Clase 9 Cuerpo - Docvaliente
Clase 9 Cuerpo - Docvaliente
Clase 9 Cuerpo - Docvaliente
Enrique Valiente
A lo largo del siglo XX y las primeras décadas del siglo XXI, el culto al cuerpo se ha extendido
progresiva y masivamente, convirtiéndolo en un objeto sobre el cual concentrarse en forma obsesiva no
quizás como fuente de placer, sino como blanco de responsabilidad y esmero.
Hoy en día se “es” prácticamente la imagen del cuerpo que se posee y el sacrificio y la dedicación
encaminados a “trabajar” la propia exterioridad se han constituido en un requisito de aprobación social,
éxito interpersonal y en una medida de lo moralmente valioso.
En forma contemporánea, las sociedades occidentales han generado formas inéditas de socialización
que privilegian el cuerpo y en donde lo corporal es la única forma de anclaje, lo único que puede darle
certezas al sujeto. En tiempos de primacía del individualismo, de atomización de los sujetos y del
reinado de una sensibilidad narcisista, el cuerpo en cierto modo se constituye en valor último, lo que
queda cuando el resto se esfuma y disgrega lentamente y cuando las relaciones sociales se vuelven cada
vez más precarias.
Entonces, sería la pérdida de la carne social la que invita al sujeto a preocuparse por su cuerpo y darle
carne a su existencia. El cuerpo, en resumen, se ha convertido en expresión y síntesis de la cultura
moderna El cuerpo se exhibe, se vende, se transforma, se mutila y a través de ello expresamos hoy en
día –en gran medida- nuestras angustias, frustraciones, sensibilidades, miedos, inseguridades.
La nuestra suele ser llamada “la civilización o cultura del cuerpo”. No se trata tan sólo del aspecto
supuestamente revolucionario de una nueva sensibilidad corporal liberadora de la vida sexual,
reivindicadora del hedonismo frente al ascetismo. Se trata de una vivencia de la corporeidad como
dimensión esencial del ser del hombre, una concepción del cuerpo que se es (y no que se tiene), un
imperativo moral asimilado a la dignidad de la persona humana.
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Boltanski, L. (1975) Los usos sociales del cuerpo. Editorial Periferia: Buenos Aires.
Prof. Enrique Valiente
constituye el principio de coherencia de todo un conjunto de actitudes aparentemente independientes.
La inhibición de la expresión de las sensaciones físicas (por ende su percepción) es el resultado de la
regla positiva de que el cuerpo debe utilizarse durante el mayor tiempo y la mejor intensidad posible;
asimismo , la valoración de la actividad física y de la fuerza física, correlativa a una relación instrumental
con el cuerpo sobredeterminan el grado de interés y de atención que conviene prestar a las sensaciones
mórbidas (de allí el silencio que precede al asalto abrupto que implica cualquier enfermedad) y en
general a las sensaciones corporales y al cuerpo mismo.
Por otra parte, cabe destacar que las propiedades corporales en tanto productos sociales son
aprehendidas a través de categorías de percepción que también son una construcción social: las
taxonomías tienden a oponer las propiedades menos frecuentes entre los que dominan (las más raras) y
las más frecuentes entre los dominados. Así, la representación social del propio cuerpo con la que cada
agente social puede contar desde que nace para elaborar la representación subjetiva de su cuerpo es el
resultado de la aplicación de un sistema de clasificación social cuyo principio regulador es el mismo que
el de los productos sociales a los que se aplica. En este sentido, los cuerpos tendrían la posibilidad de
recibir un valor estrictamente proporcional a la posición de sus propietarios en la estructura de las otras
dimensiones de la vida social, sino fuera porque la autonomía de la lógica de la herencia biológica no
siempre coincide con la lógica de la herencia social. Esto significa que a veces recae en los más
desfavorecidos (en su inserción en la escala social) las propiedades corporales más raras, la belleza
(precisamente a veces se llama “fatal” porque subvierte el orden establecido) y, a la inversa, los
accidentes de la biología no privaran en ocasiones a los que dominan de los atributos de legitimidad
(piénsese en las taras de la nobleza).
Por lo expresado, la posibilidad de experimentar el cuerpo en términos de torpeza, y la experiencia
opuesta, la soltura, se presentan con posibilidades desiguales a los miembros de las diferentes clases
sociales. Dichas experiencias suponen agentes que, concediendo un mismo reconocimiento a la
representación de la conformación y el mantenimiento corporal legítimos, están desigualmente
provistos para adecuarse a esa representación. El ejemplo más demostrativo de ello es la experiencia
pequeño-burguesa del mundo social: se caracteriza por la timidez y la torpeza de quienes se sienten
traicionados por su cuerpo y el lenguaje. Se efectúa entonces una práctica constante de autocorrección,
se mira al propio cuerpo con los ojos de los otros, en una vigilancia permanente, llegando al extremo de
hipercorregirse y entonces, la desmesura revela la ilegitimidad de su procedencia
La soltura, por el contrario, es una especie de indiferencia a la mirada de los otros, supone la seguridad
de poder imponer las normas de percepción del propio cuerpo. Precisamente, el encanto y el carisma
designan el poder que posee un agente social para apropiarse del poder que detentan otros agentes
sociales y para apropiarse de su propia verdad. Dicho de otra manera, el encanto y el carisma expresan
el poder de imponer como representación objetiva del propio cuerpo y del ser propio la representación
b) A lo largo de la historia, las representaciones del cuerpo y los saberes acerca del cuerpo, han sido
tributarios de una situación social, de una visión del mundo y, dentro de esta última, de una definición
de la persona. De allí, la gran disparidad histórica de concepciones y significaciones atribuidas al cuerpo
en las diferentes sociedades.
La valoración subjetiva y social del cuerpo, al igual que cualquier otra atribución de valores, está
generalmente determinada por la cultura. Una cultura puede determinar los criterios de la valoración,
concretamente los concernientes a la estética corporal, pero por supuesto, no puede conseguir que
todos sus miembros moldeen sus cuerpos de acuerdo con aquellos criterios. Los desfases entre el
modelo corporal legitimado por la cultura y el cuerpo real de cada individuo han sido –en diferentes
sociedades- fuente de malestar, pero sin asumir la radicalidad que se expresa en la cultura
contemporánea.
Voy a esbozar someramente los principios de valoración atribuidos al cuerpo femenino en el pasado y
que pueden servir de punto de partida para la comprensión de la concepción de los cuerpos como
mercancías y formas de control en la sociedad de consumo.
Los estudios clásicos de Antropología Cultural revelan que en las sociedades tribales el atractivo y las
características físicas de las mujeres recibían mucha más consideración social que los manifestados por
los varones, cuyo atractivo dependía más de sus habilidades y poderes que de su complexión y aspecto
físico.
En dichas culturas, la mayor preferencia las concita las mujeres con pelvis amplias y caderas anchas. El
atractivo sexual-social de la mujer con dichos atributos no puede separase de su condición procreadora.
Durante siglos, un cuerpo de mujer abundante, bien dotado, fue signo de prosperidad y lujo. Implicaba,
además, unas entrañas fecundas e incluso una recolecta abundante. En tiempos en que las hambrunas
eran frecuentes, la delgadez era un mensaje de muerte.
En líneas generales podría afirmarse que, históricamente, el valor social de las mujeres ha estado ligado
a sus cuerpos. Su función social se ha identificado con y se ha expresado a través de sus cuerpos: en la
maternidad, en la satisfacción de las necesidades sexuales de los hombres y en el cuidado de las
necesidades emocionales y físicas de los niños y de los hombres. De modo que, el control sobre la
mujer siempre tendió al control de su doble condición reproductora: bienes para el consumo del grupo
y mano de obra que trabajara en el futuro para la supervivencia de ese grupo. Por lo tanto, durante la
etapa preindustrial, la estimación social de las mujeres depende en gran medida de su cuerpo productor
y nutricio.
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