56375_Tu_eres_mi_persona

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DISEÑO 06/02/ 2024 ALBA

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SELLO MATCH STORIES


COLECCIÓN

FORMATO 15 X 23mm
RUSTICA CON SOLAPAS

SERVICIO
Hola, soy Sandra y nací a finales de agosto
de 1996 en Madrid. Sabéis cuáles son las
consecuencias de cumplir años en esta fecha,
No hay nada más maravilloso ¿verdad? Pues que suele haber poca gente para
CARACTERÍSTICAS

que toparse con esa persona que se convierte celebrarlo y, lo que es peor, significa el inminente IMPRESIÓN 4/0 tintas
comienzo del curso escolar. CMYK

en tu refugio, en tu lugar seguro.


De pequeña soñaba con ser astronauta,
veterinaria, cantante y arqueóloga, y,
Una persona a la que puedes acudir siempre, cuando ya de paso, con tener una hermana. Solo
PAPEL -

estás bien y cuando estás mal. Cuando hay algo que se cumplió una de esas cosas, y resultó ser
celebrar o cuando hay algo por lo que llorar. Cuando tú
PLASTIFICADO SOFT TOUCH
un niño de risa contagiosa.
la necesitas a ella o cuando ella te necesita a ti.
Esa persona que no te falla nunca. Que está ahí Siempre he sido una persona callada, LOMO (mm) 22mm

para ti de forma incondicional, y tú lo estás para ella. observadora y paciente.


UVI -
Soy fan incondicional de las WITCH,
Si tienes la gran suerte de encontrarla, díselo: el invierno y Lady Gaga, y me encantan RELIEVE -
«Tú eres mi persona». los animales, la música, la comida italiana
y dormir. BAJORRELIEVE -

El trabajo de mi padre nos llevó a vivir durante


STAMPING -
tres años en Barcelona, aunque actualmente
resido en Madrid con mi madre y nuestros
animalillos. FORRO TAPA -

Encontrarás más información sobre mí en:

Sandra Miró
GUARDAS -
@soysandramr
@soysandramr
FAJA / CARACTERÍSTICAS

10340638
IMPRESIÓN XX

Diseño de la cubierta: Planeta Arte & Diseño


Ilustración de la cubierta: © Juan Jesús Martínez PLASTIFÍCADO XX
Fotografía de la autora: © Vladytsky

INSTRUCCIONES ESPECIALES
-
Tú eres mi persona
Sandra Miró

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Título original: A Slow Fire Burning

© Paula Hawkins,
MatchStories 2021colección de Esencia Editorial
es una
© por la traducción, Aleix Montoto, 2021
© Editorial
© Planeta,
Sandra Miró, S. A., 2021
2024
Avda. Diagonal, 662-664,
© Editorial Planeta, S. A., 08034
2024Barcelona (España)
www .editorial.planeta.es
Avda. Diagonal, 662-664, 08034 Barcelona (España)
www.planetadelibros.com
www.planetadelibros.com
LaIlustraciones
© página 479 es una
del extensión de esta página de créditos
interior: Shutterstock
Primera edición:
Primera edición:septiembre
marzo dede2024
2021
Segunda
ISBN: impresión: septiembre de 2021
978-84-08-28521-2
ISBN: 978-84-08-24636-7
Depósito legal: B. 2.087-2024
Depósito legal: B.Realización
Composición: 11.071-2021Planeta
Composición: Realización
Impresión y encuadernación: Planeta
Egedsa
Impresión
Printed in ySpain
encuadernación:
- Impreso enEGEDSA
España
Printed in Spain - Impreso en España
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen
son producto de la imaginación del autor o bien se usan en el marco de la ficción.
Cualquier parecido con personas reales (vivas o muertas), empresas, acontecimientos
o lugares es pura coincidencia.
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93 272 04 47.

El papel utilizado para la impresión de este libro está calificado


como papel ecológico y procede de bosques gestionados de manera
sostenible.

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Capítulo 1

Carolina

Marzo de 2016

—Mamá..., ¿tú estás segura de lo que vas a hacer?


La miro y sus ojos se clavan en mí. Y, como suele ser común
entre ella y yo, con eso nos basta para entendernos.
—Vale, no me mires así. —Río—. Pero tú me has enseñado
desde pequeña que antes de hacer algo lo tienes que tener muy
claro. Y más algo como esto, que es para siempre.
Mi madre sigue mirándome con sus bonitos ojos, ahora
cansados, y, cogiéndome de la mano, dice:
—Cielo, no te preocupes. Lo tengo clarísimo.
Caminamos por la calle con una sonrisa en la cara. Me en-
canta ir de su mano. Se para frente a un escaparate y comenta:
—Fíjate cómo se parece ese a nuestro vestido.
Observo lo que me señala. Tiene razón. El vestido que hay en
el escaparate es muy del estilo del que mamá tiene guardado
con cariño en su armario. Es con el que mi padre se le declaró.
Amarillo. Atemporal. Y ambas hemos decidido que lo utilizaré
un día importante, como es el de mi graduación de Bachillerato.
A decir verdad, el plan de hoy me ha pillado fuera de órbita.
No tenía ni idea. Mamá ha venido a buscarme a la salida del

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instituto y eso me ha sorprendido y hecho feliz a partes iguales.
De ahí nos hemos ido a picar algo a una cafetería y ahora esta-
mos dando un tranquilo paseo mientras me cuenta sus planes.
—¿Y papá sabe qu...? —pregunto asombrada.
—Bah, tu padre que piense lo que quiera —bromea inte-
rrumpiéndome.
Sonrío otra vez. Sin duda hoy es «un buen día». Ver a mi
madre positiva y con ganas de hacer cosas es lo mejor que nos
puede pasar. Lo mejor.
Tras unos minutos, llegamos a la puerta del estudio de ta-
tuaje en el que ella tiene cita esta tarde. ¡Mamá se va a hacer
uno!
Ambas nos miramos y veo diversión en sus ojos.
—A ver, mamá..., que esto no se borra —cuchicheo.
Ella sonríe y asiente. Acto seguido me acaricia la mejilla y
afirma:
—Será para siempre. Como lo sois tu padre y tú.
Asiento también. Entiendo sus palabras, pero no puedo evi-
tar estar algo preocupada.
—Pero ¿crees que es buen momento para hacerte un tatuaje?
—Sí.
—¿Tú médico ha dicho que puedes?
Mamá me mira. En sus ojos veo la respuesta y sonrío inclu-
so antes de oír lo que va a contestar.
—Mi médico, en este caso, puede decir misa.
—Pero ¡mamá!
Ambas nos reímos por su respuesta. Me mira de nuevo y
vuelve a hablar.
—Escucha, cariño: hay momentos en la vida en los que uno
se tiene que dar el lujo de poder hacer algo que desee, siempre
y cuando no cause daño a terceros. Y yo deseo hacerme esto en
tu compañía. El resto da igual.
Sus ganas y su seguridad terminan de convencerme. Al en-

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trar en el estudio nos saluda una chica joven repleta de tatua-
jes.
—¡Hola, bienvenidas! ¿Tenéis cita?
—Hola, sí... —contesta mamá. Pero no puede continuar
porque le da un ataque de tos.
Uno de tantos.
—Se llama Pilar Lozano —me apresuro a intervenir—. Y yo
soy su hija, Carolina.
Ambas nos sonreímos, y la chica rápidamente busca a mi
madre en el listado que tiene sobre el mostrador.
Mamá mientras tanto saca su pequeña botella de agua del
bolso, y le da un traguito. Cuando voy a preguntarle cómo se
encuentra, se gira hacia mí y me dice con resolución:
—Tranquila, mi vida. Estoy bien.
Asiento. Mamá siempre me dice la verdad, o eso creo. La
voz de la chica tatuada me saca de mis pensamientos.
—Pilar, ¿me puedes ir rellenando este formulario mientras
aviso a tu tatuadora?
Mi madre asiente feliz. Está encantada. Coge los papeles
que la joven le tiende y se sienta en el sofá que hay en la entra-
da para apoyarse en la mesa y estar más cómoda. Instantes des-
pués la chica desaparece tras una cortina oscura.
Mientras mamá rellena ese impreso, yo observo curiosa a
mi alrededor. Nunca había estado en un estudio de tatuaje.
Hay muchísimos diseños enmarcados en las paredes y en álbu-
mes encima de la mesa en la que está escribiendo mi madre.
Sonrío al ver uno de las Supernenas. Unos dibujos animados
que veía de pequeña y que me encantaban. Y, para qué mentir,
me siguen encantando. A la derecha también hay una vitrina
llena de pendientes y piercings.
Nunca me han llamado demasiado la atención los piercings,
pero los tatuajes sí. Ya les he comentado más de una vez a mis
padres que me gustaría tatuarme algo de mi cantante favorita,

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Rihanna. Y ellos ya me han dejado claro también más de una
vez que hasta que no tenga dieciocho años no puedo hacerme
nada.
O sea que hasta 2018 me toca esperar.
Bueno, no queda tanto. Podría ser peor.
Mamá termina de rellenar el formulario y por fin conoce-
mos a la que va a ser su tatuadora. Se llama Fabiola. Es simpá-
tica y no tarda en llevarnos a su zona de trabajo.
Una vez allí nos ponemos cómodas.
—¿Va a ser tu primera vez? —se interesa Fabiola.
—Sí, pero no me da miedo. Es algo que llevo retrasando
demasiado tiempo —responde mamá y, señalándome, aña-
de—: Además, si hace casi dieciséis años pude parir a Carolina,
podré con esto y con más.
Ella me mira con una sonrisa y, como también es madre, se
interesa por el tema. Y... ¡cómo no!, mamá aprovecha la opor-
tunidad, como hace siempre, para contar lo largo y doloroso
que fue mi parto. A estas alturas no sé si queda alguien sobre la
faz de la tierra que no se sepa esta historia.
Tras compartir anécdotas de madres, van al tema que nos
ocupa hoy.
—Bueno, Pilar, entonces has traído tú el diseño que te quie-
res tatuar, como hablamos por teléfono, ¿no? —pregunta Fa-
biola.
Mamá asiente y saca una libreta de su bolso. La abre por
una de las páginas y arranca la hoja.
—Aquí lo tienes.
Me fijo en el papel que le entrega y reconozco tanto esas dos
palabras que hay ahí escritas como a quien lo ha hecho, cosa
que me asombra.

Mi persona

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—¿Esa no es la letra de papá? —pregunto, aun sabiendo la
respuesta.
Mamá afirma con una sonrisa.
—¿Y cómo has conseguido que acceda a esto?
—Se enterará esta noche. Es una sorpresita —me contesta
alzando los hombros.
Yo la miro boquiabierta, esto sí que no me lo esperaba.
Aunque lo que sí me esperaba es que algún día se tatuara algo
de esa serie. Su favorita.
«Eres mi persona» es algo que se dicen mucho Meredith
Grey y Cristina Yang, sus personajes preferidos de Anatomía
de Grey. Es una frase corta, pero cargada de significado para
ellas, y también para mi madre.
He visto esa serie tantas veces con ella que no necesito pre-
guntarle lo que significa su tatuaje. «Tu persona» es esa perso-
na a la que sabes que puedes acudir al cien por cien tanto cuan-
do estás bien como cuando estás mal. Cuando hay algo que
celebrar o cuando hay algo por lo que llorar. Alguien que sabes
que nunca te va a fallar.
Mamá siempre me ha asegurado que esa persona soy yo,
aunque yo siempre he creído que es mi padre.
Observo cómo Fabiola hace una foto a la hoja con esas dos
palabras, la imprime en varios tamaños, mi madre decide cuál
prefiere y prepara el calco.
—Vale, Pilar; necesito que me des el brazo en el que quieres
que te lo haga.
Veo cómo mamá se mira ambos y se decide por el derecho.
—En este ya me han pinchado demasiadas veces —bromea
refiriéndose al izquierdo.
Fabiola y ella sonríen, y la tatuadora se dispone a pegarle el
calco en el brazo elegido.
Mientras se cercioran de que esté recto y en el lugar desea-
do, mis ojos se van al brazo izquierdo de mamá. Antes de que

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le pusieran el Port-A-Cath en el pecho, todos los pinchazos
iban ahí.
Una vez que ambas están convencidas, mi madre toma
asiento en una pequeña butaca y coloca el brazo donde Fabiola
le indica.
La tatuadora coge la máquina de tatuar y, antes de ponerla
en marcha, la mira y pregunta:
—¿Preparada?
—Por supuesto —responde ella con una gran sonrisa.
Entonces Fabiola pulsa el botón y comienza a trabajar. Ob-
servo a mamá y veo que ni se inmuta; de hecho, empieza a ex-
plicarle a ella el porqué del tatuaje.
Como me sé esta historia de memoria, aprovecho para sa-
car los auriculares de la mochila, conectarlos a mi móvil y
ponerme Anti, el disco que ha sacado este año Rihanna. Me
encanta.
Antes de que me dé cuenta, el tatuaje ya está terminado. Al
ser solo un par de palabras, no ha tardado prácticamente nada.
Me quito los auriculares y los guardo mientras oigo que Fa-
biola le cuenta cómo se lo debe lavar estos días y cuánta crema
debe echarse.
Cogemos nuestras cosas y vamos a la recepción junto a la
tatuadora. Allí le da a mi madre la crema que necesita para es-
tos días, pagamos y salimos del estudio.
—¿Qué tal? —pregunto rápidamente.
Ella se levanta el jersey con cuidado y me enseña el tatuaje,
que va tapado con un fino plástico llamado «doble piel» que
deberá cambiarse mañana.
—¡Genial! No me ha dolido si siquiera un poco, tendría que
habérmelo hecho antes —responde con gracia.
—Bueno, aún tienes mucho cuerpo para llenarlo de lo que
quieras. —Río.
—Ya estoy pensando en el siguiente —dice mientras se re-

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coloca el jersey—. Cuando cumplas los dieciocho, nos hace-
mos uno juntas. ¿Te parece?
La miro a los ojos, no hay nada en el mundo que quiera más
que eso, y, ofreciéndole mi brazo para que se agarre, contesto:
—Prometido.
Una vez que se ha sujetado a mí, nos vamos para casa. No
está demasiado lejos, pero calculo que de camino haremos va-
rias paradas en los bancos que nos vayamos encontrando.
Hace un año y medio que le diagnosticaron cáncer de pul-
món. Es algo de lo que conmigo intenta hablar poco porque,
quiera yo o no, me sigue considerando su niña. Su pequeña
niña. Pero, se hable o no, la enfermedad está ahí.
Por suerte, últimamente mamá parece estar bastante resta-
blecida. Hemos pasado algunas temporadas complicadas. Muy
complicadas. De todos modos, a pesar de que su última recaída
fue hace menos de un mes, en las últimas semanas se ha re-
puesto y la veo mucho mejor..., aunque todavía ande lento, le
den ataques de tos y haya días en los que coma muy poquito.
Pero, bueno, como ella siempre dice: ¡Roma no se hizo en un
día! Y se recuperará, pero hay que darle tiempo al tiempo.
Cuando llegamos a casa y abrimos la puerta, nuestro perro,
Pato, se lanza sobre nosotras. ¡Qué energía tiene! Y tras llenar-
nos de lametazos repletos de amor, mi madre me mira con ges-
to cansado.
—Llévalo al pipicán. Seguro que tiene ganas de hacer sus
cositas.
Asiento sin dudarlo. Pato es de horarios muy marcados y ya
lleva una hora de retraso, por lo que, tras ponerle el arnés, le
doy un beso a mi madre y, como dos auténticos locos, nos lan-
zamos escaleras abajo. Pato pasa de esperar el ascensor.
Durante una hora mi perro disfruta corriendo como si no
hubiera un mañana. Es ver una pelota y no poder dejar de co-
rrer tras ella, hasta que finalmente decido regresar. Al entrar

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oigo la voz de papá. Ríe junto a mamá y cuando aparezco ante
ellos, mi padre me mira y pregunta:
—¿Has visto lo que se ha hecho tu madre?
Ella me mira divertida y yo asiento.
—Esta mujer nunca dejará de sorprenderme —afirma él.
—Tenlo por seguro.
Las palabras de mi madre nos hacen sonreír a los tres.
—¿Te ha gustado o no que te lleve tatuado en mi piel?
—vuelve a hablar mamá.
Papá asiente. Con la enfermedad de mamá su vida cambió.
Siempre está pendiente de ella y, sin dudarlo un segundo, con-
testa:
—Me ha encantado, cariño.
Mi madre, feliz, se acerca a él y le rodea el cuello con ambos
brazos. Él le ciñe la cintura y cuando se comienzan a besar, les
suelto:
—Ehhh..., ¡id a un hotel, que estoy aquí!
Eso los hace reír. La complicidad que existe entre ellos es
preciosa, única. Mis padres se quieren muchísimo. Solo hay
que ver cómo se miran para darse cuenta de que su relación es
increíblemente bonita y especial.
A mamá le vuelve a dar otro de sus ataques de tos.
—Voy a sentarme un poco antes de empezar a hacer la cena
—murmura.
Asiento con la cabeza de inmediato y cuando desaparece en
dirección al salón, miro a papá y cuchicheo:
—Lleva horas sin parar.
Él me mira con complicidad, sabe a lo que me refiero. En-
tramos en el salón y vemos que se ha sentado en el sofá. Yo
miro a mi padre y este me guiña un ojo.
—He pensado que esta noche voy a preparar una de mis
ricas tortillas de patata, ¿qué os parece? —sugiere.
Mamá y yo nos miramos. Sus tortillas son las mejores del

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mundo. Están tan buenas que cuando quedamos con el tío
Luis o con sus amigos para irnos de finde o de barbacoa, mi
padre siempre es el encargado de prepararlas y llevarlas.
—¡Excelente idea! —exclama mamá.
Él sí que sabe hacer las cosas.
—¿Tienes deberes? —pregunta ahora fijándose en mí.
Muy a mi pesar, asiento.
—Pues ve y termínalos. Y después, cuando te duches, cena-
mos.
Miro a mi madre y la veo con una sonrisa en la cara, así que,
sin perder tiempo, me voy directa a mi habitación.
Una hora después ya he acabado mis tareas, me ducho y,
cuando abro la puerta del baño, un maravilloso olor me llena
la nariz. El aroma de tortilla de patata de papá.
—¡Qué bien hueleeeeeee! —exclamo.
—¡Mejor sabrá! —gritan mis padres.
Media hora más tarde, cuando por fin he conseguido secar-
me el pelo con el secador, entro en el comedor. Ellos están sen-
tados en la mesa, charlando. Cuando llego, dejan de hablar.
—¿Cotilleando a mis espaldas? —pregunto mientras me siento.
Ambos sonríen. Especialmente mi madre, que, tras toser de
nuevo, bromea:
—Lo que nos gusta un buen chismorreo.
Adoro el humor y la positividad de mamá.
Entonces coge un cuchillo y se lo entrega a él.
—Vamos, reparte, que como lo haga yo, me la como entera
yo solita.
Papá y yo sonreímos. Sabemos que el apetito de mi madre
es escaso, pero él le sigue la broma y corta la tortilla.
La cena, como siempre, es divertida. Tener a mamá sentada
a la mesa con nosotros la convierte en algo especial para am-
bos. Un rato que sin duda disfrutamos. Son muchos los días en
los que papá y yo comemos solos, pero hoy está ella.

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Acabada la cena, en la que mamá, como ya intuíamos, ape-
nas come dos trocitos, tras varios ataques de tos, decide acos-
tarse. Está agotada. Le doy dos besos, le deseo buenas noches y
mi padre la acompaña hasta la cama. Minutos después, cuan-
do él regresa al salón, Pato ya está subido en el sofá. Mi padre
nos mira tanto a él como a mí. El perro no debería estar ahí,
pero no lo echa, simplemente se sienta en el hueco que ha de-
jado entre él y yo.
—Poco a poco te vas convirtiendo en el dueño de la casa
—murmura.
Eso me hace gracia y, tras apoyar la cabeza en el hombro de
mi padre, nos centramos en ver una película. Cuando acaba un
par de horas después, le doy un beso de buenas noches y Pato
y yo nos vamos a la cama. Sí, dormimos juntos.
No sé cuánto tiempo llevamos ya acostados cuando una voz
me despierta.
—Carolina... Carolina...
Al abrir los ojos, somnolienta, me encuentro con el tío Luis.
¿Qué hace él en mi habitación?
Parpadeo con dificultad. Me espabilo. Pato no está echado
a mi lado y entonces es cuando me fijo en su mirada. Algo
pasa. Lo sé. Pero cuando voy a saltar de la cama, él intenta fre-
narme.
—Escucha, enana —empieza a hablar—. Tu madre no se
encuentra bien y tu padre ha llamado a una ambulancia para
que venga a recogerla —me explica.
Ahora sí que me levanto como un vendaval. Corro hacia su
dormitorio y al entrar veo a mi padre junto a ella, y no dudo en
acercarme.
—Tranquila... —susurra mamá con un hilo de voz.
Pero no. No puedo estar tranquila.
¿Cómo voy a estar tranquila si viene una ambulancia a lle-
vársela?

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Miro a papá. En sus ojos detecto ese dolor que se pasa la
vida intentando ocultar.
—Cariño, ¿puedes traerme un poco de agua? —le pide ella
con voz de fatiga.
Mi padre asiente. Se levanta de la cama y, cuando se mar-
cha, mi madre me hace un gesto con la mano indicándome que
me siente a su lado. Yo obedezco y ella me coge la mano.
—Hoy hemos tenido un bonito día, ¿verdad? —murmura
sonriendo levemente.
Asiento. Así ha sido.
—Nunca olvides que te quiero y, sobre todo —prosigue to-
mando aire—, lo que más deseo en este mundo es que tanto tú
como tu padre seáis felices. ¿Me has entendido, cariño?
Vuelvo a asentir. Siempre que sufre recaídas me dice esas
cosas. Cosas que me llegan al alma y me descolocan el corazón.
Incluso hay momentos en los que tanto a mi padre como a mí
nos obliga a hacer promesas. Cuando me dispongo a contestar,
ella se me adelanta con la poca voz que tiene:
—Todo está bien, cariño. Todo está bien, sonríe.
Obedezco, sonrío. Si en este momento mi madre me pidiese
que me rapase el pelo al cero, lo haría sin dudar.
—Ya están aquí —avisa papá volviendo a entrar, ahora se-
guido del tío Luis.
Mamá y yo asentimos. Sabemos que se refiere a los de la
ambulancia.
Instantes después, esas personas, como ya han hecho en otras
ocasiones, entran en el piso. El tío Luis me coge de la mano y me
lleva hacia el salón. Intenta darme conversación para distraer-
me, pero yo solo tengo ojos para el pasillo. Y cuando veo que la
camilla sale con mi madre sobre ella, corro hacia allí. Le han
puesto la mascarilla de oxígeno.
—El tío Luis me llevará al hospital —le digo.
Mamá asiente. Papá también. Los dos miran con afecto a mi

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tío. Le doy un cariñoso beso a mi madre, que sonríe bajo esa
mascarilla. Y una vez que se la llevan, salgo disparada hacia mi
habitación para vestirme. Luego el tío Luis y yo nos dirigimos
al hospital en silencio.

Tres semanas después, mi mundo se paralizó. La enferme-


dad de mi madre no dejó de complicarse. Nada salía bien.
Todo salía mal. Y, desgraciadamente para papá y para mí, ella
nos dejó, no sin antes decirnos adiós.

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