Trabajo Final Derecho Civil

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1. La responsabilidad contractual.

La responsabilidad contractual se divide en dos órdenes: la responsabilidad contractual y la


responsabilidad delictual o cuasi delictual.

La responsabilidad contractual es aquella que resulta del incumplimiento de una obligación


nacida de un contrato. Esta responsabilidad surge cuando una de las partes contratantes no
cumple con sus obligaciones nacidas del contrato, por ejemplo, el vendedor que se niega a
entregar la cosa vendida.

Cuando se celebra un contrato, nace una primera obligación: para cada una de las partes, la de
cumplir la prestación prometida. Cuando no se cumple o se cumple mal la prestación debida,
se crea un nuevo vinculo obligación: la obligación para el deudor autor del incumplimiento, de
reparar el perjuicio que se ocasiona. Puede existir incumplimiento de una obligación
contractual sin que necesariamente por ese hecho se comprometa la responsabilidad
contractual, tal seria el caso del vendedor que se obliga a entregar la cosa vendida dentro de un
mes, si transcurrido ese tiempo no ha entregado la cosa debido a una fuerza mayor, el no
compromete su responsabilidad civil por el retraso, porque lo ampara el articulo 1147 del
Código Civil; pero eso no lo libera de cumplir con la prestación debida, salvo el caso, desde
luego, que la obligación contractual se haya extinguido por las causas propias de las
obligaciones contractuales.

1.1. Condiciones de la responsabilidad contractual.

La responsabilidad contractual requiere la existencia de tres condiciones: a) la existencia de un


contrato; b) que el contrato sea válido; y c) que el contrato haya sido realizado entre el
responsable y la víctima.

A) Existencia de un contrato

Sin un contrato previo, no hay responsabilidad contractual. La dificultad surge en algunos


casos, en saber cuando existe o no esta condición.

1. Contrato de transporte: cuando el transporte se realiza mediante un precio estipulado,


existe un verdadero contrato y se aplican las reglas de la responsabilidad contractual.

La situacion es un poco mas compleja cuando la persona transportaba no se


compromete a pagar una suma de dinero, Sino una prestación distinta. A falta de un
contrato de transporte, la convención por si sola, basta para que exista responsabilidad
contractual.

2. Transporte benévolo: al lado del transporte a titulo oneroso, tenemos el contrato


puramente benévolo y el transporte en el cual el transportador tiene interés. En el
transporte benévolo no se aplican los principios de la responsabilidad contractual. El
contrato supone la intención de crear obligaciones jurídicas contractuales entre las
partes. Esta intención no existe el transporte benévolo. La complacencia, como las
obligaciones mundanas o los buenos oficios quedan fuera del dominio contractual.

La jurisprudencia aplica pues, al transportador benévolo los artículos 1382 y 1383 del
Código Civil. Así las cosas, importa poco que se hable de una falta ligera o de una falta
grave. En la responsabilidad delictual el autor de una imprudencia o negligencia es
responsable.

3. Responsabilidad en el periodo precontractual: al analizar la necesidad de existencia


de un contrato valido, debemos examinar también la responsabilidad en los periodos
pre y post contractual, respectivamente. En principio, mientras no haya contrato o
cuando este haya cesado la naturaleza de la responsabilidad que pueda nacer, aun en
ocasión de un contrato futuro pasado, de naturaleza delictual.

Para que exista responsabilidad precontractual es preciso que haya una oferta y esta sea
formalmente aceptada, aunque se reserve el derecho de consentir luego, al contrato de
concertar el contrato de arrendamiento la promesa de venderle el mueble alquilado. Si
el promitente retira su ofrecimiento incurre en daños y perjuicios y su responsabilidad
es contractual, puesto que violo el primer contrato. Pero, si en caso contrario, la oferta
no fue aceptada la responsabilidad delictual.

Si el promitente es un incapaz y este retira la oferta antes del plazo que acordó a la otra
parte, dicho menos no incurre, en principio en ninguna responsabilidad, porque la ley
por si misma, al establecer la incapacidad, le permite pedir la nulidad del contrato.
Pero se trata de una falta delictuosa. La negativa de contratar puede incluso constituir,
en ciertas circunstancias, un abuso de derecho, a menos que el policitante se reserve,
expresa o implícitamente, el derecho de admisión o de contratar por razones atendibles.

4. Responsabilidad en el periodo postcontractual: un ingeniero, después de expirar su


contrato con la empresa, divulga los secretos de esta a un concurrente directo. Aunque
ninguna cláusula del contrato se lo prohíba, esa divulgación compromete su
responsabilidad delictuosa. Lo mismo ocurre con el contratante que hace creer a la otra
parte que el contrato que existía entre ellos, subsiste, ocasionándole con ello un
perjuicio.

B) El contrato debe ser valido.

-Nulidad absoluta.

La nulidad absoluta puede ser de fondo o de forma. La nulidad absoluta que proviene de un
contrato contrario a la ley; y la nulidad absoluta del contrato imposible.

1. Contrato contrario a la ley, al orden publico o de la moral: el contrato nulo, de


nulidad absoluta, no produce ningún efecto valido. El orden publico y la moral exigen
que nada subsista de semejante contrato.

Uno de estos contratos es la promesa de matrimonio. Este contrato es absolutamente


nulo, porque un interés de orden publico exige que los futuros cónyuges conserven
hasta el ultimo momento la libertad plena y entera de contraer o no matrimonio. La
ruptura de la promesa matrimonial no compromete la responsabilidad contractual, sino
en todo caso, la delictual. Los tribunales, sin embargo, buscan otras vías para reparar el
daño ocasionado con la ruptura de la promesa buscando las circunstancias particulares
de cada caso dentro de los limites de la responsabilidad. En este caso, la falta y el
perjuicio deben ser distintos a la ruptura propiamente dicha.

2. Contrato imposible: es el caso del particular que vende de un saldo de agua al


ayuntamiento. El contrato con ausencia completa de consentimiento (erros sobre la
naturaleza del contrato; el caso de error sobre la identidad de la cosa objeto del
contrato). Nos encontramos frente a contratos cuyos objetos son imposibles. Este
contrato esta afectado de una nulidad absoluta, cuyo incumplimiento solo puede
comprometer la responsabilidad delictual del demandado.

-Nulidad relativa.

Pero también existen contratos afectados de una nulidad relativa, cuyos defectos son totalmente
diferentes a los que estudiamos con anterioridad: la venta de la cosa de otro y los vicios del
consentimiento y los contratos realizados por los incapaces constituyen ejemplos típicos del
problema.

1. Venta de la cosa de otro: es nula por falta de objeto. La nulidad relativa existe con el
fin practico de darle al comprador y solo al comprador, el derecho de anular el contrato.
En el fondo, esta nulidad presenta las mismas condiciones que las de la nulidad
absoluta, aplicándose los mismos principios de los contratos imposibles. Pero, la
responsabilidad del vendedor frente al comprador es delictual. A menos que el
comprador de buena fe, haciendo uso de la elección que tiene de pedir la nulidad de la
venta con daños y perjuicios o el mantenimiento de la venta, solicite la anulación de la
obligación de garantía.

2. Vicios del consentimiento – Contratos realizados por los incapaces: la nulidad


puede tener su fundamento en un vicio del consentimiento por tratarse de un contrato
realizado por un menos. Este caso es mas delicado; la nulidad de los contratos
realizados por los incapaces es puramente relativa. Únicamente ellos pueden invocarla,
a menos que exista mala fe. El problema se presenta cuando el contrato es anulado por
otros vicios del consentimiento: error, dolo, violencia o excepcionalmente lesión. Solo
la persona cuyo consentimiento ha sido viciado puede invocarla. En el fondo lo que
verdaderamente existe es una falta de consentimiento, lo que constituye a su vez, otra
causa de nulidad: la ausencia del consentimiento. Tampoco existe aquí responsabilidad
contractual.

C) El contrato debe ser realizado entre el responsable y la víctima.

Esta es la tercera condición de la responsabilidad contractual. Las convenciones no producen


efectos sino entre las partes contratantes.

En principio, no existe responsabilidad contractual cuando la víctima es extraña, al contrario.


Sin embargo, un tercero puede prevalerse de la violación de un contrato invocando este contrato
como un simple hecho. Es el caso del tercero que va en un automóvil y sufre un daño como
consecuencia de un vicio de construcción del vehículo. Dicho tercero puede intentar una acción
contra el fabricante del vehículo, pero esa acción tendrá un carácter delictuoso. Entre el y el
demandado no existe ningún vínculo contractual.

1. Estipulación por otro: la estipulación por otro se encuentra prevista en el articulo 1121
del Código Civil y constituye una derogación del principio general de la relatividad de
los contratos del articulo 1165. Hay estipulación por otro cuando el contrato produce
sus efectos en provecho del tercero beneficiario, quien pueden prevalerse de los
principios de la responsabilidad contractual, en caso de incumplimiento de la obligación
asumida por el estipulante.

2. Causahabiente o pariente de uno de los contratantes: los causahabientes o herederos


de uno de los contratantes, pueden, en tal calidad, reclamar dentro de las reglas de la
responsabilidad contractual la reparación de un perjuicio causado por el
incumplimiento del contratante de que se trata.

Es el caso, por ejemplo, del viajero muerto en el curso de un contrato de transporte. Sus
herederos pueden reclamar en nombre del difunto, proporcionalmente a su porción
hereditaria, la reparación del daño sufrido en el patrimonio de su autor, dentro del
terreno contractual. Pero, también puede el pariente de la victima reclamar el daño que
a sufrido personalmente no en su calidad de heredero, sino de tercero, dentro del ámbito
contractual. Es decir, que es el papel asumido por el heredero o causahabiente, el que
determina en estos casos la nulidad de la responsabilidad civil comprometida. He ahí el
interés práctico del asunto. Cuando este se coloca en el terreno delictuoso, no se le
pueden oponer las prescripciones abreviadas del contrato de transporte; ni las clausulas
de no responsabilidad o de responsabilidad limitada, insertas en el contrato. Esta
obligado, sin embargo, a producir la prueba directa de la falta cometida por el
transportador.

3. Tercero autor o cómplice de la inejecución: cuando un tercero encargado de la


ejecución del contrato por uno de los contratantes es autor o cómplice de la inejecución
del mismo, la responsabilidad de dicho contratante es todavía contractual. Es el caso
del industrial que se compromete a entregar ciertos productos, pero no puede hacerlo
porque los obreros a quienes encarga la fabricación no cumplen su tarea.

Distinto seria si el tercero es cómplice de la violación del contrato sin recibir encargo
alguno. Es el arrendador de una fábrica que promete a su locatario venderle la fábrica,
sin embargo, la vende a otro industrial que tenía conocimiento de la convención entre
ellos y cuyo propósito era suprimir un concurrente. El locatario tiene una doble acción:
puede reclamar daños y perjuicios a su arrendador en el terreno contractual y daños y
perjuicios contractual al comprador en el terreno delictuoso.

1.2. Elementos constitutivos de la responsabilidad contractual.

Para que exista responsabilidad contractual debe existir un contrato y este debe ser valido, pero
también debe existir un daño resultante de la inejecución de dicho contrato, y un lazo de
causalidad entre este ultimo y el hecho generador del daño. Ahora bien, en materia de
responsabilidad contractual estas afirmaciones resultan insuficientes. Lo que verdaderamente
determina la situacion de las partes, la naturaleza y su grado de responsabilidad frente a la otra
es la determinación, a su vez, del tipo de obligación que encierra el contrato y la forma de la
inejecución de la misma.

A) El perjuicio.

-Inejecución de una obligación esencial.

Un vendedor mata a una persona con su automóvil, y esta persona, por causalidad, resulta ser
el comprador. Un cliente incendia por imprudencia la casa de su acreedor. En estas hipótesis,
no existe ningún lazo entre el hecho generador del daño y el contrato. La responsabilidad es,
evidentemente, delictuosa.

Por el contrario, la inejecución de una obligación esencial, compromete la responsabilidad


contractual. El vendedor que causa un perjuicio a su comprador no entregándole la cosa
vendida, compromete su responsabilidad contractual.

Ciertas decisiones parecen afirmar lo contrario, y aplican la responsabilidad delictuosa al daño


resultante de la inejecución de una obligación contractual esencial. En estos casos, ambas
acciones, la delictuosa y la contractual, conducen al mismo resultado. La jurisprudencia no
tiene inconveniente en juntarlas, desde el momento en que la falta retenida implique la
inejecución del contrato, o en el caso en que se trate de una falta grave, dolosa o intencional,
un abuso de derecho, la ruptura abusiva de un contrato, entre otros.

-Inejecución de las obligaciones accesorias. La obligación de seguridad.

Al lado de las obligaciones esenciales, un contrato puede contener obligaciones accesorias que
son muy difíciles de precisar. El ejemplo más típico que se puede dar es el de la obligación de
seguridad, la cual puede recaer ya sobre las personas o ya sobre los bienes.

Esta obligación de seguridad, aplicada al contrato es a lo que llama Josserand ‘‘inflación


obligacional’’, aunque como lo hace ver el mismo civilista, la sustitución de la responsabilidad
delictuosa por la responsabilidad contractual produce en ciertos casos efectos desventajosos
para la víctima, tales como cuando la extensión del perjuicio no es integral en materia
contractual y la dificultad en cuanto a la prueba, si se trata de una obligación de resultado. La
obligación de medios de prueba del mismo modo que en materia delictuosa.

Para saber si una obligación de seguridad ha sido o no incluida en el contrato, es preciso


interpretar la voluntad de las partes. Si las circunstancias particulares no permiten descubrir
esta voluntad, es necesario buscar si la seguridad de uno de los contratantes tiene o no un lazo
con las obligaciones principales que el contrato impone al otro. Si el lazo existe, se puede
admitir sin violentar el contrato, que la obligación de seguridad ha sido puesta por los
contratantes a cargo de uno de ellos.

Una vez establecido que el contrato contiene una obligación de seguridad, es necesario todavía
precisar el contenido exacto de esta obligación, cuya naturaleza podria variar según la
naturaleza misma del contrato.

1. En cuanto a la persona en el contrato de transporte: a partir de la sentencia de la


Corte de Casación francesa de 1911, la jurisprudencia francesa admite unánimemente
que el contrato de transporte crea a cargo del transportador una obligación de seguridad:
debe conducir al viajero sano y salvo a su destino. Esta responsabilidad es contractual.

No hay contrato y la responsabilidad es delictuosa, si el viajero, en un transporte


ferroviario, no compro su ticket con el propósito de realizar un transporte fraudulento,
pero seria ir demasiado lejos generalizar y decir que cada vez que el viajero sube al
tren, no hay contrato. El ticket se compra en la ruta. El contrato se realiza desde que el
viajero penetra en el vehículo.

2. En cuanto a la persona en el contrato de trabajo: la cuestión no presenta casi interés


practico porque después de la Ley 385 de 1932, en República Dominicana, los
accidentes de trabajo están regidos por una legislación especial, que ha sufrido
innumerables modificaciones. La jurisprudencia no ha querido reconocer nunca que el
contrato de trabajo realizado entre el patrono y el obrero pone a cargo de primero la
obligación de vigilar la seguridad del segundo. El contrato de trabajo no crea obligación
de seguridad, a no ser regulada por la ley a título de indemnización taxativa.

B) La falta.

Para analizar las características de la falta en la responsabilidad contractual, es preciso


analizarla desde dos puntos de vista: desde el punto de vista de la responsabilidad contractual
por el hecho personal; y, desde el punto de vista de la responsabilidad contractual por el hecho
de los terceros.

En ambas situaciones, el perjuicio es un elemento común, sin el cual la acción no puede


subsistir. Así también lo es el lazo de causalidad entre los dos elementos anteriores.

A) La responsabilidad contractual por el hecho personal.

1. Historia y generalidades de la falta personal: la falta es un elemento de la


responsabilidad contractual del hecho de la persona. El derecho romano clásico no ignoraba
la noción de falta en materia contractual, pero sus disposiciones tenían únicamente a
precisar la existencia de la obligación del deudor, determinando su contenido, a fin de darle
a la parte más débil la seguridad necesaria en la ejecución del contrato.

En el antiguo derecho francés se elaboró una teoría de la falta contractual que condujo a la
clasificación de las faltas que ya se ha expuesto (dolosa, grave, ligera, o muy ligera).

En los trabajos preparatorios del Código Civil se demuestra que los redactores rechazaron
la clasificación de la falta contractual del antiguo derecho francés, pero sin apartarse de la
idea de la necesidad de una falta. Estos redactores no consagraron en materia contractual
una formula general análoga a la del articulo 1382 del Código Civil, para materia delictual.
Por el contrario, algunos textos son contradictorios. El articulo 1147 del Código Civil tratan
sobre la responsabilidad civil por la inejecución del deudor, mientras que el articulo 1137
de ese mismo texto legal, exige la comisión de una falta para que el deudor comprometa su
responsabilidad.

Sin embargo, la antinomia de dichos textos no es sino aparente porque, el articulo 1137 se
refiere a una obligación particular de prestar cuidados a la conservación de la cosa o de un
cuerpo cierto, y esta regla es limitativa. Mientras que el articulo 1147 se aplica a todas las
obligaciones.

Por otra parte, cabe observar que el estudio de la falta en materia de responsabilidad
contractual tiene diferentes enfoques dependiendo de si se trata de una falta por la
inejecución del hecho del deudor, o si se trata de falta simultáneas, sobre todo si nos
encontramos frente a un contrato sinalagmático perfecto, donde rige el principio del non
adimpleti contractus, que es lo que comúnmente conocemos como la regla del ‘‘dando y
dando’’ de las partes contratantes.

En el caso que nos ocupa, nos concentraremos en el estudio de la falta por la inejecución
del deudor, pues es el tipo de casos que mayormente encontraremos en la práctica.

Cuando la inejecución del contrato es debido al hecho del deudor, la división de las
obligaciones en obligaciones determinadas y obligaciones generales de prudencia y
diligencia es sumamente importante. En el primer caso, desde que el deudor no ejecuta su
obligación, comete una falta. La sola inejecución proveniente del hecho del deudor
constituye una falta. Ello no significa que la falta se presuma, sino que esta queda
automáticamente ‘‘probada’’ con la inejecución, Frente a una obligación de prudencia y
diligencia, en cambio, se procede como si estuviéramos en materia delictual: es necesario
examinar en principio, la conducta del deudor y compararla con la conducta abstracta del
hombre prudente y diligente para establecer si se ha cometido una imprudencia o
negligencia.

2. Falta dolosa y no dolosa. Interés de la distinción. Asimilación de la falta grave al


dolo. Consecuencias prácticas: al igual que en materia delictual, existe falta intencional
cada vez que una persona deja de ejecutar o mal ejecutar una obligación a su cargo con el
deseo expreso de causarle un prejuicio al acreedor. La falta contractual es, entonces,
semejante a la falta delictual y se le da generalmente el nombre de dolo.

Semejante situacion ocurre cuando el deudor, aun intencionadamente, comete una falta
lerda, grave o un error grosero en el cumplimiento de las obligaciones a su cargo.
La jurisprudencia proclama de una manera general la máxima culpa lato dolo equiparatur.
Es este también el criterio de la doctrina. Se ha decidido incluso, que la falta grave como
el dolo, son susceptibles de descartar una clausula de responsabilidad atenuada insertada
en un contrato y que una cláusula limitativa de responsabilidad es descartada por una falta
grave, como lo hubiera sido por el dolo, en un transporte de mercancías por vía terrestre.
Ahora bien, como es por una presunción que se asimila la falta grave del dolo, es necesario
señalar que esta presunción no es irrefragable y puede ser combatida por prueba contraria.

Por el contrario, la falta no es intencional, en principio, cuando el deudor actúa sin el deseo
de ocasionarle un daño expreso al acreedor, como un buen padre de familia.

Por otra parte, nuestra Suprema Corte de Justicia ha juzgado que, en materia contractual,
la falta ligera no compromete la responsabilidad civil del deudor. Existe, pues, un verdadero
interés practico en la distinción de ambos tipos de faltas:

a) porque la determinación de la naturaleza de las mismas depende la propia existencia de


la responsabilidad a cargo de una de las partes contratantes, o de ambas;

b) porque la naturaleza dolosa o intencional de la falta cometida por el deudor en el


cumplimiento o mal cumplimiento del contrato, conlleva el desplazamiento de su
responsabilidad desde el ámbito contractual hacia el ámbito delictual, lo que hace aplicable
al principio general establecido en el articulo 1382 del Código Civil, que ofrece menos
limitaciones y mayores ventajas al demandante;

c) porque esta distinción también influye en la aplicación de ciertas leyes particulares;

d) porque de ahí depende la aplicación o no de las clausulas de no responsabilidad o de


responsabilidad limitada, estipuladas en el contrato;

e) porque con la falta intencional se obtiene la reparación de los daños imprevisibles.

f) porque en los prestamos a interés, donde el articulo 1153 del Código Civil fija intereses
legales en caso de inejecución, la jurisprudencia concede la reparación integral del daño al
acreedor, cuando el deudor es de mala fe.

Por otra parte, la falta dolosa se aprecia in concreto, a través del alma del agente, como en
materia delictuosa. La falta no dolosa, como la falta cuasidelictuosa se aprecia in abstracto.
No hay, pues diferencia esencial entre la falta contractual dolosa y la falta cuasidelictuosa.

B) Responsabilidad contractual del hecho de otro.


1. Delimitación del dominio: como su nombre lo indica, esta responsabilidad es a la vez
una responsabilidad por otro y una responsabilidad contractual.

Su nombre supone que el responsable, o sea, aquel a quien se dirige la victima del daño no
es el autor directo del mismo, sino un tercero. La existencia de la falta depende, pues, del
hecho de un tercero.

Por consiguiente, en los contratos en que se obliga el deudor a ejecutar por sí mismo la
obligación, no es posible hablar de responsabilidad de otro, porque si el deudor la hace
ejecutar por un tercero, viola personalmente el contrato e incurre en la responsabilidad
contractual por su hecho personal y no por el hecho de otro. Para saber si el deudor estaba
obligado a ejecutar personalmente sus obligaciones o no, hay que examinar la intención de
las partes y la voluntad del legislador.

En otros términos, hay responsabilidad contractual del hecho de otro cuando en un contrato
una de las partes no ejecuta su obligación o la ejecuta mal, por el motivo de que un tercero
interviene en el contrato, con su hecho, da lugar a ese incumplimiento. En este sentido,
pueden ocurrir diferentes casos:

a. Intervención del tercero en la ejecución del contrato realizado entre el autor


del daño y la víctima: para que exista esta responsabilidad contractual no basta que
haya un contrato entre el responsable por otro y aquel por quien debe responder este
último. Generalmente existe un contrato que une el comitente al preposé, pero esto
no impide que la responsabilidad del comitente sea delictuosa. Es preciso que el
contrato se haya realizado entre el responsable por otro y la víctima del daño. Así,
un arrendador no es en principio contractualmente responsable del daño causado a
un tercero por su locatario porque ningún contrato lo liga con la victima; ni tampoco
lo es delictualmente, porque ninguna relación de preposición existe entre el y su
locatario.

El contrato intervenido entre el responsable y la victima debe ser valido. De ahí


resulta que cuando un tercero interviene en la formación de un contrato y este
contrato no se ha formado por la falta de un tercero por quien debe responder una
de las partes, la responsabilidad en que incurre ese co-contratante es delictuosa,
puesto que no ha habido contrato.
b. Intervención del tercero por su propia cuenta: puede darse el caso también de
que el tercero puede intervenir por su propia cuenta en el contrato o por encargo del
deudor o de la ley. Aquí es preciso descartarla responsabilidad contractual del hecho
del otro, porque esta hipótesis se encuentra dentro de los principios de la
responsabilidad contractual del hecho personal. Si el deudor pretende liberarse de
su responsabilidad, debe probar que no le fue posible evitar la intervención del
tercero. Esto es, que dicha intervención fue debido a un caso de fuerza mayor.

Así, pues, cuando un locatario causa un daño a otro colocatario del mismo
inmueble, el arrendador esta obligado contractualmente a garantizar al primero el
goce pacifico de la cosa, debe responder por la inejecución de esta obligación
siempre y cuando el daño fuera causado por el otro locatario en ejecución de un
derecho que le fue conferido contractualmente por el propietario. No seria lo mismo
si el propietario pudiera demostrar que era para el imprevisible que la persona que
el acepto como locatario podía causar daño a los otros locatarios.

c. Intervención del tercero por encargo del deudor o disposición de la ley:


cuando un deudor pide a una persona que lo ayude en la ejecución o que lo sustituya
a él en la ejecución del mismo, dicho deudor es responsable de la mala ejecución
proveniente de su ‘‘ayuda’’ o de su ‘‘sustituto’’. La cuestión es capital. Hoy la mayor
parte de los pedidos importantes se hacen ejecutar por los obreros del deudor y las
empresas de transporte encargan a sus empleados ejecutar los transportes que les
han sido confiados.

El mismo problema se presenta cuando la ley le da a una persona el encargo de


ejecutar un contrato en nombre de otro: el pupilo, por ejemplo, es responsable de la
inejecución de sus obligaciones provenientes del hecho de su tutor.

2. Teoría de la responsabilidad contractual.

2.1. El daño.

Tanto en derecho dominicano como en derecho francés de la responsabilidad, para que la


responsabilidad contractual, delictual o cuasi delictual se ponga en práctica, es necesario que
un daño haya sido causado, y que, además, ese daño sea actual y cierto. Es indispensable que
un daño se produzca, pues, si no como bien lo observa Josserand “puede haber falta, pero
entonces no habría delito o cuasidelito, no hay hecho ilícito: sin interés no hay acción'". Esta
primera condición de la responsabilidad está enunciada por el artículo 1382 de los códigos
civiles francés y dominicano; ella es recordada por la Corte de Casación francesa y la Suprema
Corte de Justicia dominicana en cada ocasión.

En los dos países sus códigos civiles establecen una distinción entre tres categorías de hechos
generadores de responsabilidad: la responsabilidad por falta (artículo 1382-1383), la
responsabilidad por el hecho de las cosas animadas e inanimadas (Articulo 1384, Párrafo 1,
1385 y 1386) y la responsabilidad por el hecho de otro (Articulo 1384 párrafos 4 y 5 del C. C.
francés, articulo 1384, párrafos 2, 3 y 4 del Código Civil dominicano).

Pero es necesario subrayar que, en los dos derechos, estos hechos no son generadores de
responsabilidad más que con una doble condición; a saber: que ellos hayan causado un daño
que la ley o la jurisprudencia estimen que debe ser reparado, y que, entre el hecho y el daño,
exista una relación de causalidad. El daño y la causalidad, como lo señala Carbonnier, son las
constantes necesarias de la responsabilidad civil.

En pocas palabras, el daño o perjuicio es una condición indispensable de la responsabilidad


civil tanto en Francia como en la Republica Dominicana, y al tenor de los artículos 1382-1386
de los códigos civiles de los dos países es necesario que la prueba de este sea hecha por el
demandante.

Ahora bien, si todo el mundo está de acuerdo en lo que concierne a la necesidad del perjuicio,
otra cosa sucede cuando se trata de determinar la extensión y la estructura del daño que requiere
una reparación (daño reparable). En efecto, la concepción del daño reparable varía según la
teoría que uno adopte sobre el fundamento de la responsabilidad civil. De acuerdo con que no
adopte una u otra tesis ella deviene más o menos amplia.

A) El daño indirecto.

Es ya incontestable que la muerte de una persona, o graves atentados corporales no mortales


por ella sufridos, pueden ser la fuente de diversos daños para otras personas que no son la
víctima misma. El problema, la dificultad se presenta cuando se plantea la determinación de
estas personas y el fundamento de sus pretensiones.
Así, el problema se plantea diferente según que el "tercero", demandante en reparación, alegue
un daño material (pecuniario) o moral (dolor, pena).

B) El daño moral.

Debemos recordar que lo que se designa así son los daños que no entrañan por sí mismos una
pérdida económica, una disminución del "patrimonio"; por eso el término exacto debiera ser el
de "daños extrapatrimoniales".

Una gran controversia ha existido en relación con el principio de la reparación de este tipo de
daño, objetándosele que como se trata de un daño extrapatrimonial, no se ve cómo el mismo
podría ser reparado pecuniariamente. Que acordar RD$1,000.00 pesos, por ejemplo, para
reparar el dolor, la pena, el daño estético, etc. no suprime ese dolor, ni esa pena, etc. Sin
embargo, en definitiva, es la tesis contraria que triunfa en jurisprudencia; se reconoce que la
indemnización pecuniaria por lo menos ofrece una compensación.

Daños o destrucciones de cosas y de animales. La víctima del daño obtendrá evidentemente la


reparación por la pérdida experimentada y la ganancia dejada de percibir a título del daño
material sufrido, pero ¿Puede ella exigir, además una reparación suplementaria por el daño
moral que esta pérdida le causa, en síntesis, por la pena que experimenta por el hecho de su
desaparición? Tanto en derecho francés como en derecho dominicano la Corte de Casación y
la Suprema Corte de Justicia mantienen una jurisprudencia firme en el sentido de negar el
otorgamiento de una reparación, por daños morales, cuando se trata de daños ocasionados a
cosas animadas o inanimadas aunque, tanto en un derecho como en otro se encuentren
decisiones dispersas de tribunales que han acordado la indemnización en casos de muerte de
un caballo de carrera de un perro) y hasta en el caso de colisión de un vehículo.

El daño moral que resulta del atentado a la vida o la integridad corporal de un ser humano.
Aquí, la reparación del daño "moral" es corrientemente admitida. Puede abarcar los
sufrimientos físicos consecutivos a un accidente corporal (dolor en el sentido médico del
término), el cual es normalmente indemnizado; y 2- las privaciones de ciertos goces y alegrías
(como por ejemplo, en el caso de un marido devenido impotente como consecuencia de un
accidente), el daño "estético" (caso en que una persona es desfigurada o ha sufrido mutilaciones
o cicatrices en la cara o en su cuerpo); y, finalmente el "daño de afección" que resulta de la
pena provocada por la muerte de un "ser querido", que suscita un problema diferente de los
anteriores, porque aquí no es la víctima directa del accidente que reclama la reparación, sino
que es un tercero, un pariente, etc., a cuyo estudio vamos a dedicar la sección siguiente porque
es una cuestión que forma parte de otra más general.

C) El daño moral indirecto.

Desde este punto de vista, se puede distinguir diferentes etapas en la jurisprudencia francesa.

Una fase liberal, en la cual utilizando solamente la noción de "daño", sin ninguna otra precisión,
la jurisprudencia se mostraba extremamente liberal, en el siglo XIX y al principio de éste. Una
fase restrictiva, que surge como una reacción a la primera, y en la cual se imponen obstáculos
a las innúmeras demandas de esta naturaleza que surgían. Así, comenzó exigiéndose la
necesidad de una relación de parentesco o de alianza entre el demandante y la víctima. Igual-
mente, la Cámara Criminal adoptó la famosa fórmula según la cual la reparación del daño
supone no un daño cualquiera sino la lesión de un interés legítimo protegido, la cual cubría, a
la vez, al daño material y al daño moral. Finalmente, numerosas sentencias declaraban que sólo
la muerte de la víctima justificaba una demanda en reparación, pues, en caso de que la víctima
sobreviviera ella era la única que podía reclamar una indemnización. No obstante, una tercera
fase jurisprudencial marca un nuevo giro que se caracteriza por el abandono, por parte de la
Cámara Criminal, primeramente, de las nociones de "parentesco o alianza", como condiciones
de la reparación de este género de daños, y luego, por parte de la Cámara Civil, que a su vez
abandona esa fórmula limitativa. A partir del 27 de febrero de 1970, fecha de la sentencia de
la Cámara Mixta hasta el daño moral sufrido por la concubina, si el concubinato es estable y
no delictuoso, puede ser reparado.

D) Del daño reparable.

Durante mucho tiempo se ha sostenido que la lesión de un interés cualquiera, cualquier daño,
cualquiera pérdida pecuniaria, cualquier dolor es suficiente para poner en práctica la
responsabilidad civil. Muchos autores sostienen todavía esta opinión, señalando como la única
condición de que el daño debe ser cierto y que el interés lesionado no debe tener un carácter
inmoral.

La jurisprudencia, después de haber compartido esta opinión, se ha separado posteriormente


de esta tesis. En Francia, una nueva fórmula más restrictiva comenzó a ser empleada a partir
de 1937 por la Cámara Civil de la Corte de Casación. Esta cámara declaró que la
responsabilidad supone “no un daño cualquiera, sino la lesión cierta de un interés legítimo
jurídicamente protegido". Como se sabe, la finalidad de esta fórmula era limitar las acciones
que emanan de los causahabientes de la víctima, imponiéndoles la prueba de la existencia de
una relación de derecho, cuando, como consecuencia de la muerte de la víctima, ellos invocan
un perjuicio personal. En esa misma época, la Cámara Criminal se adhirió a una fórmula
parecida. Pero debido a que se consideró que esta fórmula era muy cruel, los tribunales
comenzaron a abandonarla progresivamente, lo que llevó a la Cámara Criminal, a partir de
1954, a renunciar a su exigencia de que la víctima demostrara la existencia de una relación de
derecho entre la víctima directa fallecida y el demandante que invoca que ha sufrido un daño
personal en forma indirecta, como consecuencia de esa muerte.

La Cámara Civil adoptó más tarde otra interpretación, diferente a la de su propia fórmula,
admitiendo que "el interés legítimo jurídicamente protegido" no implica, necesariamente, la
existencia de un derecho lesionado. Divergencias subsistían, sin embargo, entre las dos cámaras
de la Alta Jurisdicción en cuanto al derecho de la concubina a obtener reparación en caso de
accidente en el cual resultara como víctima su concubino. Fue para poner fin a esta divergencia
que fue apoderada la Cámara Mixta de la Corte de Casación, la cual rindió, el 27 de febrero de
1970, una sentencia de gran repercusión: casó otra de una corte de apelación que, para negar a
una concubina la indemnización reclamada como consecuencia de la muerte de su concubino
(sus relaciones habían durado 35 años) decía que ninguna relación de derecho la unía con la
víctima. La casación fue pronunciada por el motivo de que la aplicación del Art. 1382 del
Código Civil no está sometida a esta condición; es decir, a la constatación por el tribunal de
una relación de derecho que una al demandante con la víctima directa. Así, para él no hay
diferencia de naturaleza entre el atentado a un "interés legítimo jurídicamente protegido" y el
atentado a un "derecho". La fórmula según la cual la responsabilidad supone "no un daño
cualquiera, sino un atentado a un interés legítimo jurídicamente protegido", que ella sea
enunciada en esta forma, o que ella sea expresada en forma más elíptica (interés legítimo, daño
cierto) es un argumento importante en favor de su teoría de la Garantía. Esta teoría de la
Garantía da, pues, al daño el lugar que debe ocupar entre las condiciones esenciales de la
responsabilidad: él se mantiene en el primer plano. No es la simple "ocasión" de la
responsabilidad sino uno de sus supuestos fundamentales.

2.1.1. Extensión del daño material reparable.


Ya hemos dicho, que el daño "material" comprende no solamente el valor de la cosa destruida
(damnum emergens o pérdida experimentada), sino también la ganancia que uno,
legítimamente, podría retirar enajenándola (lucrum cessans o gan ancia dejada de percibir).

El hecho de que exista una diferencia entre estos dos elementos que consiste en que mientras
la pérdida experimentada es un daño cierto, que está actualmente realizado, por el contrario, la
ganancia dejada de percibir se encuentra en el futuro, nos obliga a hacer una precisión en
relación con los daños actuales y los daños futuros.

En cuanto a los primeros, es decir, los daños actuales no hay ningún problema, pues, un daño
realizado es un daño cierto desde que la prueba de este es aportada. En lo que se refiere al daño
futuro, si su realización es cierta, su reparación es acordada sin dificultad. es lo que sucede
normalmente en caso de accidentes corporales que entrañan una incapacidad de trabajo, en
cuyo caso los daños y perjuicios compensarán las ganancias por venir. Igual sucede si el daño
concierne a una cosa, un vehículo, por ejemplo. No solamente la indemnización compensará
los gastos de reparación, sino también la "pérdida del goce que puede transformarse en muy
perjudicial (Tal es el caso en que un propietario de un vehículo se ve privado del mismo durante
un cierto tiempo: así, el daño económico puede ser mayor para una persona que para otra: puede
ser más importante para un comisionista que para un profesor; más importante para un profesor
que para un alumno, entre otros).

Es decir, el daño no es reparado más que si la pérdida económica es cierta. Se trata de una
cuestión de prueba, y esa prueba incumbe a la víctima. Pero tratándose de daños futuros, la
cuestión es más compleja, puesto que si en ciertos casos será fácil aportar la prueba de la
pérdida experimentada y de la ganancia dejada de percibir (caso de la pérdida de salarios u
otras rentas), en otros casos es difícil de terminar el perjuicio. Como, por ejemplo, es difícil
decidir durante qué tiempo la víctima de un accidente corporal que entraña una incapacidad
definitiva de trabajo, podría haber trabajado.

Tal es el caso de los padres que pierden un hijo menor y que reclaman además de la
compensación del daño moral realizado, la del daño material futuro, alegando que ellos
contaban con que ese menor los sostendría económicamente durante su vejez. A menudo esta
demanda es rechazada, por considerarse que se trata de un daño muy incierto. Sin embargo,
cuando se trata de un hijo que está a punto de terminar una carrera profesional y los padres
están en una edad muy avanzada, la demanda en reparación ha sido admitida.
Muy interesante es la cuestión de saber si una novia puede obtener una reparación en caso de
ocurrir la muerte de su novio en un accidente debido al hecho de otro, lo que cae en el estudio
del "daño indirecto" o daño "par ricochet", como dicen los franceses. Suponiendo que la
objeción de principio-ausencia de una relación legal con la víctima sea descartada, algunos
opinan que la libertad del consentimiento para el matrimonio subsiste hasta que se pronuncian
los dos "sí" ante el Oficial del Estado Civil, y que, por lo tanto, es hipotético que el matrimonio
se celebrara. Pero, de todos modos, hay más posibilidad de que uno se case cuando está
"comprometido" para hacerlo, que ganar el "gran premio" gracias al caballo perdido en el
accidente. Esto es tan verdadero que cuando los tribunales acuerdan a la novia una
indemnización descartando la objeción de la ausencia de relación legal su monto es calculado
de acuerdo con los gastos e inversiones realmente hechos, como si fuera cierto que el
matrimonio se hubiera celebrado. Si, por el contrario, esta novia pretendiera una indemnización
por el daño futuro, alegando que ella corre el riesgo de no casarse, la demanda se rechazaría,
por tratarse de un daño hipotético.

Hay casos en que la importancia de los daños podría ser atenuada por un acto de la víctima
posterior a su realización. Así, ciertos daños corporales podrían ser atenuados gracias a una
intervención quirúrgica. Si, por ejemplo, la víctima se niega a someterse a una intervención
quirúrgica, podría ello reprochársele y disminuirle la indemnización por el daño sufrido. La
jurisprudencia dominante parece hacer una distinción muy legítima. Cuando la intervención
quirúrgica presenta riesgos serios, no se podría reprochar a la víctima por no querer correr esos
riesgos. De lo contrario, los daños y perjuicios serán disminuidos.

En cuanto a saber si una operación comporta o no riesgos, una sentencia de la Cámara Criminal
de la Corte de Casación, de fecha 3 de julio de 1969, no sigue esta jurisprudencia. Declara que
los jueces no tienen poderes para imponer a la víctima una operación a la que ella se niega
someterse, y que, por lo tanto, esta negativa no podría disminuir la reparación.

2.1.2. Noción de daños corporales y materiales.

Es, precisamente, esta cualidad de entrañar, a la vez, un aspecto material y un aspecto moral,
lo que configura esta tercera categoría de daño, la cual, según Carbonnier se haya en la
actualidad, desligada de las precedentes. No obstante, se puede decir que el daño corporal no
es más que un tipo de daño material que resulta de una lesión corporal (heridas, mutilaciones,
entre otros). Él se presenta en condiciones muy diferentes, según que se trate de un atentado
moral o no, pero en todos los casos se está en presencia de consecuencias económicas,
pecuniarias, que se traducen en gastos médicos, quirúrgicos y farmacéuticos; incapacidad total
o parcial, permanente o temporal, del trabajador entrañando la pérdida de salario u otras fuentes
de ingresos resultantes del trabajo. Son, precisamente, estas consecuencias pecuniarias de los
daños corporales las que nos interesan aquí. Sé puede, entonces, clasificar los daños corporales
entre los daños materiales, a pesar de que uno tenga que reconocer que los primeros ocupan un
lugar privilegiado con respecto a los segundos.

Así, diremos que hay toda una diversidad de daños materiales:

Los que resultan de la destrucción o el deterioro de objetos corporales (daños materiales en el


sentido exacto del término). Los que resultan de lesiones "corporales": heridas, mutilaciones,
etc. (daños corporales en el sentido exacto del término). Los que entrañan una pérdida
económica resultante, por ejemplo, de una competencia desleal, de una crítica de mala fe, de
una seducción dolosa, etc. (daños puramente económicos). Tanto en Francia como en la R. D.
no hay ninguna duda sobre el principio del derecho a la reparación de estos daños materiales.
En los dos países la extensión del daño material reparable comprende no solamente el valor de
la cosa destruida (daños emergentes, dammum emergens o pérdidas experimentadas), sino
también la ganancia que uno podría legítimamente esperar que obtendría (lucro cesante lucrum
cessans o ganancia dejada de percibir), en virtud del artículo 1149 de sus códigos civiles. Este
texto, relativo a la responsabilidad contractual, es aplicado, por analogía, a la responsabilidad
delictual en los dos países. Pero esto no quiere decir que la jurisprudencia dominicana no se
interese por los problemas planteados por la reparación de los daños corporales y materiales.
Numerosas decisiones rendidas últimamente por la Suprema Corte de Justicia prueban lo
contrario.

Así, podríamos citar: la sentencia del 9 de diciembre de 1970, según la cual "los daños
materiales pueden ser reclamados ante las jurisdicciones penales al mismo tiempo que los
daños corporales. Antes de esta sentencia, ello no era posible, puesto que el antiguo código de
instrucción criminal francés está todavía en vigor en la Republica Dominicana.

En Francia, por el contrario, se sabe que ello es posible después de la institución del nuevo
código de Procedimiento Penal, cuyo artículo 3 dice: "La acción civil puede ser ejercida
conjuntamente con la acción pública y ante la misma jurisdicción. Ella será recibidle por todas
las clases de daños, tanto materiales como corporales o morales, que derivarán de los hechos
objeto de la persecución.

2.2. La falta.

La falta consiste en la violación de una obligación preexistente. En materia contractual existe


falta si hay incumplimiento o cumplimiento defectuoso de la obligación. Cuando ese
incumplimiento causa un dalo al acreedor, surge a cargo del deudor en falta, la obligación de
reparar ese daño. Cuando tal cosa ocurre, estamos en presencia de la responsabilidad civil
contractual.

A) La graduación de las faltas.

La cuestión de saber si existe una graduación de las faltas en materia contractual solo se
presenta en las obligaciones de prudencia y diligencia, porque en las obligaciones determinadas
la inejecución de la obligación constituye por si misma la falta.

B) La teoría de las tres faltas.

En el dominio contractual, a diferencia de la materia cuasidelictuosa (en la que lo fija la ley)


directamente o por referencia implícita a textos supletorios, es la voluntad de las partes la que
fija el grado de diligencia prometido al deudor.

En caso de silencio de las partes o ausencia de un texto supletorio, aunque los autores del
derecho antiguo pretendieron sacar del derecho romano una clasificación de las faltas
contractuales no dolosas, correspondiente a tres categorías de contratos (culpa lata, para los
contratos basados en el solo interés del acreedor, como el depósito; la culpa levis, para los
contratos basados en un interés común, como la venta; y la culpa levísima, para los contratos
realizados en interés del deudor, como en el préstamo a uso), esta clasificación no fue acogida
por los redactores del Código Civil.

Sin embargo, hay textos como el artículo 1137, que parecen revivir una clasificación de las
faltas, pues anuncia que la obligación de vigilar la conservación de la cosa "será más o menos
extensa en cuanto a cuando un deudor responde de su falta levis in abstracto el acreedor deberá
probar que el deudor no prestó a la cosa, los cuidados que le habría prestado un ciudadano
cuidadoso y diligente.
El juez tomará como modelo para medir la conducta del deudor, la lealtad y diligencia medias
del hombre, en sus relaciones con sus semejantes, tomará en cuenta cuál habría sido el
comportamiento de un buen padre de familia. Si, por el contrario, el deudor es sólo deudor de
dispensar a la cosa los mismos cuidados que dispensa a sus cosas, entonces el acreedor debe
probar que los cuidados y diligencias del deudor fueron menores que los que presta a sus
asuntos.

La falta levísima o muy ligera, es como la falta levis in abstracto y la falta levis in concreto,
una falta simple. La falta levísima o muy ligera consiste en no poner en la cosa los cuidados de
las personas más solicitadas ponen en sus asuntos. Es la falta en que no incurría un hombre
muy inteligente o muy hábil. El deudor en este caso está obligado a diligencias y cuidados
especiales, extraordinarios, su comportamiento seria el de un muy padre de familia, no el de un
hombre de una prudencia media, sino el de un excelente ciudadano; su obligación es más
gravosa, tiene mayor cantidad de cuidado y diligencia que el deudor común. Este tipo de
obligación responde de la menor falta que cometa, sea cual sea.

El deudor que en la conservación de la cosa esta obligado a prestar los cuidados que presta a
sus propios asuntos, tiene una obligación menos onerosa que los anteriores, el debe menos
cantidad de cuidado y diligencias. Ejemplos de este tipo de deudor son: los que prestan un
servicio gratuito como el depositario no retribuido y mandatario gratuito. Esto es así porque no
se le puede exigir a quien presta un servicio gratuito, un servicio de amigo, que sea mas
diligente y cuidadoso con los asuntos ajenos que con los suyos.

Cabe señalar que las personas que tienen bajo su cuidado una cosa ajena como es el caso del
vendedor, del arrendatario, del inquilino, del comodatario, del depositario y del mandatario,
son deudores de dos obligaciones: la obligación de entregar la cosa (obligación de resultado) y
la obligación de cuidar y conservar la cosa (obligación de medios). En la obligación de entrega,
es al deudor a quien corresponde probar que no pudo entregar la cosa el día convenido por una
causa ajena (fuerza mayor, el hecho de un tercero o el hecho del acreedor).

3. La responsabilidad contractual y delictual.

Como ya se ha mencionado anteriormente La responsabilidad contractual es aquella que resulta


del incumplimiento de una obligación nacida de un contrato, y se encuentra consagrada por los
Artículos 1146 y siguientes del Código Civil. Esta responsabilidad surge cuando una de las
partes contratantes no cumple con sus obligaciones nacidas del contrato. Cuando no se cumple
o se cumple mal la prestación debida, se crea un nuevo vínculo obligacional: la obligación para
el deudor autor del in cumplimiento, de reparar el perjuicio que se ocasiona.

Por otro lado, la responsabilidad civil delictual Es aquella que se refiere a ocurrencias no
regidas por términos contractuales. La idea de contrato se encuentra ausente en este orden de
responsabilidad.

Se encuentra consagrada fundamentalmente por los articulo 1382, 1383 y 1384 del Código
Civil, constituye el derecho común de nuestra responsabilidad civil.

Es una obligación civil peculiar que se distingue de las demás obligaciones (contractuales o
extracontractuales) no solo por su origen sino también por su disciplina ya que se rige por un
sistema de derecho civil especial cuya piedra angular es el artículo 1092 del código civil. no
existe por tanto en nuestro ordenamiento jurídico un derecho unitario de los daños o
responsabilidades civiles: la responsabilidad civil delictual no es la responsabilidad aquilina
exigida en vía criminal sino una obligación civil distinta para cuya existencia son requisitos
constitutivos una transgresión penal declarada en concreto por el juez penal competente un
daño y relación de causalidad entre la infracción y el daño.

Siempre que concurran esos requisitos la obligación de resarcimiento por las normas
reguladoras de la responsabilidad civil delictual cualquiera que sea la vía procesal en que se
ejerza la pretensión. el examen de jurisprudencia del tribunal supremo confirma plenamente
esas peculiaridades del derecho español que no tienen correspondencia en la mayoría de los
sistemas jurídicos contemporáneos.

3.1. Diferencia entre la responsabilidad civil contractual y la responsabilidad


civil delictual.

La responsabilidad contractual nace del incumplimiento total o parcial de un contrato y se rige


principalmente por el articulo 1146 y siguientes del Código Civil. Cuando una parte no cumple
con sus obligaciones incurre en responsabilidad contractual, también cuando cumple mal
(llamado prestación defectuosa), todo esto a menos que haya causa de exoneración. Las causas
de exoneración son generalmente el caso fortuito, la fuerza mayor y el hecho de un tercero. Un
ejemplo es el vendedor que no entrega a tiempo después de recibir el precio y una causa de
exoneración sería el hecho de un tercero.

Mientras que, la responsabilidad delictual que podria ser llamada también extracontractual,
nace del delito, del cuasidelito o del incumplimiento de un cuasicontrato (el cuasicontrato es
un hecho jurídico). Su fundamento jurídico o causa son los artículos del 1382 al 1386 y se
considera de orden público.

-Diferencias fundamentales:

1. En lo referente a la fuente de las obligaciones, la responsabilidad contractual nace de la


violación a un contrato y la delictual de la violación a una norma legal preexistente.
2. La contractual surge de actos voluntarios, la delictual generalmente de actos
involuntarios.
3. Los principios de la responsabilidad civil contractual tienen carácter particular casi
siempre referido al contrato y los de la delictual son principios generales que se aplican
a la mayoría de los casos de responsabilidad civil.
4. Ambas responsabilidades tienen diferentes elementos constitutivos.

La responsabilidad delictual o cuasi delictual es que nace de un delito o de un cuasidelito civil.


Cuando el autor de un daño causado con intención esta obligado a repararlo, se dice que ha
comprometido su responsabilidad delictual (artículo 1382 del Código Civil). Cuando su autor
ha actuado intencionalmente, se dice que ha comprometido su responsabilidad cuasi delictual
(artículo 1383 del Código Civil). La responsabilidad delictual o cuasi delictual constituye la
responsabilidad de derecho común, y por lo tanto toda responsabilidad civil que no sea
contractual, es delictual o cuasi delictual.

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