Documento Nº 1. La importancia del estudio de la ética.

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SEMINARIO TEOLÓGICO ALIANZA


ÉTICA CRISTIANA. Prof. J. Santiago Garro E.
Documento de trabajo Nº 1.

I. LA IMPORTANCIA DEL ESTUDIO DE LA ÉTICA.


A. PLANTEAMIENTO DE LA ÉTICA Y DE LA ÉTICA TEOLÓGICA EN GENERAL.
1. LA ÉTICA COMO FENÓMENO HUMANO.
Lo primero que hay que afirmar, cuando se habla de la ética en general, es que se trata de un fenómeno
humano: típica y distintivamente humano. No sólo porque la ética aborda el comportamiento humano, sino
porque lo aborda en cuanto específicamente "humano".
Ahora bien, precisamente en cuanto específicamente humano, el comportamiento del hombre es distinto
de los otros seres. En el animal los estímulos, a través de los cuales se expresa la fuerza instintiva, suscitan
una respuesta determinada y adecuada, de tal forma que para vivir no necesita otra cosa que dejarse llevar por
las leyes de los propios instintos. Los animales -y, en general, el mundo infrahumano- siguen en su
comportamiento con exactitud el ritmo impuesto por la naturaleza. Están perfectamente acoplados con ese
ritmo. En su comportamiento no hay sorpresas. Todo ocurre según lo previsto. El mundo infrahumano está
sometido a la pasividad: al "pathos".
En cambio, el hombre, en su comportamiento específico, no puede ser definido desde el puro "pathos",
puesto que su comportamiento no se encuentra determinado perfectamente en sus respuestas. Es él quien está
llamado a modelarse de alguna manera a sí mismo. No nace hecho. Tiene que hacerse. Se hará, ciertamente,
con un material preexistente. Con un haz de posibilidades que ha recibido pasivamente también (su "pathos").
Pero, sin embargo, a él y sólo a él se le ha encomendado la tarea de decidir y eligir el futuro hacia el que
pretende orientarse con esas posibilidades ofrecidas. Por eso, en cierto modo podemos decir que el hombre
con su "pathos" construye su "ethos" (ethica utens, moral vivida). Lo que será depende, en cierto modo, de
lo que él decida y elija ser. Al hombre se le ha dado la tarea de hacerse realmente a sí mismo.
"El ethos, en la existencia humana, es la cara opuesta del pathos, como una doble dimensión que
cualquier sujeto experimenta. Dentro de ésta última acepción entraría todo lo que nos ha sido dado por la
naturaleza, sin haber intervenido o colaborado de manera activa en su existencia. Lo llamamos así por haberlo
recibido pasivamente, al margen de nuestra decisión o voluntad. Es el mundo que constituye nuestro talante
natural, nuestra manera instintiva de ser, que padecemos como algo que nos ha sido impuesto, y que no
sirve... para dirigir nuestra conducta. Ofrece los materiales sobre los que el hombre ha de trabajar para
construir su vida, como el artista esculpe la madera para sacar una obra de arte. La educación es el esfuerzo
por extraer (educere) de esa realidad anárquica una conducta humana".
El hombre experimenta la capacidad de autodirigirse a pesar de sus determinismos y limitaciones
parciales. Experimenta la capacidad de orientar su vida, dotándola de un estilo peculiar y característico. De
ahí, precisamente que experimente la necesidad de preguntarse acerca de las metas a las que dirigir sus
proyectos y su actividad.
"Para expresar este esfuerzo activo y dinámico, que no se deja vencer por el pathos recibido, el griego se
valía de la palabra éthos, pero con dos signficaciones diferentes, según se escribiera con eta o con épsilon. En
el primer caso -además de expresar la residencia, morada o el lugar donde se habita- indicaba
fundamentalmente el carácter, el modo de ser, el estilo de vida que cada persona le quiere dar a su existencia.
Mientras que la segunda acepción haría referencia a los actos concretos y particulares con los que se lleva a
cabo semejante proyecto.
Tendríamos que decir, por tanto, que la función primaria de la ética no se centra en las acciones
concretas, sino en otro objetivo mucho más básico: dar una orientación estable, encontrar el camino que lleva
hacia una meta, crear un estilo y manera de vivir coherente con un proyecto. La ética consistiría, entonces, en
darle a nuestro pathos - ese mundo pasivo y desorganizado que nos ofrece la naturaleza- el estilo y la
configuración requerida por nosotros, mediante nuestros actos y formas concretas de actuar. Aquí está la gran
tarea y el destino del hombre.
Por otra parte, esta tarea ética le lleva al hombre a un discernimiento. Precisamente porque sabe que se
puede equivocar y, con su equivocación, perderse en lugar de construirse, deshumanizarse en lugar de
humanizarse. De ahí que no le baste cualquier estilo configurador en su comportamiento, ni tampoco
cualquier forma concreta de actuar. Sobre todo teniendo en cuenta que este comportamiento y esta manera de
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actuar no sólo tiene repercusiones individuales, sino que se objetiva socialmente y puede ser manipulado
desde múltiples mecanismos.
"Sin pretender hacer un elenco exhaustivo, conviene anotar la presencia del êthos en las siguientes
objetivaciones culturales:
- el devenir histórico, en sus múltiples facetas, constituye un lugar primario de la dimensión ética de la
humanidad; es imprescindible [...] tener en cuenta la gran carga ética que arrastra la dinámica histórica;

- en el universo de las instituciones sociales el êthos aparece como un factor de soporte, de justificación,
de motivación, de dinamismo o de conservadurismo; de entre ellas destacan las instituciones jurídicas por la
conexión que, sobre todo en la cultura occidental, ha tenido el hecho jurídico con el dato moral;
- la ciencia constituye en el mundo moderno un elemento importante de cultura; además de favorecer el
conocimiento crítico y los avances técnicos, la ciencia origina constelaciones simbólicas que configuran
notablemente la cultura moderna. El êthos nacido de la ciencia forma un nivel decisivo en la dimensión ética
sociocultural;
- todo grupo segrega modelos éticos en los que se aglutinan y se fraguan sus aspiraciones prevalentes; es
fácil individualizar bastantes de esos modelos: el ideal aristocrático, el ideal burgués, el ideal liberal, el ideal
revolucionario, etc.;
- en las objetivaciones del espíritu se aprecia una carga ética; de ahí que se pueda hablar del êthos de las
manifestaciones artísticas: arte, literatura, cine, etc. También es constatable la dimensión ética en otras
manifestaciones de la conciencia, tanto religiosa como profana;
- la misma vida de los individuos, sobre todo de los que Bergson llama profetas de la 'moral abierta', son
textos vivos en los que se objetiva el êthos de una época o al menos de una variación humana dentro de la
época".

2. LA ÉTICA COMO CIENCIA.


Pues bien, aquí es donde tiene cabida la ética en cuanto reflexión crítica (ethica docens, moral
formulada). Una reflexión que intenta mirar los horizontes de la humanización del hombre y sus
objetivaciones socioculturales. Y desde esta perspectiva se ha dicho que "la Moral es la ciencia de lo que el
hombre debe ser en función de lo que ya es".
Para una justa comprensión de esta definición genérica conviene hacer diversas precisiones:
2.1. Estatuto ciéntifico de la ética.
Hablar de la ética como "ciencia" puede despertar el interés de quien se acerca a ella, entre otras cosas,
por el prestigio con que suele rodearse en nuestro contexto sociocultural todo aquello que se presenta con esas
credenciales. Sin embargo, es necesario clarificar qué se entiende por "ciencia", cuando se dice que la "ética"
es ciencia.
Durante los últimos años se ha discutido ampliamente el estatuto ciéntifico de la ética. Ello ha
dependido, en buena parte, de lo que hoy se suele entender por "ciencia" y por "científico".
Si sólo se puede calificar de "científico" el proceso que establece hipótesis y leyes verificables a partir
de la inducción de los hechos, que puedan observarse por vía experimental metódicamente programada
(ciencias positivas o experimentales), la ética no podría ser admitida a la mesa del diálogo entre las ciencias.
Ella, aun cuando trata del comportamiento humano -que tratan también otras ciencias positivas, como la
psicológia o la sociología-, no lo trata como fenómeno de observación, es decir, no lo aborda tal y como es de
hecho, sino que aborda el comportamiento tal y como debe ser para humanizar al hombre. La ética no es
ciencia como lo son las así llamadas ciencias positivas. A.Molinaro, siguiendo la epistemología tomista,
distingue, en primer lugar, entre "ciencias humanas" y "filosofía".
"Las ciencias humanas son todas aquellas que por definición no son filosofía precisamente en cuanto no
saben nada del sentido de la totalidad. La ausencia del sentido de la totalidad las hace ciencias particulares, es
decir, ciencias de la experiencia verificada y verificable. En este sentido, ellas son ciencias del dato de hecho,
de lo efectual, traducido en leyes mediante una metodología y una formalización conceptual apropiada. Por
eso, ellas no superan el campo de la verificación y de la verificabilidad. No entran en el campo de la verdad.
Por eso, su legalidad no puede alcanzar la nota de la necesidad absoluta, sino que se queda en el plano de la
hipoteticidad, de la provisoriedad, del cálculo estadístico, de la probabilidad, de la condicionalidad, del 'a lo
más' y finalmente de la falsicabilidad. Toda ciencia progresa. Esto significa no sólo que extiende su saber,
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sino que verifica sus errores, lo corrige, lo somete a nuevas hipótesis y a nuevas verificaciones y finalmente
lo vuelve a comprender en nuevas síntesis, que son sólo las últimas, pero no las definitivas".
La ética no pertenecería a las "ciencias humanas", es decir, a las ciencias que investigan los hechos
verificados y verificables. La ética pertenecería más bien a la "filosofía", en cuanto ciencia que se ocupa del
sentido último de la realidad.
Lo que busca la ética es el sentido último de esa realidad que es el comportamiento humano. Y lo busca
no desde la dimensión constitutiva ontológica, sino desde su dimensión dinámica deontológica, es decir, desde
la praxis. En consecuencia, afirma A. Molinaro que la ética es una ciencia deontológica en cuanto
antropología filosófica de la praxis.
"La ética es ciencia de la praxis [...]. Es antropología filosófica de la praxis. Pero con esto se pone
también la caracterización de la ética respecto a la antropología filosófica pura y simple. Ya que este es el
saber de la constitución esencial de la existencia humana como tal: responde a la pregunta '¿quien es el
hombre?' y establece las condiciones de posibilidad para ello. La ética, en cambio, es el saber de la
constitución esencial de la existencia en cuanto sujeto práctico: responde a la pregunta '¿quien debe ser el
hombre?' y establece las condiciones de posibilidad para ello. Si la antropología filosófica es el saber en torno
al hombre en general, la ética es el saber en torno al hombre precisamente en su constitución de sujeto
práctico, que es tal en cuanto es a un tiempo valor (concepto que expresa el significado propio del
término deber), actuación del valor (concepto que expresa el significado propio del término actuar) y es
estas dos determinaciones en cuanto está constituido como libertad (concepto que expresa la síntesis entre el
valor y su actuación)".
Así pues, cuando hablamos de la ética como ciencia -y ciencia del comportamiento humano-, no la
incluimos dentro de las "ciencias humanas" que estudian su mismo campo (como la antropología cultural, la
psicología o la sociología), sino dentro de las ciencias filosóficas. Y, dentro de estas, no de las ciencias
ontológicas (como sería el caso de la antropología filosófica), sino de las deontológicas, ya que se trata de una
antropología filosófica de la praxis. Según eso, se podría hacer el siguiente esquema, que identifica
epistemológicamente la ética.

CIENCIAS HUMANAS (No


filosóficas, que abordan la
experiencia verifible:
Antropología cultural,
psicología, sociología, etc.)
CIENCIAS ONTOLOGICAS (¿Qué es?)
Metafísica y Antropología
filosófica
CIENCIAS FILOSÓFICAS (Que
abordan el sentido último de la
realidad)
DEONTOLOGICAS: ÉTICA (¿Qué
debe ser?) Antropología filosófica
de la praxis

Aun cuando no todos vean las cosas así, este esquema me parece clarificador y cargado de
consecuencias.
2.2. La ciencia ética como reflexión crítica del fenómeno ético humano.
En primer lugar, porque, al considerar a la ética en su carácter científico, pone de relieve su rigor
conceptual. Deja de manifiesto que el cultivo de la ética exige realismo en sus análisis y rigor en sus
principios, en su metodología y en sus afirmaciones. No puede contentarse con un conocimiento vulgar.
Tampoco puede permitir que sus afirmaciones sean domesticadas bajo el imperio del poder o de los intereses
de cualquier ideología. La estimula en su vocación de ser crítica, de manera que sus afirmaciones sean el
triunfo de la verdad y de lo racional y razonable. De ser instancia crítica para la libertad. Todo lo cual está
más garantizado para nosotros dentro de nuestra cultura, poniendo a la ética bajo la tutela de su carácter
científico.
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"Teniendo en cuenta estas orientaciones se pueden descubrir algunos elementos comúnmente
compartidos que constituyen otros tantos criterios para organizar las bases racionales de la ética. He aquí los
más importantes:
-desde una perspectiva negativa, la teoría ética invalida orientaciones morales basadas: sobre
consideraciones precientíficas de la realidad (mito, tabú); sobre el poder (totalitarismos); sobre la
intransigencia (éticas sectarias);
-positivamente, la teoría ética postula que el êthos humano sea vivido y considerado desde los
parámetros de: la autonomía (ética del sujeto y para el sujeto); la imparcialidad (ética del observador
imparcial); la criticidad (ética no ideológica); la capacidad utópica (ética del ideal absoluto y radical)".
Sin embargo, es necesario reconocer que la ciencia no es la única manera de formular el fenómeno
humano de la ética. El lenguaje narrativo parabólico, por ejemplo, tiene en su haber una peculiar explicitación
de este fenómeno humano. También el lenguaje profético. Lo cual quiere decir tanto que el fenómeno es de
una gran riqueza como que la ciencia no es el único estatuto para él.
2.3. La ciencia ética irreducible a las ciencias humanas.
Además, esta distinción permite diferenciar diversos niveles epistemológicos en la consideración de lo
real, lo cual tiene relevancia para mantenerse en la propia competencia, evitando las posibles extrapolaciones
y saltos, que vayan de la consideración de los hechos a la consideración de los valores. Es decir, permite
establecer la diferencia entre lo normal ético y lo normal en el campo científico, como, por ejemplo, en el
campo sociológico o psicológico. En este sentido, me parece importante esta clarificación epistemológica,
porque nos puede ayudar a comprender el argumento llamado de la "falacia", es decir, el argumento que
expresa en forma lógica la irreductibilidad entre ética y ciencias humanas y que establece el sentido de la
misma.
"Su formulación más simple es esta: no es legítimo ni posible el paso del ser al deber ser, del hecho al
valor, de la ley científica a la ley ética, del dato a la norma. Aquí no es competencia nuestra justificarlo.
Únicamente ponemos de relieve algunos aspectos que interesan directamente a nuestro tema. En primer lugar,
formula una constatación: la ciencia no tiene en sí, ni puede establecer por sí misma ningún criterio ético,
porque se coloca en el plano de la fisicidad, de la naturalidad y de las condiciones correspondientes. De ahí
que, por eso mismo, ignora los problemas éticos. En segundo lugar, esto impone a la ética la tarea de
diferenciar cuidadosamente sus argumentaciones de aquéllas basadas sobre y relativas a elementos físicos,
naturales, factuales [...] En tercer lugar, esta cuidadosa diferenciación lleva a la autonomía de los dos
diferentes campos, a su independencia recíproca. Si la ciencia no puede juzgar de la ética, tampoco la
ética puede juzgar de la ciencia: los criterios de juicio y de valoración son distintos". "La ciencia no puede
imponer sus visiones a la ética, sino que se limita a la formalización de las verificaciones factuales empíricas
y, por consiguiente, se mantiene dentro de las propias hipótesis y las propias leyes. Por otra parte, la ética no
establece sus valoraciones sobre los hechos ofrecidos por la ciencia y ni siquiera se las impone, sino que se
limita a determinarlas en el propio ámbito y según sus criterios y fundamentos".
Lo cual quiere decir que la ciencia y la ética tienen su propia autonomía. Lo cual no significa, sin
embargo, que la ética y la ciencia puedan vivir extrañándose mutuamente. Siempre será verdad que "no se
puede enunciar un juicio ético, en el sentido de un juicio teórico sobre un determinado problema ético, sin el
correspondiente conocimiento científico". Lo único que se pretende es dejar en claro que
epistemológicamente cada campo tiene sus leyes propias y, en consecuencia, que no todo lo técnico y
científicamente posible es éticamente realizable.
2.4. La ciencia ética como antropología de la praxis.
Pero, sobre todo, me parece importante delimitar el campo de la ética hablando de ella, en cuanto
ciencia, como de una "antropología de la praxis".
Ciertamente que todo intento de conocer a través de la reflexión - podíamos decir toda teoría- no es sólo
teoría. Con ella intenta el hombre superar su no-saber. Sobre todo, con esa "teoría" que es la filosofía. En este
intento de superar el no-saber, que une interés y conocimiento, está el substrato de praxis de cualquier teoría.
Y, en este sentido, cualquier intento por hacer una reflexión teórica -una filosofía- se convierte en un quehacer
con el que el hombre se hace a sí mismo: un quehacer transformador, que, en cuanto tal, es eminentemente
ético.
Esto es verdad. Pero, sin embargo, lo que se quiere decir, cuando se afirma que la ética es una
antropología de la praxis es algo mucho más significativo. Se trata de afirmar que el interés que despierta en
el hombre el conocimiento y la reflexión ética es no sólo el de superar su no-saber, sino el de encontrar para
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su praxis la dirección y los medios que le conduzcan a su plenitud humana. La ética "es una ciencia práctica,
no sólo porque trata de la praxis humana, sino porque intenta dirigirla" hacia "aquello que conviene al
hombre". Aquí el sentido no es sólo sentido noético. Es sentido ético. Es dirección y proyecto en el que el
hombre se conduce a sí mismo, con la posibilidad de poderse ganar o perder, humanizar o deshumanizar. El
hombre se juega a sí mismo en la ética que vive desde la ética que formula. En este sentido, la misma
formulación de la ética es necesario concebirla como una tarea ética.
Para realizar esta tarea no sólo se requiere un sujeto que evite la "mala fe" y que en todo momento esté
animado por la honestidad, sino que se requiere una indagación realista. No basta con que la libertad se quiera
a sí misma y por sí misma, ni basta una ética puramente formal, aunque ésta sea condición indispensable. Es
necesaria también una ética con contenidos, puesto que la praxis ética humana no es sólo praxis "de alguien",
sino también praxis "de algo". La ética, en cuanto antropología de la praxis, ha de abarcar no sólo la ética en
cuanto estructura, sino también la ética en cuanto contenido.
"El discurso filosófico sobre la ética no surge en y desde el vacío. Asume todo el conjunto de datos
sobre el êthos humano y con metodología propia y peculiar trata de darles coherencia crítica descubriendo el
logos iluminador que llevan dentro. Consiguientemente el punto de partida de la reflexión filosófica es el
dato".
Por eso, es importante que en la búsqueda de estos contenidos, la ética no pierda su contacto con la
realidad de la praxis. Se hace necesario, en función del realismo, que la praxis sea punto de partida de la
reflexión que se intenta llevar a cabo. Igualmente es necesario que a lo largo de su recorrido teórico no se
pierda el contacto con la praxis. Y, finalmente, es necesario que estos contenidos formulados conduzcan a la
configuración de una praxis que transforme al hombre y a su entorno.
Pero, además, es importante también en la búsqueda de estos contenidos éticos la apertura dialogante y
comunicativa, que confronte las diferentes maneras de ver la realidad de la praxis. La formulación de
contenidos éticos no puede llevarse a cabo sin el diálogo comunicativo y la interdisciplinaridad, que intentan
mantenerse en el ámbito de lo racional, evitando todo tipo de prejuicios, convencidos de que, si no hay razón
sin esperanza, tampoco hay esperanza sin racionalidad.
2.5. La ciencia ética como formulación de un proyecto deontológico utópico, que tensiona la vida humana
hacia el futuro y juzga el presente.
La ética en cuanto ciencia de lo que el hombre ha de vivir para llegar a ser lo que debe ser, intenta dar
razón de su actuación. Pero se convierte para él en una fuente de conocimiento de las tareas que le han de
ocupar. El sentido, vuelvo a repetir, se convierte en proyecto de praxis y no sólo en objeto de contemplación.
Por eso, precisamente, tensiona la vida humana, conduciéndola hacia la humanización vislumbrada
como conveniente. El proyecto no ha alcanzado aun en el presente la realidad total de lo vislumbrado. Pero,
sin embargo, no lo percibe como imposible de realizar, es decir, no lo percibe como una "quimera". Más bien,
lo percibe como una "utopía": la utopía de la humanización, la utopía del "deseable humano". Ésta aún no
tiene lugar. Pero a medida que se va comprometiendo en la dirección que ha ido entreviendo y va constatando
los efectos de humanización que produce este compromiso, lo va haciendo cada vez más real: va teniendo
cada vez más lugar (topos), aquello que aun no tenía lugar (u-topos).

Es en este sentido en el que se puede hablar del componente utópico de la ética. Con él se quiere
recalcar no sólo la dimensión prospectiva que tiene cualquier formulación ética, sino también la dimensión
tensional de compromiso vital que va vinculado a ella.
Por otra parte, este componente utópico no niega la dimensión judicativa de la ética, sino que, más bien,
la recalca. Lo que se espera, aun no ha llegado. Pero, precisamente por eso, lo que se espera juzga el presente
y denuncia cuanto se le opone. De ahí, el componente profético de la ética.
Por otra parte, además, la dimensión prospectiva (futura), que ilumina, estimula y acompaña el
compromiso vital, reclama un proceso de discernimiento crítico, que permita en el presente una elección
coherente, en lugar de una simple decisión arbitraria, puesto que lo que en ella está en juego es la
humanización o la deshumanización del hombre y de su entorno. La utopía del futuro, el deseable humano,
para que no se convierta en simple deseo ineficaz, ha de ser encarnado en el presente, atendiendo a las
posibilidades ofrecidas en la situación. Encarnación que no se lleva a cabo sin un laborioso juicio crítico.
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En este sentido, si es necesario recalcar la dimensión prospectiva de la ética de cara al futuro, no se
puede olvidar tampoco su dimensión judicativa respecto del presente. Y esto tiene relevancia tanto para el
proyecto ético como para los contenidos, puesto que, desde ahí, a la ética se le pueden asignar tres tareas:
1º). Anunciar y proponer la utopía global del deseable humano como principio activo de esperanza y fuente
de compromiso en orden a la humanización del hombre.
2º). Denunciar y rechazar los contravalores, es decir, cuanto se opone a la humanización del hombre, en
función de la utopía vislumbrada.
3º). Realizar e integrar los auténticos valores humanos, que van haciendo su aparición en las diversas
situaciones históricas.

3. LA ÉTICA CRISTIANA COMO FENÓMENO HUMANO.


Lo mismo que, cuando hablábamos de la ética en general, la abordábamos como fenómeno humano
antes que como reflexión crítica, de manera semejante me parece que hemos de hacer con la ética cristiana.
También la ética cristiana, antes que ser ética formulada, es ética vivida.
El êthos cristiano es, ante todo, una manera de vivir el êthos con el que el hombre intenta salir de su
pathos. Pero una manera de vivir que intenta hacer presente vitalmente como "deseable humano", no cualquier
"utopía", sino la utopía que Dios tiene para la humanización del hombre y de su mundo, tal como se percibe
en la fe y en el seguimiento de Jesús, vivido en la comunidad eclesial. La identidad cristiana consiste, desde el
punto de vista humano, en percibirse llamado a vivir con Jesús en unión con otros seguidores, viviendo como
Él, en orden a hacerle de nuevo visible entre los hombres. Y esto porque se está convencido de que "quien
sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre". Está
convencido de que "Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor,
manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación".
En este sentido, la ética vivida por los cristianos "se mueve dentro del horizonte de la fe. La confesión
cristológica de Jesús, la aceptación de la presencia de Dios en la historia, la vivencia del Espíritu en la
comunidad de los creyentes, la seguridad de la esperanza escatológica: son los puntos de referencia y las bases
de apoyo para el compromiso moral de los cristianos. No se puede entender la ética de los creyentes sin la
referencia al universo religioso cristiano". De tal suerte que se puede decir que, aunque la ética no sea el factor
esencial de la vida cristiana, sí es uno de sus elementos integrantes.
"El êthos cristiano es la posibilidad que tiene la fe de hacerse coherente; el empeño moral está
despertando continuamente a la fe de su 'sueño dogmático' y de su 'misticismo autogratificante'. El empeño
ético viene a ser la piedra de toque de la seriedad con que se toma la fe cristiana.
De este modo la ética se convierte en la mediación práctica de la fe (“la fe sin obras es muerta”). La vida
del creyente cobra sentido y coherencia cuando se convierte en praxis. La vida alentada por la caridad
cristiana no se encierra sobre ella misma: necesita convertirse en la fuerza transformadora de la realidad
humana. Esta afirmación alude a un aspecto decisivo de la ética cristiana: el êthos cristiano tiene sentido, por
una parte, en la medida en que es mediación de la fe y, por otra parte, en la medida en que él se sirve de
mediaciones transformativas de la realidad humana. En esa doble función mediadora reside el misterio y la
fuerza del compromiso ético del cristiano".
La ética vivida por los cristianos es, por consiguiente, una ética que se desarrolla en un contexto
decisivo, irrenunciable e interiorizado de fe, que se expresa en contenidos transformadores concretos de la
realidad humana. También aquí la ética, en cuanto sentido de la vida, es proyecto y dirección. Y es también
contenido vivido en coherencia, sin distancias creadas desde complejos de superioridad o de inferioridad.
"Teniendo esta comprensión de la ética cristiana, no existe la preocupación de insistir en los contenidos
propios y distintos para formar un edificio moral diverso, y a veces contrapuesto, a otros. Por el
contrario, el empeño ético de los cristianos y la reflexión teológico-moral se preocupa por hacer presentes y
eficaces en la historia las relevancias éticas de la fe en Cristo. De este modo la sensibilidad ética cristiana, en
lugar de trabajar con el fin de constituir una 'propiedad privada' en el mundo de la moral, orienta la
contribución de los cristianos para generar una moral cada vez más humana y para hacer realidad una historia
más conforme a la dignidad del hombre, imagen de Dios y reflejo de Cristo".
La vida ética cristiana tiene su identidad. Y su identidad consiste fundamentalmente en la afirmación
vital del "acontecimiento Jesús" como norma del sentido y del proyecto de vida, en la apasionada y obstinada
búsqueda del Dios del Reino y del Reino de Dios en la historia.
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"Todo cuanto se puede decir sobre la relación entre fe cristiana y ética y sobre la identidad moral del
cristiano se resume en la afirmación de que el acontecimiento de Jesús es la norma ética del creyente. El
acontecimiento de Jesús es el referencial primario que origina las relevancias éticas que orientan la praxis
histórica de los cristianos. Es el símbolo ético fundamental que hace transcendente el empeño moral de los
cristianos. Es el contexto vivo que da la clave hermenéutica a todo los 'textos' morales de la historia humana.
La referencia a Jesús es un dato continuo en la historia de la moral cristiana".
El êthos del cristiano trata de vivir el acontecimiento de Jesús como sentido de la historia. En cada
momento histórico. De ahí, que el cristiano para mantener el dinamismo de su propia identidad no sólo ha de
penetrar el acontecimiento Jesús para compenetrarse con Él (momento exegético), sino que también es tarea
suya articular este acontecimiento de Jesús con los diversos momentos de la historia (momento
hermenéutico).
Esta articulación se puede llevar a cabo de muchas maneras en la vida cristiana. No puede olvidarse que
la praxis cristiana es, como después diremos, un don del Espíritu Santo. En consecuencia, la "espontaneidad"
de la vida cristiana, no tiene por qué ser fruto de una arbitrariedad descalificable. Puede, con toda razón, ser
considerada -bajo determinados parámetros- como un obrar carismático. La vida cristiana trata de hacer suya
la praxis de Jesús. Esto es lo decisivo y ésta es la meta. Y a la consecución de esta meta están llamadas a
contribuir la predicación, la liturgia, la educación cristiana, etc. Toda la vida de la comunidad eclesial.

4. LA ÉTICA CRISTIANA COMO FORMULACIÓN TEOLÓGICA: TEORÍA CRÍTICA DE LA


PRAXIS CREYENTE.
La meta a la que está llamada la ética cristiana es precisamente la de buscar críticamente esta
articulación entre la identidad y la relevancia en la praxis creyente. En esto se distingue de cualquier ética
puramente racional. Su punto de partida es la fe de la comunidad creyente y su objetivo articular de manera
crítica esta fe con una praxis histórica coherente.
"El paso de la moral vivida de los cristianos a la ética cristiana se identifica con el paso de la moral
espontánea a la moral pretendidamente crítica. El discurso teológico-moral es el agente de esa transformación
al analizar las condiciones reales (personales y socio-históricas, espirituales y materiales, individuales y
colectivas, etc.) en que el empeño ético de los cristianos consigue la autenticidad y la madurez requeridas. En
este sentido, no hay oposición sino integración entre moral vivida y ética cristiana, entre moral espontánea y
moral crítica, entre vida moral y reflexión teológico-moral. El discurso teológico- moral es el instrumento
para realizar esa integración".
La ética vivida y la ética formulada se necesitan mutuamente. La ética cristiana formulada
teológicamente necesita de la ética vivida, porque, si cualquier formulación teológica trata de tematizar e
iluminar críticamente la vida cristiana como camino de humanización, es imprescindible que su punto de
partida sea la experiencia humana, es decir, la experiencia vivida. De ahí que, como certeramente se ha
afirmado, "el lenguaje teológico poseerá sentido únicamente en el caso de que, de una u otra forma, tematice
la experiencia, iluminándola, aclarándola... Si en nuestro lenguaje teológico de la fe no se le da expresión a la
experiencia, ese lenguaje será carente de sentido".
A la teología cristiana no le basta con ser ortodoxa, puesto que no es pura "gnosis", de la que se puedan
esperar frutos de humanización a través de afirmaciones y tematizaciones puramente teóricas. En este sentido,
"habrá que aludir finalmente a lo insuficiente de toda hermenéutica puramente teórica: la ortopraxis forma
también parte esencial del criterio de verificación de una fidedigna interpretación de la fe".
Consiguientemente, no se puede hacer teología cristiana sin referencia a la praxis vital de la comunidad de
creyentes y seguidores de Jesús en cada situación que le toca vivir. "La teología tiene que ser la teoría crítica
de la praxis creyente".
Por eso compartimos la opinión de G.Gutierrez que la teología, en cuanto formulación, es un "acto
segundo" con relación a la vida cristiana, que es el "acto primero": "A Dios, en primer lugar, se le contempla
al mismo tiempo que se pone en práctica su voluntad, su Reino; solamente después se le piensa. En categorías
que nos son conocidas, contemplar y practicar es el conjunto de lo que llamamos acto primero, hacer teología
es acto segundo".
De todas formas, también la praxis vital cristiana necesita la iluminación de formulaciones teóricas
ortodoxas. Por eso, hay que reconocer que no basta tampoco un puro pragmatismo cristiano.
"Los llamados pragmáticos, por otra parte, muchas veces yerran en este punto sus tiros. Porque,
cualquier campo de acción verdaderamente humana, es impensable sin alguna clase de implicación teórica.
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Así también, la ortopraxis cristiana resulta impensable sin un conocimiento cristiano-teórico y, en este
sentido, de ortodoxia".

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