Tema 12 HM I

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TEMA XII: SOCIEDAD Y PRODUCCIÓN EN LA EUROPA OCCIDENTAL (SIGLOS

VII-XII).
1. La sociedad feudal.
Ya en época feudal, desde los tiempos carolingios, se establecieron vínculos de
dependencia entre hombres libres que tuvieron sus precedentes entre los francos y
visigodos. Los monarcas germánicos se rodeaban de jóvenes guerreros que le juraban
fidelidad y, a cambio, recibían cobijo en su palacio, alimentación, el equipo necesario y
formación en el ejercicio de las armas. A los miembros de este grupo se los denominó
antrustiones o leudes entre los francos y gardingos entre los visigodos. El término
latino los define como fidelis regis. Más tarde, se lo conoció como vassi, término del
que deriva vassus y vassallus, término que acabó cobrando una extraordinaria fortuna.

Con el tiempo, a cambio de los servicios (in stipendium) de sus vassi, los reyes les
entregaban un beneficium en forma de armas en plena propiedad o, más
generalmente, de tierras en tenencia, en las que el dueño se reservaba la plena
propiedad y cuya concesión podía ser revocada a su voluntad. El beneficiado debía y
reconocía a su señor un fidele obsequium y un sincerum servitium. Esta fue la forma
que empleó Carlos Martel para premiar a sus caballeros y, al no disponer de tierras
propias suficientes, empleó las de la Iglesia, conservando esta la nuda propiedad. El
beneficium se caracteriza por su revocabilidad, lo que lo asemeja al praecarium
romano.

1.1. El vasallaje en época carolingia.


Con el fin de consolidar su autoridad, de ejercer el control sobre los grandes
propietarios y de asegurarse el servicio militar, los monarcas carolingios fomentaron el
vasallaje hacia su persona mediante vínculos de fidelidad. De este modo, más allá del
grupo de los fidelis regis, el monarca se aseguraba el control sobre vastos territorios,
ampliados con nuevas conquistas, y sobre numerosas personas, a las que llegaba así su
autoridad. Carlomagno también fomentó el vasallaje hacia su persona, de modo que
pudo disponer de un fiel ejército propio, al margen del que le proporcionaban los
grandes señores. Por su parte, la paga en tierras para aquéllos que se ponían al servicio
del rey llevó a condes, obispos y abades a ver en el servicio real un modo de ensanchar
sus posesiones. Ante la utilidad del sistema, Carlomagno fomentó que los principales
vasallos animasen al subvasallaje respecto a otros hombres libres, tejiendo así una red
de lazos que abarcara a todos los hombres libres del reino. A pesar de todo, el sistema
se debilitó cuando al frente del reino se colocó un monarca poco carismático y,
especialmente, a medida que se interponían señores entre él y los hombres libres, de
modo que los señores de las zonas más alejadas fueron relajando su dependencia y la
de sus vasallos del poder central.
a) El “beneficio”.
Los condes, abades, obispos u hombres libres que se convertían en vasallos del rey
recibían un beneficio consistente en tierras (casati) o en cargos (honor) que
proporcionaban unas rentas procedentes de las tierras adscritas al cargo en cuestión.
Los vasallos de los reyes carolingios recibieron tierras reales, bienes fiscales, tierras de
la Iglesia y tierras recién conquistadas donde era necesario instalar personas fieles para
afirmar la autoridad real.

De su beneficio, el vasallo obtenía unas rentas que le permitían vivir y asistir a su señor
en caso necesario, de donde se deduce que, en un primer momento, hubo una
subordinación del beneficio respecto al vasallaje. De este modo, al cesar el vasallaje
cesaba también el beneficio por lo que los señores vigilaban para evitar que los
vasallos que habían recibido tierras no las convirtiesen en propiedad privada (alodios).

El sistema entró en crisis por dos motivos. Las luchas entre los hijos de Luis el Piadoso
provocaron la adscripción de los señores a uno u otro bando y, según las victorias y las
derrotas, se producían continuas confiscaciones y redistribuciones de tierras y cargos.
Esta circunstancia fue aprovechada por los grandes señores para vender cara su
fidelidad y su apoyo militar, debilitando así al poder real. Por otro lado, las invasiones
normandas demostraron que sólo los señores laicos y los eclesiásticos podían organizar
una resistencia frente al enemigo y proteger a los campesinos, lo que aumentó su
dependencia hacia ellos. Castillos y monasterios eran lugares de refugio para los
campesinos, que veían de esta forma que sus señores eran los que podían protegerles.

La crisis del sistema también se debió a la equiparación entre el cargo público y el


beneficio, de modo que los condes consideraron su propio cargo público como un
beneficio, cuando el beneficio era, en realidad, el disfrute de los bienes adscritos al
cargo, el producto de las penas impuestas por los tribunales y cuantas retribuciones
reportasen el ejercicio de la autoridad real. Esta situación comenzó a detectarse desde
los últimos años de Carlomagno.

b) Transmisión de los beneficios.


Inicialmente, existía una clara distinción entre honor y beneficio. El honor implicaba el
desempeño de un cargo público (condado, obispado, abadía) y el disfrute de las
correspondientes rentas y podía ser revocado a voluntad del monarca. A pesar de ello,
el señor que concedía un beneficio no podía retirarlo sin un motivo justificado o sin
indemnizar al vasallo por un valor equivalente a del beneficio. Lo cierto es que, a partir
del reinado de Carlos el Calvo, fue muy difícil desposeer a alguien de su cargo pues el
rey no tenía fuerza suficiente, situación reconocida de facto en la Asamblea de
Coulaines (843) donde el rey se comprometió a no despojar a la Iglesia de sus
propiedades y a los nobles de sus cargos, considerándolos liberados de su juramento
de fidelidad en caso de desposeerlos. El rey no lo era por la gracia de Dios, sino por un
pacto de fidelidad con sus vasallos.

Carlos El Calvo, nieto de Carlomagno había distribuido gran cantidad de tierras entre la
nobleza, dejando sin bienes a la monarquía y, por tanto, sin capacidad para atraer
nuevos vasallos o de mantener a los que ya tenía. Los condes asimilaron sus honores a
los simples beneficios y los convirtieron en inamovibles en vida y, aunque teóricamente
el rey podía recuperar el condado tras la muerte de su titular, esto prácticamente no
ocurrió.

Carlos el Calvo, en vísperas de su viaje a Italia, con el fin de garantizarse la lealtad de los
señores durante su ausencia, reunió una asamblea en Quierzy-Sur-Oise que promulgó
una capitular según la cual se reconocía el derecho preferente de los hijos de los
condes y otros vasallos para ocupar sus beneficios a la muerte de sus padres. La
medida no tenía más alcance que el tiempo que durase la expedición sobre Italia, sin
embargo, sentó las bases para que en un futuro adquiriese fuerza legal. A partir de
entonces, previamente a su elección, los reyes debían jurar mantener los derechos de
sus fieles, lo que supuso un cambio enorme al anteponer el beneficio al vasallaje.

Además de la tierra, también la autoridad y el ejercicio de las funciones públicas


pasaron de manos del rey a las de los vasallos. La disgregación política producto de los
mecanismos de la feudalidad provocó, desde finales del siglo IX, una regionalización del
poder en la que los poderes locales ejercen su autoridad ya no en nombre del rey sino
en nombre propio y en su propio beneficio (primus ínter pares). La presencia de
normandos y sarracenos estimuló que los señores defendiesen desde sus castillos a los
campesinos de sus nuevas propiedades. En estas circunstancias, el poder de ban, por el
que inicialmente sólo el monarca podía convocar a los hombres libres para la guerra y
juzgarlos por sus delitos, fue usurpado por los condes, que los aplicaron sobre los
hombres de sus condados.

c) El “feudo”.
Desde principios del siglo X, el feudo, palabra derivada del franco fehu o feod y que
designaba ganados o bienes, es equivalente al beneficio, según la definición que dan
Las Partidas de Alfonso X. La palabra feudo designa también la fusión entre beneficio y
vasallaje, dando lugar a un tipo de contrato por el que el señor cede un beneficio a su
vasallo a cambio de su fidelidad y ayuda. De este modo, el contrato tiene un elemento
personal (vasallaje) y otro real (beneficio). Este tipo de compromiso se generalizó en el
siglo XII en Italia y Francia y en el XIII e Alemania, aunque en España fue muy raro,
excepto en Cataluña, que giraba en torno al reino franco.
d) El homenaje feudal.
La ceremonia en la que se establecía el pacto vasallático constaba de tres partes: se
iniciaba con la inmixtio manuum durante la cual el vasallo, sin armas, arrodillado y a
cabeza descubierta, juntaba las manos entre las de su señor para sellar el pacto + A
continuación se producía el juramento de fidelidad del vasallo hacia su señor prestado
sobre los evangelios o sobre una reliquia para resaltar su carácter sagrado, poniendo a
Dios por testigo, siendo considerada la ruptura como un perjurio + Finalmente, el señor
entregaba a su vasallo un objeto que simbolizaba el feudo, como una bastón, una
rama, un poco de tierra, un anillo o un báculo en caso de un obispado u abadía.

1.2. Las obligaciones contractuales.


En el año 1020 Fulberto de Chrartres, escribió una carta al duque Guillermo V de
Aquitania, en la que le exponía cuales eran las obligaciones de un vasallo para su señor,
resumiéndose en dos: el auxilium y el consilium.

a) El auxilium.
El auxilium o ayuda que el vasallo debía prestar a su señor era, en principio, de carácter
militar, tanto de tipo defensivo como ofensivo (ostes), en correrías de corta duración
(cavalcatas) a título gratuito. Inicialmente no tenían un límite de duración, aunque más
tarde se fijó en cuarenta días y, en caso de superarse este límite, el señor debía pagar
un sueldo al vasallo. El vasallo debía actuar de escolta personal, guardar el castillo de
su señor, pagar parte del rescate de su señor si caía prisionero, ayudarle
económicamente si partía a la Cruzada, etc.

b) El consilium.
El vasallo cumplía con su deber de consejo acudiendo a la corte y asesorando a su
señor en asuntos judiciales. Formaba también parte de la corte en las fiestas señaladas,
aunque los gastos corrían a cargo del señor, que ofrecía alojamiento, comida y regalos
a sus vasallos. El señor, además de entregarle el feudo a su vasallo, estaba obligado a
defenderlo contra sus enemigos, a garantizarle justicia y a serle valedor frente a otros
señores.

1.3. La primacía del feudo.


Inicialmente, en el feudo-contrato establecido entre el señor y su vasallo era más
importante el lazo personal entre ambos que el beneficio. Sin embargo, desde el siglo
XI, los aspectos económicos comenzaron a pesar más que los personales,
especialmente cuando el vasallo consiguió hacer hereditario su feudo. Ello tendió a
aflojar los vínculos entre el vasallo y su señor, a lo que no ayudaba que la ceremonia de
vasallaje se repitiese cada vez que se producía una sucesión, lo que debilitaba los lazos
de unión entre ambas partes.
Desde el siglo XI, previa devolución del feudo, el vasallo pudo romper los lazos con su
señor y buscar uno o varios nuevos señores, lo que constituyó una fuente de conflictos.
También ocurrió que algunos vasallos superaron en bienes a sus señores, rompiéndose
el equilibrio entre las obligaciones de ambas partes a favor del más fuerte. Aunque
mayoritariamente existía una relación directa entre el feudo y la tierra, en época
posterior surgió un tipo de feudo llamado de bolsa o de renta basado en la percepción
de rentas dinerarias, procedentes de multas, peajes, impuestos, etc., incluso se dará el
caso de contratación de caballeros sin recursos con su sueldo a cargo del tesoro del
señor.

A partir del siglo XII, una vez patrimonializados los feudos, las obligaciones feudales se
convirtieron en algo más teórico que real. La ayuda militar perdió importancia y los
señores empezaron a pagar a sus vasallos para contar con su ayuda. En Inglaterra, los
Plantagenet implantaron el escutage, que permitía a sus vasallos esquivar el servicio de
las armas mediante el pago de una tasa. Este sistema permitió a los monarcas ingleses
disponer de dinero suficiente para contratar tropas más valiosas y leales. De esta
manera, el sistema feudal degenera, enfrentando a sus miembros a un continuo
conflicto de intereses.

2. Geografía del feudalismo.


2.1. Francia.
Con vistas a contener la expansión musulmana, Carlos Martel necesitó crear una
potente caballería, por lo que repartió generosamente tierras en régimen de usufructo
entre sus vasallos para que éstos pudieran procurarse su manutención y equipo de
guerra. De este modo, es posible afirmar que la dinastía carolingia fue la que empezó a
aplicar el sistema feudal en sus dominios territoriales.

Paradójicamente, también fue en Francia donde se inició el resurgimiento de la


monarquía de manos de la dinastía Capeto, monarquía feudal por excelencia, cuyos
dominios estaban mayoritariamente infeudados y donde primero se aplicó el principio
de afirmación real. Para todo ello, los Capeto contaron con el apoyo de la Iglesia debido
a su capacidad de nombrar obispos y abades que, al no poder consolidar sus propias
dinastías familiares, ponían la fidelidad de sus vasallos en manos del rey. De este modo,
apoyados en sus propios vasallos, en la fidelidad de obispos y abades, en el vasallaje
del resto de señores franceses y en el prestigio que les otorgaba la unción con óleo
santo durante la ceremonia de consagración real, los Capeto fueron afirmando, muy
lentamente, su preeminencia sobre todos ellos.

En general, es posible afirmar que en los territorios donde se instalaron los francos el
feudalismo se impuso con fuerza mientras que donde constituían una minoría, como
en el sur de Francia, el feudalismo tuvo menos fuerza y adquirió connotaciones
diversas.
2.2. España.
Los condes de Septimania y de la Marca Hispánica, así como los obispos y los abades
de la zona gozaron de una consideración espacial por parte de los carolingios y, ya
desde finales del siglo IX, eran prácticamente independientes. De este modo, los
condes de Barcelona-Urgel, Pallars-Ribagorza y Ampurias-Rosellón se convirtieron en
las cabezas de otras tantas dinastías alrededor de las cuales se articuló un sistema
feudal propio.

El reino de León no vivió una fragmentación del poder real ni estableció unas
instituciones feudales como en el resto de Europa pues la reconquista puso en manos
del monarca tierras suficientes para repartir entre sus vasallos. La lucha contra el islam
permitió al rey aglutinar y dirigir las fuerzas disponibles, por lo que su autoridad moral
nunca fue puesta en duda. De acuerdo con la tradición jurídica visigodo-romana, las
tierras yermas y de conquista eran de propiedad real, pero, a diferencia de lo que
ocurre en otros lugares, los condes y potestades puestos al frente no consiguieron
hacer hereditarios sus cargos. Por su parte, el reino pamplonés y el aragonés
participaron, según el momento, de un sistema feudal tipo catalán o tipo leonés.
Tampoco se desarrolló en España un sistema de servidumbre como el europeo pues los
vecinos libres de las aldeas se reunían en un concejo (concilium) para regular las
cuestiones que afectaban a su comunidad. Todos los hombres libres del reino estaban
obligados, a pie o a caballo, a asistir militarmente al rey (fonsado o hueste), aunque si
la expedición era rápida (cavalgada), sólo participaba la caballería. Si no asistían se les
obligaba al pago de una multa que posteriormente derivó en impuesto (fonsadera).
Para las acciones militares de gran envergadura se fomentó la caballería, otorgándose
privilegios a los caballeros villanos y equiparándolos con la nobleza de rango inferior
(infanzones).

2.3. Italia.
En Italia del Norte y Central, los feudos pasaron a ser hereditarios rápidamente,
aunque la vecindad con ciudades importantes, con una notable clase artesanal,
dificultó la implantación del feudalismo. En la Italia Meridional, ocupada por bizantinos
y normandos, el feudalismo se impuso en el siglo XI, en el momento de la ocupación
normanda.

2.4. Alemania.
En Alemania, por un lado, la monarquía alemana se apoyó en numerosos obispados y
abadías creados por ella en su avance hacia el Este, mientras que, por el otro, antiguas
unidades étnicas impusieron su personalidad y fueron la base de monarquías
independientes o poderosos ducados como Sajonia, Baviera, Franconia, Lorena o
Borgoña, que ocasionalmente reconocieron la autoridad del soberano. Para
contrarrestar estas fuerzas, el rey concedió numerosas tierras y vasallos a obispos,
convirtiéndolos en obispos-condes, aunque conservando un amplio margen de
maniobra al no ser territorios heredables. Complementariamente, en 1037, Conrado II
reconoció el derecho hereditario a los pequeños vasallos (valvasores) con el fin de
socavar el poder de los grandes señores.

2.5. Inglaterra.
Desde el siglo IX, Inglaterra conoció un feudalismo embrionario en el que los monarcas
anglosajones, en torno a los cuales se agrupaba la nación, tenían su autoridad limitada
tanto por la Iglesia como por sus consejeros, que formaban el witan, hasta el punto de
que el rey no podía tomar ninguna decisión importante sin contar con su aprobación. El
witan o witangemot era una asamblea formada por miembros de la familia real,
obispos, los jefes de uno o varios condados o shires (ealdormen) y la aristocracia
media (thanes), vasalla del rey, que decidía sobre asuntos relacionados con impuestos,
leyes, asuntos bélicos, etc.

En el siglo X, el territorio de la isla estaba dividido en condados (shires), al frente de los


cuales se situaba un jefe militar (que hará hereditario su cargo), un obispo y un sheriff
encargado de recaudar rentas, administrar justicia y aplicar la ley. En tiempos de la
conquista normanda (1066), los thanes se hallaban repartidos por todo el reino,
disponían de tierras en propiedad, eran libres y dependían del rey, de otro señor o de
una iglesia. Por otro lado, aquellos que servían militarmente al rey pero que no poseían
tierras se conocían como caballeros (knights). Con la conquista normanda, se introdujo
en Inglaterra el feudalismo francés, lo que situó al monarca en lo más alto de la
pirámide social. Todas las tierras le pertenecían y todos los feudos dependían de él, de
modo que los barones los recibían de sus manos.

3. La tripartición funcional y otros modelos de sociedad. La caballería.


La sociedad feudal del siglo X se estructuraba en tres grupos: los bellatores, los
oratores y los laboratores. Los bellatores, responsables del oficio militar, estaban en lo
más alto de la pirámide feudal y defendían a los otros dos órdenes. Conformaban la
aristocracia, de sangre o de oficio, poseedora de tierras que le proporcionaban rentas
gracias al trabajo de los campesinos (laboratores) que habitaban en ellas. Mientras
tanto, los oratores, el clero, tenía encomendada la defensa espiritual de la sociedad.
Esta aristocracia se conoce como seniores, fideles o nobiles aunque, desde principios
del siglo X, aparecen también entre ciertas capas de la población, inferiores a la
nobleza y por ello más móviles y permeables, los llamados milites o caballarii,
personajes vinculados directamente al príncipe. La nobleza de sangre, anterior pues a
la caballería, era escasa, tenía sus orígenes en el Bajo Imperio y estaba fundamentada
en el honor al antepasado. Hasta el siglo XII se transmitió por línea femenina y a ella
pertenecían viejas familias senatoriales, funcionarios reales, poseedores de feudos,
grandes propietarios agrícolas, etc., sin embargo, cuando los feudos se hicieron
hereditarios, los señores adquirieron el poder de ban y la guerra constituyó su principal
actividad, la nobleza se transmitió por línea masculina.

Junto a esta nobleza más elevada (magnates, proceres, comites, etc.), apareció otra de
menor categoría que basaba su existencia en el servicio de armas y en su calidad de
combatientes a caballo (infanzones, milites, etc.). En España, a los miembros del primer
grupo se les denominaba ricoshombres y a los del segundo, infanzones, caballeros o
hidalgos. Aunque la riqueza y el origen diferenciaban a ambos grupos, los dos
compartían privilegios como la exención de impuestos, la inmunidad de sus personas y
sus bienes, la exclusiva dependencia jurídica del rey y de su curia, etc. A partir del siglo
XII, el término caballería englobó a ambas ramas de la nobleza, constituyéndose como
un código de conducta común, cuyos principios fundamentales eran la fidelidad, el
cumplimiento de los deberes militares y el honor, valores a los que posteriormente se
añadió la defensa de los débiles y el “amor cortés” hacia las damas. La Iglesia trató de
reducir los efectos de la guerra con la creación de la Paz y Tregua de Dios e influyó en la
formación del espíritu caballeresco al dirigir el furor guerrero hacia la causa cristiana,
surgiendo así el soldado de Cristo (miles Christi). A pesar de ello, la guerra y la
venganza (faida) fueron las actividades preferidas de la nobleza altomedieval, que
actuaba a caballo mientras las masas de campesinos sólo asistían impasibles a la
destrucción de sus cosechas.

Los caballeros se dedicaron también a los torneos, celebrados en ocasión de grandes


fiestas como remedo de la guerra, aunque fueron inútilmente prohibidos por la Iglesia
en 1179. Nobles y caballeros se regían por nomas propias e, instalados en sus castillos,
se aprovechaban del trabajo de otros hombres lo que levantó una barrera
infranqueable entre ellos y el resto de la población que trascendió a la época medieval.

4. El mundo rural.
4.1. El gran dominio.
El panorama rural de Europa hasta principios del siglo XI difiere muy poco del que
presentaba a finales del bajo Imperio. Estaba basado en el gran dominio de varios miles
de hectáreas denominado villa cuyo centro de explotación era la curtis. Se componía
de:

- Ager: es la tierra cultivada:

(1) Terra dominicata: en su centro se encuentra la corte (curtis), en la que se hallan la


residencia el señor (dominus), almacenes, molinos, etc. Esta cultivada por los siervos
del señor, y por todos aquellos campesinos que poseían tierras (mansos) en la tierra
indominicata. El manso, de dimensiones variables entre 2 y 10 hectáreas, era la teórica
unidad de explotación familiar, que debía bastarle a un campesino para su sostén y que
podía ser cultivado con un arado y una o dos parejas de bueyes. El manso servía
también como unidad fiscal para calcular el pago de impuestos.
(2) Terra indominicata: tierras del ager dadas en arrendamiento a campesinos y que se
encontraba alejada de la corte. Estos campesinos a su vez trabajaban algunos días a la
semana en la tierra dominicata (corveas), colaborando en la vendimia, la siembra,
trillar, arar, etc.

- Saltus: son las tierras sin cultivar. Los campesinos podían utilizarla para recoger leña,
recoger frutos silvestres o miel, etc., pero la caza estaba reservada para el Señor.

A menudo el utillaje empleado es insuficiente, debido al escaso uso del hierro y de


abonos, que deriva en una baja productividad que, sumada a unas condiciones
climatológicas adversas, provocaba una constante amenaza de hambrunas y la
subalimentación de la población. Las villas, normalmente autosuficientes, empleaban
sus excedentes para el intercambio de bienes o los vendían en pequeños mercados, al
tiempo que fabricaban cuanto era necesario para la vida cotidiana: aperos de labranza,
ropa, calzado, mobiliario, etc.

Cualquiera que viviese en el dominio estaba sujeto a la voluntad del señor. Los hijos
sucedían a sus padres en el cultivo de la tierra y asumían las obligaciones hacia el
señor, ya se trate de siervos, colonos u hombres libres. El señor era dueño de todo,
construía iglesias, fijaba las rentas, las prestaciones laborales, etc. La condición jurídica
de las personas fue degradándose y allí donde el señor tenía inmunidad, lo que le
permitía detentar los privilegios regios, reclutaba gente, impartía justicia, cobraba
impuestos, etc. La inestabilidad tras la caída de los carolingios y la necesidad de
protección fortaleció a los señores y envileció la situación jurídica, social y económica
de los campesinos del dominio, cuya libertad individual acabó por desaparecer.

Todo este funcionamiento se conoce gracias a los polípticos o registros de derechos y


rentas, como el que redactó el abad Irmión de Saint-Germain-des-Prés.

4.2. La explotación de la tierra.


Tras las segundas invasiones y pasados los tiempos de crisis, desde mediados del siglo
X y principios del XI, se produjo una recuperación general de la vida agrícola reflejada
en un aumento de la población que obligó a explotar tierras baldías – durante el Drang
nach Osten, en Europa central se talaron bosques y se desecaron pantanos - o recién
conquistadas, como en España, en el valle del Duero y en Cataluña.

El rendimiento de las tierras mejoró gracias a la sustitución del sistema bienal por el
sistema de rotación trienal de cultivos, según el cual la tierra se dividía en tres partes,
sembrándose en una cereales de invierno y en otra un cereal de primavera, mientras la
tercera se dejaba en barbecho.

Aunque lenta y puntualmente, también progresó la técnica agrícola, con la sustitución


del arado romano - apto sólo para la tierra mediterránea -, por el arado de una o dos
ruedas, con vertedera, que permitía penetrar en el terreno más pesado. Se mejoró la
guarnición de las bestias de tiro para aprovechar mejor su enorme fuerza (uso de la
collera) y se difundió el uso de molinos de agua y viento para mover morteros y ruedas
de molino, lo que permitió emplear la fuerza humana para otros cometidos.

Desde principios del siglo XI, el sistema carolingio de grandes dominios empezó a
disolverse. La reserva empezó a reducirse pues el señor, que hasta entonces la
explotaba mediante el sistema de corveas, la fragmentó para dividirla entre sus
herederos, para cederla en donaciones piadosas, para crear feudos menores o para
arrendarlas a cambio de una renta.

A pesar de ello, el poder de los señores fue en aumento al apropiarse de los derechos
(banalidades) que ejercían los antiguos funcionarios carolingios en su jurisdicción. Esta
situación supuso la instauración creciente de numerosos abusos (malos usos), como la
prioridad en la venta de la cosecha del señor frente a la de los campesinos, el uso
obligado del molino y el horno del señor, el pago de tasas injustificadas, etc. Se llega a
tal extremo de confusión que no se distingue lo que es obligación personal debida al
señor, de lo que son obligaciones de carácter público debida al Estado, siendo la
arbitrariedad la norma general, dependiendo todo de la voluntad del señor.

4.3. El aumento de población.


Entre el siglo X y XIII, Europa asistió en esa época a una lenta recuperación demográfica
debida al aumento de las temperaturas y a la disminución de las lluvias, a una mejora
en la alimentación humana y a una mayor tranquilidad general debida, en parte
también, a instituciones de Paz y Tregua de Dios. Ello provocó un aumento de precio en
las tierras, la caída de los salarios, la creación de nuevos núcleos urbanos, la
fragmentación de los mansos y la roturación de nuevas tierras. A pesar de todo, no
faltaron tampoco las guerras, períodos de hambruna, epidemias y el mantenimiento de
una escasa esperanza de vida, aunque en todas partes la natalidad fue superior a la
mortalidad. Se calcula que Europa pasó de los 25 millones de habitantes hacia el año
950, a los 45-50 a principios del siglo XIII, siendo la población inglesa la mejor
documentada gracias al sistema fiscal normando, que pasó de 900.000 habitantes en
1086 a 2.000.000 a principios del siglo XIII.

5. La vida urbana y el comercio.


5.1. La teoría clásica.
En el mundo altomedieval, esencialmente rural, la tierra daba el poder y la riqueza y
toda la actividad humana giraba en torno a sus ciclos naturales. A pesar de ello,
alternativamente a la villa, existía otra realidad ciertamente modesta, que las fuentes
denominaban civitas, burgus, castrum, oppidum, etc., en la que unos ciudadanos o
burgueses se constituían como un elemento extraño en el seno de la sociedad feudal
debido a su modo de vida, a su mentalidad y a sus actividades.
A partir del siglo X, se produjo un incremento de la vida urbana, hecho que algunos
autores atribuyen a la pervivencia de las ciudades romanas y otros al desarrollo
comercial. Actualmente, ambas posturas están matizadas al tiempo que se relativiza la
distinción entre los habitantes del campo y los de la ciudad.

Henri Pirenne, que desarrolló su teoría en la primera mitad del siglo XX, afirmó que el
control musulmán del Mediterráneo y los ataques normandos detuvieron la actividad
comercial en Europa y provocaron la decadencia de las ciudades, ya que la base
fundamental de la vida urbana era el comercio. Hasta el siglo XI subsistieron dos tipos
de ciudades, núcleos del posterior desarrollo urbano: la que se remontaba a la época
romana, en la que residía el obispo y donde se desarrollaban funciones administrativas
y los burgos o castros, de origen militar, creados para resistir a los invasores.

Pirenne atribuía el desarrollo urbano del siglo XI al nacimiento del gran comercio y de
una nueva clase social, los mercaderes, que instalaron sus almacenes y tiendas
(portus), junto a ciudades y burgos, para almacenar y vender los productos que
transportaban de una ciudad a otra. A medida que el comercio aumentó, los
mercaderes se establecieron de forma permanente y pronto entraron en conflicto
tanto con los nobles y grandes propietarios como con el obispo, al defender el
reconocimiento de ciertos derechos como el de propiedad, el de gozar de una justicia
especial, el de libertad de comercio, etc. Con este objetivo se formaron las guildas,
asociaciones de mercaderes o comerciantes cuyo objetivo era defender sus derechos y
obtener ciertos privilegios y que fueron el origen de los movimientos comunales que
surgieron posteriormente.

5.1. La teoría actual.


Actualmente se matiza la tesis de Pirenne de manera que: las invasiones normandas
afectaron a la parte marítima del reino franco y a algunas zonas del interior y que los
mercaderes eran agentes locales de los grandes señores que vendían los excedentes de
las cosechas en otros centros. Por otro lado, las ciudades medievales no vivieron al
margen del campo y muchos de sus habitantes realizaron tareas agrícolas. Finalmente,
los reyes y señores crearon ciudades ad hoc por razones militares o de repoblación y
concedieron privilegios a sus habitantes sin que fuesen previamente reclamadas.

Sin menospreciar la importancia del comercio en el desarrollo de las ciudades, cabe


destacar también otras causas ya que, junto a las urbes que pervivían desde el Bajo
Imperio, surgieron otras junto a monasterios y lugares de culto (Santiago de
Compostela), junto a fortificaciones (Burgos o Zamora), en zonas pantanosas (Venecia),
por motivos estratégicos, políticos o de repoblación.

En la zona mediterránea, las ciudades romanas tuvieron una continuidad en época


medieval, aunque algunas decayeron y otras se convirtieran en importantes núcleos de
población y riqueza. En el norte de Europa, en Inglaterra y en los países eslavos, las
ciudades surgieron en torno a antiguos puestos militares (gorod) o en puertos
comerciales de la época vikinga (wik o wich). En la zona de Flandes aparecería un tercer
tipo de ciudad, aquellas que tenían un pasado romano relativo y que estaban animadas
por el renacer comercial, tal y como describe Pirenne.

La ciudad medieval se caracterizó por sus murallas, ampliadas a medida que crecía la
población, que rodeaban un entramado de calles estrechas, casas e iglesias
parroquiales que identifican los distintos barrios. Las ciudades más numerosas eran las
de pequeño tamaño, con unos pocos miles de habitantes que trabajaban en el campo o
como artesanos y en las que se celebraba un mercado semanal. Las ciudades de
tamaño medio eran capitales de distrito o de diócesis y en ellas habitaban un cierto
número de mercaderes, artesanos, el representante del rey y el obispo. Las grandes
ciudades (París, Venecia, Milán, Barcelona, Londres) tenían una proyección
internacional debido a su amplio radio de acción comercial o industrial, financiero y
político. Su población oscilaba entre los 40 y los 100.000 habitantes. A pesar de ello,
estas ciudades nunca pudieron compararse a las bizantinas o las del mundo musulmán,
donde la actividad comercial y artesanal era muy grande.

A partir del siglo XIII se produjo el triunfo de la vida urbana gracias al movimiento
comunal que llevó a las ciudades a emanciparse de los poderes laicos y eclesiásticos y a
crear sus propias instituciones. Durante el proceso de lucha, se enfrentaron un
reducido número de hombres ricos (potentes, meliores, cives) conocido como popolo
grasso y una masa de ciudadanos conocida como popolo minuto, pugna que marcó la
vida urbana en el Bajo Medievo.

5.3. El comercio.

a) Los orígenes.
A pesar del colapso de la vida económica tras la caída del Imperio romano, el comercio
nunca desapareció por completo pues, aun cuando la mayoría de la población no
necesitaba ni podía acceder a los productos manufacturados, una ínfima parte (condes,
obispos y ricos propietarios) sí consumían productos de lujo, que eran la base del
comercio. Ello provocó que los mercaderes, judíos, griegos y sirios, fuesen objetivo de
las críticas de los eclesiásticos. A pesar de ello, a partir del siglo XI, el mercader se
convirtió en el motor de la economía europea, basada hasta entonces en la agricultura.

Desde la época carolingia, junto al mercader viajero aparecen en las ciudades el


comerciante local, encargado de vender los excedentes de su señor, pequeños
transportistas y personajes que intercambian productos que transportan de un lugar a
otro, sorteando todo tipo de peligros. Todos ellos fueron el germen de los futuros
mercaderes.
b) Los polos comerciales.
Dos grandes áreas acaparan la actividad comercial de Europa en estos siglos: el
Mediterráneo y los mares del Norte y Báltico.

En el Mediterráneo, los italianos nunca dejaron de comerciar con Bizancio. Importaban


productos de Oriente y los distribuían hacia Europa, dando origen a una clase mercantil
que abrió establecimientos comerciales en el Imperio Bizantino. Genoveses y pisanos,
cuyas razzias en el norte de África les proporcionaron pingües beneficios, consiguieron
arrebatar Córcega y Cerdeña a los musulmanes, circunstancias que beneficiaron
enormemente su labor comercial. En Italia, la ausencia de tierras cultivables y el
aumento demográfico empujaron a muchos a dedicarse al comercio, lo que les situó en
una situación privilegiada como suministradores cuando se iniciaron las cruzadas. Las
ciudades de Oriente – ocupadas o no por los occidentales – vieron aparecer una serie
de factorías cuyo modelo fue el fonduk (o fondaco) árabe, mitad colonia, mitad
almacén, que gozaba de una serie de privilegios fiscales y del principio de la
extraterritorialidad (ius mercatorum). Durante siglos, los italianos monopolizaron el
comercio con Oriente, importando especias, sedas, algodón, etc. Y exportando
cereales, madera, hierro, paños, etc.

En el área báltica y del Mar del Norte, los lugares de intercambio de la época vikinga
(wiks), como Haythabu en la península de Jutlandia y Visby, proyectaron su radio de
acción desde el siglo XI hacia el espacio ruso.

Las zonas del Mosa y el Rin fueron también activos centros de comercio, mientras que
Flandes, con su comercio de paños, fue el centro más activo del comercio norteño,
estableciendo alianzas en Inglaterra y España para asegurarse el suministro de lanas.
Brujas se puso a la cabeza de las ciudades flamencas, promoviendo la creación de
asociaciones o hansas de diversas ciudades para organizar el comercio de la lana. El
elemento judío ocupó un importante lugar en el comercio continental, con bases en
Maguncia, Verdún o Praga.
5.4. La actividad comercial.

a) Los transportes terrestres.


En esta época hubo muchos obstáculos y peligros – robos, peajes, pasos de montaña -
que dificultaron el tráfico comercial fluido y seguro pero la principal dificultad fue el
estado de las vías de comunicación. Las calzadas romanas estaban muy degradadas por
la falta de mantenimiento y no llegaban a todas partes, especialmente en un momento
en que se creaban nuevos burgos y villas nuevas, que sólo estaban unidos por una red
de caminos poco condicionados. De este modo, las mercancías, sobre todo las de
mayor valor, se transportaban a caballo o en mulos. Afortunadamente, Europa contaba
con ríos caudalosos y navegables que podían transportar cargas pesadas de modo que
ciudades como Colonia (Rin), París (Sena), Londres (Támesis) o Milán (Po), entre otras,
desarrollaron un comercio más activo.

b) El transporte marítimo.
El transporte marítimo se veía perjudicado por la poca capacidad de las naves y por las
dificultades de la navegación, limitando el comercio al cabotaje con muy pocos casos
de altura.

En el norte, a principios del siglo XII, la nave vikinga (drakar) fue poco a poco sustituida
por un nuevo tipo de barco llamado coca (koggen), más resistente a las embestidas del
mar y de mayor capacidad (300 toneladas), que era perfecto para el transporte de vino,
lana, cereales y cualquier materia pesada y de gran volumen (a continuación, imagen
izquierda). En el Mediterráneo, se mantuvo el uso de la galera de dos mástiles, con vela
latina y a remo, apta para mares más tranquilos y para transportar mercancías de poco
peso y gran valor hasta una capacidad de 200 – 300 toneladas.

A partir del siglo XIII se perfeccionó la construcción de naves y se difundió el astrolabio


y el timón de codaste, precedentes de los progresos técnicos del Renacimiento.

5.5. Mercados y ferias.


La generación de excedentes debida al aumento de producción del siglo XI obligó a
venderlos en los mercados locales más próximos, celebrados semanalmente en las
ciudades cabeza de distrito, de obispados o en villas importantes, y cuyo objetivo no
rebasaba el del abastecimiento puramente local. Paralelamente, aparecieron centros
donde los intercambios y la contratación de mercancías se hacían a gran escala,
surgiendo así las ferias, que se celebraban periódicamente y a las que acuden
mercaderes venidos de lugares lejanos. Las ferias se especializaron en el tipo de
mercancías a contratar, destacando las de Winchester o Stanford en Inglaterra, la de
Brujas e Ypres en Flandes, la de Saint-Denis en Francia, las de Milán y Verona en Italia o
la de Valladolid en Castilla, aunque las de mayor envergadura fueron las de Champaña,
que tuvieron su momento de esplendor en los siglos XII y XIII.

A la situación estratégica del condado de Champagne, intermedia entre Flandes e


Italia, se unió la protección jurídica dada por lo señores a los mercaderes, por medio
del conductus. A ellas acudían mercaderes italianos, españoles, franceses, ingleses, etc.
que compraban y vendían paños, lanas, cureo, cereales, vinos, especias, etc. Estas
ferias se celebraban durante todo el año en el condado, a través de seis ferias: Provins
(una en mayo y otra en septiembre), Troyes (junio y octubre), Lagny (enero) y Bar
(febrero).

El elevado volumen de las ventas y la necesidad de facilitar los pagos, hicieron que los
mercaderes italianos introdujesen las “letras de feria” u órdenes de pago, que
facilitaban las transacciones comerciales y evitaban el transporte de grandes sumas de
dinero. La letra de feria era un documento escrito ante notario por la que un deudor se
comprometía a reembolsar a un acreedor una cantidad previamente estipulada en un
lugar y en un momento concreto.

La progresiva sedentarización del comerciante hizo desaparecer la figura del mercader


viajero, que fue sustituido por un delegado o representante de la compañía, asentado
en la ciudad, que representaba sus intereses. Este hecho, unido al desplazamiento de
las vías de comercio con el enlace marítimo entre Italia y el norte de Europa,
desembocaron en la desaparición de las grandes ferias como las de Champaña.
5.6. Moneda y crédito.
Desde la época de Carlomagno, venía imperando en Europa el sistema monetario
implantado por élbasado en la moneda de plata, excepto en las áreas de contacto con
el mundo musulmán, donde existían también monedas de oro (España).

Para los pocos intercambios comerciales existentes, Carlomagno creyó suficiente el uso
de monedas de plata en ellas basó su reforma monetaria. En 794 impuso el patrón de
plata, con un peso concreto, y en 805 reivindicó el monopolio real (regalía) en la
acuñación de moneda, sin embargo, el debilitamiento del poder real facilitó que
numerosas cecas privadas acuñasen también moneda y que, ante la escasez de plata,
su valor se envileciese al alearlas con cobre. El desarrollo del comercio hizo necesaria
una mayor circulación monetaria y la recuperación del valor de la moneda, por lo que
se emitieron nuevas monedas de plata.

La reforma de Carlomagno durará varios siglos, hasta que Venecia, por motivos
comerciales, en 1202 emite el gros o matapán de plata. En 1.266 Luis IX de Francia
creará el gros de Tours que se convertirá en la moneda por excelencia de Europa, y en
Inglaterra se creará la esterlina.

En Bizancio y en el mundo musulmán no dejó de circular la moneda de oro, por lo que


en lugares en contacto con ellos como Aragón (siglo XI) y Castilla (siglo XII) se emitieron
monedas de este metal precioso. En el resto de Europa, se tuvo que esperar hasta
mediados del siglo XIII para hacerlo. La actividad comercial se vio afectada por la
noción negativa que tenía la Iglesia del mercader y de los prestamistas, cuyas ganancias
no procedían del trabajo manual, único santificado, sino del préstamo y la
especulación. Judíos, cahorsinos y lombardos, dedicados al préstamo con interés,
fueron objeto de las invectivas eclesiásticas y acusados de usureros. Los primeros
banqueros italianos esquivaron las sanciones eclesiásticas mediante trucos para
burlarlas.

Con el objetivo de afrontar los largos viajes y las crecientes inversiones comerciales, en
Italia nacieron instituciones como la commanda y la societas maris. En ambos casos, un
comandatario entregaba un dinero y objeto a un comerciante para que realizara un
determinado negocio. Tras el viaje, los beneficios se repartían entre ambos a partes
iguales en la societas y tres cuartas partes para el comandatario en la commanda. Las
pérdidas sólo las asumía el comandatario. Con el tiempo, apareció la compañía, que
permitía la entrada en el negocio de varias personas, que se repartían el beneficio y las
pérdidas según su aportación inicial. Cuando las compañías empezaron a admitir
depósitos y a prestar dinero aparecerá la banca, motor de la economía en épocas
posteriores.

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