más peso ha perdido entre los españoles son los autónomos y
pequeños propietarios. Esta tendencia está muy ligada al declive de la agricultura. La desaparición de la
clase de obreros cualificados ha sido más pronunciada en Francia y, sobre todo, en Dinamarca. En España,
la clase de trabajadores no cualificados se ha man-tenido constante. En el Reino Unido ha aumentado.
La clase que más ha crecido en tamaño en España es la de los directivos y profesionales de nivel bajo (3,6
puntos), seguida de la de los directivos y profesionales de nivel alto (3,2 puntos). También las ocupaciones
intermedias y los trabajadores de servicios y comercio de nivel bajo. Un leve aumento de las ocupaciones
intermedias también se observa de forma similar en los otros tres países. El país donde los trabajadores de
servicios y comercio de nivel bajo ha aumentado más es Dinamarca.
La tendencia predominante entre los hombres es la de una mejora (up-grading) general de la estructura de
clases, con un crecimiento de los directivos y profesionales a costa de los trabajadores no cualificados y
manuales cualificados. En contraste con lo que sostiene la hi-pótesis del cambio tecnológico, las
ocupaciones intermedias no parecen haber perdido terreno.
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De acuerdo con la Figura 3.7, en España las variaciones en el tamaño de las clases siguen la misma
dirección que entre los hombres, pero son algo más pronunciadas. Han crecido más las ocupaciones
intermedias y sobre las trabajadoras en servicios y comercio de nivel bajo. En Francia han disminuido las
ocupaciones intermedias, mientras la proporción de directivas y profesionales de nivel bajo ha aumentado.
En Dinamarca han cobrado más peso todos los empleos de nivel medio y alto. En el Reino Unido ha habido
una sustitución de los puestos de trabajo no cualificados por los trabajos de servicios y comercio de nivel
bajo.
En resumen, entre las mujeres también ha tenido lugar una apreciable mejora del perfil ocupacional. Ha
crecido el número de directivas y profesionales. Las ocupaciones intermedias, de carácter administrativo,
han aumentado en España y Dinamarca, pero disminuido en Francia y el Reino Unido. En España y el Reino
Unido se observa un crecimiento considerable de las trabajadoras de servicios y comercio de nivel bajo.
Todos estos cambios se han producido en contextos político-institucionales bien distintos. De particular
importancia es el papel de las políticas públicas que configuran los Estados contemporáneos de bienestar,
aunque las estructuras de clases de los países analizados hayan experimentado cambios algo parecidos,
también ha habido procesos divergentes. En definitiva, las tendencias empíricas están muy lejos de decir que
las sociedades europeas se van volviendo idénticas en cuanto a su estructura social.
6. Resumen
Hemos empezado este capítulo exponiendo algunos de los rasgos más sobresalientes de las sociedades
posindustriales y el subsiguiente debate sobre la posible muerte de las clases en estas sociedades.
Basándonos en la literatura reciente que han producido los estudiosos contemporáneos de la estratificación
social, nuestra conclusión ha sido que seguimos viviendo en sociedades de clases y que, por tanto, el
concepto de clase sigue teniendo utilidad analítica para comprender las diferencias en las oportunidades
vitales que existen en las sociedades avanzadas. Otra de las conclusiones más claras de esta literatura es que
carece de sentido usar con provecho viejas definiciones y esquemas de clase. Para que sean verdaderamente
útiles, definiciones, esquemas y mapas se han de adaptar a una realidad que, como la de las sociedades
actuales, cambia muy deprisa.
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En este sentido, hemos recapitulado distintas definiciones actuales de las clases so-ciales. Mientras la
sociología moderna ha abandonado en gran medida tanto la teoría del valor trabajo de Karl Marx como su
determinismo histórico, el concepto de clase social, que su obra convirtió en una referencia para todo el
mundo, se ha mantenido como una pieza clave de la teoría de la desigualdad y la estratificación social. Sin
embar-go, no lo ha hecho sin experimentar modificaciones considerables. En muchos aspectos importantes,
la sociología de la estratificación actual se sigue apoyando mucho en la obra de Max Weber, quién llevó al
cabo una importante modernización del concepto de clase en su día. No obstante, no podemos entender
adecuadamente la nueva estructura de la desigualdad de las sociedades posindustriales únicamente
utilizando los criterios de estratificación que hemos heredado de la sociología clásica de la estratificación,
por-que hasta cierto punto estas teorías inevitablemente son deudoras del orden social que las vio nacer hace
ya más de un siglo. Por esto, para los análisis empíricos presentados a lo largo del capítulo hemos utilizado
la Clasificación Socio-económica Europea (ESeC), un esquema de clases contemporáneo que se inscribe en
la tradición neoweberiana.
Todos esos esfuerzos teóricos son imprescindibles para entender con rigor la realidad de la desigualdad y la
estratificación social en las sociedades actuales. Para ofrecer una prueba de la utilidad de esas teorías y
esquemas, hemos analizado a continuación desde un punto de vista empírico la estructura de clases de
España y los cambios que ha experimentado en los últimos años. Para el período 1995-2010, la
transformación de la estructura de clases en España se puede descomponer en los siguientes aspectos
principales. Por una parte, se ha producido l) un crecimiento de los profesionales, tanto de nivel alto como
bajo y 2) un aumento de los trabajadores del comercio y otros servicios de nivel bajo. También 3) han
aumentado por encima del promedio general las ocupaciones intermedias y 4) los trabajadores no
cualificados han crecido como el conjunto de los ocupados, pero lo han hecho gracias sobre todo al empleo
femenino. Por otra parte, frente a estas clases que en mayor o menor mecida han aumentado de tamaño. 51
el crecimiento de los trabajadores cualificados ha sido muy escaso y claramente inferior al promedio, lo que
ha hecho que terminen perdiendo peso en la estructura. Finalmente, hay que constatar 6) el esperable e
intenso declive de los pequeños propietarios y trabajadores autónomos.
Nuestro propósito en la última parte del capítulo ha sido el de comprobar en qué nos parecemos a otros
modelos europeos occidentales y en qué nos diferenciamos de ellos. Para clasificar los países actuales con
criterios socioeconómicos amplios se suele acudir a los tipos de Estado de bienestar que representan o de los
que son ejemplos. Por lo general, en el área europea tiende a hablarse de los modelos o regímenes de
bienes-tar nórdico, anglosajón y continental. Dentro de este último tipo se distingue a veces la existencia de
un modelo mediterráneo con características propias que agruparía a los países del sur de Europa como Italia
o España. El examen comparado de las peculiaridades del caso español nos ha permitido constatar que
efectivamente se ajusta, hasta cierto punto, al régimen fragmentado de bienestar. En síntesis, se puede decir
que la estructura de clases en España se caracteriza por ofrecer menos puestos de trabajo de un nivel alto y
por una clase trabajadora más numerosa. Otro rasgo típico del caso español es que, en comparación con
otros países, sigue habiendo muchos trabajadores autó-nomos y pequeños empresarios, aunque en España
haya habido una fuerte tendencia hacia un decremento de la pequeña burguesía. En general, tanto en España
como en los otros tres países se ha producido una mejora del perfil ocupacional, aunque estamos lejos de
observar una convergencia de las estructuras de clases en los diferentes países europeos, que siguen
exhibiendo rasgos específicos de acuerdo con el respectivo mode-lo de capitalismo y Estado de bienestar
que predomina en cada país.
7. Términos importantes
Regímenes de bienestar Tipología de modelos macro-sociales que definen el tipo de po-líticas sociales y la
relación entre Estado, mercado laboral y familia que domina en una sociedad. Se utiliza frecuentemente
como herramienta heurística en los estudios sociales comparativos.
Relación de servicio Relación de empleo que consiste en el intercambio difuso de un servicio a cambio de
un sueldo. La relación de servicio es habitual en los estratos ele-vados de la estructura ocupacional, donde la
especificidad de las cualificaciones que se requieren para desempeñar un trabajo es alta y donde resulta
difícil para el empleador controlar el rendimiento del empleado. Este tipo de relación laboral suele implicar
una relación a largo plazo y claras perspectivas de promoción profesional.
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Relación laboral de contrato Relación de empleo que consiste en el intercambio directo de fuerza de
trabajo por un salario. El contrato laboral es característico de las posiciones bajas de la estructura
ocupacional, donde el trabajo no requiere una formación espe-cífica y donde resulta fácil para el empleador
supervisar el desempeño del trabajador. Esta relación laboral no implica una perspectiva a largo plazo ni
buenas perspectivas de progresión en la carrera profesional.
Sociedades posindustriales Las sociedades más avanzadas, con economías que se basan menos en la
producción industrial que en las industrias y servicios basados en el conocimiento. En las sociedades
posindustriales ha perdido importancia la producción fordista de productos en masa, mientras juegan un
papel clave la ciencia, la innova-ción y los conocimientos.
Desde el punto de vista de la literatura económica sobre la desigualdad, para hablar de que un recurso
económico está desigualmente repartido debemos aseguramos de que estamos ante unidades de análisis
comparables; de lo contrario, nos estamos refiriendo simplemente a cómo de disperso se halla distribuido.
Las diferencias de renta no implican de manera necesaria que estén funcionando sistemas de reparto
injustos. Una diferencia entre dos personas tomadas al azar puede deberse a su edad (momentos distintos del
ciclo vital) o a sus preferencias por el trabajo frente al ocio, en cuyo caso deberíamos hablar simplemente de
diferencias en la distribución de los recursos, no de desigualdad.
Conviene aclarar conceptos básicos relacionados con el tipo de recurso económico al que nos estamos
refiriendo al analizar la desigualdad económica. Definimos la renta como el flujo de dinero que se recibe en
una unidad de tiempo y que incluye los salarios y otros pagos a cambio del trabajo, así como los
rendimientos dinerarios de inversiones como cuentas bancarias, acciones y propiedades. Algunos pueden
obtener bienes de capital como consecuencia de herencias, donaciones u otras transferencias privadas. Casi
todos, en algún momento, reciben asimismo algún tipo de transferencia por parte del Estado (una beca, una
pensión, etc.). Estas cuatro fuentes -sueldos y salarios, renta procedente de la inversión, transferencias
recibidas del Estado y rentas de capital- forman la renta personal: «la cantidad que una persona podría
haber gastado manteniendo intacto el valor de su riqueza».
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Si nos referimos a la cantidad percibida antes de las transferencias privadas y del Estado, estaríamos
hablando de la renta de mercado: rendimientos que se obtienen exclusivamente en los mercados (de
trabajo, de capital).
Cuando a la renta personal se le deducen los impuestos y cotizaciones sociales tendríamos la renta
disponible, que el individuo puede destinar al ahorro, al consumo o a la inversión.
La renta que los individuos ahorran pasa a formar parte de su riqueza. Mientras la renta se debe entender
como un flujo de recursos monetarios obtenidos durante un período de tiempo (habitualmente un año), la
riqueza hace referencia al stock (cúmulo) de recursos de los que se dispone en un momento del tiempo. Una
mayor riqueza permite realizar inversiones que redunden en intereses (renta), y una mayor renta da lugar a
mayores niveles de ahorro y a más riqueza.
La escasez de datos ha hecho que el estudio de la desigualdad de la riqueza -su cuantificación a lo largo del
tiempo y la explicación de sus causas- sea un fenómeno menos estudiado que la desigualdad de la renta.
A partir de varias fuentes llegamos a la renta de mercado, a la ren-ta personal y a la renta disponible de los
individuos en un determinado año.
Los ingresos (habitualmente anuales) parecen un buen indicador del potencial económico de los hogares,
pero no incluyen patrimonio, activos, etc., que afectan al nivel de vida de los hogares. Además, suelen estar
sujetos a fluctuaciones temporales (caso de un hogar que dispone de ahorro o acceso al crédito en un
momento puntual de disminución de sus ingresos hasta recuperar sus niveles). Se suele considerar que la
variable gasto es más estable pues, al no estar tan condicionada por fluctuaciones, representaría un mejor
indicador de la situación económica permanente. Como desventaja del gasto, existe cierta inercia en las
decisiones de consumo de los hogares, no siempre relacionadas con los recursos del hogar. Los dos tipos de
variables, gasto e ingreso, pueden además no estar correctamente reflejadas en las encuestas que se utilizan
para calcular las medidas de desigualdad.
Una complicación adicional se encuentra en el período de tiempo que se tiene en cuenta para analizar los
recursos económicos y para medir la desigualdad. Lo más habitual es medir la desigualdad utilizando los
ingresos gastos) de un solo momento del tiempo, normalmente un año, llamado período corriente. Esta
decisión plantea problemas. Los ingresos de todos experimentan cambios a lo largo del ciclo vital, y
medirlos en un único momento puede infraestimar o sobreestimar su potencial económico. Los ingresos de
un trabajador típico suelen ser nulos o escasos en la juventud, tienen su máximo en una fase de madurez
laboral, para ir cayendo progresivamente hasta la edad de la retirada del mercado laboral. Si bien existe
variabilidad en la forma que la curva adquiere para distintos perfiles de individuos. La duración del período
formativo hace que el momento de incorporación al mercado laboral varíe, el tipo de cualificación obtenida
influye en el nivel de ingresos de partida, así como en el máximo nivel de ingresos obtenido. También
existen variaciones en la edad de la salida del mercado laboral.
La renta permanente se refiere a los ingresos percibidos por una persona a lo largo de su ciclo vital
completo una vez que se descuentan las fluctuaciones puntuales que se pueden producir como consecuencia
de acontecimientos vitales o laborales (formación, jubilación) o imprevistos (enfermedad, discapacidad,
desempleo). Las decisiones de consumo de los individuos tienen más que ver con su renta permanente que
con la renta anual. El economista y estadístico Friedman elaboró en los años cincuenta la hipótesis de los
ingresos permanentes para explicar los efectos de los cambios en los componentes transitorio y permanente
de la renta sobre las decisiones de consumo de los individuos. La utilización de los ingresos permanentes
permite obtener un indicador más fiable, menos sujeto a fluctuaciones a corto plazo, del potencial
económico de los individuos. La distribución resultante tiende a ser más igualitaria. Como contrapartida, el
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uso de la renta permanente es mucho más exigente en términos de los datos y de los métodos que se
requieren en el análisis.
Es conveniente justificar la elección de la unidad de análisis cuya renta analizaremos. Tomar al individuo
como unidad supone enfrentarse a casos que no disponen de una renta propia (los niños y los adultos que no
trabajan). Estas personas pueden disponer de parte de los recursos económicos aportados por otros
miembros del hogar (sus padres, madres, parejas, etc.) y, por lo tanto, su renta real es una fracción de la
renta de su unidad familiar o del hogar. Sin embargo, incluso si este cálculo se pudiera obtener, existen otras
razones por las que cobra sentido recurrir a una unidad de análisis distinta al individuo.
Se utiliza el llamado ingreso equivalente o ingreso por unidad de consumo. Estas unidades de consumo de
un hogar se calculan asignando diferente peso a cada miembro a través de las escalas de equivalencia. Las
escalas más usadas en las estadísticas oficiales son la escala OCDE (escala de Oxford) y la escala OCDE
modificada. Se otorga un peso de 1 al primer miembro adulto del hogar, 0,7 o 0,5 respectivamente, a cada
uno de los adultos restantes y 0,5 o 0,3 respectivamente a cada menor de 14 años. Para calcular el ingreso
individual (por unidad de consumo) habría que dividir los ingresos totales del hogar entre el tamaño
equivalente resultante de aplicar la escala deseada. La distribución del ingreso equivalente suele ser menos
dispersa que la distribución de los ingresos per cápita y, sobre todo, de los ingresos puramente individuales.
*Ejemplo: Consideremos un hogar compuesto por dos adultos y dos niños. La renta total mensual de ese
hogar es de 1.600 euros. Si consideráramos que esos cuatro miembros del hogar «pesan» lo mismo, es decir,
contribu-yen de forma idéntica al nivel de vida del conjunto, entonces nos interesaría expresar esa renta
familiar en renta per cápita. Para ello solamente tendríamos que dividir 1.600 entre 4 (miembros del hogar).
El resultado es que la renta per cápita de ese hogar es de 400 euros. Si quisiéramos usar una escala de
equivalencia para hacer un ajuste usando el tamaño equivalente (en lugar de solamente el tamaño), el
procedimiento sería el siguiente. Tomemos la escala OCDE modificada, que asigna un peso de 1 al primer
adulto, 0,5 a cada adulto adicional del hogar y 0,3 a cada niño. Debemos dividir la renta total de ese hogar
(1.600 euros) entre su tamaño equivalente (1 + 0,5 + 0,3 + 0,3). 1.600 entre 2,1 es igual a 761,9 euros de
renta equivalente. La renta equivalente de este hogar es superior a la renta per cápita sin ajustar y, por lo
tanto, su posición en la distribución será más alta.
Existe una enorme variedad de medidas, cada una con características y propiedades particulares, que se usan
en la literatura empírica. Hay medidas que resumen una distribución completa (los datos de las rentas de
todos los individuos que la componen) en una sola cifra, mientras que otras explotan informa-ción sobre la
forma de la distribución. La selección depende de las necesidades de la investigación, aunque lo más
habitual es combinar ambos tipos.
En una ilustración, el economista Jan Pen ideó en 1971 el conocido desfile de Pen para representar las
diferencias de renta en una distribución. Imaginemos un desfile durante una hora. Por orden de menor a
mayor estatura (renta), aparecerán las personas con renta negativa, después los pensionistas, los trabajadores
con salarios bajos, y así sucesivamente. Las estaturas solamente comienzan a aumentar a un ritmo rápido a
partir del minuto 54, en los seis últimos minutos de desfile. Incluso en los últimos segundos hay grandes
diferencias en la estatura de los individuos. Esta ilustración grosso modo describe la distribución de la renta
de la mayoría de las sociedades avanzadas.
El punto de partida más habitual para describir una distribución suele ser la curva de Lorenz: técnica para
representar gráficamente las cantidades acumuladas de un recurso en manos de distintas proporciones
acumuladas de la población.
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Esta forma de representación gráfica permite comparar distribuciones de una manera muy intuitiva. Una
distribución es más o menos desigual que otra en caso de que las curvas no se crucen, es decir, siempre que
todos los valores de una de las curvas se encuentren por encima (o por debajo) de los valores de la otra. Es
posible comparar distribuciones del mismo país en distintos períodos, de distintos países en un momento del
tiempo, de distintos grupos dentro de un país, de distintos recursos, etc.
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Otra medida de la desigualdad que permite describir la forma de la distribución que se está analizando es la
comparación de la renta (u otro recurso) que está en manos de distintos puntos de la distribución, por
ejemplo en grupos que dividen la muestra en partes iguales. Si tenemos una distribución ordenada de menor
a mayor, como en el eje horizontal de la Figura 4.1, llamamos cuantil de orden p, estando p entre 0 y 1, al
valor de la variable que deja por debajo de sí una proporción p de los casos. El cuantil 0,5, que coincide con
la mediana de la distribución, deja por debajo al 50 % de los casos. En la práctica hablamos de cuartiles
cuando dividimos la muestra en cuatro partes (0,25; 0,5; 0,75; 1; o bien 25%, 50%, 75% y 100%), de
quintiles cuando la dividimos en cinco (0,2; 0,4; 0,6; 0,8; 1), de deciles cuando se divide en diez grupos (0,1;
0,2;...; 0,9; 1) y de percentiles cuando se divide en 100 (0,01; 0,02; ... ; 0,98; 0,99; 1). Cuanto mayor la razón
entre estos cuantiles, mayor también la desigualdad. Las comparaciones más frecuentemente utilizadas son
P90/P50, P50/Pl0, P90/Pl0 o P80/P20. Se entiende que estas razones de percentiles ofrecen información
sobre la parte alta de la distribución, la parte baja y los extremos, respectivamente.
Pasemos a describir las medidas sintéticas o medidas resumen. Una forma sencilla de medir el grado de
dispersión de una distribución es calculando su varianza o la raíz cuadrada de esta, es decir, la desviación
típica. Estas medidas, no obstante, son sensibles a la escala en la que viene expresado el valor. Si todos los
ingresos de una distribución se incrementan de manera proporcional, es deseable que el nivel de desigualdad
resultante en ambas distribuciones sea el mismo. Las medidas que no satisfacen esta propiedad estarían
ofreciendo resultados distintos ante dos distribuciones con iguales distancias. Dos posibles transformaciones
simples de la varianza consiguen satisfacer esta propiedad: la primera es el coeficiente de variación (CV), la
desviación típica de la distribución dividida entre su media; la segunda es calcular la varianza del logaritmo
de los ingresos.
De entre estas medidas sintéticas, tal vez la más utilizada en desigualdad económica sea el índice de Gini
(también conocido como coeficiente de Gini). Desarrollada por Gini (1884-1965), para calcularla se
compara la renta de cada individuo de la distribución con la de cada una de las demás rentas, y la suma total
se divide entre el tamaño de la distribución y la renta media total. La medida resultante se encuentra acotada
entre los valores 0 y 1. El valor 0 corresponde a una distribución perfectamente igualitaria, mientras el valor
1 describe una distribución completamente desigual. Para los valores intermedios, un índice más alto indica
un mayor grado de desigualdad. La principal virtud de las medidas sintéticas y del índice de Gini es que
permiten realizar comparaciones entre niveles de desigualdad de una forma inmediata.
Existen otras medidas sintéticas, como las de la familia de la entropía generalizada y las de la familia de
Atkinson. En el primer grupo destaca el índice de Theil, que permite realizar descomposiciones de la
desigualdad total por subgrupos de la población (entre distintos niveles de cualificación, entre grupos de
edad, etc.), o por fuentes de renta (salarios, rentas de capital, etc.). En el segundo, la medida incorpora un
parámetro que varía en función de la relevancia que la sociedad otorga a la desigualdad y al grado de
redistribución.
1) En primer lugar podemos referirnos a la desigualdad en los países, es decir, la desigualdad de un recurso
(la renta) en el país A. La unidad de análisis son los individuos, hogares o familias de un país, es decir,
necesitamos información sobre las rentas de todos los individuos del país A y obtendríamos conclusiones.
2) En segundo lugar podemos hacer referencia a la desigualdad entre países, es decir, a la desigualdad de un
recurso en el mundo, siendo la unidad de análisis los países. La información requerida es la renta total o
renta per cápita de cada país del mundo.
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La mayor parte de las contribuciones que existen sobre desigualdad económica son del primer y del segundo
tipo. El principal motivo es la disponibilidad de datos de calidad. En el primer caso, el análisis empírico
sigue planteando problemas de fiabilidad, ya que estos se basan en encuestas a hogares, no en información
fiscal o censal, y de comparabilidad entre países, en la medida en que estas encuestas se diseñan con
objetivos distintos y solo se realiza una homogeneización post hoc.
En la Figura 4.2 se presentan, ordenadas de más rica a más pobre según datos del Banco Mundial relativos a
2009, algunas naciones contemporáneas.
En términos generales, las grandes áreas geográficas del mundo se pueden ordenar, de mayor a menor nivel
de desigualdad de los recursos econó-micos de su población de la siguiente manera. Latinoamérica, África,
son las zonas más desiguales, seguidas de Asia y los países ricos de Norteamérica, Europa occidental y los
antiguos países comunistas de Europa. Nos referimos a las grandes; cada una contiene países con niveles
altos o bajos de desigualdad en relación con la zona a la que pertenece. Rusia o los Estados Unidos destacan
en sus zonas por su elevado grado de desigualdad.
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Probablemente la descripción más recurrente de las transformaciones a largo plazo de la desigualdad de los
ingresos sea la célebre curva de Kuznets. El economista, a la vista de las pautas históricas que había
detectado para los países desarrollados de la época, desarrolló una explicación de la relación entre
crecimiento y desigualdad económica basada en los cambios en el peso de los distintos sectores de la
economía. A medida que un país se industrializa la desigualdad de la renta aumenta para disminuir de nuevo
al alcanzarse un umbral de ingresos per cápita y desarrollarse el Estado de bienestar. La desigualdad es baja
cuando la mayor parte de la fuerza de trabajo está en el sector primario, aumenta a medida que la
industrialización gana peso y decrece de nuevo después de un punto crítico de desarrollo. A la
representación gráfica, con forma de U invertida, se le denomina la curva de Kuznets. Aunque las curvas
«reales» no siguen en todos los casos la pauta descrita, se trata de un instrumento analítico muy potente.
A la vista de la variación entre países, desde hace unos años existe consenso sobre la complejidad de los
cambios en la desigualdad económica. Independientemente del ajuste entre los hechos empíricos y las
propuestas teóricas, las explicaciones estilizadas se consideran cada vez más insuficientes en la medida en
que existen otros factores que operan simultáneamente. Se ha demostrado, por ejemplo, que la dispersión en
las rentas de los hombres explica una proporción elevada del cambio en la desigualdad total. Las
explica-ciones de la dispersión salarial a su vez son fruto de un número elevado de factores. Los factores por
el lado de la oferta incluyen el cambio demográfico -el envejecimiento de la población, el acceso al mercado
laboral de las cohortes del baby boom y de los trabajadores inmigrantes-, el aumento de los niveles de
cualificación de la población y la creciente participación laboral de las mujeres. Por el lado de la demanda,
factores como el signo del ciclo económico, los procesos de desindustrialización y el crecimiento del sector
de los servicios, los procesos globalizadores, o los cambios tecnológicos. Otros factores de tipo institucional
también explican las diferencias internacionales en los resultados que se generan en el mercado: la
existencia y tipo de instituciones de negociación salarial, del salario mínimo o el grado de flexibilidad y
desregulación del mercado de trabajo son factores que acentúan o mitigan las diferencias en las rentas de
mercado.
Estas explicaciones se han concentrado en procesos que empeoran la posición relativa de los individuos en
la parte más baja de la distribución de los ingresos.
Si el análisis de los niveles de desigualdad de las rentas de mercado precisa recurrir a explicaciones
complejas, en el caso de los ingresos totales disponibles en el hogar el número de factores se multiplica y
aumenta la complejidad de sus relaciones, al tener que incorporar fuentes adicionales de ingresos y
miembros adicionales en la unidad de análisis. La literatura se ha fijado en este caso en dos grandes factores
para explicar los cambios en el nivel de desigualdad de un país. Por una parte, los cambios en las
características de los hogares en su estructura y su participación laboral incluyen el aumento de los hogares
con un único adulto y de aquellos formados por pensionistas, la creciente participación laboral de las
mujeres, tanto emparejadas como no, y la propensión de las parejas, a ser similares en características como
el nivel educativo. Por otra parte, a los factores institucionales mencionados, al referirnos a la desigualdad
salarial, se añade la capacidad redistributiva del sistema fiscal y la generosidad y grado de universalidad de
las políticas sociales. Han intentado cuantificar la importancia de estos factores para explicar la variación
internacional en los niveles y pautas de desigualdad total de los ingresos del hogar. Los resultados de
Gustafsson y Johansson apoyan que ningún factor por sí mismo es capaz de dar cuenta del fenómeno.
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Mientras que el debilitamiento del sector industrial y el aumento de la globalización tienen un efecto
desigualador, los factores macroeconómicos y demográficos no tenían ningún efecto significativo. Los
factores institucionales como un sector público fuerte o la densidad sindical hacían que la desigualdad se
redujera.
Conviene distinguir dos puntos de vista desde los que cabe analizar la igualdad o desigualdad. Desde la
perspectiva de la igualdad de oportunidades, lo relevante es garantizar que todos los individuos tengan las
mismas oportunidades al comienzo de sus vidas, independientemente de factores como el origen étnico, el
sexo o la clase social de los padres. Un acceso igualitario a la educación garantiza que, a igualdad de
capacidad y esfuerzo, las personas tendrán acceso a los niveles no obligatorios de enseñanza. Desde la
perspectiva de la igualdad de resultados, lo que importa es intervenir en la distribución final de las
recompensas. Existen factores -desde la discriminación hasta el cierre social- que impiden este
funcionamiento meritocrático. Por otra parte, incluso si el reparto de recompensas dependiera
exclusivamente de factores relacionados con el logro, algunos individuos no conseguirían cubrir sus
necesidades mínimas. La principal forma de actuación sobre la desigualdad de resultados con las que
cuentan los Estados en las sociedades desarrolladas son sus políticas. Existe redistribución (progresiva)
cuando la distribución de un recurso se encuentra menos concentrada (repartida de una forma más
igualitaria) después de la intervención estatal que en la distribución original. Un sistema fiscal progresivo es
aquel en el que los tramos más ricos de la distribución aportan una mayor proporción de sus recursos que los
tramos más pobres. Un sistema fiscal regresivo es aquel en el que son los tramos más pobres los que
contribuyen con una proporción mayor de sus recursos que los tramos más ricos.
El Estado recauda impuestos y provee a cambio bienes y servicios (la educación, las infraestructuras, la
seguridad, la defensa y la sanidad), al margen de transferencias directas monetarias en concepto de
pensiones, becas, etc. El grado de redistribución logrado por las transferencias directas se puede. Aunque
existen sociedades muy poco redistributivas, en términos generales el nivel de desigualdad es menor después
de la intervención estatal.
La Tabla 4.2 muestra, para una selección de países desarrollados, el índice de Gini para reflejar el nivel de
desigualdad en dos indicadores, las rentas de mercado y las rentas disponibles. Se aprecia que la desigualdad
que genera el mercado presenta una notable variabilidad entre países: es más baja en Taiwán o en los Países
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Bajos y elevada en los países anglosajones, por su flexibilidad laboral y la relativa debilidad de las
instituciones laborales, pero también de un país como Suecia que tradicionalmente se considera igualitario.
La desigualdad en la renta disponible se encuentra mucho menos dispersa. La última columna resume el
grado de redistribución: la diferencia entre el Gini de mercado y el Gini final como porcentaje del primero.
Los impuestos y transferencias logran reducir las diferencias iniciales en mayor medida en las sociedades
nórdicas y en menor medida en los países liberales.
La medición de la redistribución es más compleja de lo que hemos mostrado. Se puede distinguir entre
distintos resultados distributivos: la reducción de la desigualdad o la reducción del riesgo de pobreza de los
ciudadanos. Asimismo, se debe diferenciar entre distintas fuentes de redistribución: la recaudación de
impuestos, los programas destinados a grupos concretos de ciudadanos como los subsidios de desempleo o
las pensiones, y los programas universales de bienestar como la educación o sanidad públicas. Mientras
resulta claro detectar a los beneficiarios de los programas orientados a colectivos definidos (llamados
targeted) como las pensiones, es más complicado determinar los beneficiarios netos de los servicios
universales que ofrece el Estado. El análisis de la redistribución también se ha desarrollado en torno a la
influencia de instituciones del mercado laboral y del Estado de bienestar o de las distintas preferencias por la
redistribución que diferentes colectivos de ciudadanos muestran.
Desde 1850, la economía española, en términos generales, no dejó de crecer hasta el año 2008; tanto si
analizamos la evolución del Producto Interior Bruto (PIB), como si se expresa por individuo para controlar
por los cambios demográficos, en cuyo caso ha aumentado en un siglo y medio a razón de casi dos puntos
porcentuales al año. En términos agregados la actividad económica global en España se multiplicó casi por
cuarenta, mientras que el ingreso y el consumo privado per cápita lo hicieron por un factor de quince y doce
respectivamente. Es, desde los años cincuenta, cuando se produce la convergencia de la economía española
con los países desarrollados de su entorno. La fase de crecimiento más intenso se produjo entre los años
1950 y 1974, cuando el PIE anual aumentó, en media, por encima del 6%. En períodos más breves, los
incrementos más importantes tuvieron lugar en los años posteriores al Plan de Estabilización de 1959. Entre
mediados de los setenta y mediados de los ochenta el ritmo de crecimiento experimentó una desaceleración.
La economía española se enfrentó a altas tasas de inflación y niveles de desempleo desconocidos en ese
momento. La apertura económica definitiva viene por la entrada de España a la Comunidad Europea (hoy
Unión Europea) en 1986.
Según la Encuesta de Condiciones de Vida elaborada por el INE, la renta media anual neta de España
aumentó en la última década, tanto por hogar, por individuo o por unidad de consumo, para pasar a reducirse
desde entonces. Esta tendencia tiende a mantenerse en las comunidades autónomas que presentan enormes
diferencias en sus niveles de vida medios, destacando en la parte alta de la distribución el País Vasco,
Navarra y Madrid y en la parte más baja Extremadura y Andalucía.
Las desigualdades de la renta entre comunidades eran marcadas a principios de los setenta y no se percibía
una asociación con el nivel de vida medio: no había una relación clara entre la renta media y el grado de
desigualdad de una zona. Treinta años más tarde, las desigualdades se habían reducido aunque en distintas
proporciones, con el resultado final de una convergencia que no presenta tampoco pautas que permitan
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establecer asociaciones con la calidad de vida media, el tamaño poblacio-nal o el tipo de sectores
económicos dominantes.
En el estudio de la pobreza, la Figura 4.3 presenta la correlación entre los ingresos medios anuales y el
riesgo de pobreza en las distintas comunidades y ciudades autónomas de España. En el eje horizontal están
los ingresos netos anuales por persona en el año 2010 (en miles de euros). En el eje vertical, el riesgo de
pobreza en el año 2011. Cada punto en el gráfico corresponde a una comunidad o ciudad autónoma. La
correlación entre ambas variables es evidentemente negativa: cuanto mayores sean los ingresos individuales
en una comunidad autónoma, menor será el riesgo de pobreza que presenta.
Branko Milanovic, jefe de investigaciones sobre desa-rrollo del Banco Mundial y experto en desigualdad
económica, explica las diferencias entre estos tres tipos de desigualdad. Apoyándonos en su exposición, a la
desigualdad entre países y entre individuos del mundo dedicamos los dos siguientes apartados.
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1) En primer lugar, los países no se han mantenido constantes (ni en número ni en límites geográficos) a lo
largo de la historia. A medida que aumenta el número de unidades (países), mayor será la desigualdad.
2) En segundo lugar, el indicador de riqueza de un país más utilizado es el Producto Interior Bruto (PIB) per
cápita, pero carecemos de este dato para el pasado y/o para algunos países. Al existir monedas distintas en
cada zona sujetas a tipos de cambio, estas no son un fiel reflejo del nivel de riqueza de los países. Existe
además el problema de la inflación de precios. ¿Es posible entonces comparar el PIB per cápita de países y
momentos históricos diferentes? Lo es si se utiliza una medida, la Paridad del Poder Adquisitivo (PPA), que
incorpore las diferencias en los niveles de precios de una cesta de productos de los países en el presente y
que descuente los niveles de crecimiento del pasado para determinar el valor del PIB retrospectivo.
3) En tercer lugar, podemos asignar a todos los países el mismo peso en el cálculo de la desigualdad o uno
distinto en función del tamaño de su población. Esta decisión condiciona la tendencia de la desigualdad.
En todas las épocas han existido países más ricos que otros, pero es con la revolución industrial iniciada por
Inglaterra a finales del siglo XVIII cuando las diferencias de riqueza entre las naciones industrializadas y el
resto se vuelven evidentes. Si durante el siglo XIX unos pocos países de Europa y el norte de América
alcanzaron altos niveles medios de vida, en el siglo XX se extendió a los países pobres de Europa occidental
(España) y al sudeste asiático. En este contexto, las desigualdades entre países tendieron a aumentar.
La Figura 4.4 presenta la evolución del nivel de vida, medido a través del PIE per cápita expresado en PPA,
en distintos países del mundo desde 1980. Los países, correspondientes a distintas áreas geográficas, se
ordenan en tres paneles diferentes según el grupo de ingresos al que pertenecen: a partir de los datos más
recientes disponibles - 2009-, se ha dividido a los países en tres grupos de un tamaño similar. El primero
comprende a los países de ingresos altos, todos por encima de la República Checa en 2010 cuyo PIE per
cápita era de casi 24.000 unidades PPA constantes. En el segundo grupo, países con ingresos medios, iguales
o menores que los de la República Checa e iguales o mayores que los 7.633 de Tailandia en ese mismo año.
En el tercer grupo, países de ingresos bajos, por debajo de esa cantidad, con Malí y Etiopía en la cola, con
un PIE per cápita por debajo de las 1.000 unidades PPA constantes.
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Se pueden extraer varias conclusiones. En todos los países existe una tendencia general creciente,
independientemente del grupo de ingresos o del área geográfica. En el grupo de ingresos altos la trayectoria
es bastante similar. Aun así, los países han tendido a divergir: si en el primer punto en el tiempo, 1980, las
rentas medias estaban concentradas, estas se han ido separando.
El grupo de ingresos medios presenta una tendencia algo más errática: aunque todos han mejorado, los
países experimentan crecimiento y caídas en sus niveles de riqueza sin una única tendencia en las series. Ya
existía una variación en sus ingresos en 1980 y esta se mantiene, si bien con un ordenamiento diferente de
los países de acuerdo con su renta per cápita. En este grupo, el efecto de la gran recesión es solamente
apreciable en algunos como Rusia, Estonia, México o Venezuela.
El último grupo muestra una tendencia interesante. Con la excepción de Ucrania, en todos los países hay una
mejora en el PIE per cápita, crecimiento que, además, no parece afectado por la crisis de los últimos años.
Sin embargo, es llamativa la diferencia entre países como China, que ha experimentado un crecimiento
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espectacular, y otros como Camerún, Senegal, Tanzania, Etiopía o Malí, que han aumentado de manera
tímida.
Según Milanovic (2012), hay cuatro resultados incontestables del análisis. El primero es que las
desigualdades son superiores en la actualidad a las del siglo XIX y la mayor parte del XX.
Hoy en día, la ratio entre los países más ricos y los más pobres ha ascendido hasta más de cien a uno. El
segundo consiste en que la desigualdad entre países es hoy en día tan elevada que la mayor parte de la
desigualdad global; se explica por la nacionalidad de los individuos. El tercero alude a que, si no se tiene en
cuenta el tamaño de los países, la desigualdad no ha dejado de crecer, salvo en el período de entreguerras. Y
el cuarto se refiere a que, si se pondera la renta de los países según su población, el éxito económico de India
y China en los últimos treinta años, al converger con los países más ricos, ha hecho que la desigualdad
global se reduzca en ese período.
Una de las cuestiones más debatidas en la literatura actual es el efecto de la globalización sobre la
convergencia de rentas entre los países del mundo. La globalización puede entenderse como aquella
situación en la que los factores trabajo, capital, comercio, información y tecnología pueden circular sin
restricciones.
La pregunta fundamental sobre la globalización es si es capaz de aumentar las rentas medias de los países
pobres para alcanzar cierta convergencia con los ricos (la teoría económica). Predice que habrá movimientos
de capital de los países ricos a los pobres; los países pobres ofrecen oportunidades de inversión que tendrían
un efecto multiplicador en las economías de los países pobres. Durante el primer gran período globalizador,
en el último cuarto del siglo XIX, hubo un trasvase de capital muy notable desde los países ricos a los
pobres. La segunda ola globalizadora no ha conseguido promover el flujo de capital que la teoría de la
globalización esperaba. Este comportamiento se conoce como la paradoja de Lucas (1990) que, además,
parece haberse intensificado en los años posteriores. Hay dos gran des explicaciones de esta paradoja: por
una parte, la estructura productiva de las economías pobres, con escasez de tecnología y debilidad de
factores de producción, o al diseño institucional de estos países; por otra parte, las llamadas imperfecciones
de los mercados internacionales de capital, especialmente la incertidumbre que aqueja a los rendimien-tos
esperados de la inversión. La teoría también indica que la tecnología desarrollada en los países ricos debería
ser adoptada por los pobres. Las economías ricas han fomentado instituciones de investigación y desarrollo
capaces de innovar a un ritmo no comparable al de los países pobres. Estas innovaciones son fundamentales
para el crecimiento económico de los países, de ahí que la brecha entre países no se reduzca.
¿Cómo es que no existen datos anteriores para calcular la desigualdad global antes de los años ochenta del
siglo xx? La razón es que la obtención de datos adecuados es mucho más exigente. El cálculo de la
desigualdad entre individuos en el mundo requiere encuestas que recojan ingresos y/o gastos de individuos,
familias u hogares representativos del conjunto de la población mundial. Este tipo de encuestas se
empezaron a utilizar hace relativamente poco. En el caso de muchos países menos desarrollados, este tipo de
microdatos no han existido hasta aproximadamente mediados de los años ochenta. De ahí que las series -
fiables- comiencen a finales de los años ochenta.
¿Cómo de desigual es el mundo? La pregunta hace referencia al nivel de desigualdad económica total que
existe entre todos los habitantes del mundo, y parece existir un notable consenso entre los estudiosos. La
mayor parte de las investigaciones durante la década de los noventa coincidieron en estimar esta desigualdad
global entre los valores 0,63 y 0,68 del índice de Gin. Es difícil interpretar la magnitud del coeficiente de
Gini sin tener en cuenta un valor que tomemos como referencia. En este caso, podemos comparar este dato
con los valores Gini en esa misma época para países concretos. La desigualdad de la renta en 1995 era de
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0,28 en Rumanía, de 0,22 en Suecia, de 0,34 en el Reino Unido y de 0,35 en España. En México de 0,47.
Los datos más recientes apuntan a que en 2005 el índice de Gini adoptó un valor de 0,70, un valor
considerablemente superior al de cualquier país.
1) El 10% más rico (el decil superior) poseía el 56 % de la renta global, mientras que el 10% más pobre (el
decil inferior) solamente recibía el 0,7%;
2) la renta media en manos del decil más rico era unas ochenta veces superior a la renta media del decil más
pobre;
3) la comparación entre las rentas de los más ricos y los más pobres produce resultados aún más desiguales
Podemos afirmar, por lo tanto, que la desigualdad global durante el período 1988-2005 fue muy elevada.
Hasta finales del siglo xx los analistas de la desigualdad económica a escala mundial, omo el Banco Mundial
o la ONU, entendían que la desigualdad no había dejado de aumentar. La desigualdad global es el resultado
de la interacción de dos elementos: cómo de iguales o desiguales son las rentas individuales (o de los
hogares) dentro de los países y en qué medida los países se parecen o se diferencian en sus rentas medias. La
desigualdad dentro de un buen número de países ha tendido a aumentar. La renta media de las naciones no
ha tendido a converger porque los países ricos han crecido a mayor ritmo que los países pobres. El resultado
de estas dos tendencias parecería ser un aumento de la desigualdad global: visión que prevaleció hasta la
aparición de algunas investigaciones como las de Firebaugh, quien argumentó que hay un tercer elemento
que ha tenido un efecto igualador: los países pobres que están creciendo a mayor ritmo, la India y China, son
además los más poblados, es decir, acumulan una parte significativa de la población mundial. Aunque estos
dos países aún son pobres, su rápido crecimiento unido al tamaño de sus poblaciones, que hace que «pesen»
más en el cálculo de la desigualdad global, con lo que han contribuido a hacer que el mundo sea ahora más
igual que hace unas décadas.
El paradigma más habitual es el basado en los recursos económicos (también denominado enfoque de la
pobreza objetiva). Se considera pobres a individuos con recursos escasos, bien porque sus ingresos no
permiten cubrir las necesidades básicas, bien porque sus ingresos son menores que los de un umbral dado en
una distribución. En el primer caso estaríamos refiriéndonos a una concepción absoluta de la pobreza y en el
segundo a la idea de pobreza relativa. La pobreza absoluta se podría definir como la imposibilidad de
cubrir unas necesidades consideradas básicas, medidas a través de una cesta de productos que supuestamente
pueden satisfacerlas. Rowntree compuso un famoso menú semanal que, junto a otros bienes como la
gasolina o el alquiler, formaban la cesta de productos básicos. Aquellos hogares con ingresos por debajo del
valor monetario estimado para esa cesta eran considerados pobres. El trabajo de Orshansky calculaba el
umbral de pobreza absoluta utilizando no solo las necesidades nutricionales sino también la proporción que
este gasto suponía con respecto al total en hogares de distinto tamaño.
sociedad rica pueden considerarse artículos que no están al alcance ni siquiera de las clases medias en los
países pobres. La paridad del poder adquisitivo (PPA) es un indicador basado en los datos del Producto
Interior Bruto (PIB) per cápita que tiene en cuenta las variaciones de precios y de tipos de cambio para
comparar el nivel de vida de diferentes países con respecto a una moneda «patrón» (dólar estadounidense).
En la actualidad, el análisis de la pobreza absoluta está ausente en los países ricos y su uso se restringe a la
comparación entre países del mundo con niveles de renta muy heterogéneos.
En la Tabla 4.3 presentamos tres grupos de países, agrupados y ordenados según sus niveles de renta. En la
primera columna de cada grupo se presenta la tasa de pobreza absoluta en torno al año 2010: el porcentaje
de individuos sobre el total que obtiene ingresos por debajo de un umbral fijado en 1,25 dólares PPA
constantes al día. Es llamativa la variabilidad en distintas zonas del mundo. Para los países desarrollados de
Europa occidental y el mundo anglosajón no existen ciudadanos en esta situación: existen instituciones del
Estado de bienestar que garantizan unos niveles de subsistencia mínima. A medida que nos desplazamos
hacia países de Asia o Lati-noamérica, las cifras de pobreza absoluta son llamativas. Incluso en los países
con rápido crecimiento económico en los últimos años como Brasil, China o India, persisten significativos
porcentajes de individuos -6%, 13% y 33%, respectivamente- en situación de pobreza absoluta. Crecimiento
y reducción de la pobreza no tienen una relación mecánica: el crecimiento puede no encontrarse distribuido
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de manera igualitaria -lo que se denomina desarrollo no uniforme-. En Tanzania más de dos tercios de la
población tienen ingresos por debajo del umbral.
El análisis de la pobreza relativa incorpora la relación con la sociedad concreta en la que se ubica:
identifica a la población considerada como pobre a partir del establecimiento de un umbral que no es fijo
sino que se crea en relación con el resto de la distribución de la variable económica de la que se trate. En el
análisis de la pobreza relativa podemos hablar de una cesta de bienes y servicios que puedan garantizar una
vida digna de acuerdo con las convenciones y los estándares de una sociedad determinada. El umbral se fija
en niveles que no implican la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas, pero sí dificultan o impiden el
acceso a bienes y servicios que permitan la plena integración de los individuos en la sociedad en la que
viven. Tenemos, para un país X, la distribución de los ingresos de todos los miembros del hogar, es decir,
los ingresos totales de todos los hogares ordenados de menor a mayor. Se calcula la media o la mediana de
la distribución. A continuación, se fija la línea o umbral de pobreza relativa en un porcentaje de este valor
medio. Los valores más habituales se sitúan entre el 40 y el 70% de la media. Todos los hogares con
ingresos por debajo de esta cantidad serían considerados pobres. La tasa de pobreza relativa sería el
porcentaje de hogares sobre el total que se encuentra en esta situación. Cuando se desea investigar la
pobreza severa se suele recurrir a umbrales del 20 o el 25% de la media o la mediana de los ingresos. La
determinación de un umbral corresponde al juicio del investigador y a las características de la distribución
de la que se trate evaluar cuál es el umbral más pertinente en cada caso. Sin embargo, hay decisiones
analíticas que podrían ser cuestionadas.
Se puede poner en cuestión la variable económica seleccionada, el ingreso. Tanto gasto como ingreso
presentan ventajas e inconvenientes para su uso en el análisis de la desigualdad. Deben ser tenidas en cuenta
en la elaboración de las medidas y en su interpretación.
Podemos cuestionar la selección de la unidad de análisis, el hogar en su conjunto. Lo más habitual para
medir la pobreza en la actualidad es recurrir al individuo como unidad de análisis. Esta decisión no implica
que no se deba tener en cuenta el tipo de hogar al que el individuo pertenece (su tama-ño y composición),
por lo que se suele utilizar el llamado ingreso equivalente o ingreso por unidad de consumo utilizando las
escalas de equivalencia.
Hace unos años el umbral de pobreza relativa utilizado se basaba en un porcentaje de la media, más
recientemente se utiliza la mediana. La mediana es el valor que deja por encima y por debajo de la
distribución al 50% de los casos. El uso de la media se ve afectado por valores extremos de la distribución
(por ejemplo, la existencia de «superricos» haría que la media de los ingresos de un país fuera muy alta sin
que reflejara las condiciones de la mayor parte de su población). La mediana evita distorsiones.
Según la Tabla 4.3, en términos generales, las naciones más ricas tienen, en media, un menor grado de
pobreza relativa. No existe una asociación clara entre pobreza absoluta y pobreza relativa. Es fundamental
recurrir a diversas medidas de pobreza y combinarlas con un conocimiento detallado del nivel de vida medio
del país, así como de lo dispersa o concentrada que se encuentra la distribución de los ingresos en cada país.
La tasa de pobreza relativa refleja la incidencia de la pobreza en una sociedad (cuando se calcula respecto al
total) o en diversos grupos (cuando se calcula para subgrupos de la población con el fin de detectar riesgos
de vulnerabilidad, lo que nos permite describir cómo está distribuida la pobreza).
Desde los años ochenta es más frecuente que estos análisis se acompañen de indicadores sobre la privación
multidimensional, material y no material a la que se enfrentan los hogares o los individuos. La privación
multidimensional (o pobreza carencial) es la falta de acceso a bienes y servicios considerados necesarios por
la sociedad (aunque no sean de primera necesidad). Se mide a partir de indicadores no monetarios,
ma-teriales y no materiales. Entre los indicadores materiales se incluyen relativos a las deficientes
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condiciones de habitabilidad de la vivienda, de la zona en la que se vive, la incapacidad para mantener una
dieta variada y saludable, o las dificultades para hacer frente a gastos corrientes del hogar, o a gastos
imprevistos. Entre los no materiales, la escasez o debilidad de las redes familiares o la incapacidad de
disponer de tiempo de ocio. El uso de estos indicadores se suele relacionar con la exclusión social.
Dependiendo de cada sociedad, se seleccionarán unos tipos frente a otros y se les asignará diferente peso
según los objetivos de la investigación.
En Europa, Callan, Nolan y Whelan son los investigadores que más activamente se han dedicado a analizar
distintos indicadores de privación. En España pueden destacarse las de Luis Ayala y sus colaboradores.
La visión de la pobreza como la imposibilidad de realizar el potencial vital, expuesta por Amartya Sen,
inspiró la adopción por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) del índice de
desarrollo humano (IDH) para medir la pobreza de desarrollo humano. El índice incorpora tres dimensiones,
-salud, educación y nivel de vida-, que se concretan en cuatro indicadores: la esperanza de vida al nacer
como indicador de salud, los años de escolarización medios para las personas mayores de 25 años y los
previstos para niños y niñas en edad escolar como indicadores de educación, y el Ingreso Nacional Bruto
(INB) per cápita (usando $PPA) como indicador del nivel de vida.
El índice de pobreza humana (IPH) y su sucesor, el índice de pobreza multidimensional (1PM), son medidas
alternativas que el PNUD utiliza en ocasiones en sus informes.
Por último, el enfoque de la pobreza subjetiva se basa en el uso de las opiniones de los propios individuos y
hogares sobre su situación en relación con la de la sociedad en la que se incluyen. A partir de encuestas de
opinión, se traza una línea de pobreza basada en la percepción que los ciudadanos tienen sobre lo que
significa ser pobre. Existen distintas líneas dependiendo de las preguntas en el proceso de recogida de los
datos. La línea de Kapteyn se construye a partir de los ingresos mínimos mensuales netos que los
entrevistados consideran que su hogar necesitaría para llegar a final de mes. La línea de Leyden utiliza las
respuestas acerca de la cantidad de ingresos que asocian a distintas situaciones económicas (muy buena,
buena, deficiente, etc.).
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En las Figuras 4.6 y 4.7 se presentan, para países europeos en 2005 y en 2011, las tasas de pobreza totales y
para grupos de individuos con distintas características en lo que se refiere al sexo, la edad, la composición
del hogar, el nivel educativo y la intensidad del trabajo remunerado. Las tasas se refieren al porcentaje de
personas sobre el total que percibe ingresos disponibles equivalentes por debajo del 60% de la mediana de
cada país.
La tasa de pobreza media en la Unión Europea se encuentra en torno al 16%. Suecia, Alemania o Francia
con tasas por debajo, y Reino Unido o España presentan tasas superiores a la media. En los últimos cinco o
seis años, la pobreza ha tendido a aumentar en todos los países, si bien en distintas proporciones.
Parece claro que hay factores que sistemá-ticamente se asocian con un mayor riesgo de pobreza en las
sociedades desarrolladas:
1) La pobreza tiende a ser superior para las mujeres. Factores como la edad, el nivel formativo o la
participación laboral median la relación entre el género y la incidencia de la pobreza.
2) Las personas con edades superiores a los 65 años presentan un mayor riesgo de pobreza.
3) La composición del hogar potencia o inhibe el riesgo de pobreza. Dependiendo del país, entre una quinta
y una tercera parte de los individuos en hogares de un solo adulto con hijos dependientes a su cargo se
encontraban en situación de pobreza en el año 2005. Los hogares con dos adultos menores de 65 años
presentan tasas de pobreza muy inferiores a la media y, salvo en el caso español, no han tendido a aumentar.
Las personas mayores de 65 años que viven solas presentan tasas de pobreza superiores a la media, aunque
estas solamente han aumentado en Alemania y en Suecia.
4) Tener un nivel educativo por debajo de secundaria hace que la tasa de pobreza aumente.
5) El riesgo de pobreza aumenta espectacularmente cuando el individuo reside en hogares con intensidades
de empleo muy bajas.
España ofrece el peor escenario entre los países analizados. Sus tasas de pobreza totales y específicas (para
individuos con características concretas) son superiores a la media y, en la mayor parte de los casos, resultan
las más altas del grupo de países seleccionados. Los factores que supuestamente protegen del riesgo de
pobreza, como la educación universitaria o una intensidad laboral máxima, lo son en mucha menor medida
en España. Existía en 2011 un 10% de personas con estudios universitarios y casi un 8 % de personas con la
máxima intensidad laboral en situación de pobreza. En España la pobreza no está tan relacionada con la
vejez como con la residencia en hogares unipersonales y monoparentales.
La redistribución, entendida ahora como la capacidad de la acción del Estado a través de los impuestos y las
transferencias sociales para reducir la incidencia de la pobreza. En España, en la última década ha tenido
lugar: mientras en 2000 las transferencias lograban reducir la pobreza un 18%, en 2011 este porcentaje
aumentaba hasta el 27 %, es decir, la acción estatal lograba sacar de la pobreza a algo más de un cuarto de
los ciudadanos definidos como pobres. Si bien puede considerarse exitosa, al compararla con las de otros
países es bastante limitada. Por orden de menor a mayor capacidad de reducción de la pobreza: Alemania
(37%), Francia (44%), Reino Unido (45%) y Suecia (50%).
En los últimos quince años la sociedad española parece haber intensificado sus preferencias hacia una mayor
intervención estatal para garantizar el bienestar. Ha aumentado en 21 puntos porcentuales el número de
personas que afirman que el Estado debería ser responsable del bienestar de todos.
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La relación entre pobreza relativa y desigualdad es evidente en la medida en que el umbral está construido
con respecto a la media o la mediana de la distribución. Cualquier cambio en la distribución que modifique
el valor de la media o la mediana, y del umbral de pobreza relativa, hará variar la incidencia de la pobreza.
En todo caso, la pobreza relativa es más un indicador de desigualdad que de incapacidad para cubrir
necesidades básicas.
Se coincidió en que la «infraclase» no se refiere exclusivamente a la ubicación en los estratos más bajos de
la estructura social, ni a la escasez de recursos materiales o no materiales asociados con la pobreza. Charles
Murray se refirió a un tipo concreto de personas pobres residentes en las grandes ciudades que no se
distinguían por su condición socioeconómica, sino por su respuesta a tal condición. Murray identificó tres
comportamientos: 1) en el terreno de la maternidad, la fecundidad fuera del matrimonio, y los embarazos
entre adolescentes; 2) los actos delictivos, en numerosas ocasiones violentos; 3) la falta de voluntad de los
jóvenes de aceptar trabajos. Desde este punto de vista, las razones de la existencia de pobreza se encuentran
en los propios pobres.
William J.Wilson utilizó el término «infraclase» para describir a los residentes en las áreas deprimidas de las
ciudades de los Estados Unidos. Detectó algunas características como la alta incidencia de la
monoparentalidad (femenina) y de criminalidad, la dependencia de las políticas sociales o la escasez de
referentes con empleos estables. Señalaba la necesidad de comprender la interrelación de varios factores: 1)
la discriminación histórica que llevó a la concentración de la población pobre negra en ciertas zonas de las
ciudades; 2) los cambios en el tejido productivo del centro de las ciudades, que ha limitado las
oportunidades laborales de los trabajadores poco cualificados; 3) los movimientos de las clases trabajadoras
y medias blancas hacia zonas residenciales periféricas. Defendió la necesidad de combinar políticas de
empleo con programas de bienestar dirigidos a estos sectores de la población.
6. Resumen
En este capítulo introducimos los principales conceptos relacionados con la desigualdad económica y
repasamos algunas de las cuestiones analíticas fundamentales para su es-tudio. En primer lugar, hacemos
referencia al tipo de recurso cuya distribución se desea analizar: la renta o ingresos por un lado y el consumo
o gasto por otro, ambos con sus ventajas e inconvenientes para el análisis. En segundo lugar, describimos las
caracterís-ticas de distintos tipos de medidas de la desigualdad que se aplican con frecuencia en los estudios
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A continuación presentamos una visión panorámica sobre el nivel de vida y el gra-do de desigualdad
económica en las sociedades contemporáneas, examinando varios países con distintos niveles de desarrollo y
sus tendencias en los últimos veinte años. Exponemos después las principales explicaciones que se han
ofrecido para dar cuenta de la heterogeneidad en los niveles y en las tendencias temporales de la desigualdad
dentro de los países. Exploramos, entre estas, la validez de la curva de Kuznets, que se refiere al cambiante
peso de los distintos sectores productivos y a su relación con la desigualdad durante la industrialización, y
nos referimos a algunos trabajos recientes que tratan de determinar el peso relativo de distintos factores por
el lado de la oferta y de la demanda. Para cerrar el análisis de la desigualdad dentro de los países,
explora-mos algunos rasgos de la desigualdad económica tomando como unidad de análisis las comunidades
y ciudades autónomas españolas.
Pasamos después a analizar la evolución de la desigualdad desde una perspectiva internacional. Para ello,
describimos en primer lugar las tendencias en la riqueza media de distintas naciones del mundo y las
comparamos entre sí para llegar a la conclusión de que, a pesar de las predicciones teóricas, no ha existido
convergencia entre estas, con lo que la esperada reducción de las desigualdades entre países no ha tenido
lugar.
En segundo lugar, pasamos a describir la evolución que, desde los años ochenta del pasado siglo, ha
experimentado la desigualdad entre individuos tomando como unidad de análisis al mundo como si
constituyera una única sociedad. Hemos visto cómo las conclusiones dependen enormemente del peso que
se atribuye en el cálculo a los países de mayor población y mayor crecimiento como China y la India.
Analizamos por último el tema de la pobreza en sus tres versiones principales, la pobreza absoluta, que
cobra especial sentido hoy en día en los países pobres, la po-breza relativa, cuyo análisis revela importantes
diferencias entre países y una notable especificidad del caso español, y la privación multidimensional, que
complementa con bienes no materiales el análisis estrictamente monetario que adoptan las dos primeras
versiones.
7. Términos importantes
Cuantil (de orden p) Estando p entre 0 y 1, el valor de la variable que deja por debajo de sí una proporción
p de los casos.
Curva de Lorenz Técnica para representar gráficamente las cantidades acumuladas de un recurso en manos
de distintas proporciones acumuladas de la población.
Índice (o coeficiente) de Gini Medida sintética de la desigualdad para cuyo cálculo se compara la renta de
cada individuo de la distribución con la de cada una de las demás rentas y la suma total de estas
comparaciones se divide entre el tamaño de la distribu-ción y la renta media total.
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Pobreza absoluta Imposibilidad de cubrir unas necesidades consideradas básicas medidas a través de una
cesta de productos que supuestamente pueden satisfacerlas.
Pobreza relativa Situación de escasez de recursos materiales que consiste en tener ingresos por debajo de
un umbral que se construye en relación con el resto de la distribución de la variable económica de la que se
trate. La pobreza relativa dificulta la plena partici-pación en la vida social.
Privación mutidimensional Falta de acceso a bienes y servicios que son considerados necesarios por la
sociedad (aunque no todos sean de primera necesidad), que se mide a partir de indicadores no monetarios,
materiales y no materiales. Su uso se relaciona con la exclusión social.
Renta Flujo de dinero que se recibe en una determinada unidad de tiempo e incluye los salarios y otros
pagos que la gente consigue a cambio de su trabajo, así como los rendimientos dinerarios de distintas
inversiones como cuentas bancarias, acciones y propiedades.
Renta de mercado Rendimientos que se obtienen exclusivamente en los mercados de trabajo o de capital,
sin la intervención distributiva del Estado.
Renta disponible La cantidad de renta que el individuo puede destinar al ahorro, al consumo o a la
inversión una vez que a la renta personal se le deducen los impuestos y las cotizaciones sociales que gravan
cada una de las fuentes que la componen.
Renta permanente Ingresos percibidos por una persona a lo largo de su ciclo vital completo una vez que se
descuentan las fluctuaciones puntuales que se pueden producir como consecuencia de acontecimientos
vitales o laborales previstos (formación, jubila-ción) o imprevistos (enfermedad, discapacidad, episodio
puntual de desempleo).
Renta personal La cantidad que una persona podría haber gastado manteniendo intacto el valor de su
riqueza.
Riqueza Cantidad de bienes acumulados en forma de activos económicos como propiedades inmobiliarias,
acciones de empresas, depósitos bancarios y otros títulos financieros.
asocian con oportunidades vitales desiguales y deciden el destino social de las personas. Pero la gente no
suele experimentar la desigualdad respecto a los demás en un único tipo de recurso social, sino en varios a la
vez. A eso nos referimos cuando decimos que la desigualdad social tiene consecuencias múltiples.
2.1. Distintos efectos de la clase y el estatus
La perspectiva sociológica de la estratificación social fija su atención en los parámetros de la clase y el
estatus: la naturaleza multidimensional de la estratificación social. Recuperando las ideas formuladas por
Max Weber, los enfoques prevalecientes hoy han reaccionado a las excesivas ambiciones teóricas con las
que en el pasado se defendió una visión unidimensional de la estratificación centrada bien en la clase
(marxismo), bien en el estatus (funcionalismo estructural). Los enfoques contemporáneos postulan que el
espacio de la estratificación social y los procesos por los que se estructura la desigualdad social incluyen
más de una dimensión relevante. La clase y el estatus -dos conceptos de naturaleza más relacional- se han
convertido así en los dos terrenos dominantes del análisis sociológico de la desigualdad.
Las clases sociales se refieren a grandes agre-gados de personas que comparten una misma posición social y
económica derivada del tipo de trabajo que hacen y de las relaciones de empleo en que participan. El estatus
apunta hacia el grado variable de prestigio o reconocimiento que se atribuye a diferentes posiciones sociales.
Y aunque esas dos dimensiones están relacionadas, ambas se deben distinguir. Si uno se centra en la clase
para describir una sociedad, lo que percibe es una estructura de clases formada por divisiones discontinuas
entre esos grandes conjuntos de individuos que comparten una misma posición. Cuando el foco de atención
se pone en el estatus, percibimos una ordenación o jerarquía de posiciones continuas que se definen por el
grado en que son socialmente estimadas o valoradas.
Otra característica que distingue a la perspectiva de la estratificación es que en sus análisis de la desigualad
social trata a la clase y al estatus como variables independientes. La clase y el estatus suelen ser los factores
que causan, determinan o influyen en otros tipos de desigualdad (las desigualdades que se refieren a recursos
y recompensas como la renta, la educación o la salud). Ahora bien, esta manera de ver las cosas responde a
criterios pragmáticos, pues no hay argumentos teóricos suficientes para establecer que la dirección de la
causalidad tiene lugar única y exclusivamente desde la clase o el estatus hasta los otros tipos de desigualdad.
Si las clases se generan en los mercados de trabajo y en las unidades productivas, cabe esperar que sean
relevantes para explicar las desigualdades que nacen de las relaciones laborales. Las distintas cantidades de
renta que las personas obtienen o el grado diferente de seguridad con que las perciben son claros ejemplos
de posibles efectos de la clase en las desigualdades económicas. Es también interesante considerar la
interrelación entre desigualdades de clase y desigualdades étnicas entre los inmigrantes que llegan a las
sociedades desarrolladas, y entre estos y la población autóctona. Otros dos campos en los que los efectos de
clase se hacen patentes son las desigualdades de logro educativo y las desigualdades de salud. Aunque los ya
muchos trabajos sobre el llamado gradiente social de la salud -las desigualdades de salud- han tendido a
explicarlos en términos de desigualdades económicas, el interés por explicarlos en función de las clases
parece mayor. Finalmente, se han planteado posibles efectos de clase es el de varias formas de participación
política y, en particular, la decisión de voto.
Como el efecto del estatus se refiere al prestigio y la estima social que se reconoce a diferentes posiciones
sociales, fácilmente da lugar a relaciones sociales de superioridad, igualdad e inferioridad entre la gente. El
estatus establece distancia social entre las personas y ofrece oportunidades y pone limitaciones a las
relaciones sociales: la probabilidad de relacionarse de la gente es inversamente proporcional a la distancia
social que establece el estatus. La gente tiende a emparejarse o a trabar amistad con quienes tienen su mismo
o parecido estatus. Siendo el estatus prestigio, una manifestación del mismo es la tendencia a exhibir estilos
de vida que reflejan la distinción incorporada a las posiciones. La obra clásica del economista Veblen
Teoría de la clase ociosa (1944) es una referencia insoslayable en el análisis de los comportamientos de
ostentación del estatus.
Los efectos de la clase y el estatus pueden variar a lo largo del tiempo con el cambio social a gran escala.
Algunos efectos pueden cambiar, debilitándose unos y fortaleciéndose otros. Kim Weeden y David Grusky
defienden que se ha producido una disminución de las implicaciones políticas e ideológicas de la clase,
mientras las desigualdades graduadas, asociadas a la renta, resultan cada vez más importantes.
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de clase en la renta en el Reino Unido en los años setenta noventa. Goldthorpe y McKnight analizan dos
tipos de indicadores relevantes: la estabilidad económica, a través de la parte de la renta de cada clase que
procede de un componente variable, y la relación entre edad y renta (la evolución de la renta a lo largo del
ciclo vital en distintas clases). Los autores muestran que son las rentas de las clases trabajadoras las más
su-jetas a una potencial inestabilidad económica, ya que una mayor proporción de sus ingresos procede del
componente variable. Las distintas posiciones de clase surgen en parte de la posibilidad de medir
(cuantificar) y controlar el trabajo hecho. Una cantidad mayor de trabajo realizado se corresponde con una
mayor retribución. Mientras en las ocupaciones de las clases trabajadoras este control es sencillo, la clase de
servicio disfruta de mayor autonomía, propia de un tipo de intercambio más difuso (la llamada relación de
servicio). Existe una mayor capacidad para predecir los ingresos de estos grupos, sujetos a menores
fluctuaciones. Las diferencias de clase en este indicador han ido disminuyendo en el Reino Unido, aunque
no han desaparecido. Al estudiar las curvas que ponen en relación la edad y los ingresos para distintas clases
sociales, los resultados son contundentes. La renta permanente, obtenida a lo largo del ciclo vital, es un
indicador del potencial económico de los individuos más fiable que la renta que se obtiene en un momento
concreto del tiempo. Aproximando este indicador, Goldthorpe y McKnight muestran unas curvas diferentes
según la clase a la que se pertenece. Al principio de la vida laboral, hasta los 25 años, las distintas clases se
encuentran en unos niveles de ingresos similares: los profesionales y directivos jóvenes tienen ingresos
solamente algo superiores a los trabajadores manuales. Las diferencias se encuentran en cómo evolucionan
con la edad: las curvas para la clase trabajadora se muestran muy estables, mientras que las curvas para la
clase de servicio no cesan de aumentar hasta una fase del ciclo vital muy tardía.
A menudo el uso de la renta como indicador de las recompensas que se obtienen en el mercado de trabajo ha
tenido la finalidad principal de juzgar la validez de los esquemas concretos de clase más que poner a prueba
propuestas teóricas sobre la naturaleza de dicha relación.
Watson, Whelan y Maine analizaron un indicador del nivel de vida (la renta disponible en el hogar), otro de
pobreza relativa y un tercero de privación material (compuesto por seis ítems referidos a la posesión o no de
distintos bienes y otros seis referidos a la posibilidad de hacer frente a distintos tipos de gastos) según la
clase social en distintos países de la Unión Europea. Usaron la clasificación ESeC. Si tomamos los catorce
países analizados en conjunto, son las clases de servicio (la clase 1, con grandes empleadores, directivos y
profesionales de nivel alto y la clase 2, con los directivos y profesionales de nivel bajo) las que obtienen
rentas superiores. En el extremo opuesto, las clases 5 (autónomos agrícolas), 9 (trabajadores no cualificados)
y 10 (excluidos del mercado y parados de larga duración) obtienen las rentas más bajas. Las diferencias
entre las clases 6 (supervisores y técnicos de rango inferior), 7 (trabajadores de los servicios y comercio de
rango inferior) y 8 (trabajadores manuales cualificados) son pequeñas. El análisis de la pobreza relativa y de
la privación material revela una ordenación muy similar, con la excepción de las clases 4 y 5 que aparecen
mejor situadas por su falta de privación que por su renta.
Analizando el caso español con la Encuesta de Estructura, Conciencia y Biografía de Clase (ECBC)
realizada en 1991, Juan Jesús González puso a prueba la validez relativa de los esquemas de clase de
Goldthorpe y Wright comprobando en qué medida cada uno estaba asociado a las diferencias en los ingresos
individuales. Es la clasificación de Goldthorpe la que en mayor medida se ajusta a los datos españoles en ese
período. El esquema de Wright, al estar concebido para sociedades con una tasa de asalarización alta
(porcentaje de trabajadores asalariados respecto al total), no permite diferenciar a la elevada proporción de
trabajadores autónomos y pequeños propietarios que caracteriza al caso español.
3.2. Clase social y desempleo
La forma más clara en la que la posición de clase de un individuo puede afectar a su inseguridad económica
es por medio del desempleo. Cualquier episodio de desempleo, por corto que sea, conlleva una reducción
significativa de los ingresos. Por otra parte, el desempleo de larga duración termina mermando las
oportunidades vitales de las personas. El desempleo no afecta por igual a todas las clases sociales. Diversos
estudios en países como Reino Unido o España han puesto de manifiesto que la probabilidad de caer en el
desempleo varía significativamente de unas a otras. Las clases en la zona alta de la pirámide social tienen
muchas menos probabilidades de experimentar el desempleo que las clases trabajadoras.
Vamos a examinar la asociación entre clase social e incidencia del desempleo a partir de datos de varios
países europeos. Seleccionamos a Austria como exponente del régimen de bienestar conservador.
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Conservamos Dinamarca y el Reino Unido como puntos de referencia de los regímenes socialdemócrata y
liberal, respectivamente. E incluimos a España como representante del régimen fragmentado de bienestar
típico del sur de Europa.
Analizamos por separado a los hombres y a las mujeres. La Figura 6.1 muestra la tasa de paro masculina
según la clase social en 2009, definida por la última ocupación que desempeñaron los que pasaron a la
situación de paro. Observamos grandes diferencias en la incidencia del desempleo entre las clases en todos
los países. Entre los españoles, las tasas más elevadas se encuentran entre los trabajadores manuales
cualificados y los trabajadores no cualificados. Su tasa de paro es más del doble que la de los trabajadores de
los servicios y comercio de nivel bajo, o que la de las ocupaciones intermedias. Más baja es la incidencia del
desempleo entre los directivos y profesionales de nivel alto y bajo, con solo 3,8% y 6,8%. También es baja
(4,9%) entre los autónomos y pequeños propietarios, quienes muchas veces pueden adaptarse a los períodos
de poca actividad económica reduciendo sus horas de trabajo.
El desempleo es en España muy acusado en comparación con otros países europeos. Pero las tasas del Reino
Unido, Austria y Dinamarca no solo se encuentran en un nivel mucho más bajo, sino que las diferencias
relativas entre unas clases y otras son más pequeñas. Las desigualdades de clase, en términos de
oportunidades en el mercado de trabajo y la seguridad laboral, son más acentuadas en España.
La situación entre las mujeres es semejante (Figura 6.2). Aunque en Austria, el Reino Unido y Dinamarca
existen diferencias significativas en la incidencia de desempleo entre las distintas clases sociales, las
disparidades vienen a ser mayores en España. La tasa de las directivas y profesionales de nivel alto o bajo es
el doble en España que en los demás países. La tasa de paro de las trabajadoras no cualificadas españolas es
tres veces la del Reino Unido y casi cuatro veces la de Austria. El hecho de que la tasa entre las trabajadoras
manuales cualificadas sea tan extremadamente alta en España se explica porque esa clase pierde cada vez
más importancia numérica. Pero a diferencia de los varones, el con-traste más destacado de la comparación
internacional resulta ser la precaria situación: el llamado «proletariado de servicios» femenino.
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Los datos analizados reflejan la enorme segmentación que existe en el mercado laboral español, una de las
características de los países del sur de Europa. Los mercados de trabajo de estos países se encuentran
segmentados entre un sector de trabajadores que disfrutan de un alto grado de seguridad laboral y otro
compuesto de trabajadores precarios que en períodos de crisis caen fácilmente en el desempleo. La
polarización de las condiciones de vida que se deriva de la segmentación laboral es un rasgo típico del
régimen de bienestar fragmentado. España también es diferente en que la tasa de desempleo de las mujeres
es más alta que la de los hombres en todas las clases sociales, excepto entre los trabajadores autónomos y
pequeños propietarios.
Dos conclusiones se derivan: 1) Existe un importante grado de polarización de las oportunidades de empleo
y del riesgo de desempleo entre diferentes clases sociales que refleja la segmentación del mercado de
trabajo. En los cuatro países europeos examinados, el riesgo de desempleo difiere entre las distintas clases:
las clases trabajadoras experimentan una incidencia mayor que las clases de profesionales, directivos y
técnicos. Su estructura de clases en España sigue reflejando una mayor proporción de trabajos no
cualificados aunque la tendencia, en los años previos a la gran recesión que comenzó en 2008, haya sido la
de una paulatina mejora del perfil ocupacional. 2) España muestra varios rasgos propios del régimen
fragmentado de bienestar: se observan marcadas diferencias de género en cuanto a la participación en el
mercado laboral y riesgo de desempleo.
3.3. Jubilación y clase social
Las desigualdades de clase se hacen notar también en los procesos de salida del mercado laboral de los
trabajadores mayores. A principios de 2010 el gobierno español propuso elevar la edad de jubilación desde
los 65 a los 67 años. La razón era asegurar la sostenibilidad económica de un sistema público de pensiones
como el español, que se basa en las cotizaciones de la población ocupada. La reforma se introduciría a partir
de 2013 a un ritmo de dos meses de retraso por año, de tal manera que en 2025 la edad de jubilación
alcanzara ya los 67 años. Reformas semejantes se han implantado en diversos países europeos. El principal
objetivo radica en la contención del crecimiento del gasto en pensiones, pero una pregunta clave es si el
mercado de trabajo es capaz de retener a los traba-jadores mayores, empleándolos durante más tiempo que
en la actualidad.
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Radl (2012) ha analizado las pautas de estratificación social en la transición desde el trabajo a la jubilación
en once países europeos occidentales. Examina tanto las diferencias en la edad de retiro como la «senda»
hacia la jubilación que toman distintos colectivos de trabajadores, fijándose en los efectos de la clase social
y el género. Existe un fuerte impacto de la clase social en la edad de salida del mercado laboral. Los
trabajadores que se jubilan más tarde se encuentran en el extremo superior e inferior de la jerarquía
ocupacional, además de autónomos y pequeños empresarios. Hay una marcada tendencia hacia la
prejubilación entre los trabajadores manuales cualificados, los supervisores y las ocupaciones intermedias.
Los efectos de la clase son acentuados si nos centramos en la jubilación involuntaria por la pérdida de
empleo o por problemas de salud. Además, son muy parecidos entre hombres y mujeres. Aunque las mujeres
se jubilan antes en promedio.
Se ha realizado un análisis similar en España en particular. Radl y Bernardi han utilizado la Encuesta de la
Población Activa (EPA) para examinar empíricamente en qué medida el comportamiento de jubilación
depende de la case social. Los resultados: para los varones españoles, la hipótesis de las marcadas
diferencias de clase en el momento de la jubilación queda confirmada. La clase de servicio se halla protegida
de los riesgos principales de la carrera laboral tardía (la pérdida de empleo y los problemas de salud). Como
consiguen librarse en gran medida de los factores de expulsión del mercado de trabajo que actúan sobre
otras clases, pueden decidir el momento de su jubilación en función de criterios financieros. Puesto que el
sistema español de pensiones contempla sensi-bles reducciones de renta por jubilación anticipada, esta
situación les lleva a permanecer en el empleo hasta los 65 años.
Los trabajadores manuales, tanto cualificados como no cualificados, muestran altas tasas de salida
involuntaria. Estas clases afrontan un elevado riesgo de desempleo e incapacidad durante la fase final de sus
carreras. Muchas veces se produce una disminución de sus pensiones, con lo cual parece probable que, como
también el grupo de trabajadores de bajo nivel ocupados en el comercio y los servicios, se vean
negativamente afectadas por el retraso de la edad de jubilación.
Los autónomos y los pequeños propietarios, y los agricultores permanecen en el mercado de trabajo más
tiempo. Evidentemente, los trabajadores autónomos, si no es por razones de mala salud, mantienen el
empleo más tiempo que el resto.
4. Otros resultados de la desigualdad de clase
Hay otros tres importantes terrenos de la vida social -la educación, la salud y la inmigración- en los que las
desigualdades de clase se manifiestan con especial claridad.
4.1. Clase social y logro educativo
En la sociología de la estratificación social, la investigación ha mostrado una y otra vez diferenciales
clasistas en el logro educativo considerables, relevantes y posiblemente persistentes en el tiempo. El origen:
diferentes sectores sociales pugnan por situar a sus hijos en las mejores condiciones posibles respecto de los
bienes socialmente valorados que a la larga van a determinar sus oportunidades vitales. La educación es uno
de esos bienes socialmente valorados que amplía el rango de las oportunidades vitales de quienes han
accedido a ella y tienen las credenciales (titulaciones) correspondientes, y se convierte en uno de los objetos
de esa competencia entre distintas clases sociales. La (inversión en) educación se convierte en una estrategia
de reproducción -mantenimiento de la posición- social de las familias.
Puesto que históricamente la educación formal ha sido un bien escaso, ha sido también un recurso por el que
competían las distintas clases sociales. Y, en la medida en que esa competencia se desarrollaba en
condiciones desiguales, su resultado ha consistido en que los títulos educativos resultaran desigual-mente
distribuidos entre las diferentes clases sociales. Dos principales enfoques teóricos pretenden explicar desde
perspectivas diferentes estos diferenciales. Las teorías culturalistas de la reproducción consideran el sistema
educativo como una macro-agencia de control social, y anclan la explicación de la desigual distribución de
los títulos educativos en las preferencias culturales respecto de la educación de las familias de distinto origen
social. Las familias de las clases acomodadas tendrían una preferencia más clara por dotar a sus vástagos de
titulaciones educativas que las familias de clase trabajadora. Las teorías de la acción racional analizan los
diferenciales como un producto de los cálculos de costes y beneficios realizados desde distintas posiciones
sociales. Los cálculos que hacen las familias en diferentes posiciones del sistema de estratificación sobre los
recursos que deben emplear y las oportunidades que tienen para que sus hijos alcancen un nivel educativo,
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así como las limitaciones, son distintos en cada clase social. En cualquiera de los dos casos, el resultado
viene a ser una fuerte asociación entre el logro educativo y la procedencia social y una desigual distribución
de los títulos educativos entre las distintas clases.
Un volumen muy importante de investigación empírica ha mostrado esa asociación entre clase social y logro
educativo y la consiguiente desigualdad de oportunidades educativas para individuos de diferentes orígenes
sociales. La Tabla 6.1 muestra la distribución cruzada de las variables clase de origen y nivel educativo,
además del número medio de años de estudio de cada clase de origen y nivel educativo, nacidos entre 1920 y
1966. La clase de origen ha producido una distribución de las titulaciones académicas (cantidades
diferenciales de logro educativo) que tiene una clara relación con la clase de origen.
Los hijos pertenecientes a la clase de servicio han tenido veinte veces más probabilidades de conseguir un
título universitario (38,3%) que los hijos de los obreros del campo (1,9%). Los hijos de estos trabajadores
rurales han tenido cuatro veces más probabilidades de acabar su carrera educativa sin superar la enseñanza
elemental (87,1%) que los hijos de padres de la clase de servicio (21,0%). Los hijos con padres
pertenecientes a la clase de servicio completan en promedio casi el triple de años de educación que los hijos
de padres de trabajadores rurales. La excepción son los hijos de padres pertenecientes a la pequeña
burguesía del campo, que muestran un promedio de años de estudio y de universitarios inferiores a los de los
hijos de los trabajadores urbanos.
En suma, entre estas generaciones los títulos educativos no se han distribuido por igual entre las distintas
clases. Los segmentos sociales que disfrutan de las ventajas asociadas las han aprovechado para transmitir a
sus vástagos un volumen de educación mayor. Se puede suponer, además, que la superioridad educativa les
ha resultado necesaria para mantener su ventajosa posición social.
¿Hasta qué punto esa asociación ha cambiado con los procesos de expansión educativa que han
experimentado las sociedades contemporáneas a lo largo del siglo XX? Los sistemas de enseñanza se han
desarrollado, los recursos públicos y privados dedicados a formación han tendido a incrementarse y la
cualificación ha crecido decisivamente
La investigación de la desigualdad de oportunidades educativas -desarrollada sobre todo en los Estados
Unidos- apuntó a una disminución gradual pero sostenida a medida que los procesos de industrialización y
modernización se desarrollaban y los sistemas educativos se expandían. La educación se iba convirtiendo en
un factor de logro basado en el mérito y el talento personal, y en un criterio no adscriptivo de estratificación
social. Contra esta visión optimista se alzaron los estudiosos europeos de la estratificación, que criticaron
desde posiciones marxistas o weberianas la hipótesis de la modernización y fueron alumbrando la idea de
que la desigualdad persistía en el tiempo.
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En los últimos años, la sociología ha hecho un meritorio esfuerzo por contrastar estas hipótesis. Cabe
mencionar la investigación comparada sobre las pautas de variación de las desigualdades educativas
realizada por Shavit y Blossfeld (1993), que propusieron la tesis de la «persistencia de la desigualdad»: la
desigualdad habría perdurado y resistido incluso en las condiciones de la expansión educativa.
Posteriormente, otros estudios han apuntado a una reducción parcial de la desigualdad para el caso de
Alemania, Francia, Italia y probablemente Noruega. Es probable que muchas de las sociedades desarrolladas
compartan una cierta tendencia a la reducción de la desigualdad y al debilitamiento en el tiempo de la
asociación entre origen social y logro educativo, aunque haya excepciones como Irlanda y los Estados
Unidos. Otra investigación más reciente ha encontrado que la desigualdad ha decrecido durante la segunda
mitad del pasado siglo XX en seis de los ocho países europeos incluidos en el análisis (Gran Bretaña,
Polonia, Alemania, Suecia, Países Bajos y Hungría), mientras en Irlanda e Italia ha habido poca o ninguna
disminución. Hay pruebas concluyentes de que en España la reducción de las desigualdades ha sido
inequívoca.
4.2. Clase y desigualdades de salud
En los factores que se asocian con estas, destacan las aportaciones centradas en los efectos de la desigualdad
económica. La publicación en la revista científica de sociología Annual Review of Sociology del artículo
Income lnequality and Social Dysfunction [Desigualdad de ingresos y disfunción social], de Richard
Wilkinson y Kate Pickett, marcó un hito al revisar de manera sistemática los resultados obtenidos. El
artículo partía de una evidencia: las sociedades con una distribución de la renta más igualitaria obtenían
mejores resultados en indicadores de salud como la esperanza de vida o la mortalidad infantil. Así, la
correlación entre la desigualdad de la renta y la incidencia de problemas de salud y sociales -agregados en
un índice- en distintos países desarrollados era de 0,9, casi perfecta. Los autores presentan que no existe una
relación significativa entre la renta media de los países y algunos indicadores de salud -es decir, conocer los
niveles de riqueza o renta medios no nos aporta tanta información para predecir sus niveles de salud como la
desigualdad en su reparto-.
Esta corriente, que se basa en datos e indicadores agregados -para países-, ha sido criticada tanto por
economistas como por sociólogos, debido a sus posibles problemas metodológicos. Sin embargo, desde la
sociología se ha visto como una oportunidad para acercar ambas disciplinas -la epidemiología y la
economía- a la perspectiva sociológica de la desigualdad.
Si bien, no es fácil interpretar la relación entre desigualdad económica y salud cuando tomamos como
unidad de análisis a los países, al fijarnos en los individuos sí se aprecia una relación lineal entre el nivel de
vida de los individuos y su salud, algo que Michael Marmot ha denominado el «síndrome del estatus».
Estuvo a cargo de dos estudios sobre los funcionarios británicos en los que se encontró una clara relación
entre la clase social y la salud. Los importantes diferenciales de salud eran una maqueta en miniatura, no
solo de la sociedad británica en su conjunto -muy clasista-, sino de cualquier otra sociedad del mundo. Una
de las conclusiones fundamentales consiste en descartar empíricamente la idea de que las diferencias de
salud tienen lugar exclusivamente entre los pobres y el resto, es decir, que lo que causa una mala salud es la
privación material. La evidencia empírica mostraba que los efectos de la posición socioeconómica sobre la
salud tienen lugar en toda la escala de las clases sociales.
En países como Francia o Inglaterra, existen datos de mortalidad por grupo ocupacional desde el siglo XIX.
La evidencia en fechas más recientes muestra que los resultados de salud de los individuos dependen de su
posición social y que esta relación se mantiene en el tiempo y en sociedades con distinto nivel de desarrollo.
Respecto a cómo medir la posición social, se han utilizado tres medidas principales de la posición
socioeconómica. El nivel educativo, que muestra la asociación más fuerte con los indicadores de salud, tiene
ventajas para los países menos desarrollados, en los que conseguir datos individuales sobre la renta o la
ocupación suele resultar complicado. La clase social, con su variedad de esquemas concretos, ha sido
utilizada con más frecuencia en Europa siguiendo la perspectiva weberiana relativa a las oportunidades
vitales.
En cuanto a los mecanismos causales detrás de las desigualdades de salud, la educación puede afectar a
través de la adopción de estilos de vida más saludables, del uso más adecuado de la tecnología, de la
utilización más eficaz de los servicios públicos o privados de asistencia médica o del mayor control
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individual en situaciones de estrés. Además, el nivel educativo afecta a la ocupación y a los ingresos, las
otras dos medidas de la posición socioeconómica que se manejan. Los ingresos pueden tener un efecto sobre
la salud individual a través de varias vías. Una mayor renta permite acceder a entornos y estilos de vida más
saludables. La ocupación puede afectar a la salud de los individuos a través de las condiciones de trabajo,
por la exposición a entornos laborales más o menos saludables y por el grado de control sobre el propio
desempeño y las características concretas del puesto de trabajo.
Una de las cuestiones que más debate suscita es si el efecto del estatus socioeconómico se produce como
consecuencia de la posición absoluta o relativa de los individuos. Los defensores de la posición absoluta
argumentan que lo importante es la educación, la renta o la clase de los individuos. Los que proponen la
hipótesis relativa afirman que lo que importa realmente es la posición que los individuos tienen en
comparación con el resto de la sociedad. Desde este punto de vista relacional (Goldthorpe), el uso de la clase
tiene indudables ventajas respecto al resto de medidas, ya que la propia construcción de las categorías
incorpora explícitamente esta visión.
La clasificación socioeconómica ESeC permite realizar un análisis más específico sobre los efectos de la
clase social sobre la salud. En su análisis de varios países euro-peos con datos de 1994, Kunst y Roskam
analizan los efectos de la clase (basada en las ocupaciones) sobre la percepción subjetiva de tener mala
salud.
Para la submuestra de hombres, existen importantes diferencias de clase en la salud subjetiva en los cinco
países analizados. Las clases trabajadoras, tanto cualificadas como no cualificadas, perciben su salud de
manera más negativa que las clases 1 y 2 (grandes empleadores y los directivos y profesionales). El
gradiente no tiene una forma lineal: los pequeños trabajadores agrícolas presentan bajos porcentajes de mala
salud percibida en países como Alemania, Francia o Italia; mientras que en el Reino Unido o España sus
porcentajes son más similares a los de los trabajadores manuales y poco cualificados. Los cinco países se
diferencian en sus tasas generales de mala salud, independientemente de la clase social. En Francia
solamente el grupo de los trabajadores manuales cualificados presenta un porcentaje de mala salud percibida
que supera el 25% y tres de las clases sociales se sitúan en el entorno del 15%. El porcentaje más bajo se
encuentra en Italia en el 30%. La salud percibida es en general un bien más escaso en Italia que en Francia,
pero se encuentra menos desigualmente distribuido: en Francia la razón entre el grupo con peor y con mejor
salud percibida es de 1,8; en Italia la razón para estas mismas clases es de 1,4. España constituye un caso
interesante, con una distribución de la salud (subjetiva) aún más clasista (razón de 2,1) y niveles generales
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que no son especialmente bajos. La salud se encuentra aún más desigualmente distribuida en el Reino Unido
(con una razón de 2,2) y en Alemania (una razón de 3,4).
Entre las mujeres se aprecia una tendencia similar. Aunque el gradiente de clase en la salud no adopta una
forma lineal. En términos generales, las mujeres perciben su salud como peor que las de los hombres de
clases equivalentes. Con la excepción de los casos alemán y francés, que presentan una distribución más
uniformemente repartida. En España, si la razón de porcentajes entre los hombres era de 2,1, entre las
mujeres se eleva hasta casi 2,5.
Si descontamos el efecto de los factores potencialmente asociados con la clase social como el nivel
educativo o la renta, los gradientes se mantienen, aunque los efectos de la clase quedan reducidos a
prácticamente la mitad.
En cualquier caso, debido a la naturaleza subjetiva de la medida -la salud percibida- es importante
interpretar esos datos con cautela. Lo que significa tener «mala salud» depende del contexto cultural y de los
estándares de referencia que tiene cada uno.
4.3. Clase e inmigración
Los inmigrantes no se distribuyen por igual en el mercado de trabajo de destino en sectores, ramas de
actividades u ocupaciones, lo que da lugar al fenómeno de la concentración étnica y de la segmentación de
los mercados laborales: tienden a ocupar nichos laborales diferentes en función de sus orígenes. Además, la
distribución ocupacional en raros casos coincide con la de la población nativa que los recibe: la
investigación ha mostrado las escasas posibilidades que tienen de acceder a empleos bien retribuidos y de
situarse en la zona alta de la estructura ocupacional o en las clases más aventajadas. Factores complejos,
como los déficit de capital humano relativos a la población anfitriona, el funcionamiento de sus propias
redes sociales o el escaso tiempo de permanencia en el país de destino llevan a los inmigrantes a ocuparse
ampliamente en los empleos que se sitúan en la parte más baja de la estructura ocupacional. Incluso cuando
esos factores se controlan, las oportunidades laborales de los inmigrantes aparecen lastradas por la
penalización étnica, una especie de castigo socioeconómico asociado a su origen y a su condición de
inmigrantes que los sitúa en clara desventaja ocupacional. El resultado más común es su masiva
concentración en empleos mal pagados y con pocas perspectivas de promoción laboral y, en consecuencia,
su incorporación a las clases menos favorecidas del país de destino.
El caso español es especialmente interesante porque, en lo que se refiere a inmigración, el cambio que ha
experimentado España en la primera década del nuevo siglo solo puede calificarse de espectacular: la
población inmigrante aumentó en casi cinco millones de individuos entre 1998 y 2008 e incluso ha seguido
creciendo, para comenzar a disminuir solo en 2011. La mayoría (en torno al 85%) se ajusta bien a la
definición del llamado inmigrante económico, alguien que cambia de país en busca de mejores empleos,
condiciones de vida más favorables y más oportunidades de promoción social que las que pueden conseguir
en sus países de origen. Una fracción sustancial de estos se ha integrado en los nuevos puestos de trabajo de
baja calidad (escasos requisitos de cualificación, salarios bajos, desfavorables condiciones contractuales,
poco prestigio social), que el crecimiento de la economía española ha generado en sectores como la
agricultura, la construcción, la hostelería o los servicios a los hogares.
En general los inmigrantes desempeñan trabajos de calidad netamente inferior a los de los españoles, y
forman parte de las clases que se definen por las relaciones de empleo, las situaciones de trabajo y los
estatus de empleo menos ventajosos. El fenómeno de la inmigración ha hecho aumentar -o ha impedido que
disminuyan- las clases trabajadoras, en los peldaños más bajos del sistema de estratificación.
Los inmigrantes de países ricos laboralmente activos (nacidos en la UE15, los Estados Unidos, Canadá y
Oceanía) tienen más presencia que los españoles en el sector de los servicios de alto nivel y menos en la
agricultura, las industrias manufactureras y las industrias extractivas. Se concentran en los sectores
económicos de alta productividad que exigen profesionales y en los que se ofrecen puestos de gran calidad
en cualificación, ingresos y prestigio. El resto de los inmigrantes muestran un perfil muy diferente. Los
restantes europeos (rumanos y búlgaros) se concentran más que los nativos en la agricultura, la construcción
y los servicios personales, pero menos en los servicios de alta productividad. Los africanos (marroquíes)
destacan en la agricultura, aunque también en la construcción, el comercio y los servicios personales y
menos en los servicios a las empresas. A los latinoamericanos los caracteriza su concentración en el
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comercio y, sobre todo, en los servicios personales, sectores estos en los que el dominio del idioma
constituye sin duda una ventaja sobre otros inmigrantes. Los asiáticos sobresalen en el comercio, donde se
emplean más de seis de cada diez de estos inmigrantes.
Los inmigrantes de países desarrollados aventajan relativamente a los españoles en las ocupaciones de
directivos y gerentes, técnicos y profesionales científicos y, en menor medida, técnicos y profesionales de
apoyo; los igualan en las ocupaciones de empleados administrativos y trabajadores de los servicios
(restauración, servicios personales y comercio); y presentan déficit entre operadores, ocupaciones
elementales y trabajadores del sector agrícola.
Si la ventaja relativa de los inmigrantes de los países ricos se expresa en su concentración en las ocupaciones
de más calidad por cualificación, ingresos y prestigio, el resto de los europeos (del Este), los africanos y los
latinoamericanos se caracterizan: 1) por situarse desproporcionadamente en las ocupaciones de menor
calidad (hay entre tres y cuatro inmigrantes de estos orígenes por cada español en las ocupaciones
elementales, es decir, trabajadores no cualificados); y 2) por sus déficit en comparación con los españoles en
las ocupaciones de directivos y gerentes, profesionales científicos y de apoyo y empleados administrativos.
Los europeos que no pertenecen a la UE-15 se encuentran más concentrados en las ocupaciones que
corresponden a los trabajadores cualificados; los africanos en las ocupaciones agrícolas; y los
latinoamericanos en los servicios de restauración, personales y comercio.
Estas diferentes pautas de inserción ocupacional sugieren que nativos e inmigrantes ocupan en la sociedad
anfitriona una posición de clase muy distinta. También que los inmigrantes en España han pasado a formar
parte de las clases trabajadoras, contribuyendo así a aumentar el grado de segmentación de la estructura de
clases española.
Con objeto de controlar la gran variedad interna de los inmigrantes llegados a España, evitaremos tratarlos
conjuntamente, dejando a un lado a los inmigrantes de los países desarrollados y examinaremos las
distribuciones de clase de los españoles autóctonos y de tres comunidades muy numerosas de inmigrantes:
rumanos, marroquíes y ecuatorianos. En la década pasada, estas tres comunidades han llegado a constituir
casi la tercera parte de todos los inmigrantes, son muy representativas del conjunto de los inmigrantes
económicos y proceden de tres regiones diferentes como África, Europa del Este y América Latina, pero en
todo caso de países con niveles de desarrollo y riqueza inferiores al español.
Pese a todas las diferencias, su perfil de clase es básicamente similar en varios sentidos. La mayoría de los
rumanos (61%), marroquíes (55%) y ecuatorianos (58%) se sitúa en la clase de los trabajadores no
cualificados. Contrastan así claramente con los españoles en una razón de aproximadamente 3 a l. Tienen
también una presencia mayor en la clase de los trabajadores cualificados, en una razón de 2 a 1 respecto de
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los españoles nativos. Las tres comunidades se encuentran infrarrepresentadas en el mundo del trabajo de
cuello blanco (directivos y profesionales de nivel alto y bajo y ocupaciones intermedias). Algunas
peculiaridades: aunque muy pocos rumanos y ecuatorianos se sitúan en la clase de los pequeños
empleadores y autónomos, los marroquíes tienen una presencia próxima a la de los españoles. Y, aunque
muy pocos rumanos y marroquíes se encuadran en la clase de los empleados del comercio y de los servicios
de nivel bajo, los ecuatorianos se aproximan a los españoles.
Por tanto, alrededor de las tres cuartas partes de estas tres comunidades inmigrantes se sitúan en las clases
trabajadoras (cualificados y no cualificados); solo cantidades minúsculas se sitúan en empleos de tipo
profesional; y las ocupaciones intermedias, la pequeña burguesía e incluso la clase de los empleados en los
servicios de nivel bajo se encuentran muy poco ocupadas por los inmigrantes económicos. La estructura
social de los nativos españoles queda definida por una distribución mucho más equilibrada. Las siete clases
que hemos distinguido tienen un tamaño muy similar: la desviación media de las clases de los españoles
nativos es de solo 4% (frente a desviaciones medias de un 20% en las tres comunidades de inmigrantes
seleccionadas).
5. Dos efectos más de las desigualdades sociales
Dos terrenos en los que también se hacen patentes las consecuencias de la desigualdad es en los efectos de la
clase y el estatus: la clase en el comportamiento político y el estatus en el consumo cultural.
5.1. Clase y comportamiento político
Desde que se dispuso de datos sobre voto basados en encuestas individuales, existe una regularidad empírica
bastante sólida que consiste en que el sentido del voto de los ciudadanos está estrechamente asociado a su
clase social: en la mayor parte de las democracias avanzadas, las clases trabajadoras tienden a votar a
partidos de la izquierda, mientras que los pequeños y grandes propietarios votan a los partidos de la derecha.
Conviene determinar cuánto afecta la clase social al voto y cómo ha ido variando su peso a lo largo del
tiempo. Los primeros análisis pueden situarse en el trabajo del sociólogo Robert Alford en la década de
1960. En sus trabajos, agrupó todas las ocupaciones en dos categorías, trabajadores manuales y no
manuales, y todas las opciones políticas en otras dos, izquierda y resto de opciones, creando el llamado
«índice de Alford» (diferencia entre el porcentaje de trabajadores manuales que votó a la izquierda, y el
porcentaje de trabajadores no manuales que votó la misma opción); para estudiar la evolución del voto
clasista en Gran Bretaña, Canadá, el Reino Unido y Australia entre los años 1936 y 1962. La mayor parte de
los estudios posteriores llegaron a la conclusión de que el voto de clase (y el voto religioso y étnico) había
perdido fuerza entre 1950-1960 y 1980. Esta tendencia llevó incluso a algunos autores a hablar de la
«muerte» de la política basada en las clases. Los trabajos más recientes se han alejado del simplismo
metodológico de Alford para incorporar esquemas de clase más completos (el esquema de Goldthorpe),
mayor cantidad y variedad de opciones políticas que huyen de la dicotomía izquierda/derecha y medidas
más sofisticadas. Estos análisis ofrecen resultados diferentes: si bien el voto de clase parece haberse
debilitado en algunos países al utilizar la distinción dicotómica entre la izquierda y el resto, cuando se
incorporan todas las opciones no se puede afirmar que en las democracias occidentales el voto de clase haya
perdido fuerza. Sobre la evolución del voto de clase en España no existe una tendencia clara hacia un
debilitamiento de la relación entre clase y voto global, es decir, en el grado en el que la clase social explica
el voto independientemente del partido al que se apoye; a lo sumo, existen fluctuaciones de corto alcance.
Cuando se analiza el voto de clase a cada partido (en comparación con las opciones restantes), aparecen
algunas regularidades. En todas las convocatorias electorales entre 1986 y 2000, los trabajadores manuales,
sean cualificados o no cualificados, tienden a apoyar al PSOE en mayor medida; el rechazo a este partido de
la clase de servicio es notable. A pesar de la tendencia general en las elecciones de 1996 y 2000 a un mayor
apoyo al PP, todos los trabajadores manuales mantenían un nivel de voto notablemente inferior a la media,
mientras los propietarios y la clase de servicio de nivel alto tendieron a apoyarlo en proporción muy
superior. El voto a IU contó con apoyos interclasistas, desde la clase de servicio de nivel bajo hasta los
trabajadores manuales no cualificados, y con un rechazo claro de los pequeños empresarios y autónomos.
Las explicaciones que se encuentran detrás de dicha asociación entre clase y voto:
Por un lado, las basadas en la identificación ideológica y/o partidista de los ciudadanos. Los votantes
adquieren su afinidad partidista en el seno de la socialización familiar y la mantienen estable en el tiempo.
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Esta identificación les sirve para «resumir» la ingente cantidad de información política necesaria para tomar
decisiones. En contextos en los que no hay un sistema de partidos estable y fijo, la identificación ideológica,
en el eje izquierda-derecha, cumple una función similar a la de la adhesión partidista.
Por otro lado, las basadas en los intereses económicos argumentan que la relación entre clase y voto tiene
lugar porque los ciudadanos tratan de optimizar sus intereses de clase, fundamentalmente económicos. Los
electores realizan un cálculo racional sobre sus intereses y el partido político más capacitado para
representarlos y defenderlos.
Esta explicación entronca con las teorías del voto económico que propone la ciencia política. Defienden que,
independientemente de la clase social, el voto se orienta por factores fundamentalmente económicos, bien
sean basados en la situación económica propia (voto egocéntrico), en la de la sociedad (voto de orientación
sociotrópica), en la situación económica pasada (voto económico retrospectivo) o en la futura (voto
económico prospectivo). Este tipo de explicaciones también se relaciona con el teorema del votante mediano
propuesto desde la economía política. Esta teoría postula que el votante mediano, cuyos ingresos se
encuentran por debajo de la media, tenderá a favorecer las políticas que implican un cierto nivel de
redistribución.
Estos dos grandes tipos de explicaciones dan cuenta de la posible existencia de un voto de clase o clasista,
pero no de por qué ha podido perder peso como factor estructurador del voto. Haciendo una revisión,
Geoffrey Evans se refiere a cinco tipos de explicaciones fundamentales:
1) los procesos de aburguesamiento de las clases trabajadoras, de proletarización de los trabajadores de
cuello blanco y de movilidad social inter- e intra-generacional, que sugieren que la clase social ya no es un
determinante tan poderoso de las oportunidades vitales de los miembros;
2) el conflicto basado en las clases se ha visto desplazado por nuevos cleavages (divisiones sociales como el
género, la raza y la etnia, los sectores productivos, etc.) en la sociedad posindustrial;
3) los mayores niveles formativos de los ciudadanos hacen puedan tomar sus decisiones políticas sin recurrir
a los resúmenes que les proporcionan sus identidades colectivas (como la clase);
4) los valores posmaterialistas están desplazando a la tradicional división entre izquierda y derecha a la hora
de tomar las decisiones de voto (según Ronald Inglehart, las prioridades valorativas han cambiado del
materialismo al postmaterialismo, lo que supone un mayor énfasis en la autoexpresión, los sentimientos de
pertenencia a la comunidad y los aspectos no materiales de la calidad de vida frente a la seguridad física y
económica –valores materialistas-);
5) dado que la clase trabajadora supone un porcentaje menor que en el pasado del electorado, los partidos de
izquierda han tenido que moderar sus programas para intentar captar a las clases medias.
Al margen del voto, los recursos socioeconómicos, están asociados con otros indicadores de
comportamiento político como la participación en asociaciones o en actividades de manifestación, protesta o
huelga. Así como la influencia de los factores individuales sobre la probabilidad de es limitada, existe una
desigualdad más acusada en otros tipos de participación política: las posibilidades de influir en política
dependen de los recursos sociales desigualmente distribuidos de diversos tipos de los ciudadanos y estas
desigualdades son susceptibles de reforzar o generar desigualdades políticas. En España, Miguel Caínzos
llegó a las siguientes conclusiones: unos mayores recursos (clase social o el nivel educativo), los ingresos o
la relación con la actividad, están asociados con mayor participación en actividades de tipo político.
5.2. Estatus y consumo cultural
¿Se encuentra la participación en actividades culturales estratificada según los criterios de clase o estatus?
Los analistas del consumo cultural se han apoyado en tres tipos de propuestas teóricas. Chan y Goldthorpe
han hecho una breve revisión de esas propuestas.
a) La teoría de la «homología», cuyo representante es Bourdieu, defiende que la correspondencia entre
ambos procesos de estratificación, socioeconómica y cultural, es muy estrecha. Recopiló en su libro La
distinción (1988) los resultados de estudios en la década de 1960 acerca del consumo de cultura en Francia.
Expuso cómo los gustos e intereses individuales tendían a estar determinados por la posición
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socioeconómica. Las distintas clases sociales varían en sus preferencias y consumos en el terreno cultural y
estos forman, junto con sus preferencias en el consumo de otros bienes como el vestido o la comida, habitus
distintos. El habitus consiste en las predisposiciones que orientan el comportamiento social. A través de la
socialización, se forman gustos y preferencias, que se internalizan hasta ser una «segunda naturaleza» de las
personas. Lo componen estructuras o esquemas mentales con los que la gente maneja (percibe, comprende y
evalúa) el mundo social y que dirigen sus prácticas en ámbitos como el del consumo cultural. Además, en el
ámbito cultural existe competencia y conflicto. Las clases dominantes hacen gala de un habitus cultivado y
movilizan su capital cultural, además del económico, para mantener su posición privilegiada presentando
sus gustos como los más legítimos y distinguidos y manteniendo una distancia respecto a las formas
culturales inferiores (populares).
2) Las tesis de la individualización representadas por Ulrich Beck (1992), afirman que, como consecuencia
del aumento general del nivel de vida de la población, de la movilidad social y geográfica y de la
intensificación del género o la etnia, la clase social o el estatus han dejado de constituir elementos que
definan la acción social y los estilos de vida, incluyendo el consumo material y cultural, que se definen
ahora por una libertad de elección individual.
3) Los argumentos sobre el carácter omnívoro frente a «unívoro» del consumo cultural se apoyan en la
evidencia de que, en contra de los postulados de la teoría de la homología, las clases altas no solo no
despreciaban las manifestaciones populares de consumo sino que las consumían, incluso más que las
trabajadoras, además de otros productos culturales considerados cultos. Las clases favorecidas consumirían
más cultura y de una mayor variedad de tipos, incluyendo los más populares, que los estratos menos
favorecidos de la población.
La mayor parte de la literatura sobre consumo cultural se ha centrado en dos cuestiones: (a) la contrastación
empírica de estas propuestas teóricas en distintos contextos nacionales, usando fuentes de datos cada vez
más completas y técnicas de análisis sofisticadas; y (b) la comparación de la capacidad explicativa de
distintos indicadores de la posición social de los individuos, centrándose en la distinción conceptual entre
clase y estatus corno dos formas cualitativamente diferentes de estratificación social.
La cuestión relativa a la validez de las tres principales teorías, ha encontrado en Goldthorpe y Tak Wing
Chan, a algunos de sus representantes. Estos autores resumen sus análisis sobre el consumo de distintas
actividades culturales -teatro, música, cine, danza y artes visuales- en Inglaterra (una sociedad de las más
clasistas) a principios de este siglo. Muestran que el consumo de cultura no se encuentra ordenado siguiendo
estrictamente el espejo de la estructura social. No existe una élite que consuma solamente alta cultura y
rechace las manifestaciones más populares; la fuente de diferenciación se halla entre los consumidores
omnívoros, es decir, de todo tipo de productos culturales, que se encuentran en las posiciones sociales más
favorecidas, y los consumidores unívoros, que únicamente se nutren de productos populares. La evidencia
empírica para otros países aporta resultados también coherentes con esta distinción omnivoracidad frente a
«univoracidad».
El análisis de las pautas se encuentra en menor desarrollo en España. Aun así, algunos trabajos siguen las
referencias teóricas y las técnicas de análisis estándar en la disciplina. Usando datos para el año 1994, López
Sintas y García Álvarez encontraron evidencia de cuatro grandes grupos en la población española:
1) los no consumidores, más frecuentes entre las personas inactivas y entre las clases trabajadoras, en los
municipios de pequeño tamaño, entre las personas de mayor edad y en los niveles básicos de educación;
2) los consumidores de cultura exclusivamente popular, entre las clases trabajadoras;
3) los consumidores omnívoros, sobrerrepresentados entre los titulados universitarios, los jóvenes, la clase
de servicio y en las grandes ciudades; y
4) los consumidores intelectuales o elitistas (highbrow: el término sigue usándose como sinónimo de
intelectual o culto a pesar de que la base de su creación –que las personas con mayor capacidad intelectual
tenían frentes amplias-carece de fundamento científico), en las clases más favorecidas.
Herrera Usagre, analizando fuentes de datos de la última década, llegó a conclusiones algo diferentes. El
consumo de actividades consideradas de alta cultura, como el teatro, el ballet o los museos, está restringido a
los españoles de alto estatus. Según sus resultados, los gustos de las clases de servicio incluyen el jazz, el
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blues, el soul o la canción protesta; y los documentales y programas educativos. Las clases trabajadoras
tienden a consumir música española y flamenco, y se decantan por programas de actualidad rosa, telenovelas
y concursos. Su análisis del efecto del nivel de estudios sobre el tipo de gustos musicales muestra, sin
embargo, cómo mayores niveles de formación se asocian con una mayor omnivoracidad.
Sobre la capacidad que tienen distintos indicadores de la posición social para explicar las diferencias en el
consumo de distintos tipos de productos culturales, el análisis empírico reciente indica que son el estatus -
más que la clase social- y el nivel educativo los factores que logran dar cuenta de las diferencias en el
consumo de cultura. Mientras la posición de los individuos en la estructura social se relaciona con sus
oportunidades económicas, es el estatus el que parece explicar sus estilos de vida.
(El término highbrow continúa utilizándose en esta literatura como sinónimo de intelectual o culto a pesar de
que la base sobre la que nació -la creencia de que las personas con mayor capacidad intelectual tenían
frentes amplias- carece de fundamento científico.)
6. Resumen
Nuestro repaso a las consecuencias de la desigualdad ha partido de la doble idea de que (a) los parámetros
estructurales están relacionados entre sí, de tal forma que los indivi-duos pertenecen a más de una categoría
social y (b) que estos parámetros se relacionan con el acceso a cantidades desiguales de recursos que son
socialmente valorados. En este capítulo nos hemos centrado en el estudio de dos parámetros estructurales
funda-mentales (la clase social y el estatus) y hemos analizado en qué medida y a través de qué procesos
estos parámetros están relacionados con la distribución desigual de recursos que se generan en el mercado de
trabajo (en concreto, la renta, el riesgo de desempleo, la jubilación y las desigualdades étnicas en el mercado
laboral), del logro educativo, de la salud, del voto y la participación en otras actividades políticas y del
consumo de dis-tintos tipos de productos culturales. En todos estos casos, hemos mostrado la existencia de
diferencias de clase o de estatus en cómo se reparten estos recursos socialmente valorados - en distintos
contextos nacionales, incluyendo a España- y hemos hecho referencia brevemente a las principales
explicaciones que se ofrecen en las diferentes disciplinas para dar cuenta de ellas. Hemos incluido también
una discusión sobre la di-ferencia que hay entre, por un lado, la existencia de asociaciones y/o correlaciones
de la posición socioeconómica de los individuos y su posición relativa en la distribución de cada uno de
estos tipos de recursos y, por otro, la existencia de una relación causal.
7. Términos importantes
Capital cultural Disposiciones mentales duraderas y bienes culturales que, según algunas teorías
sociológicas, constituyen un recurso poderoso que algunos grupos cultivan y movilizan para mantener o
mejorar su posición social. El capital cultural puede conver-tirse, en determinadas condiciones, en capital
económico y puede llegar a instituciona-lizarse en forma de títulos educativos.
Cierre social Conjunto de prácticas por las que determinados grupos intentan tener el monopolio de las
ventajas y maximizar las recompensas asociadas a una posición, man-teniendo al resto de grupos -
considerados inferiores o no válidos- al margen. Un ejemplo claro de cierre social es el cierre ocupacional,
el proceso por el que se maxi-mizan las recompensas que proporciona una ocupación limitando el acceso a
ella a un grupo restringido de gente.
Clases sociales Grandes agregados de personas que comparten una misma posición social y económica
derivada del tipo de trabajo que hacen, es decir, de su ocupación. La clase es una de las dimensiones básicas
de la estratificación social.
Concentración étnica Proceso en virtud del cual algunos grupos étnicos tienden a ocupar determinados
espacios residenciales o laborales en los que su presencia excede sig-nificativamente la que tienen en el
conjunto de una sociedad.
Estatus En sentido amplio, el prestigio que se asigna a una determinada posición social. En sentido estricto,
el estatus es el prestigio ocupacional.
Gradiente social de la salud Término con el que epidemiólogos y expertos en salud pública suelen
denominar a las desigualdades de salud entre personas o grupos sociales. Con el término gradiente se alude
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al hecho de que los efectos de la posición socioeconó-mica sobre la salud tienen lugar en toda la escala
social.
Segmentación laboral División de los mercados de trabajo en diferentes segmentos con distintas
condiciones de trabajo en lo que se refiere, entre otras cosas, a salario, jornada o estabilidad en el empleo.
Muchas veces la segmentación se produce entre dos submercados laborales con estructuras y reglas de
funcionamiento claramente diferentes: uno primario que ofrece buenas condiciones de empleo y otro
secundario en el que las con-diciones y perspectivas de trabajo son peores. En este sentido, se habla a veces
también de la existencia de un mercado dual de trabajo.
Los datos que aparecen se refieren a Estados Unidos. Algunas de las correlaciones han sido muy discutidas y
sus posibles explicaciones son a veces muy especulativas.
2. Clase social y delito
La clase social es una de las variables que más explica las desigualdades.
La pregunta estrella sigue siendo si unas clases sociales cometen más delitos que otras. Puede decirse que
una gran parte de los estudios empíricos encuentran una relación entre pertenecer a la clase baja y tener una
mayor propensión a cometer un delito; pero esta relación está en entredicho por:
- La disparidad metodológica a la hora de comprobar empíricamente este tema. En función de cómo se
defina y se mida el delito, se obtienen unos resultados u otros.
- El hecho de que los delitos de los poderosos no suelen ser tan estudiados, por lo que las investigaciones
suelen estar sesgadas a favor de las clases medias y altas.
1) Porque los resultados de las investigaciones están influidos por el uso de distintos métodos, por cómo se
define qué es un delito y cómo se delimitan las clases sociales. Además, las investigaciones se suelen llevar
a cabo tomando diferentes muestras de la población, lo que dificulta resultados robustos.
2) Medir los delitos a través de los datos oficiales conlleva sesgos importantes, puesto que muchos delitos no
se denuncian. Puede que los delitos cometidos por algunas clases sociales estén inflados en las estadísticas
oficiales en comparación con otro tipo de delitos menos denunciados y cometidos por otras clases. Cuando
los delitos se miden de otra forma, están distribuidos de manera más equitativa entre clases sociales. Sucede
así cuando se ha preguntado a través de encuestas si se han cometido a lo largo de la vida ciertos delitos,
aunque las clases bajas suelen ocultar los delitos en mayor medida en este tipo de encuestas.
3) Las estadísticas pueden reflejar la predisposición de la policía a quién arrestar y a quién no; o la
propensión de los jueces a enviar a prisión a perfiles de delincuentes. Las clases bajas también saldrían
perjudicadas.
Una serie de teorías tratan de explicar la mayor propensión de la clase baja a cometer delitos. Pueden
agruparse en tres corrientes: 1) las teorías individualistas; 2) las interaccionistas y 3) las estructurales.
1) Las individualistas dicen que los delitos de los pobres son producto de fallas familiares. Estas fallas
tienen lugar cuando las familias no transmiten unos valores adecuados para saber lo que está bien y lo que
está mal. En el fondo, estas teorías culpan a la pobreza moral de las familias y de los individuos. Se centran
en explicar los delitos cometidos en la calle, más asociados con la clase baja. De ahí que hayan sido
criticadas por centrarse en la pobreza moral de esta clase, y no en la de otras clases sociales que cometen en
mayor medida otro tipo de delitos.
2) Las interaccionistas señalan que hay prácticas discriminatorias en el sistema judicial que perjudican a la
clase baja. De no existir, la comisión de delitos estaría más nivelada por clases sociales. El sistema judicial
controla más las áreas deprimidas, lo que aumenta la probabilidad de que sus habitantes sean etiquetados
como delincuentes.
3) Las estructurales ponen el acento sobre las presiones físicas y estructurales que crea la pobreza. En el
origen de estas teorías se encuentra Merton, que ya en 1930 acuñó el término “tensión social”: el deseo de
tener una buena vida y posesiones materiales está igualmente distribuido entre las clases sociales, pero los
pobres tienen menos recursos para conseguirlas. Algunos individuos resuelven esta tensión recurriendo a
medios ilegales. Los individuos de las comunidades pobres tendrían tasas de delincuencia más elevadas por
presiones provocadas por la propia pobreza y la desigualdad.
La percepción de la delincuencia varía entre clases sociales. Los de la clase social baja son percibidos en
mayor medida como delincuentes en comparación otras clases. Pese a que algunos investigadores han
cuestionado la relación entre la clase social baja y el delito, el tipo de delitos sí que varía claramente en
función de las clases sociales. Los delitos cometidos por la clase baja están relacionados con el tráfico de
drogas, la prostitución y los robos. Ocurren en las calles, lugares más visibles. Las clases medias y altas
suelen cometer delitos de cuello blanco en las oficinas, menos visibles. Por otra parte, como poseen más
recursos económicos y sociales, es más probable que si son juzgados eviten la condena, lo que ayuda a
invisibilizar el delito.
Generalmente los delitos típicamente cometidos por la clase baja tienen una cobertura mediática distinta, lo
puede contribuir a asociar la delincuencia con la clase baja.
Habría que analizar el efecto que tiene en la actualidad la cobertura mediática de los delitos de cuello
blanco. La cobertura de la corrupción y los desfalcos pueden estar contribuyendo a que la delincuencia ya no
se perciba como propia de la clase baja.
Otros autores sugieren que las ideas sobre el delito y la criminalidad suelen adquirirse a través de una
socialización moldeada por el origen social, los principios religiosos y las preferencias políticas. Que la
clase baja sea percibida como la más propensa a delinquir coincide con la retórica dominante de líderes
religiosos, políticos y económicos, sobre las relaciones entre el pecado, la pobreza y la delincuencia.
También se ha subrayado que la propia criminología ha contribuido a extender la idea, ya que se ha centrado
en el estudio de los delitos más propios de esta clase, como los robos, los asesinatos y el menudeo de drogas,
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en lugar de analizar los delitos de cuello blanco, como el fraude fiscal o los pactos entre empresas para
actuar ilegalmente.
Los efectos del nivel educativo sobre la delincuencia también han sido analizados a nivel grupal o
comunitario:
- Cuanto mayor sea el nivel educativo de una comunidad, barrio o área, menor probabilidad de que haya
delitos en ella.
- Pasar por la educación post-secundaria es uno de los métodos más exitosos para prevenir el delito. Los
Estados que más han invertido en educación suelen tener menores tasas de encarcelamientos y de delitos
violentos.
Otra cuestión es si la relación entre el nivel educativo y los delitos varía en función del origen étnico:
- Los afroamericanos y los hispanos que dejan la escuela tienen mayor probabilidad de acabar en la cárcel.
Que la tasa de delitos entre los afroamericanos y los hispanos sea más elevada ha llevado a algunos a
plantearse si existe una correlación entre el origen étnico y la delincuencia, mediada por el nivel educativo y
el abandono escolar. Se ha demostrado que los inmigrantes de primera generación cometen menos delitos
que los nativos. No sucede con algunos grupos de inmigrantes de segunda generación.
- El riesgo de encarcelamiento, las tasas de delitos violentos y los bajos niveles educativos están
concentrados en las comunidades negras (más barreras para lograr altos niveles de estudio).
- Cuando no hay vacaciones escolares, los delitos contra la propiedad cometidos por jóvenes disminuyen
drásticamente.
- Abandonar el sistema educativo aumenta la probabilidad de cometer un delito. No obstante, algunos han
planteado la posibilidad de una causalidad inversa. Esto es, que los jóvenes que cometen delitos suelen
abandonar el sistema educativo.
- No todos los estudios han encontrado una relación estadística negativa entre el nivel educativo y el delito.
Algunos han argumentado que el aumento del nivel educativo facilita a algunos individuos un
comportamiento delictivo, ya que les dota de más habilidades y de conocimientos para tipos de delitos como
las estafas piramidales o los fraudes cibernéticos.
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Para algunos delitos, como la evasión fiscal, los desfalcos o la malversación, la correlación estadística entre
el nivel de estudios y el delito es positiva.
2) A mayor nivel educativo, mayor consciencia de las consecuencias futuras de acciones delictivas o
antisociales.
3.2. Relación entre el cociente intelectual y los delitos: evidencia empírica y críticas.
Las investigaciones empíricas señalan que cuanto mayor sea el cociente intelectual (CI), menor probabilidad
de cometer un delito. Estos hallazgos han sido muy criticados en tres sentidos:
1) Que los test de inteligencia miden en realidad los conocimientos y valores de la clase media en lugar de la
inteligencia humana innata. Que los grupos minoritarios y la población empobrecida puntúen menos,
simplemente refleja su distinto bagaje cultural.
2) Las desventajas estructurales que aumentan las tasas de delincuencia también reducen las oportunidades
educativas, cosa que reduce la habilidad y la motivación para puntuar alto en los test de inteligencia.
3) Los maestros y las administraciones públicas tratan a los estudiantes de manera distinta en función de la
percepción de su inteligencia. A los poco inteligentes se les pone etiquetas negativas y tienen menos
oportunidades educativas. Estas etiquetas y tener menos oportunidades provocan alienación y resentimiento
que lleva a los estudiantes a delinquir.
Tres son las teorías que explican las posibles relaciones entre la posición laboral de un individuo y su
probabilidad de cometer algún delito: la teoría de la elección económica, la teoría del control social y la
teoría del aprendizaje en el trabajo.
2) Según la teoría del control social, una fuerte atadura a la institución del trabajo supone un importante
control social informal sobre la comisión de delitos. Esto promueve evitar la tentación de violar la ley para
no poner en riesgo las carreras laborales. Enfatiza que los que tienen un empleo remunerado suelen tener
menos oportunidades para cometer un delito al dedicar su tiempo al desempeño laboral. Otros subrayan que
para aquellos que han tenido un historial delictivo, lograr un trabajo de calidad puede ser un punto de
inflexión, ya que aumenta el capital social, así como las relaciones que son más convencionales.
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3) De acuerdo con la teoría del aprendizaje, en un trabajo se suele tener proximidad con un círculo social
convencional durante bastantes horas a la semana. Esto refuerza modelos de conducta positiva dentro y
fuera, algo que contribuye a no delinquir.
Aunque los mecanismos difieren entre sí, de todas se deduce que es menos probable que alguien ocupado
cometa un delito, y que los que tienen un empleo estable y de calidad, cometerán menos delitos.
Además de estas teorías, existe otra que afirma que la relación entre la situación laboral de los individuos y
su propensión a cometer delitos es enteramente falsa. Según esta, que podría denominarse como la del
autocontrol, las posiciones de los individuos están determinadas por cómo consideran las consecuencias de
sus acciones a largo plazo. Los individuos con poco autocontrol suelen buscar una gratificación inmediata,
por lo que es menos probable que estén empleados o que tengan un buen empleo. Esto hace que su
rendimiento en la educación sea menor que los individuos que difieren la gratificación inmediata y piensan
más a largo plazo.
1) Los que tienen empleo, salarios altos, estabilidad laboral y un alto prestigio ocupacional, cometen menos
delitos.
2) Estar empleado reduce la probabilidad de cometer un delito en comparación con los que no tienen.
3) Los que están fuera del mercado laboral (los inactivos que no trabajan ni buscan un empleo activamente)
tienen una menor probabilidad de cometer un delito que los parados.
4) Tener un buen empleo reduce la probabilidad de cometer un delito; tener uno malo, también la reduce en
comparación con los parados.
Por otra parte, esas correlaciones son más fuertes cuanto mayor es la edad y entre los perfiles que más riesgo
tienen de cometer un delito. En cambio, es más débil entre los jóvenes y los perfiles menos proclives.
Trabajar mientras se está estudiando aumenta la probabilidad de cometer delitos, desde el consumo de
sustancias prohibidas hasta agresiones y asaltos, pasando por robos y vandalismo. Se ha demostrado que
trabajar más de 20 horas semanales está asociado a las conductas más negativas.
La teoría de la calidad en el empleo ha explicado esta relación. El empleo de los adolescentes está
concentrado en el comercio al por menor y en los servicios, empleos generalmente mal pagados, que
requieren poca cualificación, ofrecen pocas oportunidades de movilidad social ascendente y están sujetos a
una rotación casi constante. Además, en numerosas ocasiones constituyen un punto de parada para aquellos
que abandonan la educación secundaria.
Trabajar a lo largo de la adolescencia es un indicio de que el tránsito hacia la vida adulta se realiza antes de
haber adquirido la suficiente madurez.
Otra teoría sugiere que la familia y la escuela son fundamentales como agentes socializadores. Trabajar
intensamente durante la adolescencia es un indicio de que se está transitando a la vida adulta sin la madurez
suficiente. El empleo interrumpe un proceso de socialización familiar al romperse los lazos entre los padres
y sus vástagos al estar menos tiempo con ellos, alejarse del control parental y ejercitar una mayor autonomía
a la hora de tomar decisiones.
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Con respecto a la escuela, trabajar durante la adolescencia debilita el compromiso con la escuela, ya que se
pasa menos tiempo estudiando, se falta más a clase, se tienen menos aspiraciones académicas, y un menor
rendimiento académico.
Según dichas investigaciones, habría un sesgo de selección en los trabajadores adolescentes que estaría
afectando a la probabilidad de cometer un delito. En efecto, los adolescentes que trabajan intensamente son
muy diferentes de otros que no trabajan o que lo hacen moderadamente. Suelen entrar en el mercado laboral
como resultado de un débil enlace emocional con sus padres, un pobre rendimiento académico y un
comportamiento antisocial desde muy jóvenes.
4.4. Críticas a los hallazgos sobre la relación entre la situación laboral y el delito.
Apel (2009) ha remarcado retos que tiene la investigación empírica que analiza la relación entre la posición
en el mercado laboral y el delito: el problema de la endogeneidad y de la causalidad inversa.
4.4.1. La endogeneidad
La gente que está empleada tiene características distintas de la gente que no. Esas características, además de
influir en el hecho de trabajar o no hacerlo, también influyen en la propensión a cometer un delito, por lo
que es muy difícil saber qué cuenta a la hora de delinquir, si la situación en el mercado laboral o esas
características. Algunas son ser una persona hábil, planificada y amable. La consecuencia es que los efectos
del empleo sobre la propensión de delinquir pueden estar sobreestimados.
Algunos análisis han diseñado muestras especiales para seguir a los mismos individuos a lo largo del tiempo
y empleando técnicas estadísticas sofisticadas. Un diseño óptimo puede neutralizar los problemas descritos.
Estos análisis revelan que la relación entre la situación laboral y la probabilidad de cometer un delito es
robusta. No obstante, la fortaleza de la correlación tiende a ser débil en comparación con otros factores más
decisivos para cometer un delito, como el hecho de consumir drogas o el tipo de familia que se tenga.
Este hecho no solo dificulta encontrar algún empleo, sino que puede condicionar el tipo de empleo que se
encuentra. Los individuos que han pasado por prisión encuentran empleos en el llamado mercado
secundario: empleos con peores condiciones laborales, más precarios y peor pagados. Factores que a su vez
aumentan la probabilidad de delinquir.
El segundo tema ha sido si el tipo de estructura familiar en la que uno se ha criado importa para delinquir. Se
ha analizado el papel de la pobreza y de la violencia marital.
La clave que relaciona la crianza con capacidad para autocontrolarse radica en que los padres son los
encargados de enseñar qué es un comportamiento correcto, controlar el comportamiento y de imponer una
disciplina cuando se portan mal. Cuando los padres realizan estos cometidos, el niño aprende a controlarse a
sí mismo. Esta teoría indica que las diferencias en el control de uno mismo se establecen alrededor de los 10
años y que permanecen bastante estables a lo largo de la vida.
Los investigadores sugieren que el control de sí mismo solo puede explicar una parte. De ahí otras teorías
que enfatizan las relaciones recíprocas o influencias mutuas entre los padres y los niños: teoría del
aprendizaje social, según la cual los padres muy irritables suelen gritar y atacar verbalmente a sus hijos, lo
que enfada a los niños y produce una respuesta desafiante. El resultado es una espiral de intercambios
negativos que desemboca en un comportamiento antisocial. En muchas ocasiones los padres amenazan, pero
no siempre cumplen, lo que provoca a la larga que los niños tengan una posición de poder puesto que su
comportamiento da resultado.
Este comportamiento va más allá de los muros familiares, ya que el patrón será el mismo en sus relaciones
con los amigos o compañeros de clase. También será en muchos casos recompensado en otros ámbitos,
puesto que los niños con un comportamiento convencional suelen ceder ante las presiones de los violentos.
El comportamiento antisocial tiende a ser reforzado en la interacción con los pares.
Si bien, la consecuencia a medio y largo plazo es el rechazo de los pares con actitudes convencionales. Esto
hace que la amistad entre aquellos con comportamientos antisociales se refuerce, formando un grupo
desviado.
Teoría criticada por minusvalorar la influencia que tienen los padres en la elección del grupo de amigos de
sus hijos. Los padres usan estrategias: animar a sus hijos a que se junten con ciertos grupos, elegir el colegio
o promover la participación en ciertas actividades convencionales como las deportivas.
Simons (2009) gira en torno a si el comportamiento antisocial persiste a lo largo de la vida o no. La teoría
del autocontrol propugna que las diferencias para controlarse se establecen en torno a los 10 años y
permanecen estables a lo largo de la vida.
La teoría del curso vital de Sampson y Laub (1990) comparte que el comportamiento antisocial es una
consecuencia de un comportamiento desviado durante la infancia. Señalan que muchos padres ni siquiera se
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esfuerzan en disciplinar a los hijos ante su oposición y desafío. Todo desemboca en un fracaso académico y
la creación de grupos de pares de adolescentes problemáticos.
La teoría del curso vital remarca que no todos los niños y adolescentes problemáticos continúan siéndolo.
Los datos indican que a los 10 años, entre un 15 y un 20% de los niños son desafiantes. A los 18, alrededor
del 10% ha delinquido, se ha involucrado en peleas, robos o venta de estupefacientes. A los 26 años,
alrededor del 5% ha cometido algún delito grave.
Muy pocas investigaciones han analizado los efectos. Han concluido que los individuos expuestos a castigos
moderados no tienen una mayor probabilidad de tener un comportamiento antisocial que los que no fueron
sometidos. Aquellas personas que sufrieron en su niñez castigos físicos duros sí tienen una mayor
probabilidad de ser personas antisociales.
- el hallazgo viene matizado por las propias proporciones. Se sabe por algunas investigaciones que la gran
mayoría de los niños criados en familias de madres o padres solteros, o en familias reconstituidas, no tienen
problemas de comportamiento. La proporción oscila entre el 10 y 15% para los hijos de madre o padre
soltero o divorciado, por un 5% de familias nucleares intactas.
Otras investigaciones han demostrado que es el estrés en este tipo de familias lo que aumenta la probabilidad
de que los hijos tengan un comportamiento antisocial.
Simons distingue entre la violencia común de pareja (poca frecuencia, no sostenida en el tiempo y
desemboca raramente en heridas físicas y traumas psicológicos) y el terrorismo íntimo (persistente, severo y
provoca heridas físicas y traumas emocionales).
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Las investigaciones proponen dos perfiles de maltratadores de terrorismo íntimo: a) varones con un perfil
antisocial en otros ámbitos, además del familiar; b) individuos con desórdenes de personalidad que no
muestran un comportamiento antisocial fuera, pero que maltratan a la mujer.
3. Género y delito
Davidson y Chesney-Lind (2009) afirman que las mujeres que han cometido delitos son las grandes
olvidadas en la criminología, al menos hasta los años 70. Gracias a la expansión del feminismo en el ámbito
académico, el análisis del delito desde una perspectiva de género se ha ido ampliando. La criminología
comenzó a investigar si las mujeres cometían delitos por distintas razones que los varones.
Las investigaciones desde la perspectiva de género han mostrado algunas pautas comunes con los varones.
Las mujeres que cometen delitos proceden en mayor medida de comunidades pobres; han tenido historias
laborales discontinuas y una elevada proporción pertenecen a minorías étnicas.
No obstante, el análisis ha encontrado algunos hechos específicos para las mujeres, por ejemplo, que las
mujeres que cometen delitos han sufrido en mayor medida historias traumáticas, adicciones, abusos y
privaciones económicas.
Algo más de la mitad de las encarceladas ha sufrido abusos físicos o sexuales, por menos de 1 de cada 5
varones encarcelados; y muchas veces antes de la mayoría de edad. También entre las mujeres presas hay
mayor proporción de condenadas por asuntos de drogas y delitos contra la propiedad.
Otras investigaciones han analizado las trayectorias de las mujeres implicadas en actos delictivos. En
comparación con los varones, estas suelen haber sufrido en mayor medida abusos en sus familias de origen y
en sus relaciones de pareja. Provienen de familias fragmentadas, sufren de trastornos psicológicos o padecen
problemas físicos, son madres solteras y tienen historias laborales muy inestables.
Con todo, a mediados de la primera década del siglo XXI más del 80% de los arrestados por crímenes
violentos (asesinatos, agresiones, violaciones y robos) y casi el 70% de los arrestados por delitos contra la
propiedad, fueron varones. Las mujeres fueron arrestadas en mayor proporción en casos de prostitución.
En la comisión de delitos violentos hay que destacar que desde finales de los años 60 su participación ha
crecido rápidamente. De acuerdo con Davidson y Chesney-Lind, si hay algún perfil de mujer delincuente es
una mujer joven, madre soltera, negra, con un nivel educativo bajo y que ha sufrido abusos.
Con respecto al momento del arresto y las secuelas legales, cabe destacar algunas diferencias:
- las mujeres pagan la fianza en menor proporción, puesto que no suelen tener los mismos recursos
económicos;
- es habitual que a las mujeres un tiempo en la cárcel les suponga una mayor ruptura de los lazos familiares,
como la pérdida de la custodia de los hijos. Suelen ser las madres las que se ocupan de los hijos, y en caso
de ser condenadas, las sentencias medias superan los 15 meses de prisión.
4. Inmigración y delito
4.1. ¿Cometen los inmigrantes más, menos o los mismos delitos que los nativos?
Los datos muestran que los inmigrantes tienen menor probabilidad que los nativos. Sus tasas de
encarcelamiento son menores. En el primer tercio del siglo XX se constató que las ciudades con mayor
proporción de inmigrantes no tenían tasas de delincuencia más altas. Investigaciones recientes encuentran
que en vecindarios con altas concentraciones de inmigrantes hay menores niveles de violencia.
Este hecho también se ha comprobado con datos individuales a nivel micro. Los registros judiciales
muestran que los extranjeros tienen menor probabilidad de ser culpables que los nativos.
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Algunos estudios han hallado una mayor tasa de delitos entre grupos de inmigrantes, como los hispanos.
Sobre todo en las edades jóvenes, ya que los inmigrantes hispanos tienen unas características
sociodemográficas que aumentan la probabilidad: están concentrados en las edades jóvenes y son varones.
Las tasas de delincuencia entre inmigrantes varían en función de dónde vivan. Si se concentran en zonas
pobres, aumenta su tasa de delitos en comparación con los nativos.
En lo que respecta a los inmigrantes sin papeles, los pocos datos desmienten la idea de que tienen una mayor
probabilidad de cometer delitos. Entre 1994 y 2001, la tasa de delitos violentos bajó del 34 al 26%, mientras
que los inmigrantes sin papeles se duplicaron hasta los 12 millones.
En lo relativo al tipo de delitos que sufren los inmigrantes, en general son víctimas en mayor medida que los
nativos, aunque hay diferencias. En los delitos contra la propiedad, los inmigrantes no son víctimas en
mayor medida, excepto en los robos. En cualquier caso, se especula con que en realidad los sufran más,
puesto que muchos no los denuncian por miedo o desconocimiento.
Los inmigrantes tienen una mayor probabilidad de ser víctimas de homicidios, y los sin papeles también. Su
situación es especialmente vulnerable en países donde los bancos no permiten abrir una cuenta a inmigrantes
ilegales.
Sobre la segunda generación, los hijos de inmigrantes que ya han nacido en el país de destino, llama la
atención que tenga una tasa de delitos superior a la de sus padres. En ocasiones, incluso mayores que los de
los nativos.
La brecha entre la primera y la segunda generación varía de acuerdo con el origen étnico, la localidad donde
se viva y los tipos de delitos. Los inmigrantes (de segunda) que habitan en lugares con una alta proporción
de inmigrantes tienden a cometer menos delitos. La tasa también es mayor si se habita en zonas donde hay
pobreza y tasas altas de desempleo.
Entre los blancos y los asiáticos de segunda generación el consumo de sustancias ilegales aumenta; pero no
hay variaciones respecto a delitos violentos o contra la propiedad. Entre los adolescentes negros e hispanos
sí aumentan los delitos violentos y contra la propiedad en comparación con sus padres, cosa que no sucede
con el consumo de sustancias prohibidas.
4.3. Teorías e hipótesis sobre la relación entre delincuencia e inmigración.
La teoría de la autoselección explica el hecho de que los inmigrantes tengan tasas de delitos menores que las
de los nativos. Los inmigrantes serían un grupo de individuos autoseleccionados que llegan a los países de
destino por motivos económicos, por lo que su objetivo es trabajar duro, ahorrar y aumentar su nivel de vida
y el de la familia que permanece en el país de origen. Tratan de evitar cualquier problema con la ley.
Los hijos de inmigrantes ya no están autoseleccionados y no tienen que superar los retos que encontraron sus
padres.
Las teorías de la aculturación y de la asimilación segmentada explican que las pautas de delitos varían en
función de la localización y del origen étnico. La aculturación y la aceptación de la sociedad de acogida son
requisitos para la movilidad social y económica. Hablar bien el idioma, tener niveles educativos y
habilidades laborales puede facilitar la integración y las oportunidades. Una ausencia se considera un factor
que aumenta la probabilidad de cometer delitos.
Esta teoría también se ha utilizado para explicar la mayor proporción de delincuentes entre los inmigrantes
de segunda generación. Están tan integrados que debilitan lo lazos entre los padres y los hijos y disminuye la
autoridad del padre; algo peligroso si se vive en zonas con problemas sociales en los hay subculturas
tendentes a delinquir.