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Guerra y Alianza 16

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16.

Las reglas de la guerra

La distancia entre la visión teológica de l a guerra como un a ordalía o juicio


de dios, y l a conducción práctica de las operaciones militares viene colmada
por una visión ideológica aunque secular de l a guerra. La guerra, como toda
actividad social, tiene que seguir unas reglas comúnmente aceptadas si quie
re ser un factor constitutivo y n o disruptivo del orden sociopolítico global. La
destrucción inevitablemente ligada a la guerra afecta a elementos indivi
duales d e l si st em a , n o al sistema m i s m o . S i s e s i g u e n l a s reglas, l a estabi
lidad del mundo civilizado n o corre peligro; quienes n o siguen las reglas son
descalificados y considerados bárbaros.
L a s r e g la s d e l a guerra s o n reglas p a r a l a a c c i ó n , p er o t a m b i é n y s o b r e
t o d o r e g l a s p a r a e l d i s c u r s o : t a n importante e s l o que s e d i c e c o m o l o que
s e h a c e . E s t a s r e g l a s e s tá n l i g a d a s ta nt o a l a v a l o r a c i ó n t e o l ó g i c a d e l a
guerr a ( l a o r d a l í a ) c o m o a s u r e a l i z a c i ó n t á c t i c a / m a t e r i a l , y s u p r o p ó s i t o
es d o b l e : d e m o s t r a r qu e t e n e m o s r a z ó n , y vencer. La g ue rra m o d e l o d e b e
ser u n a guerra j u s t a ( a j u s t a d a a l a n o r m a t e o l ó g i c a ) , correcta ( c o n d u c i d a
según las re gl as) y, l ó g i c a m e n t e , victoriosa. El s i st e ma e s c o h e r e n t e : n o e s
p o s i b l e n i n g u n a v i c t o r i a s i n u n a d i r e c c i ó n a d e c u a d a y u n a c a u s a justa.
Los p u e b l o s v e n c i d o s s o n o b á r b a r o s e i g n o r a n t e s d e l a s reglas y de la jus
t i c i a , o a d v e r s a r i o s d e u n a s o c i e d a d c i v i l i z a d a pe ro d e h e c h o —en l a s cir
cunstancias d e e s t a g u e r r a concreta— c u l p a b l e s o t r a n s g r e s o r e s de l a s
reglas.
D a d o que l a guerra e s un procedimiento legal y n o una mera búsqueda
de ventajas materiales, las reglas tienden a situar a los contendientes al m is
m o nivel, otorgándoles a ambos las mismas oportunidades de victoria, que
dependerá de la justicia, d e l coraje y del valor personal. Las estratagemas y
el engaño n o son elementos constitutivos del paradigma de la guerra entre
pueblos civilizados. Co mo e n cualquier actividad l ú d i c a u otra forma de
1 58 Guerra y alianza

competición, 1 una guerra basada en el juego limpio, con su culminación e n


l a batalla campal, tiene que desarrollarse en un espacio acotado y e n un
tiempo fijado, a base de movimientos equivalentes si no idénticos y de opor
tunidades equilibradas. Como se verá en los desafíos oficiales, la batalla tie
ne que llevarse a cabo en una z o n a conocida por ambas partes, en un espacio
abierto favorable al despliegue y al movimiento de los ejércitos y a l a plena
visibilidad del adversario. Por eso la batalla tiene que desarrollarse durante
el d í a . E l campo de batalla tiene su propia terminología y sus propias for
mas. 2 La batalla como tal n o se inicia «d e improviso» o por sorpresa, sino só
l o cuando ambos ejércitos están debidamente alineados y preparados: «Tu-
kulti-Ninurta, tu ejército deberá permanecer quieto hasta que Shamash fije
los términos. ¡ N o empieces el combate contra mí hasta e l momento correc
to!».3 Pero lo contrario también es cierto: cuando los ejércitos entran en con
tacto, tienen que luchar, nadie puede detenerlos. 4 El rol del «atacante» y el
del «defensor» están preasignados d e acuerdo con las conversaciones preli
minares; y por lo que respecta al ataque, tiene que ser un ataque frontal.
E l paradigma d e l a guerra correcta se p o n e d e manifiesto cuando s e l a
compara con el estilo guerrero de los pueblos bárbaros, que n o se atienen a
ninguna regla, lo que a su vez demostraría su inferioridad inicial. No respe
tan las reglas porque e n condiciones de equidad estarían abocados a l a de
rrota. Y tratan de compensar su inferioridad recurriendo al engaño, pero
ninguna estratagema es capaz de asegurar la victoria, puesto que su inferio
ridad no es militar sino teológica. La traición no sólo no colma el abismo tec
nológico entre ambos bandos sino que aumenta el abismo ideológico.
Las prácticas deleznables asociadas al quehacer bélico d e los bárbaros son
bien conocidas. Según el tradicional juicio egipcio, los nómadas aisáticos « no
comunican el día del combate». 5 Las tribus kashka atacan durante la noche,
por detrás, por sorpresa; 6 además, prefieren las zonas boscosas o montañosas,

1. Sobre estos aspectos de la guerra (las reglas, la fijación del espacio y del tiempo), me baso en
J. Huizinga, Homo ludens (Haarlem, 1938).
2. Terminología egipcia, S. Sauneron en RÉ, 15 (1963), pp. 51-54.
3. BM, I, p. 223.
4. Ibid, p. 222.
5. AEL, I , p. 104; P. Seibert, Die Charakteristik (Wiebaden, 1967), pp. 90-94, sugiere la en
mienda: «No comunica ni el día ni el lugar de la batalla». Las reglas de la guerra tienen una lar
ga historia en Egipto, desde el desafío del rey al monarca rebelde ( R . Faulkner en JEA, 30,
1944, p. 62) hasta la orden de Piankhi a sus soldados de que esperen a que el enemigo esté pre
parado (A. H . Gardiner en JEA, 21, 1935, pp. 219-223).
6. AM, pp. 132-133, 152-153; Güterbock, en JCS, 10 (1956), pp. 65-66; AH, pp. 10-1 1. Sobre la
valoración positiva israelita de la conducta de origen nómada, véase A. Malamat en Symposia
Celebrating the 75th Anniversary ofthe ASOR (Cambridge, MA, 1979), pp. 45-46, 52-54.
Las reglas oe la guerra 159

y aprovechan cualquier dificultad d e l ejército hitita. 7 De idéntica manera,


cuando s e les desafía y enfrenta debidamente, rechazan l a confrontación y
huyen a las montañas. Esto no es una guerra: en «nuestra» terminología es
tan sólo actividad guerrillera, una guerra a pequeña escala, d e gente peque
ña y d e pequeña estatura moral.
A medi o camino entre el comportamiento correcto del vencedor civiliza
do y la conducta irregular de los bárbaros está la conducta impropia del rey
enemigo, impropia porque conoce las reglas pero no las respeta. Es un signo
inequívoco de su temor y un preludio d e su derrota. El rey h it it a en Qadesh,
en lugar de comunicar el día y el lugar del enfrentamiento, envía informa
ción falsa. Esconde a sus tropas detrás d e las murallas de l a ciudad y luego
ataca al agresor, y lo hace además por sorpresa (el ejército egipcio aún no es
tá preparado) y por los flancos (véase el capítulo 17). También vemos cómo
Kashtiliash trata primero de aprovechar el efecto sorpresa en un ataque, y
luego —cuando llega la hora del choque frontal — intenta evitar o retrasar la
batalla y beneficiarse del medio boscoso. Los adversarios anatolios de los h i -
titas escapan a unas montañas tan empinadas, rocosas y densas que los caba
llos de sus perseguidores flaquean. 8 Shattuara ocupa los abrevaderos y ataca
a las tropas asirias cuando se hallan «sedientas y cansadas». 9
En ciertos casos «nuestro» rey utiliza con astucia alguna variante del p a
radigma correcto, copiando en realidad algunos elementos del estilo bárba
ro, aunque luego consten en los relatos como un hecho positivo. Por ejemplo,
Murshili ataca e n l a oscuridad de la noche, 10 o marcha tod a l a noche para
atacar con las primeras luces del alba (¿estaban «preparados» los enemi
gos?).11 La conducta d e Murshili se justifica por l a conducta de sus oponen
tes: ¡si no puedes con ellos, h a z como ellos!
El momento álgido de la guerra verbal es e l desafío oficial que envía el
rey que se cree insultado o provocado. El texto antiguo hitita de Zukrashi ya
contiene l a fórmula que será característica del Bronce final: «He venido con
tra ti: ¡ven afuera! Y si no vienes yo te someteré como un oso, y morirás so
focado». 12 La fórmula empleada por Tukulti-Ninurta contiene todos los ele
mentos de una ordalía: «Nos encontraremos este mismo d í a , al m od o de un
hombre justo que toma los despojos d e un malhechor... Así que ven aquí, al

7. Ataque de los kashka con ocasión de una plaga: Güterbock en JCS, 10 (1956), pp. 90-91;
Houwink ten Cate en JNES, 25 (1966), pp. 169 y 178.
8. AM, pp. 50-53, 54-57, 62-63, 166-169. Ataque de los enemigos cuando Arnuwanda está en
fermo: AM, pp. 14-15.
9. RIMA, I, p. 184.
10. AM, pp. 126-129.
11. AM, pp. 156-159.
12. G. Beckman en JCS, 4-7 (1995), pp. 23-34.
160 Guerra y alianza

campo de batalla de los siervos, e investiguemos el caso juntos. ¡Que en l a


fiesta de la batalla, el transgresor del juramento (ya) no se realce, y que arro
14
jen lejos su cadáver!».13
El desafío es básicamente una invitación a «salir fuera» o a «venir aquí»
(hitita ehu, acadio alkam o kusdarn)'* y el rey desafiado tiene dos posibili
dades correctas. La primera es responder «ven aquí, te esperaré aquí», asu
miendo así el rol del defensor en su propio territorio:

Escribimos a Irrite, y los hurritas respondieron a Piyashili: «¿Por qué vienes? Si


tú vienes a la batalla, ¡ven! ¡A la tierra del gran rey n o volverás (vivo)!». Cuan
do escuchamos las palabras d e l a gente d e Irrite, atravesamos el Eufrates y lle
gamos a Irrite para librar la batalla. Los dioses del gran rey, el rey de Hatti, iban
delante nuestro; y los hurritas que Shuttarna había enviado a Irrite como pro
tección y los carros y tropas d e infantería d e la región d e Irrite se reunieron y
nos esperaron. 15

Y l a otra posibilidad es la respuesta: «no te muevas, ya vengo yo», asu


miendo así el rol más heroico del atacante, y desplazando el teatro de la gue
rra al territorio del adversario:

Yo, el Sol, fui contra él, y le envié un mensajero, y le escribí: «¡Envíame a mis sier
vos que has retenido y que has llevado a las ciudades de Kashka!». Pero Pihhuni-
ya respondió: «Nada te devolveré. Y si quieres venir a luchar contra mí, no te es
peraré en mi territorio; iré contra ti en tu propio territorio y libraré batalla contra
17
ti en tu propio territorio».16

U n a variante de l a fórmula del desafío es un «ven aquí» en lugar de un


«sal fuera», seguramente dirigido al atacante por el rey que es atacado, y no
al revés:

Hurba-tilla, rey de Elam, escribió a Kurigalzu: «¡Ven aquí! Libremos una batalla
juntos en Dur-Shulgi». Kurigalzu escuchó... y marchó a conquistar Elam. Hurba-
tilla libró batalla contra él en Dur-Shulgi, pero se retiró antes que él y Kurigalzu
culminó su derrota. 1 '

13. BM, I, p. 218. Material comparativo en P. Machinist, The Epic of Tukulti-Ninurta (tesis
doctoral, Yale University, 1978), pp. 247-256.
14. Sobre la fórmula del Antiguo Testamento, P. Humbert en '¿AlF. 51 (1933), pp. 101-108; L.
B. Kutler en ÍZF,19 (1987), pp. 95-99.
15. HDT, p. 46; G. Beckman en Studies W. W. Hallo (Bethesda, 1993), pp. 53-57.
16. Grélois en Hethitica, 9 (1988), p. 75.
17. ABC, pp. 174-175.
Las reglas de la guerra 161

Ciertamente el rey enemigo tiene una tercera posibilidad, rechazar la ba


talla y eludir el enfrentamiento, pero se trata de una conducta que lo desca
lifica. Urhi-Teshub, retado por Hattushili («sal afuera»), primero se retira al
P a í s Alto y luego se encierra en Shamuha « co m o un cerdo en su pocilga»,
haciendo así exactamente lo contrario d e «salir fuera», con valentía, para li
brar la batalla. 18 El invasor Shuppiluliuma trata repetidas veces de enfren
tarse al rey de Mitanni en e l campo de batalla, pero este opta por quedarse
en sus ciudades amuralladas:

Cuando m i padre mandó un mensaje al rey de Mitanni, escribió: «Cuando en el


pasado vine a asediar Karkemish, ataqué la ciudad y te escribí: “¡Sal y luchemos”,
pero tú no saliste para librar la batalla. Así que ahora ¡sal fuera y luchemos!». Pe
ro él se quedó en Washukkanni y ni siquiera respondió, y no salió a la batalla. 19

Por último, hay una carta difícil y fragmentaria 2" que contiene la respues
ta babilónica a un reproche asirio por «no habernos esperado (ni siquiera) un
día en la ciudad de Zaqqa». El episodio también aparece en l a Historia Sin
crónica, cuando Nabucodonosor inicia el asedio de Zanqi pero enseguida se
retira (para eludir la batalla) ante la llegada de Asur-resh-ishi.21
Si nos atenemos a estos y otros ejemplos citados en este libro, la pauta e s
constante, pero al mismo tiempo flexible. El elemento más reiterativo es que
la batalla «real» debe venir precedida de un desafío «hablado» o escrito, pa
r a que ambas partes puedan presentar sus respectivos argumentos. En el mo
mento del desafío los argumentos legales son bien notorios, y el recurso a l a
guerra ya está decidido: los argumentos se repiten de una forma casi ritual y
las exigencias se plantean de forma excesivamente provocativa p a ra poder
ser aceptadas.
Por lo tanto, el desafío y la respuesta sirven sólo para determinar las mo
dalidades d e l enfrentamiento: quién h a d e atacar, dó n de y cuándo. Esta
pauta incluye algunas variaciones: el desafío puede enviarlo el invasor o e l
rey invadido; antes o después de iniciadas l a s h o s t i l i d a d e s ; antes que e m
piece la guerra o inmediatamente antes de u n a batalla en una guerra pro
longada.
La táctica tan poco heroica de rechazar el enfrentamiento en campo
abierto y arriesgarse a un asedio tal vez tenga connotaciones negativas pero
no se considera contraria a las reglas, especialmente si el enemigo n o es un
rey «de igual rango» sino una masa de invasores. Es lo que sugiere el rey de

18. AH, pp. 22-25.


19. Güterbock en JCS, 10 (1956), pp. 84-85.
20. ARI, I, 934-939.
21. ABC, p. 165; ARI, I, 995.
162 Guerra y alianza

Alashiya al rey de Ugarit, amenazado por las primeras oleadas de los pueblos
del mar: «Rodea tus ciudades con murallas, d e j a que entren tus tropas y tus
23
carros, estáte alerta ante la llegada de los enemigos, y ¡sé muy firme!». 22 Es
ta táctica encuentra ta m b ié n soporte literario en l a «Leyenda de Naram-
Sin», donde se aconseja buscar refugio dentro de las murallas de las ciudades
hasta que los invasores se retiren. 25
Los aspectos verbales de la guerra n o s e agotan e n el desafío oficial. Es
te n o es más que el acto final y más ritualizado de toda una serie de contac
tos diplomáticos cuya función se encuentra en algún punto entre el intento
de una solución pacífica y e l progresivo aumento de l a tensión. Un a actitud
agresiva po r razones d e «prestigio» se manifiesta incluso en las negociacio
nes pacíficas «entre h e r m a n o s » , como son las cuestiones comerciales o m a
trimoniales; sólo se hace má s evidente en los preliminares de l a guerra. Las
fases verbales de l a guerra n o s on exclusivas de los reyes asiáticos, ya que
Egipto está perfectamente integrado e n el s i s t e m a : la descripción de la s b a
tallas d e Me gi d do y de Qa d es h (véase el capítulo 1 7 ) constituyen un com
promiso equilibrado entre una visión centralista y las reglas simétricas de
l a guerra. A principios del periodo, las estelas de Kamose revelan que Egi p
t o e s perfectamente c o n s c i e n t e y s a b e d o r d e la s reglas asiáticas. Ka m os e
envía su desafío, y Apofis cuestiona las razones del ataque s i n que haya pro
vocado previamente al adversario. 24 Parece que las reglas se conocían y res
petaban e n t o d a la re gió n, aunque lógicamente c on distintas dosis de id eo
logía centralista y si mé tr ic a . Concretamente, l a consideración del enemigo
como un ser de conducta impropia genera una trama compleja y contradic
toria. El rey h i t i t a ta c ha a los kashka d e bárbaros, y al rey de Mitanni de
miedoso, en c a m b i o para los asirios es él el m i ed o so y p a r a los egipcios un
rey injusto; el rey cassita s e tiene por valiente, pero Tukulti-Ninurta lo ta
cha d e cobarde; etc.
Cuando los ejércitos finalmente se enfrentan, están al mismo nivel. Uno
de ellos, el ejército del potencial vencedor (y narrador del episodio) es el más
heroico y el que demuestra una conducta más correcta, es decir, ti e ne « ra
zón»; por lo tanto, el otro está abocado a la derrota. Pero l a prueba de la b a
talla es necesaria, y ésta tiene lugar como una acción recíproca, no como una
masacre unilateral.
L a batalla como tal comporta más aspectos verbales. El primero e s l a
arenga del rey a sus soldados para que preparen escudos y armas para el

22. Ug., V, pp. 85-86.


23. BM, I, pp. 268-269.
24. Habachi, Kamose, pp. 33-34 (el desafío verbal), 36 (texto del desafío), 39-40 (declaración de
Apofis).
Las reglas de la guerra 163

combate. Tutmosis I I I dice antes de la batalla de M e g i d d o : «Preparaos,


aprestad vuestras armas, porque entablaremos combate con ese perverso
enemigo por l a mañana»; 25 y Salmanasar I dice antes d e l a batalla de Nihri-
ya: «¡Poneos las corazas, montad a los carros! El rey hitita viene en forma
ción d e batalla».26 E l segundo aspecto s o n los insultos mutuos po r parte d e
ambos ejércitos o de sus campeones respectivos, que repiten así de forma
vulgar el contenido del desafío formal. 2 '
El último elemento es que los ejércitos se alinean a uno y otro extremo
del campo y empieza l a batalla: «Las líneas de l a batalla quedaron formadas,
y empezó la lucha en el campo de batalla». 28 L a batalla empieza de una for
m a asaz ritualizada: Tutmosis I lanza la primera flecha, 29 lo mismo que Tu-
kulti-Ninurta, que logra matar a un enemigo, un éxito simbólico aplaudido
por sus tropas.5" Hattushili reduce toda l a batalla a un duelo personal entre
él y el campeón enemigo, al que lógicamente vence. 51
El inicio del ataque viene marcado por el «grito de batalla» del rey y de
los soldados. El faraón 52 lanza un grito aislado, mientras que las tropas asiá
ticas gritan todas al unísono, 55 pero posiblemente esas diferencias se deban al
distinto énfasis que otorgan las respectivas fuentes a estos episodios. En el
grito d e l a soldadesca se confuden el entusiasmo del héroe y l a preocupación
ante la posibilidad de l a muerte: «Los guerreros d e Assur gritaron: “¡Al com
bate!” y fueron a encontrar la muerte. Lanzaron e l grito de batalla “ ¡ O h Is h -
tar, ten piedad (de m í ) ! ” y en la refriega invocaron a l a señora». 54 Aquí el as
pecto lúdico de l a guerra contrasta con l a trágica realidad de la muerte. En
el poema d e Tukulti-Ninurta, la batalla es una «fiesta»: 55 otra buena metá
fora para expresar l a canalización ritualizada del entusiasmo. Ninguna bata
l la campal, ningún ataque frontal eran posibles sin ese contexto «lúdico» y
ritual que lleva a los soldados a creer, en una especie de trance, que sólo sus

25. ARE, II, 429.


26. Lackenbacher en RA, 76 (1982), pp. 144, 148-149.
27. J. J. Glück en Acta Classica, 7 (1964), pp. 25-31.
28. BM, I,p. 225.
29. ARE, II, 80.
30. BM, I, p. 225
31. AH, pp. 12-13; H. A. Hoffner en CBQ, 30 (1968), pp. 220-225; R. de Vaux en Bíblica, 40
(1959), pp. 495-508; E. Blumenthal en Festgabe für H. Brunner (Wiesbaden, 1983), pp. 42-46.
32. J. Spiegel en IVZKM, 54 (1957), pp. 191-203; S. Morenz en Studies C. J Bleeker (Leiden,
1969), pp. 113-125.
33. P. Humbert, La «terou a». Analyse d’un rite biblique (Neuchatel, 1946).
34. BM, I, p. 225.
35. BM, I, pp. 218, 224; la épica de Erra (BM, II, p. 774) y la leyenda de Sargon (J. G. Westen-
holz, Legends ofthe Kings ofAkkade (Winona Lake, IN, 1997, p. 63). En general G. Bouthoul,
Traité de polémologie (París, 1970), pp. 330-340.
164 Guerra y alianza

enemigos van a morir. El impacto d e la ideología sobre l a r e a l i d a d e s aquí


fundamental para l a existencia misma del acontecimiento real.
Según e l relato del vencedor, las batallas normales parecen tener un re
sultado inmediato: los atacantes aplastan al enemigo, que intenta una reti
rada pero e s perseguido y exterminado. Si los defensores resisten, la batalla
puede durar todo el día, e incluso continuar hasta el d í a siguiente (como en
Qadesh), hasta que los atacantes desisten. Resulta difícil estimar el número
de bajas, porque la insistencia e n l a masacre de los enemigos vencidos es en
parte un exorcismo l i b e r a d o r tras el peligro que también ha n corrido los
vencedores. Un colapso inmediato de una de las partes en la batalla causaría
sólo unas pocas bajas en el momento del choque pero muchas más durante la
persecución, todas ellas en el lado perdedor. Una resistencia prolongada aca
rrea un gran número d e bajas en a mbo s lados.
Hasta ahora no hemos hecho uso de un documento que merece un trato
especial p or tratarse de una especie de «resumen» d e los principales rasgos
de l a guerra y de la batalla: una carta de Salmanasar I donde relata l a victo
ria asiria sobre las tropas hititas de Tudhaliya IV cerca de Nihriya. 36 Nótese
que al escribir al sucesor de Salmanasar, Tudhaliya tiende a idealizar las an
tiguas relaciones entre ambos países según el modelo de l a fraternidad: «Si
é l ( = Salmanasar) hubiera entrado en mi tierra, o s i yo hubiera entrado en
s u tierra, el uno habría c o m ido el pan del otro».3 ' Pero las cosas evoluciona
ron de forma muy distinta: los asirios entraron en el país de Hatti c o n una
actitud muy poco pacífica. La carta empieza con el desafío habitual por par
te del rey hitita, quien sostiene que h a sido perjudicado: «¿Por qué has veni
do y h as tomado el territorio de mi aliado? ¡Ven aquí y luchemos! Si no es así
vendré yo a presentar batalla». 38 La respuesta del rey asirio no es menos c lá
sica y, como es habitual, reclama para sí el rol heroico del atacante: «¿Por qué
habrías de venir? ¡Yo vendré contra ti!».39 El ejército asirio avanza hasta Tai-
du, pero antes del inicio de las hostilidades el rey hitita manda un mensaje
ro, y mediante ese acto demuestra ser un rey más arrogante que heroico, más
proclive a proclamar l a guerra que a librarla realmente. 40 El mensajero lle
va dos tipos distintos de carta, un procedimiento sin paralelos, que revela e l
carácter turbio y sin escrúpulos del rey hit it a . Primero el mensajero entrega

36. Lackenbacher en RA, 76 (1982), pp. 141-149; I. Singer en ZA, 75 (1985), pp. 100-123; Ha-
rrak, Hanigalbat, pp. 140-142, 185-186.
37. KH, 191.
38. Lackenbacher en RA, 76 (1982), pp. 142, 145 (traducción mia).
39. Ibid., pp. 142 y 145-146.
40. Véase LM, pp. 145-146 («Ellos solían llamar a tu padre un rey que se prepara para la gue
rra pero luego se queda en casa»); Habachi, Kamose, p. 33 («Apofis planea en su corazón bravas
cosas, que luego nunca ocurren»).
Las reglas de la guerra 165

dos «cartas hostiles» pero, al constatar la reacción belicosa de las tropas asi
rias, entrega u n a carta «pacífica». La batalla se evita y se concluye l a paz.
Pero las interpretaciones de los términos del acuerdo de paz difieren.
El rey hitita cree que los asirios volverán a su propia tierra, mientras que
el rey asirio cree que tendrá mano li b re e n un tercer estado, Nihriya. Como
Nihriya es a l ia d o de Hatti y enemigo de Asiria, el acuerdo entre los dos
grandes reyes de «ser enemigo del enemigo del otro y aliado de los aliados
del otro» resulta imposible. Según su interpretación del reciente acuerdo de
paz, Salmanasar escribe a Tudhaliya: «Nihriya es m i enemigo. ¿Por qué es
tán tus tropas estacionadas en Nihriya? S i en verdad eres m i amigo y no mi
enemigo, ¿por qué se aprestan tus tropas a reforzar a Nihriya? Sitiaré Nihri
ya: escríbeles a tus tropas que salgan de Nihriya». 41 La posición hitita es fá
cil de imaginar, aunque lógicamente no se mencione en la carta asiria: «Nih
riya es m i aliado. ¿Por qué tus tropas sitian Nihriya? Si eres realmente mi
amigo, etc.». Es evidente que el acuerdo d e paz es papel m o j a d o porque no
resuelve los problemas reales: es tan sólo una corta tregua destinada a evitar
l a batalla previamente anunciada. A h o ra uno d e los contendientes tiene que
retirarse. El rey hitita n o acepta el ultimátum asirio: «Yo no (lo) haré, por
que el rey asirio (ya) está formado para la batalla». 42 El rey asirio acepta re
tirarse a una distancia considerable para que los hititas también puedan reti
rarse. Pero al poco tiempo le dicen a Salmanasar que Tudhaliya no sólo no se
h a retirarado sino que avanza en orden d e batalla. ¡ E l enemigo traidor h a
quebrado todos los juramentos pronunciados e n nombre de Sha m a s h! El rey
asirio convoca a sus tropas y les arenga. Todavía llega a tiempo de asumir el
rol del atacante, lanzarse a l a melée al frente de su ejército y lograr una vic
toria aplastante.
Lo más sorprendente de este texto es su finalidad, y la consiguiente rela
ción entre el medio elegido y el mensaje. El texto es una carta que el rey asi
r io dirige, tras l a victoria, a l rey de Ugarit y seguramente a todos los reyes
vasallos. Tras las halagadoras palabras iniciales (el tratamiento y el saludo
sitúan al rey asirio al mismo nivel que el destinatario), sigue una descripción
de la victoria tanto d e sus aspectos militares como del trasfondo legal y m o
ral. La carta, un medio mucho más utilizado en las negociaciones «simétri
cas», sirve aquí para celebrar una victoria y explotarla como propaganda.
Como el destinatario de esa propaganda es un rey remoto, l a carta como m e
dio de comunicación s e impone, pero el tono y e l objetivo s on claramente
análogos a los de los textos conmemorativos destinados al público interno.
Las inscripciones reales y el poema d e Tukulti-Ninurta son los mejores pa-

41. Lackenbacher en RA, 76 (1982), pp. 144, 148.


42. Ibid., pp. 144, 148.
166 Guerra y alianza

ralelos de este documento que, si bien e x h i b e e l encabezamiento propio de


una carta, contiene todas las características de un relato conmemorativo, un
«parte d e la victoria» destinado a los vasallos de l rey vencido. El rey asirio
no h a añadido al relato de los hechos ni un solo comentario explícito. Un lec
tor conocedor de las reglas morales y jurídicas de l a guerra y l a paz entende
rá inmediatamente que el tribunal divino ya h a b í a condenado al s o be ra n o
hitita antes de su derrota en el campo de batalla.

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