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El Lector - Norman Fairbanks

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EL LECTOR

Una novela de Norman Fairbanks


Para todos aquellos que encuentran en un libro
una zona segura, un refugio, un momento de paz.
Índice
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Agradecimientos
Capítulo 1

Al fin llega ese día de la semana que tanto anhelo y deseo, ese día de la
semana en que por fin puedo desconectarme de todas mis responsabilidades
y preocupaciones para adentrarme en una historia que me haga olvidar la
realidad que me rodea.
Finalmente es viernes, y luego de haber estado trabajando toda la
semana como un autómata sin sueños y sin alma que solo actúa por inercia,
puedo dejar mi aburrida y monótona vida de lado para dar rienda suelta a un
universo nuevo que se va a manifestar ante mis ojos una vez que comience
mi nueva novela.
Mi nombre es John Miranda y soy un apasionado por la lectura, o como
a algunos les gusta llamarme, un «Bibliófilo». Amo leer y coleccionar
libros, ya que considero que dentro de cada libro se oculta un mundo
completamente nuevo por descubrir. Es impresionante cómo podemos
absorber las vivencias y conocimientos de años y años de quienes los
escriben, en cuestión de pocos días. Siempre fui partidario de la idea de que
un libro es al cerebro, lo que la electricidad es a un celular, o el oxígeno es
al fuego. Los necesitamos para vivir, funcionar y alimentarnos, y si no le
proveemos esto que nuestro amigo adicto a la glucosa nos pide, corremos el
riesgo de perderlo, o peor aún, atrofiarlo y andar por la vida como seres no
pensantes que solo asienten sistemáticamente sin cuestionar nada de lo que
se les plantea.
Tengo cuarenta años y vivo solo en mi apartamento. Mi edificio es un
sitio bonito, que no se puede considerar de lujo, pero que se ajusta a la
perfección a mis necesidades, ya que se encuentra situado a pocas calles del
sitio en donde trabajo, el cual es el Ministerio de Educación, Cultura y
Deporte. Dicho así puede parecer que mi trabajo se condice con mi pasión
por la lectura, pero la realidad es que no posee relación alguna, ya que mi
labor es meramente administrativo, y me la paso de lunes a viernes, de ocho
a cinco, realizando tareas burocráticas, que consisten en realizar informes,
asegurarme de que los papeles estén pertinentemente firmados,
confeccionar fotocopias de casi todo lo que circula por la oficina, cosa que
teniendo en cuenta la época en la que vivimos, veo un tanto innecesario,
pero que de todos modos, hago sin interponer ninguna objeción. Como ya
mencioné anteriormente, simplemente cumplo con mis obligaciones, y
espero con ansias a que llegue el final de la maldita jornada laboral para
irme de allí cuanto antes.
Siempre pensé que no sería de aquellas personas que viven en un bucle
eterno, en el que todo consiste básicamente entre ir de la casa a la oficina y
viceversa, pero con el paso de los años, la estabilidad económica y diversas
vivencias, hicieron que me inclinara por adoptar este modo de vida.
No soy una persona que posea grandes vicios, a decir verdad, mi mayor
gasto va dirigido a la compra casi compulsiva de libros, en especial la
compra de novelas policiacas, novela negra, de misterio y suspense, y todo
lo relacionado con homicidios e investigaciones policiales.
Esta obsesión, por así llamarla, se puede deber a que muy en el fondo
intento mantener algo oculto, algo que ocurrió hace muchos años y que me
gustaría poder borrar para siempre de mi memoria.
Puede que, con leer tantas historias, mi cometido indirecto sea en algún
momento llegar a pensar que lo que me ocurrió pertenece simplemente a
una historia leída en el pasado.
No entraré en detalles que seguramente los aburrirán. Solo les diré que
hace mucho tiempo hice algo malo y nunca salió a la luz.
Puede que, de un modo inconsciente, mi voracidad por los libros venga
a raíz de un motivo oculto, o puede que solo me encuentre en una búsqueda
incesante por el crimen perfecto, o simplemente sienta demasiado regocijo
al fantasear con que me convierto en uno de los personajes de la historia y
pensar qué haría yo en su lugar.
Sea cual sea la razón, lo importante es que hoy al salir del trabajo pasé
como de costumbre por la librería que me queda de pasada, y para mi
asombro había una novela nueva, una novela que llamó mi atención tan solo
verla. El libro en sí no poseía una portada deslumbrante o llamativa, como
así tampoco un nombre que te invitara a zambullirte en su lectura, pero
algo, que en ese momento no supe qué, hizo que no pueda hacer otra cosa
que tomar un ejemplar y dirigirme hacia la caja registradora, donde se
encontraba Miguel, el chico que trabajaba allí.
Al llegar frente a él, me miró y dijo: —Hola John, veo que te ha
llamado la atención «Verdades ocultas». Ah salido esta semana a la venta.
Hasta ahora está siendo un éxito rotundo.
—Qué bueno. Veremos qué tal resulta. Disculpa la pregunta Miguel,
pero no pude dejar de notar que en donde debería de figurar el nombre del
autor, solo figura la palabra Raziel. ¿Acaso es un autor nuevo? No lo
conozco, no lo eh leído antes.
—Sinceramente no conozco su nombre, solo pude oír que ese nombre
hace referencia al Arcángel, que, dicho sea de paso, es el llamado
«Guardián de los Secretos». Al parecer se podría decir que es un escritor
anónimo que optó por utilizar un seudónimo y brindar un poco de misterio a
su obra. No es algo nuevo, de hecho, últimamente cada vez más escritores
optan por emplear seudónimos, puede que prefieran escapar de las miradas
de la crítica. En fin, uno nunca termina de comprender por completo que
puede pasar por sus cabezas.
—Gracias por la información, ya te comentaré que tal está.
Luego de pagar por mi ejemplar, me despedí de Miguel deseándole que
tuviera un buen fin de semana, a lo que él hizo lo mismo, diciéndome que
disfrutara mi nuevo libro.
El resto del camino hasta mi hogar, transcurrió de un modo particular.
En efecto, no recuerdo haber caminado ni un solo paso, pero de un
momento a otro me encontraba en la puerta de mi apartamento, al parecer el
nuevo libro estaba robando toda mi atención y ni siquiera fui capaz de
percibir lo que ocurría a mi alrededor. Por lo visto caminé las calles sin tan
siquiera ser consciente de ello, e inclusive subí las escaleras hasta mi piso,
el cual era el sexto. Algo obraba como una suerte de catalizador, que se
apoderaba de todos mis sentidos. Ya dentro, me apuré por quitarme la ropa,
darme una ducha rápida, prepararme algo de comer, y disponerme a leer mi
nueva adquisición. Hacer todo lo mencionado anteriormente me tomó tan
solo quince minutos, por lo que en tiempo record ya me encontraba leyendo
la primera página de la novela.
El libro comenzaba con una mención, como lo suelen hacer la gran
mayoría de escritores, salvo que, en esta ocasión, la mención no estaba
dirigida a nadie en particular, simplemente rezaba: «Para ti que sabes lo que
hiciste. La verdad siempre termina por salir a la luz. No te puedes escapar.
Pronto nos veremos». Me pareció un tanto perturbador el mensaje, pero
pensé que simplemente era algo que el escritor quería generar en sus
lectores, por lo que no le di mayor importancia y continué mi lectura. La
novela estaba escrita en una prosa muy agradable y de fácil lectura, tal es
así, que las páginas se quemaban ante mis ojos con una velocidad nunca
antes vista. Sin percatarme en absoluto de lo realizado, ya contaba con
varios capítulos en mi haber. Perdí por completo la noción del tiempo, y lo
que creí que habían sido diez minutos, en realidad fueron dos horas. La
lectura era tan atrapante que me vi completamente absorto en ella. La
cuestión es que, al llegar a la mitad del libro, algo encendió las señales de
alerta en mi mente, y era la cuestión de que la trama de la novela presentaba
varias similitudes con hechos que me habían ocurrido tiempo atrás, y
cuando me refiero a hechos, me refiero a eso que les mencioné
anteriormente que hice y que nunca salió a la luz. Esto hizo que llegara a
dudar acerca de si estaba leyendo el libro que había comprado esa tarde, o
estuviese sufriendo una especie de sueño, o, mejor dicho, una pesadilla
vívida. Al corroborar de que efectivamente me encontraba despierto y
leyendo la obra que había adquirido horas antes, me dispuse a prestar mayor
atención a los detalles que conformaban la trama. Releí cuidadosamente
cada página, y a medida que lo hacía, me asombraba más y más con las
similitudes allí descriptas. Pensé que quizás podía tratarse de una casualidad
sin más. No era descabellado pensar que cabía la posibilidad de que alguien
escribiera una historia completamente inventada, y que dicha historia
guardase ciertas semejanzas con hechos acaecidos en la realidad. Intenté
quitar de mis pensamientos aquella idea, y decidí continuar con la lectura.
Las páginas continuaban pasando una tras otra, y las similitudes, o,
mejor dicho, coincidencias, continuaban al alza. Obviando que los
protagonistas de la historia se llamaban de otra manera, los hechos en sí,
eran exactamente los mismos a los ocurridos hace quince años. Aceleré el
ritmo con la esperanza de que, al llegar al final de la historia, la resolución
fuese otra, pero como me temía, el desenlace final fue el mismo que el
ocurrido. Mis miedos comenzaron a agolparse sin mesura, y de pronto me
encontraba sufriendo una suerte de ataque de pánico. Mi temor más
profundo, lo que me había conseguido quitar el sueño por mucho tiempo, lo
que me perseguía hasta el día de hoy, se estaba convirtiendo en realidad.
Creí ser capaz de dejar aquello en el pasado, y hacer de cuenta como si nada
hubiese ocurrido, pero aquí me encontraba, un viernes por la noche, solo en
mi apartamento, leyendo una novela que contaba con lujo de detalles todo
lo que había hecho quince años atrás. El estrés fue tal, que, en un momento
dado, comencé a perder la vista periférica, como si de un televisor antiguo
se tratase, y de a poco la visión se fue consumiendo, hasta llegar a
convertirse en un insignificante punto, sentí como todo mi ser comenzaba a
perder la tensión necesaria para mantenerme sentado, era como si me
encontrase bajo los efectos de algún poderoso sedante. El sudor se abrió
paso por cada poro de mi piel, y en cuestión de segundos me hallaba
empapado. La garganta empezó a cerrarse, y con ello, el aire comenzó a
convertirse en un bien escaso. Sin darme cuenta siquiera, mi conciencia se
desvanecía y daba paso a un sueño profundo.
Capítulo 2

Desperté la mañana siguiente en el suelo, desparramado al lado de mi


mesa de lectura. Por lo visto, el estrés había causado un efecto devastador
sobre mí, y me había provocado un desmayo, el cual me duró varias horas.
A mí alrededor se encontraba la lámpara de lectura, como así también
la nueva novela. Había corrido con suerte de que la lámpara no hubiese
provocado un corto circuito al caerse y diera paso a un incendio, lo cual me
hubiera provocado una muerte segura.
La luz de un nuevo día se colaba por la ventana de la cocina, y me daba
de lleno en la cara. Como pude, intenté incorporarme y tomar asiento.
Dicha tarea, por más que pueda sonar sencilla, me demandó varios minutos.
Al parecer el efecto generado por la pérdida de conciencia continuaba en mi
organismo. Ya sentado, coloqué mi cabeza entre mis piernas, con la
esperanza de que dicha acción logre proporcionarme un poco de bien estar.
Luego de algunos minutos en esta posición, pude comenzar a volver a la
normalidad. Ya en pleno uso de mis facultades, levanté la lámpara y el
libro, y acomodé el desastre que había generado.
Al verme despojado de las preocupaciones de no poder moverme con
libertad, lo que pasó a ser prioridad, fue lo que había causado el desmayo.
Releí el final del libro, esperanzado que las palabras fuesen otras, pero por
desgracia y como era de esperarse, el final continuaba siendo el mismo.
Pude notar como las pulsaciones comenzaban a dispararse nuevamente,
para dar paso al ataque de pánico, por lo que intenté esforzarme en
mantener la calma. Realicé unos ejercicios de respiración, que había
aprendido en terapia, los cuales consistían básicamente en inspirar por la
nariz durante seis segundos, aguantar la respiración durante otros ocho
segundos, y finalmente exhalar por la boca durante otros ocho segundos.
Esto por lo general era efectivo, aunque, a decir verdad, nunca antes había
padecido una crisis de tal magnitud.
Afortunadamente los ejercicios dieron su fruto y pude alcanzar la
ansiada calma. Ya con los nervios bajo control, comencé a pensar en lo que
debía hacer. Hasta el momento solo sabía que un autor desconocido que
empleaba un seudónimo, había escrito una novela, en la cual exponía al
milímetro todo lo que había hecho quince años atrás. Esto quería decir una
cosa, y era que el escritor tenía que conocerme muy bien. Esto era algo un
tanto improbable, ya que no tenía amigos, ni familia. Soy hijo único y mis
padres fallecieron cuando tenía veinte años. No tengo familiares por parte
de padre ni de madre, y lo referente a amistades, se podría decir que no soy
un ser muy sociable. Lo más cercano a un amigo que tengo es Miguel, el
cajero de la tienda de libros, con quien no suelo intercambiar más que unas
simples palabras, por lo que doy por descontado que él pueda ocultarse
detrás de todo esto.
Llegados a este punto, me veo en la obligación de tener que
comentarles de que se trata aquello que tanto me atormenta. Sin ánimos de
posicionarme en el papel de víctima ni nada por el estilo, quiero comenzar
por decirles que lo que ocurrió hace quince años, lejos estuvo de ser
responsabilidad mía. Los accidentes existen, y por más que creamos que
nunca nos va a suceder nada de lo que suele salir en los periódicos y en los
noticieros, la realidad es otra, y es que todos somos susceptibles de vernos
envueltos en una situación que no buscamos.
Lo ocurrido tuvo lugar un sábado por la noche, recuerdo ese día a la
perfección, ya que se me hace imposible borrarlo de mi memoria. Hacía
calor, y nada anunciaba que fuese a ocurrir algo fuera de lo común. Como
de costumbre, me disponía a realizar mi paseo nocturno, el cual consistía
básicamente en caminar por las afueras de la ciudad, lo cual a diferencia de
lo que la mayoría pueda pensar, era algo bastante seguro, ya que por esas
zonas campestres no solían circular muchas personas, por lo que los
malhechores obviaban merodear por allí, y, además, en aquellos tiempos las
cuestiones relacionadas con la inseguridad no estaban tan latentes.
Retomando el hilo, hacía calor, por lo que iba vistiendo simplemente unas
bermudas y una remera, recuerdo que ese año el calor se hizo sentir más
que de costumbre, por lo que buscar un alivio en las afueras de la jungla de
cemento era algo razonable.
El paseo comenzó como cualquier otro, salvo por el hecho de que al
salir tuve un fuerte presentimiento de que algo iba a ocurrir. No puedo
explicar cómo lo presentí, pero lo sabía. Creo que todos somos conscientes
de que algo malo va a ocurrir, pero muy pocos somos capaces de torcer las
líneas del destino que nos guían para cambiar nuestro futuro, y con ello
obviar el hecho fortuito. Para mi desgracia, me encuentro entre las personas
que no son capaces de torcer las líneas, y debido a ello, ocurrió lo que
ocurrió.
El paseo comenzó sin ningún exabrupto, y la zona se mostraba más
desolada que de costumbre, no es que siempre me cruzara con cientos de
personas, pero por lo menos solía ver a algunas pocas. En esta oportunidad,
en ningún momento me crucé con nadie. Ya iba transitando el kilómetro tres
de mi travesía, la cual estaba conformada por seis kilómetros (ya que por
recomendaciones médicas debía de caminar para evitar padecer
enfermedades coronarias y demás relacionadas con el sedentarismo, si
hubiese sabido lo que ocurriría, no me hubiera molestado tanto padecerlas),
arribé a un puente, en el cual solía tomarme un momento para descansar y
contemplar el río que corría por debajo de mis pies. Mientras dejaba que la
vista me reconfortara, tomé una piedra del suelo para arrojarla en dirección
al río. Me gustaba intentar hacer que esta rebotara varias veces en la
superficie del agua como suele pasar en las películas, aunque siendo
sincero, hasta el momento nunca había podido lograrlo. Como había
ocurrido en otras ocasiones, el primer intento fue fallido, por lo que tomé
otra piedra, y me dispuse a volver a intentarlo, pero aquí fue donde todo
comenzó a salir mal. Casi como si de un ardid del destino se tratase, arrojé
la piedra con tal mala suerte, de que en ese preciso instante una persona
estaba saliendo a la superficie. Sin tiempo de reaccionar y decir algo a
modo de alerta, solo pude ver como la piedra viajaba a toda velocidad y
finalmente conseguía rebotar en la superficie, dando tres saltos, y dirigirse
después de este último como si fuese un misil teledirigido en dirección a la
cabeza de la persona que había emergido del agua. El impacto generó un
ruido seco, que a primeras vistas había causado un daño considerable en la
persona, la cual había recibido el golpe desprevenidamente. Sin tiempo de
pensar en que finalmente había logrado hacer rebotar la piedra en el agua,
emprendí una carrera a toda velocidad en dirección al borde del río más
cercano a la persona golpeada. Al llegar allí, ya sin aliento, debido a que
nunca fui un poseedor de una gran condición física, sin pensarlo dos veces,
me zambullí en el agua y como pude comencé a bracear en dirección al
cuerpo, el cual se había sumergido y no salía a flote. La desesperación se
apoderó de mí, y dando rienda suelta a la adrenalina, pude llegar hasta la
zona en donde había visto por última vez a la persona. Con la firme
determinación de rescatar como fuese a mi agredido, inflé mis pulmones a
más no poder, y me sumergí en una búsqueda casi imposible. La noche no
ayudaba, ya que bajo el agua todo era oscuridad. Era como estar jugando al
cuarto oscuro, me encontraba dando manotazos al azar, con la esperanza de
poder alcanzar el cuerpo del sujeto. Tras varios segundos de una búsqueda
infructuosa, no pude lograr dar con la persona, por lo que, al encontrarme
sin aire, me vi obligado a volver a la superficie para reabastecer mis
pulmones del combustible necesario. Siempre en las películas, los
protagonistas suelen aguantar la respiración por varios minutos, lo cual es
casi imposible, a menos que seas un marino entrenado. La realidad es que,
entre los nervios, la demanda física, y la falta de costumbre, el tiempo bajo
el agua se reduce a menos de treinta segundos. Esto sumado a la falta de
luz, hacía que la misión de rescate estuviese casi condenada al fracaso
desde un principio. No obstante, no iba a darme por vencido tan fácilmente,
por lo que luego de suministrarle a mis pulmones el codiciado oxígeno,
volví a bajar a las profundidades de aquel río. En esta ocasión opté por no
perder fuerzas en zonas cercanas a la superficie, y descendí lo más que
pude. Ya en una profundidad considerable, comencé la labor de búsqueda a
ciegas. Casi en contra de cualquier pronóstico, al cabo de diez segundos ya
estaba haciendo contacto con lo que creía que era la mano de la persona.
Sin pensarlo dos veces, la tomé con fuerzas e intenté patear lo más
fuertemente posible para impulsarnos hacia la superficie. En contra de lo
que esperaba, esta acción me demandó un esfuerzo excesivo, pensé que solo
sería cuestión de realizar unas cuantas patadas y el aire en mis pulmones
haría a su vez de salvavidas, pero a diferencia de lo que debería de haber
ocurrido según mi imaginario, el aire comenzó a desaparecer como por arte
de magia de mis pulmones, o, mejor dicho, se consumió como por arte de
magia, y casi no logré llegar a la superficie. Por suerte cuando estaba a
punto de soltar la mano del misterioso sujeto, logré arribar a la superficie, y
con ello, le insuflé una buena cantidad de oxígeno a mis hambrientos
pulmones. Ya mínimamente recuperado, comencé la labor de llevar al
ahogado a tierra firme. Tras un esfuerzo sobrehumano, o por lo menos para
mí lo fue, llegamos al borde del río. Una vez allí, analicé detenidamente la
situación, el color ya se había escapado por completo de sus mejillas, dando
paso a un blanco sepulcral. La cosa no pintaba bien, y debía actuar cuanto
antes. Por eso sin titubear comencé las acciones de reanimación, las cuales
según un curso que había hecho de más joven, consistían en abrirle la boca
y realizarle dos respiraciones lentas, para luego realizar treinta
compresiones en el pecho, según lo que nos habían comentado, a un
ahogado se lo debía de tratar con la misma firmeza que cualquier otro, el
hecho de que estuviera ahogado no requería que imprimamos más fuerza de
la habitual. Toda esa teoría sonaba hermosa cuando la decía el instructor,
pero la verdad era que en ese momento todo comenzó a entremezclarse en
mi cabeza, y no sabía a ciencia cierta lo que estaba haciendo. Perdí la
cuenta de las compresiones, y el ver que no respiraba ni que demostraba
ningún signo de vida, hizo que me pusiera más nervioso. Creo que en las
situaciones de máximo estrés existen dos tipos de sujetos, los que
responden instintivamente y no dejan que sus miedos los paralicen, y los
que se ven absortos por el pánico y se bloquean. Lamentablemente para mí,
y especialmente para la persona que tenía al lado mío, yo pertenecía al tipo
que se bloquea. Como pude, continué intentando erráticamente la
reanimación, pero el pánico me había cegado, y solo me estaba permitiendo
realizar maniobras que lejos de salvar una vida, lo más probable fuese que
la terminara de quitar. Al ver que mis intentos fallidos no tenían resultado,
simplemente me detuve y me quedé pasmado mirando fijamente el cuerpo
sin vida que se encontraba enfrente de mí. No sé cuánto tiempo pasó
exactamente, pero sí sé que la persona estaba muerta y no volvería a la vida
por más que fuese a llamar a una ambulancia. Aquí fue donde se presentó el
debate entre lo que debía o no hacer. Aquella decisión me perseguiría el
resto de mi vida, y siendo honesto, creo que, si hubiera tenido la certeza de
que de allí en más todo sería un trauma imborrable, creo que hubiese optado
por lo más lógico, y hubiese dado aviso a las autoridades, a fin de cuentas,
no lo había hecho de manera intencional, solo había sido un accidente,
además quedaría sentado el hecho de que intenté reanimarlo. Todo esto no
se veía tan claro en ese momento, y solo pensaba en que de seguro
especularían que lo que hice fue premeditado, que estaba esperando a que
saliera del agua para golpearlo, y que una vez realizado mi cometido, me
metí al agua para asegurar mi trabajo homicida. A la gran mayoría le puede
sonar absurdo esta manera de pensar, pero estoy seguro de que muchos de
ustedes hubiesen pensado del mismo modo al verse envueltos en una
situación como esta. Ya con la decisión de no reportar lo ocurrido, ya que
ello conllevaría a que fuese detenido y trasladado a la cárcel, lugar donde de
seguro me ubicarían rodeado de asesinos y seres despiadados que acabarían
conmigo en cuestión de días, comencé a pensar en la manera de deshacerme
del cuerpo.
Siendo franco, muchas veces me vi envuelto en fantasías, en las que
imaginaba como desaparecer un cuerpo, en el caso de necesitarlo, y siempre
llegaba a la conclusión de que no entendía a los personajes de libros y
películas, donde siempre optaban por la opción más rebuscada y más
factible de fracasar. En mis pensamientos, el hacerlo no debería de ser muy
complicado, y siempre pensé que, llegado el caso, optaría por enterrarlo en
un pozo muy profundo, y cuando digo muy profundo me refiero a un pozo
de por lo menos dos o tres metros de profundidad, ya que, a la gran
mayoría, los suelen atrapar por cavar pozos muy superficiales.
Lamentablemente, y por más que hubiese sido una buena opción la del
pozo, no me encontraba en poder de una pala como para comenzar a cavar,
y el ir a buscar una y volver conllevaría demasiados riesgos que no estaba
dispuesto a correr. Debido a esto, decidí optar por un plan «B», el cual
consistía básicamente en llenar de piedras los bolsillos de los pantalones del
cadáver. Para mi fortuna, aunque no sé si es apropiado llamarlo de ese
modo, el difunto llevaba puesta una bermuda con unos profundos bolsillos
que facilitaron mi labor. Tomé varias piedras que había a mí alrededor y
comencé a llenar los bolsillos con la esperanza de que eso fuese suficiente
como para lograr que se hundiera y no saliera a flote por unos cuantos días.
Sabía que la solución improvisada no duraría mucho, y que, entre la
corriente y los peces, el peso terminaría cediendo y escaparía del sitio en
donde lo había colocado, pero la idea básicamente era poder ganar la mayor
cantidad de tiempo posible, para que cuando el cuerpo fuese hallado, yo me
encuentre muy lejos de allí. Ya finalizada la misión de cargar los bolsillos,
simplemente arrastré el cuerpo al agua, y lo solté algunos metros adentro.
Decidí no revisar si poseía algún tipo de identificación ni nada por el estilo,
ya que pensé que eso me devastaría, prefería no darle un nombre.
Una vez deshecho del cuerpo, la paranoia comenzó a apoderarse de mí.
Miré hacia todos lados para corroborar que no había nadie a los alrededores
observando lo que acababa de hacer. Hasta ese momento no me había
detenido a pensar en que cabía la posibilidad de que hubiese un testigo de lo
ocurrido. Esto no había pasado por mi mente antes, ya que no me había
cruzado con nadie durante mi paseo, pero en ese instante pensé en que
quizás el difunto nadador no se encontrase solo, a fin de cuentas, podría
estar acompañado por alguien, quien quizás lo estuviese esperando en
alguna orilla. Además, por la zona no había rastro alguno de ninguna
prenda de vestir, lo cual me decía que el punto de partida podría distar del
sitio en donde lo había impactado con la piedra. Comencé a pergeñar varias
teorías acerca de que podría estar haciendo allí nadando en mitad de la
noche, pero terminé por quitar esos pensamientos, ya que ello, solo me
reportaría un estrés con el que no estaba dispuesto a lidiar, o, en otras
palabras, no creía poder soportar. Así fue que me dispuse a emprender la
retirada de la zona de la orilla del río, y como si no hubiese pasado nada,
opté por retomar mi habitual recorrido. Al finalizar los seis kilómetros de
mi paseo, mis prendas ya se habían secado por completo, y tenía la certeza
de que era muy factible de que me saliera con las mías. Volví al
apartamento en donde vivía en aquella época, y como si el sueño tuviese la
cualidad de poder borrar lo ocurrido, me recosté sin más y me dormí.
Capítulo 3

Los días siguientes al fatídico sábado estuvieron cargados de


nerviosismo, no podía parar de pensar que en cualquier momento la policía
vendría a golpear mi puerta, sentía como que cada segundo era el último
que gozaría en libertad. Dicha sensación se quedó en mi compañía por
mucho tiempo, y aunque ni en los diarios, ni en los noticieros había salido
nada al respecto (me encargaba de cerciorarlos religiosamente cada día),
algo me decía que sabían lo que había hecho, no sé bien quien, pero alguien
sabía lo que había hecho. Con el paso de los días, la manía por ser
capturado se vio mermada por el hecho de que no había aparecido el cuerpo
del delito. A estas alturas no podía comprender como era posible que nadie
lo hubiese encontrado. Estaba seguro que mi método para hacer que se
hundiera no había sido el más efectivo, y aunque no fuese un especialista en
la materia, había leído que los gases por la descomposición hacen que los
cuerpos salgan a la superficie aproximadamente tras una semana. Era
consciente que ese dato se podía ver afectado por las condiciones climáticas
del lugar, pero teniendo en cuenta el calor de los últimos días, me costaba
pensar que aún no hubiese emergido, por lo que se disparaba un
interrogante en mi mente… ¿Acaso se encontraría aún con vida? De
inmediato aparté esa pregunta, ya que no podía de ser posible. No es que
hubiese visto muchos cadáveres antes que aquel, pero estaba seguro que ya
no respiraba, y a menos que hubiera obrado un milagro en el fondo de ese
río, cosa que dudaba, aquel sujeto estaba bien muerto.
El tiempo pasó, y con él los meses se desvanecieron como si fuesen
segundos, sin darme cuenta ya había transcurrido un año desde el hecho en
cuestión. Decidí que la mejor idea era intentar comenzar desde cero en otro
sitio. Adopté la convicción de que lo ocurrido había sido una simple
pesadilla, y que jamás sucedió en realidad. Lamentablemente dicho
artilugio no sirvió para mucho, ya que bien sabía que lo acontecido había
sido verdad, y me acompañaría por el resto de mi vida como una carga
imposible de quitar. Me mudé a otra ciudad, conseguí un nuevo empleo, e
intenté vivir una vida normal, la cual desde luego iba a estar privada de
cualquier tipo de paseo, en especial los nocturnos, a estas alturas no me
importaba en lo más mínimo las recomendaciones médicas.
No sé si adjudicarle al accidente mi dificultad para entablar relaciones
con las personas, ya que antes de vivir aquella pesadilla, nunca me había
destacado por ser el alma de la fiesta. Me consideraba un ser introvertido,
que encontraba un disfrute mayor leyendo un libro, que tomándose una
cerveza en un bar rodeado por extraños. Nunca había comprendido como
las personas encontraban algo similar al regocijo por el simple hecho de
estar pagando un precio excesivamente inflado por una bebida que además
de ser cara, le generaba un malestar a su cuerpo. Esta perspectiva de la
realidad, sumado a que no bebía alcohol, hacía que me viese excluido de la
mayoría de las actividades del entorno que me rodeaba, como por ejemplo
ir de copas luego de la oficina con mis compañeros, quienes al saber que no
bebía, ni se malgastaban en invitarme. Mi vida había transcurrido sin
sobresaltos, donde la única novedad que me producía ansiedad, era el
estreno de un libro esperado.
Ya dicho todo esto, aquí es donde llegamos al punto de la historia en
donde nos habíamos quedado. Era la mañana del sábado y el mal estar,
aunque por poco que fuese, continuaba atosigándome. Delante de mí estaba
el libro que había hecho que me desmayara la noche anterior, el libro en
donde alguien, un escritor anónimo, había expuesto lo ocurrido hace quince
años. A diferencia con la realidad, en el libro el asesino se ve alcanzado por
el yugo de la justicia, y obviando que yo aún me encontraba en libertad,
puede que bastante perturbado y afectado psicológicamente, pero libre, al
fin y al cabo, eso era lo único diferente en la historia. Aunque esta
diferencia podría no durar mucho más tiempo, ya que, en el libro, el asesino
es capturado por la policía luego de varios años (no especifica cuantos), tras
haberse descubierto el paradero del cadáver, el cual se encontraba enterrado
en una zona del bosque, gracias al testimonio de un informante anónimo.
Puede que esto sea una especie de amenaza o advertencia, o simplemente se
encuentre vaticinando lo que me fuera a ocurrir en un futuro próximo, de
todos modos, no podía quedarme de brazos cruzados y aguardar sin más a
que me llegue la hora de la verdad. Tal es así, que decidí que debía
averiguar como fuese la identidad del tal «Raziel». Sabía que ese camino
podía ser sin retorno, ya que una vez que me adentrara en la investigación
era muy probable que el escritor anónimo se percatara de ello y diera rienda
suelta a una especie de juego del gato y el ratón en donde no tenía bien
claro si yo estaba más cerca de ser el cazador o la presa. Pese a esto, no
podía dormirme en los laureles sin más, por lo que, aprovechando el fin de
semana, y que no tenía nada mejor que hacer, empecé la búsqueda en
internet de la verdadera identidad de mi hostigador.
Hoy en día casi nadie puede verse excluido por completo de la red, ya
que siempre alguien puede comentar algo o mencionar tu nombre, o como
me gusta decir, siempre existen unas migas de pan que te llevan a encontrar
lo que necesites. Comencé la búsqueda de la única manera que se me había
ocurrido, y fue introduciendo el nombre del escritor en el buscador, lo cual
me arrojó como primer resultado, lo que me había comentado Miguel en la
tienda. Raziel dentro de lo que sería la cultura judía, era considerado el
arcángel «Guardián de los secretos», como así también lo llamaban «el
secreto de Dios» o el «Arcángel de los Misterios», entre otros. Luego
aparecía mucha información religiosa y hasta de algunos videojuegos. Ese
camino no me iba a proveer de nada, por lo que decidí que sería mejor idea
ser un poco más específico. Lamentablemente la información que está a
nuestro alcance es tan basta, que, si no somos lo suficientemente precisos,
podemos pasarnos una vida entera buscando entre publicaciones. La
siguiente búsqueda la realicé introduciendo el nombre del libro y del autor,
con la fecha de publicación y aclarando que el nombre era un seudónimo.
Ya con los filtros aplicados, esta pesquisa fue mucho más productiva. Lo
primero que llamó mi atención fue un artículo publicado por el boletín
oficial encargado de comentar reseñas literarias, por lo general solía leerlo
habitualmente para ponerme al corriente de estrenos. En él, se hacía
mención al éxito que estaba teniendo el libro de mi arcángel acusador, y
además comentaban que la identidad del escritor era completamente
incierta. Al parecer, detrás de ella se encerraba un misticismo mezclado con
publicidad, ya que, según fuentes oficiales, la idea era generar un efecto de
incertidumbre y curiosidad en los lectores (Vaya que lo habían logrado),
cosa que se veía reflejada en las ventas. Más abajo había un video en donde
figuraba una entrevista al representante de la editorial, al cual le di clic y
comencé a ver al instante.
El video duraba unos quince minutos, donde la mayoría de preguntas
eran las típicas orientadas a un estreno literario, por lo que no entraré en
detalles que muy probablemente los aburrirán. Luego de todas las preguntas
triviales y banales, llega un momento de la entrevista en donde por fin le
preguntan algo de relevancia referente al autor. El entrevistador le pregunta
por qué hay tanto misterio detrás de la identidad de Raziel, y que, si existe
algún motivo oculto para mantenerlo, a lo que el representante le responde
que esa fue una decisión exclusiva del escritor, sin lugar a réplica. Solo
podía comentar que las razones, según Raziel, eran más que justificadas, y
que, dentro de muy poco tiempo, la verdad saldría a la luz.
No podía creer que estuviese hablando en ese tono, pero por lo visto
estaba metido en su personaje para la propaganda. Tras el fragmento
comentado, el resto de la entrevista continuó sin nada relevante de mención.
Debido a esto, continué mi búsqueda por el ciberespacio, y luego de varios
intentos improductivos, logré dar con un foro, en el cual había varias
personas, que aparentemente eran bastante fanáticas del trabajo del escritor
anónimo, donde decían entre varias cosas, que estaban a la espera de alguna
señal para comenzar con la misión que les encomendara.
Al parecer existían personas mucho más perturbadas que yo en el
mundo, y puede que en este foro se hayan reunido la mayoría. Los
miembros del foro manifestaban una actitud de fanático religioso,
dispuestos a hacer lo que fuese que les ordenaran, lo cual me preocupaba,
ya que, llegado el caso, me podría ver enfrentando un linchamiento en
público, cosa que no me apetecía en lo más mínimo.
Por más que el libro no tuviese más que unos cuantos días desde su
publicación, en el foro ya existían miles de mensajes, donde se cotejaban
diferentes hipótesis. El denominador común de todas estas, era la idea de
que la trama de la novela era real, y aunque en ninguna parte el autor
aclarase que se trataba de una historia verídica o si era simplemente ficción,
la gran mayoría ya daba por sentado que debía de ser verídica. Tal es el
fanatismo que se había generado en torno a todo aquello, que habían puesto
una fecha y lugar para reunirse y debatir las diferentes ideas.
Francamente no despertaba pasiones en mí reunirme con personas, y
menos con personas de ese tipo, pero algo me decía que allí podría llegar a
encontrar algún hilo del que tirar. Mi situación actual no se podría tildar de
buena, más bien diría que era bastante mala, por lo que, si quería poder
estar un paso delante de mi acusador, debía sumergirme en su mundo e
intentar averiguar cómo pensaba proceder. Puede que en aquella reunión
Raziel no hiciese acto de presencia, de hecho, eso era muy poco probable,
pero tenía el presentimiento de que algo de lo que se iba a hablar entre
todos aquellos acólitos obsesionados con el arcángel me sería de utilidad.
La reunión tendría lugar hoy mismo en el centro recreativo de la ciudad, a
las ocho. El sitio no quedaba muy lejos de mi casa, puede que tan solo a
unos treinta minutos yendo a pie, pero viendo mis antecedentes con los
paseos nocturnos, llegué a la conclusión de que la mejor opción era
tomarme un taxi, por más que no me agradase la idea de malgastar el
dinero.
Ya con la decisión de ir, y sin mucho más que hacer hasta ese momento,
me preparé algo de comer y me dispuse a leer una de mis novelas favoritas,
la cual se trataba de un sujeto que perdía la memoria y se veía envuelto en
un espiral de mentiras. No sé por qué, pero siempre lograba generarme un
efecto de bien estar al leerla, por lo que se había vuelto mi caballo de
batalla para lidiar con situaciones de estrés.
Capítulo 4

Tras varias horas de lectura, el efecto generado fue el deseado. No se


podría decir a viva voz que me encontrase de maravillas, pero estaba todo
lo bien que se puede estar cuando te están pisando los talones para meterte
en la cárcel. Entre la lectura y haber consumido algún que otro aperitivo, la
hora señalada estaba al caer, por lo que comencé a prepararme.
Lo primero que tenía que tener en cuenta era no llamar la atención, cosa
que nunca me había sido muy difícil de lograr, ya que me considero parte
del grupo de personas que tienen un don especial para pasar inadvertidas de
los demás. De todos modos, la situación no estaba como para dejar nada al
azar, por lo que escogí entre mis prendas las más neutras posibles. No
quería dejar ningún rastro de mi presencia en aquel sitio, y vestir algún
color que pudiese ser llamativo era lo último que debería hacer. Así fue que
opté por ponerme un vaquero azul oscuro y una camisa gris. A decir verdad,
la mayor parte de mi guardarropa estaba conformado por tonos similares, ya
que se podría decir que soy bastante básico, pero de igual modo preferí
asegurarme de no equivocarme con la elección.
El viaje en taxi tomó unos quince minutos, más de lo que me esperaba,
el tránsito del sábado por la noche estaba bastante colapsado. Por suerte
había salido con bastante tiempo de antelación, el llegar temprano siempre
había sido una de mis manías, y aunque estuviese atravesando una situación
un tanto particular, no iba a empezar a perder mis modismos.
Arribé al centro recreativo de la ciudad con diez minutos de sobra. El
sitio tenía toda la pinta del típico club de barrio, en donde se practican
varios deportes y actividades. La entrada era bastante amplia, y había varios
carteles que indicaban lo que se estaba desarrollando en cada lugar del
edificio. Luego de buscar por un momento entre las distintas cartulinas,
encontré la que motivaba mi presencia allí.
La reunión se llevaría a cabo en el segundo piso del ala norte, en el
salón cinco. El cartel rezaba la siguiente leyenda, «Verdades ocultas. Club
oficial de seguidores de Raziel. La verdad saldrá a la luz. ¿Te unes?».
La primera impresión que me generó era que esas personas estaban
bastante mal de la cabeza, pero luego me puse a pensar que había gente que
se reunía para ver un espectáculo en el cual veintidós millonarios patean un
esférico de cuero sintético durante una hora y media, durante la cual no
pasa absolutamente nada, salvo algún que otro hecho fortuito, lo cual, según
ellos, hacía que el haber pagado una fortuna para asistir hubiera valido la
pena. Teniendo esto en cuenta, no podría tildar de locos a estas personas
que se reunían de forma gratuita para debatir ideas sobre un libro. Dejando
de lado mi razonamiento, emprendí rumbo hacia el salón cinco.
El Centro estaba más vacío de lo esperado, tal es así que solo me crucé
con cuatro personas en mi viaje hasta el lugar de la reunión. Cuando llegué
a destino, dentro del salón había un gran número de personas, lo cual
rebatía todos los pronósticos esperables. Al entrar en aquel sitio me sentí
observado por demás y la situación se tornó un tanto incómoda, esto
sumado a mis carentes habilidades para desenvolverme en público, hizo que
me comenzara a bloquear y a no saber cómo proceder. Por suerte en ese
momento vino un sujeto a mi rescate, quien de seguro se había dado cuenta
de lo que me estaba ocurriendo.
—Oye. ¿Cómo estás? Ven por aquí, te estaba guardando el lugar.
Sin poder pensar en que debía responder, simplemente me limité a
asentir con la cabeza y a dirigirme hacia el sitio indicado por mi nuevo
amigo.
—Eres nuevo en esto de los grupos de lectura, ¿verdad?
Respondí a su interrogante con un movimiento afirmativo de cabeza.
—Mi nombre es Jesús, y por si me lo ibas a preguntar, no soy un
fanático religioso —tras decir esto último comenzó a reírse buscando
romper la tensión y hacer que me relajara.
—Disculpa mis modales. Mi nombre es John. Y sí, soy nuevo en esto
de los clubes de lectura. Digamos que soy más un lector solitario, pero es
que este libro me fascinó. Y descuida, no tienes la pinta de ser un fanático
religioso —y a continuación nos reímos en complicidad.
—Es bueno oírlo. De todos modos, John, no te recomiendo socializar
con todos los aquí presentes. Puede que más de uno no se encuentre cuerdo
del todo. Aquí estarás a salvo —y me guiñó un ojo.
Jesús se estaba mostrando muy agradable, lo cual comenzaba a
preocuparme, ya que podría estar intentando ligar conmigo, y aunque uno
nunca sabe, de momento no me iban los tipos. De igual modo, y teniendo en
cuenta el lugar en donde me encontraba, opté por seguir la charla sin más,
intentando no exponer demasiadas cosas acerca de mí.
Me comentó que el grupo era una suerte de club de lectura donde se
debatirían ideas acerca de lo expuesto en el libro de Raziel, y que allí podría
encontrar desde simples lectores, hasta fanáticos dispuestos a hacer lo que
fuese. Me alivió saber que mi compañero estaba en el grupo de los
primeros, ya que me dijo que el solo era un ávido lector, y que solía ir a
varios clubes de lectura. Según él, se podía aprender bastante oyendo a los
demás, y que siempre era posible dotar de un nuevo significado a lo que el
escritor había querido expresar en su trabajo. Al mismo tiempo, el hacer
este tipo de cosas, hacía que no se sintiera un ser tan ermitaño.
Su punto de vista me pareció bastante interesante, y aunque en un
futuro cercano no estuviese barajando la posibilidad de sumarme a
actividades similares, en algún momento puede que lo haga.
Luego de unos cuantos minutos de charla, alguien subió al pequeño
escenario que había en el centro de la habitación, y comenzó a decir:
—Sean bienvenidos todos aquellos apasionados por la lectura. Como de
seguro ya han de saber, la razón de esta reunión es la de debatir acerca de lo
publicado por nuestro amigo Raziel, quien debo decir, me encomendó que
les agradezca su presencia, pero que, por motivos personales, no podrá
venir. De igual modo, no tienen por qué decepcionarse, ya que previamente
él me transmitió sus ideas principales, como así también un dato inédito, el
cual revelaré al final de la reunión.
Tras el discurso de apertura, el debate comenzó y organizadamente de a
uno, los allí presentes fueron exponiendo sus puntos de vista. Lo que
aparecía en casi todos los relatos, era la cuestión inherente a que la historia
era verídica, y aunque en ninguno de los capítulos, el escritor hubiese dado
a entender algo similar a ello, aquel aquelarre le proveía dicho significado.
Por lo bajo, Jesús me comentaba que él no compartía esa idea, ya que, de
haber sido un caso real, la noticia hubiese tenido relevancia, y ya todo el
mundo estaría comentándola. A lo que le respondí.
—¿Y si el caso aún no ha sido resuelto?
—¿A qué te refieres? —preguntó mi nuevo amigo con un gesto de
extrañeza.
—Quiero decir que puede que lo que Raziel esté buscando sea develar
un misterio del pasado —al ver que mi explicación no terminaba de
convencer a Jesús, repuse inmediatamente—. Descuida, no me hagas caso,
puede que el haber escuchado tantas versiones me haya hecho perder un
poco el foco de la realidad.
—A decir verdad, no me había detenido a pensar en esa posibilidad. De
hecho, creo que es una buena idea. Deberías de exponerla.
—No soy un buen hablador, y menos en público. Solo me limitaré a
escuchar lo que piensan los demás. De igual modo gracias por tu apoyo.
—Como gustes.
Y a pesar de que pensé que Jesús me iba a insistir para que compartiera
mi perspectiva, abandonó la misión tras decirme esa última frase.
Nos quedamos en silencio escuchando atentamente cada una de las
visiones de los demás lectores, hasta que me detuve a pensar en una cosa
que no había considerado hasta el momento… Si Raziel asistía a la
reunión… ¿Me identificaría y me acusaría allí frente a todos sus
seguidores? Y otra cosa más perturbadora. ¿Existía la posibilidad de que
Raziel estuviese allí mezclado entre los fanáticos?
En ese momento observé a Jesús, quien estaba sentado al lado mío, y
comencé a pensar en la posibilidad de que él podría ser Raziel, y su modo
tan amigable de interactuar se podría deber a que simplemente había
empezado a jugar el juego que había planificado para mí.
De un momento a otro, todos los presentes me parecieron sospechosos,
y no pude apartar esa idea de mi cabeza. Por lo visto me había
compenetrado tanto con mis pensamientos, que no me di cuenta que Jesús
me estaba hablando. Pude notar que me palpaba el hombro y me preguntaba
si estaba bien, a lo que le respondí:
—Sí, es que solo me había puesto a pensar en diferentes teorías. Suele
pasarme bastante seguido, no le brindes importancia.
—Pensé que te había ocurrido algo. Por cierto, ¿Te molesta si expongo
tu postura acerca de que se trata de un crimen aún no resuelto?
Pensé por unos segundos mi respuesta, y finalmente le dije: —Desde
luego. No veo por qué no.
Creí que lo mejor era ver cómo se comportaba y analizar hasta dónde
iba a proceder.
Mientras escuchaba las palabras de Jesús y el debate que se armaba
consiguientemente, volví a pensar en mi situación y en Raziel. Si hubiese
querido inculparme ya lo habría hecho, por lo que no debería de estar tan
preocupado al respecto de que me reconociera. Luego había otra posibilidad
que no había cotejado, y era la de que puede que Raziel no conociera el
caso de primera mano y simplemente le hubiese llegado a sus oídos departe
de otra persona, lo cual sumaba muchas más incertidumbres a la cuestión.
Mientras que pergeñaba un sinfín de posibilidades en mis fueros
internos, Jesús terminó de exponer su visión, o, mejor dicho, mi visión, y
volvió a tomar asiento, a la vez que me preguntaba qué le había parecido.
Le respondí de un modo un tanto impersonal, tanto como para que no se
diera cuenta de que había estado pensando en otra cosa, y como si me
estuviese salvando la campana, cuando mi compañero iba a seguir
indagándome, la voz del presentador del principio irrumpió el flujo de la
charla.
—Muy bien amigos, ya estamos por llegar al final de la velada, y lo
prometido es deuda. Como ya les he adelantado al principio de la reunión,
voy a contarles un dato inédito —tras esta última frase, el presentador hizo
una pausa dramática, digna de un conductor de un programa de
entretenimientos, y luego de haber generado el efecto que buscaba entre los
allí presentes, prosiguió—. Algunos ya han adivinado de que se trata, pero
de igual modo, mi deber es el de echar luz entre tanta sombra. El caso del
que trata la novela… es una historia real, y no solo eso, sino que además
Raziel va a compartir con todos ustedes en los siguientes días, unas pistas
que van a ser publicadas en el foro de internet, con la finalidad de que cada
uno pueda llevar a cabo su propia investigación, o como me gusta llamarlo
a mí, su propia búsqueda del tesoro. El ganador se llevará un premio inédito
de parte de Raziel, el cual se develará más adelante, además de la
satisfacción de sacar la verdad a la luz. Las pistas comenzarán a aparecer
desde el próximo lunes, y lo harán sucesivamente cada tres días.
El presentador continuó diciendo algunas cosas más, a las cuales no
pude prestar atención, debido a que me encontraba aún afectado por lo que
había dicho anteriormente. Por lo visto Raziel quería jugar a una autentica
cacería de brujas, o brujos para ser más preciso. No solo estaba
exponiéndome ante el mundo, sino que lo estaba haciendo de un modo
lúdico y perverso. Ahora no solo tenía que preocuparme de un sujeto, ahora
básicamente tenía a una horda de acólitos detrás de mí y bien sabía que no
tardarían mucho tiempo en descubrir la verdadera identidad del protagonista
de su novela favorita.
Capítulo 5

La reunión culminó tras las palabras del presentador, y el estado de


exaltación entre todos los fanáticos era palpable, a excepción de Jesús,
quien simplemente se limitó a comentar que a él eso se le hacía que era
puro marketing. Al parecer había cambiado de opinión prontamente acerca
de la veracidad del libro. De igual modo, no agregué nada a su comentario y
simplemente me despedí sin más, prometiendo que le escribiría para
organizar algo, lo cual era una mentira garrafal, ya que ni siquiera habíamos
intercambiado números, cosa de la que al parecer no se había dado cuenta.
Llegué a mi casa en taxi, luego de un viaje que transcurrió sin
exabruptos, o al menos no me percaté de ninguno, estaba demasiado liado
con mis pensamientos como para notar algo ajeno a mí.
Subí las escaleras, y lo primero que hice tras entrar en mi apartamento,
fue tomar el maldito libro y releer la parte que hacía mención del bosque en
donde había sido encontrado el cuerpo.
Hasta el momento no se me había cruzado por la cabeza la idea de ir
hasta el sitio en cuestión, pero luego de la velada que había pasado, y con el
aviso de que el tiempo se estaba agotando, no me quedaba otra opción más
que jugar al juego que había dispuesto Raziel para su divertimento.
Releí con mucho detenimiento cada página concerniente al tema del
bosque, y aunque los nombres de los lugares eran ficticios, pude hacerme
una idea acerca del sitio real al que hacía alusión. Los detalles coincidían
con el bosque de la vida, sitio en el cual hay un monumento de árboles
metálicos, en los cuales se depositan las urnas con las cenizas de las
personas que donaron su cuerpo para la investigación científica.
Aquel bosque se encontraba muy cerca de donde había ocurrido aquel
fatídico hecho hace quince años, y aunque debí de asociarlo desde un
principio, aquello se me había pasado por alto.
Sin poder pensar en otra cosa, llegué a la conclusión de que, si quería
salir victorioso de este juego, no podía quedarme sin hacer nada,
aguardando hasta que las pistas comenzaran a ser publicadas y me
encontrara con un ejército de sabuesos tras mis pisadas. Por tal motivo, sin
importarme la distancia que me separaba de aquel bosque, emprendí mi
viaje, sin poseer la certeza de que existiera un regreso.
Preparé un bolso con todo lo que pensé que podía llegar a necesitar, no
es que tuviese alistado un kit para desenterrar cadáveres por si acaso, pero
pude encontrar entre mis pertenencias, una pala, un pico y unos guantes
para evitar que las ampollas detengan mi búsqueda. Luego guardé unas
provisiones para comer, por si la misión demoraba más de lo esperado, y
unas botellas de agua. Si algo sabía entre mis pocos conocimientos de
nutrición, es que una persona necesita estar hidratada si quiere rendir al cien
por ciento, y si tenemos en cuenta que mi cien por ciento es el treinta por
ciento de cualquier otro, iba a necesitar asegurarme de beber la suficiente
cantidad de agua.
Ya con el bolso de viaje listo, tomé el dinero que tenía guardado en mi
escondite secreto, el cual estaba destinado para situaciones de emergencias,
y sin más demoras puse rumbo a mi viaje. Sabía que no podía demorarme,
ya que existía la posibilidad de que algún fanático hubiese deducido el sitio
que hace mención el libro, y también se encuentre rumbo a verificar si el
cuerpo aún se encontrase bajo tierra. Tenía la impresión de que el arcángel
ludópata contaba con mi asistencia a la reunión, y aunque de cierto modo
estuviera por hacer lo que el planeaba que iba a hacer, no tenía otra opción.
Tomé la decisión de alquilar un automóvil, ya que, llegado el caso, no
iba a estar pidiéndole al taxista que me ayudara a guardar el cuerpo en la
cajuela. Además, no quería tener testigos de mi excursión por aquella zona.
Afortunadamente había un local de renta de vehículos situado a pocas calles
de mi apartamento, el cual abría las veinticuatro horas. En contra de mi
predilección por evitar los paseos nocturnos, salí del edificio y me adentré
en la noche que aguardaba fría y solitaria. Como era de esperarse, teniendo
en cuenta la hora que era, el camino hasta el local se hallaba desolado, por
lo que no me crucé con ninguna persona.
Al llegar, me encontré con una empleada que estaba sentada detrás de
un escritorio. Al verme, fingió una sonrisa forzada y me preguntó cómo
estaba y en que podía ayudarme, a lo que pensé responder, que quería saber
si me podía vender un kilo de helado. Aunque me vi tentado a desplegar mi
lado más sarcástico, terminé optando por no hacerlo. No estábamos como
para perder tiempo en esas cosas, y, además, quería evitar cualquier cosa
que le pudiera hacer recordarme con facilidad.
—Hola que tal, buenas noches. Muy bien gracias, ¿Usted? Quería
rentar un vehículo.
—Muy bien, gracias por preguntar. Algún modelo en particular.
¿Sedán?; ¿Compacto?
—¿Qué tienen disponible?
—A ver… déjeme revisar… Nos queda solo un sedán, a menos que
pueda esperar hasta mañana.
Al parecer el ofrecer algo que no tenían era una costumbre arraigada en
la mayoría de los empleados. Tras acallar mis pensamientos, le dije que
estaba bien el sedán, que tenía prisa.
—Genial. El coste de alquiler por día es este —dijo señalando un
cuadro que tenía detrás—. Pero deberá de abonar un cargo extra por
retirarlo en este horario.
Por lo visto sabían aprovechar su ventaja, y lo más probable fuese que
la mayoría de las personas que iban en mitad de la noche a alquilar un auto,
no se encontraran en situación de negarse a pagar dicho cargo extra. Tal es
así, que acepté a regañadientes, y tras escuchar algunos detalles
concernientes al contrato y el seguro, y demás cuestiones irrelevantes, la
chica terminó dándome las llaves de mi vehículo temporal.
Fuimos al estacionamiento, y al ver el auto que me había tocado, no
pude quejarme, ya que por suerte poseía una cajuela bastante amplia, por lo
que no habría inconvenientes al cargarla con lo que fuese que me encontrara
en el Bosque de la Vida. Sin más que decirme, la chica se despidió y me
dijo que disfrutara del vehículo. Una vez solo, deposité el bolso de viaje en
el asiento trasero, y pisé firmemente el acelerador para poner marcha hacia
el destino incierto que me aguardaba.
Capítulo 6

Por fortuna el auto contaba con un GPS integrado, el cual haría como
una suerte de copiloto, y me diría como llegar a destino. Por más que
hubiese vivido por mucho tiempo por aquellos lugares, no era de las
personas que tienen un mapa en la cabeza y encuentran el camino correcto
en cuestión de segundos. En mi caso más bien se podría decir que tenía
cientos de mapas, los cuales estaban entremezclados y de los que no se
podía sacar nada en limpio. Si mi destino hubiese dependido de mis
cualidades para ubicarme y guiarme por la carretera adecuada, desde ya que
estaríamos hablando de una muerte anunciada, pero como ya comenté, el
GPS se encargó de planificar la ruta idónea tras haberle cargado la dirección
de destino.
Según los cálculos de la computadora con voz de mujer, el tiempo
estimado de viaje era de tres horas, por lo que estaría arribando a destino a
mitad de la madrugada. No me hacía mucha ilusión manejar, menos hacerlo
de noche, y menos aún hacerlo para volver al sitio de donde siempre había
querido huir y olvidar. Desgraciadamente no contaba con otra alternativa, y
como una suerte de desafío personal, iba a tener que vérmelas en medio de
una situación poco favorable.
Recorrí los kilómetros que me separaban del supuesto cadáver en total
silencio, a excepción de los esporádicos comentarios que realizaba mi
copiloto electrónico. El viaje se me hizo verdaderamente corto, debido a
que la gran mayoría del tiempo me la pasé pensando en diferentes teorías y
posibilidades. Las cuales no me arrojaron nada nuevo. No tenía la menor
idea de quién podía estar detrás del arcángel, y menos aún de por qué lo
estaba haciendo. Llegué a la zona de los bosques sin ninguna respuesta. El
lugar se encontraba sin ningún visitante, cosa que era un milagro, teniendo
en cuenta que era sábado a la noche, más exactamente, domingo de
madrugada. Creí que iba a tener que cruzarme con algunos ebrios o con
alguna parejita que andaba dando vueltas por el bosque. Pero al parecer me
encontraba de suerte, y el destino, aunque por una simple vez fuese, estaba
obrando a mi favor.
La zona de los bosques era como una especie de sitio fuera de lo
normal. Por más que estuviese muy cerca de la urbanización, una vez que te
adentrabas perdías completamente el sentido de orientación y sentías como
si estuvieras en un lugar muy apartado de la civilización.
Era consciente de que la búsqueda podría demorar horas, o inclusive
días, teniendo en cuenta que el terreno a inspeccionar era tan amplio, pero
gracias a mi memoria, la labor se vería sustancialmente acortada en cuanto
al tiempo invertido. Por algunos detalles que Raziel hacía mención en el
libro, pude llegar a la conclusión de que el sitio al que se refería se
encontraba a poca distancia del monumento, como así también, recordé el
lugar exacto en donde había tenido lugar el accidente. Todo coincidía, y si
no me estaba equivocando, el margen de error era muy bajo.
Alcanzar la supuesta zona en donde estaba enterrado el cadáver no me
demandó mucho, y una vez allí, lo primero que hice fue inspeccionar
cuidadosamente los posibles sitios en donde se podría haber enterrado un
cadáver. Era consciente de que el hecho había tenido lugar hacía ya quince
años, y que era factible pensar que ya no quedara ningún rastro acerca de la
excavación, inclusive el tiempo daba como para que un árbol hubiera
crecido por encima, aunque no estaba muy seguro si eso era posible
teniendo en cuenta la descomposición del cuerpo. De todos modos, no
podía descartar nada. Lo único que me arrojaba una leve luz de esperanza,
era que el escritor había sido bastante preciso con algunos detalles, y que,
por fortuna, dichos detalles aún se podían apreciar. Por tal motivo, seguí el
camino de migas que me había dejado Raziel hasta el cuerpo, siendo
consciente de que quizás estuviera haciendo exactamente lo que él quería.
Luego de dar vueltas intentando dar con el punto en cuestión, terminé
alcanzando lo que parecía ser el lugar en donde estaba enterrado el cuerpo.
Aquel sitio poseía un aura especial, y aunque no pueda describirlo con
palabras, algo me decía que ese era el lugar. Comencé a cavar, primero
utilizando el pico, a modo de ablandar un poco la superficie, y luego utilicé
de lleno la pala. No era un ávido excavador, y a decir verdad nunca antes
había tenido que cavar un pozo, pero como esa gran mayoría de cosas que
compramos una vez en nuestras vidas y nunca las utilizamos, me
encontraba con esas herramientas, las cuales había aprendido a utilizar
mediante algunos videos de internet. No es que hubiese buscado como
cavar una tumba para deshacerse de un cuerpo, pero sí que había distintos
tutoriales orientados a la construcción y a la jardinería.
Por si piensan que cavar un hoyo en la tierra es tarea fácil, desde ya
tengo que decirles que están equivocados, o por lo menos para mí
representó todo un reto. El primer intento, el cual me costó horrores, no dio
resultado, por lo que me desmoralicé un poco, pero de igual modo supe que
iba a necesitar de varios intentos hasta dar con lo buscado. Así fue que
continué probando suerte, y a medida que mis esfuerzos eran en vano y no
hallaba nada tras haber cavado algunos metros, tanto mi entereza moral
como física fue mermando hasta el grado tal que estuve a punto de desistir
y arrojar la toalla. Al llegar a este punto, sentí que una voz de muy dentro
de mí me decía que no me rindiera y que lo intentara una vez más. Siendo
honesto, no sé si aquella especie de mensaje divino era real o si
simplemente el esfuerzo había empezado a pasar factura sobre mi psique.
Fuese cual fuese la razón, lo importante es que lo intenté una vez más, y en
esta ocasión logré dar con algo.
Bajo mis pies había encontrado un cráneo, que tenía toda la pinta de
pertenecer a un humano, y luego de haber continuado un poco más con la
labor de excavación, terminé por encontrar el resto del esqueleto, o lo que
quedaba de él. Era consciente de que yo no lo había enterrado allí, ya que
solo me había limitado a dejar que se hundiera con piedras en los bolsillos.
Esto hizo que considerara algo que hasta el momento no había pensado, y
era el hecho de que quizás Raziel no era un simple testigo de lo acontecido
hacía quince años… quizás él haya tenido algo que ver con el sujeto, y por
proceso de decantación, llegué a la conclusión de que podía existir la
posibilidad de que el sujeto ya se encontrara sin vida cuando lo impacté con
la piedra, o quizás se encontrara huyendo de su agresor, quien al ver que un
desafortunado caminante lo ayudaba a culminar su trabajo decidió
aprovecharlo.
Esta nueva mirada acerca de lo ocurrido hacia qué me replanteara
muchas cosas, como así también que pensara en todo el tiempo que había
estado padeciendo y atormentándome por algo que quizás no hubiese
hecho.
Dejando las teorías de lado, lo único de real importancia era que había
desenterrado un cadáver, o los huesos de lo que fue en algún momento una
persona, y que la gran mayoría me vería como un perfecto sospechoso, ya
que me encontraba en el lugar y momento equivocado. Sin darme cuenta
había hecho exactamente lo que el maldito psicópata quería que hiciera, y
sin oponer resistencia alguna, me había entregado en bandeja de plata.
Analizando mi situación, y que posibles opciones aún tenía, terminé
tomando la decisión de que debería de continuar por mi cuenta, y
desenmascarar al posible asesino yo solo. No podía ir a la policía y decirles
que creía que había matado a alguien hace quince años, y que lo había
dejado hundirse en medio del rio con piedras en los bolsillos, pero que
resulta que quizás ya se encontraba sin vida al momento de golpearlo con
una piedra por accidente, y que, por una especie de confesión de su agresor,
había dado con sus restos enterrados, cerca de donde ocurrió el hecho en sí.
Sabía que, si se estaba sorteando una condena segura, yo poseía todos los
números para salir ganador, por lo que, sin lugar a dudas, debía dejar a la
policía de lado, y continuar con este juego que hasta el momento iba
perdiendo.
Capítulo 7

Culminé de extraer el último hueso del esqueleto del difunto luego de


algunos minutos. A ciencia cierta no sabía si eso era todo o si me había
faltado algo más, por lo que, aunque a primera vista no había nada más allí
abajo, continué la pesquisa por otro buen rato hasta asegurarme de no dejar
ninguna prueba que pudiese ser utilizada en mi contra. Era consciente de
que cada acción que tomaba me condenaba más y más, pero la verdad era
que ya estaba metido hasta el fondo, y como suelen decir, solo me quedaba
seguir cavando y buscar una salida. Había caído de lleno en la trampa que
me había tendido Raziel o quien fuese que estuviera detrás de todo esto. Me
encontraba en un punto en el que mi testimonio no sería creíble y la única
manera de solucionar esto sería venciendo a mi hostigador en su juego.
Metí como pude todos los huesos en el bolso de viaje, y una vez ya
listo, emprendí la retirada del lugar. Sabía que allí no encontraría más
pruebas que me fuesen de utilidad, y, por otro lado, cada minuto que pasaba
allí, me acercaba a una posible condena. Tal es así, que luego de
cerciorarme de que no hubiese nadie viendo lo que no le correspondía, volví
a mi auto de alquiler y deposité el bolso en la cajuela, junto con los
utensilios empleados para excavar. Me senté en el asiento del piloto y me
quedé en blanco, no sabía a dónde ir, ni a quién pedir ayuda. Esta maldita
idea de venir a comprobar si el cadáver estaba enterrado en donde decía el
libro, no hizo más que complicar exponencialmente mi situación, y me
despojó de las pocas certezas que tenía hasta el momento, reemplazándolas
por un mar de dudas que se incrementaba a cada paso que daba. Hice un
esfuerzo sobrehumano pensando a quién podía llamar, y por más que lo
intentase, no se me ocurría nadie. Como ya les dije anteriormente, lo más
cercano a un amigo que tengo es Miguel, el chico de la tienda de libros,
quien dudaba que estuviese dispuesto a ayudarme a desmalezar este pastizal
de acertijos que tenía frente a mí.
Ya sin alternativas a las que acudir, pensé que peor de lo que me había
ido hasta el momento no me podía ir, por lo que decidí arriesgarme y dar un
salto de fe pidiéndole ayuda a Jesús, mi nuevo posible amigo, quien había
conocido horas atrás en la reunión de los fanáticos del libro. Era consciente
de que no poseía la certeza de que él fuese trigo limpio en la cuestión, pero
algo me decía que estaba al margen de todo, y simplemente era un amante
de la lectura como yo. Además del tema de si estaba o no involucrado,
estaba el pequeño detalle de que no habíamos intercambiado nuestros
números telefónicos, cosa que en su momento me había parecido una buena
idea, pero que ahora no lo era tanto. De todos modos, como ya saben, nada
es imposible de obtener hoy en día, siempre y cuando tengas un celular y un
poco de internet. Por fortuna la cobertura era buena, y como si por un
milagro del cielo se tratase, tenía la batería del celular casi llena, por lo que
el entrar al foro de internet de los fanáticos no fue tarea difícil. Ya dentro
del foro, comencé a leer los comentarios en busca de poder hallar alguno
perteneciente a Jesús, cosa que no fue posible, al parecer no era de los que
comentan todo lo que se les cruza. El siguiente paso fue revisar entre todos
los miembros del foro y cruzar los dedos por encontrarlo allí. Al parecer era
mi día de suerte, y solo había un Jesús en la lista, su apellido era
Rivadeneira. Ya con el nombre completo de mi futuro posible cómplice, me
sumergí en el mundo de las redes sociales. Al margen de que sea una
persona solitaria y que no frecuente interactuar con el resto de los humanos,
tenía cuentas en las distintas plataformas, por el simple hecho de ver
imágenes y videos graciosos, solía entretenerme ver lo que ocurría a mí
alrededor, pero siempre manteniendo mi postura un tanto anónima.
Introduje el nombre completo en el buscador, y en cuestión de segundos
tenía diez resultados frente a mí. Por lo visto el nombre y apellido no eran
muy habituales, lo que facilitó la búsqueda. Viendo las fotos de los perfiles
me fue fácil dar con el Jesús que estaba buscando, y tras corroborar que su
cuenta no era privada, le envié un mensaje, el cual esperaba que leyese a la
brevedad.
El contenido del mismo era breve, y rezaba así: «Hola Jesús, soy John
el de la reunión de Verdades Ocultas, espero no ser inoportuno, quería
pedirte un pequeño favor. Espero tu pronta respuesta. Posdata: Encontré tu
nombre en el foro del libro, ya que olvidamos intercambiar números.
Espero que no te moleste».
Era plenamente consciente de que el favor que tenía que pedirle no
tenía absolutamente nada de pequeño, y que muy probablemente terminara
por ni siquiera responder el mensaje. Siendo honestos, yo no respondería,
aunque no sé si dicha actitud la tomaría por mi naturaleza o por la extrañez
de la situación. De igual modo y con muy pocas esperanzas, apreté el botón
de enviar, y me encomendé a que lo viera cuanto antes. Volví a guardar el
móvil, y de nuevo volví a la realidad de la que me había escapado por
algunos minutos mientras realizaba mi búsqueda.
Caí en la cuenta de la hora que era, y que necesitaba irme de allí cuanto
antes. Sin mucho más que hacer, pisé el acelerador y simplemente conduje
sin rumbo fijo por un buen rato. Me había alejado lo suficiente de la zona
del bosque, cuando me percaté de que no me estaba dirigiendo hacia la
urbanización, a decir verdad, me encontraba en un sitio en donde no había
estado antes. En una primera impresión, podía señalar que se trataba de una
especie de campo, o siendo más exacto, de varias hectáreas de campos, en
donde lo único que se podía apreciar eran los maizales que se extendían y
perdían en el horizonte. Al ver el paisaje que tenía frente a mí, se me
ocurrió una idea que lejos estaba de ser brillante, pero que por lo menos
satisfacía las necesidades del momento. Como ya han de haber imaginado,
la idea en cuestión era la de enterrar los restos del cadáver en aquel infinito
mar amarillo que se desplegaba ante mí.
Con la complicidad de la noche, aparqué el auto de alquiler entre unos
pastizales que había a un costado del camino, la idea era mantener un perfil
bajo y que ninguna persona que pasé por ahí se percatara de mi presencia.
Ya con el vehículo oculto, saqué el bolso del baúl y tomé las herramientas
necesarias. La oscuridad propiciaba buenos augurios, y como si fuese un
ninja en plena misión, me adentré a paso firme en el maizal. No puedo decir
a ciencia cierta cuantos metros o kilómetros caminé, ya que una vez dentro
de la plantación, perdí automáticamente el sentido de la orientación. Intenté
asegurarme de internarme lo más profundo posible, con la ilusión de que
eso provea de mayor seguridad a mi endeble plan. Ya alcanzado una
distancia razonable, o por lo menos eso me parecía, decidí comenzar a
cavar. A diferencia de lo que me esperaba, la tarea no me resultó tan ardua
como imaginaba, puede que debido al hecho de que ya era un
experimentado en la materia. Conseguí lograr un pozo bastante profundo,
que en cierto modo me hizo sentir orgulloso de lo que era capaz de hacer.
Dicha sensación duró lo que dura un suspiro, ya que inmediatamente al ver
hacia el costado donde se encontraba el bolso, volví a la realidad que me
atosigaba.
El pozo tendría unos dos metros y media, y a no ser porque fui
asegurándome de dejar una especie de rampa para poder salir sin
dificultades, me hubiese quedado atrapado.
No era necesario que fuese muy amplio, ya que los restos podían ser
apilados sin más.
Ya con la tarea culminada, deposité los huesos en el fondo, y comencé a
palear la tierra como si eso hiciese que los restos desapareciesen para
siempre.
Al dar la última paleada, como por arte de magia el cansancio se hizo
presente, y pude sentir como la fatiga se apoderaba de mi cuerpo. Estaba
empapado en sudor, los músculos me ardían por el esfuerzo y sentía como
el fresco de la madrugada comenzaba a helar mi espalda.
Me tomé un momento para recostarme al lado de la tierra removida e
intentar recuperar el aliento perdido en la labor. Miré las estrellas deseando
poder encontrarme en cualquier otro sitio, deseando poder borrar todo lo
andado, deseando poder cambiar mis acciones aquella noche de hace quince
años. Lamentablemente, solo fueron eso, deseos, ya que por mucho que lo
quisiese, no iba a poder cambiar la realidad.
Luego de divagar entre posibles realidades y demás cosas, volví al
maizal, y me incorporé. Ya me había recuperado lo suficiente como para
poder emprender la retirada. Guardé las herramientas en el bolso que ahora
estaba vacío, y tras cubrir lo mejor posible con pastizales y ramas el pozo
que ya no se veía, me fui para nunca volver, o por lo menos eso pensaba.
La vuelta al auto fue una tortura, ya que me demoré el triple en
encontrar el camino correcto. La falta de visión y mi pésimo sentido de
orientación obraron en mi contra e hicieron que casi desistiera de la idea de
salir de allí. Finalmente encontré la dirección adecuada, y pude salir de ese
laberinto dorado. El vehículo aún se encontraba bajo el camuflaje, y al
parecer nadie había pasado por allí. Quité las ramas que cubrían mi medio
de transporte y me subí ansioso por irme de allí cuanto antes. Luego de
encender el motor y cuando estaba por pisar el acelerador, escuché el ruido
del celular que indicaba que había recibido un mensaje nuevo, el cual decía
así: «Hola John, no me molestas en absoluto. Descuida, soy un ave nocturna
y siempre me cuesta conciliar el sueño. Dime en que puedo ayudarte. Te
dejo mi número por si necesitas llamarme.»
Jesús me había respondido y se mostraba dispuesto a colaborar, o todo
lo dispuesto que se puede esperar hasta que le dijera cuál era el favor.
Revisé la hora, y me sorprendió ver que eran las tres y media de la
madrugada. Sin saber bien por qué lo hacía, ni que era exactamente lo que
le iba a decir, marqué por inercia el número de Jesús y lo llamé.
Capítulo 8

—Hola John, ¿Eres tú? —escuché decir a Jesús al otro lado del
teléfono.
—Hola Jesús, si soy yo ¿Cómo lo sabías?
—No suelo recibir llamadas a esta hora, y además te acabo de enviar el
mensaje con mi número. ¿Qué ocurre? ¿Estás bien?
—De hecho, no… disculpa que te haya molestado Jesús, pero la
realidad es que no sé a quién acudir. Digamos que estoy metido en un
pequeño problema, y siento que cada cosa que intento hacer para salir del
mismo, hace exactamente lo opuesto… Sabes una cosa, haz de cuenta que
nunca te llamé. Ya lo solucionaré.
Al terminar de decir aquello, estaba dispuesto a cortar la llamada,
cuando mi interlocutor replicó del otro lado de la línea.
—Oye no cuelgues. Primero y principal ya me despertaste, por lo que el
daño ya está hecho. Segundo, me acabas de decir que no sabes qué hacer y
que cada cosa que intentas solo complica más el asunto, por lo que seguir
con esa actitud dudo que te vaya a ayudar. Y tercero, intenta decirme de que
se trata el problema. Solemos otorgarles demasiada relevancia a problemas
insignificantes, puede que, al decirlo en voz alta, te des cuenta de que no es
tan grave. Inténtalo.
Me quedé por unos segundos en silencio procesando lo que me había
dicho. Por lo visto Jesús se dedicaba a ser consejero o terapeuta, o algo por
el estilo. Sonaba muy convincente y hacia qué me replanteara la gravedad
de la cuestión. Animado por el discurso que había escuchado a través del
teléfono, me pareció que era una buena idea contarle de qué se trataba todo.
Comencé por el principio, y le expliqué cada detalle de la cuestión,
como así también mi nueva teoría acerca de que el sujeto del río ya estaba
muerto. Intenté cubrir todos los aspectos de la historia incluyendo el hecho
de que había enterrado los restos en otro sitio. Lo único que me guardé para
mí, fue el lugar del nuevo escondite de los huesos. Jesús escuchó atento
todo el relato, inclusive por momentos me parecía que había cortado, por lo
que corroboraba su presencia al otro lado de la llamada preguntándole si
estaba allí, a lo que me decía simplemente que continuase. Me tomó
aproximadamente veinte minutos contarle todo, y al terminar lo único que
oí del otro lado fue silencio. Pensé que estaría preparándose para llamar a la
policía y entregarme, pero rompiendo con todos los pronósticos,
simplemente dijo tras su pausa dramática:
—Bueno, por lo visto alguien te quiere cargar su muerto y hasta el
momento tú se lo estás poniendo bastante fácil. El problema no tiene nada
de pequeño, y viendo cómo avanza todo, es muy probable que, si continúas
haciendo lo que hasta ahora, termines seguramente cumpliendo condena por
algo que no hiciste. Voy a confiar en ti y a creer que todo lo que me dijiste
es cierto. Tengo un don para las personas, y siempre puedo saber cuándo la
gente miente o dice la verdad, y contigo tengo plena certeza de que estás
diciendo la verdad. Por lo pronto lo que deberíamos de hacer es reunirnos y
dejar de hablar estas cosas por teléfono. Te esperaré en un café cerca de mi
casa que abre las veinticuatro horas y continuaremos viendo cómo proceder.
Te enviaré la dirección por mensaje y tú avísame en cuánto tiempo podrás
llegar.
No podía creer que haya reaccionado de ese modo. Al parecer mi suerte
estaba empezando a cambiar. Aún inmerso en el asombro que me provocó
la respuesta de Jesús, me llegó el mensaje con la dirección del café, y tras
introducirla en el navegador y ver el tiempo estimado de viaje, le respondí:
—Gracias por creerme y querer ayudarme. Te estaré eternamente
agradecido. Según el GPS, debería de estar llegando allí en una hora y
media si todo va bien.
—De acuerdo, entonces te espero a esa hora. Conduce con cuidado.
Corté la llamada y aun sin poder dar crédito a lo que acababa de
escuchar, guiado por las instrucciones de mi copiloto electrónico, puse
rumbo al sitio acordado.
Mientras conducía, pensé en lo que había acabado de hacer, y que en
realidad no sabía nada acerca de Jesús, salvo el hecho de que le gustaba
leer. Por lo visto el tomar decisiones apresuradas y luego pensarlo mejor,
estaba empezando a ser un mal hábito que debía comenzar a dejar de lado.
Llegué al café a la hora estimada por el navegador, y al entrar pude ver
sentado en una mesa del fondo a Jesús, quien tenía en su poder una taza de
lo que parecía café y unas ensaimadas servidas en un plato. Al verme me
hizo señas con la mano. Tomé asiento, a la vez que le daba las gracias
nuevamente por estar ayudándome, a lo que me respondió que no había de
que, y que si no me molestaba el hecho de que haya pedido algo para
comer.
—Para nada, ya va a ser la hora de desayunar, y de hecho me muero de
hambre. Iré a pedir algo a la barra y pasaré al baño un momento. ¿No te
importa?
—Pasa tranquilo, Aquí estaré.
Dicho esto, fui hasta la barra y le pedí al empleado que si podía
llevarme un café cargado y unas cuantas ensaimadas a la mesa del fondo.
Luego le pedí que me indicara donde estaba el baño, y tras recibir su
indicación, fui a acicalarme un poco. Al verme en el espejo de aquel baño,
me di cuenta de la pinta que traía, y que muy probablemente el mozo estaría
pensando que lo iba a asaltar. Intenté limpiarme como pude los restos de
tierra que tenía en la cara y en las manos, y una vez finalizada la higiene
personal exprés, volví a la mesa con Jesús.
—Ahora pareces más una persona civilizada y no tanto un desquiciado
que acaba de enterrar un cuerpo —dijo a la vez que se reía.
Al ver que el chiste no me había hecho mucha gracia, agregó
rápidamente: —Era solo una broma para romper el clima tenso de la
situación. Puedes estar tranquilo que aquí nadie nos oirá. La gente suele
venir a partir de las diez, por lo que aún tenemos bastante tiempo.
—Como digas, ¿Has pensado en algo? Puede que a partir del lunes las
cosas se empiecen a complicar más aún.
—Respecto al tema de las pistas, puede que eso no sea tan grave.
Analizando lo que me contaste, dudo que tenga algo firme en tu contra. Lo
único que podría haber utilizado era el cadáver, pero tú ya te has ocupado
de eso. Creo que lo mejor que podemos hacer, es esperar a ver cómo actúa.
Puede que cuente con tu nerviosismo, y espere a que tú solo te termines
poniendo la soga al cuello, para decirlo de una manera gráfica.
—No había pensado en esa posibilidad. Pero si así fuese, ¿Por qué dio
los detalles del lugar en donde se encontraba enterrado el cadáver?
—Puede que lo hiciera con la finalidad de que fueras hasta allí. Pero
por lo que me dijiste por teléfono nadie te vio… ¿O me equivoco?
—Creo no haber visto a nadie…
—¿Crees o estás seguro? Vamos John, no es momento para titubear. Si
quieres que te ayude en esto, tienes que comenzar por ayudarte tú mismo.
Fue una pésima idea ir allí, y lo peor es que no estás seguro de si había
alguien que te pudo haber visto. Inclusive puede que alguien te haya
fotografiado y eso sería el fin de todo. Pero, no obstante, seamos positivos y
pensemos que nadie te vio. Pudiste reubicar los restos, y eso nos posiciona
automáticamente por delante de él o ella.
—¿Ella? —pregunté extrañado.
—Todavía no sabes quién está detrás de todo esto. No debemos
descartar ninguna posibilidad.
—Ni tan siquiera se me había cruzado por la cabeza la posibilidad de
que una mujer me estuviese haciendo esto.
—Simplemente digo que hay que estar abiertos a cualquier posibilidad.
Bueno volviendo a lo que deberíamos de hacer ahora. Creo que lo primero
sería averiguar a quien acabas de desenterrar y enterrar.
—¿Y cómo vamos a hacer eso? Ya lo pensé, pero en su momento no
pude ver si tenía una identificación ni nada por el estilo, prefería no darle un
nombre, lo cual, analizándolo ahora, fue una pésima idea.
—Esa parte déjamela a mí. Tengo una amiga en la policía y no va a ser
difícil averiguar sobre las personas desaparecidas en esa fecha.
—No tengo nada en contra de tu amiga, pero no me gustaría involucrar
a la policía. No sé si recuerdas que te acabo de comentar que desenterré y
enterré los huesos de alguien, y dudo que la ley lo vea con ojos
comprensivos.
—No tienes de qué preocuparte, Sara es de confianza y además no le
diré que estoy intentando averiguar a quien creías haber matado, no soy tan
torpe.
—¿Y entonces?
—La convenceré de ayudarme en un nuevo proyecto. Le diré que estoy
escribiendo un libro basado en desapariciones, y necesito un poco de
material verídico para inspirarme. La excusa será además que el libro va a
estar ambientado hace quince años. Puede no sonar muy convincente, pero
créeme cuando te aseguro que lo lograré.
—Expuesto de esa manera, me parece una buena idea. Y una vez que
averigües su nombre ¿Qué sigue?
—Muy probablemente encontraré más de un nombre, por lo que
deberemos hacer un trabajo arduo para identificar a nuestro amigo
enterrado.
—De acuerdo. ¿Cuándo puedes contactarla? Me gustaría comenzar
cuanto antes.
—Creo que estamos de suerte porque hoy justamente debería de estar
de guardia. Aguárdame un minuto que la llamaré.
Tras decir esto, Jesús se levantó y fue hasta afuera en busca de señal.
Luego de cinco minutos, durante los cuales aproveché a devorar mis
ensaimadas y beberme el café cargado (por lo visto el haber tenido contacto
cercano con la muerte no me privaba de mi apetito), Jesús regresó con una
sonrisa de victoria en su cara.
—¿Qué te dijo? —pregunté.
—Lo que ya te adelanté. Cuando quiero puedo ser muy convincente.
Me dijo que me espera esta mañana en su oficina. Está acostumbrada a que
le pida cosas extrañas de ese estilo. Es verdad que suelo escribir cada tanto,
más como un hobby que otra cosa, pero es algo que me gusta hacer.
—Puede que una vez que termine todo esto lea alguno de tus libros.
—Te tomo la palabra. Bueno, por el momento no podemos hacer
mucho más. Faltan un par de horas aún para que me reúna con ella. Voy a ir
a mi casa y adelantaré un poco de trabajo para tomarme el resto del día
libre. Puede que los días venideros estemos ocupados, por lo que te
recomiendo que te tomes unos días en el trabajo. Por cierto ¿De qué
trabajas?
—Trabajo en el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. No es la
gran cosa, mucho papeleo y demás cuestiones burocráticas. Nadie me
extrañará, y hasta dudo que noten mi ausencia. Digamos que no soy el alma
de la fiesta.
—Perfecto, eso nos dará margen para hacer lo que sea necesario.
—¿Tú de que trabajas?
—Soy un desarrollador de software, y ahora estoy trabajando para una
empresa del exterior. Es todo de manera remota, por lo que puedo acomodar
mis horarios, descuida.
—Bueno, si no lo tomas a mal, voy a ir a mi casa a intentar dormir un
poco, la verdad es que estoy agotado, y creo que está por vencerme el
sueño.
—Desde luego, ve tranquilo. Ni bien tenga la información te llamaré.
Calculo que para el mediodía ya debería de contar con algo. ¿Volvemos a
reunirnos aquí?
—No creo que sea tan buena idea venir aquí a esa hora. Llámame
paranoico, pero preferiría que nos reunamos en mi casa.
—No hay drama alguno. Entonces cuando tenga la información te
llamo y nos reunimos —al decir esto Jesús se levantó de su asiento—.
Quédate tranquilo que todo se resolverá —añadió.
Algo en las palabras de Jesús me daban confianza y me transmitían
seguridad. Pero, no obstante, tenía que hacerle una pregunta más.
—Antes de que te vayas, ¿Puedo hacerte una pregunta?
—¿Esa es la pregunta? —se rio, y dijo seguidamente— Desde luego.
Dispara.
—¿Por qué me estás ayudando? Apenas me conoces, y el asunto es
bastante turbio.
—Ya te lo dije anteriormente, tengo un don para saber si las personas
me están diciendo la verdad o mintiendo, y puedo notar que no eres un
sujeto con maldad. Digamos que estoy haciendo mi buena acción del día,
aunque creo que podría ser la del año. Además, estoy seguro que tú en mi
lugar harías lo mismo.
Por lo visto sus dones no podían verlo todo, ya que si creía que yo
estaría dispuesto a hacer algo como lo que él estaba haciendo por mí, estaba
muy equivocado. De igual modo, simplemente me limité a responder.
—Sinceramente no tengo palabras para agradecerte. Si no fuera por tu
ayuda, calculo que en estos momentos estaría disparándome en el pie o algo
parecido. Gracias.
—No tienes por qué darlas, o por lo menos no por ahora. Aun no
resolvimos nada, y nos queda un largo camino por delante. Lo único que te
voy a pedir, en el caso de que todo salga a nuestro favor, es que me permitas
usar esta historia para mi siguiente libro.
—Si aclaras que es una ficción y cambias todos los nombres y detalles,
desde luego.
—Dalo por hecho.
Con aquella última frase dimos por terminada la reunión. Jesús me
estrechó la mano y se fue del bar. Yo me quedé unos minutos más, ya que
aún tenía un hambre atroz y las ensaimadas de ese sitio eran por lejos las
mejores que había probado. Así fue que le pedí al camarero que me traiga
cuatro más.
Luego de haber limpiado mi plato y saciado mi apetito, me retiré del
café y me monté en el auto de alquiler. Como ya saben, no me gustaba
gastar por gastar, pero en estas circunstancias, tener una movilidad podía ser
bastante necesario, por lo que decidí que no lo devolvería por el momento.
Conduje hasta mi edificio, y al entrar en mi apartamento, lo primero que
hice fue ir directamente al baño, y abrir la llave del agua caliente para
darme una larga ducha. La higiene exprés en el baño del café, estaba bien
para salir del apuro, pero la sensación de suciedad no se había ido, y no lo
haría hasta que me diese un buen baño. Me quedé varios minutos bajo el
agua, y al salir de la ducha ya era una persona nueva. Me recosté en mi
cama, y todo el estrés y agotamiento se hicieron presentes para dar paso a
un sueño profundo.
Un ruido hizo que despertara, y sin saber muy bien qué hora o qué día
era, me levanté casi de manera automática. El responsable de que me
hubiese despertado fue mi celular, el cual me estaba avisando que estaba
recibiendo una llamada de Jesús. Al parecer las horas pasaron sin que me
diera cuenta, y ya era pasado el mediodía. Dejando mi postura de muerto
viviente, la cual solía adoptar siempre que me despertaba, fui rápido hasta
el celular y lo atendí.
—Al fin atiendes, hace un buen rato que te estoy llamando. ¿Te
quedaste dormido?
—Disculpa. Me acosté y el sueño me venció. Perdí por completo la
noción del tiempo. ¿Pudiste conseguir algo?
—¿Tú que crees? Por supuesto que conseguí algo. Fue pan comido.
Ahora solo nos queda la parte más sencilla, averiguar cuál de todos los
desaparecidos es el que buscamos.
—Genial. Te espero aquí —le dije mi dirección, y seguidamente le
pregunté—. ¿En cuánto puedes llegar?
—En veinte minutos estoy tocando el timbre.
—Estupendo, te espero.
Capítulo 9

Jesús estaba tocando el timbre veinte minutos después de cortar como


había dicho. Por lo visto era un sujeto bastante puntual. Bajé a abrirle y lo
vi tras el cristal de la puerta de entrada al edificio con una carpeta bajo el
brazo.
—¿Cómo estás tanto tiempo? —saludó a modo de broma.
—Un poco más descansado. Disculpa nuevamente que no atendí el
teléfono.
—No hay por qué. Lo importante es que estés fresco para lo que
tenemos que hacer ahora. Que, dicho sea de paso, mejor te lo muestro
arriba. Es mejor prevenir que curar en estas situaciones. No quisiera que
nadie nos escuche.
Acepté sus indicaciones y fuimos hasta mi apartamento sin hablar de
nada. Una vez dentro, comenzó a decir.
—Bueno, la labor no fue tan sencilla como creí, pero Sara cedió
después de que le rogué un poco y aseguré que ella saldría en el libro. Por si
lo estás pensando, sí, es bastante fanática de la lectura, y le hizo ilusión
poder salir en una historia.
—Una más del club. Creo que ya me cae bien, aunque no la conozca.
—Retomando el hilo. La búsqueda en un principio fue un tanto
complicada, ya que al parecer no llevan lo que se podría decir un archivo
organizado. Me sorprendió que nadie lo organizara como se debe, pero
según mi amiga, desde que se comenzó a digitalizar todo, ya no les prestan
mucha atención a los archivos físicos. De igual modo, con bastante
voluntad y perseverancia pude conseguir los nombres de las personas
desaparecidas en aquella ciudad durante el año que nos interesa. Por lo que
pude encontrar, hubo cuarenta casos que no fueron resueltos, lo cual
teniendo en cuenta la efectividad de la policía, es bastante poco. Quizás ese
año estaban con ganas de trabajar como corresponde.
—cuarenta casos es bastante.
—Sí y no. Ya que, de esos cuarenta casos, descartaremos veintidós,
debido a que se tratan de mujeres, y por lo que me contaste, era un hombre
a quien enterraste.
—Así es. Bueno, eso nos deja tan solo dieciocho posibilidades.
—Y puede que sean menos.
—¿Cómo?
—De esos dieciocho casos referentes a hombres, diez son de tez
morena y ocho de tez blanca. ¿Recuerdas cómo era el sujeto en cuestión?
—Definitivamente era de tez blanca.
—Perfecto, puede que no nos cueste tanto dar con la identidad de
nuestro cadáver anónimo.
—¿Y si nadie denunció su desaparición? Puede que fuese un sujeto
solitario y sin familia. Si yo llegara a desaparecer no creo que nadie haga
algo al respecto.
—No podemos darnos el lujo de ser tan pesimistas. En caso de que no
esté entre nuestros ocho finalistas, ya veremos cómo proseguir, de momento
hay que pensar en positivo.
—Como digas. ¿Y ahora qué?
—Ya hicimos la parte sencilla, ahora queda la complicada. Aquí tengo
los informes pertenecientes a los desaparecidos, y estos que acabo de
separar son los que corresponden a los ocho sujetos de tez blanca. Ahora es
cuando cualquier cosa que puedas recordar acerca de su aspecto nos va a
ayudar enormemente.
Jesús desplegó sobre la mesa los ocho documentos, en los que figuraba
el nombre del desaparecido, como así también una foto del mismo. Las
observé por un buen rato, mientras me partía la cabeza intentando recordar
todo lo ocurrido hace quince años. Era irónico, que luego de haber deseado
y anhelado por tanto tiempo poder borrar esos recuerdos de mi mente, ahora
estuviese haciendo un esfuerzo sobrehumano para poder traerlos de nuevo.
La rueda de reconocimiento no demoró mucho, ya que luego de ver las
fotos, y hacer memoria, pude reconocer de inmediato a quien estábamos
buscando.
—Es él —dije a la vez que señalaba uno de los documentos.
Jesús tomó el archivo y lo leyó.
—Javier Núñez, en ese momento tenía unos veintiocho años. Aquí dice
que reportó su desaparición su hermana, una tal Miriam. Según la denuncia,
dice que Javier simplemente desapareció de un momento a otro sin dar
ningún tipo de explicación. Era de los que avisaba siempre que se iba a
ausentar o demorar, por lo que eso llamó la atención de su hermana, y que
luego de buscarlo por los sitios en donde frecuentaba y no encontrarlo, se
comenzó a preocupar. Javier no tenía teléfono móvil, por lo que no había
manera de ubicarlo. La última vez que lo vieron con vida fue el sábado a la
mañana. Al ver que no regresaba y que se hacía de noche, tanto su hermana
como sus padres comenzaron a preocuparse, y luego de haber realizado una
búsqueda que no arrojó resultados positivos, decidieron dar aviso a la
policía. Como es de costumbre, la búsqueda comenzó a las cuarenta y ocho
horas del aviso de la familia, ya que deben de esperar ese tiempo, por si el
supuesto desaparecido decide volver. Lamentablemente nunca volvió, y
bien sabemos el porqué.
Escuché atento todo lo que Jesús acababa de decir, y no pude evitar
pensar en que, si hubiera actuado de otra manera, tanto su hermana como
sus padres, hubieran tenido la paz que nunca lograron alcanzar, ya que, si
hay algo peor que perder un ser querido, es el hecho de no poder enterrarlo
y vivir con la incertidumbre de si estará vivo o no. El esperar por tantos
años a que regrese milagrosamente debió de ser una tortura inimaginable, y
el solo pensar en ello hizo que estuviera a punto de vomitar. Me sentía
responsable, como si les debiera una respuesta, un punto final a su suplicio.
Esto lejos de desmoralizarme o paralizarme hizo que tuviera un motivo
extra para llegar hasta el final de todo. Ahora no solo debía desenmascarar a
Raziel para evitar ir a la cárcel, ahora debía hacerlo por Javier y su familia,
para darles un cierre, para que puedan continuar con sus vidas, aunque
siendo sinceros, dudaba mucho que se pudiera continuar luego de una
pérdida como esa.
Jesús me miraba preocupado al notar que me había quedado en silencio
y meditando para mis adentros.
—¿Estás bien? ¿Quieres un poco de agua?
—Estoy bien descuida. Solo estaba pensando en todo lo que debieron
de atravesar sus familiares.
—Debió de ser un infierno, pero eso no nos tiene que frenar ni
desmoralizar.
—Pienso exactamente de ese modo. Ahora tenemos la posibilidad de
otorgarles un cierre, y de cierto modo, un poco de justicia.
—Me alegra oír eso. Ahora deberíamos de averiguar cual pudo ser el
motivo de que lo asesinaran. Según las notas que figuran en el archivo, no
era un sujeto conflictivo, trabajaba en un restaurante, y estaba estudiando
para recibirse de contador. Nunca se había peleado con nadie, ni tenía
antecedentes. Según el dueño del restaurante era un chico muy educado que
desempeñaba muy bien su trabajo y nunca había llegado tarde ni faltado por
ningún motivo. La familia dice que era muy querido por sus amigos, y que
estaba soltero.
—A simple vista era un sujeto modelo. Trabajaba, estudiaba, bueno con
su familia, bueno con sus compañeros de trabajo, querido por sus amigos.
No tenía pareja, por lo que debemos descartar algún motivo pasional. No
veo de donde podemos tirar.
—Recuerda que no todo es lo que parece, y que hasta las personas más
perfectas ocultan algunos secretos oscuros. De momento no podemos
descartar nada. Puede que estuviera involucrado en algún negocio turbio y
lo mataran a modo de ajuste de cuentas. Uno nunca sabe.
—Puede ser, aunque no me cierra mucho que digamos. Trabajaba,
estudiaba y tenía vida social. ¿En qué momento podría tener tiempo para
dedicarse a otra cosa?
—Puede que tengas razón. Pero como ya te dije, todo el mundo siempre
tiene algo que ocultar, solo es cuestión de saber dónde buscar. La familia
continúa viviendo en el mismo sitio, y él vivía con ellos hasta el momento
de desaparecer. El barrio no queda muy lejos de la zona de los bosques
donde ocurrió todo. Puede que haya quedado con alguien de noche, y ese
alguien decidió matarlo por algún motivo. Aunque pensándolo bien, puede
que ni siquiera lo haya matado en aquel sitio, no tenemos ninguna certeza,
solo que luego de que tú intentaste dejarlo en el fondo del río, su homicida
volvió y se aseguró de que nadie lo encontrara, o por lo menos hasta ahora.
—Algo me dice que el homicidio tuvo lugar en la zona de los bosques,
aunque no entiendo por qué lo habría tirado al río para luego enterrarlo —
reflexioné.
—Puede que el asesino no lo arrojara al río. Puede que lo matara
mientras Javier intentaba huir, y cuando este cayó sin vida en el río, no
pudo agarrarlo a tiempo y la corriente se lo llevó desafortunadamente hasta
donde tú te lo encontraste. Eso tendría sentido.
—A decir verdad, sí. Hay otra cosa que hasta ahora no había pensado, y
es el hecho de que puede que conociera a su asesino.
—¿Qué te hace pensar eso?
—El simple hecho de que estuviera vistiendo solamente una bermuda.
Es como si hubiera estado nadando antes de ser asesinado. Sin ir más lejos,
cuando lo rescaté, o, dicho de otro modo, cuando lo saqué del agua, me
daba esa impresión.
—Quizás si había una pareja después de todo. Puede que haya quedado
con ella o él para verse en el bosque. Puede que estuvieran manteniendo
una relación clandestina.
—¿Y por qué su pareja lo mataría de buenas a primeras y luego
enterraría el cuerpo?
—Esa respuesta la desconozco, pero ya la averiguaremos. Por lo pronto
creo que deberíamos de investigar su entorno cercano.
—¿Estás diciendo de ir a hablar con su familia?
—Exactamente. Desde luego que no les diremos nuestros verdaderos
nombres, ni nuestros verdaderos motivos. Solo iremos a modo de
investigadores. Podríamos utilizar la historia que le conté a Sara. Estamos
realizando una investigación para un libro.
—Creo que no es una buena idea. Nos puede costar mucho arriesgarnos
de ese modo.
—El que no arriesga, no gana. Además, tú mismo fuiste el que dijo que
el tiempo apremiaba. Hoy es domingo y estoy casi seguro de que si vamos
los encontraremos en casa.
—No sé cómo, pero voy a acceder a tu locura. Además, fui yo el que te
pidió ayuda, y no corresponde que ahora venga a poner quejas ante tus
ideas, por más descabelladas que parezcan.
—No tiene nada de descabellado, es simple lógica y razonamiento.
—¿Cuándo iremos?
—Ya mismo de ser posible. ¿Tienes algo mejor que hacer?
—Definitivamente no. ¿Viniste en auto?
—Así es, está aparcado en la esquina. Toma lo que necesites y vamos
que no hay tiempo que perder.
—Espera un momento, yo renté un auto ayer, para realizar la tarea en
cuestión. Podemos ir en él si quieres.
—Prefiero que vayamos en el mío. Tengo una manía que no me permite
viajar de pasajero. Me pongo muy nervioso cuando conduce otra persona.
Solo confío en mis habilidades al volante.
—De acuerdo, como digas. Entonces puede que sea buena idea
devolver el auto. ¿Qué opinas?
—¿Lo limpiaste bien? Sabes a qué me refiero.
—Puedes darlo por hecho. Utilicé un bolso de viaje, y en ningún
momento apoyé los restos sobre alguna parte de la superficie del auto.
—Excelente. ¿Formateaste el GPS?
—No… ¿Por?
—¿Por? ¿En serio? Básicamente le estarías dejando una confesión
firmada de puño y letra a las autoridades, llegado el caso de que se dé inicio
a una investigación. Debemos de asegurarnos de no dejar ninguna prueba
de lo que hiciste. Pero tranquilo, ya yo me ocupo de eso.
Luego de tomar algunas cosas para el viaje, fuimos hasta el auto de
alquiler, y Jesús se encargó de borrar el historial del GPS. Seguidamente
revisó todas las butacas, el piso y el baúl, buscando cualquier indicio
acusatorio. Al confirmar que el vehículo estaba limpio, me dijo que
fuéramos hasta la agencia en los dos autos, y que una vez que lo devolviese,
continuaríamos el viaje en el suyo.
Hicimos lo que Jesús me había dicho, y en cuestión de treinta minutos
ya estábamos de camino a la casa de los padres de Javier. En la agencia no
mi hicieron ningún rodeo, no estaba la chica que me había atendido la otra
noche, en su lugar había otro sujeto, quien me imprimió el recibo y me
pidió que firmara, tras lo cual, le entregué las llaves del auto y me despedí.
El viaje transcurrió con música de fondo. Al parecer Jesús era un
amante de la música en general, y su lista de reproducción era bastante
variada. De vez en cuando bajaba el volumen para preguntarme si
necesitaba que se detuviera por algo, a lo que le respondía que estaba bien.
Acto seguido, volvía a subir el volumen y continuaba tarareando sus
canciones favoritas.
El camino se me hizo más corto de lo esperado, puede que gracias al
efecto hipnótico de la música o a que el piloto tenía preferencia por pisar un
poco demás el acelerador. La cuestión es que en menos de dos horas ya
estábamos arribando a la ciudad. Una vez dentro, volvimos a revisar la
dirección en el documento de la policía. Finalmente llegamos a la vivienda
de los Núñez. Eran las cinco de la tarde, y el sol aún nos regalaba unos
últimos momentos de su cálida luz. Nos estacionamos en la esquina, y antes
de bajar, Jesús me miró y dijo:
—Antes que nada, necesitamos ponernos de acuerdo con lo que vamos
a decir. Ya quedamos en que les diríamos que estamos realizando una
investigación para un libro.
—Así es. Podríamos decir además que la finalidad del libro es exponer
las falencias del cuerpo de policías a la hora de realizar la búsqueda de una
persona desaparecida. Puede que eso les interese más que simplemente
colaborar porque sí con un simple libro. Calculo que ya varios periodistas y
demás criaturas chupa sangre les habrán hecho notas que nunca sirvieron de
nada. Deben de estar fastidiados de toda esa calaña. Si queremos obtener
algo de información, tenemos que poder ofrecerles algo que realmente les
interese.
—Veo que ya estás comenzando a pensar con la cabeza. Eso me agrada.
Estoy completamente de acuerdo. Vamos a intentar entrar por ese lado.
Bajamos del auto, y nos dirigimos a paso firme hasta la entrada de la
vivienda de los Núñez. La casa daba el típico aspecto de una casa de
familia, era de dos pisos y poseía varias habitaciones, o por lo menos eso
era lo que aparentaba desde fuera. El jardín se notaba cuidado, casi hasta en
un punto obsesivo. Probablemente la madre o el padre se habrían volcado
de lleno a ese hobby para intentar lidiar con la desaparición de Javier.
Golpeamos la puerta, y al cabo de unos segundos pudimos oír a alguien
del otro lado que preguntaba: —¿Quién es?
—Hola que tal, buenas tardes —Jesús se apresuró en responder—.
¿Esta es la vivienda de la familia Núñez? Estábamos interesados en poder
charlar unos minutos con los señores, si no es mucha molestia
Al terminar de decir aquello, del otro lado de la puerta no se oyó
absolutamente nada, tal es así, que pensamos que algo había sucedido, o
que quizás no estaban de humor para atender a nadie. Puede que ya
hubiesen adivinado por donde venía el motivo de nuestra visita. De todos
modos y por fortuna, luego de un minuto, el cual se hizo eterno, finalmente
la puerta se abrió, y tras ella apareció la figura de un hombre mayor y
corpulento, que a simple vista demostraba una expresión de tristeza y
desazón.
—Si están aquí por lo mismo que todos los otros buitres, desde ya les
digo que no tengo nada nuevo que contarles.
Al decir eso, el hombre comenzó a cerrar la puerta con todas las
intenciones de no volver a abrirla, por lo que rápidamente tomé la iniciativa
y le dije a la vez que ponía el pie para evitar que terminase de cerrar del
todo la puerta: —Disculpe señor. Creo que no nos anunciamos como es
debido. Estamos en pleno conocimiento de todo por lo que han pasado, y
lejos está de nuestras intenciones generar una mella aún mayor en sus
pesares. Permítame presentarnos como corresponde. Mi nombre es Bruno, y
el de mi compañero es Sergio, nuestra presencia aquí se debe a que estamos
realizando un trabajo de investigación para un libro, el cual se va a basar en
desapariciones, y va a poner especial foco de atención en el mal desempeño
de las fuerzas policiales a la hora de realizar la búsqueda de los
desaparecidos. Puede creerme cuando le digo que no estamos aquí
simplemente para escribir una noticia amarillista que solo busque vender
sin preocuparse en lo más mínimo por generar un impacto considerable en
el sistema. Sé que debe de estar harto de repetir lo mismo una y otra vez,
pero le aseguro que esta vez será diferente, esta vez buscaremos algo más
que solo una noticia.
El hombre escuchó atento todo mi discurso, y al parecer le hizo
replantearse el cerrar la puerta, ya que, al culminar mis palabras, volvió a
abrirla de par en par. Algo en su expresión había cambiado, y aunque
todavía denotaba tristeza, ahora se podía vislumbrar un pequeño rastro de
esperanza.
—Veo que no son como esos carroñeros que solo repiten y repiten
como loros las noticias, que en un momento están dando una noticia terrible
como una desaparición o una muerte, y segundos más tarde se están riendo
de un video estúpido que presentan con la misma importancia. Creo que
deberíamos de empezar de nuevo. Disculpen mis modales. Mi nombre es
Oscar Núñez, ¿Desean pasar y tomar algo?
—Desde luego señor Núñez, será un placer —respondí, para
seguidamente entrar en la vivienda.
Jesús se había quedado mudo tras mi discurso improvisado, al punto tal
que no emitió palabra por un buen rato. Ya dentro de la casa, el Señor
Núñez nos guió hasta la cocina, donde nos ofreció un café, el cual
aceptamos. Mientras el agua del hervidor se calentaba, nos ofreció que
tomemos asiento, y tras ubicarnos, comenzó a decir.
—¿Qué puedo decirles que no sepan hasta ahora?
—Nuestra investigación intenta adoptar un enfoque distinto. Lo que
estamos buscando es prestar especial atención a los pequeños detalles, esos
pequeños detalles que la mayoría de oficiales cansados y no aptos para sus
tareas pasan por alto. Nos gustaría que nos comente un poco acerca de
Javier, cómo era, qué cosas hacía, quiénes eran sus amigos, si notó algo
extraño los días previos, cualquier cosa, cualquier cambio de actitud o de
rutina. Sabemos que ha pasado mucho tiempo, pero le agradecería que haga
el esfuerzo. ¿Le importa si tomo notas? —le pregunté a la vez que sacaba
una libreta.
—Para nada, lo que les sea útil. Intentaré ser lo más puntilloso posible,
pero no les aseguro nada, ya han pasado muchos años.
Al ver que el hervidor ya había alcanzado el punto deseado, se levantó
y sirvió los cafés. Ya con las infusiones dispuestas frente a cada uno, Oscar
comenzó su relato.
Básicamente nos dijo lo mismo que figuraba en los documentos de la
policía, excepto por unos detalles, los cuales no me parecieron para nada
descartables. El padre de Javier nos dijo que su hijo se había mostrado un
tanto distinto los días previos a su desaparición, no podía explicar
exactamente cómo, pero podía notarlo extraño, como si estuviera ocultando
algo. En su momento no le había dado importancia, pero le hubiese gustado
hacerlo, ya que, de haberlo hecho, puede que otra hubiese sido la historia.
Javier era un chico de rutinas, que nunca se salía de ellas, excepto la
semana previa a su desaparición. Llegó tarde dos días seguidos, lo cual no
era normal en él, y demostraba especial cuidado por poder hablar por
teléfono en privado. Los oficiales a cargo de la investigación no le dieron
especial importancia, ya que decían que quizás estuviera saliendo con
alguien. Luego nos dijo que sabía que su hijo estaba ahorrando para abrir su
propio estudio cuando se recibiera, ya que ellos se encargaban de pagarle la
carrera, y que luego de su desaparición, cuando buscaron en su habitación
entre todas sus pertenencias, no hallaron rastro alguno del supuesto dinero.
No sabía cuánto era, pero suponía que debía de ser bastante, ya que hacía
algunos años que estaba trabajando en el restaurante. Esto también fue
desestimado por parte de la policía, ya que decían que muy probablemente
se lo hubiese gastado en salir de fiesta o cosas por el estilo. Según Oscar,
Javier no tomaba ni consumía drogas, por lo que no tenía vicios, y
aseguraba que su desaparición podría estar relacionada con ese dinero que
desapareció, pero que nunca nadie siguió esa hipótesis. Terminó
diciéndonos que desde su desaparición nunca volvieron a tener noticias de
él, pero que, de todos modos, continuaban esperándolo, ya que para ellos
seguía con vida.
Esto último hizo que me estremeciera y sintiese una presión en el
pecho. Él dolor y la angustia de ese padre era palpable, y no podía dejar que
continuase de ese modo. Luego de escuchar atento todo lo que nos decía
Oscar y tomar las notas pertinentes, le dije que le agradecía por su tiempo y
consideración, y si existía la posibilidad de hablar con la hermana, quien
había realizado la denuncia. Nos dijo que su hija aún vivía allí, y que no
tardaría en llegar. Había salido a realizar unos recados, y podíamos
esperarla si así lo deseábamos, a lo que le respondí que nos encantaría,
siempre y cuando no fuese una molestia para él. Su respuesta fue llenarnos
las tazas de café y ofrecernos algo para comer, lo cual aceptamos con
mucho gusto.
Capítulo 10

El señor Núñez nos sirvió unas galletas en el mientras tanto que


esperábamos a Miriam, quien llegó a la brevedad como nos había dicho.
Era una mujer de casi treinta años, se la veía delgada, de estatura media,
cabellera larga y castaña, con una mirada que transmitía cierto recelo para
con la sociedad. Este detalle no cambiaba el hecho de que era muy atractiva
y que guardaba un cierto encanto que no supe explicar en ese momento.
Cuando entró en la casa y nos vio en la cocina, se extrañó y de inmediato
pensó que éramos unos periodistas, por lo que automáticamente dirigió una
vista severa hacia su padre, al mismo tiempo que le decía.
—Papá, cuantas veces tengo que decirte que no dejes pasar a estos
malvivientes. Lo único que quieren es vender una noticia. Nadie hizo nada
por nosotros en todo este tiempo —sin dejar que su padre le pudiese
responder, giró la cabeza y se dirigió hacia nosotros—. Si son tan amables,
les agradecería que salgan por donde entraron —dijo secamente,
acompañando su exigencia con un ademán de la mano en dirección a la
salida.
Lejos de darme por vencido, intenté adoptar una postura conciliadora.
—Disculpe esta intrusión en su casa. Su padre nos invitó a pasar y
simplemente estuvimos charlando por un rato. Mi nombre es Bruno y el de
mi compañero es Sergio. Estábamos aguardándola a usted para hacerle
algunas preguntas. Como ya le dije a su padre, no somos periodistas.
Estamos realizando un trabajo de investigación para un libro que va a estar
dirigido a poner en evidencia la falta de diligencia que existe en el cuerpo
policial a la hora de llevar a cabo la búsqueda de una persona desaparecida.
Tenemos plena confianza que con nuestro libro podremos hacer algo
relevante para con las familias de los desaparecidos. Por tal motivo, y sin
ánimos de ser una molestia, me gustaría pedirle tan solo cinco minutos de
su valioso tiempo para discutir algunas cuestiones referentes a su hermano.
Nuevamente había logrado dar en el clavo con el discurso, y Miriam
había cambiado por completo su actitud corporal, tal es así, que en lugar de
continuar haciendo ademanes para que nos fuéramos, tomó asiento y se
quedó en silencio por algunos segundos. Al parecer estaba procesando todo
lo que acababa de decirle, y por lo visto, estaba dispuesta a colaborar con la
causa.
—Está bien, Voy a darles lo que piden. Pero tan solo cinco minutos.
Aún continuaba manteniendo un tono escéptico, pero su postura daba a
entender que quería colaborar.
—Muchas gracias por la confianza. Como ya le dije anteriormente a
Oscar, creemos que la policía, más específicamente los agentes encargados
de recopilar la información necesaria, no eran idóneos para la tarea, y muy
probablemente hayan pasado por alto los pequeños detalles que suelen
resultar claves en casos como el de Javier. De tal modo, me gustaría pedirle
que haga un esfuerzo por intentar recordar cualquier detalle que en su
momento creyó irrelevante, o que quizás les dijo a los agentes, y que éstos
desestimaron. Cualquier cosa puede servir.
—Con Javier siempre fuimos muy unidos, al punto tal que solíamos
confiarnos todo lo que nos sucedía. Algo que siempre me hizo ruido, y que
les hice saber a los agentes en su debido momento, era que la semana previa
a su desaparición había adoptado una actitud un tanto distante para
conmigo, y siempre que quería hablar acerca de lo que le sucedía,
terminaba rehuyendo de mí o diciéndome que estaba ocupado, que en otro
momento hablaríamos. Esa semana en particular había cambiado su rutina.
Él siempre solía llegar a casa a una determinada hora, y los días previos
había llegado más tarde que de costumbre. Esto me extrañó, ya que el
siempre salía del restaurante donde trabajaba y venía directamente a casa.
Dicho recorrido no le tomaba más que quince minutos, haciéndolo a pie,
pero esos días había tardado dos horas y media, lo cual no era normal en él.
—¿Sabía si estaba saliendo con alguien? —preguntó Jesús.
—No, definitivamente no. A no ser que haya comenzado su relación
durante esos días en los que no me decía nada, cosa que dudo. Aquí
solemos conocernos todos, y él no estaba hablando con nadie. Más de una
vez había intentado hacerle de madrina con mi mejor amiga, pero rechazaba
la oferta diciendo que no tenía tiempo para esas cosas, que más adelante
quizás.
—Del grupo de amigos de Javier, ¿Alguien se mostró diferente los días
posteriores a su desaparición? —indagué.
—Todos se mostraron igual de afectados. Hablé con cada uno de sus
amigos, con la esperanza de que alguien supiera algo que yo no, pero nadie
sabía nada, y todos coincidían en que la última semana lo habían notado
diferente. Al pensarlo ahora, es increíble cómo ninguno de los agentes le
prestó atención a eso.
—Una última cosa, y ya no la molestaremos más. ¿El nombre de Raziel
le dice algo?
—¿Raziel? —dijo extrañada.
—¿El Arcángel de los misterios? —dijo Oscar— ¿Qué tiene que ver
con la desaparición de mi hijo?
—De momento nada, pero era una pregunta que teníamos que hacerles
por cuestiones de la investigación —repliqué—. Una cosa más si me
permiten.
—Adelante, pero que sea la última pregunta. tenemos cosas que hacer,
y se está haciendo tarde —dijo Miriam con tono de fastidio.
Era evidente que quería que nos fuésemos de allí.
—Prometo que será la última pregunta. Teniendo en cuenta todo lo que
nos comentaron acerca de Javier y su impecable fama para con todos, y
basándome en que usted señor es un ávido conocedor de la religión, por
esas casualidades, ¿Javier solía ir a la iglesia?
Mi pregunta había generado algo en ambos Núñez, quienes se miraron
al mismo tiempo.
Tras pensar la respuesta por algunos segundos, Miriam terminó
tomando la palabra: —Solíamos ir todos los días a la misa nocturna del
padre Teófilo, y, a decir verdad, aún lo seguimos haciendo. Nos brinda su
apoyo incondicional y nos ayuda a poder sobrellevar esta desdicha.
—Esos días en los que Javier llegó más tarde que de costumbre, ¿se
ausentó de la misa?
—Sí, de hecho, regresó ambos días mucho después de finalizada la
misa. Eso no era común en él, ya que tenía una relación muy cercana con el
sacerdote.
—Sé que mi compañero dijo que ya no les causaríamos más molestias,
pero quisiera saber si existe la posibilidad de que asistamos a la misa de
esta noche —dijo Jesús.
—No se le puede negar a nadie el acceso a la palabra de Dios, por lo
que, si eso es lo que gustan, pueden asistir sin ningún problema. Eso sí, la
misa comienza a las ocho, aún falta una hora, y como ya les dijo mi hija,
tenemos que hacer cosas. Será un gusto volver a verlos en la iglesia.
Tras las palabras de Oscar, básicamente nos podíamos considerar
echados de un modo bastante educado y coloquial, por lo que decidimos no
continuar presionando y emprender la retirada. Jesús le pidió la dirección de
la iglesia, y mientras la anotaba, yo aproveché para darle las gracias a
Miriam por su tiempo y que disculpara si la habíamos incordiado con
nuestras preguntas y con el hecho de rememorar lo acontecido. Ya sin más
que hacer allí, nos despedimos diciendo que los veríamos en breve, a lo que
Miriam no se mostró muy entusiasmada.
Salimos de la casa y cuando ya nos encontrábamos cerca del auto, le
dije a Jesús.
—¿Se puede saber en qué estabas pensando cuando les dijiste de ir a la
misa?
—¿Es una broma verdad? Supuse que estarías de acuerdo. Es obvio que
el tal Teófilo oculta algo relacionado con lo sucedido, y hasta puede que
tanto Miriam como Oscar también estén ocultando algo.
—¿Qué estás diciendo?
—Simplemente digo que sus caras quedaron petrificadas al oír tu
pregunta, parecía como si hubiesen visto un fantasma, ¿Acaso me vas a
decir que no te diste cuenta?
—Claro que me di cuenta, solo que no me parecen sospechosos, su
dolor es auténtico, dudo que hayan tenido algo que ver.
—¿Y si su dolor proviene de la culpa? ¿Y si tuvieron algo que ver con
la desaparición de Javier y el haber sido responsables no les deja vivir en
paz? —al ver que no estaba de acuerdo con su observación, agregó
rápidamente— De todos modos, teníamos que ir a ver al padre, y que mejor
que hacerlo ahora y ahorrarnos otro viaje.
—Puede que tengas razón en eso, pero con lo que respecta a la familia,
te aseguro que no tuvieron nada que ver.
—Eso ya lo veremos, no hay que dar ninguna posibilidad por
descartada. Como ya te dije antes, todos tienen algo que ocultar, y hasta
quienes menos aparentan tener secretos, guardan algo que no quieren que se
sepa.
—Como digas. De momento vayamos a un bar.
—¿Te quedaste con hambre?
—Necesito pasar al baño, me dio cierto pudor pedírselo a ellos.
Mi comentario generó la risa en Jesús, quien luego de reír por algunos
segundos, me dijo que no había inconveniente, que creía haber visto un bar
por el camino.
Fuimos al bar, y además de utilizar el baño, aprovechamos para matar
el tiempo y comer algo hasta que se hiciera la hora de la misa. Por un
momento habíamos podido distendernos y charlar despreocupadamente de
cuestiones ajenas al caso, necesitábamos desconectar un poco de la
realidad, para poder volver a sumergirnos en nuestros roles de un modo
óptimo. Al ver la hora en el noticiero que estaba siendo emitido en el
televisor del bar, pedimos la cuenta, y tras pagarla nos retiramos de allí con
las energías recargadas y listos para lo que pudiese venir.
Capítulo 11

La primera impresión que me generó la iglesia del padre Teófilo fue un


poco extraña, ya que al contrario de lo que me imaginaba, este edificio
parecía una casa más del barrio, quizás un poco por demás lujosa, pero una
casa al fin y al cabo, a no ser por un pequeño cartel que rezaba,
«Congregación del padre Teófilo».
El edificio aparentaba un lujo quizás desproporcionado con lo que uno
se esperaría respecto a una típica iglesia de barrio, al parecer los fieles que
frecuentaban las misas eran más que generosos con sus limosnas, o el padre
Teófilo era un genio a la hora de hacer negocios. Fuese cual fuese el
motivo, eso ya comenzó a parecerme extraño.
Luego de ver los lujos con los que estaba compuesta la fachada, nos
miramos con Jesús y, sin tener la necesidad de decir una palabra, estaba
seguro que ambos pensábamos lo mismo, «aquí hay gato encerrado», o
como se suele decir en la jerga religiosa, «cuando la limosna es tan grande,
hasta el santo desconfía». Solo que aquí el supuesto santo lejos de
desconfiar, estaba aprovechando a diestra y siniestra su posición.
Al ver que ya casi era la hora del comienzo de la misa, apuramos la
inspección del edificio, y nos adentramos en la iglesia. La cosa por dentro
no distaba en absoluto del exterior. Se podían observar varias filas de
bancos a ambos lados de la sala, los cuales tenían toda la pinta de estar muy
bien cuidados o ser nuevos. Se podían apreciar algunos detalles dorados, lo
cual a mi parecer era oro, y básicamente el piso estaba revestido por una
fina alfombra que dudo fuese barata. Hablando mal y pronto, a esa iglesia
se le escurría lo fino, cosa que me hizo replantear acerca del rumbo
profesional que había tomado, ya que el negocio de la religión parecía ser
bastante lucrativo. Luego de observar los detalles innecesariamente caros,
intentamos mantener una postura neutral y tranquila, sabíamos que
estábamos en posible terreno enemigo, y lo que menos queríamos era
levantar sospecha. La mayoría de lugares estaban ocupados por lo que
creíamos eran vecinos, y en la segunda fila de adelante hacia atrás, estaba
Oscar y Miriam sentados a la espera de que comience la misa. Viendo que
no había lugares disponibles a su lado, nos pareció oportuno no ir y
molestarlos, por lo que simplemente nos sentamos en la última hilera.
Nuestra presencia atrajo algunas miradas curiosas, era de esperarse, no sé
con cuanta frecuencia se suelen sumar fieles a un rebaño. A los pocos
minutos de tomar asiento, un señor de edad avanzada, quien por las ropas
que llevaba deduje que era el padre Teófilo, tomó lugar detrás del Ambón
(sitio donde se lee la biblia), y comenzó a decir unas palabras dirigidas a
todos sus feligreses.
Supuse que era el típico discurso que solía dar, ya que sinceramente
nunca fui de los que van a la iglesia. Siempre fui partidario de que Dios está
en todas partes y no solo dentro de un edificio lujoso. El sermón del padre
fue extenso, lento y poseedor de un efecto sedante, que sin lugar a dudas era
mucho más efectivo que cualquier narcótico para inducir el sueño.
Luego de librar una lucha por intentar mantenerme despierto durante lo
que me pareció una eternidad, finalmente culminó sus palabras diciendo
que antes de comenzar a leer el versículo del día daría lugar al momento de
la colecta, la cual estaba siendo ejecutada por el hermano David.
La colecta comenzó de adelante hacia atrás, por lo que, al llegar a
nosotros, pude observar que en el cepillo (cesta donde se coloca la
limosna), no había gran cantidad de dinero, lo cual era extraño, teniendo en
cuenta la cantidad de personas, por lo que una de las posibilidades que
explicarían los lujos de aquel lugar se caía. Al ver los ojos con los que me
estaba juzgando el hermano David, no me quedó otra alternativa que
colaborar con la causa de la iglesia, la cual francamente desconocía. Por su
parte, Jesús ni siquiera atinó a meter la mano en su bolsillo para buscar
alguna moneda, simplemente se limitó a realizar un gesto con la cabeza y a
sonreírle a David, como diciéndole que gracias, pero que él estaba bien con
su conciencia.
Luego de no poder sacarle nada a mi compañero, el recolector se retiró
y dio por finalizada la recaudación. El sacerdote observó con cara de
desaprobación la cantidad recaudada, y sin comentar nada al respecto, pasó
a lo que había anunciado anteriormente. Comenzó a leer un salmo, no
recuerdo cual exactamente, y a los pocos minutos no pude continuar
resistiéndome a los embates del sueño y me dormí profundamente.
Para mi fortuna, Jesús era la parte del equipo más responsable, y
permaneció despierto durante toda la misa. Cuando el padre dio por
finalizada la misma, me golpeó con el codo y me despertó. Pude ver como
de uno en uno los allí presentes, fueron abandonando el salón. Algunos se
detenían a cambiar algunas palabras con el sacerdote, otros simplemente lo
saludaban y le daban las gracias por la misa. En un momento dado, los
Núñez comenzaron a retirarse, y al aproximarse hasta la última hilera, sitio
donde permanecíamos sentados, al vernos, adoptaron una actitud un tanto
peculiar, y al llegar a nuestra altura, Oscar solo se limitó a decir.
—Asistieron finalmente. Espero que les haya gustado. Son bienvenidos
siempre que quieran volver.
Le agradecí y aseguré que me había gustado mucho la misa y la manera
en la que se expresaba el padre, que muy probablemente volveríamos en
alguna otra oportunidad. Miriam por su parte, no nos dijo más que un
adiós. Al verlos marchar tras aquella situación tan extraña, la teoría de
Jesús cobró más fuerza.
Aguardamos hasta que todos se hubiesen marchado, y ya cuando solo
quedábamos nosotros y el padre, nos acercamos hasta el presbiterio donde
se encontraba este.
—Hola padre Teófilo. Antes que nada, me gustaría felicitarlo por su
misa, y hacerle saber mi gran agrado para con su iglesia. Fueron palabras
muy profundas y dignas de reflexión. Permítame presentarme, mi nombre
es Bruno y el de mi compañero es Sergio.
—Hola hijo mío, ya me parecía que eran caras nuevas. Suelo conocer a
la perfección a cada miembro de mi comunidad. Muchas gracias por tus
palabras. Las puertas de la casa del señor siempre estarán abiertas para
ustedes.
—Muy amable padre. Al margen de que la misa nos haya gratificado
profundamente, debo decirle que los motivos de nuestra presencia aquí son
otros. Nos gustaría poder hablar algunos minutos con usted acerca de un
miembro de la iglesia, su nombre es Javier Núñez, y como ya ha de saber,
se encuentra desaparecido desde hace quince años.
La cara del padre se mantenía imperturbable, y si estaba poniéndolo
incómodo con lo que acababa de decirle, no lo demostraba para nada.
—El hermano Javier era un fiel ejemplar. Le guardo una gran estima, es
una lástima que le haya sucedido eso. Sé que siempre se suele decir que la
fe es lo último que se pierde, pero en estos casos, es necesario asumir lo
ocurrido para poder poner un punto final y hacer el correspondiente duelo.
Las palabras del sacerdote me tomaron por sorpresa, ya que creí que
mantendría la postura de que habría que siempre esperar lo mejor y ser
optimistas, pero por lo visto estaba lejos de comprender su manera de
pensar.
—Desde luego que puedo brindarles algunos minutos de mi tiempo.
Acompáñenme —dijo con tono sereno.
El padre Teófilo nos guió hasta su despacho, el cual se encontraba
detrás del salón principal. En el interior se podía observar un escritorio,
donde había dispuestas dos sillas de un lado, y un sillón del otro. En una
esquina no pude dejar de observar una caja fuerte, cosa que llamó
poderosamente mi atención, ya que no sabía que las iglesias tenían una.
Todos los días se aprende algo nuevo. Una vez dentro, nos indicó que
tomáramos asiento en las sillas, y él se acomodó en el sillón que se
encontraba al frente.
—Bueno señores, díganme cómo puedo ayudarles.
—Nos gustaría saber cómo era su relación con Javier, como así también
si desempeñaba algún tipo de función en su iglesia —dijo Jesús.
—Mi relación con Javier era la misma que la que mantengo con
cualquier otro fiel. Era un joven muy entusiasta y se dedicaba de lleno en
sus ratos libres a colaborar en lo que fuese necesario. Solía ayudarme a la
hora de acomodar el salón luego de las misas, y siempre que se llevaba a
cabo algún evento de caridad era uno de los primeros en anotarse como
voluntario. Si están pidiendo mi opinión al respecto, creo que tenía una
vocación muy especial por ayudar al prójimo. Su pérdida fue algo muy duro
que nos afectó significativamente.
—Perdón por la interrupción —dije—. No puedo dejar de observar, que
tanto antes en el salón, como ahora, se refiere a él como si hubiera muerto.
Según los informes policiales el cuerpo nunca fue hallado, y su familia aún
continúa manteniendo la esperanza de que algún día regrese. ¿A caso usted
posee algún dato que le hace pensar lo contrario?
—Ya les comenté lo que pienso al respecto. El por qué pienso así se
debe simplemente a que el perfil de Javier no era el del típico joven que
abandonaría a su familia y a su comunidad y desaparecería de la noche a la
mañana. Ciertamente no puedo explicarlo de un modo certero, pero sé que
él no regresará. Su familia se rehúsa a aceptar la realidad y prefiere
continuar con su eterna espera. Para que una herida pueda sanar, hay que
aceptar el daño. Si vivimos engañándonos y diciéndonos que nunca pasó,
viviremos un padecimiento en bucle que nunca terminará.
—¿Habló al respecto de ese tema con su familia? —indagué.
—Desde luego que lo hice, pero lamentablemente como ya saben, se
niegan a oír la palabra de un simple servidor. Una verdadera pena.
—Advertimos que la madre no se encontraba hoy acompañando al resto
de la familia. ¿Se debe a algún motivo en particular? —pregunté.
—Veo que no conocen la historia por completo.
Al escuchar esto, nos miramos confundidos con Jesús, y le hicimos un
gesto para que continuase.
—La madre de Javier se llama, o llamaba Guadalupe. Luego de que
pasaran aproximadamente cinco años de su desaparición, decidió que no
podía continuar viviendo de ese modo y se largó, abandonando a su esposo
y a su hija. Ella asumió la pérdida, y no soportó que el resto de la familia no
lo haga. Francamente no estoy de acuerdo con el modo de proceder, pero
cada quien tiene sus motivos, y creo que hay que respetar las decisiones de
los demás, a pesar de no compartirlas.
—¿Nunca volvió a saber nada de ella? —preguntó Jesús.
—Lo último que supe es que se había ido a la casa de una hermana que
vive muy lejos en el norte, y de eso ya hace varios años. Por eso es que me
referí a ella del modo en que lo hice. Por lo que hablé con Oscar y Miriam,
ellos no volvieron a tener novedades. Una verdadera lástima el modo en que
una tragedia puede destruir una familia.
—Ni que lo diga —dije, intentando expresar un poco de empatía—.
Volviendo a la semana previa a la desaparición de Javier, ¿recuerda algo
que le haya llamado la atención?
—Solo recuerdo que los días previos a la desaparición no había venido
como de costumbre a ayudar con la misa. Eso llamó mi atención, pero se lo
atribuí a que quizás estaría demasiado ocupado con cuestiones de estudio o
del trabajo.
—Además de Javier, ¿Había algún otro joven que estuviese ayudando
en ese momento? —indagó Jesús.
—Los voluntarios suelen ir rotando todo el tiempo, sinceramente no
recuerdo quien además de Javier estaba en esa época. Mi memoria ya no es
lo que era, deben de comprender que ya soy un hombre mayor, y los años
no vienen solos —respondió a la vez que acompañaba sus dichos con una
carcajada fingida.
—Es completamente entendible. Descuide, era simple curiosidad —
dije, pretendiendo mostrar que no tenía importancia—. Me gustaría hacerle
una pregunta, y espero que no le incomode. Soy un hombre muy curioso,
defectos que son inherentes a la juventud, aunque esta ya esté en sus
últimos momentos —y reí falsamente a modo de réplica.
—Faltaba más. Adelante, pregunte lo que guste, que no me voy a
ofender.
—Al visitar su iglesia hubo algo que llamó poderosamente mi atención,
y es la cuestión pertinente a los lujos que se pueden apreciar tanto por fuera
como por dentro. Me preguntaba ¿Cómo era posible costear algo así?
Disculpe mi atrevimiento, pero es que soy un inculto en la materia
concerniente a como se financian las casas de Dios.
Por primera vez la expresión del padre sufrió un cambio y abandonó
ese temple imperturbable.
Mi pregunta lo había molestado, y aunque su aspecto me decía que no
me iba a responder y que muy probablemente nos pediría que nos
largáramos, contrariamente con lo que esperaba, respondió en un tono
sereno, que ocultaba frágilmente un rastro de enfado: —Es un tema muy
largo de explicar, y lamentablemente no poseo el tiempo ni los
conocimientos necesarios para hacerlo. Se los resumiré en que recibimos
gran ayuda del gobierno y de los fieles que visitan la iglesia.
Lamentablemente esas cuestiones las suele tratar Pedro, el contador, y no se
encuentra en la ciudad en estos momentos. Con gusto en otra oportunidad
cuando se encuentre aquí les explicará con lujo de detalles. Ahora bien, se
está haciendo tarde, y debo continuar con mis tareas. Si no tienen más
preguntas, damos por finalizada la charla.
—Desde luego, no queremos importunarlo. Solo quisiera poder hacerle
una última pregunta, si me lo permite —dijo Jesús con su tono más
amistoso.
—Que sea breve por favor.
—El nombre Raziel, ¿le dice algo?
La mirada del sacerdote cobró un aire severo, que dejaba ver a simple
vista el fastidio y la incomodidad que le generaba nuestra presencia. De
igual modo, intentó disimular lo que sucedía para sus adentros, y respondió
secamente con un monosílabo: —No —luego guardó silencio esperando a
que nos diéramos por echados, y se puso de pie—. Si esa fue su última
incertidumbre, les agradezco su visita y asistencia a la misa de hoy, estaré
encantado de recibirlos en otra oportunidad —dijo a la vez que nos hacía un
gesto con la mano señalando la puerta.
Tras las palabras tan amables del padre, optamos por no seguir
presionando, y nos pusimos de pie, mientras le expresábamos nuestro
agradecimiento por su colaboración, y que lamentábamos haberle robado su
valioso tiempo. Él nos dijo que no era ninguna molestia, cosa que era una
mentira colosal, pero que, no obstante, hacía para mantener los modismos
propios de su posición.
Nos despedimos del padre Teófilo diciéndole que dentro de poco
volveríamos a asistir a su misa.
Ya dentro del auto de Jesús, mi compañero no tardó en decir:
—Definitivamente allí está ocurriendo algo. Mi detector de mentiras
interno casi explota con aquel mitómano. No puedo creer que alguien así
predique la palabra del Señor.
—Pensamos exactamente igual, y aunque puede parecer que no
sacamos nada nuevo en limpio, creo que nos dio un hilo del cual tirar.
—¿Cuál?
—Guadalupe, la madre de Javier. No me creo ni por un segundo que se
haya ido así sin más. Estoy seguro de que, si investigamos, ni siquiera tiene
hermana.
—¿Estás queriendo decir que quizás la madre se enteró de algo y la
hicieron desaparecer?
—Exactamente ¿Tu amiga Sara podrá ayudarnos con eso?
—No te aseguro nada, pero puede que sí. Lo único es que es muy
probable que comience a preguntar cosas, y dudo que pueda contentarla con
pequeñeces. Tienes que ser consciente de que se puede enterar de todo.
—¿Qué tanto confías en ella?
—Bastante. Es alguien especial, que, si no la conoces, no dirías que es
miembro de la policía.
—Llegado el caso, creo que vamos a necesitar ayuda de alguien, y que
mejor que por lo menos sea alguien de confianza.
—Durante el viaje de vuelta la llamaré y acordaré una reunión. Mañana
debería de tener el día libre.
—Antes de que volvamos, creo que deberíamos de dar una vuelta y
hablar con algunos vagabundos.
—¿Con unos vagabundos? ¿Para qué?
—Si algo me enseñó haber leído tantas novelas, es que ellos lo ven
todo, y puede que, si nos mostramos generosos con nuestra colaboración,
terminen diciéndonos algunas cosas que los Núñez y el padre Teófilo se
empeñan por mantener ocultas.
Capítulo 12

Dimos unas vueltas por las calles aledañas a la iglesia con la esperanza
de encontrar a algún vagabundo. Sabíamos que el comedor comunitario
abriría a las nueve y media, por lo que ya deberían de estar llegando los
comensales. Éramos conscientes de que le íbamos a pedir a alguien que nos
diga algo relacionado con la persona que le daba de comer, ya que el
comedor, pertenecía a la iglesia, pero, no obstante, sabíamos que todos
tenemos un precio, y que muy probablemente no todos le guarden una gran
estima al padre Teófilo. Luego de unos quince minutos conduciendo
lentamente, logramos divisar a un posible informante. Sabía que, si le
hablábamos desde el auto, lo primero que pensaría acerca de nosotros es
que vendíamos drogas o peor aún, que éramos unos tratantes de personas.
Por tal motivo y a efectos de evitar malos entendidos, me bajé del auto para
hablar cara a cara con él. El sujeto era alto, con barba larga, entrado en años
y kilos, vestía ropa oscura que se notaba de lejos que estaba sucia y un tanto
rota. Al acercarme le dije:
—Buenas noches, disculpe la molestia señor. Me gustaría poder hacerle
unas preguntas. Con mi amigo estamos haciendo una investigación para un
libro, y estamos dispuestos a recompensar generosamente cualquier dato
que pueda servirnos de ayuda. Permítame presentarme. Mi nombre es John
—consideré que ya no era necesario continuar utilizando un nombre falso,
además el utilizar otro nombre que el que habíamos usado con el padre,
podría terminar siendo una buena idea—. ¿El suyo? —dije mientras le
extendía la mano.
El vagabundo se quedó estupefacto ante mi presentación, no sé si
debido a la extrañez de la propuesta, o al modo en que me dirigía a él.
Lamentablemente hoy en día las personas se olvidan que los vagabundos
son seres humanos igual que ellos, y prefieren optar por mirar a otro lado
cuando se los cruzan por la calle, evitando cualquier tipo de contacto, ya sea
visual o físico, por lo que mi modo de dirigirme a él tan directamente le
pudo haber parecido poco común.
Luego de que pasaran algunos segundos, durante los cuales, mi posible
informante estaba meditando lo que le había dicho, terminó respondiendo
que su nombre era Saúl, y que le encantaría poder ser de ayuda, aunque no
sabía muy bien cómo.
—No tienes que preocuparte, estoy seguro que puedes ayudarnos. Te
presento a mi compañero Jesús —dije, señalando a mi camarada cuando
este bajaba del auto.
—Un gusto, caballeros. Y bien, díganme qué puedo hacer por ustedes.
Le expliqué de qué se trataba la investigación y hacia dónde estaba
orientada. La idea era que no sospechara que estábamos detrás de los Núñez
y del padre Teófilo.
—Recuerdo el caso. Javier era un joven muy atento y considerado con
todos, fue una verdadera lástima. Hasta el día de hoy se extraña su
presencia en el comedor. Espero que Dios bendiga su alma.
Habíamos tenido muchísima fortuna de justo haber encontrado a
alguien que conocía y apreciaba a Javier. Al parecer la suerte estaba a
nuestro favor.
—¿Recuerdas algo extraño que haya ocurrido por el barrio en ese
entonces? ¿Alguien escuchó o vio algo raro? A Javier no se lo pudo tragar
la tierra.
—Yo suelo ir todas las noches al comedor, y en ese entonces, Javier
siempre era el ayudante que estaba sirviendo la comida. Todos lo
apreciábamos por su modo de ser. Recuerdo que la semana en la que
desapareció, se ausentó algunas noches. Sinceramente no le presté mucha
atención, ya que sabía que tenía sus cosas y estaba ocupado. Luego al
enterarnos de que había desaparecido, realizamos una búsqueda entre todos,
pero lamentablemente no sirvió para nada.
—Lamento oír eso Saúl. Si mal no tengo entendido, el comedor
pertenece a la Iglesia del padre Teófilo, ¿No es así? —pregunté.
—Así es. Aunque el padre no suele estar presente muy seguido que
digamos. Por lo general siempre hay algún ayudante allí, y él hace acto de
presencia por un breve tiempo, tanto como para hacerse ver y demostrar
piedad por el prójimo.
Sus palabras estaban cargadas de resentimiento y rencor para con el
padre, podría ser que finalmente no necesitáramos irnos con muchos
rodeos.
Al ver la actitud que tenía Saúl respecto al sacerdote, no dudé en
explotar eso.
—¿Puede ser que no le guardes gran estima al padre Teófilo? —
pregunté, intentando no demostrar demasiado mis intenciones.
—¿Qué si no le guardo gran estima? Por supuesto que no le guardo ni
gran ni pequeña estima a ese delincuente de guantes blancos.
No podía creer que estaba oyendo eso. Las palabras de Saúl eran como
música para mis oídos.
—No es que quiera inmiscuirme en cuestiones locales, pero me gustaría
saber a qué se debe ese juicio valorativo. ¿Sabes algo al respecto?
—Aquí todo el mundo lo sabe, pero prefieren callar y continuar con el
circo. Es muy fácil sosegar a las personas cuando estas están muriendo de
hambre o fueron adoctrinadas con un discurso. Mi posición actual no me
permite hacer nada al respecto, ya que soy consciente de que dependo de la
iglesia para comer, pero me gustaría que alguna vez se haga justicia y cada
quien reciba lo que merece.
—Estoy seguro que, si alguien está obrando fuera de la ley, merece ser
castigado, y no deberías de temer por perder tu plato de comida, ya que, si
en un futuro no está el padre Teófilo, ya vendrá otra persona que de seguro
hará las cosas mejor y no lucrará con la miseria ajena —intenté incentivar a
que Saúl continuara disparando en contra del sacerdote, aunque por lo visto
no era necesario esforzarse demasiado.
—Solo quiero que me aseguren una cosa.
—Lo que quieras —dijo Jesús velozmente.
—No quiero que se sepa que fui yo quien delató al padre. No me mal
interpreten, no le tengo miedo a él, le temo a su grupo de matones, y no me
apetece amanecer en el río con una puñalada en el estómago.
—Puedes confiar en nosotros. Tu identidad permanecerá anónima. Si te
parece, podríamos subir al auto, e ir a otro sitio más tranquilo. Lo digo para
que no te vean charlando con nosotros.
Saúl aceptó nuestra propuesta y subimos al auto de Jesús. Intentamos
alejarnos lo más posible de la zona de la iglesia y del comedor, y cuando
alcanzamos un lugar que nos pareció apropiado, nos detuvimos.
—Antes que nada, ¿ya han ido a la iglesia? —nos preguntó Saúl.
—Sí —asentimos al mismo tiempo con Jesús.
—Entonces ya saben de qué les estoy hablando cuando les digo que allí
corre mucho dinero. Los lujos innecesarios siempre suelen ser el error más
común entre los delincuentes de guante blanco, aunque el padre está bajo
esa categoría simplemente porque no se ensucia sus manos, para el trabajo
sucio tiene a un grupo de matones, que no dudan en silenciar a quien fuese
necesario.
—Ya nos parecía que había algo raro allí. ¿Y bien? ¿De qué se trata el
supuesto negocio del padre? —indagué.
—Allí corren más ladrillos de droga que hostias. Por lo general a
medianoche suele suceder todo. Siempre lo hacen rápido y prolijo. Llega
una camioneta, bajan lo que hay en la cajuela, y se van. Luego otro día
viene otra camioneta, carga lo que dejó el primer vehículo y se va. No sé
exactamente de donde proviene la mercancía, ni a donde se va, pero sí sé
que no es algo legal. Hace un tiempo un amigo que también estaba en
situación de calle vio lo que ocurría. Lamentablemente nunca volví a saber
de él. Como bien saben, cuando desaparece un indigente nadie hace nada ni
investiga, simplemente dicen que de seguro murió de frío, o de hambre, o
por alguna enfermedad. Somos solo una cosa sin nombre, sin identidad. No
le temo a nada ni nadie, pero no me gustaría terminar como mi amigo. Por
eso les pedí que mi identidad permaneciese en secreto.
—No tienes que preocuparte por eso. No le diremos a nadie lo que nos
acabas de contar.
—Puede que la desaparición de Javier tenga que ver con el tema de la
droga, sinceramente no lo sé, pero apostaría a que sí. Eso es todo lo que sé,
y bueno… creo que cumplí con mi parte del trato…
Al parecer Saúl estaba dándonos a entender que quería la remuneración
por los servicios prestados.
—Comprendo. Desde luego, aquí tienes —dije, mientras sacaba de mi
billetera unos cuantos billetes—. ¿Con esto basta?
—Podrían ser un poco más generosos teniendo en cuenta que estoy
arriesgando mi vida con lo que acabo de contarles.
Jesús ayudó a la causa, y sacó de su billetera más dinero.
—Ahora sí, creo que esto es suficiente —dijo mi compañero,
agregando sus billetes a los míos.
—Fue un placer poder cooperar con ustedes. Espero que se haga
justicia por Javier. Descuiden, caminaré de regreso. Hasta luego caballeros.
En ese momento no sabíamos si lo que Saúl nos había contado era real
o simplemente había visto la oportunidad para timarnos y la aprovechó.
Parte de las cosas que nos dijo tenían su sentido, y aunque puede que en
algunas cosas pudiese haber llegado a exagerar, creía que el hecho de que el
padre Teófilo ocultaba algún negocio turbio era cierto. Por otro lado, no me
creí eso de que esperaba que se hiciera justicia por Javier. Puede que lo
apreciara, pero durante todos estos años no había hecho nada al respecto, y
muy probablemente se haya aprovechado de nosotros exprimiendo esa
baza. De todos modos, al margen de haber perdido algo de dinero, nos había
brindado algunos datos interesantes que más tarde corroboraríamos.
—Algo me dice que no todo lo que nos dijo es cierto —me comentó
Jesús.
—Pienso igual. Pero puede que dentro de todo haya algo que nos pueda
servir. Hay que ser optimistas.
—Ya no tengo más dinero para pagarle a supuestos informantes, solo
me queda para la gasolina y poco más, por lo que creo que sería hora de
emprender el viaje de vuelta.
—Descuida, no tenía pensado interrogar a nadie más. Cuando
regresemos te devolveré el dinero.
—No es necesario, estamos en esto juntos. Simplemente no traje más
efectivo.
—Antes de volver, podríamos ver si eso de los intercambios a
medianoche es cierto. Ten en cuenta que el padre se mostraba muy ansioso
por despedirnos. Puede que tuviese que hacer cosas relacionadas con la
transacción.
—Puede ser. De igual modo, no creo que sea conveniente ir allí
nosotros solos. Si llega a ser verdad lo que nos dijo nuestro chantajista
amigo, puede que haya hombres armados. Lo más prudente va a ser hablar
con Sara al respecto y que ella me diga cómo proceder. Al final de cuentas,
puede que esto no tenga nada que ver con la desaparición de Javier ni con
Raziel.
Capítulo 13

Desprovistos de efectivo y de cualquier elemento que pudiese ser


utilizado como un arma para la autodefensa, no nos quedó otra opción que
emprender la retirada de aquella corrupta ciudad que estaba bajo el velo del
padre Teófilo. Logré convencer a Jesús de que pasara por la puerta de la
iglesia tan solo para echar un vistazo, lo cual aceptó a regañadientes.
Entre la charla con nuestro informante Saúl y el haber ido a cargar
combustible, la hora había pasado y ya casi era media noche, por lo que, en
teoría, si pasábamos cerca de la iglesia deberíamos de ver alguna camioneta
estacionada. No teníamos la intención de bajar y realizar ningún tipo de
arresto ciudadano o justicia por mano propia. Éramos conscientes que hacer
eso, era equivalente a firmar nuestra sentencia de muerte. Ninguno de los
dos poseía una destreza o fuerza física considerable como para poder
doblegar a posibles malvivientes, y ni decir que tampoco contábamos con
los elementos necesarios. Solo quería poder echar un vistazo y, en base a lo
que viéramos, dar aviso a Sara, la amiga de Jesús. No quería involucrarla en
algo que simplemente era un farol que nos había costado bastante dinero.
A medida que fuimos acercándonos a la zona de la iglesia, Jesús apagó
las luces del auto y aminoró la velocidad. Pusimos unos papeles que había
en la guantera sobre el tablero, para que las luces de este no nos iluminen la
cara. Lo que menos queríamos era que nos reconociera una banda de
traficantes. Con todas las medidas tomadas, llegamos a la calle de la iglesia,
y como la dudosa información que nos había propinado Saúl afirmaba, allí
se encontraba una camioneta estacionada, y se podían ver personas
descargando el contenido de la cajuela. De inmediato le dije a Jesús que se
detuviera en la esquina y que apagara el motor, lo cual hizo rápidamente.
Nos agachamos lo más posible debajo del tablero, pero manteniendo
siempre la vista en el lugar de la acción. Por lo visto no se habían dado
cuenta de nuestra presencia, lo cual se podía deber a que eran muy malos
traficantes, o a que ya estaban demasiado confiados a que el pueblo entero
viviera atemorizado y no hiciera nada. Aprovechando que habíamos pasado
desapercibidos, con el celular intenté sacar unas fotos a la distancia, las
cuales salieron mejor de lo esperado. No se podría decir que servirían como
una prueba irrefutable ante un jurado, pero sí que servirían para convencer a
Sara de que algo raro ocurría allí. En las fotos se lograba divisar al padre
Teófilo, quien parecía estar muy tranquilo y relajado. Respecto a los otros
sujetos, no logramos identificar a ninguno, lo cual no era raro, ya que no
conocíamos a casi nadie.
Aguardamos ocultos dentro del auto hasta que se fueron. Una vez que
tuvimos vía libre para salir de una vez por todas de aquel lugar, Jesús
arrancó, y esta vez condujo sin escalas de regreso a casa.
Como habíamos quedado anteriormente, mientras regresábamos llamó
a Sara, quien aún estaba despierta. Jesús puso el altavoz y pude oír que
seguía de turno. La pude notar de buen humor, lo cual me extrañó, pensé
que luego de un día largo de trabajo no estaría de ánimos para recibir
ninguna llamada, pero por lo visto me equivocaba y Sara era de esas
personas que siempre derrochan optimismo y simpatía, o por lo menos eso
me transmitió su dulce voz al otro lado de la línea.
Jesús le explicó lo que estaba ocurriendo en aquella ciudad, y que muy
probablemente hubiera algún que otro oficial de la ley haciendo la vista
gorda. No entró en detalles acerca del motivo exacto de nuestra presencia
allí, tan solo se limitó a decir que la investigación para el libro lo había
llevado hasta esa ciudad. Luego le dijo que tenía fotos que daban veracidad
a la historia, y que le gustaría poder reunirse con ella el día siguiente, a lo
que la agente respondió con un «bueno», pero que necesitaba dormir al
menos unas horas, ya que había estado todo el día de guardia.
No parecía ser difícil de convencer, o quizás haya visto la oportunidad
de ascender en su carrera si lograba desbaratar a una banda como la que
creíamos tenía el padre Teófilo. Acordaron la hora y el lugar, y le terminó
diciendo que iría acompañado, que llevaría a un socio. Le dijo que yo era
un especialista, y que mi intervención era clave para poder sacar adelante el
libro. Ante la nueva información, no puso ninguna objeción, y dijo que nos
vería en unas horas. La llamada finalizó, y aunque había mucha
información por desandar, Jesús me dio a entender que por hoy ya había
sido demasiado, y que necesitaba escuchar un poco de música.
El resto del camino fue musicalizado por su interminable lista de
reproducción, y no se habló más del asunto.
Jesús me dejó en mi edificio a las tres de la madrugada, y me dijo que
esta vez no me quedara dormido, que solo había una cosa que enfurecía a
Sara, y era la impuntualidad. La reunión tendría lugar a las once y media en
el café en donde habíamos quedado antes, y me dejó bien claro que, si
estaba cinco minutos antes, estaba a tiempo; si estaba a tiempo, ya llegaba
tarde; y que, si llegaba tarde, mejor que no fuera. Me despedí
agradeciéndole por todo lo que había hecho por mí, a lo que me dijo que no
era nada, que estaba resultando entretenido el hacer algo fuera de lo común.
Según él, era como si estuviese viviendo una de las novelas que le gustaba
leer, lo cual, visto de ese modo, era muy cierto.
No podía creer lo que había acontecido en los últimos días. Mi vida
transcurría sin sobresaltos, o por lo menos sin ningún sobresalto después de
aquella fatídica noche hace quince años, y ahora todo era un caos, un
laberinto de mentiras, un juego perverso en donde ni siquiera sabía a ciencia
cierta contra quién me estaba enfrentando.
Subí a mi apartamento, y lo primero que hice fue darme un baño
caliente. El día había sido demasiado largo, y por más que no hubiésemos
sacado nada en limpio, había muchas migajas de las que seguir. Luego del
baño, comí algo a las apuradas y me fui directamente a la cama. No tenía
muchas horas para dormir, y no quería que me vuelva a ocurrir lo de
quedarme dormido. Puse la alarma, y cuando me disponía a recostarme sin
más, recordé que ya técnicamente era lunes, y que dentro de pocas horas
debía de ir al trabajo. Todavía no había pensado en nada para justificar mi
ausencia, pero viendo que nadie se preocupaba mucho por mí, me
tranquilicé y llegué a la conclusión de que llamaría ni bien me levantara
para reportar que estaba enfermo y que me ausentaría por unos cuantos días.
Pensé que recurrir a la vieja confiable sería lo más adecuado, por lo que
solo diría que tenía lumbalgia, una lesión que puede aparecer de un
momento a otro, y que a ciencia cierta no tiene un período fijo de
recuperación, por lo que el reposo puede ser extendido por varios días.
Luego de haber resuelto el tema del trabajo, ahora sí me dispuse a dormir a
pierna suelta.
Las pocas horas de sueño pasaron sin que me percatara en lo más
mínimo. Sentía como si solo hubiera cerrado y abierto los ojos por un
momento, y si no fuese por la luz del día que entraba por la ventana, o por
la música del despertador que sonaba con su melodía infernal, juraría que
no había dormido nada. Mi cuerpo aún se resentía de todo lo andado el día
anterior, pero lamentablemente no tenía opción, y debía levantarme.
Antes tan siquiera de pensar en qué hacer primero, llamé al trabajo y di
aviso de mi padecimiento. Les aseguré que iría a mi médico, y que luego les
confirmaría cuantos días me daba. Sabía que no eran muy rigurosos con eso
de controlar a los enfermos. Ya no enviaban médicos a tu domicilio para
que te revisara y de paso constatara que estabas allí. Decían que el
presupuesto no alcanzaba para esas cosas. Nunca había agradecido tanto lo
tacaño que podía llegar a ser el estado respecto a la salud.
Tras superar sin inconvenientes mi actuación de persona adolorida, lo
cual no era del todo una actuación, ya que lo hecho el día anterior estaba
pasando su factura en todo mi cuerpo, me di un baño con la esperanza de
que el agua pudiera mitigar, aunque sea momentáneamente, los dolores que
me aquejaban.
Por suerte la lluvia caliente logró el cometido, y aunque no podría decir
que me encontraba de maravillas, sí que podía continuar con mi travesía
detectivesca. Mientras tomaba un café bastante cargado, recibí un mensaje
de Jesús que decía que no llegara tarde, por lo que apuré el último trago,
aunque me quemara un poco y solicité un taxi. En cuestión de un minuto el
auto ya estaba en la puerta de mi edificio, y holgado de tiempo puse rumbo
hacia el café.
Llegué con quince minutos de sobra, y al entrar al café no logré ver a
Jesús. Por lo visto llegaría sobre la hora. El sitio se veía más concurrido que
la última vez, y ahí fue cuando recordé lo que me había comentado mi
nuevo amigo al respecto del horario pico.
En la mesa del fondo, donde nos habíamos sentado en nuestra última
visita, ahora había una mujer sentada, quien parecía ser alta, de cabellera
rubia, y con una cara muy agraciada. Se podía notar que estaba esperando a
alguien, y aunque no sabía cómo era el aspecto de Sara, algo me decía que
era ella. Además, su puntualidad se condecía con lo advertido por Jesús.
Me dirigí hasta la mesa del fondo, y una vez que llegué ante la mujer, le
dije:
—Hola que tal, ¿Sara? Mi nombre es John, el amigo de Jesús.
Pude notar que mis palabras no generaban ningún efecto en la mujer.
Luego de esperar su respuesta por unos segundos, y ver que no iba a
responder, dije avergonzado: —Disculpe, creo que me confundí de persona,
lamento incordiarla.
Cuando estaba por pegar la vuelta e irme por donde había venido, la
mujer comenzó a reír y dijo antes de que me alejara: —Sí, soy yo. Disculpa,
pero tenía que hacerte esa broma. Te ves muy tenso. Toma asiento, por
favor.
Me di la vuelta y regresé a la mesa.
En esta ocasión Sara se puso de pie y me dio la mano mientras me
decía: —Hola John. Soy Sara. Mucho gusto.
Al parecer no me había equivocado con la impresión que había tenido
por teléfono, quizás me haya quedado un tanto corto con el tema de la
simpatía, ya que no podía creer que estuviese de ese humor, cuando
estábamos a punto de contarle acerca de una posible banda de
narcotraficantes. Pero por lo visto esa era su forma de lidiar con el estrés del
trabajo.
Le di la mano y le dije que el gusto era mío, qué descuidara, que venía
bien un poco de humor para romper el hielo. Luego tomé asiento y le dije.
—¿Te importa si pido un café mientras aguardamos a Jesús? ¿Quieres
que te pida uno?
—Me encantaría. Dile que, sin azúcar, con edulcorante por favor.
Al ver que el mesero estaba bastante ocupado atendiendo a la clientela
que abarrotaba el sitio, me disculpé con mi compañera de mesa, y fui hasta
la barra para pedir las infusiones. Cuando terminé de hacer el pedido, Jesús
entró por la puerta y vino a saludarme.
—John, ¿Cómo descansaste? —al ver que Sara estaba en la mesa del
fondo, agregó— Veo que ya conociste a Sara, te va a caer muy bien, ya
verás. Ah, podrías pedir un café cargado para mí, con dos de azúcar por
favor.
Luego de agregar al pedido la infusión de mi amigo, volvimos a la
mesa y Jesús saludo efusivamente a Sara con un abrazo. Parecía ser que
eran más que buenos amigos. Luego del saludo tomamos asiento y
comenzamos la charla de rigor.
—Antes tan siquiera de comenzar, me gustaría aclarar que les estoy
brindando mi ayuda en calidad de amiga. Ya veremos si es necesario el
empleo de la ley.
No sabía si estaba diciendo eso a modo de quitarle importancia al hecho
de que era una oficial de policía, o por qué motivo. De todos modos, estaba
seguro de que iba a terminar interviniendo como un agente de la ley.
—Desde luego Sara, y te agradecemos nuevamente por haber venido a
darnos tu apoyo —dijo Jesús—. Continuando lo que ya te comenté por
teléfono, aquí mi colega John, logró captar a los supuestos malvivientes en
plena faena, o como se suele decir, con las manos en la masa.
Al recibir un golpe con el codo de Jesús, capté el mensaje y saqué mi
celular a la vez que seleccionaba la foto que había tomado la noche anterior.
Sara tomó el teléfono y observó la foto con detenimiento. Al cabo de
unos segundos, dijo en un tono despreocupado.
—¿Qué se supone que tendría que ver aquí?
—Es el momento exacto en el que se está realizando una descarga de
droga —se apuró a decir Jesús.
—Si yo fuese el juez, lo único que vería aquí sería a un grupo de
colegas que están bajando unas cajas, las cuales pueden contener lo que sea,
y nada más. El hecho de que sea de noche y de que sus aspectos no sean los
más confiables, no les adjudica ningún cargo o castigo.
—Sabemos que la foto por sí sola no es evidencia de nada, y al margen
de que no se pueda observar nada ilegal en la imagen, soy consciente de que
por más que hubiesen salido todos consumiendo cocaína y vendiéndola,
tampoco serviría de mucho. El motivo por el que pedimos tu ayuda es para
que vengas con nosotros y lo veas con tus propios ojos. Tenemos una fuente
confiable que puede dar testimonio de lo que ocurre allí.
Sabía que Saúl no era lo que se puede decir confiable, y que tampoco
tenía ningún conocimiento exacto de lo que ocurría, pero viendo lo endeble
que era nuestro argumento, necesitaba dotarlo de mayor credibilidad.
Mis palabras hicieron que Sara reflexionara al respecto, y que por lo
menos pareciera que estuviera considerando ayudarnos.
—En ese caso, puede que vaya a hacerles una visita en carácter
informal. Por lo que me comentaste por teléfono, la policía de aquella
ciudad no es de fiar. ¿Estoy en lo correcto? —le preguntó a Jesús.
—Así es. Todos están de algún modo coludidos y nadie hace nada al
respecto.
—Antes de continuar, me gustaría saber qué los llevó hasta aquella
ciudad, y más precisamente, qué los llevó hasta esa iglesia en particular.
Nos miramos con mi compañero, y por la forma en que me miró, me
dio a entender que me cedía la palabra.
—La investigación que estamos realizando sobre las personas
desaparecidas, tiene como principal punto el de exponer la negligencia de
los detectives a cargo de las búsquedas. Siguiendo un caso en particular, el
de Javier Núñez, llegamos a la conclusión de que algo había ocurrido, y que
la policía se había mostrado demasiado despreocupada. Ya la negligencia o
la falta de aptitud quedaban de lado, aquí estaba ocurriendo un posible
encubrimiento. Recabando información con distintas fuentes, llegamos a la
conclusión de que todos los caminos conducían a la iglesia, en particular al
padre Teófilo. Le hicimos una visita, y pudimos corroborar con nuestros
propios ojos los dichos de las fuentes. Finalmente, la hipótesis de la
complicidad policíaca, decanta por sí sola, ya que nadie posee tantas
libertades para manejarse como si fuera el dueño de la ciudad si la policía
no se lo permite.
Estaba adornando por demás todo lo ocurrido, pero sabía que, si no lo
hacía, Sara nunca aceptaría. Podía ser muy simpática y bromista, pero no se
iba a meter en algo así por simples suposiciones.
—Veo que se están tomando la investigación muy en serio. Me gustaría
preguntarles una cosa, ¿No creen que, si accedo a desbaratar esta banda y a
todos los policías implicados, me lo pueden llegar a hacer pagar?
—Son gajes del oficio. Además, podría representar un indiscutible
ascenso. ¿No lo crees? —respondió rápidamente Jesús.
—Buen punto. De acuerdo, tienen mi pleno apoyo. Por sus dichos
puedo deducir que hoy a la medianoche deberían de pasar a retirar el
cargamento que ayer descargaron. ¿No es así?
—Efectivamente. ¿Estás pensando en hacer una visita nocturna? —
preguntó Jesús.
—Así es. Además, ¿Qué tenemos que perder? Yo estoy libre hasta el
miércoles, y no tengo nada mejor que hacer.
Entre tazas de café, continuamos debatiendo algunos detalles más y
terminamos acordando que saldríamos a las nueve Iríamos en el auto de
Jesús, quien me pasaría a buscar por mi edificio luego de recoger a Sara por
su casa. Cuando ya nos estábamos a punto de ir cada cual, por su lado,
recordé algo más.
—Disculpa que sea tan pesado, sé que debes estar muy cansada, pero es
que hay un pequeño favor más que necesitaría pedirte.
Sara me miró con cara de «a ver con qué sales ahora», y dijo: —Dime.
—Hay una mujer a la que nos interesaría que investigues. Su nombre es
Guadalupe Núñez y es la madre de Javier Núñez, el desaparecido. Según lo
que nos dijo el padre Teófilo, se fue de la ciudad abandonando a su familia
hace diez años a la casa de una hermana que vivía en el norte. No me creo
ni por un minuto que se haya ido, así como si nada, y creo que la mataron.
Puede que se haya enterado de algo que no debía.
—¿Sabes el apellido de soltera? Núñez es bastante común y podría
tardarme en averiguarlo.
—Lo lamento, solo sabemos su apellido de casada. Por lo que tenemos
entendido, nunca se separó, por lo que debería continuar con ese apellido.
Igualmente, si es demasiado pedir lo comprenderé.
—Descuida, te estaba cargando. Será pan comido dar con ella. Cuando
salga de aquí iré a ver a un amigo que trabaja en la base de datos. La
encontrará en un abrir y cerrar de ojos, si es que está viva.
—Te lo agradezco.
—No tienes por qué. Además, puede que te termine agradeciendo yo a
ti si es que todo esto me reporta un ascenso.
Ya con la charla culminada, nos despedimos hasta la noche, y salimos
cada cual en una dirección distinta.
Capítulo 14

Seguí el consejo de Jesús y fui a descansar un poco más a mi


apartamento. De momento no podríamos hacer nada más hasta la noche. Me
recosté en mi cama con la intención de dormir, pero lamentablemente el
intento fue en vano, ya que no podía parar de pensar en que dentro de poco
Raziel publicaría la primera pista en el foro. Sabía que todo el asunto del
padre Teófilo y las drogas podría no tener que ver en absoluto con la
desaparición de Javier, y por consiguiente con el Arcángel, pero sería
demasiado ingenuo de mi parte no indagar ese hilo. Lo único que me
brindaba un poco de tranquilidad, era el hecho de que me le había
adelantado un paso a mi hostigador al cambiar de lugar el cadáver
enterrado. De igual modo, no pude contener mi ansiedad y abrí el
navegador en mi celular. Fui directamente al foro, y comencé a leer los
comentarios buscando dar con el perteneciente a Raziel. La tarea no me
llevó más que cinco minutos. Allí estaba el mensaje, la primera pista, su
siguiente jugada.
«Este mensaje es para todos aquellos que están dispuestos a remover el
manto de los secretos. Hace quince años sucedió un hecho que nunca fue
castigado, y que de nosotros depende que se haga justicia. El hecho en
cuestión es el que describo en mi libro, y si son lo suficientemente sagaces,
como espero que lo sean, se habrán dado cuenta que el sitio donde el
asesino entierra el cadáver es en el bosque de la vida. No obstante, y como
han de suponer, el cuerpo ahora no se encuentra allí, ya que el homicida se
encargó de moverlo de sitio. Ahora bien, el nuevo lugar en donde se
encuentra enterrado no queda muy lejos de su anterior ubicación. Podrán
hallarlo en medio de un laberinto dorado que se extiende por la pradera.
¿Cómo saber dónde está? Muy sencillo, simplemente tienen que encontrar
la cruz que señala el lugar exacto y comenzar a cavar, como si de una
búsqueda del tesoro se tratase. Recuerden que en el caso de que nadie
encuentre el cadáver, o que el asesino se adelante, mañana a esta hora daré
otra pista. Ahora sí, que la suerte los acompañe y la verdad los ilumine».
Al terminar de leer aquel maldito mensaje, comencé a transpirar de los
nervios. Las pulsaciones se me habían disparado, y estaba sufriendo
nuevamente una especie de ataque de pánico. Sentía que no podía respirar,
y como la garganta comenzaba a cerrarse. De un momento a otro me había
quedado paralizado por completo. Recurrí a los ejercicios de respiración,
pero no sirvieron de nada. Sentí que me iba a desmayar sin más, pero algo
dentro de mí logró impedirlo. Recordé en ese momento que yo no era un
asesino, y que no debía de lamentarme de nada, y que de mí dependía que
se haga justicia en nombre de Javier. Volví a intentar los ejercicios de
relajación, y esta vez cargado de una mayor convicción, logré apaciguar el
ataque que estaba a punto de hacerme sucumbir.
El malnacido me había seguido hasta el bosque y me había observado
mientras desenterraba el cuerpo y lo movía de lugar. ¿Cómo era posible?
Estaba seguro que no había nadie allí, o por lo menos tan seguro como se
puede estar en medio de la noche. Nunca destaqué por poseer una vista
privilegiada, y ahora que lo pensaba más detenidamente, era factible que
alguien podría haber permanecido oculto entre los arbustos. Dejando los
lamentos de lado, la realidad era que había hecho exactamente lo que Raziel
quería, e inclusive, me había colocado un cartel de culpable yo solo. Cabía
la posibilidad de que me hubiese fotografiado en pleno acto, lo cual sería
una condena garantizada. Ya me imaginaba frente a un jurado diciendo que
no era quien había matado al cadáver que yacía enterrado, que solo pensaba
que lo había matado hace quince años, pero que podría ya haber estado
muerto cuando lo golpeé accidentalmente con una roca. Nadie me creería, y,
a decir verdad, ni yo mismo estaba tan seguro de mi inocencia.
Sin saber bien que hacer, tomé el teléfono y llamé a Jesús, quien me
atendió al segundo tono.
—¿John? ¿Qué ocurre?
—El maldito sabe dónde enterré el cuerpo. Acabo de leer el mensaje
que dejó en el foro. Tenemos que hacer algo al respecto.
—Aguarda un minuto, ve más despacio. Déjame comprender lo que
dices.
—Te digo que Raziel habló en el foro, y que su pista dice básicamente
que sabe a dónde moví el cadáver y si sus fieles son lo suficientemente
capaces, estoy seguro que darán con él en breve.
Jesús se quedó un momento en silencio, procesando lo que acababa de
contarle.
—Entonces te siguió cuando tú hiciste exactamente lo que él quería.
¿No crees que esto sea una trampa? ¿Y si al igual que la anterior vez te está
esperando en el sitio?
—No nos queda otra opción. Tenemos que ir allí y sacar el cuerpo antes
de que alguien lo encuentre.
—¿Y después qué?
—Ya veremos qué hacer. Pero no podemos perder tiempo. Necesito que
me lleves allí. Si estás ocupado lo entenderé y rentaré un auto como hice
anteriormente.
—Ni se te ocurra. Te dije que estábamos en esto juntos. Dame quince
minutos y estoy allí.
—Gracias…
—Agradéceme una vez hayamos aclarado todo esto.
Jesús cortó, y yo intenté recomponerme lo más posible. Por más que los
ejercicios de respiración hubiesen funcionado, aún podía sentir un dejo del
ataque de pánico, por lo que no tuve más opción que recurrir a un frasco de
píldoras que tenía guardado para situaciones extremas. Mi médico me las
había recetado para ocasiones en las que no me pudiese controlar. Me había
dicho que tratara de no tomarlas, ya que podrían resultar muy adictivas, y
podría volverme dependiente a ellas. Ignorando dicha recomendación,
llegué a la conclusión de que la ocasión lo ameritaba, y tomé un par. Intenté
tragarlas sin agua, como suelen hacer en las películas, y casi me ahogué. No
sabía cómo esas personas podían hacerlo, pero yo necesité beber algo.
A los pocos minutos, pude notar como empezaba a hacer efecto, desde
luego, era toda una cuestión psicológica, pero no tenía alternativa, y
cualquier ayuda era bienvenida. Me tomé un café cargado mientras
esperaba a Jesús, deseando que la cafeína no interfiriese de manera negativa
con la medicación, y armé nuevamente el bolso de viaje con mi set para
desenterrar cuerpos.
Pasado los quince minutos, como era de esperarse, Jesús me estaba
llamando para avisarme que estaba estacionado abajo. Revisé si había
puesto todo lo necesario en el bolso, y salí de mi apartamento aún sin saber
que iba a hacer con los restos que tenía pensado volver a desenterrar.
Apenas salí de mi edificio, vi a Jesús estacionado y me dirigí hacia él a
paso firme. Al verme abrir la puerta del acompañante, me dijo.
—Últimamente te estoy viendo más que a mi exesposa —y rio para
quitar dramatismo a la situación.
—Te agradezco que intentes tranquilizarme, pero creo que estoy jodido.
—«Estamos». Recuerda que estamos en esto juntos, y por más que me
pese, yo soy cómplice directo.
—Nunca te denunciaría. Si las cosas se salen de control, admitiré la
culpa. La policía no tiene por qué saber de ti.
—Nada se va a salir de control. Confía en que vamos a lograr
desenmascarar al enfermo que está detrás de todo. Además, dudo que Sara
no logre unir los puntos llegado el caso. Pero no pensemos en eso ahora.
Dime a donde hay que ir. Según el libro, el cuerpo estaba enterrado en el
bosque de la vida, el cual no queda muy lejos de donde estuvimos ayer.
—Tenemos que ir hasta allí, y luego te digo como seguir. Sinceramente
no recuerdo con exactitud cómo llegué allá. Solo recuerdo que se trataba de
un maizal. Será fácil reconocerlo, ya que las plantas superaban con facilidad
los dos metros de altura, inclusive podrían llegar a medir tres metros.
—Puede que cerca del bosque haya una zona de campos. No lo
recuerdo muy bien, pero de seguro internet nos podrá iluminar al respecto.
Muy bien, andando que no hay tiempo que perder.
Al acabar de decir esto, Jesús pisó el acelerador y emprendimos el
viaje.
A diferencia con mi anterior excursión, ahora no era de noche, pero por
lo visto el sol no irradiaría su luz por mucho más tiempo, ya que se podía
observar que el cielo se estaba empezando a cargar de nubes negras que
auguraban una fuerte tormenta.
A medida que íbamos acercándonos cada vez más a nuestro destino, el
cielo terminó de vestirse de negro, y como si de un fenómeno
meteorológico se tratase, el día se hizo de noche, y las primeras gotas de
tormenta comenzaron a estrellarse sin demora en el parabrisas.
La tempestad no tardó en desarrollarse en todo su esplendor, y lo que
comenzó como un viaje tranquilo, se convirtió en una verdadera odisea. Los
parabrisas no daban abasto para remover la gruesa capa de agua que lo
cubría todo. Era imposible lograr ver más allá de la trompa del vehículo. Tal
es así que, en un momento dado, le dije a Jesús que se detuviera a un
costado del camino, que era imposible continuar de ese modo, a lo que mi
amigo dijo: —Es solo un poco de agua, no hay que entrar en pánico. He
conducido en condiciones peores. Además, hay que verle el lado positivo.
Con esta tormenta dudo que haya alguien rondando por la zona del campo,
y ni hablar que la tierra va a estar blanda y será fácil de remover.
Como ya había hecho anteriormente, las palabras de mi compañero
lograron calmarme y brindarme una nueva perspectiva. Era increíble cómo
lograba encontrar la calma en medio de todo ese caos. Intentando seguir con
su vibra positiva, no se me ocurrió mejor cosa que hablar de cuestiones
ajenas al problema en el que estábamos envueltos.
—Cuando me subí al auto mencionaste a tu ex esposa. ¿Te separaste
hace mucho? ¿Tienes hijos? No es que quiera inmiscuirme en tus cosas,
solo quiero charlar un poco.
—Descuida, no te estás entrometiendo en mis cosas. Me divorcié hace
ya cuatro años, y sí, tengo dos hijos, quienes están viviendo con su madre,
quien, dicho sea de paso, se quedó con la casa y con una jugosa suma que
debo pagarle todos los meses. No creas que me desagrada tener que darle
dinero para mis hijos, es solo que estoy seguro que la mayoría del dinero va
a parar a sus vicios y pasatiempos. Se la pasa en los salones de belleza,
gastando el dinero en cosas innecesarias e insustanciales. Varias veces
presente una petición para que me otorgaran la custodia de mis hijos, pero
según el juez y la ley, la madre tiene la potestad.
—Lamento oír eso. Creo que no fue buena idea tocar ese tema.
Disculpa.
—Oye, no tienes por qué apenarte ni disculparte. Eso ya es un tema
superado. Además, estoy seguro que en algún momento la justicia va a
hacer las cosas como corresponde y va a escuchar mi pedido. Mientras
tanto, tengo que conformarme con verlos cada dos semanas.
—Al menos puedes verlos, eso es algo.
—Ni hablar. ¿Sabes una cosa?
—¿Qué?
—Es bueno poder hablar de esto. A decir verdad, no lo había hablado
con nadie hasta ahora. No soy de tener muchas amistades, de hecho, Sara
debe de ser una de las pocas amigas que tengo.
—¿Simplemente amiga?
—Simplemente amiga —dijo Jesús a la vez que reía—. Ella era amiga
de mi ex esposa, pero al ver que luego de la separación se convirtió en una
perra frívola y materialista, no le volvió a dirigir la palabra, y continuó
siendo solo mi amiga. Por tu pregunta puedo deducir que estás interesado
en ella. ¿Me equivoco?
Me puse nervioso y no supe que responder. Nunca se me había dado
muy bien el hablar de chicas, ni era lo que digamos un casanova en lo
referente a la conquista. El comentario de Jesús me tomó desprevenido, y
solo pude atinar a decir: —N-n-no, para nada. ¿Por?
—Veo que no te sientes muy cómodo hablando al respecto. Descuida.
Y por si te interesa saberlo, ella me dijo que se llevó una muy buena
impresión de ti y quiso saber si estabas soltero —dijo al tiempo que me
guiñaba un ojo y me golpeaba con su codo.
—¿En serio?
—En serio. Tienes que tener más confianza en ti mismo. Ya cuando
termine todo esto podrás invitarla a cenar.
La charla continuó distendida y el viaje fue culminando sin que nos
diésemos cuenta. Por un momento había superado el ataque de pánico por
completo, y no sabía si se debía a las cualidades del discurso de mi amigo, o
a las pastillas que me había tomado en casa. Fuese lo que fuese, ya no había
quedado rastro alguno de la crisis nerviosa.
Finalmente llegamos a la zona del bosque de la vida, y como si
estuviera mostrando un poco de contemplación para nosotros, la tormenta
apaciguó levemente su intensidad, y aunque continuase lloviendo
fuertemente, ahora se podía lograr ver mucho más que antes.
—Recuerdo que a partir de aquí conduje sin rumbo fijo. En un
comienzo pensé que me estaba dirigiendo hacia la urbanización, pero tomé
un camino completamente opuesto, por lo que deberíamos de ir hacia allí —
dije mientras señalaba con la mano uno de los caminos que se presentaban
ante nosotros.
—Entonces que no se diga más. Vayamos a desenterrar ese cadáver.
No pude evitar soltar una risa de incredulidad. No podía creer que Jesús
se lo estuviera tomando tan a la ligera. Íbamos a desenterrar un cadáver, y
por más que supuestamente yo no fuese el que lo matara, no dejaba de ser
un muerto. Dejando esos pensamientos de lado, intenté contagiarme de la
actitud de mi amigo, y continuar con el cometido que nos había llevado
hasta allí.
Luego de varios minutos, logramos divisar entre la tormenta un campo
de maíz que se extendía por la pradera.
—Ahora solo queda encontrar el sitio exacto. ¿Recuerdas dónde te
estacionaste?
—No recuerdo el punto exacto, pero recuerdo que oculté el auto con
unos pastizales. Deberíamos de encontrarlos al lado del camino.
Jesús aminoró la marcha para poder observar mejor el costado del
camino, y luego de algunos minutos conduciendo a muy baja velocidad,
logré ver el sitio en donde había ocultado el auto de alquiler.
—Ahí es donde me estacioné. Podríamos ocultar tu auto del mismo
modo.
Jesús aceptó, y luego de estacionarse en el mismo lugar, procedimos a
tapar el vehículo.
Capítulo 15

El maizal se extendía frente a nosotros y la lluvia caía sin cesar.


Decididos a adentrarnos sin más demora, corroboramos que nadie nos
estuviese observando, y luego de cerciorarnos lo más posible, comenzamos
la excursión campo adentro.
—Tengo que decirte que no recuerdo exactamente el camino que tomé.
Inclusive casi me pierdo cuando quise salir.
—Es bueno saberlo. Intentemos no descuidarnos, e ir dejando una
marca que podamos seguir a la vuelta.
Tomé el consejo de Jesús y cada cierta cantidad de pasos, fui quebrando
un tallo, a modo de orientar el camino de regreso. Esta medida nos sirvió
también para evitar dar vueltas en círculos, cosa que habíamos empezado a
hacer al poco tiempo de iniciar la caminata. Luego de varios minutos, tras
los cuales la impaciencia empezó a hacerse presente. Recordé la pista que
había dado Raziel, y le dije a mi amigo.
—Raziel dijo que el sitio debería de estar marcado con una cruz.
Deberíamos de buscarla, al igual que cualquier señal de tierra removida.
Jesús estuvo de acuerdo, y continuamos la búsqueda, enfocándonos
cada uno en una cosa. Él buscaría la cruz y yo buscaría la tierra removida.
Pasaron treinta minutos, cuando por fin mi compañero dijo a viva voz:
—Allí está la cruz —y señaló la supuesta marca.
Nos acercamos al punto en cuestión, y efectivamente, la señal estaba
dibujada sobre los tallos con una especie de pintura roja, puede que haya
empleado un aerosol. Automáticamente dirigimos la mirada hacia abajo, y
vimos la tierra removida. Todo indicaba que allí estaba el cadáver, pero algo
me decía que ese no era el sitio en donde yo lo había enterrado.
Al ver mi cara de confusión, mi amigo dijo:
—¿Qué ocurre? ¿Acaso no es ese el sitio?
—No lo recuerdo exactamente. Puede que me esté confundiendo, pero
creo que lo había enterrado en otro lugar. De todos modos, cavemos para
sacarnos las dudas.
Dicho esto, sacamos los elementos del bolso de viaje, y comenzamos la
labor. De a dos el trabajo era mucho más sencillo. En cuestión de minutos
ya habíamos hecho un pozo considerable, y en breve ya estaba a nuestro
alcance parte de los restos del cadáver.
Extrajimos todos los huesos, y cuando parecía que ya no quedaba nada
más allí abajo, mi amigo dijo: —¿Eso es todo?
—Creo que sí.
—¿Creo? ¿Es en serio? Necesito que hagas memoria. Tú lo enterraste,
tienes que esforzarte y recordar si estos son todos los huesos.
—No lo recuerdo exactamente. Lo lamento, en ese momento creí que
no volvería a este sitio.
—Está bien, descuida. Hagamos una cosa. Vamos a realizar una especie
de inventario. Deberían de estar todos sus huesos, o eso creo.
Comenzamos a contabilizar, y nos dimos cuenta de que faltaba un
fémur.
—Falta un fémur. ¿Recuerdas si lo tenía cuando lo desenterraste la
primera vez?
—No me acuerdo.
—Vamos John, es un fémur, es el hueso más largo del cuerpo humano.
Deberías de haberle prestado atención.
—Creo que lo tenía en ese entonces.
—En ese caso, Raziel se nos adelantó y se llevó una especie de trofeo.
No sé qué tendrá en mente, pero por lo pronto tenemos que irnos de aquí
cuanto antes.
Tapamos el pozo que habíamos hecho, y luego de asegurarme de que
habíamos guardado todo en el bolso, comenzamos a desandar el camino
hacia el auto. Esta vez fue mucho más sencillo hallar el camino correcto, ya
que las marcas que fuimos dejando sirvieron a la perfección para guiarnos.
Salimos del maizal, y al igual que al adentrarnos, no se veía un alma
deambulando por las afueras.
—Y bien, ¿Qué pensaste hacer con los huesos?
—Realmente no pensé en nada aún. Creo que quizás deberíamos de
intentar incinerarlos.
—Desde luego, tengo un crematorio personal para deshacerme de
eventuales cadáveres.
Pude notar el sarcasmo y el enfado de mi amigo. Era entendible, lo
había llevado allí en medio de una tormenta, y ni siquiera había pensado en
qué hacer con los restos.
—Podríamos intentar utilizar algún método químico. Eh leído varios
libros en donde lo emplean y parece ser bastante efectivo.
—Creo que no es una muy buena idea, pero ya a estas alturas no se me
ocurre nada mejor. Suponiendo que decidimos optar por la «cremación
química», para llamarlo de una manera, cómo y dónde lo haríamos.
—Podríamos hacerlo en cualquier sitio, creo que lo más idóneo sería
hacerlo en una zona rodeada por árboles, para que nos oculten en el
mientras tanto, y el cómo, no creo que sea muy complicado. Por lo que
tengo entendido el ácido sulfúrico y el ácido clorhídrico pueden ser muy
efectivos. Son capaces de disolver metales, por lo que deberían de poder
disolver huesos. Además, podríamos agregar soda cáustica como para
asegurarnos.
—Veo que estás hecho todo un erudito-psicópata en la materia.
Analizando que ya tienes pensado el dónde y el cómo, creo que deberíamos
de detenernos por un minuto y pensar si es lo más adecuado.
—¿A qué te refieres?
—Me refiero a que quizás los forenses podrían determinar cuál fue la
causa de muerte de Javier en base a sus restos.
—Ya pensé en esa posibilidad, pero la descarté por dos motivos
fundamentales.
—¿Y serían?
—Primero, que los restos llevan más de quince años bajo tierra, y dudo
firmemente que puedan sacar algo en limpio. No quedan órganos, ni nada
que pueda demostrar mi inocencia. Y segundo, suponiendo que exista algún
método mediante el cual los forenses puedan determinar algo en base a los
restos que quedaron, no serviría de mucho, ya que desde el momento en que
lo desenterré y lo volví a enterrar, me convertí en un infractor de la ley.
Admito que fue mi culpa el llegar hasta este punto, y que no procedí de la
manera más adecuada, pero no creo que sea viable conservar los restos, ya
que solo servirían para incriminarme.
—No tengo nada que objetar a tus motivos. Pero aquí viene otra
cuestión que se decanta automáticamente. Sin cuerpo no hay delito, por lo
que estaríamos haciendo el trabajo sucio por Raziel. ¿Eres consciente de
que si nos deshacemos del cuerpo ya no vamos a tener manera de inculpar
al desquiciado que está detrás de todo?
—Sí, lo soy. Pero de igual modo creo que vamos a poder hallar alguna
otra manera de hacerle pagar por lo que hizo.
—Dudo que esté dispuesto a firmar una confesión.
—Llegado el caso yo me encargaré de eso, descuida.
—Confiaré en ti. Ahora bien, nos queda un pequeño detalle. ¿Dónde
compraremos las cosas que necesitamos?
—Eso no será problema. Hay una tienda que vende artículos de
limpieza, no se encuentra muy lejos de la entrada a la ciudad. Allí
deberíamos de encontrar todo lo que necesitamos. Solo tenemos que pagar
en efectivo, para evitar dejar rastro de nuestros movimientos. Sé que no es
algo imperioso de momento, pero prefiero prevenir cualquier vicisitud que
pueda surgir.
Con la decisión ya tomada, nos subimos al auto, y fuimos en busca de
los artículos de limpieza. Efectivamente, la tienda se encontraba a pocos
kilómetros de la entrada a la ciudad. La fachada del local era bastante
modesta, y si no fuese porque tenía un gran cartel rudimentario en donde
indicaba que allí se vendían artículos de limpieza, no lo hubiese recordado.
Entramos, y tras el mostrador había un empleado medio dormido, que al
percatarse de nuestra presencia se despabiló y se incorporó en su asiento.
—Buenas tardes, caballeros, ¿en qué puedo ayudarlos?
—Hola que tal, buenas tardes. Estábamos buscando aceite de vitriolo,
salfumán y lejía.
—¿Cuánto necesitaban?
—Diez litros de cada uno. ¿Podrá ser?
—Desde luego. ¿Tienen que desaparecer algún cadáver?
Al oír eso, nos quedamos en silencio con mi amigo y no dijimos nada.
Luego de algunos segundos, el empleado dijo: —Es broma. Siempre me
gusta hacerla cuando vienen a comprar cosas así. Descuiden.
—Ah —dije y reí falsamente intentando seguirle la corriente.
Ya había empezado a considerar tener que silenciarlo, aunque
ciertamente no sabía cómo lo iba a hacer. Además, no era un asesino o eso
quería creer.
Al ver que reí, Jesús se sumó con una carcajada notoriamente fingida,
que al ser tan evidente hizo que me entrara la risa.
Luego de ver que su chiste hacía gracia, y lejos de captar la falsedad de
nuestras risas, el empleado se distendió e hizo algunos chistes más.
Finalmente nos dio los tres bidones con los químicos y nos cobró lo que
correspondía. Al despedirnos nos deseó suerte y que tengamos un buen día.
Al salir de la tienda, Jesús me miró y dijo:
—¿No se suponía que íbamos a comprar ácido sulfúrico, ácido
clorhídrico y soda cáustica?
—Y eso hicimos, solo que empleamos otros nombres. Estos tres
artículos son conocidos por varios nombres, algunos más comerciales y
otros más técnicos. Los que utilicé suelen ser los más comunes a nivel
comercial.
—Buen punto. Por un momento pensé que nos había descubierto. ¿Qué
se te cruzó por la cabeza en ese momento?
—No quieres saberlo —al ver la expresión de mi amigo, cambié de
tema rápidamente—. Andando, que no hay tiempo que perder. Creo haber
visto un sitio que cumple con las condiciones que buscamos. Tenemos que
apurarnos para volver cuanto antes, recuerda que Sara nos estará esperando
para ir a dar un vistazo a la iglesia.
Sin tiempo que perder, pusimos los bidones en el baúl, y condujimos
hasta una zona repleta de árboles.
La lluvia había parado momentáneamente, y no se veían moros en la
costa, por lo que la oportunidad era inmejorable. Le expliqué a mi amigo
cómo proceder. Lo primero que deberíamos de hacer, sería cavar un pozo,
no era necesario que sea muy grande, pero sí que sea lo suficientemente
profundo, luego depositaríamos los restos del cadáver, y finalmente
verteríamos con mucho cuidado los químicos allí. Tal como se lo expliqué,
hicimos la labor en tan solo veinte minutos, y pasado este tiempo, ya
estábamos cubriendo el humeante pozo. No sabía a ciencia cierta si el
método sería efectivo, pero no teníamos más opción que esperar que lo
fuese.
—¿Eso es todo? —preguntó Jesús.
—Creo que sí. Y antes de que me digas «¿Creo?», no sé exactamente
cuánto tiempo tarda en hacer efecto, pero no pienso quedarme aquí para
averiguarlo. No creo que sea buena idea observar de cerca cómo funciona la
mezcla sin las protecciones necesarias.
—Entonces tendremos que confiar en tus conocimientos para eliminar
cuerpos.
Con la misión cumplida, o por lo menos eso esperábamos, volvimos al
auto y regresamos para nuestra reunión con Sara. Acordamos que me dejara
en mi casa, y que hiciéramos como si no nos hubiésemos visto desde la
mañana. Aún teníamos tiempo inclusive para descansar y prepararnos. Tal
como pactamos, mi compañero me dejó en mi edificio, y se despidió hasta
en dentro de algunas horas.
Lo primero que hice al entrar en mi apartamento, fue meterme en la
ducha. Sentía una sensación de suciedad indescriptible. No todos los días
disuelves los restos de alguien. Nunca me había imaginado estar envuelto
en una situación así. Creo que no me quebré anteriormente gracias al apoyo
de Jesús, quien al margen de mostrarse descontento con la decisión que
adoptamos, siguió brindándome su sustento.
Luego de haber permanecido por más de treinta minutos bajo el agua
caliente, me sequé y salí del baño. Solo quería recostarme por un momento
en mi cama, con la simple intención de no pensar en nada. Sin darme cuenta
me había quedado dormido, y la música proveniente de mi celular me sacó
de aquel estado de ensueño. Tomé el teléfono, y vi que Jesús me estaba
llamando.
—John. Estabas durmiendo ¿Verdad?
—Así es, ¿Qué hora es? ¿Me quedé dormido?
—Descuida, contaba con que te quedarías dormido, y por eso te llamé
para despertarte. En veinte minutos voy a estar pasando a buscar a Sara, por
lo que tendría que estar pasando por tu edificio dentro de media hora
aproximadamente. ¿Estarás listo?
—Puedes contar con eso. Te espero.
Corté la llamada y fui directamente a prepararme un café cargado.
Había perdido la cuenta de cuanta cafeína había consumido en los últimos
días. Sabía que no era bueno abusar de nada, y menos del café, ya que al
margen de ser algo muy adictivo, podría llegar a causar daños muy graves a
nivel intestinal. De igual modo, y yendo en contra de las recomendaciones,
me lo preparé y bebí en un par de tragos. Con un poco de tiempo de sobra,
decidí que sería buena idea aguardar a mi amigo abajo para no hacer que
espere, ya que nos esperaba un largo viaje y no estábamos para andar justos
de tiempo. Tan solo tuve que esperar cinco minutos, hasta que pude ver el
auto de Jesús que se aproximaba con las balizas prendidas. En el asiento del
copiloto venía sentada Sara, quien al verme dijo.
—¿No esperarás que me pase al asiento de atrás?
—En lo absoluto. A decir verdad, me agrada ir en el asiento trasero.
Luego de los saludos de rigor, y dejando de lado la seudodiscusión por
ver quién se sentaría adelante, pusimos en marcha la operación que me
permití nombrar, «La Hostia loca».
Capítulo 16

Durante el viaje Sara se mostró bastante habladora. El tema que mayor


interés le generaba, era el referente a como venía la investigación del libro y
si ya teníamos alguna fecha estimada de publicación, a lo que nos limitamos
a decir que aún era pronto para poner fecha, ya que debíamos respetar los
tiempos propios de la confección, y no queríamos terminar haciéndolo a las
apuradas. De igual modo le aseguramos que una vez que estuviese
finalizado ella sería la primera en leerlo.
—¿En qué sector estás específicamente?
Hábilmente logré desviar el tema de conversación y llevarlo hacia
aguas más calmas, al preguntarle acerca de su trabajo.
—Hace poco me transfirieron a delitos informáticos. Sinceramente, es
demasiado aburrido para mi gusto. Soy más de la acción, y el tener que
pasarme las horas sentadas frente a un ordenador es un fastidio.
—¿Este puede ser tu boleto para salir de allí? —indagué.
—Podría ser. Hace ya tiempo que intento entrar al área de delitos
mayores, pero teniendo en cuenta que soy mujer, y que según mis
superiores no cuento con la experiencia necesaria, lo veo muy lejano.
—Espero que esto aporte a tu causa. Cambiando de tema, Jesús me dijo
que eras una ávida lectora, ¿Es eso cierto?
—Digamos que me gusta leer siempre que tengo la oportunidad.
Últimamente entre mi carga horaria y los turnos extras no puedo leer todo
lo que quisiera, pero soy partidaria de que por lo menos algo es mejor que
nada. Así que, aunque esté a reventar de trabajo, intento hacerme un hueco
y leer algunas páginas por lo menos. Siento que la lectura es como mi
terapia, me ayuda a escapar por un momento de la realidad que me rodea.
No sé si me explico.
—A la perfección. De hecho, genera el mismo efecto en mí.
—Bueno, bueno, bueno tortolitos. Dejemos las charlas y coqueteos para
cuando termine todo esto. Ahora tenemos que concentrarnos en nuestra
misión —dijo Jesús de un modo socarrón.
—Oye —dijo Sara—. Antes que nada, esta no es «nuestra» misión. A
lo sumo podríamos tildarla de avistaje pasivo. Y además ustedes no van a
hacer nada, simplemente me van a indicar dónde está ocurriendo la
supuesta transacción, y en base a lo que vea, analizaré si corresponde
proceder de algún otro modo.
—De acuerdo, de acuerdo. Como usted diga oficial —respondió Jesús,
mientras hacía el saludo militar.
Continuamos el viaje con la música de fondo y algunas charlas triviales
más. Nos había quedado bien claro que no debíamos de proceder, que
nuestra presencia era meramente en carácter de informantes. Debíamos
limitarnos a simplemente indicarle el sitio en cuestión.
Terminamos llegando con algunos minutos de sobra, por lo que dimos
algunas vueltas por la zona, intentando no levantar sospechas. Las calles se
podían observar tranquilas y poco transitadas, lo cual era de esperarse ya
que era casi media noche. A medida que fuimos aproximándonos a la
iglesia, Jesús comenzó a adoptar las medidas de sigilo que había empleado
anteriormente, salvo que, en esta oportunidad, Sara le dijo que prefería ir
caminando hasta el sitio, a lo que no mostramos objeción.
Jesús estacionó el auto, y procedimos a pie hasta la calle de la iglesia.
Ya era medianoche y en cualquier momento debería de estar arribando una
camioneta.
Nos posicionamos detrás de un contenedor de basura, y aguardando con
mucha cautela Logramos ver como llegaba una camioneta al
estacionamiento de la iglesia. En esta oportunidad, el vehículo en cuestión
era otro del que había despachado la mercadería la noche anterior. Los
sujetos a cargo de recoger los paquetes, eran otros, pero de igual modo
compartían su aspecto de malvivientes y gañanes. Además de los tipos que
estaban cargando la camioneta, allí estaba el padre Teófilo, impertérrito,
supervisando todo lo que ocurría a las afueras de la casa de Dios.
Inmediatamente le dije a Sara: —Aquel es el jefe de todo, el padre
Teófilo —mientras señalaba como podía a lo lejos.
—Definitivamente allí están trapicheando cosas. Dudo mucho que en
esos paquetes halla ropa para la beneficencia.
—¿Entonces? ¿Vamos a ir a detenerlos? —preguntó ansioso Jesús.
—¿Estás loco? No sé si sabes contar, pero yo soy solo una, y ellos
son… —se detuvo un segundo para contar a todos los allí presentes—
nueve incluyendo al padre.
—¿Vamos a quedarnos aquí sin más? —volvió a indagar Jesús.
—Ahora que ya he corroborado que aquí está sucediendo algo ilegal, o
por lo menos poseo los elementos como para sospechar que ocurre algo por
el estilo, debemos volver y elevar el pertinente informe. Ya volveremos con
refuerzos y haremos lo que corresponda.
—¿Pensé que estabas buscando un ascenso?
—Así es, pero no soy tan estúpida como para arriesgarme la vida
cuando sé que tengo todas las de perder.
—Como digas. ¿Eso es todo?
—De momento sí. Observemos un poco más y luego regresemos.
Mientras Jesús y Sara continuaban discutiendo, pude sentir que había
alguien detrás de nosotros. Por tal motivo, giré rápidamente y efectivamente
allí estaba uno de los sujetos que habíamos visto la vez anterior.
—Miren que tenemos aquí. Me parece que no tienen invitación para
este espectáculo. ¿Me equivoco? —dijo el malhechor, quien medía
sobradamente por encima del metro noventa.
—Disculpe señor, solo estábamos paseando y mi amigo se sintió mal, le
vinieron muchas ganas de vomitar, por lo que nos detuvimos aquí. No
queremos ser inoportunos, y desde ya le digo que emprenderemos la
retirada inmediatamente.
—Oye, oye, oye. ¿A dónde creen que van?
—No queremos meternos en ningún problema. Nos iremos por donde
vinimos. No vimos nada, se lo aseguro.
—Quisiera creerles, pero lamentablemente no puedo arriesgarme de ese
modo. Tendrán que acompañarme y responder algunas preguntas a mi jefe.
—Creo que mi amigo ya te dijo que nos estábamos yendo y que no
queríamos problemas. ¿A caso tienes problemas de audición o no
comprendes lo que te decimos? —dijo Sara en un tono bastante agresivo
que denotaba unas fuertes ganas por liarse a golpes con el rufián, lo cual me
parecía todo un suicidio.
—Veo que la gatita tiene garras —y al decir esto comenzó a sonarse los
nudillos—. No soy partidario de golpear a mujeres, pero puede que haga
una excepción contigo.
Tras decir eso, el gigante se abalanzó sobre Sara, con todas las
intenciones de asestarle un puñetazo que seguramente la mandaría al
hospital. Al ver lo que ocurría, y que Jesús no reaccionaba, no se me ocurrió
mejor cosa que hacer que meterme en medio y recibir el golpe por Sara.
Efectivamente, el puñetazo venía cargado de mucha fuerza, tal es así, que
sentí como si mi cabeza se fuera a separar del cuerpo. Quedé fuera de la
contienda al primer golpe, y solo me quedó observar la reyerta desde el
suelo. Me sorprendí al ver que Sara adoptaba una postura de combate, y que
al ver venir nuevamente el embate del rufián no se inmutó ni se movió en lo
absoluto. El gigante le volvió a lanzar un puñetazo mientras vociferaba que
ahora no contaría con tanta suerte, pero lejos de amedrentarse o verse
absorta en una parálisis, Sara tomó el brazo de su atacante, se colocó por
debajo de él, y utilizando su propia fuerza, lo hizo dar una vuelta por el aire,
para seguidamente estrellarlo contra el suelo. La caída fue tan estruendosa,
que era imposible que no lo hubiesen escuchado los otros sujetos que
estaban cargando la camioneta. Sabía que no teníamos tiempo que perder,
por lo que intenté incorporarme como pude. Sara le había propinado una
patada a nuestro agresor para asegurarse de que no continuara
agrediéndonos. Tras dejar inconsciente al gigante, se volvió hacia mí y me
preguntó si estaba bien.
—S-s-sí, o eso creo. Espero no tener nada roto.
—Entonces a correr. Dudo que los otros no hayan oído lo que ocurrió.
Me dio la mano para ayudarme a que me terminara de incorporar, y
Jesús me ayudó para comenzar a correr. Regresamos al auto y me recosté en
el asiento trasero con un terrible dolor de cabeza.
Ya sentada en el asiento del copiloto, Sara le gritó a Jesús que
arrancara, cuando de pronto, se escuchó un disparo que vino a romper el
silencio de la noche y el vidrio de la luneta trasera. Los compañeros del
gigante ya se habían percatado de lo ocurrido, y habían comenzado a
perseguirnos. Al parecer no les interesaba preguntarnos qué ocurría. Eran
más partidarios de disparar y después hablar.
Al ver las intenciones manifiestas de nuestros atacantes, Jesús no dudó
en acatar la orden de Sara y pisar el acelerador. Emprendimos la huida, y
aunque solo podía ver el techo del interior del auto, los ruidos de las
explosiones me describían lo que ocurría fuera.
El haber estacionado unas calles antes de la iglesia había sido una muy
buena idea, ya que habíamos quedado posicionados de buena manera para
huir sin demoras.
Por lo visto, los malvivientes no lograron subirse a la camioneta a
tiempo, y logramos perderlos. De momento los disparos se habían detenido
y no se escuchaba nada más, aparte del motor del auto de Jesús que rugía
pidiendo que suba el cambio. A pesar de que aparentemente el peligro se
había disipado, mi amigo no mermó la velocidad por si acaso. Ya una vez
que nos encontramos a salvo fuera de la ciudad, nos detuvimos por un
momento en una gasolinera que había en medio de la carretera. Nos
aseguramos de ocultar el auto de las posibles miradas de los conductores
que pasaran por allí, y nos dispusimos a realizar un control de daños.
—¿Están todos bien? —preguntó Sara.
—Mi cabeza me está matando, pero sobreviviré. No creo haber recibido
ningún disparo.
—Yo no conté con tanta suerte —dijo Jesús a la vez que se quitaba su
abrigo y nos mostraba su brazo—. Igual solo fue un raspón, no creo que
deban amputármelo —bromeó para quitar importancia a su herida.
—Déjame ver —dijo Sara—. Parece que la bala solo rozó el hombro.
Le aplicaré un vendaje improvisado hasta que vayamos al hospital. Déjame
que continúe conduciendo, necesitas descansar un poco.
Jesús acató las indicaciones de Sara, y luego de recibir los primeros
auxilios improvisados de parte de esta, se situó en el asiento del copiloto.
Por mi parte, solo tenía una ceja cortada, y según Sara me había hecho
acreedor de un ojo morado, el cual no tardaría en hacerse presente, pero
dejando eso de lado, estaría bien.
—¿Por qué no me dijiste que eras una especie de arma mortal? —le
pregunté a Sara.
—No lo preguntaste.
—Podrías haberte cargado a todos esos malvivientes sin siquiera
transpirar.
—No exageres. Simplemente tengo conocimientos básicos de algunas
artes marciales. De chica mi padre me llevaba a que aprenda distintas
disciplinas, decía que algún día me servirían.
—Y valla que tenía razón —dijo Jesús que se sumó a la charla.
—¿Tú sabías de lo que era capaz? —le indagué.
—Claro, por eso no reaccioné. Supe que sabría resolverlo. Además, qué
clase de persona le hablaría así a un tipo de más de cien kilos sin saber
cómo recibir su represalia.
—Hubiese agradecido estar al tanto para no sacrificar mi rostro en vano
—dije ofuscado.
—Si cuenta de algo, significó mucho para mí que me hayas defendido
de ese modo, gracias.
Al ver que aún seguía un tanto enfadado, Sara me dio un beso en la
mejilla que logró que se me pasara el mal humor y el dolor de cabeza. Sin
saber que responder, solo dije.
—No hay por qué —y evidentemente el color que adoptó mi cara hizo
que Jesús rompiera en risas.
—Esto no es justo, el recibe un puñetazo y consigue un beso. A mí me
disparan y no consigo nada.
—No te quejes, que ya te dije que te presentaría a mi amiga Luisa.
—Está bien, con eso me conformo.
Habíamos conseguido aliviar un poco la tensión del momento que
acabábamos de vivir, pero bien sabíamos que no podíamos relajarnos tanto,
ya que, de buenas a primeras, los rufianes que nos habían disparado, puede
que no se hubiesen conformado con simplemente sacarnos corriendo de su
zona, y estén buscándonos por las afueras. De tal modo, continuamos
revisando el auto, y al parecer estaba en condiciones de seguir andando. Los
daños solo habían sido el del parabrisas trasero, y el del tablero, por lo que
las funciones básicas continuaban intactas.
—Debemos continuar. Lo primero que tenemos que hacer es ir a un
hospital a que te revisen la herida —dijo Sara.
—De ninguna manera. Esto es solo un raspón. Tenemos que dar aviso a
los refuerzos e ir a por ellos.
—¿Estás seguro?
—Definitivamente.
Haciendo caso a lo que le ordenó mi amigo, Sara llamó a los refuerzos,
y en cuestión de treinta minutos ya contábamos con el apoyo de dos
patrulleros y cuatro oficiales. No era lo que se podía decir una fuerza de
choque, pero por lo menos era algo. Según los oficiales, estaban escasos de
personal, y recién podríamos contar con la ayuda de otros agentes en dentro
de una o dos horas. Sara les dijo que no podíamos esperar tanto, y ordenó
que fuéramos cuanto antes a la iglesia.
Guardé silencio, y aunque para mis adentros estaba seguro de que no
íbamos a encontrar nada, preferí no emitir opinión y seguí la corriente del
grupo.
Llegamos a la iglesia acompañados del ruido y las luces de las sirenas
de los patrulleros, lo cual a mi entender era una pésima idea, ya que nunca
había podido entender porque los policías hacían eso, era como si
estuviesen avisándole a los malvivientes que allí venían y que se
preparasen.
Como era de esperarse, en las afueras de la iglesia no había rastro
alguno de la camioneta ni de los sujetos que estaban cargándola con la
mercancía. Los agentes golpearon la puerta del edificio, y no tardó en salir
el padre Teófilo, quien intentaba actuar como si recién se levantase.
—¿Sí? ¿Qué se les ofrece oficiales?
—Venimos por una denuncia padre, necesitamos que nos abra para
echar un vistazo.
—Estas no son horas para estar molestando a una persona de mi edad.
Me veo en la obligación de no acceder, a menos que posean una orden que
exija lo contrario.
El maldito tenía bien claro que no teníamos dicha orden, y que, si
dependíamos de las autoridades locales, nunca la obtendríamos.
—Así es, no poseemos la orden, simplemente le estamos pidiendo de
forma amable que colabore con nosotros.
El padre continuó mostrándose a la defensiva y se volvió a negar.
—Óigame bien padre, esto no se va a quedar así. Sabemos que todo
esto es una tapadera y que es un maldito traficante que usa a la iglesia como
centro de distribución. Si no quiere que su situación se agrave más de lo que
está, le aconsejo que colabore. Si lo hace, puede que consiga que tengan
alguna consideración con usted por su edad —dijo Sara, que no pudo
esconder su enfado.
—Le agradezco su consejo, jovencita, pero creo que no sabe con quién
está hablando. Pasaré por alto que me hayan despertado en mitad de la
noche y su impertinencia. Los dejaré ir sin poner ninguna queja. Ahora
bien, si no tienen nada más que decir, hay gente que necesita dormir.
El padre comenzó a cerrar la puerta, y Sara se abalanzó para
impedírselo, pero los agentes la detuvieron, y le dijeron que no tenían
permitido proceder, que debían irse sin más.
No pude dejar de asociar lo que estaba ocurriendo, con lo que me había
pasado una vez cuando era simplemente un adolescente y me habían robado
mi bicicleta. Recuerdo que había ido a realizar la denuncia con mi madre a
la comisaría de mi zona, y que les había dado una descripción precisa de mi
asaltante. Aquellos agentes solo me dijeron que sabían quién era y en donde
vivía, pero que no estaban habilitados a ingresar en su vivienda sin una
orden, que debían esperar, y que para cuando esté emitida la orden, muy
probablemente el granuja ya habría vendido o cambiado la bicicleta por
droga. Básicamente me estaban diciendo que no podían hacer nada y que
me conformara con el hecho de no haber sido agredido físicamente. Era
algo indignante, pero que siempre pasó, pasa y pasará. Hay veces en las que
pienso fuertemente que las leyes fueron creadas al solo efecto de defender a
los criminales. Por todo esto, el ver lo que estaba ocurriendo frente a mis
narices no me sorprendió en lo absoluto.
Indignados, volvimos por donde habíamos venido, y nos subimos al
auto. Sara les dio la descripción de la camioneta a los otros agentes para que
la buscaran, y estos le aseguraron que si llegaban a tener noticias le
avisarían. Desde luego que eso nunca iba a suceder y solo estaban siendo
cordiales con mi amiga.
De regreso a nuestra ciudad, el viaje transcurrió en un silencio absoluto,
los humores no estaban como para ninguna charla distendida ni mucho
menos. Fuimos directamente a un hospital, donde revisaron y curaron
nuestras heridas. A Jesús le tuvieron que dar algunos puntos, y por mi parte,
me aplicaron un poco de pegamento, ya que la herida no era lo
suficientemente grande como para dar puntos. En cuanto a mi ojo, ya había
comenzado a adoptar una tonalidad oscura, y en breve parecería que me
había disfrazado a medias de un mapache.
Tras todas las curaciones, Sara nos llevó a cada uno a nuestras casas, y
nos aconsejó que intentemos descansar que ya hablaríamos luego por la
mañana de cómo continuar. Acatamos sus consejos y cada cual se fue a su
casa a descansar.
Entré en mi apartamento aun adolorido por el golpe, y fui directo a
buscar algunos analgésicos. En el hospital me habían dado unos, pero el ojo
me estaba latiendo y no soportaba el dolor. Luego de tomarlos, me recosté
en mi cama sin tan siquiera cambiarme, y dejé que el efecto de los
medicamentos patrocine un sueño profundo y reparador.
Sin darme cuenta ya era de día, y como era de esperarse, al ver mi
celular, tenía unas llamadas perdidas de Jesús. Sin salir aún del estado de
somnolencia, le marqué para devolver la llamada.
—¿Jesús? ¿Cómo está tu brazo?
—Hola John, mejor, solo duele un poco. ¿Tu ojo?
—Creo que bien, aún no me vi en el espejo. ¿Qué ocurre? ¿Creí que
habíamos quedado para reunirnos cerca del mediodía como ayer?
—Te llamé por otra cosa. Raziel publicó otra pista. Tienes que leerla.
Entra ya mismo en el foro.
Capítulo 17

Corté de inmediato la llamada con Jesús y abrí el navegador de mi


celular. Fui directamente al foro y allí encontré el comentario de Raziel, el
cual decía así:
«Hola amantes de la verdad y la justicia, lamentablemente, como era de
esperarse, nuestro asesino se salió con las suyas, o por lo menos eso cree.
Considerando que nadie logró llegar hasta la cruz a tiempo, aquí les va otra
pista en forma de rima. - Por más que intentes borrar el pasado, él nunca se
irá de tu lado. Por más que intentes disolver la verdad, el fémur lo resistirá.
Aunque tan solo quede una pieza del rompecabezas, con eso basta para
reconocer la imagen completa. Si conseguir el tesoro deseas, deberás nadar
contra viento y marea. Como el cofre de un pirata, en el fondo del mar
descansa parte de una pata. - El tiempo corre y la verdad te alcanzará.»
No era necesario esforzarse demasiado para descifrar aquella pista. El
arcángel había hundido el fémur en el río en donde había intentado sumergir
el cuerpo de Javier hace quince años. Automáticamente, llamé a Jesús y le
comenté lo que pensaba.
—¿Cuál es el sentido de todo esto? ¿Para qué continúa con este juego?
—preguntó intrigado mi amigo.
—No lo sé, quizás disfruta acecharme. Es imposible comprender el
motivo real. Para hacerlo deberíamos de estar tan locos como él. De igual
modo, hay que ir cuanto antes a ese río y buscar el fémur.
—¿Tienes idea de lo que puede llegar a costarnos encontrarlo? No es
algo tan sencillo como buscar una cruz en medio de un maizal.
Necesitaremos un equipo de buceo, sumado a la cuestión lógica de saber
bucear, y déjame decirte que no se encuentra entre mis habilidades dicha
disciplina.
—Puede que no sea necesario. Estoy casi seguro del punto exacto en
donde lo dejó, o al menos eso creo.
—Es una locura. No deberíamos seguirle el juego. Algo se me hace
extraño. Puede que sea otra trampa.
—Lo sé, pero no tenemos otra opción.
—Es una pésima idea, pero de acuerdo. En veinte minutos te pasaré a
buscar.
—Espera un momento. ¿Y Sara?
—¿Pretendes que le diga que nos acompañe a sacar del fondo del río el
resto de un cadáver?
—No, es que pensé que nos reuniríamos para hablar de cómo proceder
con el tema del padre Teófilo.
—Le diré que no podemos reunirnos, que surgió un imprevisto,
descuida. Ya quedaremos para más tarde.
—Gracias. Te espero.
Jesús se despidió y me dijo que ya salía para aquí. Corté la llamada, y
me puse a pensar en esta pesadilla que parecía no acabar nunca. ¿Acaso este
sería el final? ¿Qué ganaba Raziel con todo esto? ¿Cómo iba a encontrar un
fémur en el fondo del río? Las preguntas comenzaron a agolparse en mi
cabeza sin encontrar respuestas. Recurrí nuevamente al bote de pastillas
para la ansiedad, se me hacía imposible alcanzar el equilibrio y el temple
necesario para continuar. ¿A caso me estaba volviendo adicto a ellas? De
momento tenía cosas más importantes en las que preocuparme. Me tomé
una píldora con un vaso de agua, y me preparé un café cargado, mi otra
adicción. Tras beberme el café a las apuradas, me cambié y bajé las
escaleras a toda prisa, ya que Jesús estaría al llegar.
Al salir a la calle, pude ver que mi amigo estaba estacionando.
—Haz llegado rápido.
—El tránsito estaba bastante despejado. Marchando que no hay tiempo
que perder. Durante el viaje te comentaré lo que hablé con Sara.
—¿Cuándo hablaste con ella?
—De camino a aquí.
Me subí al auto y emprendimos el viaje nuevamente hasta mi antigua
ciudad.
Jesús me comentó que ya había acordado con Sara que esta noche
volveríamos a darnos una vuelta por la iglesia, ya que decía que no se
esperarían a que regresemos tan pronto, y que había que aprovecharse de
eso y tomarlos con la guardia baja. Además de ese tema, le comentó que ya
le habían respondido en la cuestión concerniente a Guadalupe, la madre de
Javier, quien en teoría estaba viviendo con una hermana en el norte. La
cuestión era que, según los registros, Guadalupe Rivas, así era su apellido
de soltera, era hija única, y no solo eso, sino que desde hacía diez años no
había absolutamente nada referente a ella. No había registros bancarios,
tarjetas de crédito, teléfonos, servicios a su nombre. Básicamente era como
si la hubiese tragado la tierra, aunque bien sabía lo que le había ocurrido. La
habían silenciado por algo que habría descubierto respecto a su hijo, y aquí
era donde todo se tornaba más turbio, ya que era de extrañarse que ni su
esposo ni su hija hubieran hecho algo al respecto. ¿Acaso estarían coludidos
con el padre Teófilo? Quizás el sacerdote tendría algo con lo que estaba
presionándolos y obligándolos a guardar silencio. La realidad era que todos
los caminos continuaban llevando hacia la iglesia y su representante.
El viaje transcurrió entre debates acerca de qué le había ocurrido a
Guadalupe y poco más. Jesús había podido conseguir un set de buceo, el
cual estaba compuesto por unas patas de rana, un snorkel y unas antiparras.
No era precisamente lo que necesitábamos, pero nos serviría de algo.
Llegamos a la zona del puente pasado el mediodía, y estacionamos donde
pudimos, para proseguir a pie hasta el sitio en cuestión.
Mientras íbamos yendo, Jesús me dijo que lo mejor sería que uno se
sumergiera y que el otro permaneciera en la superficie vigilando que nadie
viniera, a lo que estuve de acuerdo. De igual modo, teniendo en cuenta que
era de día, y que no estaba lloviendo, se podían ver algunas personas que
estaban paseando y disfrutando del paisaje, pero afortunadamente, a medida
que nos acercábamos al lugar en donde creía que estaba sumergido el
fémur, pudimos observar que la cantidad de personas era cada vez menor.
Llegamos a la orilla en donde había intentado reanimar a Javier, y los
recuerdos vinieron a mí. Era increíble cómo habían pasado los años, y aún
conservaba el recuerdo intacto de aquella noche. No obstante, quité esos
pensamientos que ya no me aportaban nada, y me volví a concentrar en la
tarea que teníamos por delante. Le dije a Jesús que yo me metería en el
agua, ya que tenía el presentimiento de donde podía encontrarse el hueso, a
lo que mi amigo se mostró de acuerdo. Solo dijo que, si no lo lograba en los
primeros intentos, él probaría suerte después.
Aprovechando el sol que resplandecía y brindaba una buena
luminosidad, me quité la ropa y solo me dejé las bermudas que me había
puesto debajo. Me coloqué el equipo de buceo y me despedí de mi amigo
pidiéndole que me deseara suerte.
Afortunadamente no había gente cerca de la orilla, puede que, a causa
del frío, el cual era considerable y había hecho que me replantease el
sumergirme en aquellas aguas heladas. De todos modos, no estaba como
para retractarme, por lo que tomé coraje y luego de inflar mis pulmones, me
zambullí decidido en aquellas aguas. A diferencia con la noche de hace
quince años, ahora el sol estaba de mi lado y me aportaba una visión más
amplia de lo que había allí debajo. El fondo no se encontraba muy
profundo, por lo que alcanzarlo no me costó mucho esfuerzo. Comencé el
rastrillaje improvisado, y al primer intento no logré dar con el hueso
buscado. Al quedarme sin oxígeno, volví a la superficie para reabastecer a
mis pulmones. Allí arriba pude observar hacia la orilla y ver a Jesús, quien
estaba atento ante cualquier imprevisto.
—¿Estás bien John? —gritó mi amigo al verme.
—¡Sí! ¡Necesito recuperar un poco el aliento nada más! —le respondí
como pude y volví a sumergirme.
En esta ocasión, había alcanzado adentrarme hasta el punto en donde
había podido dar con Javier, por lo que algo me decía que ese era el lugar.
Cargado de optimismo, nadé hasta el lecho y allí pude ver algo que llamó
mi atención. Clavado en el fondo entre el lodo, la arena y algunas piedras,
estaba el bendito fémur, y atado a él había una especie de bolsa que
contenía algo que no pude discernir en el momento. Tomé el hueso, y tras
forcejear un poco, logré removerlo y hacerme con él. Con el botín en mi
poder, volví a la superficie y comencé a nadar hasta la orilla donde se
encontraba Jesús, quien al ver que salía del agua con el trofeo, rápidamente
lo tomó y lo metió en el bolso de viaje que habíamos llevado para que nadie
pueda verla.
—¿Cómo lograste dar con él tan rápido?
—A esa altura había dado con Javier. Es muy probable que Raziel
estuviera allí esa noche observándolo todo.
—Ten —dijo mi amigo mientras me alcanzaba una toalla—. Sécate
rápido que te va a dar una pulmonía.
Estaba congelado, pero el esfuerzo había valido la pena. Una vez seco,
me cambié y volvimos hasta el auto de mi amigo, donde le pedí que
prendiera la calefacción para intentar entrar un poco en calor.
Ya dentro de la privacidad de su vehículo, abrimos el bolso e
inspeccionamos el fémur y la misteriosa bolsa.
—¿Qué hay en la bolsa?
—No tengo idea, no llegué a ver el contenido.
Era una bolsa de consorcio mediana, que dentro de ella tenía otra bolsa
de esas que vienen con cierres herméticos, y en su interior había una nota y
una memoria USB.
La nota decía: «Espero que no te hayas cansado demasiado, ya que el
juego acaba de comenzar. En el fondo del mar descansaba Guadalupe, la
madre que te encargaste de eliminar. Si creías que esto iba a ser fácil,
lamento decirte que no. Ahora te toca desenmascarar las mentiras del
predicador. Posdata: En la memoria vas a encontrar una ayuda para la
siguiente misión. Gracias por hacer el trabajo sucio por mí.»
—¿Esto significa lo que creo que significa? —dijo Jesús.
—Los restos que extrajimos en el maizal eran los de Guadalupe, y no
los de Javier. Como pude ser tan idiota. Me parecía que ese no había sido el
sitio donde lo había enterrado.
—Eso quiere decir, que él tiene en su poder el cadáver de Javier y nos
llevó hasta los restos de su madre por algún motivo en particular. ¿Qué nos
está queriendo decir?
—No tengo la menor idea. Solo me queda claro que le encanta escribir
mensajes con rimas y que estamos haciendo exactamente lo que él quiere
que hagamos.
—Cuando habla del predicador, se debe de referir al padre Teófilo. Eso
quiere decir, que el sacerdote no es quien está detrás de todo.
—Pensé lo mismo. A menos que el padre se esté auto incriminando,
hay alguien más. Tenemos que deshacernos del fémur y volver cuanto antes
para poder ver que hay dentro de la memoria.
—¿Piensas seguirle el juego?
—¿Tenemos otra opción?
—Podríamos decirle todo a Sara. Ella sabrá qué hacer.
—Me parece que no eres consciente de que acabamos de sacar la parte
de una pierna de un cuerpo que anteriormente disolvimos en químicos. Por
donde lo mires dice a gritos «cárcel». No es una opción contarle a Sara.
—Puede que si seguimos avanzando en este juego las cosas se vayan
poniendo cada vez peores. De momento no matamos a nadie. Inclusive
podríamos obviar el pequeño detalle del esqueleto disuelto. Estoy seguro
que ella lo comprenderá.
—No dudo de su buena voluntad, pero de momento prefiero no ponerla
a prueba.
—Como gustes. ¿Y ahora?
—Voy a esconder el fémur en un lugar en el que no lo pueda encontrar
nadie. Puede que guardarlo nos sirva de algo en el futuro. Puede que sea la
única prueba de que Guadalupe está muerta. Ya lo comprobaremos en su
debido momento.
—¿Dónde piensas esconderlo?
—Hay un sitio no muy lejos de aquí donde solía ir cuando era chico. Es
una especie de fábrica abandonada, y creo que aún continúa así.
—Andando que el reloj no se detiene, y tenemos que estar de vuelta
antes de las nueve.
Capítulo 18

Llegamos a la fábrica abandonada luego de conducir por alrededor de


treinta minutos. El sitio continuaba estando tal y como lo recordaba. Por lo
visto no estaba entre los planes del gobierno el restaurar los viejos edificios,
y sacaría partido de eso. La vieja fábrica tenía todas las ventanas rotas, y
carecía de puertas. Con el paso del tiempo, las personas fueron
abasteciéndose de dichos recursos y nunca se preocuparon en devolverlos.
A pesar de que la fachada se notaba un poco más desmejorada, el interior
continuaba igual de sucio y derruido. El edificio estaba compuesto por
varias oficinas, las cuales estaban completamente vacías, obviando algún
que otro escritorio o silla oxidada, y un galpón gigantesco en donde en otras
épocas se solían envasar refrescos. El paso del tiempo, los avances
tecnológicos, y diversas cuestiones económicas, fueron dejando sin lugar y
despojando por completo a aquel sitio de las consideradas empresas
rentables. Y como todo lo que no es rentable en este mundo capitalista, se
descarta y se olvida. Pensar que allí trabajaron cientos o miles de personas,
y ahora solo era un basurero olvidado y apartado de la sociedad.
En una de las oficinas había un escritorio que conservaba un cajón, en
donde solía guardar cosas que no quería que viesen mis padres. Gratamente
aún continuaba en aquel lugar, e inclusive todavía guardaba en su interior
algunas cosas que había dejado y había olvidado retirar al momento de
marcharme. Al ver las revistas, tarjetas y demás objetos que uno valora de
un modo desmedido cuando es chico, un dejo de nostalgia se hizo presente
y desencadenó una serie de recuerdos acerca de mis padres y mi infancia.
Al ver que me había quedado en trance por un momento, Jesús me
preguntó:
—¿Estás bien? ¿Qué ocurre?
—El ver el contenido del cajón hizo que recordara cosas de mi juventud
y de mis padres. Fue solo un lapsus nostálgico. Descuida, estoy bien.
Una vez aclarado el motivo de mí repentino silencio, y tras corroborar
que aquel era un sitio seguro, ya que, si luego de quince años nadie había
robado el contenido del cajón, dudaba que justo ahora comiencen a ocurrir
los hurtos. Coloqué el fémur en el fondo del cajón y lo tapé como pude con
el contenido del mismo.
Ya con el tema «Fémur» resuelto, quizás un tanto improvisado, pero
resuelto, al fin y al cabo, iniciamos la vuelta a casa, la cual transcurrió sin
sobresaltos y con un tráfico muy leve, por lo que al llegar a mi edificio aún
contábamos con tiempo de sobra como para constatar el contenido de la
memoria USB. Por tal motivo, Jesús me acompañó y vimos que era lo que
Raziel quería mostrarnos.
Introduje la memoria en mi ordenador portátil, y luego de revisarlo con
el antivirus, no podía confiar así sin más en un psicópata, abrí la única
carpeta que había en su interior. Esta carpeta se mostraba bajo el nombre de
«El predicador». Le di doble clic y su contenido se mostró ante nosotros.
Un total de diez archivos se hallaban dentro de dicha carpeta, y cada uno
estaba titulado con una fecha en particular. Abrimos el que se anunciaba
como más antiguo, y su contenido estaba compuesto por distintos informes,
los cuales contaban con detalles muy específicos, los diversos negocios que
realizaba el predicador, quien figuraba bajo el nombre Carlos Giacobone,
que por lo visto era el nombre de pila del padre Teófilo. Había números de
cuentas bancarias, como un sin fin de fechas y cifras pornográficas de
dinero. Teníamos en nuestro poder todas las pruebas que podríamos llegar a
necesitar para poner al sacerdote tras las rejas. La cuestión era, ¿por qué nos
serviría al padre Teófilo en bandeja de plata? ¿Qué ganaría con eso?
¿Estaría interesado en ocupar el lugar que el sacerdote dejaría vacante? Las
incertidumbres proliferaban como bacterias en una infección, y sus
respuestas escaseaban más que el agua en el desierto. Luego de revisar los
nueve documentos restantes, los cuales poseían datos similares, solo que, de
diferentes fechas, nos miramos con mi amigo sin saber bien que estaba
sucediendo.
—¿Nos acaba de entregar las pruebas necesarias para condenar al padre
Teófilo? —dijo Jesús.
—Eso creo…
—¿Y si Raziel no es quien creíamos que era?
—¿A qué te refieres?
—Puede que el arcángel no sea el responsable de las muertes y solo
esté intentando que se llegue a la verdad. No habíamos pensado en esa
posibilidad.
—¿Y por qué haría todo esto? ¿Por qué me involucraría de este modo?
¿Por qué no fue a la policía e hizo la denuncia como cualquier otra persona?
A fin de cuentas, parece ser que tenía todo organizado con lujo de detalles.
Cualquier fiscal hubiera destruido al padre Teófilo con la mitad de esta
información.
—Puede que no estemos viendo algo. Quizás no podía hacerlo y
recurrió a ti a modo de ayuda.
—Menuda manera de pedir ayuda. Creo que simplemente es un
psicópata y se divierte con todo esto. Y respecto al padre Teófilo, puede que
tenga intereses ocultos al respecto.
—Sin importar cuál sea el motivo de Raziel, hoy cuando veamos a
Sara, creo que deberíamos de darle esta información. Armará un caso sólido
y meterá al padre tras las rejas.
—¿Y cómo explicaremos el modo en que la conseguimos?
—Le diremos que un informante anónimo nos la hizo llegar, y que su
identidad no puede salir a la luz. Técnicamente no estaríamos mintiendo.
¿Qué opinas?
—Si crees que Sara no va a indagar a fondo en el tema, adelante.
Con la decisión tomada, Jesús se despidió hasta en dentro de algunas
horas y se fue a su casa. Una vez solo en mi apartamento, me recosté y me
puse a pensar en lo que había ocurrido.
¿Jesús estaría en lo correcto al pensar que Raziel quizás no era quien
estuviese detrás de las muertes? Y de ser así, ¿quién sería el responsable?
Por más que el padre Teófilo fuera lo que fuera, dudaba mucho que sea
un asesino, o por lo menos que empleara métodos como aquellos para matar
a sus enemigos. Estaba convencido de que tendría unos modos más seguros
y eficaces para hacer desaparecer a alguien sin dejar rastro alguno.
Dejando todos esos pensamientos de lado, regresé al ordenador y volví
a revisar una vez más los documentos.
Había algo en su contenido que me había hecho ruido, pero no sabía
con exactitud lo que era.
Releí cuidadosamente todos los informes, y luego de un buen rato,
logré dar con lo que había llamado mi atención.
Entre las distintas cuentas receptoras, había una que figuraba bajo el
nombre «Rivas M.», y aunque antes no me haya dado cuenta, ahora caía en
que ese era el apellido de soltera de la madre de Javier, y la M podría ser de
Miriam, su hermana.
¿Acaso Miriam estaría al corriente acerca de lo que le ocurrió a su
madre y a su hermano, y estuviese guardando silencio a cambio de dinero?
Puede inclusive que sea cómplice de la desaparición de Javier y de su
madre.
Lo importante era que el tal Carlos Giacobone le había transferido una
suma importante en dos ocasiones, las cuales daban la casualidad que
coincidían con los momentos en que desaparecieron sus familiares. La
primera databa de hace quince años, y la segunda de hace diez.
Por más que fuesen simplemente conjeturas que estaba elaborando en
mi casa, no podía esperar a contárselas a Sara y Jesús, quienes de seguro
estarían de acuerdo.
Luego del posible descubrimiento, apagué el ordenador y me fui a
acostar, ya que el trajín del día me estaba empezando a pasar factura. Por
más que no pudiese conciliar el sueño, necesitaba descansar un poco el
cuerpo y recargar energías para la noche que se avecinaba.
Tras dar vueltas en mi cama por más de una hora, llegó la hora en la
que Jesús me recogería, por lo que me cambié y aguardé a su llegada en la
entrada de mi edificio.
Como era de esperarse, la puntualidad de mi amigo no se veía afectada
por las diferentes adversidades y travesías que puedan devenir.
Llegó acompañado por Sara, quien estaba sentada en el asiento
delantero, y que al verme dijo: —¿Traes la memoria contigo?
Miré a Jesús a modo de reproche por haberle contado aquel asunto sin
mi presencia, y luego le respondí a Sara: —Veo que ya estás al corriente. Sí,
la traigo aquí en el bolsillo.
—Perfecto, traje mi ordenador para revisarla durante el viaje —y tras
decir esto, extendió su mano como para pedirme la memoria.
—Aquí tienes —se la entregué, y seguidamente le pregunté—. ¿Crees
que servirá para llevar al padre Teófilo ante la justicia?
—Si contiene lo que me dijo Jesús que contenía, sin lugar a dudas. Pero
de momento lo corroboraré con mis propios ojos.
—El sacerdote no figura con el nombre de Teófilo, creo que ese es un
nombre falso o ficticio. Por lo visto, su verdadero nombre es Carlos
Giacobone. ¿Podrías confirmarlo?
—No será ningún problema, ahora mismo lo corroboro con la base de
datos.
Luego de cinco minutos, durante los cuales estuvo navegando por la
base de datos, Sara logró confirmar que la verdadera identidad del padre
Teófilo era la que figuraba en los archivos. Al parecer había adoptado el
nombre con el que lo conocía su comunidad hace más de veinte años al
hacerse cargo de la iglesia. Se podría decir que era como el nombre artístico
que poseía.
Dejé que Sara revisara tranquila el contenido de la memoria, y cuando
lo creí adecuado le comenté la teoría que había elaborado en base a la
cuenta receptora de «Rivas M.»
Ambos dos escucharon atentos, y luego de digerir lo que les había
dicho, concordaron con mi teoría. Las casualidades no existen, y Miriam
estaba ocultando algo. Respecto al contenido de la memoria, Sara dijo que
eran pruebas muy sólidas, pero que de todos modos iba a necesitar
reforzarlas con imágenes, por lo que la visita sorpresa no se suspendía.
El viaje transcurrió entre debates e intercambios de pensamientos
referentes a la hermana de Javier y del sacerdote. Finalmente arribamos a la
ciudad casi sobre la hora, por lo que nos apuramos en buscar un sitio idóneo
para estacionar, y procedimos a pie hasta la zona de la iglesia.
Llegamos justo a tiempo para cuando estaba estacionando una
camioneta, por lo visto Sara había estado acertada en pensar que no se
esperarían una nueva visita tan pronto.
En este caso, la camioneta era la misma que habíamos visto la primera
vez con Jesús. Al parecer era la encargada de traer la mercadería, y la otra
se ocupaba de distribuirla.
Le comenté mi parecer a Sara, quien se mostró de acuerdo. Luego de
asegurarse de estar a resguardo y de que nadie estuviese detrás de nosotros,
sacó su celular y tomó algunas fotografías. Cuando ya se aseguró de contar
con la suficiente cantidad de imágenes, guardó su teléfono y sacó su arma.
—¡¿Qué estás haciendo?! —pregunté sorprendido.
—Simplemente estoy sacando mi arma reglamentaria.
—Me di cuenta de eso. Me refiero a qué piensas hacer con el arma.
—Voy a tener una charla amistosa con nuestro amigo Carlos
Giacobone.
—¿No crees que sería más prudente aguardar a que se vayan los sujetos
de la camioneta? —inquirió Jesús.
—Desde luego que voy a esperar a que se vallan. Solo estaba
comprobando que estuviese cargada. Tranquilo, aún no perdí la cabeza.
Un poco más aliviados, continuamos aguardando hasta que la descarga
culminara, y los malvivientes de la camioneta se largaran.
La espera no tuvo que ser muy prolongada, ya que luego de cinco
minutos, habían finalizado su labor y se estaban despidiendo del padre
Teófilo, quien se encontraba escrutando todo muy atento.
—Aguárdenme aquí. Si no vuelvo en veinte minutos, llamen refuerzos
—dijo nuestra amiga mientras empuñaba con firmeza su arma y se
incorporaba para dirigirse al encuentro con el padre.
—¡Aguarda! —dije— ¿No prefieres que llamemos ahora a los
refuerzos y los esperemos?
—Si quiero hacerme un lugar en la mesa grande y que me respeten,
debo hacer esto por mi cuenta.
—Podríamos ir contigo y ayudarte. No se nos da muy bien la lucha
cuerpo a cuerpo, pero tres son mejor que uno. ¿No lo crees?
—Agradezco tu intención. Pero no dejaré que se pongan en peligro.
Son civiles y sus vidas dependen de mí. No se preocupen, volveré a tiempo.
Ya verán.
Dicho esto, Sara se fue en dirección a la iglesia.
Cuando nuestra amiga se fue, ya no había nadie en las afueras del
edificio. El padre Teófilo y sus lacayos se encontrarían en el interior
acomodando y asegurándose de que el pedido estuviese completo.
Vimos a nuestra amiga rodear la iglesia con mucho cuidado y perderse
tras ella.
En ese momento Jesús me dijo: —Esto no me gusta para nada. Por más
que se hayan ido los sujetos de la camioneta, aún quedan otros cuatro
malvivientes allí dentro con el padre Teófilo.
—Eso siempre y cuando no haya más personal dentro —comenté, y al
ver la expresión de mi amigo supe que no le hacía gracia—. Descuida, ya
vimos de lo que es capaz Sara. Sabrá cuidarse por sí sola.
—Igualmente, esta es mi responsabilidad. Yo la incentivé a que venga.
Sabía de su ambición por ascender y no consideré que eso podría empujarla
a hacer una estupidez como esta.
—No es momento de ser pesimistas. Tu bien sabes la importancia de
mantener la actitud adecuada en momentos como este.
—No puedo dejar de sentirme responsable. Pero bueno… tienes razón.
Debemos ser optimistas y aguardar a que todo salga bien.
Los minutos pasaron y no había novedades de Sara. El silencio no era
buen augurio, y la desesperación comenzó a hacerse presente en nosotros.
Ya habían pasado quince minutos cuando un estruendo vino a romper la
calma que reinaba allí.
Estaba seguro que el ruido provenía de un disparo de un arma de fuego.
Automáticamente nos pusimos alerta con mi amigo y sin titubear
decidimos que no podíamos quedarnos allí sin hacer nada al respecto. Antes
de acudir en ayuda de Sara, Jesús llamó a la policía y le comentó
brevemente que creía que había un oficial herido. Dijo el sitio y les pidió
que se apuren. Cortó la llamada y nos largamos a correr rumbo a la iglesia,
la cual permanecía con sus puertas cerradas.
Seguimos los pasos de Sara, bordeando el edificio en busca de algún
punto de acceso. Al rodear la entrada principal, vimos ante nosotros dos
posibles modos de entrar. Uno era por medio de una puerta que se
encontraba entreabierta, probablemente nuestra amiga habría entrado por
allí. El otro era a través de una amplia ventana que se encontraba a una
altura bastante accesible.
Nos pusimos de acuerdo en que la opción adecuada sería la ventana, ya
que de seguro si optábamos por la puerta, sufriríamos la misma suerte que
Sara. La ventana daba a una habitación que estaba vacía y con las luces
apagadas. Luego de asegurarnos de que no había peligro aparente, Jesús
forzó el mecanismo de seguridad de la ventana de un modo cuestionable,
pero muy efectivo. Básicamente empleó la fuerza para doblegar la
resistencia del pestillo, y abrirla sin más. Nos complació ver que los lujos
innecesarios no llegaban hasta las medidas de seguridad.
Ingresamos en el cuarto a oscuras, y una vez dentro, algo allí me hizo
dar cuenta de donde nos encontrábamos. Al ver una caja fuerte, reconocí de
inmediato que esa era la oficina del padre Teófilo. Le dije a Jesús la
deducción a la que había arribado y que de seguro Sara estaba en el salón
principal, el cual se encontraba al otro lado de la puerta.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó mi amigo.
—Creo que salir por esa puerta desarmados es un suicidio. Quizás no
sea tan mala idea esperar a la policía.
—Dijeron que llegarían en veinte minutos. Para ese entonces Sara
puede estar muerta. Debemos de actuar.
—Está bien, pero no podemos proceder así sin más. Creo que tengo un
plan.
Le expliqué a Jesús la idea que se me había ocurrido, a lo que este se
mostró conforme y dispuesto a llevarla a cabo.
Jesús volvió a salir por la ventana, eso sí, proveyéndose antes de una
lámpara bastante maciza y robusta, la cual emplearía como último recurso,
y yo me quedé aguardando a que este saliera y volviera a ingresar por la
puerta entreabierta que habíamos visto fuera. La idea era que mi amigo
entre por la puerta haciendo el mayor alboroto posible para llamar la
atención de los allí presentes. Aprovechando la distracción provocada por
él, yo saldría e intentaría abatir a quien estuviese doblegando a Sara. No es
necesario decir que el plan hacía agua por todos lados, y que teníamos más
probabilidades de ganarnos la lotería que de salir allí ilesos y con vida, pero
la realidad era que la vida de Sara estaba en riesgo debido a que nosotros la
habíamos llevado hasta allí. El tiempo apremiaba y no podíamos permitir
que muriera.
Mientras aguardaba a que Jesús hiciera su parte, me hice acreedor de
una pata de madera de una de las sillas que se encontraban allí. Era hora de
sacar partido a los lujos y despilfarros de la iglesia, y emplearlos para algo
que sí valiera la pena.
La silla era de sequoia o por lo menos eso me pareció. No es que fuese
un experto en lo referente a las maderas, pero sí que podía asegurar que
aquella silla era bastante cara y resistente. Afortunadamente el partirle una
de sus patas no fue tarea difícil, y pude hacerlo silenciosamente empleando
un poco la cabeza y las palancas.
Ya con el arma improvisada en mi poder, solo me quedaba esperar el
momento oportuno para salir y enfrentar a los captores de Sara. Por más
que la adrenalina y los nervios del momento estuviesen apoderándose por
completo de mí ser, no podía apartar la mirada de aquella caja fuerte, la cual
ahora que la veía más de cerca, tenía su puerta levemente abierta. No podía
dejar pasar la oportunidad de constatar que había en su interior, y atraído
como una polilla a la luz, fui y vi su contenido.
Capítulo 19

Dentro de la caja fuerte había un reloj, el cual no se veía que fuese muy
caro, pero algo me decía que era especial. Además, había una cantidad
bastante alta de dinero, y un arma automática. Al parecer el padre Teófilo
era partidario de la violencia y de hacerla valer por sus propias manos.
¿Dónde había quedado eso de poner la otra mejilla? Continué revisando a
oscuras el interior de aquella caja, y luego de quitar algunos fajos de
billetes, logré ver una carpeta que había debajo, la cual no era muy grande,
pero que de igual modo tomé, ya que supuse que podría sernos de utilidad
en el futuro. Técnicamente estaba hurtando, pero teniendo en cuenta mis
andanzas de los últimos días, y que se lo estaba haciendo a un criminal, mi
conciencia no se vio afectada en lo más mínimo.
Un ruido fuerte y claro hizo que me apurara, ya que esa debería de ser
la señal de Jesús. Doblé la carpeta y la oculté debajo del cinturón. Empuñé
el arma, lo cual era una experiencia completamente nueva ya que nunca
había portado o disparado alguna antes, y luego de corroborar que el seguro
estuviese quitado, o por lo menos eso era lo que siempre resaltaban los
personajes de las novelas que leía, me encomendé y salí a toda prisa. Abrí
levemente la puerta, intentando no hacer ruido, y ya con la pata de la silla
en una mano y el arma en la otra, pateé la puerta e irrumpí en la sala
principal.
Allí pude ver de inmediato que había tres sujetos dirigiéndose hace mi
amigo, quien pretendía intimidarlos mediante la agitación de la robusta
lámpara, a la vez que gritaba «Vengan aquí malnacidos y prueben su
suerte». El alboroto generado por Jesús, hizo que no se percataran de mi
presencia, lo cual era un milagro, ya que había pateado enérgicamente la
puerta. Cerca de mi posición se encontraba el otro matón, quien sujetaba a
Sara, quien a su vez parecía estar maniatada con los brazos por detrás de la
espalda. Aprovechando que aún no había entrado en su radar, pensé que la
mejor idea sería intentar batear un strike en la cabeza del captor de mi
amiga, ya que las armas de fuego no se me daban muy bien, y era muy
probable que terminara haciéndole un agujero en la cabeza al objetivo
equivocado por mi falta de experiencia. Afortunadamente el malhechor se
percató de mi presencia cuando ya fue muy tarde y me encontraba
demasiado cerca. Logré conectar un golpe digno de un jugador profesional
de béisbol, aunque siendo sincero, quizás esté exagerando un poco debido a
la adrenalina del momento, pero de igual modo, el golpe logró su cometido
y puso a dormir al rufián.
En ese momento Jesús había empezado a reñir fuertemente con los
otros tres sujetos, y apurándome para que estos no se dieran cuenta de que
ya no contaban con un miembro de su equipo, desaté a Sara velozmente, y
le entregué el arma que había tomado de la caja fuerte del padre Teófilo.
Lo primero que hizo mi amiga al apoderarse del arma fue disparar al
techo y gritar: —¡Alto policía!
Automáticamente los tres sujetos se detuvieron en seco, y uno de ellos
intentó darse la vuelta rápidamente para abatir de un disparo a Sara, a lo que
esta se le adelantó y le acertó un disparo en el hombro derecho, lo cual hizo
que soltara el arma. Al ver la firme decisión con la que contaba Sara, y
teniendo en cuenta lo gatillo fácil que podría llegar a ser si se lo proponía,
el resto de los malvivientes soltaron sus armas y levantaron las manos en
señal de que se rendían.
Al ver la escena que se había montado allí, no pude dejar de notar que
faltaba un actor esencial en medio de aquella trifulca, por lo que le pregunté
a mi amiga: —¿Dónde está el sacerdote?
—Salió por aquella puerta cuando me capturaron —dijo mientras
señalaba una puerta que se encontraba en el lado opuesto de su oficina—.
Solo dijo que se encargaran de mí, que el volvería en un momento.
—Allí debe de estar la mercadería. Ve tras él, nosotros nos ocuparemos
de vigilar a estos rufianes.
Con Jesús tomamos las armas que habían dejado caer los lacayos del
padre Teófilo, y recibimos una fugaz lección de parte de Sara, la cual
consistió básicamente en que les apuntemos y si alguno se movía le
disparásemos. Al ver la evidente inexperiencia que teníamos para empuñar
las armas, los malvivientes adoptaron una postura más que sumisa, por
temor de adjudicarse un disparo por error. Viendo que la situación estaba
bajo control, Sara salió en busca del sacerdote, quien se encontraba dentro
de la habitación en donde estaba la mercadería descargada minutos antes.
Mi amiga pateó la puerta y al grito nuevamente de «¡Alto policía!», entró y
doblegó al padre de un modo muy poco sutil. En una esquina se podía ver
una chimenea que ardía con fuerza, y entre sus llamas aún se veían los
restos de algunos papeles. Por lo visto el padre Teófilo se había desecho de
los documentos que le asegurarían una condena. Las sirenas de los
patrulleros anunciaban la llegada de los refuerzos, los cuales como suele
suceder siempre, llegan cuando las cosas ya están resueltas. El padre
Teófilo se veía tranquilo y confiado de la situación. Al parecer no contaba
con que me había hecho con los documentos del interior de su caja fuerte.
Sara se encargó de contarles todo lo sucedido a los oficiales que
acababan de llegar, quienes automáticamente luego de escuchar las palabras
de mi amiga, esposaron a todos los involucrados. Por fortuna nadie salió
herido y no fue necesaria la intervención de la ambulancia, a excepción del
tipo que había recibido mi batazo, quien pudo recuperar la conciencia a
duras penas. De camino a comisaría, Sara se veía un tanto frustrada por
haber llegado tarde y que el padre haya podido eliminar las pruebas, cosa
que cambió de inmediato al enterarse de que había logrado hacerme con el
contenido de su caja fuerte.
—¿Cómo lo lograste? —me preguntó.
—No lo vas a creer, pero la puerta estaba abierta —respondí.
—¿Por qué dejaría su caja fuerte abierta? —preguntó Jesús.
—No lo sé, pero no veo porque no podemos alegrarnos de su error.
—Déjame ver esos documentos —dijo Sara, quien luego de leerlos,
comentó—. No lo entiendo.
—¿Qué cosa? —preguntamos a dúo con Jesús.
—¿Por qué guardaría las pruebas de sus crímenes? Y más curioso aún,
¿Por qué se mostraría tan tranquilo por haber quemado aquellos
documentos? ¿A caso no sabría que la policía revisaría su caja fuerte y
hallaría esta evidencia?
—Diciéndolo así… es verdad, no tiene sentido… —dijo Jesús.
Algo cruzó mi mente en ese momento e hizo que preguntara: —
¿Dejaste la puerta entreabierta cuando entraste?
—Creo recordar que la cerré. ¿Por? —respondió extrañada.
—Por nada. Son solo cosas mías. Descuida. Espero que con todo lo que
tenemos podamos enviar tras las rejas a ese maldito.
Sara me miró sin comprender que ocurría, y el viaje hasta comisaría
continuó sin más palabras.
Nos tomaron declaración de lo ocurrido, y luego de haber estado un
buen rato completando reportes e informes varios, terminaron dejándonos
ir. Todo indicaba que el padre Teófilo no se saldría con la suya y que
nuestra amiga había logrado su cometido.
Nos despedimos de Sara, quien nos dijo que iba a tener que quedarse un
buen rato más, y que ya la alcanzarían hasta su hogar los agentes de allí
cuando finalizara.
Un patrullero nos llevó hasta el auto de Jesús, y luego de cerciorarse de
que estábamos bien y que no necesitábamos nada más, se largó.
Ya solos y dentro del auto de mi amigo, este me miró y me dijo: —
¿Qué fue todo eso?
—¿A qué te refieres?
—Sabes bien a que me refiero. ¿Por qué preguntaste lo de la puerta?
—Puede que sea simplemente una locura, pero creo que Raziel estaba
allí.
—¡¿Qué Raziel estaba allí?!
—No te parece extraño la puerta que nos anunciaba por donde entrar, la
caja fuerte abierta, la carpeta incriminatoria en su interior. Inclusive si me
apuras, diría que el arma no pertenece al padre Teófilo.
—¿Por qué haría eso por nosotros?
—No tengo la menor idea. Puede que nos estuviese siguiendo. De
hecho, puede que nos haya estado siguiendo desde un principio. Sabe todo
lo que hacemos o dejamos de hacer.
—Tampoco se lo pones muy difícil que digamos. Desde que comenzó
esta locura no has dejado de cometer errores. Si no fuese porque creo
firmemente en tu inocencia, sería bastante sospechoso.
—Admito que no actué como debía y que tomé decisiones muy
estúpidas. Pero hay algo que no estamos viendo. Tengo la certeza de que
Raziel tiene que ser alguien cercano, pero lamentablemente no poseo
amigos ni familiares. A decir verdad, tú y Sara son lo más parecido que
tengo a un amigo.
—Gracias… creo. Y si te sirve de algo, te considero un amigo. Ahora
bien, dejémonos de sentimentalismos y volvamos a pensar fríamente. ¿Qué
había exactamente en la caja fuerte?
—Mucho dinero, el arma, los documentos… —en ese momento me di
cuenta que había obviado comentar lo del reloj— Se me había pasado por
alto un pequeño detalle. También había un reloj de pulsera.
—No sé por qué, pero se me hace que lo tomaste, ¿No es así?
—Culpable —admití a la vez que sacaba el reloj de mi bolsillo.
Le mostré el reloj a Jesús, y tras revisarlo cuidadosamente en busca de
algún mensaje o pista que nos pueda indicar su procedencia, mi amigo dijo
finalmente:
—Creo recordar haber visto un reloj similar antes. Es un modelo
antiguo y muy conocido. Creo que esa «L» que está en el fondo significa
«Luxury».
—¿Eso debería de decirme algo en particular? No conozco la marca.
—Deberías. Es una marca antigua que se destaca precisamente por ser
muy exclusiva y contar tan solo con mil relojes en su haber. Por una
cuestión de oferta y demanda, sumado a lo idiota que pueden ser las
personas, esto hace que el valor de los mismos esté por las nubes.
—Sigo sin comprender en que nos puede servir esa información.
—Paciencia. A lo que voy es que cada ejemplar cuanta con un número
de serie único, que es fácilmente rastreable.
—Pero no vimos ningún número o letra que indique algo referente al
reloj.
—Déjame verlo más de cerca por un momento.
Jesús tomó el reloj, y luego de intentar ejercer presión en distintos
lugares, se oyó un ruido que me hizo pensar que lo había roto, por lo que le
dije de inmediato.
—Genial, ya lo rompiste.
—Qué poca confianza me tienes. A veces es necesario ejercer presión
para lograr el cometido. Tranquilo, simplemente le quité el cubre tapa. Es
una medida de seguridad para proteger el número de serie de posibles
rayones y así poder conservarlo en un estado legible y fácil de corroborar
para cuando se piense en venderlo.
—Eres una caja de sorpresas. Nunca imaginé que sabrías tanto de
relojes.
—Mi padre era un gran aficionado, y me enseñó varias cosas.
Cuando revisamos la tapa, efectivamente en ella se podía leer un
número de serie, pero algo más llamó nuestra atención. En el lado de
adentro del cubre tapa, había un mensaje diminuto grabado de un modo
bastante rústico, y decía así: «Sígueme, ya casi termina. R.»
—Te lo dije. Él estaba allí. ¿Dónde podemos buscar a quien perteneció
este reloj?
—¿Eres consciente de que vas a seguir haciendo lo que él quiere?
—Ya no me importa. Estamos llegando al final, lo presiento, además el
mismo lo dice en el mensaje.
—Puede que sea un modo de captar tu atención sin más. ¿No lo crees?
—Si esa era su intención, lo logró con creces.
—De acuerdo. Estamos en esto juntos y vamos a llegar hasta el final a
como dé lugar. Vayamos a mi casa y busquemos de quién es este reloj.
Jesús arrancó el auto y mientras conducía de regreso, me explicó que
había una página de internet en donde se podía buscar al propietario
mediante el número de serie del reloj. Para mí era algo nuevo, ya que
desconocía por completo que eso se podía hacer. Según mi amigo, era
necesario poseer una clave de acceso, y que la clave que emplearíamos para
nuestro cometido, era la de su padre. La cuestión era que no la recordaba,
pero la tenía anotada en un cuaderno junto con otras pertenencias de su
progenitor. Al ser de madrugada, la carretera se mostró más despejada que
de costumbre y el viaje pasó en un santiamén. Llegamos a la casa de Jesús,
la cual era una vivienda de una planta, situada en una zona no muy alejada
del centro. La fachada se veía moderna, y al entrar continuaba manteniendo
ese estilo minimalista que tanto gusta en la actualidad. Ya dentro, me
ofreció un café, lo cual acepté con gusto, y mientras el agua se calentaba,
fue a buscar el cuaderno en donde tenía la clave de acceso.
En cuestión de minutos, ya estaba devuelta con un cuaderno en una
mano y su computadora portátil en la otra. Apoyó ambas cosas sobre la
mesada de la cocina, preparó las infusiones y nos dispusimos a comenzar la
búsqueda.
Logramos acceder al sitio web sin complicaciones, por lo visto las
claves no expiraban, lo cual era algo bueno para nosotros. Introdujimos los
trece dígitos del número de serie, y luego de aguardar unos segundos a que
internet haga su parte, en la pantalla apareció un nombre que me dejó
atónito.
Capítulo 20

El nombre del propietario del reloj era Miguel Castillo. El mismo


Miguel que tan amablemente atendía en la tienda de libros. El mismo
Miguel que tan solo unos días atrás me estaba vendiendo el libro que dio
inicio a toda esta locura. El mismo Miguel que interpretaba el papel de
mosquita muerta y que no sabía la identidad del escritor de la novela. Como
no me di cuenta antes. ¿Qué motivos ocultos podrían haberlo llevado a
hacer algo como lo que había hecho? ¿Estaría relacionado Javier? ¿En qué
parte entraba el padre Teófilo? De momento tenía demasiadas preguntas y
solo había una persona que podía responderlas.
—Lo conozco…—le dije a Jesús, quien se había quedado
observándome en silencio al ver mi expresión de rencor— Es el sujeto que
trabaja en la tienda de libros que queda cerca de mi edificio.
—¿Cómo estás tan seguro? Puede haber varios Miguel Castillo.
—Tiene que ser él, la dirección coincide con la tienda, y él vive en el
departamento de arriba. Debí darme cuenta antes. Tenemos que ir a
buscarlo.
—Aguarda un momento. Supongamos que el reloj pertenece al Miguel
que tú conoces. ¿No crees que sería algo sin sentido delatarse de ese modo?
Puede que él sepa algo, pero también existe la posibilidad de que él no sea
Raziel. ¿Pensaste en eso?
—No… —guardé silencio por un momento mientras reflexionaba a
partir de la nueva perspectiva que me había brindado mi amigo.
Tenía razón y quizás solo estuviese haciendo lo que Raziel esperase que
hiciese, no obstante, no podía aguardar a que las horas pasaran. Tenía que ir
y corroborar yo mismo qué tenía que decir Miguel, pese a que podría
resultar una mala decisión.
—Creo que podríamos llamar a Sara y pedirle que averigüe acerca de la
vida de Miguel, quien era antes de trabajar en la tienda de libros, de donde
proviene y cuestiones así.
—No es una mala idea, pero no quiero involucrar a Sara en esto, ya
hizo demasiado por nosotros, y a partir de aquí continuaremos solos. Si eso
no te convence lo comprenderé, y seguiré yo solo. Pero quiero que
entiendas que necesito ser yo quien hable cara a cara con Miguel y
preguntarle qué sabe al respecto.
—Comprendo, y desde ya te digo que no te dejaré que andes por ahí tu
solo. Además, ya llegamos demasiado lejos y me fastidiaría quedarme fuera
de la resolución final. Cuenta conmigo.
—Entonces que no se diga más. Andando, que hay que despertar a un
posible psicópata.
Salimos de la casa de Jesús, y el sol comenzaba a asomarse por el Este.
Todo indicaba que hoy sería un día soleado, ideal para develar oscuros
secretos.
El viaje hasta la tienda de libros no nos tomó más de quince minutos.
Al llegar allí, como era de esperarse, las luces estaban apagadas y la
persiana metálica estaba baja. Sin embargo, en el departamento que se
situaba en el piso de arriba, donde vivía Miguel, la luz estaba encendida.
Algo me decía que estaba aguardando por nuestra visita.
—La luz está encendida. Debe de estar despierto.
—¿Y cómo llegamos hasta el piso de arriba? Dudo que el gritarle de
aquí abajo sirva de algo.
—Hay una escalera que nos lleva hasta su piso. Sígueme.
Rodeamos la entrada de la tienda de libros, y accedimos a una escalera
metálica que llevaba hasta el piso superior. Básicamente el sitio era como
una galería, en donde había varios negocios, entre ellos la tienda de libros,
que además contaba con pequeños departamentos que en su mayoría eran
rentados por turistas o estudiantes. El departamento de Miguel era el
número tres, y al llegar a su puerta algo me dio mala espina.
—Aguarda un momento —frené a Jesús en seco.
—¿Qué ocurre? —preguntó sin comprender.
—La puerta está entreabierta.
—¿Piensas que es una trampa?
—O una invitación. Pero algo me transmitió una sensación de peligro.
Por lo que me inclinaría más por tu teoría.
—Deberíamos de llamar a la policía.
—¿Qué le diríamos? Hola, oficial. Vinimos hasta el departamento de
quien creo está detrás de una serie de asesinatos, aunque técnicamente no
tengo la certeza de ello, ya que Obtuve sus datos por medio de una página
de dudosa legalidad. Resulta que su puerta está entreabierta y creo que algo
está ocurriendo.
—Puede que no sea tan buena idea.
—Solo hay un modo de saber que ocurre allí dentro. —y dicho esto,
tomé la delantera y empujé suavemente la puerta con mi pie.
Si algo había ocurrido allí, no quería dejar mis huellas. Le indiqué a
Jesús que adoptara las mismas medidas y evité tocar cualquier cosa.
Al entrar notamos que la cocina-comedor, la cual funcionaba como
recibidor ya que era un apartamento pequeño, estaba a oscuras, por lo que la
luz que vimos desde fuera debería de proceder de la habitación de Miguel.
Reprimí mis ganas de encender la luz, ya que no queríamos despertar la
sospecha de algún vecino madrugador, y avanzamos a oscuras hasta el hilo
de luz que se colaba por el recoveco de la puerta que creíamos pertenecía al
cuarto de Miguel.
Estiré el puño de mi abrigo, y utilizándolo como guante, giré el
picaporte de la puerta. Pude notar que Jesús me decía algo, pero ya era
demasiado tarde, había comenzado a abrir la puerta y no podía detenerme.
Finalmente la abrí de par en par, y vi en aquel cuarto a Miguel, quien
dudaba seriamente que pudiese responder mis preguntas, ya que estaba
acostado boca arriba en su cama y un orificio en su cabeza indicaba que ya
no se encontraba con vida.
—¿Está muerto…? —preguntó mi amigo en voz baja.
—A menos que sea a prueba de balas, cosa que dudo. Sí. Diría que está
bien muerto.
No podía creer que aquella escena no me estuviese afectando. Puede
que esto se debiera a las experiencias que había vivido los últimos días, o a
las pastillas que había comenzado a tomar como si fuesen caramelos de
miel. Lo cierto es que mis nervios parecían haberse vuelto de acero.
—Te dije que no era buena idea venir. Estamos haciendo exactamente
lo que ese demente quiere. —dijo Jesús, quien evidentemente se había
estremecido al ver el cuerpo sin vida de Miguel, y estaba dejando que el
pánico se apodere de su ser.
—Definitivamente Raziel quería que lo viéramos. Pero, ¿Por qué? —
pensé en voz alta.
—Creo que la respuesta se está acercando a cincuenta kilómetros por
hora emitiendo una sirena —dijo mi amigo, quien, al parecer, el estado de
shock le duró poco.
Se podía oír que la policía estaba cerca. Nunca creí agradecer tanto que
anuncien su llegada con fanfarrias.
—Rápido, tenemos que irnos de aquí cuanto antes —le dije a mi amigo,
a la vez que revisaba por encima la escena del crimen.
—¿Por dónde saldremos? No llegaremos a tiempo a bajar por la
escalera y subir al auto.
—Creo que hay otra salida, pero antes de eso aguarda un instante que
creo haber visto algo en el cuerpo.
Me acerqué a Miguel, quien continuaba con los ojos abiertos, y con el
puño de mi abrigo como guante improvisado le abrí la mano, la cual no
ofreció mucha resistencia, por lo que diría que la muerte no se habría
producido hacía mucho, ya que el rigor mortis no se había hecho presente
aún. Dentro de su puño había una nota, la cual no me detuve a leer, ya
tendría oportunidad de hacerlo cuando no tuviese que escapar de la policía
de una escena del crimen. Con la nota hecha un bollo, la metí en mi bolsillo
y le indiqué a Jesús por donde deberíamos de salir.
La ruta de escape sería la escalera de incendios que estaba en la parte
trasera del edificio. Esta daba a un callejón que usualmente no estaba
transitado. Salimos del departamento de Miguel, y el ruido de la sirena de la
policía era más fuerte aún, lo que indicaba que no tardarían en llegar hasta
nuestra ubicación. Seguimos el pasillo hasta el fondo, donde luego de tener
que saltar un barral de seguridad, pudimos alcanzar la escalera de incendios.
Desafortunadamente, esta se veía bastante oxidada, y, de hecho, cuando
quisimos extenderla hasta el piso, no corrió. La maldita escalera se había
atascado, y cuatro metros nos separaban de la calle. Era consciente que el
salto desde esa altura no nos mataría, pero no albergaba ninguna duda que
no podríamos salir ilesos luego de hacerlo, por lo que el salto semisuicida
no era una opción. Volvimos hasta el pasillo, y ya se podía oír los pasos de
los oficiales que comenzaban a subir por la escalera metálica. En cuestión
de segundos tendríamos a un grupo de policías apuntándonos con armas y
pidiéndonos respuestas que no podíamos dar. Pensé rápido y no se me
ocurrió nada. Cuando ya estaba a punto de bajar los brazos y empezar a
pensar en qué mentira decirles cuando nos preguntaran qué hacíamos allí,
mi amigo me tomó del hombro y me dijo: —Subamos al techo.
—¿Qué? —pregunté asombrado.
—Escapemos por el techo. Calculo que debe de estar conectado a otros
edificios. La policía no buscará por el tejado. Tiene bastante con qué
entretenerse dentro del departamento de Miguel.
La idea de mi amigo, aunque un tanto descabellada, era la mejor opción
que teníamos. Por lo que, sin pensarlo dos veces, ya que probablemente eso
hubiera hecho que me negara, procedimos a volver hasta la escalera de
incendio, y una vez allí, trepando por un peldaño, logramos acceder al techo
del edificio. Una vez arriba, avanzamos agachados hasta el siguiente
edificio, el cual, para nuestra fortuna, era también de dos pisos, por lo que
pasar de uno a otro no presentó dificultad alguna.
Mientras avanzábamos sigilosamente, oímos cómo la policía estaba
entrando en el apartamento de Miguel.
Ya en el edificio contiguo, logramos alcanzar la salida de emergencia,
la cual también poseía una escalera de incendios, y que al parecer estaba en
idénticas condiciones. No podía creer que estos lugares contaran con la
habilitación para ser habitados. Muy probablemente alguien habría gastado
más en sobornar al inspector responsable que en refaccionar las
instalaciones. Dentro de tanta desdicha, había una mínima buena noticia, y
era que debajo de la plataforma de la escalera había un contenedor de
basura, el cual se veía bastante repleto. En todas las historias que leía los
personajes se lanzaban al contenedor de basura, y dejando de lado el olor y
la suciedad con la que salían de su interior, lo hacían ilesos, por lo que se
me ocurrió que podía ser una buena idea probar suerte.
—Saltemos a la basura —le dije a Jesús, quien me miró incrédulo,
pensando que le estaba jugando una broma.
—¿Estás hablando en serio?
—¿Quieres que sigamos dando vueltas por los tejados y que la policía
comience a hacerse preguntas por tu auto estacionado frente al edificio del
fallecido?
—De acuerdo, pero tú pagas la lavandería.
Dicho esto, Jesús se quedó mirándome, esperando a que yo diera el
primer salto de fe. Al ver que no pensaba saltar hasta que yo lo haga, me
armé de valor, y deseando no encontrar en mi caída ningún elemento corto
punzante o jeringas usadas, salté sin pensarlo demasiado.
La caída fue más aparatosa de lo esperado, a decir verdad, sentía un
fuerte dolor que recorría toda mi espalda, pero al parecer no tenía nada roto.
Me palpé todo el cuerpo buscando algún signo de daño o algún corte, y por
fortuna no hallé nada. Una vez que me incorporé como pude, le dije a mi
amigo que saltara, que solo se veía peor de lo que era. Que sería como saltar
en una pila de almohadas sucias. Sabía que estaba adornando la realidad, y
que le dolería hasta el alma, pero lo cierto es que sobreviviría. Luego de
meditarlo por unos segundos, y aún con una expresión de desconfianza en
su rostro, Jesús terminó saltando al vacío.
Luego de aterrizar, comenzó a maldecir por el dolor que le había
generado la caída, pero dejando eso de lado, había logrado salir sano y
salvo.
Ya en la calle, maltrechos y sucios, intentamos mantener una actitud
tranquila para pasar desapercibidos, y fuimos hasta el auto de mi amigo.
Vimos que había un patrullero estacionado a unos metros de distancia, y
procurando no observar más de lo necesario, nos montamos al auto y
salimos de allí en el preciso momento en que estaban llegando más agentes
a la escena. Por el retrovisor pudimos ver que habían comenzado a poner la
cinta perimetral que indicaba que había ocurrido un crimen. Habíamos
logrado escapar a tiempo y aunque continuásemos con demasiadas
incógnitas, algo me decía que estábamos un paso más cerca de la verdad.
Capítulo 21

Llegamos a la puerta de mi edificio y ningún patrullero nos perseguía.


Por poco que fuese, era un buen indicio de que habíamos logrado, de
momento, salirnos con la nuestra. Éramos conscientes de que había cámaras
en la zona y que muy probablemente nos hubiesen captado al momento de
estacionar, bajar del auto y entrar al edificio, aunque no así al momento en
que salíamos de él. Si es que había algún oficial avispado entre las filas de
la policía, era cuestión de tiempo de que notaran que el auto no continuaba
estacionado y que sus ocupantes no salieron por donde entraron. Aunque
siendo realistas, dudaba mucho que pudieran atar esos cabos, y el
pensamiento que reinaba entre nosotros era que probablemente declarasen
la muerte como un intento de robo fallecido, o inclusive no descartábamos
la posibilidad de que le otorgasen categoría de crimen pasional. Por lo
general cuando algo desborda las capacidades de la policía, esta termina
encasillando dicho hecho en alguna de las dos hipótesis planteadas
anteriormente.
Estacionados y tranquilos de que nadie nos seguía, le dije a Jesús.
—Aún no leí la nota que estaba dentro del puño de Miguel.
—¿Y qué esperas para hacerlo? —inquirió ansioso mi amigo.
—El estar a salvo y tranquilo.
Dicho esto, saqué el bollo de papel de mi bolsillo, y lo extendí como
pude sobre mi muslo. La nota no era muy extensa que digamos, y solo
poseía unas pocas palabras, las cuales eran: «Ya van dos… tan solo falta
uno ¿Aún no sabes quién soy? Más te vale que te apures, el tiempo se te
acaba. R.»
Al terminar de leer la nota, no pude reprimir el deseo de hacerla un
bollo nuevamente y destrozarla, como si eso pudiese ponerle punto final a
todo lo que estaba viviendo.
—Debes calmarte y respirar. No sirve de nada que te enfades —dijo mi
amigo al ver el estado en el que estaba.
—Es una amenaza directa. Se refirió a Miguel y al padre Teófilo, y dijo
que solo falto yo. ¿Quién demonios es?
—Tenemos que pensar detenidamente en todo lo que sabemos hasta
ahora. Raziel quiere hacer justicia a su manera por lo que le ocurrió a
Javier, o por lo menos eso puedo deducir yo.
—Estamos de acuerdo. Y en teoría está haciendo pagar a los
responsables, y cree firmemente que yo fui un responsable directo.
—Así es, pero, además, mete en la misma bolsa al sacerdote y a
Miguel. Por lo que un proceso deductivo me lleva a plantearme, ¿cómo se
relacionan el padre Teófilo y Miguel? Tiene que haber algo en el pasado de
Miguel que lo conecte con la iglesia, y por consiguiente con Javier.
—¿Cómo averiguaremos eso? Ya te dije que yo solo lo conocía de la
tienda. No tengo la menor idea acerca de su vida privada.
—Tú no, pero puede que alguien sí lo recuerde. Solo necesitaremos una
foto, la cual obtendremos de sus redes sociales, y hacerle las preguntas
adecuadas a la persona correcta.
—¿En quién estás pensando? Ya te dije que no quiero involucrar a Sara,
y menos después de que nos hayamos fugado de una escena del crimen.
—No hablo de Sara. Hablo de nuestro buen amigo el vagabundo
estafador.
—¿Saúl?
—Así es. Si algo de lo que nos dijo es verdad, tiene que recordar
mínimamente a las personas que colaboraban en el comedor. Y algo me
dice que, si le mostramos una foto de Miguel, lo va a reconocer.
—Por ende, ¿Estás queriendo decir que la conexión es el comedor
comunitario de la iglesia?
—Es lo único que se me ocurre. Por lo que vi, Miguel debería de tener
la misma edad que Javier. Puede que ambos fuesen ayudantes de la iglesia.
No lo sé, pero antes que quedarnos de brazos cruzados a que el arcángel
psicópata continúe con su supuesta venganza, no creo que sea tan mala
idea.
Admito que no había pensado en esa posibilidad, pero ahora que Jesús
la decía, las cosas no parecían tan improbables como podría llegar a creer.
A decir verdad, si esa no era la conexión, no veía cuál otra podría ser.
Sin mucho más que hacer, y con un sinfín de dudas, pusimos en marcha
nuevamente el vehículo de mi amigo y enfilamos hacia la ciudad maldita.
Llegamos alrededor de las siete y media de la mañana, por lo que
contando con que el comedor serviría el desayuno a las ocho, teníamos un
margen de media hora para encontrar a nuestro informante. Rondamos la
zona del comedor a baja velocidad, y luego de ver a decenas de personas
que se aproximaban en busca de su ración de comida, logramos divisar a
Saúl, quien caminaba solo. Nos acercamos a él, y bajamos del auto para
saludarlo.
—Hola Saúl. ¿Me recuerdas? Soy John el de la investigación para un
libro.
El vagabundo se quedó en silencio por unos instantes queriendo hacer
memoria, y al recordarnos dijo.
—Ya lo recuerdo. Su compañero se llamaba Jesús, si no me falla la
memoria.
—Así es, veo que tiene una excelente memoria. ¿Cómo se encuentra?
—Hambriento —dijo con doble intencionalidad.
Al captar la indirecta, le propuse: —¿Qué le parece si vamos a
desayunar a un café que queda aquí cerca y le comento el motivo de nuestra
visita? Oí que sirven una tarta de manzana que es deliciosa.
—No veo por qué negarme. Invitan ustedes me imagino.
—Desde luego —dijo Jesús.
Nos subimos al auto, y condujimos hasta el café, el cual quedaba a unas
calles de distancia. Ya en el interior del local, le dijimos a Saúl que se sienta
con la libertad de ordenar lo que plazca, lo cual se tomó muy en serio, ya
que pidió tres porciones de tarta de manzana, cuatro donas rellenas, cinco
ensaimadas y un café grande. Por suerte aun contábamos con dinero como
para hacer frente a ese tipo de gastos.
Luego que dejáramos que nuestro invitado saciara su apetito, y una vez
que nosotros también culminásemos con los cafés cargados y las porciones
de tarta de manzana que ordenamos, procedimos a realizar las preguntas de
rigor.
—Al margen de que disfrutemos de tu compañía, el motivo de nuestra
invitación es otro. Queríamos hacerte unas preguntas relacionadas con la
desaparición de Javier.
—Ya les dije todo lo que sabía al respecto. Por más que quiera, no veo
cómo puedo ser de utilidad.
—Solo necesitamos que hagas memoria y nos digas si reconoces a esta
persona. Puede que fuese un voluntario en el comedor o en alguna otra tarea
de la iglesia. Su nombre es Miguel Castillo —le extendí mi celular, en
donde estaba abierta una foto con el rostro de Miguel—. Sería muy
importante para nosotros si lo recuerdas.
—¿Qué tan importante? Puede que mi memoria no funcione como
antes. Quizás con algún incentivo podría recordar mejor aquellas épocas.
El malnacido lo estaba haciendo otra vez, sabía a la perfección que le
daríamos lo que pidiese y estaba sacando partido de eso.
—¿Con esto se refresca un poco tu memoria? —preguntó Jesús
mientras ponía sobre la mesa un billete de cien.
—Ahora lo recuerdo a la perfección —dijo Saúl, a la vez que tomaba el
billete y se lo guardaba en el abrigo—. Sí, era un ayudante de la iglesia.
También era muy amable con nosotros. No tanto como Javier, pero era un
buen chico.
—¿Solían trabajar juntos en el comedor? —pregunté.
—De hecho, sí. Se los veía bastante cercanos, hasta el punto inclusive
que si no sabías que eran de la iglesia podrías llegar a pensar que eran
pareja.
—¿A qué te refieres?
—Ya saben todo eso que dicen acerca de las relaciones entre hombres.
Puede que hoy en día esté un poco más aceptado, pero quince años atrás
desde luego que era considerado un pecado inadmisible.
Nos quedamos en silencio con mi amigo procesando lo que nos
acababa de decir Saúl. Aquel podría ser el motivo, aunque quizás matar a
alguien por su elección sexual fuese un poco extremo.
—¿Recuerdas algo más acerca de Miguel? ¿Continuó estando en el
comedor luego de la desaparición de Javier? —le continué preguntando.
—Ahora que lo pienso, al poco tiempo de que Javier desapareciera, él
se mudó no sé a dónde por no sé qué motivo. Eso se comentaba en el
comedor, pero nunca nadie ahondó mucho más. Como ya les dije
anteriormente, era normal que voluntarios vengan y se vayan con
frecuencia. No le di mucha importancia, aunque si es verdad que luego de
su partida alguien vino preguntando por él.
—¿Quién? —preguntamos a dúo con mi amigo.
—La hermana de Javier. No recuerdo el nombre, solo sé que era su
hermana porque solía verlos cuando iban a la iglesia juntos.
—¡Miriam…! —dijimos nuevamente al unísono.
Capítulo 22

Luego de agradecerle a Saúl por la información y por desvalijarnos de


nuestro dinero, nos despedimos de él acusando que teníamos una reunión de
trabajo, lo cual era una mentira garrafal, pero que de igual modo dudo que
le importase mucho que digamos, ya que solo se limitó a decir:
—Gracias por el desayuno, y si necesitan cualquier otra cosa para su
libro, no duden en buscarme.
—Desde luego. Nuevamente muchas gracias por tu tiempo —dijo
Jesús, quien definitivamente no quería volver a ser víctima de sus
extorsiones.
Al salir del café, cada quien siguió su rumbo, y nosotros nos subimos al
auto de Jesús.
Apenas entrar, mi amigo dijo: —¿Estás pensando lo mismo que yo?
—Si estás pensando cuánto puede comer ese condenado y el talento
que tiene para sacarnos dinero, sí.
—Además de eso, me refiero a lo que nos acaba de decir.
—Estaba bromeando. Definitivamente. Esta nueva información abre un
abanico de posibilidades. Aunque me inclinaría por pensar que Miriam
podría aclararnos unas cuantas dudas al respecto.
—¿Y si Miriam es Raziel? —dijo mi amigo.
—Lo consideré, pero lo desestimé en el momento en que recordé que
ella recibió dos pagos del sacerdote. No me transmitió la vibra de alguien
que es capaz de vender a un familiar por dinero.
—Me parece que tienes el juicio un tanto atontado cuando se trata de
mujeres.
—¿A qué te refieres?
—¿Crees que no me di cuenta cómo la miraste en aquella ocasión?
Vamos, John. Si no es ella, ¿quién?
—Puede que me haya dejado engatusar un poco por sus encantos. Pero
al margen de eso, ¿No te parece algo un tanto improbable que sea quien está
detrás de la muerte de su hermano y su madre?
—Y si solo está buscando venganza. Recuerda la nota que dejó en el
puño del chico de la tienda. Probablemente era la pareja de su hermano, y
tuvo algo que ver en su muerte.
—Buen punto. Entonces no nos queda otra opción que ir y preguntarle
directamente a ella. ¿No lo crees?
—Puede que no se espere nuestra interacción con Saúl, y, por ende,
crea que aún no sabemos su identidad. Deberíamos de sacarle partido a esa
ventaja.
—¿Qué propones? —le pregunté.
—Llamar a Sara y ver si nos puede hacer un favor.
—Te dije que n…
No llegué a terminar de decir la frase, que mi amigo me cortó en seco.
—Ya sé que no quieres involucrarla, pero esto es distinto. Le diremos si
puede concedernos unos minutos con el padre Teófilo. Le diremos que solo
es por la investigación del libro.
—¿No te parece que va a sospechar un poco?
—Para nada. Tú déjamelo a mí.
Al acabar de decir esto, mi amigo llamó a Sara, quien atendió al
segundo tono. Aún seguía despierta, e inclusive aún seguía en la comisaría
llenando papeles.
Ante la propuesta de mi amigo, se mostró un tanto reticente, pero luego
de insistirle un poco, terminó cediendo, diciendo que le estaba devolviendo
el favor y que con esto quedaban a mano. Nos dijo que podríamos hablar
con el padre tan solo cinco minutos, y que nos apurásemos a venir, ya que al
mediodía lo trasladarían. Se sorprendió al escuchar que llegaríamos allí en
veinte minutos, por lo que Jesús le dijo que habíamos tenido que volver
para terminar de recabar algunos detalles de la investigación. Al parecer
dicha explicación la complació y no dijo nada al respecto.
Llegamos a comisaría en el tiempo previsto, y al estacionar nos
detuvimos un momento a pensar con detenimiento en que le íbamos a decir
al sacerdote.
—¿Quieres que le hable yo? —dijo mi amigo.
—Te lo agradezco, pero quisiera hacerle yo las preguntas. Si llegas a
notar que me trabo en algún momento agradecería tu ayuda, pero de no ser
así, prefiero ser yo quien lo enfrente.
Mi amigo se mostró de acuerdo con mi decisión, y solo asintió.
Bajamos del auto y vimos a Sara aguardando por nosotros en la puerta.
—Puntual como un reloj suizo. Nunca defraudas —dijo a modo de
descomprimir el ambiente.
—Sabes como soy. ¿Cómo te encuentras? ¿Pudiste comer algo? —
preguntó mi amigo por cortesía.
—Solo habré bebido dos litros de café, pero sacando eso, nada. Ya casi
estaba por terminar el papeleo, me encontraron justo.
—Disculpa que te hayamos pedido esto. Sería de mucha utilidad para el
libro poder hablar con él y hacerle solo unas preguntas —le dije, intentando
mostrar que nos apenaba ponerla en esa situación.
—Descuiden. Además, gracias a ustedes logré capturar a un pez gordo
y eso me va a abrir muchas puertas arriba. Estoy en deuda. Eso sí,
recuerden que solo puedo conseguirles cinco minutos. Tendrán que ser
precisos y preguntar lo que deseen directamente. Y una cosa más, solo uno
podrá hablar con él. ¿Comprendido?
Asentimos al mismo tiempo con mi amigo.
—Yo hablaré con él —respondí.
—En el mientras tanto, que te parece si te invito unos dulces de la
máquina expendedora. Sé que no es la mejor propuesta, pero por lo menos
te quitará un poco el apetito.
Sara aceptó, y antes de retirarse con Jesús y atracar las golosinas, me
llevó hasta la sala de interrogatorios en donde estaba aguardando esposado
el padre Teófilo.
Entré en la sala y pude notar prontamente que era más pequeña de lo
que me imaginaba. No es que fuese un habitué de esos lugares, de hecho,
nunca antes había estado en una, pero por los libros que leía, siempre me
había imaginado que eran más amplias.
El cuarto sería de unos tres por tres metros, y en su interior había una
mesa que ocupaba la mayor parte del espacio, con una silla en cada
extremo. En una de estas se hallaba sentado el padre Teófilo, quien estaba
esposado a la mesa. Se lo veía abatido y desprovisto de cualquier rasgo de
altanería. Se podría decir que era una persona completamente diferente a la
que había visto horas antes. Seguramente ya lo habían puesto al corriente
del sin fin de pruebas que tenían en su contra, y ya se veía venir lo que le
deparaba el destino y su prolongada estadía en prisión. Desconozco como la
deben de pasar los sacerdotes en la cárcel, pero algo me decía que no iba a
ser una experiencia agradable. Al ver lo endeble y vulnerable que se
encontraba, pensé que no iba a tener una oportunidad mejor que esa para
sonsacarle la verdad de lo ocurrido hace quince años. Al fin y al cabo, iría
de todos modos a prisión por una larga temporada. Como se suele decir, que
le hace una mancha más al tigre.
Decidí iniciar la charla cuanto antes, ya que no disponía de mucho
tiempo, y adoptar una postura conciliadora. Lo que menos quería es que se
sintiera ofendido y se pusiera rápidamente a la defensiva.
—Hola padre. Le agradezco que haya aceptado hablar conmigo.
—No tenía muchas opciones. ¿Qué quieres? —dijo secamente.
—No tengo mucho tiempo, por lo que me gustaría ir directamente al
punto. Recientemente me enteré de la relación que mantenía Javier con uno
de los voluntarios de la iglesia. Me refiero a Miguel Castillo. ¿Lo recuerda?
—al nombrar a Miguel, algo cambió en la expresión del padre.
—¿Qué ocurre con él? ¿Acaso está aquí?
Por lo visto no estaba al tanto de su muerte, lo cual no era ninguna
sorpresa, ya que había ocurrido hacia muy poco tiempo y en otra localidad.
—Me temo que no. Falleció en las últimas horas. Lo asesinaron en su
domicilio. Y todo me hace pensar que el motivo de su muerte se relaciona
con usted y con Javier.
El padre Teófilo se quedó en un silencio absoluto y de cierto modo me
dio a entender que no iba a responder nada al respecto, por lo que,
apremiado por el tiempo, decidí continuar diciendo.
—Ambos sabemos que tuvo algo que ver con la desaparición y
posterior muerte de Javier. No es necesario seguir con esta farsa. Javier
murió y usted bien lo sabe. Ahora bien, puede ayudarme a dar con el
paradero de un asesino, y de ese modo morigerar la condena de su alma.
Hágame el favor y hágase el favor a usted mismo. Sé que detrás de toda esa
fachada de corrupción y delincuencia aún está aquel hombre que un día
decidió seguir el camino de Dios. Permítame hablar con él y poder ayudarlo
a que alcance el perdón mediante el arrepentimiento.
Mi discurso sentimentalista había logrado tocar una fibra en el interior
del padre, o por lo menos eso indicaba su cambio de actitud. Luego de
meditar por algunos segundos lo que le acababa de decir, parecía como si se
hubiese quitado la coraza que le impedía ser sincero, y comenzó a hablar.
—Espero que Dios pueda perdonarme después de todo lo que he hecho.
—Estoy seguro que así será —lo incentivé a que continuara.
—Las cosas comenzaron a salirse de control una semana antes de la
desaparición de Javier… o mejor dicho… una semana antes de su muerte…
—se podía notar que sentía mucha vergüenza por sus acciones pasadas. No
sé si eso serviría de algo a estas alturas, pero al parecer confiaba en la
redención— En aquella época las cosas no andaban bien en la iglesia. El
apoyo del Estado brillaba por su ausencia, y la ayuda que nos suministraba
el Vaticano era mínima. Las deudas comenzaron a acumularse, y ya no
teníamos de dónde sacar dinero para mantenernos a flote. No quiero que
piense mal de los fieles, ellos hicieron bastante para ayudar, pero así y todo
no alcanzaba. Puede que no lo sepa, pero el mantener una estructura como
esta, conlleva muchos gastos, gastos que, sin la ayuda del Gobierno, son
casi imposibles de sobrellevar. Pero bueno, no me iré por las ramas e iré a
lo que le interesa. Simplemente quería ponerlo un poco en contexto. No me
mal interprete, no estoy buscando justificación para mis actos. La cuestión
es que, en un determinado momento, más precisamente en el peor momento
que atravesaba, una propuesta irresistible llegó a mí. Me encontraba en una
disyuntiva entre hacer lo correcto y dejar que la iglesia cerrara, o tomar el
dinero sucio y seguir el mal camino, aunque con esto podría salvar la fe de
las personas de la ciudad. Siempre se suele decir que hay opciones, pero
créeme que no veía otra alternativa, por lo que terminé optando por la
opción que ya sabemos. El dinero fue en aumento proporcionalmente con el
deterioro de mi moral. Ya me encontraba en un punto en el que no veía un
final, completamente ebrio de poder y vanidad.
—Disculpe la interrupción padre. Al margen de que me encantaría
poder conocer los pormenores de lo que lo llevó hasta este punto, me veo en
la obligación de recordarle que solo poseemos algunos minutos, y en breve
van a poner punto final a esta conversación.
No quería hacer que se retractara, pero el tiempo corría y ya no contaba
con tanto margen como para escuchar la historia de su vida.
Afortunadamente no lo tomó a mal, y continuó: —De acuerdo. El
asunto es que Javier había comenzado a realizar diversas tareas benéficas en
la iglesia y en el comedor. Era un joven muy entusiasta y altruista.
Recuerdo que siempre estaba lleno de vida y ganas de ayudar al prójimo.
En cierto modo, me hacía acordar a mí cuando comencé. Para ese entonces,
ya se estaban realizando cargas y descargas de mercadería diariamente,
aunque siempre en un horario discreto y en el que no había fieles por la
zona. La desdicha golpeó a la puerta cuando al parecer Javier presenció una
de las operaciones. La cosa no quedó ahí solamente, sino que se agravó
cuando este vino a intentar chantajearme. Le juro que no tenía la intención
de ponerle fin a su vida. Intenté calmarlo y hacerlo entrar en razón. Le dije
que no podía hacerme esto, que no podía hacerle eso a la comunidad. Nada
de lo que le dije le importó en lo más mínimo, era como si fuera otra
persona. Quería demasiado dinero, más del que contaba en ese momento, y
me amenazó diciendo que, si no le daba lo que pedía, iría a la policía y me
entregaría. En ese entonces no tenía los contactos que tengo ahora. En fin,
me dio tres días para juntar el dinero y si no, me dijo que ya sabía a qué
atenerme. Me sentí acorralado y sin saber qué hacer. Lo primero que se me
ocurrió fue acudir a Miguel, quien también era voluntario en la iglesia y
mantenía una relación muy cercana con Javier. Él intentó persuadirlo y
hacer que cambiara de parecer, pero fue imposible. Estaba empecinado con
continuar a como diese lugar. Finalmente culminó el plazo de los tres días y
llegó el fatídico sábado. Ya sin tiempo en mi haber, logré convencer a
Miguel para que le diga a Javier que le entregaría el dinero esa noche antes
de la misa en la zona de los bosques. La idea era hablar una última vez con
él y hacer que persistiera, o de lo contrario hacer pasar su muerte por un
accidente. No me agradaba esta idea, pero no dejaría que nadie destruyera
lo que con tanto esfuerzo había logrado. Estarían nadando en el río y
desgraciadamente se ahogaría. Miguel terminó aceptando, ya que
consideraba que era más importante mantener la iglesia a flote.
—¿Y qué ocurrió finalmente? —pregunté al ver que el padre se detenía.
—Finalmente… llegó el momento acordado, lo recuerdo como si
hubiera sido ayer. Hablé con él intentando hacerlo entrar en razón, pero
continuaba empecinado en no dar el brazo a torcer, tal es así, que amenazó
con ir directamente a la policía, y cuando se estaba yendo, Miguel salió de
detrás de un árbol en donde estaba escondido escuchando la conversación y
lo golpeó en la cabeza con una roca que había tomado del suelo. Con el
hecho consumado, y sin muchas alternativas, decidimos adherirnos al plan
y le quitamos la ropa, dejándole solo las bermudas. Nadie nos había visto,
por lo que no podrían ubicarnos en el lugar. Miguel funcionaría como mi
cuartada, y yo como la de él, si es que la policía nos interrogaba.
Empujamos el cuerpo sin vida dentro del agua y lanzamos la piedra lo más
lejos posible de la orilla. Nos fuimos cada cual por su camino. Yo di la misa
como hacía siempre, y Miguel ayudó en el comedor como de costumbre.
Recuerdo que los días posteriores fueron un infierno y tenía la sensación de
que en cualquier momento la policía vendría por mí.
No se lo dije, pero sabía a lo que se refería, ya que lo había vivido en
carne propia.
—La familia comenzó a buscarlo —continuó—, los días pasaron y no
había rastro alguno, por lo que no comprendía que estaba ocurriendo. El río
no es tan profundo y debería de haber salido a flote su cuerpo. La cuestión
es que nunca se supo nada, y como si algo se hubiera roto en mi interior,
continué con mi vida despojado de mi conciencia. Ya a partir de ese
momento, nada fue lo mismo. Miguel no soportó la culpa al ver a la familia
todos los días, por lo que terminó mudándose e intentando rehacer su vida
en otro sitio. Le di una suma generosa para que comenzara de cero.
—Además del dinero, ¿puede que le haya regalado un reloj?
—Sí… fue un presente por su fuerte compromiso con la institución.
¿Cómo lo saben?
—Es un tanto largo de explicar. No obstante, aún hay algo que no
entiendo.
—¿Qué?
—¿Por qué le realizó esos dos pagos a la hermana de Javier?
—¿A Miriam? Nunca le realicé ningún pago. ¿A qué te refieres?
—Entre la evidencia en su contra, hay unos registros bancarios en los
que aparecen dos transferencias que fueron enviadas a «Rivas M.»
—Ella no es Miriam.
—¿Y quién si no? El apellido de la madre era Rivas, y los pagos
condicen con las fechas en la que desapareció Javier y en la que desapareció
Guadalupe.
—Esa «M» es de María. La madre de Javier se llama María Guadalupe
Rivas. Y ese dinero se lo envié a modo de donación por su pérdida.
Digamos que era una forma de acallar mi culpa. El primer pago fue en
modo de ayuda para costear la búsqueda, y el segundo fue por el aniversario
de su desaparición.
—No comprendo. ¿Qué le sucedió a Guadalupe entonces?
—Ya te dije que se había ido a vivir con una hermana al norte.
—Ya corroboré esa información. Sé que es mentira. Ella era hija única.
—No estoy mintiendo. Lo único que sé es que no volvió con su familia,
y ellos dieron esa versión. Puede que haya utilizado el dinero para irse y
comenzar de nuevo como hizo Miguel, no lo sé. Además, de que me
serviría ocultar algo a estas alturas.
El padre tenía razón. Se había sincerado por completo. Había confesado
ser cómplice de la muerte de Javier y el estar metido en el tráfico de drogas.
¿Por qué mentiría en eso?
—¿Le puedo hacer una última pregunta?
—Dime.
—¿Alguna vez notó algo raro en Miriam?
—Ahora que lo mencionas. Luego de la desaparición de Javier, ella se
mostró de un modo extraño. Encabezaba las búsquedas y era la primera en
decir que la policía no hacía su trabajo. Pero algo en su persona me
transmitía que no estaba siendo sincera. No sé cómo explicarlo, pero algo
siempre me dijo que, de algún modo, ella sabía la verdad. ¿Piensas que ella
puede estar detrás de la muerte de Miguel?
—Puede ser, aunque aún hay cosas que no terminan de encajar.
Al terminar de decir esto, la puerta se abrió y un oficial dijo que se
había terminado el tiempo y que tenía que irme.
Me levanté y agradecí al padre por su sinceridad, a lo que él me dijo
que el agradecido era él, que sentía que su alma estaba más aliviada después
de haberse podido confesar, y que ojalá pudiera lograr mi cometido.
Sin más que agregar, salí de aquella diminuta sala con una teoría
gestándose en mi cabeza.
Capítulo 23

Fuera de la sala de interrogatorios, Jesús aguardaba en compañía de


Sara, quien estaba comiendo unos dulces.
—¿Fue de utilidad? —preguntó mi amiga aún con la boca llena.
—Se podría decir que bastante esclarecedor. Te debo una. Ha sido de
mucha ayuda para la investigación —respondí.
—No me debes nada. Considera que ahora estamos a mano. Aunque si
llegan a necesitar algo más, no dudes en llamarme.
—Bueno, creo que la jornada se estiró más de lo esperado. Nosotros
tenemos mucho trabajo de edición por delante, por lo que, si no te molesta,
deberíamos ir partiendo —dijo Jesús mientras se estiraba y bostezaba.
—Desde luego, vayan. Yo me quedaré un momento más y luego ya iré
a descansar como corresponde.
Nos despedimos de Sara y salimos de la comisaría. La ansiedad de mi
amigo era casi palpable. Tal es así, que apenas llegar al auto preguntó: —¿Y
bien? Cuenta todo lo que te dijo.
—Para empezar, se sinceró acerca de la muerte de Javier. Se lo podía
oír arrepentido. Según lo que me dijo, Miguel lo golpeó con una roca y lo
arrojaron al río.
—¿Qué? —preguntó mi amigo sorprendido.
—Fue una medida de último recurso, ya que Javier estaba
chantajeándolo y amenazaba con delatarlo con la policía.
—¿Pero su supuesto novio qué tenía que ver ahí?
—Según el padre, logró convencerlo, ya que consideraban que estaban
defendiendo un bien mayor. Todo muy extremo para mi gusto.
—¿Le creíste?
—Aunque parezca una locura, sí. Había sinceridad en sus palabras. Ya
se sabe condenado. ¿Por qué mentiría?
—No lo sé. Pero se me hace difícil de creer. Igualmente, no nos queda
otra, ya que Miguel no está aquí para desmentir sus dichos. ¿Qué más dijo?
—Aquí está lo curioso. Los pagos que creímos que fueron para Miriam,
en realidad fueron para su madre, quien se llama María Guadalupe Rivas.
Al parecer todos le decían solo Guadalupe. En teoría se fue luego de cobrar
ese último dinero. Y hay una cosa más.
—¿Qué? —preguntó ansioso.
—Según el padre, Miriam se mostró un tanto extraña luego de la
desaparición.
—Eso no tiene nada de raro. Lo curioso sería que hubiese estado como
si nada.
—Es que, según el sacerdote, daba la impresión de que sabía lo que
había pasado con su hermano, y de todos modos continuaba con la
búsqueda. Era como si estuviera actuando.
—Te lo dije. Ya se me hacía que ocultaba algo. Estoy seguro que ella es
quien está detrás de todo. Inclusive puede que haya matado a la madre para
quedarse con el dinero.
—Lo dudo. Hay algo que no estamos viendo. No quiero decir que
Miriam no esté involucrada de algún modo en todo esto, pero tengo la
certeza de que hay alguien más.
—¿Hay algo más que haya dicho que pueda servirnos para esclarecer la
identidad de Raziel?
—Hubo algo que llamó mi atención, y es el hecho de que Javier
hubiese cambiado tanto. Según lo que me dijo él, como lo que afirmaron
todas las personas interrogadas, Javier era un chico muy solidario, bueno,
altruista, apasionado por ayudar al otro.
—¿Y?
—Y cómo puede ser que de buenas a primeras haya cambiado tanto, y
estuviera dispuesto a destruir la institución que tanto defendió. Algo tuvo
que ocurrir. Recordemos el tema del dinero que en teoría estaba ahorrando.
—¿El supuesto dinero que desapareció?
—Así es. Puede que no haya desaparecido. Puede que lo haya tenido
que gastar, y que necesitara mucho más.
—¿Qué estás insinuando?
—Insinúo que puede que Javier se hubiese metido en algún asunto
pesado, y que alguien lo estaba presionando. Deberíamos de averiguar esa
línea.
—¿Se te ocurre alguna manera práctica de hacerlo?
—Hablar directamente con su padre. Creo que él está al margen de
todo.
—Si tú lo dices.
—Una cosa más —dije al recordar una última cosa—. El reloj de
Miguel fue comprado por el sacerdote. Según él, a modo de reconocimiento
por su fuerte compromiso con la institución.
—Menudo presente, ¿no crees?
—Ya no sé qué creer… En fin, vayamos a ver al señor Núñez y veamos
que tiene que decir al respecto.
Por más que el sueño y el cansancio se estuvieran haciendo presentes y
demandaran a gritos que cedamos ante sus encantos, continuamos nuestra
misión, sabiendo que no había tiempo que perder.
Afortunadamente la casa de la familia Núñez no quedaba muy lejos de
comisaría, por lo que el viaje no fue muy largo. Llegamos a la casa aún de
mañana, y golpeamos la puerta esperando que nos atendiese el padre como
la vez anterior.
La suerte estaba de nuestro lado, ya que, al abrirse la puerta, la imagen
de Oscar se mostró ante nosotros. Al vernos su expresión fue la de sorpresa.
—Hola, caballeros. Qué raro volver a verlos por aquí. ¿Se les olvidó
algo?
—Hola, Oscar. ¿Cómo se encuentra? Digamos que nos quedaron
algunas cosas en el tintero y quisiéramos ver si es tan amable de
despejarnos ciertas dudas. Espero no seamos inoportunos —dije.
—En absoluto, estaba por prepararme un café. ¿Gustan uno?
—Desde luego, será un placer.
Dicho esto, ingresamos en la vivienda, y recorrimos el mismo camino
hasta la cocina. Una vez allí, Oscar dijo.
—Si buscaban a Miriam, lamento decirles que se fue a trabajar y no
regresará hasta pasado el mediodía.
—Descuide, pretendíamos hablar con usted solamente —respondió
Jesús.
El señor Núñez sirvió los cafés, y seguidamente inquirió: —Ustedes
dirán. ¿Cuáles son esas dudas?
—No quisiera que me mal interprete, pero hay algo acerca de Javier
que creo que no nos comentó. Me refiero al tema de que estaba involucrado
en asuntos pesados. Asuntos de dinero. ¿Usted sabía algo al respecto?
El rostro de Oscar se quedó petrificado. Era como si le hubiese dicho
que su hijo era un asesino.
Luego de un breve silencio, respondió: —¿Cómo se enteraron?
—Es una historia larga de explicar. Pero lo importante es que al parecer
no estamos equivocados.
—No lo están… No hablé de esto debido a que el hacerlo me genera
vergüenza… Sí, siento vergüenza de mi propio hijo. Deben de pensar que
soy un padre horrible.
—No pensamos nada al respecto señor Núñez —dijo mi amigo, a modo
de quitarle una carga de encima al padre.
—La cuestión es que algo sospechaba. Todo comenzó cuando empezó a
salir con ese maldito afeminado.
—Se refiere a la pareja de su hijo, Miguel Castillo —agregué.
—Ese mismo. Él es el responsable de que Javier comenzara a salirse
del camino del señor.
—Comprendo su postura, señor, pero no creo que la elección que haya
tomado su hijo lo haya condenado.
—No me refiero a eso. Me refiero a que, a partir de esa relación,
comenzó a comportarse de otro modo. Nadie quería admitirlo, pero yo sabía
que ya no era el mismo Javier. Siempre andaba justo de dinero. Nos pedía
que lo ayudásemos, cosa que no podíamos hacer siempre, debido a que no
somos una familia adinerada. Últimamente vestía con ropa cara, y estoy
seguro que también se gastaba buena parte de sus ahorros en hacerle regalos
caros a su pareja.
—Hasta ahora no veo la parte en donde se haya metido en problemas
—dije.
—Una vez cuando estaba buscando una herramienta para el jardín y no
la encontraba, di con un paquete que llamó mi atención. Justo en ese
momento apareció Javier, y al ver que tenía el paquete en mis manos, se
puso como loco y me preguntó si lo había abierto, a lo que le dije que no.
Seguidamente le pregunté que había en el interior, y el solo se limitó a
responder que no era de mi incumbencia. En el fondo sabía cuál era el
contenido de ese paquete, pero de algún modo preferí acallar esos
pensamientos, como si eso borrase el hecho de que mi hijo estaba metido en
asuntos ilegales. Las conductas extrañas siguieron, y luego vino su
desaparición. Todo el mundo se sorprendió, aunque yo bien sabía por dónde
venía la cuestión. De todos modos, hice como si nada y nunca les mencioné
ese asunto a la policía. Lo hice por temor a que la gente hablara mal de mi
hijo y de mi familia… Soy una persona horrible. Me importó más mantener
las apariencias que el hacer justicia por mi hijo. Puede que debido a eso aun
continúe convenciéndome de que algún día volverá y que todo fue una
simple pesadilla… de hecho, aún conservo su habitación tal cual como la
dejó esa mañana de sábado.
Con mi amigo nos habíamos quedado en silencio. Habíamos oído
atentos todo lo que Oscar nos estaba contando. Era como si se estuviera
liberando de una presión que estaba por hacerlo sucumbir. Al terminar de
contarnos todo lo que callaba, pude ver cómo el pesar que había notado la
primera vez que lo vi se evaporase. Luego de darle un momento para que se
componga, debido a que rompió en llantos al finalizar su «confesión», le
pregunté.
—Le agradezco profundamente que se haya abierto con nosotros, le
garantizo que lo valoramos enormemente, y que no publicaremos nada al
respecto, si es que así lo desea. Solo hay algo que me gustaría pedirle, si es
que no le parece demasiado.
Oscar terminó de secarse las lágrimas y dijo: —Lo que deseen. Luego
de poder sacarme este peso de encima, me siento en deuda con ustedes.
—Teniendo en cuenta lo que nos acaba de mencionar respecto a la
habitación de Javier, ¿podríamos echarle un vistazo?
—Desde luego. Eso sí, los acompañaré hasta la puerta, ya que aún no
me siento en condiciones de poder entrar allí.
Oscar nos acompañó hasta el piso de arriba, en donde se encontraba la
habitación de Javier. Nos abrió la puerta y nos dijo que el aguardaría abajo,
que si necesitábamos algo lo llamáramos.
Al entrar en la habitación, lo primero que noté fue la cantidad de polvo
que reposaba en las superficies. Por lo visto era cierto que la conservaba tal
cual la había dejado.
Ya solos en el cuarto, Jesús me dijo: —¿Qué se supone que vamos a
encontrar aquí?
—Tengo la impresión de que la policía no buscó con mucho ímpetu.
Además, después de escuchar lo ocurrido con el paquete que encontró su
padre, estoy casi seguro que debió de haber tenido algún escondite para las
cosas importantes.
Le indiqué a mi amigo que buscase cualquier doble fondo posible en
los cajones de la cómoda. Por mi parte, realicé una inspección por las
paredes y los pisos, la cual se basó en ir golpeando la superficie hasta oír
algún ruido a hueco.
Lo que respecta a la tarea de Jesús, finalizó sin arrojar ningún resultado,
y en cuanto a la mía, estaba a punto de finalizar sin ninguna novedad, pero
justo cuando estaba golpeando el último tramo de piso que me faltaba por
revisar, el ruido me indicó que allí había algo.
Al escuchar el ruido generado, Jesús se volteó de inmediato y se acercó
hasta donde me hallaba.
El piso era de madera, y la parte en donde hallamos el escondrijo, era
cerca de la esquina. Logré remover las maderas flojas con la ayuda de una
regla que había encima de la mesa de estudio, y debajo de ella había un
cuaderno de tapa dura y varios fajos de dinero.
—¿Qué es eso? —preguntó Jesús.
—No lo sé aún, pero creo que puede ser una especie de diario. En
cuanto al dinero, me juego a que sean los ahorros desaparecidos.
Comencé a leerlo de inmediato, y efectivamente era el diario de Javier.
Por lo visto, el joven anotaba allí sus pensamientos y demás cosas que le
ocurrían en su día a día. El tema que más se repetía era lo difícil que era
reconocer ante la gente su decisión, y otras cuestiones acerca de cómo se
sentía.
El haber leído tantos libros me brindó una velocidad de lectura bastante
alta, por lo que no tardé demasiado en devorar las páginas escritas por
Javier. Al ir avanzando en la lectura, el asunto se tornaba cada vez más
turbio, y de a poco empecé a sentir que necesitaba salir de allí cuanto antes.
Finalmente, Jesús, quien estaba expectante a que terminara, me
preguntó al ver la expresión que iba adoptando mi cara: —¿Dice algo
relevante?
—Tenemos que irnos cuanto antes.
—¿Qué ocurre?
—Oscar es Raziel —le dije a mi amigo, y en ese momento
comenzamos a oír los pasos del señor Núñez que subía por la escalera.
Capítulo 24

—¿Qué demonios dices? —dijo mi amigo sin poder creer lo que le


acababa de contar, y luego, en voz baja, agregó a la vez que señalaba con el
dedo en dirección a los pasos— ¿«Ese» Oscar es Raziel?
—Así es. Lo que nos acaba de contar de la escena esa del paquete fue
exactamente al revés. Según las anotaciones previas a su desaparición,
Javier descubrió que su padre abusaba de su hermana al encontrar una caja
en la que había fotos obscenas que lo incriminaban. Al parecer es un
maldito enfermo que viola a su propia hija, además de golpearla, al igual
que a su madre. Según otras notas, él habló con su hermana para que lo
denunciase, pero ella era como si estuviese hechizada o algo por el estilo,
ya que decía que no era tan grave, y que su padre era una persona buena. Al
parecer esto, sumado al episodio de la iglesia, hizo que colapsara y quisiera
irse cuanto antes de aquí. Sinceramente no lo culpo de querer dejar todo
atrás.
—¿Me estás diciendo que Oscar es un golpeador y abusador? —
preguntó mi amigo perplejo ante la nueva información.
—Y que no se te olvide asesino. Un Curriculum impecable, digno de un
político. Lo que se dice una joyita.
Al escuchar que los pasos se oían cada vez más fuertes, lo cual nos
indicaba que ya estaba por llegar hasta nuestra posición.
—Intenta actuar con normalidad. Si pregunta, no encontramos nada
relevante —intenté calmar a mi amigo, y me guardé el diario bajo mi
abrigo.
Mi amigo asintió en silencio.
Segundos más tarde, la puerta se abrió y Oscar nos dijo: —¿Pudieron
encontrar algo de relevancia?
Jesús me miró, como si los nervios le estuviesen jugando una mala
pasada, y rápidamente dije para sacarnos de esa situación incómoda: —
Lamentablemente no. Es una pena. Y ahora si nos disculpa, señor Núñez,
tenemos que retirarnos por una junta de trabajo. Le agradecemos el café y
su hospitalidad. Le prometo que no publicaremos nada de lo que nos contó.
Puede estar tranquilo. Le doy mi palabra.
Algo en la cara de Oscar había cambiado. Esta nueva expresión me
inspiró miedo verdadero por primera vez. Puede que no se haya creído lo de
la reunión, pero, de todos modos, al terminar de escuchar lo que le dije,
respondió: —Es una pena que ya se tengan que ir. Lamento que no hayan
encontrado nada que les pueda ser de utilidad para su libro. ¿Ya saben el
nombre?
—¿De qué? —preguntó nervioso Jesús.
—De su libro. ¿De qué va a ser si no? A menos que estén por tener un
bebé —y rio con una risa que como mínimo se podría tildar de perversa.
A modo de seguir la corriente, e intentar enmendar la metida de pata de
Jesús, respondí rápido: —«Si los muertos hablaran». Es el principal nombre
que tenemos cotejado hasta el momento. De igual modo, puede que sufra
variaciones una vez que lo inspeccione el editor. Hay veces en las que uno
llega a sentir que no es dueño de su propio libro. Sabe cómo es el ambiente
—dije a modo de entablar una cierta fraternidad.
—No. No lo sé. Por qué no me cuenta un poco más y me ilustra —
respondió en un tono oscuro.
—Desde luego que nos encantaría, pero como ya le comentamos,
estamos con el tiempo justo y tenemos que irnos volando.
Oscar se quedó en medio de la puerta con su semblante imperturbable y
cruzado de brazos.
Luego de permanecer en silencio por alrededor de diez segundos,
durante los cuales nos fulminó con la mirada, terminó diciendo: —Claro, lo
había olvidado. Esta memoria mía. Bueno, permítanme acompañarlos hasta
la salida. Después de ustedes —nos extendió su brazo como si fuese un
torero, indicándonos que saliéramos del cuarto.
En el preciso instante en que estaba por atravesar el umbral de la
puerta, me di cuenta del terrible error que había cometido, el cual fue
detectado casi de inmediato por Oscar.
—¿Creí que no habían encontrado nada de utilidad? ¿A caso me
mintieron? —y cruzó el brazo frente a la puerta, impidiéndonos avanzar.
Volteé lentamente, y la madera removida estaba allí, como gritándonos,
«Idiotas, como se olvidaron de volverme a colocar».
Intenté pensar rápido en una excusa que sonara creíble, pero el pánico
me convirtió en un ente incapaz de articular tan siquiera una oración.
Me quedé dubitativo, observando mi error, y cuando estaba por voltear
y enfrentar la mirada acusadora de Oscar, Jesús salió al rescate y dijo: —Lo
estábamos olvidando, disculpe. Creo que Javier escondía ahí sus ahorros.
Hay unos cuantos fajos de billetes allí abajo.
—Entonces no fue tan infructuosa la búsqueda. Pensar que la policía
revisó este cuarto unas cuantas veces y nunca pudieron hallar nada. ¿Había
algo más?
—N-n-no, no, solo el dinero —logré responder.
—Si me permiten, quisiera echar un vistazo —dijo Oscar a la vez que
pasaba entre nosotros y se agachaba para observar lo que había en el
escondite secreto.
En el momento en que se agachó y su abrigo se levantó levemente
exponiendo el lado posterior de su cintura, logré ver que tenía una pistola
debajo del cinturón. Al parecer mi amigo había notado lo mismo, debido a
que me miró de inmediato con cara de «vayámonos de aquí», a lo que le
hice un gesto con la cabeza para que nos largásemos corriendo cuanto antes.
Sin esperar a que Oscar terminara de revisar el recoveco, le dijimos que
nos teníamos que largar, y que conocíamos la salida.
Al escuchar esto, se giró velozmente (Demasiado veloz para una
persona de su composición) y se paró al mismo tiempo que sacaba su arma
de detrás y la extendía apuntando en dirección a nosotros.
—¡Ustedes no se van a ir a ninguna parte! —dijo en tono imperativo.
—¡Corre! —le grité a mi amigo.
Como pudimos, salimos pitando de aquel cuarto mientras las balas
comenzaban a buscarnos como perros de caza.
Un proyectil había logrado rozarme el brazo, otro por poco me vuela un
pedazo de cabeza, y los otros se estrellaron contra la pared, la cual por
fortuna era lo suficientemente resistente como para cumplir la función de
escudo protector.
En total, disparó cinco veces, y a ciencia cierta no sabía cuántas balas
más le quedarían, pero definitivamente no me iba a quedar a averiguarlo.
Enfilamos hacia la escalera a toda velocidad, con el peligro de ser
abatidos por una bala pisándonos los talones.
Por suerte habíamos comenzado a bajar los peldaños y todavía Oscar
no había salido del cuarto de Javier. Parecía como si no tuviera prisa por
alcanzarnos, como cuando un cazador deja correr a su presa porque sabe
que no tiene escapatoria. Por más que esto me diese mala espina,
continuamos con nuestra carrera hasta la salida, pero al llegar a la planta
baja y ver en dirección a la puerta que daba a la calle, entendimos la
tranquilidad de Oscar.
Cruzada de brazos y empuñando un arma, estaba Miriam, quien nos
aguardaba pacientemente y con una expresión completamente distinta a la
de la última vez.
No es que anteriormente nos hubiera sonreído demasiado, pero ahora
dejaba ver un lado oscuro que antes no.
—Si yo fuese ustedes no daría ni un paso más —dijo pausada y
relajadamente, como quien dice «buenos días».
Automáticamente frenamos en seco y levantamos las manos
indicándole que no pensábamos hacer nada estúpido, a lo que continuó
diciendo: —Veo que son personas inteligentes.
—No tanto diría yo —dijo Oscar, quien bajaba lentamente los peldaños
de la escalera mientras reponía las balas en su revólver.
—Le juramos que solo encontramos el dinero. No había nada más allí
—intenté decir como pude.
Algo en la expresión de ambos Núñez me daba a entender que no me
estaban creyendo. Por su parte Jesús, al margen del miedo que uno tendría
en una situación como esta cuando dos psicópatas te están apuntando con
armas de fuego y no hay salida aparente, conservaba una cierta tranquilidad
que no podía entender.
—No hemos robado nada. Se lo juro —dije.
La idea era que pensaran que no sabíamos nada al respecto del tema de
los abusos y Raziel, aunque lo más probable fuera que ya no había modo de
salir vivos de allí.
—No hace falta que sigan actuando y mintiendo con eso de la
investigación para el libro. No sé exactamente quiénes son, pero algo me
dice que no son escritores y no están investigando nada. Lo cierto es que
hasta ahora no habíamos podido encontrar una pequeña cosa que pertenecía
a mi hijo, la cual Miriam aseguraba que tendría que estar en esta casa,
aunque nunca logramos hallarla, y que estoy casi seguro que ustedes la
encontraron en el escondite que descubrieron. Quieren hacerme el favor —
dijo Oscar, quien extendió la mano para pedirnos que le entregásemos el
diario de Javier.
—Estamos realizando una investigación para un libro, les digo la
verdad. Aquí tiene este cuaderno que estaba allí abajo. No alcanzamos a
leerlo, pero teníamos la idea de hacerlo cuando estuviésemos más tranquilos
—le dije a la vez que le entregaba el diario.
—Desde luego. Voy a confiar en tu palabra y dejaré que se vallan sin
más y le cuenten a la policía lo ocurrido, sumado a lo que estoy seguro que
se enteraron al leer el cuaderno. ¿En serio crees que alguno de ustedes tiene
posibilidades de salir con vida de aquí? Vaya optimismo. Sinceramente
quisiera creer que no leyeron el contenido del diario de Javier, pero su
comportamiento me dice todo lo contrario —dijo el padre con un tono
amenazador.
—¿Sabe una cosa? —dije decidido a parar de mentir— Sí, lo leímos.
Sabemos que es un maldito abusador y golpeador. Como así también
sabemos que es un asesino y un enfermo retorcido que disfruta con el
sufrimiento ajeno —me giré y, viendo a los ojos a Miriam, le dije—. Y tú,
¿cómo puedes encubrir y defender a un ser tan despreciable? ¿A caso no
tienes conciencia propia?
Mis palabras habían logrado afectar levemente a Miriam, quien por lo
menos bajó ligeramente el arma. Por su parte Oscar ni se inmutó ante mis
dichos, y solo enarcó aún más esa mueca perversa, para luego decir: —
¿Crees que vas a poder ponerla en mi contra? Estás perdiendo el tiempo, y
en breve perderás la vida.
—¿Mataste a mamá? —dijo entrecortadamente Miriam, quien al
parecer no estaba al tanto de eso.
—Solo están inventando cosas para ponerte en mi contra. No les hagas
caso, mi pastelito —le respondió Oscar a su hija, para luego fulminarnos
con la mirada y vociferar—. ¿Y ustedes de dónde se inventaron esa
patraña?
—Ya no es necesario que siga fingiendo. Sabemos muy bien que mató a
Guadalupe y que también mató a Miguel. Además…
No logré terminar de decir la frase, que Oscar me acalló sobreponiendo
su voz.
—¡Eso es mentira! A ese maldito afeminado no lo he vuelto a ver desde
que desapareció Javier.
No comprendía por qué estaba tan empecinado en desmentir que
hubiese matado a Miguel. No obstante, continué a la ofensiva. Estaba
logrando desestabilizarlos y no me detendría.
—Solo te excusas por Miguel, ¿y Guadalupe? ¿Te comieron la lengua
los ratones respecto a ella?
Pude ver que de a poco Miriam cambiaba de actitud. Ahora ya no
estaba tan a favor de su padre.
—Respóndele, padre. ¿Qué ocurrió con mamá? Dijiste que se había ido
a vivir con su hermana al norte.
—Y así fue, pastelito. ¿Tienes que creerme?
—¡Es una vulgar mentira! Guadalupe no tenía ninguna hermana, era
hija única. La investigué, y los resultados arrojaron que no se sabe nada de
ella desde hace diez años. Exactamente desde que supuestamente se fue con
su «hermana». Al cobrar el dinero que el padre Teófilo le giró por el
aniversario de la desaparición de Javier, de seguro quiso marcharse y huir
de este infierno que llaman hogar, y la mataste por eso. ¡Admítelo! Vamos,
Oscar. ¿O debería llamarte Raziel?
Algo raro ocurrió al decir aquello último. A diferencia de lo que me
esperaba, Oscar se mostró completamente extrañado al oír ese nombre.
—¿Raziel? ¿A qué te refieres?
Sus palabras parecían sinceras, y algo andaba mal. ¿Cabía la
posibilidad de que el no fuese el arcángel que estaba detrás de todo esto?
No supe bien qué responder, ya que la nueva posibilidad que había surgido
me dejó atónito.
Por fortuna, en ese momento Jesús recuperó la capacidad del habla, y
dijo: —Lamento ser el aguafiestas de este bonito momento de sinceridad
familiar, pero la policía está al caer, o, mejor dicho, según lo que me dicen
mis oídos, ya llegó.
—¿Cómo? —preguntó perplejo Oscar.
—Si no me crees, mira tú mismo por la ventana —respondió mi amigo
mientras señalaba con la cabeza hacia la ventana.
Oscar se acercó lentamente y descorrió un poco la cortina que tapaba la
ventana, y por sus palabras de enojo pude deducir que lo que decía mi
amigo era cierto.
—Le envié un mensaje a mi amiga, que casualmente es policía, cuando
estabas subiendo las escaleras. Ahora bien. Todos sabemos que no tienes
escapatoria. Hazte un favor y hazle un favor a tu hija. Entrégate y termina
con todo esto de una buena vez. Sé que, en el fondo, muy en el fondo le
guardas cariño a Miriam. Haz lo correcto.
Por lo visto, esta era la carta que mi amigo se guardaba bajo la manga y
por lo que se mostraba tan calmado.
Luego de escuchar lo que le acababa de decir, Oscar miró a su hija y le
dijo: —No dejaré que nos separen, pastelito. Aunque tenga que morir en el
intento —al terminar de decir esto, giró velozmente y nos espetó—. Ustedes
dos, aves de rapiña, que solo quieren alejarme de mi hija e inventaron toda
esa mierda, me aseguraré de que ardan en el infierno.
Algo en las palabras de Oscar me daban a entender que pensaba
seriamente en matarnos. Apuntó su arma hacia nosotros, y cuando ya nos
creíamos sin más posibilidades de salir con vida, un fuerte estruendo vino a
aliviarnos como una lluvia de verano.
El arma cayó de entre los dedos de Oscar, y un volcán de sangre hacía
erupción desde su espalda. Aún de pie y con las últimas fuerzas que le
quedaban, logró darse la vuelta y ver a su agresora a la cara.
—¿Por qué, pastelito? —dijo con su último suspiro, para luego
desplomarse en el suelo.
Miriam aún continuaba empuñando el arma firmemente, aunque con un
notable temblor que nos hacía pensar que el que estaba en el suelo podría
haber sido cualquiera de los allí presentes.
Adelantándose a cualquier cosa que pudiera hacer en aquel estado,
Jesús le dijo: —No hagas una locura. Le diremos a la policía que nos
salvaste la vida. Tú no tienes la culpa de nada. Ya pagó quien debía, tú eres
una víctima aquí. Hazme el favor y baja el arma. Alguien puede salir
lastimado.
No sé si las palabras de mi amigo surtieron algún efecto o si ya no tenía
pensado volver a disparar en contra de nadie, pero lo cierto es que Miriam
comenzó a bajar lentamente el arma, y a medida que lo hacía, las lágrimas
rodaban sin parar por sus mejillas.
Cuando ya no había ninguna señal de peligro, ocurrió lo que suele pasar
en todos los libros, apareció la policía entrando por la fuerza y sometiendo a
Miriam, quien aún conservaba el arma en su mano.
Les gritamos a los oficiales que no le hagan daño, que nos había
salvado la vida, y éstos parecieron comprender que no representaba ningún
riesgo, por lo que la trataron un poco más cordialmente.
Detrás de los oficiales, apareció Sara, quien nos dijo: —¿Qué sería de
ustedes dos sin mí? No puedo dejarlos solos cinco minutos que tienen que
meterse en problemas.
Capítulo 25

La policía se llevó a Miriam detenida, aunque sin esposarla, ya que le


dijimos rápidamente lo que ocurrió y acerca de los abusos. Los paramédicos
que vinieron acompañando a los patrulleros no pudieron hacer nada para
salvar a Oscar, quien ya se encontraba dentro de una bolsa mortuoria arriba
de una camilla rumbo a la ambulancia. Ya un psicólogo atendería a Miriam
en comisaría e intentaría sacarla del estado de shock en el que se encontraba
tras matar a su padre.
Sara nos preguntó cómo nos enteramos de todo, a lo que le contamos
rápidamente el modo fortuito en el que dimos con el diario de Javier, y acto
seguido, le hicimos entrega del mismo para que corroborara que lo que le
dijimos era verdad. Luego de tomarlo y ponerlo en una bolsa de evidencia
para inspeccionar más tarde, nos dijo: —¿Creen que han tenido algo que ver
en la desaparición de Javier?
—Creo que eso deberías de preguntárselo al padre Teófilo. Estoy
seguro que podrá contarte ciertas cosas.
—Tengo la sensación de que no me están diciendo toda la verdad.
¿Acaso saben algo que debería saber?
—Solo puedo decirte lo que nos arrojó la investigación para el libro.
Habla con el padre Teófilo. Estoy seguro que él podrá contarte lo que
necesitas. Por lo pronto, creo que ella es completamente inocente. Fue una
víctima del enfermo de su padre, quien estoy casi seguro mató a su esposa.
Eso es todo lo que sabemos —le dije.
—De acuerdo. Voy a hacer de cuenta que no sospecho que me están
ocultando algo. Por ahora pueden irse a sus casas y descansar. Yo pasaré en
limpio sus testimonios y más adelante los llamaré para que vengan a
firmarlos y completen unos papeles más.
—¿Podemos irnos? —preguntó extrañado Jesús.
—¿Acaso son sordos? —inquirió Sara— Son libres. Vayan a descansar
que sus caras lo piden a gritos.
Agradecimos la consideración de nuestra amiga y salimos de aquella
casa en la que estuvimos a punto de morir. Ya en el auto de mi amigo,
comenzamos a debatir acerca de las nuevas posibles hipótesis.
—¿Qué ocurrió allí dentro? ¿No se suponía que Oscar era Raziel? —
preguntó mi amigo.
—Eso creí al leer lo que le había ocurrido a Javier. Pero por la forma en
que reaccionó Oscar cuando hice mención al arcángel, dudo que se trate de
él. Pienso que Javier al enterarse de lo que estaba ocurriendo, acudió a su
hermana para denunciar los abusos, pero esta se negó, sumado a que casi en
simultáneo se enteró acerca de los negocios del padre Teófilo. Todo su
mundo se vino abajo en una semana. Solo le quedaba huir con su novio,
quien también lo traicionó. Fue una desgracia tras otra.
—Pero de igual modo, eso no nos responde quién es Raziel y qué es lo
que quiere.
—Respecto a qué es lo que quiere, creo saberlo. La venganza para
todos aquellos que tuvieron que ver con el fatídico final de Javier. En lo
referente a quién, lamentablemente me quedé sin sospechosos.
—¿No crees que Miriam haya podido ser?
—Lo dudo seriamente. Como ya le dije a Sara, ella simplemente es una
víctima del monstruo de su padre, quien estoy seguro mató a su esposa
cuando quiso escapar de ese infierno familiar.
—Concuerdo con esa teoría. Entonces… desgraciadamente ahora
estamos en la nada. A menos que se te hubiese ocurrido algún otro sitio al
que recurrir.
—De momento no se me ocurre nada. Aunque puede que haya algo
más por hacer.
—¿Qué cosa?
—Analizar el fémur que tenemos escondido.
—¿Con qué objeto?
—Tengo la sensación de que quizás no pertenezca a una mujer.
—Supongamos que tienes razón. ¿A quién le diremos que lo analice?
Te recuerdo que es el resto de un cadáver, el cual tú, o mejor dicho
nosotros, desintegramos.
—No tendremos que pedirle nada a nadie.
—Explícate —dijo sorprendido Jesús.
—Cuando pensé en esta posibilidad, recordé un libro que leí hace
mucho tiempo. Era una novela negra, y en ella el protagonista podía
determinar el sexo de un cadáver por sus huesos. Lo ideal sería poder
examinar el cráneo o la pelvis, pero desgraciadamente tuve la estúpida idea
de disolverlos. Ahora bien, además de estos huesos, decía que también se
podía emplear el fémur como referencia, y mediante la realización de una
serie de ecuaciones matemáticas sobre este, se podía lograr saber el sexo.
—Tengo la impresión de que eso es bastante difícil de hacer.
—Sí, pero por suerte siempre se me dieron bien las matemáticas y
recuerdo haber memorizado los cálculos. Solo tenemos que tomar cinco
medidas sobre el fémur y someter cada una a una ecuación. Si la mayoría de
valores son positivos, se trata de un hombre, y si la mayoría son negativos,
se trata de una mujer.
—Lo haces sonar muy sencillo.
—En la teoría puede parecer sencillo, pero debo decirte que nunca lo
llevé a la práctica, ya que nunca tuve que identificar el género de un
cadáver por sus restos. De hecho, nunca tuve que identificar un cadáver.
—Puedes estar tranquilo que yo tampoco.
Tras la fugaz e improvisada lección forense, tomamos la decisión de ir
en búsqueda del fémur escondido.
Estábamos agotados, levemente heridos y con una necesidad imperiosa
de dormir que era casi imposible de acallar, pero, no obstante, no podíamos
darnos el lujo de ir a descansar, cuando bien sabíamos que el siguiente
objetivo de Raziel sería mi persona. Por tal motivo, y movilizados
únicamente por las ansias de sobrevivir, pusimos rumbo a la vieja fábrica
abandonada.
Por más que el día hubiese comenzado con todos los ánimos de ser
soleado y agradable, terminó decidiendo tornarse gris y ventoso, con todos
los indicios de una tormenta venidera.
A medida que nos acercábamos a la fábrica, el cielo terminaba de
encapotarse y vestirse definitivamente de negro, era como si el día hubiera
durado tan solo unas horas, o ni siquiera eso. La oscuridad lo reinaba todo,
y de a poco las primeras gotas de tormenta se abrieron paso para comenzar
a estrellarse contra el parabrisas. El viento silbaba, y a lo lejos se escuchaba
el primer trueno que anunciaba la tempestad que se avecinaba.
—Parece que estamos de suerte —dijo sínicamente mi amigo.
—Según el pronóstico, no se esperaban tormentas en estos días.
—Los meteorólogos suelen acertar tanto como los políticos decir la
verdad. Debimos haber sido más precavidos. Si el pronóstico dice soleado y
sin nubes, prepárate para la tormenta del fin del mundo —bromeó Jesús,
intentando quitar un poco de tensión de la situación como de costumbre.
Para cuando finalmente llegamos a la fábrica, la tormenta se había
desatado por completo. Fuertes ráfagas de viento azotaban a diestra y
siniestra. Una cortina de agua lo cubría todo y hacía casi imposible ver más
allá de un par de metros. Pese a que el clima vaticinaba la escena final de un
libro de terror, en donde lo más probable fuese que sus protagonistas
muriesen. Ignoramos las señales que nos brindaba la naturaleza y nos
adentramos rápidamente en el edificio abandonado.
Como era de esperarse, en el interior continuaba lloviendo debido a las
múltiples goteras que había, pero por lo menos, ahora el caudal de agua era
menor, y permitía un rango de visión más ampliado.
Guiados únicamente con la luz de nuestros celulares y de algún
eventual relámpago, avanzamos en penumbras hasta la oficina en donde se
encontraba el fémur. Al llegar, pude notar algo que llamó mi atención, pero
que no pude saber a ciencia cierta de que se trataba.
Al ver que me había detenido por un momento, mi amigo me preguntó:
—¿Estás bien? ¿Ocurre algo?
—Tengo la sensación de que algo no está bien. ¿No te parece que el
escritorio y las sillas están dispuestos de un modo distinto al que se
encontraban la última vez?
—Sinceramente creo que todo está igual. Aunque tampoco le presté
mucha atención a memorizar cómo estaban.
—Puede que sea el cansancio que está pasándome una mala jugada, o
quizás la falta de luz hace que vea las cosas de otra manera. De todos
modos, continuemos.
Dejando la extraña sensación de lado, nos acercamos hasta el escritorio
y lo abrimos para sacar de su interior el hueso a analizar. Comencé a
revolver en el fondo, y allí no estaba, lo único que había eran papeles, entre
los cuales, uno llamó mi atención. Lo desdoblé, y en él había una nota que
decía así: «El tiempo se acabó y no lograste ganar. Como era de esperarse
es hora de pagar. Con cariño Raziel.»
—¡¿Qué demonios?! —dijo mi amigo.
—El maldito se nos adelantó de nuevo.
En ese momento la puerta de la oficina se cerró de golpe, provocando
un fuerte estrépito que enmudeció momentáneamente a la tormenta.
Pasado el estruendo, unos aplausos hicieron que nos diésemos vuelta.
Dentro del cuarto había una tercera persona que permanecía en las
sombras y que aplaudía pausadamente.
—Pensé que no iban a venir por la lluvia, pero por lo visto, su deseo de
morir es más grande de lo que pensaba —dijo la persona entre las sombras
—. Permíteme presentarme ante tu amigo que no me conoce. Javier Núñez,
o como calculo que me estuvieron llamando todos estos días, Raziel. Un
gusto.
De pronto la persona se acercó a nosotros y un relámpago iluminó su
figura. Aunque la imagen de aquel hombre distaba en demasía de lo que
recordaba de Javier, indudablemente se trataba de él. El paso del tiempo
había hecho estragos en su rostro, el cual se veía curtido y sombrío. No
quedaba rastro alguno de bondad en su persona. Vestía un sobretodo negro,
y en la mano derecha empuñaba un arma de fuego. Debería de haberle
hecho caso a las señales que me advertían no venir hasta esta fábrica
abandonada, la cual sin duda sería mi tumba.
Capítulo 26

—¡Tú estás muerto! —dije sin poder creer lo que sucedía— No es algo
de lo que me enorgullezca, pero te desenterré y te volví a enterrar. Además,
intenté salvarte la vida hace quince años en aquel río… y lamentablemente
no lo logré... Yo lo vi con mis propios ojos.
—Con los mismos ojos que me estás viendo ahora delante de ti. A caso
no dicen que hay que ver para creer. Si continúas sin creer, déjame decirte
que sobrevaloré tu intelecto.
—Pero, ¿cómo es posible? —dije aún sin comprender la situación.
—Tendré el decoro de explicarte lo sucedido, como una cortesía antes
de que se despidan de este mundo. Eso sí, debo aclarar que no tengo nada
en contra de tu amigo, pero bueno, digamos que está en el lugar y momento
equivocado. No puedo darme el lujo de dejar testigos que puedan dar fe de
que sigo con vida.
Jesús estaba congelado sin saber qué estaba ocurriendo. En esta ocasión
no se mostraba tranquilo como en otras oportunidades. Ahora no había una
carta oculta bajo la manga. Ahora estábamos condenados y el arma que
empuñaba Javier en dirección hacia nosotros nos garantizaba una condena a
muerte.
—Calculo que estos días te estuviste preguntando quién es Raziel, qué
quiere, por qué a mí, y demás cosas por el estilo. Comenzaré por el
principio como es debido. Entiendan que soy una persona de valores y no
pretendo poner fin a sus vidas, así como si nada, sin antes explicarles
levemente el porqué de mis acciones. Como deben de sospechar, el
principal motivo es la venganza. Digamos que estoy cobrando cuentas
pendientes del pasado. Ahora bien, ¿por qué dejé pasar tanto tiempo?
Bueno, es un tanto largo de contar, pero resumidamente, porque no lograba
dar contigo. La búsqueda se hizo extremadamente larga, debido a que no
recordaba tu cara. Los recuerdos que tengo de aquella noche de hace quince
años son muy borrosos, y no es para menos. Dos golpes en la cabeza y el
haber estado a punto de ahogarme me dejaron ciertas secuelas, que
afortunadamente pude superar. Ahora bien, te preguntarás, ¿cómo sobreviví
aquella noche? La respuesta es sencilla, por la gracia de Dios. Esa no era mi
hora y aun me quedaban muchas cosas por hacer en este mundo. Luego de
que Miguel me golpeara a traición y me tirara medio muerto al río, el
instinto de supervivencia hizo que sacara fuerzas de donde no tenía y
lograra salir a flote, una vez logrado eso, me encontré con tu adorable
piedra, la cual fue como una bofetada del destino que se empeñaba con que
muriera. Por tu parte no hiciste mucho que digamos para cambiar esa
situación, ya que tus maniobras de reanimación estuvieron más cerca de
romperme el esternón que de otra cosa. Afortunadamente tu pericia para
colocar piedras en los bolsillos era la misma que para reanimar. Tras
permanecer en el fondo del agua por un tiempo que se me hizo eterno,
finalmente la mayoría de las piedras se cayeron de mis bolsillos y me
permitieron salir a flote. Luego, un vagabundo que se encontraba por las
orillas del río me vio medio muerto y me rescató. Esta vez realizando un
trabajo de reanimación como la gente y no eso que intentaste hacer. No
puedo afirmar cómo, pero era consciente de lo que ocurría. Tardé varios
días en recuperarme, pero una vez en condiciones, lo único que quería hacer
era vengarme de todos los que habían hecho de mi vida un infierno.
Sinceramente ya no tenía intenciones de volver a mi vida anterior. Sentía
que estaba teniendo una segunda oportunidad, y esta vez no la malgastaría
siendo un buen samaritano que se preocupaba por los demás. Eso no me
había ayudado mucho que digamos. Cuando el vagabundo me preguntó por
mi nombre, le dije que me llamaba Raziel y que había intentado suicidarme
debido a que no tenía a nadie. Al parecer se creyó aquella historia y no hizo
más preguntas al respecto. Me acogió en su improvisada casa y se aseguró
de que me recuperara. Una vez recobradas las fuerzas para poder empezar
con mi venganza, me fui de allí y no volví a verlo. Me fui a un sitio en el
que nadie me conociera y empecé de cero, como era mi intención en un
principio, solo que esta vez guiado por la sed de venganza. Como suelen
decir, la venganza es un plato que se sirve frío, y valla que me lo tomé en
serio. Tenía bien claro de quién tomar revancha y qué era lo que quería
hacerle a cada uno, solo que había un pequeño detalle, y era que necesitaba
tiempo para planear mi accionar. Comencé investigando las actividades del
padre, como así también las de Miguel, quien me costó hallar, ya que el
muy cobarde se largó luego de mi «desaparición», pero por fortuna logré
dar con él. Luego estaba el detalle de mi segundo agresor, de quien no
conocía su identidad. El hallarte fue todo un desafío, y, a decir verdad,
estuve a punto de darme por vencido, hasta que tuve la excelente idea de
escribir un libro. Un libro en el que contaba mi muerte con lujo de detalles,
y en el que además de mí, solo el asesino sabría que era verídico.
Obviamente me tomó tiempo escribirlo, ya que siempre fui más de los
números que de las letras, pero con la motivación apropiada, no hay tarea
que sea imposible. Para cuando terminé el libro, ya había recolectado la
información necesaria acerca del padre Teófilo. En este caso, mis
conocimientos en economía fueron de mucha ayuda. Ya tenía casi todo
listo, y no pensaba actuar por separado. Tenía que hacerlo todo en
simultáneo para no dar oportunidad a que las ratas escapen. Solo me faltaba
tu identidad, la cual estaba casi seguro que obtendría mediante el libro. Por
fortuna, hoy en día el mundo está lleno de fanáticos y eso hizo que no me
fuera difícil la tarea de dar contigo. Sabía que tarde o temprano acabarías
leyendo el libro o enterándote de él, y que cuando lo hicieras, te darías
cuenta de que el personaje eras tú. Sé que puede sonar algo muy poco
probable, pero es como jugar a la lotería, si no juegas, nunca podrás ganar.
Aquí tengo que decir que la suerte estuvo de mi lado y me tocó el boleto
ganador. Luego fue cuestión de sembrar algunas pistas falsas, llevarte hacia
donde quería, hacer que hagas lo que me apetecía. Sinceramente fue más
sencillo de lo que me esperaba. El punto clave fue cuando te hiciste
presente en el bosque de la vida. Tenía la certeza de que irías a corroborarlo,
dicho y hecho, allí estabas, desenterrando tus demonios del pasado,
pensando que podías volver a ocultar tus errores y salirte con la tuya.
—Entonces… si no eras tú… ¿Quién estaba enterrado? —pregunté.
—Ese pequeño detalle se me pasó por alto. ¿Recuerdas el vagabundo
que dije que me había salvado? Digamos que sufrió un paro
cardiorrespiratorio producido por un golpe contundente en su cabeza.
Necesitaba un cadáver, y el cumplía con todos los requisitos. Me aseguré de
que tuviera una herida en el cráneo por si se te ocurría examinarlo a fondo,
cosa que no fue así. Creo que te sobrevaloré y pensé que ibas a ser más
minucioso.
—El pobre hombre te salvó la vida. ¿Por qué le pagaste de ese modo?
—inquirió Jesús, quien, conducido por la indignación, logró salir de su
estado de ensimismamiento.
—No podía dejar cabos sueltos. Digamos que fue un daño colateral en
pos de la causa.
—Estás completamente enfermo. Dios no tuvo nada que ver con que te
hayas salvado aquella noche, si de algún hecho sobrenatural hablamos, tuvo
que ser el Diablo —le solté enfurecido.
—Dios, el Diablo, llámalo como quieras. Ahora sí, retomando el punto
en el que me había quedado antes de tu inoportuna interrupción, te habías
ido de aquel bosque con la certeza de que podrías volver a ocultar tus
errores. Te seguí por un buen rato hasta que estacionaste en aquel maizal,
donde casi estuve a punto de perderme. Esa maldita plantación puede ser un
laberinto si no tienes el cuidado necesario. Vi cómo cavabas, cómo te
esforzabas por enterrar lo más profundo posible aquellos restos, todo con tal
de que nadie se enterase. Pero debo decirte que yo estaba allí observándolo
todo, siempre estuve allí observando todo lo que hacías y dejabas de hacer.
Aguardé hasta que te fueras conforme con tu trabajo, y una vez que partiste,
simplemente cambié de lugar los restos, eso sí, llevándome el fémur. Debo
admitir que eso fue un detalle quizás innecesario, pero que ayudaría a seguir
construyendo la pantomima que pretendía que te tragues. Al fin y al cabo,
por ese fémur fue que te creíste que Raziel había matado a Guadalupe.
Pobre de mi madre. Vivió toda su miserable vida al lado de aquel ser tan
despreciable. No me juzguen mal, no le guardo rencor, pero sí que tengo
que decir que nunca fue capaz de reaccionar y decir basta. Hasta el día de
hoy no sé qué fue de ella, pero no me sorprendería que aquel enfermo que
dice ser mi padre la haya matado cuando ya no le fue de más utilidad, o
cuando hubiese perdido control sobre ella.
—Tú estuviste en la iglesia esa noche y nos dejaste la carpeta con la
información y el reloj de Miguel. ¿No es así? —inquirí.
—Así es, y que no se te olvide el arma. Sinceramente tenía mis dudas
de que fueran a salir con vida de allí, lo cual hubiese quitado gracia a mi
plan, pero por fortuna lograste conseguir una valiosa aliada en aquella
oficial. Luego de dejarles el reloj, como quien le pone un pedazo de queso a
un ratón, me fui a seguir mi plan. Fue algo impagable ver la cara que puso
ese maldito traidor cuando me vio. Fue algo parecido a la que pusiste tú,
solo que él mostraba un pánico mayor. Al principio pensaba que era un
fantasma y que estaba soñando. Rápidamente me encargué de que se diera
cuenta de que era de carne y hueso y que venía a saldar la cuenta que tenía
pendiente conmigo. Lo miré directo a los ojos como cuando él me vio antes
de arrojarme al río medio muerto, el ver la desesperación en sus ojos fue
más gratificante de lo que esperaba. Luego aguardé a que llegaran, aunque
cierto es que existía una gran posibilidad de que hubiesen fallecido en la
iglesia, o que tardasen en dar con el propietario del reloj, pero lograron
resolverlo en tiempo y forma, y allí estaban haciendo exactamente lo que
quería. Di aviso a la policía desde un teléfono público, y me senté a ver
rodar la cabeza de mis enemigos, aunque más bien debería decir, a ver
como se trepaban por los tejados y huían. Esa parte fue muy graciosa.
El maldito estaba disfrutando con nuestros padecimientos. Se podía ver
que dentro de ese cuerpo ya no había un alma. Ahora ese cuerpo era como
un recipiente vacío, o, mejor dicho, repleto de maldad.
—Por lo que nos dices, no tuviste en cuenta nuestra reciente visita a tu
antigua casa.
—Debo admitir que ahí tienes razón. Les perdí el rastro luego de que se
escaparan por el tejado. Había demasiados policías en la zona, y lo que
menos quería era que me tomaran declaración como testigo. De allí vine
directamente aquí, donde los aguardé por un buen rato. Ya pensaba que no
iban a venir, aunque bien sabía que tenían que hacerlo, ya que no les habían
quedado más hilos de los que tirar, y el tiempo corría —hizo una pausa, y
continuó diciendo—. ¿Cómo se encuentra ese cerdo? ¿Acaso sigue
viviendo con la zorra de mi hermana?
—Encontramos tu diario. Muy lindas palabras. Tuve el agrado de poder
leerlo. Eras una persona muy atormentada en ese entonces, y veo que no has
cambiado nada en absoluto.
—¿No te dijeron que es de mala educación leer los diarios ajenos?
Aunque ya no tiene importancia. Hace mucho tiempo dejé de ser esa
persona.
—Creo que te agradará saber que tu hermana mató a tu padre al
enterarse de que él había matado a Guadalupe. Le disparó y acabó con su
vida.
—Pensé que nunca se atrevería a eso. Veo que todos tienen un límite,
hasta los más cobardes. En fin, me tiene sin cuidado si aquel maldito está
muerto. Me ahorró un futuro trabajo. Igualmente, con esa acción no se va a
salvar de que le cobre su correspondiente deuda. Ella no estuvo para mí en
aquel entonces, y ahora me voy a encargar de hacérselo saber.
—¿Eso es todo? ¿No tienes nada más que agregar de tu perfecto plan?
¿Ya sientes que tu ego se alimentó lo suficiente? —dije, dispuesto a no
callarme nada.
—Percibo un cierto dejo de ira en tus palabras. ¿Me equivoco? —dijo
con un tono completamente despreciable.
—Ira no, lástima. Eso es lo que siento por ti. Eres una pobre persona
que no sabe quién es, ni qué hace en este mundo. Crees que hacer esto va a
dar un significado a tu vida, o que las personas te verán de otro modo. Pero
lamentablemente tengo que decirte que estás equivocado. Sigues siendo el
mismo cobarde que quería huir y al que todo el mundo le dio la espalda. No
has cambiado en lo más mínimo. Aunque quizás si hayas cambiado un
poco. Ahora das mucha más lástima.
Jesús, sin comprender cuál era mi plan, no podía ocultar su asombro
tras oír mis palabras. Intentó hacer que me detuviera, pero antes tan siquiera
de dejar que dijera algo, continué vociferando: —¿Querías vengarte de mí?
Adelante, aquí estoy y no te tengo miedo. Viví todos estos años pensando
que había cometido un error, que había matado a un inocente. Ahora
comprendo que debí de terminar el trabajo que había iniciado Miguel y
evitarle a este mundo el tener que verte andar por ahí como un alma en
pena, generando daño y destrucción a donde vayas, buscando algo que
nunca vas a encontrar. ¡Vamos, dispárame! ¿O es demasiado sencillo?
¿Acaso no te gustaría matarme con tus propias manos?
—Ya veo por donde viene toda esta algarabía. ¿En serio crees que soy
tan estúpido como para enfrentarme a dos personas a puño limpio? Lamento
decirte que tus palabras no me afectan. No caeré en tu juego. A decir
verdad, tú caíste en el mío, y perdiste.
El estruendo de un disparo se oyó luego de las palabras de Javier.
Efectivamente una bala había alcanzado mi pierna derecha, y la sangre no
tardó en comenzar a salir a borbotones.
—No creas que pondré fin a tu vida tan rápido. Primero me divertiré un
poco. Si de algo me arrepiento después de todo lo que hice, es de haberle
disparado en la cabeza a ese malnacido de Miguel. Tras el disparo me di
cuenta que casi no había sufrido. No estuvo ni cerca de sentir lo que sentí
yo esa noche hace quince años. Soy un hombre que aprende de sus errores,
y esta vez me tomaré el tiempo necesario.
Dicho esto, abrió fuego nuevamente contra nosotros. En esta ocasión, el
receptor del disparo fue Jesús. La bala dio de lleno en su pierna izquierda, y
el grito de dolor no se dejó esperar.
—¿Estás bien? —le pregunté a mi amigo, quien continuaba gritando.
—He tenido épocas mejores. Quiero que sepas que no te guardo rencor
por esto. Yo solo decidí ayudarte y era consciente de que podía ocurrir algo
así.
No podía creer que inclusive en una situación como en la que
estábamos metidos, mi amigo continuara con esa actitud. Comencé a
pedirle perdón por involucrarlo, pero el siguiente disparo vino a interrumpir
mis palabras.
Ahora el damnificado era yo. El proyectil alcanzó mi hombro derecho.
—Ya basta de cotilleo y sentimentalismo barato —dijo Javier y volvió a
disparar, esta vez a mi amigo en su hombro izquierdo—. ¿Todavía sigues
sin guardarle rencor?
—Me das pena… Eres una pobre alma que nunca conoció el verdadero
valor de la amistad. La auténtica amistad está más allá de las cosas buenas y
vivencias felices. Un verdadero amigo es aquel que aguanta los embates de
la vida junto a ti y no se larga ante la primera dificultad. Veo que nunca
supiste lo que es tener un amigo, y eso es lamentable —respondió Jesús
como pudo entre tanto dolor.
—Sí, lo que digas. Me da igual. La verdad es que ya me aburrieron —
dijo Javier intentando demostrar que no le habían afectado las palabras de
mi amigo—. Llegó el momento de decidir quién se va primero. ¿Quieres ser
tú, que tanto profesas la amistad? —y luego se dirigió a mí— ¿O
finalmente, aunque sea por una vez, vas a tener el valor necesario y serás
tú?
—¡¿Y por qué mejor no eres tú, maldito enfermo?! —dijo una voz
desde detrás de Javier, para luego abrir fuego y abatir de seis disparos a
nuestro captor.
Javier no había llegado tan siquiera a poder darse la vuelta, cuando
apareció Sara en escena y lo acribilló. No podía creer ni entender lo que
estaba pasando. No tenía la certeza si lo que ocurría era real o ya estaba
muerto y era una especie de visión. Sea lo que sea que hubiera ocurrido, lo
último que vieron mis ojos antes de ceder y perder el conocimiento ante la
falta de sangre, fue la imagen de nuestra amiga, quien corría hacia nosotros.
Capítulo 27

El siguiente recuerdo que tuve fue desde el interior de una ambulancia.


Oía que alguien me decía algo que no llegaba a entender y me presionaba
una mascarilla de oxígeno. Luego todo era oscuridad nuevamente, solo que
con el sonido de la sirena de fondo.
Cuando pude abrir los ojos estaba en un hospital rodeado de cortinas, y
ya me habían realizado las curaciones pertinentes en las heridas. El cuerpo
aún no me respondía por completo, pero por lo menos ya era capaz de
permanecer despierto por más de cinco segundos. Lo primero que sentí fue
una sed abrumadora, por lo que llamé a una enfermera, que se apersonó a
los pocos segundos.
—Disculpe, quisiera beber un poco de agua. Tengo la garganta reseca
—dije como pude, ya que no tenía nada de saliva y los labios se me
pegaban a los dientes
La enfermera me alcanzó un vaso de agua, y tras beber con
desesperación el preciado líquido, recuperé un poco la capacidad del habla,
y le pregunté por mi amigo.
—Siento decirle que la persona con la que ingresó no lo logró. Había
perdido demasiada sangre y cuando llegó aquí ya no había más nada que
hacer.
Las palabras de la enfermera me cayeron como un balde de agua
helada. No lo podía creer. Una sensación de culpa, remordimiento y
desazón me invadió, y cuando el llanto estaba a punto de salir
desaforadamente, oí una risa que provenía de detrás de las cortinas al lado
mío. Una mano comenzó a descorrerlas, y de detrás de ellas apareció Jesús,
quien, al margen de estar herido, se lo veía bastante vivo.
—Perdón. No podía dejar pasar esta oportunidad. No te enfades con la
enfermera, ella no quería, pero yo le insistí.
No podía creer que mi amigo aún tuviera ganas de bromear después de
haber estado a punto de morir por segunda vez en menos de veinticuatro
horas.
A pesar de que la broma no me hubiese causado ninguna gracia, no
podía enfadarme con Jesús, por lo que le dije: —¿Se puede saber qué tienes
en la cabeza para bromear con estas cosas? Por un momento creí que habías
muerto —le recriminé, y luego, dirigiéndome a la enfermera, añadí—.
Quiero que me den lo mismo que le dieron a él. A ver si me hace efecto tan
rápido.
—No te creas que estoy tan bien. Tuvieron que operarme para sacarme
las balas.
—¿Y Sara? —pregunté cuando me di cuenta que lo último que
recordaba había ocurrido en realidad.
—Ya les dije que no podía dejarlos ni cinco minutos que ya tenían que
poner sus vidas en peligro —dijo nuestra amiga mientras entraba en el
cuarto—. Descuide, puede retirarse. Ya le avisaré si necesitan algo más —le
dijo a la enfermera, quien se marchó.
—¿Cómo llegaste a salvarnos? —pregunté.
—Aquí las preguntas las hago yo. ¿Por qué le disparé al sujeto que en
teoría estaban investigando y supuestamente estaba muerto? Y otra duda.
¿por qué ese sujeto estaba a punto de matarlos?
Guardé silencio y bajé la cabeza.
Era necesario contar la verdad, por más que al hacerlo me incriminara y
tuviese que pasar unos cuantos años en prisión. Armado de valor, o tanto
como se puede, comencé a decir muy decidido: —Mereces que te sea
sincero y te cuente toda la verdad. Todo comenzó…
La voz de mi amigo se superpuso a la mía y continuó hablando él: —
Todo comenzó hace poco más de un mes cuando empezamos nuestra
investigación. Al hablar con los familiares y allegados del desaparecido
supimos en ese momento que algo no andaba bien. Había demasiadas
lagunas y testimonios que no nos cerraban. La investigación continuó
sacando trapos sucios a la luz, hasta el punto tal que desmantelamos una red
de tráfico de drogas, desenmascaramos a un padre abusador y finalmente
dimos con el paradero del desaparecido, quien se encontraba vivito y
coleando, y andaba por ahí matando sin remordimiento alguno. Si llamas a
tu comisaría y preguntas por un crimen ocurrido en una galería del centro,
te van a confirmar que un individuo falleció en su departamento producto
de un disparo en la cabeza.
—¿Cómo sabes tantos detalles? —preguntó Sara, cortando el relato de
mi amigo.
—Te dije que estábamos investigando a fondo y que habían comenzado
a salir cuestiones bastante turbias. El fallecido resulta ser quien era la pareja
del desaparecido, y no solo eso, sino que además intentó matarlo hace
quince años. Ahora bien, Javier Núñez, quien en teoría estaba muerto,
resultó estar planeando una manera de hacer pagar a quienes lo
traicionaron. Se cobró la vida de su ex novio, y filtró toda la información
necesaria para encarcelar al padre Teófilo.
—¿Y en qué momento entran ustedes en la ecuación? —indagó Sara un
tanto escéptica y reacia a tomar por cierta la historia contada por Jesús.
—Lo que voy a decir es pura especulación, ya que no tuvimos
oportunidad de preguntárselo, pero lo que creo es que simplemente nos
utilizó para llevar a cabo su plan. Una vez obtenido lo que quería, ya no le
éramos de utilidad. Por eso nos iba a matar. Así de sencillo. No intentes
entender el porqué de las acciones de un Psicópata. No responden a un
razonamiento normal como el que podríamos tener tu o yo —al decir
aquello, Jesús guardó silencio, esperando la aprobación de Sara, quien no
emitía palabra alguna, por lo que mi amigo continuó diciendo—. Esa es
toda la historia.
Dudaba seriamente que Sara se tragara aquel cuento sin tan siquiera
objetar alguno de los endebles puntos que apuntalaban y sostenían ese
puente de mentiras, pero en contra de lo que cualquiera pensaría, terminó
diciendo.
—Debo decir que por más fantasiosa y poco probable que suene tu
historia, en cierto modo todo encaja, y sinceramente no estoy de humor
como para continuar hurgando en cuestiones del pasado. Si alguien les
pregunta, esa será la versión oficial. No se preocupen por los baches o
incongruencias de su historia, ya les encontraré una explicación plausible
cuando la transcriba y la vuelque en el informe oficial.
Algo en las palabras de mi amiga me daban a entender de que al
margen de que diera por cierta la historia de Jesús, sabía que aún no le
estábamos contando todo.
—Muchas gracias nuevamente por salvarnos la vida. Estaremos
eternamente en deuda contigo —dije para intentar cambiar de tema.
—Espero que se recuperen pronto y me invites a cenar a ese restaurante
que me dijo Jesús que ibas a llevarme.
Inmediatamente un torrente de sangre hizo que me ruborizara y mirara
a mi amigo con ganas de matarlo, aunque francamente ese era un deseo que
tenía, pero que me veía imposibilitado de llevar adelante debido a mi
timidez.
—D-d-d-desde luego. Puedes contar con ello.
Al ver que los nervios estaban obrando en mi contra y no me dejaban
articular correctamente las palabras, mi amigo vino al rescate y le preguntó:
—Dejando toda la cuestión del cortejo y las miraditas de lado. ¿Cómo
supiste que estábamos en problemas? y ¿cómo supiste donde nos
encontrábamos?
—Debo decirles que actúan demasiado mal, y es evidente cuando algo
les sucede. Cuando se fueron de comisaría estaba segura que no se irían a
descansar, y algo me decía que el peligro aún no había cesado. Por tal
motivo, cuando los despedí, coloqué un rastreador GPS que tengo en el
llavero de mi casa, en el bolsillo de tu abrigo. Pensé que quizás te darías
cuenta, pero por lo visto te pones demasiado tenso cuando me saludas y ni
te percataste de mi maniobra. Luego simplemente fue cuestión de seguir la
señal, la cual pensé que estaba mal, debido a que me indicaba que se
encontraban en un sitio en el que no había nada. De todos modos, fui hasta
el punto que marcaba el aparato. Cuando llegué, recordé que allí había una
vieja fábrica y que por eso no figuraba en el mapa actual, eso me dio mala
espina, sumado a los disparos que se oyeron, supe de inmediato que estaban
en peligro. Al llegar a aquel cuarto y verlos con sendas heridas, di por
sentado que el sujeto que estaba frente a ustedes empuñando un arma estaba
dispuesto a matarlos allí mismo. Luego de abatirlo y ver su rostro, me di
cuenta que se trataba de Javier Núñez, de quien ustedes estaban
investigando su desaparición. Ah, por cierto, si alguien pregunta, tienen que
decir que grité «¡Alto policía!». No sé cómo la gente sigue haciendo esa
locura cuando están frente a personas decididas a matarte sin tan siquiera
pestañar. ¿Qué creen que van a hacer los malvivientes? ¿Acaso piensan que
van a desistir de su accionar así tan fácil y se van a entregar? Tengo
demasiados compañeros que perdieron la vida por tener que decir esa
maldita frase. Si quieren saber la verdad, los malditos nunca se entregan.
Por eso, soy partidaria de disparar primero y asegurarme de neutralizar al
blanco. La vida que importa en estos casos es la de las víctimas. El
malviviente ya tomó su decisión al momento de empuñar un arma.
Escuchamos atentos lo que nuestra amiga nos estaba diciendo. Podía
percibir el dolor camuflado que venía acompañado de esas palabras.
Consideré que no era prudente indagar acerca de sus compañeros caídos,
por lo que solo dije: —Estoy completamente de acuerdo. Puedes estar
tranquila que diremos eso. Gracias.
Tras su descargo emocional, Sara se despidió y nos deseó una pronta
recuperación.
Cuando ya nos encontrábamos solos, le agradecí a Jesús por haber
hablado cuando Sara pidió explicaciones, a lo que mi amigo dijo que no
había sido nada, que no iba a dejar que fuese a la cárcel por un maldito
psicópata.
Tuvimos que permanecer internados otros tres días, durante los cuales
estuvimos bajo observación. Los médicos al ver que nuestras heridas
evolucionaban favorablemente, determinaron que nos encontrábamos en
condiciones de recibir el alta y continuar la recuperación en nuestros
hogares.
Al momento de despedirnos, Jesús me miró y dijo: —¿Qué vas a hacer
ahora? Ya todo acabó.
—No lo sé. Quizás invite a cenar a Sara. Por cierto, gracias por hacer
eso por mí. Nunca me hubiera animado a invitarla.
—Ya lo sabía y por eso mismo lo hice. Me servirá como pie para la cita
doble con su amiga Luisa. ¿Sabes una cosa?
—¿Qué?
—Podríamos escribir esta historia. ¿No te parece? Ya te dije al
principio que me gustaría escribirla, pero creo que sería una buena idea
hacerlo juntos.
—La verdad es que preferiría olvidar todo lo ocurrido.
—Vamos, piénsalo mejor. Después de leer tantos libros, ¿no crees que
es hora de escribir el tuyo? Qué mejor historia que esta. Obviamente en el
libro vamos a exagerar algunas cuestiones y los protagonistas sabrán pelear.
Por lo restante, ya está casi todo listo, solo hace falta sentarse y escribir.
No sé cómo, pero mi amigo había logrado convencerme. Me despedí
diciéndole que lo pensaría, y que le avisaría cuanto antes mi decisión. Jesús
se despidió y se subió a un taxi. Por mi parte, continué caminando sin
rumbo, ayudado por unas muletas que me habían dado en el hospital.
Quería pensar en todo lo que había ocurrido, en todo lo que había vivido.
Como bien había dicho Jesús, Javier era un psicópata. Ya no quedaba rastro
alguno de aquel amable chico que había sido hace quince años. Había
decidido optar por el camino incorrecto, y en su afán por vengarse de
quienes arruinaron su vida, terminó convirtiéndose en un monstruo sin
moral ni alma. Por más que mi amigo me repitiera hasta el hartazgo que no
tenía la culpa de lo que le había ocurrido, yo bien sabía que, al margen de
no poseer la intención de perjudicarlo, lo había hecho, y en cierto grado yo
era responsable de que en él habitara tanta maldad.
Continué caminando e intentando convencerme de que no había tenido
otra opción y que todo esto había sido una sucesión de hechos infaustos. Sin
embargo, para mis adentros sabía que la verdad, mi verdad, me
acompañaría por el resto de mi vida, y por más que intentara ocultarla o
borrarla leyendo miles de libros, siempre estaría allí para recordarme quién
soy en realidad.

Fin
Agradecimientos

Antes que nada, me gustaría darte las gracias a ti por leer esta novela y
permitirme continuar haciendo esto que tanto me apasiona.
Como siempre, no puedo dejar de agradecer a mi madre, que es el ser
que más amo en este mundo, por ser una luz de esperanza entre tanta
oscuridad.
Simplemente espero que hayas disfrutado de esta historia tanto como
yo lo hice al escribirla. Nos veremos en la próxima novela con muchos más
caminos que desandar juntos
Norman Fairbanks, seudónimo de Daniel Storino, nacido en La Plata en
marzo de 1989, donde actualmente vive, es un escritor de novela negra y de
suspense. Además de la escritura, es un apasionado por la nutrición y por
ayudar a las personas a lograr sus objetivos de salud. Amante de los
animales y la naturaleza en general, como así también de la filosofía y de
todo arte que invite a la reflexión y a pensar.
Hasta la fecha, cuenta con catorce obras publicadas, entre las cuales
destacan «Durante la noche», «La Familia Kunveno», «El Internado de las
Almas Perdidas», «¿Y si el asesino está entre nosotros?», «El Laberinto de
Atlas», «Que se haga justicia».

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