Comentarios y Notas Salmos
Comentarios y Notas Salmos
Comentarios y Notas Salmos
I. Nombre
La palabra procede de una palabra griega que significa «poema cantado con acompañamiento musical». El nombre hebreo es
que significa «alabanzas». No todos los salmos son himnos de alabanza, pero muchos sí lo son. El libro de los Salmos es el himna-
rio de la nación judía y algunos de los salmos han hallado su camino hasta el himnario cristiano. El Salmo 46 es la base para el himno de
Lutero «Castillo fuerte es nuestro Dios», e Isaac Watts usó el Salmo 90 para escribir «Oh Dios, socorro en el ayer». La doxología familiar
«Salmo 100» (música «Old Hundredth») está basada en el salmo que le da el nombre.
II. Propósito
El libro de los Salmos es una colección de cantos y poemas muy personales. Conforme el libro creció a través de los siglos, los judíos
adaptaron su contenido para la adoración colectiva así como para sus devocionales personales. En esta colección hallará oraciones de sufrien-
tes, himnos de alabanza, confesiones de pecado, confesiones de fe, himnos de la naturaleza, cantos que enseñan historia judía, y en cada uno
el punto focal de la fe es el Señor. Sea que el escritor esté mirando hacia el pasado en la historia, o hacia arriba a los cielos, o a su alrededor a
sus problemas, antes que todo mira por fe al Señor. Los salmos nos enseñan a tener una relación personal con Dios al decirle nuestras aflic-
ciones y necesidades, y al meditar en su grandeza y gloria.
III. La poesía hebrea
La poesía occidental a menudo se basa en la rima, pero no así en la poesía oriental. Ella se basa fundamentalmente en lo que llamamos
«paralelismo»; o sea, la relación de un verso con el siguiente. En el el segundo verso expresa una variación del primero, como en el
Salmo 15.1: «Jehová, ¿quién habitará en tu tabernáculo? ¿Quién morará en tu monte santo?» El paralelismo es precisamente lo
opuesto: los versos están en contraste el uno con el otro. Un ejemplo es el Salmo 37.9: «Porque los malignos serán destruidos, pero los que
esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra». El Salmo 19.8–9 es un ejemplo de paralelismo , puesto que cada verso que sigue au-
menta el significado: «Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos.
El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos».
IV. Cristo en los Salmos
Jesús dijo que los salmos hablaban de Él (Lc 24.44) y vemos que así es. En el Salmo 22 es el Salvador crucificado; en el Salmo 23 es el
Pastor (véase Jn 10); en el Salmo 40.6–8 es el sacrificio (véase Heb 10.1 –10); en el Salmo 110 es el Sumo Sacerdote (véase Heb 7.17–21);
en el Salmo 118.22–23 es la Piedra (véase Mt 21.42); y en el Salmo 2 es el Rey que viene (véanse Hch 4.25–26; 13.33).
V. Salmos especiales
A siete de los salmos se les ha llamado «salmos penitenciales» porque son confesiones de pecado (6, 32, 38, 51, 102, 130 y 143). A
los Salmos 120–134 se les llama «cantos graduales» y se piensa que son una colección de canciones que los peregrinos judíos cantaban
camino a las festividades anuales en Jerusalén. Hay varios «salmos imprecatorios» en los cuales los escritores claman por la ira de Dios sobre
sus enemigos (35, 37, 69, 79, 109, 139, 143). Estos no son tanto expresiones personales de venganza sino más bien peticiones nacionales
para que se manifieste la justicia de Dios por su pueblo escogido. El Salmo 119 exalta las virtudes de la Palabra de Dios (véase también el
Sal 19), y los Salmos 113–118 los usaban los judíos cuando celebraban la Pascua.
VI. Autores
Aunque casi siempre asociamos a David con el libro de Salmos (su nombre se halla en setenta y tres de ellos), algunos de los salmos son
anónimos y otros mencionan a diferentes autores: Asaf (50, 73–83), Salomón (72, 127), los hijos de Coré (42–49, 84–85, 87–88), Etán
(89) y Moisés (90). Algunos de los salmos de David reflejan las experiencias que atravesaba, tales como la rebelión de su hijo Absalón (3),
su victoria sobre Saúl (18), su pecado con Betsabé (32, 51), su extraña conducta en Gat (34, 56) y sus años de exilio en el desierto (57, 63,
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VII. Bosquejo
Puesto que cada uno de los salmos es una unidad separada, no hace falta analizar la estructura del libro. Hay cinco divisiones, cada una
concluye con una bendición: 1–41, 42–72, 73–89, 90–106, 107–150.
SALMO 1
El tema de este salmo es la felicidad del justo y el juicio de los malos. El versículo 1 puede traducirse: «¡Qué felicidad la del hombre!» A
cualquier parte de la Biblia que acudamos hallamos que Dios da gozo al obediente (aun en medio de la prueba) y a la larga aflicción al des-
obediente. Dios no ve sino a dos personas en el mundo: los justos, que están «en Cristo», y los malos, que están «en Adán». Véase 1 Corin-
tios 15.22, 49. Miremos a estas dos personas.
I. La persona que Dios bendice (1.1–3)
Desde el principio de la creación Dios bendijo a la humanidad (Gn 1.28); fue sólo después que el pecado entró al mundo mediante la
desobediencia de Adán que hallamos la palabra «maldición» (Gn 3.14–19). Dios siempre ha deseado que la humanidad disfrute de sus
bendiciones. Efesios 1.3 nos dice que el creyente en Cristo ha sido «bendito con toda bendición espiritual». ¡Cuán ricos somos en Él! Es
triste, pero muchos cristianos no toman posesión «de sus posesiones» (Abd 17) ni disfrutan de sus bendiciones en Cristo. En estos versícu-
los tenemos una descripción de la clase de cristiano que Dios puede bendecir.
La vida cristiana se compara al andar (véanse Ef 4.1, 17; 5.2, 8, 15). Empieza con un paso de fe al confiar en Cristo y crece a medida
que damos pasos adicionales de fe en obediencia a su Palabra. Andar involucra progreso y los cristianos deben progresar al aplicar las verda-
des bíblicas a la vida diaria. Pero es posible que el creyente ande «en tinieblas», fuera de la voluntad de Dios (1 Jn 1.5–7). Las personas que
Dios bendice se cuidan mucho en su andar: aun cuando están en el mundo, no son del mundo. En contraste, se requiere poca imaginación
para ver a la persona andando cerca del pecado, luego deteniéndose para considerarlo y por último sentándose para disfrutar «los placeres
temporales del pecado» (Heb 11.25). Vemos este triste desarrollo en la desobediencia de Pedro. Jesús le dijo que se fuera (Jn 18.8), pero en
lugar de eso Pedro anduvo detrás de Jesús (18.15). Luego lo vemos junto a la gente equivocada (18.18) y antes de mucho sentado cerca del
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fuego (Lc 22.55). Usted sabe lo que ocurrió: entró directo en la tentación y tres veces negó a su Señor. Si los cristianos empiezan a escuchar
el consejo (planes) de los malos, pronto estarán de lleno en su manera de vivir y a la larga se sentarán y estarán de acuerdo con ellos.
Las personas que Dios bendice no se deleitan con lo relacionado al pecado y al mundo; se deleitan en la Palabra de Dios. Es el amor y
la obediencia a la Biblia lo que trae bendición a nuestras vidas. Véase Josué 1.8. Las personas que Dios bendice no sólo leen la Palabra di-
ariamente, sino que la estudian, la memorizan y meditan en ella de día y de noche. La Palabra de Dios controla sus mentes. Debido a esto,
son guiados por el Espíritu y andan en el Espíritu. La meditación es para el alma lo que la «digestión» para el cuerpo. Significa comprender
la Palabra, «masticarla» y aplicarla a nuestras vidas, haciéndola parte de nuestro ser interior. Véanse Jeremías 15.16, Ezequiel 3.3 y
Apocalipsis 10.9.
El agua de beber es un cuadro del Espíritu Santo de Dios (Jn 7.37– 39). Aquí se compara al cristiano con un árbol que recibe su agua
de las profundas fuentes ocultas bajo las secas arenas. Este mundo es un desierto que nunca satisfará al creyente consagrado. Debemos enviar
nuestras «raíces espirituales» muy hondo en las cosas de Cristo y beber del agua espiritual de la vida. Véanse Jeremías 17.7–8; Salmo 92.12–
14. No puede haber fruto sin raíces. Demasiados cristianos se preocupan más por las hojas y el fruto que por las raíces, pero estas son la
parte más importante. A menos que los cristianos pasen tiempo diariamente orando y leyendo la Palabra y le permitan al Espíritu que les
alimente, se secarán y morirán. El creyente que bebe de la vida espiritual en Cristo será fructífero y tendrá éxito en la vida de fe. Cuando los
cristianos cesan de llevar fruto es porque algo les ha ocurrido a las raíces (Mc 11.12–13, 20; y véase Lc 13.6–9). ¿Qué clase de fruto debe-
mos llevar? Véanse Romanos 1.13; 6.22; Gálatas 5.22–23; Hebreos 13.15 y Colosenses 1.10.
Por supuesto, el ejemplo perfecto de esta persona justa de los versículos 1–3 es Jesucristo. Él es el Camino (v. 1), la Verdad (v. 2) y la
Vida (v. 3); véase Juan 14.6.
II. La persona que Dios juzga (1.4–6)
«¡No así!» Esto significa que todo lo que el justo disfruta y experimenta no es cierto en la vida del malo. Al justo se le compara con un
árbol: fuerte, permanente, hermoso, útil, fructífero. A los malos se les compara con el tamo: no tienen raíces; el viento los arrastra; son inúti-
les para los planes de Dios; no son ni hermosos ni fructíferos. Juan el Bautista usó un cuadro similar en Mateo 3.10–12 cuando describió a
Dios como el segador, visitando la era y separando el grano del tamo. «Quemará la paja». Véanse también Salmo 35.5 y Job 21.18. Qué
tragedia que una persona pase toda su vida en la tierra como paja y, en lo que toca a las cosas eternas, no sirve para nada.
¿Hay un juicio futuro? El versículo 5 nos informa que lo hay. Por supuesto, en el AT no hallamos la explicación completa de los juicios
futuros como aparecen en el NT. Para el creyente en Cristo no hay juicio del pecado (Jn 5.24; Ro 8.1), pero para el incrédulo hay «una
terrible expectación de juicio» (Heb 10.27). Este juicio de los perdidos se describe en Apocalipsis 20.11–15. No habrá cristianos en tal
escena, sólo inconversos. El verdadero carácter de los malos se revelará en ese juicio; se les verá como paja, como almas perdidas indignas.
Cuando el versículo 5 dice que los malos «no se levantarán» en el juicio, no significa que estarán ausentes; más bien significa que no sopor-
tarán el juicio. Cuando se abran los libros, estos individuos caerán de rodillas en confesión de pecados, de la verdad de la Palabra de Dios y
del Hijo de Dios (Flp 2.9–11). A estos malos nunca se les permitirá entrar en la congregación celestial de los buenos, aun cuando quizás en
la tierra fueron miembros de grupos religiosos. Véase Mateo 7.21–23.
La palabra «conocer» en la Biblia significa mucho más que la comprensión mental indicada cuando decimos: «Sé los nombres de los
doce apóstoles». Lleva además la idea de escoger y cuidado. «Conoce el Señor a los que son suyos» (2 Ti 2.19). «Conozco mis ovejas[ … ]
así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre» (Jn 10.14–15). La declaración de Cristo a los perdidos es: «Nunca os conocí» (Mt
7.23). El Señor conoce el camino de los justos: Él lo ha planeado y lo ha marcado (Ef 2.10), y mantiene sus ojos sobre el justo mientras este
recorre el camino. ¡La vida del justo es un plan eterno de Dios! Lo que dice, a dónde va, lo que hace, todo tiene consecuencias eternas. Pero
los malos se han apartado «por su camino» (Is 53.6). La senda de los justos lleva a la gloria (Pr 4.18), pero el camino de los malos perecerá.
El versículo 6 nos presenta la enseñanza familiar de los «dos caminos». Jesús concluyó su Sermón del Monte con este cuadro (Mt
7.13ss) y lo vemos mencionado en todo el libro de Proverbios (Pr 2.20; 4.14; 4.24–27, etc.). ¿Por qué los malos están perdidos? Debido a
que no quieren someterse a Cristo y a su Palabra. Prefieren el consejo de los malos antes que «todo el consejo de Dios» en la Palabra (Hch
20.27). Prefieren la amistad de la gente sin Dios a la congregación de los justos. Pasan sus días pensando en el pecado y no en la Palabra de
Dios (Gn 6.5). Piensan que están seguros en la tierra, ¡pero son sólo tamo!
¿Cómo puede el creyente practicar el Salmo 1.1–3? Empieza con sumisión al Señor, una sumisión diaria de todo lo que somos y tene-
mos (Ro 12.1–2). Incluye pasar tiempo con la Palabra de Dios, leyéndola y meditando en ella. Quiere decir vivir separados del mundo (no
aislados, por supuesto, sino separados de su contaminación). Exige una vida con raíces que beben de los recursos ocultos de Dios. Qué vida
bendecida, una que satisface aquí y en el más allá.
SALMO 2
Hay un contraste interesante entre los dos primeros salmos. El Salmo 1 es personal y se enfoca en la ley, en tanto que el Salmo 2 es nacional
y se enfoca en la profecía. En el Salmo 1 vemos a Cristo el Hombre Perfecto; en el Salmo 2 Él es el Rey de reyes. El Salmo 1 se refiere a la
bendición del judío (aunque sin duda se aplica al cristiano de hoy), mientras que el Salmo 2 presenta el juicio de las naciones gentiles. Am-
bos salmos usan la palabra (1.6 la aplica a cada pecador; 2.12 a las naciones rebeldes) y ambos salmos usan la palabra (tra-
ducida «pensar» en 2.1). Tenemos la clase correcta de meditación en 1.2 y la incorrecta en 2.1. Los doce versículos del Salmo 2 pueden
dividirse en cuatro secciones de cuatro versículos cada una y en cada sección podemos oír una voz diferente.
I. La voz de las naciones (2.1–3)
Esta es una voz de rebelión; la palabra «amotinarse» quiere decir «reunirse tumultuosamente». Son los gentiles lo que están en la mira
(«gentes» y «pueblos» en el versículo 1) y se rebelan contra Dios y su gobierno. Los reyes dirigen la rebelión de sus naciones y todos se
resisten a Dios y a Cristo. Por supuesto, esta voz se ha oído a través de los siglos, pero se oye con más fuerza en estos últimos días. Como
nunca antes hay una voz unida de rebelión contra el gobierno de Dios y de Cristo. ¿Qué quieren las naciones? ¡Libertad del gobierno de
Dios! «Rompamos sus ligaduras». De acuerdo a Génesis 10.5 Dios dividió a los pueblos gentiles en tierras y naciones; véanse también
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Hechos 17.26 y Deuteronomio 32.8. La historia nos muestra que las naciones gentiles han rechazado al pueblo de Dios (Israel), la Palabra
de Dios y al Cristo de Dios. Las naciones no quieren someterse al gobierno de Dios. Como el orgulloso Nabucodonosor, quieren salirse con
la suya y rehúsan admitir que Dios rige los asuntos de los hombres. Véase Daniel 4.28–37. Esta rebelión gentil se hizo más feroz con el
establecimiento de la Iglesia (Hch 4.23–30). Pero en los últimos días tendrá su completo cumplimiento conforme los «reyes de la tierra» se
unan para luchar contra Dios (véanse Ap 1.5; 6.15; 16.12–16; 17.2; 18; 19.11–21).
II. La voz del Padre (2.4–6)
¿Cómo responde Dios a las amenazas de los hombres? ¡Se ríe! Es la voz santa de burla, porque Dios es más grande que el hombre y no
tiene por qué temer los arrogantes ataques de reyezuelos. Dios no habla hoy en juicio; habla en gracia desde la cruz. Pero viene el día cuando
Dios será «el que ríe último» (Sal 37.1–15; 59.1– 8). ¿Recuerda cómo el orgulloso Senaquerib desafió a Dios y a los judíos y de súbito fue
eliminado? (2 R 19). Esto ocurrirá de nuevo cuando Dios decida tratar con juicio a las naciones del mundo.
Hay también la voz de ira (v. 5). Podemos decirlo de nuevo: hoy Dios no habla en ira; habla por medio de su Hijo en gracia (Heb 1.1–
2); un día, no obstante, enviará su ira sobre las naciones del mundo. La palabra «furor» significa «ira feroz». Esta es la tribulación, descrita
en detalle en Apocalipsis 6–19. Será un tiempo de terrible juicio sobre la tierra, el mar, los cielos, el mundo de la naturaleza, los pueblos y
naciones. Millones de personas morirán debido a plagas y desastres enviados desde el cielo. Durante el período de la tribulación la nación de
Israel será «purgada» para preparar un remanente de creyentes para el regreso de Cristo que establecerá su reino desde Jerusalén. Multitudes
serán salvas durante este tiempo, pero muchos sellarán su decisión con sus vidas.
Finalmente, la voz de Dios es una voz de declaración (v. 6); Dios ha puesto («ungido») a su Rey sobre su monte santo. Este es Cristo
(Is 9.6–7; Dn 7.14). Aun cuando no está todavía sentado en su trono de gloria, ni sobre el trono de David, está sentado a la diestra del
Padre; ¡y su trono es tan cierto como la Palabra del Padre! Hoy Cristo es el Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec (Heb 6.20–
7.17). Intercede por los suyos. Un día volverá en gloria y se sentará en el trono para juzgar y regir a las naciones (Mt 25.31–46).
III. La voz del Hijo (2.7–9)
Cristo habla en estos versículos y nos dice lo que el Padre le dijo en su decreto eterno. Qué bueno saber que Dios ha decretado el cum-
plimiento de su plan y que el hombre no estorbará la obra de Dios. «Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy». ¿Cuándo le dijo el Padre esto al
Hijo? No al nacer en el mundo, sino al salir de la tumba. Léase con cuidado Hechos 13.28–33. Cristo fue «engendrado» a partir de la
tumba virgen a una vida gloriosa del poder de la resurrección. (Este versículo se cita de nuevo en Heb 1.5 y 5.5.)
Debido a su victoria sobre el pecado y la muerte, a Cristo se le ha dado una herencia; véase Hebreos 1.4–5. Usted recordará lo que el
Padre dijo en el bautismo del Hijo: «Este es mi Hijo amado» (Mt 3.17). Lo repitió en la transfiguración cuando Jesús iba a enfrentar su
muerte en la cruz (Mt 17.5). Jesús tiene a todas las naciones como su herencia debido a su obra fiel en la cruz. Sin embargo, Satanás le
ofreció estos mismos reinos sin la cruz; véase Mateo 4.8–10. Jesús pudo haber recibido las naciones sin sufrimiento si se hubiera sometido a
la voluntad del diablo, pero entonces se hubiera colocado fuera de la voluntad del Padre. (Por supuesto, era imposible que Cristo pecara,
pero la tentación era todavía igual de real.) Satanás le ofrecerá estos reinos al anticristo y este gobernará las naciones por un breve tiempo.
Véase Apocalipsis 13.1–10.
¿Cuándo recibirá Cristo «los confines de la tierra» como posesión suya? Cuando vuelva a la tierra en poder y gloria; véase Apocalipsis
19.11–21. Hay referencias al Salmo 2.9 en Apocalipsis 12.5 y 19.15; y en Apocalipsis 2.26–29 se nos dice que los cristianos reinarán con
Él. Véase también Daniel 2.42–44.
IV. La voz del Espíritu (2.10–12)
Los tres versículos finales son una apelación del Espíritu a los hijos de los hombres, para que se sometan ahora a Jesucristo. El Espíritu
apela a cada aspecto de la personalidad:
«Sed prudentes[ … ] Admitid amonestación». El «consejo de malos» (Sal 1.1) los ha descarriado. La sabiduría del mundo es necedad
para Dios (1 Co 1.18–31). Nuestro mundo se jacta de su conocimiento y parece que hay más conocimiento que nunca antes, pero también
parece haber menos sabiduría. La sabiduría de Dios se halla en su Palabra, sin embargo los reyes y gobernantes no quieren la Palabra de
Dios.
«Servid a Jehová». En lugar de rebelarse y resistirle, la gente debería postrarse ante Cristo y servirle. Al rendirse a Cristo, un gozo reve-
rente vendrá como resultado.
«Honrad al Hijo» implica rendirle honor, mostrar sumisión amorosa a Él. La honra habla de amor y reconciliación. Dios ha reconci-
liado al mundo por la cruz de Cristo (2 Co 5.14–21); la justicia y la paz se besaron en la cruz (Sal 85.10). Ahora Dios puede salvar a los
pecadores perdidos y todavía afirmar su ley santa. Es trágico que la mayoría en el mundo diga: «¡No queremos que este reine sobre noso-
tros!» Cuando Jesús vuelva, los obligarán a postrarse ante Él (Flp 2.10–11), pero entonces será demasiado tarde. Todo lo que Dios tiene
que hacer es inflamar su ira «de pronto», ¡y los pecadores perecen! ¿Qué pasará cuando su ira arda sobre esta tierra en gran juicio?
El Salmo 1 empieza con una bienaventuranza; el Salmo 2 concluye con: «Bienaventurados todos los que en Él confían». «Todo aquel
que invocare el nombre del Señor, será salvo» (Hch 2.21).
SALMO 8
Escondido en esta hermosa descripción poética del lugar del hombre en la creación, yace mucha enseñanza práctica para la gente de hoy.
Con la ayuda de las referencias al Salmo 8 del NT, descubriremos algunas de las lecciones que se hallan aquí.
I. El escenario histórico
Usted habrá notado que hay dos tipos de inscripciones en los salmos: históricas y musicales. Por ejemplo, al principio del Salmo 8 lee-
mos: «Al músico principal; sobre Gitit. Salmo de David». significa «lagar» y quizás se refería al uso del salmo durante la temporada de
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la cosecha. Sin embargo, algunos estudiosos han concluido que las direcciones musicales pertenecen al final del salmo precedente, como se ve
en Habacuc 3. Esto significa que al principio del Salmo 9 realmente pertenece al final del Salmo 8.
El término significa «la muerte del hijo» o «muerte del paladín», y podría referirse al episodio cuando David mató a Goliat
(1 S 17). Es fácil ver al joven David solo con Dios aquella noche después de matar al gigante, mirando a los cielos y maravillándose de la
preocupación de Dios por los suyos. David no era sino un «niño y de los que maman» comparado al gigante, sin embargo Dios lo usó para
silenciar al enemigo. Nótese que en 1 Samuel 17.4 a Goliat se le llama «paladín» y que con arrogancia desafió a los temerosos judíos duran-
te cuarenta días (17.16). Cuando David se ofreció a silenciar al enemigo, Saúl dijo: «Eres un muchacho» (17.33); un bebé, un niño de
pecho. Nótese otro paralelo entre 1 Samuel 17 y el Salmo 8 en «las aves del cielo» y «las bestias del campo» (1 S 17.44 y Sal 8.7–8). Tam-
bién el Salmo 8 glorifica «el nombre de Jehová» (8.1, 9) y David derrotó a Goliat en «el nombre de Jehová» (17.45).
Aquí tenemos al joven David alabando al Señor por la gran victoria que le dio. «¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria?»
¿Por qué le iba Dios a prestar atención a un muchacho pastor? Qué maravilloso tipo de Jesucristo vemos en David: (1) ambos nacieron en
Belén; (2) ambos eran pastores; (3) a ambos los rechazaron temporalmente sus hermanos; (4) ambos enfrentaron a un enemigo en el desierto
y ganaron; (5) ambos fueron al exilio antes de ser reyes; (6) ambos tomaron una esposa en el exilio; y (7) a ambos los amaron, porque el
nombre David significa «amado».
II. El significado doctrinal
Cada vez que se cita un salmo en el NT y se aplica a Cristo, es uno mesiánico. El Salmo 8 se aplica a Cristo en varios lugares del NT:
Mateo 21.16; Hebreos 2.6–8; 1 Corintios 15.27; y Efesios 1.22. Léase estas referencias con cuidado, especialmente Hebreos 2.
La principal enseñanza del Salmo 8 en Hebreos 2 y 1 Corintios 15 es esta: Cristo ha recuperado todo lo que Adán perdió debido al
pecado. Cristo ha sido exaltado por sobre los cielos y de este modo ha glorificado el nombre de Dios (Ef 1.19–23; Heb 1.1–3). La gloria
de Dios no habita más en una tienda ni en un templo; está «por sobre los cielos» en Cristo y en los corazones de los creyentes. Cuando
Cristo ministraba en la tierra, ni reyes ni sacerdotes lo alabaron; los niños fueron los que lo alabaron en el templo.
Léase con cuidado Génesis 1.26–28 y nótese que Dios le dio al hombre dominio sobre los peces, las aves y el ganado. En realidad el
hombre fue hecho «poco menor que Dios» y fue nombrado el delegado de Dios en la tierra. Pero cuando Adán pecó, perdió ese dominio.
Romanos 5 destaca que hubo un cambio de «reyes»: la muerte reinó (5.14, 17) y el pecado reinó (5.21), pero Adán no reinó más. En lugar
de ser un rey, ¡Adán se convirtió en esclavo!
Cuando Cristo vino a la tierra, ejerció el dominio que Adán había perdido. Cristo ejerció dominio sobre los peces (Lc 5.1–6; Mt
17.24–27; Jn 21.1–6), las aves (Lc 22.34) y las bestias (Mc 1.13; 11.17). Hoy en día, nadie en la tierra puede controlar la naturaleza como
Él la controlaba. Cuando Jesús vino a la tierra, era Dios «visitando» a los hombres (Sal 8.4 con Lc 1.68, 78). Nótese que David describe
una escena nocturna (v. 3), porque sin duda era noche espiritual cuando Jesús vino a la tierra. Pero al humillarse a sí mismo y convertirse en
siervo y morir en la cruz, Jesús glorificó a Dios y compró la salvación de las personas perdidas y de un mundo perdido. Hebreos 2.8 destaca
que aún no vemos toda la naturaleza sujeta al hombre. Aún existen inundaciones, terremotos y plagas. Sí, ¡pero vemos a Jesús! (Heb 2.9). Y
el hecho de que murió por nosotros es toda la seguridad que necesitamos de que un día, cuando Él regrese, su pueblo reinará sobre una tierra
renovada.
Un pensamiento final: La obra de Cristo en la cruz no sólo deshizo el pecado de Adán y nos puso de nuevo donde estaba Adán. Más
bien, nos dio mucho más: nos hizo semejantes a Cristo. Nótese la repetición de «mucho más» en Romanos 5.9–21.
III. La vida práctica
Si David tenía razón para alabar a Dios por su posición y su victoria, cuánto más nosotros debemos alabarle. ¿Quiénes somos nosotros
para que Dios nos visite? ¿Quiénes somos para que Cristo muriera por nosotros y nos llevara con Él más allá de los cielos?
Este salmo exalta la dignidad del hombre. El versículo 5 debería decir: «Le has hecho un poco menor que Dios». El hombre es sin duda
la más grande de las creaciones de Dios, porque fue hecho «a imagen de Dios». Debido a que la enseñanza moderna ha rebajado al hombre
al nivel de animal y ha rechazado la imagen de Dios, el mundo está en caos. Santiago 3.9 nos recuerda que trataremos mejor a los demás si
recordamos que están hechos a imagen de Dios. No sorprende que haya tanto desorden civil, tanta brutalidad. Hemos destronado a Dios y
degradado a la humanidad. Nunca olvidemos nuestra obligación como criaturas hechas a imagen de Dios, y nuestra más grande obligación
como santos siendo renovados en esta imagen por medio de Cristo (Col 3.9–10; Ro 8.29).
Cristo nos ha dado dominio; esto quiere decir que reinamos como reyes. Podemos reinar en la vida a través de Cristo (Ro 5.17), obte-
niendo victoria sobre el pecado y la tentación. Reinamos en la muerte (1 Co 15.54–57), porque la muerte ya no tiene dominio sobre noso-
tros. Reinaremos en su reino aquí en la tierra, nuestro lugar de servicio se determinará de acuerdo a nuestra vida y fidelidad aquí ahora (Mt
25.14–30; Lc 19.12–27). Finalmente, reinaremos con Él por siempre jamás.
Este salmo aclara que Dios está interesado en la creación, y la interpretación de Hebreos 2.6–9 indica que Cristo un día libertará a la
creación de la esclavitud del pecado. Véase Romanos 8.18–24. Esto incluirá «la redención de nuestro cuerpo» (Ro 8.23) cuando veremos a
Cristo y seremos semejantes a Él (1 Jn 3.1–3; Flp 3.20–21). El hecho de que Jesucristo está hoy en el trono es prueba de que un día toda la
creación será redimida. ¡Qué promesa gloriosa!
Por supuesto, el Salmo 8 se aplica sólo a los creyentes en Jesucristo. El inconverso puede admirar la creación de Dios, la obra de sus
dedos (v. 3), pero los salvos han experimentado el poder de su brazo. «¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿Y sobre quién se ha manifesta-
do el brazo de Jehová? (Is 53.1). Qué maravilloso es que Dios visite esta tierra para salvación, pero un día la visitará en juicio. ¿Ha confiado
en Cristo como su Salvador? ¿Permite que Él gobierne y reine en su vida?
SALMO 19
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La revelación de Dios al hombre es el tema de este salmo. Al fin y al cabo, es asombroso que Dios nos hable. Las personas son pecadoras y
no desean escuchar a Dios y, sin embargo, Él en su gracia continúa hablando. Dios nos habla de tres maneras:
I. Habla en los cielos (19.1–6)
La sabiduría de Dios, su poder y gloria se ven en su creación. La ciencia moderna nos hace estudiar las «leyes naturales» y deja a Dios
fuera, pero el salmista al mirar las maravillas de los cielos y la tierra veía a Dios. Véanse también los Salmos 8 y 29, así como Isaías 40.12–
31. Jesús vio la obra de las manos del Padre en los lirios y en las aves (Mt 6.24–34). Tanto de día como de noche la creación de Dios habla
(v. 2), pero su palabra no la escucha el oído humano. El versículo 3 debería leerse: «No hay palabra ni lenguaje donde su voz no se oye».
Oímos la voz de Dios en la creación al ver su sabiduría y poder. Es cierto que entidad tan compleja como nuestro universo (y los universos
más allá del nuestro) exige un Creador y sustentador. Creer que el universo evolucionó de la nada y se arregló por sí mismo de esta manera
ordenada es necedad.
La creación habla un lenguaje universal a todas las naciones (vv. 3–4). Es este hecho lo que Pablo usó en Romanos 1.18–32 para de-
mostrar que todas las personas en todas partes están bajo la ira de Dios. «¿Están perdidos los paganos?», es una pregunta que se hace a me-
nudo, y la respuesta es: «Sí». ¿En base a qué si nunca han oído el evangelio? En base a la revelación de Dios en la creación. El pagano ve el
poder y sabiduría de Dios, su «deidad eterna», en la creación y sabe que tiene responsabilidad hacia Él. Pablo usa el Salmo 19.4 de nuevo en
Romanos 10.18.
La naturaleza le predica mil sermones al día al corazón humano. Cada día empieza con luz y pasa a la oscuridad, de estar despierto a
dormir, un cuadro de la vida sin Dios. Cada año pasa de la primavera al invierno, de la vida a la muerte. Vemos que se corta la hierba (Is
40.6–8), que se derriban los árboles (Lc 13.6–9; Mt 3.10), el fuego que destruye la cizaña (Mt 13.40–42). Las actividades de la naturaleza,
bajo la mano de Dios, son lecciones objetivas para el corazón de los pecadores pero, tristemente, muchos no quieren ver ni oír. El pecador
perdido, dondequiera que esté en este globo, está condenado delante del trono de Dios.
II. Habla en las Escrituras (19.7–11)
Los cielos declaran la gloria de Dios y las Escrituras su gracia. Véase Hebreos 1.1–3. Esta ley, testimonio, mandamiento, palabra, por
supuesto, es una revelación personal de Dios, porque el nombre que se usa no es «Dios» sino «Jehová», o sea, el Señor. Este es el nombre
personal de Dios, el nombre del pacto.
(1) La perfecta ley. No hay error en la Biblia, ya sea en cuanto a hecho histórico o verdad espiritual. Por supuesto, la Biblia narra las
mentiras de los hombres o de Satanás, pero el mensaje total de la Biblia es el de la verdad. Véanse Salmos 119.128 y 160.
(2) El testimonio fiel. La Palabra no cambia; es firme y permanente, Salmo 119.89. Es el testimonio de Dios al hombre, su testigo de
lo que es verdadero y correcto. Véase Mateo 5.18.
(3) El precepto recto. «Precepto» significa «estatuto, reglas para la vida diaria». Algunas reglas son equivocadas; la Palabra de Dios es
recta. Obedecer la Palabra trae bendiciones a la vida diaria.
(4) El mandamiento puro. Véanse Salmos 12.6; 119.140; Proverbios 30.5. Los «libros sagrados» de algunas religiones son cualquier
cosa menos puros, pero la Palabra de Dios es pura, incluso cuando se refiere al pecado. Nada en la Biblia, bien entendida, puede conducir a
la persona a pecar.
(5) El limpio temor de Jehová. La frase «el temor de Jehová» (v. 9) es otra referencia a «la ley», puesto que la Palabra de Dios produce
reverencia hacia Dios. Véanse Deuteronomio 4.10; Salmo 110.10. Temer a Dios hace limpia a la persona; adorar ídolos paganos la ensucia.
(6) Juicios verdaderos, justos. Las evaluaciones de Dios respecto al hombre y las cosas son verdad; Él conoce todo completamente. Vale
la pena que el cristiano crea lo que Dios dice y no dependa de su propia evaluación. Lot cometió esta equivocación y lo perdió todo.
(7) Mejor que oro. Qué tesoro es la Biblia (Sal 119.72; Pr 8.10; 16.16).
(8) Más dulce que la miel (Sal 119.103). El cristiano espiritual no necesita cosas artificiales de este mundo para su satisfacción; la Pa-
labra sacia el apetito espiritual.
(1) Convierte. Esto es lo mismo que «restaura» o «conforta» en el Salmo 23.3. La Palabra convierte al pecador de sus caminos y res-
taura al santo cuando se desvía. Refresca y sana.
(2) Hace sabio. Léanse Salmo 119.97–104; Isaías 8.20; Jeremías 8.9; Colosenses 1.9; Santiago 1.5.
(3) Regocija. El creyente espiritual halla gozo en la Palabra (Jer 15.16).
(4) Alumbra. «La exposición [manifestación] de tus palabras alumbra» (Sal 119.130).
(5) Permanece. Otros libros desaparecen y los olvidan, pero la Palabra de Dios permanece. ¡Muchos martillos se han gastado contra el
yunque de la Palabra de Dios!
(6) Enriquece. Es mejor que oro o plata (Pr 3.13–15).
(7) Satisface. La miel satisface al cuerpo; la Palabra satisface el alma.
(8) Advierte. Es mejor prevenir el pecado y evitar los problemas, que confesar el pecado y tratar de remediar errores. Saber la Palabra y
obedecerla guía al creyente por la senda segura. Véase Proverbios 2.
(9) Recompensa. El dinero no puede comprar las recompensas de una vida santa: una conciencia limpia, un corazón puro, gozo, paz y
la oración contestada. Nótese que el versículo 11 dice que hay recompensa guardar la Palabra, no guardarla. La recompensa viene al
hacer: «Este será bienaventurado en » (Stg 1.25).
III. Habla en el alma (19.12–14)
Nadie puede comprender su corazón (Jer 17.9). Necesitamos el espejo de la Palabra para revelarnos nuestros pecados (Stg 1.22–25).
El salmista concluye pidiéndole a Dios que le revele sus pecados secretos; véase el Salmo 119.23–24. La ley del AT proveía para los pecados