Tema 12 HM I
Tema 12 HM I
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VII-XII).
1. La sociedad feudal.
Ya en época feudal, desde los tiempos carolingios, se establecieron vínculos de
dependencia entre hombres libres que tuvieron sus precedentes entre los francos y
visigodos. Los monarcas germánicos se rodeaban de jóvenes guerreros que le juraban
fidelidad y, a cambio, recibían cobijo en su palacio, alimentación, el equipo necesario y
formación en el ejercicio de las armas. A los miembros de este grupo se los denominó
antrustiones o leudes entre los francos y gardingos entre los visigodos. El término
latino los define como fidelis regis. Más tarde, se lo conoció como vassi, término del
que deriva vassus y vassallus, término que acabó cobrando una extraordinaria fortuna.
Con el tiempo, a cambio de los servicios (in stipendium) de sus vassi, los reyes les
entregaban un beneficium en forma de armas en plena propiedad o, más
generalmente, de tierras en tenencia, en las que el dueño se reservaba la plena
propiedad y cuya concesión podía ser revocada a su voluntad. El beneficiado debía y
reconocía a su señor un fidele obsequium y un sincerum servitium. Esta fue la forma
que empleó Carlos Martel para premiar a sus caballeros y, al no disponer de tierras
propias suficientes, empleó las de la Iglesia, conservando esta la nuda propiedad. El
beneficium se caracteriza por su revocabilidad, lo que lo asemeja al praecarium
romano.
De su beneficio, el vasallo obtenía unas rentas que le permitían vivir y asistir a su señor
en caso necesario, de donde se deduce que, en un primer momento, hubo una
subordinación del beneficio respecto al vasallaje. De este modo, al cesar el vasallaje
cesaba también el beneficio por lo que los señores vigilaban para evitar que los
vasallos que habían recibido tierras no las convirtiesen en propiedad privada (alodios).
El sistema entró en crisis por dos motivos. Las luchas entre los hijos de Luis el Piadoso
provocaron la adscripción de los señores a uno u otro bando y, según las victorias y las
derrotas, se producían continuas confiscaciones y redistribuciones de tierras y cargos.
Esta circunstancia fue aprovechada por los grandes señores para vender cara su
fidelidad y su apoyo militar, debilitando así al poder real. Por otro lado, las invasiones
normandas demostraron que sólo los señores laicos y los eclesiásticos podían organizar
una resistencia frente al enemigo y proteger a los campesinos, lo que aumentó su
dependencia hacia ellos. Castillos y monasterios eran lugares de refugio para los
campesinos, que veían de esta forma que sus señores eran los que podían protegerles.
Carlos El Calvo, nieto de Carlomagno había distribuido gran cantidad de tierras entre la
nobleza, dejando sin bienes a la monarquía y, por tanto, sin capacidad para atraer
nuevos vasallos o de mantener a los que ya tenía. Los condes asimilaron sus honores a
los simples beneficios y los convirtieron en inamovibles en vida y, aunque teóricamente
el rey podía recuperar el condado tras la muerte de su titular, esto prácticamente no
ocurrió.
Carlos el Calvo, en vísperas de su viaje a Italia, con el fin de garantizarse la lealtad de los
señores durante su ausencia, reunió una asamblea en Quierzy-Sur-Oise que promulgó
una capitular según la cual se reconocía el derecho preferente de los hijos de los
condes y otros vasallos para ocupar sus beneficios a la muerte de sus padres. La
medida no tenía más alcance que el tiempo que durase la expedición sobre Italia, sin
embargo, sentó las bases para que en un futuro adquiriese fuerza legal. A partir de
entonces, previamente a su elección, los reyes debían jurar mantener los derechos de
sus fieles, lo que supuso un cambio enorme al anteponer el beneficio al vasallaje.
c) El “feudo”.
Desde principios del siglo X, el feudo, palabra derivada del franco fehu o feod y que
designaba ganados o bienes, es equivalente al beneficio, según la definición que dan
Las Partidas de Alfonso X. La palabra feudo designa también la fusión entre beneficio y
vasallaje, dando lugar a un tipo de contrato por el que el señor cede un beneficio a su
vasallo a cambio de su fidelidad y ayuda. De este modo, el contrato tiene un elemento
personal (vasallaje) y otro real (beneficio). Este tipo de compromiso se generalizó en el
siglo XII en Italia y Francia y en el XIII e Alemania, aunque en España fue muy raro,
excepto en Cataluña, que giraba en torno al reino franco.
d) El homenaje feudal.
La ceremonia en la que se establecía el pacto vasallático constaba de tres partes: se
iniciaba con la inmixtio manuum durante la cual el vasallo, sin armas, arrodillado y a
cabeza descubierta, juntaba las manos entre las de su señor para sellar el pacto + A
continuación se producía el juramento de fidelidad del vasallo hacia su señor prestado
sobre los evangelios o sobre una reliquia para resaltar su carácter sagrado, poniendo a
Dios por testigo, siendo considerada la ruptura como un perjurio + Finalmente, el señor
entregaba a su vasallo un objeto que simbolizaba el feudo, como una bastón, una
rama, un poco de tierra, un anillo o un báculo en caso de un obispado u abadía.
a) El auxilium.
El auxilium o ayuda que el vasallo debía prestar a su señor era, en principio, de carácter
militar, tanto de tipo defensivo como ofensivo (ostes), en correrías de corta duración
(cavalcatas) a título gratuito. Inicialmente no tenían un límite de duración, aunque más
tarde se fijó en cuarenta días y, en caso de superarse este límite, el señor debía pagar
un sueldo al vasallo. El vasallo debía actuar de escolta personal, guardar el castillo de
su señor, pagar parte del rescate de su señor si caía prisionero, ayudarle
económicamente si partía a la Cruzada, etc.
b) El consilium.
El vasallo cumplía con su deber de consejo acudiendo a la corte y asesorando a su
señor en asuntos judiciales. Formaba también parte de la corte en las fiestas señaladas,
aunque los gastos corrían a cargo del señor, que ofrecía alojamiento, comida y regalos
a sus vasallos. El señor, además de entregarle el feudo a su vasallo, estaba obligado a
defenderlo contra sus enemigos, a garantizarle justicia y a serle valedor frente a otros
señores.
A partir del siglo XII, una vez patrimonializados los feudos, las obligaciones feudales se
convirtieron en algo más teórico que real. La ayuda militar perdió importancia y los
señores empezaron a pagar a sus vasallos para contar con su ayuda. En Inglaterra, los
Plantagenet implantaron el escutage, que permitía a sus vasallos esquivar el servicio de
las armas mediante el pago de una tasa. Este sistema permitió a los monarcas ingleses
disponer de dinero suficiente para contratar tropas más valiosas y leales. De esta
manera, el sistema feudal degenera, enfrentando a sus miembros a un continuo
conflicto de intereses.
En general, es posible afirmar que en los territorios donde se instalaron los francos el
feudalismo se impuso con fuerza mientras que donde constituían una minoría, como
en el sur de Francia, el feudalismo tuvo menos fuerza y adquirió connotaciones
diversas.
2.2. España.
Los condes de Septimania y de la Marca Hispánica, así como los obispos y los abades
de la zona gozaron de una consideración espacial por parte de los carolingios y, ya
desde finales del siglo IX, eran prácticamente independientes. De este modo, los
condes de Barcelona-Urgel, Pallars-Ribagorza y Ampurias-Rosellón se convirtieron en
las cabezas de otras tantas dinastías alrededor de las cuales se articuló un sistema
feudal propio.
El reino de León no vivió una fragmentación del poder real ni estableció unas
instituciones feudales como en el resto de Europa pues la reconquista puso en manos
del monarca tierras suficientes para repartir entre sus vasallos. La lucha contra el islam
permitió al rey aglutinar y dirigir las fuerzas disponibles, por lo que su autoridad moral
nunca fue puesta en duda. De acuerdo con la tradición jurídica visigodo-romana, las
tierras yermas y de conquista eran de propiedad real, pero, a diferencia de lo que
ocurre en otros lugares, los condes y potestades puestos al frente no consiguieron
hacer hereditarios sus cargos. Por su parte, el reino pamplonés y el aragonés
participaron, según el momento, de un sistema feudal tipo catalán o tipo leonés.
Tampoco se desarrolló en España un sistema de servidumbre como el europeo pues los
vecinos libres de las aldeas se reunían en un concejo (concilium) para regular las
cuestiones que afectaban a su comunidad. Todos los hombres libres del reino estaban
obligados, a pie o a caballo, a asistir militarmente al rey (fonsado o hueste), aunque si
la expedición era rápida (cavalgada), sólo participaba la caballería. Si no asistían se les
obligaba al pago de una multa que posteriormente derivó en impuesto (fonsadera).
Para las acciones militares de gran envergadura se fomentó la caballería, otorgándose
privilegios a los caballeros villanos y equiparándolos con la nobleza de rango inferior
(infanzones).
2.3. Italia.
En Italia del Norte y Central, los feudos pasaron a ser hereditarios rápidamente,
aunque la vecindad con ciudades importantes, con una notable clase artesanal,
dificultó la implantación del feudalismo. En la Italia Meridional, ocupada por bizantinos
y normandos, el feudalismo se impuso en el siglo XI, en el momento de la ocupación
normanda.
2.4. Alemania.
En Alemania, por un lado, la monarquía alemana se apoyó en numerosos obispados y
abadías creados por ella en su avance hacia el Este, mientras que, por el otro, antiguas
unidades étnicas impusieron su personalidad y fueron la base de monarquías
independientes o poderosos ducados como Sajonia, Baviera, Franconia, Lorena o
Borgoña, que ocasionalmente reconocieron la autoridad del soberano. Para
contrarrestar estas fuerzas, el rey concedió numerosas tierras y vasallos a obispos,
convirtiéndolos en obispos-condes, aunque conservando un amplio margen de
maniobra al no ser territorios heredables. Complementariamente, en 1037, Conrado II
reconoció el derecho hereditario a los pequeños vasallos (valvasores) con el fin de
socavar el poder de los grandes señores.
2.5. Inglaterra.
Desde el siglo IX, Inglaterra conoció un feudalismo embrionario en el que los monarcas
anglosajones, en torno a los cuales se agrupaba la nación, tenían su autoridad limitada
tanto por la Iglesia como por sus consejeros, que formaban el witan, hasta el punto de
que el rey no podía tomar ninguna decisión importante sin contar con su aprobación. El
witan o witangemot era una asamblea formada por miembros de la familia real,
obispos, los jefes de uno o varios condados o shires (ealdormen) y la aristocracia
media (thanes), vasalla del rey, que decidía sobre asuntos relacionados con impuestos,
leyes, asuntos bélicos, etc.
Junto a esta nobleza más elevada (magnates, proceres, comites, etc.), apareció otra de
menor categoría que basaba su existencia en el servicio de armas y en su calidad de
combatientes a caballo (infanzones, milites, etc.). En España, a los miembros del primer
grupo se les denominaba ricoshombres y a los del segundo, infanzones, caballeros o
hidalgos. Aunque la riqueza y el origen diferenciaban a ambos grupos, los dos
compartían privilegios como la exención de impuestos, la inmunidad de sus personas y
sus bienes, la exclusiva dependencia jurídica del rey y de su curia, etc. A partir del siglo
XII, el término caballería englobó a ambas ramas de la nobleza, constituyéndose como
un código de conducta común, cuyos principios fundamentales eran la fidelidad, el
cumplimiento de los deberes militares y el honor, valores a los que posteriormente se
añadió la defensa de los débiles y el “amor cortés” hacia las damas. La Iglesia trató de
reducir los efectos de la guerra con la creación de la Paz y Tregua de Dios e influyó en la
formación del espíritu caballeresco al dirigir el furor guerrero hacia la causa cristiana,
surgiendo así el soldado de Cristo (miles Christi). A pesar de ello, la guerra y la
venganza (faida) fueron las actividades preferidas de la nobleza altomedieval, que
actuaba a caballo mientras las masas de campesinos sólo asistían impasibles a la
destrucción de sus cosechas.
4. El mundo rural.
4.1. El gran dominio.
El panorama rural de Europa hasta principios del siglo XI difiere muy poco del que
presentaba a finales del bajo Imperio. Estaba basado en el gran dominio de varios miles
de hectáreas denominado villa cuyo centro de explotación era la curtis. Se componía
de:
- Saltus: son las tierras sin cultivar. Los campesinos podían utilizarla para recoger leña,
recoger frutos silvestres o miel, etc., pero la caza estaba reservada para el Señor.
Cualquiera que viviese en el dominio estaba sujeto a la voluntad del señor. Los hijos
sucedían a sus padres en el cultivo de la tierra y asumían las obligaciones hacia el
señor, ya se trate de siervos, colonos u hombres libres. El señor era dueño de todo,
construía iglesias, fijaba las rentas, las prestaciones laborales, etc. La condición jurídica
de las personas fue degradándose y allí donde el señor tenía inmunidad, lo que le
permitía detentar los privilegios regios, reclutaba gente, impartía justicia, cobraba
impuestos, etc. La inestabilidad tras la caída de los carolingios y la necesidad de
protección fortaleció a los señores y envileció la situación jurídica, social y económica
de los campesinos del dominio, cuya libertad individual acabó por desaparecer.
El rendimiento de las tierras mejoró gracias a la sustitución del sistema bienal por el
sistema de rotación trienal de cultivos, según el cual la tierra se dividía en tres partes,
sembrándose en una cereales de invierno y en otra un cereal de primavera, mientras la
tercera se dejaba en barbecho.
Desde principios del siglo XI, el sistema carolingio de grandes dominios empezó a
disolverse. La reserva empezó a reducirse pues el señor, que hasta entonces la
explotaba mediante el sistema de corveas, la fragmentó para dividirla entre sus
herederos, para cederla en donaciones piadosas, para crear feudos menores o para
arrendarlas a cambio de una renta.
A pesar de ello, el poder de los señores fue en aumento al apropiarse de los derechos
(banalidades) que ejercían los antiguos funcionarios carolingios en su jurisdicción. Esta
situación supuso la instauración creciente de numerosos abusos (malos usos), como la
prioridad en la venta de la cosecha del señor frente a la de los campesinos, el uso
obligado del molino y el horno del señor, el pago de tasas injustificadas, etc. Se llega a
tal extremo de confusión que no se distingue lo que es obligación personal debida al
señor, de lo que son obligaciones de carácter público debida al Estado, siendo la
arbitrariedad la norma general, dependiendo todo de la voluntad del señor.
Henri Pirenne, que desarrolló su teoría en la primera mitad del siglo XX, afirmó que el
control musulmán del Mediterráneo y los ataques normandos detuvieron la actividad
comercial en Europa y provocaron la decadencia de las ciudades, ya que la base
fundamental de la vida urbana era el comercio. Hasta el siglo XI subsistieron dos tipos
de ciudades, núcleos del posterior desarrollo urbano: la que se remontaba a la época
romana, en la que residía el obispo y donde se desarrollaban funciones administrativas
y los burgos o castros, de origen militar, creados para resistir a los invasores.
Pirenne atribuía el desarrollo urbano del siglo XI al nacimiento del gran comercio y de
una nueva clase social, los mercaderes, que instalaron sus almacenes y tiendas
(portus), junto a ciudades y burgos, para almacenar y vender los productos que
transportaban de una ciudad a otra. A medida que el comercio aumentó, los
mercaderes se establecieron de forma permanente y pronto entraron en conflicto
tanto con los nobles y grandes propietarios como con el obispo, al defender el
reconocimiento de ciertos derechos como el de propiedad, el de gozar de una justicia
especial, el de libertad de comercio, etc. Con este objetivo se formaron las guildas,
asociaciones de mercaderes o comerciantes cuyo objetivo era defender sus derechos y
obtener ciertos privilegios y que fueron el origen de los movimientos comunales que
surgieron posteriormente.
La ciudad medieval se caracterizó por sus murallas, ampliadas a medida que crecía la
población, que rodeaban un entramado de calles estrechas, casas e iglesias
parroquiales que identifican los distintos barrios. Las ciudades más numerosas eran las
de pequeño tamaño, con unos pocos miles de habitantes que trabajaban en el campo o
como artesanos y en las que se celebraba un mercado semanal. Las ciudades de
tamaño medio eran capitales de distrito o de diócesis y en ellas habitaban un cierto
número de mercaderes, artesanos, el representante del rey y el obispo. Las grandes
ciudades (París, Venecia, Milán, Barcelona, Londres) tenían una proyección
internacional debido a su amplio radio de acción comercial o industrial, financiero y
político. Su población oscilaba entre los 40 y los 100.000 habitantes. A pesar de ello,
estas ciudades nunca pudieron compararse a las bizantinas o las del mundo musulmán,
donde la actividad comercial y artesanal era muy grande.
A partir del siglo XIII se produjo el triunfo de la vida urbana gracias al movimiento
comunal que llevó a las ciudades a emanciparse de los poderes laicos y eclesiásticos y a
crear sus propias instituciones. Durante el proceso de lucha, se enfrentaron un
reducido número de hombres ricos (potentes, meliores, cives) conocido como popolo
grasso y una masa de ciudadanos conocida como popolo minuto, pugna que marcó la
vida urbana en el Bajo Medievo.
5.3. El comercio.
a) Los orígenes.
A pesar del colapso de la vida económica tras la caída del Imperio romano, el comercio
nunca desapareció por completo pues, aun cuando la mayoría de la población no
necesitaba ni podía acceder a los productos manufacturados, una ínfima parte (condes,
obispos y ricos propietarios) sí consumían productos de lujo, que eran la base del
comercio. Ello provocó que los mercaderes, judíos, griegos y sirios, fuesen objetivo de
las críticas de los eclesiásticos. A pesar de ello, a partir del siglo XI, el mercader se
convirtió en el motor de la economía europea, basada hasta entonces en la agricultura.
En el área báltica y del Mar del Norte, los lugares de intercambio de la época vikinga
(wiks), como Haythabu en la península de Jutlandia y Visby, proyectaron su radio de
acción desde el siglo XI hacia el espacio ruso.
Las zonas del Mosa y el Rin fueron también activos centros de comercio, mientras que
Flandes, con su comercio de paños, fue el centro más activo del comercio norteño,
estableciendo alianzas en Inglaterra y España para asegurarse el suministro de lanas.
Brujas se puso a la cabeza de las ciudades flamencas, promoviendo la creación de
asociaciones o hansas de diversas ciudades para organizar el comercio de la lana. El
elemento judío ocupó un importante lugar en el comercio continental, con bases en
Maguncia, Verdún o Praga.
5.4. La actividad comercial.
b) El transporte marítimo.
El transporte marítimo se veía perjudicado por la poca capacidad de las naves y por las
dificultades de la navegación, limitando el comercio al cabotaje con muy pocos casos
de altura.
En el norte, a principios del siglo XII, la nave vikinga (drakar) fue poco a poco sustituida
por un nuevo tipo de barco llamado coca (koggen), más resistente a las embestidas del
mar y de mayor capacidad (300 toneladas), que era perfecto para el transporte de vino,
lana, cereales y cualquier materia pesada y de gran volumen (a continuación, imagen
izquierda). En el Mediterráneo, se mantuvo el uso de la galera de dos mástiles, con vela
latina y a remo, apta para mares más tranquilos y para transportar mercancías de poco
peso y gran valor hasta una capacidad de 200 – 300 toneladas.
El elevado volumen de las ventas y la necesidad de facilitar los pagos, hicieron que los
mercaderes italianos introdujesen las “letras de feria” u órdenes de pago, que
facilitaban las transacciones comerciales y evitaban el transporte de grandes sumas de
dinero. La letra de feria era un documento escrito ante notario por la que un deudor se
comprometía a reembolsar a un acreedor una cantidad previamente estipulada en un
lugar y en un momento concreto.
Para los pocos intercambios comerciales existentes, Carlomagno creyó suficiente el uso
de monedas de plata en ellas basó su reforma monetaria. En 794 impuso el patrón de
plata, con un peso concreto, y en 805 reivindicó el monopolio real (regalía) en la
acuñación de moneda, sin embargo, el debilitamiento del poder real facilitó que
numerosas cecas privadas acuñasen también moneda y que, ante la escasez de plata,
su valor se envileciese al alearlas con cobre. El desarrollo del comercio hizo necesaria
una mayor circulación monetaria y la recuperación del valor de la moneda, por lo que
se emitieron nuevas monedas de plata.
La reforma de Carlomagno durará varios siglos, hasta que Venecia, por motivos
comerciales, en 1202 emite el gros o matapán de plata. En 1.266 Luis IX de Francia
creará el gros de Tours que se convertirá en la moneda por excelencia de Europa, y en
Inglaterra se creará la esterlina.
Con el objetivo de afrontar los largos viajes y las crecientes inversiones comerciales, en
Italia nacieron instituciones como la commanda y la societas maris. En ambos casos, un
comandatario entregaba un dinero y objeto a un comerciante para que realizara un
determinado negocio. Tras el viaje, los beneficios se repartían entre ambos a partes
iguales en la societas y tres cuartas partes para el comandatario en la commanda. Las
pérdidas sólo las asumía el comandatario. Con el tiempo, apareció la compañía, que
permitía la entrada en el negocio de varias personas, que se repartían el beneficio y las
pérdidas según su aportación inicial. Cuando las compañías empezaron a admitir
depósitos y a prestar dinero aparecerá la banca, motor de la economía en épocas
posteriores.