Guerra y Alianza 16
Guerra y Alianza 16
1. Sobre estos aspectos de la guerra (las reglas, la fijación del espacio y del tiempo), me baso en
J. Huizinga, Homo ludens (Haarlem, 1938).
2. Terminología egipcia, S. Sauneron en RÉ, 15 (1963), pp. 51-54.
3. BM, I, p. 223.
4. Ibid, p. 222.
5. AEL, I , p. 104; P. Seibert, Die Charakteristik (Wiebaden, 1967), pp. 90-94, sugiere la en
mienda: «No comunica ni el día ni el lugar de la batalla». Las reglas de la guerra tienen una lar
ga historia en Egipto, desde el desafío del rey al monarca rebelde ( R . Faulkner en JEA, 30,
1944, p. 62) hasta la orden de Piankhi a sus soldados de que esperen a que el enemigo esté pre
parado (A. H . Gardiner en JEA, 21, 1935, pp. 219-223).
6. AM, pp. 132-133, 152-153; Güterbock, en JCS, 10 (1956), pp. 65-66; AH, pp. 10-1 1. Sobre la
valoración positiva israelita de la conducta de origen nómada, véase A. Malamat en Symposia
Celebrating the 75th Anniversary ofthe ASOR (Cambridge, MA, 1979), pp. 45-46, 52-54.
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7. Ataque de los kashka con ocasión de una plaga: Güterbock en JCS, 10 (1956), pp. 90-91;
Houwink ten Cate en JNES, 25 (1966), pp. 169 y 178.
8. AM, pp. 50-53, 54-57, 62-63, 166-169. Ataque de los enemigos cuando Arnuwanda está en
fermo: AM, pp. 14-15.
9. RIMA, I, p. 184.
10. AM, pp. 126-129.
11. AM, pp. 156-159.
12. G. Beckman en JCS, 4-7 (1995), pp. 23-34.
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Yo, el Sol, fui contra él, y le envié un mensajero, y le escribí: «¡Envíame a mis sier
vos que has retenido y que has llevado a las ciudades de Kashka!». Pero Pihhuni-
ya respondió: «Nada te devolveré. Y si quieres venir a luchar contra mí, no te es
peraré en mi territorio; iré contra ti en tu propio territorio y libraré batalla contra
17
ti en tu propio territorio».16
Hurba-tilla, rey de Elam, escribió a Kurigalzu: «¡Ven aquí! Libremos una batalla
juntos en Dur-Shulgi». Kurigalzu escuchó... y marchó a conquistar Elam. Hurba-
tilla libró batalla contra él en Dur-Shulgi, pero se retiró antes que él y Kurigalzu
culminó su derrota. 1 '
13. BM, I, p. 218. Material comparativo en P. Machinist, The Epic of Tukulti-Ninurta (tesis
doctoral, Yale University, 1978), pp. 247-256.
14. Sobre la fórmula del Antiguo Testamento, P. Humbert en '¿AlF. 51 (1933), pp. 101-108; L.
B. Kutler en ÍZF,19 (1987), pp. 95-99.
15. HDT, p. 46; G. Beckman en Studies W. W. Hallo (Bethesda, 1993), pp. 53-57.
16. Grélois en Hethitica, 9 (1988), p. 75.
17. ABC, pp. 174-175.
Las reglas de la guerra 161
Por último, hay una carta difícil y fragmentaria 2" que contiene la respues
ta babilónica a un reproche asirio por «no habernos esperado (ni siquiera) un
día en la ciudad de Zaqqa». El episodio también aparece en l a Historia Sin
crónica, cuando Nabucodonosor inicia el asedio de Zanqi pero enseguida se
retira (para eludir la batalla) ante la llegada de Asur-resh-ishi.21
Si nos atenemos a estos y otros ejemplos citados en este libro, la pauta e s
constante, pero al mismo tiempo flexible. El elemento más reiterativo es que
la batalla «real» debe venir precedida de un desafío «hablado» o escrito, pa
r a que ambas partes puedan presentar sus respectivos argumentos. En el mo
mento del desafío los argumentos legales son bien notorios, y el recurso a l a
guerra ya está decidido: los argumentos se repiten de una forma casi ritual y
las exigencias se plantean de forma excesivamente provocativa p a ra poder
ser aceptadas.
Por lo tanto, el desafío y la respuesta sirven sólo para determinar las mo
dalidades d e l enfrentamiento: quién h a d e atacar, dó n de y cuándo. Esta
pauta incluye algunas variaciones: el desafío puede enviarlo el invasor o e l
rey invadido; antes o después de iniciadas l a s h o s t i l i d a d e s ; antes que e m
piece la guerra o inmediatamente antes de u n a batalla en una guerra pro
longada.
La táctica tan poco heroica de rechazar el enfrentamiento en campo
abierto y arriesgarse a un asedio tal vez tenga connotaciones negativas pero
no se considera contraria a las reglas, especialmente si el enemigo n o es un
rey «de igual rango» sino una masa de invasores. Es lo que sugiere el rey de
Alashiya al rey de Ugarit, amenazado por las primeras oleadas de los pueblos
del mar: «Rodea tus ciudades con murallas, d e j a que entren tus tropas y tus
23
carros, estáte alerta ante la llegada de los enemigos, y ¡sé muy firme!». 22 Es
ta táctica encuentra ta m b ié n soporte literario en l a «Leyenda de Naram-
Sin», donde se aconseja buscar refugio dentro de las murallas de las ciudades
hasta que los invasores se retiren. 25
Los aspectos verbales de la guerra n o s e agotan e n el desafío oficial. Es
te n o es más que el acto final y más ritualizado de toda una serie de contac
tos diplomáticos cuya función se encuentra en algún punto entre el intento
de una solución pacífica y e l progresivo aumento de l a tensión. Un a actitud
agresiva po r razones d e «prestigio» se manifiesta incluso en las negociacio
nes pacíficas «entre h e r m a n o s » , como son las cuestiones comerciales o m a
trimoniales; sólo se hace má s evidente en los preliminares de l a guerra. Las
fases verbales de l a guerra n o s on exclusivas de los reyes asiáticos, ya que
Egipto está perfectamente integrado e n el s i s t e m a : la descripción de la s b a
tallas d e Me gi d do y de Qa d es h (véase el capítulo 1 7 ) constituyen un com
promiso equilibrado entre una visión centralista y las reglas simétricas de
l a guerra. A principios del periodo, las estelas de Kamose revelan que Egi p
t o e s perfectamente c o n s c i e n t e y s a b e d o r d e la s reglas asiáticas. Ka m os e
envía su desafío, y Apofis cuestiona las razones del ataque s i n que haya pro
vocado previamente al adversario. 24 Parece que las reglas se conocían y res
petaban e n t o d a la re gió n, aunque lógicamente c on distintas dosis de id eo
logía centralista y si mé tr ic a . Concretamente, l a consideración del enemigo
como un ser de conducta impropia genera una trama compleja y contradic
toria. El rey h i t i t a ta c ha a los kashka d e bárbaros, y al rey de Mitanni de
miedoso, en c a m b i o para los asirios es él el m i ed o so y p a r a los egipcios un
rey injusto; el rey cassita s e tiene por valiente, pero Tukulti-Ninurta lo ta
cha d e cobarde; etc.
Cuando los ejércitos finalmente se enfrentan, están al mismo nivel. Uno
de ellos, el ejército del potencial vencedor (y narrador del episodio) es el más
heroico y el que demuestra una conducta más correcta, es decir, ti e ne « ra
zón»; por lo tanto, el otro está abocado a la derrota. Pero l a prueba de la b a
talla es necesaria, y ésta tiene lugar como una acción recíproca, no como una
masacre unilateral.
L a batalla como tal comporta más aspectos verbales. El primero e s l a
arenga del rey a sus soldados para que preparen escudos y armas para el
36. Lackenbacher en RA, 76 (1982), pp. 141-149; I. Singer en ZA, 75 (1985), pp. 100-123; Ha-
rrak, Hanigalbat, pp. 140-142, 185-186.
37. KH, 191.
38. Lackenbacher en RA, 76 (1982), pp. 142, 145 (traducción mia).
39. Ibid., pp. 142 y 145-146.
40. Véase LM, pp. 145-146 («Ellos solían llamar a tu padre un rey que se prepara para la gue
rra pero luego se queda en casa»); Habachi, Kamose, p. 33 («Apofis planea en su corazón bravas
cosas, que luego nunca ocurren»).
Las reglas de la guerra 165
dos «cartas hostiles» pero, al constatar la reacción belicosa de las tropas asi
rias, entrega u n a carta «pacífica». La batalla se evita y se concluye l a paz.
Pero las interpretaciones de los términos del acuerdo de paz difieren.
El rey hitita cree que los asirios volverán a su propia tierra, mientras que
el rey asirio cree que tendrá mano li b re e n un tercer estado, Nihriya. Como
Nihriya es a l ia d o de Hatti y enemigo de Asiria, el acuerdo entre los dos
grandes reyes de «ser enemigo del enemigo del otro y aliado de los aliados
del otro» resulta imposible. Según su interpretación del reciente acuerdo de
paz, Salmanasar escribe a Tudhaliya: «Nihriya es m i enemigo. ¿Por qué es
tán tus tropas estacionadas en Nihriya? S i en verdad eres m i amigo y no mi
enemigo, ¿por qué se aprestan tus tropas a reforzar a Nihriya? Sitiaré Nihri
ya: escríbeles a tus tropas que salgan de Nihriya». 41 La posición hitita es fá
cil de imaginar, aunque lógicamente no se mencione en la carta asiria: «Nih
riya es m i aliado. ¿Por qué tus tropas sitian Nihriya? Si eres realmente mi
amigo, etc.». Es evidente que el acuerdo d e paz es papel m o j a d o porque no
resuelve los problemas reales: es tan sólo una corta tregua destinada a evitar
l a batalla previamente anunciada. A h o ra uno d e los contendientes tiene que
retirarse. El rey hitita n o acepta el ultimátum asirio: «Yo no (lo) haré, por
que el rey asirio (ya) está formado para la batalla». 42 El rey asirio acepta re
tirarse a una distancia considerable para que los hititas también puedan reti
rarse. Pero al poco tiempo le dicen a Salmanasar que Tudhaliya no sólo no se
h a retirarado sino que avanza en orden d e batalla. ¡ E l enemigo traidor h a
quebrado todos los juramentos pronunciados e n nombre de Sha m a s h! El rey
asirio convoca a sus tropas y les arenga. Todavía llega a tiempo de asumir el
rol del atacante, lanzarse a l a melée al frente de su ejército y lograr una vic
toria aplastante.
Lo más sorprendente de este texto es su finalidad, y la consiguiente rela
ción entre el medio elegido y el mensaje. El texto es una carta que el rey asi
r io dirige, tras l a victoria, a l rey de Ugarit y seguramente a todos los reyes
vasallos. Tras las halagadoras palabras iniciales (el tratamiento y el saludo
sitúan al rey asirio al mismo nivel que el destinatario), sigue una descripción
de la victoria tanto d e sus aspectos militares como del trasfondo legal y m o
ral. La carta, un medio mucho más utilizado en las negociaciones «simétri
cas», sirve aquí para celebrar una victoria y explotarla como propaganda.
Como el destinatario de esa propaganda es un rey remoto, l a carta como m e
dio de comunicación s e impone, pero el tono y e l objetivo s on claramente
análogos a los de los textos conmemorativos destinados al público interno.
Las inscripciones reales y el poema d e Tukulti-Ninurta son los mejores pa-