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FUENTE A. Artículo “PERÚ, 1920-1980.

CONTEXTO INTERNACIONAL, POLÍTICAS


PÚBLICAS Y CRECIMIENTO ECONÓMICO” escrito por Luis Felipe Zegarra,
publicada en “Compendio de Historia Económica del Perú” editor: Carlos
Contreras. (2014).
Un lugar común entre quienes critican el proceso reformista emprendido por el general Juan
Velasco Alvarado es atribuir a la reforma agraria la culpa del desastre del agro peruano. Pero la
crisis había llegado a su clímax antes de que los militares tomaran el poder. De mantenerse las
tendencias existentes (y nada indica que iban a modificarse, cuando la consigna oligárquica era
cerrar el paso a cualquier transformación sustantiva), el deterioro hubiera continuado, con
reforma agraria o sin ella. […] El rol del Estado como empresario fue considerado crucial por el
Gobierno para la transformación de las estructuras económicas y sociales. Una de las medidas
más importantes fue la expropiación de varias empresas. La primera fue la de la International
Petroleum Company (IPC), que, fusionada con la Empresa Petrolera Fiscal (EPF), pasó a ser
PetroPerú. Además, se expropiaron los depósitos de cobre de Cerro Verde de la Southern Peru
Copper Corporation para crear Mineroperú en 1972; de la Cerro de Pasco Corporation, para
crear Centromín en 1973; y de Marcona Mining Company, para fundar Hierroperú en 1975.
Además, la refinación y comercialización externa pasaron al control Mineroperú. La Ley de
Pesquería de 1971 estableció el control estatal de la comercialización de las exportaciones
pesqueras, obligó a la disminución paulatina del capital extranjero en este sector y estableció
las bases de la participación de los trabajadores. Hacia 1973, el sector pesquero pasó a manos
del Estado, creando Pescaperú para la producción y Epchap para la comercialización. En el caso
del sector financiero, el Gobierno tomó control de tres bancos extranjeros (el Banco Comercial,
el Banco Internacional y el Banco del Progreso), expropió el Banco Popular y forzó a los dueños
italianos del Banco de Crédito a vender sus acciones a inversionistas peruanos. Otras
expropiaciones incluyeron la de ITT en 1969 y el Chase Manhattan Bank en 1970. Hacia 1975,
el Estado desempeñaba un papel central en la minería, el petróleo, la pesca, la electricidad y
los ferrocarriles, y tuvo una gran injerencia en el sector financiero y la comercialización de
exportaciones. […] el Estado dictó leyes que cambiaron notablemente las relaciones entre el
capital y el trabajo. La Ley de Reforma Industrial dictó el establecimiento de “comunidades
industriales” en las empresas manufactureras. La comunidad industrial era representante de
los trabajadores y tendría cada vez mayor participación en la propiedad, la gestión y las
utilidades de la empresa. Esta ley también estableció que el capital extranjero en las empresas
manufactureras debía irse reduciendo paulatinamente, así como la creación de un nuevo tipo
de asociación entre el Gobierno y las cooperativas de trabajadores, que se llamaría “propiedad
social”. […]
La reforma agraria postulaba la transformación de la estructura agraria mediante la creación
de un ordenamiento agrario que sustituya el latifundio y minifundio y eleve los ingresos de los
campesinos […] tenía como uno de sus ejes la redistribución de la propiedad de la tierra.
Implicó por lo tanto la expropiación de varias haciendas, muchas de las cuales fueron
transferidas a sus trabajadores a través de un sistema cooperativo, creándose las cooperativas
agrícolas de producción (CAP) en la costa y las sociedades agrícolas de producción (SAP) en la
sierra. Entre 1969 y 1980, las familias beneficiarias por la reforma llegaron a casi 399.756, que
representaban el 39,2% de las familias campesinas.175 Con la distribución de la tierra, fue
posible incorporarlas al mercado, hasta entonces inmersas en relaciones no capitalistas. Sin
embargo, la reforma agraria no tuvo un impacto positivo en el crecimiento del sector
agropecuario. La producción agropecuaria creció en solo 1,3% por año entre 1968 y 1980, y el
crecimiento del sector se encontró por debajo del crecimiento de la producción nacional. Entre
1968 y 1974, la producción agropecuaria creció en solo 3% por año, mientras que el producto
bruto interno total creció en 5,5% anual. Entre 1974 y 1980, el sector agropecuario cayó en
0,4% por año, mientras que el crecimiento anual de la economía peruana fue de 1,9%. La
participación del sector agropecuario en el PBI disminuyó de 8,1% en 1968 a 6,7% en 1975 y
6,1% en 1980.177 Este desempeño del sector agropecuario no se limitó a unos cuantos
productos, fue generalizado. Las exportaciones de algodón disminuyeron de 69.863 toneladas
en 1967 a solo 21.482 toneladas en 1977, mientras que las exportaciones de azúcar y
derivados cayeron de 590.082 toneladas en 1967 a 485.857 toneladas en 1977. […] La
producción para el mercado interno también sufrió un estancamiento. La producción de maíz
solo creció en 1,4% por año entre 1968 y 1979, mientras que la producción de papa creció
apenas en 0,5% por año en el mismo período. Por otro lado, aunque casi 400.000 familias
fueron beneficiadas por la reforma, el impacto en la distribución de la riqueza no fue muy
significativo: solo el 1,5% del ingreso nacional, y la redistribución solo favoreció a los
agricultores ricos. Esto se debió a que solo el 39% de las tierras fueron afectadas por la
reforma agraria y a que hubo mucha desigualdad en la distribución geográfica y la calidad de
las tierras.
[…] el Gobierno profundizó la política de sustitución de importaciones […] impuso varias
restricciones a las importaciones, tales como la prohibición de algunas de ellas, el
otorgamiento de licencias para importaciones, el monopolio de importación para el Estado y
varios mecanismos que limitaban el acceso a moneda extranjera a los importadores, además
de controles de cambio. Además, el Gobierno otorgó subsidios a exportaciones no
tradicionales y redujo los aranceles a los insumos y materias primas utilizados por la
manufactura nacional y por las empresas estatales. Esta política no tuvo los efectos esperados
en el largo plazo. El crecimiento de la manufactura fue en promedio lento durante los
gobiernos de Velasco y Morales Bermúdez. Entre 1968 y 1980, la producción manufacturera
creció en 3,8% por año. Esta tasa de crecimiento fue bastante menor que la experimentada en
los años cincuenta y en los sesenta. […] Según Schydlowsky y Wicht, la política de
industrialización por sustitución de importaciones de Velasco estaba prácticamente destinada
a fracasar. El argumento de estos autores consiste en que “[l]a industrialización por sustitución
de importaciones tiene como principio central el crecimiento de la industria a una tasa más
rápida que los sectores primarios de la economía”.181 Debido a ello y a las necesidades de la
manufactura local por importaciones de materias primas, la demanda por divisas crecerá
rápido. Si la oferta de divisas crece más lentamente que la demanda por dólares (debido al
menor crecimiento de los sectores primarios), entonces se suscitará una crisis de balanza de
pagos y el sector manufacturero no podrá seguir creciendo.
[…] o. El Gobierno aplicó una política fiscal expansiva con el fin de dinamizar la demanda
interna, elevar la rentabilidad de las empresas y contribuir al mantenimiento de la base social
del Gobierno a través de mayores salarios y empleo.188 En el caso del Gobierno central, el
crecimiento del gasto se produjo sobre todo en lo referente a la inversión pública. En soles
constantes de 1994, la inversión pública creció en 19% en 1969, luego de caer sucesivamente
en 1967 y 1968. Luego, creció en 20% en 1970, 16% en 1971, 9% en 1972, 18% en 1973, 57%
en 1974 y 12% en 1975. El consumo público, por su parte, siempre creció a una tasa entre 5% y
7% en el período 1968-1975. El Gobierno entonces incurrió en déficits fiscales a partir de 1971;
y en 1972 y 1973, superaron el 1,6% del PBI. Este aumento del déficit fiscal contribuiría a los
desequilibrios externos de finales de la década, pero a principios de los años setenta
contribuyeron a la dinamización de la economía.
[…] La situación económica cambió desde mediados de los años setenta, cuando la inflación
internacional y la crisis mundial causaron estragos en los precios relativos de nuestras
exportaciones con respecto a los productos importados. Los precios de las exportaciones
cayeron en 1974 y 1975, y a partir de entonces aumentaron. […] Considerando el crecimiento
natural de la población, podemos entonces hablar de una caída continua del PBI per cápita
entre 1976 y 1979. En promedio, la tasa de crecimiento del PBI disminuyó de 5,9% en 1961-
1970 a 3,5% en 1971-1980. Los sectores más afectados fueron los orientados al mercado
interno. Así, la industria no primaria cayó consecutivamente en 1977, 1978 y 1979, en 8,1%,
5,9%, y 2,6%, respectivamente. Por su parte, el sector construcción cayó en 11% en 1977 y en
10% en 1978, mientras que el sector comercio cayó en 3,8% en 1976, 4% en 1977 y 2,5% en
1978. […] El manejo del gasto público fue probablemente una de las principales causas del
deterioro de la economía en la segunda mitad de los años setenta. En la medida en que el
déficit fiscal era bajo, el Gobierno podía aumentar los niveles de gasto. La mayor inversión
pública facilitó el crecimiento del producto potencial. Sin embargo, desde 1975, la tasa privada
se contraía como consecuencia de las políticas de Velasco y Morales Bermúdez y el deterioro
de los términos de intercambio. Una vez que el déficit fiscal se volvió menos manejable, el
Gobierno tuvo que reducir las tasas de inversión pública, lo cual afectó al crecimiento de la
economía. El Gobierno central había incurrido en déficits fiscales continuos desde 1971
(gráfico 19). En 1975, el déficit fiscal fue 1,6% del PBI; es más, en 1976 y 1977, el déficit superó
el 3% del PBI, nivel históricamente alto. El financiamiento del déficit se produjo con
endeudamiento interno y externo. La deuda pública externa aumentó de 788 millones de
dólares en 1968 a 1190 millones en 1972, luego se duplicó en los siguientes dos años y se
triplicó hacia 1976, llegando a un total de 3554 millones de dólares a finales de 1976. Con la
creciente deuda pública, los intereses aumentaron de 1,1% del PBI en 1970 a 4,1% en 1977, lo
que a su vez agravó el problema del déficit fiscal. En estas circunstancias, se generó un déficit
en cuenta corriente de 7,9% del PBI en 1974 y de por encima del 8% en los siguientes dos años.
Tal como sostuvo el Fondo Monetario Internacional en 1977, el fuerte crecimiento del gasto
público y una política monetaria pasiva contribuyeron en 1975 a “la generación de presiones
de demanda que se manifestaban en una aceleración de la tasa inflacionaria hasta el 24%, a
partir de una tasa media anual de 10% en 1971-1974, y en un aumento del déficit de la cuenta
corriente de la balanza de pagos”.191 Ciertamente el contexto internacional jugó un rol
importante en la crisis de la balanza de pagos. De hecho, en su Memoria de 1976, el Banco
Central sostuvo que la brusca caída de los precios de nuestras exportaciones y el aumento de
los precios de nuestras importaciones llevaron a déficits externos que se financiaron
internacionalmente o con caída en las reservas internacionales.192 Debido a ello, el Gobierno
tuvo que reducir las importaciones, aumentar las exportaciones y gestionar créditos externos
de apoyo a la balanza de pagos por un monto de 400 millones de dólares. […] Aunque en el
corto plazo estas reformas no generaron estancamiento productivo y la demanda interna más
bien se dinamizó por unos años, en el mediano plazo las políticas implementadas por Velasco y
mantenidas por Morales Bermúdez generaron incentivos perversos, reduciendo los niveles de
producción, y no eliminaron la gran desigualdad existente en el país. Hacia 1980, el Perú seguía
siendo un país con graves problemas económicos y sociales.

FUENTE B. Artículo “ Historia de la Agricultura Peruana” escrito por Nelson Manrique.


publicada en “Compendio de Historia Económica del Perú” editor: Carlos
Contreras. (2014).

[…] En 1956, por cada 100 dólares que entraban por la exportación de productos
agropecuarios se gastaba 39 dólares importando alimentos. “Sin embargo, la relación aumentó
en 1964, 1965 y 1966, a 49,7%, 78% y 90%, respectivamente, llegando en 1967 a que el valor
de las importaciones sobrepasara el de las exportaciones” (Róquez 1978: 15).2 Para cuando
Velasco Alvarado decretó la reforma agraria se gastaba más dólares importando alimentos que
los que entraban por la exportación agropecuaria. El poder político y social de los barones del
azúcar y del algodón ya no tenía sustento económico; si pudieron mantenerse en el poder
hasta el golpe de Velasco Alvarado fue gracias al apoyo político que el Apra les brindaba. De
allí su debilidad y su impotencia ante la reforma agraria de 1969. […] Un lugar común entre
quienes critican el proceso reformista emprendido por el general Juan Velasco Alvarado es
atribuir a la reforma agraria la culpa del desastre del agro peruano. Pero la crisis había llegado
a su clímax antes de que los militares tomaran el poder. De mantenerse las tendencias
existentes (y nada indica que iban a modificarse, cuando la consigna oligárquica era cerrar el
paso a cualquier transformación sustantiva), el deterioro hubiera continuado, con reforma
agraria o sin ella. […] La vasta migración de millones de campesinos hacia las ciudades no fue
suficiente para aliviar la presión social por la falta de tierras. Una gran oleada de movilizaciones
campesinas comenzó a fines de los años cuarenta y alcanzó su clímax entre los años 1956 y
1964. […] La debilidad de la respuesta terrateniente expresaba la crisis estructural del
latifundio. En las zonas más atrasadas de la sierra, la ocupación de las tierras por el
campesinado ya era un hecho porque los terratenientes iban abandonando las haciendas
desde inicios de los años cincuenta debido a la caída de la rentabilidad de las actividades
agropecuarias. Los campesinos seguían pagando una renta modesta a los terratenientes
absentistas, pero controlaban ya la tierra de facto. El sistema gamonal era además éticamente
insostenible, por perpetuar la opresión colonial sobre los indígenas, amparado en la debilidad
del Estado central y legitimado por el racismo antiindígena. Saturnino Huillca, puesto
innumerables veces en prisión por los gamonales. […] Estados Unidos además redujo su cuota
de cobre en 1958, lo que provocó despidos en gran escala. Los trabajadores respondieron con
violentas huelgas y protestas. […] Apenas Fernando Belaunde asumió el poder el 28 de julio de
1963, se reiniciaron las tomas de tierras en la sierra central y en el sur. […] El gobierno de
Fernando Belaunde constituyó una profunda desilusión para quienes habían apostado a que el
joven arquitecto cumpliría sus promesas: solucionar el problema del petróleo en cien días,
ejecutar una reforma tributaria que permitiera redistribuir mejor el ingreso nacional y la
prometida reforma agraria, que quedó convertida en una caricatura, pues el parlamento,
controlado por la alianza aproodriísta, introdujo tal cantidad de modificaciones al proyecto
elaborado por la comisión presidida por Edgardo Seoane, que la ley que finalmente se
promulgó quedó reducida a un saludo a la bandera. Hasta octubre de 1968, cuando Velasco
Alvarado dio el golpe que destituyó a Belaunde del millón de familias campesinas
potencialmente beneficiarias, apenas fueron atendidas 13.500. […] La incapacidad de Belaunde
para dar una salida a las demandas campesinas que fuera más allá de la mera represión
preparó las condiciones para que los militares llegaran a la conclusión de que los civiles no
harían las reformas sociales que eran necesarias para desactivar la bomba de tiempo en que se
había convertido el campo. El sentido de urgencia de las reformas fue dramáticamente puesto
en evidencia con el estallido de las guerrillas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)
y el Ejército de Liberación Nacional, en 1965.
[…] La reforma agraria adjudicó 7.665.671 hectáreas a 1775 unidades productivas,
beneficiando a 337.662 familias del campo. A través de programas de asentamiento rural
(básicamente sobre tierras de irrigación de propiedad del Estado) se benefició adicionalmente
a 132 unidades productivas, que estaban formadas por 22.948 beneficiarios, entregándoles
533.974 hectáreas de tierras. El total de las adjudicaciones fue de 8.199.645 hectáreas
entregadas a 1907 unidades productivas con 360.610 beneficiarios. La mayor parte de la tierra
fue entregada a las unidades asociativas creadas por la reforma agraria: las dos terceras partes
benefició a las CAP, SAIS y EPS (Empresas de Propiedad Social), mientras que apenas un 9%
llegó a las comunidades campesinas; el resto fue entregado a grupos campesinos y a
propietarios individuales. […] La motivación básica de los ideólogos de la reforma agraria era
evitar el fraccionamiento de las grandes unidades de producción, con la idea de que mantener
el latifundio evitaría una caída de la productividad. El modelo básico fue el de la Cooperativa
Agraria de Producción (CAP), que pretendía imponerse a todo el agro, formando luego
federaciones regionales y una gran cooperativa central de carácter nacional. Como era
imposible convertir a las comunidades campesinas en cooperativas, se les otorgó el rango de
“empresas cooperativas comunales”,[…] Las antiguas haciendas fueron convertidas por ley en
CAP. [..] se creó una nueva forma asociativa que combinaba la cooperativización de las
haciendas como CAP y su unión con algunas comunidades campesinas de su alrededor,
creando las Sociedades Agrícolas de Interés Social (SAIS). Se pretendía así evitar la parcelación
de los latifundios al mismo tiempo que se daba participación a las comunidades en la
distribución de los excedentes creados por las SAIS. […] se trataba de un modelo que no
recogía la demanda fundamental del campesinado serrano, cuya bandera fundamental era la
parcelación de las haciendas y la entrega de las tierras a los productores en propiedad privada.
El modelo estaba destinado al fracaso antes de empezar debido a la incomprensión de sus
creadores acerca de la naturaleza del agro y de las propias cooperativas. La moderna
cooperativa es hija del capitalismo industrial. […] no existían las premisas históricas para la
constitución de las cooperativas de producción. Crearlas por decreto no las iba a hacer
económicamente viables. Por eso las únicas CAP que realmente llegaron a funcionar en el país
fueron aquellas que se organizaron sobre la base de las haciendas capitalistas modernas, como
los complejos agroindustriales del norte y algunas de las negociaciones ganaderas de las sierra
central […] solo existieron en el papel. La razón es simple: estas se basaban en relaciones
precapitalistas de producción: la extracción del excedente económico mediante la apropiación
de una renta, ya fuera en trabajo, en productos o en dinero, a través de relaciones de sujeción
servil. Pero organizativamente no existía una asociación de productores, sino unidades
productivas independientes: las unidades familiares campesinas, cuyo proceso productivo no
estaba centralizado, sino que dependía de los jefes de familia titulares de la parcela,
produciendo independientemente unos de otros. No existían, pues, las bases organizativas
para poner en marcha el cooperativismo de producción, y el modelo no funcionó. El
descontento campesino por las modalidades organizativas que se pretendía imponerles se
terminó mezclando con las demandas por acelerar la entrega de las tierras […] Más
tardíamente se crearon las Empresas de Propiedad Social (EPS), que pretendían crear un
modelo empresarial que plasmara la definición de “ni capitalista ni comunista” con que se
autodefinía el socialismo de los militares velasquistas. Las EPS no tuvieron éxito principalmente
porque para los campesinos representaban la incertidumbre, en un momento en que el
proceso velasquista estaba atravesado por crecientes tensiones, que culminaron con el golpe
militar que derrocó a Velasco Alvarado en agosto de 1975 y virtualmente terminó con la
reforma agraria. […] A esto se sumó otro gran problema: la tierra alcanzó apenas para
alrededor de 20% de los potenciales beneficiarios. Quedó, pues, excluida de la reforma la
mayoría del campesinado, que solo podía migrar o vivir de la venta de su fuerza de trabajo a
las nuevas unidades asociativas, de la misma manera como antes la habían vendido a las
haciendas. […] La burocracia encargada de administrar las unidades asociativas contribuyó a
reforzar una imagen negativa de la reforma agraria entre el campesinado. Con el tiempo
empezó a formarse una élite que defendía intereses particulares, en muchos casos en
asociación con dirigencias campesinas corruptas, propiciándose los malos manejos
empresariales. Esta élite sería la más tenaz opositora a los intentos de realizar una parcelación
de la tierra, como lo demandaban los campesinos. Esto alimentó el sentimiento de que en
realidad se había cambiado de patrones, pero no había habido una transformación de fondo.
Esta situación provocaría una situación de intensa agitación campesina y nuevas oleadas de
invasiones durante la década de 1980, esta vez dirigidas a acabar con las unidades asociativas
creadas por la reforma agraria. Otra fuente de contradicciones fue la diferente dotación que
recibieron los beneficiarios en las distintas regiones. Las tierras adjudicadas estaban
constituidas en 66% por pastos naturales, ubicados casi en su totalidad en las zonas más
elevadas de la región andina, a alturas que estaban por encima de los 3500 metros sobre el
nivel del mar, mientras que las tierras de regadío constituían apenas el 8%, y se situaban casi
en su totalidad en la costa y en una pequeña proporción en los pequeños valles interandinos.
Las 12 cooperativas agroindustriales costeñas concentraban el 24% de las tierras irrigadas del
país.

FUENTE C. Artículo “El Experimento Peruano en Retrospectiva” escrito por Jane S.


Jaquette / Abraham F. Lowentha. Publicado por el Instituto de Estudios
Peruanos. (1986)
¿POR QUE RADICALIZARON LOS MILITARES EL PROCESO DE REFORMAS?
Existe acuerdo entre los analistas de que el experimento militar peruano pasó por dos etapas:
un período de reformas y de creciente radicalización (1968-1975), y una fase de consolidación -
que fue en realidad un verdadero retroceso de todo el proceso anterior (finales de 1975 a
1980)-. Los análisis estructuralistas económicos encuentran el nacionalismo económico del
gobierno y la Reforma Agraria coherentes con el proyecto nacional burgués, que requería la
protección del Estado para el capital doméstico y la creación de un mercado nacional. Sin
embargo, no tienen una explicación clara para la radicalización que se produjo posteriormente
contra los intereses de la burguesía. Weeks y Becker afirman que la revolución burguesa fue
un éxito. Los datos de Weeks muestran que el sector de capital doméstico aumentó su parte
relativa de la producción y gozó de altas ganancias; Weeks sostiene que los intereses de la
burguesía no fueron atacados hasta que se llegó a la fase II, cuando la crisis en la balanza de
pagos peruana forzó a Morales Bermúdez a acceder a un programa de estabilización
económica del Fondo Monetario Internacional. La evaluación de Becker es la más positiva:
afirma que los militares tuvieron éxito en la creación de una burguesía con cohesión en el
sector minero y protegida ante la feroz competencia extranjera que quería hacerla presa de su
caza; como también, que fue ayudada, no destruída, por el establecimiento de empresas para-
estatales. Para Becker, el peligro para la institucionalización de la hegemonía no radicó en la
fuerza laboral, ni en el sector agrario, sino en las crecientes demandas de los pobres de la
urbe[…]

¿POR QUE ABANDONARON LOS MILITARES SU PROGRAMA RADICAL?


Aun en los estudios económicos estructuralistas, son factores políticos, principalmente, los que
se utilizan para explicar porqué los militares abandonaron sus metas radicales. En la evaluación
de FitzGerald, el factor básico es la debilidad de la burguesía nacional como fuerza política y
económica. Weeks, fiel a la teoría de la dependencia, dice que el experimento abortó cuando
el capital extranjero reafirmó su poder a través del programa de estabilización del Fondo
Monetario Internacional. La ecuación estructuralista de los intereses militares y burgueses,
oscurece la participación de la burguesía nacional en el proceso final del régimen militar.
Según Luis Pásara, los intentos de los militares de atraer al sector empresarial a la "revolución"
fallaron decisivamente. Algunos empresarios industriales sacaron ventajas de las nuevas
oportunidades creadas con las reformas, y otros aceptaron importantes puestos en el
gobierno, pero los militares no compartieron el poder con ellos, por el contrario, trataron de
imponer un programa social que los industriales rechazaban. Estos últimos en respuesta,
"sabotearon" la Comunidad Industrial y destruyeron la economía con la fuga sistemática de
capitales. Los militares no podían llegar a sustituir la burguesía nacional en sus roles de
inversionistas y administradores de empresas. La imagen que tenían de una economía
pluralista, así como el plan para un sector de propiedad social, muestra claramente que no
intentaban cumplir los mismos roles que la burguesía. Los pocos esfuerzos de los militares por
tender puentes hacia el sector privado no lograron crear un clima de "confianza" para la
inversión privada. Debilitaron sí, las afirmaciones de que el gobierno militar estaba "por sobre
la política", lo que aumentó la oposición popular al gobierno. Una falla clave de los militares -y
que apoya el argumento de los que sostienen que la "revolución sirvió a los intereses de la
burguesía"- consistió en que no fue capaz de redistribuir las entradas económicas a través de
un sistema de impuestos efectivo. Las empresas para-estatales arrojaban perdidas, lo que
aumentaba aún más, el peso de los gastos públicos y el problema inflacionario. Cotler
considera la posición del gobierno como fundamentalmente contradictoria: su intento de
conciliar los diversos intereses de clase y crear una sociedad de mutua colaboración fallaron,
porque buscaba "imponer una política redistributiva en el contexto de un modelo de
desarrollo basado en la concentración de entradas económicas y de capital" […] El miedo a una
genuina participación popular explicaría la atracción del gobierno por soluciones
"corporativistas": SINAMOS, sindicatos obreros patrocinados por el gobierno, y el malogrado
intento de controlar la prensa, entregando los periódicos limeños a determinados grupos de
representación que el gobierno consideraba legítimos.
En retrospectiva, la característica más notoria de estos mecanismos de "corporativización" fue
su ineficacia. El gobierno no fue nunca capaz de controlar la representatividad, y por el
contrario, sus esfuerzos por hacerlo a menudo estimularon el desarrollo de una oposición
independiente. Stepan contrasta el éxito de los militares de nominar representantes en las
tomas de terrenos urbanos por pobladores con la incapacidad del gobierno para controlar el
proceso de movilización rural que resultó de la reforma agraria. En el caso de los "pueblos
jóvenes" (poblaciones marginales), no había una tradición de organizaciones independientes,
por lo que ellos mantuvieron lazos de "clientelismo" con la "revolución", como lo habían hecho
con los regímenes anteriores. Aquellos campesinos y trabajadores sindicalizados que tenían
experiencia de organización previa y un nivel relativamente alto de sofisticación ideológica
rechazaron los torpes intentos de los militares en establecer canales nuevos de participación
controlados por el gobierno. El fracaso de los mecanismos corporativos ha quedado
claramente ilustrado en los estudios sobre sectores consultados para este trabajo. Evelyne
Stephens concluye que los esfuerzos del gobierno en atraer a la fuerza laboral a través de la
participación de los trabajadores y de la federación de sindicatos tuvo el efecto opuesto.
Aumentaron las huelgas en gran medida y CONACI Y los sindicatos independientes resistieron
los tremendos esfuerzos del gobierno por atraerlos a sus filas. Cleaves y Scurrah así como
también McClintock encontraron que los campesinos peruanos rechazaron algunas iniciativas
claves del gobierno y que rehusaron apoyar al régimen de Velasco cuando éste más lo
necesitaba. […] Cynthia McClintock indica que, en la medida en que la reforma agraria provocó
cambios en las actitudes de los campesinos y aumentó sus habilidades de organización, los
campesinos mostraron una "tendencia a usar esta capacidad más bien en contra que en favor
del Estado" (322). McClintock concluye que el corporativismo era "una ilusión" en Perú,
"existiendo solamente en los cuadros de los analistas peruanos” […] Los programas de
reformas habían creado apoyo popular entre los campesinos y los obreros, pero los militares
no podían controlar la movilización popular que sus programas engendraron, y fueron cada vez
más vulnerables a ella. "El otro lado de la moneda de la autonomía es aislamiento y fragilidad"
[…] En Perú, los militares llegaron al poder antes que la élite se hubiera polarizado
ideológicamente, y recurrieron a la coerción, fundamentalmente después de la primera crisis
económica, en la fase II. En Brasil (como en Chile y Argentina), los militares usaron el terror y la
represión desde el comienzo, para consolidar el control contra la oposición tanto de la élite
como de las masas experimentales en cuestiones de movilización.
[…] Una segunda lección del experimento peruano es que la "tercera vía" al desarrollo -"ni
capitalista", "ni socialista"- corre el riesgo de ser ambigua: sufre los defectos de ambas
posiciones sin gozar de las virtudes de ninguna. Como fue practicada en el Perú, la tercera vía
al desarrollo se las arregló para alienar tanto a los capitalistas como a los sindicatos obreros.
Logró desestimular la acumulación de capital y la inversión sin hacer posible, en forma
significativa, una justicia social. Agitó las expectativas populares sin aumentar las posibilidades
de cumplirlas. Y aumentó la necesidad de inversión extranjera, pero disminuyó las
posibilidades de que entrara al Perú. En algunos casos, estos fracasos paralelos pueden haber
sido inevitables, pero hasta cierto grado el caso peruano dejó expuestas las contradicciones
inherentes a un enfoque que proponía valores socialistas dentro de una distribución de la
propiedad capitalista.

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