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[…] En 1956, por cada 100 dólares que entraban por la exportación de productos
agropecuarios se gastaba 39 dólares importando alimentos. “Sin embargo, la relación aumentó
en 1964, 1965 y 1966, a 49,7%, 78% y 90%, respectivamente, llegando en 1967 a que el valor
de las importaciones sobrepasara el de las exportaciones” (Róquez 1978: 15).2 Para cuando
Velasco Alvarado decretó la reforma agraria se gastaba más dólares importando alimentos que
los que entraban por la exportación agropecuaria. El poder político y social de los barones del
azúcar y del algodón ya no tenía sustento económico; si pudieron mantenerse en el poder
hasta el golpe de Velasco Alvarado fue gracias al apoyo político que el Apra les brindaba. De
allí su debilidad y su impotencia ante la reforma agraria de 1969. […] Un lugar común entre
quienes critican el proceso reformista emprendido por el general Juan Velasco Alvarado es
atribuir a la reforma agraria la culpa del desastre del agro peruano. Pero la crisis había llegado
a su clímax antes de que los militares tomaran el poder. De mantenerse las tendencias
existentes (y nada indica que iban a modificarse, cuando la consigna oligárquica era cerrar el
paso a cualquier transformación sustantiva), el deterioro hubiera continuado, con reforma
agraria o sin ella. […] La vasta migración de millones de campesinos hacia las ciudades no fue
suficiente para aliviar la presión social por la falta de tierras. Una gran oleada de movilizaciones
campesinas comenzó a fines de los años cuarenta y alcanzó su clímax entre los años 1956 y
1964. […] La debilidad de la respuesta terrateniente expresaba la crisis estructural del
latifundio. En las zonas más atrasadas de la sierra, la ocupación de las tierras por el
campesinado ya era un hecho porque los terratenientes iban abandonando las haciendas
desde inicios de los años cincuenta debido a la caída de la rentabilidad de las actividades
agropecuarias. Los campesinos seguían pagando una renta modesta a los terratenientes
absentistas, pero controlaban ya la tierra de facto. El sistema gamonal era además éticamente
insostenible, por perpetuar la opresión colonial sobre los indígenas, amparado en la debilidad
del Estado central y legitimado por el racismo antiindígena. Saturnino Huillca, puesto
innumerables veces en prisión por los gamonales. […] Estados Unidos además redujo su cuota
de cobre en 1958, lo que provocó despidos en gran escala. Los trabajadores respondieron con
violentas huelgas y protestas. […] Apenas Fernando Belaunde asumió el poder el 28 de julio de
1963, se reiniciaron las tomas de tierras en la sierra central y en el sur. […] El gobierno de
Fernando Belaunde constituyó una profunda desilusión para quienes habían apostado a que el
joven arquitecto cumpliría sus promesas: solucionar el problema del petróleo en cien días,
ejecutar una reforma tributaria que permitiera redistribuir mejor el ingreso nacional y la
prometida reforma agraria, que quedó convertida en una caricatura, pues el parlamento,
controlado por la alianza aproodriísta, introdujo tal cantidad de modificaciones al proyecto
elaborado por la comisión presidida por Edgardo Seoane, que la ley que finalmente se
promulgó quedó reducida a un saludo a la bandera. Hasta octubre de 1968, cuando Velasco
Alvarado dio el golpe que destituyó a Belaunde del millón de familias campesinas
potencialmente beneficiarias, apenas fueron atendidas 13.500. […] La incapacidad de Belaunde
para dar una salida a las demandas campesinas que fuera más allá de la mera represión
preparó las condiciones para que los militares llegaran a la conclusión de que los civiles no
harían las reformas sociales que eran necesarias para desactivar la bomba de tiempo en que se
había convertido el campo. El sentido de urgencia de las reformas fue dramáticamente puesto
en evidencia con el estallido de las guerrillas del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR)
y el Ejército de Liberación Nacional, en 1965.
[…] La reforma agraria adjudicó 7.665.671 hectáreas a 1775 unidades productivas,
beneficiando a 337.662 familias del campo. A través de programas de asentamiento rural
(básicamente sobre tierras de irrigación de propiedad del Estado) se benefició adicionalmente
a 132 unidades productivas, que estaban formadas por 22.948 beneficiarios, entregándoles
533.974 hectáreas de tierras. El total de las adjudicaciones fue de 8.199.645 hectáreas
entregadas a 1907 unidades productivas con 360.610 beneficiarios. La mayor parte de la tierra
fue entregada a las unidades asociativas creadas por la reforma agraria: las dos terceras partes
benefició a las CAP, SAIS y EPS (Empresas de Propiedad Social), mientras que apenas un 9%
llegó a las comunidades campesinas; el resto fue entregado a grupos campesinos y a
propietarios individuales. […] La motivación básica de los ideólogos de la reforma agraria era
evitar el fraccionamiento de las grandes unidades de producción, con la idea de que mantener
el latifundio evitaría una caída de la productividad. El modelo básico fue el de la Cooperativa
Agraria de Producción (CAP), que pretendía imponerse a todo el agro, formando luego
federaciones regionales y una gran cooperativa central de carácter nacional. Como era
imposible convertir a las comunidades campesinas en cooperativas, se les otorgó el rango de
“empresas cooperativas comunales”,[…] Las antiguas haciendas fueron convertidas por ley en
CAP. [..] se creó una nueva forma asociativa que combinaba la cooperativización de las
haciendas como CAP y su unión con algunas comunidades campesinas de su alrededor,
creando las Sociedades Agrícolas de Interés Social (SAIS). Se pretendía así evitar la parcelación
de los latifundios al mismo tiempo que se daba participación a las comunidades en la
distribución de los excedentes creados por las SAIS. […] se trataba de un modelo que no
recogía la demanda fundamental del campesinado serrano, cuya bandera fundamental era la
parcelación de las haciendas y la entrega de las tierras a los productores en propiedad privada.
El modelo estaba destinado al fracaso antes de empezar debido a la incomprensión de sus
creadores acerca de la naturaleza del agro y de las propias cooperativas. La moderna
cooperativa es hija del capitalismo industrial. […] no existían las premisas históricas para la
constitución de las cooperativas de producción. Crearlas por decreto no las iba a hacer
económicamente viables. Por eso las únicas CAP que realmente llegaron a funcionar en el país
fueron aquellas que se organizaron sobre la base de las haciendas capitalistas modernas, como
los complejos agroindustriales del norte y algunas de las negociaciones ganaderas de las sierra
central […] solo existieron en el papel. La razón es simple: estas se basaban en relaciones
precapitalistas de producción: la extracción del excedente económico mediante la apropiación
de una renta, ya fuera en trabajo, en productos o en dinero, a través de relaciones de sujeción
servil. Pero organizativamente no existía una asociación de productores, sino unidades
productivas independientes: las unidades familiares campesinas, cuyo proceso productivo no
estaba centralizado, sino que dependía de los jefes de familia titulares de la parcela,
produciendo independientemente unos de otros. No existían, pues, las bases organizativas
para poner en marcha el cooperativismo de producción, y el modelo no funcionó. El
descontento campesino por las modalidades organizativas que se pretendía imponerles se
terminó mezclando con las demandas por acelerar la entrega de las tierras […] Más
tardíamente se crearon las Empresas de Propiedad Social (EPS), que pretendían crear un
modelo empresarial que plasmara la definición de “ni capitalista ni comunista” con que se
autodefinía el socialismo de los militares velasquistas. Las EPS no tuvieron éxito principalmente
porque para los campesinos representaban la incertidumbre, en un momento en que el
proceso velasquista estaba atravesado por crecientes tensiones, que culminaron con el golpe
militar que derrocó a Velasco Alvarado en agosto de 1975 y virtualmente terminó con la
reforma agraria. […] A esto se sumó otro gran problema: la tierra alcanzó apenas para
alrededor de 20% de los potenciales beneficiarios. Quedó, pues, excluida de la reforma la
mayoría del campesinado, que solo podía migrar o vivir de la venta de su fuerza de trabajo a
las nuevas unidades asociativas, de la misma manera como antes la habían vendido a las
haciendas. […] La burocracia encargada de administrar las unidades asociativas contribuyó a
reforzar una imagen negativa de la reforma agraria entre el campesinado. Con el tiempo
empezó a formarse una élite que defendía intereses particulares, en muchos casos en
asociación con dirigencias campesinas corruptas, propiciándose los malos manejos
empresariales. Esta élite sería la más tenaz opositora a los intentos de realizar una parcelación
de la tierra, como lo demandaban los campesinos. Esto alimentó el sentimiento de que en
realidad se había cambiado de patrones, pero no había habido una transformación de fondo.
Esta situación provocaría una situación de intensa agitación campesina y nuevas oleadas de
invasiones durante la década de 1980, esta vez dirigidas a acabar con las unidades asociativas
creadas por la reforma agraria. Otra fuente de contradicciones fue la diferente dotación que
recibieron los beneficiarios en las distintas regiones. Las tierras adjudicadas estaban
constituidas en 66% por pastos naturales, ubicados casi en su totalidad en las zonas más
elevadas de la región andina, a alturas que estaban por encima de los 3500 metros sobre el
nivel del mar, mientras que las tierras de regadío constituían apenas el 8%, y se situaban casi
en su totalidad en la costa y en una pequeña proporción en los pequeños valles interandinos.
Las 12 cooperativas agroindustriales costeñas concentraban el 24% de las tierras irrigadas del
país.