120. Los relojes cosmicos - Michel Gauquelin
120. Los relojes cosmicos - Michel Gauquelin
120. Los relojes cosmicos - Michel Gauquelin
LOS RELOJES
COSMICOS
El Sol
La vuelta del Sol todas las mañanas, su «renacer» después de su
«muerte» la tarde anterior, era saludada con ritos religiosos por los
pueblos más antiguos de que tenemos noticia y aún lo es hoy en las
sociedades primitivas:
Las madres piel rojas levantan en sus brazos a sus hijos recién nacidos, hacia
el Sol. Entre los indios navajos, las muchachas que llegan a la pubertad tienen
que preparar un enorme pastel; mientras está haciéndose, deben correr hacia el
Sol naciente y volver al punto de partida, vestidas de fiesta. Saludar al Sol
naciente era una costumbre normal. Griegos como Sócrates y Dion lo hacían; y
también los chinos, los japoneses y los indios brahmanes*.
La Luna
La conducta de la Luna, más extraña aún que la del Sol, fue
constante causa de perplejidad para sus primeros observadores:
La Luna también se movía a través del cielo, entre las estrellas cruzándolas
noche tras noche, mientras que su aparición sufría un cambio misterioso, pasando
de ser una débil hoz en el cielo nocturno a convertirse en el brillante disco de la
Luna llena, que dominaba la noche iluminando la Tierra hasta que comenzaba a
desvanecerse, para convertirse de nuevo en una estrecha cinta de plata y
desaparece con la aurora. Este proceso continuaba repitiéndose en un ciclo
equivalente, según parece, al período menstrual de la mujer*.
Las estrellas
Las principales estrellas y constelaciones también han sido objeto
de adoración. Sus formas y movimientos han dado lugar a
numerosos mitos y ritos. En China
la Osa Mayor o Carro es adorada como deidad propicia. Las mujeres que quieren
tener hijos la adoran. Las coronas epitalámicas están adornadas con la Osa
Mayor, hecha con perlas y esmeraldas. Una pintura antigua de la dinastía Han
muestra a la Osa Mayor como monarca en un carruaje, con varios espíritus
rindiéndole homenaje*.
Religiones indias
Desde el comienzo de la historia, el pensamiento humano se ha
visto dominado por la creencia de que los movimientos astrales
están relacionados con todos los fenómenos terrestres, que son
ellos quienes dirigen la agricultura, la labranza, la salud y el orden
social. Berthelot ha dado a esta creencia el nombre de astrobiología.
Las grandes religiones de la Humanidad están impregnadas aún de
esta primitiva astrología. Los textos antiguos de la India y China son
buena prueba de ello.
Es fácil encontrar ideas astrológicas en los libros religiosos
hindúes. Los Vedas dicen que la fecha de los sacrificios son la Luna
nueva y la Luna llena. Los cuerpos celestes son los guardianes de
rita, que ha nacido de la unión de los órdenes cósmicos y social: «A
través del cielo, va el camino duodécuplo de rita, que nunca
envejece: el año.»
Para el hombre védico, el cielo y la Tierra, los bosques y las montañas, las
aguas de los mares y los ríos, las plantas y los animales están habitados por el
espíritu de las fuerzas cósmicas, dirigidas por la fuerte personalidad de Indra, dios
del trueno y el rayo, que gobierna desde su trono, situado en las nubes. Bajo él,
están los ocho Adityas, los cuerpos celestes, que son hijos de la diosa Aditi. Entre
ellos, está Mitra-Varuna, la pareja primigenia, que representan la Tierra y el cielo;
luego, los cinco planetas y Surya, el Sol. Ushan, la aurora, camina ligeramente
todas las mañanas hacia el este, para abrir las puertas celestiales con el fin de
que su amante, Surya, pueda entrar; todas las noches, Ratri vuelve a cerrarlas,
dejando penetrar en su dominio a la noche*.
Filosofía china
En China, «los ritmos cósmicos revelan el orden, la armonía, la
permanencia y la fertilidad. El Cosmos en su totalidad es un
organismo vivo, real y sagrado»*. Ya más de dos mil años antes de
Cristo, la astrología era la base del orden establecido. El título del
emperador era «Hijo de los Cielos». Una de sus principales
funciones consistía en cuidar de que continuasen las buenas
relaciones entre los movimientos celestes y los asuntos humanos. El
emperador era objeto de predicciones astrológicas y celebraba
sacrificios a los dioses del cielo:
La mención más antigua que se conoce de esos sacrificios está en los Anales
de Bambú, un manuscrito muy antiguo descubierto en la tumba de un príncipe que
data del año 281 d. de C. En él se menciona que en el año 2073 a. de C., cuando
Chun sucedió a Yao, el primer emperador histórico de China, inauguró su
gobierno ofreciendo un sacrificio al «Soberano del Cielo». Chun visitaba con
frecuencia las cuatro montañas sagradas situadas en los cuatro puntos
cardinales, examinando la situación propicia de los «Siete Rectores» (la Luna, el
Sol y los cinco planetas), y hacía un sacrificio a los «seis meteoros» (el viento, las
nubes, el trueno, la lluvia, el frío y el calor)*.
Los magos taoístas de los primeros siglos de nuestra era pensaban que en las
diversas partes del cuerpo humano vivían dioses que, al mismo tiempo, eran
dioses también de los cielos, la Tierra, las constelaciones, las montañas y los ríos.
Por medio de la meditación se podía ver a los dioses cósmicos que habitaban
fuera del cuerpo y también se podía aprender así de ellos los preceptos
fisiológicos de cordura moral y salud que permitían al hombre echar de su cuerpo
a los malos espíritus y dañinas influencias. Alimentándose de «aliento» y no de
bastos alimentos uno podía purificarse; exponiéndose a la luz del Sol o de la
Luna, uno se podía llenar el cuerpo de influencias celestes. Así, purificado y
fortalecido, uno podía ascender a los cielos, donde se gustaba la vida eterna con
cuerpo y alma*.
«Si la Luna está rodeada de un halo oscuro, el mes será nuboso y lluvioso.»
«Si truena en el mes de Shebat, habrá plaga de langosta.»
Si un niño nace cuando ha salido la Luna (su vida será), brillante, excelente,
regular y larga.
Si un niño nace cuando ha salido Júpiter (su vida será), regular, buena; será
rico, envejecerá, (sus) días serán numerosos.
Si un niño nace cuando ha salido Venus (su vida será), excepcionalmente
tranquila; en dondequiera que esté, todo le será favorable, (sus) días serán
numerosos*.
En torno a ella (la esfera), el Sol, la Luna y los planetas giran en círculos
concéntricos, cada uno sujeto a una esfera o rueda. La rápida revolución de cada
uno de estos cuerpos causa un silbido o zumbido musical en el aire.
Evidentemente, cada planeta zumba o silba en un tono distinto, según la
correlación de su órbita, de la misma manera que el tono de una cuerda depende
de su longitud. Así, pues, las órbitas en que se mueven los planetas forman una
especie de lira gigantesca cuyas cuerdas están curvadas circularmente.*
La influencia de Beroso
Los filósofos que creían en la divinidad de los cuerpos celestes
no miraban al cielo para averiguar el futuro. A pesar de todo, esta
nueva actitud con respecto a los astros abrió la puerta a las
creencias populares sobre la adivinación astrológica. La relación
entre las órbitas celestes inmutables y su origen divino fue un golpe
mortal asestado a los dioses de la mitología griega tradicional.
Como consecuencia de la conquista de Caldea por Alejandro en
el año 331 a. de C., los griegos abandonaron rápidamente sus
antiguos dioses mitológicos, protectores de la familia y de la ciudad,
con objeto de adorar el cielo. Los caldeos, vencidos, impusieron sus
ideas astrológicas a los griegos vencedores. Hacia el año 280 a. de
C., Beroso, sacerdote del templo de Marduk, en Babilonia, fue a la
isla de Cos, donde Hipócrates, el creador de la medicina, había
enseñado dos siglos antes. Beroso injertó la astrología caldea en la
medicina hipocrática. En Cos, escribió tres gruesos volúmenes en
griego titulados Babyloniaca, en los cuales resume el contenido de
las tablillas de arcilla que se guardaban en los archivos de su patria
y en los anales de los reyes antiguos.
Beroso no olvidó la astrología. La escuela de Beroso ejerció gran
influencia en la antigüedad griega. Muchos investigadores se
convirtieron en discípulos de los caldeos, y los más entusiastas
entre ellos fueron los estoicos. Se debió principalmente a su
influencia el hecho de que la astrología fuese aceptada más tarde
por los romanos. A este respecto, el historiador Franz Cumont dice
lo siguiente:
El estoicismo concebía el mundo como un gran organismo, cuyas fuerzas
«simpáticas» actuaban y reaccionaban necesariamente entre sí, por lo que era
natural que atribuyese una influencia predominante a los cuerpos celestes, lo más
grande y poderoso que hay en la Naturaleza, y el destino, relacionado con la
infinita sucesión de causas, encajaba perfectamente también con el determinismo
de los caldeos, fundado sobre la regularidad de los movimientos siderales*.
Astrología en Roma
Pero las ruedas del destino siguen girando. Tan sólo dos siglos
después de haber conquistado el mundo, Grecia, a su vez, es
vencida y ocupada por las legiones romanas. La antorcha de la
astrología pasa ahora a los romanos, de la misma manera que antes
había sido recibida por Grecia de manos de los babilonios
derrotados. La historia de la astrología en Roma nos es bien
conocida gracias a las obras de Bouché-Leclercq y Fr. H. Cramer.
La astrología comenzó a infiltrarse en Roma por medio de
esclavos de origen griego. Éstos, en su mayoría, eran sacamuelas
sin verdadero conocimiento de lo que explicaban, y predecían
cualquier cosa a quienquiera que fuese. Al principio, su éxito se
limitó a las clases bajas; los ciudadanos cultos menospreciaban
tales actividades. Eran llamados despectivamente «astrólogos de
circo», ya que la mayor parte del dinero que ganaban era
prediciendo el resultado de las carreras de cuadrigas, en que los
romanos apostaban grandes cantidades de dinero. Pero los adivinos
tradicionales de Roma, los augures, no tardaron en sentirse
amenazados por aquellos advenedizos. Irritados, reaccionaron
prontamente. Un decreto de Cornelio Hispalio expulsaba de la
ciudad «a esos caldeos que explotan la credulidad popular bajo el
falso pretexto de leer las estrellas»*. El decreto decía, además, que
la astrología era un medio falso de predecir, pero esta oposición sólo
sirvió para reforzar la popularidad de los astrólogos.
Durante la República romana (del año 200 a. de C. al 44 de
nuestra era), los ciudadanos romanos fueron siendo convertidos
poco a poco a la astrología, en gran parte debido al interés que
despertaba entre los intelectuales. Los filósofos comenzaron a
discutir sobre astrología. Algunos, como los estoicos, que pensaban
que el hombre es mero juguete en manos del destino, la defendían.
Otros, dirigidos por el griego Carnéades, se oponían a ella alegando
que el hombre está dotado de libre albedrío.
A partir del año 139 a. de C., comenzó para Roma el inquieto
período que acabaría con la caída de la República. Fue un período
muy favorable para la astrología. Los cónsules Mario y Octavio, y
más tarde Julio César y Pompeyo, mandaron preparar sus
horóscopos con mucho detalle. Y, sin embargo, había aún algunos
grandes hombres que mantenían su implacable oposición a la
astrología. Lucrecio y, por supuesto, Cicerón, siguieron mostrándose
escépticos. En su obra De Divinatione, Cicerón se sirve de todos los
argumentos válidos contra esta superstición. A pesar de todo, la
aparición de un cometa en el cielo después de la muerte de Julio
César fue suficiente para invalidar sus objeciones.
Durante el Imperio, casi todos los emperadores tuvieron su
astrólogo personal. En su libro Astrology in Roman Law and Politics,
Fr. H. Cramer dedica especial atención a «la dinastía de astrólogos
imperiales del primer siglo de nuestra era»* y a la influencia que
ejercieron sobre importantes decisiones políticas. El emperador
Augusto hizo interpretar su destino de acuerdo con el horóscopo de
su nacimiento y el de su concepción; servirse de ambos era el colmo
del refinamiento en aquella época. Su astrólogo de corte, Thrasyllus,
fue luego consejero de Tiberio, su sucesor. Se dice que la tarea de
Thrasyllus consistía en preparar el horóscopo de todos los
ambiciosos que frecuentaban la corte imperial y revelar al
emperador el nombre de aquellos a quienes las estrellas pareciesen
favorecer en la sucesión al trono imperial. Tiberio hizo ejecutar a
todos ellos, para evitar posibles rivalidades. Balbillus, el hijo de
Thrasyllus, fue astrólogo de corte del emperador Claudio y, luego,
de Nerón. Se ha dicho que el emperador Domiciano se sirvió de la
astrología de la misma manera que Tiberio. Septimio Severo, al
parecer, se casó con una mujer cuyo horóscopo había predicho que
sería esposa de un futuro emperador.
Los astrólogos dicen: «Es de los cielos de donde viene la causa irresistible del
pecado; se debe a la conjunción de Venus con Marte o Saturno.» De esa forma, el
hombre es absuelto de todas su culpas, a pesar de no ser más que carne podrida
henchida de orgullo. La culpa es, sin duda, del Creador y Señor de los cielos y las
estrellas*.
Sorprendente calificación
¿Qué le ocurrió a la doctrina astrológica durante este período?
Con los griegos y los romanos la astrología adquirió sus perfiles
«clásicos». Durante los largos siglos que siguieron no se le añadió o
restó ninguna faceta esencial. El arsenal astrológico de los griegos
era un código sistemático de supuestas influencias, un lenguaje de
infinitos recursos. La predicción de un astrólogo actual parece casi
idéntica a la de un astrólogo griego o romano de hace dos mil años.
En su libro Horóscopos Griegos*, el historiador Neugebauer y Van
Hoesen, director de la Biblioteca Universitaria de Brown, han
publicado ciento ochenta temas griegos en su origen que se han
conservado hasta nuestros días. Estos fragmentos fueron escritos
entre los años 70 a. de C. y 600 de nuestra era. La mayoría de ellos
tienen fecha del año 100 d. de C., más o menos, lo que indica el
desarrollo considerable del horóscopo en ese período. Los dos
autores han comentado ampliamente estos temas astrológicos, que
definen posiciones celestes con mucha más exactitud que los
caldeos. Además, tienen en cuenta la hora exacta del nacimiento.
La palabra griega horóscopos significa literalmente «Observo lo que
surge». Al principio, esta palabra no se usaba para indicar la
totalidad de la estructura planetaria en el momento del nacimiento,
como ahora, sino tan sólo el punto del Zodíaco que se levantaba
sobre el horizonte en el momento exacto del nacimiento. La idea es
que, al nacer, el niño está sometido a la influencia de la constelación
que nace en ese mismo momento. Este punto horoscópico es
meramente un segmento abstracto del cielo, pero adquiere una
importancia básica, ya que toda la orientación del futuro depende de
él. El niño es considerado como una placa fotográfica sensible. En el
momento mismo en que da su primer vagido, todas las influencias
astrológicas convergen sobre él y se unen para desarrollar su
destino.
Primero, entre los planetas, Saturno, si está en oriente, hace que sus súbditos
sean de piel oscura, robustos, de cabello negro y rizado, de pecho peludo, con
ojos de tamaño normal, de estatura media y temperamento excesivamente
húmedo y frío. Si Saturno está en poniente, la apariencia de sus súbditos es
oscura, esbelta, pequeña, de cabello liso, con poco pelo en el cuerpo, graciosos y
de ojos negros; su temperamento participa principalmente del frío y el seco (Libro
III, 11)*.
En la otra parte del cielo, en el punto inferior del mundo desde el que todo el
círculo se ve arriba, esta casa está situada en el centro de la noche. Saturno, cuyo
dominio sobre los dioses fue derrocado, que perdió su trono en el Universo, ejerce
su poder en esas profundidades. Como padre que es influye en el destino de los
padres, y el destino de los viejos está también bajo su control (Astronomicon,
Libro II)*.
INTERMEDIO BRILLANTE
En Europa, la astrología adoptó un nuevo aspecto en los siglos
XV y XVI, al igual que las artes y las ciencias en general. El mundo
occidental descubrió la existencia de los textos clásicos de la
antigüedad que habían sido preservados por los árabes. Éstos
trajeron consigo un interés inmediato y general por todo cuanto
fuese griego y romano.
Se ha dicho con frecuencia, y no sin razón, que con el
Renacimiento comienza la ciencia moderna. Pero el Renacimiento
fue también, más que ningún otro período, una edad de paradojas.
Fue en ella, después de todo, cuando las antiguas ciencias ocultas
vieron su hora de triunfo. Esta falta de consistencia intelectual puede
sorprender al hombre de ciencia moderno, pero no pareció
sorprender ni alarmar a los grandes hombres del Renacimiento.
Todos ellos sintieron un gran interés por las ciencias exactas, interés
no exento de cierta inclinación por las doctrinas supersticiosas del
pasado. ¿O fue más bien inclinación por la superstición?
¿Esperaban, acaso, descubrir por medio del ocultismo alguna
sapiencia antigua, perdida en los siglos, pero llena de promesas
para el futuro?
El hecho es que la astrología clásica fascinó a los eruditos del
Renacimiento, quienes no se contentaron con recopilar los datos
nuevamente hallados, sin modificarlos, sino que también trataron de
integrar los grandes descubrimientos de su tiempo con el misterio de
las influencias astrales. No hay mejor ejemplo de esta tensión
paradójica que el que nos ofrece el gran genio creador de Kepler.
Kepler y la astrología
Johannes Kepler nació en Weil (Württemberg), el 27 de diciembre
de 1571 a las dos y media de la tarde, «después de un embarazo de
doscientos veinticuatro días, nueve horas y cincuenta y tres
minutos», como él mismo cuenta. Esta precisión es en Kepler indicio
de su interés por la astrología. No hubiera sido exagerado decir que
su creencia en lo oculto contribuyó grandemente a hacer de él uno
de los fundadores de la astronomía moderna. Dedicó toda su vida a
demostrar la tesis pitagórica de la armonía de las esferas, según la
cual cada planeta hace sonar en su órbita una nota musical
diferente. Esta obsesión, combinada con una perseverancia sin
límites y su genio matemático, le permitió llegar a formular las leyes
de los movimientos planetarios que le hicieron famoso.
Aunque varios príncipes ayudaron a Kepler durante toda su
inquieta vida, tuvo que recurrir constantemente a predecir el futuro
en los almanaques astrológicos, igual que otros astrónomos de corte
de aquella época. Le irritaba sobremanera hacer esas predicciones,
que él mismo calificaba de «horribles supersticiones» y «tonterías»*.
En cierta ocasión, confesó: «Como la mula terca, la mente que se
ha ejercitado en las deducciones matemáticas resiste algún tiempo
cuando se ve frente a los fundamentos erróneos de la astrología;
sólo una tormenta de maldiciones y de golpes puede obligarla a
penetrar en el fangal.»*
A pesar de esto, escribió varios tratados sobre astrología, e
incluso ideó una teoría para explicar las influencias planetarias.
¿Cuál era la verdadera opinión de Kepler al respecto? Según Arthur
Koestler, Kepler «creía en la posibilidad de una astrología nueva y
verdadera como ciencia empírica exacta»*. Una de las obras de
Kepler, el Tertius Interveniens, tiene el siguiente lema: «Advertencia
a ciertos teólogos, físicos y filósofos... que, si bien con razón
rechazan las supersticiones de los astrólogos, no debieran arrojar al
niño junto con el agua de la bañera.»* «Porque —como dice en ese
mismo libro— no debiera parecer increíble que de las estupideces y
blasfemias de los astrólogos surja una ciencia nueva, útil y sana.»
En una carta escrita el 2 de octubre de 1606 a Harriot, un astrólogo
amigo suyo, dice con toda claridad que rechaza la mayor parte de
las antiguas creencias:
Me dicen que estás preocupado por causa de tu astrología. ¿Crees que vale la
pena? Hace diez años que yo rechacé las divisiones en doce partes iguales, en
casas, en dominaciones, trinidades, etc. Lo único que acepto son los aspectos, y
vinculo la astrología a la doctrina de las armonías*.
Almanaques astrológicos
La astrología, sin embargo, no desapareció. Siguió viviendo en la
imaginación de los poetas. Así, vemos que Goethe comenzó su
autobiografía con estas palabras:
Pero, a partir del siglo XVIII, hubo cada vez menos hombres cultos
que creyeran en la astrología. Su popularidad sobrevivía en el
campo, por medio de almanaques astrológicos que pasaban de
mano en mano, de aldea en aldea. Estos almanaques mantenían la
primitiva tradición caldea comenzada por los astrólogos, vinculando
las influencias astrales con el tiempo, el crecimiento de las plantas y
la vida humana y animal. Su influencia en el campo fue considerable
desde la Edad Media hasta a comienzos del siglo XX. La importancia
de los almanaques sólo comenzó a decrecer con el progreso de la
meteorología y la medicina, que hicieron sentir su influencia en la
población rural. Por fin, acabaron por desaparecer, siendo
remplazados por la radio o la televisión.
Los almanaques, que contenían una sorprendente mezcla de
plegarias religiosas y creencias en todo tipo de influencias, estaban
llenos de diversas sugerencias: preceptos para la salud humana y
del ganado y predicciones meteorológicas para los agricultores.
Probablemente, el más popular de los almanaques era el Gran
Calendario y Guía del Pastor, que apareció en 1491. En esta obra
se compilan, un poco a bulto, listas de las divisiones del año, los
meses, fiestas religiosas, consejos religiosos, predicciones
astrológicas, descripciones de los sufrimientos de los condenados
en el infierno y, sobre todo, «un pequeño tratado para averiguar bajo
qué planeta ha nacido el niño, así como el carácter de los doce
signos del Zodíaco». Este libro fue la Biblia de una docena de
generaciones.
Así, pues, en las zonas rurales y urbanas continuó existiendo una
poderosa tradición médico-astrológica para uso de las masas. «El
barbero-cirujano que sangra a sus clientes no tiene la menor
educación médica, pero ha debido aprender, por lo menos, algo de
astrología. En algunas ciudades, las regulaciones prescriben que
sólo hagan sangrías los que sepan cuándo es propicia la Luna.»*
Las plantas medicinales derivan sus virtudes de la asociación con
ciertos planetas. Nicholas Culpeper, en su The English Physician
Enlarged, aparecido en 1753, dedica un capítulo a «El huerto de las
estrellas y su gabinete de medicinas». Entre otras cosas relata que
Júpiter y Marte son responsables de la existencia de la «cebolla, la
mostaza, el rábano y los pimientos». Como remedio para la fatiga
intelectual, por ejemplo, Culpeper recomienda «el lirio del valle, pues
está bajo el dominio de Mercurio, y por lo tanto da fuerzas al cerebro
y vigor a la memoria débil, haciéndola de nuevo fuerte»*.
El callejón sin salida del Renacimiento
Hemos visto cómo el utilitarismo más burdo corrompió la
curiosidad metafísica de los grandes genios del Renacimiento,
inteligencias originales e independientes, que sentaron las bases del
mundo moderno. Las intuiciones de Kepler y los esfuerzos de
Paracelso concluyeron en ingenuas representaciones de un mundo
mágico, rechazado hacía ya tiempo por la ciencia. Así, pues, los
intentos del Renacimiento por sondear el misterio de las influencias
astrales terminaron una vez más en fracaso.
No cabe duda de que varios eruditos renacentistas intuyeron la
posibilidad de una ciencia nueva de influencias astrales, como antes
los griegos. Pero, no consiguiendo encontrar la clave del problema,
fracasando en su intento de formular los problemas en términos
comprobables, cayeron en la trampa de todos los sistemas
metafísicos: sustituir la ciencia empírica por mitos.
Al comienzo del siglo XX, la astrología, abandonada por los
hombres de ciencia, quedó convertida en un oscuro laberinto por el
que, en otra época, Kepler y Newton habían andado llenos de
esperanza. El brillante intermedio renacentista había resultado
estéril por lo que se refiere al conocimiento de las influencias
astrales. Por lo menos, se hubiese podido esperar que la
Humanidad aprendería la inutilidad de buscar en los movimientos
planetarios la solución de sus problemas cotidianos. Por desgracia,
tampoco fue así. En el siglo XX, contra toda lógica, la creencia en los
horóscopos renació, más fuerte que nunca.
CAPÍTULO V
PSICOANÁLISIS ASTROLÓGICOS
El doctor Hans Bender, profesor de Psicología de la Universidad
de Friburgo, Alemania, dice en su introducción a un estudio
sociológico sobre la astrología:
El siglo XX
El renacimiento de la astrología comenzó entre las dos guerras
mundiales. Al principio, se percibió en los Estados Unidos, Canadá e
Inglaterra; más tarde, se extendió a la Europa continental.
La astrología se benefició de los modernos medios de
comunicación que el siglo XX puso a su disposición. Hoy, la
astrología se encuentra en todas partes. La creencia se ha
extendido por el planeta como un idioma universal, una especie de
esperanto para predecir el futuro. Innumerables dólares, francos,
liras y marcos cambian de dueño todos los días a causa de la
astrología. Miles de personas planean sus vidas de acuerdo con las
indicaciones astrológicas. Y, sin embargo, no se ha añadido apenas
nada a las doctrinas condenadas ya hace tiempo por la ciencia. El
cambio más importante ha sido el añadido de supuestas influencias
de los planetas cuyo descubrimiento ha sido más reciente: Urano,
Neptuno y Plutón.
Pero el éxito de los horóscopos continúa. Según Louis MacNeice:
Estudios sociológicos
El problema social que plantea la astrología ha parecido
suficientemente importante a sociólogos profesionales para
inducirles a dedicar varios estudios al tema. ¿Qué clase de gente
cree en la astrología? Y ¿por qué creen en ella? En 1963, el Instituto
Francés de Opinión Pública publicó los resultados de un estudio
sobre la actitud de la población adulta ante la astrología. He aquí
sus conclusiones más importantes*:
El 58 por ciento de la población conoce el signo de su nacimiento.
El 38 por ciento ha pensado en algún momento de su vida
mandarse hacer el horóscopo.
El 53 por ciento lee con regularidad los horóscopos que publica la
Prensa.
Estos porcentajes tan altos son comprensibles en vista de la
buena opinión en que se tiene la astrología.
El 43 por ciento de los interrogados cree que los astrólogos son
hombres de ciencia.
El 37 por ciento cree que existe una relación entre el carácter de
la gente y el signo bajo el que han nacido.
El 23 por ciento cree que las predicciones se realizan.
Por supuesto, muchos consideran sinónimas la astrología y la
astronomía. De hecho, los observatorios astronómicos reciben
cartas a diario pidiendo horóscopos.
Los resultados de este estudio han sido también analizados para
averiguar las tendencias de las diversas clases sociales. Creer en la
astrología no parece que tenga mucho que ver con la posición
económica o la educación de la gente. Los agricultores parecen ser
inmunes a los encantos de la astrología, mientras que las
profesiones liberales tienden a reaccionar más favorablemente ante
ella, sobre todo los artistas y los financieros. Esto encaja muy bien
con el rumor de que Hollywood y Wall Street son dos reductos
inexpugnables de la astrología.
Y, por último, los resultados fueron utilizados para hacer un
«retrato» del cliente medio del astrólogo. Es una mujer. Tiene entre
veinticinco y treinta años, bien educada y de posición económica
superior a la normal. Se interesa mucho por su futuro personal, pero
también siente curiosidad por predicciones sobre política mundial. El
futuro personal de otra gente le interesa poco.
El Instituto Alemán de Demoscopia ha llevado a cabo también un
estudio muy detallado, basado en más de diez mil interrogatorios,
realizados entre los años 1952 y 1956.* He aquí algunas de sus
principales conclusiones:
A la pregunta: «¿Cree usted que hay alguna relación entre el
destino del individuo y las estrellas?», el 30 por ciento de los
interrogados respondió afirmativamente, y el 20 por ciento lo
consideraba posible. Entre los que creían en la astrología, más de la
mitad (el 56 por ciento) pensaba que los redactores astrológicos de
la Prensa eran capaces de predecir con exactitud.
El estudio alemán muestra también la extraordinaria popularidad
de que gozan los signos del Zodíaco: el 69 por ciento de los
preguntados conocían su signo de nacimiento.
Más aún, el 15 por ciento de los que creían en astrología
alegaron que, con su ayuda, se podía dirigir la política con más
eficacia. El 7 por ciento de los simpatizantes se había mandado
hacer horóscopos personales en algún momento de su existencia.
Esta proporción puede parecer más bien baja, pero, como dice el
doctor G. Schmidtchen, significa que dos millones de alemanes
tienen sus horóscopos en casa y, si este porcentaje es válido en
general, los astrólogos norteamericanos tienen, por lo menos, seis
millones de clientes leales.
Arquetipos astrológicos
Según Jung, la astrología ha echado hondas raíces en el alma
humana. El espectáculo del firmamento estrellado ha hecho soñar
siempre al hombre; y estos sueños celestes, acumulados a lo largo
de miles y miles de años en todo el mundo, han dejado un residuo
en la conciencia de la especie. Éstos son los arquetipos. Los
esquemas psicológicos que los astrólogos han delineado en los
últimos dos mil años son una versión simplificada de los
psicodiagnósticos modernos. Veamos, por ejemplo, lo que dice un
astrólogo sobre el signo de Capricornio:.
—¿Se mueve?
—Claro que sí. Cuando andamos, nos sigue. Cuando damos la vuelta, la da
también él.
—¿Por qué se mueve?
—Porque cuando andamos, anda.
—¿Por qué anda?
—Para oír lo que decimos.
—¿Está vivo?
—Claro que sí. Si no lo estuviera, no podría seguirnos ni podría brillar*.
Creía que el Sol era un balón de fuego. Primero, pensaba que había varios
soles, uno para cada día. No comprendía que pudiera levantarse y ponerse. Una
tarde, vio por casualidad a unos niños tirar al aire pelotas de cuerda empapadas
en aceite ardiendo. Desde entonces, quedó convencido de que el Sol es tirado al
aire y cogido de la misma manera. Pero, ¿quién tenía tanta fuerza? Llegó a la
conclusión de que tenía que haber un hombre grande y fuerte, que vive en algún
punto de las montañas (el niño vivía en San Francisco). El Sol era la pelota de
fuego que le servía de juguete, para divertirse tirándola al cielo todas las mañanas
y cogiéndola, cuando caía, todas las noches... Daba por supuesto que Dios (el
hombre grande y fuerte) encendía también las estrellas para su uso personal,
como hacemos nosotros con la luz de gas*.
Estas imágenes infantiles son muy semejantes a las que
formaron en sus mentes los primeros observadores de los cielos.
Los egipcios antiguos, por ejemplo, pensaban que
las estrellas fijas eran lámparas, colgadas de la bóveda o llevadas en la mano por
otros dioses. Los planetas navegaban en sus propias lanchas por canales que
comenzaban en la Vía Láctea, el hermano gemelo celestial del Nilo. Hacia el día
15 de cada mes, el dios lunar era atacado por una cerda feroz y devorado a lo
largo de quince días de agonía. Luego, volvía a nacer. A veces, la cerda se lo
tragaba entero, lo que causaba un eclipse lunar; otras veces, una serpiente se
tragaba también al Sol, lo que causaba un eclipse solar*.
Proyección inconsciente
La astrología actual comparte con el pensamiento antiguo una
simplicidad infantil que se aplica a los problemas de la vida adulta.
Y, sin embargo, no sería cierto decir que los caldeos eran como
niños. Eran, también, impecables observadores del cielo. Su
paciencia, la precisión de sus cálculos y la naturaleza sistemática de
sus informes muestran que eran gente adulta y civilizada. Pero
también sentían los problemas y los terrores de verse expuestos a
los peligros y el misterio del mundo, por cuyo motivo crearon ídolos
con la esperanza de aplacarlos.
¿Por qué situaron en el cielo a las divinidades de su fe? En
Mesopotamia, las nubes no cubren casi nunca las estrellas;
viéndose enfrentados con su maravilloso relucir, a los caldeos les
fue fácil creer que los planetas centelleantes eran los ojos de los
dioses. Por eso, pensaban que esas estrellas tenían sentimientos y
temores semejantes a los de los hombres. Freud dio el nombre de
«proyección» al mecanismo psicológico inconsciente que nos hace
ver en otros los mismos sentimientos que nosotros mismos
experimentamos vagamente. El filósofo francés Gaston Bachelard
ha expresado perfectamente esta proyección inconsciente de la
preocupación humana hacia el cielo:
Tal es la frivolidad del mundo: que, cuando la fortuna no nos acompaña (muy a
menudo a causa de nuestra propia conducta), echamos la culpa de nuestra
desgracia al Sol, a la Luna y a las estrellas; como si fuésemos villanos por
necesidad, tontos por fuerza del cielo; bribones, ladrones y traidores por el
predominio de las esferas; borrachos, embusteros y adúlteros por la obediencia
ineludible a la influencia de los planetas; y todo aquello en lo que somos malvados
es por voluntad divina. ¡Admirable recurso de prostibulario, echar la culpa de sus
deseos a una estrella! Mi padre copuló con mi madre bajo la Cola del Dragón, y mi
nacimiento fue bajo la Osa Mayor, de modo que, en consecuencia, soy astuto y
lujurioso. ¡Estupendo! Sería igualmente lo que soy aunque la más virginal estrella
del firmamento me hubiera guiñado el ojo cuando nací bastardamente*.
EL PROCESO CIENTÍFICO
En todos los métodos de predecir el futuro, excepto la astrología, la adivinación
es una revelación divina, una especie de extensión del intelecto humano. La
astrología, por otra parte, comenzó a desprenderse de la actitud religiosa de que
ella misma es fruto y, en lugar de adivinar, trató de predecir; haciendo esto,
usurpó el prestigioso primer lugar entre las ciencias naturales.*
Extraño determinismo
La astrología, como la ciencia, se basa en un supuesto
determinista: que las causas son seguidas por efectos. En
astrología, la «causa» es el horóscopo, una configuración
momentánea de cuerpos celestes. El «efecto» es el destino de la
persona a quien se aplica el horóscopo en cuestión. Las
implicaciones de esta actitud determinista fueron exploradas por un
astrónomo:
Imposibilidades astronómicas
La astrología, comenzada en latitudes relativamente cercanas al
ecuador, no previó la posibilidad de que no hubiera ningún planeta
visible durante varias semanas seguidas. Y, sin embargo, esto es
perfectamente posible en el Círculo Ártico (66 grados de latitud); allí,
es virtualmente imposible calcular el punto zodiacal que se levanta
en el horizonte, cosa necesaria para hacer un horóscopo. A medida
que la civilización adelante, más y más ciudades son construidas en
ambientes inhóspitos; nacen cada vez más niños en las regiones
árticas. Sería absurdo creer que los niños de Alaska, Canadá,
Groenlandia, Noruega, Finlandia y Siberia no reciben beneficio
alguno de las influencias celestes si es que éstas determinan de
verdad el curso de la vida.
Pero la fe en la astrología resistió objeciones semejantes a ésta
en el pasado: por ejemplo, el descubrimiento de la precesión de los
equinoccios, en el siglo II a. de C., por Hiparco. He aquí como
describe este fenómeno un astrónomo contemporáneo:
Astrología y probabilidad
La computación de la probabilidad se basa en el estudio de las
leyes de la casualidad, que, contrariamente a lo que se creía en el
pasado, existe. Y no sólo existe, sino que obedece a ciertas leyes
definibles que la matemática ha deducido hace poco. La aplicación
práctica de las «leyes del azar» es lo que ahora se llama método
estadístico. Este método sólo está en uso efectivo desde hace unos
cincuenta años. Ahora está comenzando a sernos útil para
establecer, en muchos terrenos distintos, dónde termina el azar y
dónde empiezan las leyes regulares.
¿Cómo se puede usar el método estadístico en astrología?
Veamos un ejemplo. La astrología dice que los niños nacidos bajo el
signo de Libra poseerán cualidades artísticas porque ese signo está
dominado por Venus, el planeta de las artes y la belleza. Por lo
tanto, los niños nacidos cuando el Sol pasa por el signo de Libra
(desde el 21 de setiembre hasta el 21 de octubre) debieran llegar a
ser pintores o músicos en mayor número que los nacidos bajo otros
signos del Zodíaco. Lo que podemos hacer, por lo tanto, es coger un
libro de biografías y compilar una lista de los días de nacimiento de
artistas conocidos. Entonces, anotaremos los signos zodiacales bajo
los cuales nacieron esos artistas. Si los astrólogos tienen razón,
habrá muchos más artistas nacidos bajo el signo de Libra; si no la
tienen, el número de los nacidos bajo Libra no superará al de los
nacidos bajo los otros signos del Zodíaco. Los resultados así
obtenidos pueden ser analizados por fórmulas matemáticas
desarrolladas según la teoría de la probabilidad. Estas fórmulas
mostrarán si el número de artistas nacidos bajo el signo de Libra es
lo suficientemente grande como para reflejar una tendencia real y no
un mero azar. El método estadístico no tiene nada que ver con la
opinión personal del que lo utiliza, sino que es remplazada por una
cifra que nos dice si tal cosa obedece o no a una ley astrológica.
Un hombre de ciencia, Farnsworth,
ha tenido la paciencia de estudiar las fechas de nacimiento de más de mil pintores
y músicos famosos: Libra no domina el nacimiento de esa gente en mayor número
que los otros signos. La correlación que se le supone no existe; de hecho, el azar
ha querido que la correlación resulte negativa, o sea: Libra aparece en menor
número.*
El veredicto
La astrología moderna, como sistema de predecir, se basa en un
concepto irremediablemente anticuado del mundo y de la vida. Hace
caso omiso del progreso de la astronomía y de la biología humana,
así como de todas las variables que afecten a la conducta durante la
vida. Todos los esfuerzos de los astrólogos por defender su
postulado básico: que el movimiento de las estrellas puede predecir
el futuro, han fallado. Siempre que tales predicciones son
examinadas por comités científicos imparciales, la supuesta
exactitud que la astrología declara poseer desaparece en seguida.
Las estadísticas han demostrado la falsedad de los viejos
argumentos de una vez para siempre: los números hablan
imparcialmente, y no dejan lugar a dudas. Quienquiera que se diga
capaz de predecir el porvenir consultando las estrellas se está
engañando a sí mismo o está engañando a los demás.
Una prestigiosa sociedad astronómica, la Astronomische
Gesellschaft, llegó hace unos pocos años al siguiente veredicto:
PRONÓSTICOS METEOROLÓGICOS
La predicción del tiempo es el primer campo en el que la ciencia
ha remplazado la predicción astrológica. Hace menos de cien años,
empezaron a construirse observatorios meteorológicos en las
principales ciudades del mundo. Al principio, sólo se registraba la
temperatura, la humedad, la velocidad del viento y las variaciones
de la presión barométrica. Más tarde, hacia fines de siglo, una
escuela de meteorólogos noruegos, dirigida por Bjerknes, Solberg y
Bergeron, descubrió la importancia que tenían las masas de aire en
la regulación de los movimientos atmosféricos y, por lo tanto, en la
determinación del tiempo. Se supo que había lugares en la Tierra
donde prevalecían presiones altas, y estos lugares fueron
cuidadosamente localizados. Son como fábricas donde se
manufactura el buen o el mal tiempo; técnicamente, cabe decir que
producen ciclones y anticiclones. Como resultado de esto, se
pudieron publicar previsiones de exactitud cada vez mayor sobre la
inminencia de «frentes cálidos» y «frentes fríos» con varios días de
anticipación. Ahora, los observatorios meteorológicos controlan una
red de estaciones que les permiten seguir los movimientos de las
masas de aire. Por último, desde 1960, se ha vuelto posible predecir
el tiempo a escala planetaria con ayuda de satélites artificiales, que
dan a los meteorólogos mapas con los últimos detalles de los
movimientos atmosféricos de las masas de aire en todo el mundo.
Hoy, la meteorología ayuda constantemente a líneas aéreas,
agricultores, viajeros y público en general. Todos tenemos interés en
los boletines diarios —o incluso de cada hora— que nos ofrecen los
observatorios meteorológicos; para la mayor parte de la gente, ver el
informe meteorológico que da la Televisión se ha convertido en un
ritual diario. Esto no quiere decir que la ciencia de la meteorología
haya sustituido por completo las tradicionales predicciones de los
almanaques; en muchos países, se publican todavía ingenuos
pronósticos en los que participan la Luna, los planetas o los santos,
compitiendo con la ciencia meteorológica.
La Luna y la lluvia
Como hemos visto, la creencia de que la Luna participa
activamente en el control del tiempo es muy antigua y está muy
extendida, sin duda tan antigua como los caldeos. Incluso hoy en
día, mucha gente afirma que el tiempo cambia cuando cambia la
Luna y permanece igual hasta que la Luna cambie de nuevo. Hay,
sin embargo, cierta confusión sobre la naturaleza de esa relación:
algunos atribuyen a la Luna llena efectos que otros relacionan con la
Luna nueva; otros juran incluso que lo importante es el cuarto
creciente o el menguante. La falta total de base científica de estas
opiniones contradictorias ha vuelto a los hombres de ciencia
sumamente escépticos ante cualquier teoría sobre la relación entre
la Luna y el tiempo. Hace setenta años, los meteorólogos estaban
ya convencidos: sus instrumentos parecían sordos a toda influencia
lunar.
Esta actitud ha cambiado desde entonces; ahora, parece ser que
la atmósfera, la piel sensible que rodea a nuestro planeta, es influida
por la Luna hasta el punto de afectar al tiempo. Los efectos de la
Luna no se limitan a las mareas de los océanos. La misma fuerza
gravitacional que influye en las mareas atrae y reforma la atmósfera
al paso de la Luna. Al mismo tiempo, nos envía toda una gama de
ondas electromagnéticas, reflejadas del Sol. Cada mes, se añaden
nuevos descubrimientos a la lista de las influencias lunares sobre la
Tierra. Por ejemplo, se ha comprobado que la posición de la Luna
en relación con el Sol afecta el índice magnético diario de la Tierra.
Schulz escribía en 1941:
Arrhenius fue el primero en descubrir el notable efecto que tiene la Luna sobre
las luces del Norte y la formación de las tormentas. Aquí, el máximo tiene lugar
cuando la Luna pasa por el punto más bajo del Zodíaco. Arrhenius, y más tarde
también Schuster, llegaron a la conclusión de que tienen lugar muchísimas más
tormentas cuando la Luna está en cuarto creciente que en menguante.*
Fechando el pasado
Otro método de estudiar el pasado de la Tierra consiste en
analizar los varves, que Edward R. Dewey describe de esta
manera.*
Varves son finas capas de barro depositadas con el paso de los años. La
naturaleza del material depositado en el invierno es distinta a la del depositado
durante el verano, de modo que un varve depositado un año puede distinguirse
del depositado el año siguiente. Algunos varves son gruesos, otros finos. Estas
diferencias han sido estudiadas con microscopio y medidas con gran exactitud. De
ordinario, se encuentran varves en el fondo de viejos lagos, muchos en lagos
alimentados por glaciares fundidos. Es razonable que en años cálidos, cuando los
glaciares se funden más, la cantidad de material depositado por el agua del
glaciar sea mayor, y el varve más grueso que en años fríos, cuando el glaciar se
fundió menos. Si esto es así, el grosor del varve será, en cierto modo, un indicio
de temperatura. Cualquier regularidad descubierta en el grosor y la tenuidad
alterna de los varves sería, por lo tanto, un posible indicador de los ciclos
meteorológicos.*
El Nilo y el Saros
En astronomía, el período de diecinueve años es crucial.
Aproximadamente cada diecinueve años (o, más exactamente,
18,64 años), tienen lugar eclipses de Sol y de Luna en el mismo
punto del cielo. Cuando un eclipse oscurece el cielo en el solsticio
de invierno, pasarán diecinueve años antes de que el fenómeno se
repita. Este período era conocido por los caldeos, que lo llamaban
Saros y creían que sus poderes mágicos causarían el fin del mundo.
Aunque ningún científico comparte esta creencia hoy en día, sería
apresurado concluir que el Saros no tiene nada que ver con lo que
sucede en la Tierra. Le Danois, en una tesis que fue muy popular
durante algún tiempo, subrayó la gran importancia que el Saros
puede tener en nuestras vidas. Alegó que la fuerza gravitacional
combinada del Sol y la Luna actúa sobre las mareas, causando
grandes perturbaciones en el agua. Las corrientes que fluyen por los
océanos pueden explicar los cambios de climas durante siglos
enteros. Pero si este argumento puede parecer un poco exagerado,
un estudio reciente, obra de otro ingeniero hidráulico, Paris-Teynac,
muestra un esquema semejante en varios grandes ríos, sobre todo
el Nilo, cuna de la civilización egipcia.
Tenemos datos sobre las mareas del Nilo desde hace cuatro mil
años. El faraón, adorado como «señor del crecimiento de las
aguas», daba gran importancia a la cantidad exacta de agua que
habría en el río cada año, porque traía riqueza y alimento a su
pueblo. Los datos que se conservaron casi sin interrupción hasta
nuestros días permitieron al príncipe Omar Tussun reconstruir la
biografía del Nilo a lo largo de varios miles de años. En esos datos
encontramos algunos detalles curiosos sobre los ríos. El gran río
egipcio ha seguido variaciones rítmicas bastante claras que se
acercan a ciertos ciclos astronómicos. Paris-Teynac ha identificado
una variante de once años que parece estar vinculada al ciclo de las
manchas solares. Sobre todo, ha mostrado períodos de dieciocho
años que corresponden aproximadamente al Saros, que reflejan los
intervalos entre eclipses de Sol y de Luna. «Es posible —dice— que
el Saros, que los caldeos consideraban tan importante, haga
aumentar el nivel del agua en algunas partes del mundo.»* Sería útil
poder comprobar todos estos primeros resultados en relación con
otros grandes ríos africanos, como el Senegal o el Niger.
Desgraciadamente, su historia escrita no es tan antigua como la del
Nilo. Los egipcios, que no conocían las fuentes del Nilo, suponían
que este tesoro venía a ellos directamente desde el cielo. En su
himno al dios solar, el faraón Ekhnatón escribió hace tres mil
quinientos años: «Nos has dado el Nilo en el cielo, para que
descienda sobre nosotros.» Cierto que esto era solamente un
sueño, pero el trabajo de investigadores contemporáneos nos
muestra que el movimiento de grandes ríos puede depender de los
movimientos celestes.
RITMOS MISTERIOSOS
Una de las propiedades básicas y más misteriosas de la vida es
que depende de ritmos. Se han encontrado diversos ritmos que lo
regulan todo, no sólo la vida de los animales, sino también la de las
plantas; no sólo el conjunto del organismo, sino también cada uno
de los órganos por separado, cada célula y hasta los átomos
móviles de que se compone. Pulsaciones rítmicas subrayan todas
las reacciones biológicas, desde los procesos celulares más
elementales hasta los del organismo en general. Si examinamos
más de cerca el movimiento de estos ritmos, nos parecen efecto de
verdaderos «relojes biológicos» que miden la duración de toda la
vida. El protoplasma tiene la notable cualidad de estructurar el
tiempo en períodos regulares. Esto no nos sorprende en ciertos
ejemplos familiares, como los ritmos de la respiración, el corazón, o
las descargas nerviosas espasmódicas. Pero, ¿cómo se regulan en
la Naturaleza los otros mil y un relojes que funcionan
constantemente?
La necesidad de ritmos
Para todos los seres vivos, sea cual sea su nivel de organización,
el ritmo es tan básico como la vida misma. La «pérdida de un latido»
es siempre peligrosa para el organismo. Sus funciones esenciales
se desorganizan. Si el ritmo no vuelve a ser recobrado rápidamente,
el organismo puede morir. Más aún, el organismo no puede vivir si el
ritmo de otro organismo que no coincide con el suyo le es impuesto
artificialmente. Que el ritmo extraño actúa como si fuera un veneno
mortal ha sido demostrado por los recientes experimentos que
realizó la biólogo Janet Harker, de la Universidad de Cambridge*,
con cucarachas comunes. Como resultado de operaciones
quirúrgicas muy complejas, descubrió que «la glándula que la
cucaracha tiene en la cabeza produce una hormona que está
asociada, o por lo menos es parcialmente responsable de la
actividad de esos animales».* Si la glándula de una cucaracha
normalmente activa es transferida a otra cucaracha cuya actividad
ha sido paralizada largo tiempo por medio de una luz continua, la
segunda cucaracha revivirá al ritmo de la primera, cuya glándula
dirige ahora su conducta. ¿Sobrevive el insecto a la intrusión de un
ritmo extraño en sus células? Depende:
Cuando ciertas glándulas subesofagales de cucarachas cuya actividad está
ajustada a la hora normal del día son transplantadas a cucarachas cuyos relojes
funcionan al mismo ritmo, la cucaracha que recibe esa glándula continúa en buen
estado de salud. Pero si las glándulas de cucarachas cuya actividad se rige según
el ritmo normal del día son transplantadas a otras cucarachas cuyos relojes
regulatorios han sido reajustados por medio de ciclos luminosos inversos, la
cucaracha que las recibe muere invariablemente de cáncer intestinal.*
Clasificación de ritmos
Desde hace mucho tiempo se sabe que los ritmos fisiológicos
tienden a ajustarse al medio ambiente. A veces, se adaptan a los
períodos definidos por los movimientos de la Tierra o por su posición
en el espacio. Los tres principales ritmos ambientales son: el ritmo
diario, que depende de la rotación de la Tierra en torno a su eje
cada veinticuatro horas; el ritmo mensual de la Luna, que gira en
torno a la Tierra; y el ritmo anual de la rotación de la Tierra en torno
al Sol. Éstos son los tres reguladores básicos de la vida.
Los organismos pueden ajustarse a un ritmo ambiental
percibiendo los resultados de ese ritmo, como cambios de luz,
temperatura, humedad, etc. Todos los organismos vivos son
sensibles a esos cambios. Los efectos del ritmo anual son
conocidos de todos: en primavera, el calor hace que las flores se
abran y los animales comiencen a estar en celo. Al acercarse el
invierno, el frío reduce la actividad: los árboles pierden el follaje y los
animales se meten en sus guaridas para invernar.
El ritmo diario es también evidente. La mayoría de las plantas y
animales siguen un ritmo de veinticuatro horas de sueño y actividad.
Pero hay muchas variantes en este esquema básico. La mariposa
se guía por la luz del día, mientras que el gato y el búho se adaptan
a la oscuridad. Las plantas usan la luz del Sol como fuente de
energía y sintetizan activamente su alimentación durante el día. Las
flores se abren con la luz y cierran sus pétalos por la noche, pero,
en esto, también hay excepciones. Existe, por ejemplo, una
Selenicereus grandiflorus, cuyas grandes flores blancas se abren
alrededor de medianoche. El ritmo de veinticuatro horas, sin duda el
más importante de todos los que afectan a la vida terrestre, ha sido
intensamente estudiado por los especialistas. Uno de ellos, F.
Halberg, dice que este ritmo es una adaptación tridimensional «tan
básica como la organización celular estructural en el espacio».* A
veces, los ritmos diario y anual se complementan entre sí,
produciendo ciclos de exquisita sensibilidad en ciertas especies
animales. Por ejemplo, el pulgón de la alubia puede dar a luz
progenie viva o poner huevos, según la época del año, y la
extensión del día en que nacen sus hijos decide la transición de uno
de estos métodos de reproducción al otro. El profesor Anthony D.
Lees, de Cambridge, ha observado que cuando la luz diurna dura
más de catorce horas y cincuenta y cinco minutos, las crías nacen
vivas. Si el día es más corto, aunque sólo sea unos pocos minutos,
las crías nacen dentro de un huevo que la madre, luego, empollará.
Dentro del cuerpo de la hembra del pulgón de la alubia hay un
«reloj» extraordinariamente delicado que funciona a manera de
memoria crónica matemática de infinita precisión.
Sorprendentes complejidades
Los ciclos reproductivos de muchos animales acuáticos se basan
en ritmos relacionados con los movimientos de las mareas. La altura
de la marea depende de la posición relativa del Sol y la Luna;
cuando están en conjunción o en oposición, su efecto gravitacional
se aúna, produciendo mareas mucho más fuertes que las que
tendrían lugar si el Sol y la Luna estuvieran mutuamente en ángulo
recto, vistos desde la Tierra. Este ritmo regula ciertos relojes
biológicos maravillosamente complejos. He aquí como describe
Rachel Carson la extrañísima conducta de cierto pez diminuto
llamado «grunion»:
Ningún animal hace gala de tan exquisita adaptación al ritmo de las mareas
como el «grunion», pez pequeño, reluciente, del tamaño, más o menos, de una
mano humana. Gracias a nadie sabe qué proceso de adaptación, a lo largo de
nadie sabe cuántos milenios, este pez ha llegado a conocer no sólo el ritmo diario
de las mareas, sino también el ciclo mensual según el cual ciertas mareas van
más allá, playa adentro, que otras. Y ha adaptado sus costumbres reproductivas
de tal manera, que la existencia misma de su especie depende ahora de la
precisión de este ajuste.
Poco después de la Luna llena, en los meses de marzo a agosto, el «grunion»
aparece en las aguas de las playas de California. La marea avanza, cede, vacila,
comienza a retirarse. Entonces, en estas olas de la marea baja, el pez comienza a
aparecer. Sus cuerpos relucen a la luz de la Luna, llevados playa adentro a lomos
de las olas; yacen, relucientes, sobre la arena húmeda durante un breve espacio
de tiempo; luego, se lanzan al agua de la ola siguiente y vuelven al mar. Esta
conducta continúa hasta una hora después de que la marea comience a bajar;
miles y miles de estos peces se posan en la playa, dejando el agua, para volver a
ella después. Es así como se reproduce esta especie.
En el breve intervalo entre dos olas, el macho y la hembra se juntan en la arena
húmeda, ésta para poner los huevos, aquél para fertilizarlos. Cuando los padres
vuelven al agua, dejan en la arena una masa de huevos enterrados. Las olas de la
marea no los alcanzarán esa noche, porque ya estaba bajando. Las olas de la
marea siguiente tampoco, porque durante cierto tiempo después de la Luna llena
la marea detiene un poco su avance, quedando algo más abajo de la playa que la
marea anterior. Los huevos, por tanto, quedarán tranquilos durante, por lo menos,
unos quince días. En la arena caliente y húmeda, comienza el desarrollo
incubatorio de los huevos. En el término de dos semanas, tiene lugar el cambio
mágico de huevo fertilizado a larva y, por fin, queda el pez perfectamente
formado, aún confiando en las membranas del huevo, aún enterrado en la arena,
en espera de su liberación. Con las mareas de la Luna nueva llega ésta. Las olas
cubren los lugares donde estaban los huevos y el agua penetra profundamente en
la playa, removiendo la arena. Los huevos sienten su contacto frío, las
membranas se rompen, los pececillos salen y las olas liberadoras les devuelven al
mar.*
Entre las especies acuáticas, el «grunion» no es una excepción.
La misma conducta compleja, cuidadosamente equilibrada, se
encuentra en otros seres vivos. El alga marrón Dictyota, por
ejemplo, sigue a la Luna muy de cerca. Un fisiólogo de la
Universidad de Tübingen, E. Bünning, resume así su conducta: «La
máxima descarga de huevos tiene lugar nueve días después de
verse expuesta a la luz lunar. Y la descarga máxima siguiente ocurre
después de un intervalo de quince o dieciséis días.»* Esta
periodicidad equivale a la mitad de un ciclo lunar. La intensidad de la
luz lunar, en este caso, sirve de cronómetro. Es sorprendente que
tan leve rayo sincronice el «ritmo fisiológico lunar» de esta alga;
como indica Bünning, la luz de la Luna es trescientas mil veces
menos intensa que la del Sol.* Que la supervivencia de una planta
que, al parecer, es ciega dependa de tan infinitesimales cambios de
luz indica que los organismos vivos hacen tremendos esfuerzos por
ajustar sus actividades a los estímulos cósmicos más insignificantes.
Conductas ininteligibles
Hay una antigua tradición entre los pescadores del Mediterráneo
según la cual los animales marítimos comestibles, como los erizos
de mar, las ostras y las almejas están «llenos» cuando hay Luna
llena y «vacíos» cuando hay Luna nueva. Aunque esta creencia no
ha recibido siempre el apoyo de la observación científica, se ha
demostrado que es cierta, por lo menos en el caso de cierto erizo de
mar que habita en el mar Rojo, el Centrechinus cetosus:
Durante la buena estación, o sea, de fines de julio a setiembre, cuando hay
Luna llena, la sustancia genital es vertida en el mar, para permitir la fecundación.
Después de esto, el tamaño de los ovarios y testículos disminuye. Entonces,
comienza de nuevo la producción de células gonádicas, que continúa durante la
Luna nueva y llega a su apogeo con la Luna llena, cuando los huevos y los
espermatozoos están maduros.*
Sorprendente actividad
El problema siguiente que se planteó Brown fue: ¿cómo
reaccionarían los animales ante condiciones semejantes? En 1959,
él y Terracini demostraron que también las ratas responden a los
movimientos de la Luna. Una rata fue guardada varios meses en
una jaula cerrada con luz, temperatura y presión constantes. La rata
no podía saber si era de noche o de día, si la Luna estaba encima o
debajo del horizonte. Cuando Brown y Terracini comprobaron la
actividad física de la rata, vieron que sus momentos álgidos de
actividad estaban relacionados con la posición de la Luna: la rata se
mostraba más activa durante las horas en que la Luna estaba bajo
el horizonte. Se movía seis veces más durante la primera hora del
día lunar que durante la undécima. Esta periodicidad lunar estaba
complementada por un subesquema que parecía depender de los
movimientos del Sol.* Este experimento ha sido repetido y
confirmado; en 1962, un estudio de ratones arrojó también nueva luz
sobre estas cuestiones.
También se ha comprobado que los animales son a veces
sorprendidos en equilibrio entre el ritmo de la Luna y el del Sol, aun
cuando estén protegidos contra el efecto aparente de esos cuerpos
celestes. Este descubrimiento lo hizo Brown experimentando con
conejos de Indias durante un período de ocho meses en 1965. Al
principio, los roedores sincronizaban su actividad con la salida y la
puesta del Sol, que era probablemente su ritmo normal hasta que
fueron encerrados en jaulas. Luego, de súbito, el ritmo de
veinticuatro horas cambió, creándose uno nuevo, algo más largo,
que duraba veinticuatro horas y cincuenta minutos. Este período
corresponde exactamente a la duración de un día lunar, ya que la
Luna siempre se levanta cincuenta minutos más tarde cada día en
relación con el Sol. Pero este nuevo ritmo no se mantuvo constante:
a veces, los roedores volvían al ritmo de veinticuatro horas del día
solar. Este esquema de actividad cambió a lo largo del experimento,
siguiendo ora uno ora otro de ambos cuerpos celestes, sin que
supieran la posición de ninguno de los dos en el cielo, encerrados
como estaban en oscuras jaulas experimentales.*
Conocimiento genético
Citaremos un experimento más, publicado por uno de los
colaboradores de Brown.* Huevos de gallina fertilizados fueron
puestos dentro de una incubadora y se registró la respiración de los
embriones. Durante los primeros cinco días de incubación, los
embriones mostraron por término medio una variación de
veinticuatro horas con puntos álgidos relacionados con la salida del
Sol, la Luna y la puesta del Sol, igual que las patatas. Los
embriones parecían darse cuenta de cuándo el Sol se levantaba y
se ponía, a pesar de la iluminación y la temperatura uniformes de su
ambiente. Cuando, al cabo de una semana, los pollos pudieron
comenzar a ejercer actividad muscular, el aparato respiratorio
demostró que su actividad aumentaba con la salida del Sol y bajaba
con su puesta, de acuerdo con su naturaleza diurna heredada.
Evidentemente, el embrión nunca había visto el Sol, pero a pesar de
esto el «conocimiento genético» de esos cuerpos celestes se
manifiesta en cuanto los embriones tienen suficiente edad para
reaccionar ante ellos de manera coordinada. ¿De qué maneras
inimaginadas se filtra este conocimiento por la cáscara del huevo y
penetra en los diminutos organismos que hay encerrados en él?
Reconocemos aquí y allá un viejo problema, nuevamente planteado.
Cualquier explicación que aduzca ritmos puramente internos parece
insuficiente. Hay, por supuesto, un mecanismo endógeno que
permite que ocurran reacciones orgánicas, pero la condición inicial,
el factor que guía las manecillas del reloj biológico, parece residir
muy lejos, en los movimientos del Cosmos.
Hipótesis sacrílega
Acumulando datos de este tipo, Brown esbozó una hipótesis que,
como él mismo dice, era un tanto sacrílega. Cayeron sobre él
truenos y rayos del Olimpo científico. Lo que proponía Brown era
que las condiciones ambientales uniformes del laboratorio no eran
tan uniformes como se había pensado: había algunos factores
desconocidos que procedían del espacio y que los recursos del
laboratorio no podían controlar; su efecto consistía en «reajustar» al
organismo según el tiempo cósmico. Los cangrejos o las ostras, por
ejemplo, cambiaban su ciclo de actividad para adaptarlo a «los
tránsitos superiores e inferiores de la Luna, y la única explicación
plausible de esto es que esos seres vivos obtienen información
sobre la posición de la Luna con ayuda de algunos canales sutiles»,
escribe Brown.* La explicación que sugiere, la de que existen relojes
biológicos, va contra todas las teorías existentes: los ritmos, dice,
son externos, impuestos al organismo por el ambiente cósmico y
geofísico. Sirviéndonos de su propio símil:
Audaz experimento
Los físicos y los astrónomos saben desde hace mucho tiempo
que el campo magnético de la Tierra varía según la posición del Sol
y de la Luna con respecto a la Tierra. El extremo magnetizado de la
aguja de una brújula se vuelve hacia la Tierra, pero cuando llegan a
la Tierra los efectos de una erupción de manchas solares, la aguja
vacila y registra esas «tormentas magnéticas». Gracias a datos
exactos que se guardan en los observatorios se pueden percibir los
cambios más insignificantes. En 1940, Chapman y Bartels
descubrieron que la intensidad y dirección de los campos
magnéticos sufren modulaciones de hora en hora relacionadas con
el día y el mes lunares.* Recientemente, tres astrónomos británicos,
Leaton, Malin y Finch, han precisado más una acertada
confirmación de su descubrimiento.* Los animales son capaces de
seguir el movimiento de los relojes lunares y solares sin tener
contacto visual con ellos. Relacionando estos dos datos, Brown
formuló la siguiente hipótesis: quizá los organismos reaccionan ante
factores geofísicos que se derivan de la posición relativa de esos
dos cuerpos celestes, como, por ejemplo, el magnetismo terrestre.
Si esto es así, el organismo animal sería una especie de
«magnetómetro viviente», capaz de reaccionar de la misma manera
que el instrumento del mismo nombre de los geofísicos.
Un primer experimento, realizado con varios animales pequeños,
produjo resultados esperanzadores. Resultó de él una correlación
entre el metabolismo de esos animales, medido por su consumo de
oxígeno, y las variaciones geomagnéticas registradas
simultáneamente por los observatorios. Estos animales no sólo
tenían un reloj biológico capaz de regular su nivel de actividad en
cualquier momento, sino que también parecían tener una «aguja
biológica de brújula» que les permitía orientarse en el espacio. Y
esta aguja biológica de brújula —como la metálica— fluctuaba de
acuerdo con ritmos solares y lunares. Pero estos primeros
resultados necesitaban confirmación. Con objeto de comprobar la
existencia de tal sensibilidad, Brown ideó una serie de ingeniosos
experimentos. Desde 1959, se dedicó a estudiar, con sus asistentes,
la conducta de animales puestos en el campo geomagnético según
orientaciones bien definidas.*
La audacia de estos experimentos consiste en el hecho de que el
campo geomagnético es sumamente débil. Mucho antes, otros
investigadores fracasaron en el intento de encontrar reacciones
animales incluso con el uso de campos magnéticos cien veces tan
fuertes como los normales que nos rodean. A estos investigadores,
les pareció evidente que Brown y sus asistentes no conseguirían
ningún resultado con sus condiciones de experimentación. Esperar
que consiguieran algo concreto sería como creer en la posibilidad de
que un faro sea invisible precisamente porque es demasiado
luminoso, o que un cuerno de caza sea inaudible por ser demasiado
sonoro. Pero la analogía de luz y sonido no es siempre exacta; a
veces, los organismos reaccionan de manera más inmediata a
niveles de energía más débiles que se encuentran en la Naturaleza,
y las variaciones del magnetismo terrestre pertenecen a este grupo.
Las intensidades magnéticas usadas con exceso en experimentos
anteriores sólo sirvieron para colmar al animal, incapacitándole para
reaccionar.*
La brújula biológica
Brown y sus colegas comenzaron sus estudios con un pequeño
molusco llamado Nassarius, que se parece a la babosa y vive en
charcos en las playas. Estos animales fueron escogidos por causa
de la lentitud de sus movimientos. El ambiente experimental, como
se ve en la Fig. 4 era sencillo, pero original. Los moluscos eran
colocados dentro de un recipiente que contenía dos centímetros de
agua. Podían salir del envase por el cuello del recipiente pero sólo
de uno en uno. Según iban saliendo, un indicador en forma de
abanico permitía al experimentador medir el ángulo de dirección de
cada animal al salir de su prisión. De esta manera, eran observadas
las salidas de los treinta y tres mil Nassarius. Algunos salían hacia la
izquierda, otros hacia la derecha, y algunos iban derechos. Cuando
los investigadores sometieron el esquema de orientación de salida
al análisis matemático se vio que la dirección del Nassarius al salir
dependía de la hora que era. Por la mañana, el molusco solía girar
hacia la derecha; a otras horas, la tendencia hacia la izquierda era
más frecuente. Ciertos componentes del magnetismo terrestre
cambian también en el transcurso del día. Continuando sus
experimentos durante el verano de 1952 Brown y sus asistentes
descubrieron que el ritmo de orientación de los moluscos es
afectado por la fase del mes lunar, igual como le ocurre a la aguja
sensible del geofísico.
Un experimento posterior, con unos gusanos pequeños de agua
dulce llamados Planaria, produjo resultados semejantes. El gusano
era influido por las fases de la Luna: con la Luna nueva, se volvía a
la izquierda, diez grados al norte, mientras que, cuando había Luna
llena, se volvía el mismo número de grados, pero hacia la derecha.
Además, aunque también se podía cambiar la orientación del campo
magnético de la Tierra artificialmente, los animales sabían siempre
orientarse en circunstancias muy cambiadas y discriminaban dentro
de un margen de quince grados la orientación del campo.
Posteriormente, se ha demostrado en muchos laboratorios que
otros organismos muestran también una extraordinaria sensibilidad
al magnetismo. J. D. Palmer, de la Universidad de Illinois, observó
esto en animales de menos de un milímetro de tamaño llamados
Volvox. Armándose de paciencia, se dedicó a observar, con ayuda
de un microscopio, a siete mil Volvox en un recinto con una salida
diminuta y llegó a la conclusión de que su dirección no era guiada
por el azar, sino que seguían ciertas orientaciones.* En Alemania, G.
Becker ha demostrado que insectos como, por ejemplo, las moscas
no se posan en dirección casual, sino a lo largo de ciertas líneas de
fuerza magnética terrestre. Las explicaciones dadas por Yeagley en
1947 sobre el regreso de las palomas siguiendo líneas magnéticas*
han sido formuladas otra vez sobre una base nueva; ahora, parece
ser que las palomas tienen una extraordinaria sensibilidad al
magnetismo. Quizá todo el problema migratorio, que lleva tanto
tiempo resistiéndose a toda explicación satisfactoria, no tarde en
encontrar una solución en estos términos.
Percepción eléctrica
Pero el magnetismo no es el único sentido adicional cuya
existencia ha sido descubierta recientemente en los animales; hay
otros que permiten al organismo recibir del espacio mensajes hasta
ahora desconocidos. Los animales son sensibles también a toda la
gama de ondas electromagnéticas. Por ejemplo, se pudo comprobar
que la conducta del ratón cambia como reacción a radiaciones muy
débiles de gamma, en un experimento llevado a cabo por Brown en
colaboración con Y. H. Park y J. R. Zeno.* Las radiaciones de
gamma son ondas electromagnéticas muy cortas, llevadas a la
Tierra por rayos cósmicos que provienen de todos los rincones del
Universo; su debilidad se debe a que se filtran por nuestra
atmósfera, que impide a esos rayos llegar a la superficie de la Tierra
en cantidades que pudieran sernos nocivas.
El efecto de los campos electrostáticos también ha sido
estudiado. Los campos electrostáticos se desarrollan en torno a
cuerpos eléctricamente cargados. «Se ha demostrado —escribe
Brown—
que animales como los caracoles y los planarianos son capaces de resolver
diferencias en campos electrostáticos del mismo orden de fuerza que los que son
constantemente subyugados por la Naturaleza. Todo indica que la cosa viva tiene
más de cien veces la sensibilidad que sería necesaria, por ejemplo, para
«percibir» el campo eléctrico creado por una tormenta a kilómetros de distancia,
en el horizonte»*
Percepción gravitacional
Algunos científicos no vacilan en afirmar que los animales
también están provistos de un «ojo gravitacional». La gravedad
participa en todo; no hay nada en la Tierra que pueda escapar a sus
efectos, y también parece inmune a la influencia del hombre; los
hombres de ciencia tropiezan con innumerables dificultades cuando
tratan de crear gravedad artificial en sus laboratorios. Hay
instrumentos que registran los más ligeros cambios de las fuerzas
de la gravedad. Es evidente que la masa de ciertos cuerpos
celestes, como el Sol y la Luna, influye mucho en nuestro globo. Si
no fuera por la fuerza de la gravedad del Sol, la Tierra se perdería
en las soledades heladas del Cosmos. La Luna, al pasar sobre el
meridiano de cualquier lugar terrestre, causa mareas no sólo en los
océanos, sino también en la atmósfera y en la Tierra. Todas las
cosas vivas, por pequeñas que sean, reaccionan en cada una de
sus células ante la fuerza gravitacional que va a la zaga de los
movimientos del Sol y de la Luna. Mientras que a escala global esas
fuerzas son considerables, su efecto es infinitésimamente pequeño
al nivel de las cosas vivas.
Antes de que Brown hiciera sus descubrimientos, nadie hubiera
soñado con buscar efectos biológicos vinculados con tan tenues
influencias. Recientemente, sin embargo, F. Schneider, biólogo de
Zurich, comenzó a investigar si los organismos vivos se conducen
como gravímetros ultrasensibles, ajustando sus relojes según los
cambios de la gravedad. Su primer éxito consistió en demostrar que
los abejorros reaccionan tanto ante las fuerzas magnéticas como las
gravitacionales.* Metido en un envase de lados opacos, un
enjambre de estos insectos reaccionó ante la aproximación invisible
de una masa de plomo de ochenta o más libras de peso. Esta
reacción sigue siendo difícil de explicar, pero Schneider concluyó:
La historia de Tchijevsky
Al mismo tiempo, A. L. Tchijevsky, un profesor de Historia que
vivía en Moscú, estaba estudiando minuciosamente los antiguos
cronicones de su país. Le sorprendieron los aparentes ritmos que
revelaban los sucesos cíclicos de la Humanidad: los movimientos
sociales de la historia, las epidemias, etc. Un día, se le ocurrió la
idea de relacionar la actividad periódica de las manchas solares con
los diferentes fenómenos que hasta entonces no habían podido ser
explicados por una ley conocida. Después de muchos años de
trabajo, Tchijevsky reunió una detallada serie de incidentes sociales
que se repetían y la fue comparando con la fluctuación en el número
de manchas solares. El estudio que redactó sobre esto es un
examen verdaderamente paranoico de la historia, en el que
relaciona las curvas de la actividad solar con guerras, revoluciones y
emigraciones desde el año 500 a. de C. hasta el 1900 de nuestra
era. Tchijevsky concluyó su análisis indicando que las epidemias
psíquicas coinciden con los momentos de máxima actividad solar en
un 72 por ciento de los casos y con descensos de actividad solar
sólo en un 28 por ciento.*
Para Tchijevsky, hasta la emigración de los judíos a los Estados
Unidos siguió un determinismo cósmico, igual que la alternancia de
Gobiernos conservadores y liberales en Inglaterra. Durante el siglo
que transcurrió entre 1830 y 1930, los liberales, según él, han
estado en el poder durante auges de manchas solares, y los
conservadores en períodos en que esas manchas escaseaban.
Según Tchijevsky, la actividad solar estimula la inquietud y fue ésa
inquietud social lo que indujo a los judíos a buscar una vida nueva al
otro lado del mar y al electorado inglés a votar por candidatos
menos tradicionalistas.
Pero Tchijevsky no se detuvo aquí. Reunió también información
sobre las grandes epidemias que habían diezmado la población de
Rusia y el resto del mundo. Sus resultados son realmente
impresionantes: las grandes plagas, la difteria y el cólera que
azotaron a Europa, el tifus ruso y la epidemia de viruelas que se
cernió sobre Chicago parecían ser consecuencia de la periodicidad
de once años del Sol. El investigador afirma que los momentos
álgidos de actividad solar parecen afectar adversamente la vida
terrestre. Las epidemias tendían a aparecer en años de actividad
máxima y a ceder cuando el Sol se tranquilizaba.* (Véase Fig. 5)
A Tchijevsky, la publicación de su obra en la Unión Soviética le
acarreó grandes dificultades. Durante el período entre ambas
guerras mundiales, Rusia estaba bajo la rígida égida de Stalin, y la
afirmación de que las manchas solares podían influir en la vida
humana fue considerada como un mentís a algunas de las doctrinas
del materialismo dialéctico. En consecuencia, Tchijevsky fue enviado
a Siberia para que meditase sobre el peligro de abandonar los
caminos trillados de la ciencia y desbrozara terreno nuevo. Sin
embargo, cuando Kruchev subió al poder, Tchijevsky fue rehabilitado
y se le permitió reanudar sus investigaciones.* Desgraciadamente,
murió poco después, el 20 de diciembre de 1964.
A veces, la historia de la ciencia es paralela a la Historia (con
mayúscula). Es preciso reconocer que las observaciones de
Tchijevsky, como las de Faure, a veces carecen de rigor y sus
conclusiones sistemáticas contienen cierto número de
exageraciones. Por esta causa, muchos científicos llevan bastante
tiempo rehusándose a creer que las influencias cósmicas puedan
influir también en la vida y la conducta humanas. A pesar de todo,
debemos a Tchijevsky y a Faure el haber planteado el viejo
problema en forma nueva. No cabe duda de que han visto un nuevo
continente, pero su verdadera exploración está aún por comenzar.
La historia de Takata
Maki Takata, médico y profesor de la Universidad de Toho, en
Tokio, nació en Japón en 1892. Poco antes de la Segunda Guerra
Mundial, percibió por primera vez el problema cuyo estudio iba a
llevarle al descubrimiento de una misteriosa relación entre, por raro
que parezca, la sangre humana y el Sol. Para entonces, Takata ya
era bastante conocido por haber descubierto la llamada «reacción
de Takata» que consiste en el análisis de la albúmina en el suero
sanguíneo. La albúmina es un coloide orgánico y la reacción de
Takata da un índice de su floculación, o sea, la tendencia a
condensarse en pequeños grumos. Primero, se extrae la sangre y
se la analiza; luego, se le añade un reactivo que estimule la
floculación. Si hace falta poco reactivo para que comience la
floculación, se dice que el índice de floculación es alto; cuando hace
falta mucho reactivo, se dice que es bajo. En los varones, el índice
se supone constante, mientras que en las hembras varía, según el
ciclo menstrual. Esto hace de la reacción de Takata un instrumento
analítico básico para los ginecólogos.
En enero de 1938, sin embargo, todos los hospitales que
utilizaban la reacción de Takata informaron que el índice de
floculación había comenzado de repente a aumentar en los varones
y las hembras por igual. El cambio afectaba simultáneamente a
individuos que residían en puntos opuestos del planeta. Takata
comenzó a hacer algunos experimentos en Tokio, y su colega
Murasugi en Kobe, ciudad en el extremo sur de Japón. En 1939,
todos los días durante cuatro meses, ambos midieron el índice de
floculación de dos individuos experimentales. Cuando estos índices
fueron comparados más tarde, Takata notó que ambas curvas de
variación diaria eran perfectamente paralelas. Durante todo el
período de cuatro meses, cada auge en una de las curvas
correspondía a otro auge súbito en la otra y cuando el suero del
individuo de Tokio era «alto», también lo era el suero del individuo
de Kobe, que estaba a unos ciento sesenta kilómetros de distancia.
Takata llegó a la conclusión de que el fenómeno tenía que ser global
y debido a factores cósmicos.*
Durante veinte años, el biólogo japonés continuó reuniendo
observaciones y estableciendo la existencia de extraños vínculos
entre el suero sanguíneo y diversos incidentes cósmicos. Sus
experimentos demuestran, en parte, que los cambios que se
producen en el suero ocurren sobre todo cuando un grupo de
manchas solares pasa por el meridiano central del Sol, esto es,
cuando el Sol dirige un rayo concentrado de ondas y partículas
hacia la Tierra.
Takata notó también un efecto interesante del Sol que hasta
entonces nadie había percibido: el índice de floculación, muy bajo
hacia el final de la noche, registraba un aumento súbito al comienzo
del día. Lo sorprendente es que el aumento de la curva comience
unos pocos minutos antes del amanecer, como si la sangre, en
cierto modo, «previese» la aparición del Sol (véase Fig. 6). El
capítulo precedente tal vez haya acostumbrado al lector a este
sorprendente tipo de «previsión» por parte de los entes vivos, pero
Takata no conocía entonces los diversos resultados experimentales
que le hubieran ayudado a explicar este fenómeno. Para asegurarse
de que los efectos observados por él se debían a la radiación solar,
decidió ver lo que sucedía cuando el experimento se realizaba sobre
la capa atmosférica protectora que nos aísla en parte de la actividad
solar. Voló en avión a una altura de nueve mil metros con un
voluntario cuya sangre era observada cada quince minutos para
comprobar el efecto de las variaciones de altura. Como había
pensado, el índice de floculación aumentaba espectacularmente
cuando el avión ascendía y la atmósfera se atenuaba, confirmando
de este modo que la radiación solar tiene algo que ver en esto.
Entonces, el biólogo japonés se hizo otra pregunta: ¿No
eliminaría la Luna el efecto durante los eclipses situándose entre el
Sol y la Tierra? En 1941, 1943 y 1948, Takata situó individuos e
instrumentos de experimentación en zonas del Japón donde había
habido eclipse total, y todas las veces pudo comprobar
prácticamente su hipótesis. Cuando la Luna comenzaba a cubrir la
faz del Sol, el índice de floculación comenzaba a bajar, llegando a
su punto mínimo cuando el eclipse era total. La radiación solar que
explica el efecto comprobado por Takata es, evidentemente,
amortiguada por la Luna, y, sin embargo, ni casas ni muros de
cemento consiguen lo mismo hasta ahora. El único experimento en
que el efecto de Takata no ha sido observado en la práctica se
realizó en una mina, en Mieken, a doscientos metros bajo tierra.
Una radiación solar tremendamente fuerte interviene aquí, tan
fuerte que es casi imposible de neutralizar. Esto nos recuerda en
seguida la observación de Brown de que las influencias espaciales
penetran en los laboratorios mejor protegidos. Algunos elementos
del cuerpo humano, protegidos dentro de los vasos sanguíneos,
están expuestos a pesar de todo a los caprichos del gran reloj
cósmico que es el Sol. Takata mismo formuló la concisa definición:
«El hombre es un reloj de sol viviente.»* El súbito aumento en los
índices de floculación en el año de 1938 fue explicado por último
como consecuencia de un notable aumento en la actividad solar
después de varios años de tranquilidad. La tarea de descubrir la
naturaleza de estos rayos penetrantes está aún por realizar; Takata
lo ha intentado, pero sin éxito. Ni él ni sus seguidores han
descubierto todavía cómo funciona su influencia. Esto es debido en
parte al hecho de que los agentes cósmicos son irregulares y no
pueden ser manipulados como otros agentes de laboratorio. Pero el
efecto de Takata nos ha dado la clave de un misterio biológico.
Tuberculosis
Dos investigadores alemanes, G. y B. Düll, habían comunicado,
en 1934, algunas estadísticas importantes sobre la mortandad por
tuberculosis en Hamburgo, Copenhague y Zurich, en relación con
las fechas de violentas explosiones solares. En los días de máxima
actividad solar, el número de muertes era mucho más alto que en
los días anteriores o posteriores.* Unos pocos años después, el
doctor Lingemann llevó a cabo en Alemania Occidental un estudio
en el que relacionaba la actividad solar con la incidencia de
hemorragia pulmonar. Durante los cuatro años de este estudio,
desde 1948 hasta 1952, el doctor Lingemann estuvo en contacto
continuo con los observatorios astronómicos de su país y encontró,
no sin gran sorpresa de su parte, que los días más peligrosos para
sus pacientes tendían a ser aquellos en que las Luces del Norte
aparecían sobre Alemania. Y, naturalmente, esas luces son
causadas por una fuerte actividad solar que perturba las capas
superiores de la atmósfera.* En el hemisferio sur, el doctor Puig notó
que el número de las enfermedades respiratorias se triplicaban en
días de fuerte actividad solar.* Sin embargo, hubo una excepción: el
doctor H. Berg, de Colonia, no consiguió encontrar, en un estudio
realizado en 1953, ninguna relación entre la frecuencia de la
embolia pulmonar y los fenómenos cósmicos.* Pero, aparte de este
caso, todos los estudios dan por resultado que la actividad de las
manchas solares son peligrosas para los que tienen enfermedades
pulmonares.
Se están reuniendo muchas otras observaciones, por ejemplo
sobre eclampsia, un grave ataque de convulsiones que ocurre
durante el embarazo de las mujeres. Los ginecólogos y las
comadronas han notado desde hace ya tiempo que la eclampsia se
da en oleadas y, por tanto, la achacaban a cambios de tiempo. En
1942, dos médicos alemanes, los doctores Bach y Schluck,
comenzaron a investigar esta cuestión científicamente.* Encontraron
que la enfermedad seguía, en realidad, un esquema cíclico, pero
que los cambios de tiempo no tenían nada que ver con ella. La
actividad solar, sin embargo, sí tenía que ver: en días en que el Sol
había estado tranquilo, había pocos casos de eclampsia, pero las
oleadas de esta enfermedad crecían en días en que el Sol había
estado activo.
Lunáticos
Desde los tiempos más antiguos, se ha culpado a la Luna de
ejercer una influencia dañina en la estabilidad mental. «Lunático» se
ha convertido en sinónimo de «espíritu inquieto» o «loco». Ya en el
siglo XVI, según escribe el doctor Ravitz,
Paracelso decía que los locos empeoran con la oscuridad de la Luna cuando la
atracción de ésta sobre el cerebro pasaba por ser más fuerte. Tales creencias
fueron legalizadas en Inglaterra en el siglo XVIII, cuando se diferenció entre el
«insano», o sea, el psicópata crónico y sin remedio, y el «lunático», cuyas
aberraciones pasaban por ser exacerbadas tan sólo por la Luna llena. Hasta
1808, los pacientes del hospital de Bethlehem eran golpeados durante ciertos
períodos lunares por pensarse que los golpes constituían una profilaxis contra la
violencia de sus ataques.*
Los setenta y pico de policías que tienen que bregar con reclamaciones y
quejas telefónicas han informado siempre que la actividad delictiva, sobre todo los
delitos con violencia física, parece aumentar a medida que se va acercando la
Luna llena. La gente cuya actividad antisocial tiene raíces psicopáticas, como, por
ejemplo, los piromaníacos, los cleptómanos, los conductores suicidas y los
homicidas alcohólicos, parece estallar a medida que se va redondeando la Luna y
calmarse cuando ésta empieza a disminuir.*
La Biología y la Luna
En 1940, el doctor William Petersen, de Chicago, observó que la
mortalidad causada por tuberculosis era mayor siete días antes de
la Luna llena y, a veces, también once días antes. Relacionó este
hecho con el ciclo lunar de magnetismo terrestre, que, según él,
varía con el contenido de pH en la sangre, es decir, su proporción de
acidez con alcalinidad.* Más recientemente, un médico alemán,
Heckert, alegó que existen correlaciones significativas entre las
fases lunares y cierto número de fenómenos biológicos, como, por
ejemplo, el número de gente que muere, el de casos de pulmonía y
la cantidad de ácido úrico en la sangre.*
Mientras esperamos el veredicto de los estadísticos acerca del
valor de las observaciones a las que acabo de referirme, todos los
días nos llegan informes sobre los supuestos efectos biológicos de
la Luna. Darrell Huff, por ejemplo, comunica la siguiente
observación:
El ciclo menstrual
La notable semejanza entre la duración media del ciclo menstrual
de la mujer y el período entre dos Lunas nuevas ha intrigado
siempre a la imaginación humana. ¿Se trata de una mera
coincidencia o existe relación de causa y efecto entre ambas cosas?
En 1898, Svante Arrhenius, sueco, escribió un informe sobre el
comienzo de 11.807 períodos menstruales. Llegó a la conclusión de
que su frecuencia durante el cuarto creciente de la Luna era mayor
que durante el cuarto menguante, llegando a su punto máximo en la
víspera de la Luna nueva.* El doctor Kirchhoff, de Francfort,
confirmó estos resultados en 1935. Un año más tarde, otros dos
médicos alemanes, Gutman y Oswald, encontraron de nuevo que el
máximo de frecuencia coincidía con la Luna llena. Sin embargo,
conviene añadir que ha habido médicos que no han conseguido
encontrar influencia alguna de la Luna en el comienzo de la
menstruación. La investigación del ginecólogo Gunn, realizadas en
1938, es considerada como un ejemplo clásico de minuciosa
precisión. Con objeto de reunir sus datos de manera perfectamente
objetiva, Gunn pidió a sus colaboradores que le enviaran una tarjeta
postal firmada el día del comienzo de su menstruación. La fecha del
franqueo de cada tarjeta era utilizada como dato básico para el
experimento. Gunn esperó hasta tener diez mil tarjetas, pero su
trabajo no obtuvo ningún fruto, ya que no consiguió establecer
relación entre el ciclo lunar y el día del comienzo de la
menstruación.* En 1951, el jefe de la Martinsklinik, de Gotinga, el
doctor Hosemann, pasó revista a toda la literatura existente sobre
este problema y llegó a la conclusión de que el resultado era
negativo, lo que aconsejaba adoptar una actitud escéptica ante la
existencia de tal relación. Y, sin embargo, él mismo, con Bauman a
modo de colaborador, demostró que existía un ligero aumento en la
frecuencia del comienzo de la menstruación durante la Luna nueva
en una selección de diez mil casos.*
En este punto, sin enfrentarnos con los problemas básicos
relacionados con la cuestión central, podemos decir que, en general,
la mayoría de los estudios publicados sugieren que hay un ciclo
lunar que parece más favorable para el comienzo del ciclo
menstrual: el de la Luna llena. ¿Cómo se puede reconciliar esta
afirmación con el hecho de que el ciclo menstrual de la hembra no
sea siempre de la misma duración que el ciclo lunar, y que, de
hecho, pueda llegar a tener varios días más o menos? Comentando
esta dificultad, Brown escribe:
Esto ha hecho que muchos científicos lleguen a la conclusión de que no parece
haber ninguna relación entre el menstruo y la Luna, y que son ridículas las
creencias populares que afirman su existencia. Un buen investigador que se
precie de objetivo nunca ridiculiza una creencia popular; simplemente, se
pregunta si tal creencia está basada en suficientes pruebas. Es perfectamente
posible que incluso esos ritmos más o menos mensuales dependan de la Luna.*
El hombre magnético
Más pruebas de la extraordinaria sensibilidad humana a
pequeños cambios magnéticos surgieron en 1962, gracias a Y.
Rocard, profesor de Física en la Sorbona.* Rocard estaba intrigado
por las antiguas pretensiones de los zahoríes, personas que se
dicen capaces de percibir la presencia de agua subterránea. El
zahorí «sabe» que ha encontrado agua cuando la punta de una
rama bifurcada se dobla hacia abajo por sí sola. A pesar de las
supersticiones relacionadas con esto, Rocard decidió poner
científicamente a prueba esta cuestión. Consiguió descubrir ciertos
cambios muy débiles en el magnetismo terrestre, causados por la
presencia de agua subterránea, que podrían producir cierta laxitud
en los músculos del zahorí, haciendo que la vara se incline un poco.
Rocard llevó a cabo varios experimentos con gente que no eran
zahoríes profesionales y encontró que la capacidad de localizar
débiles proporciones magnéticas no es, después de todo, rara en
absoluto. Un sujeto normal discrimina entre cambios magnéticos de
0.3 a 0.5 mOe/m, que parecerían demasiado pequeños para ser
localizados de no ser porque son de la misma magnitud que los
encontrados por los biólogos en los animales.
Los resultados conseguidos por Ricard no confirmaron todas las
pretensiones de los zahoríes; por el contrario, tienden a delimitar
mejor el ámbito de su verdadera capacidad. Ricard encontró que no
se puede localizar la presencia subterránea de agua corriente o
inmóvil; sólo la de agua que se filtra o está en contacto con
depósitos de arcilla, porque causa cambios en la proporción
magnética del terreno. Además, los cambios magnéticos pueden ser
debidos a diferentes causas; así, pues, el zahorí puede pensar
erróneamente que ha encontrado agua cuando su vara se ha
inclinado debido a objetos metálicos enterrados, que producen los
mismos efectos. El «signo del zahorí» puede ser causado por
depósitos de mineral, rocas alcanzadas por el rayo o incluso trenes,
automóviles u otras masas metálicas en la superficie de la tierra.
Los descubrimientos de Rocard, ciertamente, sirven para
desanimar a quien tuviera la idea de contratar a un zahorí con objeto
de excavar un pozo en su campo; por otra parte, demuestran que el
hombre posee una finísima sensibilidad ante las fluctuaciones del
magnetismo terrestre. Aunque los descubrimientos de Rocard no se
refieren directamente a los relojes cósmicos, tienen que ver con
nuestro tema central. Las irregularidades magnéticas no sólo son
causadas por lo que se encuentra bajo tierra; el Sol y la Luna
también modulan el campo magnético terrestre. Los cambios
registrados después de las tormentas solares y las transiciones
lunares son del mismo orden de magnitud que las percibidas por los
individuos en quienes experimentó Rocard; sus descubrimientos
confirman el hecho de que el sentido magnético del hombre permite
a éste «leer» los relojes solar y lunar.
Ahora resulta más fácil comprender el motivo de que tantos
investigadores hayan encontrado que la conducta y la cordura
humanas se vean afectadas por las tormentas magnéticas. Gracias
a estos sentidos de más, el hombre puede dialogar con el Cosmos.
El diálogo se realiza por medio de canales eléctricos y también de
otros canales cuya existencia aún no sospechamos. Ésos son los
intérpretes que traducen al lenguaje biológico las órdenes
majestuosas que nos son enviadas por los relojes cósmicos.
CAPÍTULO X
Entre la gente que nace ahora en la estación más favorable, la duración media
de la vida es de varios años más que en la estación menos favorable. Esto es
cierto incluso en climas relativamente buenos, como el del norte de los Estados
Unidos. Es probablemente cierto en mayor grado en países como el Japón... La
duración de la vida es, naturalmente, cosa que depende de muchos factores,
además de la estación en que uno nace. Pearl (1934) ha demostrado que la
longevidad es hereditaria... El modo de vivir de cada uno tiene también gran
influencia en la duración de su vida... Pero nada de esto puede desmentir el
hecho de que, en el pasado, en Nueva Inglaterra, por ejemplo, la gente que nacía
en marzo y llegaba a pasar de los dos años vivía, por término medio, casi cuatro
años más que otra gente del mismo tipo, pero nacida en julio. La longevidad
depende del efecto combinado de muchas causas; las investigaciones aquí
detalladas demuestran que la estación en que se nace tiene que ser añadida a las
causas que ya conocíamos.*
Los más altos habían nacido en febrero (que es verano en el hemisferio sur) y
los más bajos en junio (que es invierno); los más pesados habían nacido en
diciembre, aunque la diferencia en el peso era relativamente menos importante
que la de altura.*
La vida diaria de la gente que vive a orillas del mar del Norte está influida
fuertemente por el pulso de las mareas. No es difícil ver que su conciencia de una
relación entre los nacimientos frecuentes y la marea alta a la larga tenía que ser
general. Esto tiene que haber ocurrido gradualmente, al cabo de muchas
generaciones. Pero nunca se dieron perfecta cuenta del hecho de que las mareas
no son más que una consecuencia de la posición de la Luna en relación con la
Tierra. Para la gente que vive tierra adentro, la culminación de la Luna tiene poca
importancia, por eso nunca percibieron la relación Hoy sabemos que no sólo los
océanos son influidos por la atracción de la Luna, sino también las masas
continentales y la atmósfera. Si hay mareas atmosféricas y terrestres, es posible
que las «influencias lunares» acaben por ser achacadas a causas perfectamente
comprensibles. Así, perderán su «aroma mágico» y se integrarán normalmente en
el cuerpo del conocimiento científico.*
CAPÍTULO XI
Influencias magnéticas
Queda una comparación por hacer: la que existe entre el efecto
de los relojes planetarios que acabamos de explicar y los otros
factores cósmicos mencionados en los capítulos anteriores. Por
ejemplo, ¿se interfiere el sentido magnético que, como hemos visto,
existe tanto en el hombre como en los animales, en los efectos
planetarios que sufren los recién nacidos? Yo me hice esta pregunta
después de que Reiter* y Cyran* publicaran sus obras sobre el
aumento en el número de nacimientos cuando hay tormentas
magnéticas.
Reuní cierto número de fechas de nacimiento y fui comparando,
día a día, el efecto de la herencia planetaria con las perturbaciones
geomagnéticas, que, como sabemos, se deben a la actividad solar.
Los resultados de este estudio fueron presentados en 1966 ante el
Cuarto Congreso Internacional de Biometeorología.* Muestran una
relación clara y directa entre las variaciones magnéticas y los
efectos de la herencia planetaria;* si nace un niño en día en que hay
perturbaciones, el número de semejanzas hereditarias es el doble
de grande que si el día es normal. Esto hace pensar que la Luna y
los planetas influyen realmente en la vida, a través del campo solar.*
EL FLUIDO VITAL
La siguiente escena sucede en un laboratorio químico. Un
ayudante, con una redoma en las manos, está perdiendo la
paciencia. La reacción química que suele producirse en seguida se
retrasa hoy. Y, sin embargo, el ayudante de laboratorio conoce su
oficio; como siempre ha pesado cuidadosamente los ingredientes
antes de mezclarlos en la redoma y la ha lavado con el mayor
cuidado, usando agua doblemente destilada, en fin, que había
tomado todas las precauciones necesarias para el éxito del
experimento. Pero como si nada. De modo que va a consultar al
profesor, el cual responde encogiéndose de hombros: «Es el azar,
dejémoslo.» Deciden clasificar el caso como «reacción aberrante» y
esperar hasta más tarde, u otro día, para repetir el experimento,
esperando que entonces todo vuelva a la normalidad.
En teoría, cuando se mezclan dos sustancias químicas en un
tubo de ensayo, si uno tiene cuidado y usa siempre el mismo
método, la reacción será siempre la misma. Pero esto sólo ocurre en
teoría. En realidad, cada reacción tiene sus idiosincrasias. Su
rapidez cambia de un día a otro. A veces, no se produce en
absoluto. Todos los químicos están acostumbrados a estas
anormalidades, pero, al menos hasta hace muy poco, preferían no
hablar de ellas. Piccardi escribe: «Los químicos nunca pensaron que
cada hora podría ser distinta de las otras, pero si lo hubieran
pensado nunca lo habrían admitido, hubiera sido demasiado
peligroso.»* Aunque estas cosas son de lo más corriente, admitir su
existencia podría tener, en verdad, repercusiones peligrosas.
Querría decir que las propiedades químicas cambian de hora en
hora sin que por ello cambien sus fórmulas químicas. Los científicos
se rehúsan a aceptar esta enormidad, que haría temblar todo el
edificio de la Química en sus cimientos. Por eso, el profesor prefirió
explicar el fenómeno a su ayudante de laboratorio hablando de
«azar» y de reacciones «aberrantes».
El punto de congelación del agua
Los archivos de los laboratorios químicos están llenos de
observaciones aberrantes, olvidadas y descartadas, destinadas a
desaparecer tarde o temprano. La mayoría de estas observaciones
se refieren a fluidos, sobre todo coloides suspendidos en agua.
Pocas verdades parecen más evidentes y más ciertas que la
afirmación de que el agua se congela a cero grados y se convierte
en hielo. Sin embargo, esto es, con frecuencia, falso. A veces, la
temperatura tiene que ser rebajada considerablemente para que el
agua se transforme en hielo. Ésta es la especie de reacción
aberrante que acaba cubriéndose de polvo en los archivos.
Pero algunos científicos tienen más curiosidad que otros. Hacia
1950, el biólogo alemán H. Bortels, de la Universidad de Berlín,
comenzó a interesarse por este fenómeno. Investigó la curiosa
conducta del agua, que los especialistas llaman «surfusión», y
demostró que sus causas no tienen nada que ver con el azar. Son
influidas por ciertos factores bien definidos, pero misteriosos:
aunque los especímenes de agua pura habían sido aislados de toda
influencia externa, la surfusión parecía ajustarse a las variaciones
de la presión atmosférica y de la actividad del magnetismo
terrestre.*
Unos pocos años antes, la señora E. Findeisen había estudiado
sistemáticamente la rapidez de reacción de una solución química
inorgánica de arsénico trisulfuro en redomas cerradas. La solución,
al parecer aislada de toda influencia externa, envejeció a ritmos que
variaban de un día a otro («envejecer», en química, significa que
una solución cambia químicamente con el tiempo). Además, la
solución en cuestión se comportaba de forma distinta en los pisos
superiores del laboratorio que en los inferiores. Con ayuda de miles
de mediciones, la señora Findeisen demostró que estos cambios
dependían de factores externos.*
Bortels y Findeisen notaron en sus redomas la aparición de un
fenómeno extrañamente parecido al observado por Brown en
animales y también por mí en niños que están a punto de nacer.
Aunque encerrados en un ambiente uniforme, los coloides
suspendidos en el agua reciben misteriosamente información sobre
cambios en ciertos factores externos. ¿De dónde procede esa
información? ¿Cómo puede ser percibida por cuerpos compuestos
inorgánicos? Es difícil creer que una sustancia inorgánica pueda ser
tan caprichosa como las estructuras biológicas.
Un paréntesis
Al llegar a este punto, abramos un paréntesis. Con las reacciones
químicas hemos llegado por fin a los niveles básicos de la
Naturaleza. Demostrando que los elementos químicos reaccionan
ante los sucesos cósmicos de una manera parecida a la de los
organismos vivos, nos acercamos a una explicación fundamental.
Los descubrimientos anteriormente expuestos nos muestran que
nuestros cuerpos son sensibles a los efectos del espacio exterior.
Pero sigue faltándonos información sobre lo que ocurre dentro de
nuestros cuerpos. No tenemos la menor idea de la participación que
tienen nuestros sentidos en la recepción de mensajes eléctricos,
magnéticos y gravitacionales. No se sabía si esos receptores
funcionan como funciona el ojo, que sólo es capaz de recibir cierto
tipo de rayos, o si cada célula del cuerpo posee la misma capacidad
de recepción por lo que se refiere a esos mensajes. Si la segunda
hipótesis es válida, nuestro cuerpo es un gigantesco tubo de ensayo
dentro del cual se realizan reacciones químicas en las que
participan todas y cada una de sus células. J. L. Thompson,
especialista en ritmos biológicos, escribe. «La cuestión que hay que
plantearse es si tales organismos son un reloj o contienen un reloj.
Quizá no convenga que sea planteada esta cuestión, o, por lo
menos, no por un biólogo.»*
Los especialistas reconocen que, en esta fase de nuestro
conocimiento, los químicos tienen la palabra. Por lo tanto, es
importante que comprendamos la conducta anormal de los cuerpos
compuestos químicos en relación con las condiciones del espacio
exterior.
¿Simple brujería?
El profesor Giorgio Piccardi, director del Instituto de Química
Física de Florencia, se ha sentido intrigado por la conducta
escandalosamente aberrante de las reacciones de laboratorio. En
1935, dijo: «No resulta válido decir que algo no existe sólo porque
no hay manera de entenderlo.»* A continuación, decidió profundizar
en el problema: se interesó en la manera de quitar incrustaciones de
sarro del interior de las calderas. El agua deja depósitos calcáreos
dentro de los envases que se usan para contenerla y las amas de
casa tienen también este problema con sus cacharros de cocina.
Las calderas industriales no son excepción a esta regla. Estos
sedimentos pueden afectar seriamente al funcionamiento de las
máquinas, y existen varios métodos químicos para disolverlos. Uno
de ellos consiste en añadir agua especialmente tratada a intervalos
regulares a la caldera. Piccardi describe así este método:
Una redoma de cristal que contiene una gota de mercurio y neón a baja presión
es revuelta lentamente en el agua. A medida que el envase se mueve, el mercurio
va frotando contra el cristal; la doble capa eléctrica entre el mercurio y el cristal se
rompe, produciendo una descarga roja luminiscente a través del neón. El agua
que toca el cristal termina siendo activada.*
la existencia de una estructura tan delicada y sensible, permite suponer que con
medidas apropiadas se podría modificar la estructura misma de infinitas maneras,
y de esa forma podemos suponer que el agua es sensible a influencias
extremadamente delicadas y capaz de adaptarse a las más diversas
circunstancias hasta un punto al que no puede llegar ningún otro líquido.*
Los fisiólogos deben reconocer que los organismos, aunque estén protegidos
contra todos los factores normales a los que, tradicionalmente, han sido
considerados sensibles, siguen, a pesar de todo, obteniendo información sobre su
ambiente rítmico externo en nuestro planeta.*
La base cósmica de la vida
Hasta hace poco, no se comprendía la medida en que las
influencias del espacio están constantemente presentes en torno a
nosotros y dentro de nosotros. Hace unos pocos años, nadie tenía
aún la menor idea de por qué las reacciones químicas o biológicas
variaban de un día a otro a pesar de las complejas precauciones
que se tomaban para impedirlo. El hecho es que, por lo que se
refiere a los líquidos, nunca hay condiciones constantes.
Naturalmente, en experimentos idénticos con sólidos no ocurre lo
mismo, porque la organización de los sistemas sólidos es casi
inmodificable; las influencias débiles no les afectan. Pero los sólidos
no tienen vida.
La vida es el equilibrio inestable del elemento líquido. Ninguna
precaución puede proteger la estructura inestable de los líquidos
contra los efectos de las fuerzas externas. No es el azar, sino una
ley natural permanente lo que hace que los experimentos con
líquidos sean difíciles de repetir de una hora a otra. Según la buena
definición de Piccardi, se trata de «fenómenos fluctuantes». ¿Es
esto razón para renunciar a la idea de estudiarlos? No debiera
serlo.* Por el contrario, es preciso tener en cuenta el momento
exacto en que se produce la reacción; éste es un factor tan
importante como los medios químicos con que se realiza el
experimento, porque el Cosmos puede intervenir en cualquier
momento, dejando a su paso una huella que puede ser causa de
que las condiciones del experimento cambien. El joven ayudante de
laboratorio que mencionamos al comienzo de este capítulo tomó,
indudablemente, todas las precauciones posibles para que el
experimento diera buen resultado, pero olvidó la influencia horaria
del Cosmos en los sucesos terrestres. Por eso, las reacciones
químicas salen bien un día y mal el siguiente; por eso también, los
accidentes fisiológicos caen sobre el hombre como rayos celestes; y
eso explica también la extraña conducta de los mecanismos natales
con respecto a los relojes planetarios.
El zoólogo Cloudsley-Thompson ha planteado la cuestión: ¿Es el
organismo mismo un reloj o contiene un reloj? En estas páginas
hemos visto emerger una teoría explicativa en respuesta a esta
pregunta. No parece que los seres vivos tengan un sentido
específico que les permita percibir por separado cada una de las
influencias recién descubiertas. Probablemente el cuerpo, en su
totalidad, reacciona de modo constante ante los ritmos ambientales.
El cuerpo en su conjunto es, probablemente, un reloj biológico y, al
mismo tiempo, una brújula biológica; muy probablemente también es
capaz de «percibir» incluso matices más sutiles, tales como los que
emanan de los planetas más cercanos. Todo esto puede ocurrir por
mediación de las estructuras alterables del organismo: el agua y los
coloides de que principalmente se compone. Por lo tanto, es
probable que, como dice Piccardi,
la acción de fuerzas extraterrestres no concierne a ningún órgano determinado, a
ninguna enfermedad determinada, a ninguna función biológica determinada, sino
al complejo estado de la materia viva. Los organismos tienen que mantener sus
condiciones vitales en la medida de lo posible, y para esto es preciso que
reaccionen ante las propiedades fluctuantes de su medio ambiente, que luchen
por mantenerlas estables. Esto da por resultado una honda «fatiga» de todos los
sistemas coloidales del organismo, de toda su sustancia material. Puede decirse
que es la materia viva en su conjunto la que resulta así perturbada.*
El movimiento diurno
Todos los días, como resultado de la rotación de la Tierra en torno a sí misma,
el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas describen en torno a la Tierra una
trayectoria de veinticuatro horas llamada movimiento diurno.
Consideremos, por ejemplo, el movimiento diurno de Marte el 24 de mayo de
1956, en París. En el Anuario del Departamento de Longitudes nos encontramos
con que, ese día, en París, Marte se levantó a las 0 h. 44 m. y culminó a las 5 h.
33 m. y se puso a las 10 h. 22 m., para levantarse de nuevo a la mañana siguiente
aproximadamente a la misma hora que el día anterior.
En la figura 13, dos círculos perpendiculares indican el horizonte y el meridiano
de la localidad. El movimiento diurno de Marte se realiza en torno al círculo
ABCDA. En nuestro ejemplo, cuando la trayectoria de Marte corta el horizonte
oriental, el planeta está levantándose; son las 0 h. 44 m. (punto A). Luego, sube
por el cielo hasta llegar al punto máximo de ascensión, culminando en el
meridiano; son las 5 h. 33 m. (punto B). El planeta desciende hacia el horizonte
occidental, donde desaparece a las 10 h. 22 m. (punto C). Debajo de la Tierra
sigue un camino que completa la trayectoria comenzada sobre el horizonte. Llega
al punto inferior de su ruta al cruzar de nuevo el meridiano (punto D). Desde allí,
sube de nuevo hacia el horizonte, sobre el cual aparecerá de nuevo cerca del
punto A.
Es evidente que la posición del planeta, vista desde la Tierra, cambia a ritmo
uniforme, de hora en hora. En nuestro ejemplo, si una persona ha nacido el 24 de
mayo de 1956 a la una de la madrugada, diríamos que Marte estaba subiendo. Si
el nacimiento se produjo a las seis, diríamos que el planeta acababa de culminar y
comenzaba el descenso hacia el horizonte. En cualquier momento del día o de la
noche, todos los planetas del sistema solar están situados en puntos diferentes
entre el horizonte y el meridiano; sus posiciones pueden ser seguidas con mucha
facilidad con ayuda de la información que contienen los anuarios astronómicos.
Condiciones astronómicas
La forma de la distribución de frecuencias de la posición de un planeta en el
momento de nacer un ser humano depende ante todo de las condiciones
astronómicas de ese planeta durante el período de tiempo en cuestión.
Volviendo a nuestra ilustración está claro que, si bien el tiempo que el planeta
pasa en cada sector diurno será el mismo, el que pase en cada sector nocturno
variará. Así, pues, el 24 de mayo de 1956, en el hemisferio norte habrán nacido
más niños bajo el signo de Marte en sectores nocturnos que en diurnos (véase fig.
14).
A medida que va pasando el tiempo, la longitud respectiva de los arcos diurno y
nocturno del planeta cambia progresivamente*. La probabilidad de la presencia
del planeta en un sector diurno cambia sistemáticamente en función de la
probabilidad de su presencia en un sector nocturno. Es fácil comprender las
consecuencias estadísticas de tal diferencia si tomamos a la Luna como ejemplo.
Supongamos que en una selección resulta que hay muchos más nacimientos en
junio que en diciembre. Como en nuestro hemisferio los días son mucho más
largos en junio que en diciembre, nuestra selección contendrá muchas más
personas nacidas durante el día que durante la noche. En tal caso, sería sin duda
más probable que el Sol esté en un sector diurno que en un sector nocturno. El
mismo argumento vale, naturalmente, para los demás cuerpos del sistema solar.
Es necesario, por lo tanto, computar el tiempo medio que cada planeta pasó en
los segmentos diurnos y nocturnos de su arco si queremos hallar el total de las
fechas de cada selección. Esto nos permitirá calcular las frecuencias
astronómicas esperadas teóricamente de cada planeta en cada uno de los seis
sectores diurnos y los seis sectores nocturnos (véase la Tercera Parte de
Méthodes).
Condiciones demográficas
En el capítulo X citamos algunas de las obras que demuestran cómo varía la
frecuencia de nacimientos a lo largo de las veinticuatro horas del día. No es
necesario, pues, presentar aquí con detalle todas las irregularidades que
encontramos; basta con formular la regla general de que los partos naturales se
producen con más frecuencia por la mañana que por la tarde.
El esquema irregular de nacimientos durante el día afecta la probabilidad de la
presencia de ciertos planetas en los sectores de su movimiento diurno; me refiero
a los planetas cuyos movimientos aparentes están vinculados al movimiento
aparente del Sol. De hecho, la frecuencia teórica de la presencia del Sol sería
muy poco regular en cualquier selección de fechas de nacimiento. Hay más
probabilidades de que el Sol aparezca en los sectores correspondientes al punto
máximo de nacimientos, y también a la inversa. Por ejemplo, a las seis de la
madrugada, cuando el Sol se levanta, nacen más niños de lo normal; así, pues,
teóricamente, cabe esperar más número de partos cuando el Sol está en el sector
1 que cuando está en otros sectores.
Las consecuencias de este fenómeno demográfico son especialmente
significativas por lo que se refiere a Mercurio, Venus y Marte, ya que estos
planetas se ven a menudo desde la Tierra en las mismas regiones que el Sol. La
probabilidad de su presencia en un sector determinado es afectada por el ritmo
irregular de nacimientos durante el día, si bien menos que en el caso del mismo
Sol.
Por cada selección de nacimientos es preciso, por lo tanto, computar también
la frecuencia demográfica esperada de la posición de cada planeta en cada sector
de su movimiento diurno. Estos cálculos no son fáciles, porque es preciso tener
en cuenta tanto las distancias a que el planeta está del Sol como la distribución
general de nacimientos observada durante las diversas horas del día. En
Méthodes he dado ejemplos numéricos.
Estadísticas
Después de calcular la frecuencia teórica esperada de cada planeta y de cada
selección por cada sector, corregido por condiciones astronómicas y
demográficas, se puede calcular si hay una diferencia estadísticamente
significativa entre las frecuencias esperadas y las observadas. La cuestión
esencial es si la diferencia es o no demasiado grande para atribuirla al azar. La ley
de probabilidades nos permite calcular el nivel al que la diferencia entre las
frecuencias esperadas y las observadas se vuelve demasiado grande para poder
ser atribuida al azar. En este caso, el método más apropiado es la computación
del término medio, expresado por la fórmula:
x - m / √ npq = término medio
donde x = al número observado, m = al número esperado y npq = a la desviación
normal de la x variable.
Después de haber calculado la fórmula el resultado se comprueba en la tabla
requerida (una tabla de distribución normal), para averiguar a qué nivel de
probabilidad corresponde el término medio normal hallado. El nivel en cuestión
nos dirá hasta qué punto pueden ser significativamente atribuidas al azar las
diferencias observadas en la presencia de planetas en el momento del parto en
los sectores de ascensión y culminación.
En la práctica estadística, un dato hallado experimentalmente se llama
«significativo» cuando la probabilidad de que pueda haber sido causado por el
azar alcanza cierto nivel. Los estadísticos atribuyen «un nivel significativamente
bajo» a resultados que puedan haber sido causados por el azar en un caso de
cada diez; un resultado es «significativo» cuando la probabilidad de que sea
debido al azar es de uno por cada veinte, y «sumamente significativo» cuando la
probabilidad es de uno por cada cien casos.
APÉNDICE II
Con objeto de obtener el mayor conocimiento posible sobre los efectos del
espacio, Piccardi decidió variar tres factores simultáneamente. Primero, para
comprobar si las influencias externas afectaban las reacciones químicas, era
preciso proteger los tubos de ensayo por medio de una pantalla. Luego, para
determinar si las condiciones dentro del tubo eran las cruciales, había que obtener
dos condiciones experimentales diferentes: específicamente, un tubo de ensayo
que contuviera agua normal y otro lleno de agua activada.
Con estos preparativos experimentales, Piccardi mandó hacer tres
experimentos rutinarios cada día durante varios años. Las observaciones
consistían en registrar la rapidez con que se producía la precipitación de coloide
inorgánico de oxicloruro de bismuto. Este coloide, que normalmente es insoluble
en agua, se prepara vertiendo tricloruro de bismuto en el agua. El resultado es
que se produce una precipitación coloidal, pero de rapidez variable. Esta
variabilidad fue lo que interesó a Piccardi.
Experimento F: Hay dos tubos de ensayo, uno con agua normal y el otro con
agua activada. Los dos envases carecen de toda protección. La rapidez con que
el oxicloruro de bismuto se precipita en agua normal es comparada con la que se
produce en agua activada. La cuestión es: ¿cómo afectarán los fenómenos
cósmicos la rapidez de ambas reacciones?
Experimento D: Los dos mismos envases, pero esta vez protegidos. La
cuestión es si la pantalla cortará o modificará las influencias cósmicas de diferente
modo en el agua normal y el agua activada. El criterio es también la comparación
entre la rapidez variable de precipitación del oxicloruro de bismuto.
Experimento P: Los dos tubos de ensayo se llenan de agua normal, pero uno
se pone el aire libre, mientras que el otro es protegido por una pantalla. La
cuestión es si la pantalla modificará la rapidez de precipitación, que debiera ser la
misma que la del tubo de ensayo dejado al aire libre si las influencias espaciales
no tuvieran ningún efecto en la reacción.
TABLA I
CARACTERÍSTICAS SELECCIONADAS
DE LOS PLANETAS
Mercurio Venus
Distancia media del Sol 0,39 0,72
Revolución sideral 88 días 224,7 días
Revolución sinódica 115,9 días 1 año
218
Volumen (Tierra = 1) 0,045 0,81
Densidad (Agua = 1) 4,1 4,9
Rotación 88 días 225 días (?)
Diámetro aparente 5” a 13” 10” a 64”
La Tierra La Luna*
Distancia media del Sol 1,00 —
Revolución sideral 1 año 227 días 32
Revolución sinódica — 29 días 53
Volumen (Tierra = 1) 1,00 1 / 81,5
Densidad (Agua = 1) 5,52 3,33
Rotación 23 h. 56 m. 45 s. 27 días 3
Diámetro aparente — 31’
Marte Júpiter
Distancia media del Sol 1,52 5,20
Revolución sideral 1 año 11 años
322 315
Revolución sinódica 2 años 1 año
50 34
Volumen (Tierra = 1) 0,11 317
Densidad (Agua = 1) 3,9 1,34
Rotación 24 h. 37 m. 23 s. 9 h. 50 m.
Diámetro aparente 3” a 25” 31” a 50”
Saturno Urano
Distancia media del Sol 9,55 19,21
Revolución sideral 29 años 84 años
167 7
Revolución sinódica 1 año 1 año
12 4
Volumen (Tierra = 1) 95 14,7
Densidad (Agua = 1) 0,71 1,27
Rotación 10 h. 14 m. 10 h. 42 m.
Diámetro aparente 15” a 21” 3” a 4”
Neptuno Plutón
Distancia media del Sol 30,11 39,52
Revolución sideral 164 años 248 años
280 157
Revolución sinódica 1 año 1 año
2 1
Volumen (Tierra = 1) 17,2 0,8
Densidad (Agua = 1) 1,6 5,5 (?)
Rotación 15 h. 48 m. ?
Diámetro aparente 2” 0,2” (?)
Año R Ci Año R Ci
1900 9.5 0.42 1920 37.6 0.62
1901 2.7 0.45 1921 26.1 0.61
1902 5.0 0.44 1922 14.2 0.64
1903 24.4 0.59 1923 5.8 0.48
1904 42.0 0.55 1924 16.7 0.54
1905 63.5 0.59 1925 44.3 0.56
1906 53.8 0.65 1926 63.9 0.65
1907 62.0 0.66 1927 69.0 0.63
1908 48.5 0.68 1928 77.8 0.63
1909 43.9 0.62 1929 64.9 0.67
1910 18.6 0.72 1930 35.7 0.83
1911 5.7 0.63 1931 21.2 0.66
1912 3.6 0.46 1932 11.1 0.70
1913 1.4 0.48 1933 5.7 0.64
1914 9.6 0.54 1934 8.7 0.56
1915 47.4 0.62 1935 36.1 0.57
1916 57.1 0.71 1936 79.7 0.65
1917 103.9 0.66 1937 114.4 0.74
1918 80.6 0.75 1938 109.6 0.74
1919 63.6 0.72 1939 88.8 0.76
Los números son los valores medios de las reacciones químicas añadidas año
tras año. El efecto de las erupciones solares es muy evidente en los años
considerados uno por uno.
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Fig. 2.— CAMPANILLAS BLANCAS Y ACTIVIDAD SOLAR.
Entre 1870 y 1960, las campanillas blancas aparecieron en Alemania con
anticipación a su fecha normal, siempre que la actividad secular del sol era baja
(inviernos cálidos), y con retraso siempre que la actividad secular del sol era alta
(Inviernos duros). (Según V. Mironovitch, Meteorologische Abhandlungen, IX
[1960], 22.)
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Fig. 3.— LA VIDA «LUNÁTICA».
Plantas y animales perciben misteriosamente la posición de la Luna en el cielo. Su
actividad metabólica, medida por su consumo de oxígeno, depende del día lunar,
aun cuando no les sea posible ver la Luna. (Según F. A. Brown, Biological Clocks.)
(Boston. Instituto Norteamericano de Ciencias Biológicas, 1962, pág. 20.)
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Fig. 4.— LA INFLUENCIA DE LA LUNA EN LA BRÚJULA BIOLÓGICA DE LOS
PLANARIA.
Dentro del campo magnético terrestre, los gusanos, al salir del recinto, no siempre
se vuelven en la misma dirección. Su dirección depende de la fase lunar. El
indicador situado a la salida del corral muestra que, cuando hay luna nueva,
tienden a volverse hacia la izquierda, a unos diez grados al Norte; cuando hay
luna llena, tienden hacia la derecha. (Según F. A. Brown, Discovery, noviembre,
1963.)
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Fig. 5.— EPIDEMIA DE VIRUELA EN CHICAGO Y MANCHAS SOLARES.
Según Tchijevsky, el número máximo de muertes por causa de la viruela con
anterioridad al descubrimiento de la vacuna coincidió con momentos de máxima
actividad solar a través de varios ciclos consecutivos. (Según Berg, Symposium
Internationale sur les Relations Phénoménales Solaires et Terrestriales.)
(Bruselas: Presses Académiques Européennes, 1960, pág. 164.)
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Fig. 6.— EL SUERO SANGUÍNEO Y EL AMANECER.
La floculación del suero sanguíneo (FLZ) registra el aumento súbito minutos antes
del amanecer. Este diagrama indica los índices de floculación de dos individuos
examinados el 4 de setiembre de 1940 en Kobe, Japón. (Según M. Takata,
Symposium lnternationale sur les Relations Phénoménales Solaires et
Terrestriales.) [Bruselas: Presses Académiques Européennes 1960, página 172.)
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Fig. 7a.— EL RELOJ MARCIANO Y LA VOCACIÓN TRIUNFANTE.
Un número muy elevado de niños nacidos cuando Marte estaba subiendo o
culminando se vuelven, luego, famosos hombres de ciencia, médicos, atletas u
ofíciales de las Fuerzas Armadas. En el diagrama, el movimiento diurno de Marte
está dividido en sectores; también se expone la diferencia entre frecuencias
esperadas y frecuencias observadas. Estas diferencias son sumamente
significativas. (Véase Apéndice I.) Resultados igualmente sorprendentes se
obtuvieron por lo que se refiere a la Luna, Júpiter y Saturno. (Según M. Gauquelin,
Les Hommes et les Astres [París: Denoël, 1960].)
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Fig. 7b.— EL RELOJ MARCIANO Y LA VOCACIÓN TRIUNFANTE.
Un número muy reducido de niños nacidos estando Marte subiendo o culminando
se volvieron, luego, famosos pintores, músicos o escritores. En el diagrama, el
movimiento diurno de Marte esta dividido en sectores. También se expone la
diferencia entre frecuencias esperadas y frecuencias observadas. Estas
diferencias son sumamente significativas. (Véase Apéndice I.) (Según M.
Gauquelin, Les Hommes et les Astres [París: Denoël, 1960].)
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Fig. 8.— HERENCIA PLANETARIA.
El niño, al nacer, reacciona ante los relojes planetarios según su constitución
hereditaria. La ilustración muestra esquemáticamente los resultados hereditarios
observados en relación con la Luna, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Los hijos de
padres nacidos cuando uno de estos planetas se levanta o culmina suelen nacer
con más frecuencia cuando el mismo planeta está en la misma posición en el
cielo. La herencia planetaria explica los resultados estudiados en la fig. 7, que se
relacionan con el éxito en la vocación. (Según M. Gauquelin, L’Hérédité Planétaire
[París: Planète, 1960], pág. 102.)
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Fig. 9.— LOS EFECTOS DE LOS CINCO RELOJES PLANETARIOS EN LA
HERENCIA.
El diagrama amplía el modelo ilustrativo de la fig. 8. La Luna, Venus, Marte,
Júpiter y Saturno tienden a ocupar posiciones, al nacer el niño, semejantes a las
que sus padres ocupaban al nacer. Por lo tanto, los niños nacen con más
frecuencia al subir o culminar el planeta si el mismo planeta estaba en la misma
posición al nacer sus padres. En este gráfico, los movimientos diurnos se dividen
en sectores; véase la diferencia entre las frecuencias esperadas y las observadas.
(Según M. Gauquelin, L’Hérédité Planétaire [Planète, 1966].)
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Fig. 10.— EL EFECTO DE LA HERENCIA EN FUNCIÓN DE LA DISTANCIA
ENTRE EL PLANETA Y LA TIERRA.
En el gráfico, los planetas alineados en orden de distancia de la Tierra; véanse los
niveles de probabilidad alcanzados por los experimentos estadísticos. Sólo los
cinco planetas cercanos a la Tierra dan resultados estadísticamente significativos.
(Según M. Gauquelin, L’Hérédité Planétaire [París: Planète. 1966], pág. 100.)
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Fig. 11.— LOS EFECTOS DE LAS ERUPCIONES SOLARES EN LAS
REACCIONES QUÍMICAS.
El experimento «F» de Piccardi (reacciones químicas llevadas a cabo al aire libre).
El experimento «D» de Piccardi (reacciones químicas llevadas a cabo en el
interior). El día de una erupción solar (marcada con la letra O en el diagrama), el
experimento «F» muestra una fuerte anomalía ausente, tanto entes como
después de la erupción. Por otra parte, el experimento «D», realizado en el
interior, no fue influido por las erupciones solares. En la figura se ven los medios
de ambos experimentos. (Según Piccardi, La base química de la climatología
médica [Springfield, Illinois: Charles Thomas, 1962], página 86.)
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Fig. 12.—VELOCIDAD DE LAS REACCIONES QUÍMICAS COMO FUNCIÓN DEL
CICLO SOLAR DE ONCE AÑOS.
La velocidad del precipitado del oxicloruro de bismuto está en relación con la
actividad de la mancha solar La curva superior representa los resultados (en
tantos por ciento) de la prueba química de Piccardi a través de los años. La curva
inferior muestra el número de manchas solares a través de los años. (Según G.
Piccardi, La base química de la climatología médica, [Springfield, Illinois, Charles
Thomas, 1962], pág 95.)
(Volver)
Fig. 13.— MOVIMIENTO DIURNO DE MARTE EL 26 DE MAYO DE 1956, EN
PARÍS.
(Volver)
Fig. 14.— DIVISIÓN DEL MOVIMIENTO DIURNO DE MARTE EN DOCE
SECTORES.
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Índice
Prólogo
Introducción
Cronología
PRIMERA PARTE
Capítulo Primero - La religión más antigua
El Sol
La Luna
Las estrellas
Religiones indias
Filosofía china
Capítulo II - La ciencia más antigua
Los signos celestes
El origen del Zodíaco
Los seres brillantes
El futuro del rey
Los primeros horóscopos
Capítulo III - De la armonía de las esferas al Horóscopo
La influencia de Beroso
Astrología en Roma
La caída del Imperio romano
Sorprendente calificación
Los primeros tratados astrológicos
Innovaciones griegas y romanas
El callejón sin salida de la astrología
Capítulo IV - Intermedio brillante
Kepler y la astrología
Paradójica manera de pensar
Almanaques astrológicos
El callejón sin salida del Renacimiento
Capítulo V - Psicoanálisis astrológicos
El siglo XX
Nostradamus y los nazis
Estudios sociológicos
Arquetipos astrológicos
Influencia en el lenguaje diario
La mirada fija de las estrellas
La refutación del azar
Proyección inconsciente
Respuestas basadas en la ignorancia
Futuro incierto
Capítulo VI - El proceso científico
Extraño determinismo
Causas terrestres del destino
Imposibilidades astronómicas
Astrología y probabilidad
Nuestras investigaciones sistemáticas
El destino de los delincuentes
El veredicto
Matrices obstruidas
SEGUNDA PARTE
Capítulo VII - Pronósticos meteorológicos
La Luna y la lluvia
La importancia de la actividad solar
El estudio de los anillos de los árboles
Los relojes de once años
Fechando el pasado
Una aguja solar marca los siglos
El Nilo y el Saros
Los planetas y las edades del hielo
Los planetas y la recepción por radio
La Tierra como reloj
Capítulo VIII - Ritmos misteriosos
La necesidad de ritmos
Clasificación de ritmos
Sorprendentes complejidades
Conductas ininteligibles
Hacia una explicación sencilla.
¿Es interno el reloj?
Datos que contradicen la teoría
La posibilidad de ritmos exógenos
Relojes que adelantan dos días
Las ostras y la hora lunar
Sorprendente actividad
Conocimiento genético
Hipótesis sacrílega
Audaz experimento
La brújula biológica
Percepción eléctrica
Percepción gravitacional
Ritmos sutiles
Capítulo IX - Los sentidos desconocidos del hombre
La aventura de los doctores Faure y Sardou
La historia de Tchijevsky
La historia de Takata
La historia de Nicolas Schulz
La pregunta del doctor De Rudder
Infarto de miocardio
Tuberculosis
Efectos en el sistema nervioso
Lunáticos
La Biología y la Luna
El ciclo menstrual
Los sentidos desconocidos del hombre
El hombre magnético
Capítulo X - La estación del nacimiento
La importancia del mes en el nacimiento
El mes de nacimiento y el cuerpo
El mes de nacimiento y la inteligencia
Ritmo natal de veinticuatro horas
¿La gran comadrona?
El nacimiento y el día lunar
Capítulo XI - Los planetas y la herencia
Las estrellas médicas
El horario del éxito
Buscando una explicación
Niveles variables de sensibilidad
Una teoría genética
Influencias magnéticas
El niño y las condiciones uniformes
Hacia una aplicación práctica
Capítulo XII - El fluido vital
El punto de congelación del agua
Un paréntesis
¿Simple brujería?
El método de los experimentos químicos
La estructura del agua
El Cosmos desequilibra la estructura del agua
La base cósmica de la vida
EPÍLOGO
De los dioses de luz a los relojes planetarios
Apéndice Primero - Metodología y análisis estadístico
El movimiento diurno
La división del movimiento diurno en sectores
El cómputo de frecuencias teóricas
Condiciones astronómicas
Condiciones demográficas
Estadísticas
Apéndice II - Los experimentos químicos de Piccardi
Ilustraciones
Este libro se imprimió en los talleres
de GRÁFICAS GUADA, S. R. C.
Virgen de Guadalupe, 21-33
Esplugas de Llobregat.
Barcelona
NOTAS
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(*) Zinner, op. cit.
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(*) Op. cit.
(*) La lune, mythes et vites (París: «Le Seuil», 1962).
(*) Zinner, op. cit.
(*) Ibid.
(*) M. Gauquelin, L’astrologie devant la science (París: «Planète», 1965).
(*) Zinner, op. cit.
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(*) M. Eliade, Le sacré et le profane (París: «N R F», 1965).
(*) Migot, op. cit.
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(*) Rutten, op. cit.
(*) Ibid.
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(*) Ibid.
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(*) Peuckert, op. cit.
(*) P. Courderc, L’astrologie (París: «PUF», 1951).
(*) Bouché-Leclercq, op. cit.
(*) Rutten, op. cit.
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(*) Rutten, op. cit.
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(*) Sachs, op. cit.
(*) Ibid.
(*) Van der Waerden, op. cit.
(*) Sachs, op. cit.
(*) Ibid.
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(*) Bouché-Leclercq, op. cit.
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(*) Cumont, op. cit.
(*) Tolomeo, op. cit.
(*) Manilius, op. cit.
(*) Ibid.
(*) Bouché-Leclercq, op. cit.
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(*) A. Koestler, The Sleepwalkers (Nueva York: «Macmillan», 1959).
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(*) W. Peuckert, L’astrologie (París: «Payot», 1965).
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(*) Ibid.
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377.
(*) Ibid.
(*) C. Bernard, Introduction a l’étude de la médecine experimentale (París :
1856).
(*) M. y F. Gauquelin, Méthodes pour étudier la répartition des astres dans la
mouvement diurne (París: 1957).
(*) Ibid.
(*) M. Gauquelin, L’influence des astres (París: «Le Dauphin», 1955).
(*) «Der Einfluss der Gestirne un die Statistik», Z. f. Parapsych u. Grenzgeb.
Psychol., I (1957), 23.
(*) Les hommes et les astres, con prólogo del profesor H. Bender (París:
«Denoël», 1960).
(*) «Neue Untersuchungen über den Einfluss der Gestirne», Z. f. Parapsychol u.
Grenzgeb. Psychol., III (1959), 10.
(*) M. Takata y T. Murasugi, «Flockungszahlstörungen im gesunden
menschlichen Serum kosmoterrestrischer Sympathismus», Bioklimat. Beibl., VIII
(1941). 17.
(*) M. Curry, Bioklimatik (Riederau, 1946), dos volúmenes.
(*) E. Terracini y F. A. Brown, Jr., «Periodisms in Mouse Spontaneous Activity
Synchronized with Major Geophysical Cycles», Physiological Zoology, XXXV
(1962), N.º 1, 27.
(*) M. Gauquelin, L’hérédité planétaire, con prólogo del profesor G. Piccardi
(París: «Planète», 1966).
(*) Ibid.
(*) Ibid.
(*) «Die planetare Heredität», Z. f. Parapsych. u. Grenzgeb. Psychol., V (1961),
168.
(*) «Note sur le rythme journalier du début du travail de l’accouchement»,
Gynécologie et Obstétrique, LXVI (1967). N.º 2, 231.
(*) R. Reiter, «Wetter un Zahl der Geburten», Dtch. Med. Wochenschr., LXXVII
(1952), 1.606.
(*) W. Cyran, «Ueber die biologische Wirksamheit solarer Vorgänge
(machgewiesen am Wehenbeginn)», Geburtshilfe u. Frauenheik, X (1950), 667.
(*) M. y F. Gauquelin, A Possible Hereditary Effect on Time of Birth in Relation
to the Diurnal Movement of the Moon and the Nearest Planets, its Relationship
with Geomagnetic Activity (Amsterdam: «Swets and Zeitlinger», 1967).
(*) «L’effet planétaire d’hérédité et le magnetisme terrestre», Z. f. Parapsychol.
u. Grenzgeb d. Psychol., IX (1967), N.º 1.
(*) J. Ratcliff, La Naissance (París: «Stock», 1953).
(*) A. Csapo, «Function and Regulation of the Myometrium», Annals of the New
York Academy of Science, CXV (1959), N.º 2, 780.
(*) A. Sollberger, Biological Rhythm Research (Nueva York: «Elsevier». 1965).
(*) G. Piccardi, «Exposé introductif», Symposium Intern. sur les Rel. Phén. Sol.
et Terr. (Bruselas: «Presses Académiques Européennes», 1960).
(*) H. Bortels, «Beziehungen zwischen Witterungsablauf, physikalisch-
chemischen Reaktionen, biologischem Geschehen und Sonnenaktivität»,
Naturwissenschaften, XXXVIII (1961), 165.
(*) E. Findeisen, «Experimentelle Untersuchungen über den Einfluss des
Witterungsablaufes auf die Beständigkeit eines Kolloids», Bioklimat. Beibl., X
(1943), 23.
(*) J. Cloudsley-Thompson, Rythmic Activity in Animal Physiology and
Behaviour (Nueva York: «Academic Press», 1961).
(*) Piccardi, op. cit.
(*) Ibid.
(*) Ibid.
(*) C. Capel-Boute, «Observations sur les tests chimiques de Piccardi», Symp.
Intern. sur les Phén. Sol. et Terr. (Bruselas: «Presses Académiques
Européennes», 1960.)
(*) D. Barber, «Apparent Solar Control of the Effective Capacity of a 110-V. 170
AH Lead-Acid Storage Battery in an Eleven-Year-Cycle», Nature, CXCV (1962),
684.
(*) G. Papeschi y M. Costa, «First Results on the Relations Between the
Naphthalene Test and the Lunar Phases», Geofis. e Meteorol., XIV (1965), N.º 3-
4, 79.
(*) A. Rima, «Sui possibili Rapporti fra le fasi lunari e l’andamento dei test
chimici Piccardi», Geofis. e Meteorol., VIII (1964), N.º 1-2, 3.
(*) C. Duval, L’eau (París: «P U F», 1962), pág. 6.
(*) J. Bernal y R. Fowler, «A Theory of Water and Ionic Solution with Particular
Reference to Hydrogene and Hydroxil Ions», Journal of Chemical Physics, I
(1953), 515.
(*) H. S. Frank, «The Structure of Water», Federation Proceedings, XXIV
(1965), 2.
(*) J. Pople, «A Theroy of the Structure of Water», Proceedings of the Royal
Society, A, CCII (1950), 323.
(*) S. Bordi y F. Vannel, «Variazione giornaliera di grandezze chimicofisiche.
Conducibilità elettrica», Geofis. e Meteorol., XIV (1965), 28.
(*) W. Fisher, G. Sturdy, M. Ryan y R. Pugh, «Some Laboratory Studies of
Fluctuating Phenomena», Cuarto Congreso Biometeorológico Internacional (en
preparación).
(*) M. Magat, «Change of Properties of Water Around 40° C.», Journal Phys.
Radium, VI (1936), 108.
(*) G. Piccardi, The Chemical Basis of Medical Climatology (Springfield, Illinois:
«Charles Thomas», 1962).
(*) Ibid.
(*) G. Piccardi, «Exposé Introductif», op. cit.
(*) F. A. Brown, Jr., «Extrinsic Timing or Rhythms», Annals of the New York
Academy of Science, XCVIII (1962), 775.
(*) G. Piccardi, «Exposé introductif», op. cit.
(*) Estos dos fenómenos no guardan relación con todos los cuerpos del sistema
solar por igual. En nuestras investigaciones, ninguno de ambos se aplicaba a
Júpiter o a la Luna. Las posiciones de Saturno, Urano, Neptuno y Plutón estaban
afectadas por condiciones astronómicas; las de Marte, por ambas; en cambio, las
del Sol, Mercurio y Venus parecían más sensibles a las condiciones demográficas.
(N. del A.)
(*) En función del girar aparente del planeta en torno a la Tierra en la eclíptica
(debido al hecho de que tanto la Tierra misma como el planeta giran en realidad
alrededor del Sol), la declinación del planeta cambia, de lo que resulta que la
trayectoria diaria del planeta, vista desde la Tierra, parece cambiar también.
Cuando la declinación es positiva, el arco diurno es más largo que el arco
nocturno; cuando la declinación se vuelve negativa, por el contrario, la longitud del
arco nocturno es más larga que la del arco diurno. (N. de A.)
(*) Voz americana. Sustancia negra, resinosa y amarga, que los indios de
América del Sur extraen de la raíz de una planta y de la que se sirven para
emponzoñar sus armas de caza y de guerra. Es un veneno muy activo que sólo
obra cuando se inocula en la sangre; sus antídotos son el cloro y el bromo. (N. del
T.)
(*) Juego de palabras. «Sputnik», nave espacial, en ruso. «Spud», en inglés,
significa patata. (N. del T.)
(*) Hay otros vínculos sorprendentes entre los objetos inanimados y el ciclo
solar de once años. El astrónomo Barber ha revelado que una batería eléctrica
instalada en el Observatorio Norman Lockyer de la Universidad de Exeter tuvo
que ser vuelta a cargar con más frecuencia durante los años de máxima actividad
solar. Desde 1925 hasta 1960, la frecuencia con que ha habido que cargarla
dependió siempre de la curva de las manchas solares.* (N. del A.)
(*) El profesor H. S. Frank, de la Universidad de Pittsburg, llama a esas
importantes consecuencias de energía más baja en el agua «efectos
automáticos». (N. del A.)
(*) Hace unos pocos años, se creó en Florencia un Centro Universitario para el
Estudio de los Fenómenos Fluctuantes; bajo la dirección de G. Piccardi ha ganado
ya reputación mundial. (N. del A.)
(*) «Babel» es Babilonia en hebreo, y el autor del Génesis la hace derivar de
Balbel (confundir) pero realmente viene de Bal-Ila, o sea, «Puerta de Dios». (N.
del T).
(*) En inglés, sábado es Saturday, que viene de Saturni dies; domingo, es
Sunday, o sea, Sun (Sol) y day (día); y lunes, es Monday, o sea, Moon (Luna) y
day. (N. del T.)
(*) Las raíces inglesas son distintas: respectivamente, Tuesday, «día de Tiw»,
nombre de una deidad germánica identificada con Marte (Tiw, o Tiwaz, de la
misma raíz que deus); Wednesday, «día de Odin, o Wotan», identificado con
Mercurio; Thursday, «día del trueno», relacionado con Júpiter, dios del rayo;
Friday, «día de Frigg», la esposa de Odin o Wotan. (N. del T.)
(*) T. London y M. Haurwitz, del Observatorio de Gran Altitud de Boulder,
Estado de Colorado, han demostrado posteriormente que la correlación no ha sido
tan alta en los años crecientes. (Nota del Autor.)
(*) El autor quiere dar las gracias a Edward E. Dewey, director de la Fundación
para el Estudio de Ciclos de East Brady, Pensilvania, por haberle facilitado gran
número de documentos sacados de su publicación periódica, Cycles. (N. del A.)
(*) «Circadiano», del latín circa (alrededor) y dies (día). Es una palabra creada
por los especialistas como sustituto de «diurno» o «diario». La duración de la
noche y del día cambia continuamente y es la suma constante de ambos lo que
importa en este caso. (N. del A.)
(*) Para la definición astronómica de los sectores de subida y culminación,
véase Apéndice I. (N. del A.)
(*) En 1967, presenté el resultado de mis observaciones en dos reuniones
científicas: la Novena Conferencia Internacional de Biometeorología, celebrada en
Wiesbaden, Alemania, y el Decimocuarto Congreso de la Salud, en Ferrara, Italia.
(N. del A.)