Reyes Pedro
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REYES Pedro
DON Y MISTERIO
EN SÍNTESIS, CON EL AUTOR ÁNGEL GARCÍA IBÁÑEZ
El texto comienza haciendo referencia a la Eucaristía como un misterio que se da como don a
la Iglesia. Sabemos que pertenece a la Iglesia. Se trata de un misterio porque la razón humana se
encuentra ante una verdad que no es capaz de conocer sin la ayuda de la revelación y de la fe. Gracias
a la plenitud de la Revelación, este misterio se nos ofrece como un único sacrificio de amor (cfr. Ef
1, 9; 3, 9; 1 Co 2, 7), mediante la relación trinitaria, comunidad Una y Trina, misterio para salvar al
hombre en Cristo, como posibilidad de encontrarnos personalmente con Él.
El autor deja claro que cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía, Jesucristo se hace presente
en los signos sacramentales del pan y del vino con la materia y forma previa que se convierten en
ofrenda de Vida en el acto de ofrecer su vida al Padre por la redención de la humanidad. No se trata
de una presencia estática, meramente pasiva, porque el Señor se hace presente con el dinamismo de
su amor salvador: en la Eucaristía Él nos invita a acoger la salvación que nos ofrece ya recibir el don
de su cuerpo y de su sangre como alimento de vida eterna, permitiéndonos entrar en comunión con
Él -con su persona y su sacrificio-y en comunión con todos los miembros de su cuerpo místico que
es la Iglesia.
• Énfasis en Don y Misterio, comunión con la Iglesia
En la última cena, Jesús identifica el pan partido y el vino ofrecido consigo mismo, dispuesto
a afrontar la muerte, a derramar su sangre en la pasión y muerte de cruz, para redimir a los hombres
de la esclavitud del pecado y establecer con Dios una nueva y eterna alianza: «Esto es mi cuerpo, que
es entregado por vosotros» (Lc 22, 19). «Ésta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos
para remisión de los pecados» (Mt 26, 28).
• Eucaristía y vida en cristo
Gracias a la Eucaristía, la nueva vida en Cristo, que inicia en el creyente con el bautismo (cfr.
Rm 6, 3-4; Ga 3, 27-28), puede fortalecerse y desarrollarse hasta alcanzar su plenitud (cfr. Ef 4, 13),
lo que permite al cristiano llevar a cumplimiento el ideal que enunció san Pablo: «vivo, pero ya no
vivo yo, sino que Cristo vive en mí» (Ga 2, 20).
Por frutos de la Misa se entienden los efectos que la virtud salvífica de la Cruz, hecha presente
en el sacrificio eucarístico, genera en los hombres cuando la acogen libremente, con fe, esperanza y
amor al Redentor. Estos frutos comportan esencialmente un crecimiento en la gracia santificante y
una más intensa conformación existencial con Cristo, según el modo específico que la Eucaristía nos
ofrece.
Por tanto, participan de manera diversa de los frutos de la Santa Misa: toda la Iglesia; el
sacerdote que celebra y los que, unidos con él, concurren a la celebración eucarística; los que, sin
participar a la Misa, se unen espiritualmente al sacerdote que celebra; y aquellos por quienes la Misa
se aplica, que pueden ser vivos o difuntos
• Acercamiento al Nuevo Testamento y Padres de la Iglesia.
San Cirilo de Jerusalén se refiere a la unión vital con Cristo, que la comunión opera, con
expresiones particularmente fuertes; citando sus palabras, los fieles, al recibir la Eucaristía, se hacen
concorpóreos y consanguíneos de Cristo.
En la antigua alianza había los panes de la proposición; pero, como eran algo exclusivo del
Antiguo Testamento, ahora ya no existen. Pero en el Nuevo Testamento hay un pan celestial y una
bebida de salvación, que santifican el alma y el cuerpo. Pues, del mismo modo que el pan es apropiado
al cuerpo, así también la Palabra encarnada concuerda con la naturaleza del alma. Por lo cual, el pan
y el vino eucarísticos no han de ser considerados como meros y comunes elementos materiales, ya
que son el cuerpo y la sangre de Cristo, como afirma el Señor; pues, aunque los sentidos nos sugieren
lo primero, hemos de aceptar con firme convencimiento lo que nos enseña la fe.
A propósito de los tratados de San Justino, señala que los que poseen bienes en abundancia, y
desean ayudar a los demás, dan, según su voluntad, lo que les parece bien, y lo que se recoge se pone
a disposición del que preside, para que socorra a los huérfanos y a las viudas y a todos los que, por
enfermedad u otra causa cualquiera, se hallan en necesidad, como también a los que están
encarcelados y a los viajeros de paso entre nosotros: en una palabra, se ocupa de atender a todos los
necesitados.
• En relación a la dogmática y magisterio
La exposición del dogma eucarístico ha sido sistematizada de modos diversos en el curso de
la historia. Hasta el Concilio Vaticano II los tratados sobre la Eucaristía seguían en la mayor parte de
los casos un esquema fijo, estructurado en dos partes, sin apenas relación de una con otra. En la
primera se estudiaba la Eucaristía como sacramento y se exponía la doctrina sobre el signo
sacramental, su contenido (la presencia real del cuerpo y de la sangre del Señor), la transustanciación,
el modo de presencia de Cristo en la Eucaristía, la comunión, los efectos del sacramento en el sujeto,
el ministro
• La Eucaristía, don y misterio pan de vida
Con respecto a la Eucaristía en la historia, el autor hace necesario de conjunción entre la
Sagrada Escritura y la comprensión y sistematización de la doctrina eucarística propia de nuestro
tiempo. Se debe recordar que un estudio sistemático no puede reducirse a la actualización de los datos
bíblicos en el contexto cultural y teológico contemporáneo, sin tener suficientemente presente que el
modo actual de plantear las cuestiones nos ha sido transmitido históricamente. La Iglesia nos ha
revelado y conservado la palabra de Dios en la que creemos; nuestra fe es la fe de la Iglesia que vive
en la historia. Es por tanto necesario conocer cómo la Iglesia, bajo la guía del «Espíritu de la verdad»
–Aquel que nos guía «hacia toda la verdad» (Jn 16, 13), facilitándonos una comprensión más profunda
de la persona de Cristo, de su mensaje y de su obra salvífica (cfr. Jn 14, 26; 15, 26)–, ha comprendido,
enseñado y vivido el misterio eucarístico.