VampiroGordo_MartinProzapas
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Decidí que mi tarde perfecta ya se había arruinado, así que apreté
“stop”, me saqué los auriculares y dejé el walkman a un costado de la cama.
Miré hacia afuera y al principio no vi nada, así que me puse los anteojos y ahí sí
que vi a un gordo con acné pegado a la ventana, intentando decirme algo a
través del vidrio.
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―Nosferatu tenía lo suyo: orejas puntiagudas y una calva seductora. Pero
usted, en cambio, es feo, pero bien feo...
―Es que vos no entendés cómo funciona la cosa: no siempre fui
así. Quiero decir, no siempre fui un gordo con acné. El problema es que cuando
uno se convierte en vampiro, queda congelado en el estado en el que estaba.
Por alguna razón, mi dieta diaria de chocolate frito no me permitió bajar esos
kilos de más que sumé comiendo manzanas acarameladas y algodones de
azúcar en el zoológico. Desde que soy vampiro he intentado cambiar mi dieta
chupando sangre vegetariana, pero no ha dado resultado.
―¡Qué terrible!
―Sí, pero peor es la sangre vegetariana, que tiene gusto como a zapato
guardado en el ropero de esa abuela fanática de la naftalina. Pero ahora que ya
nos conocemos, que ya somos amigos...
―No somos amigos.
―Como sea. ¿No tenés ninguna cruz bendecida por ahí, no?
―Cruz no tengo, pero le puedo ofrecer un atrapasueños, una mano
ahimsa o un gato dorado que mueve la pata.
―¡Ah, estamos bien entonces! ―respiró el gordo aliviado.
―Pero cuénteme, señor Oliverio, ¿cómo se convirtió en vampiro?
―Aunque todavía no me hayas abierto la ventana ni me hayas invitado a
pasar, te voy a decir, porque sería una descortesía no contarte.
Estaba, como todo hombre de bien que se precie, comiendo mi cuota
diaria de pastel de papas, cuando me di cuenta de que no tenía más plata para
comprar otro. Por cierto, ¿ya te conté que estuve en el Consejo Promotor de la
Papa, dependiente del Ministerio de Asuntos Agrarios?
―No, no me contó y le agradecería mucho si no lo hiciera...
―¡Por supuesto que te voy a contar todo sobre el fascinante mundo de
las papas! En en el Consejo, o COPROPAP, hicimos un folleto titulado "La Papa",
donde detallábamos cómo hacer papas a la balcarceña, papas a la panadera,
papas a la salteña y papas rellenas.
―¿Papas rellenas de qué?
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―De más papas, ¿de qué si no? Pero como te decía, había escasez de
papas blancas, porque se exportaban todas, así que teníamos que comer las
papas negras, pero con ésas no se puede hacer un buen pastel de papas.
Revisé mis bolsillos y no encontré ni un peso moneda nacional, por lo que
dije en voz alta: "¡daría cualquier cosa por un pastel de papas!". Allí apareció,
en medio de la bruma, un noble caballero que hacía años que no se cortaba las
uñas. Se sentó a la mesa conmigo y me hizo leer detenidamente las trescientos
cincuenta páginas del libro “La razón de mi vida como vampiro”, mientras se
tomaba una hesperidina que revolvía con sus dedos largos y amarillentos. No
quería leer el libro, pero no tenía opción, así que luego de un tiempo
considerable, estreché la blancuzca mano que olía raro, como a pescado de
feria vencido, y fuimos juntos a la escribanía. En seis meses ratificaron la firma
en el Registro Nacional de Personas Vampíricas, o Renapeva, y así me convertí
en vampiro, luego de que el oficial sellara todas las hojas.
―Pero ¿qué pasó con el pastel de papas? ¿Se lo dio?
―¿Qué pastel? ¡Ah, no! Me dijo que ahora que era oficialmente un
vampiro, ya no me iba a hacer falta comer pastel de papas, ni nada más que
sangre, que mi vida iba a ser mucho más simple de ahí en más.
―Pero ¿no lo mordió? ¿No le chupó la sangre?
―De alguna manera sí, porque hasta el día de hoy sigo pagando la Tasa
Solidaria de Afiliación Libre y No Voluntaria del Vampiro. Pero si te referís a la
mordida física, existe, pero es más que nada una cuestión de formas, aunque
duele más el descuento mensual que la mordida en sí.
―¿Y qué hacen los vampiros?
―Hacemos cosas de vampiros: seducir gente, chuparle la sangre,
meternos en las casas y robar los VHS, de esos que no se consiguen en los
videoclubes.
―No sabía que los vampiros robaran.
―Bueno, no todos. Ése es más bien mi toque personal. ¿O vos pensás
que luego de una ardua jornada laboral un vampiro no necesita también
relajarse con una Sanquilmes?
―¿Qué es una Sanquilmes?
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―Una cerveza hecha a base de sangre, que curiosamente también se
produce en el partido de Quilmes, en la fábrica abandonada.
―¿Y quién la hace?
―Fantasmas. Bajamos el costo, porque los tenemos en negro, aunque
sean más bien blanquitos.
―¿Y qué tal sabe?
―Una porquería.
―¿Y por qué la toma?
―Porque es lo único que hay. Pero como te decía, me pongo a mirar VHS
robados. Uno de mis pasatiempos preferidos es programar la videocasetera
para grabar algo, sólo para después enterarme al día siguiente que la película
se cortó en los últimos cinco minutos. O bien que la adelantaron o la atrasaron
y lo único que se grabó fue una publicidad de una crema para las hemorroides.
En esos momentos difíciles, rebobino la cinta para volver a usarla, pero
habitualmente se sale del carretel y tengo que volver a ponerla con una
lapicera BIC azul.
―¿No puede usar otra lapicera?
―No. Tiene que ser ésa. Reglas de vampiros. Si usamos otra marca, nos
descuentan a fin de mes. Pero ¡basta de preguntas! Si no me vas a abrir la
ventana, ni permitir que te muerda, permitime por lo menos entregarte esta
carta.
―Está bien. Pásela por la rendija.
El vampiro gordo me la pasó y leí en voz alta:
“Estimado consorcista, tenemos el agrado de informarle que, debido a la
situación de público conocimiento, nos hemos visto en la obligación de
aumentar el salario mensual del encargado del edificio, Sr. Don Basilio Puentes,
que como sabrá está en reemplazo de Don Atilio Paredes, quien se encuentra
con una licencia por prolongado tratamiento en las Bahamas debido a un caso
agudo de tendinitis por exceso de manipulación de mangueras”.
―Ah no, perdón, ésa no era.
―¿Es decir que el aumento no corre? ―dije con esperanza.
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―No, el aumento sí se aplica, pero quise decir que la carta que tenía que
entregarte es otra ―buscó en su campera negra y dijo: acá está ―y me la
volvió a pasar por la rendija.
“Tenemos el agrado de dirigirnos a usted, señor, señora o algo, para
comunicarle que nuestra compañía se encuentra interesada en entrevistarlo,
para eventualmente incorporarlo a nuestro staff de trabajadores. No es
necesario llevar CV ni carta de motivación. Por favor, diríjase lo antes posible a
la calle Saraza al 500, en cualquier momento del día. Debido a la naturaleza de
nuestro trabajo, nuestra empresa nunca cierra”.
―Te conviene tomar el veinticuatro y después el quince. Tenés como
media hora desde acá, desde Cucha Cucha.
―Sí, ya sé, no hace falta que me lo diga ―le dije irritado―. Y ahora, si ya
terminó con su sanata, tómeselas ―y apoyé fuerte las manos en la ventana,
logrando que el gordo perdiera el equilibrio y se callera al patio. Una vez abajo,
se limpió la campera de tierra, se transformó en murciélago y desapareció
entre el smog de Buenos Aires.
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me consiguiera un trabajo, porque tenía cuarenta años. Traté de convencerla
de que mañana sería otro día, lleno de sueños, esperanzas y oportunidades,
que si tan sólo me dejaba dormir unas horas más, todo se arreglaría. A juzgar
por su expresión facial y su tono de voz, esto no la convenció, así que me puse
a buscar trabajo. Pensé en armar mi CV, porque era lo que siempre escuchaba
de otras personas, que había que armar un buen CV, pero no sabía qué poner,
porque no tenía experiencia laboral, ni educación ni contactos que pudieran
recomendarme. En algún momento había intentado ponerme a mí mismo como
contacto, bajo el seudónimo de profesor Van der Hoffen, porque me interesaba
trabajar en un laboratorio, pero cuando la psicóloga laboral me preguntó si
tenía amigos o novia y dónde me veía dentro de cinco años, le contesté que
me veía viviendo una doble existencia, sufriendo miseria y abrumado por las
desilusiones pero que, retirado sobre mí mismo, me convertiría en un espíritu
celestial con un halo alrededor, dentro de cuyo círculo ningún dolor ni ninguna
locura se atrevería a aventurarse. Por alguna extraña razón, nunca me
llamaron.
Como seguía sin conseguir trabajo, recordé el cajón y la carta, así que me
dirigí a la calle Saraza al 500, esquivando porteros y mangueras, convencido
de que los porteros llenan de agua las baldosas a propósito, para que los
pobres transeúntes se empapen antes de una entrevista laboral, como era mi
caso. Al menos, eso era lo que decía la carta que me entregó el vampiro. ¿Por
qué no iba a creerle a un gordo trepado en mi ventana, que además decía ser
un vampiro?
Llegué hasta la calle Saraza y vi una puerta gris rectangular enorme,
como de un garage para albergar uno de esos camiones que tienen el caño de
escape lateral y se paran al sólo efecto de tirar la mayor cantidad de humo
posible, de ese humo azulado que te hace toser. Había también olor a nafta,
que con todo tiene su encanto.
Golpeé la puerta de metal y escuché como los golpes resonaban dentro,
como si hubiera un gran espacio vacío al interior. Un gorrión se acercó a mí, me
miró con aire sospechoso y volvió a emprender vuelo.
Se abrió una rendija:
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―¿Qué quiere? ―me dijo una voz rasposa.
―Vengo por la entrevista.
―¿Qué revista? Acá no vendemos revistas. Váyase.
Estaba a punto de cerrar la rendija, pero alcancé a pasarle el sobre. La
mano velluda la tomó y el dueño de la mano dijo:
―Ah, sí. Viene por la cosa. Espere, que ya le abro.
Se escuchó el ruido de un pasador enorme y vi a un viejito de bigote
amarillento, acigarrado, que sostenía un candelabro de bronce de seis brazos,
que apenas si alcanzaba a iluminarle las arrugas y un grano enorme y velludo
que tenía en la nariz.
Me fui acostumbrando a la oscuridad y pude ver muebles viejos apilados
contra las paredes de ladrillos sin revocar; vi goteras y charcos; vi escaleras de
piedras sucias que no conducían a ninguna parte.
―Disculpe, pero creo que me equivoqué de lugar. Además, me están
esperando en otro lado ―le dije al viejito del candelabro.
―Seré viejo, sordo y feo, pero no soy tonto. Usted no se equivocó de
lugar y nadie lo está esperando, porque nadie que tenga otras opciones en la
vida termina en un lugar como éste. Aguarde entonces, que el Director pronto
lo recibirá.
Quise refutarlo, pero el viejito desapareció detrás de una puerta,
llevándose el candelabro de seis brazos y la poca luz que había.
Permanecí de pie en medio de la silenciosa oscuridad, esperando a que el
Director me llamara.
―Pase por aquí ―me dijo una voz desde algún lugar de la oscuridad, y se
iluminó en azul un ascensor que no había podido ver hasta entonces.
Entré en el ascensor y las puertas metálicas se cerraron. No había
botones y me fue imposible saber si estaba subiendo o si estaba bajando.
Cuando las puertas se volvieron a abrir, parecía como si hubiera sido
transportado a un paraíso en la tierra: galerías de mármol, jardines colgantes y
vitraux con motivos mitológicos. En el medio del jardín y tras la piscina interior,
se levantaba una puerta de madera de sequoia veteada con tonos ocres y
pardos. En la parte superior del marco de la puerta una placa de oro decía, con
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caracteres góticos, "DIRECTOR". Cerca de la puerta dormía una loba de un
pelaje marrón―grisáceo, con la cabeza apoyada sobre las patas delanteras.
Cuando me acerqué, abrió un ojo con aire distraído, para después seguir
durmiendo. Desde lejos y sobre un monte lleno de flores, un leopardo me
observaba y un león también parecía dormir, ahuyentando las moscas con la
cola.
“Todo normal, hasta acá”, pensé, mientras golpeaba la puerta de
madera.
Me abrió el viejito del grano velludo, pero ahora estaba vestido con
levita, sombrero de copa y bastón.
―¿Quiere servirse un poco de rapé? ―me dijo, sacando un polvito negro
de una tabaquera esmaltada de borde dorado, con la figuras entrelazadas de
un hombre y una mujer, cuyo fuerte olor a tabaco se metió por la fuerza hasta
los lugares más recónditos de mi nariz.
―No sé qué es el rapé, pero no, gracias.
―Usted se lo pierde ―dijo, e inhaló un poco―. Pase, que el Director lo
está esperando.
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¿Sabe por qué lo mandé llamar? ―dijo, llenando el ambiente de un humo
nauseabundo.
―En realidad, no. Aunque imagino que...
―Lo mandé a llamar porque mi empresa, o mejor dicho, nuestra
empresa, hace tiempo que está con una faltante seria de personal― dijo,
mientras se paseaba con las manos cruzadas en la espalda, fumando el habano
y mirando sin mirar los libros de su extensa biblioteca de roble con grandes
colecciones de libros encuadernados en piel, escondidos detrás de vidrios
opacos―. El nuestro no es un trabajo fácil, ni bien pago, ni placentero. Ahora
que lo pienso mejor, quizás ésas sean las razones por las cuales estamos
cortos de personal. Sepa, eso sí, que aquí sólo contratamos a los mejores. En
caso de que no podamos conseguir a los mejores, nos conformamos con lo que
venga.
―¿En qué categoría estaría yo? ―pregunté.
―Mire ―dijo, apagando el habano sobre un cenicero negro, mientras se
volvía a sentar―. ¿Toma whisky?
―Sí.
―Es una lástima, porque aquí no bebemos whisky, menos de mañana.
Como consejo de amigo le sugiero que haga una consulta, con un grupo de
doce pasos o algo así. Como le decía, aquí no perdemos el tiempo con CVs ni
con cartas de motivación ni con cartas de recomendación, porque todos
sabemos, siendo sinceros, que no sirven para nada y porque la naturaleza del
trabajo que va a realizar es distinta a la de cualquier otro trabajo que haya
hecho o que vaya a hacer en el futuro.
El Director volvió a incorporarse y a fijar las manos en la espalda, esta
vez sin el cigarro.
―¿De qué se trata? ―pregunté y el Director me miró en silencio.
Después se dio media y vuelta y le sacó con el dedo el polvo a un libro de la
biblioteca. Lo examinó con curiosidad y, sin mirarme, dijo:
―Somos cazadores de vampiros.
―Ajá. Señor Director, le ruego me disculpe, pero tengo un compromiso...
―dije, incorporándome de mi asiento y buscando la puerta de salida.
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―Sr. P., sé cómo suena lo que le acabo de decir, así como también sé que
usted no tiene ningún compromiso ni ningún lugar a dónde ir. Más allá de eso,
es imposible salir de aquí sin la autorización pertinente.
Forzando una sonrisa y asintiendo con la cabeza, fui caminando hacia
atrás con pasos lentos y firmes, sin dejar de mirar al Director. Mi mano derecha
se extendió e intentó girar el picaporte, pero nada sucedió.
―Sr. P., por más que me mire fijo y finja una sonrisa, sé que está tratando
salir de aquí. Y si tuviera alguna duda, el hecho de que esté girando el
picaporte en falso confirma mi hipótesis. Le ruego que cese en su accionar, ya
que éste es un edificio viejo y carecemos de los fondos como para reponer un
picaporte. Si le parece, puedo mostrarle el resto de las instalaciones.
―Pero ¿es que estoy obligado a aceptar? ¿Incluso a quedarme aquí,
contra mi voluntad? ¿Me está secuestrando?
El Director rio con una carcajada, para después pasar a afinarse los
bigotes en punta con la mano derecha. Luego pulsó un botón debajo de su
escritorio y la puerta se abrió.
―Si realmente quiere irse, amigo mío, es libre de hacerlo. Pero antes de
tomar una decisión, piense: ¿a dónde irá? Sabemos que está desempleado
desde hace ya mucho tiempo. Tenemos algo para ofrecerle y ni siquiera se ha
tomado la molestia de saber qué es. ¿No siente al menos un poco de
curiosidad?
A decir verdad, sí sentía curiosidad. También era cierto que no tenía nada
mejor que hacer, más que hablar y recorrer un edificio viejo con un hombre
mayor que podía o no estar en sus cabales.
―De acuerdo. Muéstreme el edificio.
―Ése es el espíritu. Sígame ―dijo y sacó un libro de la biblioteca y un
panel se corrió, dejando a la vista un pasadizo secreto.
―No se imagina lo difícil que fue que el Ministerio aprobara el
presupuesto para este pasadizo secreto.
―¿El Ministerio? Pero ¿esto es una empresa privada?
―Sí y no. Recibimos fondos públicos, pero hacemos negocios privados. Es
decir, hacemos lo que hace todo el mundo: decimos que trabajamos para la
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gente cuando en realidad trabajamos para nosotros, porque nosotros también
somos gente.
El pasadizo daba a un pasillo con piso damero de cerámicos blancos y
negros, , con puertas de metal negro a ambos lados. En el ambiente se sentía
una mezcla de lavandina y de perfume barato de líquido de pisos, que parecía
estancado en el ambiente, porque no se veían ventanas ni ventilación por
ninguna parte.
―Cada una de estas puertas es una oficina. Entremos a ésta.
Entramos a una gran sala llena de personas sentadas frente a monitores.
Los monitores parecían vigilar a otras personas, junto a distintos puntos de la
ciudad.
Cuando el Director ingresó, hubo cabezas que giraron hacia atrás y algún
murmullo, pero no mucho más. Más que concentración en el trabajo se sentía
apatía e indiferencia.
―Ésta es la sala de control, probablemente una de las oficinas más
importantes de la organización. Desde este lugar vigilamos toda la actividad
vampírica de la ciudad, junto a posibles candidatos que puedan ayudarnos a
combatir el mal.
―Pero ¿cómo detectan a estos vampiros que dice usted que existen?
―El vampiro parece una persona común y corriente, como usted o como
yo ―contestó el Director―. De hecho, cada uno lleva dentro de sí lo que mí me
gusta llamar el germen vampírico. Entiéndalo como el potencial para hacer el
mal.
―Pero ¿cómo los detectan?.
―En la mayor parte de los casos, hacemos el seguimiento de vampiros
registrados en nuestro sistema. Intentamos contener a la población vampírica,
para que el daño que pueden hacer no se extienda al resto de la sociedad, que
debe vivir bajo la apariencia de normalidad.
―¿Y qué hay de los nuevos vampiros, los que no están registrados en la
sistema?
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―No se preocupe ahora por eso. Toda la información que necesite saber
le será dada a su debido tiempo. Sigamos el recorrido.
Entramos en un garage, donde había varias camionetas blancas. Fuera
de ellas, gente que parecía ociosa, fumando. Varios jóvenes estaban sentados
sobre un escalón, fumando y bebiendo.
―Este es nuestro equipo de recolección de vampiros ―dijo el Director,
mientras apoyaba la mano sobre el hombro de uno de sus empleados,
desaliñado y excedido en peso, que lo miraba con ojos vacíos―. Cuando
confirmamos que una persona es un vampiro, se le toman los datos y se lo
ingresa en nuestro sistema.
―¿Pero qué sucede cuando se ingresa a la persona en el sistema? ¿Y qué
es el “sistema” exactamente? ―pregunté.
―Como le dije antes, no se preocupe por ahora por esas cosas. Todo será
respondido a su debido tiempo. Vayamos a otra sala.
Salimos por el extremo del garage y subimos una escalera de piedra. En
los rincones se podían observar muebles viejos apilados.
Llegamos a una puerta con la leyenda “archivo”.
―Aquí dentro, para una mejor organización, estamos digitalizando todo el
archivo de actividad vampírica a lo largo del tiempo. Sepa que la nuestra es
una empresa que lleva más de ochenta años, por lo que si los registros en
papel no se digitalizan, se perderán para siempre.
―¿Ochenta años? Tenía entendido que los vampiros eran criaturas
milenarias.
―Puede ser en otras partes. Nuestros vampiros, en cambio, tienen
ochenta años. Cada uno debe ocuparse de sus propios problemas, ¿no le
parece?
Al abrir la puerta vi expedientes que llegaban hasta el techo y que se
extendían a lo largo y ancho de la habitación.
―¡Juana! ―gritó el Director―. ¿Dónde se habrá metido esa mujer? ―dijo
y me miró.
Una anciana chiquitita, encorvada por los años, se acercó con un
andador.
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―Le presento a Juana. Ella es la encargada de digitalizar los archivos.
―Enchanté ―me dijo Juana extendiendo su manito temblorosa y
arrugada, la cual estreché con el mayor cuidado posible, para no romper nada
que ya no estuviera demasiado roto. El haber tendido la mano la había dejado
sin aire, por lo que tuvo que sentarse en una silla blanca de plástico frente a
una mesa de madera con la superficie raspada con groserías.
―Disculpe, señor Director ―dije― ¿No le parece que quizás sería mejor
que alguno de los jóvenes del garage se ocuparan de digitalizar los archivos?
El Director me miró, frunció el entrecejo, dio una chupada a su cigarro y,
luego de lanzar el humo con placentera suavidad, dijo:
―Ése es el personal de otra Dirección, ocupado en otras tareas.
―Pero ¿cuáles son esas tareas? ―pregunté.
―Sr. P., si finalmente decide quedarse con nosotros, entenderá que
mientras menos preguntas haga, mejor le irá. Aunque no lo parezca, cada
persona tiene aquí asignada una función. ¿O usted cree que le pagamos a la
gente por no trabajar? ―dijo el Director y dio un manotazo sobre la mesa para
despertar a Juana, que se había quedado dormida y ya empezaba a roncar.
―En verdad, eso es lo que parece ―contesté.
―Sucede que usted aún no trabaja para nosotros. Una vez que el tiempo
pase, verá cómo todo cambia. Las ideas que usted tiene ahora serán
reemplazadas por otras ideas. Aquí nos fijamos como objetivos la eficiencia y la
eficacia, con economía de recursos, si bien nuestro énfasis está puesto en la
economía de recursos y no tanto en la eficiencia y en la eficacia, pero hemos
descubierto que, si se economiza lo eficaz y se eficientiza lo económico, los
resultados son cada vez mejores, en la medida en que nosotros mismos
estemos a cargo de la medición.
―Entiendo ―dije, para decir algo, cualquier cosa.
―Por supuesto que entiende. La sala que quiero mostrarle ahora ―dijo el
Director― es quizás la más interesante, pues en ella alojamos a los vampiros
que no hemos podido colocar en otro sitio.
―¿Qué quiere decir con “colocar”? ―pregunté.
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―Ya le explicaré, ya le explicaré, no se apresure: tiempo al tiempo y
vampiro por vampiro, como decimos por aquí.
―Venga, Sr. P., sígame ―dijo y puso una llave sobre un candado oxidado
con cadenas, que dio lugar a un patio de estilo colonial.
―Pero este patio está vacío ―dije.
―Tenga a bien acercarse un poco más, Sr. P.
Caminé sobre el camino de piedras y me detuve junto al Director, que
miraba por debajo de una baranda, la cual daba a un campo. Allí abajo se veía
a personas dispersas, vestidas con harapos, que deambulaban de un lado a
otro, sin rumbo aparente, chocándose entre sí o chocando contra los árboles o
la maleza.
―Tendrá que disculpar el estado del jardín de abajo, pero el último
jardinero que mandamos para cuidar las plantas fue convertido en vampiro, así
que ahora sólo ponemos a los vampiros allí y dejamos que las cosas sigan su
curso.
―Pero ¿no es peligroso tener a tantos vampiros juntos, en el centro de la
ciudad y justo en el lugar que se ocupa de combatirlos o de cazarlos, como
uste dice?
―En absoluto. Como ve, los vampiros están bastante lejos de la baranda.
Sus facultades mentales y físicas se encuentran reducidas. Verá usted, una vez
que el vampiro es cazado, se lo ingresa en el sistema… pero quizás sea mejor
que le muestre cómo ingresamos a alguien en el sistema. Acompáñeme.
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vivir, pero que al mismo tiempo continúe viviendo, como usted vio debajo del
patio. ¿No es maravilloso? ―me preguntó, con una mueca―. Por supuesto que
una sola dosis no es suficiente, sino que es necesario periódicamente renovar e
incluso aumentar la cantidad, de modo de mantener a la población vampírica
en el sistema.
―Pero ¿cómo hacen para suministrarles el líquido a los que están abajo,
entre la maleza y los árboles? ―pregunté.
―Usamos un sistema de aspersores, como el que se usa para regar el
pasto. Cuando ya hace mucho que los vampiros están en tratamiento, ya no es
necesario un contacto directo con el líquido.
―¿”Tratamiento”? ¿Es posible dejar de ser un vampiro?
―Claro que es posible. Es más, desde nuestra Dirección articulamos
programas de reeducación para que un ex-vampiro pueda reintegrarse
exitosamente a la sociedad.
El Director me tomó del brazo, subimos unas escaleras y golpeó la puerta
de una sala con un cartel a lápiz que decía “Dirección General de
Reincorporación Social y Capacitación Educativa y Laboral (DGRSCEL)”.
Al abrir la puerta vimos a un hombre sentado, leyendo el diario y
tomando café.
El Director lo saludó por su nombre pero el hombre no contestó, por lo
que cerró la puerta y continuamos con nuestro recorrido. Volvimos a su
despacho y, cerrando la puerta tras de mí, se sentó en su sillón, extendiendo
sus brazos sobre los apoyabrazos con forma de leones dorados, y me invitó a
mí a tomar asiento nuevamente en la butaca que estaba muy por debajo de su
asiento. La butaca parecía hecha de pino y con sus días contados.
Levantando la cabeza y alargando el cuello, dije:
―Sigo sin entender cómo se detecta a un vampiro ni qué amenaza real
es para la sociedad. Hasta ahora lo único que vi fue a un hombre forcejeando
con otros. Tampoco me queda claro qué se espera de mí en esta empresa.
El Director tomó la pluma, la mojó en el tintero y escribió algo en una
hoja de papel satinado. Firmó la hoja, la selló y, luego de leerla con pausa y
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gusto, asintiendo para sí mismo, hizo un bollo y la arrojó en un cesto. Después
dijo, levantando apenas la mirada:
―Imagino, Sr. P.. que usted tiene la idea tradicional de los vampiros:
seres con colmillos bebedores de sangre, que huyen de la luz del sol. Sepa, y
por favor no se ofenda, que esa concepción de los vampiros es una
construcción social y cultural, producto de prejuicios que ya llevan miles de
años, en aras de mantener a minorías explotadas bajo la sujeción de los
mismos de siempre.
―¿Quiere decir que es una idea falsa?
―Falso o verdadero son conceptos discutibles. Lo que quiero decir es que
los vampiros que atendemos aquí son diferentes a los de Europa y a los de
Estados Unidos. El nuestro es un vampiro autóctono: nativo o migrante,
siempre termina asimilándose y se vuelve indistinguible el uno del otro.
Nuestra hipótesis es que éstos son vampiros expulsados de sus respectivos
países de origen, por haber fallado en los ámbitos en los que se espera que un
vampiro triunfe: ser seductor, cazar por las noches, vivir en un castillo. Los
nuestros, en cambio, se quedan en la casa un sábado a la noche, mirando
televisión y comiendo pizza recalentada en el microondas, por lo que ya no les
hace falta cazar. En cuanto al castillo, prefieren alquilar algún departamento
oscuro, con poca ventilación y vecinos que gritan sin razón alguna. En cuanto a
la sangre, la siguen necesitando, pero ya no tienen fuerzas ni interés en
conseguirla ellos mismos, por lo que nuestra empresa, en colaboración con el
Estado, se las provee.
―Pero ¿de dónde sacan la sangre? ―le dije.
―No se altere, no se altere. No les damos sangre pura, sino una solución
a base de sangre, diluida con jarabe de maíz de alta fructuosa. Antes de que
nos juzgue, dígame una cosa: ¿preferiría tener vampiros hambrientos sueltos
por las calles o que el Estado se haga cargo del problema?
―Supongo que…
―¡Exactamente! ¡Exactamente! ―dijo, golpeando con el puño el
escritorio de caoba y casi haciendo saltar el busto de piedra blanca.
―Pero ¿pero dónde obtienen la sangre? ―insistí.
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El Director se sonrió, mostrando sus dientes ennegrecidos por el tabaco.
―¿Sabe usted que está prohibido para un particular utilizar el espacio
aéreo, si bien se supone que es un bien público?
―Sí, pero eso es por las rutas aéreas, ¿no? Para que los aviones no
choquen contra otros vehículos.
El Director dio una carcajada y se sirvió un whisky. Recién allí me di
cuenta de que tenía varios anillos en los dedos, todos de oro.
―¿Bebe? Cierto: me dijo antes que no toma. No, amigo mío, eso lo que
queremos que la gente crea. Desde hace años tenemos instalado un sistema
de drones con láseres que extraen la sangre sin que nadie se entere: litros y
litros de sangre por día. Como la extracción es gradual y se distribuye entre
muchas personas, nadie lo percibe. ¿O por qué piensa que la gente en nuestra
sociedad vive cansada, frustrada e irritada? La extracción de sangre sirve para
dos propósitos: mantiene a la población vampírica bajo control y toma de
aquéllos que más tienen. Pero tanto hablar me ha dado sed. ¿Puedo ofrecerle
un trago?
Sin esperar a que contestara, el Director se levantó, fue hasta la
biblioteca, abrió la puerta de vidrio y sacó una botella negra y dos vasos,
también negros.
―A su salud ―me dijo el Director, mirándome a los ojos.
No tenía ganas de beber, pero me sentí obligado por las circunstancias .
Sentí un sabor viscoso en la boca y escupí.
―¡Pero esto es sangre!
―No sólo sangre, sino sangre joven y pura, como la de usted.
Me levanté de un salto, tirando la silla y quise escapar, pero la puerta
estaba cerrada.
―¡Déjeme salir! Usted dijo que podría irme siempre que quisiera.
―Mentí. Nosotros, los vampiros, siempre mentimos, salvo cuando
decimos la verdad. ¿Recuerda cuando le dije que usted más adelante
entendería? Ahora entenderá ―dijo, volando hacia donde yo estaba y
tomándome del cuello con una fuerza descomunal.
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Mordió y succionó todo lo que pudo. Después dijo, limpiándose la boca
con el dorso de la mano:
―Bienvenido a la Empresa. Búsquese una oficina, no critique a sus
superiores, haga lo que le dicen y tendrá un largo porvenir. Tan largo que se
sentirá como una eternidad, porque lo será. No se preocupe: se acostumbrará.
Al principio extrañará su vida anterior y soñará con escapar a un lugar distante,
pero poco a poco ese sentimiento morirá en usted, porque nos ocuparemos de
que así sea. Llegará el día en el que se olvidará de haber tenido otra vida fuera
de ésta y su única satisfacción será hundir a otros más abajo que usted. Ahora
tome este rollo de papel higiénico, vaya al baño y límpiese. ¡Y salga de mi vista
cuanto antes!
―Sí, señor Director ―dije por lo bajo, desapareciendo tras la puerta con
la placa de oro.
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