El Salvaje Metropolitano (1)
El Salvaje Metropolitano (1)
El Salvaje Metropolitano (1)
A mediados del siglo XIX, el sentido que se le asignaba a la historia era aún optimista;
la Europa metropolitana e imperial ostentaba, según dicha perspectiva, el modelo
civilizatorio más elevado al que hubiera llegado la humanidad. Otras sociedades, otras
culturas, serían asimiladas tarde o temprano a ese modelo. En ese contexto, los inte-
lectuales se identificaban "con su sociedad y su cultura, con la 'civilización' y sus
prácticas coloniales" (Leclercq, 1973: 64). En los albores de la antropología científica,
los primeros en ocuparse de los pueblos primitivos buscaban incluir prácticas y modos
hasta entonces considerados aberrantes, como exponentes de la historia universal de la
humanidad. Influidas por los ecos de los descubrimientos de las ciencias naturales de
mediados del siglo XIX (Darwin, Mendel, Virchow) y por los avances en las
comunicaciones, el transporte, la medicina, la sociología y la antropología, se abrieron
nuevas áreas de conocimiento cuya legitimidad científica aún debía ser probada. Dado
que los cánones impuestos por la ciencia -fundamentalmente la física y la biología-
requerían la formulación de leyes generales, la antropología se propuso contribuir a la
reconstrucción de la historia de la humanidad y a revelar su sentido. La naciente
disciplina vino a montarse sobre siglos de colecciones y recopilaciones de creencias,
mitos, ceremonias religiosas, narraciones, artefactos, objetos rituales, códices y
vocabularios: era la herencia que la sociedad industrial europea recibía de los sucesivos
contactos con otros pueblos, desde los griegos y los romanos hasta los colonizados en la
expansión imperial. A lo largo de su historia, Europa no sólo acumuló bienes materiales
sino también un conjunto de interrogantes acerca de los orígenes de la [37] civilización,
la unidad del género humano, su devenir histórico diverso y la evolución de la cultura.
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una etapa de desarrollo anterior al de una sociedad agricultora; sociedades con sistemas
coordinados de regadío y Estado centralizado revelaban un estadio de mayor
civilización que sociedades nómades-pastoriles con regulación por bandas. Y si un
grupo humano era simultáneamente cazador (supuesto signo de un estadio primitivo) y
creía en un alto Dios (correspondiente a estadios avanzados, por su semejanza con el
judeocristianismo europeo), ello revelaba grados de desarrollo desigual -mayor en lo
religioso que en lo económico-. Estas aparentes contradicciones quedaban soslayadas en
la medida en que "la descripción de tal o cual sociedad no tenía valor autónomo", pues
debía referirse a un estadio de desarrollo en el cual se diluía su peculiaridad y
organización interna (Leclercq, 1973: 82; Stocking, 1968,1985).
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la cultura y la sociedad, con amplia preferencia, especialmente de parte de sus
respondentes, por los sucesos extraordinarios o exóticos. El criterio por el cual los
recolectores seleccionaban y registraban cierta información, y no otra, era precisamente
su mayor o menor familiaridad con la cultura del recolector (Burgess, 1982a; Urry,
1984). Estas investigaciones revestían un estilo de trabajo de campo "enciclopedista"
(Clammer, 1984: 70). Un cúmulo de datos heterogéneo y poco sistemático reunía
información sobre vivienda, creencias, religión, organización política y sistema de
producción, intercambio y distribución; el campo era la fuente de material empírico que
debía ser rescatado de una veloz extinción. De lo contrario, ¿cómo reconstruir el pasado
si sus testimonios vivientes desaparecían para siempre?
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zoólogos, psicólogos y lingüistas fue a encarar un estricto trabajo de relevamiento
antropológico. En el grupo se destacaban el médico y psicólogo experimental W. H. R.
Rivers y el médico Charles G. Seligman, además de un experto en lenguas melanesias,
Sydney Ray, y un estudiante de Haddon, Anthony Wilkin, asistente en fotografía y
antropología física. El resultado de aquel trabajo de campo en inglés pidgin fueron seis
volúmenes de datos etnográficos, buena parte de los cuales procedían de la información
suministrada por personal que vivía en los parajes contactados por los expedicionarios:
Mer, Mabuaig, Saibai y la península de Cabo York (Stocking, 1983).
Si bien hubo otras misiones, como la del también zoólogo, aunque de Oxford, Walter
Baldwin Spencer a Australia (1894), la de la "Escuela de Cambridge", como se la
empezó a llamar, ocupó el lugar de cabeza de linaje en el desarrollo del trabajo de
campo británico. La expedición, más que los datos, se convirtió en el emblema de la
empresa etnográfica. Haddon, entonces, empezó a propagar el "trabajo de campo"
(field-work), término de los naturalistas de campo, en la antropología británica, "nuestra
ciencia cenicienta" (Stocking, 1983: 80). Esto se debió, en parte, a la labor de los demás
miembros de la expedición del Estrecho de Torres. En algunas conferencias y artículos,
Haddon advertía contra el recolector rápido, sugiriendo las bondades de ganarse la
simpatía de los nativos para obtener un conocimiento más profundo sobre el material
obtenido, además de que siempre hubiera en el campo dos o tres buenos hombres para.
emprender "el estudio intensivo de áreas limitadas" (pág. 81). [41]
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lengua vernácula" (págs. 92-93).
Las bases del trabajo de campo intensivo y moderno, propio de la disciplina científica
antropológica, estaban echadas. Se había institucionalizado la expedición y la presencia
directa de los expertos en el terreno, desde entonces un requisito sine qua non de la
antropología británica. Se requería que esa presencia tuviera cierta (larga) duración, que
cubriera totalidades sociales y que el conocimiento fuera de primera mano (Urry, 1984).
Tal fue el modelo que siguieron en [42] la primera mitad del siglo XX Bronislaw
Malinowski, Edward Evan Evans Pritchard, Raymond Firth, Daryll Forde, Max
Gluckman, entre muchos otros.
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actitud de un grupo que consiste en atribuirse un lugar central en relación con los otros
grupos, en valorizar positivamente sus realizaciones y particularismos y que tiende
hacia un comportamiento proyectivo con respecto a los grupos de afuera, que son
interpretados a través del modo de pensamiento del endogrupo" (PerrotyPreiswerk,
1979: 54). Dado que el estudio antropológico puede encararse con otros grupos sociales
y no sólo étnicos, como aquellos definidos por su posición económica, política,
religiosa, residencial, al "pecado" tradicional merecen agregarse los sociocentrismos, es
decir, todo conocimiento sobre otros que se concibe y formula en función de algún
rasgo o atributo de la propia pertenencia (como el sociocentrismo de clase).
Para controlar estos "centrismos" se suponía que el investigador debía liberarse de sus
preconceptos sobre cómo debían operar y actuar los individuos en esos otros contextos.
"El temor parece ser la idea de que una teoría sólo puede, en última instancia, demostrar
sus propios supuestos. Lo que queda fuera de estos supuestos no puede ser representado
y ni siquiera reconocido" (Willis, 1985: 6). Encarar genuina y empíricamente un
acercamiento a lo real significaba no tanto ir despojado de presupuestos teóricos y
sociocultura-les, sino de que esos presupuestos no condujeran el relevamiento de datos.
De lo contrario, sesgarían inexorablemente la mirada impidiendo acceder a lo
inesperado, a lo inaudito, a lo diverso, resultando finalmente en afirmaciones
tautológicas y proyectivas del propio universo del investigador en el de aquellos a los
que éste pretendía conocer.
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estudio científico de las sociedades humanas debía basarse en hechos observables. En su
primer etnografía, Malinowski afirmaba que "ningún capítulo, ni siquiera un párrafo se
dedica a describir en qué circunstancias se efectuaron las observaciones y cómo se
compiló la información [...] se nos ofrecen vagas generalizaciones sin recibir jamás
ninguna información sobre qué pruebas fácticas han conducido a tales conclusiones"
(Malinowski, 1986: 3-4). Si bien esta crítica estaba algo sobreactuada, ya que las
premisas del trabajo de campo intensivo que Malinowski describió en su introducción a
Los argonautas retomaban muchos de los supuestos de la expedición de 1898 y de las
elaboraciones posteriores de Rivers. También, aunque no en este lenguaje, retomaba la
tensión entre una perspectiva positivista y otra naturalista.
Para la época de Malinowski, las nuevas modalidades del trabajo de campo etnográfico
se asociaban con 'la revolución funcionalista" (Kuper, 1973) y con un "fuerte
renacimiento del empirismo británico" (pág. 19) que buscaba comprender la integración
sociocultural de los grupos humanos mediante "la acumulación de datos" de pueblos en
casi segura extinción. Fue en este clima que la academia británica reconoció como
legítimos los nuevos requisitos para la investigación etnográfica: [45]
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de lo observable, que en los pueblos "salvajes" equivalía a concentrarse en el presente
en vez de especular sobré su pasado; para ello había que explicar cómo se estructuraban
y organizaban las sociedades y las culturas en su interioridad (Holy, 1984). A la luz de
principios generales, los antropólogos debían interesarse en identificar recurrencias y
frecuencias más que hechos accidentales, en tanto que los datos particulares debían
utilizarse como ilustración de conceptos generales (función, estructura social, etcétera).
En este sentido, el trabajo de campo serviría para comprobar o refutar hipótesis; su
objetivo se [46] orientaría a la demostración teórica que asentaría su refutación o ra-
tificación sobre los ejemplos recogidos en el campo (Holy y Stuchlik, 1983:6). Sin
embargo, por otro lado, se abría un camino en dirección alternativa: el investigador
habría de ser muy cuidadoso en distinguir sus inferencias de la observación, y lo que
correspondía a su perspectiva de lo que correspondía a los nativos. "Considero que una
fuente etnográfica tiene valor científico incuestionable siempre que podamos hacer una
clara distinción entre, por una parte, lo que son los resultados de la observación directa
y las exposiciones e interpretaciones del indígena, y por otra parte, las deducciones del
autor basadas en su sentido común y capacidad de penetración psicológica"
(Malinowski, 1984:12). Esta advertencia concedía una cierta autonomía al campo cuyos
"datos" no podían quedar subsumidos al enfoque teórico del día. En la práctica,
entonces, el campo no servía para ratificar hipótesis, sino para generarlas y, más
radicalmente aún, para producir un conocimiento inesperado y nuevo. Si bien no se
disponía de instrumental técnico peculiarísimo para justificar este abordaje, el
investigador se valdría de cierta disposición científica, lo cual se terminaba traduciendo
en el manejo cada vez más sistemático de sus órganos sensoriales; sus técnicas se
basarían en los órganos de la observación y la audición. Estar allí garantizaría la
percepción directa. "Esta es toda la diferencia que hay entre zambullirse
esporádicamente en el medio de los indígenas y estar en auténtico contacto con ellos.
Para el etnógrafo [esto] significa que su vida en el poblado [...] toma pronto un curso
natural mucho más en armonía con la vida que los rodea. [...] avanzado el día, cualquier
cosa que sucediese me cogía cerca y no había ninguna posibilidad de que nada escapase
a mi atención" (Malinowski, 1984: 8).
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investigaciones realizadas dentro de este paradigma introdujeron características que han
perdurado en la acepción actual del trabajo de campo, a saber: la unidad entre el analista
y el trabajador de campo; la presencia prolongada en el campo; la recolección de datos
con presencia directa del investigador; la escala microanalítica; el relevamiento de
información en contexto; la diferenciación entre la perspectiva del actor y la perspectiva
del investigador; la importancia de las técnicas de observación; el perfeccionamiento de
las técnicas de registro; el trabajo de campo como ámbito de contrastación de hipótesis
y teorías sobre la vida social.
3. La perspectiva interpretativista
El positivismo fue criticado desde las teorías interpretativistas (cf. capítulo 2) que
postulaban que los hechos humanos no se rigen por movimientos mecánicos ni por un
orden inmanente y externo a los individuos, sino por las significaciones que éstos
asignan a sus acciones. Por ejemplo, y recordando el famoso ejemplo de Clifford
Geertz, ¿de qué valdría registrar que un hombre cierra un ojo y mantiene el otro abierto
si eso que llaman guiño no puede interpretarse como un signo de invitación sexual, de
complicidad o de comunicación entre compañeros en un juego de naipes? El sentido del
guiño es diferente en cada caso y constituye, por consiguiente, tres hechos sociales dife-
rentes. Las significaciones que fundan el orden social no son observables como puede
serlo la conducta animal o los movimientos físicos, por lo que los medios para
aprehenderlas deben ser otros. Y si el orden simbólico varía en cada pueblo
modificando los sentidos de las prácticas, el investigador debe proceder a reconocerlos
en su propia lógica, a través de técnicas que garanticen la eliminación de nociones etno-
y sociocéntricas.
Desde esta perspectiva, el trabajo de campo no se plantea como una cantera de hechos-
datos, sino como la experiencia misma sobre la cual la antropología organiza Su
conocimiento (Panoff y Panoff, 1975:79). Dicha experiencia se lleva a cabo por el uso,
el ensayo y el error, esto es, por la participación. Según los interpretativistas, el
investigador aspira a ser uno más, copiando y reviviendo la cultura desde adentro, pues
los significados se extraen de los usos prácticos y verbalizados, en escenarios concretos.
La presencia directa, cara a cara, es la única que garantiza una comunicación real entre
antropólogo e informante y, a través de la intersubjetividad, el investigador puede
interpretar los sentidos que orientan a los sujetos de estudio (Schutz, 1974). "El
enfrentamiento cara a cara tiene el carácter irreemplazable de no-reflexividad y de
inmediatez, lo que hace plenamente posible penetrar en la vida, la mente y las
definiciones del otro. Al asumir cara-a-cara el rol del otro, se gana un sentido de
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comprensión de ese otro" (Lofland, cit. en Hammersley, 1984:51). El trabajo de campo
se asocia así a la inmersión subjetiva (subjective soaking), por la cual el investigador
intenta penetrar el punto de vista nativo a través de la empatia. Asimismo, el trabajo de
campo es la instancia que permite efectuar una traducción: la traducción etnográfica se
concibe como una decodificación y la cultura, como un texto en lengua desconocida que
el antropólogo aprende a expresar en su propia lengua y términos, haciendo uso del
procedimiento hermenéutico (Agar, 1980; Clammer, 1984; Geertz, 1974; Spradley,
1979, 1980). La perspectiva interpretativista le incorporó a la antropología una
concepción del trabajo de campo entendido como el modo en que el investigador
aprende otras culturas. Las técnicas basadas en la participación son el medio por
excelencia para recrear formas de vida a través de la experiencia.
Esta corriente ha despertado críticas que la acusan de contradecir sus propios postulados
al soslayar los condicionamientos que operan sobre el investigador. La distinción entre
el saber para la acción y el saber para la teorización, 1 enunciada por Schutz, Geertz y
tantos otros, se abandona al demandar al antropólogo que se transforme en uno más o
que, por su mera presencia, descubra el ethos de la cultura; se plantea así relativizar que
"las prácticas sociales sean explicables por sí mismas" (Garfinkel, en Giddens, 1987:
39). El lego interpreta a sus interlocutores en el contexto de una trama de
significaciones, propósitos y acciones; el investigador interpreta a sus informantes en el
contexto de una trama teórica (lo cual no excluye que ciertas modalidades de la
interacción y procedimientos del conocimiento sean, efectivamente, similares). Se
afirma que, si bien recuperable, la experiencia personal del investigador no basta para
hacer inteligible y compartible el saber alcanzado en el campo. Dos experiencias (como
la de R. Redfield y O. Lewis en un mismo poblado, Tepoztlán, México) pueden ser
demasiado diferentes como para que la subjetividad del investigador sea garantía
suficiente del conocimiento. Por otra parte, parece dudoso que la semejanza y afinidad
humana esencial entre informantes e investigador y la presencia directa en el campo
sean garantía suficiente para dilucidar los sentimientos presentes en la práctica social.
En definitiva, el investigador nunca se transformaría en "uno más" ni en agente neutro
de observación y registro, pues accede al campo desde su historia cultural y teórica; los
informantes, por su lado, se conducen con él de modo diferente de como lo hacen entre
sí. El compromiso si-tuacional del investigador es radicalmente distinto del de los infor-
mantes. El interpretativismo, si bien aporta un nuevo ángulo de mirada, continúa preso
del empirismo que le demanda al investigador sensibilidad ateórica para copiar lo real
tal como se presenta, a través de la revivencia.
1
Precisamente porque el conocimiento que proveen los informantes es un conocimiento práctico y el que
produce el investigador, un conocimiento para la teorización (Bourdieu, Passeron y Chamboredon, 1975;
Giddens, 1987).
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características al trabajo de campo: incorporación de los aspectos subjetivos del
investigador como herramientas genuinas y legítimas del conocimiento; el trabajo de
campo como experiencia de organización del conocimiento; la importancia de las
técnicas ligadas [50]
a la participación; la recuperación para el conocimiento antropológico y social del punto de vista de los
informantes.
• carácter científico de los estudios de campo, que los diferenciaba de los fines
aplicados de la administración colonial o del adoctrinamiento evangelizador;
• presencia directa, in situ, del investigador y, por lo tanto, relación no mediada con los
miembros de la cultura para evitar distorsiones etnocéntricas y extracientíficas;
• estudio de unidades sociales circunscriptas, generalmente pequeñas, que permitieran
relaciones cara a cara con los sujetos;
• relevamiento de todos los aspectos que conforman la vida social, aun de aquellos
que, en un principio, pudieran parecer irrelevantes para la investigación; la descripción
de la realidad social como unidad compleja y totalizadora no debía descuidar ningún
aspecto ni priorizarlo de antemano; la articulación entre lo económico, lo político, lo
simbólico y lo social debía provenir del estudio empírico;
• por consiguiente, una descripción cabal de la cultura procedía inductivamente, por la
sistematización, clasificación y generalización en el interior de la unidad estudiada, a
partir de lo observado;
• dicha descripción debía dar cuenta de la coherencia interna del sistema sociocultural
descripto;
• cada hecho social y cultural tiene sentido en su contexto específico, y no desgajado
de él.
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descansa en un término explícito o implícito de comparación, en un denominador
común: la humanidad del investigador y de los integrantes de la cultura. El énfasis en la
articulación y la lógica internas del sistema social y el recurso a veces exclusivo a
procedimientos inductivos hacían perder de vista las relaciones de subordinación y
hegemonización entre naciones y sociedades, esto es, la determinación del proceso
histórico en que se inscribe el sistema observado.
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3. El enfoque antropológico: señas particulares
1. Aportes de la antropología clásica: el trabajo de campo y la etnografía
Pese a las distintas ópticas teóricas, todos estos objetos empíricos tenían algo en común:
la construcción que hicieron las sucesivas gneraciones de antropólogos —se llamaran
etnógrafos, etnólogos, antropólogos sociales o antropólogos a secas— de los grupos
humanos como expresiones de la singularidad sociocultural en el género humano. [67]
Las corrientes empiristas dicen asegurar una pintura fidedigna, sin distorsiones
etnocéntricas, a través de la aproximación inmediata y no teórica al campo. El
naturalismo encuadra sus observaciones en el ámbito natural de los sujetos; la
investigación in situ se muestra como garantía inapelable de la calidad de los datos,
pues, al permanecer en su ambiente, el objeto empírico se mantiene inalterable cuando
es abordado por el investigador, que es visto como un agente neutral y no contaminante.
A diferencia de lo que ocurre cuando se utilizan instrumentos tales como encuestas y
entrevistas formalizadas -que exigen a los sujetos alterar, siquiera momentáneamente,
sus actividades habituales-, el antropólogo intenta pasar desapercibido, valiéndose de
técnicas menos intrusivas de recolección de datos. Asimismo, las fuentes secundarias le
merecen alguna desconfianza en la medida en que, seguramente, trasuntan la
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artificialidad de los contextos en que fueron obtenidos los datos y la extrapolación de
categorías pertenecientes a quien confeccionó el documento, la encuesta o el censo
(Hammersley, 1984: 48).
Por otra parte, siguiendo la tradición de los tiempos en que sus estudios concernían,
fundamentalmente, a sociedades sin escritura, los antropólogos se entrenan en relevar
normas y prácticas consuetudinarias, más que códigos explícitos y formalizados. Esto
ha dado lugar a una particular destreza para detectar las pautas informales de la práctica
social, ya sea lo que todos saben como parte del sentido común, sea aquello que,
asimilado a la práctica, no se considera digno de ser registrado, sea el conjunto de
prácticas y nociones que se alejan -por costumbre y/o contravención- de las normas
establecidas. Así, los antropólogos buscan establecer, desde un enfoque holístico, la
vida real de una cultura, lo cual incluye lo informal, lo intersticial, lo no documentado,
más que lo establecido y lo formalizado (Rockwell, 1986: 16; Wolf, 1980). Esta
tendencia abre un vasto y polémico campo de discusión, clásico en la antropología, en
torno a la explicación de las contradicciones entre lo que se considera que debe hacerse,
lo que se dice que se hace y lo que se observa en la práctica concreta. Las vías para
dirimir esta cuestión son múltiples y dependen de decisiones teóricas. Sin embargo, el
reconocimiento de ese lado oscuro demanda la presencia del investigador como
condición necesaria, pero no suficiente, para la captación de los "textos y subtextos" de
la vida social (Willis, 1984).
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Según esta epistemología, toda descripción está precedida por una idea, incluso [69]
asistemátíca o incoherente, de aquello que se va a describir y, sobre todo, del sentido u
orientación explicativa en que dicha descripción se verá inscripta. Esta cuestión parece
capital en una disciplina que ha hecho de la descripción -tal la misión de la etnografía-
su piedra de toque y rasgo distintivo; ello le ha valido, no pocas veces, la calificación de
precientífica, una "mera descripción" al no tenerse en cuenta la particularidad apuntada
por Runciman (1983).
A esta altura cabe mencionar el papel que el teoricismo, como exacerbación del
racionalismo, ha asignado a la teoría. A mediados de la década de 1960, a partir de una
de las tantas crisis que sufrió el empirismo en el ámbito académico y, en este caso, en el
campo de la sociología, los informes y las discusiones comienzan a dar prioridad a la
elaboración teórica abstracta y califican todo intento de justificación a través de la
aproximación a lo empírico como vicio empirista. Así, el teoricismo se opone
polarmente al empirismo, que sostiene una concepción del acceso a lo real como
inmediato y ateórico, lo que lo convierte en "una ideología de la observación", como
dice M. Thiollent (1982).
Empero, si bien no basta replicar la empiria tal como se nos presenta, tampoco basta con
enunciar cuerpos teóricos para avanzar en el conocimiento social. Superar el empirismo
no significa despreciar la existencia de lo real ni restar esfuerzos por mejorar las vías de
su conocimiento, cosa que hace el teoricismo al convalidar explicaciones
hipergeneralizadoras a partir del prestigio de la teoría más que del conocimiento y la
contrastación con el referente empírico. Sus resultados han sido diversos y por cierto
lamentables, sobre todo para desarrollar conocimientos en realidades tan ignoradas
como las que han sobrevenido en el mundo de fines del siglo XX y principios del XXI.
Uno de esos resultados fue la cristalización de los núcleos temáticos y de los enfoques
académicos y, con ello, el estancamiento del trabajo teórico mismo. La aplicación
maniquea de enunciados teóricos al referente empírico condujo a una forma particular
de sociocentrismo, como lo es el reforzar los prejuicios de la tribu de los científicos o,
como señala Rockwell (1980: 42), "reproducir el sentido común académico en vez de
transformarlo". Tal como queda planteada por el teoricismo, la teoría no abre el campo
del conocimiento superando el dogmatismo sino que, por el contrario, se transforma en
una serie de rótulos que expresan más bien una profesión de fe, pues las explicaciones
así construidas no suelen emplearse ni contrastarse a partir de investigaciones concretas.
Aparecen entonces criterios del marxismo, por ejemplo, mezclados con criterios
positivistas. La teoría se va transformando en una cuestión partidista. El investigador no
sabe cómo, cuándo y para qué emplearla, pero se sienta a esperar sus efectos mágicos,
como si la teoría por sí sola le fuera a señalar qué investigar, cómo hacerlo y con quién,
además [70] de garantizarle (esto es fundamental) resultados inapelables. Si esto es así,
seguramente más que conocimiento nuevo obtendremos una tautología. Los conceptos
teóricos resultan estériles si sólo nos llevan a una reafírmación solipsista de nuestros
presupuestos, que le hacen decir cualquier cosa a la realidad.
Por otro lado, una "confesión teórica no especifica la totalidad de la realidad social en
una región determinada. Incluye una pauta general pero no una explicación específica
(en lo que atañe al cómo y al grado de determinación externa de una región dada).
Tampoco anticipa el significado particular del futuro flujo de datos" (Willis, 1984: 8).
Es decir, atañe a lo universal pero no a lo singular. Esta precisión introduce la necesaria
bidireccionalidad del proceso de conocimiento, la retroalimentación entre conceptos del
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investigador y referentes de los actores, ya que cualquier observador tiene sus propios
marcos de referencia que le posibilitan desde la mera observación hasta la organización
posterior de los datos, desde la selección del ámbito de trabajo hasta el tipo de registro
sobre el cual asentará su posterior descripción. Pero de no explicitarlos, esos marcos
permanecerán subyacentes a su conocimiento. Las pruebas de esto son múltiples y las
atenderemos en los sucesivos capítulos de este libro. Por ahora, trazaremos los
lineamientos generales del conocimiento antropológico, concebido desde un enfoque en
el cual se contemple la activa intervención teórica del investigador en la producción de
conocimiento y la explicación de lo social. Con esto aspiramos a retomar los rasgos
empiristas que han caracterizado a la investigación antropológica y al trabajo de campo,
pero desde otra perspectiva epistemológica.
Para explicar, el antropólogo parte de algún paradigma teórico que es compartido con
otras ciencias sociales —marxista, funcionalista, estructuralista, etcétera-. Ahora bien,
un paradigma guarda una correspondencia con lo real que no es directa, sino que
requiere de sucesivas mediaciones en las que se manifiesta el mundo de los actores. A
este mundo no se accede directamente por la percepción sensorial del investigador, sino
por un constante diálogo con su modelo teórico que es lo que le permite ordenar sus
prioridades y criterios selectivos para la observación y el registro. Por consiguiente, la
perspectiva de los actores es una construcción orientada teóricamente por el
investigador, quien busca dar cuenta de la realidad empírica tal como es vivida y
experimentada por los actores. Ello no excluye el reconocimiento de la lógica de los
actores, sino que hace posible una mirada progresivamente no etnocéntrica.
Esto es lo que sucede cuando se ofrece una explicación que no contempla el contexto
significativo de los sujetos sociales en cuestión. Suele afirmarse, por ejemplo, que los
habitantes de las villas miseria y otros sectores de escasos recursos económicos
conciben a sus hijos sin plan ni previsión. Esta interpretación es creencia corriente del
sentido común estatal y de sectores medios, que visualiza a aquellos sectores como una
remora del salvajismo rural y aborigen, proclives a comportamientos instintivos casi
animales. El investigador debería profundizar en las prácticas y discursos, así como en
la teoría sustentada por dichos sectores acerca de su propio modo de vida, para relevar
qué sentidos asignan a la reproducción, a la familia numerosa, a los hijos, a la
maternidad, a la paternidad. Y si en efecto comprobara que no se dan cuenta de lo que
hacen, debería entonces preguntarse en qué consiste ese "no darse cuenta" y qué
indicadores se han tomado para llegar a esta conclusión. Estas cuestiones pueden
indagarse a través del trabajo empírico y su puesta en relación con el mundo del
investigador y su marco teórico. De lo contrario, la interpretación social incurriría en
dos errores: en primer lugar, no diferiría de la realizada por un biólogo sobre la re-
producción de las ratas. La diferencia es, precisamente, que —hasta donde sabemos—
las ratas no poseen una conducta reflexiva, esto es, no asignan sentido a sus actos ni a
los de sus congéneres; en segundo lugar, el investigador se estaría haciendo eco,
acríticamente, de la premisa de sentido común según la cual los habitantes de villas
miseria son precisamente animales, seres naturales y, por consiguiente, se comportan
39
instintivamente, sin darse cuenta de lo que hacen. Como es obvio, estas conclusiones
tienen consecuencias directas en las políticas públicas.
40
encuentra ante una determinada configuración histórica de acciones y nociones; sólo
dentro de ella, el mundo social cobra sentido para quienes lo producen y, a la vez, se
reproducen en él. Dicha configuración es el resultado de una permanente tensión entre
la continuidad y la transformación; no está cristalizada ni es siempre igual a sí misma;
está en proceso pero es reconocible para sus miembros, que obran y piensan según las
opciones que ofrece y que, como ya hemos dicho, no es exterior a ellos, pero tampoco
su producto intencional. Los actores se conducen en su mundo social de acuerdo con las
reglas y las opciones posibles (aunque esto no signifique que respondan
automáticamente a ellas). Es en el entramado significante de la vida social donde los
sujetos tornan inteligible el mundo en que viven a partir de un saber compartido -
aunque desigualmente distribuido y aplicado-, que incluye experiencias, necesidades,
posición social, modelos de acción y de interpretación, valores y normas, etcétera. Las
prácticas de los sujetos presuponen esos marcos de significado constituidos en el
proceso de la vida social (Geertz, 1973).
Con ello queremos decir que, por un lado, el mundo natural existe para hombres y
mujeres desde el momento en que ellos lo reconocen como significativo para su propia
existencia. Así lo prueba la lingüística: algunos pueblos distinguen una docena de
términos para referirse al hielo -según su espesor, su constitución, su coloración, etc.—,
mientras que otros distinguen sólo uno o dos (el hielo, por su parte, no tiene nada que
decir al respecto). Esas distinciones permiten que los hombres se relacionen con este
fenómeno natural haciendo uso de él, evitando accidentes, transformándolo en vía de
comunicación o en material de construcción. Su significación surge del complejo de la
vida social. Por otro lado, los hombres se vinculan a otros sujetos. En esta relación, el
reconocimiento de sus posibles cursos de acción es primordial. Un sujeto se relaciona
con otros a través de una asignación y expectativa recíprocas de sentidos, en lo que hace
a sus acciones y verbalizaciones. Para que un movimiento físico se transforme en
acción, es decir, tenga valor social, su ejecutante y otros a quienes la acción está
destinada directa o indirectamente deben otorgarle alguna significación (Weber, 1985;
Holy y Stuchlik, 1983; Giddens, 1987; Geertz ,1973).
"Los significados desarrollados por los sujetos activos entran en la constitución práctica
[del] mundo" y por eso se trata de un "mundo preinterpretado" (Giddens, 1987: 149). A
ese universo de referencia compartido -no siempre verbalizable— que subyace y
articula el conjunto de prácticas, nociones y sentidos organizados por la interpretación y
actividad de los sujetos sociales, lo hemos denominado "perspectiva del actor". La
perspectiva del actor no está subsumida exclusivamente [74] en el plano simbólico y en
el nivel subjetivo de la acción, puesto que tomamos la acción en su totalidad, es decir,
considerando el significado como parte de las relaciones sociales. Los significados se
organizan según el marco de referencia común a determinado grupo social, dado por
sentado entre actores que se suponen competentes en el contexto de la interacción -lo
que Giddens llama "conocimiento mutuo" y Schutz "sentido común" (Giddens 1987:
108)-. Eso no significa que la perspectiva del actor sea un marco unívoco igualmente
compartido y apropiado por todos, pero sí que determina el universo social y
culturalmente posible, así como las acciones y nociones que estarán referidas y
enmarcadas en él. Al igual que la diversidad, la perspectiva del actor tiene existencia
de posiciones estructurales; 2) como actores en constante interfase con el contexto; y 3) como sujetos,
esto es, como voces conscientes de su vocalidad" (1995: 23; la traducción es nuestra). En este volumen
estoy utilizando el concepto "perspectiva del actor" para incluir estas tres dimensiones.
41
empírica, aunque su formulación, construcción e implicancias estén definidas desde la
teoría.
Sus acciones son lo que son porque la gente tiene reglas específicas para ellas
y razones específicas para ejecutarlas. Estas nociones no pueden ser
simplemente falsas o verdaderas: forman parte indivisible del fenómeno que
estudiamos. Evaluarlas como falsas, por ejemplo, y reemplazarlas con
explicaciones que consideramos verdaderas significa, en términos prácticos,
negar su relación con las acciones observadas. Y en última instancia, negar su
existencia. Si hacemos esto, estaremos reemplazando la realidad de la que son
parte por una realidad que hemos modelado para nuestros propósitos y
razones. Esto conduce, finalmente, a la negación de los hechos observados en
sí mismos; esto significa legislar sobre la realidad social, no estudiarla (Holy y
Stuchlik, 1983: 42; la traducción es nuestra).
2
Obviamente, no fue ni es la antropología la única rama del saber que ha luchado contra las perspectivas
sociocéntricas. Algunas corrientes dentro de la sociología, la psicología, la historia y particularmente el
psicoanálisis han hecho muchos aportes.
42
distintas posturas teóricas se han suministrado variadas respuestas a la naturaleza de la
relación entre lo informal y lo formal, relación que suele caracterizarse como
estructurada, no caótica, a la que hay que desentrañar y explicar. Las vías para dirimir
esta cuestión son múltiples y dependen, como en casos anteriores, de esas decisiones
teóricas.
La relación a veces discordante entre lo formal y lo no formal es una de las fuentes más
comunes de desconcierto para el investigador. Es en este punto inesperado, sin
referencias teóricas ni coincidencias con la cultura del investigador, donde se producen
los quiebres con lo familiar y lo conocido. Y es aquí donde se manifiesta
antropológicamente el movimiento de desnaturalizar lo naturalizado, descotidianizar lo
cotidiano (Lins Ribeiro, 1998), o exotizar lo familiar (Da Matta, 1998). Es en el campo
donde esa perplejidad puede y debe ser alimentada, instalando el proceso cognitivo en
las contradicciones, las rupturas y las interrupciones en la comunicación. Entonces, el
investigador se dispone a encarar dicho proceso no tanto a partir de identificaciones con
los sujetos -como proponen las teorías [76] de la comprensión— sino a partir del
conflicto que le despiertan, por la distancia social y cultural, ese cúmulo de nociones y
prácticas no compartidas. El investigador habría podido apartar su atención de los datos
que no encajan, tratando de forzarlos, o bien suponer que no ha mirado bien y revisar
los procedimientos técnicos. Pero sin embargo, los toma como una fuente de
conocimiento: es "un momento de incertidumbre creativa" (Willis, 1984: 11). Ello lo
conduce a concientizar y explicitar el cúmulo de ideas, decisiones y comportamientos
que asume en este proceso, sometiéndolos "al análisis en los mismos términos en que
[lo hace con] los demás participantes" (Hammersley, 1984:45).
Para acceder a la perspectiva del actor y construirla para relevar aspectos informales o
no documentados y establecer contradicciones y relaciones entre verbalizaciones y
prácticas, para evidenciar la articulación entre los distintos aspectos de la vida social,
para ampliar y descentrar la mirada sobre los sujetos, la presencia directa en el campo
(pilar de las concepciones empiristas) es condición necesaria pero no suficiente. A ello
se añade, ahora, la elaboración teórica y del sentido común que, desde el principio al
final, permite apropiarse de la información, transformarla en dato y organizaría en una
explicación. La antropología suministra un medio por demás adecuado para llevar a
cabo estas tareas, pero entendiendo a ese medio no como un determinado cuerpo teórico
o un bagaje técnico especializado, sino como un enfoque totalizador para el cual la
perspectiva del actor es, a la vez, un punto de partida -pues hay que comenzar por
conocerla—y de primera llegada -pues constituye una parte de la explicación de lo real-.
Concebimos el conocimiento reflexivamente, lo cual significa incorporar al investigador
al campo de análisis y poner en cuestión su mundo académico, cultural y social, que es
su condicionamiento, a la vez que su posibilidad de conceptualizar la objetividad social.
43
4. Características de la investigación socioantropológica
Al afirmar que el mundo social está preconstituido por marcos de sentido propios de
quienes en ellos se desenvuelven (Schutz, 1974; Weber, 1985), suponemos que ese
mundo y esos marcos existen como objetividad social. Pero el investigador accede a
ellos a través de la contrastación crítica y permanente entre su bagaje teórico y de senti-
do común, por un lado, y el mundo empírico de la realidad social, por el otro,
focalizando particularmente en la perspectiva del actor. La elaboración teórica no es ni
anterior ni posterior a la tarea de recolección de información, sino soporte del
conocimiento mismo y, por lo tanto, acompaña todo el proceso. Veamos de qué modo.
Concebimos el proceso de investigación como una relación social en la cual el
investigador es otro actor comprometido en el flujo del mundo social y que negocia sus
propósitos con los demás protagonistas (Hammersley, 1984: 45). El investigador traza
un diseño general para iniciar su labor, pero éste es sólo un bosquejo que necesariamen-
te va a ser alterado a medida que se desarrolla la investigación. Ninguna teoría, ni
técnica, ni procedimiento metodológico lo protegen de estos avatares que, dicho sea de
paso, no son obstáculos o peligros que deban evitarse; gracias a ellos es posible producir
un conocimiento no dogmático ni mecanicista, que se revela más profundo y menos
[78] etnocéntrico por ponerse en diálogo con la realidad que estudia y estar descentrado
del mundo del investigador. Para no incurrir en profecías autocumplidas, con datos que
sólo avalen sus presupuestos (o confirmen sus hipótesis), el investigador no puede partir
de un modelo teórico acabado fundado en categorías teóricas preestablecidas, porque
esto sería desconocer las formas particulares en que la problemática de su interés se
especifica y singulariza en el contexto elegido (Rockwell, 1980: 42). La única vía de
acceso a ese mundo desconocido son sus propios conceptos y marcos interpretativos,
que necesariamente tienen alguna dosis de sociocentrismo. Pero esto puede ser
corregido con el avance de la investigación y, más aún, en la medida en que el
investigador esté dispuesto a dejarse cuestionar y sorprender, a contrastar y reformular
44
sus sistemas explicativos y de clasificación, a partir de los sistemas observados y la
lógica o perspectiva de los actores que los viven, experimentan, modifican y reproducen
(Holy y Stuchlik, 1983; Willis, 1984). En ese contraste el investigador, como señala
Rockwell (1980: 42), "suspende el juicio momentáneamente" no como concesión al
empirismo sino como apertura al referente empírico y a la revisión de los conceptos
sociocéntricos, ya provengan del marco teórico o del sentido común.
Dado que el investigador es quien lleva a cabo todo el proceso desde la concepción
inicial de la investigación hasta la redacción final, no es posible separar la tarea de
reflexión teórica de la obtención de información. La tradición de elaborar datos de
primera mano y de desechar o utilizar críticamente los obtenidos por otros recolectores
(ayer misioneros, funcionarios coloniales o cronistas; hoy agentes estatales, asistentes
sociales, personal médico y escolar, periodistas y agencias noticiosas o encuestadores y
censistas) obedece a que es en el mismo proceso de recolección que el investigador va
internándose en la lógica del grupo en estudio gracias al simultáneo reconocimiento de
sí mismo (de su sentido teórico y común). 3 A través de la difícil tarea de deslindar
categorías propias y categorías nativas, en el aprendizaje del empleo de conceptos
locales y la formulación de interrogantes significativos, el antropólogo recoge
materiales pero, además, va construyendo el complejo descriptivo-explicativo del
mundo social en estudio. [79] El proceso de investigación es flexible, creativo y
heterodoxo, porque se subordina a esa constante y paralela relación entre la observación
y la elaboración, la obtención de información y el análisis de datos. Así planteado, este
proceso permite producir nuevos conceptos y conexiones explicativas sobre la base de
los presupuestos iniciales, ahora reformulados y enriquecidos por categorías de los
actores y sus usos contextualizados en la vida social. Las ciencias sociales deben por
eso respetar los "niveles de adecuación" (Schutz, 1974) por los cuales los conceptos
teóricos dan cuenta, al incorporarlas, de las categorías del lenguaje natural, es decir, de
los actores. Si el investigador aspira a penetrar el sentido, el carácter significativo de la
acción y las nociones, "las explicaciones deben realizarse en el contexto terminológico
de los actores" (Giddens, 1987: 153).
Para incorporar las categorías de los sujetos estudiados (y no nos referimos solamente a
las discursivas), el investigador debe ampliar el ángulo inicial de su mirada. Si la
significación de una práctica, de una verbalización, reside no tanto en la clasificación a
priorí del investigador, sino en la integración específica de la vida social, y si esta
integración es desconocida por el investigador hasta tanto realice su trabajo de campo,
la tarea consiste en abordar y registrar los aspectos más diversos, pues en cualquiera de
ellos puede estar potencialmente la fundamentación de una práctica que se desea
explicar. Volviendo al ejemplo que citamos más arriba acerca de las prolíficas familias
pobres, no se sabe anticipadamente si la razón de la concepción numerosa responde a un
cálculo racional de tipo económico, a una estrategia de redes sociales, a un
mandamiento religioso, a una pauta familiar "tradicional" o a todas estas causas juntas.
Para saberlo necesitamos información acerca de estos y otros aspectos que componen la
compleja trama de la vida de los pobres urbanos. La acumulación de datos no es,
3
Insisümos en que el investigador necesita no sólo reconocer su bagaje teórico aprendido en su
socialización profesional, sino también explicitar "sus actitudes hacia el mundo social, sus relaciones
sociales y sus determinaciones fundamentales" (Willis, 1984), ya que ellas también estarán modelando
sus descripciones, conceptos, repulsiones y pautas políticas. La explicitación que se exige no significa
hacer un racconto de experiencias personales, como ha sucedido tan frecuentemente desde el
acometimiento de la llamada "antropología posmoderna"; significa, en cambio, analizar su papel en el
conocimiento de la perspectiva del actor.
45
simplemente, un mayor acopio de información, sino de información relevante; tal es el
sentido de las pretensiones holísticas que sugieren, desde otro marco epistemológico,
relevar todo. Creemos que es válido insistir en esta consigna no como un requerimiento
que pueda ser cumplido efectivamente, sino como una disposición general del trabajo
(Rockwell, 1980: 42). El investigador va entrenando su organización cognitiva y
conceptual en un abordaje de lo real que, gradualmente, va descentrando su marco de
referencia etnocéntrico hacia el universo de relaciones propio de los actores. Su recono-
cimiento requiere una particular modalidad de recolección de información que aparece
en los primeros trabajos antropológicos: ningún dato tiene importancia por sí mismo si
no es en el seno de una situación, como expresión de un haz de relaciones que le dan
sentido. Esto es: los datos se recogen en contexto, porque es en el contexto donde
cobran significado y porque definen el contexto. El holismo [80] llama la atención sobre
la naturaleza sistémica, plural e interrelacionada de la vida social, lo cual no
necesariamente debe equipararse con indeterminación. Como afirma Rockwell (pág.
42), "el proceso consiste en pasar de ver poco a ver cada vez más, y no al revés". Pero
esta ampliación de la mirada del investigador no es ni acrítica ni ateórica. Al reconocer
los primeros indicios de un marco de significado, de lógicas propias de los actores, el
antropólogo puede, mediante análisis, guiar su búsqueda hasta encontrar las piezas
faltantes del rompecabezas (o, por lo menos, saber que quedan piezas sueltas). Esta
búsqueda puede conducirlo por caminos inesperados, hacia esferas de la vida social que
no sospechaba pertinentes.
46
4. El trabajo de campo como instancia reflexiva del
conocimiento
Como vimos, el trabajo de campo antropológico se fue definiendo como la presencia
directa, generalmente individual y prolongada, del investigador en el lugar donde se
encuentran los actores/miembros de la unidad sociocultural que desea estudiar. Es en el
contexto de situaciones sociales diversas que el investigador extrae la información que
analiza durante y después de su estadía. Algunas de estas características son
compartidas por otras ciencias sociales y profesiones, e incluso pueden no ser una
norma dentro del campo antropológico. Varias investigaciones se llevan a cabo sin el
trabajo intensivo de los analistas de datos, o se valen de equipos numerosos para hacer
el relevamiento; la presencia en campo ya no es tan prolongada como pretendía
Malinowski, en buena parte debido a la escasez de recursos y a las demandas de la vida
académica, pero también al acortamiento de las distancias en el mundo. Sin embargo,
para el antropólogo, el trabajo de campo tiene cierta originalidad que la definición
citada no alcanza a expresar y que reside en la concepción antropológica de "campo" y
en la relación entre los informantes y el investigador.
1. ¿Qué es el "campo"?
1
Utilizaremos "campo" y "referente empírico" indistintamente.
47
remite exclusivamente a una cuestión de énfasis. Y ello puesto que el pasado siempre es
leído desde el presente y este último reconoce su origen genealógico en el pasado.
Ahora bien, al considerar que el mundo social es un mundo preinterpretado por los
actores, el investigador necesita desentrañar los sentidos y relaciones que construyen la
objetividad social. A ello accede en el trabajo de campo. Este acceso no es neutro ni
contemplativo, pues el campo no provee datos sino información que solemos llamar,
algo equívocamente, "datos". Cuando se dice que se "recolectan datos", se está diciendo
que se releva información sobre hechos que recién en el proceso de recolección se
transforman en datos. Esto quiere decir que los datos son ya una elaboración del
investigador sobre lo real. Los datos son la transformación de esa información en
material significativo para la investigación. Esta aclaración merece tenerse en cuenta
tanto cuando se reflexiona sobre las técnicas de campo, como cuando el investigador
elabora sus procedimientos e indaga en sus registros, inventando mejores vías de acceso
a la información. La diferencia entre información y dato es crucial para entender que las
técnicas no aseguran la recolección de hechos en su estado puro.
Los datos no provienen exclusivamente de los hechos ni los replican, porque después de
la intervención del investigador pasan a integrar sus intereses y a encuadrarse en su
problema de investigación. Pero el antropólogo pone especial cuidado en que sus
intereses y sus objetivos no diluyan incontroladamente la realidad social que quiere
conocer, ya que pretende que ese conocimiento no sea ni etno ni sociocéntrico. La
tensión entre el bagaje del investigador y la originalidad del campo recorre, como en
otras ciencias, la totalidad de esta disciplina, pero tiene en ella aspectos distintivos,
particularmente en el trabajo de campo. En la resolución de esta tensión, el trabajo de
campo antropológico y las técnicas empleadas adquieren un carácter particular. En este
sentido, el propósito de una investigación antropológica es doble: por un lado, ampliar y
profundizar el conocimiento teórico, extendiendo su campo explicativo; y por el otro,
comprender la lógica que estructura la vida social y que será la base para dar nuevo
sentido a los conceptos teóricos.
48
referente [85] empírico, el antropólogo intenta abordarlo mediante un activo diálogo.
No pierde de vista los conceptos teóricos (parentesco, plusvalía, lucha de clases,
marginalidad, solidaridad social, función, etc.) en su etapa de campo, sino que aspira a
reconocer de qué modo se especifican y resignifican en lo real concreto. El bagaje
teórico y de sentido común del investigador no queda a las puertas del campo, sino que
lo acompaña, pudiendo guiar, obstaculizar, distorsionar o abrir su mirada. Hablar de
diálogo significa eliminar, lo más posible, los monólogos tautológicos del investigador
teoricista y la ilusoria réplica empirista de lo real. El objetivo del trabajo de campo es,
por lo tanto, congruente con el doble propósito de la investigación y consiste en recabar
información y material empírico que permita especificar problemáticas teóricas (lo
general en su singularidad), reconstruir la organización y la lógica propias de los grupos
sociales (la perspectiva del actor como expresión de la diversidad); reformular el propio
modelo teórico, a partir de la lógica reconstruida de lo social (categorías teóricas en
relación con categorías sociales o folk).
Ahora bien, estos objetivos no se concretan en etapas sucesivas -como suele plantearse
cuando se le asigna al trabajo de campo un lugar diferenciado del trabajo teórico, del
análisis de datos o, en general, del trabajo en gabinete-, sino a lo largo de un solo y
mismo proceso. El trabajo de campo es una etapa que no se caracteriza sólo por las
actividades que en él se llevan a cabo (obtener información de primera mano,
administrar encuestas y conversar con la gente), sino fundamentalmente por el modo
como abarca los distintos canales y formas de la elaboración intelectual del
conocimiento social. Prácticas teóricas, de campo y del sentido común se reúnen en un
término que define al trabajo de campo: la reflexividad.
Nos referiremos a ella en dos sentidos paralelos y relacionados. Por una parte, aludimos
a la reflexividad en un sentido genérico, como la capacidad de los individuos de llevar a
cabo su comportamiento según expectativas, motivos, propósitos, esto es, como agentes
o sujetos de su acción. En su cotidianidad, la reflexividad indica que los individuos son
los sujetos de una cultura y un sistema social: respetan determinadas normas y
transgreden otras; se desempeñan en ciertas áreas de actividad, y estas acciones, aunque
socialmente determinadas, las desarrollan conforme a su decisión y no por una
imposición meramente externa (llámese estructural, biológica o normativa). Es, en
buena medida, el material que recogerá el investigador para construir la perspectiva del
actor. Lo dicho vale obviamente para quienes toman parte en el trabajo de campo, sea
como investigadores o como informantes. A partir de la iniciación de la relación de
campo, la reflexividad de cada una de las partes deja de operar independientemente, y
[86] esto ocurre por más que cada uno lleve consigo su propio mundo social y su
condicionamiento histórico. En un segundo sentido, más específico, aludimos a la
reflexividad desde un enfoque relacional, no ya como lo que el investigador y el
informante realizan en sus respectivos mundos sociales, sino como las decisiones que
toman en el encuentro, en la situación del trabajo de campo. Por una parte, el
investigador adopta ciertas actitudes, selecciona determinados individuos que se
transforman en informantes, se presenta con un elaborado discurso, etc., lo que
constituye los canales de que dispone para acceder al mundo social de los sujetos. Por la
otra, los informantes se conducen reflexivamente ante el investigador. De modo que, en
la situación de campo, el investigador no es el único estratega, y las técnicas de
obtención de información tienen como eje esta premisa.
49
Si caracterizamos al conocimiento como un proceso llevado a cabo desde un sujeto y en
relación con el de otros sujetos cuyo mundo social se intenta explicar, la reflexividad en
el trabajo de campo es el proceso de interacción, diferenciación y reciprocidad entre la
reflexividad del sujeto cognoscente -sentido común, teoría, modelo explicativo de
conexiones tendenciales— y la de los actores o sujetos/objetos de investigación. En la
tradición intercultural, el referente empírico ha venido incidiendo en el cuerpo de
conocimientos y en la postura del investigador. Es casi un vicio de la antropología
relativizar cualquier afirmación de las otras ciencias sociales y cuando, por ejemplo, la
economía lanza afirmaciones acerca del consumo familiar, la antropología pregunta
inmediatamente: "¿pero de qué familia? y ¿a qué se llama consumir?". O cuando se
habla del gobierno en la sociedad, el antropólogo pondera: "habría que ver a qué
gobierno, a qué sociedad se refiere usted". Estas respuestas aspiran premeditadamente, o
no, a hacer explícito el lugar de enunciación del emisor, es decir, a establecer desde qué
cuerpo de conocimientos, desde qué perspectivas y con qué objetivos se pronuncian los
científicos acerca de lo social. Se cuestiona, así, la neutralidad y el carácter absoluto de
las afirmaciones. Sin embargo, a la hora de analizar la labor propiamente antropológica,
es frecuente encontrar que se visualiza al trabajo de campo como independiente de su
contexto, como determinado sólo por decisiones de tipo científico. En los hechos, la
reflexividad ha quedado limitada a la de los informantes. La reflexividad del
investigador no se ha tomado en cuenta, poniendo de manifiesto una concepción en la
cual ella no desempeñaría ningún papel relevante para el conocimiento. De ahí que los
avalares y decisiones del investigador en campo generalmente permanezcan en la
oscuridad. Así, se ha secundarizado el sentido específico de la reflexividad en
situaciones de campo, dentro de la relación entre investigador e informantes. [87]
50
la otra, las reacciones y conductas de la situación de campo propiamente dicha. El
primero es, en definitiva, el que ha venido investigando la antropología a lo largo de su
historia casi centenaria. Ahora, nos detendremos en el segundo orden.
Ante estas perplejidades o, como las llama Willis (1984), "crisis de comunicación", el
investigador ha hecho varias conjeturas: la más frecuente es creer que lo que ve es la
inmediata respuesta a sus incógnitas, garantizada por la presencia directa en campo.
Pero como hemos visto, la presencia in situy la recolección de primera mano, si bien
amplían los canales de acceso a la información, no aseguran resultados de por sí
verdaderos; creerlo de ese modo implicaría suponer que "es posible colocarse de tal
manera de experimentar la realidad de modo pleno e inmediato" (Hammersley, 1984:
51). El subproducto de esta creencia es forzar los datos hacia modelos clasificatorios y
explicativos, realizando traducciones aventuradas. Se adopta así un enfoque unilateral y
"la información obtenida en situación unilateral es más significativa con respecto a las
categorías y las representaciones contenidas en el dispositivo de captación que con
respecto a la representación del universo investigado" (Thiollent, 1982: 24). La
unilateralidad consiste en acceder al referente empírico siguiendo acríticamente las
pautas del modelo explicativo abstracto. Se fuerzan los datos, desconociendo los
sentidos propios de ese mundo social, como en el citado caso en que el antropólogo
registra la práctica agrícola de dejar la parcela en barbecho y rotar los cultivos, mientras
olvida el ritual para provocar la lluvia, asignándole, aunque no lo explicite, un valor casi
nulo, de vana superstición. Otra forma de encarar un trabajo de campo unilateral es
proyectar las pautas de sentido común -con cierto trasfondo teórico- del mundo social
del investigador, haciéndolas aparecer bajo el disfraz de teorías consolidadas. Así, los
atributos elegidos para identificar "marginados", según ciertas versiones de la teoría de
la marginalidad (Germani, 1960), ubican como polos no relacionados al ciudadano
medio y al "marginado", asignándole a éste ciertos rasgos contrarios a los que
corresponden a los sectores medios urbanos de origen europeo y que son definidos por
falta o carencia de (hacinamiento, baja escolarización, vivienda de desechos, ocupación
ilegal de la tierra, desnutrición, recurso a prácticas médicas curanderiles, etc.). El
sociocentrismo de esta teoría consiste en [89] describir y explicar las condiciones de
marginado exclusivamente a partir de los valores y prácticas sustentados por otra clase o
51
sector social, en vez de buscar el sentido de dichos atributos en un modo de vida
coherente y lógico, aunque degradado por la miseria y la explotación.
52
autónoma: implica la singularización de relaciones sociales propias del contexto
estudiado, relaciones que encuadran y afectan decisivamente el tono y los contenidos
del vínculo entre investigador e informantes. Ello ocurría, por ejemplo, cuando el
investigador proveniente de la metrópoli estudiaba a una población de los dominios
coloniales; en efecto, que el antropólogo haya sabido asumir la parte del colonialismo
no significa que llevara un látigo y obtuviera información por métodos virulentos, ni
que ejerciera una premeditada labor de espía, como suelen plantear algunas perspectivas
ingenuas; significa, en cambio, que la relación que integraba con sus informantes estaba
sobredeterminada por una estructura mayor que establecía los límites y características
sociales de dicha relación.
Parte de la mitología que rodea el trabajo de campo de los antropólogos proviene, sin
duda, del hecho de que nadie sabe a ciencia cierta qué hacen realmente. La imagen de
un periodista consiste en la de alguien que interroga a los demás sobre hechos recientes,
munido de un grabador; la de un sociólogo se vincula a cuestionarios sobre el nivel de
instrucción formal, ingresos, ocupación, etc. ¿Y los antropólogos? Se los puede
imaginar merodeando aldeas y poblados, internándose en la selva o la montaña, pero
¿qué hacen una vez allí? Su inmediata asociación con sitios remotos implica asimismo
lo remotas que aparecen sus actividades; más allá de que se sabe que llevan consigo una
cámara fotográfica y una libreta de notas, pocos, muy pocos, pueden precisar cómo
trabaja este profesional. Entre otras cosas, esta diluida imagen afecta a la tribu de los
antropólogos, en virtud de una noción de trabajo de campo entre privada y esotérica,
que sólo ha comenzado a replantearse y discutirse públicamente en tiempos más
recientes. 2
2
En las universidades anglosajonas, las técnicas de campo han integrado excep-cionalmente los
programas de estudio formales. La etnometodología de los años cincuenta y el giro posmoderno de los
ochenta han contribuido a su incorporación a la reflexión académica y a los cursos. Pero el lema de rigor
en la transmisión del quehacer antropológico era el "swim or sink" (nadas o te ahogas). Una estudiante se
53
La actitud empirista frente a las llamadas técnicas de campo es ambivalente. Por un
lado, no necesita problematizarlas, pues el referente empírico se funde con los datos y se
revela tal cual es al investigador. La consecuencia de este planteo es que no se ha dado a
las técnicas un lugar [92] especifico de reflexión. Pero aunque muchos antropólogos,
desde importantes corrientes, han sostenido que sólo miraban, escuchaban y registraban,
en realidad lo han hecho desde una activa elaboración no explícita, teórica y perceptiva.
Por el otro lado, el empirismo deposita en el recurso técnico la plena confiabilidad de la
información obtenida y, en ella, la validez de sus conclusiones. Así, desplaza numerosas
decisiones de orden teórico a una cuestión de "herramientas" técnicas. Los datos que no
encajan, las diferencias entre lo que la gente dice que hace y lo que hace realmente,
entre las pautas formales y las informales, suelen atribuirse a errores y al subjetivismo.
Desde esta perspectiva, se habla de "interferencias del investigador en la recolección de
datos". La consecuencia de esta formulación es que las técnicas se cristalizan en series
de recetas cuyo cumplimiento garantiza una buena réplica de lo real, es decir, una buena
recolección de datos. Este punto resulta fundamental puesto que, en primer término, los
procedimientos técnicos se toman inmunes a los planteos teóricos y a la elaboración
conceptual. En segundo lugar, su éxito resulta independiente de quien lo aplique, pues
basta que se lo haga correctamente. Pero ¿qué significa "correctamente" cuando también
quedan implicadas características personales en una interacción? ¿Es mejor estar serio
que sonriente, ser expresivo que retraído? ¿Un retraído no puede hacer trabajo de
campo?
Pero las técnicas tampoco le hacen decir a lo real lo que se nos dé la gana. Su uso debe
estar efectivamente controlado si se busca la producción de nuevos conocimientos sobre
lo real en sus rincones más inesperados. Al mismo tiempo, el problema de las técnicas
no se resume ni se agota en "el problema de la teoría", sino que posee sus aspectos
propios y su dinámica irreductible. Así como la teoría general no da cuenta de la
singularidad, tampoco un modelo explicativo nos dice de antemano en qué observables
indagar conceptos, o en qué categorías sociales de los informantes se verá traducido
nuestro objeto de investigación. [93]
54
Estilos de trabajo de campo
55
De la acción Salvataje/ Recup. Acción. Depende de propósitos
cultural. Acción. políticos involucrados.
Aplicada/ Introd. Acción.
innovac. Acción.
Misional/
Prédica religiosa.
Partisana/
Transformación
social
Encuadradas en el trabajo de campo, las técnicas son las herramientas del investigador
para acceder a los sujetos de estudio y su mundo social; dentro de una reflexividad en
sentido específico, las técnicas son una serie de procedimientos, con grado variable de
formalización -y ritualización-, que permiten obtener información en una situación de
encuentro, en el marco de una relación social. Sin embargo y como ya señalamos, pocos
antropólogos y no antropólogos podrían definir esos procedimientos como replicables
por otros investigadores, aunque esto ocurra de hecho. En la tradición de la disciplina,
se habla de "observación participante", "entrevista no estructurada" o "etnográfica".
Generación tras generación ha recogido el guante, llevando a cabo tareas que, dentro de
ciertos márgenes, podrían concebirse corno observación participante y entrevista
etnográfica, aunque sus contenidos específicos varíen [95] notablemente. ¿En qué
sentido, entonces, podemos efectivamente seguir hablando de técnicas de campo
antropológicas? ¿Qué nos permite distinguir entre una conversación casual entre dos
legos, un manojo de conductas improvisadas y una serie de técnicas empleadas por un
investigador frente a sus informantes? Pues bien, en el trabajo de campo antropológico
las técnicas ayudan a obtener información y, sobre todo, a que esta información no sea
etnocéntrica. Pero esto no se logra por decreto ni por declaración jurada, sino a través de
un proceso de elaboración teórica personal, que encuentra en la reflexividad su mejor
expresión. El empleo reflexivo de técnicas antropológicas puede dar lugar al
reconocimiento del mundo del investigador y de los informantes, a la elucidación de los
contenidos de esta relación, al reconocimiento de los supuestos teóricos y de sentido
común que operan en el investigador.
Aunque será tema de los próximos capítulos, adelantamos dos premisas generales
acerca de las técnicas: las técnicas antropológicas de campo no son recetas, aunque
puedan ser formalizadas; las técnicas antropológicas de campo no son la aplicación
mecánica de un corpus teórico. Es así como la. flexibilidad ha sido una de las
características más desconcertantes y enriquecedoras del trabajo de campo
antropológico. Ni su grado de formalización ni la estandarización de su contenido están
predeterminados más allá de amplios criterios, pues sus pautas se van construyendo a lo
largo de la investigación. Esto es, se subordinan a la reflexividad de la relación entre los
miembros de la situación de campo. Presentamos las técnicas no en forma de un manual
de lo que hay y no hay que hacer, decir y preguntar, sino como una serie de criterios
para establecer, en cada investigación y en cada situación, qué hacer, decir y preguntar.
Esta formulación poco sistemática da lugar al descubrimiento de formas de acceso a lo
social y de expresiones particulares que asume el proceso en estudio, lo que permite e
implica la interpretación del sentido específico de este último en contextos
determinados (Rockwell, 1980:42).
56
técnicas de obtención de información, pero con el margen suficiente para que el
investigador pueda reparar en lo no previsto y, en general, en la perspectiva del actor.
Ese margen lo brinda la flexibilidad de las técnicas, que no es asimilable a
improvisación. El invesügador recurre a técnicas flexibles en el sentido de que su
empleo se amolda a la dinámica de la relación con los informantes y el campo. Pero esta
dinámica no le es dada al investigador más que a través de un aprendizaje, el que lo
lleva a ampliar progresivamente la mirada. Entonces, la utilización [96] de técnicas y el
aprovechamiento reflexivo de su flexibilidad son, en sí mismos, el proceso por el cual el
investigador aprende a ampliar la mirada y los sentidos y a distinguir y categorizar de
un modo no etnocéntrico. Por eso las técnicas antropológicas de campo no se aplican ni
de manera homogénea ni más o menos correctamente. La corrección y el rigor se juzgan
desde el proceso de aprendizaje del investigador y por el modo en que progresivamente
va explicitando sus propios supuestos y su posición de enunciación, y en el que va
diferenciando sus inferencias de los sentidos verbalizados y actuados por sus
informantes. El investigador aprende, entonces, a distinguir su reflexividad de la de sus
informantes, y la reflexividad creada en el seno de la relación. Ésta es la mediación que
le permitirá acceder más profundamente al mundo social de los actores.
57
7. Presentación y roles: cara y ceca del investigador
En este capítulo, trataremos dos aspectos del trabajo de campo que suelen analizarse por
separado: la presentación del investigador y la asignación de roles por parte de los
informantes al investigador; el término "negociación" puede sintetizarse, entonces,
como la configuración del rol del investigador. No pareciera posible referirse sólo a la
parte del investigador y luego sólo a la de los informantes, pues una existe en función de
la recíproca. Sin embargo, para ordenar la exposición, analizaremos primero la
presentación del investigador y luego la asignación de roles, teniendo en cuenta que
ambos -investigador a informante- se remiten mutua y constantemente entre sí. [147]
Para ganar el acceso al campo, el investigador necesita ponerse en contacto con quienes
serán sus informantes en esa unidad social. Acceder al campo significa,
fundamentalmente, acceder a sus habitantes. Porque aun cuando adopte una posición
objetivista extrema, siempre es necesario contar con la aceptación y la cooperación de
los actores para llevar a cabo el trabajo de campo. Al investigador, de muchas maneras,
se le requiere explicitar sus propósitos y, al mismo tiempo, él necesita precisarlos para
convocar la cooperación de los pobladores. Esta explicitación adopta distintas
modalidades, recorre diversos canales, dependiendo del tipo de inserción practicable en
ese contexto y de los propósitos del investigador. La presentación es la apertura del
juego, el primer paso para negociar su presencia en el lugar, sus objetivos tácitos y
manifiestos, etc.
92
Lo voluntario es todo aquello que se advierte y se alcanza a controlar en el contacto
directo con los interlocutores. Sin embargo, hay otros aspectos en los que no se pone
demasiado interés o cuyo cuidado resulta más difícil; se trata de la información
involuntaria que fluye de su presencia y su apariencia en signos imperceptibles, como
los de terror, prejuicio, bienestar, etc. Por ejemplo, dicha información aparece si se
presenta en un leprosario con una actitud aparentemente abierta, pero evita estrechar la
mano de los internos y comer o beber junto a ellos en su vajilla habitual.1 El
investigador puede no advertir la relevancia de esta serie de atributos, debido a que sólo
consigue efectivizar [148] un control sobre aquello que le parece más significativo. Pero
esta significatividad es, al menos inicialmente, producto de una decisión egocéntrica y
unilateral, y no resulta de una decisión recíproca con sus interlocutores y del curso de la
relación (lo cual implicaría un mayor conocimiento sobre los informantes).
93
de sus antagonismos y alineamientos. Para eso creí necesario no "quedar pegada" a
ninguna facción, y no se me ocurrió nada mejor que "borrarme". En este caso, la ventaja
de la corresidencia hubiera sido que el investigador resolviera de algún modo y "desde
adentro" el supuesto conflicto. En cambio, mi opción sólo postergó la resolución.
El ejemplo clásico que suele darse sobre este punto concierne al sexo del investigador.
Para llevar a cabo una investigación cuyas unidades de análisis sean predominantemente
masculinas, habría que ponderar la incidencia del hecho de que la investigación sea
llevada a cabo por un hombre o una mujer. Ante ciertos temas, se tiende a sugerir que el
investigador presente las mismas características (o lo más similares posible) que sus
informantes: ¿qué ocurrirá si una mujer realiza su trabajo de campo en el puerto o en un
94
bar de hombres?; ¿y si un hombre indaga en actividades predominantemente femeninas,
como las que corresponden a la medicina tradicional? Pues bien, así como una mujer
puede ser segregada de un círculo de pronunciada adhesión machista, también puede
ocurrir que la misma alteridad sea una vía privilegiada para cierta información que
habría sido inaccesible a un investigador (por ejemplo, secretos de la relación con las
mujeres, competitividad con otros hombres, formas de seducción y declaración
amorosa, etc.). El recitado criollo, las guitarreadas y cantadas camperas son actividades
masculinas en el ámbito rural bonaerense. En un breve trabajo de campo para recoger
"poesía popular" en la localidad de Suipacha, provincia de Buenos Aires, después del
asado, las mujeres se retiraban a la cocina y los hombres se dedicaban a la payada y la
milonga campera. en la fiesta del pueblo, fui la única mujer que permaneció en la canta-
da, lo cual se ponía en evidencia cuando a algún recitador se le escapaba un término
fuerte y, entonces, casi a coro, me pedían disculpas y seguían en lo suyo. A pesar de que
me sentía sumamente molesta frente a esta falta de "naturalidad", que me ubicaba en un
sitio diferente en vez de, al menos, hacerme creer que yo era uno más, al tiempo me di
cuenta que estaba teniendo acceso a ciertas pautas de etiqueta intersexual y, por
contraposición, a algunos aspectos identificatorios endogrupales de los cantores y
recitadores como protagonistas de una actividad netamente masculina.
95
Los aspectos no verbalizados de la presentación del investigador dicen tanto de sus
intenciones y de su persona (incluso a veces más) como su discurso, acerca de qué se
propone y por qué está allí. El punto relevante es: ¿cuándo una presentación y la
construcción de la imagen es realmente efectiva para la relación de campo? Hasta hace
poco tiempo atrás, el éxito de una presentación se concebía como la capacidad de
desarrollar una mimesis con la comunidad. Esto fue logrado, sin embargo, en casos
excepcionales en que el antropólogo [152] pasó a integrar, definitivamente y con
independencia de su tarea de investigación, la sociedad estudiada. El acortamiento de
las distancias pareciera recorrer otros caminos que los identificados tradicionalmente
por la investigación empirista. En todo caso, podemos entender ese acortamiento como
una parte del proceso de negociación del sentido de investigador y de investigación. Es
en el curso de dicho proceso que el investigador se traslada desde sus propios sentidos a
sentidos compartidos por sus informantes. Desde este replanteo es comprensible el
empeño antropológico en "vestir las ropas" de sus sujetos, en integrar sus prácticas o
términos del vocabulario local, etc. Pero el mero uso no garantiza que las distancias
sean efectivamente acortadas (como tampoco les garantiza objetividad a los
interpretativistas el que sólo sus informantes consideren adecuado el informe de investi-
gación). El investigador no conoce las implicancias de vestir de uno u otro modo hasta
que progresa en su trabajo de campo; y quizá nuestra colega habría hecho recordar a
Evita u otra señora ilustre si hubiera hecho gala de su guardarropas. Unas y otras
opciones habrían tenido distintas consecuencias, con sus respectivas ventajas y desven-
tajas. Pero lo cierto es que el investigador debe vestirse de algún modo (sino, ¡el
desastre sería total!) y las razones para hacerlo con una u otra falda, camisa o pantalón,
por el momento tienen significación sólo para él, ya que desconoce el sentido de cada
opción para sus informantes. En fin, que el investigador deba decidir para actuar
inmediatamente es inapelable; las implicancias de cada opción, sin embargo, todavía no
están a su alcance, por lo que no puede garantizar de antemano su sentido ni exitoso ni
equivocado. La homogeneidad del investigador con los informantes, como la alteridad,
pueden ser vías de acceso privilegiadas al mundo estudiado. Pero en todo este desarrollo
es crucial que unas y otras opciones se pongan en relación con las cualidades y
características concretas del investigador, que es una figura nueva y desconocida por los
informantes. Cada trabajador de campo es el encargado de encarar una particularísima
alquimia entre atributos físicos, rasgos de la personalidad, pautas culturales, reglas de
etiqueta y roles conocidos por los informantes y el investigador.
Dentro del punto "presentación" interviene una serie informativa cuya articulación
compone la figura social -tanto sea deseada como no deseada- del investigador. Un
ejemplo de esto es la presentación que hace el investigador de su trabajo y sus
propósitos. En la Argentina, la gente, informante potencial, desconoce el oficio de
antropólogo; a su vez, estos profesionales intentan hacerse conocer y reconocer [153] en
su labor específica. En un comienzo, subyace una serie de dudas y de malentendidos. En
esta primera etapa, el investigador puede darse a entender asimilando su profesión a
otras (periodista, escritor, historiador, sociólogo, etc.), pero eso no le basta ni al
investigador ni al informante, pues no da cuenta de su especificidad ni del tipo de tareas
que habrá de emprender ni, por lo tanto, de las técnicas que aplicará o la información
que indagará. Esta incertidumbre y las falsas identificaciones pueden incidir
negativamente en la colaboración y la calidad de información que se obtenga.
96
Aunque la presentación verbalizada guarda cierto parecido con las no verbalizadas,
posee, además, un carácter peculiar: remite a cuestiones que no pueden ser atestiguables
por el informante y de las cuales probablemente éstos no tengan experiencia: la
naturaleza de la investigación, el destino de los resultados, etc. Según sus códigos éticos
y la práctica tradicional de campo, los antropólogos han sugerido decir la verdad, es
decir, sus verdaderas intenciones, a los informantes -aunque en numerosas
oportunidades dichas intenciones se hayan ocultado o trastocado premeditadamente para
revertir consecuencias nefastas para los grupos estudiados; pero éste no es el punto-.
Sería conveniente revisar el tema de la verdad, examinando sus diferencias de sentido
para el investigador y para los informantes. ¿Qué significa decir la verdad? Superando
su abstracto contenido moral, decir la verdad puede significar muchas cosas según el
contexto, la situación y los interlocutores. En términos prácticos de campo, creemos que
el investigador no está tan interesado en ser veraz como en que se le crea que lo es. El
punto tiene importantes consecuencias para la reflexividad del antropólogo. ¿Qué es la
verdad? ¿Que se está encarando una investigación? ¿Que esta investigación no dañará a
nadie? ¿Que el objetivo de la investigación es ampliar los alcances teóricos de un mode-
lo explicativo? ¿O vivir de un sueldo de investigador? Henos aquí con una pluralidad de
cuestiones (y de verdades): en las primeras preguntas, verdad equivale a afirmar -como
quizá cree el investigador- que' la investigación es inocua y que no les traerá
problemas:, a los informantes. Sin embargo, el fin último de la investigación escapa
incluso al control del investigador. ¿Y si lo que él produce se emplea en un plan
represivo o en el control de la natalidad? Por otra parte, en una investigación sobre
sectores de las Fuerzas Armadas, ¿qué significa que la investigación sea inocua?
¿Inocua para quiénes? ¿Para los tradicionales planteos autoritarios del militarismo
argentino? ¿O para la sociedad que los ha padecido? Pero éste no es el único problema:
más arriba señalábamos que el investigador está guiado por un modelo interpretativo al
que se subordinan sus modelos de acción. Con sus informantes sucede a la inversa: ellos
están sumergidos en modelos expresivos o para la acción, que demandan y utilizan los
modelos interpretativos [154] con dichos fines. Vemos, entonces, que las dos preguntas
apelan a dos sentidos de utilidad diferentes: "ampliar los conocimientos teóricos" o
"vivir de un sueldo". Determinar en qué medida este último es más “verdadero" que la
utilidad explicativa o cualquier otra relacionada con el mejoramiento de las condiciones
de vida de los informantes depende de muchos factores, quizá uno de los más
importantes es la experiencia previa de los pobladores (por ejemplo, al escuchar la
palabra "investigación", algunos suponen que se trata de una investigación policial; si se
habla de "estudio" el sujeto puede sentirse observado —una mera rata de laboratorio-).
Concluimos entonces que, en un principio, la verdad puede querer decir cosas distintas
para el investigador y para los informantes. Para complicar más las cosas, digamos que
lo que el investigador supone "una verdad cristalina y de buena fe" puede ser
ininteligible y, por eso, mal interpretada por los informantes, provocando innecesarios
problemas. No hay una sola respuesta a este punto, sino que es preciso promover la re-
flexión sobre las posibilidades que tiene el investigador de anticipar su sentido y si, de
hacerlo, no está juzgando a priori los sentidos de los informantes. En las primeras etapas
del trabajo de campo se desconoce qué presentación puede ser la más aceptable y
positivamente significativa para los informantes, así como éstos desconocen las in-
tenciones del antropólogo en términos de su propia experiencia. Nuevamente, se trata de
una cuestión a negociar y para ello es necesario encarar el trabajo de campo.
Analicemos en un ejemplo cómo funcionan estas cuestiones.
97
Con respecto al valor de la reflexividad en la instancia de la presentación, mostraremos
el caso de un joven antropólogo que estaba llevando a cabo una investigación acerca de
los vendedores por cuenta propia de puestos callejeros en la ciudad de Buenos Aires.
Después de una charla general sobre el valor de las mercaderías en exposición, nuestro
investigador optaba por presentarse de la manera siguiente: 'Yo estoy realizando una
investigación sobre ustedes, los puesteros, cómo trabajan, cómo viven... es para la
facultad, soy estudiante de antropología". En algunos casos, el informante quedaba un
tanto perplejo y respondía con un ambiguo "hmm"; en otros, se animaba y replicaba con
otra pregunta: "¿Ah, y qué podes hacer con eso?" o "¿Dónde se estudia eso?". De esta
presentación, los informantes no reparaban ni en la investigación, ni en la antropología,
sino en que el entrevistador era "estudiante". Las preguntas estaban orientadas a
mantener algún puente de comunicación, pero ese puente sólo podía tenderse sobre lo
que las partes tuvieran en común, es decir, lo que fuera significativo para ambas. En
Buenos Aires, la cuestión universitaria no es algo muy distante, sobre todo después de
la masificación del ingreso estudiantil, en 1984; aun aquellos que no hubieran pasado
[155] por sus aulas pretenden que sus hijos sí lo hagan; esto los hace estar al tanto, en
grado diverso, de cuanto sucede con el tema de la universidad y el profesional recién
graduado. En efecto, los informantes estaban preocupados por la salida laboral y la
remuneración, y sobre esto preguntaban. Pero ¿qué sucedía, entretanto, con el dato de
que la charla se encuadraba en una investigación? ¿O con el aspecto profesional de la
entrevista? ¿O con el rol que le adscribían los informantes y con la relación para obtener
una información calificada y sistemática, que fuera más allá del simple comentario de
un eventual comprador o transeúnte?
Para llegar a esta lectura, nos hemos basado en algunos supuestos que compartimos con
los informantes por pertenecer a la misma (macro) cultura y sociedad, y por habitar en
la misma ciudad donde se realizó la investigación: a) los programas de TV nos hablan
de comunidades refiriéndose a su origen étnico y extranjero, y confundiendo su
98
significado con el término "colectividad" (la armenia, la japonesa, la judía, etc.; la
española, por ejemplo, hace su despliegue de trajes y danzas típicas para homenajear a
un visitante ilustre o para [156] celebrar el 12 de octubre); b) los ejemplos citados por el
investigador se refieren a minorías étnicas y religiosas fuertemente estigmatizadas y
consideradas, según la ideología a la que adhiera el informante, como atrasadas,
extranjeras, invasoras, no cristianas, peligrosas o pintorescas; c) estas comunidades
tienen problemas porque no se adaptan a nuestra forma de vida, de manera que
necesitan una ayuda organizada y planificada —seguramente desde el Estado-, pues, por
sus características, no pueden adaptarse por sí mismas o bien no quieren hacerlo,
ocasionando algunos perjuicios a lar integración nacional, territorial y/o espiritual. El
extendido discurso antisemita, por ejemplo, se asienta sobre estas bases.
99
radicalmente distinta de las anteriores; veamos un párrafo del registro de una entrevista:
La conversación siguió su rumbo tratando temas específicos sobre los puestos, cómo y
cuándo surgieron, y de qué modo visualizaba su repentina irrupción. El investigador no
sólo interrogó acerca de un tema conocido y descifrable para el informante -aunque
todavía no quedara demasiado clara su ligazón con lo que hace un antropólogo-, sino
que, además, lo invocaba como una autoridad en el tema, sin hacerlo sentir
necesariamente como un personaje exótico de las selvas africanas. El investigador
reubicó el foco de atención en un fenómeno del cual el puestero es el principal
protagonista, parte privilegiada y voz autorizada. Es en virtud de esta nueva imagen
devuelta por el investigador que el informante entiende que se requieran sus
explicaciones y puntos de vista.
100
Si las primeras presentaciones son necesariamente imperfectas y se formulan de manera
incompleta, sin alcanzar a ser comprendidas en toda su dimensión, el nuevo problema es
cómo superar esa incomprensión para, de algún modo, hacer posible el trabajo de
campo. A medida que avanza la investigación, puede suceder que el informante reitere
sus inquietudes sobre los propósitos que guían al investigador o que no vuelva sobre el
tema. Sin embargo, no preguntar no significa tener claridad al respecto. Por eso es
conveniente volver una y otra vez sobre la presentación, esclareciendo los motivos de su
presencia en el lugar, de su tarea con los pobladores, de sus temas de interés que lo
llevan a compartir las actividades con sus informantes. Partimos del supuesto de que
sólo si nuestros interlocutores entienden de qué se trata nuestra tarea podrán colaborar
con ella. Imaginemos, en cambio, que suponemos que no deben preguntar, que sus
inquietudes sobre nuestra presencia son persecutorias y hasta fuera de lugar, pues ya nos
hemos presentado una vez, en los comienzos, cuando ingresamos al campo. Ante la
menor pregunta, inferimos que se trata de un mal informante, que no entiende nuestro
lenguaje "claro" y "sin vueltas" o que simplemente no quiere colaborar; quizá nos
golpeemos el pecho creyéndonos malos investigadores y peores trabajadores de campo,
concluyendo que "no servimos para esto". Estas imágenes nada excepcionales, sobre
todo entre quienes se inician, son erradas, porque suponen que nuestras palabras son
unívocas. Esta [159] univocidad es un error flagrante de parte de un antropólogo,
porque su profesión le ha enseñado una y mil veces que los sentidos se vinculan a la
historia y los contextos de uso y que su tarea es, precisamente, descubrirlos en cada
situación concreta. ¿Por qué tendría que ser de otro modo con respecto a los términos
que emplea el investigador? Aunque quiera, el informante no podría interpretar direc-
tamente las palabras del investigador. Y esto se debe, por lo menos, a dos razones: por
un lado, carece de la experiencia de haber tratado —visto-interactuado-padecido- a un
antropólogo social (puede contar con la vivencia de una encuesta de mercado o un censo
nacional, e identificar más fácilmente a un sociólogo de determinado estilo) ; y esto de
que alguien se detenga en el puesto de venta sin planillas ni grabador sólo para
conversar de temas que van desde el fútbol hasta las formas de distinguir a los agentes
de control municipal parece un trabajo bastante sui generis, difícil de encuadrar según
los marcos de referencia con los que cuenta el informante; por el otro, cada actor social
tiene "algo que perder" y un número variable de "enemigos reales y potenciales" que
pueden dañarlo; el desconocimiento de los verdaderos motivos que guían a este
preguntón suele corporizarse generalmente en la sospecha y el terror. Que se piense lo
peor no es una manifestación de pesimismo irreversible, sino el resultado del
aprendizaje que da la experiencia, "la calle", y es bastante comprensible que quien se
sienta amenazado trate de prevenir, antes que curar.
Por estas razones creemos que lo peor que puede sucederle a un antropólogo es que sus
informantes jamás le pregunten por lo que se propone, y decimos "lo peor" porque
quedarse con la duda puede significar que no ha sobrepasado las barreras de la
desconfianza, lo cual incide seguramente en el tipo y calidad de la información
obtenida; quedarse con la duda puede deberse a que el informante considera vergonzoso
no saber qué es antropología y qué es lo que hace un antropólogo, lo cual resta
espontaneidad y comodidad a la relación. Quizá esta situación no se traduzca en un
rechazo abierto, pero sí en respuestas de compromiso que el investigador considera
relevantes cuando -sin saberlo— no logra pasar del "zaguán".
Si en vez de sentir culpa o persecución ante las preguntas sobre qué hace y para qué lo
hace, el investigador entiende que pueden ser aperturas al esclarecimiento, nuevas
101
posibilidades de ensayar explicaciones significativas, un potencial acercamiento y una
manifestación de interés por parte del informante, más que rehuirles, el investigador
debería sentirse halagado al poder reiterar su presentación; hasta sería aconsejable que
no espere a que se lo pidan. La solicitud de aclaración es, además, una excelente
oportunidad para destacar la importancia de la colaboración del informante porque "esto
me sirve para [160] entender [tal y cual cosa], porque, como ya le dije, me interesa
conocer [tal cosa]. Y usted me puede ayudar, porque de esto sabe". Si esto es tan
verdadero como la investigación misma, ¿por qué no decirlo también?
La presentación del investigador es el primer peldaño hacia un tema central del trabajo
de campo antropológico: la negociación de [161] su rol. Para construirlo es necesario un
largo aprendizaje, tanto de los informantes como del investigador. Éste esclarecerá sus
fines, eliminará sospechas y superará encasillamientos. Aquéllos pueden lograr quizás
una fuente de conocimientos sobre sí y del empleo de dichos conocimientos en la
instrumentación de programas que puedan beneficiarlos; también el aprendizaje lleva a
no operar clasificaciones falsas.
102
tampoco la asignación de roles recorre un circuito caprichoso y arbitrario; sigue más
bien la experiencia de la población, sus modelos interpretativos, de acción y su sentido
común. Por eso, puede transformarse en una importante fuente de información si, en vez
de concebirse como un obstáculo para alcanzar a los informantes "en estado puro"
(estado inexistente pues los informantes, como el investigador, son siempre informantes
en contexto), se piensa como una instancia de producción de conocimiento. Mientras el
investigador desea conocer, por ejemplo, la posición estructural de los informantes, la
razón de sus prácticas, etc., los informantes hacen otro tanto. El investigador traduce la
información a categorías teóricas como "nivel de instrucción formal", "monto de
ingresos", "inserción en el aparato productivo"; los informantes traducen el aspecto y la
presentación verbalizada del investigador en aquellos personajes (roles) que les resulten
familiares. Ante un desconocido, la primera reacción es adscribirlo a alguna de las ca-
tegorías sociales conocidas y, dentro de ellas, a las categorías negativas, de modo de
protegerse contra posibles trastornos. Por eso, los primeros roles que se le asignan al
investigador son de signo negativo, pero hay que reconocer que, aunque le resulten
molestos y puedan traerle inconvenientes a su desempeño en campo, son roles
socialmente relevantes.
103
encargados de la operación le preguntaron: "¿Vos tenes algo que ver con el juzgado?"
'Yo les explico que soy antropóloga, entonces ellos me asignan un lugar similar a una
asistente social" (cf. capítulo 13, punto 2).
Los informantes tratan no sólo de preservar la seguridad de terceros, sino la suya propia.
Anselmo, puntero peronista que presentamos en el capítulo anterior, fue mi principal
colaborador para acceder a Villa Tenderos y ponerme en contacto con los primeros
informantes. Su reticencia se manifestaba en extensos interrogatorios, buscando mitigar
sospechas y encontrar una razón "comprensible" para mi trabajo en la villa. "Parece
mentira -me decía-, una chica de la Capital como usted, viene a la villa a caminar en el
barro". Varias veces trató de desalentarme (al menos así interpretaba yo estas
expresiones): "Mire que va a ver caras feas, ¡eh! La gente dice muchas malas palabras,
¿y las mujeres? ¡Uff, ésas son las peores!". Anselmo tenía dos temores fundados en su
experiencia y su rol en el lugar: en nuestro primer encuentro, después que le hube
explicado qué pretendía con mi trabajo, [163] me contestó: "Yo no le doy mi casa para
que se quede con los muebles". Hablando "derecho viejo", Anselmo me aclaraba que no
iba a dejarme acceder a su espacio de trabajo político de años para que yo, en un
santiamén, me quedara con su clientela. En ese momento, yo cumplía el papel de un
eventual enemigo político. Pero al rato me explicó: "Mire, yo todo lo que tengo lo hice
con mi trabajo. Todo es bien habido, lo de mi mujer, mi familia, todo. Yo vivo de mi
trabajo". Acto seguido,-pasó a enumerar cada uno de los lugares donde había trabajado
extendiéndose en detalles —aparentemente irrelevantes- sobre una fábrica de la Capital
donde hacía la limpieza. Tiempo después entendí que Anselmo trataba de proteger su
imagen en tiempos en que los políticos -casi de cualquier filiación— solían ser
investigados por actividades ilícitas por los organismos militares oficiales. Pero más
aún, la minuciosidad con que se había referido a la basura de aquel establecimiento se
orientaba a eliminar sospechas acerca de su robo (o venta) penada por la ley municipal.
Pero descubrí, además, que Anselmo me había estado suministrando información acerca
de los controles que operan sobre una de las actividades más corrientes en las villas
miseria: el cirujeo o compraventa de basura, actividad legalmente monopolizada por las
municipalidades locales.
Para seguir en relación con Anselmo y sus derivados, fue necesario hacerme cargo —no
en el desempeño, sino en su conocimiento- de los roles que me estaba adscribiendo.
Esta habilidad para descubrir al interlocutor puede ser más o menos sencilla según la
información disponible, tanto sea del grupo como de sus relaciones con el sistema
mayor. Tarde o temprano, resultará crucial para conocer la trama de expectativas que el
investigador ha generado en los pobladores pero, también, para contextualizar la
información obtenida y establecer sus alcances descriptivos y explicativos. La
manifestación más inmediata de que la adscripción del rol es correcta o no lo es está
integrada por las prácticas y verbalizaciones que sigue el investigador. Cuanto más
advertido se encuentre de las expectativas que ha generado el rol asignado, mejor podrá
contrarrestarlas o mantenerlas en función de la investigación. En fin, se trata de acceder
a la reflexividad de los informantes sobre la figura del investigador.
Si éste pretende delinear su propio rol sin quedar encerrado en los personajes que el
grupo en cuestión le atribuye, lo primero es identificar esos roles, reconocer sus sentidos
y posibles implicancias en ese contexto particular y para los fines del investigador, y
actuar para eliminar las sospechas consiguientes. Veamos qué nos cuenta Esther
Hermitte de su experiencia en Centroamérica.
104
Sobre el primero de los interrogantes [la identidad del antropólogo] lo usual al
principio es adjudicarle uno de los roles familiares [164] a los habitantes de la
comunidad, ya sean aceptados o considerados peligrosos para la seguridad. En
Pinola, aldea bicultural del estado de Chiapas, en el sur de México, poblada por
indios mayas y "ladinos" (mestizos portadores de la cultura nacional mexicana),
donde realicé mi trabajo de campo, mi llegada suscitó dudas. En primer lugar,
mi tipo físico era notoriamente distinto al fenotipo indígena o mestizo común en
el área. Por añadidura, vivía sola y en barrio indio. Las primeras semanas
significaron una sucesión de etapas felizmente superadas, en las que se me
atribuyó ser 1) bruja, 2) hombre disfrazado de mujer, 3) misionera protestante,
4) agente forestal y 5) espía del gobierno federal. Algunas de esas sospechas
fueron de fácil naturalización. Por ejemplo, fumar y aceptar una copa de
aguardiente son el mejor antídoto a la idea de que el recién llegado es misionero
protestante. Otras llevaron más tiempo, hasta que el convencimiento surgió
espontáneamente entre los indígenas de que yo no iniciaba ninguna acción en
detrimento de sus magras posesiones, como lo podría haber hecho un agente
forestal. El más peligroso fue el de ser identificada como bruja en esa
comunidad regida por el poder de embrujar, pero el tiempo y la creación de
vínculos de parentesco ritual con varias familias canceló ese terror. Sobre el
tema de estudio en Pinola, mi explicación de que quería aprender la lengua y
conocer "el costumbre", según la expresión usada localmente, para algún día
escribir un libro y enseñar en otro país, fueron satisfactorias: ambos objetivos se
han cumplido. En una situación culturalmente distinta, un estudio que realizara
en la Villa de Belén, en el oeste catamarqueño, me identificaron en un principio
como compradora de tejidos de vicuña y también como folklorista. La
explicación es sencilla ya qué esa comunidad, productora de ponchos y además
rica en folclore, es frecuentemente visitada por comerciantes y estudiosos de esa
disciplina. A pesar de aclarar mi interés por un tema, para algunos quedé
definida como "la escritora". Claro está que yo diariamente pasaba a máquina
mis notas de campo" (Hermitte, 1985:8).
105
militante, psicoanalista, consejero espiritual, Celestino o mecenas-; ninguna de estas
opciones es negativa per se, pero siempre y cuando puedan ponderarse, en la medida de
lo posible, sus consecuencias para el conocimiento y la investigación.
Hay varios motivos para transigir en el rol adscripto en vez de construir el propio. Uno
es la comodidad de las redes de informantes. El investigador queda encerrado en un haz
de relaciones que pertenece a un subgrupo o facción, tema al que ya nos hemos referido
cuando propusimos saltar el cerco. Por eso, el investigador debe hacer un permanente
reconocimiento crítico del territorio social que pisa, controlando su adscripción
involuntaria a determinada alianza. Al finalizar una reunión, el presidente del consejo
vecinal le reconocía a Lacarrieu: "Vos siempre estás en todas, mira que lograste estar
con peronistas, radicales... yo quiero leer tus conclusiones, porque algo tendrás... su-
pongo...". Quizá, éste haya sido uno de los mayores elogios y reconocimientos a su
forma de trabajo, no porque la investigadora evite comprometerse con sus informantes,
sino porque en ese contexto su compromiso es como investigadora independiente, cuya
atención se orienta a reconocer las versiones de procedencia política y social más
diversas. Esto requiere reconocer los obstáculos que una confusión de roles podría
provocar. Cuando hablamos de obstáculos, nos remitimos a los..que interfieren con los
objetivos de la investigación y que podrían consistir en el cierre de algunos sectores o
pobladores que suministren información, el bloqueo de informantes y de nuevas redes,
agresiones, incomodidad y desconfianza en la relación con el investigador.
Una de las formas más recurrentes de paliar esas culpas es la devolución pensada,
generalmente, en términos inmediatos y concretos, en forma de compensación material
y económica al informante; el investigador se siente en la obligación de responder a las
demandas de sus informantes, aun cuando éstas no guarden relación con los objetivos
de su trabajo ni con sus posibilidades reales de materializarlas. Esto es lo que sucede
con la promesa de encarar gestiones ante organismos oficiales o agentes privados, sin
106
tener plena seguridad de poder hacerlo. El otro ejemplo paradigmático es la retribución
monetaria por una entrevista o por información. Nuevamente, y como no hay opciones
intrínsecamente buenas o malas, conviene ponderar las bondades y limitaciones de esta
pretendida compensación. En primer lugar, conviene tener en cuenta que el valor del
dinero (como el de la verdad y la presentación) varía según la pertenencia cultural, el
sector social, el contexto situacional, etc. Sin embargo, hay algunos criterios generales
que nos advierten en su contra. Cuando interviene el dinero de manera sistemática, el
vínculo entre investigador e informantes, lejos de igualarse, se torna más asimétrico
aún, equiparable a la relación entre empleador y empleado; en el seno de esta relación,
el informante se siente obligado a suministrar información, así la tenga que inventar en
el momento. Ello afecta sin duda la calidad del material recogido, la comodidad y la
disposición de ambas partes; pero, por sobre todas las cosas, desplaza al hecho del pago
el proceso crítico y reflexivo del aprendizaje de otras perspectivas sociales y culturales,
proceso que se lleva a cabo no sólo gracias a la obtención de información (como si se
tratara de una colección de estampillas o mariposas), sino [167] también a lo largo de la
dinámica misma del trabajo de campo. El antropólogo queda ubicado en el sitio del
dador (o de patrón), reforzando su posición de poder, lo cual puede distanciarlo más aún
de sus interlocutores y distorsionar profundamente su rol. Cuando decimos
"distanciarse" nos referimos, precisamente, a que la información se brinda para un
contexto diferente al de la investigación. El informante se vincula a él no en su carácter
de investigador, sino de asistente social, empleador o dirigente político. Esto no impide
que, en otras circunstancias y llegado el caso, el investigador haga un préstamo de
dinero, colabore en una colecta, compre números de lotería y rifas (que nunca ganará),
incluso que llegue a pagarle al informante el valor equivalente a las horas que pasaría
trabajando en vez de conversar con él. En tal caso, puede ser aconsejable que estas
compensaciones se concreten ya avanzado el trabajo de campo, es decir, cuando el
informante ha individualizado más el rol y los propósitos del investigador. Por el
principio elemental de reciprocidad -estudiado hasta el hartazgo por los antropólogos- el
dinero y los regalos obligan a quien los recibe; si éste no tiene cómo devolverlos,
pueden generarse situaciones irresolubles de desigualdad y hasta de humillación que
conduzcan a evitar el contacto con el investigador y, por ende, a un distanciamiento
definitivo. No obstante, algunos informantes solicitan efectivamente este tipo de
compensación, pero seguramente lo hacen sobre la base de su experiencia como
beneficiarios de instituciones caritativas y religiosas o gubernamentales, después de
identificar al antropólogo con uno de estos agentes.
107
interpretativos dan sentido a la relación de campo. Por [168] eso, quizá el verdadero
desafío del investigador social consista en hacer valer su rol específico (de investigador)
y, por consiguiente, comunicar la utilidad que puede tener su actividad para esa
población. Pensamos que la solución no es renunciar a la intelectualidad, sino
aprovechar al máximo sus aportes y hacerlos aprovechables para otros grupos sociales.
Sólo en el interior de los flujos y reflujos de la relación entre población en general e
intelectuales se irá redefmiendo esto de ser intelectual en un proyecto participativo de
diversos sectores de nuestra sociedad. [169]
108
8. La observación participante: nueva identidad para una
vieja técnica
El trabajo de campo antropológico, como contexto más amplio de obtención de
información, suele caracterizarse por su falta de sistematicidad con referencia a los
procedimientos técnicos de otras ciencias sociales. Sin embargo, esta presunta
asistematicidad posee una lógica propia y fue adquiriendo su identidad como técnica de
obtención de información: la participant observation que recibimos, traducción
mediante, como "observación participante". En este capítulo examinaremos más de
cerca su lógica e implicancias tratando de establecer, en medio de tanta heterodoxia, en
qué consiste, qué tipo de información provee y qué lugar ocupa en su empleo la figura
del investigador.
1. Fundamentos "clásicos"
109
que le ha tocado intervenir; desde este ángulo parece que estuviera adentro de la
sociedad estudiada. En el polo contrario, la observación parece ubicarlo fuera dé la
sociedad, pues su principal objetivo es obtener una descripción externa y un registro
detallado de cuanto ve y escucha. Es como si estuviera tomando nota a medida que se
desarrolla una película, sin desempeñar ningún papel en su argumento. Desde el ángulo
de la observación, el investigador está alerta permanentemente pues, aunque participe,
lo hace con el fin de observar y registrar los distintos momentos de la vida social.
Esta paradoja que contrapone ambas actividades confronta dos formas de acceso a la
información, como si una, la observación, fuera externa, y la otra, la participación, fuera
interna; como si no se pudieran llevar a cabo simultáneamente, como si no proveyeran
distintos aspectos de un mismo conocimiento. Unos afirman que no es posible conocer
científicamente "siendo parte de", esto es, desde adentro; otros sostienen que lo social
no puede ser conocido manteniéndose al margen o desde afuera. Según" cada postura
epistemológica, la tarea de la observación participante se concibe desde ángulos
prácticamente opuestos.
Adelantándonos a algunos desarrollos posteriores, diremos que tanto una como otra
actividad suministran al investigador una perspectiva diferente; pero esta diferencia no
es tanta como para afirmar que mediante la participación se termina siendo uno más, o
que por la observación se permanece afuera como un testigo neutral. Si bien ambas
actividades tienen sus peculiaridades y proveen información diversa por canales
alternativos, es preciso justipreciar los verdaderos alcances de estas diferencias. Ni el
investigador puede ser uno más entre sus informantes, ni su presencia puede ser tan
exterior como para no afectar en modo alguno el escenario y a sus protagonistas. Este
punto es decisivo para reconocer la incidencia del investigador y su reflexividad en el
trabajo de campo y en la elaboración de datos a partir de la información recogida. Estos
señalamientos no excluyen cierta distinción en los estilos, canales de acceso, materiales
e interpretaciones, cuando se recurre a la observación y a la participación, actividades
que pueden resultar complementarias a la vez que contrapuestas en su práctica concreta.
En esta sección indagaremos con mayor detenimiento de qué modo el positivismo y el
interpretativismo conciben la contraposición entre observación y participación. En vez
de seguirlas pensando como actividades separadas y antagónicas, en las secciones
siguientes intentaremos fundamentar la unicidad y globalidad de la observación
participante.
110
científica y de preceptos metodológicos. Por eso, el trabajo de campo debe ser realizado,
inexorablemente, por el investigador. La observación directa es similar a la que aplica el
biólogo cuando observa especies en su medio natural, y ya vimos que los primeros
trabajadores de campo de la antropología moderna eran, ciertamente, naturalistas. "El
concepto de 'naturalismo' significa en términos etnográficos el compromiso de observar
y describir fenómenos sociales de manera similar a como los naturalistas estudian la
flora y la fauna y su distribución geográfica" (Hammersley 1984: 48). En este sentido,
el antropólogo prefiere observar a sus informantes en sus contextos naturales; el campo
sería su laboratorio.
111
realidad, invertirse: "participación con observación" o "participación observante"; el
antropólogo asumiría el rol de participante-observador o participante pleno, más que de
observador (Holy, 1984; Tonkin, 1984).
La confrontación entre las dos actividades a las que alude la técnica de observación
participante según ambos paradigmas conduce a una segunda oposición: el
involucramiento versus la separación del investigador con respecto a los sujetos que
estudia. Al enfatizar la participación se afirma que el investigador debe ligarse (desde
adentro) con los sujetos, involucrándose, en la mayor medida posible, en sus actividades
y modos de vida. Pero, señala el polo contrario, si el investigador se sumerge en otras
lógicas para aprender a pensar, actuar y, por supuesto, hablar o comunicarse como sus
informantes, será inevitable su fusión con ellos perdiendo la distancia mínima de la
objetividad y la dimensión necesaria para no caer en la mera réplica de sus versiones y
poder explicar lo que observa y registra, añadiendo sus valiosas consideraciones
teóricas. ¿Cuan aconsejable es fundirse con los sujetos si se pretende discutir la teoría
académica desde la teoría nativa de esa cultura y sociedad? [175]
Según estas dos posturas, la observación -como actividad externa del investigador
respecto de sus informantes- se contrapone a la participación -como desempeño interno
desde la cultura estudiada-. Según estos planteos, ambas serían mutuamente
excluyentes. Sin embargo, la disputa no cuestiona las bases epistemológicas que
permanecen inalterablemente empiristas, como lo pone de manifiesto la forma de
plantear la demanda de presencia directa en el campo. Al revisar estos clásicos
supuestos con que se ha concebido el empleo de la técnica de la observación
participante, volvemos a situar la discusión en los siguientes términos: ¿es posible
conocer la objetividad social de manera inmediata, es decir, sin la mediación de la teoría
(por la mera percepción sensorial o afectiva)?; ¿qué papel, negativo o positivo,
desempeña la subjetividad del investigador en el conocimiento social?
Ya hemos precisado que el conocimiento está siempre enmarcado por la teoría -ya se
presente como un cuerpo sistematizado o fragmentado en el sentido común-. En este
sentido, si no acordáramos en que el investigador aspira a conocer, de la manera más
cabal posible, una "realidad social objetiva", esto es, externa e independiente de su
voluntad, el rechazo de la concepción empirista -que piensa la observación participante
como equiparable a la presencia directa y, por ende, como garantía del conocimiento
verdadero— nos llevaría a rechazar la técnica propiamente dicha. La presencia directa
es, indudablemente, una valiosa ayuda para el conocimiento social, pero no porque
garantice un acceso neutro y una réplica exacta de lo real, sino porque evita algunas
mediaciones de terceros y ofrece lo real en su complejidad al observador crítico y bien
advertido de su marco explicativo y su reflexividad. Resulta inevitable que el
investigador se contacte con el referente empírico a través de los órganos de la per-
cepción y de los sentimientos, pero éstos se amoldarán a su aparato cognitivo -cargado
de nociones de sentido común y teorías-, ya que éste será el que, en última instancia,
dará sentido a lo que los afectos, la vista y el oído le informan. Además, la subjetividad
es parte de la conciencia del investigador y desempeña un papel activo en el cono-
cimiento. Pero esta subjetividad no es una caja negra indiferenciada; a la hora de
112
suministrar explicaciones e integrarse al trabajo de campo científico, los afectos y
sentimientos que la componen se organizan siguiendo estructuras explicativas
relativamente conformadas y cuyo carácter social les ha valido el nombre de teorías.
Esta forma de existencia de la subjetividad es interpelada tanto en la observación como
en la participación. De subyacer en ambas actividades un mismo modelo teórico, un
objeto afín -explícito o no-, el material recogido [176] y sus conclusiones serán
básicamente similares aunque, quizá, con mayores o menores dosis de pintoresquismo.
La actividad específica del investigador es sólo aparente y superficial si éste no puede
indagar reflexivamente de qué manera coproduce el conocimiento a través de sus
nociones y sus actitudes y desarrollar la reflexión crítica acerca de sus supuestos, su
sentido común, su lugar en el campo y las condiciones históricas y socioculturales bajo
las que lleva a cabo su labor.
Partiendo de los replanteos acerca de la presencia directa y los límites del conocimiento
inmediato, es posible precisar los alcances de la observación y la participación como
dos vías específicas y complementarias de acceso a lo real. Su diferencia radica en el
tipo de relación cognitiva que el investigador entabla con los sujetos/informantes y el
nivel de involucramiento resultante. Las condiciones de la interacción plantean, en cada
caso, distintos requerimientos y recursos. Es cierto que la observación no es del todo
neutral, pues incide en los sujetos observados, y es cierto también que la participación
nunca es total, excepto cuando el investigador adopta, como campo, un referente de su
propia cotidianidad; pero aun en este caso el hecho de que el investigador se conduzca
como tal en su medio introduce diferencias en la forma de participar. Parece indudable,
sin embargo, que, en tanto negociada, la presencia del investigador como mero
observador exige Un grado menor de aceptación -o bien una aceptación más exterior y
menos comprometida- por parte de los informantes que lo que exigiría la participación.
Y esto si concebimos la observación como la mera captación por la [177] vista y el oído
de cuanto ocurre en su presencia, y la participación como tomar parte de una o varias
actividades de las corrientemente desempeñadas por los sujetos a los que se investiga.
Analicemos un ejemplo para su mejor visualización.
El investigador observa desde la mesa de un bar a algunas mujeres, a las que suele
calificarse como "las bolivianas", haciendo su llegada al mercado; registra la hora de
arribo, edades aproximadas y el cargamento de cada una; las ve disponer lo que supone
son sus mercaderías sobre un lienzo, a un lado de la vereda, y sentarse de frente a la
vereda y a los transeúntes. Luego, el investigador se aproxima y las observa negociar
113
con algunos individuos. Más tarde se acerca a ellas e indaga el precio de varios
productos; las vendedoras responden puntualmente y el investigador compra un kilo de
limones. Día tras día, el hecho se repite. El investigador es para las bolivianas un
comprador más, que añade a las preguntas de rigor (por los precios) otras
que no conciernen directamente a la transacción; surgen comentarios
sobre los niños, el lugar de origen y el valor de cambio del peso argentino y el
boliviano; las mujeres entablan con él breves conversaciones que podrían responder a la
intención de preservarlo como cliente. Este rol de "cliente conversador" ha sido el canal
de acceso que el investigador encontró para establecer un diálogo inicial. Pero en cuanto
deja de hacer su compra diaria y se limita a conversar, las mujeres comienzan a
preguntarse por qué tantas averiguaciones. El investigador debe ahora explicitar sus
motivos si no quiere encontrarse con una negativa rotunda ante' nuevas aproximaciones.
Aunque no lo sepa, sucede que estas mujeres han ingresado a la Argentina con visa de
turista, lo que les impide trabajar; sospechan entonces que el presunto investigador es,
en realidad, un inspector en busca de inmigrantes ilegales.
¿Qué implicancias tiene ser observador y ser participante en una relación!1 En este
ejemplo, el investigador se ve obligado a adoptar una decisión sobre su actitud sólo
desdé el momento en que entra en el campo de acción de sus informantes; hasta
entonces puede registrar su comportamiento y su aspecto externo, pero debe limitarse a
ello; no puede hacer preguntas, ni acercarse, ni indagar sobre hechos de la vida de las
vendedoras, ni sobre sus nociones y representaciones, etc. La presencia directa exige no
tanto la observación desimplicada, sino una observación con distintos niveles de
participación, donde las acciones que emprenden los informantes tienen su correlato en
las del investigador y viceversa. Este involucramiento es, sin duda, una cuestión de
grados, pero nos advierte sobre dos cuestiones: primero, que la observación para obtener
información significativa requiere algún grado siquiera mínimo de participación, esto
es, de incidencia en la conducta de los informantes y, por consiguiente, en la del inves-
tigador; segundo, que la reciprocidad de la relación entre investigador e informantes
desempeña un importante papel en el suministro de información, siempre y cuando el
114
investigador considere que los términos de la interacción con sus informantes son
sociales y culturales, y que no los conozca de antemano, sino que los vaya develando a
medida que avance la investigación.
Los antropólogos no se han limitado a hacer preguntas sobre la mitología o a ver a los
nativos emprender una expedición de caza o pesca, sino que han optado por ejercer
cierto protagonismo en las actividades de sus informantes. Este protagonismo admite
dos líneas posibles: o bien comportarse según las propias pautas culturales del
investigador, o bien comportarse imitando las pautas de los informantes.
Al comenzar su trabajo de campo, el investigador hace lo que sabe; y lo que sabe son
sus propias pautas de conducta y de reacción, según sus nociones familiares. Aunque
seguramente esto le valga errores de procedimiento e infracciones a la etiqueta local, es
el único mapa que [179] por el momento puede orientarlo hasta hacerse de nuevas
pautas, las de sus informantes. Desde entonces va incorporando otras formas de
conducta y con ello de conceptualización acordes con el mundo social en que se
encuentra.
El autor destaca aquí la íntima relación entre la observación y la participación, dado que
el hecho de estar allí lo involucraba en actividades y en el ritmo de vida, tornando
significativo el orden sociocultural nativo. Malinowski se fue integrando gradualmente
al ejercicio pleno de la participación: aquel por el cual se comparte y se practica la
reciprocidad de sentidos del mundo social. Pero esto no habría sido posible si el mismo
investigador no hubiera valorado cada hecho cotidiano como un aspecto digno de
análisis y registro. Esta transformación de los -hechos en datos puede hacerse, como
veremos en otro ejemplo, por el contraste reflexivo de lo familiar y lo exótico. Lo que
nos parece crucial es pensar en las dos acepciones de la participación, o sea, no como
etapas sucesivas ni como formas excluyentes: el pasaje de una participación en términos
familiares a otra participación en términos desconocidos significa, de por sí, que el
investigador está avanzando y profundizando su conocimiento sobre esa sociedad. Ade-
más de impracticable y vanamente angustiante, en un primer momento del trabajo de
campo, la participación correcta (es decir, hacer "buena letra" y cumplir con las normas
y valores locales) no es ni la única ni la más deseable en este aprendizaje; la
115
transgresión (o lo que entendemos por un error) es, tanto para el investigador como para
el informante, un medio imprescindible para problematizar distintos ángulos de la
conducta social y evaluar su significación en la cotidianidad de los informantes. En este
pasaje de la participación en términos [180] del investigador a la participación en
términos del informante existima serie de requerimientos y de situaciones que pueden o
no favorecerlo, y en las que puede verse más o menos desprotegido y amenazado.
[...] a los pocos días de llegar a Pinola, en zona tropical, fui víctima de picaduras
de mosquitos en las piernas. Ello provocó una gran inflamación en la zona
afectada -desde las rodillas hasta los tobillos-. Caminando por la aldea, me
encontré con una pinolteca que después de saludarme me preguntó qué me
pasaba y, sin darme tiempo a que le contestara, ofreció un diagnóstico. Según el
concepto de enfermedad en Finóla, hay ciertas erupciones que se atribuyen a
una incapacidad de la sangre para absorber la vergüenza sufrida en una
situación pública. Esa enfermedad se conoce como "disipela" (keshlal en lengua
nativa). La mujer me explicó que mi presencia en una fiesta la noche anterior
era seguramente causa de que yo me hubiera avergonzado y me aconsejó que
me sometiera a una curación, la que se lleva a cabo cuando el curador se llena la
boca de aguardiente y sopla con fuerza arrojando una fina lluvia del líquido en
las partes afectadas y en otras consideradas vitales, tales como la cabeza, la
nuca, las muñecas y el pecho. Yo acaté el consejo y después de varias
"sopladas" me retiré del lugar. Pero eso se supo y permitió en adelante un
diálogo con los informantes de tono distinto a los que habían precedido a mi
curación. El haber permitido que me curaran de una enfermedad que es muy
común en la aldea creó un vínculo afectivo y se convirtió en tema de
prolongadas conversaciones (Hermitte, 2002:272-273).
Una segunda lectura de esta cita nos muestra que el esfuerzo de la investigadora por
integrarse a una lógica diferente deriva en una consideración especial y un respeto hacia
ella. Este punto asume una importancia crucial cuando el investigador y los informantes
ocupan posiciones desiguales en una estructura social asimétrica, como ha ocurrido
tradicionalmente entre los antropólogos procedentes de las metrópolis y sus informantes
habitantes de las colonias. Pero vuelve a aparecer en las investigaciones con sectores
subalternos de la misma [181] sociedad del investigador. Desde Malinowski no son
pocas las ocasiones en que el antropólogo narra una experiencia que se transforma en un
punto de inflexión en su relación con los informantes. No se trata de exaltar las
situaciones de riesgo físico y personal, ni de emprender simulaciones para acceder a la
confianza, sino de reparar durante el ingreso del investigador -generalmente a través de
situaciones casuales y rutinarias— en la lógica de los sujetos, en sus formas de resolver
problemas y hacer frente a la cotidianidad. Lo relevante de la "disipela" de Hermitte no
fue su sufrimiento por la inflamación, sino que aceptara interpretarla en el marco del
116
sistema local de creencias sobre la enfermedad y en el seno de sus relaciones sociales.
Aunque Hermitte no hubiera previsto que iba a ser picada por mosquitos, que se le
inflamarían las piernas y que encontraría a una pinolteca locuaz que le ofrecería un
diagnóstico, mantenía una actitud abierta y dispuesta a permitir que sus informantes
categorizaran y explicaran qué le sucedía y a aceptar de ellos una solución. Esta
incorporación a la lógica nativa entraña, necesariamente, el conocimiento de prácticas -
curativas, vecinales, etc.-y sentidos -vergüenza, "disipela", enfermedad—.
Para que la participación sea posible es necesario efectuar un tránsito gradual, crítico y
reflexivo desde la participación en términos del investigador, a la participación en
términos de los actores; pero una no existe sin la otra. El investigador necesita hacer
consciente la lógica de sus reacciones, conductas y decisiones en la primera etapa de
campo para comprender, en su propio marco teórico y de sentido común, cuál es el
valor y las modificaciones que introducen las pautas de los informantes. Veamos un
ejemplo de estos puntos. Una tarde de trabajo de campo acompañé a Graciela y su
marido, Pedro, a la casa de una mujer mayor, Chiquita, para quien Graciela trabajaba
por las mañanas haciendo la limpieza y algunos mandados. La breve visita tenía por
objetivo buscar un armario que Chiquita iba a regalarles. Mientras Pedro lo desarmaba
en piezas transportables, Graciela y yo manteníamos una conversación casual con la
dueña de casa. Recuerdo este pasaje: [182]
Ch.: —El otro día vino a dormir mi nietita, la menor, pero ya cuando nos acostamos
empezó que me quiero ir a lo de mamá, que quiero ir a lo de mamá; primero se quería
quedar, y después que me quiero ir. Entonces yo le dije: bueno, está bien, ándate, vos
ándate, pero te vas sola, ¿eh? Te vas por ahí, por el medio de la villa, donde están todos
esos negros borrachos, vas a ver lo que pasa...
G.: —Hmmmm...
Yo, con cara funesta, terminantemente prohibida en el manual del buen y equidistante
trabajador de campo.
Apenas salimos de la casa, le pregunté a Graciela por qué no había replicado y me
contestó: 'Y bueno, hay que entenderlos, son gente mayor, gente de antes".
¿Qué datos construí sobre esta experiencia? Mi primer interrogante era por qué Graciela
no había defendido a sus vecinos y a sí misma, por qué no había respondido, como suele
hacerse en las villas, que la gente habla mal del villero pero no de quienes cometen
inmoralidades iguales o mayores en sectores económicos más pudientes ("del villero se
dice que está 'en pedo', del rico que está 'alegre' "; "el pobre se mama con vino, el rico
con whisky", etc.). No habría podido sorprenderme ante semejante aceptación por parte
de Graciela de no haber sido porque conmovió mi sentido más íntimo del respeto por el
prójimo, y porque a todas luces identificaba la actitud de Chiquita con una absoluta falta
de ética y una alevosa manifestación de prejuicios. Si para mí era tan claro, debía serlo
117
más aún para Graciela y, por qué no, para Chiquita. Desde esta distancia entre mi
conceptualización de la situación y la que manifestaban Chiquita y Graciela, en su
práctica, bajo la apariencia de una tácita complicidad pasé a indagar el sentido, no tanto
de la actitud de Chiquita como de la de Graciela; pero esta indagación pudo plantearse y
encararse a partir de y en relación con una reflexión sobre mi punto de vista, mis
intereses y preocupaciones, humanitarios en general, no sólo de la investigación.
Ahora bien, mi gesto mostró una participación en términos que pueden ser adecuados en
sectores medios profesionales progresistas y, más aún, universitarios, a los que yo
pertenezco, pero no entraba dentro de la participación en términos de los vecinos de un
barrio colindante a la villa, habitado por una vieja población de obreros calificados y
pequeños comerciantes, amas de casa y jubilados. Tampoco parecían integrar la batería
de reacciones posibles de los pobladores de la villa. La pregunta era entonces en qué
consistía el sentido de "villero" y la conducta hacia este actor en ese escenario concreto
e, implícitamente, dónde residía la diferencia con mi propio sector social. Esto se puso
en evidencia cuando una semana más tarde Graciela me transmitió los comentarios
negativos de Chiquita sobre mi mueca: "¿Ya ella qué le importa? Si no es de ahí... [de la
villa]". Desde su perspectiva no le faltaba razón, pero tampoco estaba errada Graciela
con su actitud: tiempo después entendí qué cosas tenía en juego [183] con Chiquita -un
armario, un empleo y otros beneficios secundarios-como para enfrentársele por una
cuestión de principios. A partir de aquí, comencé a observar las reacciones de otros
habitantes de Villa Tenderos ante estas actitudes prejuiciosas y descubrí que una misma
persona podía obrar de distinto modo según la situación. Los contextos que revelaban
una marcada e insuperable asimetría forzaban a los estigmatizados a guardar silencio y,
de ser posible, a ocultar su identidad; si la situación no remitía a esta desigualdad, la
reacción podía ser abiertamente contestataria.
Estas observaciones me dieron algunos indicios acerca de cuál era el manejo que,
concretamente, se hacía de los prejuicios de clase en las relaciones sociales, y me
ayudaron a no caer en explicaciones exteriores o simplistas como, por ejemplo, que los
miembros de las clases subalternas replican -como si hubieran sufrido un lavado de
cerebro- la llamada "ideología dominante". En todo caso, parecía más apropiada una
explicación de tipo transaccional, en una articulación subordinada de los residentes de
una villa miseria respecto de otros actores sociales (Guber, 1994). Según estas
explicaciones era comprensible, aunque estuviera fuera de lugar, mi gesto antipático
hacia Chiquita, al punto que podía haber lesionado los términos de negociación en que
se habían ubicado Graciela y su marido. Por otra parte, cuando tiempo después decidí
hacer entrevistas con no villeros acerca de su concepción de los residentes de Villa
Tenderos, hubiera querido encontrarme con Chiquita, pero mi evidente y espontánea
toma de partido lo hizo imposible de modo que, también en este caso, quedé encerrada
en el puesto de observación "villero" y perdí el acceso a una perspectiva más global que
incluyera la posición contraria.
118
investigador hacia lo real: su conocimiento. Hablaremos, pues, de la observación
participante concibiendo a dicho conocimiento no como una captación inmediata de lo
real, sino como una elaboración reflexiva teórico-empírica que emprende el
investigador en el seno de relaciones con sus informantes. [184]
La participación revisited 1
En algunos casos resulta imposible estudiar a un grupo social sin ser parte de sus
miembros, ya sea por susceptibilidades, prevenciones, actividades secretas, tradición,
conocimientos esotéricos, etc. Al no poder explicitar sus propósitos, el investigador
debe optar por lo que parece el único camino posible, lo cual requiere mimetizarse con
el ambiente.
El antropólogo adopta entonces el rol de participante pleno (Golde 1970), sin dar a
conocer sus motivos últimos, superando algunos inconvenientes que presentaría su
acceso y priorizando, además, un modo de conocimiento fundado en la inmersión. Si
bien este rol tiene la ventaja de obtener material inaccesible por otras vías, ser parti-
cipante pleno resulta inviable cuando el o los roles válidos para esa cultura o grupo
social son incompatibles, por ejemplo, con ciertos atributos del investigador. Pongamos
como ejemplo que una mujer desea estudiar un ámbito predominantemente masculino; o
un joven aun grupo de ancianos; o cuando el blanco y rubio investigador pretende
fundirse en una población predominantemente morena. El mimetismo aquí no es
posible. Otro inconveniente de la participación plena reside en que desempeñar
íntegramente un rol nativo puede significar el cierre hacia aquellos otros roles
estructural o coyunturalmente opuestos y diferenciados del que se ha adoptado. Tal es el
caso de un investigador que pasa a desempeñarse como empleado o [185] como obrero
en un establecimiento fabril, quedando automáticamente fuera del alcance de los niveles
administrativos y superiores de la jerarquía empresaria. A lo sumo puede acceder al tipo
de trato, de relación que los estratos superiores dispensan a los trabajadores y analizarlo
desde la posición de estos últimos.
1
En la tradición antropológica, una localidad o poblado son estudiados por un solo investigador. Son
escasos los estudios de la misma comunidad por otro investigador. Una de las primeras experiencias al
respecto fue en la localidad mexicana de Tepoztlán, trabajada inicialmente por Robert Redfield y luego
por Osear Lewis. Para designar su reestudio, Lewis se refería a "Tepoztlán revisited".
119
Los roles de participante observador y de observador participante 2 constituyen una
combinatoria sutil de observación y participación. El participante observador es aquel
que se desempeña en uno o varios roles locales, habiendo explicitado el objetivo de su
investigación. El observador participante hace centro en su carácter de observador
externo, tomando parte de actividades ocasionales o imposibles de eludir.
El contexto puede habilitar al investigador a adoptar roles que lo ubiquen como
observador puro, por ejemplo, en el registro de clases en una escuela, tomando notas a
un lado y diferenciado de los alumnos por la edad. Sin embargo, su presencia afecta el
comportamiento de los observados y de cuanto sucede en la escena; en este sentido, el
observador puro es más un tipo ideal que una conducta practicable en el contexto, como
ya lo hemos señalado.
El observador puro, en cambio, es aquel que se niega explícitamente a adoptar otro rol
que el propio de (en tanto que) investigador; este desempeño es llevado al extremo de
evitar todo pronunciamiento e incidencia activa en el contexto de observación; su
presencia es pasiva, lo cual no significa neutra ni no incidente. Recordando el caso de
Evans Pritchard, concluimos que las distintas opciones no resultan solamente de una
decisión del investigador, sino de su relación con los informantes. Los azande lo
reconocieron siempre como un superior británico (en forma de investigador pero
también de comandante militar); los nuer, en cambio, nunca dejaron de considerarlo un
representante metropolitano, enemigo y transitoriamente a su merced.
2
Es en este sentido que puede hablarse de "participante". La expresión "observación participante"
reseñada como técnica, aunque sintetiza los ingredientes de la observación con participación, presenta
confusiones entre el rol y la técnica y no permite jugar con los matices entre los términos que componen
la expresión. ¿Podríamos hablar de "participación observante"?
120
suelen remitirse a un saber raramente explicitado: el conocimiento mutuo (Giddens,
1987). Considerado de sentido común, integra las prácticas cotidianas y hace inteligible
la conducta social. Este conocimiento se integra en modelos expresivos o prácticos, que
son modelos para actuar. Difieren de otros modelos, los interpretativos o modelos de lo
que sucede (Schutz, 1974). Generalmente, los actores están inmersos en la lógica de
modelos para actuar y, en tanto tales, no pueden ser teorizados ni abstraídos y, a veces,
tampoco verbalizados. Pero el investigador indaga en esos modelos tratando de
organizar un modelo, esta vez interpretativo. En una primera aproximación y sin preten-
der agotar la explicación de los hechos observados, el investigador puede acceder a los
modelos de acción sumergiéndose en su lógica, esto es, actuando según sus reglas. Si
bien es cierto que estas reglas y los condicionamientos de la acción son para el
investigador diferentes de los de los informantes (pensemos en un trabajo de campo con
sectores pauperizados cuyo rigor de vida no sólo no es compartido históricamente por el
investigador, sino que éste puede regresar a su sector social cuando lo desee), hay
modos de aproximárseles que pueden ensayarse, así como contextos más propicios para
estos ensayos; la corresidencia ha sido y es la instancia más relevante, pero pueden serlo
también el desempeño de distintos roles, la evaluación [187] de sucesivas
presentaciones del investigador y la empatía con el informante. La participación es,
pues, no sólo una herramienta de obtención de información, sino el proceso mismo de
conocimiento de la perspectiva del actor, pues éste es el que abre las puertas y ofrece las
coyunturas culturalmente válidas para los niveles de inserción y aprendizaje del
investigador. [188]
121