El Lector - Norman Fairbanks
El Lector - Norman Fairbanks
El Lector - Norman Fairbanks
Al fin llega ese día de la semana que tanto anhelo y deseo, ese día de la
semana en que por fin puedo desconectarme de todas mis responsabilidades
y preocupaciones para adentrarme en una historia que me haga olvidar la
realidad que me rodea.
Finalmente es viernes, y luego de haber estado trabajando toda la
semana como un autómata sin sueños y sin alma que solo actúa por inercia,
puedo dejar mi aburrida y monótona vida de lado para dar rienda suelta a un
universo nuevo que se va a manifestar ante mis ojos una vez que comience
mi nueva novela.
Mi nombre es John Miranda y soy un apasionado por la lectura, o como
a algunos les gusta llamarme, un «Bibliófilo». Amo leer y coleccionar
libros, ya que considero que dentro de cada libro se oculta un mundo
completamente nuevo por descubrir. Es impresionante cómo podemos
absorber las vivencias y conocimientos de años y años de quienes los
escriben, en cuestión de pocos días. Siempre fui partidario de la idea de que
un libro es al cerebro, lo que la electricidad es a un celular, o el oxígeno es
al fuego. Los necesitamos para vivir, funcionar y alimentarnos, y si no le
proveemos esto que nuestro amigo adicto a la glucosa nos pide, corremos el
riesgo de perderlo, o peor aún, atrofiarlo y andar por la vida como seres no
pensantes que solo asienten sistemáticamente sin cuestionar nada de lo que
se les plantea.
Tengo cuarenta años y vivo solo en mi apartamento. Mi edificio es un
sitio bonito, que no se puede considerar de lujo, pero que se ajusta a la
perfección a mis necesidades, ya que se encuentra situado a pocas calles del
sitio en donde trabajo, el cual es el Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte. Dicho así puede parecer que mi trabajo se condice con mi pasión
por la lectura, pero la realidad es que no posee relación alguna, ya que mi
labor es meramente administrativo, y me la paso de lunes a viernes, de ocho
a cinco, realizando tareas burocráticas, que consisten en realizar informes,
asegurarme de que los papeles estén pertinentemente firmados,
confeccionar fotocopias de casi todo lo que circula por la oficina, cosa que
teniendo en cuenta la época en la que vivimos, veo un tanto innecesario,
pero que de todos modos, hago sin interponer ninguna objeción. Como ya
mencioné anteriormente, simplemente cumplo con mis obligaciones, y
espero con ansias a que llegue el final de la maldita jornada laboral para
irme de allí cuanto antes.
Siempre pensé que no sería de aquellas personas que viven en un bucle
eterno, en el que todo consiste básicamente entre ir de la casa a la oficina y
viceversa, pero con el paso de los años, la estabilidad económica y diversas
vivencias, hicieron que me inclinara por adoptar este modo de vida.
No soy una persona que posea grandes vicios, a decir verdad, mi mayor
gasto va dirigido a la compra casi compulsiva de libros, en especial la
compra de novelas policiacas, novela negra, de misterio y suspense, y todo
lo relacionado con homicidios e investigaciones policiales.
Esta obsesión, por así llamarla, se puede deber a que muy en el fondo
intento mantener algo oculto, algo que ocurrió hace muchos años y que me
gustaría poder borrar para siempre de mi memoria.
Puede que, con leer tantas historias, mi cometido indirecto sea en algún
momento llegar a pensar que lo que me ocurrió pertenece simplemente a
una historia leída en el pasado.
No entraré en detalles que seguramente los aburrirán. Solo les diré que
hace mucho tiempo hice algo malo y nunca salió a la luz.
Puede que, de un modo inconsciente, mi voracidad por los libros venga
a raíz de un motivo oculto, o puede que solo me encuentre en una búsqueda
incesante por el crimen perfecto, o simplemente sienta demasiado regocijo
al fantasear con que me convierto en uno de los personajes de la historia y
pensar qué haría yo en su lugar.
Sea cual sea la razón, lo importante es que hoy al salir del trabajo pasé
como de costumbre por la librería que me queda de pasada, y para mi
asombro había una novela nueva, una novela que llamó mi atención tan solo
verla. El libro en sí no poseía una portada deslumbrante o llamativa, como
así tampoco un nombre que te invitara a zambullirte en su lectura, pero
algo, que en ese momento no supe qué, hizo que no pueda hacer otra cosa
que tomar un ejemplar y dirigirme hacia la caja registradora, donde se
encontraba Miguel, el chico que trabajaba allí.
Al llegar frente a él, me miró y dijo: —Hola John, veo que te ha
llamado la atención «Verdades ocultas». Ah salido esta semana a la venta.
Hasta ahora está siendo un éxito rotundo.
—Qué bueno. Veremos qué tal resulta. Disculpa la pregunta Miguel,
pero no pude dejar de notar que en donde debería de figurar el nombre del
autor, solo figura la palabra Raziel. ¿Acaso es un autor nuevo? No lo
conozco, no lo eh leído antes.
—Sinceramente no conozco su nombre, solo pude oír que ese nombre
hace referencia al Arcángel, que, dicho sea de paso, es el llamado
«Guardián de los Secretos». Al parecer se podría decir que es un escritor
anónimo que optó por utilizar un seudónimo y brindar un poco de misterio a
su obra. No es algo nuevo, de hecho, últimamente cada vez más escritores
optan por emplear seudónimos, puede que prefieran escapar de las miradas
de la crítica. En fin, uno nunca termina de comprender por completo que
puede pasar por sus cabezas.
—Gracias por la información, ya te comentaré que tal está.
Luego de pagar por mi ejemplar, me despedí de Miguel deseándole que
tuviera un buen fin de semana, a lo que él hizo lo mismo, diciéndome que
disfrutara mi nuevo libro.
El resto del camino hasta mi hogar, transcurrió de un modo particular.
En efecto, no recuerdo haber caminado ni un solo paso, pero de un
momento a otro me encontraba en la puerta de mi apartamento, al parecer el
nuevo libro estaba robando toda mi atención y ni siquiera fui capaz de
percibir lo que ocurría a mi alrededor. Por lo visto caminé las calles sin tan
siquiera ser consciente de ello, e inclusive subí las escaleras hasta mi piso,
el cual era el sexto. Algo obraba como una suerte de catalizador, que se
apoderaba de todos mis sentidos. Ya dentro, me apuré por quitarme la ropa,
darme una ducha rápida, prepararme algo de comer, y disponerme a leer mi
nueva adquisición. Hacer todo lo mencionado anteriormente me tomó tan
solo quince minutos, por lo que en tiempo record ya me encontraba leyendo
la primera página de la novela.
El libro comenzaba con una mención, como lo suelen hacer la gran
mayoría de escritores, salvo que, en esta ocasión, la mención no estaba
dirigida a nadie en particular, simplemente rezaba: «Para ti que sabes lo que
hiciste. La verdad siempre termina por salir a la luz. No te puedes escapar.
Pronto nos veremos». Me pareció un tanto perturbador el mensaje, pero
pensé que simplemente era algo que el escritor quería generar en sus
lectores, por lo que no le di mayor importancia y continué mi lectura. La
novela estaba escrita en una prosa muy agradable y de fácil lectura, tal es
así, que las páginas se quemaban ante mis ojos con una velocidad nunca
antes vista. Sin percatarme en absoluto de lo realizado, ya contaba con
varios capítulos en mi haber. Perdí por completo la noción del tiempo, y lo
que creí que habían sido diez minutos, en realidad fueron dos horas. La
lectura era tan atrapante que me vi completamente absorto en ella. La
cuestión es que, al llegar a la mitad del libro, algo encendió las señales de
alerta en mi mente, y era la cuestión de que la trama de la novela presentaba
varias similitudes con hechos que me habían ocurrido tiempo atrás, y
cuando me refiero a hechos, me refiero a eso que les mencioné
anteriormente que hice y que nunca salió a la luz. Esto hizo que llegara a
dudar acerca de si estaba leyendo el libro que había comprado esa tarde, o
estuviese sufriendo una especie de sueño, o, mejor dicho, una pesadilla
vívida. Al corroborar de que efectivamente me encontraba despierto y
leyendo la obra que había adquirido horas antes, me dispuse a prestar mayor
atención a los detalles que conformaban la trama. Releí cuidadosamente
cada página, y a medida que lo hacía, me asombraba más y más con las
similitudes allí descriptas. Pensé que quizás podía tratarse de una casualidad
sin más. No era descabellado pensar que cabía la posibilidad de que alguien
escribiera una historia completamente inventada, y que dicha historia
guardase ciertas semejanzas con hechos acaecidos en la realidad. Intenté
quitar de mis pensamientos aquella idea, y decidí continuar con la lectura.
Las páginas continuaban pasando una tras otra, y las similitudes, o,
mejor dicho, coincidencias, continuaban al alza. Obviando que los
protagonistas de la historia se llamaban de otra manera, los hechos en sí,
eran exactamente los mismos a los ocurridos hace quince años. Aceleré el
ritmo con la esperanza de que, al llegar al final de la historia, la resolución
fuese otra, pero como me temía, el desenlace final fue el mismo que el
ocurrido. Mis miedos comenzaron a agolparse sin mesura, y de pronto me
encontraba sufriendo una suerte de ataque de pánico. Mi temor más
profundo, lo que me había conseguido quitar el sueño por mucho tiempo, lo
que me perseguía hasta el día de hoy, se estaba convirtiendo en realidad.
Creí ser capaz de dejar aquello en el pasado, y hacer de cuenta como si nada
hubiese ocurrido, pero aquí me encontraba, un viernes por la noche, solo en
mi apartamento, leyendo una novela que contaba con lujo de detalles todo
lo que había hecho quince años atrás. El estrés fue tal, que, en un momento
dado, comencé a perder la vista periférica, como si de un televisor antiguo
se tratase, y de a poco la visión se fue consumiendo, hasta llegar a
convertirse en un insignificante punto, sentí como todo mi ser comenzaba a
perder la tensión necesaria para mantenerme sentado, era como si me
encontrase bajo los efectos de algún poderoso sedante. El sudor se abrió
paso por cada poro de mi piel, y en cuestión de segundos me hallaba
empapado. La garganta empezó a cerrarse, y con ello, el aire comenzó a
convertirse en un bien escaso. Sin darme cuenta siquiera, mi conciencia se
desvanecía y daba paso a un sueño profundo.
Capítulo 2
Por fortuna el auto contaba con un GPS integrado, el cual haría como
una suerte de copiloto, y me diría como llegar a destino. Por más que
hubiese vivido por mucho tiempo por aquellos lugares, no era de las
personas que tienen un mapa en la cabeza y encuentran el camino correcto
en cuestión de segundos. En mi caso más bien se podría decir que tenía
cientos de mapas, los cuales estaban entremezclados y de los que no se
podía sacar nada en limpio. Si mi destino hubiese dependido de mis
cualidades para ubicarme y guiarme por la carretera adecuada, desde ya que
estaríamos hablando de una muerte anunciada, pero como ya comenté, el
GPS se encargó de planificar la ruta idónea tras haberle cargado la dirección
de destino.
Según los cálculos de la computadora con voz de mujer, el tiempo
estimado de viaje era de tres horas, por lo que estaría arribando a destino a
mitad de la madrugada. No me hacía mucha ilusión manejar, menos hacerlo
de noche, y menos aún hacerlo para volver al sitio de donde siempre había
querido huir y olvidar. Desgraciadamente no contaba con otra alternativa, y
como una suerte de desafío personal, iba a tener que vérmelas en medio de
una situación poco favorable.
Recorrí los kilómetros que me separaban del supuesto cadáver en total
silencio, a excepción de los esporádicos comentarios que realizaba mi
copiloto electrónico. El viaje se me hizo verdaderamente corto, debido a
que la gran mayoría del tiempo me la pasé pensando en diferentes teorías y
posibilidades. Las cuales no me arrojaron nada nuevo. No tenía la menor
idea de quién podía estar detrás del arcángel, y menos aún de por qué lo
estaba haciendo. Llegué a la zona de los bosques sin ninguna respuesta. El
lugar se encontraba sin ningún visitante, cosa que era un milagro, teniendo
en cuenta que era sábado a la noche, más exactamente, domingo de
madrugada. Creí que iba a tener que cruzarme con algunos ebrios o con
alguna parejita que andaba dando vueltas por el bosque. Pero al parecer me
encontraba de suerte, y el destino, aunque por una simple vez fuese, estaba
obrando a mi favor.
La zona de los bosques era como una especie de sitio fuera de lo
normal. Por más que estuviese muy cerca de la urbanización, una vez que te
adentrabas perdías completamente el sentido de orientación y sentías como
si estuvieras en un lugar muy apartado de la civilización.
Era consciente de que la búsqueda podría demorar horas, o inclusive
días, teniendo en cuenta que el terreno a inspeccionar era tan amplio, pero
gracias a mi memoria, la labor se vería sustancialmente acortada en cuanto
al tiempo invertido. Por algunos detalles que Raziel hacía mención en el
libro, pude llegar a la conclusión de que el sitio al que se refería se
encontraba a poca distancia del monumento, como así también, recordé el
lugar exacto en donde había tenido lugar el accidente. Todo coincidía, y si
no me estaba equivocando, el margen de error era muy bajo.
Alcanzar la supuesta zona en donde estaba enterrado el cadáver no me
demandó mucho, y una vez allí, lo primero que hice fue inspeccionar
cuidadosamente los posibles sitios en donde se podría haber enterrado un
cadáver. Era consciente de que el hecho había tenido lugar hacía ya quince
años, y que era factible pensar que ya no quedara ningún rastro acerca de la
excavación, inclusive el tiempo daba como para que un árbol hubiera
crecido por encima, aunque no estaba muy seguro si eso era posible
teniendo en cuenta la descomposición del cuerpo. De todos modos, no
podía descartar nada. Lo único que me arrojaba una leve luz de esperanza,
era que el escritor había sido bastante preciso con algunos detalles, y que,
por fortuna, dichos detalles aún se podían apreciar. Por tal motivo, seguí el
camino de migas que me había dejado Raziel hasta el cuerpo, siendo
consciente de que quizás estuviera haciendo exactamente lo que él quería.
Luego de dar vueltas intentando dar con el punto en cuestión, terminé
alcanzando lo que parecía ser el lugar en donde estaba enterrado el cuerpo.
Aquel sitio poseía un aura especial, y aunque no pueda describirlo con
palabras, algo me decía que ese era el lugar. Comencé a cavar, primero
utilizando el pico, a modo de ablandar un poco la superficie, y luego utilicé
de lleno la pala. No era un ávido excavador, y a decir verdad nunca antes
había tenido que cavar un pozo, pero como esa gran mayoría de cosas que
compramos una vez en nuestras vidas y nunca las utilizamos, me
encontraba con esas herramientas, las cuales había aprendido a utilizar
mediante algunos videos de internet. No es que hubiese buscado como
cavar una tumba para deshacerse de un cuerpo, pero sí que había distintos
tutoriales orientados a la construcción y a la jardinería.
Por si piensan que cavar un hoyo en la tierra es tarea fácil, desde ya
tengo que decirles que están equivocados, o por lo menos para mí
representó todo un reto. El primer intento, el cual me costó horrores, no dio
resultado, por lo que me desmoralicé un poco, pero de igual modo supe que
iba a necesitar de varios intentos hasta dar con lo buscado. Así fue que
continué probando suerte, y a medida que mis esfuerzos eran en vano y no
hallaba nada tras haber cavado algunos metros, tanto mi entereza moral
como física fue mermando hasta el grado tal que estuve a punto de desistir
y arrojar la toalla. Al llegar a este punto, sentí que una voz de muy dentro
de mí me decía que no me rindiera y que lo intentara una vez más. Siendo
honesto, no sé si aquella especie de mensaje divino era real o si
simplemente el esfuerzo había empezado a pasar factura sobre mi psique.
Fuese cual fuese la razón, lo importante es que lo intenté una vez más, y en
esta ocasión logré dar con algo.
Bajo mis pies había encontrado un cráneo, que tenía toda la pinta de
pertenecer a un humano, y luego de haber continuado un poco más con la
labor de excavación, terminé por encontrar el resto del esqueleto, o lo que
quedaba de él. Era consciente de que yo no lo había enterrado allí, ya que
solo me había limitado a dejar que se hundiera con piedras en los bolsillos.
Esto hizo que considerara algo que hasta el momento no había pensado, y
era el hecho de que quizás Raziel no era un simple testigo de lo acontecido
hacía quince años… quizás él haya tenido algo que ver con el sujeto, y por
proceso de decantación, llegué a la conclusión de que podía existir la
posibilidad de que el sujeto ya se encontrara sin vida cuando lo impacté con
la piedra, o quizás se encontrara huyendo de su agresor, quien al ver que un
desafortunado caminante lo ayudaba a culminar su trabajo decidió
aprovecharlo.
Esta nueva mirada acerca de lo ocurrido hacia qué me replanteara
muchas cosas, como así también que pensara en todo el tiempo que había
estado padeciendo y atormentándome por algo que quizás no hubiese
hecho.
Dejando las teorías de lado, lo único de real importancia era que había
desenterrado un cadáver, o los huesos de lo que fue en algún momento una
persona, y que la gran mayoría me vería como un perfecto sospechoso, ya
que me encontraba en el lugar y momento equivocado. Sin darme cuenta
había hecho exactamente lo que el maldito psicópata quería que hiciera, y
sin oponer resistencia alguna, me había entregado en bandeja de plata.
Analizando mi situación, y que posibles opciones aún tenía, terminé
tomando la decisión de que debería de continuar por mi cuenta, y
desenmascarar al posible asesino yo solo. No podía ir a la policía y decirles
que creía que había matado a alguien hace quince años, y que lo había
dejado hundirse en medio del rio con piedras en los bolsillos, pero que
resulta que quizás ya se encontraba sin vida al momento de golpearlo con
una piedra por accidente, y que, por una especie de confesión de su agresor,
había dado con sus restos enterrados, cerca de donde ocurrió el hecho en sí.
Sabía que, si se estaba sorteando una condena segura, yo poseía todos los
números para salir ganador, por lo que, sin lugar a dudas, debía dejar a la
policía de lado, y continuar con este juego que hasta el momento iba
perdiendo.
Capítulo 7
—Hola John, ¿Eres tú? —escuché decir a Jesús al otro lado del
teléfono.
—Hola Jesús, si soy yo ¿Cómo lo sabías?
—No suelo recibir llamadas a esta hora, y además te acabo de enviar el
mensaje con mi número. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—De hecho, no… disculpa que te haya molestado Jesús, pero la
realidad es que no sé a quién acudir. Digamos que estoy metido en un
pequeño problema, y siento que cada cosa que intento hacer para salir del
mismo, hace exactamente lo opuesto… Sabes una cosa, haz de cuenta que
nunca te llamé. Ya lo solucionaré.
Al terminar de decir aquello, estaba dispuesto a cortar la llamada,
cuando mi interlocutor replicó del otro lado de la línea.
—Oye no cuelgues. Primero y principal ya me despertaste, por lo que el
daño ya está hecho. Segundo, me acabas de decir que no sabes qué hacer y
que cada cosa que intentas solo complica más el asunto, por lo que seguir
con esa actitud dudo que te vaya a ayudar. Y tercero, intenta decirme de que
se trata el problema. Solemos otorgarles demasiada relevancia a problemas
insignificantes, puede que, al decirlo en voz alta, te des cuenta de que no es
tan grave. Inténtalo.
Me quedé por unos segundos en silencio procesando lo que me había
dicho. Por lo visto Jesús se dedicaba a ser consejero o terapeuta, o algo por
el estilo. Sonaba muy convincente y hacia qué me replanteara la gravedad
de la cuestión. Animado por el discurso que había escuchado a través del
teléfono, me pareció que era una buena idea contarle de qué se trataba todo.
Comencé por el principio, y le expliqué cada detalle de la cuestión,
como así también mi nueva teoría acerca de que el sujeto del río ya estaba
muerto. Intenté cubrir todos los aspectos de la historia incluyendo el hecho
de que había enterrado los restos en otro sitio. Lo único que me guardé para
mí, fue el lugar del nuevo escondite de los huesos. Jesús escuchó atento
todo el relato, inclusive por momentos me parecía que había cortado, por lo
que corroboraba su presencia al otro lado de la llamada preguntándole si
estaba allí, a lo que me decía simplemente que continuase. Me tomó
aproximadamente veinte minutos contarle todo, y al terminar lo único que
oí del otro lado fue silencio. Pensé que estaría preparándose para llamar a la
policía y entregarme, pero rompiendo con todos los pronósticos,
simplemente dijo tras su pausa dramática:
—Bueno, por lo visto alguien te quiere cargar su muerto y hasta el
momento tú se lo estás poniendo bastante fácil. El problema no tiene nada
de pequeño, y viendo cómo avanza todo, es muy probable que, si continúas
haciendo lo que hasta ahora, termines seguramente cumpliendo condena por
algo que no hiciste. Voy a confiar en ti y a creer que todo lo que me dijiste
es cierto. Tengo un don para las personas, y siempre puedo saber cuándo la
gente miente o dice la verdad, y contigo tengo plena certeza de que estás
diciendo la verdad. Por lo pronto lo que deberíamos de hacer es reunirnos y
dejar de hablar estas cosas por teléfono. Te esperaré en un café cerca de mi
casa que abre las veinticuatro horas y continuaremos viendo cómo proceder.
Te enviaré la dirección por mensaje y tú avísame en cuánto tiempo podrás
llegar.
No podía creer que haya reaccionado de ese modo. Al parecer mi suerte
estaba empezando a cambiar. Aún inmerso en el asombro que me provocó
la respuesta de Jesús, me llegó el mensaje con la dirección del café, y tras
introducirla en el navegador y ver el tiempo estimado de viaje, le respondí:
—Gracias por creerme y querer ayudarme. Te estaré eternamente
agradecido. Según el GPS, debería de estar llegando allí en una hora y
media si todo va bien.
—De acuerdo, entonces te espero a esa hora. Conduce con cuidado.
Corté la llamada y aun sin poder dar crédito a lo que acababa de
escuchar, guiado por las instrucciones de mi copiloto electrónico, puse
rumbo al sitio acordado.
Mientras conducía, pensé en lo que había acabado de hacer, y que en
realidad no sabía nada acerca de Jesús, salvo el hecho de que le gustaba
leer. Por lo visto el tomar decisiones apresuradas y luego pensarlo mejor,
estaba empezando a ser un mal hábito que debía comenzar a dejar de lado.
Llegué al café a la hora estimada por el navegador, y al entrar pude ver
sentado en una mesa del fondo a Jesús, quien tenía en su poder una taza de
lo que parecía café y unas ensaimadas servidas en un plato. Al verme me
hizo señas con la mano. Tomé asiento, a la vez que le daba las gracias
nuevamente por estar ayudándome, a lo que me respondió que no había de
que, y que si no me molestaba el hecho de que haya pedido algo para
comer.
—Para nada, ya va a ser la hora de desayunar, y de hecho me muero de
hambre. Iré a pedir algo a la barra y pasaré al baño un momento. ¿No te
importa?
—Pasa tranquilo, Aquí estaré.
Dicho esto, fui hasta la barra y le pedí al empleado que si podía
llevarme un café cargado y unas cuantas ensaimadas a la mesa del fondo.
Luego le pedí que me indicara donde estaba el baño, y tras recibir su
indicación, fui a acicalarme un poco. Al verme en el espejo de aquel baño,
me di cuenta de la pinta que traía, y que muy probablemente el mozo estaría
pensando que lo iba a asaltar. Intenté limpiarme como pude los restos de
tierra que tenía en la cara y en las manos, y una vez finalizada la higiene
personal exprés, volví a la mesa con Jesús.
—Ahora pareces más una persona civilizada y no tanto un desquiciado
que acaba de enterrar un cuerpo —dijo a la vez que se reía.
Al ver que el chiste no me había hecho mucha gracia, agregó
rápidamente: —Era solo una broma para romper el clima tenso de la
situación. Puedes estar tranquilo que aquí nadie nos oirá. La gente suele
venir a partir de las diez, por lo que aún tenemos bastante tiempo.
—Como digas, ¿Has pensado en algo? Puede que a partir del lunes las
cosas se empiecen a complicar más aún.
—Respecto al tema de las pistas, puede que eso no sea tan grave.
Analizando lo que me contaste, dudo que tenga algo firme en tu contra. Lo
único que podría haber utilizado era el cadáver, pero tú ya te has ocupado
de eso. Creo que lo mejor que podemos hacer, es esperar a ver cómo actúa.
Puede que cuente con tu nerviosismo, y espere a que tú solo te termines
poniendo la soga al cuello, para decirlo de una manera gráfica.
—No había pensado en esa posibilidad. Pero si así fuese, ¿Por qué dio
los detalles del lugar en donde se encontraba enterrado el cadáver?
—Puede que lo hiciera con la finalidad de que fueras hasta allí. Pero
por lo que me dijiste por teléfono nadie te vio… ¿O me equivoco?
—Creo no haber visto a nadie…
—¿Crees o estás seguro? Vamos John, no es momento para titubear. Si
quieres que te ayude en esto, tienes que comenzar por ayudarte tú mismo.
Fue una pésima idea ir allí, y lo peor es que no estás seguro de si había
alguien que te pudo haber visto. Inclusive puede que alguien te haya
fotografiado y eso sería el fin de todo. Pero, no obstante, seamos positivos y
pensemos que nadie te vio. Pudiste reubicar los restos, y eso nos posiciona
automáticamente por delante de él o ella.
—¿Ella? —pregunté extrañado.
—Todavía no sabes quién está detrás de todo esto. No debemos
descartar ninguna posibilidad.
—Ni tan siquiera se me había cruzado por la cabeza la posibilidad de
que una mujer me estuviese haciendo esto.
—Simplemente digo que hay que estar abiertos a cualquier posibilidad.
Bueno volviendo a lo que deberíamos de hacer ahora. Creo que lo primero
sería averiguar a quien acabas de desenterrar y enterrar.
—¿Y cómo vamos a hacer eso? Ya lo pensé, pero en su momento no
pude ver si tenía una identificación ni nada por el estilo, prefería no darle un
nombre, lo cual, analizándolo ahora, fue una pésima idea.
—Esa parte déjamela a mí. Tengo una amiga en la policía y no va a ser
difícil averiguar sobre las personas desaparecidas en esa fecha.
—No tengo nada en contra de tu amiga, pero no me gustaría involucrar
a la policía. No sé si recuerdas que te acabo de comentar que desenterré y
enterré los huesos de alguien, y dudo que la ley lo vea con ojos
comprensivos.
—No tienes de qué preocuparte, Sara es de confianza y además no le
diré que estoy intentando averiguar a quien creías haber matado, no soy tan
torpe.
—¿Y entonces?
—La convenceré de ayudarme en un nuevo proyecto. Le diré que estoy
escribiendo un libro basado en desapariciones, y necesito un poco de
material verídico para inspirarme. La excusa será además que el libro va a
estar ambientado hace quince años. Puede no sonar muy convincente, pero
créeme cuando te aseguro que lo lograré.
—Expuesto de esa manera, me parece una buena idea. Y una vez que
averigües su nombre ¿Qué sigue?
—Muy probablemente encontraré más de un nombre, por lo que
deberemos hacer un trabajo arduo para identificar a nuestro amigo
enterrado.
—De acuerdo. ¿Cuándo puedes contactarla? Me gustaría comenzar
cuanto antes.
—Creo que estamos de suerte porque hoy justamente debería de estar
de guardia. Aguárdame un minuto que la llamaré.
Tras decir esto, Jesús se levantó y fue hasta afuera en busca de señal.
Luego de cinco minutos, durante los cuales aproveché a devorar mis
ensaimadas y beberme el café cargado (por lo visto el haber tenido contacto
cercano con la muerte no me privaba de mi apetito), Jesús regresó con una
sonrisa de victoria en su cara.
—¿Qué te dijo? —pregunté.
—Lo que ya te adelanté. Cuando quiero puedo ser muy convincente.
Me dijo que me espera esta mañana en su oficina. Está acostumbrada a que
le pida cosas extrañas de ese estilo. Es verdad que suelo escribir cada tanto,
más como un hobby que otra cosa, pero es algo que me gusta hacer.
—Puede que una vez que termine todo esto lea alguno de tus libros.
—Te tomo la palabra. Bueno, por el momento no podemos hacer
mucho más. Faltan un par de horas aún para que me reúna con ella. Voy a ir
a mi casa y adelantaré un poco de trabajo para tomarme el resto del día
libre. Puede que los días venideros estemos ocupados, por lo que te
recomiendo que te tomes unos días en el trabajo. Por cierto ¿De qué
trabajas?
—Trabajo en el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. No es la
gran cosa, mucho papeleo y demás cuestiones burocráticas. Nadie me
extrañará, y hasta dudo que noten mi ausencia. Digamos que no soy el alma
de la fiesta.
—Perfecto, eso nos dará margen para hacer lo que sea necesario.
—¿Tú de que trabajas?
—Soy un desarrollador de software, y ahora estoy trabajando para una
empresa del exterior. Es todo de manera remota, por lo que puedo acomodar
mis horarios, descuida.
—Bueno, si no lo tomas a mal, voy a ir a mi casa a intentar dormir un
poco, la verdad es que estoy agotado, y creo que está por vencerme el
sueño.
—Desde luego, ve tranquilo. Ni bien tenga la información te llamaré.
Calculo que para el mediodía ya debería de contar con algo. ¿Volvemos a
reunirnos aquí?
—No creo que sea tan buena idea venir aquí a esa hora. Llámame
paranoico, pero preferiría que nos reunamos en mi casa.
—No hay drama alguno. Entonces cuando tenga la información te
llamo y nos reunimos —al decir esto Jesús se levantó de su asiento—.
Quédate tranquilo que todo se resolverá —añadió.
Algo en las palabras de Jesús me daban confianza y me transmitían
seguridad. Pero, no obstante, tenía que hacerle una pregunta más.
—Antes de que te vayas, ¿Puedo hacerte una pregunta?
—¿Esa es la pregunta? —se rio, y dijo seguidamente— Desde luego.
Dispara.
—¿Por qué me estás ayudando? Apenas me conoces, y el asunto es
bastante turbio.
—Ya te lo dije anteriormente, tengo un don para saber si las personas
me están diciendo la verdad o mintiendo, y puedo notar que no eres un
sujeto con maldad. Digamos que estoy haciendo mi buena acción del día,
aunque creo que podría ser la del año. Además, estoy seguro que tú en mi
lugar harías lo mismo.
Por lo visto sus dones no podían verlo todo, ya que si creía que yo
estaría dispuesto a hacer algo como lo que él estaba haciendo por mí, estaba
muy equivocado. De igual modo, simplemente me limité a responder.
—Sinceramente no tengo palabras para agradecerte. Si no fuera por tu
ayuda, calculo que en estos momentos estaría disparándome en el pie o algo
parecido. Gracias.
—No tienes por qué darlas, o por lo menos no por ahora. Aun no
resolvimos nada, y nos queda un largo camino por delante. Lo único que te
voy a pedir, en el caso de que todo salga a nuestro favor, es que me permitas
usar esta historia para mi siguiente libro.
—Si aclaras que es una ficción y cambias todos los nombres y detalles,
desde luego.
—Dalo por hecho.
Con aquella última frase dimos por terminada la reunión. Jesús me
estrechó la mano y se fue del bar. Yo me quedé unos minutos más, ya que
aún tenía un hambre atroz y las ensaimadas de ese sitio eran por lejos las
mejores que había probado. Así fue que le pedí al camarero que me traiga
cuatro más.
Luego de haber limpiado mi plato y saciado mi apetito, me retiré del
café y me monté en el auto de alquiler. Como ya saben, no me gustaba
gastar por gastar, pero en estas circunstancias, tener una movilidad podía ser
bastante necesario, por lo que decidí que no lo devolvería por el momento.
Conduje hasta mi edificio, y al entrar en mi apartamento, lo primero que
hice fue ir directamente al baño, y abrir la llave del agua caliente para
darme una larga ducha. La higiene exprés en el baño del café, estaba bien
para salir del apuro, pero la sensación de suciedad no se había ido, y no lo
haría hasta que me diese un buen baño. Me quedé varios minutos bajo el
agua, y al salir de la ducha ya era una persona nueva. Me recosté en mi
cama, y todo el estrés y agotamiento se hicieron presentes para dar paso a
un sueño profundo.
Un ruido hizo que despertara, y sin saber muy bien qué hora o qué día
era, me levanté casi de manera automática. El responsable de que me
hubiese despertado fue mi celular, el cual me estaba avisando que estaba
recibiendo una llamada de Jesús. Al parecer las horas pasaron sin que me
diera cuenta, y ya era pasado el mediodía. Dejando mi postura de muerto
viviente, la cual solía adoptar siempre que me despertaba, fui rápido hasta
el celular y lo atendí.
—Al fin atiendes, hace un buen rato que te estoy llamando. ¿Te
quedaste dormido?
—Disculpa. Me acosté y el sueño me venció. Perdí por completo la
noción del tiempo. ¿Pudiste conseguir algo?
—¿Tú que crees? Por supuesto que conseguí algo. Fue pan comido.
Ahora solo nos queda la parte más sencilla, averiguar cuál de todos los
desaparecidos es el que buscamos.
—Genial. Te espero aquí —le dije mi dirección, y seguidamente le
pregunté—. ¿En cuánto puedes llegar?
—En veinte minutos estoy tocando el timbre.
—Estupendo, te espero.
Capítulo 9
Dimos unas vueltas por las calles aledañas a la iglesia con la esperanza
de encontrar a algún vagabundo. Sabíamos que el comedor comunitario
abriría a las nueve y media, por lo que ya deberían de estar llegando los
comensales. Éramos conscientes de que le íbamos a pedir a alguien que nos
diga algo relacionado con la persona que le daba de comer, ya que el
comedor, pertenecía a la iglesia, pero, no obstante, sabíamos que todos
tenemos un precio, y que muy probablemente no todos le guarden una gran
estima al padre Teófilo. Luego de unos quince minutos conduciendo
lentamente, logramos divisar a un posible informante. Sabía que, si le
hablábamos desde el auto, lo primero que pensaría acerca de nosotros es
que vendíamos drogas o peor aún, que éramos unos tratantes de personas.
Por tal motivo y a efectos de evitar malos entendidos, me bajé del auto para
hablar cara a cara con él. El sujeto era alto, con barba larga, entrado en años
y kilos, vestía ropa oscura que se notaba de lejos que estaba sucia y un tanto
rota. Al acercarme le dije:
—Buenas noches, disculpe la molestia señor. Me gustaría poder hacerle
unas preguntas. Con mi amigo estamos haciendo una investigación para un
libro, y estamos dispuestos a recompensar generosamente cualquier dato
que pueda servirnos de ayuda. Permítame presentarme. Mi nombre es John
—consideré que ya no era necesario continuar utilizando un nombre falso,
además el utilizar otro nombre que el que habíamos usado con el padre,
podría terminar siendo una buena idea—. ¿El suyo? —dije mientras le
extendía la mano.
El vagabundo se quedó estupefacto ante mi presentación, no sé si
debido a la extrañez de la propuesta, o al modo en que me dirigía a él.
Lamentablemente hoy en día las personas se olvidan que los vagabundos
son seres humanos igual que ellos, y prefieren optar por mirar a otro lado
cuando se los cruzan por la calle, evitando cualquier tipo de contacto, ya sea
visual o físico, por lo que mi modo de dirigirme a él tan directamente le
pudo haber parecido poco común.
Luego de que pasaran algunos segundos, durante los cuales, mi posible
informante estaba meditando lo que le había dicho, terminó respondiendo
que su nombre era Saúl, y que le encantaría poder ser de ayuda, aunque no
sabía muy bien cómo.
—No tienes que preocuparte, estoy seguro que puedes ayudarnos. Te
presento a mi compañero Jesús —dije, señalando a mi camarada cuando
este bajaba del auto.
—Un gusto, caballeros. Y bien, díganme qué puedo hacer por ustedes.
Le expliqué de qué se trataba la investigación y hacia dónde estaba
orientada. La idea era que no sospechara que estábamos detrás de los Núñez
y del padre Teófilo.
—Recuerdo el caso. Javier era un joven muy atento y considerado con
todos, fue una verdadera lástima. Hasta el día de hoy se extraña su
presencia en el comedor. Espero que Dios bendiga su alma.
Habíamos tenido muchísima fortuna de justo haber encontrado a
alguien que conocía y apreciaba a Javier. Al parecer la suerte estaba a
nuestro favor.
—¿Recuerdas algo extraño que haya ocurrido por el barrio en ese
entonces? ¿Alguien escuchó o vio algo raro? A Javier no se lo pudo tragar
la tierra.
—Yo suelo ir todas las noches al comedor, y en ese entonces, Javier
siempre era el ayudante que estaba sirviendo la comida. Todos lo
apreciábamos por su modo de ser. Recuerdo que la semana en la que
desapareció, se ausentó algunas noches. Sinceramente no le presté mucha
atención, ya que sabía que tenía sus cosas y estaba ocupado. Luego al
enterarnos de que había desaparecido, realizamos una búsqueda entre todos,
pero lamentablemente no sirvió para nada.
—Lamento oír eso Saúl. Si mal no tengo entendido, el comedor
pertenece a la Iglesia del padre Teófilo, ¿No es así? —pregunté.
—Así es. Aunque el padre no suele estar presente muy seguido que
digamos. Por lo general siempre hay algún ayudante allí, y él hace acto de
presencia por un breve tiempo, tanto como para hacerse ver y demostrar
piedad por el prójimo.
Sus palabras estaban cargadas de resentimiento y rencor para con el
padre, podría ser que finalmente no necesitáramos irnos con muchos
rodeos.
Al ver la actitud que tenía Saúl respecto al sacerdote, no dudé en
explotar eso.
—¿Puede ser que no le guardes gran estima al padre Teófilo? —
pregunté, intentando no demostrar demasiado mis intenciones.
—¿Qué si no le guardo gran estima? Por supuesto que no le guardo ni
gran ni pequeña estima a ese delincuente de guantes blancos.
No podía creer que estaba oyendo eso. Las palabras de Saúl eran como
música para mis oídos.
—No es que quiera inmiscuirme en cuestiones locales, pero me gustaría
saber a qué se debe ese juicio valorativo. ¿Sabes algo al respecto?
—Aquí todo el mundo lo sabe, pero prefieren callar y continuar con el
circo. Es muy fácil sosegar a las personas cuando estas están muriendo de
hambre o fueron adoctrinadas con un discurso. Mi posición actual no me
permite hacer nada al respecto, ya que soy consciente de que dependo de la
iglesia para comer, pero me gustaría que alguna vez se haga justicia y cada
quien reciba lo que merece.
—Estoy seguro que, si alguien está obrando fuera de la ley, merece ser
castigado, y no deberías de temer por perder tu plato de comida, ya que, si
en un futuro no está el padre Teófilo, ya vendrá otra persona que de seguro
hará las cosas mejor y no lucrará con la miseria ajena —intenté incentivar a
que Saúl continuara disparando en contra del sacerdote, aunque por lo visto
no era necesario esforzarse demasiado.
—Solo quiero que me aseguren una cosa.
—Lo que quieras —dijo Jesús velozmente.
—No quiero que se sepa que fui yo quien delató al padre. No me mal
interpreten, no le tengo miedo a él, le temo a su grupo de matones, y no me
apetece amanecer en el río con una puñalada en el estómago.
—Puedes confiar en nosotros. Tu identidad permanecerá anónima. Si te
parece, podríamos subir al auto, e ir a otro sitio más tranquilo. Lo digo para
que no te vean charlando con nosotros.
Saúl aceptó nuestra propuesta y subimos al auto de Jesús. Intentamos
alejarnos lo más posible de la zona de la iglesia y del comedor, y cuando
alcanzamos un lugar que nos pareció apropiado, nos detuvimos.
—Antes que nada, ¿ya han ido a la iglesia? —nos preguntó Saúl.
—Sí —asentimos al mismo tiempo con Jesús.
—Entonces ya saben de qué les estoy hablando cuando les digo que allí
corre mucho dinero. Los lujos innecesarios siempre suelen ser el error más
común entre los delincuentes de guante blanco, aunque el padre está bajo
esa categoría simplemente porque no se ensucia sus manos, para el trabajo
sucio tiene a un grupo de matones, que no dudan en silenciar a quien fuese
necesario.
—Ya nos parecía que había algo raro allí. ¿Y bien? ¿De qué se trata el
supuesto negocio del padre? —indagué.
—Allí corren más ladrillos de droga que hostias. Por lo general a
medianoche suele suceder todo. Siempre lo hacen rápido y prolijo. Llega
una camioneta, bajan lo que hay en la cajuela, y se van. Luego otro día
viene otra camioneta, carga lo que dejó el primer vehículo y se va. No sé
exactamente de donde proviene la mercancía, ni a donde se va, pero sí sé
que no es algo legal. Hace un tiempo un amigo que también estaba en
situación de calle vio lo que ocurría. Lamentablemente nunca volví a saber
de él. Como bien saben, cuando desaparece un indigente nadie hace nada ni
investiga, simplemente dicen que de seguro murió de frío, o de hambre, o
por alguna enfermedad. Somos solo una cosa sin nombre, sin identidad. No
le temo a nada ni nadie, pero no me gustaría terminar como mi amigo. Por
eso les pedí que mi identidad permaneciese en secreto.
—No tienes que preocuparte por eso. No le diremos a nadie lo que nos
acabas de contar.
—Puede que la desaparición de Javier tenga que ver con el tema de la
droga, sinceramente no lo sé, pero apostaría a que sí. Eso es todo lo que sé,
y bueno… creo que cumplí con mi parte del trato…
Al parecer Saúl estaba dándonos a entender que quería la remuneración
por los servicios prestados.
—Comprendo. Desde luego, aquí tienes —dije, mientras sacaba de mi
billetera unos cuantos billetes—. ¿Con esto basta?
—Podrían ser un poco más generosos teniendo en cuenta que estoy
arriesgando mi vida con lo que acabo de contarles.
Jesús ayudó a la causa, y sacó de su billetera más dinero.
—Ahora sí, creo que esto es suficiente —dijo mi compañero,
agregando sus billetes a los míos.
—Fue un placer poder cooperar con ustedes. Espero que se haga
justicia por Javier. Descuiden, caminaré de regreso. Hasta luego caballeros.
En ese momento no sabíamos si lo que Saúl nos había contado era real
o simplemente había visto la oportunidad para timarnos y la aprovechó.
Parte de las cosas que nos dijo tenían su sentido, y aunque puede que en
algunas cosas pudiese haber llegado a exagerar, creía que el hecho de que el
padre Teófilo ocultaba algún negocio turbio era cierto. Por otro lado, no me
creí eso de que esperaba que se hiciera justicia por Javier. Puede que lo
apreciara, pero durante todos estos años no había hecho nada al respecto, y
muy probablemente se haya aprovechado de nosotros exprimiendo esa
baza. De todos modos, al margen de haber perdido algo de dinero, nos había
brindado algunos datos interesantes que más tarde corroboraríamos.
—Algo me dice que no todo lo que nos dijo es cierto —me comentó
Jesús.
—Pienso igual. Pero puede que dentro de todo haya algo que nos pueda
servir. Hay que ser optimistas.
—Ya no tengo más dinero para pagarle a supuestos informantes, solo
me queda para la gasolina y poco más, por lo que creo que sería hora de
emprender el viaje de vuelta.
—Descuida, no tenía pensado interrogar a nadie más. Cuando
regresemos te devolveré el dinero.
—No es necesario, estamos en esto juntos. Simplemente no traje más
efectivo.
—Antes de volver, podríamos ver si eso de los intercambios a
medianoche es cierto. Ten en cuenta que el padre se mostraba muy ansioso
por despedirnos. Puede que tuviese que hacer cosas relacionadas con la
transacción.
—Puede ser. De igual modo, no creo que sea conveniente ir allí
nosotros solos. Si llega a ser verdad lo que nos dijo nuestro chantajista
amigo, puede que haya hombres armados. Lo más prudente va a ser hablar
con Sara al respecto y que ella me diga cómo proceder. Al final de cuentas,
puede que esto no tenga nada que ver con la desaparición de Javier ni con
Raziel.
Capítulo 13
Dentro de la caja fuerte había un reloj, el cual no se veía que fuese muy
caro, pero algo me decía que era especial. Además, había una cantidad
bastante alta de dinero, y un arma automática. Al parecer el padre Teófilo
era partidario de la violencia y de hacerla valer por sus propias manos.
¿Dónde había quedado eso de poner la otra mejilla? Continué revisando a
oscuras el interior de aquella caja, y luego de quitar algunos fajos de
billetes, logré ver una carpeta que había debajo, la cual no era muy grande,
pero que de igual modo tomé, ya que supuse que podría sernos de utilidad
en el futuro. Técnicamente estaba hurtando, pero teniendo en cuenta mis
andanzas de los últimos días, y que se lo estaba haciendo a un criminal, mi
conciencia no se vio afectada en lo más mínimo.
Un ruido fuerte y claro hizo que me apurara, ya que esa debería de ser
la señal de Jesús. Doblé la carpeta y la oculté debajo del cinturón. Empuñé
el arma, lo cual era una experiencia completamente nueva ya que nunca
había portado o disparado alguna antes, y luego de corroborar que el seguro
estuviese quitado, o por lo menos eso era lo que siempre resaltaban los
personajes de las novelas que leía, me encomendé y salí a toda prisa. Abrí
levemente la puerta, intentando no hacer ruido, y ya con la pata de la silla
en una mano y el arma en la otra, pateé la puerta e irrumpí en la sala
principal.
Allí pude ver de inmediato que había tres sujetos dirigiéndose hace mi
amigo, quien pretendía intimidarlos mediante la agitación de la robusta
lámpara, a la vez que gritaba «Vengan aquí malnacidos y prueben su
suerte». El alboroto generado por Jesús, hizo que no se percataran de mi
presencia, lo cual era un milagro, ya que había pateado enérgicamente la
puerta. Cerca de mi posición se encontraba el otro matón, quien sujetaba a
Sara, quien a su vez parecía estar maniatada con los brazos por detrás de la
espalda. Aprovechando que aún no había entrado en su radar, pensé que la
mejor idea sería intentar batear un strike en la cabeza del captor de mi
amiga, ya que las armas de fuego no se me daban muy bien, y era muy
probable que terminara haciéndole un agujero en la cabeza al objetivo
equivocado por mi falta de experiencia. Afortunadamente el malhechor se
percató de mi presencia cuando ya fue muy tarde y me encontraba
demasiado cerca. Logré conectar un golpe digno de un jugador profesional
de béisbol, aunque siendo sincero, quizás esté exagerando un poco debido a
la adrenalina del momento, pero de igual modo, el golpe logró su cometido
y puso a dormir al rufián.
En ese momento Jesús había empezado a reñir fuertemente con los
otros tres sujetos, y apurándome para que estos no se dieran cuenta de que
ya no contaban con un miembro de su equipo, desaté a Sara velozmente, y
le entregué el arma que había tomado de la caja fuerte del padre Teófilo.
Lo primero que hizo mi amiga al apoderarse del arma fue disparar al
techo y gritar: —¡Alto policía!
Automáticamente los tres sujetos se detuvieron en seco, y uno de ellos
intentó darse la vuelta rápidamente para abatir de un disparo a Sara, a lo que
esta se le adelantó y le acertó un disparo en el hombro derecho, lo cual hizo
que soltara el arma. Al ver la firme decisión con la que contaba Sara, y
teniendo en cuenta lo gatillo fácil que podría llegar a ser si se lo proponía,
el resto de los malvivientes soltaron sus armas y levantaron las manos en
señal de que se rendían.
Al ver la escena que se había montado allí, no pude dejar de notar que
faltaba un actor esencial en medio de aquella trifulca, por lo que le pregunté
a mi amiga: —¿Dónde está el sacerdote?
—Salió por aquella puerta cuando me capturaron —dijo mientras
señalaba una puerta que se encontraba en el lado opuesto de su oficina—.
Solo dijo que se encargaran de mí, que el volvería en un momento.
—Allí debe de estar la mercadería. Ve tras él, nosotros nos ocuparemos
de vigilar a estos rufianes.
Con Jesús tomamos las armas que habían dejado caer los lacayos del
padre Teófilo, y recibimos una fugaz lección de parte de Sara, la cual
consistió básicamente en que les apuntemos y si alguno se movía le
disparásemos. Al ver la evidente inexperiencia que teníamos para empuñar
las armas, los malvivientes adoptaron una postura más que sumisa, por
temor de adjudicarse un disparo por error. Viendo que la situación estaba
bajo control, Sara salió en busca del sacerdote, quien se encontraba dentro
de la habitación en donde estaba la mercadería descargada minutos antes.
Mi amiga pateó la puerta y al grito nuevamente de «¡Alto policía!», entró y
doblegó al padre de un modo muy poco sutil. En una esquina se podía ver
una chimenea que ardía con fuerza, y entre sus llamas aún se veían los
restos de algunos papeles. Por lo visto el padre Teófilo se había desecho de
los documentos que le asegurarían una condena. Las sirenas de los
patrulleros anunciaban la llegada de los refuerzos, los cuales como suele
suceder siempre, llegan cuando las cosas ya están resueltas. El padre
Teófilo se veía tranquilo y confiado de la situación. Al parecer no contaba
con que me había hecho con los documentos del interior de su caja fuerte.
Sara se encargó de contarles todo lo sucedido a los oficiales que
acababan de llegar, quienes automáticamente luego de escuchar las palabras
de mi amiga, esposaron a todos los involucrados. Por fortuna nadie salió
herido y no fue necesaria la intervención de la ambulancia, a excepción del
tipo que había recibido mi batazo, quien pudo recuperar la conciencia a
duras penas. De camino a comisaría, Sara se veía un tanto frustrada por
haber llegado tarde y que el padre haya podido eliminar las pruebas, cosa
que cambió de inmediato al enterarse de que había logrado hacerme con el
contenido de su caja fuerte.
—¿Cómo lo lograste? —me preguntó.
—No lo vas a creer, pero la puerta estaba abierta —respondí.
—¿Por qué dejaría su caja fuerte abierta? —preguntó Jesús.
—No lo sé, pero no veo porque no podemos alegrarnos de su error.
—Déjame ver esos documentos —dijo Sara, quien luego de leerlos,
comentó—. No lo entiendo.
—¿Qué cosa? —preguntamos a dúo con Jesús.
—¿Por qué guardaría las pruebas de sus crímenes? Y más curioso aún,
¿Por qué se mostraría tan tranquilo por haber quemado aquellos
documentos? ¿A caso no sabría que la policía revisaría su caja fuerte y
hallaría esta evidencia?
—Diciéndolo así… es verdad, no tiene sentido… —dijo Jesús.
Algo cruzó mi mente en ese momento e hizo que preguntara: —
¿Dejaste la puerta entreabierta cuando entraste?
—Creo recordar que la cerré. ¿Por? —respondió extrañada.
—Por nada. Son solo cosas mías. Descuida. Espero que con todo lo que
tenemos podamos enviar tras las rejas a ese maldito.
Sara me miró sin comprender que ocurría, y el viaje hasta comisaría
continuó sin más palabras.
Nos tomaron declaración de lo ocurrido, y luego de haber estado un
buen rato completando reportes e informes varios, terminaron dejándonos
ir. Todo indicaba que el padre Teófilo no se saldría con la suya y que
nuestra amiga había logrado su cometido.
Nos despedimos de Sara, quien nos dijo que iba a tener que quedarse un
buen rato más, y que ya la alcanzarían hasta su hogar los agentes de allí
cuando finalizara.
Un patrullero nos llevó hasta el auto de Jesús, y luego de cerciorarse de
que estábamos bien y que no necesitábamos nada más, se largó.
Ya solos y dentro del auto de mi amigo, este me miró y me dijo: —
¿Qué fue todo eso?
—¿A qué te refieres?
—Sabes bien a que me refiero. ¿Por qué preguntaste lo de la puerta?
—Puede que sea simplemente una locura, pero creo que Raziel estaba
allí.
—¡¿Qué Raziel estaba allí?!
—No te parece extraño la puerta que nos anunciaba por donde entrar, la
caja fuerte abierta, la carpeta incriminatoria en su interior. Inclusive si me
apuras, diría que el arma no pertenece al padre Teófilo.
—¿Por qué haría eso por nosotros?
—No tengo la menor idea. Puede que nos estuviese siguiendo. De
hecho, puede que nos haya estado siguiendo desde un principio. Sabe todo
lo que hacemos o dejamos de hacer.
—Tampoco se lo pones muy difícil que digamos. Desde que comenzó
esta locura no has dejado de cometer errores. Si no fuese porque creo
firmemente en tu inocencia, sería bastante sospechoso.
—Admito que no actué como debía y que tomé decisiones muy
estúpidas. Pero hay algo que no estamos viendo. Tengo la certeza de que
Raziel tiene que ser alguien cercano, pero lamentablemente no poseo
amigos ni familiares. A decir verdad, tú y Sara son lo más parecido que
tengo a un amigo.
—Gracias… creo. Y si te sirve de algo, te considero un amigo. Ahora
bien, dejémonos de sentimentalismos y volvamos a pensar fríamente. ¿Qué
había exactamente en la caja fuerte?
—Mucho dinero, el arma, los documentos… —en ese momento me di
cuenta que había obviado comentar lo del reloj— Se me había pasado por
alto un pequeño detalle. También había un reloj de pulsera.
—No sé por qué, pero se me hace que lo tomaste, ¿No es así?
—Culpable —admití a la vez que sacaba el reloj de mi bolsillo.
Le mostré el reloj a Jesús, y tras revisarlo cuidadosamente en busca de
algún mensaje o pista que nos pueda indicar su procedencia, mi amigo dijo
finalmente:
—Creo recordar haber visto un reloj similar antes. Es un modelo
antiguo y muy conocido. Creo que esa «L» que está en el fondo significa
«Luxury».
—¿Eso debería de decirme algo en particular? No conozco la marca.
—Deberías. Es una marca antigua que se destaca precisamente por ser
muy exclusiva y contar tan solo con mil relojes en su haber. Por una
cuestión de oferta y demanda, sumado a lo idiota que pueden ser las
personas, esto hace que el valor de los mismos esté por las nubes.
—Sigo sin comprender en que nos puede servir esa información.
—Paciencia. A lo que voy es que cada ejemplar cuanta con un número
de serie único, que es fácilmente rastreable.
—Pero no vimos ningún número o letra que indique algo referente al
reloj.
—Déjame verlo más de cerca por un momento.
Jesús tomó el reloj, y luego de intentar ejercer presión en distintos
lugares, se oyó un ruido que me hizo pensar que lo había roto, por lo que le
dije de inmediato.
—Genial, ya lo rompiste.
—Qué poca confianza me tienes. A veces es necesario ejercer presión
para lograr el cometido. Tranquilo, simplemente le quité el cubre tapa. Es
una medida de seguridad para proteger el número de serie de posibles
rayones y así poder conservarlo en un estado legible y fácil de corroborar
para cuando se piense en venderlo.
—Eres una caja de sorpresas. Nunca imaginé que sabrías tanto de
relojes.
—Mi padre era un gran aficionado, y me enseñó varias cosas.
Cuando revisamos la tapa, efectivamente en ella se podía leer un
número de serie, pero algo más llamó nuestra atención. En el lado de
adentro del cubre tapa, había un mensaje diminuto grabado de un modo
bastante rústico, y decía así: «Sígueme, ya casi termina. R.»
—Te lo dije. Él estaba allí. ¿Dónde podemos buscar a quien perteneció
este reloj?
—¿Eres consciente de que vas a seguir haciendo lo que él quiere?
—Ya no me importa. Estamos llegando al final, lo presiento, además el
mismo lo dice en el mensaje.
—Puede que sea un modo de captar tu atención sin más. ¿No lo crees?
—Si esa era su intención, lo logró con creces.
—De acuerdo. Estamos en esto juntos y vamos a llegar hasta el final a
como dé lugar. Vayamos a mi casa y busquemos de quién es este reloj.
Jesús arrancó el auto y mientras conducía de regreso, me explicó que
había una página de internet en donde se podía buscar al propietario
mediante el número de serie del reloj. Para mí era algo nuevo, ya que
desconocía por completo que eso se podía hacer. Según mi amigo, era
necesario poseer una clave de acceso, y que la clave que emplearíamos para
nuestro cometido, era la de su padre. La cuestión era que no la recordaba,
pero la tenía anotada en un cuaderno junto con otras pertenencias de su
progenitor. Al ser de madrugada, la carretera se mostró más despejada que
de costumbre y el viaje pasó en un santiamén. Llegamos a la casa de Jesús,
la cual era una vivienda de una planta, situada en una zona no muy alejada
del centro. La fachada se veía moderna, y al entrar continuaba manteniendo
ese estilo minimalista que tanto gusta en la actualidad. Ya dentro, me
ofreció un café, lo cual acepté con gusto, y mientras el agua se calentaba,
fue a buscar el cuaderno en donde tenía la clave de acceso.
En cuestión de minutos, ya estaba devuelta con un cuaderno en una
mano y su computadora portátil en la otra. Apoyó ambas cosas sobre la
mesada de la cocina, preparó las infusiones y nos dispusimos a comenzar la
búsqueda.
Logramos acceder al sitio web sin complicaciones, por lo visto las
claves no expiraban, lo cual era algo bueno para nosotros. Introdujimos los
trece dígitos del número de serie, y luego de aguardar unos segundos a que
internet haga su parte, en la pantalla apareció un nombre que me dejó
atónito.
Capítulo 20
—¡Tú estás muerto! —dije sin poder creer lo que sucedía— No es algo
de lo que me enorgullezca, pero te desenterré y te volví a enterrar. Además,
intenté salvarte la vida hace quince años en aquel río… y lamentablemente
no lo logré... Yo lo vi con mis propios ojos.
—Con los mismos ojos que me estás viendo ahora delante de ti. A caso
no dicen que hay que ver para creer. Si continúas sin creer, déjame decirte
que sobrevaloré tu intelecto.
—Pero, ¿cómo es posible? —dije aún sin comprender la situación.
—Tendré el decoro de explicarte lo sucedido, como una cortesía antes
de que se despidan de este mundo. Eso sí, debo aclarar que no tengo nada
en contra de tu amigo, pero bueno, digamos que está en el lugar y momento
equivocado. No puedo darme el lujo de dejar testigos que puedan dar fe de
que sigo con vida.
Jesús estaba congelado sin saber qué estaba ocurriendo. En esta ocasión
no se mostraba tranquilo como en otras oportunidades. Ahora no había una
carta oculta bajo la manga. Ahora estábamos condenados y el arma que
empuñaba Javier en dirección hacia nosotros nos garantizaba una condena a
muerte.
—Calculo que estos días te estuviste preguntando quién es Raziel, qué
quiere, por qué a mí, y demás cosas por el estilo. Comenzaré por el
principio como es debido. Entiendan que soy una persona de valores y no
pretendo poner fin a sus vidas, así como si nada, sin antes explicarles
levemente el porqué de mis acciones. Como deben de sospechar, el
principal motivo es la venganza. Digamos que estoy cobrando cuentas
pendientes del pasado. Ahora bien, ¿por qué dejé pasar tanto tiempo?
Bueno, es un tanto largo de contar, pero resumidamente, porque no lograba
dar contigo. La búsqueda se hizo extremadamente larga, debido a que no
recordaba tu cara. Los recuerdos que tengo de aquella noche de hace quince
años son muy borrosos, y no es para menos. Dos golpes en la cabeza y el
haber estado a punto de ahogarme me dejaron ciertas secuelas, que
afortunadamente pude superar. Ahora bien, te preguntarás, ¿cómo sobreviví
aquella noche? La respuesta es sencilla, por la gracia de Dios. Esa no era mi
hora y aun me quedaban muchas cosas por hacer en este mundo. Luego de
que Miguel me golpeara a traición y me tirara medio muerto al río, el
instinto de supervivencia hizo que sacara fuerzas de donde no tenía y
lograra salir a flote, una vez logrado eso, me encontré con tu adorable
piedra, la cual fue como una bofetada del destino que se empeñaba con que
muriera. Por tu parte no hiciste mucho que digamos para cambiar esa
situación, ya que tus maniobras de reanimación estuvieron más cerca de
romperme el esternón que de otra cosa. Afortunadamente tu pericia para
colocar piedras en los bolsillos era la misma que para reanimar. Tras
permanecer en el fondo del agua por un tiempo que se me hizo eterno,
finalmente la mayoría de las piedras se cayeron de mis bolsillos y me
permitieron salir a flote. Luego, un vagabundo que se encontraba por las
orillas del río me vio medio muerto y me rescató. Esta vez realizando un
trabajo de reanimación como la gente y no eso que intentaste hacer. No
puedo afirmar cómo, pero era consciente de lo que ocurría. Tardé varios
días en recuperarme, pero una vez en condiciones, lo único que quería hacer
era vengarme de todos los que habían hecho de mi vida un infierno.
Sinceramente ya no tenía intenciones de volver a mi vida anterior. Sentía
que estaba teniendo una segunda oportunidad, y esta vez no la malgastaría
siendo un buen samaritano que se preocupaba por los demás. Eso no me
había ayudado mucho que digamos. Cuando el vagabundo me preguntó por
mi nombre, le dije que me llamaba Raziel y que había intentado suicidarme
debido a que no tenía a nadie. Al parecer se creyó aquella historia y no hizo
más preguntas al respecto. Me acogió en su improvisada casa y se aseguró
de que me recuperara. Una vez recobradas las fuerzas para poder empezar
con mi venganza, me fui de allí y no volví a verlo. Me fui a un sitio en el
que nadie me conociera y empecé de cero, como era mi intención en un
principio, solo que esta vez guiado por la sed de venganza. Como suelen
decir, la venganza es un plato que se sirve frío, y valla que me lo tomé en
serio. Tenía bien claro de quién tomar revancha y qué era lo que quería
hacerle a cada uno, solo que había un pequeño detalle, y era que necesitaba
tiempo para planear mi accionar. Comencé investigando las actividades del
padre, como así también las de Miguel, quien me costó hallar, ya que el
muy cobarde se largó luego de mi «desaparición», pero por fortuna logré
dar con él. Luego estaba el detalle de mi segundo agresor, de quien no
conocía su identidad. El hallarte fue todo un desafío, y, a decir verdad,
estuve a punto de darme por vencido, hasta que tuve la excelente idea de
escribir un libro. Un libro en el que contaba mi muerte con lujo de detalles,
y en el que además de mí, solo el asesino sabría que era verídico.
Obviamente me tomó tiempo escribirlo, ya que siempre fui más de los
números que de las letras, pero con la motivación apropiada, no hay tarea
que sea imposible. Para cuando terminé el libro, ya había recolectado la
información necesaria acerca del padre Teófilo. En este caso, mis
conocimientos en economía fueron de mucha ayuda. Ya tenía casi todo
listo, y no pensaba actuar por separado. Tenía que hacerlo todo en
simultáneo para no dar oportunidad a que las ratas escapen. Solo me faltaba
tu identidad, la cual estaba casi seguro que obtendría mediante el libro. Por
fortuna, hoy en día el mundo está lleno de fanáticos y eso hizo que no me
fuera difícil la tarea de dar contigo. Sabía que tarde o temprano acabarías
leyendo el libro o enterándote de él, y que cuando lo hicieras, te darías
cuenta de que el personaje eras tú. Sé que puede sonar algo muy poco
probable, pero es como jugar a la lotería, si no juegas, nunca podrás ganar.
Aquí tengo que decir que la suerte estuvo de mi lado y me tocó el boleto
ganador. Luego fue cuestión de sembrar algunas pistas falsas, llevarte hacia
donde quería, hacer que hagas lo que me apetecía. Sinceramente fue más
sencillo de lo que me esperaba. El punto clave fue cuando te hiciste
presente en el bosque de la vida. Tenía la certeza de que irías a corroborarlo,
dicho y hecho, allí estabas, desenterrando tus demonios del pasado,
pensando que podías volver a ocultar tus errores y salirte con la tuya.
—Entonces… si no eras tú… ¿Quién estaba enterrado? —pregunté.
—Ese pequeño detalle se me pasó por alto. ¿Recuerdas el vagabundo
que dije que me había salvado? Digamos que sufrió un paro
cardiorrespiratorio producido por un golpe contundente en su cabeza.
Necesitaba un cadáver, y el cumplía con todos los requisitos. Me aseguré de
que tuviera una herida en el cráneo por si se te ocurría examinarlo a fondo,
cosa que no fue así. Creo que te sobrevaloré y pensé que ibas a ser más
minucioso.
—El pobre hombre te salvó la vida. ¿Por qué le pagaste de ese modo?
—inquirió Jesús, quien, conducido por la indignación, logró salir de su
estado de ensimismamiento.
—No podía dejar cabos sueltos. Digamos que fue un daño colateral en
pos de la causa.
—Estás completamente enfermo. Dios no tuvo nada que ver con que te
hayas salvado aquella noche, si de algún hecho sobrenatural hablamos, tuvo
que ser el Diablo —le solté enfurecido.
—Dios, el Diablo, llámalo como quieras. Ahora sí, retomando el punto
en el que me había quedado antes de tu inoportuna interrupción, te habías
ido de aquel bosque con la certeza de que podrías volver a ocultar tus
errores. Te seguí por un buen rato hasta que estacionaste en aquel maizal,
donde casi estuve a punto de perderme. Esa maldita plantación puede ser un
laberinto si no tienes el cuidado necesario. Vi cómo cavabas, cómo te
esforzabas por enterrar lo más profundo posible aquellos restos, todo con tal
de que nadie se enterase. Pero debo decirte que yo estaba allí observándolo
todo, siempre estuve allí observando todo lo que hacías y dejabas de hacer.
Aguardé hasta que te fueras conforme con tu trabajo, y una vez que partiste,
simplemente cambié de lugar los restos, eso sí, llevándome el fémur. Debo
admitir que eso fue un detalle quizás innecesario, pero que ayudaría a seguir
construyendo la pantomima que pretendía que te tragues. Al fin y al cabo,
por ese fémur fue que te creíste que Raziel había matado a Guadalupe.
Pobre de mi madre. Vivió toda su miserable vida al lado de aquel ser tan
despreciable. No me juzguen mal, no le guardo rencor, pero sí que tengo
que decir que nunca fue capaz de reaccionar y decir basta. Hasta el día de
hoy no sé qué fue de ella, pero no me sorprendería que aquel enfermo que
dice ser mi padre la haya matado cuando ya no le fue de más utilidad, o
cuando hubiese perdido control sobre ella.
—Tú estuviste en la iglesia esa noche y nos dejaste la carpeta con la
información y el reloj de Miguel. ¿No es así? —inquirí.
—Así es, y que no se te olvide el arma. Sinceramente tenía mis dudas
de que fueran a salir con vida de allí, lo cual hubiese quitado gracia a mi
plan, pero por fortuna lograste conseguir una valiosa aliada en aquella
oficial. Luego de dejarles el reloj, como quien le pone un pedazo de queso a
un ratón, me fui a seguir mi plan. Fue algo impagable ver la cara que puso
ese maldito traidor cuando me vio. Fue algo parecido a la que pusiste tú,
solo que él mostraba un pánico mayor. Al principio pensaba que era un
fantasma y que estaba soñando. Rápidamente me encargué de que se diera
cuenta de que era de carne y hueso y que venía a saldar la cuenta que tenía
pendiente conmigo. Lo miré directo a los ojos como cuando él me vio antes
de arrojarme al río medio muerto, el ver la desesperación en sus ojos fue
más gratificante de lo que esperaba. Luego aguardé a que llegaran, aunque
cierto es que existía una gran posibilidad de que hubiesen fallecido en la
iglesia, o que tardasen en dar con el propietario del reloj, pero lograron
resolverlo en tiempo y forma, y allí estaban haciendo exactamente lo que
quería. Di aviso a la policía desde un teléfono público, y me senté a ver
rodar la cabeza de mis enemigos, aunque más bien debería decir, a ver
como se trepaban por los tejados y huían. Esa parte fue muy graciosa.
El maldito estaba disfrutando con nuestros padecimientos. Se podía ver
que dentro de ese cuerpo ya no había un alma. Ahora ese cuerpo era como
un recipiente vacío, o, mejor dicho, repleto de maldad.
—Por lo que nos dices, no tuviste en cuenta nuestra reciente visita a tu
antigua casa.
—Debo admitir que ahí tienes razón. Les perdí el rastro luego de que se
escaparan por el tejado. Había demasiados policías en la zona, y lo que
menos quería era que me tomaran declaración como testigo. De allí vine
directamente aquí, donde los aguardé por un buen rato. Ya pensaba que no
iban a venir, aunque bien sabía que tenían que hacerlo, ya que no les habían
quedado más hilos de los que tirar, y el tiempo corría —hizo una pausa, y
continuó diciendo—. ¿Cómo se encuentra ese cerdo? ¿Acaso sigue
viviendo con la zorra de mi hermana?
—Encontramos tu diario. Muy lindas palabras. Tuve el agrado de poder
leerlo. Eras una persona muy atormentada en ese entonces, y veo que no has
cambiado nada en absoluto.
—¿No te dijeron que es de mala educación leer los diarios ajenos?
Aunque ya no tiene importancia. Hace mucho tiempo dejé de ser esa
persona.
—Creo que te agradará saber que tu hermana mató a tu padre al
enterarse de que él había matado a Guadalupe. Le disparó y acabó con su
vida.
—Pensé que nunca se atrevería a eso. Veo que todos tienen un límite,
hasta los más cobardes. En fin, me tiene sin cuidado si aquel maldito está
muerto. Me ahorró un futuro trabajo. Igualmente, con esa acción no se va a
salvar de que le cobre su correspondiente deuda. Ella no estuvo para mí en
aquel entonces, y ahora me voy a encargar de hacérselo saber.
—¿Eso es todo? ¿No tienes nada más que agregar de tu perfecto plan?
¿Ya sientes que tu ego se alimentó lo suficiente? —dije, dispuesto a no
callarme nada.
—Percibo un cierto dejo de ira en tus palabras. ¿Me equivoco? —dijo
con un tono completamente despreciable.
—Ira no, lástima. Eso es lo que siento por ti. Eres una pobre persona
que no sabe quién es, ni qué hace en este mundo. Crees que hacer esto va a
dar un significado a tu vida, o que las personas te verán de otro modo. Pero
lamentablemente tengo que decirte que estás equivocado. Sigues siendo el
mismo cobarde que quería huir y al que todo el mundo le dio la espalda. No
has cambiado en lo más mínimo. Aunque quizás si hayas cambiado un
poco. Ahora das mucha más lástima.
Jesús, sin comprender cuál era mi plan, no podía ocultar su asombro
tras oír mis palabras. Intentó hacer que me detuviera, pero antes tan siquiera
de dejar que dijera algo, continué vociferando: —¿Querías vengarte de mí?
Adelante, aquí estoy y no te tengo miedo. Viví todos estos años pensando
que había cometido un error, que había matado a un inocente. Ahora
comprendo que debí de terminar el trabajo que había iniciado Miguel y
evitarle a este mundo el tener que verte andar por ahí como un alma en
pena, generando daño y destrucción a donde vayas, buscando algo que
nunca vas a encontrar. ¡Vamos, dispárame! ¿O es demasiado sencillo?
¿Acaso no te gustaría matarme con tus propias manos?
—Ya veo por donde viene toda esta algarabía. ¿En serio crees que soy
tan estúpido como para enfrentarme a dos personas a puño limpio? Lamento
decirte que tus palabras no me afectan. No caeré en tu juego. A decir
verdad, tú caíste en el mío, y perdiste.
El estruendo de un disparo se oyó luego de las palabras de Javier.
Efectivamente una bala había alcanzado mi pierna derecha, y la sangre no
tardó en comenzar a salir a borbotones.
—No creas que pondré fin a tu vida tan rápido. Primero me divertiré un
poco. Si de algo me arrepiento después de todo lo que hice, es de haberle
disparado en la cabeza a ese malnacido de Miguel. Tras el disparo me di
cuenta que casi no había sufrido. No estuvo ni cerca de sentir lo que sentí
yo esa noche hace quince años. Soy un hombre que aprende de sus errores,
y esta vez me tomaré el tiempo necesario.
Dicho esto, abrió fuego nuevamente contra nosotros. En esta ocasión, el
receptor del disparo fue Jesús. La bala dio de lleno en su pierna izquierda, y
el grito de dolor no se dejó esperar.
—¿Estás bien? —le pregunté a mi amigo, quien continuaba gritando.
—He tenido épocas mejores. Quiero que sepas que no te guardo rencor
por esto. Yo solo decidí ayudarte y era consciente de que podía ocurrir algo
así.
No podía creer que inclusive en una situación como en la que
estábamos metidos, mi amigo continuara con esa actitud. Comencé a
pedirle perdón por involucrarlo, pero el siguiente disparo vino a interrumpir
mis palabras.
Ahora el damnificado era yo. El proyectil alcanzó mi hombro derecho.
—Ya basta de cotilleo y sentimentalismo barato —dijo Javier y volvió a
disparar, esta vez a mi amigo en su hombro izquierdo—. ¿Todavía sigues
sin guardarle rencor?
—Me das pena… Eres una pobre alma que nunca conoció el verdadero
valor de la amistad. La auténtica amistad está más allá de las cosas buenas y
vivencias felices. Un verdadero amigo es aquel que aguanta los embates de
la vida junto a ti y no se larga ante la primera dificultad. Veo que nunca
supiste lo que es tener un amigo, y eso es lamentable —respondió Jesús
como pudo entre tanto dolor.
—Sí, lo que digas. Me da igual. La verdad es que ya me aburrieron —
dijo Javier intentando demostrar que no le habían afectado las palabras de
mi amigo—. Llegó el momento de decidir quién se va primero. ¿Quieres ser
tú, que tanto profesas la amistad? —y luego se dirigió a mí— ¿O
finalmente, aunque sea por una vez, vas a tener el valor necesario y serás
tú?
—¡¿Y por qué mejor no eres tú, maldito enfermo?! —dijo una voz
desde detrás de Javier, para luego abrir fuego y abatir de seis disparos a
nuestro captor.
Javier no había llegado tan siquiera a poder darse la vuelta, cuando
apareció Sara en escena y lo acribilló. No podía creer ni entender lo que
estaba pasando. No tenía la certeza si lo que ocurría era real o ya estaba
muerto y era una especie de visión. Sea lo que sea que hubiera ocurrido, lo
último que vieron mis ojos antes de ceder y perder el conocimiento ante la
falta de sangre, fue la imagen de nuestra amiga, quien corría hacia nosotros.
Capítulo 27
Fin
Agradecimientos
Antes que nada, me gustaría darte las gracias a ti por leer esta novela y
permitirme continuar haciendo esto que tanto me apasiona.
Como siempre, no puedo dejar de agradecer a mi madre, que es el ser
que más amo en este mundo, por ser una luz de esperanza entre tanta
oscuridad.
Simplemente espero que hayas disfrutado de esta historia tanto como
yo lo hice al escribirla. Nos veremos en la próxima novela con muchos más
caminos que desandar juntos
Norman Fairbanks, seudónimo de Daniel Storino, nacido en La Plata en
marzo de 1989, donde actualmente vive, es un escritor de novela negra y de
suspense. Además de la escritura, es un apasionado por la nutrición y por
ayudar a las personas a lograr sus objetivos de salud. Amante de los
animales y la naturaleza en general, como así también de la filosofía y de
todo arte que invite a la reflexión y a pensar.
Hasta la fecha, cuenta con catorce obras publicadas, entre las cuales
destacan «Durante la noche», «La Familia Kunveno», «El Internado de las
Almas Perdidas», «¿Y si el asesino está entre nosotros?», «El Laberinto de
Atlas», «Que se haga justicia».