Lección 19 D Lorenzo
Lección 19 D Lorenzo
Lección 19 D Lorenzo
Nace y desemboca, pero pasa, discurre. Atraviesa distintos pasajes abriéndose paso con
dificultad a veces. En ocasiones ha de saltar montañas, horadarlas formando hoces y
hondonadas, estrechos, torrentes salvajes. Otras etapas atraviesan llanuras y el río se extiende,
se amplía, riega las orillas, es navegable, sereno, ancho. También puede ocultarse, filtrarse en
terrenos permeables para desaparecer de la vista hasta que emerja quizá más adelante. Río y
paisaje pelean, dialogan. El resultado es ese cauce que se estrecha o se ensancha, que aparece
y desaparece. El cauce no es, simplemente, un canal artificial; es una obra del tiempo que
discurre con prisas por llegar, y del espacio por defenderse de la acometida de la corriente.
La Iglesia atraviesa épocas, culturas, circunstancias temporales muy diversas. Es siempre el
mismo río, el agua que nace en el manantial originario, del corazón del Señor; pero recibe
aguas de lluvias, incluso a veces, aguas residuales y sucias que ha de integrar y purificar. La
encarnación no ha sido superada; ahora continúa sacramentalmente integrando épocas
diversas. A veces el mensaje encaja con cierta facilidad en la cultura abierta que le toca, a veces
es todo lo contrario. Siendo la misma en lo esencial, en lo que ya hemos visto, la Iglesia no es
aún el Reino, el Cuerpo no ha llegado al Mar y ha de sufrir modificaciones algo más que
periféricas para adaptarse al terreno.
El “cauce” del río es el testimonio objetivo del matrimonio entre Cristo y la Humanidad, en
ciernes todavía pero ya presente en la Iglesia. La Iglesia es el Cuerpo del Esposo que viene a
desposar a la Humanidad, a la Creación. Por eso se injerta en las raíces de la institución
humana que es el matrimonio. El sacramento del matrimonio es confirmación de esta voluntad
de asumir lo creado. Los modelos de inserción se irán formando en la convivencia, en la
persecución a veces, en el diálogo siempre.
1
Capítulo XIX
Casarse en el Señor
Por todo esto, el cristianismo nunca se presentará como una secta al margen de
la mundanidad, como un “evangelismo” depurado de cuerpo, de materia, de
humanidad. La Iglesia no puede ser un antimundo. Eso sería entender mal el
mensaje del Señor y terminaría negando al mismo Jesús. La Iglesia, en
consecuencia, coexiste amorosamente, sin que falten dificultades, con las
épocas, culturas y situaciones que encuentra en su camino, ofreciendo la
salvación de Jesucristo. Dialoga con ellas, toma prestados con gratitud muchos
de sus valores y conquistas, critica y trata de sanar sus rasgos inhumanos, ofrece
la Palabra del Señor… La Iglesia no desprecia los medios humanos, aunque no
pone la esperanza en ellos; los utiliza adecuadamente. “La Iglesia tiene una auténtica
dimensión secular, inherente a su naturaleza íntima y a su misión, cuyas raíces se hunden en
el misterio del Verbo encarnado, y que se realiza de diversas formas por sus miembros”
(Pablo VI, discurso a los Institutos Seculares, 20 de septiembre de 1972). De
ahí la declaración de amor al mundo del Vaticano II: “Los gozos y las esperanzas,
las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de
cuantos sufren, son a la vez, gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de
Cristo” (GS 1).
3
Alianza entre Dios y su Pueblo y matrimonio entre varón y mujer, son
realidades que se iluminan mutuamente: la Alianza es concebido como
matrimonio entre el Esposo y el Pueblo, y el matrimonio es misterio o
sacramento que revela y realiza la unión entre Cristo y la Iglesia. Lo intuyó el
profeta Oseas y Pablo lo declara explícitamente (Ef.5,32).
La ruptura escatológica del tiempo producida por la presencia del Verbo está
muy bien significada por la virginidad de María y el celibato de Jesús: el Futuro
irrumpe en el presente sin venir determinado por un pasado clausurado en sí
mismo, cerrado a la novedad de Dios. Pero esto no significa el rechazo del
matrimonio como quisieron aquellas corrientes cristianas primitivas que
recibieron el nombre de “encratismo”, “encratitas”. Jesús bendijo la celebración del
Matrimonio en Caná y certificó la idea de los profetas de que la Alianza entre
Dios y el hombre tiene mucho de amor y compromiso esponsalicio. Él mismo
se calificó alguna vez como “el Esposo” que llega: ¿Pueden acaso ayunar los invitados
a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar.
(Mt 2,18-22)
4
Si es cierto que en el cielo los hombres ya no se casarán (Mc 12,25), también es
cierto que Cristo corrobora la afirmación del Génesis de que hombre y mujer
forman una sola carne (Mc 10,1-12). No es un mero “asunto reproductivo” o
concesión a la debilidad de la carne como a veces en el mismo cristianismo se
ha pensado. En una carta paulina de madurez se pronuncia la palabra que será
clave de compresión, aunque allí no tenga un carácter técnico: Gran misterio
(mysterium, sacramentum) es este (el matrimonio); lo digo respecto a Cristo y la Iglesia (Ef
5,32). El matrimonio es un sacramentum o mysterion porque la vinculación entre
marido y mujer revela y realiza la unión entre Cristo y la Iglesia.
¿Qué relación concreta y precisa tiene el matrimonio con Jesucristo? ¿En qué
sentido decimos que es un sacramento? Una aproximación importante para
comprender es examinar los posibles elementos básicos del matrimonio y ver
cuáles realmente lo son.
5
Esto quiere decir que la sacramentalidad del matrimonio coincide con el
consentimiento entre bautizados, entre personas nacidas de la Palabra.
El simple consentimiento hace que la unión de dos bautizados sea un
sacramento automáticamente. Entonces, ¿por qué tiene que haber una
ceremonia religiosa? ¿No es ésta propiamente el sacramento?
6
Se trata de un sacramento extraño que rompe el esquema de los restantes: el
presidente de la asamblea cristiana, el sacerdote ministerial, no es ministro, no
trae la sacramentalidad, no es el que representa a Jesús sobrevenido. Los
ministros, los que atraen la sacramentalidad y representan el sacerdocio del
Señor, en este caso, son los mismos cónyuges. Esto es hoy menos visible por la
importancia de la ceremonia religiosa, pero es así. La decisión conjunta de los
novios, abre la puerta a la venida de Jesús como Esposo a la Iglesia, y así realizan
un sacramento que enriquece a esta. De modo que una acción totalmente
secular se convierte en sacramento escatológico de la venida del Señor.
7
Siendo, pues, una realidad plenamente secular, el matrimonio es un camino
compartido de piedad y de crecimiento en la fe, esperanza y caridad; un modo
de entregar la vida incondicionalmente, sin idolatría pero con amor; una manera
de madurar en el servicio y de superar el egoísmo infantil. En cada matrimonio,
el Señor bendice a la humanidad y al mundo.
Luego, cuando toda la sociedad fue cristiana (Occidente), dada la santidad del
matrimonio, la Iglesia se hizo cargo de su cuidado pastoral, y fue legislando
sobre las condiciones necesarias, sobre el consentimiento, sobre la
indisolubilidad... Se reconoció explícitamente que era uno de los siete
sacramentos y, poco a poco, se fue asociando a la ceremonia religiosa.
9
utilizando la ideología de género para este fin. Aborto, homosexualidad,
píldora “del día después”, convertidos en medios de control de natalidad,
se combinan para llegar a un ejercicio sexual irresponsable y estéril; el
matrimonio, la familia, va siendo arrinconada.
Otra tentación desde el optimismo científico complementa la anterior:
el dimorfismo sexual, dicen los transhumanistas, es una etapa en la
evolución que puede ser superada perfectamente; más aun, mientras la
maternidad sea femenina e intrauterina, la mujer nunca llegará a la
igualdad estricta con el varón. La igualdad está en suprimir finalmente el
dimorfismo sexual; de momento, bisexualidad, extensión de la adopción
en países pobres, avances médicos para lograr la concepción extrauterina
o en laboratorio.
¿Qué significa esto teológicamente hablando? Que la humanidad se cierra sobre
sí misma, vuelve de verdad la espalda a Dios (indiferencia) y entra en una
ideología de conservación radical basándose en el progreso científico.
En este contexto, todavía en fase inicial, el matrimonio es el gran signo de
respeto al Creador y de confianza en la salvación. Ahora, cada vez que un
hombre y una mujer contraen matrimonio para fundar una familia, están
rompiendo la circularidad de esa falsa historia y están abriendo las puertas al
Reinado de Dios. Contraer matrimonio significa hoy, como nunca, confesar la
creaturalidad, el dato previo a la libertad personal, la obediencia al Creador.
Significa también la confianza en que los peligros que amenazan a la humanidad
no se evitarán limitando la verdadera libertad con recetas químicas o con la
muerte de los no nacidos; estos peligros, reales, se sortearán mediante la
responsabilidad que nace de la fe y mediante la ayuda de la gracia.
El sacramento del matrimonio, como todas las intervenciones sacramentales del
Señor, tiene carácter escatológico, o sea, es sacramento de la presencia del Reino
y le hace presente. El amor esponsalicio, transfigurado por la resurrección,
perdurará en el cielo para gloria de Dios y de los esposos.
10