DOLKART La derecha durante la Década Infame

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La derecha durante la Década Infame

DOLKART, Ronald
Los derechistas consideraban que esta ruptura de la vida institucional era la
oportunidad para una “revolución” que legitimara a esta corriente política
como la única alternativa viable para la Argentina de entonces. La vieja
derecha se rehabilitó como una alianza fundamentalmente “conservadora”,
si bien tomó el nombre de Partido Demócrata Nacional (PDN). Se componía
de grandes familias terratenientes, los grandes exportadores y banqueros y
sus muchos deudores.
Los conservadores siguieron siendo fuertes en las provincias, donde los
estancieros controlaban los votos. La clase alta siguió recurriendo al fraude
electoral y sobornos para mantenerse en el poder tras una fachada de
gobierno representativo. La nueva derecha tomó cuerpo en los militantes
nacionalistas, alentados por la derrota del radicalismo y el triunfo del
Ejército. Compuestos por líderes capaces (personas que hablaron y
escribieron prolíficamente) e integrantes de la vieja elite y de la clase media
mejor posicionada económicamente.
Formaron bandas paramilitares, apelando al patriotismo y generando
expectativas en la instauración de un nuevo sistema político corporativista
en el país. Paralelamente surgió una creciente influencia nacionalista en
instituciones corno el Ejército, la Universidad, la Iglesia católica y los
negocios. Presentaron la tendencia a dividirse en una miríada de
grupúsculos personalistas, en una multitud de “ligas” y “legiones”, y esta
fragmentación los hizo presa fácil de los conservadores, que supieron sacar
provecho de esta debilidad. La derecha del período 1930-1943 se conformó
a partir de estas dos vertientes: la tensión entre conservadores y
nacionalistas fue una tendencia permanente que determinó el accionar de
la derecha en su conjunto.
La primera parte de este trabajo aborda la cuestión del golpe de Estado
1930 de y sus consecuencias. Cuando el radicalismo resurgió, pronto se
abrió una fisura en el frente derechista. Para oponerse a la amenaza radical,
los conservadores optaban por un retorno al fraude electoral, en lugar de
instrumentar los cambios institucionales extremos que pedían los
nacionalistas. La segunda parte examina las controversias que se
desarrollaron a mediados de la década, ligado a preocupaciones
permanentes de la derecha.
El temor a la revolución bolchevique pero urgida por las críticas condiciones
de los años ‘30. Cuando las diferencias entre nacionalistas y conservadores
se profundizaron, poniendo en riesgo el control que ejercían sobre el país,
los principales referentes intentaron conciliar posiciones y estrategias para
reestablecer la paz en el conjunto. La tercera sección explora la crisis de la
derecha iniciada a principios de los años ‘40, cuando lo que restaba de
unidad se diluyó y todo el sector derechista se vio desgarrado por la
inestabilidad gubernamental y los conflictos derivados de la segunda guerra
mundial.
La ruptura se completó cuando los conservadores cerraron filas para atacar
a los nacionalistas por sus simparías fascistas y la consecuente
subordinación a ideologías extranjeras, mientras los nacionalistas
denunciaban a los conservadores por corruptos, exploradores y
representantes de los intereses británicos. La Década Infame se cerró con
una derecha dividida, cuya confusión abrió el camino para una nueva
alineación política, cuando en 1943 el Ejército ocupó el gobierno.
El golpe de Estado de 1930
Las acciones de Uriburu se convirtieron rápidamente en un complot para
tomar el poder. Para lograr ese cometido, contó con el apoyo de otro
general retirado: Agustín Justo. Uriburu quería instaurar un gobierno militar
que permaneciera en el poder durante muchos años, un gobierno que
llevaría a cabo una reestructuración fundamental del sistema político; Justo
preveía sólo un breve gobierno militar de transición y un retorno al control
civil, poniendo en vigencia la Constitución de 1853 y conservando así la
reputación del Ejército de guardián de la Constitución. Así, el 6 de
septiembre de 1930, empleando relativamente poca violencia, una pequeña
fuerza depuso a Yrigoyen y lo arrestó.
Los militares rápidamente justificaron su accionar llamándolo levantamiento
popular que se pretendía apoyado por una inmensa mayoría de la
población. El triunfo obtenido inmediatamente generó tensiones entre las
dos vertientes derechistas más importantes: conservadores y nacionalistas.
Uriburu manifestó el deseo de realizar cambios significativos en el sistema
político, especialmente para terminar con el sufragio secreto, e
indirectamente, avanzar hacia la instauración de un gobierno corporativista
y autoritario. Contaba con la oposición de su rival, el general Justo, que
representaba la opinión de importantes dirigentes que insistían en
mantener el sistema electoral pues estaban seguros de poder manipularlo.
En las elecciones de 1931 en la provincia de Buenos Aires los radicales
lograron una victoria electoral, y aunque fueron anuladas, el gobierno
provisional estaba en problemas. Uriburu se apoyó en los nacionalistas,
quienes habían formado la Legión Cívica Argentina (LCA) y les otorgó
estatus oficial y vinculación a las FFAA. Se implicó en la intimidación de
quienes podían presionar a Uriburu para que moderase sus políticas (llegó a
integrar 50.000 hombres).
El general Justo exigió su retiro para no dividir el Ejército, y Uriburu tuvo que
ceder. Para los conservadores, el golpe de Estado fue la oportunidad para
que el país rechazase “el imperio de la inmoralidad como norma, del
soborno como sistema administrativo, del fraude y la corrupción en todos
los actos de la vida política”. Para la vieja derecha, el golpe de Estado era
un símbolo del retorno a la edad dorada de la armonía nacional previa al
ascenso del radicalismo. El 6 de septiembre serviría para recordar a los
argentinos que la preservación del pasado era su única esperanza.
En la interpretación nacionalista, el golpe fue un llamado al país para mirar
hacia adelante, porque “otorgaba una oportunidad para reconstruir nuestro
país moral, política y económicamente para la elevada empresa de la
salvación nacional”. El general Justo había forzado a Uriburu a declinar toda
pretensión personal de continuar como presidente y esperaba contar con el
apoyo de los golpistas de 1930. Pero carecía del carisma de Uriburu y tuvo
que buscar un apoyo político más amplio.
Surgió la Concordancia, una coalición formada por elementos muy dispares.
Su núcleo era el PDN, un conjunto de grupos provinciales controlados por las
oligarquías y los jefes políticos locales, entre los cuales el más importante
era el Partido Conservador de la provincia de Buenos Aires. La Concordancia
proclamó las candidaturas de Agustín Justo (nominado por los anti-
personalistas) para presidente y Julio Roca hijo para vicepresidente. Fue un
retorno a las viejas prácticas electorales corruptas y fraudulentas, mediante
las cuales la Concordancia triunfó fácilmente con alrededor de 600.000
votos, contra sólo 488.000 de la Alianza.
Justo estaba decidido a dar un tono pragmático y de eficiencia
administrativa. Su gestión se enfrentó con demasiados problemas
económicos serios, derivados de la crisis económica mundial de 1929-1932.
Los conservadores siguieron a su lado; los nacionalistas, gradualmente,
fueron distanciándose y aislándose políticamente. Tras esta apariencia de
tranquilidad, los años ‘30 fueron una etapa de constantes disturbios
políticos, de muchos episodios de violencia callejera.
Las publicaciones derechistas gastaron mucha tinta lamentando que el
“yrigoyenismo otorgó la ciudadanía a los nocivos agitadores sociales,
tratantes de blancas y miembros de nacionalidades que siempre serán
indeseables entre nosotros” y denunciando “la cobardía innata del
socialismo hijos de una doctrina poco viril por la cual son castrados e
innobles”. El crimen más infame de la década fue el asesinato en 1934 del
senador electo Enzo Bordabehere en el recinto de la Cámara Alta.
Fue una década de endémica circulación de rumores y escándalos. La
prensa ridiculizaba este clima de constantes e infundadas versiones: “¡el
Presidente de la República ha sido secuestrado! ¡Grupos armados avanzan
por la Avenida de Mayo hacia la Casa Rosada! Una de las acusaciones
favoritas era denunciar a la derecha como implicada con gobiernos
extranjeros en complots para tornar el poder o dedicada a montar centros
de espionaje en regiones alejadas, como la Patagonia. La violencia llevó a
un constante crecimiento del número de organizaciones derechistas, que
iban desde conservadoras moderadas hasta las abiertamente fascistas (la
Milicia Cívica Nacionalista (de amplia base), la Alianza de la Juventud
Nacionalista (AJN, definida por edades), la Asociación de Damas Argentinas,
la Unión Nacionalista Universitaria, etc. Las propuestas más interesantes
eran la sanción de una ley de vivienda, que proporcionaría una propiedad
urbana o rural a cada familia argentina, como un medio de hacer de cada
ciudadano un “pequeño capitalista” y de “implantar la justicia social que
propicia el Nacionalismo”. También proponía la protección de los obreros
nacionales mediante un programa de emergencia que incluiría atención
médica e indemnizaciones por accidente; además, impulsaba la regulación
de las relaciones entre capital y trabajo a través de una oficina pública
específica, que reuniría a sindicatos y empresas para negociar convenios.
Los años de Justo
La elección de Agustín Justo y la Concordancia provocaron serias tensiones
entre ambas facciones (nacionalista y conservadora). Los conservadores de
la vieja línea habían creado la Concordancia para apoyar a Justo. Estos
conservadores veían a los nacionalistas como aliados poco confiables,
demasiado extremistas y como una amenaza al mantenimiento de
relaciones amistosas y duraderas con las democracias europeas
occidentales. Los nacionalistas eran mucho más meticulosos en su creciente
rechazo de los conservadores.
Su principal crítica a los conservadores era considerarlos contrarios al
“nacionalismo” (definido como los intereses de la Argentina) y dedicados a
atender los reclamos y el beneficio de los clientes europeos del país, de
quienes estos estancieros derivaban su riqueza. Esta repulsión puede
demostrarse a partir de los temas que dividieron a la derecha: las relaciones
con los ingleses, la interpretación del pasado nacional, la influencia
comunista, la guerra civil española, el fascismo europeo, los judíos
argentinos, la Iglesia católica, las cuestiones sociales. El pacto Roca-
Runciman de 1933, entre la Argentina y Gran Bretaña, aportó pruebas para
el reproche nacionalista de que los conservadores eran sólo unos vende-
patria.
La responsabilidad final recaía en aquellos que en la Argentina conspiraban
con los ingleses: el régimen, la oligarquía, los terratenientes y exportadores,
todos confabulados con los intereses extranjeros. Esta corriente produjo una
completa revaluación de la historia argentina, que se conocería como
revisionismo histórico, en el cual Juan Manuel de Rosas alcanzó el lugar de
privilegio. El revisionismo histórico llegó a su apogeo en 1938, con la
creación del Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas,
que publicó un boletín y una revista bajo la advocación de su héroe.
Figura de veneración en tanto prototipo de "nacionalista". Para los
conservadores el general Julio Roca fue héroe comparable. Esta aversión
hacia el liberalismo del siglo XIX y sus herederos se unía al odio que la
derecha profesaba al marxismo, el comunismo y el bolchevismo. Cuando
estalló el conflicto español la derecha argentina expresó su afinidad con las
fuerzas nacionalistas del general Francisco Franco. Un idéntico fervor por la
República española se podía verificar entre los radicales y la izquierda
socialista.
A pesar de la potencial amenaza de desorden que implicaba un movimiento
de masas al estilo del fascismo italiano, el apoyo a Mussolini persistió entre
los adherentes a la derecha argentina. Este apoyo se transfirió a Hitler,
cuando su partido creció en Alemania y llegó al gobierno en 1933. La
desconfianza y menosprecio por los judíos había surgido en la Argentina
antes de la formación del partido nazi y había sido un fundamento básico en
el ideario y la praxis de la derecha en sus orígenes, cuando el terror rojo de
la Semana Trágica (1919) se atribuyó al supuesto accionar de agitadores
judíos. La Iglesia católica fue una de las usinas del antisemitismo donde
abrevaba la derecha.
Las relaciones entre la Iglesia católica y el Estado argentino eran
contradictorias: en primer lugar, la Constitución estableció el catolicismo
apostólico romano como religión oficial; luego, durante la década delos años
ochenta del siglo XIX algunas leyes introdujeron reformas consideradas
anticlericales en la educación y sentaron las bases de un sistema educativo
público y laico, toda una novedad en la historia argentina. Durante la
Década Infame se gestó una convergencia entre estos militantes católicos y
la derecha política, especialmente con los nacionalistas.
Si bien la mayoría de los conservadores buscaba fortalecer la posición de la
Iglesia católica en la sociedad, no fueron más allá de los límites legales
vigentes; los nacionalistas, por su parte, no dudaban en absoluto y exigían
sobre todo un lugar de importancia para la enseñanza religiosa en las
escuelas públicas. Los conservadores tendieron a considerar la
industrialización y diversificación de la Argentina como una fuente de
beneficios económicos.
Los nacionalistas sostenían que los obreros debían ser formados en un
credo de respeto, obediencia y patriotismo que aseguraría su rechazo a la
izquierda. Para los nacionalistas, los empresarios explotadores empujaban a
los trabajadores al descontento; por consiguiente, la armonía social estaba
basada en salarios decentes y condiciones laborales dignas. A pesar de
estas diferencias, ambos sectores comprendían los peligros de un
sindicalismo sin control y conservaron una actitud crítica con relación al
movimiento obrero organizado.
Fresco, gobernador nacionalista de la provincia de Buenos Aires, decretó la
prohibición de todo tipo de propaganda comunista. La definición de
“comunista” siguió siendo tan amplia que la policía podía censurar cualquier
cosa. Propuso una ley que autorizaba a los maestros de las escuelas
públicas a dar clases de instrucción religiosa. Por último, la sanción del
Código de Trabajo por la legislatura provincial el 12 de mayo de 1937. La
parte central de este extenso documento era el establecimiento del
arbitraje obligatorio para todas las disputas laborales.
La amenaza fascista
Justo se empeñó en influir sobre la nominación del próximo candidato de la
Concordancia, inclinándose por Roberto Ortiz. Ramón S. Castillo fue
candidato a la vicepresidencia. La elección de Ortiz y Castillo era el final
esperado de la utilización de métodos corruptos y fraudulentos en un acto
comicial. Ortiz tenía planes ocultos que rápidamente se darían a conocer:
un perentorio retorno a las elecciones limpias que muy probablemente
permitirían volver al gobierno a los radicales. La presidencia de Ortiz duró
casi dos años y medio, verificándose una mejora del panorama económico y
estabilidad política.
Pero el agravamiento de la situación europea afectó seriamente al país y
dividió a la opinión pública. A comienzos de 1939, la prensa sensacionalista
argentina -con gran morbo-empezó a dar cuenta de supuestos planes
alemanes para ocupar un sector del territorio argentino. La guerra
representó un gran deterioro de ciertas solidaridades que podrían haber
mantenido unida a la derecha. Socialistas y radicales se alinearon
decididamente con la causa aliada, en especial a partir de 1940, con la
derrota de Francia; los nacionalistas no sólo elogiaban el militarismo italiano
y alemán, sino que también se mostraban exultantes ante la posible caída
de Gran Bretaña.
La derecha conservadora se hallaba ame un dilema, entre sus vínculos
sentimentales y financieros con Inglaterra y su admiración por el carácter
autoritario del fascismo. El Presidente, con fuertes sentimientos de simpatía
por las democracias europeas, fue coherente con la actitud adoptada por
otros países occidentales y declaró la neutralidad argentina. El presidente
Ortiz consideraba cada vez más despreciable el estilo de gobierno de
Fresco, sobre todo en función de las próximas elecciones provinciales.
Los periódicos hablaban de “un enfrentamiento de tendencias que se han
manifestado durante algún tiempo en el oficialismo, sumado a la cuestión
de las próximas elecciones para Gobernador”. Fresco nunca logró un apoyo
masivo y su figura fue desapareciendo gradualmente de la escena política.
No sólo la oposición de los nacionalistas, sino también una grave dolencia
provocó la renuncia del presidente Ortiz en 1940, y delegó el mando en el
vicepresidente Castillo, un dirigente que intentaría, una vez más, salvar las
distancias entre conservadores y nacionalistas. Durante los primeros años
de la década de los ‘40, se incrementó el aislamiento del presidente Castillo
y de los nacionalistas (quienes no podían ni verse), pero estaban obligados
a una dependencia mutua y a una estricta política de neutralidad frente a
los crecientes reclamos del centro y la izquierda de una política a favor de
Gran Bretaña y Francia.
Después del ataque japonés a Pearl Harbor y la entrada de Estados Unidos
en la segunda guerra mundial, Castillo declaró el estado de sitio para
reducir las protestas contra su gestión. Pero los nacionalistas nunca
confiaron en Castillo, por sus vínculos con el régimen y, cuando eligió a
Robustiano Patrón Costas como su sucesor y candidato del PDN, los
elementos nacionalistas se indignaron todavía más al constatar que el
control político seguiría en manos de un gran terrateniente, un integrante
de la clase que tanto despreciaban. Los grupos nacionalistas no esperaron a
tomar el poder para entrar en acción; sus ideas habían calado hondo en
importantes sectores delas Fuerzas Armadas. Oficiales nacionalistas (entre
los que se encontraba Juan Domingo Perón) formaron el Grupo de Oficiales
Unidos (GOU) y planificaron la toma del gobierno. El resultado fue la
“revolución” del 4 de junio de 1943 que terminó con la presidencia de
Castillo y la segura elección de Parrón Costas y, con ello (también) se cerró
la Década Infame.
Conclusión
Esto fue la Década Infame: el golpe de Estado de 1930 interrumpió un largo
período de vigencia de la Constitución y daría lugar al nacimiento de un
modelo regular de intervención militar. La derecha no sólo vició los años
treinta, sino que también influyó negativamente en el ascenso de Perón y
dejó su legado para los generales de la guerra sucia en los años ‘70 y ‘80.
Conservadores y nacionalistas ven a los años ‘30 como una edad dorada
debido a un florecimiento del pensamiento autoritario en general y saben
que nunca se ha repetido.
¿Por qué los derechistas no encontraron un líder que los aglutinara y
galvanizara como partido? Como resultado de esta división, no surgió un
líder poderoso hasta el ascenso de Perón. La respuesta puede estar en la
siguiente pregunta: ¿por qué la derecha fracasó en la obtención de un
sustento electoral importante, incluso mayoritario? Existía una esperanza en
poder ganar la lealtad obrera para oponerse a la izquierda y de este modo
construir el camino hacia el poder para la derecha.
Sin embargo, Perón demostró ser el único capaz de capitalizar ese
potencial. ¿Por qué la derecha fue incapaz de proyectar una imagen positiva
en el marco de las favorables circunstancias de los años ‘30? Sus enemigos
utilizaron muy bien la amenaza fascista europea para desacreditarlos ante
la sociedad. Ciertamente se ganó y conservó la imagen de “nazis
argentinos”.
La respuesta a estas preguntas se encuentra en el fracaso de la derecha
para aprovechar la oportunidad representada por los años treinta para
consolidar una organización de amplia base que impusiera su programa. En
cambio, fue dominada por una tendencia a la división y la atomización. La
vieja derecha añoraba su antiguo predominio decimonónico y buscaba
recrear las circunstancias políticas, económicas y sociales que lo habían
hecho posible. La nueva derecha pretendía la vuelta a un criollismo mítico
anterior al control oligárquico y, además, buscaba crear una Argentina
radicalmente modificada con la caída del gobierno de la elite.
Más difícil de comprender fue la inclinación de los nacionalistas militantes a
fragmentarse en tantas organizaciones competitivas y el fracaso de sus
intentos para generar un liderazgo incuestionable. Su conexión con el
fascismo europeo empañó su imagen. El golpe de Estado del 4 de junio de
1943 generó su apoyo unánime, creyendo, una vez más, como en 1930 que
una asonada militar los catapultaría hacia el poder y lograrían modificar las
bases institucionales de la Argentina. Una vez más, serían cooptados y
engañados (para su decepción) cuando Juan Domingo Perón llegó al poder.

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