FOMENTO DE LECTURA

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Bibliotecas. Vol 38, N° 1, enero - junio, 2020.

EISSN: 1659-3286
URL: http://www.revistas.una.ac.cr/index.php/bibliotecas/index
DOI: http://dx.doi.org/10.15359/rb.38-1.3
Licencia: Creative Commons (BY-NC-SA) 4.0 Internacional

La Biblioteca Pública en México: institución social para el fomento de la


lectura y el libro
The Public Library in Mexico: Social Institution for Reading and Book Promotion

María Camila Restrepo Fernández


Posgrado en Bibliotecología y Estudios de la Información
Universidad Nacional Autónoma de México

Recibido: 14 de setiembre de 2019 Aceptado: 06 de marzo de 2020


Publicado: 18 de junio de 2020

Resumen
El objetivo de este trabajo es demostrar el rol de la biblioteca pública como institución
social, a partir del caso de la Ley de Fomento para Lectura y el Libro en México. Primero,
se ahonda en la acepción de biblioteca pública como institución con funciones sociales,
a través de la exploración de conceptos aportados por organismos internacionales,
entes oficiales y académicos. Posteriormente, se revisan los hitos históricos en la
conformación de la biblioteca pública en México para comprender el porqué del estado
actual de las bibliotecas del país; se enuncian las legislaciones vigentes en materia de
biblioteca pública y se focaliza la discusión en la Ley de Fomento para la Lectura y el
Libro en relación con la biblioteca pública.

Palabras clave: Biblioteca pública, Fomento a la lectura, Ley de Fomento para la


Lectura y el Libro, México.

Abstract
The main goal of this paper is to demonstrate the role of the public library as a social
institution, based on the case of Reading and book promotion Law in Mexico. First,
review the meaning of public library as an institution with social functions, through the
exploration among the concepts contributed by international organizations, official and
academic entities. Then, the historical landmarks in the conformation of the public library
in Mexico are reviewed, in order to understand the current state of the libraries of the
country, just as the applicable law about public libraries and finally focus the discussion
is focused in Reading and book promotion law in Mexico.

Keywords: Public Library, Reading Promotion, Reading and Book Promotion Law,
México.

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I. Introducción

A lo largo de la historia se ha situado la institución bibliotecaria como portadora y transmisora


de la información registrada con el propósito de preservar y dar acceso a ella a las
generaciones presentes y futuras; en especial se resalta una de sus tipologías: la biblioteca
pública, la cual ha recibido por unanimidad social funciones que contribuyen al desarrollo e
impulso de transformaciones sociales, culturales, educativas y políticas, porque presta
servicios y ofrece bienes de información gratuitos, sin restricciones y en condiciones
igualitarias para toda la población.

El estudio del estado de la Biblioteca Pública como institución, más allá de las adscripciones
geográficas, adquiere relevancia en el contexto latinoamericano, porque es esta la institución
de orden público que goza de mayor reconocimiento social y la revisión crítica a su origen,
desarrollo y porvenir. Es, a la vez, una vía para detentar las características sociales de un
pueblo. En los párrafos subsiguientes se ahonda sobre las tres etapas mencionadas en el
contexto bibliotecario público mexicano, teniendo como eje principal la noción de Biblioteca
Pública como institución social.

II. La Biblioteca Pública como institución social

Existe una multiplicidad de acepciones sobre la biblioteca pública de la que no pocos autores
han propuesto aproximaciones a una definición total como institución; sin embargo, lo único
permanente sobre la biblioteca pública es que siempre está evolucionando, pues debe
responder e ir al unísono de las necesidades sociales que se generan espontánea o
estructuralmente en el entorno social en el que se sitúa, así lo reafirma Shera (1949) al decir:
Cualquier intento por definer con precisión el término “biblioteca pública” genera
confusion, ya que la institución es en sí misma una mezcla de intereses, objetivos y
formas. El significado de ‘biblioteca pública’ cambia a medida que la institución depende
del impacto de los cambios sociales y económicos, así como adquiere diferentes
implicaciones y connotaciones con el paso del tiempo (1949, p. 157).

Por lo tanto, es fútil querer admitir una única y permanente definición para la biblioteca
pública; lo que sí es estable son sus funciones y características porque sin importar el

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contexto, son estos dos elementos los que le dan identidad. Las principales características
de la biblioteca pública son dos: la primera es la accesibilidad, este rasgo es esencial a la
naturaleza de la institución de proveer “un acceso libre y sin límites al conocimiento, el
pensamiento, la cultura y la información” (IFLA/UNESCO, 1994). La accesibilidad puede
subdividirse en cinco tipos, a saber: social, todos sin distinción de sexo, raza, edad, género,
idioma, religión, condiciones físicas o educación pueden acceder a la biblioteca y sus
servicios; moral, no hay cabida a la censura de ninguna índole; física, la biblioteca debe
ofrecer condiciones de infraestructura para todo tipo de personas a fin de que no pueda
representar una barrera en el acceso; técnica, debe poseer herramientas y formación
suficiente para que los usuarios hagan uso óptimo de los servicios y programas y debe tener
accesibilidad intelectual; es decir, debe estar preparada para recibir y formar a la población
usuaria cualquiera que sea su nivel educativo/cognitivo.

La segunda característica, quizás la más sustancial, es que la biblioteca pública es una


institución financiada total o parcialmente por el Estado o alguna autoridad territorial pública,
pueden existir bibliotecas con financiación híbrida, pero para ser considerada pública debe
tener alguna participación estatal en su financiamiento y regulación.

Son los dos rasgos anteriores los que distinguen a la biblioteca pública entre las otras
tipologías bibliotecarias; por ejemplo, para la biblioteca universitaria, la misión es servir de
apoyo al currículo y a la comunidad universitaria, por lo que a diferencia de la biblioteca
pública puede negarse a dar servicio a personas externas a su comunidad e incluso
descartar solicitudes de información arguyendo que no está dentro del currículo académico.

En lo que respecta a las funciones de la biblioteca pública cabe aclarar que solo nos
remitiremos a aquellas de orden social, pues partimos de la premisa que se trata de una
institución social. La principal función social de la biblioteca pública es servir como fuente y
medio de acceso a la información registrada, abriendo posibilidades de transformación
individual y colectiva mediante la formación que da la biblioteca pública a sus usuarios con
fines de creación y consolidación de hábitos de lectura y, más actualmente, de instrucción
en habilidades informativas para la manipulación de las Tecnologías de la Información y la
Comunicación (TIC); este proceso condensa la gran función social de la biblioteca pública:

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la transformación social a través de la lectura y el acceso libre a la información, la cultura y


la educación.

Continuando con las funciones de la biblioteca pública, desde la mirada profesional e


internacional, UNESCO/IFLA (1994);le otorga doce misiones a la biblioteca pública, siendo
la primera una reiteración de lo mencionado en el párrafo inmediatamente anterior “Crear y
consolidar los hábitos de lectura en los niños desde los primeros años” (IFLA, 2001, p. 72);
es decir, en el panorama general, la biblioteca pública ostenta una posición de altísima
responsabilidad, casi al nivel de instituciones como el Estado, la escuela o la familia. Por
ejemplo, en la quinta misión, se dice que la biblioteca pública debe: “sensibilizar respecto del
patrimonio cultural y el aprecio de las artes y las innovaciones y logros científicos” (IFLA,
2001 1994, p. 72). Del enunciado anterior queda implícito que la biblioteca pública es
portadora de una parte significativa del patrimonio cultural, las innovaciones científicas y
posee o debe tener las herramientas para fomentar el acceso al conocimiento.

El breve señalamiento anterior revela cómo la biblioteca pública ha sido atiborrada de


funciones paradigmáticas que no puede cumplir a cabalidad, o bien podría hacerlo
trabajando mancomunadamente con otras instituciones como museos, escuelas,
universidades, ONGs, entre otros, y aun así sería difícil comprobar si tiene o no éxito en tal
misión.

Ya en el plano estatal, las funciones sociales otorgadas a la biblioteca pública siguen siendo
excesivas en relación con el apoyo económico y político que perciben por parte del Estado,
especialmente en el precario sustento legislativo que se les da a las bibliotecas.

En el caso de América Latina las legislaciones sobre biblioteca pública son estrictas al definir
qué es la biblioteca pública, exigiendo un número mínimo de ejemplares y servicios de alta
calidad, al mismo tiempo que omiten dictar ordenanzas para asegurar y aumentar los
recursos financieros destinados a la biblioteca pública. Por ejemplo, en algunas legislaciones
nacionales como es el caso de Colombia, se exige un horario mínimo de operación a las
bibliotecas públicas de 40 horas (Flores et. al., 2011, p. 11), mientras que en otras
regulaciones como la mexicana, no se dicta ningún mínimo de horas de funcionamiento. En
suma, exigencias como la mencionada, no se encuentran equiparadas en la misma

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legislación con alguna medida que la garantice, como bien podría ser el aseguramiento de
la formación continua del personal o incluso la obligatoriedad de designar a profesionales
del área bibliotecológica para dirigir las bibliotecas.

En el caso de la legislación vigente en materia de libros, lectura y bibliotecas en México, se


puede comprobar que aunque se dictan disposiciones no hay claridad sobre qué agencia se
hará cargo de llevarlas a cabo, aunque se enuncian las autoridades competentes para
hacerlo, no es concreta la ley al indicar cuál entidad será titular de la responsabilidad.

En el caso de la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro se listan cinco entidades


gubernamentales distintas como responsables de dar cumplimiento al objeto de la ley, a
saber, la Secretaría Cultural, la Secretaría de Educación Pública, el Consejo de Fomento
para el Libro y la Lectura y, finalmente, los Gobiernos de las entidades federativas,
municipales y demarcaciones territoriales de la Ciudad de México. Ciertamente, esta
multiplicidad de actores para una única función crea desconcierto sobre quién realizará las
acciones necesarias para dar fin cumplimiento a la ley.

Desde el redil teórico latinoamericano sobre biblioteca pública, autores como Civallero
(2011), Jaramillo (2013) y Duque (2018) coinciden en que esta tiene como principal función
reducir la exclusión social y favorecer la participación ciudadana, esta afirmación tiene
sentido, porque en el contexto geográfico de análisis de los autores, existen casos
particulares en los que se comprobó que la presencia de la biblioteca pública en una
comunidad tuvo incidencia directa en la inclusión social de grupos minoritarios en dinámicas
comunitarias como juntas de acción local, clubes de lectura y espacios culturales. El caso
particular que más llama la atención se dio en Medellín, Antioquia (Colombia) y el estudio de
caso fue realizado por la Dra. Orlanda Jaramillo, quien comprobó que la permanencia y
operación de servicios y programas por parte del Parque Biblioteca España en el barrio
Santa Cruz de la ciudad de Medellín, favoreció la inmersión en dinámicas comunitarias de
grupos tanto excluidos como desplazados. Por lo tanto, existe un desbalance significativo
entre lo que esperan las instituciones y los estados de las bibliotecas públicas y los medios
que estas entidades le ofrecen a la biblioteca pública para dar cumplimiento a las
expectativas, pese a que existen casos documentados en los que la biblioteca pública
cumple un rol social muy destacado (Jaramillo, 2013).

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III. Breve revisión: historia de la biblioteca pública en México

La cultura escrita llegó a México por vías de la Conquista española al territorio mexicano en
el Siglo XVI, materializada en libros y difundida, especialmente, por las órdenes religiosas
que se emplazaron en el espacio conquistado. Gran parte de las bibliotecas que se
establecieron en el primer siglo de la Colonia en Nueva España, permanecieron cerradas al
público y servían casi exclusivamente a los integrantes de la comunidad religiosa, sin
embargo, se cuenta como la primera biblioteca pública a la Biblioteca Palafoxiana, fundada
en 1646 por el Obispo Juan de Palafox y Mendoza. El acervo de origen perteneció a su
fundador y el propósito era formar al clero y dar acceso a la colección a cualquiera que
quisiera conocerla, en esencia esta era una biblioteca pública porque no restringía el ingreso
bajo ningún criterio, pero considerando el alto nivel de analfabetismo y la lengua de los
textos, la prohibición estaba implícita, la comunidad de alfabetizados era mínima y muchos
de ellos no dominaban la lengua castellana o el latín, por lo tanto, no tenían los medios para
ingresar a la biblioteca y aunque se declarará pública no lo era a cabalidad (Zamora, 1994).

Desde inicios del siglo XIX y a lo largo del XX, el mundo a través de las instituciones y
organizaciones civiles ha contribuido a alcanzar niveles de alfabetización óptimos. Es vital
resaltar que, sin esta habilidad de decodificar el texto escrito, no serían factibles las funciones
sociales de la biblioteca pública, especialmente cuando la pretensión principal es fomentar
condiciones igualitarias en el acceso a los libros y la lectura.

Un segundo antecedente de la biblioteca pública en México es la Biblioteca de Catedral de


México, también denominada como Turriana en honor a su fundador, esta se inauguró en
1788, por petición del arcedeán de la Catedral de México, el doctor Luis de Torres Tuñón,
quien dispuso en su testamento que sus libros y veinte mil pesos fueran entregados al
cabildo de México para la creación y manutención de una biblioteca con la condición explícita
de que esta fuera pública (Bravo, 2008).

La Biblioteca del H. Congreso de la Unión es el tercer antecedente, cronológicamente


ordenado, más relevante para la biblioteca pública en México, de naturaleza parlamentaria
se instituyó en 1810 y desde entonces prestó servicio público. La Biblioteca del Congreso
convivió con la Biblioteca de la Real y Pontificia Universidad hasta su clausura, una vez

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cerrada la Universidad, por decisión del Emperador Maximiliano, la Biblioteca del Congreso
dio servicio a todos los estudiantes de la capital y los estados de la república en lugar de la
extinta biblioteca de la Real y Pontificia Universidad. En 1936 el Congreso de la Unión
formaliza la Biblioteca del H. Congreso de la Unión como biblioteca pública, teniendo así dos
bibliotecas: una pública y otra parlamentaria, situadas en edificios independientes.

En el Siglo XX la figura de José Vasconcelos fue crucial para la conformación actual de las
bibliotecas públicas, este prohombre propuso la creación de una Secretaria de Educación
Pública y en ella un Departamento de Bibliotecas. Las obras que emprendió Vasconcelos
como primer Secretario de Educación Pública (1921-1924) y luego rector de la Universidad
Nacional Autónoma de México (1920-1921) continúan teniendo repercusiones en la forma
en que se guían los procesos para la alfabetización y el fomento de la lectura en el país,
siguen siendo concebidas, por muchos, como prácticas educativas y sociales que
enmarcadas en la escuela y la biblioteca contribuyen a la transformación social y dan
sustrato a la idea de que la educación debe ser la principal empresa del Estado (Ocampo,
2005), tal era la importancia otorgada por Vasconcelos (1998) a las bibliotecas que en El
Desastre escribe:
La creación de un Departamento especial de Bibliotecas era una necesidad
permanente, porque el país vive sin servicio de lectura y sólo el Estado puede crearlos
y mantenerlos como un complemento de la escuela: la escuela del adulto y también del
joven que no puede inscribirse en la secundaria y la profesional […] También desde la
escuela primaria operan juntos los tres departamentos encargados cada uno de su
función: las ciencias enseñadas por la escuela propiamente dicha, la gimnasia, el canto
y el dibujo a cargo de especialistas y no del mismo maestro normal, y la Biblioteca al
servicio de todos, en sus diversos departamentos: infantil, técnico, literario, etc. (p. 60-
61)

Así queda por entendido que para Vasconcelos el papel de la biblioteca era de apoyo a la
escuela, particularmente para la población adulta que no tenía acceso a la educación
profesional y para aquellos que se encontraban en el nivel más elemental de instrucción;
cabe destacar que fue el Mecenas de la Cultura el primero en concebir las labores
bibliotecarias por departamentos o áreas para segmentar, no solo el trabajo del bibliotecario,
sino como una visión diferenciada de los diferentes campos de acción de la biblioteca pública

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en la vida de la sociedad, incluyendo una fase administrativa hasta una antropológica,


creando servicios diferenciados para niños, adultos, obreros y población indígena.

La concepción de interdependencia entre lectura y biblioteca que promovió Vasconcelos se


ve expresada en los siguientes numerales de la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro
(2008): Promover el acceso y distribución de libros, fortaleciendo el vínculo entre escuelas y
bibliotecas públicas (Art. 10, VII).

En esta ley expedida en 2008, con modificaciones del año en curso, continua y fortalece la
relación antes mencionada por Vasconcelos en el Desastre, por lo que sugerir que la
vigencia de sus ideas se mantiene hasta los días presentes no es exagerada, la estela de
su trabajo se refleja en las iniciativas actuales. En esta misma Ley también se acepta la
necesidad de dirigir los esfuerzos segmentando la población de acuerdo con sus intereses
con la intención de asegurar un acceso igualitario, abierto y público a los programas para el
fomento de la lectura, por ende, de acceso al libro a toda la población: garantizar la existencia
de materiales escritos que respondan a los distintos intereses de los usuarios de la red
nacional de bibliotecas públicas y los programas dirigidos a fomentar la lectura en la
población abierta (Art. 11, IV).

Una de las estrategias promovidas por Vasconcelos y su grupo con miras a la alfabetización,
la promoción de la cultura escrita y el fomento de la lectura fue El Libro y El Pueblo, esta
publicación acercó –incluso después de su retiro como Secretario de Educación Pública- a
población mexicana a la obra de valiosos escritores del país y difundió material para la
formación de maestros y bibliotecarios a través de otra renombrada publicación, El Maestro
Rural.

El Ministro Vasconcelos se rodeó de próceres de la historia de la educación en México como


Ezequiel Chávez, Roberto Medellín, Francisco Figueroa, Francisco Morales y Jaime Torres
Bodet, este último es quizás uno de los más prominentes y con mayor impacto en el campo
de la lectura, los libros y las bibliotecas en México y el mundo, porque fue el impulsor del
primer Manifiesto UNESCO sobre la biblioteca pública; desde entonces se declaraba la
prioridad de asegurar la accesibilidad de todas las personas a la biblioteca pública sin
ninguna limitante, la disponibilidad de recursos que satisfagan las necesidades e intereses

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de la población y se declaró en el Manifiesto UNESCO como esencia de la biblioteca pública


el “ser fuerza viva de educación, cultura e información” (UNESCO/IFLA, 1994, p. 1).

Los pasos dados por Vasconcelos y su equipo en materia de bibliotecas públicas, bibliotecas
escolares, alfabetización y fomento a la lectura fueron la punta de lanza para que en cada
gobierno se le concediera a la biblioteca pública un espacio inamovible en la agenda
gubernamental, así lo ejemplifica el rol llevado a cabo por María Teresa Chávez, impulsora
de la literatura infantil, el fomento de la lectura con niños y pionera en la formación de
bibliotecarios. Más avanzado el siglo XX emergen figuras notables como Ana María Magolini
de Bustamante quien dirigió el establecimiento y operación de la Red Nacional de Bibliotecas
Públicas de México, dejando cubierto el 88% de los municipios del país al final de su gestión,
durante la que además aumentó el acervo total (catalogado y clasificado) de las bibliotecas
públicas de 1,332,000 a 30,142,633 (Morales, 2001).

El rol de los bibliotecarios en la historia de la biblioteca pública en México ha sido


fundamental, si bien es cierto que su presencia ha sido más fuerte en unas épocas que en
otras, el quehacer bibliotecario ha logrado establecer unos mínimos para el correcto
funcionamiento de las bibliotecas públicas en la nación. Desde la formación de bibliotecarios
en el extranjero, como fue el caso de Juana Manrique de Lara, responsable de la introducción
de las bibliotecas infantiles y juveniles en México, hasta el trabajo con comunidades
indígenas en favor del rescate de su cultura; han sido los bibliotecarios un eje fundamental
para la evolución y permanencia de la biblioteca pública en el país.

La historia de la biblioteca pública en México es extensa, igualmente lo es la historia de la


lectura, porque desde unas centurias la necesidad de construir sociedades democráticas se
convirtió en un propósito compartido, esto implica que los potenciales individuos que pasarán
a formar parte de la anhelada sociedad democrática deberán reunir un conjunto de
condiciones intelectuales mínimas que aseguren su justa participación, entre ellas y
probablemente la más sobresaliente, es la lectura como práctica social enraizada a la
biblioteca.

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IV. Marco actual legislativo de las bibliotecas públicas en México

La normativa mexicana para las bibliotecas públicas es cuantiosa porque las hay de
aplicabilidad nacional como la Ley de Fomento para la Lectura y el Libro o la Ley General de
Bibliotecas, como también existen regulaciones restringidas a las ciudades, tal es el caso de
la Ley de Bibliotecas del Distrito Federal o los compendios correspondientes a los estados,
por ejemplo: Ley de bibliotecas del Estado de Jalisco, Ley del libro y las bibliotecas del
Estado de Durango, entre otras, contando además, con regulaciones menores como
decretos y reglamentos que se viabilizan a las normas superiores.

En términos generales, la legislación sobre bibliotecas es estable, teniendo en cuenta la


longevidad de la Ley General de Bibliotecas, emitida en 1988, y la Ley de Fomento para la
Lectura y el Libro que ya cumple once años de vigencia y será abordada en el apartado
siguiente.

a. Ley de Fomento para la Lectura y el Libro

La Ley de Fomento para la Lectura y el Libro fue promulgada el 23 de julio de 2008 por el
presidente Felipe Calderón, esta norma surgió como parte de una discusión que se extendió
durante varias legislaturas del Congreso sobre regulaciones relativas al libro, por ende, a la
lectura. El antecedente inmediato de la Ley de Fomento es la Ley del libro aprobada en 2000,
aunque nunca entró en vigor puesto que no se conformó el Consejo Técnico que expediría
el reglamento (Rodríguez, 2008).

Sin embargo, la historia de la Ley de Fomento va más atrás de la mencionada Ley de Libro
aprobada en 2000; en la LVI legislatura del Congreso de la Unión, la diputada Margarita
Villanueva Ramírez presentó ante la Cámara de Diputados una iniciativa de ley que sirviera
para fomentar el consumo de libros entre la población, apoyándose en el descenso en ventas
de libros, pese al vertiginoso aumento poblacional, es decir, aunque la población aumentaba,
la producción y compra de libros disminuía, el argumento que presentó Villanueva Ramírez
era contundente, sin embargo, no llegó a materializarse durante la LVI legislatura, pero sentó
un precedente para las legislaturas siguientes.

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La Ley de Fomento contiene los siguientes puntos neurálgicos en relación con las funciones
sociales de la biblioteca pública: la obligación de la Secretaria de Educación Pública en la
dotación de acervos para las bibliotecas de aula y escolares, como forma para asegurar la
subsistencia de esa tipología bibliotecaria; ordena el establecimiento del Consejo Nacional
de Fomento para el Libro y la Lectura, estamento encargado de crear y vigilar el reglamento
de funcionamiento; dictamina la creación de espacios para la concertación entre los
diferentes actores de la cadena de producción y divulgación del libro, a saber, autores,
editores, impresores, papeleros, distribuidores, libreros y bibliotecarios, inclusive los
lectores, y finalmente, establece el precio único o regulación comercial como forma de
asegurar un acceso igualitario al libro.

El primer punto, la obligación de la Secretaria de Educación Pública en la dotación de


acervos para las bibliotecas de aula y escolares, el estado actual de la biblioteca escolar en
México es incierto, de acuerdo con el Informe de la OEI y la Secretaria de Educación Pública
de México (2010), el desarrollo ha sido desigual entre bibliotecas escolares y son pocas las
que gozan de reconocimiento por parte de la comunidad educativa en la que están inmersas.

La tenencia o no de prestigio está directamente relacionada con el nivel formativo de los


bibliotecarios, la calidad de los acervos, el espacio, el equipamiento y los servicios de
información que ofrecen a los integrantes de las instituciones educativas. Especialmente la
carencia de acervos de calidad y suficientes para apoyar e integrarse debidamente al
currículo escolar es lo que ocasiona el aislamiento de la biblioteca escolar de las dinámicas
escolares, aquellas que cuentan con colecciones ricas en relación con sus títulos, no están
debidamente organizadas o su estado físico no es óptimo.

Debido a las condiciones mencionadas, la necesidad de una sinergia entre la biblioteca


escolar y la biblioteca pública es imperativa para dar cumplimiento a la Ley de Fomento,
porque la biblioteca pública puede aportar parte de sus colecciones y servicios para
satisfacer necesidades e intereses informativos, exceptuando los libros de texto, que por
antonomasia no deben hacer parte del acervo de una biblioteca pública. Torres Bodet
sintetiza con absoluta precisión la necesaria relación entre ambas bibliotecas así: “la escuela
y la biblioteca no deben considerarse como instituciones rivales; ni siquiera como entidades

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independientes. Si una y otra no se articulan, nuestro proceso será muy lento” (OEI y
Secretaria de Educación Pública, 2010, p. 7).

En el segundo punto, relativo al Consejo Nacional de Fomento para el Libro y la Lectura, se


define como un “órgano consultivo de la Secretaría de Cultura y espacio de concertación y
asesoría entre todas las instancias públicas, sociales y privadas vinculadas al libro y la
lectura” (México. Cámara de Diputados, 2008, p. 5). Este órgano está compuesto por quince
integrantes de nivel directivo provenientes de los siguientes estamentos gubernamentales:
Secretaria de Cultural, Secretaria de Educación Pública, titular del Instituto Nacional de
Lenguas Indígenas, Presidente de la Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana,
Director General de Materiales Educativos de la Secretaría de Educación Pública, Director
General de Bibliotecas de la Secretaría de Cultura, Director General del Instituto Nacional
del Derecho de Autor, Director General de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos,
Presidente de la Comisión de Biblioteca y Asuntos Editoriales de la Cámara de Senadores y
Presidente de la Comisión Bicameral del Sistemas de Bibliotecas del Congreso de la Unión;
también tiene una representación la entidad mixta Fondo de Cultura Económica con la
inclusión del Director General en el Consejo y, finalmente, por parte de los estamentos civiles
o académicas tienen asiento los siguientes representantes: el Presidente de la Asociación
de Libreros de México, el Presidente de la Asociación Nacional de Bibliotecarios y el
Presidente de la Sociedad General de Escritores de México. Además, podrán participar de
las sesiones del Consejo, personas y otras entidades no mencionadas, siempre que el
mismo Consejo considere que la participación de entidades o personas externas contribuirá
al cumplimiento de las funciones.

La función sustantiva del Consejo es crear y ejecutar el Programa de Fomento para la


Lectura y el Libro, cuya meta es promover sistemas integrales para el acceso a la lectura y
el libro convenidos equilibradamente entre el sector público, privado y civil. En relación
directa con la biblioteca pública, este Consejo en su Programa dicta los lineamientos fiscales,
jurídicos y administrativos para el fomento de la lectura; esta función se duplica con las
directrices dadas por otros estamentos nacionales y de los estados, en especial con la
Secretaria de Cultura, que aunque presida el Consejo, tiene otros departamentos
administrativos con funciones dictaminadoras sobre las bibliotecas públicas, aunado al

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hecho de que en los estados se duplica la legislación, porque la mayoría de los estados
tienen leyes y decretos propios para controlar la función de las bibliotecas públicas.

El Programa de Fomento en vigor (2016-2018) refiere como objetivos para la biblioteca


pública el fortalecimiento de los acervos de la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, sobre
todo aquellas que dan servicio al estudiantado de nivel básico, es decir, desde el Consejo
existe la conciencia sobre la función de la biblioteca pública como complemento a la
biblioteca escolar y en los casos más extremos como la única alternativa para los escolares.
La formación continua de los bibliotecarios públicos también es una de las finalidades del
Programa, las capacitaciones se hacen mediante talleres, seminarios, cursos y encuentros
planeados y ejecutados mancomunadamente entre las diferentes entidades que hacen parte
del Consejo, sin embargo, el Programa de Fomento no precisa un plan concreto y
cronológico de las actividades formativas, esta situación podría ser causa del alto número
de entidades implicadas y la plausible multiplicidad de responsabilidad que tal situación
puede ocasionar.

En lo referente a la creación de espacios para la concertación entre los diferentes actores


de la cadena de producción y divulgación del libro, la responsabilidad del Consejo es mediar
entre los actores que tienen representación en el órgano, esta labor no considera
explícitamente la participación de la sociedad civil quienes serán los receptores finales de
las actividades y espacios incentivados por el Consejo, además, en la misma Ley de
Fomento, en el Capítulo IV, responsabiliza a la Secretaria de Cultura como la instancia
responsable de coordinar los espacios, programas, proyectos y acuerdos entre entes
públicos, privados y civiles, a la vez que crea en la legislación al Consejo y le otorga
funciones similares. Así en Art. 20 No. III, es responsabilidad de la Secretaria de Cultura:
Establecer compromisos con las instancias y organismos internacionales que, mediante
convenios y acuerdos bilaterales y multilaterales, incentiven el desarrollo integral de las
políticas públicas en la materia facilitando a autores, editores, promotores, lectores,
espacios y alternativas de promoción y difusión que favorezcan el conocimiento de
nuestra obra editorial y literaria en el exterior. (México. Cámara de Diputados, 2008, p.
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Y al Consejo le otorga la misma responsabilidad en el Art. 15 No. III


Concertar los esfuerzos e intereses de los sectores público y privado para el desarrollo
sostenido de las políticas nacionales del libro y la lectura. … Proponer a las autoridades
competentes la adopción de políticas o medidas jurídicas, fiscales y administrativas que
contribuyan a fomentar y fortalecer el mercado del libro, la lectura y la actividad editorial
en general. ((México. Cámara de Diputados, 2008, p. 7)

En síntesis, la Ley no es taxativa en cuanto a funciones y responsabilidades, error u omisión


que podrían afectar tangencialmente el objeto de la Ley. Por último, el precio único, la Ley
de Fomento establece una tarifa común de precio de venta en cualquier lugar del territorio
mexicano, el precio es definido por el productor del libro y no por algún órgano de gobierno,
este último solo reglamenta la estabilidad del costo al público de una publicación. El precio
único es el punto que ha generado mayor respuesta por parte de los medios de
comunicación, librerías, editoriales y organismos académicos respecto a la Ley de Fomento,
con esta ordenanza el ente oficial busca crear condiciones equitativas en el acceso al libro,
evitando la competencia desleal entre librerías y editoriales para que el mercado del libro se
oriente más a ofrecer riqueza en los títulos y no en las ofertas comerciales, puesto que la
Ley se encamina a mejorar tanto las condiciones de los lectores como las condiciones
siempre cambiantes e inestables de la industria editorial.

En términos generales, la percepción sobre el impacto del precio único en el mercado librario
es positiva, pero personajes de la industria editorial como Anaya Rosique consideran que:
[…] la ley tiene criterios para el fomento de librerías y eso es algo que nos hace falta.
Hablamos del mercado del libro, de poner precio único al libro durante un periodo
determinado para que haya una competencia sobre bibliodiversidad, sobre calidad y
contenidos más que sobre descuentos, pero falta hablar de librerías” (Aguilar, 2017).

La mención de Rosique a las librerías se debe al impacto de la Ley en el mercado, que de


no ser estrictamente vigilada termina por depredarse a sí misma, porque regula los precios,
pero no tiene ninguna disposición explícita para incentivar el desarrollo de nuevas librerías.
Para las bibliotecas públicas el precio único repercute en la adquisición de colecciones que
se hacen desde la Red Nacional de Bibliotecas Públicas, a la fecha no ha habido

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pronunciamientos por parte de esta organización sobre el impacto del precio único en la
adquisición de material bibliográfico.

México comparte con los países de la región la intención de aumentar sus lectores, partiendo
de la idea de que el hábito lector actual es pobre en calidad y cantidad, por lo que un primer
paso para tener una nación de lectores es crear, emitir y vigilar normas que fomenten la
lectura y creen condiciones educativas, económicas, culturales y sociales para los
organismos e instituciones que enarbolan la bandera de la lectura como la escuela, la
biblioteca y la industria editorial, por supuesto, cada una con propósitos y medios diferentes,
por ello una Ley con intenciones ecuménicas es de doble filo, a la larga podría favorecer a
algún actor o entidad sobre otra y no cumplir el objeto inicial.

V. A modo de cierre

La Ley de Fomento para la Lectura y el Libro está dirigida con mayor fuerza al mercado
editorial, de ahí que los puntos más controversiales son aquellos que afectan al mercado de
producción y compra del libro, dejando a un lado el aspecto de fomento a la lectura, porque
la premisa de que al tener mejores y más vías de acceso al libro va a aumentar el hábito
lector es una imprecisión y no existen casos de orden nacional o regional que puedan dar
prueba de ello.

En sentido estricto la Ley sí estimula la compra de libros, que según las estadísticas de la
Cámara Nacional de la Industria Editorial Mexicana (CANIEM) entre 2011 y 2015 ha ido en
aumento y las regresiones que ha tenido entre años no han sido altas, esto puede significar
que sí ha habido un correcto estímulo en el mercado para aumentar la demanda libraria por
parte del público y las instituciones (ver las estadísticas en
http://www.caniem.com/content/actividad-editorial); sin embargo, no hay un método para
contrastar las cifras de compra con el aumento cuantitativo y cualitativo de las prácticas
lectoras de los ciudadanos mexicanos en relación con su uso de las colecciones y
participación en los servicios que ofrecen las bibliotecas públicas del país.

Los objetos de la Ley consignados en su Artículo 4 son todos pertinentes, si se tratara


exclusivamente de una norma dirigida a la industria editorial, pero su inclusión titular de

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fomento a la lectura sugiere, por tanto, que debería considerar y dictaminar artículos que
contribuyan directamente al mejoramiento de las condiciones de operación y mantenimiento
de las bibliotecas públicas mexicanas, porque son estas las que ofrecen el acceso
democrático e igualitario a los ciudadanos que no tienen el poder adquisitivo, las condiciones
sociales, educativas y culturales para acceder al libro y la lectura.

La intención gubernamental de fomentar la lectura se ve más reflejado en otras disposiciones


de orden nacional como el Programa Nacional de Salas de Lectura y el Programa Nacional
de Lectura, son estos dos programas –que deberían tener fuerza de ley para operar a
plenitud– las iniciativas que más se orientan hacía la anhelada nación de lectores, solo a
través del potenciamiento de instituciones sociales como la biblioteca pública, se puede
propiciar un espacio justo y equitativo en el que tengan cabida integrantes de todos los
colectivos sociales. De no fortalecer debidamente a la biblioteca pública se incurre en la
ingenuidad que demostraron don Luis Torres de Tuñon o Juan de Palafox, al ofrecer ricos
acervos bibliográfico a hombres y mujeres entre los que predominaba el analfabetismo, por
ello para incentivar el mercado, primero se debe crear la demanda, esto es: fomentar la
necesidad social de la lectura.

Los esfuerzos de la Ley deben dirigirse así a fortalecer el mercado editorial, pero debe
hacerse reconociendo que la democratización del libro trasciende al aspecto comercial y
requiere del desarrollo de estrategias educativas y culturales que se asemejen al servicio
nacional de lectura que sugería Vasconcelos, como prioridad de la educación pública
brindada a través de la escuela y la biblioteca, es probable que de esta manera se logre
posicionar a la lectura y el libro como formas de ver, estar y participar del mundo.

VI. Referencias bibliográficas

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VII. Notas de la autora

María Camila Restrepo Fernández: estudiante del Posgrado en Bibliotecología y Estudios


de la Información, Universidad Nacional Autónoma de México. Correo electrónico:
camila0330.maria@gmail.com, ORCID: https://orcid.org/0000-0002-9043-3306

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