120. Los relojes cosmicos - Michel Gauquelin

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¿Pueden las supersticiones astrológicas ser la expresión externa de

importantes hechos científicos? Un interesantísimo estudio del desarrollo de la


astrología, desde la antigüedad hasta los descubrimientos más recientes, que
abre ante nosotros un nuevo campo de exploración.
«Hay otros mundos,
pero están en éste»
ELUARD
Michel Gauquelin

LOS RELOJES
COSMICOS

PLAZA & JANES, S.A.


Editores
Título original:
THE COSMIC CLOCKS
Traducción de
JESÚS PARDO

Primera edición: Febrero, 1970

Copyright © 1967, Henry Regnery Company


© 1970, PLAZA & JANES, S. A., Editores
Virgen de Guadalupe, 21-33, Esplugas de Llobregat (Barcelona)
Este libro se ha publicado originalmente en inglés con el titulo de
THE COSMIC CLOCKS

Printed in Spain — Impreso en España


Depósito Legal: B. 6.978 - 1970
Hemos recibido permiso de los editores para citar pasajes de las
obras siguientes: Astrology, de Louis MacNeice («Doubleday &
Company»); Astrology and Religion Among the Greeks and
Romans, de Franz Cumont («Dover Publications»); Cycles et
rythmes, de R. Tocquet («Dunod Éditeur»); Cycles in your Life, de
Darrell Huff («W. W. Norton & Co»); The Sleepwalkers, de Arthur
Koestler («The Macmillan Company»); The Sea around us, de
Rachel Carson, («Oxford University Press»); Exposé Introductif, de
G. Piccardi, en «Symposium internationale sur les relations
phenomenales solaire et terrestriale» («Presses Académiques
Européennes»); The Chemical Basis of Medical Climatology, de G.
Piccardi («Charles C. Thomas»); Season of Birth, de E. Huntington
(«John Wiley & Sons»).
PRÓLOGO
Lo que aquí nos narra Michel Gauquelin a su manera tan
interesante como estimulante es la larga historia de las incursiones
imaginativas y científicas del hombre en la observación y
contemplación de sus relaciones con la bóveda celeste. La historia
abarca, desde las primeras especulaciones astrológicas, incluso las
que precedieron con mucho a la ciencia astronómica moderna,
hasta el presente. Es una narración llena de interés y viveza de la
evolución del pensamiento humano sobre esta cuestión desde el
tiempo en que los cielos eran considerados simplemente con temor,
perplejidad y reverencia, hasta la era actual, que comienza a
penetrar en el espacio exterior, cuando nuestro conocimiento,
aumentando explosivamente, ha demostrado que los seres vivos
están vinculados a su universo por lazos sutiles que hace unos
pocos años ni se sospechaba siquiera que existiesen.
El hombre, desde su primer amanecer mental, en el pasado
remoto, indudablemente ha tratado por todos los medios a su
alcance de comprender su posición en la jerarquía natural. Ha
luchado de manera constante por concretar su relación con el
universo que le rodea, un universo sobre el cual creía no ejercer
ninguno o casi ningún control y por el que intuitivamente se sentía
dominado de un modo inexorable. La parte más inaccesible y
aparentemente inevitable de este universo eran los movimientos del
Sol, la Luna y demás cuerpos celestes. La presencia y movimientos,
siempre los mismos, de éstos podían ayudarle a relacionar el día, la
noche, las mareas y las estaciones.
Buscando seguridad y comprensión, es natural que el hombre se
volviese hacia los cielos, en apariencia omnipotentes, permanentes,
siempre ante él. Pero por falta de medios con que llegar a conocer
realmente las cosas, inventó relaciones que le daban cierta
confianza en sí mismo, justificada o no. Y es que para el hombre
existe una necesidad muy honda de creencia. ¿Cuántos de nosotros
permanecemos completamente ajenos a alguna de las
innumerables supersticiones populares o no guardamos en secreto
ciertos números que nos dan suerte o amuletos de un tipo u otro?
Para el hombre moderno y civilizado, la «ciencia» ha sustituido en
gran parte a las supersticiones. Constantemente, recurre a la
«ciencia» en busca de solución para todos sus problemas, igual que
antes recurría a los cielos y a sus dioses. Pero la «ciencia», basada
en «verdades» racionales que se derivan de observaciones cada
vez más exactas de la naturaleza y con frecuencia susceptibles de
ser comprobadas una y otra vez, obteniendo resultados previsibles
de condiciones preparadas experimentalmente, no es muy distinta
de las mismas supersticiones cuyo lugar ha ocupado, sobre todo si
tenemos en cuenta que las «verdades» son inciertas como arenas
movedizas. Las «verdades» de una generación pueden convertirse
en los absurdos de la generación siguiente. Nuestros tratados
científicos requieren revisiones no sólo con objeto de añadirles
nuevas «verdades», sino casi en la misma medida para podarles de
lo que ha dejado de ser «verdad» en el ínterin. La historia de la
Humanidad ha sido un tantear continuo, constante, hacia la
comprensión de la verdadera «naturaleza de las cosas». Y en cada
alto en el camino han surgido unas «verdades» más duraderas que
otras.
La Humanidad ha hecho tremendos progresos en las cosas que
ahora se consideran como dominio de la ciencia, antes de que
llegara a existir la ciencia moderna. Por no citar más que unas
pocas: la domesticación de los animales y las plantas, la predicción
de los fenómenos celestes y el descubrimiento del uso práctico de
agentes naturales farmacológicos, como, por ejemplo, el curare*. La
ciencia, definida como el conocimiento del ambiente interno y
externo del hombre y el uso de ese conocimiento en beneficio
propio, es, indudablemente, tan antigua como el hombre mismo.
Como las «verdades» de la ciencia moderna pueden convertirse
en algo muy distinto en el transcurso de unos pocos años, cabe
esperar que, en cientos o miles de años de historia, sufran cambios
mucho más importantes. No es de extrañar que el hombre continúe
tanteando más allá de los límites de la ciencia moderna si los
científicos hacen constantemente lo mismo, tanto como seres
humanos que como científicos.
Aunque el hombre lleva mucho tiempo especulando sobre los
cielos y suponiendo que éstos, de alguna manera misteriosa,
controlan su ser y sus actividades, tal cosa les parecía imposible a
los científicos modernos, que continuamente trataban de averiguar
por qué causas y efectos se regulan. En ausencia de medios de
contacto evidentes, la existencia de cualquier relación directa entre
los seres vivos y los cielos era puesta seriamente en duda, duda
que se veía reforzada por el descubrimiento de que, una tras otra,
las relaciones enunciadas por los astrólogos eran incapaces de
resistir un examen crítico.
Los biólogos concentraban cada vez más su atención en el
estudio del papel biológico de los factores evidentes del medio
ambiente, factores que podían cambiar experimentalmente con
facilidad y cuyas acciones eran fáciles de resolver. Entre éstas
estaban la luz, la temperatura y ciertos factores mecánicos y
químicos. La ciencia seguía avanzando con tanta rapidez y con
tanto éxito, que por parte de casi todos existía la firme convicción de
que, por fin, podría explicarlo todo en términos de interacciones
entre los seres vivos y esos factores evidentes y de todos
conocidos. Cualquiera que se atreviese a sugerir la posibilidad de
buscar sutiles influencias celestes se enfrentaba con la más clara y
decidida hostilidad. Esa zona de investigación estaba prohibida a
todo investigador biológico que se respetase.
A comienzos de los años 50, dos nuevos campos de
investigación comenzaron a abrirse ante el hombre: los fenómenos
de las brújulas y los relojes biológicos.
Se descubrió que toda una amplia gama de especies de animales
y plantas eran capaces de «saber» los períodos de los días, las
mareas, los meses e incluso los años, hasta cuando se veían
privados de toda pista evidente que pudiera ayudarles a hacerlo. De
acuerdo con la convicción general de que todo era explicable en
términos de interacción de organismos con los factores evidentes de
su medio ambiente, se teorizó que, como ninguno de estos factores
daba al organismo información sobre el tiempo, era lógico suponer
que cada organismo contenía en sí un sistema cronométrico
independiente. Admitir la otra alternativa, o sea, que los organismos
recibiesen información oculta sobre el tiempo, era abrir una «caja de
Pandora» y arrojar sobre la biología problemas insolubles, además
de los ya muy complejos que tenían planteados.
La existencia de cierta capacidad vital cronométrica
misteriosamente exacta fue siendo reafirmada a medida que los
investigadores que estudiaban la capacidad de orientación de
pájaros, peces, insectos y crustáceos comprobaban que esos seres
vivos parecen practicar el arte de la navegación celeste. El Sol, la
Luna o las constelaciones podían ser usados como brújula. Pero,
por supuesto, la orientación geográfica por medio de puntos de
referencia requiere que el animal «sepa» la posición que tienen en
el cielo esos cuerpos celestes en un momento determinado. Los
«cronómetros» internos de los animales salieron a relucir como
solución de este problema. Tenían que ser «relojes» que midieran la
rotación de la Tierra en relación con el Sol (veinticuatro horas), con
la Luna (veinticuatro horas y cincuenta minutos) y con las estrellas
(veintitrés horas y cincuenta y seis minutos); se trataba, pues,
necesariamente, de un verdadero sistema no solamente de
calendario sino también de reloj.
Pero, entretanto, la investigación de los relojes biológicos estaba
descubriendo que los «relojes» mismos eran, probablemente,
ajustados por sutiles y penetrantes variaciones de la atmósfera
terrestre causadas por los movimientos relativos de la Tierra, el Sol
y la Luna. Sólo se podía explicar racionalmente muchas de las
características demostrables de los «relojes» en términos de la
constante absorción por el organismo de información cronométrica
emanada de su medio ambiente físico. Resultaba cada vez más
evidente que los cuerpos celestes participaban simultáneamente de
alguna manera en el funcionamiento de las «brújulas» de los
animales y en el de los «relojes» de que esas brújulas tenían, al
parecer, que depender. Los diversos medios de que se servían los
seres vivos para orientar sus actividades en el tiempo y el espacio
parecían estar fundiéndose en uno solo.
¿De qué manera era enviada esa información sobre el tiempo y el
espacio a organismos que, cabe suponer, estaban cerrados? Un
estudio extenso e intenso, durante estos últimos años, de las
tendencias sistemáticamente cambiantes de movimiento a la
izquierda o a la derecha de las agrupaciones de animales dotados
de sentido de orientación en el tiempo y el espacio y pertenecientes
a diversas especies, demostró: 1.º, que en un campo de iluminación
artificial no cambiable, las tendencias de orientación de los animales
varían sistemáticamente según los períodos naturales relacionados
con los movimientos relativos de la Tierra, el Sol y la Luna; y, 2.º,
que en cualquier momento dado, la tendencia de orientación varía
sistemáticamente con la relación de dirección geográfica de ese
campo de iluminación. Más aún, los factores que participan en la
orientación en el tiempo y el espacio parecían fundirse en uno solo.
Una búsqueda de los factores atmosféricos que participan en
este fenómeno reveló la fantástica tendencia de las cosas vivas a
reaccionar ante muy débiles campos magnéticos, electrostáticos y
electromagnéticos de la Tierra. Esas reacciones podían ser
estimuladas como reacciones ante campos experimentales
artificiales igualmente débiles. Cualesquiera que fueran los medios
de que se servía el sistema vivo, era capaz de distinguir entre las
direcciones y las fuerzas de esos muy débiles campos. Que se
trataba de sensibilidades especializadas de alguna manera
resultaba evidente en vista de que la capacidad máxima de
resolución de esos animales ante los campos producidos
artificialmente estaba al mismo débil nivel que los campos naturales
de la Tierra. Se ha demostrado que se puede engañar a los
organismos, haciéndoles reaccionar ante falsa información sobre
«tiempo y dirección», de la misma manera que en condiciones
naturales por el sistema de manipular debidamente en el laboratorio
esos débiles campos electromagnéticos.
En cientos de millones de años de evolución en este planeta, la
vida se ha convertido, sin lugar a dudas, en un mecanismo
maravillosamente adaptado a los campos electromagnéticos sutiles
y penetrantes de la Tierra, igual que a otros más familiares y
evidentes.
Cada vez hay más pruebas experimentales de que los seres
vivos «sienten» el tiempo, expresado en términos de sucesos físicos
vinculados a coordenadas angulares en los ciclos naturales de su
ambiente cósmico, prescindiendo de la necesidad de medir
críticamente esos intervalos de tiempo con medios propios dentro de
cada cuerpo vivo, y también que cada individuo regula sus propias
actividades a su manera y de acuerdo con este estado de cosas.
Por ejemplo, la variación anual que se observa en semillas secas
que han sido almacenadas durante un período de dos años en
condiciones que se supone inalterables; si se examinan muestras de
esas semillas a intervalos de un mes, haciéndolas germinar en las
mismas condiciones ambientales, controladas con sumo cuidado, se
pueden explicar sencillamente como reacciones de crecimiento ante
las variaciones sistemáticas mensuales en las sutiles condiciones
geofísicas del ambiente. No es necesario, como muchos estudiantes
de los relojes biológicos querrían dar por supuesto, que cada semilla
contenga individualmente su propio sistema independiente de
cronometración, capaz de medir de modo inexorable, año tras año,
los períodos. Un conocimiento inculcado de la secuencia de los
sucesos que se producen en esos ciclos naturales del ambiente
explica la bien conocida capacidad de los organismos de adaptar
por anticipado su conducta en relación con sucesos cíclicos
externos.
Ahora, se han forjado claros vínculos entre los organismos y las
fuerzas fluctuantes electromagnéticas de su ambiente. No podemos
negar que el organismo vivo es un sistema receptor tan sensible
como el conjunto de toda la maquinaria electrónica artificial con que
el hombre obtiene información geofísica y astrofísica. Los geofísicos
están desentrañando la multiplicidad de maneras con que esas
fuerzas atmosféricas se relacionan con las actividades y
movimientos de la Tierra, el Sol, la Luna, los planetas e incluso las
lejanas estrellas. Ahora bien, con estos continuos descubrimientos,
nos llegan problemas paralelos e inevitables de posible importancia
biológica.
El hombre no apareció de pronto y de novo en el planeta Tierra.
Surgió gradualmente, llegando a lo que ahora es por medio de una
transformación ordenada, probablemente comenzando como
consecuencia de complejos químicos producidos por el azar en los
cálidos océanos primitivos al aparecer en ellos el primer signo de
vida en pedazos primigenios de barro. Es natural, por lo tanto, que
el hombre busque raíces cósmicas en su largo pasado evolutivo.
Los relojes biológicos vinculados a las principales periodicidades
cósmicas son omnipresentes en todos los seres vivos. Su existencia
abarca desde las formas monocelulares hasta las plantas y los
mamíferos, incluido el hombre. Esto indica el carácter antiguo y
hondo de las relaciones entre el hombre y el Universo.
Cuando miramos más lejos y observamos que animales tan
diversos como los insectos y los crustáceos por un lado, y los peces
y los pájaros por otro, son capaces de navegación celeste, vemos
de nuevo una relación cósmica antigua. El origen común de estos
dos tipos tan distintos de seres vivos se remonta probablemente a
más de un billón de años. En esos tiempos antiguos, los ojos de los
organismos vivos estaban ya volviéndose hacia el cielo en busca de
ayuda con que poder satisfacer las exigencias de sus vidas
terrestres, o bien la propensión o posibilidad de hacerlo estaba ya
presente y comenzaba a desarrollarse. Con tan hondas raíces de
relaciones celestes en el pasado del hombre, cabe esperar que no
sea difícil comprender el motivo de que, a medida que fue
evolucionando su capacidad de razonamiento, tratase de conseguir
más y más ayuda de los cielos.
Un nuevo campo de investigación científica lleno de interés y
dificultades aparece ahora ante nosotros. ¿En qué medida son
afectados los seres terrestres, animales y plantas, e incluso el
hombre, por esas sutiles fluctuaciones cósmicas? El hombre está
indudable e inevitablemente vinculado por muchos hilos al resto del
Universo, no sólo gracias a los instrumentos físicos que ha
inventado y construido, sino también por causa de las sorprendentes
sensibilidades de su propia sustancia vital. Michel Gauquelin ha
presentado magistralmente ante nosotros un breve esquema de la
historia de este problema, enfocándolo en un solo cuadro, cosa que
sólo podría hacer una persona que le ha dedicado muchos años de
estudio y examen crítico y cuyas investigaciones le han sugerido la
existencia de las relaciones celestes más inquietantes,
emocionantes y estimulantes que han aparecido hasta ahora ante
los ojos del hombre.
Franz Z. Brown, Junior.
Profesor de Biología
Northwestern University
Evanston
Illinois.
INTRODUCCIÓN
El tema de este libro es el efecto que el Cosmos ejerce en la vida
humana; es un tema que siempre ha obsesionado la imaginación del
hombre. Seguiremos aquí la historia de las ideas que han sido
aceptadas sucesivamente, desde los primeros modelos astrológicos
hasta los más recientes descubrimientos de la ciencia moderna.
Parece ser que existe una contradicción básica entre las
interpretaciones mágicas de los siglos pasados y las actuales
explicaciones racionales; y, sin embargo, en realidad, a pesar de las
evidentes diferencias, ambas se unen con sólida consistencia. Es el
hombre mismo quien ha creado esta unidad en su constante
búsqueda de una respuesta al secreto del lugar que ocupa en el
Universo.
La gente de los siglos pasados se sentía mero juguete entre las
fuerzas cósmicas que había a su alrededor. Para reducir esta
inquietud y dar un significado a su existencia trataban de
comprender las leyes por las que se regían estas fuerzas. Hace
cinco mil años aproximadamente, los caldeos resolvieron el
problema de manera satisfactoria y así nació el concepto astrológico
de las influencias cósmicas. La astrología caldea se servía de la
magia como explicación y veía en la posición del planeta una pista
para la predicción del futuro. Tal interpretación se adaptaba
extrañamente al pensamiento humano. Las civilizaciones
subsiguientes de Grecia y Roma, en vez de abandonar estas
creencias mágicas, continuaron desarrollándolas y codificándolas.
Después de las invasiones bárbaras que destruyeron el Imperio
Romano, el fuego de la astrología pareció haberse extinguido. Pero
lo cierto es que seguía ardiendo lentamente bajo las cenizas: en el
siglo XV, el Renacimiento italiano atizó sus llamas, haciéndolas más
altas que nunca. Grandes pensadores recogieron los problemas
científicos allí donde habían sido abandonados por los antiguos. En
astronomía —la hermana de la astrología—, el éxito fue total:
Copérnico desencajó la Tierra del centro del Universo; Tycho Brahe
calculó las órbitas planetarias con una precisión que antes hubiera
sido inconcebible; Kepler descubrió las leyes de los movimientos
planetarios, remplazando con ellas los viejos sistemas del pasado;
Galileo, estudiando las manchas solares, debilitó la creencia en la
inmutabilidad de los cuerpos celestes; y, por fin, Newton formuló la
ley de la gravedad universal, que preparó el camino para la gran
síntesis que Einstein habría de conseguir a comienzos del siglo XX.
Todos esos grandes hombres se interesaban también por el
concepto astrológico del mundo. Más que ningún otro, Kepler trató
de forjar una nueva astrología que progresase paralelamente a la
astronomía. Pero su intento falló, porque no pudo desprenderse del
interés que sentía por la posibilidad de predecir el futuro basándose
en el movimiento de las estrellas. La astrología, por lo tanto, volvió a
caer en la superstición. Fue rechazada por las Universidades, y los
hombres de ciencia dejaron de interesarse por ella. Al mismo
tiempo, su popularidad entre la muchedumbre aumentó. A mediados
del siglo XX, llegó a degenerar más que nunca en una mera
predicción del porvenir, explotada desvergonzadamente por los
sacamuelas. Y, sin embargo, los estudios sociológicos indican que
aproximadamente un cincuenta por ciento de la gente cree en cierta
medida en los horóscopos. La falsedad de tales creencias tendrá
forzosamente que ser demostrada.
Pero, más allá de la superstición pasada de moda, ciertos
pensadores sensatos han razonado intuitivamente que tiene que
haber influencias que afecten a la vida humana. Esta intuición es, y
siempre lo ha sido, básicamente correcta. El error ha consistido en
tratar de explicar acciones cósmicas en términos mágicos, dando a
los cuerpos celestes características que, evidentemente, no pueden
poseer. Este error, sin embargo, no tiene por qué persistir.
En la actualidad, el Cosmos se ha puesto de moda. Gracias al
progreso de la astrofísica, los seres humanos están penetrando en
el espacio exterior. Y, sin embargo, apenas conocemos las leyes
que rigen la influencia del espacio en el hombre. En toda la historia
del pensamiento, sólo hay unos pocos ejemplos de tan sorprendente
contradicción. Todo esto tiene que cambiar. En estos últimos años,
la investigación ha comenzado a llenar el vacío dejado en la escena
científica por la desaparición de la astrología como ciencia. Los
científicos modernos han acabado por hacerse la misma y antigua
pregunta de una manera más significativa: ¿cómo se relacionan los
relojes cósmicos con los ritmos biológicos de los organismos
vivientes? El éxito o fracaso de la exploración espacial puede
depender de la respuesta que se dé a esta pregunta.
La NASA ha estudiado la fascinadora sugerencia de Frank A.
Brown, profesor de Biología de la Northwestern University. Consiste
en transportar por el espacio exterior durante un largo período de
tiempo varios organismos, comenzando por plantas sencillas. La
construcción de una «cabina espacial de patatas» será el primer
paso. ¿Qué les ocurrirá a esas patatas en el espacio, durante un
período indeterminado de tiempo? Quizá no les ocurra nada. Pero si
las patatas muriesen, según presume Eugene R. Spangler, biólogo,
miembro del Instituto Norteamericano de Aeronáutica, ello
significaría que el viaje prolongado por el espacio sería también
peligroso para el hombre. ¿Por qué? Porque este proyecto,
humorísticamente llamado «Spudnik 1»* gira en torno a un problema
fundamental: si los relojes cósmicos que marcan el ritmo de la vida
terrestre —los movimientos del Sol, de la Luna y de los planetas—
son indispensables para toda vida biológica. Quizá, si el ritmo es
cambiado radicalmente, la patata sea incapaz de adaptarse al
cambio. Y dado que el hombre es mucho más sensible que la
planta, resulta esencial averiguar si éste puede dejar los ritmos de
su ambiente terrestre durante un largo período de tiempo sin sufrir,
como resultado de ello, graves consecuencias.
Éste es el problema que ha acabado por inducir a los hombres de
ciencia a explorar las influencias cósmicas que durante seis mil años
esperan a ser investigadas sistemáticamente. Y, sin embargo, el
viaje espacial no comenzó con el primer astronauta; siempre hemos
viajado en una nave espacial. Durante largo tiempo, el hombre ha
vivido sin darse cuenta de este hecho, porque las condiciones de
vida en la Tierra son, sin lugar a dudas, más cómodas que en el
interior de una cápsula espacial; pero ahora ya sabemos que
nuestra nave espacial, la Tierra, perfora incesantemente el espacio
interestelar. Como dijo Giorgio Piccardi, jefe del Instituto de Química
Física de la Universidad de Florencia: «Para verse sujeto a efectos
cósmicos, el hombre no tiene necesidad de lanzarse al espacio
exterior; no tiene ni siquiera que salir de su casa. El hombre siempre
ha vivido rodeado por el Universo, ya que el Universo está en todas
partes.»
El Cosmos que nos rodea no es inalterable ni está vacío. Los
satélites artificiales han demostrado claramente que el espacio está
poblado por infinidad de corpúsculos y ondas que golpean la Tierra,
afectando de esa forma todo cuanto vive en su superficie. En los
treinta años, más o menos, que los investigadores llevan estudiando
esta cuestión científicamente, han sido descubiertas extrañas
relaciones entre la vida y el Universo. Paso a paso, con el apoyo de
disciplinas de validez reconocida, emerge una nueva ciencia. La
parte más importante de este libro está dedicada a narrar las
conquistas de esta nueva rama del conocimiento humano.
En primer lugar, tenemos los sorprendentes vínculos que unen a
los hombres con el Sol. El Sol no es, como imaginaban los
pitagóricos, una esfera dorada e inmóvil; está cubierta de manchas y
se producen en él vastas explosiones. Y las ondas de esos cambios
cataclísmicos reverberan entre nosotros. Hoy, la Luna, siempre
rodeada de creencias legendarias, comienza a revelar sus
verdaderos secretos. El profesor Brown ha estudiado los efectos de
la Luna sobre las formas inferiores de vida, y ha encontrado que
varias especies de animales son sensibles a sus misteriosos
mensajes. Receptores sensorios antes desconocidos han sido
descubiertos en todas las formas vitales, el hombre incluido,
sentidos que permiten al organismo recibir tales mensajes y ajustar
su conducta al rayo de los relojes cósmicos.
Viene luego la antigua cuestión, cuyo origen se pierde en los
primeros sueños humanos: ¿influye el cosmos en todos los hombres
de manera parecida? Los astrólogos, que habían formulado esta
pregunta ingenuamente, fueron incapaces de darle una respuesta
satisfactoria. Los hombres de ciencia actuales tienen la esperanza
de haber encontrado una respuesta mejor. La maravillosa
complejidad de la maquinaria humana parece ser sensible a
influencias cósmicas extremadamente sutiles que emanan de
planetas cercanos a la Tierra. Recientemente, se ha descubierto un
nuevo fenómeno llamado «herencia planetaria»: como parte de la
función de su constitución genética el organismo humano recibe al
nacer mensajes cósmicos de una manera específica, personal. Tal
vez parezca increíble que organismos vivos sean capaces de
percibir las acciones infinitamente débiles de los cuerpos
planetarios. Piccardi, creador de una nueva disciplina, la Química
Cósmica, ha explicado esto mostrando que el Cosmos afecta al
hombre a través de la acción mediatriz del agua, el líquido esencial
para la permanencia de la vida en nuestro planeta. El agua tiene
extrañas propiedades físicas que nos vinculan íntima y
permanentemente a las fuerzas cósmicas. Gracias a la Química
Cósmica estamos empezando a comprender lo que hasta hace muy
poco era incomprensible.
La astrología, la antigua religión universal, el primitivo y
majestuoso esfuerzo por conseguir una síntesis cósmica, ha caído
por completo en manos de sacamuelas. En su lugar ha nacido una
ciencia nueva. Esta ciencia no debiera despreciar el pasado;
después de todo, debemos el nacimiento de la astronomía al celo
astrológico de nuestros predecesores. Es justo que esta ciencia, en
su madurez y después de un rodeo de dos mil años, nos ayude
ahora a descubrir los verdaderos vínculos que unen al hombre con
el Universo.
CRONOLOGÍA
25000-10000 a. de C. (aproximadamente): Muescas en huesos de reno y en
colmillos de mamut representan las fases de la Luna.
6000 a. de C.: Comienzan las observaciones del cielo por los sumerios.
3000 a. de C.: Predicciones astrológicas de Sargón el Viejo.
2073 a. de C.: Chun, el primer emperador de China, hace un sacrificio a los
«siete rectores» (los planetas).
1800 a. de C.: Construcción de los megalitos de Stonehenge, cerca de
Salisbury (Sur de Inglaterra).
Siglo XIV a. de C.: Los grandes dioses sumerios son Sin, el dios lunar;
Shamach, el dios solar; e Ishtar, la diosa de Venus.
1375 a. de C.: Himno al sol del faraón Ekhnatón.
700-400 a. de C.: Descubrimiento y descripción del zodíaco por los babilonios.
Siglo VI a. de C.: Doctrina de la armonía de las esferas, por Pitágoras (Samos,
Grecia).
Siglo V a. de C.: Primeras máximas astrológicas en Caldea, basadas en el
nacimiento del rey.
409 a. de C.: Fecha del horóscopo babilonio más antiguo que se conoce.
331 a. de C.: Conquista de Caldea por Alejandro de Macedonia.
280 a. de C.: Publicación de Babyloniaca, por Beroso, sacerdote de Marduk en
Babilonia.
220 a. de C.: El griego Carnéades critica la astrología en nombre de la razón.
70 a. de C.: Los primeros horóscopos griegos que tienen en cuenta la hora
exacta del nacimiento.
40 a. de C.: Cicerón publica De Divinatione, en donde expone las principales
críticas científicas de la astrología.
30 a. de C.: El emperador Augusto manda hacer su horóscopo al astrólogo
Thrasyllus; sus sucesores siguen su ejemplo.
10 d. de C.: Publicación de Astronomicon, por Manilius, la primera obra griega
de astrología.
140 d. de C.: Publicación de Tetrabiblos, por Tolomeo, el libro más famoso de
astrología.
Siglo IV d. de C.: San Agustín critica la astrología en nombre de la fe cristiana
en sus Confesiones.
700-1200 d. de C.: El Islam perpetúa la antigua tradición astrológica.
1400-1600 d. de C.: En la religión azteca de México, Quetzalcoatl, la serpiente
emplumada, es considerada como el dios del planeta Venus.
1543 d. de C.: Con la publicación de De Revolutionibus Orbium Caelestium, de
Copérnico, la Tierra deja de ser considerada como el centro del Universo.
1555 d. de C.: Primera edición de las profecías de Nostradamus (Lyon,
Francia).
1571-1630 d. de C.: Tiempo de vida de Johannes Kepler, quien descubrió las
leyes de los movimientos de los planetas y persiguió activamente la creación de
una astrología nueva.
1666 d. de C.: Condena oficial de la astrología por Colbert, ministro de Luis XIV,
en Francia. La astrología es prohibida en la Academia de Ciencias y la
Universidad.
1749-1832 d. de C.: Tiempo de vida del gran poeta Goethe, quien estudió
astrología.
1828 d. de C.: El astrólogo inglés Raphael publica su Manual of Astrology.
1898 d. de C.: El sabio sueco Svante Arrhenius, ganador del premio Nobel de
Física, emprende la primera obra estadística sobre la influencia de la Luna en el
tiempo y en los seres vivos.
1920 d. de C.: Reaparición del horóscopo. Gran éxito de los sacamuelas,
ayudados por la Prensa y demás medios de comunicación de masas.
1920-1940 d. de C.: Obra estadística de A. I. Tchijevsky sobre el papel que
juegan en la vida humana las manchas solares.
1922 d. de C.: Memorándum de los doctores Faure y Sardou a la Academia de
Ciencias sobre la influencia de las manchas solares en las enfermedades
repentinas.
1938 d. de C.: Publicación de Season of Birth, por E. Huntington.
1939-1945 d. de C.: Los nazis tratan de interpretar en favor suyo las profecías
de Nostradamus.
1941 d. de C.: El japonés Maki Takata demuestra la influencia que ejerce un
rayo desconocido del Sol en el suero de la sangre humana.
1948 d. de C.: Frank A. Brown descubre misteriosos ritmos exógenos en las
plantas y los animales.
1950 d. de C.: Giorgio Piccardi comienza a estudiar las relaciones entre el
Cosmos y los experimentos químicos.
1950-1955 d. de C.: Publicación de estadísticas científicas donde se demuestra
la falsedad de los horóscopos.
1957 d. de C.: Se lanzan al espacio exterior satélites que descubren
interacciones hasta entonces desconocidas entre los cuerpos del sistema solar.
1960 d. de C.: Primeros estudios sobre la correlación entre los planetas y las
leyes de la herencia.
1963 d. de C.: El Instituto Francés de Opinión Pública revela que, a pesar de
los esfuerzos de la ciencia, el 43 por ciento de la población cree aún que la
astrología es una ciencia verdadera.
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO PRIMERO

LA RELIGIÓN MÁS ANTIGUA


¿Dónde comenzó la astrología? La respuesta es: en todas partes.
¿Cuándo comenzó? Ha existido desde que el hombre existe, mejor
dicho, antes aún de que el hombre existiese. Cuando el Sol se
eclipsa, los animales se vuelven inquietos y como angustiados;
parecen temer un peligro inminente. Los pájaros dejan de cantar y
los monos abandonan sus árboles, juntándose para sentirse más
seguros, en completo silencio.
La astrología nació del encuentro entre una inteligencia todavía
incapaz de imaginarse el mundo por sí misma y el temor que tal
mundo le inspiraba. Para el hombre primitivo, el cielo estaba lleno
de maravillas extrañas y temibles. Este temor y admiración no eran
del todo injustificados: el poder de los cielos era muy real. Las
primeras civilizaciones humanas dependían del pastoreo y la
agricultura, la pesca o la caza, y, por lo tanto, estaban a merced de
los caprichos de la Naturaleza. El cielo se llenaba de nubes, el rayo
caía hendiendo el espacio, el trueno llenaba el aire. La lluvia venía
en pos del viento y las cosechas eran destruidas. Si los cielos se
mantenían serenos, la sequía secaba las cosechas y atraía la plaga
de la langosta migratoria. En invierno, el aire helado convertía las
gotas de lluvia en cristales saltarines que cubrían la tierra con una
capa espesa y blanca.
Todo cuanto alcanza la memoria está lleno de huellas de los
esfuerzos humanos por interrogar los cielos. Alexander Marshack, el
6 de noviembre de 1964, escribía en la revista Science que las
muescas halladas en ciertos huesos de reno y marfiles de mamut
procedentes del Paleolítico superior representan las fases lunares.
De esa forma vemos que, hace aproximadamente de diez mil a
veinticinco mil años, el hombre con toda probabilidad, observaba y
anotaba ya los ciclos de la Luna*.
A dieciséis kilómetros de Salisbury, en el sur de Inglaterra, está
Stonehenge, una extraña colección de menhires de tres metros y
medio de altura rodeados por cincuenta y seis pequeños pozos,
llamados «los agujeros de Aubrey». Se piensa que este monumento
se remonta al año 1800 a. de C. El profesor G. S. Hawkins, de la
Universidad de Boston, con ayuda de una IBM, ha demostrado que
esas primitivas ruinas pueden ser utilizadas para fijar la posición del
Sol y de la Luna con sorprendente precisión, con un margen mínimo
de error*. Existe menos de una probabilidad por millón de ellas de
que la correlación hallada por el profesor Hawkins sea casual. El
mismo Hawkins escribe:
Los agujeros de Aubrey constituyen un sistema para contar los años, un
agujero por cada año, y predecir los movimientos de la Luna. Quizá se celebrasen
incineraciones en un determinado agujero de Aubrey en el transcurso del año, o,
posiblemente, el agujero contuviese una piedra movible. Stonehenge puede ser
utilizado como un gigantesco computador digital*.

Parece ser, por lo tanto, que Stonehenge era una especie de


observatorio de la Edad de Bronce en el que los sacerdotes
anunciaban la llegada de las estaciones y los eclipses del Sol y de la
Luna. Esta actividad científica no era en modo alguno incompatible
con los ritos religiosos que también se celebraban allí; más bien al
contrario, ambas cosas se relacionaban estrechamente.
Stonehenge nos muestra las dos clases de inquietudes que
nuestros antepasados sentían cuando levantaban la vista hacia los
cielos. Una, científica; la otra, religiosa. El mundo, hostil o favorable,
era siempre indispensable. El hombre primitivo sabía que tenía que
controlarlo de alguna manera. Para conseguir este objeto podía
servirse de dos tácticas: adorarlo o penetrar en sus secretos. La
astrología nació como un medio de combinar estas dos maneras de
ejercer cierta medida de control sobre el mundo. No es exagerado
decir, con la mayoría de los historiadores, que la astrología fue, al
mismo tiempo, la primera religión y la primera ciencia del hombre.
El Sol, la Luna, las estrellas, todos los cuerpos celestes se
convirtieron en objeto de adoración, miedo, esperanza. Su influencia
parecía afectar no sólo el destino del hombre, sino también el futuro
del mundo, amenazándolo con destrucción y prometiéndole vida
nueva. Afectaban a las lluvias, los vientos, los terremotos, las
catástrofes inesperadas. Esta creencia sincretística, expresada
ingenuamente por medio de la incesante interacción entre el
Cosmos y la vida terrestre, se encuentra en todos los pueblos
primitivos.

El Sol
La vuelta del Sol todas las mañanas, su «renacer» después de su
«muerte» la tarde anterior, era saludada con ritos religiosos por los
pueblos más antiguos de que tenemos noticia y aún lo es hoy en las
sociedades primitivas:

Las madres piel rojas levantan en sus brazos a sus hijos recién nacidos, hacia
el Sol. Entre los indios navajos, las muchachas que llegan a la pubertad tienen
que preparar un enorme pastel; mientras está haciéndose, deben correr hacia el
Sol naciente y volver al punto de partida, vestidas de fiesta. Saludar al Sol
naciente era una costumbre normal. Griegos como Sócrates y Dion lo hacían; y
también los chinos, los japoneses y los indios brahmanes*.

En Egipto, el faraón Amenofis IV tomó el nombre oficial de


Ekhnatón, en honor del Sol; este nombre significa «Rayo en el rostro
del Sol». En el año 1375 a. de C., Ekhnatón compuso un himno
famoso en honor de Atón, «el gran vínculo vivo del Sol»:
Este dios único ha hecho la Tierra lejana, los hombres, los pájaros, los
animales... Cuando él se muestra, todas las flores crecen y viven, los campos
florecen cuando se levanta y se regocijan con su presencia, todas las bestias
saltan para saludarle y los pájaros en los pantanos baten sus alas*.

Enterrados bajo sus gigantescas pirámides, los cadáveres de los


faraones Keops, Kefrén y Mikerinos iban, en opinión de sus
contemporáneos, a compartir la vida eterna del Sol. Las pirámides
mismas eran un símbolo del Sol. La fachada más próxima a la
entrada de cada tumba está perfectamente orientada hacia el Sol
naciente. Por lo que se refiere a la gran pirámide de Keops, el error
es de sólo tres grados de arco, cosa casi increíble. En Abu Simbel,
en cierto momento, los rayos del Sol entran en la cámara misma
donde está la tumba de Ramsés II. «Las grandes pirámides, así
como las pequeñas y doradas que están situadas en la punta de los
obeliscos, eran representaciones de los rayos del Sol descendiendo
hacia la Tierra.»*
El dios Sol poniente presentaba un triste contraste. El Sol
descendía «hacia la tierra de los muertos». Cualquier hombre que
se cruzase en su camino desaparecía para no volver. De ahí la
creencia, hallada en todas partes, desde Nueva Zelanda hasta las
Nuevas Hébridas, de que una mirada del Sol poniente podía ser
causa de la muerte del hombre que la recibiese*. Pero, al mismo
tiempo, el Sol podía escoltar las almas de los muertos por las
regiones infernales y traerlas de nuevo, a la mañana siguiente, con
la luz del día.

La Luna
La conducta de la Luna, más extraña aún que la del Sol, fue
constante causa de perplejidad para sus primeros observadores:
La Luna también se movía a través del cielo, entre las estrellas cruzándolas
noche tras noche, mientras que su aparición sufría un cambio misterioso, pasando
de ser una débil hoz en el cielo nocturno a convertirse en el brillante disco de la
Luna llena, que dominaba la noche iluminando la Tierra hasta que comenzaba a
desvanecerse, para convertirse de nuevo en una estrecha cinta de plata y
desaparece con la aurora. Este proceso continuaba repitiéndose en un ciclo
equivalente, según parece, al período menstrual de la mujer*.

Por todas partes, en la Tierra, la Luna ha sido relacionada con los


mismos procesos cósmicos: lluvia, plantas, fertilidad animal. Estas
correspondencias se encuentran

incluso en religiones tan arcaicas y horras de influencias extranjeras como la de


los pigmeos. La fiesta de la Luna nueva celebrada por los pigmeos de África tiene
lugar justo antes del comienzo de la estación de las lluvias. La Luna, que ellos
llaman «Pe», es, según estos salvajes, «el principio de la generación y la madre
de la fertilidad»*.

Entre los habitantes de Papúa «la Luna es el primer marido de las


mujeres». Según ellos, «la menstruación es prueba de las
relaciones que existen entre las mujeres y la Luna»*.
Entre los hititas, la Luna recibía el nombre de Arma, que significa
grande, embarazado. En la India, se creía que la Luna era rey de
todo cuanto crece en la Tierra y protector de todas las cosas vivas.
Su desaparición era considerada como una verdadera enfermedad.
En Camboya, la Luna llena equivalía al comienzo de la buena
suerte, la cúspide en donde todas las cosas tenían su buen
momento.
En el antiguo Egipto, la influencia de la Luna se hacía sentir en
todas partes: se pensaba que estaba representada por varios
dioses. Su crecimiento era llamado «el abrirse del ojo de Horus».
Cuando el ojo del halcón-dios estaba completamente abierto,
comenzaba la Luna llena. Los veinticinco días del ciclo lunar eran
comparados a una escalera con catorce escalones: primero se
subía la escalera hasta llegar a la «apertura completa del ojo», y,
luego, se bajaba, hasta que el ojo quedaba completamente cerrado.
Esto equivalía a los catorce días que tarda la Luna en crecer y,
luego, los otros catorce que culminan con la Luna nueva. Los
eclipses lunares eran considerados presagio de sucesos luctuosos.
Con frecuencia, la Luna misma era considerada peligrosa. La media
Luna se comparaba a veces con un cuchillo, «una hoz de oro en el
campo estrellado». Un manuscrito egipcio pregunta: «¿No es la
Luna un cuchillo? Pues, por lo tanto, puede castigar a los
culpables.»*

Las estrellas
Las principales estrellas y constelaciones también han sido objeto
de adoración. Sus formas y movimientos han dado lugar a
numerosos mitos y ritos. En China
la Osa Mayor o Carro es adorada como deidad propicia. Las mujeres que quieren
tener hijos la adoran. Las coronas epitalámicas están adornadas con la Osa
Mayor, hecha con perlas y esmeraldas. Una pintura antigua de la dinastía Han
muestra a la Osa Mayor como monarca en un carruaje, con varios espíritus
rindiéndole homenaje*.

En Pomerania, todavía se cuenta la siguiente historia:

La Osa Mayor recibe también el nombre de Duemkt. Duemkt era un granjero


malvado que solía tratar a sus servidores y su ganado con la mayor crueldad. A
modo de castigo, fue puesto en el cielo después de su muerte y allí conduce
ahora su carro con la misma temeridad que en vida. Su carro es tirado por tres
caballos y Duemkt cabalga en el de enmedio, pero el grupo va de la manera más
desordenada, como si estuviera a punto de caer sobre la Tierra en cualquier
momento*.

En Egipto, el Nilo, que daba de comer a todo el país, era


considerado dios de la fertilidad:
Pero ¿no era el cielo lo que hacía crecer tan favorablemente el río? Todos los
años, las aguas crecían cuando la reluciente estrella Sirio se levantaba al mismo
tiempo que el Sol. Esto indicaba que las inundaciones del Nilo eran causadas por
la alianza entre las acciones propicias del Sol y de Sirio, alianza que ocurría tan
sólo una vez al año. Entonces, era el momento en que el suelo reseco de Egipto
cobraba nueva vida. Por eso, el Año Nuevo egipcio tenía lugar en la fecha en que
Sirio se levantaba con el Sol*.

Las siete estrellas de las Pléyades han sido adoradas desde el


comienzo de la Historia. Los griegos les dieron los nombres de las
siete hijas de Atlas, que se suicidaron y fueron convertidas en
estrellas. Una narración popular danesa cuenta de esta manera el
motivo de que la constelación sea invisible parte del año:
Había una vez una muchacha que tenía siete hijos ilegítimos. Un hombre la vio
y le dijo: «Buenos días tengáis, tú y tus siete bastardos.» Para castigarle, Dios le
convirtió en cuco. Los hijos fueron convertidos en ángeles y puestos en el cielo.
Durante la estación veraniega, cuando el cuco canta, las Pléyades se vuelven
invisibles*.

Entre los aztecas de América Central, las Pléyades eran usadas


como pretexto para celebrar los ritos más horribles. El paso de las
estrellas a través del meridiano era señal del comienzo de los
sacrificios humanos:
En el fondo de sus almas, los antiguos mexicanos no podían tener confianza en
el futuro. Su mundo era demasiado frágil, siempre expuesto a una catástrofe.
Cada cincuenta y dos años, el pueblo de todo el Imperio sucumbía al terror,
temiendo que a la última puesta de sol de aquel «siglo» no siguiese una nueva
aurora. Los fuegos se apagaban en las ciudades y en el campo, mientras las
muchedumbres, aterrorizadas, se congregaban en torno de la falda del monte
Ulxachtecatl. En su cima, los sacerdotes observaban la constelación de las
Pléyades. A una señal del sacerdote-astrónomo, un prisionero era extendido
sobre el altar. Después, le clavaban un cuchillo de piedra en el pecho con un
sordo ruido y sobre la herida abierta se pasaba un palo encendido. Y, entonces, la
llama se agitaba, como si surgiese del pecho hendido, y entre el clamor jubiloso,
los mensajeros encendían antorchas y corrían a propagar el fuego sagrado a los
cuatro extremos del valle central. El mundo, una vez más, había escapado a la
destrucción*.

Religiones indias
Desde el comienzo de la historia, el pensamiento humano se ha
visto dominado por la creencia de que los movimientos astrales
están relacionados con todos los fenómenos terrestres, que son
ellos quienes dirigen la agricultura, la labranza, la salud y el orden
social. Berthelot ha dado a esta creencia el nombre de astrobiología.
Las grandes religiones de la Humanidad están impregnadas aún de
esta primitiva astrología. Los textos antiguos de la India y China son
buena prueba de ello.
Es fácil encontrar ideas astrológicas en los libros religiosos
hindúes. Los Vedas dicen que la fecha de los sacrificios son la Luna
nueva y la Luna llena. Los cuerpos celestes son los guardianes de
rita, que ha nacido de la unión de los órdenes cósmicos y social: «A
través del cielo, va el camino duodécuplo de rita, que nunca
envejece: el año.»

Para el hombre védico, el cielo y la Tierra, los bosques y las montañas, las
aguas de los mares y los ríos, las plantas y los animales están habitados por el
espíritu de las fuerzas cósmicas, dirigidas por la fuerte personalidad de Indra, dios
del trueno y el rayo, que gobierna desde su trono, situado en las nubes. Bajo él,
están los ocho Adityas, los cuerpos celestes, que son hijos de la diosa Aditi. Entre
ellos, está Mitra-Varuna, la pareja primigenia, que representan la Tierra y el cielo;
luego, los cinco planetas y Surya, el Sol. Ushan, la aurora, camina ligeramente
todas las mañanas hacia el este, para abrir las puertas celestiales con el fin de
que su amante, Surya, pueda entrar; todas las noches, Ratri vuelve a cerrarlas,
dejando penetrar en su dominio a la noche*.

En los Upanishads, Brahma es llamado «el hálito dominante del


Cosmos». La famosa danza cósmica de Shiva, tan frecuentemente
plasmada en la escultura, es símbolo de los movimientos rítmicos
del Universo, a los que el hombre se asocia por medio de la danza.
La svástica o cruz gamada es también un antiguo símbolo cósmico y
religioso de la India. Representa el curso circular del Sol en torno de
los cuatro puntos cardinales.

Filosofía china
En China, «los ritmos cósmicos revelan el orden, la armonía, la
permanencia y la fertilidad. El Cosmos en su totalidad es un
organismo vivo, real y sagrado»*. Ya más de dos mil años antes de
Cristo, la astrología era la base del orden establecido. El título del
emperador era «Hijo de los Cielos». Una de sus principales
funciones consistía en cuidar de que continuasen las buenas
relaciones entre los movimientos celestes y los asuntos humanos. El
emperador era objeto de predicciones astrológicas y celebraba
sacrificios a los dioses del cielo:
La mención más antigua que se conoce de esos sacrificios está en los Anales
de Bambú, un manuscrito muy antiguo descubierto en la tumba de un príncipe que
data del año 281 d. de C. En él se menciona que en el año 2073 a. de C., cuando
Chun sucedió a Yao, el primer emperador histórico de China, inauguró su
gobierno ofreciendo un sacrificio al «Soberano del Cielo». Chun visitaba con
frecuencia las cuatro montañas sagradas situadas en los cuatro puntos
cardinales, examinando la situación propicia de los «Siete Rectores» (la Luna, el
Sol y los cinco planetas), y hacía un sacrificio a los «seis meteoros» (el viento, las
nubes, el trueno, la lluvia, el frío y el calor)*.

Las grandes religiones chinas están empapadas de ideas


astrológicas como el emperador mismo. A este propósito, Confucio
dice: «El que gobierna por medio de la virtud es como la estrella
polar, que está siempre inmóvil en su sitio, mientras todas las demás
giran en torno a ella.» Otro moralista chino aconseja: «Amad todo lo
que hay en el Universo, porque el Sol y la Tierra son uno y el mismo
cuerpo.»
Kuan-Tse, el famoso escritor taoísta, dice: «El Tao (el camino)
que es revelado por la dirección del Sol a través de los cielos
también se revela en el interior del corazón del hombre... Es la
energía vital que da existencia al ser. En la tierra, hace crecer las
cinco cosechas; allá arriba, rige el camino de las estrellas.» El Tao,
por lo tanto, es la energía vital de todo el Universo y también del
hombre. En China, como en la India y en otras culturas, se creía que
el aire estaba lleno de granos de vida que descendían del cielo y,
por esta razón, se consideraba importante hacer ejercicios
respiratorios.
Esta teoría, vinculando el macrocosmos (el Universo) con el
microcosmos (el cuerpo humano), tenía ciertas aplicaciones
prácticas. Como explica el famoso orientalista Henri Maspero:

Los magos taoístas de los primeros siglos de nuestra era pensaban que en las
diversas partes del cuerpo humano vivían dioses que, al mismo tiempo, eran
dioses también de los cielos, la Tierra, las constelaciones, las montañas y los ríos.
Por medio de la meditación se podía ver a los dioses cósmicos que habitaban
fuera del cuerpo y también se podía aprender así de ellos los preceptos
fisiológicos de cordura moral y salud que permitían al hombre echar de su cuerpo
a los malos espíritus y dañinas influencias. Alimentándose de «aliento» y no de
bastos alimentos uno podía purificarse; exponiéndose a la luz del Sol o de la
Luna, uno se podía llenar el cuerpo de influencias celestes. Así, purificado y
fortalecido, uno podía ascender a los cielos, donde se gustaba la vida eterna con
cuerpo y alma*.

En todas estas religiones, la principal preocupación es armonizar


al hombre con el Cosmos, el espacio y el tiempo. Estos sistemas
son tan curiosamente semejantes en sustancia como diversos en
forma. Éste es el motivo de que no se pueda hablar de una sola
astrología, sino de muchas: la egipcia, la mexicana, la india, la
china... Pero ninguna de ellas se ocupa de lo realmente astrológico,
esto es, de la predicción con ayuda de las estrellas. Entre todas
estas religiones antiguas sólo una, que contenía lo que ahora
llamamos astrología, ha sobrevivido hasta nuestros días: el
concepto caldeo del Universo.
CAPÍTULO II

LA CIENCIA MÁS ANTIGUA


En Babilonia, el antiguo imperio de Mesopotamia, muy por
encima del tráfago urbano, estaban los observatorios, mágicas
atalayas desde donde los sacerdotes estudiaban día y noche, sin
interrupción, los movimientos de las estrellas. Esas torres eran
llamadas zigurats, o sea, «montañas cósmicas». Las de Ur, Uruk y
Babilonia tenían, según parece, ochenta y tres metros de altura.
Constaban de siete terrazas superpuestas, representación de los
siete cielos planetarios. Subiendo a la cima, el sacerdote podía
llegar a la cúspide del Universo como lo concebían los caldeos. Esta
arrogante creencia fue ridiculizada por la Biblia en la leyenda de la
Torre de Babel, que era el nombre antiguo de Babilonia*, que se
pretendía hacer llegar hasta el mismo cielo. Los sacerdotes, que
hacían de mediadores entre los cielos y el rey, tenían que observar
el curso celeste de las estrellas con objeto de averiguar la voluntad
de los dioses. Así nació la astrología, hace cinco mil años, en
Caldea.
La astrología fue la primera ciencia de los cielos. Estaba
impregnada de magia, indudablemente, pero a pesar de todo era
una ciencia. Los caldeos desarrollaron el sistema zodiacal, que aún
es usado por los astrónomos modernos, y percibieron la diferencia
que existe entre los planetas y las estrellas fijas. Pero, al mismo
tiempo, atribuyeron tanto a los signos del Zodíaco como a las
estrellas poder sobre los destinos humanos. Pequeñas tablillas de
arcilla con inscripciones cuneiformes, aún intactas, han conservado
una serie de predicciones sistemáticamente codificadas que
constituyen los primeros elementos de la astrología. Así, al
comienzo de su largo viaje, la ciencia «emerge en forma de Jano, el
dios de las dos caras, guardián de puertas: el rostro delantero, alerta
y observador, mientras que el otro, soñador y de ojos vidriosos, mira
en dirección opuesta»*.
Los descubrimientos astronómicos de los caldeos y sus
transcripciones astrológicas fueron un avance fundamental. Gracias
al trabajo imaginativo y paciente de muchos orientalistas, sobre todo
A. Sachs y B. van de Waerden, las tablillas de arcilla nos han
revelado sus secretos, permitiéndonos exponer el desarrollo de la
astrología caldea.

Los signos celestes


En el mapa moderno, Caldea ocuparía aproximadamente la
extensión de Irak. Muchas civilizaciones se han sucedido en esa
parte del mundo. Hace más de seis mil años, estaba habitada por
los sumerios, pueblo de pastores y agricultores. Los sumerios
adoraban sobre todo las fuerzas vitales de la fertilidad. También
conocían el vínculo misterioso que existe entre los ciclos anuales de
crecimiento y los ciclos celestes: las cosechas dependen de las
estaciones y las estaciones dependen de los movimientos del Sol. Y
además, por supuesto, está la Luna, cuya aparición en el cielo
nocturno trae consigo la dulzura de la noche y el descanso después
de la ardiente luz del día. Había también «una gran diosa, hija o
esposa del cielo, que no tardó en convertirse en la diosa de la
fertilidad*. Su hogar se pensaba que era el planeta Venus. «La gran
tríada de aquel país eran Sin, el dios lunar, masculino, y el más
poderoso de todos, Shamach, el dios solar, femenino, e Ishtar, la
diosa del amor. Los símbolos de estas tres divinidades aparecen en
relieve, en piedra, desde el siglo XIV a. de C.»*
A Sin se le representaba como un hombre fuerte, con barba de
lapislázuli, que cruzaba el cielo en su lancha, la media Luna.
Shamach, su hija, regía el año, decidiendo su longitud por el sistema
de girar en torno al cielo en 365 días. Ishtar enviaba su luz desde el
reluciente planeta Venus.
Los babilonios, que sucedieron a los sumerios, desarrollaron
considerablemente el arte de la predicción. Intentaron por todos los
medios imaginables predecir el futuro. «La información que hoy
deducimos del manejo de complicados instrumentos se obtenía en
otros tiempos a través de los sacerdotes babilónicos. La adivinación
era una ceremonia oficial.»* Algunas de las maneras que se
utilizaban entonces para predecir el futuro eran la interpretación de
los sueños, el análisis de hígados de animales, nacimientos
anormales, el vuelo de las aves y síntomas físicos. Por ejemplo, en
una tablilla de arcilla se lee: «Cuando la oreja derecha de un hombre
silba es indicio de que ha sido ligado por un encantamiento
mágico.»* Sin embargo, los sucesos realmente importantes eran
anunciados por el cielo. Los signos celestes eran considerados de
máxima importancia, y para gobernar bien el país era necesario
saber predecir sus movimientos, lo que implicaba el estudio
concienzudo de los ciclos celestes; la repetición de los movimientos
estelares anunciaba la vuelta de sucesos anteriormente
relacionados con esos movimientos. Esta perentoria necesidad
explica el descubrimiento por los caldeos de los movimientos
celestes.

El origen del Zodíaco


Los sacerdotes-astrónomos caldeos dividían el cielo en tres
largas franjas, que llamaban «los caminos celestes»: en el medio
estaba el camino de Anu, flanqueado por los caminos de Enlil y Ea.
Vigilando el cielo noche y día, esos sacerdotes acabaron dándose
cuenta de que tanto el Sol como la Luna se movían siempre a lo
largo del camino de Anu. Por eso, dieron particular importancia a la
franja celeste que estos dos grandes dioses escogían para sus
viajes. Las constelaciones que el Sol y la Luna cruzaban en su
camino adquirieron también un significado especial para los caldeos.
El camino de Anu no era sino la primera versión del Zodíaco que
los astrónomos modernos usan ahora: un espacio de dieciséis
grados de anchura que contiene el camino constantemente repetido
del Sol, la Luna y los planetas. Los caldeos observaron esto con
gran exactitud. Van der Waerden, especialista en textos
cuneiformes, dice en su History of Zodiac:
El cinturón zodiacal, con sus constelaciones, ya era conocido en Babilonia en el
año 700 a. de C. La primera tablilla de la serie llamada MulApin menciona «Las
constelaciones del camino de la Luna» de la siguiente manera:
el arbusto peludo = Pléyades.
el toro de Anu = Tauro
el verdadero pastor de Anu = Orión
el viejo = Perseo
hoz-espada = Auriga
los grandes gemelos = Géminis
Prokyon o Cáncer
león o leona = Leo
surco = Spica
balanza = Libra
escorpión = Escorpión
arquero = Sagitario
pez caprino = Capricornio
gran estrella o gigante = Acuario
las colas = Piscis
la gran golondrina = Pegaso
la Diosa Anunitum = Piscis + la parte media de Andrómeda
el alquilón = Aries.
De hecho, todas las constelaciones mencionadas corresponden al cinturón
zodiacal, con la excepción de Orión, Perseo y Auriga*.

Poco después, los doce signos aparecieron en la misma forma


que tienen actualmente para nosotros. Son mencionados por
primera vez en el documento VAT 4924, con fecha del año 419 a. de
C. y con los nombres de Aries, Pléyades, Géminis, Praesepe, Leo,
Spica, Libra, Escorpion, Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis.
Como indica Van der Waerden, esos «signos babilonios son todos
estrictamente de la misma longitud», o sea, al igual que hoy. Era un
notable marco abstracto de observación. El único cambio en la
nomenclatura tuvo lugar cuando los griegos sustituyeron las
Pléyades, Praesepe y Spica por Tauro, Cáncer y Virgo
respectivamente*. Sachs dice a este propósito que «la invención del
Zodíaco, que ha resultado ser tan fructífera para la astronomía y la
astrología, es un indicio del espíritu nuevo e indagador que reinó
durante este período (600-300 años a. de C.)»*
Los nombres de los doce signos fueron dados a los racimos de
estrellas que se encuentran en el camino de Anu siguiendo ciertas
reglas mágicas. La fantástica mitología de los babilonios, descrita
por primera vez en la famosa Epopeya de la creación, dio los
extraños personajes. Pero, ¿por qué doce signos? Van der Waerden
dice que, originariamente, correspondían a los doce meses del
calendario babilónico: «La idea de que existe cierta correlación entre
los meses y las constelaciones es muy antigua. Se remonta a las
llamadas listas del Astrolabio (1100 a. de C., o antes incluso).»*
Pero el uso del Zodíaco no se limitó al calendario; su influencia
creció con el tiempo. Se suponía que cada uno de sus signos ejercía
influencias muy definidas sobre la Tierra. Las reglas por las que se
regía el arte de la predicción eran una mezcla de observaciones y
analogías. Por ejemplo, la forma de Escorpión recordaba al
sacerdote caldeo el odiado insecto cuyas tenazas parecían
diseñadas en el cielo por dos estrellas brillantes. El escorpión
celestial era considerado tan temible como el venenoso escorpión
del desierto: «Si Marte se acerca a Escorpión el rey tiene que morir
de una picadura de este insecto.»* Spica, o el surco (que más tarde
pasó a ser el signo de Virgo), era relacionado con la cosecha. Los
caldeos cosechaban en febrero, época en que Spica era «el signo
que se aparecía sonriente a los agricultores en cuanto el Sol se
ponía.»*
W. Peuckert propuso una explicación para la influencia del signo
de Piscis:
Se creía que cuando, un año cualquiera, los peces no se reproducían
normalmente, la constelación de Piscis apenas relucía. Por lo tanto, viendo en
esto una causa, dedujeron la fórmula: Cuando Piscis se vela, los peces
escasean*.

De la misma manera, la posición de Libra (la balanza) influía en el


peso del trigo y en el precio de las cosechas. También se puede
añadir que los signos que corresponden a la estación invernal en
nuestro hemisferio, que es un período de lluvias frecuentes, se
relacionan sin excepción con el agua: Capricornio (pez caprino),
Acuario y Piscis obstruyen el camino solar entre el 20 de diciembre y
el 20 de marzo.
A través de los siglos, los significados asociados a los signos de
las constelaciones en el camino que cada año recorre el Sol fueron
haciéndose cada vez más precisos. Cuando Alejandro de
Macedonia conquistó Caldea en el año 331 a. de C., los griegos
codificaron el sistema en la forma en que aún lo usamos nosotros.
En el próximo capítulo volveremos a tratar de este período.

Los seres brillantes


Escrutando el camino de Anu los sacerdotes notaron que había
algunas estrellas que se movían a lo largo del Zodíaco de la misma
manera que el Sol y la Luna. Estos misteriosos objetos, que relucían
más que la mayoría de las estrellas, eran los planetas. A causa de
su extraña conducta recibieron el nombre de bibbu, o sea, chivos
salvajes, como contraste con el rebaño tranquilo de las estrellas
fijas, que siempre estaban en el lugar del firmamento que les
correspondía. No sólo los bibbu pasaban por entre las
constelaciones, igual que Sin y Shamach, siguiendo una ruta de lo
más irregular, sino que, a veces, uno se detenía o incluso volvía
sobre sus pasos en el camino de Anu, estándose luego quieto
durante unos meses antes de volver a ponerse en movimiento. La
astronomía moderna ha explicado el «cambio de velocidad» de los
planetas calificándolo de ilusión óptica: «Es la órbita anual de la
Tierra la que cambia la perspectiva de los planetas vistos contra el
telón de fondo de las constelaciones. La velocidad de la Tierra,
combinada con la propia velocidad del planeta, decide los
movimientos aparentes de éste.»* Pero lo que los caldeos veían era
tan sólo el movimiento aparente, y les interesaba sobremanera. Los
planetas se conducían como seres vivos: eran, evidentemente, la
morada de dioses cuya aparición en el cielo anunciaba intenciones
favorables o desfavorables. Por ese motivo, cada planeta fue
relacionado con un dios cuidadosamente seleccionado de la
mitología caldea. La nomenclatura no era producto del azar. Se
escogía
sobre la base de semejanzas imaginadas entre la luz, el color, la posición, la
conducta —iba a decir las costumbres— de esos planetas vagabundos —reyes de
las estrellas— y las características de los dioses creados por la misma
imaginación*.

Venus, el más brillante de los planetas, fue el primero en recibir


sus atributos. Era, como hemos dicho, la morada de Ishtar, diosa de
la fertilidad y de la fecundidad desde los tiempos más remotos. Los
sacerdotes experimentaban ciertas dificultades en seguir a Mercurio,
ya que este planeta, el más cercano al Sol, está oculto con
frecuencia tras la luz solar, que es más fuerte. Los caldeos decían
que era la morada de Nego, un dios muy poco de fiar, tímido, astuto
e inconstante. El planeta Marte se convirtió en la morada de Nergal,
el dios de la guerra, peligroso, malo y violento. Su luz rojiza y sus
repentinos cambios de dirección crearon una impresión muy
desfavorable en los observadores de los zigurats. El planeta Júpiter
tiene una luz clara y cruza el camino de Anu siguiendo una órbita
majestuosa que es la que más se aproxima a una elipse. Por lo
tanto, fue relacionado con Marduk, el rey de los dioses, cuya cólera
era terrible y cuyo poder no conocía límites. También se convirtió en
el planeta del rey caldeo, cuyo destino se podía leer en su carrera.
Finalmente, en los bordes helados del horizonte, se mostraba
vagamente Ninib, nuestro pálido y amarillo planeta Saturno, el último
planeta visible al ojo humano. Su lenta carrera a lo largo del
Zodíaco, por causa de la distancia que le separa de la Tierra, le
daba el aspecto de un hombre viejo y renqueante. Los caldeos
creían que Ninib sustituía al Sol cuando éste se ponía y llamaron al
fantasma sustituto del dios Shamach «el sol de la noche». Ése es el
motivo de que pasara por ser poderoso, a pesar de su tamaño, y se
le echara la culpa de tempestades y catástrofes.
Cada uno de los cuerpos celestes era rey de una planta, una
especie animal, una piedra preciosa y un color. Además, «ciertas
acciones, funciones y profesiones, así como también cada día y
cada hora, estaban asimiladas al ciclo de una divinidad»*.
Las primeras máximas astrológicas que poseemos se remontan
al año 3000 a. de C. Las más famosas son las predicciones de
Sargón el Viejo (2470-2430 a. de C.). Se refieren casi
exclusivamente a presciencias basadas en la aparición del Sol y de
la Luna:
Si la Luna es visible la primera noche del mes, el país vivirá en paz; el corazón
del país se regocijará. Si la Luna aparece rodeada de un halo, el rey reinará sin
rivales.
Si el Sol poniente parece el doble de grande que de costumbre y tres de sus
rayos son azulados, el rey del país está perdido.
Si la Luna es visible el décimo día, hay buenas noticias para la tierra de Akkad,
malas noticias para Siria*.

Gradualmente, estas predicciones fueron siendo codificadas y


divididas en varias secciones. La colección babilónica llamada Anu-
Ea-Enlil, por ejemplo, tiene toda una sección, llamada «Adad», el
nombre del dios de las montañas, dedicada a predecir el tiempo:

«Si la Luna está rodeada de un halo oscuro, el mes será nuboso y lluvioso.»
«Si truena en el mes de Shebat, habrá plaga de langosta.»

Otras secciones están dedicadas a política exterior:

«Si Marte es visible en el mes de Tammuz (junio-julio), el lecho del guerrero


seguirá frío» (es decir, que habrá guerra).
«Si Mercurio es visto al Norte, habrá muchos cadáveres; el rey de Akkad
invadirá un país extranjero.»

Tampoco se olvidaba la política local:

«Si Marte se acerca a Géminis, morirá un rey y habrá rivalidades.»

Algunas predicciones se referían a la economía y al costo de la


vida:
«Si Júpiter parece entrar en la Luna los precios bajarán.»*

A medida que transcurría el tiempo, la astrología continuó


creciendo en influencia. Los reyes mismos cooperaban en esto
haciendo preguntas a los sacerdotes sobre el futuro del país.
Sabemos algunas de las respuestas que daban los astrólogos
reales gracias a las cartas conservadas en tablillas de arcilla. He
aquí la predicción de un cierto Zakir, enviada al rey Senaquerib
(carta 1214):

«En el mes de Tammuz, en la noche del décimo día, Escorpión se aproximará a


la Luna. Esto significa que si Escorpión se acerca al cuerno derecho de la Luna
creciente, el año verá el comienzo de una plaga de langosta que destruirá la
cosecha.»*

Más adelante, los reyes, no contentos con predicciones tan


impersonales, comenzaron a desear, junto con sus principales
dignatarios, levantar los velos del destino y averiguar su hado
personal.

El futuro del rey


Alrededor del siglo V a. de C., aparecieron por primera vez
máximas que relacionaban el día del nacimiento de cada hombre
con su posible destino. Al principio, estas predicciones estaban
dedicadas, como es lógico, sólo a los reyes. Las predicciones se
basaban en los movimientos de los planetas. He aquí unos
ejemplos, traducidos por Sachs:

Si un niño nace cuando ha salido la Luna (su vida será), brillante, excelente,
regular y larga.
Si un niño nace cuando ha salido Júpiter (su vida será), regular, buena; será
rico, envejecerá, (sus) días serán numerosos.
Si un niño nace cuando ha salido Venus (su vida será), excepcionalmente
tranquila; en dondequiera que esté, todo le será favorable, (sus) días serán
numerosos*.

En general, la subida por el cielo de los cuerpos celestes era


considerada como favorable porque, entonces, las características
positivas de los dioses estaban en su apogeo. Por el contrario, la
puesta de los mismos cuerpos celestes se consideraba de mal
agüero. Las tablillas de arcilla en que estaban inscritas las
predicciones basadas en la puesta de los planetas se han perdido,
pero sabemos la mala influencia que se atribuía a la puesta de los
planetas por predicciones basadas en los movimientos de dos
planetas al tiempo, uno de los cuales sube mientras el otro
desciende:
«Si un niño nace cuando Júpiter sale y Venus se ha puesto, todo
le irá excelentemente bien a ese hombre; su esposa le abandonará
y...» El resto del fragmento se ha perdido, pero su significado está
claro. Hemos visto que Júpiter representa al rey. Sale cuando
Venus, su esposa, desaparece en el horizonte: «Su esposa le
abandonará», es decir, morirá antes que él.
La puesta de Júpiter es de mal agüero para el rey: «Si un niño
nace cuando sale Venus y Júpiter se pone, su esposa será más
fuerte que él.» Venus, cuando asciende, domina al esposo, Júpiter,
que está desapareciendo en la oscuridad.
Han sido halladas algunas predicciones reales basadas en los
doce signos del zodíaco. No sabemos en qué circunstancias fueron
hechas exactamente, pero muestran algunas diferencias claras en el
significado que tenía cada signo para el destino humano:
«El lugar de Aries: muerte en su familia,
El lugar de Tauro: muerte en la batalla,
El lugar de Géminis: muerte en la prisión...»

Por otra parte:

«El lugar de Leo: envejecerá,


El lugar de Libra: días gratos...»*.

Así, pues, todo estaba en orden; los planetas y las constelaciones


tenían cada uno su sistema propio de influencia.

Los primeros horóscopos


Poco a poco, el deseo de conocer su futuro personal hizo que la
gente aceptara la creencia de que, al nacer, el cielo, con todos sus
componentes, contenía una síntesis de las intenciones del dios, y
también que la posición relativa del Sol, de la Luna y de los planetas
en la fecha del nacimiento o de la concepción de cada uno podía
indicar el curso de su vida. Así, los horóscopos —que han influido
en nosotros hasta nuestros días— deben su origen a los babilonios.
«Es ineludible la conclusión —afirma Van der Waerden— de que la
astronomía horoscópica tiene su origen en Babilonia durante el reino
persa»*. En Babilonia, la dominación persa comenzó en el año 539
a. de C.
La colección de horóscopos babilónicos traducida por Sachs data
del año 409 al 141 a. de C., y es una fuente insuperable de
documentación. No son todavía horóscopos como los que nosotros
conocemos, ni como los que conocían los griegos. Como escribe
Sachs: «Ningún horóscopo babilónico menciona el Horoscopus (el
signo zodiacal calculado o el punto que ascendía en el momento del
nacimiento), como tampoco ninguna de las posiciones astrológicas
secundarias que tienen un papel importante en la astrología
grecorromana»*. A pesar de todo, la estructura esencial es la
misma. He aquí un ejemplo de horóscopo publicado por Sachs. El
nacimiento a que se refiere tuvo lugar el 3 de junio del año 234 a. de
C.:

Año 77 de la Era seléucida, mes de Siman, desde el cuarto día, en la última


parte de la noche del quinto día, nació Aristócrates.
Ese día: la Luna en Leo. El Sol en 12,30° en Géminis.
La Luna vuelve su rostro desde el centro hacia arriba; (habrá) destrucción.
Júpiter en 18º Sagitario. El lugar de Júpiter significa: (su vida será) regular,
buena; será rico, llegará a viejo. (Sus) días serán numerosos.
Venus en 4° Tauro. El lugar de Venus significa: dondequiera que esté todo le irá
bien; tendrá hijos e hijas.
Mercurio en Géminis con el Sol. El lugar de Mercurio significa: el valiente será
el primero en categoría, será más importante que sus hermanos.
Saturno: 6° Cáncer. Marte: 24° Cáncer... (el resto de las predicciones ha sido
destruido).*

Con el comienzo de la historia de los horóscopos, la de la


astrología caldea, que comenzó en el tercer milenio a. de C. con
predicciones sobre el tiempo, el éxito de las cosechas y el destino
del país en su conjunto, termina. Más tarde incluirá en su objetivo la
predicción del destino de los reyes. Con la conquista de Caldea por
los guerreros griegos de Alejandro de Macedonia en el año 331 a.
de C., pasó a predecir también el futuro de los individuos. Ésta es la
astrología que los griegos aprendieron y transformaron, con su
genio excepcional, en un conjunto de conocimientos complejos y
precisos. Hicieron de la astrología y el arte de hacer horóscopos una
rama del conocimiento casi idéntica a la que se practica en la
actualidad.
CAPÍTULO III

DE LA ARMONÍA DE LAS ESFERAS AL


HORÓSCOPO
Hasta el siglo IX a. de C., aproximadamente, no aprendieron los
griegos a reconocer los cinco planetas. Llamaron a cada uno de
ellos guiándose por su aspecto, sin relacionarlos con conceptos
astrológicos. Homero, por ejemplo, dio a Venus dos nombres:
«Heraldo de la Aurora» y «Vespertina», según fuese visible por la
mañana o por la noche. Los griegos, en aquel tiempo, no se habían
dado cuenta aún de que las dos estrellas, distintas en apariencia,
eran en realidad el mismo planeta, que precedía unas veces y otras
seguía el curso del Sol. Mercurio era llamado «La Estrella
Pestañeante»; Marte, «La Estrella Fiera», por causa de su color
rojo; Júpiter, «Estrella Luminosa», y Saturno, «Estrella Brillante».
Los griegos no eran observadores tan pacientes como lo habían
sido en su tiempo los caldeos. Distinguían las constelaciones de
manera vaga y apenas sabían distinguir los planetas de las
estrellas:
Incluso el Sol y la Luna, aunque son considerados divinidades igual que los
poderes todos de la Naturaleza, ocupan un lugar muy secundario en la religión
griega. Selene (la Luna) no parece haber sido objeto en ningún sitio de un culto
organizado, y en los pocos lugares donde Helios (el Sol) tenía templos, como, por
ejemplo, la isla de Rodas, cabe sospechar razonablemente la existencia de una
influencia extranjera*.

Por el contrario, los griegos, mucho más que los caldeos se


interesaban por encontrar la causa final de las cosas. Muchos
pensadores comenzaron a representar el Universo por medio de
modelos mecánicos, abandonando las primitivas explicaciones
mitológicas. Anaximandro (610-547 a. de C.), por ejemplo, veía a la
Tierra en forma de cilindro rodeado de aire, y en el Sol no veía otra
cosa que el agujero axial de una gigantesca rueda. Anaxímenes,
contemporáneo suyo, pensaba que las estrellas estaban como
clavadas a una esfera de cristal transparente que rotaba en torno de
la Tierra.
Estos antiguos filósofos fueron seguidos, en el siglo VI a. de C.,
por Pitágoras de Samos. Su famosa teoría de la «armonía de las
esferas» ejerce aún misteriosa influencia en lo más profundo del
subconsciente. El universo pitagórico era una esfera que contenía a
la Tierra y su atmósfera:

En torno a ella (la esfera), el Sol, la Luna y los planetas giran en círculos
concéntricos, cada uno sujeto a una esfera o rueda. La rápida revolución de cada
uno de estos cuerpos causa un silbido o zumbido musical en el aire.
Evidentemente, cada planeta zumba o silba en un tono distinto, según la
correlación de su órbita, de la misma manera que el tono de una cuerda depende
de su longitud. Así, pues, las órbitas en que se mueven los planetas forman una
especie de lira gigantesca cuyas cuerdas están curvadas circularmente.*

Que la armonía de las esferas sea considerada una invención


poética o un concepto científico carece de importancia; lo
verdaderamente importante es que introdujo un elemento religioso
en la observación de las estrellas. En un período posterior, Platón
vio al Sol y las estrellas no como cuerpos celestes, sino como
dioses. Aristóteles también defendió el concepto de la divinidad de
las estrellas, añadiendo: «Este mundo está inevitablemente
vinculado a los movimientos del mundo superior. Todo el poder de
este mundo está gobernado por esos movimientos.»

La influencia de Beroso
Los filósofos que creían en la divinidad de los cuerpos celestes
no miraban al cielo para averiguar el futuro. A pesar de todo, esta
nueva actitud con respecto a los astros abrió la puerta a las
creencias populares sobre la adivinación astrológica. La relación
entre las órbitas celestes inmutables y su origen divino fue un golpe
mortal asestado a los dioses de la mitología griega tradicional.
Como consecuencia de la conquista de Caldea por Alejandro en
el año 331 a. de C., los griegos abandonaron rápidamente sus
antiguos dioses mitológicos, protectores de la familia y de la ciudad,
con objeto de adorar el cielo. Los caldeos, vencidos, impusieron sus
ideas astrológicas a los griegos vencedores. Hacia el año 280 a. de
C., Beroso, sacerdote del templo de Marduk, en Babilonia, fue a la
isla de Cos, donde Hipócrates, el creador de la medicina, había
enseñado dos siglos antes. Beroso injertó la astrología caldea en la
medicina hipocrática. En Cos, escribió tres gruesos volúmenes en
griego titulados Babyloniaca, en los cuales resume el contenido de
las tablillas de arcilla que se guardaban en los archivos de su patria
y en los anales de los reyes antiguos.
Beroso no olvidó la astrología. La escuela de Beroso ejerció gran
influencia en la antigüedad griega. Muchos investigadores se
convirtieron en discípulos de los caldeos, y los más entusiastas
entre ellos fueron los estoicos. Se debió principalmente a su
influencia el hecho de que la astrología fuese aceptada más tarde
por los romanos. A este respecto, el historiador Franz Cumont dice
lo siguiente:
El estoicismo concebía el mundo como un gran organismo, cuyas fuerzas
«simpáticas» actuaban y reaccionaban necesariamente entre sí, por lo que era
natural que atribuyese una influencia predominante a los cuerpos celestes, lo más
grande y poderoso que hay en la Naturaleza, y el destino, relacionado con la
infinita sucesión de causas, encajaba perfectamente también con el determinismo
de los caldeos, fundado sobre la regularidad de los movimientos siderales*.

Babilonia, incendiada de nuevo en el año 125 a. de C.,


desapareció de la historia. Pero antes de morir plantó hondamente
la semilla de la astrología en la tierra griega. Por su individualismo,
su curiosidad por toda idea nueva y su inclinación al razonamiento
sutil los griegos no se contentaron con heredar simplemente la
astrología caldea; la modificaron. En respuesta a las presiones de
un populacho cuyos miembros querían conocer su destino, la
astrología, en Grecia, se convirtió en un arte complejo.

Astrología en Roma
Pero las ruedas del destino siguen girando. Tan sólo dos siglos
después de haber conquistado el mundo, Grecia, a su vez, es
vencida y ocupada por las legiones romanas. La antorcha de la
astrología pasa ahora a los romanos, de la misma manera que antes
había sido recibida por Grecia de manos de los babilonios
derrotados. La historia de la astrología en Roma nos es bien
conocida gracias a las obras de Bouché-Leclercq y Fr. H. Cramer.
La astrología comenzó a infiltrarse en Roma por medio de
esclavos de origen griego. Éstos, en su mayoría, eran sacamuelas
sin verdadero conocimiento de lo que explicaban, y predecían
cualquier cosa a quienquiera que fuese. Al principio, su éxito se
limitó a las clases bajas; los ciudadanos cultos menospreciaban
tales actividades. Eran llamados despectivamente «astrólogos de
circo», ya que la mayor parte del dinero que ganaban era
prediciendo el resultado de las carreras de cuadrigas, en que los
romanos apostaban grandes cantidades de dinero. Pero los adivinos
tradicionales de Roma, los augures, no tardaron en sentirse
amenazados por aquellos advenedizos. Irritados, reaccionaron
prontamente. Un decreto de Cornelio Hispalio expulsaba de la
ciudad «a esos caldeos que explotan la credulidad popular bajo el
falso pretexto de leer las estrellas»*. El decreto decía, además, que
la astrología era un medio falso de predecir, pero esta oposición sólo
sirvió para reforzar la popularidad de los astrólogos.
Durante la República romana (del año 200 a. de C. al 44 de
nuestra era), los ciudadanos romanos fueron siendo convertidos
poco a poco a la astrología, en gran parte debido al interés que
despertaba entre los intelectuales. Los filósofos comenzaron a
discutir sobre astrología. Algunos, como los estoicos, que pensaban
que el hombre es mero juguete en manos del destino, la defendían.
Otros, dirigidos por el griego Carnéades, se oponían a ella alegando
que el hombre está dotado de libre albedrío.
A partir del año 139 a. de C., comenzó para Roma el inquieto
período que acabaría con la caída de la República. Fue un período
muy favorable para la astrología. Los cónsules Mario y Octavio, y
más tarde Julio César y Pompeyo, mandaron preparar sus
horóscopos con mucho detalle. Y, sin embargo, había aún algunos
grandes hombres que mantenían su implacable oposición a la
astrología. Lucrecio y, por supuesto, Cicerón, siguieron mostrándose
escépticos. En su obra De Divinatione, Cicerón se sirve de todos los
argumentos válidos contra esta superstición. A pesar de todo, la
aparición de un cometa en el cielo después de la muerte de Julio
César fue suficiente para invalidar sus objeciones.
Durante el Imperio, casi todos los emperadores tuvieron su
astrólogo personal. En su libro Astrology in Roman Law and Politics,
Fr. H. Cramer dedica especial atención a «la dinastía de astrólogos
imperiales del primer siglo de nuestra era»* y a la influencia que
ejercieron sobre importantes decisiones políticas. El emperador
Augusto hizo interpretar su destino de acuerdo con el horóscopo de
su nacimiento y el de su concepción; servirse de ambos era el colmo
del refinamiento en aquella época. Su astrólogo de corte, Thrasyllus,
fue luego consejero de Tiberio, su sucesor. Se dice que la tarea de
Thrasyllus consistía en preparar el horóscopo de todos los
ambiciosos que frecuentaban la corte imperial y revelar al
emperador el nombre de aquellos a quienes las estrellas pareciesen
favorecer en la sucesión al trono imperial. Tiberio hizo ejecutar a
todos ellos, para evitar posibles rivalidades. Balbillus, el hijo de
Thrasyllus, fue astrólogo de corte del emperador Claudio y, luego,
de Nerón. Se ha dicho que el emperador Domiciano se sirvió de la
astrología de la misma manera que Tiberio. Septimio Severo, al
parecer, se casó con una mujer cuyo horóscopo había predicho que
sería esposa de un futuro emperador.

La caída del Imperio romano


En el período de decadencia, todos los poetas parecían jactarse
de su fe y hasta de su destreza astrológica. Bouché-Leclercq nos ha
dejado una viva descripción del aprecio en que tenían entonces a la
astrología los literatos:

Bajo el Imperio de Augusto, la astrología estaba decididamente de moda. Todo


el mundo se las daba de tener algún conocimiento de astrología, y los escritores
llenaban sus obras de alusiones que sabían serían comprendidas por la gente de
mundo. Nunca tuvieron las estrellas tanta importancia literaria... Los antiguos
adivinadores de la poesía épica, Melampo, Tiresias, Calcas, Heleno, eran más
celebrados que nunca y se les atribuía el conocimiento de la «ciencia de las
estrellas», de acuerdo con la idea del tiempo... Virgilio, poco hábil en el arte de la
adulación, propuso cambiar el nombre de Libra por el de Augusto, el emperador
entonces reinante (en vista de que era tan equitativo «como ese signo del
zodíaco»). Lucano hubiera querido poner a Nerón en el lugar del Sol...*.

La fiebre astrológica se extendió incluso a las mujeres. Juvenal,


en sus Sátiras, se burla de las frívolas damas de la alta sociedad
que no hacían nada sin consultar sus horóscopos. Trata de
disuadirlas de tal costumbre:

Cuídate también de las mujeres y evita el contacto


de las que tales estudios buscan más que cualquier acto.
Aquéllas cuyo almanaque, de tanto hojearlo, brilla
como una pieza de ámbar, más aún que el Sol amarilla.
No ya consulta la dama, mas de muchos consultada,
de sus múltiples deberes domésticos liberada,
si ve que su porvenir mortal viaje le ofrece
deja ir a su marido y ella en casa permanece.
Pero si salir de casa medio kilómetro debe
ante todo el planetario y hasta el cielo mismo bebe.
Y si por su mala suerte un ojo le hace cosquilla
métese rauda en cama, la manta hasta la barbilla.
Y en su enfermedad no come nada ni tampoco bebe
que a los astros no complazca y Tolomeo no apruebe*.

Desde el siglo IV, todo el mundo en Roma creía en la astrología.


«Cierta fe en la astrología formaba parte del sentido común de
entonces, y bastaba sentirse confiado para que la gente le
considerase a uno supersticioso»*. Con la caída del Imperio, dice
Cramer, vino «el crepúsculo de la astrología científica y el auge de la
adoración de las estrellas»*. La superstición y el libertinaje llegaron
a su cenit durante el reino del sanguinario Heliogábalo. Este
emperador trató de restablecer el culto a Helios, el Sol. Como indica
su nombre, se creía encarnación viviente del Sol. Pero el intento
fracasó; el Imperio, desorganizado y debilitado, no tardaría en
desaparecer bajo las oleadas bárbaras del Norte y el Este.
Una gran voz se levanta entre esta antigüedad decadente: San
Agustín (354-430), obispo de Hipona, África del Norte. En sus
Confesiones trata de mostrar el peligro y la falsedad de la
adivinación por las estrellas:

Los astrólogos dicen: «Es de los cielos de donde viene la causa irresistible del
pecado; se debe a la conjunción de Venus con Marte o Saturno.» De esa forma, el
hombre es absuelto de todas su culpas, a pesar de no ser más que carne podrida
henchida de orgullo. La culpa es, sin duda, del Creador y Señor de los cielos y las
estrellas*.

La desaparición del Imperio romano dio el triunfo a la fe cristiana


sobre la fe astrológica.

Sorprendente calificación
¿Qué le ocurrió a la doctrina astrológica durante este período?
Con los griegos y los romanos la astrología adquirió sus perfiles
«clásicos». Durante los largos siglos que siguieron no se le añadió o
restó ninguna faceta esencial. El arsenal astrológico de los griegos
era un código sistemático de supuestas influencias, un lenguaje de
infinitos recursos. La predicción de un astrólogo actual parece casi
idéntica a la de un astrólogo griego o romano de hace dos mil años.
En su libro Horóscopos Griegos*, el historiador Neugebauer y Van
Hoesen, director de la Biblioteca Universitaria de Brown, han
publicado ciento ochenta temas griegos en su origen que se han
conservado hasta nuestros días. Estos fragmentos fueron escritos
entre los años 70 a. de C. y 600 de nuestra era. La mayoría de ellos
tienen fecha del año 100 d. de C., más o menos, lo que indica el
desarrollo considerable del horóscopo en ese período. Los dos
autores han comentado ampliamente estos temas astrológicos, que
definen posiciones celestes con mucha más exactitud que los
caldeos. Además, tienen en cuenta la hora exacta del nacimiento.
La palabra griega horóscopos significa literalmente «Observo lo que
surge». Al principio, esta palabra no se usaba para indicar la
totalidad de la estructura planetaria en el momento del nacimiento,
como ahora, sino tan sólo el punto del Zodíaco que se levantaba
sobre el horizonte en el momento exacto del nacimiento. La idea es
que, al nacer, el niño está sometido a la influencia de la constelación
que nace en ese mismo momento. Este punto horoscópico es
meramente un segmento abstracto del cielo, pero adquiere una
importancia básica, ya que toda la orientación del futuro depende de
él. El niño es considerado como una placa fotográfica sensible. En el
momento mismo en que da su primer vagido, todas las influencias
astrológicas convergen sobre él y se unen para desarrollar su
destino.

Los primeros tratados astrológicos


Para ampliar nuestro conocimiento del significado de las
influencias astrales podemos consultar algunos de los volúmenes
sobre astrología escritos al comienzo de la era cristiana. Son más
detallados y exactos que los ambiguos horóscopos antiguos. El
Astronomicon del escritor romano Manilius es el tratado de
astrología más antiguo que se conoce*. Fue compuesto durante el
reino de César Augusto, hacia el año 10 de nuestra era. El libro está
escrito en verso y consta de cuatro mil doscientos versos, divididos
en cinco libros. Alude constantemente a los astrólogos griegos e
incluso a sus predecesores de las orillas del Nilo y el Éufrates. Por
lo tanto, se trata de una compilación de conocimientos ya existentes
y es de suma importancia para nosotros. Otra obra más conocida
aún es el Tetrabiblos, de Tolomeo de Alejandría, escrita en el año
140 de nuestra era*. Tolomeo fue, sin duda alguna, uno de los
astrónomos más grandes de la antigüedad; el sistema mundial que
lleva su nombre pretendía que la Tierra fuese el centro del Universo
y propugnaba una teoría de epiciclos para explicar los movimientos
planetarios visibles. Este sistema fue aceptado por los astrónomos
de todo el mundo hasta los días de Copérnico y Kepler. El
Tetrabiblos de Tolomeo complementa el Astronomicon de Manilius
sin contradecirlo.
Un estudio detenido de estas dos obras nos hace ver que la
astrología griega había absorbido todos los elementos que los
caldeos habían estandardizado ya bien. «La mayoría de los
nombres griegos de los signos del Zodíaco son traducciones o
ligeras modificaciones de los nombres babilónicos», escribe Van der
Waerden*. Con los planetas tuvo lugar una especie de
naturalización, según la cual los dioses caldeos fueron introducidos
en el Olimpo. Nebo, Ishtar, Nergal, Marduk y Ninib se convirtieron
respectivamente en Hermes, Afrodita, Ares, Zeus y Cronos. Franz
Cumont comenta: «Los nombres de los planetas que hoy usamos
son traducción de la traducción latina de la traducción griega de la
nomenclatura babilónica»*. Pero los signos del Zodíaco y las siete
estrellas del sistema solar adquirieron una gran variedad de
significados, infinitamente más complejos e individuales bajo los
griegos que bajo los caldeos. He aquí cómo describe Tolomeo en su
Tetrabiblos la apariencia física de las personas que han nacido bajo
Saturno:

Primero, entre los planetas, Saturno, si está en oriente, hace que sus súbditos
sean de piel oscura, robustos, de cabello negro y rizado, de pecho peludo, con
ojos de tamaño normal, de estatura media y temperamento excesivamente
húmedo y frío. Si Saturno está en poniente, la apariencia de sus súbditos es
oscura, esbelta, pequeña, de cabello liso, con poco pelo en el cuerpo, graciosos y
de ojos negros; su temperamento participa principalmente del frío y el seco (Libro
III, 11)*.

Más adelante, Tolomeo describe así a las esposas de los nacidos


bajo la influencia de Saturno: «Hace a las esposas buenas
trabajadoras y severas»; y a los esposos: «Si Saturno es de aspecto
semejante al del Sol, sus súbditas se casan con maridos metódicos,
útiles, trabajadores.» (Libro V, 5.)
La influencia del planeta se mezcla con la del signo con el que se
cruza en el momento del nacimiento. Manilius lo explica así en su
poema astrológico:

Ni signo ni planeta pueden actuar solos,


cada uno sus virtudes funde con las del otro,
mezclando así su fuerza reinan conjuntamente:
el signo ata al planeta y a éste el signo detiene*

Por ejemplo, cuando Marte se cruza con el signo de Aries,


promete las virtudes más belicosas, porque ambos «se unen bien».
Por el contrario, casi todas sus virtudes se pierden cuando cruza
Cáncer, signo soñador bajo el dominio de la Luna.
En el Astronomicon, el concepto del «hombre zodiacal» se
menciona claramente por primera vez. Se cree que cada signo
corresponde a una parte del cuerpo humano. He aquí una
traducción interesante, del siglo XVII, de los versos de Manilius
desde el 698 hasta el 706, Libro IV:
Aries tiene la testa; Taurus, el cuello;
Géminis, ¡oh, gemelos!, tenéis los brazos;
Tú, Leo, los hombros; Cáncer, el pecho
es tuyo; y a ti, Virgo, te doy el vientre;
para Libra, las nalgas; pero el deseo
de las partes pudendas atiza Escorpión;
de los muslos tiene todo el gobierno
Sagitario; y envuelve con vendas dobles
Capricornio entretanto, raro himeneo,
las rodillas. Las piernas abiertas baña
Acuario; y Piscis es de los pies cortejo*.

Innovaciones griegas y romanas


Todo descubrimiento astronómico nos ayuda a extender el
dominio de la astrología. No hubo segmento mensurable del cielo
que no recibiese su interpretación astrológica. Lo mismo ocurrió con
los aspectos entre los planetas, es decir, con su posición relativa en
la esfera celeste. Esta aportación fue una idea típicamente griega:
«Los aspectos poligonales, de los que no hay mención alguna en los
documentos caldeos, son fundamentales en la teoría y la práctica de
la astrología griega. Es una especie de balística celeste que
consiste en que los planetas se envíen mutuamente rayos que
pueden ser favorables o desfavorables.»*
La cosa funcionaba así: Los planetas no se mueven todos a la
misma velocidad. Parecen juntarse, pasar y sacarse ventaja unos a
otros, adoptando distintas posiciones angulares entre sí a ojos de un
observador terrestre. Los astrónomos griegos daban mucha
importancia a la distancia existente entre los cuerpos del sistema
solar que estuviesen en el vértice de figuras geométricas sencillas:
el triángulo, el cuadrado y el hexágono. La teoría de Pitágoras de la
armonía de las esferas tenía mucho que ver con esta nueva
preocupación. Cuando dos cuerpos celestes están a una distancia
de 180 grados en el momento de aparecer en el horizonte, se dice
que están en oposición. La predicción deducida de tales oposiciones
es desfavorable porque las influencias de los dos cuerpos celestes
se contradicen mutuamente.
Los astrólogos dividían la esfera celeste en doce sectores
iguales, que se llamaban casas:

Para significar más el lugar que el planeta ocupa en el cielo, el movimiento


diario aparente del Sol en torno a la Tierra cada veinticuatro horas fue
considerado por los astrólogos griegos como análogo al viaje anual aparente del
Sol. Esto significaba una especie de año 365 veces más corto que el normal.
Gracias a este extraño razonamiento, obtuvieron una analogía del paso del Sol a
través del año con el del paso del Sol a través de un día. (Los astrólogos
dividieron el) día astrólogo en doce partes, según los doce signos del Zodíaco.
Cada día, el Sol pasa por las doce casas 365 veces más rápidamente que por los
signo del Zodíaco. Los planetas, que atraviesan todo el Zodíaco igual que el Sol,
cruzan también las doce casas astrológicas en el término de veinticuatro horas,
pero cada uno a una hora distinta*.

En su poema astrológico, Manilius describe con detalle los


significados de estas doce casas astrológicas. Su descripción
aparece idéntica en todos los manuales astrológicos modernos. Se
basa en analogías de las posiciones planetarias durante su
trayectoria diaria. Así, pues, Manilius deriva el significado de la
cuarta casa de su posición, exactamente bajo la Tierra, en el punto
más bajo del giro astral diario:

En la otra parte del cielo, en el punto inferior del mundo desde el que todo el
círculo se ve arriba, esta casa está situada en el centro de la noche. Saturno, cuyo
dominio sobre los dioses fue derrocado, que perdió su trono en el Universo, ejerce
su poder en esas profundidades. Como padre que es influye en el destino de los
padres, y el destino de los viejos está también bajo su control (Astronomicon,
Libro II)*.

Incluso ahora, según los astrólogos, la cuarta casa rige a los


parientes de un recién nacido y domina el fin de su vida. Entre los
horóscopos griegos traducidos por Neugebauer y Van Hoesen, casi
todos los que datan de después de la era cristiana tienen esta
división en casas astrológicas.
Las distintas innovaciones que griegos y romanos fueron
introduciendo progresivamente en la astrología requerirían cientos
de páginas para enumerarlas. No es ése nuestro objeto; bastará con
citar unos pocos ejemplos.
Los astrólogos griegos intentaron fechar cada suceso de una
vida, fuese grato o luctuoso. Sus horóscopos llegaron a ser casi
cosas vivas, que mencionaban horas felices y adversas. Para
conseguir esto, daban por supuesto que los puntos del Zodíaco
ocupados por los planetas en el momento de nacer el niño
continuarían siendo sensibles hasta el final de su vida. Los
movimientos planetarios devolvían, precipitando de esta manera
sucesos favorables o luctuosos para la persona. Esto se llamaba
«tránsitos planetarios», y se creía que la fecha exacta de tales
sucesos futuros podía ser predicha con exactitud, ya que los
astrólogos sabían calcular la posición de los planetas con cierta
anticipación.
Había otras técnicas que se utilizaban para fijar con exactitud los
límites del destino de las personas. Así, las direcciones primarias y
las resoluciones solares fueron desarrolladas con objeto de
proyectar hacia el futuro el horóscopo natal. Pronto se decidió añadir
o restar la longitud de un planeta a otro, con objeto de conseguir
puntos imaginarios llamados partes —la parte de la fortuna, de los
amigos, del dinero, de la muerte, etc.—, que se inscribían a lo largo
del margen del círculo horoscópico para facilitar la predicción.
El callejón sin salida de la astrología
La lógica superficial de todos estos sistemas era,
desgraciadamente, simple superstición camuflada por una leve capa
matemática. A. J. Festugière, historiador, dice a este respecto: «La
astrología helenística es una mezcla de doctrina filosófica seductora,
mitología absurda y métodos aplicados sin sistema.»* La dureza de
este juicio está justificada. Los griegos llegaron a un callejón sin
salida al intentar establecer leyes científicas relacionando el Cosmos
con la vida humana. Su admirable filosofía, las especulaciones de
sus astrónomos, los descubrimientos de sus matemáticos fueron, al
fin, incapaces de levantar el velo del misterio de las influencias
astrales.
Y, sin embargo, como los caldeos, los griegos sintieron también,
vaga, pero justamente, que el hombre está influido constantemente
por las fuerzas cósmicas que le rodean. Quizá unos pocos llegaron
incluso a intuir la verdad. Pero el deseo de los griegos de descubrir
sus propios destinos personales era demasiado fuerte y les impidió
formular correctamente los problemas. Es plausible, sin embargo,
que el nivel de sus conocimientos hiciese imposible desentrañar, en
el mejor de los casos, el misterio en su época.
Fuera cual fuese la causa de este fracaso, lo cierto es que ejerció
una influencia dramática en la historia de las ideas. Fomentó la
creencia popular en las estrellas, apuntalada por el prestigio de los
grandes clásicos griegos. Esta creencia, en nuestros días, ha
conducido a la estupidez de la predicción del porvenir que
demasiado bien conocemos. Pero, entre ambos extremos, hubo un
brillante intermedio.
CAPÍTULO IV

INTERMEDIO BRILLANTE
En Europa, la astrología adoptó un nuevo aspecto en los siglos
XV y XVI, al igual que las artes y las ciencias en general. El mundo
occidental descubrió la existencia de los textos clásicos de la
antigüedad que habían sido preservados por los árabes. Éstos
trajeron consigo un interés inmediato y general por todo cuanto
fuese griego y romano.
Se ha dicho con frecuencia, y no sin razón, que con el
Renacimiento comienza la ciencia moderna. Pero el Renacimiento
fue también, más que ningún otro período, una edad de paradojas.
Fue en ella, después de todo, cuando las antiguas ciencias ocultas
vieron su hora de triunfo. Esta falta de consistencia intelectual puede
sorprender al hombre de ciencia moderno, pero no pareció
sorprender ni alarmar a los grandes hombres del Renacimiento.
Todos ellos sintieron un gran interés por las ciencias exactas, interés
no exento de cierta inclinación por las doctrinas supersticiosas del
pasado. ¿O fue más bien inclinación por la superstición?
¿Esperaban, acaso, descubrir por medio del ocultismo alguna
sapiencia antigua, perdida en los siglos, pero llena de promesas
para el futuro?
El hecho es que la astrología clásica fascinó a los eruditos del
Renacimiento, quienes no se contentaron con recopilar los datos
nuevamente hallados, sin modificarlos, sino que también trataron de
integrar los grandes descubrimientos de su tiempo con el misterio de
las influencias astrales. No hay mejor ejemplo de esta tensión
paradójica que el que nos ofrece el gran genio creador de Kepler.

Kepler y la astrología
Johannes Kepler nació en Weil (Württemberg), el 27 de diciembre
de 1571 a las dos y media de la tarde, «después de un embarazo de
doscientos veinticuatro días, nueve horas y cincuenta y tres
minutos», como él mismo cuenta. Esta precisión es en Kepler indicio
de su interés por la astrología. No hubiera sido exagerado decir que
su creencia en lo oculto contribuyó grandemente a hacer de él uno
de los fundadores de la astronomía moderna. Dedicó toda su vida a
demostrar la tesis pitagórica de la armonía de las esferas, según la
cual cada planeta hace sonar en su órbita una nota musical
diferente. Esta obsesión, combinada con una perseverancia sin
límites y su genio matemático, le permitió llegar a formular las leyes
de los movimientos planetarios que le hicieron famoso.
Aunque varios príncipes ayudaron a Kepler durante toda su
inquieta vida, tuvo que recurrir constantemente a predecir el futuro
en los almanaques astrológicos, igual que otros astrónomos de corte
de aquella época. Le irritaba sobremanera hacer esas predicciones,
que él mismo calificaba de «horribles supersticiones» y «tonterías»*.
En cierta ocasión, confesó: «Como la mula terca, la mente que se
ha ejercitado en las deducciones matemáticas resiste algún tiempo
cuando se ve frente a los fundamentos erróneos de la astrología;
sólo una tormenta de maldiciones y de golpes puede obligarla a
penetrar en el fangal.»*
A pesar de esto, escribió varios tratados sobre astrología, e
incluso ideó una teoría para explicar las influencias planetarias.
¿Cuál era la verdadera opinión de Kepler al respecto? Según Arthur
Koestler, Kepler «creía en la posibilidad de una astrología nueva y
verdadera como ciencia empírica exacta»*. Una de las obras de
Kepler, el Tertius Interveniens, tiene el siguiente lema: «Advertencia
a ciertos teólogos, físicos y filósofos... que, si bien con razón
rechazan las supersticiones de los astrólogos, no debieran arrojar al
niño junto con el agua de la bañera.»* «Porque —como dice en ese
mismo libro— no debiera parecer increíble que de las estupideces y
blasfemias de los astrólogos surja una ciencia nueva, útil y sana.»
En una carta escrita el 2 de octubre de 1606 a Harriot, un astrólogo
amigo suyo, dice con toda claridad que rechaza la mayor parte de
las antiguas creencias:

Me dicen que estás preocupado por causa de tu astrología. ¿Crees que vale la
pena? Hace diez años que yo rechacé las divisiones en doce partes iguales, en
casas, en dominaciones, trinidades, etc. Lo único que acepto son los aspectos, y
vinculo la astrología a la doctrina de las armonías*.

Así, pues, Kepler conservó su fe en la astrología, aunque


limitada: «Todo lo que es u ocurre en el cielo visible se siente de
alguna manera oculta en la Tierra y en la Naturaleza», como él
mismo dice en De Stella Nova*.

Paradójica manera de pensar


El profundo dilema en el que se debatía Kepler era compartido
por todos los grandes hombres de su época. La libertad de
pensamiento les permitía formarse un concepto de los modelos
astronómicos distinto del que había estado en vigor durante más de
mil quinientos años y que había sido aceptado y codificado por la
religión cristiana.
¿Era de verdad la Tierra el centro del Universo? Esta pregunta
había sido respondida negativamente por Copérnico (1473-1543) en
su famosa obra, publicada el año mismo de su muerte, De
Revolutionibus Orbium Caelestium. En ella, Copérnico da nueva
vida al olvidado atisbo de Aristarco de Samos (siglo III a. de C.) y
coloca el Sol en el centro del Universo, mientras que la Tierra pasa a
ser uno de tantos planetas que giran alrededor del Sol.
Se ha dicho a menudo que este descubrimiento significaba el
final de la astrología, ya que la Tierra no podía seguir siendo el
centro de todas las influencias planetarias. Esta distinción
pertenecería ahora al nuevo centro, el Sol. Y, sin embargo,
Copérnico no se oponía a la astrología. Aunque él, personalmente,
nunca preparó horóscopos, aceptó la ayuda de Rheticus, astrólogo
conocido, para preparar la primera edición de su obra maestra.
La misma actitud se percibe en el italiano Geronimo Cardano
(1501-1576). Cardano era médico, matemático, filósofo y astrólogo.
Publicó un voluminoso tratado astronómico, Genitarum Exempla, en
el que coleccionó cierto número de horóscopos famosos. Esto, sin
embargo, no le impidió aportar simultáneamente varios
descubrimientos útiles al álgebra ni enseñar matemáticas en Milán.
También inventó el ingenioso aparato de suspensión que permite a
los navegantes estabilizar la brújula a pesar de los movimientos del
barco.
La misma paradoja vemos en el carácter del médico suizo
Paracelso (1493-1542). Paracelso formuló una teoría con arreglo a
la cual la medicina, la astrología y la alquimia de su tiempo se
reconciliaban entre sí con sorprendente armonía. El postulado
básico de esta teoría era una correspondencia entre el mundo
exterior, en particular el cielo, y las diversas partes del mundo
interior, o sea, el organismo humano. Un principio universal, que él
llamó mangnale magnum, lo regía todo en virtud de una especie de
magnetismo cósmico. En consecuencia, decía que los médicos
deben consultar siempre los cielos cuando van a escribir sus
recetas. Los siete principales órganos del cuerpo humano
correspondían a los siete planetas. El funcionamiento del corazón se
regía por el Sol, el de los pulmones, por Saturno, el del cerebro, por
la Luna, Venus gobernaba los riñones, Júpiter, el hígado, y Marte, la
bilis negra. Esta extraña teoría tuvo el gran mérito de abrir el camino
a la doctrina de la cura específica y la terapéutica química.
En el siglo siguiente, Newton (1642-1727) se mostró tan sensible
a la astrología como a otras formas de ocultismo. Y, sin embargo,
fue él quien descubrió las leyes de la gravedad universal, que
remplazaron la vieja teoría astrológica de las fuerzas planetarias. Al
mismo tiempo, solía mencionar que el motivo de que asistiese a la
Universidad de Cambridge era «encontrar lo que hay de verdad en
la astrología». Se sabe también «que cuando el astrónomo Halley,
famoso por sus estudios sobre los cometas, hizo una observación
despectiva sobre el verdadero valor de la astrología, Newton le
llamó la atención de esta manera: “Yo he estudiado esa cuestión,
Mr. Halley, y usted no.”»*
De hecho, la astrología iba a conservar su categoría oficial en
Europa hasta fines del siglo XVII. En Francia, Morin de Villefranche
(1583-1656) fue uno de los últimos grandes astrólogos que
recibieron subvención del Estado. Terminó su carrera como profesor
de Matemáticas en el Collège de France, después de haber
compilado su Astrologia Gallica, obra de veintiséis volúmenes.
Aunque esta colección de conocimientos no era original, ejerció gran
influencia sobre los astrólogos de su tiempo. Morin de Villefranche
murió rodeado de honores y respeto.
A pesar de eso, diez años después de su muerte, Colbert, el
ministro de Luis XIV, consiguió, junto con la fundación de la
Academia de Ciencias, que el rey prohibiese la astrología, que, a
partir de entonces, desapareció para siempre de la esfera oficial
francesa. Lo mismo iba a ocurrir en poco tiempo en otros países
europeos.

Almanaques astrológicos
La astrología, sin embargo, no desapareció. Siguió viviendo en la
imaginación de los poetas. Así, vemos que Goethe comenzó su
autobiografía con estas palabras:

El 28 de agosto de 1749, al dar el reloj las doce, vine yo a este mundo, en


Francfort del Main. El aspecto de las estrellas era propicio: el Sol estaba en el
signo de Virgo y había llegado a su auge; Júpiter y Venus miraban con ojos
favorables, y Mercurio no era adverso; sólo la Luna, recién llena, ejercería su
poder opuesto, pues acababa de llegar a su hora planetaria. Ella, por lo tanto,
retardó mi nacimiento, que tuvo lugar pasada su hora. Estos aspectos propicios,
que los astrólogos más tarde interpretaron muy favorablemente para mí, pueden
haber sido causa de mi preservación*.

Pero, a partir del siglo XVIII, hubo cada vez menos hombres cultos
que creyeran en la astrología. Su popularidad sobrevivía en el
campo, por medio de almanaques astrológicos que pasaban de
mano en mano, de aldea en aldea. Estos almanaques mantenían la
primitiva tradición caldea comenzada por los astrólogos, vinculando
las influencias astrales con el tiempo, el crecimiento de las plantas y
la vida humana y animal. Su influencia en el campo fue considerable
desde la Edad Media hasta a comienzos del siglo XX. La importancia
de los almanaques sólo comenzó a decrecer con el progreso de la
meteorología y la medicina, que hicieron sentir su influencia en la
población rural. Por fin, acabaron por desaparecer, siendo
remplazados por la radio o la televisión.
Los almanaques, que contenían una sorprendente mezcla de
plegarias religiosas y creencias en todo tipo de influencias, estaban
llenos de diversas sugerencias: preceptos para la salud humana y
del ganado y predicciones meteorológicas para los agricultores.
Probablemente, el más popular de los almanaques era el Gran
Calendario y Guía del Pastor, que apareció en 1491. En esta obra
se compilan, un poco a bulto, listas de las divisiones del año, los
meses, fiestas religiosas, consejos religiosos, predicciones
astrológicas, descripciones de los sufrimientos de los condenados
en el infierno y, sobre todo, «un pequeño tratado para averiguar bajo
qué planeta ha nacido el niño, así como el carácter de los doce
signos del Zodíaco». Este libro fue la Biblia de una docena de
generaciones.
Así, pues, en las zonas rurales y urbanas continuó existiendo una
poderosa tradición médico-astrológica para uso de las masas. «El
barbero-cirujano que sangra a sus clientes no tiene la menor
educación médica, pero ha debido aprender, por lo menos, algo de
astrología. En algunas ciudades, las regulaciones prescriben que
sólo hagan sangrías los que sepan cuándo es propicia la Luna.»*
Las plantas medicinales derivan sus virtudes de la asociación con
ciertos planetas. Nicholas Culpeper, en su The English Physician
Enlarged, aparecido en 1753, dedica un capítulo a «El huerto de las
estrellas y su gabinete de medicinas». Entre otras cosas relata que
Júpiter y Marte son responsables de la existencia de la «cebolla, la
mostaza, el rábano y los pimientos». Como remedio para la fatiga
intelectual, por ejemplo, Culpeper recomienda «el lirio del valle, pues
está bajo el dominio de Mercurio, y por lo tanto da fuerzas al cerebro
y vigor a la memoria débil, haciéndola de nuevo fuerte»*.
El callejón sin salida del Renacimiento
Hemos visto cómo el utilitarismo más burdo corrompió la
curiosidad metafísica de los grandes genios del Renacimiento,
inteligencias originales e independientes, que sentaron las bases del
mundo moderno. Las intuiciones de Kepler y los esfuerzos de
Paracelso concluyeron en ingenuas representaciones de un mundo
mágico, rechazado hacía ya tiempo por la ciencia. Así, pues, los
intentos del Renacimiento por sondear el misterio de las influencias
astrales terminaron una vez más en fracaso.
No cabe duda de que varios eruditos renacentistas intuyeron la
posibilidad de una ciencia nueva de influencias astrales, como antes
los griegos. Pero, no consiguiendo encontrar la clave del problema,
fracasando en su intento de formular los problemas en términos
comprobables, cayeron en la trampa de todos los sistemas
metafísicos: sustituir la ciencia empírica por mitos.
Al comienzo del siglo XX, la astrología, abandonada por los
hombres de ciencia, quedó convertida en un oscuro laberinto por el
que, en otra época, Kepler y Newton habían andado llenos de
esperanza. El brillante intermedio renacentista había resultado
estéril por lo que se refiere al conocimiento de las influencias
astrales. Por lo menos, se hubiese podido esperar que la
Humanidad aprendería la inutilidad de buscar en los movimientos
planetarios la solución de sus problemas cotidianos. Por desgracia,
tampoco fue así. En el siglo XX, contra toda lógica, la creencia en los
horóscopos renació, más fuerte que nunca.
CAPÍTULO V

PSICOANÁLISIS ASTROLÓGICOS
El doctor Hans Bender, profesor de Psicología de la Universidad
de Friburgo, Alemania, dice en su introducción a un estudio
sociológico sobre la astrología:

Es curioso que más de trescientos años de ciencia experimental no haya


conseguido darnos un antídoto contra las creencias astrológicas. Sus formas
varían, desde las supersticiones más burdas hasta intentos inteligentes de
relacionar la visión mágica del mundo del astrólogo con el conocimiento
psicológico moderno... Por lo tanto, la astrología plantea un problema de salud
social y psicológico*.

El siglo XX
El renacimiento de la astrología comenzó entre las dos guerras
mundiales. Al principio, se percibió en los Estados Unidos, Canadá e
Inglaterra; más tarde, se extendió a la Europa continental.
La astrología se benefició de los modernos medios de
comunicación que el siglo XX puso a su disposición. Hoy, la
astrología se encuentra en todas partes. La creencia se ha
extendido por el planeta como un idioma universal, una especie de
esperanto para predecir el futuro. Innumerables dólares, francos,
liras y marcos cambian de dueño todos los días a causa de la
astrología. Miles de personas planean sus vidas de acuerdo con las
indicaciones astrológicas. Y, sin embargo, no se ha añadido apenas
nada a las doctrinas condenadas ya hace tiempo por la ciencia. El
cambio más importante ha sido el añadido de supuestas influencias
de los planetas cuyo descubrimiento ha sido más reciente: Urano,
Neptuno y Plutón.
Pero el éxito de los horóscopos continúa. Según Louis MacNeice:

Se ha calculado que en Norteamérica hay más de cinco mil astrólogos en


activo, que abastecen de horóscopos a unos diez millones de clientes. Por un
horóscopo individual se cobra en Norteamérica hasta cien libras esterlinas; en
Inglaterra, viene a ser unas diez libras esterlinas, aunque puede oscilar entre dos
y cincuenta libras. Estos clientes son de todo tipo. Desde chicas jóvenes que
buscan amores, hasta políticos y financieros. Así, pues, no cabe apenas duda de
que la astrología, hoy, está muy viva (más viva quizá que en ningún otro momento
de su existencia)... Los periódicos publican horóscopos y constituyen el medio de
difusión más evidente para la astrología en todo el mundo. Casi todos los
periódicos importantes de Norteamérica e Inglaterra tienen sección astrológica, y
lo mismo ocurre con los grandes periódicos del continente europeo... Y, aparte del
gran número de revistas que se dedican exclusivamente a la astrología (en
Norteamérica la más popular de todas se llama Horoscope y vende ciento setenta
mil ejemplares mensuales), hay innumerables publicaciones con una sección fija
dedicada a horóscopos. Sobre todo las revistas femeninas, aunque hay pruebas
de que también a los hombres les interesa el tema*.

En la India, la última página de los diarios se dedica entera a


astrología. Los padres anuncian en ellos el horóscopo de sus hijas
casaderas, esperando encontrarles buen marido al dar así
publicidad a sus buenas cualidades.
En el Oriente no puede tener lugar una boda importante sin
consejo previo de un astrólogo. En Japón, según la revista Life
afirmaba, en 1960, «los editores japoneses vendieron el año pasado
ocho millones de folletos con horóscopos, llamados Koyomi».*
Varios países tienen sociedades astrológicas que ofrecen cursos
regulares, seguidos de exámenes generales, y dan diplomas y
certificados, como las Universidades reconocidas oficialmente. La
Federación Norteamericana de Astrólogos, en los Estados Unidos,
da un «certificado de Peritaje a quien haya aprobado los Exámenes
Profesionales de Astrología Natal». En Inglaterra, la Facultad de
Estudios Astrológicos da un diploma que permite a su poseedor
añadir a su nombre la sigla D. F. Astrol. S.

Nostradamus y los nazis


El tardío éxito de las profecías de Nostradamus (1503-1566) es
un claro síntoma del renacimiento que ha experimentado la
astrología. Han pasado ya más de cuatrocientos años desde que
Michel de Nostredame, conocido por Nostradamus, publicó sus
famosas Centuries, en las que decía revelar el futuro del mundo.
Edgar Leoni, en su Nostradamus: Life and Literature*, ha publicado
recientemente un estudio completo de las interpretaciones que han
ido dándose a las Centuries. Su obra indica que en todos los siglos
siguientes ha habido analistas que creían ver en la jerga de
Nostradamus la explicación de los sucesos más insignificantes de
su época. A este respecto, nuestro siglo no ha sido una excepción.
Se ha dicho que durante la Segunda Guerra Mundial los nazis
concluyeron una monstruosa alianza con la astrología. Un estudio
de E. Howe ha hecho mucho por separar la verdad del mito en
esto.* Una cosa es cierta: durante la guerra, la corte de Hitler daba
gran importancia a las profecías de Nostradamus. Goebbels, el
ministro de Propaganda, tenía en su nómina a varios astrólogos
cuya tarea consistía en preparar una edición germanófila de
Centuries, para ser distribuida entre las poblaciones enemigas.
Entre ellos estaba Karl Ernst Krafft, uno de los astrólogos más
conocidos de aquellos días. Rudolf Hess, el que iba a ser sucesor
de Hitler y uno de sus asesores más íntimos, era el principal
protector de los astrólogos. Cuando Hess escapó a Escocia, en
1941, la furia de Hitler se desahogó contra los adivinadores, muchos
de los cuales fueron enviados a campos de concentración. Krafft,
que no fue capaz de prever la marcha de los acontecimientos, murió
en un campo de concentración el 8 de enero de 1945. Un tal Louis
de Wohl dice que los aliados sacaron partido de sus conocimientos
astrológicos haciéndole preparar una edición de las profecías de
Nostradamus dirigida contra los alemanes. Pero, según el
historiador E. Howe, no es probable que esto sea verdad.
La astrología siempre se ha beneficiado de períodos de inquietud,
pero la vuelta de la paz no ha frenado su éxito. El famoso
psicoanalista C. G. Jung reconoció la fuerza de esta creencia al
escribir: «Hoy, de las profundidades de la sociedad, llama a las
puertas de las Universidades, de donde fue expulsada hará unos
trescientos años.»*
Ahora que están a punto de empezar los primeros viajes
interplanetarios, los hombres de ciencia encuentran en esta creencia
un síntoma grave y paradójico. Durante estos últimos doce años,
cierto número de ellos han decidido examinar de nuevo los
problemas astrológicos usando para ello los instrumentos
intelectuales de la ciencia moderna. El telón está subiendo ahora
para que comience el segundo acto, que promete ser tan corto
como largo fue el primero. Durante el primer acto, la astrología reinó
sin rivales; en el segundo, tendrá que enfrentarse con la ciencia
moderna.

Estudios sociológicos
El problema social que plantea la astrología ha parecido
suficientemente importante a sociólogos profesionales para
inducirles a dedicar varios estudios al tema. ¿Qué clase de gente
cree en la astrología? Y ¿por qué creen en ella? En 1963, el Instituto
Francés de Opinión Pública publicó los resultados de un estudio
sobre la actitud de la población adulta ante la astrología. He aquí
sus conclusiones más importantes*:
El 58 por ciento de la población conoce el signo de su nacimiento.
El 38 por ciento ha pensado en algún momento de su vida
mandarse hacer el horóscopo.
El 53 por ciento lee con regularidad los horóscopos que publica la
Prensa.
Estos porcentajes tan altos son comprensibles en vista de la
buena opinión en que se tiene la astrología.
El 43 por ciento de los interrogados cree que los astrólogos son
hombres de ciencia.
El 37 por ciento cree que existe una relación entre el carácter de
la gente y el signo bajo el que han nacido.
El 23 por ciento cree que las predicciones se realizan.
Por supuesto, muchos consideran sinónimas la astrología y la
astronomía. De hecho, los observatorios astronómicos reciben
cartas a diario pidiendo horóscopos.
Los resultados de este estudio han sido también analizados para
averiguar las tendencias de las diversas clases sociales. Creer en la
astrología no parece que tenga mucho que ver con la posición
económica o la educación de la gente. Los agricultores parecen ser
inmunes a los encantos de la astrología, mientras que las
profesiones liberales tienden a reaccionar más favorablemente ante
ella, sobre todo los artistas y los financieros. Esto encaja muy bien
con el rumor de que Hollywood y Wall Street son dos reductos
inexpugnables de la astrología.
Y, por último, los resultados fueron utilizados para hacer un
«retrato» del cliente medio del astrólogo. Es una mujer. Tiene entre
veinticinco y treinta años, bien educada y de posición económica
superior a la normal. Se interesa mucho por su futuro personal, pero
también siente curiosidad por predicciones sobre política mundial. El
futuro personal de otra gente le interesa poco.
El Instituto Alemán de Demoscopia ha llevado a cabo también un
estudio muy detallado, basado en más de diez mil interrogatorios,
realizados entre los años 1952 y 1956.* He aquí algunas de sus
principales conclusiones:
A la pregunta: «¿Cree usted que hay alguna relación entre el
destino del individuo y las estrellas?», el 30 por ciento de los
interrogados respondió afirmativamente, y el 20 por ciento lo
consideraba posible. Entre los que creían en la astrología, más de la
mitad (el 56 por ciento) pensaba que los redactores astrológicos de
la Prensa eran capaces de predecir con exactitud.
El estudio alemán muestra también la extraordinaria popularidad
de que gozan los signos del Zodíaco: el 69 por ciento de los
preguntados conocían su signo de nacimiento.
Más aún, el 15 por ciento de los que creían en astrología
alegaron que, con su ayuda, se podía dirigir la política con más
eficacia. El 7 por ciento de los simpatizantes se había mandado
hacer horóscopos personales en algún momento de su existencia.
Esta proporción puede parecer más bien baja, pero, como dice el
doctor G. Schmidtchen, significa que dos millones de alemanes
tienen sus horóscopos en casa y, si este porcentaje es válido en
general, los astrólogos norteamericanos tienen, por lo menos, seis
millones de clientes leales.

Arquetipos astrológicos
Según Jung, la astrología ha echado hondas raíces en el alma
humana. El espectáculo del firmamento estrellado ha hecho soñar
siempre al hombre; y estos sueños celestes, acumulados a lo largo
de miles y miles de años en todo el mundo, han dejado un residuo
en la conciencia de la especie. Éstos son los arquetipos. Los
esquemas psicológicos que los astrólogos han delineado en los
últimos dos mil años son una versión simplificada de los
psicodiagnósticos modernos. Veamos, por ejemplo, lo que dice un
astrólogo sobre el signo de Capricornio:.

Gobernado por Saturno. Cerrado, reservado, sereno, disciplinado, tranquilo,


paciente, frío, distante, ambicioso, capaz de concentrar su atención y de ver las
cosas en perspectiva. Racional, riguroso, objetivo, inteligente. Aptitud geométrica,
abstracta.
Tranquilo en el amor, distante, pero fiel, tiende al celibato*.

Leyendo esto, vemos los perfiles de una personalidad bien


definida. Todos conocen a gente así; la descripción es
psicológicamente coherente y convincente. Lo absurdo de ella
consiste en que tal tipo de personalidad se dé con más frecuencia
en gente nacida entre el 21 de diciembre y el 19 de enero. No hay,
claro está, pruebas serias que defiendan esta suposición. Pero los
esquemas psicológicos de los astrólogos son bastante complejos y
flexibles; pueden ser adaptados al aspecto físico de cualquier cliente
de manera que éste se convenza de que se trata de verdadera
brujería. No hay duda alguna de que entre el 60 por ciento de la
población que conoce el signo de su nacimiento muchos se
identifican a sí mismos con el tipo psicológico que les corresponde,
hasta el punto de creer que ellos son realmente así.
Influencia en el lenguaje diario
Incluso los que se muestran indiferentes, o hasta hostiles, a la
astronomía, no puedan evitar mencionarla en su conversación
cotidiana. Nuestra vida está puntuada por constantes recuerdos
astrológicos. Miramos el calendario: hay doce meses en el año,
exactamente tantos como signos del Zodíaco; el mes es el período
que divide dos nuevas lunas (mes y luna, en los idiomas
germánicos, tienen el mismo origen etimológico); las cuatro
semanas del mes se derivan de las cuatro partes de la luna.
«Adoptada por la Iglesia, a pesar de su origen sospechoso, la
nomenclatura de los días de la semana fue impuesta a los pueblos
cristianos», escribe el historiador Franz Cumont. «Cuando, hoy en
día, decimos los nombres de los días: sábado, domingo, lunes, nos
conducimos, sin saberlo, como paganos y astrólogos, ya que
reconocemos implícitamente que el primero pertenece a Saturno, el
segundo al Sol y el tercero a la Luna.»** Esta tradición astrológica
se mantiene viva en casi todos los demás idiomas. Martes es Mardi
en francés y Martedi en italiano, o sea, día de Marte; miércoles es,
respectivamente, Mercredi y Mercoledi, o sea, día de Mercurio;
jueves, Jeudi y Giovedi, de Júpiter; y viernes, Vendredi y Venerdi,
corre a cargo de Venus*.
Las grandes festividades religiosas de nuestros calendarios
tienen orígenes astrológicos parecidos. Son modificaciones de
antiguas fiestas solares: Navidad se celebra en el solsticio de
invierno, cuando los días, que habían comenzado a acortarse, se
alargan de nuevo. De hecho, el nacimiento de Cristo es anuncio de
una nueva era, igual que el Año Nuevo. Y la Resurrección de Cristo
se recuerda en Pascuas, cuando la Naturaleza misma renace en la
primavera después de su sueño invernal. Incluso, hoy en día, la
Iglesia cambia la fecha exacta de Pascuas de año en año, siguiendo
los cambios de la Luna, para que coincida con el domingo siguiente
a la primera Luna llena después del equinoccio de primavera.
Y hay más aún. Como dice Cumont:
Probablemente, no hay pruebas más notables del poder y la popularidad de las
creencias astrológicas que la influencia que han ejercido sobre el lenguaje
popular. Todos los idiomas modernos conservan restos de ellas, apenas ya
perceptibles. Son lo que queda de antiguas supersticiones. ¿Recordamos acaso,
cuando hablamos de un carácter marcial, jovial o lunático, que tiene que haberse
formado con ayuda de Marte, Júpiter o la Luna, que una «influencia» es el
resultado de un fluido emitido por los cuerpos celestes, que es uno de estos astra,
lo que, si se muestra hostil, me causará un «desastre» y que, por último, si tengo
la buena fortuna de encontrarme entre vosotros, se lo debo a mi «buena
estrella»?*.

La mirada fija de las estrellas


¿Cómo pudo sobrevivir y prosperar hasta nuestros días la
extraña mezcla de creencias que constituye lo que llamamos
doctrina astrológica? Esta cuestión es importante y los
descubrimientos de la psicología están empezando a explicarla.
A nosotros, hombres modernos, que «sabemos» cómo funciona
el Universo, nos resulta difícil ver el mundo exterior de manera
distinta. Ciertamente, los sacerdotes caldeos, hace cinco mil años,
no lo veían como nosotros. Desde la cima de sus torres, les parecía
que las estrellas estaban al alcance de sus manos. Para ellos, las
estrellas tenían voluntad, sentimientos, personalidad definida.
Los psicólogos han demostrado que los niños, con la ingenuidad
que da la ignorancia, perciben el mundo de forma más semejante a
la de los antiguos caldeos, que nosotros, adultos y modernos. Para
los niños, el Sol y la Luna son entes vivos y conscientes. El
psicólogo suizo Piaget ha interrogado a cientos de niños en el
transcurso de sus investigaciones. Hasta una cierta edad, las
respuestas son siempre las mismas. Jacques, de seis años,
respondió así a las preguntas que le hizo sobre el Sol:

—¿Se mueve?
—Claro que sí. Cuando andamos, nos sigue. Cuando damos la vuelta, la da
también él.
—¿Por qué se mueve?
—Porque cuando andamos, anda.
—¿Por qué anda?
—Para oír lo que decimos.
—¿Está vivo?
—Claro que sí. Si no lo estuviera, no podría seguirnos ni podría brillar*.

He aquí, ahora, las respuestas de Michel, de ocho años, a las


preguntas que le hizo sobre la Luna:

—¿Puede hacer la Luna lo que quiere?


—Sí, cuando andamos, nos sigue.
—¿Te sigue o se está quieta?
—Me sigue; si me paro, se para.
—Y si ando yo, ¿a quién seguiría?
—A mí.
—¿A quién?
—A mí.
—¿Crees que sigue a todo el mundo?
—Sí.
—¿Puede estar en todas partes?
—Sí*.

A Jacques y Michel la ilusión óptica, tan familiar a los adultos que


llegan incluso a olvidarla, les hace creer que el Sol y la Luna tienen
personalidad y voluntad propias.
El cielo le parece tan cercano al niño que cree que se puede
cazar las estrellas a lazo. Esta cita de William James da un buen
ejemplo de ello:

Creía que el Sol era un balón de fuego. Primero, pensaba que había varios
soles, uno para cada día. No comprendía que pudiera levantarse y ponerse. Una
tarde, vio por casualidad a unos niños tirar al aire pelotas de cuerda empapadas
en aceite ardiendo. Desde entonces, quedó convencido de que el Sol es tirado al
aire y cogido de la misma manera. Pero, ¿quién tenía tanta fuerza? Llegó a la
conclusión de que tenía que haber un hombre grande y fuerte, que vive en algún
punto de las montañas (el niño vivía en San Francisco). El Sol era la pelota de
fuego que le servía de juguete, para divertirse tirándola al cielo todas las mañanas
y cogiéndola, cuando caía, todas las noches... Daba por supuesto que Dios (el
hombre grande y fuerte) encendía también las estrellas para su uso personal,
como hacemos nosotros con la luz de gas*.
Estas imágenes infantiles son muy semejantes a las que
formaron en sus mentes los primeros observadores de los cielos.
Los egipcios antiguos, por ejemplo, pensaban que
las estrellas fijas eran lámparas, colgadas de la bóveda o llevadas en la mano por
otros dioses. Los planetas navegaban en sus propias lanchas por canales que
comenzaban en la Vía Láctea, el hermano gemelo celestial del Nilo. Hacia el día
15 de cada mes, el dios lunar era atacado por una cerda feroz y devorado a lo
largo de quince días de agonía. Luego, volvía a nacer. A veces, la cerda se lo
tragaba entero, lo que causaba un eclipse lunar; otras veces, una serpiente se
tragaba también al Sol, lo que causaba un eclipse solar*.

Los niños, poco a poco, aprenden a no fiarse de las apariencias y,


por medio del contacto diario con los mayores, van haciéndose una
idea exacta del mundo. Esto lo consiguen absorbiendo el
conocimiento que ha ido acumulando la Humanidad. Pero, ¿no
tenían los caldeos buenas razones para explicarse el mundo de la
manera que lo hicieron? Todos los días, el Sol «parece» seguir su
propio camino cruzando la bóveda azul del cielo y muriendo por la
noche para renacer a la mañana siguiente: ¿cómo podría brillar
eternamente si no contuviese una esencia divina? La Luna «parece»
que se va cortando, cada vez más finamente, para comenzar de
nuevo a crecer, partiendo de cero. La estrella reluce en el borde del
horizonte y «parece» guiñarnos el ojo.

La refutación del azar


Otra cosa que los niños comparten con los hombres del pasado
es la creencia de que nada ocurre por casualidad.

Christian, de ocho años, juega frecuentemente con una pequeña ruleta de


juguete. Un día, le mostraron un juguete igual, pero, cargado: cada vez que lo
ponía en movimiento, la pelota se paraba siempre en el mismo número. Esto al
muchacho no le sorprendió por qué ocurría, respondió, con aplomo: «Es fácil, la
pelota quiere pararse en ese número, no tiene nada de particular*.

Para el niño, como para el jugador, el azar no existe. Es la pelota


la que «elige» detenerse en éste o aquel sitio; una especie de
voluntad intrínseca, existente en el objeto, le permite cambiar de
conducta.
La casualidad no existe tampoco para el astrólogo. Las estrellas
determinan cada momento de nuestras vidas hasta el instante de la
muerte. Un astrólogo, explicando la muerte de Napoleón, dice lo
siguiente: «La Luna pasaba junto a su planeta, que estaba en el
octavo sector. Era Venus, a siete grados de Cáncer; y la Luna indujo
a Venus la oposición que Urano y Neptuno estaban concentrando en
ella desde su puesto, a tres grados de Capricornio.»* Para el
astrólogo, en tal situación, Napoleón no tenía la menor esperanza
de sobrevivir al 5 de mayo de 1821, día en que los planetas le
habían rodeado de una red de influencias a las que no podía
escapar.
Pero, ¿qué pasa si una predicción hecha de antemano no se
cumple como había previsto el astrólogo? En esos casos, tampoco
interviene la casualidad: «Cuando la previsión humana falla es que
se cumple la voluntad de Dios», dice un papiro egipcio, de la
dinastía V, aproximadamente 4000 años a. de C.

Proyección inconsciente
La astrología actual comparte con el pensamiento antiguo una
simplicidad infantil que se aplica a los problemas de la vida adulta.
Y, sin embargo, no sería cierto decir que los caldeos eran como
niños. Eran, también, impecables observadores del cielo. Su
paciencia, la precisión de sus cálculos y la naturaleza sistemática de
sus informes muestran que eran gente adulta y civilizada. Pero
también sentían los problemas y los terrores de verse expuestos a
los peligros y el misterio del mundo, por cuyo motivo crearon ídolos
con la esperanza de aplacarlos.
¿Por qué situaron en el cielo a las divinidades de su fe? En
Mesopotamia, las nubes no cubren casi nunca las estrellas;
viéndose enfrentados con su maravilloso relucir, a los caldeos les
fue fácil creer que los planetas centelleantes eran los ojos de los
dioses. Por eso, pensaban que esas estrellas tenían sentimientos y
temores semejantes a los de los hombres. Freud dio el nombre de
«proyección» al mecanismo psicológico inconsciente que nos hace
ver en otros los mismos sentimientos que nosotros mismos
experimentamos vagamente. El filósofo francés Gaston Bachelard
ha expresado perfectamente esta proyección inconsciente de la
preocupación humana hacia el cielo:

En el vasto lienzo oscuro de la noche, los sueños matemáticos han diseñado


vastos esquemas. ¡Son tan erróneas, tan deliciosamente erróneas esas
constelaciones! En la misma figura están incluidas estrellas completamente
extrañas. Entre unos pocos puntos verdaderos, entre las estrellas aisladas como
diamantes solitarios, el sueño va dibujando líneas imaginarias. El sueño, el sumo
sacerdote de la pintura abstracta, ve a todos los animales del Zodiaco en esos
pocos puntos dispersos. El Homo Faber —el carrocero perezoso— ve un carruaje
sin ruedas en el cielo; el agricultor, que sueña con sus cosechas, ve una garba de
trigo dorado... El Zodíaco es el Test de Rorschach de la Humanidad en su
infancia*.

Si el hombre se proyecta a sí mismo hacia el cielo, termina


identificándose con él, con la constelación a que está más
vinculado. Así, una persona nacida bajo la constelación de Libra se
considera a sí misma justa y equilibrada, igual que los platos de una
balanza. El que nace bajo el signo de Escorpión se imagina, como el
animal de ese nombre, peligroso, mordaz, agresivo y capaz, a
veces, de volver esa agresividad contra sí mismo.

Respuestas basadas en la ignorancia


Sería estúpido mostrarse demasiado duro con esas ingenuas
asociaciones de ideas. El camino que los antiguos abrieron era,
indudablemente, necesario. Ha quedado abierto para nosotros. La
explicación del mundo construida por los caldeos era, para ellos,
incomparablemente mejor que la nuestra. A ellos, no les hubiera
parecido lógico un Universo lleno de nebulosas que escapan de la
Tierra a una velocidad que aumenta en función de su distancia.
Como escribe John V. Campbell en Analog:
La astrología comenzó hace varios milenios, cuando los primeros hombres
observaron por primera vez el tremendo efecto de los ciclos estelares en los
sucesos terrestres. Los egipcios primitivos no tenían la menor idea de por qué se
enfriaba el mundo cuando el ciclo estelar hacía levantarse a Orión en el este,
entre dos luces. Ni tampoco por qué se calentaba al levantarse Lira al anochecer,
cuando ya no era visible Orión... Pero también es cierto que tampoco sabían el
motivo de que una semilla diese vida a una planta. Cuando el mundo es una vasta
colección de misterios, el hombre prudente debe limitarse a establecer ciertas
correlaciones sensatas dejando la solución de los porqués para cuando disponga
de más información*.

Los griegos fueron los primeros que se preguntaron seriamente el


origen de las cosas. Aún admiramos las respuestas que supieron
dar a una serie de problemas. Pero explicar el funcionamiento de la
astrología no era tarea fácil. La teoría más evidente era suponer que
las estrellas actuaban por medio de «efluvios» que descendían a la
Tierra. «Como ejemplo de tales efluvios aducían la atracción del
ámbar a la paja, la mirada mortal del basilisco, la mirada del lobo,
que inmoviliza al hombre. Era más difícil creer en los efluvios de
entidades imaginarias, como las constelaciones.»* Y, sin embargo,
los que creían en la astrología veían en los efluvios la mejor
explicación de que las estrellas actúen a través de enormes
distancias, explicación mejor, en todo caso, que la teoría de la
gravedad universal para el hombre moderno, que conoce los efectos
de esa fuerza, pero ignora todavía su naturaleza.
El intento apasionado de explicar el destino del hombre y el
mundo por medio de las estrellas ha fracasado porque al hombre le
faltaba el conocimiento necesario para plantear esta cuestión tan
crucial de manera correcta. Como dice Koestler:
Pero, pensándolo bien, ¿qué otra explicación existía en aquella época? A una
mente curiosa, sin conocimiento alguno de los procesos de que se sirven la
herencia y el medio ambiente para formar el carácter humano, la astrología, de
una forma o de otra, era el medio más evidente de relacionar al individuo con el
conjunto universal, haciéndole reflejar la constelación omnipresente del mundo y
estableciendo una simpatía y una correspondencia íntima entre el microcosmos y
el macrocosmos*.
Futuro incierto
El hombre ya no es caldeo ni tampoco niño. Conoce y sabe usar
las nuevas tecnologías que la ciencia ha puesto a su alcance. «La
cosmología se ha convertido en ciencia exacta... La danza caótica
de sombras que las estrellas proyectaban contra las paredes de la
cueva de Platón se han convertido en un ordenado vals»*, escribe
Koestler. Desde 1957, cientos de satélites artificiales giran en torno
a la Tierra. Nos hemos acostumbrado a la idea de que la Luna y los
planetas acabarán convirtiéndose en suburbios nuestros. El
misterioso temor que sintieron en el pasado los observadores de la
bóveda celeste a nosotros ya no nos afecta.
Además, en las grandes ciudades se ha vuelto casi imposible ver
el cielo. En Nueva York, cuando los rascacielos se iluminan de
noche, ¿cómo se puede distinguir el pálido reflejo de Venus o Marte
de las luces artificiales que cubren el cielo? Hasta los astrónomos
han renunciado a ello, llevando sus observatorios a regiones de
población menos densa, a las cimas de las montañas.
Los que viven en las ciudades sienten, por lo tanto, cada vez
menos interés por el aspecto del cielo. Para ellos, se ha convertido
en un objeto familiar y tranquilizador. El complejo esquema en que
se basa el movimiento de las estrellas ha sido descifrado desde
hace tiempo. El hombre moderno, aunque no esté particularmente
versado en astronomía, ha sustituido los terrores de las esferas por
el mecanismo bien regulado de las elipses keplerianas.
Y, sin embargo, el futuro continúa siendo incierto; el destino sigue
estando fuera de nuestro control. «Mortales miserables y
arrogantes: medimos el curso de las estrellas y, después de tan
concienzuda investigación, seguimos sin conocernos a nosotros
mismos», como gritó el famoso predicador Bossuet al rey Luis XIV y
su Corte.*
Nuestra seguridad no ha aumentado desde entonces. Una
reciente investigación ha mostrado que en estos últimos veinte años
ha habido cuarenta guerras en el mundo. La de hoy puede muy bien
ser seguida por una catástrofe mañana. En este momento, ni los
dirigentes políticos ni los hombres de ciencia pueden resolver estas
dificultades. Por el contrario, los astrólogos dicen que ellos sí
pueden. Prometen predecir qué años nos traerán vacas flacas y
cuáles vacas gordas. Para el astrólogo y su cliente, el movimiento
de las estrellas no es una ficción. Si estallase una guerra
inesperadamente, tal cosa no querría decir que el cielo se hubiese
desequilibrado, sino que se ha desequilibrado la Humanidad.
Naturalmente, en la vida diaria se suceden desgracias inevitables y
problemas que uno no puede resolver por sí solo. En tales
circunstancias, es comprensible que el hombre trate de buscar
consuelo y apoyo dondequiera que se lo ofrezcan. El astrólogo, con
frecuencia, actúa como padre espiritual, papel éste que permite al
cliente declinar toda responsabilidad por su parte. Cuando se ha
probado todo en vano, o cuando se ve claramente que algo resulta
imposible, no queda más recurso que consultar al astrólogo. Éste
ayuda a los que, como se dice, «piden la Luna».
Shakespeare nos ha dejado un retrato magistral de este estado
de ánimo en El Rey Lear:

Tal es la frivolidad del mundo: que, cuando la fortuna no nos acompaña (muy a
menudo a causa de nuestra propia conducta), echamos la culpa de nuestra
desgracia al Sol, a la Luna y a las estrellas; como si fuésemos villanos por
necesidad, tontos por fuerza del cielo; bribones, ladrones y traidores por el
predominio de las esferas; borrachos, embusteros y adúlteros por la obediencia
ineludible a la influencia de los planetas; y todo aquello en lo que somos malvados
es por voluntad divina. ¡Admirable recurso de prostibulario, echar la culpa de sus
deseos a una estrella! Mi padre copuló con mi madre bajo la Cola del Dragón, y mi
nacimiento fue bajo la Osa Mayor, de modo que, en consecuencia, soy astuto y
lujurioso. ¡Estupendo! Sería igualmente lo que soy aunque la más virginal estrella
del firmamento me hubiera guiñado el ojo cuando nací bastardamente*.

La tendencia fatalista a echar la culpa a las estrellas de los


errores de uno, en vez de tratar de remediarlos con esfuerzos
personales, ha sido criticada por los psicólogos. En 1940, se publicó
la siguiente declaración de la Asociación Norteamericana de
Estudios Sociales de Psicología:
La razón principal de que cierta gente se vuelva a la astrología y a otras
supersticiones es que les faltan los recursos necesarios para resolver los serios
problemas con que tienen que enfrentarse. Sintiéndose frustrados, ceden a la idea
grata de que tienen a su alcance una especie de llave mágica, una solución
sencilla, una ayuda siempre presente en momentos de apuro*.

La fe en la astrología es hoy, por lo tanto, síntoma de un


desorden social y psicológico, un síntoma grave. El hombre busca
algo que el progreso no le ha dado hasta ahora; es, quizá, la
búsqueda del sentido de la vida. Como dice el historiador Peuckert:

Que yo crea o no lo que dice mi periódico o mi párroco, o que busque una


respuesta en las estrellas, lo cierto es que, en ambos casos, siento una incómoda
sensación «de que allá arriba hay algo» que «puede caérseme encima». Es la
incertidumbre del hombre arrojado a este mundo, que se siente acosado y tiene
una voluntad hostil; enfrentándose con un Dios que se rehúsa a hablar y con
hombres de ciencia que se limitan a encogerse de hombros, se refugia en la
primera respuesta que alguien le da*.
CAPÍTULO VI

EL PROCESO CIENTÍFICO
En todos los métodos de predecir el futuro, excepto la astrología, la adivinación
es una revelación divina, una especie de extensión del intelecto humano. La
astrología, por otra parte, comenzó a desprenderse de la actitud religiosa de que
ella misma es fruto y, en lugar de adivinar, trató de predecir; haciendo esto,
usurpó el prestigioso primer lugar entre las ciencias naturales.*

Esta definición del historiador Bouché-Leclercq indica con toda


claridad cuán embarazosa e irritante es forzosamente la cuestión de
la astrología para el hombre de ciencia del siglo XX. Si la astrología
se hubiese quedado en religión de las armonías universales, como
al comienzo de su existencia, el hombre de ciencia, que conoce las
limitaciones de su método, no habría sentido la necesidad de
ahondar en un problema que está fuera de su competencia. Todo el
mundo es libre de creer en la religión que más le atraiga, pero la fe
astrológica es muy curiosa, es «una fe que usa el lenguaje de la
ciencia y una ciencia la base de cuyos principios es la fe».*
Como la astrología emplea un lenguaje que pretende ser
científico, como basa sus predicciones en los cálculos exactos de
los astrónomos, y como trata de los objetivos empíricos de los
cuerpos celestes, la ciencia tiene el deber de aquilatar el valor de los
métodos astrológicos actuales y sus resultados.

Extraño determinismo
La astrología, como la ciencia, se basa en un supuesto
determinista: que las causas son seguidas por efectos. En
astrología, la «causa» es el horóscopo, una configuración
momentánea de cuerpos celestes. El «efecto» es el destino de la
persona a quien se aplica el horóscopo en cuestión. Las
implicaciones de esta actitud determinista fueron exploradas por un
astrónomo:

Las predicciones astrológicas dan por supuesta la existencia de un


determinismo de largo alcance que constituye una caricatura ridícula del
determinismo científico. Supongamos que un viejo de ochenta años resbala en
una cáscara de naranja y se mata. Es evidente que este suceso y sus causas
pueden ser explicados según las leyes de la mecánica. Pero ni el más fanático
determinista diría que ochenta años antes habría sido posible predecir, aun
disponiendo de toda la información del mundo entero, que el viejo en embrión y la
futura cáscara de naranja estaban destinados a tropezar en el futuro. En vez de
esto, nosotros decimos que fue un accidente debido al azar, porque una infinidad
de sucesos independientes han contribuido a ello. Tantas circunstancias fortuitas
modifican nuestra conducta a cada segundo que pasa, hasta el punto de que es
imposible predecir tales accidentes ni siquiera con un minuto de anticipación. Es
tanto más notable, por lo tanto, explicar la causa de la caída asociándola con la
posición de algún cuerpo celeste ochenta años antes de que tenga lugar, cuando
el pobre hombre acababa de nacer.*

¿Cómo determina la astrología la naturaleza de la influencia en


cuestión? ¿Qué ley explica la influencia benéfica de Júpiter y la
maléfica de Saturno? ¿Por qué es mala su relación cuadrática
mientras que la trígona es buena para el futuro? Ambos planetas
son, simplemente, grandes masas de roca rodeadas de gases, dos
cuerpos inconscientes. ¿Cómo puede justificarse la asociación de
ideas que vincula la forma, puramente imaginaria, de las figuras del
Zodíaco, con la supuesta influencia de los planetas sobre los signos,
y a la inversa? La astronomía sabe desde hace mucho tiempo que
los planetas están a gran distancia de cualquiera de las
constelaciones, y que si parece que están «dentro» de las
constelaciones es sólo por causa de los efectos engañosos de la
perspectiva.

Causas terrestres del destino


Si uno trata de observar científicamente la astrología se ve
constantemente frente a un muro de contradicciones lógicas. Los
astrólogos no han sido capaces de explicar por qué milagro las
estrellas, al nacimiento de la gente, son capaces de dominar todo el
peso de la herencia y los moldes impuestos por el ambiente social.
Porque la astrología nació en un tiempo en que estos dos factores
eran desconocidos, no hizo caso de ellos, y sigue sin hacerlo:
La cuestión específica de la salud del individuo o su personalidad no son
atribuidos a su herencia genética, a sus cromosomas, a los vicios de su abuelo, ni
al ambiente social en que ha vivido, sino a los signos del Zodíaco, a los planetas
que, como hadas madrinas, deciden el destino del hombre revoloteando en torno
de su cuna.*

Los descubrimientos del psicoanálisis explican algunos de


nuestros actos inconscientes que con frecuencia deciden nuestro
destino. En el pasado, esos actos eran achacados a las estrellas
porque no se conocían sus orígenes, sepultados como estaban en
lo más profundo del hombre. Y, sin embargo, el poeta alemán
Schiller percibió intuitivamente la verdadera relación causal cuando
hizo decir a uno de sus personajes: «¡Las estrellas de tu destino
están en tu propio corazón!»
Un ejemplo más de falta de lógica es el hecho de que si las
estrellas tuvieran algo que ver con el destino del individuo, ese
efecto se haría sentir en el momento de la concepción más bien que
en el del nacimiento, influyendo quizás en la distribución
cromosomática en los gametos de los padres. Los astrólogos
griegos se dieron cuenta de este problema. Tolomeo, en su
Tetrabiblos, reconoció que sería mucho más preferible preparar
horóscopos en el momento de la concepción, pero ello no le parecía
posible dada la dificultad de determinar el momento exacto de la
concepción. Por último, racionalizó el uso del horóscopo del
nacimiento de esta manera: «Cuando el fruto es perfecto, la
Naturaleza lo mueve de manera que nazca bajo la misma
constelación que reinaba en el momento de la concepción.» (Libro
III, 1) Esta afirmación es completamente gratuita, y aunque su
verdad nunca ha sido demostrada por los astrólogos, no les
preocupa demasiado ni siquiera hoy en día.
El problema que plantean los hijos gemelos es otro obstáculo
para la astrología. Los gemelos comparten con frecuencia el mismo
destino, pero, como ha demostrado el doctor Kallmann, del Instituto
Psiquiátrico de Nueva York, esto ocurre tan sólo cuando proceden
del mismo ovum, en cuyo caso son, desde el punto de vista
genético, el mismo individuo repetido. A pesar de su idéntica fecha
de nacimiento, los gemelos nacidos de dos ova separados tienen
tan distintos destinos el uno del otro como los hermanos nacidos a
distancia de varios años. De la misma manera, nadie ha conseguido
mostrar semejanzas en las vidas de gente nacida el mismo día,
aunque de padres distintos. Algunos autores han intentado
demostrar la existencia de estas semejanzas; el astrólogo suizo K.
E. Krafft inventó la expresión «gemelos estelares» para describir a
este tipo de gente. Pero las condiciones sociales explican mejor que
las estrellas el curso de la vida humana. De todos los niños varones
nacidos el 17 de mayo de 1917, sólo uno llegó a ser presidente de
los Estados Unidos.

Imposibilidades astronómicas
La astrología, comenzada en latitudes relativamente cercanas al
ecuador, no previó la posibilidad de que no hubiera ningún planeta
visible durante varias semanas seguidas. Y, sin embargo, esto es
perfectamente posible en el Círculo Ártico (66 grados de latitud); allí,
es virtualmente imposible calcular el punto zodiacal que se levanta
en el horizonte, cosa necesaria para hacer un horóscopo. A medida
que la civilización adelante, más y más ciudades son construidas en
ambientes inhóspitos; nacen cada vez más niños en las regiones
árticas. Sería absurdo creer que los niños de Alaska, Canadá,
Groenlandia, Noruega, Finlandia y Siberia no reciben beneficio
alguno de las influencias celestes si es que éstas determinan de
verdad el curso de la vida.
Pero la fe en la astrología resistió objeciones semejantes a ésta
en el pasado: por ejemplo, el descubrimiento de la precesión de los
equinoccios, en el siglo II a. de C., por Hiparco. He aquí como
describe este fenómeno un astrónomo contemporáneo:

Una lenta oscilación de la alineación de los polos cambia el ecuador celeste


entre las constelaciones. Desde los tiempos de Hiparco, el punto de gama (el
primer grado de Aries) ha vuelto sobre su camino a través de toda la constelación
de Piscis, llevando en su zaga toda la red de rectángulos zodiacales con sus
viejos nombres.*
Es decir, que el Zodíaco es ahora como una casa de
apartamentos donde cada residente se ha mudado a un piso más
abajo, pero dejando su nombre en la puerta del anterior. Los signos
del Zodíaco han descendido al puesto inmediatamente inferior
desde los tiempos de Tolomeo. Cuando se dice que el Sol está
cruzando la constelación de Libra, en realidad está cruzando
Escorpión. Pero los astrólogos, apegados a la tradición, siguen
atribuyendo al niño que nace en ese momento las influencias de
Libra, porque no tuvieron en cuenta la procesión astronómica.
Cuando se les expone esta objeción,
los astrólogos responden que las virtudes son una función del signo, no de la
constelación; pero es bastante ridículo que las virtudes de cada signo expresen
exactamente las cualidades supuestas en la bestia mítica que hoy reside en el
rectángulo precedente del Zodíaco.*

Por último, los astrólogos modernos muestran una sorprendente


falta de interés en los aspectos médicos del nacimiento del ser
humano. Se ha indicado con frecuencia que un nacimiento
prematuro o causado por una intervención quirúrgica no puede
revelar realmente el destino del recién nacido, porque es la decisión
del médico lo que ha determinado el momento del nacimiento. En la
actualidad se nota cada vez más la tendencia a provocar el
nacimiento médicamente, con estimulantes, «y esto, sin duda,
cambiará las influencias astrales que deciden el destino de la
criatura, haciendo que toda su vida futura sea artificial».*
Y, además, ¿cómo se puede definir qué astrología es la
verdadera? El simbolismo de las estrellas varía en una cultura a
otra. Los Zodíacos indio y chino, por ejemplo, tienen animales
diferentes de los Zodíacos occidentales derivados de los Zodíacos
greco-caldeos. Por ejemplo, los caldeos mostraban a Capricornio en
forma de cabra con la parte inferior del cuerpo en forma de pez; este
símbolo se usa hoy en día, aunque dando más énfasis a la parte
caprina. En India y China, por el contrario, Capricornio tiene,
respectivamente, forma de oso y unicornio.
Debe de haber poca gente que, en el fondo de su cerebro, no vea
los anacronismos que contiene la astrología. Pero los creyentes
alegan que las objeciones racionales, a fin de cuentas, carecen de
importancia. Lo que de verdad importa, dicen, después de todo, es
si el sistema funciona o no. Si resulta que las predicciones
astrológicas se cumplen, si el esquema estelar en el momento del
nacimiento se relaciona realmente con el curso de la persona a
quien se refiere, ¿qué más cabe pedir de la astrología? La ciencia
ha aceptado recientemente este desafío. Se ha dado un «suero de
la verdad» a la astrología: el método de computar las
probabilidades.

Astrología y probabilidad
La computación de la probabilidad se basa en el estudio de las
leyes de la casualidad, que, contrariamente a lo que se creía en el
pasado, existe. Y no sólo existe, sino que obedece a ciertas leyes
definibles que la matemática ha deducido hace poco. La aplicación
práctica de las «leyes del azar» es lo que ahora se llama método
estadístico. Este método sólo está en uso efectivo desde hace unos
cincuenta años. Ahora está comenzando a sernos útil para
establecer, en muchos terrenos distintos, dónde termina el azar y
dónde empiezan las leyes regulares.
¿Cómo se puede usar el método estadístico en astrología?
Veamos un ejemplo. La astrología dice que los niños nacidos bajo el
signo de Libra poseerán cualidades artísticas porque ese signo está
dominado por Venus, el planeta de las artes y la belleza. Por lo
tanto, los niños nacidos cuando el Sol pasa por el signo de Libra
(desde el 21 de setiembre hasta el 21 de octubre) debieran llegar a
ser pintores o músicos en mayor número que los nacidos bajo otros
signos del Zodíaco. Lo que podemos hacer, por lo tanto, es coger un
libro de biografías y compilar una lista de los días de nacimiento de
artistas conocidos. Entonces, anotaremos los signos zodiacales bajo
los cuales nacieron esos artistas. Si los astrólogos tienen razón,
habrá muchos más artistas nacidos bajo el signo de Libra; si no la
tienen, el número de los nacidos bajo Libra no superará al de los
nacidos bajo los otros signos del Zodíaco. Los resultados así
obtenidos pueden ser analizados por fórmulas matemáticas
desarrolladas según la teoría de la probabilidad. Estas fórmulas
mostrarán si el número de artistas nacidos bajo el signo de Libra es
lo suficientemente grande como para reflejar una tendencia real y no
un mero azar. El método estadístico no tiene nada que ver con la
opinión personal del que lo utiliza, sino que es remplazada por una
cifra que nos dice si tal cosa obedece o no a una ley astrológica.
Un hombre de ciencia, Farnsworth,
ha tenido la paciencia de estudiar las fechas de nacimiento de más de mil pintores
y músicos famosos: Libra no domina el nacimiento de esa gente en mayor número
que los otros signos. La correlación que se le supone no existe; de hecho, el azar
ha querido que la correlación resulte negativa, o sea: Libra aparece en menor
número.*

Una comisión de la Asociación Norteamericana de Sociedades


Científicas dedicó varios años a estudiar las leyes astrológicas que
le fueron encomendadas con este objeto. Bajo la presidencia del
eminente astrónomo de Harvard Bart J. Bok, los resultados de la
investigación fueron publicados con la conclusión de que «ninguna
de las influencias aducidas por los astrólogos pudieron ser
comprobadas».* El astrónomo J. Allen Hynek estudió la fecha de
nacimiento de los hombres de ciencia incluidos en la obra American
Men of Science. La distribución de las fechas de acuerdo con los
signos del Zodíaco mostró un esquema casual. Las variaciones en
el número de nacimientos según las estaciones del año, que, como
ha descubierto Huntington, se producen en todas las poblaciones,
fueron comprobadas también en este caso por Hynek; pero no tiene
nada que ver con la astrología. En Europa, el Comité Belga de
Investigación de los llamados Fenómenos Pseudonormales, que se
compone de treinta hombres de ciencia de varias especialidades,
concluyó de la siguiente manera una reciente investigación:
«Ninguno de los casos presentados por los astrólogos está
relacionado con experiencias que merezcan el calificativo de
científicas.»

Nuestras investigaciones sistemáticas


En Francia, me he dedicado durante varios años a una
comprobación sistemática de proposiciones astrológicas. Algunas
de mis conclusiones se publicaron en 1955 bajo el título de
Influencias astrales: crítica y estudio experimental.** Los que se
interesen por un informe detallado de datos pueden consultar esa
obra; aquí sólo encontrarán un breve sumario de lo fundamental de
mis conclusiones.
Mi primera tarea consistió en aquilatar los métodos estadísticos
empleados por los astrólogos. Sus técnicas resultaron ser muy
limitadas: las leyes de la casualidad eran ignoradas y se llegaba a
conclusiones sin base. Las investigaciones realizadas por la «Iglesia
de las Luces», en Los Ángeles, por D. Bradley en los Estados
Unidos y por Von Klocker en Alemania, no pueden ser calificadas de
científicas. El Astrobiological Treatise de K. E. Krafft, que tuvo cierta
influencia cuando fue publicado, en 1939, tampoco merece la menor
confianza.* Dediqué unas treinta páginas a un extenso juicio crítico
del Treatise* y llegué a la conclusión de que no contiene ley alguna
en el sentido científico de la palabra. La obra del astrólogo francés
Paul Choisnard (1867-1930) merece más atención, pues trata de
probar el mito de la astrología más sistemáticamente, por medio de
estadísticas. Choisnard fue el primer astrólogo que propuso el uso
de esta técnica en su Pruebas y bases de la astrología científica.*
Examiné todas las pruebas aducidas por Choisnard y daré aquí un
ejemplo de su valor. Alega, por ejemplo, que hay «pruebas
evidentes de que la gente muere bajo ciertas configuraciones
celestes». Después de estudiar doscientos casos, concluye que,
cuando murieron, «Marte estaba tres veces y Saturno dos veces
más en conjunción con el Sol en la posición del nacimiento de la
persona en cuestión que en ningún otro período». Puse a prueba
esta afirmación reuniendo una selección más numerosa que la de
Choisnard y comparando los horóscopos del nacimiento y de la
muerte de siete mil personas; no encontré el menor vestigio de las
supuestas influencias adversas de Marte y Saturno. El número de
conjunciones críticas halladas para esos dos planetas estaba dentro
de los límites del azar.* De la misma manera, todas las
proposiciones de Choisnard resultaron carecer de fundamento; las
leyes estadísticas de la casualidad dominaron en cada caso a las
supuestas leyes de la astrología.

El destino de los delincuentes


Otra faceta de mi investigación consistió en calcular los
horóscopos de más de cincuenta mil personas cuyas vidas
indicaban alguna característica excepcional, como, por ejemplo,
aptitudes especiales, talento o buena suerte, y también de gente
cuyas vidas se distinguieron por condiciones excepcionalmente
adversas. En todos estos casos, tuve en cuenta no sólo el día, sino
incluso la hora del nacimiento.
En ningún caso encontré una diferencia estadísticamente
significativa que respondiera a las leyes tradicionales de la
astrología. Como ejemplo, en mi informe de 1955, mencioné una
selección de delincuentes. Se considera que el planeta rojizo Marte
está relacionado con la violencia, el delito y la sangre. Debiera, por
lo tanto, aparecer en primera línea en el horóscopo de los
delincuentes. Un astrólogo contemporáneo ha expresado esta
creencia de la manera siguiente:
Marte le hace a uno impulsivo, agresivo, tiránico. Rige los temperamentos, y
también el hierro y el fuego. Los objetos que son duros, cortantes o peligrosos
caen también bajo su égida, así como las enemistades, traiciones, pérdidas,
juicios, operaciones quirúrgicas y accidentes.*

Por lo tanto, reunimos las estadísticas vitales de todos los


delincuentes mencionados en los archivos del Juzgado de París.
Seleccionamos de ellos las fichas de 623 asesinos que, según los
expertos, eran los más conocidos en los anales de la justicia por sus
horribles crímenes. La mayoría de ellos murieron en la guillotina.
Cuando hicimos sus horóscopos, resultó que Marte no aparecía
particularmente en número en estos archicriminales. La siguiente
tabla muestra la distribución de Marte en las doce casas
astrológicas en el momento del nacimiento de estos individuos:
TABLA I
Posición del planeta Marte en el Horóscopo de Delincuentes.

(La primera columna de cifras se refiere al número de criminales en cada casa;


la segunda, al número que debiera haber en cada casa si la casualidad influyese
tan sólo en términos de las leyes astronómicas y demográficas.)

Casa Número Número


Astrológica Observado Esperado
I 60 55
II 51 54
III 58 51
IV 59 50
V 58 49
VI 38 48
VII 49 50
VIII 48 51
IX 47 52
X 53 53
XI 48 54
XII 54 56

Las posiciones de Marte están normalmente distribuidas entre las


doce casas astrológicas, siguiendo un esquema casual; ninguna de
las figuras difiere significativamente de los números teóricos
esperados de la casualidad. Es decepcionador para la teoría
astrológica que los delincuentes no nazcan con más frecuencia
estando Marte en «la casa octava», la de la muerte, propia o ajena;
o en la «casa duodécima», que rige «juicios y cárceles». Como
hemos visto, estas dos casas tienen números perfectamente
normales.*
Ninguno de los astrólogos que examiné salió bien parado del
llamado «experimento de destinos opuestos». Este experimento
consiste en estudiar cuarenta fechas de nacimiento, veinte de las
cuales corresponden a delincuentes conocidos y las otras veinte a
personas que vivieron vidas largas y pacíficas. La tarea de los
astrólogos estriba en separar los dos grupos basándose en sus
horóscopos natales. El resultado es siempre muy confuso: los
astrólogos seleccionan invariablemente una mezcla de delincuentes
y ciudadanos pacíficos, en la misma proporción, más o menos, que
una máquina que los escogiese al azar. Conviene añadir que sólo
astrólogos que creyeran sinceramente en sus opiniones accedieron
a nuestra propuesta de someterse al experimento; la inmensa
mayoría de sacamuelas siempre encuentran alguna excusa para
eludir una confrontación que podría perjudicar su credibilidad a ojos
del público.*

El veredicto
La astrología moderna, como sistema de predecir, se basa en un
concepto irremediablemente anticuado del mundo y de la vida. Hace
caso omiso del progreso de la astronomía y de la biología humana,
así como de todas las variables que afecten a la conducta durante la
vida. Todos los esfuerzos de los astrólogos por defender su
postulado básico: que el movimiento de las estrellas puede predecir
el futuro, han fallado. Siempre que tales predicciones son
examinadas por comités científicos imparciales, la supuesta
exactitud que la astrología declara poseer desaparece en seguida.
Las estadísticas han demostrado la falsedad de los viejos
argumentos de una vez para siempre: los números hablan
imparcialmente, y no dejan lugar a dudas. Quienquiera que se diga
capaz de predecir el porvenir consultando las estrellas se está
engañando a sí mismo o está engañando a los demás.
Una prestigiosa sociedad astronómica, la Astronomische
Gesellschaft, llegó hace unos pocos años al siguiente veredicto:

La creencia de que la posición de las estrellas en el momento de nacer influye


en el futuro del recién nacido, y de que es posible encontrar consejos para
asuntos tanto privados como públicos en las estrellas, descansa sobre un
concepto del Universo que sitúa a la Tierra y a sus habitantes en el centro mismo
del Universo. Este concepto ha sido refutado hace ya mucho tiempo. Lo que hoy
recibe los nombres de astrología, cosmología, etc., no es más que una mezcla de
superstición, falsedad y explotación de los crédulos. Hay un grupo de astrólogos
que condenan la costumbre de producir horóscopos impresos en serie sobre
todos los aspectos de la vida y tratan de combatir esta engañifa con una
astrología que pasa por ser seriamente científica, pero, a pesar de sus esfuerzos,
no han conseguido demostrar que sus resultados sean más científicos que los
otros.*
MATRICES OBSTRUIDAS

Después de demostrar la naturaleza ilusoria de la creencia de la


predicción astrológica, el hombre de ciencia puede quedar todavía
insatisfecho. Después de todo, sabe que en la historia de las ideas
la magia precede siempre a la ciencia, que la intuición de los
fenómenos es anterior a su conocimiento objetivo. Siente
intuitivamente, como siempre ha sentido el hombre, que en la
astrología puede haber algo de verdad.
Nadie niega, por ejemplo, que el Sol influye constantemente en
nosotros y que sin él la vida en la Tierra sería imposible. Todo el
mundo sabe, como sabían los antiguos, que «la potencia
absorbente de la Luna atrae al mar hacia sí» (Plinio), que la
conjunción del Sol y de la Luna causa pulsaciones en el océano.
Existe, por lo tanto, cierta interacción entre esos cuerpos y la Tierra.
¿No se tiene, pues, el deber de explorar más sobre este punto?
¿Puede ser realmente inútil esperar que el Cosmos influya en la
vida de otras maneras, maneras que, durante siglos, han sido
enterradas bajo la maleza de la ignorancia y la mistificación?
En la obra de Koestler The Act of Creation hay una descripción
muy brillante de lo que él llama «las matrices obstruidas» de la
ciencia. En varios períodos históricos, ciertas ramas de la ciencia
dejan de desarrollarse. Puede ocurrir que se atrofien, se obstruyan,
a veces, durante varios siglos. La razón de estos parones es a
menudo psicológica. Un buen ejemplo de estas matrices obstruidas
es el estado de estancamiento en que los sistemas cosmológicos se
vieron entre el final de la antigüedad y el Renacimiento, cuando,
como dice Koestler, «los ojos de los astrónomos, durante siglos,
fueron bombardeados por datos que demuestran que los
movimientos de los planetas dependen de los movimientos del Sol.
Pero los astrónomos prefirieron mirar hacia otra parte». Hoy en día,
gran número de investigadores científicos se han interesado por
resolver el misterio de las influencias astrales. En esta tarea, se han
enfrentado con matrices tan obstruidas como las que cortaron el
camino a Copérnico, Galileo, Newton, Darwin o Einstein. La
astrología es una rama del conocimiento que se cerró casi al mismo
tiempo de ser abierta. Puede parecer tonto tratar de reavivarla
ahora, después de tantos siglos. Pero, para la historia del
pensamiento, los siglos son en verdad poco tiempo.
En el siglo IV a. de C., el astrónomo griego Aristarco de Samos,
habiéndose dado cuenta de que el Sol era mucho más grande que
la Tierra, desarrolló una teoría heliocéntrica en la que el Sol era el
centro del sistema planetario. Pero este atisbo de la verdad no tardó
en ser obstruido: en el siglo I de nuestra era, Tolomeo, en su tratado
sobre los sistemas de los mundos, el Almagesto, volvió a poner la
Tierra en el centro del Universo. Tuvieron que pasar casi veinte
siglos para que Copérnico recogiese de nuevo la idea de Aristarco y
Kepler descubriera que los planetas gravitan alrededor del Sol en
órbitas elípticas. También en el siglo IV a. de C., Hipócrates, el padre
de la medicina moderna, formuló una interpretación de la influencia
del clima y los planetas en el hombre, aproximándose a la ciencia
moderna llamada biometeorología. Este atisbo fue también
obstaculizado, y el conocimiento degeneró en superstición bajo la
influencia del Tetrabiblos, de Tolomeo, que sentó las bases de la
actual adivinación del futuro.
Diecinueve siglos han pasado desde que apareció el Tetrabiblos,
período de tiempo no mucho más largo que el que separa los
epiciclos de Tolomeo de las elipses de Kepler. El progreso de la
astronomía ha quitado ya crédito a la idea de que el Cosmos puede
influir en la Tierra y sus habitantes. El «eter», la sustancia mágica,
viviente, que se suponía rodeaba la superficie de la Tierra, llegando
hasta las estrellas, fue remplazada en el siglo XIX por el «espacio
exterior», vacío y estéril. Pero los persistentes esfuerzos de la
ciencia en el siglo XX nos han acercado de nuevo a la intuición del
pasado lejano. Los satélites artificiales han demostrado que el
«espacio exterior» no está realmente vacío, sino lleno de varios
campos de fuerza que afectan constantemente a la Tierra.
En estos últimos años, los investigadores, por fin, han vuelto a
abrir las matrices obstruidas de la astrología, remplazándola con
una ciencia nueva. Han conseguido abarcar los sesenta siglos que
separan las primeras preguntas angustiadas del hombre primitivo
del descubrimiento de influencias precisas y extremadamente sutiles
en nuestras vidas. La ciencia ha realizado en otros tiempos fusiones
semejantes absorbiendo lo que pasaba por no ser más que
superstición. El papel de los adivinos del porvenir es cada vez más
limitado. En este siglo, varios campos del ocultismo han sido
absorbidos por la ciencia, comenzando con la «clave de los
sueños». Freud y Jung rompieron esta barrera, censurando a la
ciencia por haberse detenido en el umbral de lo ilógico.
De hecho, la ciencia sabe ahora sobre el futuro del hombre más
de lo que nunca supieron o soñaron con llegar a saber los
astrólogos en sus sueños más optimistas. La psicología, la
sociología, la genética y la estadística saben ahora domar y hasta
controlar el azar. En diciembre de 1965, el Instituto Francés de
Opinión Pública predijo correctamente el porcentaje exacto de votos
que tendría el general De Gaulle ocho días después. No hay
necesidad de recurrir a la adivinación, aunque pueda parecer un
poco milagroso predecir la conducta de veinte millones de electores
interrogando sólo a unos pocos miles. Pero las leyes del azar
dominan el caos del pasado; incluso el futuro del mundo es
científicamente predecible con ayuda de maquinaria electrónica. No
hay ya necesidad de Nostradamus; la «Rand Corporation» publicó
recientemente un informe detallado de los principales inventos
futuros de la Humanidad, llegando incluso a especificar la fecha
aproximada de cada uno.
Éste es el motivo de que no pueda sorprendernos el hecho de
que los investigadores científicos hayan conseguido convertir la
astrología en una ciencia. Aunque todavía tienen que luchar por
conseguir que sus descubrimientos sean aceptados, los hombres de
ciencia que han emprendido esta batalla están sustituyendo poco a
poco el arte de la profecía por la observación objetiva. Las
catástrofes atmosféricas han descubierto casi todos sus secretos: el
progreso de la meteorología nos permite saber con varios días de
anticipación la llegada de los huracanes a la costa de Florida; los
barómetros han remplazado las predicciones derivadas de la
aparición del dios lunar. De hecho, gracias al éxito conseguido en la
predicción del clima, los anticuados puntos de vista sobre las
influencias cósmicas han sido suavizados y se han vuelto más
flexibles. Así, pues, parece lógico comenzar nuestro examen de los
nuevos descubrimientos en el campo de la influencia cósmica con
un análisis de la predicción climatológica.
Podemos pasar ahora al último acto del drama cósmico, el más
interesante y bello. Aquí termina el gobierno de la superstición. Una
nueva ciencia aparecerá en lugar de la vieja cábala de sueños
cósmicos y nos ayudará a encontrar el verdadero lugar del hombre
en el laberinto del Universo. Ciertamente, nos hallamos en un
momento crucial en el desarrollo del pensamiento humano.
SEGUNDA PARTE
CAPÍTULO VII

PRONÓSTICOS METEOROLÓGICOS
La predicción del tiempo es el primer campo en el que la ciencia
ha remplazado la predicción astrológica. Hace menos de cien años,
empezaron a construirse observatorios meteorológicos en las
principales ciudades del mundo. Al principio, sólo se registraba la
temperatura, la humedad, la velocidad del viento y las variaciones
de la presión barométrica. Más tarde, hacia fines de siglo, una
escuela de meteorólogos noruegos, dirigida por Bjerknes, Solberg y
Bergeron, descubrió la importancia que tenían las masas de aire en
la regulación de los movimientos atmosféricos y, por lo tanto, en la
determinación del tiempo. Se supo que había lugares en la Tierra
donde prevalecían presiones altas, y estos lugares fueron
cuidadosamente localizados. Son como fábricas donde se
manufactura el buen o el mal tiempo; técnicamente, cabe decir que
producen ciclones y anticiclones. Como resultado de esto, se
pudieron publicar previsiones de exactitud cada vez mayor sobre la
inminencia de «frentes cálidos» y «frentes fríos» con varios días de
anticipación. Ahora, los observatorios meteorológicos controlan una
red de estaciones que les permiten seguir los movimientos de las
masas de aire. Por último, desde 1960, se ha vuelto posible predecir
el tiempo a escala planetaria con ayuda de satélites artificiales, que
dan a los meteorólogos mapas con los últimos detalles de los
movimientos atmosféricos de las masas de aire en todo el mundo.
Hoy, la meteorología ayuda constantemente a líneas aéreas,
agricultores, viajeros y público en general. Todos tenemos interés en
los boletines diarios —o incluso de cada hora— que nos ofrecen los
observatorios meteorológicos; para la mayor parte de la gente, ver el
informe meteorológico que da la Televisión se ha convertido en un
ritual diario. Esto no quiere decir que la ciencia de la meteorología
haya sustituido por completo las tradicionales predicciones de los
almanaques; en muchos países, se publican todavía ingenuos
pronósticos en los que participan la Luna, los planetas o los santos,
compitiendo con la ciencia meteorológica.
La Luna y la lluvia
Como hemos visto, la creencia de que la Luna participa
activamente en el control del tiempo es muy antigua y está muy
extendida, sin duda tan antigua como los caldeos. Incluso hoy en
día, mucha gente afirma que el tiempo cambia cuando cambia la
Luna y permanece igual hasta que la Luna cambie de nuevo. Hay,
sin embargo, cierta confusión sobre la naturaleza de esa relación:
algunos atribuyen a la Luna llena efectos que otros relacionan con la
Luna nueva; otros juran incluso que lo importante es el cuarto
creciente o el menguante. La falta total de base científica de estas
opiniones contradictorias ha vuelto a los hombres de ciencia
sumamente escépticos ante cualquier teoría sobre la relación entre
la Luna y el tiempo. Hace setenta años, los meteorólogos estaban
ya convencidos: sus instrumentos parecían sordos a toda influencia
lunar.
Esta actitud ha cambiado desde entonces; ahora, parece ser que
la atmósfera, la piel sensible que rodea a nuestro planeta, es influida
por la Luna hasta el punto de afectar al tiempo. Los efectos de la
Luna no se limitan a las mareas de los océanos. La misma fuerza
gravitacional que influye en las mareas atrae y reforma la atmósfera
al paso de la Luna. Al mismo tiempo, nos envía toda una gama de
ondas electromagnéticas, reflejadas del Sol. Cada mes, se añaden
nuevos descubrimientos a la lista de las influencias lunares sobre la
Tierra. Por ejemplo, se ha comprobado que la posición de la Luna
en relación con el Sol afecta el índice magnético diario de la Tierra.
Schulz escribía en 1941:

Arrhenius fue el primero en descubrir el notable efecto que tiene la Luna sobre
las luces del Norte y la formación de las tormentas. Aquí, el máximo tiene lugar
cuando la Luna pasa por el punto más bajo del Zodíaco. Arrhenius, y más tarde
también Schuster, llegaron a la conclusión de que tienen lugar muchísimas más
tormentas cuando la Luna está en cuarto creciente que en menguante.*

La obra de Arrhenius es, quizá, más valiosa por el terreno que


desbrozó que como descubrimiento comprobable, pero sus ideas
ejercieron gran influencia en los especialistas, incitándoles a poner a
prueba esta hipótesis tan antigua.
En 1962, Donald A. Bradley y Max A. Woodbury, del University
College of Engineering de Nueva York, y Glenn W. Brier, del Institute
of Technology de Massachusetts, decidieron estudiar a fondo la
cuestión. El problema concreto que se plantearon fue: ¿existe
alguna relación entre la Luna y las numerosas lluvias que
periódicamente inundan el territorio continental de los Estados
Unidos? Para dar con la respuesta se pusieron en contacto con las
1544 estaciones meteorológicas que habían operado continuamente
entre 1900 y 1949. La incidencia de lluvias fue calculada durante un
mes lunar, o sea, 29,53 días, período de tiempo que separa dos
Lunas nuevas e incluye en sí las cuatro fases lunares: Luna nueva,
cuarto creciente, Luna llena, cuarto menguante. Bradley, Woodbury
y Brier comprobaron que la incidencia de lluvia se distribuía
irregularmente a lo largo del mes lunar, lo que indica que la Luna, en
efecto, influye en el tiempo:

Puede afirmarse que, cuando se comprueban días de excesiva precipitación de


acuerdo con la diferencia angular entre la Luna y el Sol, se nota una pronunciada
alteración en la incidencia normal de lluvia. Hay una marcada tendencia a extrema
precipitación en Norteamérica que se registra hacia la mitad de la primera y
tercera semanas después de las configuraciones de la Luna nueva y llena. Los
cuartos segundo y último del ciclo lunar resultan, igualmente, deficientes en
precipitación; el punto bajo cae unos tres días antes de la fecha del alineamiento
del sistema Tierra-Sol. (Véase fig. 1.)*

Dos investigadores australianos, E. E. Adderley y E. G. Bowen,


del Departamento de Radiofísica de Sydney, han comprobado lo
mismo en el hemisferio sur: la lluvia más tupida se observó en
cincuenta estaciones meteorológicas en Nueva Zelanda entre 1901
y 1925 según los mismos datos que en Norteamérica, y se
comprobó que ocurría en los días inmediatamente después de la
Luna nueva y la Luna llena. Este resultado sorprendió tanto a
Adderley y Bowen, que no se atrevieron a publicarlo hasta después
de ponerse en contacto con los meteorólogos norteamericanos.*
En Francia, Mironovitch y Viart demostraron, en 1958, después
de minuciosísimas observaciones, la participación de la Luna en
ciertas condiciones atmosféricas conocidas por el nombre de
«obstrucciones». La obstrucción tiene lugar sobre un lugar
determinado cuando una zona de altas presiones impide que se
aleje una perturbación. La zona de altas presiones forma una
barrera que obliga al mal tiempo a dar un rodeo lateral. Los
investigadores comprobaron que durante ciertas fases de la Luna el
número de obstrucciones aumenta o disminuye según la época del
año. Por ejemplo, en Europa Occidental, los veranos de 1945 a
1955 no tuvieron una sola obstrucción entre el cuarto creciente y la
Luna llena.* Si esto puede ser confirmado cabrá la posibilidad de
efectuar predicciones meteorológicas sumamente precisas con
mucha anticipación, ya que las fases lunares son bastante fáciles de
prever por la mecánica celeste.
¿Cómo es posible que la Luna afecte en tal medida a la lluvia?
Una respuesta podría ser la que nos han dado recientemente los
satélites artificiales. La pista fue hallada cuando el satélite «IMP-1»
informó que el «viento solar», que hasta entonces se creía imposible
de contener, era contenido y desviado cuando la Luna estaba en
cierta posición con respecto al Sol. Las partículas cargadas de
energía que salían del Sol caían entonces sobre la Tierra en un
ángulo distinto y de manera distinta también a la que las teorías
aceptadas hasta entonces habían predicho.* Así, pues, las fases
lunares regulan la cantidad de polvo meteórico que cae
continuamente sobre nuestra atmósfera.** Se ha demostrado que el
polvo meteórico tiene el efecto de condensar en forma de vapor el
agua contenida en las nubes y es, por tanto, capaz de causar
lluvias. Esto explicaría el efecto lunar en las lluvias abundantes. La
tradición popular, sin embargo, ha conservado ingenuamente una
observación exacta: los factores cósmicos afectan, ciertamente, las
condiciones atmosféricas. Los meteorólogos modernos no pueden
negar este hecho.
La importancia de la actividad solar
Antiguamente, el hombre veía el Sol como una esfera perfecta, el
círculo dorado de los pitagóricos. Pero, ahora, sabemos que el Sol
es una estrella en estado permanente de efervescencia. Gira en
torno de sí mismo y, periódicamente, está cubierto de manchas,
explosiones abruptas de gases hirvientes que se lanzan al espacio y
cuyos efectos llegan hasta la Tierra misma. En este sentido, cabe
decir que la Tierra está dentro del radio de la atmósfera solar: las
explosiones que se producen en la superficie solar provocan
interferencias en la electricidad atmosférica de nuestro planeta,
originan distorsiones en la recepción radiofónica y son causa de
tormentas geomagnéticas.
Estas perturbaciones pasajeras del Sol influyen también en el
tiempo terrestre. El alemán H. Berg y el austríaco H. Hanzlik
encontraron en ellas la explicación de cambios súbitos en la
meteorología temporal que hasta entonces habían resultado
inexplicables. Aludimos aquí a lo que los técnicos llaman «el paso
de un frente atmosférico cálido (o frío)». Esos «pasos» dependen de
variaciones en la presión barométrica, que cambia la dirección de
los vientos. Si la presión aumenta, el tiempo, probablemente,
mejorará; esto es lo que se llama un «anticiclón». Si la presión baja,
es probable que llueva; esta condición recibe el nombre de «ciclón».
Parece ser que el aumento o disminución de la presión barométrica
depende en último término de explosiones súbitas en el Sol. Mustel,
presidente del Consejo Astronómico de la Academia de Ciencias de
la Unión Soviética, ha coleccionado abundante documentación para
demostrar que cuando la superficie solar está en actividad hay
tendencia al desarrollo de anticiclones por encima de la masa
terrestre y ciclones sobre los océanos. El tiempo, entonces, es
bueno en tierra y malo en el mar. Esta regla, al parecer, es válida en
ambos hemisferios simultáneamente.
¿Es posible predecir el tiempo a fecha fija y en un lugar
determinado basándose en la actividad solar? Y. Arai, en Japón, y
H. C. Willet, en Norteamérica, parecen haber encontrado una
respuesta afirmativa. Es preciso decir, sin embargo, que en
cualquier lugar de la Tierra las variables locales pueden,
probablemente, modificar o cambiar por completo los efectos
generales del Sol. La relación entre el Sol y la atmósfera es tan
compleja como la que pueda existir entre los dos personajes
principales de una novela psicológica. Hay otro importante
obstáculo: la conducta del Sol es completamente caótica de un día
para otro. Ha sido imposible encontrar la menor regularidad en su
actividad diaria. Por otra parte, los astrónomos han encontrado
ciclos regulares de actividad en el Sol que se repiten en períodos
más largos. Si tales ciclos pudieran ser previstos con antelación,
¿sería posible preparar predicciones de tiempo de largo alcance? La
respuesta, al parecer, es afirmativa si la atmósfera de la Tierra es
afectada realmente por las pulsaciones solares.

El estudio de los anillos de los árboles


El tiempo deja su impronta en la Naturaleza: no sólo influye el Sol
en el tiempo a lo largo de vastos períodos, sino que, además, deja
su huella en la Tierra. Los hombres de ciencia han descubierto
métodos útiles de averiguar los efectos de la actividad solar en la
temperatura y la lluvia, métodos que les permiten ahondar en el
pasado y recoger información que puede ser usada para predecir el
futuro. Uno de estos métodos es el llamado dendrocronología, o
sea, el estudio de los anillos de los árboles.
Es bien sabido que el número de anillos que se ven en un tronco
de árbol aserrado corresponden a la edad del árbol en años. Pero
los anillos no son los mismos año tras año: un año cálido y húmedo
deja un anillo grueso, mientras que el anillo estrecho es resultado de
un año frío y seco. De esta manera, se puede reconstruir la
climatología del pasado según el grosor de los anillos. El aspecto
más intrigante de este estudio es que los diagramas preparados con
árboles de diferentes regiones del globo muestran un parecido
innegable entre sí, como si, en efecto, el clima de la Tierra fuese
uniforme. El profesor Douglass, de la Universidad de Arizona,
director del Laboratorio de Investigación de los Anillos de los
Árboles, situado en Tucson, ha estudiado miles de anillos arbóreos.
Durante sus investigaciones, ha comprobado que el clima terreno
que revelan los árboles sigue muy de cerca el ritmo de la actividad
solar. Sobre todo, el ciclo de once años de las manchas solares,
descubierto en 1840 por Schwabe, resultó ser importante: los anillos
de árboles de todo el mundo son más gruesos cuando aumenta el
número de manchas solares*. En la Unión Soviética, Schwedov ha
llegado a los mismos resultados que Douglass, encontrando la
misma periodicidad, lo que significa que las lluvias caen con más
abundancia durante períodos de intensa actividad solar que durante
períodos en que el Sol está inactivo.

Los relojes de once años


El éxito de la dendrocronología ha estimulado una gran variedad
de investigaciones cuyo objeto es descubrir otros indicios de que el
tiempo sigue un ciclo de once años, bajo la influencia
cronometradora del Sol. Un geofísico francés, Pierre Bernard, ha
perfeccionado un ingenioso método para descubrir en qué años
tienen lugar las peores perturbaciones meteorológicas. Construyó
sismógrafos de gran sensibilidad, capaces de registrar los más leves
movimientos de la corteza terrestre, o sea, los causados, no por
terremotos, sino por vientos, lluvia, olas marinas y, después de
estudiar esto durante varios años, concluyó: «Los años en que los
temblores microsísmicos son más intensos son aquellos en que se
registra un descenso notable de actividad solar.»*
Han sido estudiados muchos otros fenómenos naturales
relacionados con éstos. El famoso estudio de Lury, «Popular
Astronomics», dice que el número de pieles de conejo obtenidas por
los tramperos de la bahía de Hudson sigue una curva paralela a la
de la actividad solar. Brooks ha demostrado la relación de esa
actividad con el nivel del agua del lago Victoria, en África; de 1902 a
1921, las aguas subieron cuando el Sol estaba en actividad y
bajaron cuando estaba en calma.** Las manchas solares han sido
comparadas con el número de icebergs y también con las hambres
que se producen en la India por causa de las sequías. Según el
«Bulletin astronómico francés», los años en que el número de
manchas solares es mayor son también de buenas cosechas de
vinos en Borgoña, y los años en que ese número es menor, la
calidad del vino baja. El estadístico suizo R. Rima obtuvo resultados
parecidos al analizar la producción de vinos del Rin durante los
últimos doscientos años.* Todos estos fenómenos parecen tener el
mismo origen: el tiempo.

Fechando el pasado
Otro método de estudiar el pasado de la Tierra consiste en
analizar los varves, que Edward R. Dewey describe de esta
manera.*

Varves son finas capas de barro depositadas con el paso de los años. La
naturaleza del material depositado en el invierno es distinta a la del depositado
durante el verano, de modo que un varve depositado un año puede distinguirse
del depositado el año siguiente. Algunos varves son gruesos, otros finos. Estas
diferencias han sido estudiadas con microscopio y medidas con gran exactitud. De
ordinario, se encuentran varves en el fondo de viejos lagos, muchos en lagos
alimentados por glaciares fundidos. Es razonable que en años cálidos, cuando los
glaciares se funden más, la cantidad de material depositado por el agua del
glaciar sea mayor, y el varve más grueso que en años fríos, cuando el glaciar se
fundió menos. Si esto es así, el grosor del varve será, en cierto modo, un indicio
de temperatura. Cualquier regularidad descubierta en el grosor y la tenuidad
alterna de los varves sería, por lo tanto, un posible indicador de los ciclos
meteorológicos.*

El estudio de estos depósitos fósiles a través de períodos


geológicos ha resultado de la medición de ciclos de longitudes
diversas. Entre ellos, según el geólogo Zeuner, el ciclo de once años
aparece con mucha frecuencia:

Precámbrico 11,3 años


Devónico superior 11,4 años
Carbonífero inferior 11,4 años
Eoceno 12,0 años
Oligoceno 11,5 años*

«Existen periodicidades hace incluso cientos de millones de años,


o sea, que eran las mismas de hoy con respecto a uno de los ciclos
más importantes: el de las manchas solares», escribe G. Piccardi,
director del Instituto de Física Química de Florencia.*

Una aguja solar marca los siglos


Pero nuevos datos van apareciendo en escena. Roger Y.
Anderson y H. L. Koopmans, de la Universidad de Nuevo México,
publicaron recientemente un artículo titulado «Análisis armónico de
la serie temporal de Varve», en el que dan resultados un poco
distintos de los hallados por Zeuner. Descubrieron otro ciclo, mucho
más largo, de capas de sedimento. «El período parece que se
aproxima a ochenta y noventa años y coincide con el período de la
frecuencia en el espectro de números de manchas solares, algunos
espectros de anillos arbóreos y datos climáticos.»*
¿Qué puede significar esto? Necesitamos más información para
que las explicaciones nos resulten comprensibles. El astrónomo
suizo Wolf ha descubierto pulsaciones de amplitud mucho más larga
que se llaman «ritmos seculares» porque duraron casi un siglo,
entre ochenta y noventa años. Durante casi cuarenta años, la
actividad solar aumenta y los períodos álgidos de once años se
vuelven cada vez más altos. Luego, la actividad general disminuye
durante los cuarenta años siguientes, para comenzar a aumentar de
nuevo. Estos «ritmos seculares» del Sol se reflejan no sólo en el
grosor de los varves, sino también en otros fenómenos
meteorológicos. En 1950, el botánico alemán F. Schnelle publicó un
informe que contenía ciertas estadísticas pintorescas* (Véase fig. 2).
Trataba de las fechas de la primera aparición anual de campanillas
de invierno en la región de Francfort del Main. Las campanillas de
invierno son unas flores que comienzan a abrirse cuando el frío
termina y está empezando la primavera. Entre 1870 y 1950, la fecha
normal de florecimiento de las campanillas de invierno era el 23 de
febrero. El botánico calculó cuántos días antes o después de esta
fecha aparecían por primera vez cada año las campanillas de
invierno y encontró una curva constante que abarcaba los ochenta
años de observación. Durante los primeros cuarenta años, o sea, de
1870 a 1910, las campanillas de invierno aparecieron siempre antes
de la fecha media, pero, a partir de 1910, comienzan a florecer cada
vez más tarde, llegando al máximo en 1925, con casi dos meses de
retraso. Entonces, las campanillas de invierno empiezan a volver,
podríamos decir, sobre sus pasos, hasta ahora, cuando florecen de
nuevo con cierta anticipación.
¿Cómo explicar la extraña conducta de estas flores? Su aspecto,
naturalmente, lo determinan el rigor y la duración del invierno. En
Alemania, donde el viento sopla siempre del este, el frío es intenso y
dura mucho tiempo, y la vegetación aparece tarde. Los vientos del
oeste, por otra parte, traen una suavización de la temperatura y, por
lo tanto, una primavera más temprana. La curva del florecimiento de
las campanillas de invierno es indicio de que los vientos, en
Alemania, han seguido el mismo y extraño ciclo. ¿Cuál puede ser la
causa?
El meteorólogo francés V. Mironovitch pensó en comparar el ciclo
temporal del florecimiento de las campanillas de invierno con el ciclo
secular del Sol.* Las dos curvas mostraban una oposición tan
perfecta, que cabía eliminar el azar como posible causa. Durante los
años en que las campanillas de invierno se anticipaban a su cita con
la primavera, la actividad solar era débil; y cuando era fuerte, las
flores se abrían tarde. Así, pues, el ciclo solar de ochenta a noventa
años influye en la temperatura invernal de Alemania, actuando
según la dirección del viento.
El científico soviético Zhan Ze-Zia estudió la frecuencia de los
tifones del sudoeste de China, usando datos que le facilitó el
observatorio de Shanghai.* Encontró una semejanza casi perfecta
entre el número de tifones y la curva de la actividad solar entre 1900
y 1950. La frecuencia de los tifones aumentaba con la actividad
solar, llegando a su auge entre 1920 y 1930. Los ritmos solares de
noventa años parecen indicar también la llegada de fuertes
terremotos. El número de seísmos en Chile ha seguido, según
Mironovitch, el mismo ciclo cósmico entre 1880 y 1960. Los efectos
de la actividad solar pueden ser hallados de un extremo a otro del
planeta.

El Nilo y el Saros
En astronomía, el período de diecinueve años es crucial.
Aproximadamente cada diecinueve años (o, más exactamente,
18,64 años), tienen lugar eclipses de Sol y de Luna en el mismo
punto del cielo. Cuando un eclipse oscurece el cielo en el solsticio
de invierno, pasarán diecinueve años antes de que el fenómeno se
repita. Este período era conocido por los caldeos, que lo llamaban
Saros y creían que sus poderes mágicos causarían el fin del mundo.
Aunque ningún científico comparte esta creencia hoy en día, sería
apresurado concluir que el Saros no tiene nada que ver con lo que
sucede en la Tierra. Le Danois, en una tesis que fue muy popular
durante algún tiempo, subrayó la gran importancia que el Saros
puede tener en nuestras vidas. Alegó que la fuerza gravitacional
combinada del Sol y la Luna actúa sobre las mareas, causando
grandes perturbaciones en el agua. Las corrientes que fluyen por los
océanos pueden explicar los cambios de climas durante siglos
enteros. Pero si este argumento puede parecer un poco exagerado,
un estudio reciente, obra de otro ingeniero hidráulico, Paris-Teynac,
muestra un esquema semejante en varios grandes ríos, sobre todo
el Nilo, cuna de la civilización egipcia.
Tenemos datos sobre las mareas del Nilo desde hace cuatro mil
años. El faraón, adorado como «señor del crecimiento de las
aguas», daba gran importancia a la cantidad exacta de agua que
habría en el río cada año, porque traía riqueza y alimento a su
pueblo. Los datos que se conservaron casi sin interrupción hasta
nuestros días permitieron al príncipe Omar Tussun reconstruir la
biografía del Nilo a lo largo de varios miles de años. En esos datos
encontramos algunos detalles curiosos sobre los ríos. El gran río
egipcio ha seguido variaciones rítmicas bastante claras que se
acercan a ciertos ciclos astronómicos. Paris-Teynac ha identificado
una variante de once años que parece estar vinculada al ciclo de las
manchas solares. Sobre todo, ha mostrado períodos de dieciocho
años que corresponden aproximadamente al Saros, que reflejan los
intervalos entre eclipses de Sol y de Luna. «Es posible —dice— que
el Saros, que los caldeos consideraban tan importante, haga
aumentar el nivel del agua en algunas partes del mundo.»* Sería útil
poder comprobar todos estos primeros resultados en relación con
otros grandes ríos africanos, como el Senegal o el Niger.
Desgraciadamente, su historia escrita no es tan antigua como la del
Nilo. Los egipcios, que no conocían las fuentes del Nilo, suponían
que este tesoro venía a ellos directamente desde el cielo. En su
himno al dios solar, el faraón Ekhnatón escribió hace tres mil
quinientos años: «Nos has dado el Nilo en el cielo, para que
descienda sobre nosotros.» Cierto que esto era solamente un
sueño, pero el trabajo de investigadores contemporáneos nos
muestra que el movimiento de grandes ríos puede depender de los
movimientos celestes.

Los planetas y las edades del hielo


Ahondando aún más en el pasado, algunos investigadores han
tratado de relacionar la influencia gravitacional de los planetas con
las edades del hielo que ha habido, alternándose, en nuestro globo.
Cada planeta del sistema solar afecta al movimiento de la Tierra por
su gravedad. Estos efectos son, por supuesto, muy ligeros en
comparación con los del Sol o la Luna, pero producen cambios en la
excentricidad y la inclinación de la órbita terrestre. Estos cambios
son extremadamente lentos y pueden ser calculados
remontándonos cien mil años atrás y prediciéndolos durante los
próximos cien mil años. No es imposible que puedan tener un efecto
profundo en nuestro clima. El astrónomo servio M. Milankovitch, en
1938 trató de servirse de ellos para explicar la sucesión de épocas
glaciales. Las curvas climáticas calculadas por Milankovitch
corresponden, con asombrosa exactitud, a las curvas del avance
glacial. Estas mismas curvas corresponden también a los ciclos de
cambio de temperatura en el océano durante el mismo período
geológico publicados por Hans Suess, de la Universidad de
California, en 1956.
Algunos científicos ponen en duda las cifras publicadas por
Milankovitch, pero tan sólo para poner en su lugar otras
explicaciones cósmicas. Por ejemplo, E. J. Opik, de la Universidad
de Maryland, cree que las responsables de que la Tierra se enfríe y
se caliente son pulsaciones solares de varios miles de años de
duración.* Otros especialistas han salido en defensa del
investigador servio. George Gamov, por ejemplo, de la Universidad
de Colorado, ha escrito lo siguiente a este respecto:
A pesar de las objeciones de algunos climatólogos, que dicen que unos pocos
grados de diferencia en la temperatura no pueden haber sido suficientes para
provocar períodos glaciales, parece ser que el viejo servio tenía razón. Por lo
tanto, tenemos que llegar a la conclusión de que, si bien los planetas no influyen
en la vida del individuo (como querrían los astrólogos), afectan a la vida del
hombre, los animales y las plantas durante los largos períodos geológicos.*

Los planetas y la recepción por radio


En 1951, John H. Nelson, analizador de difusión del
departamento de comunicaciones de la RCA, recibió el encargo de
estudiar la calidad de recepción de las emisiones radiadas. Desde
hacía algún tiempo se sabía que la calidad de la recepción depende
de la actividad de las manchas solares y especialmente del paso de
las manchas más grandes por el meridiano. Cuando se hubo
comprobado la relación entre la actividad solar y la recepción por
radio, quedó por explicar una importante discrepancia. Nelson pensó
que tal vez podría explicarse en términos de la posición heliocéntrica
de los planetas, es decir, su posición en relación con el Sol.
Después de muchas observaciones, llegó a la siguiente conclusión:
La investigación llevada a cabo en este observatorio desde 1946 ha indicado
de manera perfectamente clara que las manchas solares, por sí solas, no ofrecen
una completa solución a los problemas planteados. Hay fuertes indicios de que
algunas otras fuerzas influyen aquí, además de las manchas solares. La
necesidad de un nuevo sistema de investigación es evidente. El estudio de los
planetas como un nuevo elemento en el análisis de la radiodifusión ha dado
resultados alentadores y parece merecer cada vez más profundos estudios. Una
técnica muy desarrollada de predicción del tiempo nos permitiría pronosticar con
varios años de anticipación, ya que siempre se pueden calcular con gran
exactitud, y por adelantado, los fenómenos planetarios.*

Según Nelson, ciertas configuraciones planetarias específicas


causan perturbaciones en la recepción por radio: aquéllas en que,
en relación con el Sol, los planetas se encuentran o en ángulo recto
unos respecto a otros, o en conjunción o en oposición. En 1963, J.
A. Roberts escribió un artículo en Planetary Space Science
Research demostrando que Venus, Júpiter y Saturno emitían
poderosas ondas de radio que eran recibidas por la Tierra.* En
1966, en un informe dirigido a la Academia de Ciencias de París, el
astrónomo Michel Trellis adujo pruebas de que el efecto
gravitacional de los planetas modula el ciclo de once años de
actividad solar.* Recientemente, han aparecido obras del mismo tipo
en Estados Unidos y la Unión Soviética, así como también en
Alemania. «Como se ha demostrado que los planetas pueden influir
en el Sol, hay que admitir también la posibilidad de que influyan
igualmente en la Tierra, que está más cerca de ellos que el Sol»,
escribe el químico G. Piccardi.* Entre los hombres de ciencia
norteamericanos, E. K. Bigg cree que Venus y Mercurio influyen en
las tormentas magnéticas que se desencadenan en la Tierra.*
Atkinson ha reunido estadísticas que demuestran que tanto la Luna
como Marte ejercen el mismo efecto.*
Éstas y otras observaciones semejantes son todavía difíciles de
explicar, pero, en los últimos diez años, los satélites artificiales han
revolucionado nuestros conceptos espaciales. El extraño efecto de
la Luna y los planetas puede ser debido a las estelas
extremadamente largas que dejan a su paso, conocidas por los
especialistas por el nombre de «colas magnetosféricas». En 1964,
A. T. Dessler calculó que la longitud de la cola magnetosférica de la
Tierra era por lo menos de veinte veces la distancia que hay entre la
Tierra y la Luna. Según Bowen, las colas magnetosféricas de los
otros planetas ofrecen la misma distancia en el espacio.* Hoy en
día, los astrofísicos tienden a pensar cada vez más que el espacio
interplanetario no está vacío, como se creía hace cincuenta años,
sino atravesado por gran número de fuerzas, muchas de las cuales
no han sido observadas aún. Comprimidos entre estas fuerzas, el
Sol sobre todo, pero también la Luna y los planetas, producen a su
vez otras fuerzas y perturbaciones que repercuten en la Tierra.

La Tierra como reloj


El mejor reloj que conocemos es la Tierra misma: gira en torno a
su eje en veintitrés horas y cincuenta y seis minutos, sin fallar. Este
período es llamado «día sideral». Los astrónomos lo han escogido
como unidad de tiempo porque pensaban que su ritmo invariable no
cambiaría nunca. Recientemente, sin embargo, con ayuda de
instrumentos de increíble precisión, se ha descubierto que la
longitud de la rotación terrestre es variable. El día sideral es unas
veces más largo y otras más corto. La diferencia nunca pasa de
unas pocas milésimas de segundo, pero el hecho innegable es que
ni siquiera la Tierra es infalible. Como consecuencia de este
descubrimiento, el día sideral fue abandonado como unidad básica
de tiempo. Para encontrar el reloj exacto que necesita la técnica
moderna, los especialistas tuvieron que recurrir a los insignificantes
intervalos que dividen las reacciones atómicas. El átomo ha
sustituido a la Tierra como reloj.
¿Qué cosa causa esta falta de precisión en nuestro anticuado
péndulo? Los astrónomos, usando relojes atómicos, encontraron la
causa en el Cosmos; atada al Sol en la carrera que ambos realizan
por el espacio, la Tierra está rodeada de fuerzas cósmicas. Todos
los cuerpos celestes vecinos ejercen algún efecto sobre ella. La
Luna, por medio de las mareas, aumenta la longitud de los días de
manera imperceptible. Las erupciones súbitas del Sol afectan
igualmente a la rotación de la Tierra, como también, en principio, los
otros planetas. Todos esos efectos constituyen meras fracciones
infinitesimales de segundo, pero el fenómeno es, a pesar de todo,
impresionante, teniendo en cuenta cuánta energía se requiere para
«ajustar» una masa del tamaño de la Tierra. Y si la Tierra puede ser
movida caprichosamente en el espacio, ¿qué será del hombre,
organismo minúsculo en su insignificancia, que habita en su
superficie, cuando las fuerzas cósmicas se desencadenan?
CAPÍTULO VIII

RITMOS MISTERIOSOS
Una de las propiedades básicas y más misteriosas de la vida es
que depende de ritmos. Se han encontrado diversos ritmos que lo
regulan todo, no sólo la vida de los animales, sino también la de las
plantas; no sólo el conjunto del organismo, sino también cada uno
de los órganos por separado, cada célula y hasta los átomos
móviles de que se compone. Pulsaciones rítmicas subrayan todas
las reacciones biológicas, desde los procesos celulares más
elementales hasta los del organismo en general. Si examinamos
más de cerca el movimiento de estos ritmos, nos parecen efecto de
verdaderos «relojes biológicos» que miden la duración de toda la
vida. El protoplasma tiene la notable cualidad de estructurar el
tiempo en períodos regulares. Esto no nos sorprende en ciertos
ejemplos familiares, como los ritmos de la respiración, el corazón, o
las descargas nerviosas espasmódicas. Pero, ¿cómo se regulan en
la Naturaleza los otros mil y un relojes que funcionan
constantemente?

La necesidad de ritmos
Para todos los seres vivos, sea cual sea su nivel de organización,
el ritmo es tan básico como la vida misma. La «pérdida de un latido»
es siempre peligrosa para el organismo. Sus funciones esenciales
se desorganizan. Si el ritmo no vuelve a ser recobrado rápidamente,
el organismo puede morir. Más aún, el organismo no puede vivir si el
ritmo de otro organismo que no coincide con el suyo le es impuesto
artificialmente. Que el ritmo extraño actúa como si fuera un veneno
mortal ha sido demostrado por los recientes experimentos que
realizó la biólogo Janet Harker, de la Universidad de Cambridge*,
con cucarachas comunes. Como resultado de operaciones
quirúrgicas muy complejas, descubrió que «la glándula que la
cucaracha tiene en la cabeza produce una hormona que está
asociada, o por lo menos es parcialmente responsable de la
actividad de esos animales».* Si la glándula de una cucaracha
normalmente activa es transferida a otra cucaracha cuya actividad
ha sido paralizada largo tiempo por medio de una luz continua, la
segunda cucaracha revivirá al ritmo de la primera, cuya glándula
dirige ahora su conducta. ¿Sobrevive el insecto a la intrusión de un
ritmo extraño en sus células? Depende:
Cuando ciertas glándulas subesofagales de cucarachas cuya actividad está
ajustada a la hora normal del día son transplantadas a cucarachas cuyos relojes
funcionan al mismo ritmo, la cucaracha que recibe esa glándula continúa en buen
estado de salud. Pero si las glándulas de cucarachas cuya actividad se rige según
el ritmo normal del día son transplantadas a otras cucarachas cuyos relojes
regulatorios han sido reajustados por medio de ciclos luminosos inversos, la
cucaracha que las recibe muere invariablemente de cáncer intestinal.*

La supervivencia requiere que los distintos ritmos de nuestro


cuerpo estén sincronizados; si no marcan el ritmo al unísono,
causan una enfermedad tan seria como una lesión en un órgano
determinado.

Clasificación de ritmos
Desde hace mucho tiempo se sabe que los ritmos fisiológicos
tienden a ajustarse al medio ambiente. A veces, se adaptan a los
períodos definidos por los movimientos de la Tierra o por su posición
en el espacio. Los tres principales ritmos ambientales son: el ritmo
diario, que depende de la rotación de la Tierra en torno a su eje
cada veinticuatro horas; el ritmo mensual de la Luna, que gira en
torno a la Tierra; y el ritmo anual de la rotación de la Tierra en torno
al Sol. Éstos son los tres reguladores básicos de la vida.
Los organismos pueden ajustarse a un ritmo ambiental
percibiendo los resultados de ese ritmo, como cambios de luz,
temperatura, humedad, etc. Todos los organismos vivos son
sensibles a esos cambios. Los efectos del ritmo anual son
conocidos de todos: en primavera, el calor hace que las flores se
abran y los animales comiencen a estar en celo. Al acercarse el
invierno, el frío reduce la actividad: los árboles pierden el follaje y los
animales se meten en sus guaridas para invernar.
El ritmo diario es también evidente. La mayoría de las plantas y
animales siguen un ritmo de veinticuatro horas de sueño y actividad.
Pero hay muchas variantes en este esquema básico. La mariposa
se guía por la luz del día, mientras que el gato y el búho se adaptan
a la oscuridad. Las plantas usan la luz del Sol como fuente de
energía y sintetizan activamente su alimentación durante el día. Las
flores se abren con la luz y cierran sus pétalos por la noche, pero,
en esto, también hay excepciones. Existe, por ejemplo, una
Selenicereus grandiflorus, cuyas grandes flores blancas se abren
alrededor de medianoche. El ritmo de veinticuatro horas, sin duda el
más importante de todos los que afectan a la vida terrestre, ha sido
intensamente estudiado por los especialistas. Uno de ellos, F.
Halberg, dice que este ritmo es una adaptación tridimensional «tan
básica como la organización celular estructural en el espacio».* A
veces, los ritmos diario y anual se complementan entre sí,
produciendo ciclos de exquisita sensibilidad en ciertas especies
animales. Por ejemplo, el pulgón de la alubia puede dar a luz
progenie viva o poner huevos, según la época del año, y la
extensión del día en que nacen sus hijos decide la transición de uno
de estos métodos de reproducción al otro. El profesor Anthony D.
Lees, de Cambridge, ha observado que cuando la luz diurna dura
más de catorce horas y cincuenta y cinco minutos, las crías nacen
vivas. Si el día es más corto, aunque sólo sea unos pocos minutos,
las crías nacen dentro de un huevo que la madre, luego, empollará.
Dentro del cuerpo de la hembra del pulgón de la alubia hay un
«reloj» extraordinariamente delicado que funciona a manera de
memoria crónica matemática de infinita precisión.

Sorprendentes complejidades
Los ciclos reproductivos de muchos animales acuáticos se basan
en ritmos relacionados con los movimientos de las mareas. La altura
de la marea depende de la posición relativa del Sol y la Luna;
cuando están en conjunción o en oposición, su efecto gravitacional
se aúna, produciendo mareas mucho más fuertes que las que
tendrían lugar si el Sol y la Luna estuvieran mutuamente en ángulo
recto, vistos desde la Tierra. Este ritmo regula ciertos relojes
biológicos maravillosamente complejos. He aquí como describe
Rachel Carson la extrañísima conducta de cierto pez diminuto
llamado «grunion»:
Ningún animal hace gala de tan exquisita adaptación al ritmo de las mareas
como el «grunion», pez pequeño, reluciente, del tamaño, más o menos, de una
mano humana. Gracias a nadie sabe qué proceso de adaptación, a lo largo de
nadie sabe cuántos milenios, este pez ha llegado a conocer no sólo el ritmo diario
de las mareas, sino también el ciclo mensual según el cual ciertas mareas van
más allá, playa adentro, que otras. Y ha adaptado sus costumbres reproductivas
de tal manera, que la existencia misma de su especie depende ahora de la
precisión de este ajuste.
Poco después de la Luna llena, en los meses de marzo a agosto, el «grunion»
aparece en las aguas de las playas de California. La marea avanza, cede, vacila,
comienza a retirarse. Entonces, en estas olas de la marea baja, el pez comienza a
aparecer. Sus cuerpos relucen a la luz de la Luna, llevados playa adentro a lomos
de las olas; yacen, relucientes, sobre la arena húmeda durante un breve espacio
de tiempo; luego, se lanzan al agua de la ola siguiente y vuelven al mar. Esta
conducta continúa hasta una hora después de que la marea comience a bajar;
miles y miles de estos peces se posan en la playa, dejando el agua, para volver a
ella después. Es así como se reproduce esta especie.
En el breve intervalo entre dos olas, el macho y la hembra se juntan en la arena
húmeda, ésta para poner los huevos, aquél para fertilizarlos. Cuando los padres
vuelven al agua, dejan en la arena una masa de huevos enterrados. Las olas de la
marea no los alcanzarán esa noche, porque ya estaba bajando. Las olas de la
marea siguiente tampoco, porque durante cierto tiempo después de la Luna llena
la marea detiene un poco su avance, quedando algo más abajo de la playa que la
marea anterior. Los huevos, por tanto, quedarán tranquilos durante, por lo menos,
unos quince días. En la arena caliente y húmeda, comienza el desarrollo
incubatorio de los huevos. En el término de dos semanas, tiene lugar el cambio
mágico de huevo fertilizado a larva y, por fin, queda el pez perfectamente
formado, aún confiando en las membranas del huevo, aún enterrado en la arena,
en espera de su liberación. Con las mareas de la Luna nueva llega ésta. Las olas
cubren los lugares donde estaban los huevos y el agua penetra profundamente en
la playa, removiendo la arena. Los huevos sienten su contacto frío, las
membranas se rompen, los pececillos salen y las olas liberadoras les devuelven al
mar.*
Entre las especies acuáticas, el «grunion» no es una excepción.
La misma conducta compleja, cuidadosamente equilibrada, se
encuentra en otros seres vivos. El alga marrón Dictyota, por
ejemplo, sigue a la Luna muy de cerca. Un fisiólogo de la
Universidad de Tübingen, E. Bünning, resume así su conducta: «La
máxima descarga de huevos tiene lugar nueve días después de
verse expuesta a la luz lunar. Y la descarga máxima siguiente ocurre
después de un intervalo de quince o dieciséis días.»* Esta
periodicidad equivale a la mitad de un ciclo lunar. La intensidad de la
luz lunar, en este caso, sirve de cronómetro. Es sorprendente que
tan leve rayo sincronice el «ritmo fisiológico lunar» de esta alga;
como indica Bünning, la luz de la Luna es trescientas mil veces
menos intensa que la del Sol.* Que la supervivencia de una planta
que, al parecer, es ciega dependa de tan infinitesimales cambios de
luz indica que los organismos vivos hacen tremendos esfuerzos por
ajustar sus actividades a los estímulos cósmicos más insignificantes.

Conductas ininteligibles
Hay una antigua tradición entre los pescadores del Mediterráneo
según la cual los animales marítimos comestibles, como los erizos
de mar, las ostras y las almejas están «llenos» cuando hay Luna
llena y «vacíos» cuando hay Luna nueva. Aunque esta creencia no
ha recibido siempre el apoyo de la observación científica, se ha
demostrado que es cierta, por lo menos en el caso de cierto erizo de
mar que habita en el mar Rojo, el Centrechinus cetosus:
Durante la buena estación, o sea, de fines de julio a setiembre, cuando hay
Luna llena, la sustancia genital es vertida en el mar, para permitir la fecundación.
Después de esto, el tamaño de los ovarios y testículos disminuye. Entonces,
comienza de nuevo la producción de células gonádicas, que continúa durante la
Luna nueva y llega a su apogeo con la Luna llena, cuando los huevos y los
espermatozoos están maduros.*

El ritmo lunar del Centrechinus cetosus es difícil de explicar; la


fuerza de las mareas no basta, como en el caso del «grunion», ya
que en el mar Rojo casi no hay mareas.
La espectacular conducta de varias especies de gusanos de mar
también es inexplicable:
En Bermuda, cuando hay Luna llena en abril, mayo y junio, cierto gusano de
mar atlántico comienza su ritmo de reproducción después de la puesta del Sol.
Entonces, las hembras salen de sus guaridas de coral, nadan hacia la superficie y
se vuelven brillantemente luminosas. Los machos, al parecer, son atraídos por la
luz y entonces comienza el proceso de reproducción. Un ritmo reproductivo
parecido es el de la quisquilla Anchistioides, también en aguas de Bermuda, que
se reproduce justo antes de medianoche, dos o tres días antes y otros tantos
después de la Luna nueva.*

Otro gusano de conducta realmente notable es el llamado Palolo


o Leodice viridix, que habita en los acantilados de coral del Océano
Pacífico. Durante los meses de octubre y noviembre, cuando la
Luna está en cuarto menguante, la mitad posterior del gusano, llena
de material genital, se separa de la mitad anterior. Mientras la mitad
anterior sigue en el acantilado y muere, la parte genital sale a la
superficie del mar como la última fase de un cohete y esparce allí su
contenido. Los huevos y espermatozoos se mezclan entonces en la
marea baja durante varios días seguidos. Tantos gusanos participan
en este proceso de reproducción, que el mar parece cambiar de
color. Durante este período, los habitantes de Samoa celebran uno
de sus grandes festivales, porque encuentran muy de su gusto la
carne frita de este gusano.
Éstos son unos pocos ejemplos de que tan extraños ritmos
existen de veras en los reinos animal y vegetal, ritmos que están
relacionados con ciertos factores cósmicos en los que participan el
Sol y la Luna.

Hacia una explicación sencilla.


Desde hace tiempo, los especialistas han reconocido la
sorprendente precisión de los relojes biológicos, pero hasta hace
unos pocos años alegaban aún que las causas de tal precisión no
eran tan misteriosas como parecía a primera vista. Los científicos
creían conocer todos los factores que intervenían en el problema: la
intensidad de la luz solar, por ejemplo, era responsable del
nacimiento del pulgón de la alubia; la intensidad de la luz lunar
regulaba la conducta del alga Dictyota; además, se suponía que la
humedad, la temperatura y la fuerza de las mareas controlaban los
ritmos de reproducción de plantas y animales; por último, se
consideraba que la presión atmosférica era capaz de ejercer honda
influencia en la conducta de los animales.
Estas ideas podían ser comprobadas por medio de experimentos
de laboratorio. Lo único que había que hacer era colocar un
organismo sensible en un ambiente en el que el esquema natural de
luz, temperatura, humedad y presión fuera ligeramente modificado.
En consecuencia, los ritmos que dependen de esos factores
cambiarían también lentamente hasta adaptarse al esquema
artificial. Estos experimentos han sido realizados. El ritmo de los
factores físicos conocidos en el ambiente ha sido modificado,
observándose entonces un cambio correspondiente en la conducta
del animal. La mayor parte de los resultados obtenidos variando la
intensidad de la luz eran los que se esperaban. La luz diurna, por sí
sola, es un cronometrador importante. Pero no todos los
experimentos resultaron satisfactorios por igual y la verdad es que el
aplomo de los científicos ha sufrido un fuerte golpe. ¿A qué era
debido?
El profesor Frank A. Brown se dedicó al estudio del Uca Pugnax,
llamado «cangrejo violinista» porque tiene una enorme pinza cuya
forma recuerda a la del violín. Una característica de este animal es
que su color es más oscuro al mediodía y más claro a medianoche.
A través de una serie de experimentos de laboratorio, Brown
consiguió invertir este ciclo de veinticuatro horas, de modo que el
período de luz en el laboratorio correspondiese al de oscuridad fuera
de él, y a la inversa. Como se esperaba, el ciclo cromático del
cangrejo se adaptó a la nueva circunstancia. Pero, como resultado
de nuevos experimentos, los cangrejos fueron situados en gran
diversidad de ambientes y, entonces, comenzaron las sorpresas: por
muy variados y extremados que fuesen los cambios ambientales en
el laboratorio, el reloj biológico del cangrejo conservaba, a pesar de
todo, su ritmo de cambios cromáticos. El calor o el frío no ejercían
ningún efecto en él. Cangrejos que crecían en ambientes de 47 y 80
grados Fahrenheit conservaban exactamente el mismo ritmo. Más
adelante, Brown hizo otros experimentos, recurriendo a venenos, al
cianuro, por ejemplo, y observó los efectos de la parálisis
metabólica. Esto le permitió influir en los organismos hasta el punto
de detener casi por completo su funcionamiento. Entonces, se
comprobó que incluso cuando las demás funciones corporales
estaban enteramente paralizadas, los relojes biológicos continuaban
funcionando con toda normalidad. Brown concluyó: «En resumen, el
reloj demuestra poseer inmunidades fantásticas a sustancias
químicas que influyen en los cambios metabólicos, y también a
cambios de temperatura.»*
La misma conducta se observó en experimentos realizados con
semillas secas. Bünning ha demostrado que si se guardan granos
secos de semilla en un envase a temperatura uniforme y luego se
extraen unos granos de vez en cuando, el porcentaje de semillas
que germinan depende de la estación del año. Esto es
sorprendente, porque las semillas están muy secas y, por lo tanto,
casi en estado de vida suspendida: ¿cómo pueden percibir en qué
parte del año fueron extraídas del envase? Y esto no es todo:
cuando las semillas se guardan a temperaturas extremas que
oscilan entre 40 grados bajo punto de congelación y 10 grados
Fahrenheit, su extraordinaria sensibilidad a los cambios de las
estaciones se mantiene intacta.

¿Es interno el reloj?


Viéndose ante tan extraña conducta, los científicos supusieron
que los organismos vivos poseen un reloj interno de tipo químico.
Esto daría una explicación sencilla a fenómenos que, de otro modo,
resultarían desconcertantes. Bünning, por ejemplo, era de la opinión
de que la semilla contiene en sus células un «reloj de memoria»
heredado genéticamente, a la práctica inmune a cualquier influencia
del medio ambiente. De esa forma, los ritmos de los organismos
vivos serían causados por factores internos o, en el lenguaje de los
especialistas, serían de carácter endógeno.
El profesor Brown describe así la actitud a la que aquí me refiero:

El organismo es un sistema de relojería completamente autosuficiente, como,


por ejemplo, un buen reloj-calendario de pulsera. El doctor Colin Pittendrigh y el
doctor Victor Bruce, de la Universidad de Princeton, piensan que los cronómetros
básicos del sistema de relojería son sistemas de naturaleza oscilante, físico-
químicos, dentro del organismo mismo; las oscilaciones continúan
independientemente de los cambios rítmicos del medio ambiente del organismo.
La duración de los períodos de esos sistemas se consideran heredados, y su
coincidencia con los períodos naturales geofísicos refleja cierta adaptación a las
condiciones de nuestro planeta a lo largo de millones de años.*

Según esta teoría, el papel de los ambientes cambiantes del


Cosmos queda reducido al mínimo. Durante bastante tiempo, la
mayor parte de los especialistas que estudiaron los ritmos biológicos
aceptaron esta explicación. Incluso hoy en día, la mayor parte de
ellos creen aún que los factores endógenos son la única causa
racional de la conducta constante de los relojes vivos.

Datos que contradicen la teoría


A pesar de todo, existían ciertos datos que no encajaban en el
conjunto de la explicación. Entre éstos, estaban los resultados de
las investigaciones del doctor Burr, de Yale, que estudió las
variaciones del potencial eléctrico de los árboles practicando dos
agujeros en el tronco de un árbol y metiendo el extremo de un
alambre en cada uno. Una corriente eléctrica fue descargada en el
alambre, pero el voltaje no era siempre el mismo y la corriente iba
unas veces en un sentido y otras en otro. El doctor Burr notó que los
cambios en el potencial de los árboles seguían un ciclo ajustado a
los ciclos cósmicos: «De todos los factores externos que examiné, la
fase de la Luna parece ser la única que guardaba cierta medida de
correlación.» Y, sin embargo, el Sol también parece jugar aquí un
papel: «Hay una sorprendente relación entre la actividad cambiante
de las manchas lunares por un lado y los potenciales por el otro.»*
Es como si el árbol contuviera un descifrador eléctrico capaz de
«adivinar» la actividad de los factores cósmicos. Esta conducta es
difícil de reconciliar en términos de una teoría de ritmo interno. Ni
tampoco es fácil ver cómo la teoría puede explicar los datos
hallados por el entomólogo soviético Tcherbinovsky. Después de
comprobar el esquema migratorio de las langostas durante cuarenta
años, encontró una relación entre la dispersión de estos insectos y
la actividad de once años de las manchas solares.* Su compatriota
Derjavin observó que el mismo ritmo solar coincide con cambios en
el ritmo de reproducción y muerte de los esturiones del mar Caspio.
En las orillas del lago Victoria, donde no hay mareas, Hartland-Rowe
en 1958 y MacDonald 1956 observaron los esquemas rítmicos del
desarrollo de ciertos insectos.** Estos ritmos estaban relacionados
con las fases de la Luna por razones que nadie se explica. Hay
datos paralelos en el caso de las rayas del coral llamado Flabellum,
que son un índice de su crecimiento progresivo. Mientras que el
ciclo anual de estas rayas es fácil de explicar, la cosa varía cuando
se trata de hallar la causa de las rayas mensuales y diarias:

Las rayas mensuales se deben quizá a una periodicidad reproductiva


relacionada con el ciclo lunar, que ya ha sido hallada en otros corales. Por lo que
se refiere a las rayas de tercer orden (las diarias), no parecen seguir la marea, y
su explicación parece depender de las variaciones diarias de luz.*

Pero el problema es que «hay variedades del mismo coral que


viven a gran profundidad, donde la luz del Sol no penetra. Se ha
observado que esos corales tienen también tres órdenes de rayas.
¿Cómo puede explicarse este fenómeno?»* La cuestión es: ¿cómo
puede mantener el coral su ritmo a una profundidad donde las
condiciones externas permanecen uniformes y no hay mareas ni luz
que puedan afectar su crecimiento?
La posibilidad de ritmos exógenos
El estado de nuestros conocimientos en este terreno era bastante
confuso hasta que Brown publicó una importante aclaración. Su
éxito se debió al hecho de que en lugar de ver en las observaciones
mencionadas más arriba meras excepciones incómodas, las
consideró como ejemplos de una ley positiva. Había indicios de
muchas contradicciones en la doctrina de los «ritmos endógenos».
Se podía elegir entre no dar importancia a las contradicciones o
usarlas como punto de partida de una nueva interpretación. Brown
eligió la segunda posibilidad y tuvo una idea notable: estudiar la
conducta de organismos en condiciones ambientales perfectamente
uniformes. Trató de situar a los animales de sus experimentos en la
misma temperatura, humedad y presión todo el tiempo posible. Es
decir, lo que hizo Brown fue crear una condición exactamente
contraria a la anterior: en lugar de variar el ambiente lo más posible,
redujo completamente las variaciones. Si los partidarios de la teoría
de los «ritmos endógenos» tenían razón, no ocurriría nada de
particular en circunstancias de variación reducida; los relojes
internos continuarían con su ritmo milenario.
Brown comenzó sus experimentos en 1956, y desde entonces,
sus descubrimientos han ido minando la seguridad de los que creían
en los relojes internos. En condiciones cuidadosamente controladas,
los relojes internos ofrecen variaciones incomprensibles. Privados
de sus «ritmos evidentes» habituales, plantas y animales se
conducen de una manera que indica que se encuentran dominados
por ritmos nuevos, no percibidos hasta ahora. Confinados en sus
calabozos, esos organismos siguen recibiendo mensajes. Se dan
cuenta constantemente de ciertas modificaciones en el ambiente
geofísico, como si espías pudiesen enviar mensajes a través de la
rigidez de las «condiciones uniformes».

Relojes que adelantan dos días


Uno de los experimentos de Brown consistió en poner patatas,
zanahorias y salamandras en envases y medir la actividad
metabólica de esos organismos según se revelaba por la cantidad
de oxígeno expulsada, usando un ingenioso método que él mismo
había ideado. A pesar de las condiciones muy poco normales en
que los organismos habían sido colocados, la curva de su
«consumo de oxígeno» mostraba ciertas correspondencias
características con la curva de presión barométrica fuera del
laboratorio dos días después de cada medición. No sólo eran
modificados los relojes biológicos por las condiciones distintas, sino
que las modificaciones parecían guardar relación con futuras
condiciones externas. «De hecho —escribe Brown—, todos los
seres vivos que estudié en nuestro laboratorio durante estos tres
años últimos —de zanahorias a algas y de cangrejos a ostras y
ratas— han mostrado esta capacidad de predecir, con bastante
exactitud y de forma que excluye el azar, el cambio de la presión
barométrica con unos dos días de anticipación.»*
Brown hizo más descubrimientos con éstos y otros tipos de
organismos. Tres años de continua observación de patatas han
mostrado que la actividad metabólica se ajusta a un esquema diario
que consiste en tres puntos álgidos de consumo, uno cerca de la
salida del Sol, otro al mediodía y otro al acercarse la puesta del Sol.
Y, sin embargo, las variaciones de luz, temperatura y humedad no
pueden ser causa de esos momentos álgidos, ya que estas tres
circunstancias se mantenían constantes en el laboratorio. Un
misterio parecido rodea los descubrimientos de Brown en relación
con el día lunar. Según parece, patatas, algas, zanahorias, gusanos
y salamandras «saben» dónde está la Luna, si acaba de aparecer
en el horizonte, si está en su cenit o incluso si se está poniendo.
«Las semejanzas en cambios como el del ritmo metabólico según la
hora del día lunar sólo pueden ser explicadas de manera plausible
diciendo que responden a una fluctuación física externa común a
todos esos organismos y que se regula según el período lunar»,
comenta Brown.* (Véase Fig. 3)
Las ostras y la hora lunar
Todo esto no fue más que el comienzo de los descubrimientos del
doctor Brown. Con un grupo de ayudantes, entre los cuales estaban
Webb, Bennett, Terracini y Barnwell, todos ellos de la Northwestern
University, decidió hincarle el diente al problema de una manera
más original aún. ¿Qué ocurriría, se preguntaron, si los animales
fueran sometidos a condiciones uniformes, pero variando los
factores cósmicos? Para responder a esta pregunta, Brown puso
varias ostras vivas de Long Island en envases oscuros, cerrados, y
las llevó a su laboratorio de Evanston, a mil seiscientos kilómetros
de distancia del mar. Cuando llegaron, observó su actividad
cronometrando la apertura de las valvas. Al principio, las ostras
conservaron su ritmo natural, abriéndose y cerrándose al ritmo de
las mareas de Long Island. Pero, al cabo de quince días, Brown
notó que había tenido lugar un cambio de ritmo. Las ostras se
abrían ahora a la hora en que habría habido marea en Evanston, de
estar la ciudad en la costa, es decir, cuando la Luna pasaba por el
meridiano de la localidad, Las ostras habían abandonado su ritmo,
relacionado con mareas existentes, y respondían a un ritmo
exclusivamente lunar. Habían sido «reajustadas» por una influencia
desconocida, relacionada con el paso de la Luna sobre el meridiano
de Evanston. Y todo esto había ocurrido estando encerradas en
envases oscuros en el laboratorio.*

Sorprendente actividad
El problema siguiente que se planteó Brown fue: ¿cómo
reaccionarían los animales ante condiciones semejantes? En 1959,
él y Terracini demostraron que también las ratas responden a los
movimientos de la Luna. Una rata fue guardada varios meses en
una jaula cerrada con luz, temperatura y presión constantes. La rata
no podía saber si era de noche o de día, si la Luna estaba encima o
debajo del horizonte. Cuando Brown y Terracini comprobaron la
actividad física de la rata, vieron que sus momentos álgidos de
actividad estaban relacionados con la posición de la Luna: la rata se
mostraba más activa durante las horas en que la Luna estaba bajo
el horizonte. Se movía seis veces más durante la primera hora del
día lunar que durante la undécima. Esta periodicidad lunar estaba
complementada por un subesquema que parecía depender de los
movimientos del Sol.* Este experimento ha sido repetido y
confirmado; en 1962, un estudio de ratones arrojó también nueva luz
sobre estas cuestiones.
También se ha comprobado que los animales son a veces
sorprendidos en equilibrio entre el ritmo de la Luna y el del Sol, aun
cuando estén protegidos contra el efecto aparente de esos cuerpos
celestes. Este descubrimiento lo hizo Brown experimentando con
conejos de Indias durante un período de ocho meses en 1965. Al
principio, los roedores sincronizaban su actividad con la salida y la
puesta del Sol, que era probablemente su ritmo normal hasta que
fueron encerrados en jaulas. Luego, de súbito, el ritmo de
veinticuatro horas cambió, creándose uno nuevo, algo más largo,
que duraba veinticuatro horas y cincuenta minutos. Este período
corresponde exactamente a la duración de un día lunar, ya que la
Luna siempre se levanta cincuenta minutos más tarde cada día en
relación con el Sol. Pero este nuevo ritmo no se mantuvo constante:
a veces, los roedores volvían al ritmo de veinticuatro horas del día
solar. Este esquema de actividad cambió a lo largo del experimento,
siguiendo ora uno ora otro de ambos cuerpos celestes, sin que
supieran la posición de ninguno de los dos en el cielo, encerrados
como estaban en oscuras jaulas experimentales.*

Conocimiento genético
Citaremos un experimento más, publicado por uno de los
colaboradores de Brown.* Huevos de gallina fertilizados fueron
puestos dentro de una incubadora y se registró la respiración de los
embriones. Durante los primeros cinco días de incubación, los
embriones mostraron por término medio una variación de
veinticuatro horas con puntos álgidos relacionados con la salida del
Sol, la Luna y la puesta del Sol, igual que las patatas. Los
embriones parecían darse cuenta de cuándo el Sol se levantaba y
se ponía, a pesar de la iluminación y la temperatura uniformes de su
ambiente. Cuando, al cabo de una semana, los pollos pudieron
comenzar a ejercer actividad muscular, el aparato respiratorio
demostró que su actividad aumentaba con la salida del Sol y bajaba
con su puesta, de acuerdo con su naturaleza diurna heredada.
Evidentemente, el embrión nunca había visto el Sol, pero a pesar de
esto el «conocimiento genético» de esos cuerpos celestes se
manifiesta en cuanto los embriones tienen suficiente edad para
reaccionar ante ellos de manera coordinada. ¿De qué maneras
inimaginadas se filtra este conocimiento por la cáscara del huevo y
penetra en los diminutos organismos que hay encerrados en él?
Reconocemos aquí y allá un viejo problema, nuevamente planteado.
Cualquier explicación que aduzca ritmos puramente internos parece
insuficiente. Hay, por supuesto, un mecanismo endógeno que
permite que ocurran reacciones orgánicas, pero la condición inicial,
el factor que guía las manecillas del reloj biológico, parece residir
muy lejos, en los movimientos del Cosmos.

Hipótesis sacrílega
Acumulando datos de este tipo, Brown esbozó una hipótesis que,
como él mismo dice, era un tanto sacrílega. Cayeron sobre él
truenos y rayos del Olimpo científico. Lo que proponía Brown era
que las condiciones ambientales uniformes del laboratorio no eran
tan uniformes como se había pensado: había algunos factores
desconocidos que procedían del espacio y que los recursos del
laboratorio no podían controlar; su efecto consistía en «reajustar» al
organismo según el tiempo cósmico. Los cangrejos o las ostras, por
ejemplo, cambiaban su ciclo de actividad para adaptarlo a «los
tránsitos superiores e inferiores de la Luna, y la única explicación
plausible de esto es que esos seres vivos obtienen información
sobre la posición de la Luna con ayuda de algunos canales sutiles»,
escribe Brown.* La explicación que sugiere, la de que existen relojes
biológicos, va contra todas las teorías existentes: los ritmos, dice,
son externos, impuestos al organismo por el ambiente cósmico y
geofísico. Sirviéndonos de su propio símil:

La segunda de ambas posibilidades, por lo que se refiere al cronómetro básico,


es que el organismo puede compararse más lógicamente con el reloj eléctrico
corriente, el cual de hecho, en cierto modo, no es un reloj propiamente dicho, ya
que no tiene un aparato cronometrador interno. Lo que tiene es un motor
sincronizante que le permite contar las oscilaciones eléctricas generadas por la
corriente de sesenta ciclos por segundo y medir el tiempo con ayuda de esa
información. Es decir, que, según esta segunda hipótesis, los diversos relojes que
hay dentro del organismo están ajustados según el ambiente normal rítmico
geofísico de este planeta.*

En un artículo publicado en Science, en 1959, Brown afinó su


pensamiento, expresándose de la siguiente manera:
Durante estos últimos seis años, el número creciente de pruebas de que
existen relojes internos completamente autónomos, sumamente heterodoxos e
incluso increíbles en términos de nuestros conocimientos actuales de fisiología, ha
hecho necesario revisar la hipótesis provisional de que se trata de relojes
independientes o de un «sistema cerrado».

La hipótesis que parece más plausible en vista de tales pruebas,


añade, «es que el reloj comprende un “sistema abierto” y que la
cronometración de los períodos que persisten en condiciones
llamadas constantes se deriva de una reacción continua del
organismo viviente con su ambiente geofísico rítmico».*
Era en verdad increíble suponer que influencias procedentes del
espacio pudieran penetrar en el interior de los laboratorios y
desequilibrar condiciones experimentales cuidadosísimamente
controladas. De hecho, la formulación de esta teoría provocó
intensos debates en los círculos científicos. Era de esperar que
hombres de ciencia que habían formulado una teoría de ritmos
endógenos basada en tantos experimentos ingeniosos fueran
difíciles de convencer sobre la importancia de los ritmos exógenos.
El debate, aunque siempre cortés, fue, sin embargo, muy
apasionado, con cierta dosis de humor. Cabe mencionar a este
propósito la advertencia que L. C. Cole hizo a sus colegas sobre el
uso excesivo de números; Cole demostró que las estadísticas
pueden usarse para probar cualquier cosa, y con ayuda de ellas
consiguió descubrir el «ritmo exógeno» del unicornio. No cabe duda,
concluyó, de que algunos de los llamados ritmos exógenos son tan
imaginarios como el unicornio mismo.*
En conclusión, nos hallamos ante una cuestión básica: ¿cuáles
son esas fuerzas desconocidas ante las que los animales y las
plantas reaccionan de manera tan inmediata? ¿Pueden ser
explicadas? ¿No es preciso suponer una sensibilidad fantástica por
parte de los organismos vivos, una sensibilidad de la que hasta
ahora no nos habíamos dado cuenta? Brown mismo dice: «Los
factores responsables de esto son, probablemente, muy sutiles. Una
cuestión crítica de este problema es si el organismo posee
sensibilidad adecuada para percibir fluctuaciones en fuerzas
geofísicas sutiles y penetrantes.»* Ya se ha demostrado que esas
fuerzas sutiles no son las fuerzas cronometradoras evidentes, como
la luz, la temperatura, la presión. ¿Cuál es, pues, la identidad de los
misteriosos factores cuya existencia postula Brown?

Audaz experimento
Los físicos y los astrónomos saben desde hace mucho tiempo
que el campo magnético de la Tierra varía según la posición del Sol
y de la Luna con respecto a la Tierra. El extremo magnetizado de la
aguja de una brújula se vuelve hacia la Tierra, pero cuando llegan a
la Tierra los efectos de una erupción de manchas solares, la aguja
vacila y registra esas «tormentas magnéticas». Gracias a datos
exactos que se guardan en los observatorios se pueden percibir los
cambios más insignificantes. En 1940, Chapman y Bartels
descubrieron que la intensidad y dirección de los campos
magnéticos sufren modulaciones de hora en hora relacionadas con
el día y el mes lunares.* Recientemente, tres astrónomos británicos,
Leaton, Malin y Finch, han precisado más una acertada
confirmación de su descubrimiento.* Los animales son capaces de
seguir el movimiento de los relojes lunares y solares sin tener
contacto visual con ellos. Relacionando estos dos datos, Brown
formuló la siguiente hipótesis: quizá los organismos reaccionan ante
factores geofísicos que se derivan de la posición relativa de esos
dos cuerpos celestes, como, por ejemplo, el magnetismo terrestre.
Si esto es así, el organismo animal sería una especie de
«magnetómetro viviente», capaz de reaccionar de la misma manera
que el instrumento del mismo nombre de los geofísicos.
Un primer experimento, realizado con varios animales pequeños,
produjo resultados esperanzadores. Resultó de él una correlación
entre el metabolismo de esos animales, medido por su consumo de
oxígeno, y las variaciones geomagnéticas registradas
simultáneamente por los observatorios. Estos animales no sólo
tenían un reloj biológico capaz de regular su nivel de actividad en
cualquier momento, sino que también parecían tener una «aguja
biológica de brújula» que les permitía orientarse en el espacio. Y
esta aguja biológica de brújula —como la metálica— fluctuaba de
acuerdo con ritmos solares y lunares. Pero estos primeros
resultados necesitaban confirmación. Con objeto de comprobar la
existencia de tal sensibilidad, Brown ideó una serie de ingeniosos
experimentos. Desde 1959, se dedicó a estudiar, con sus asistentes,
la conducta de animales puestos en el campo geomagnético según
orientaciones bien definidas.*
La audacia de estos experimentos consiste en el hecho de que el
campo geomagnético es sumamente débil. Mucho antes, otros
investigadores fracasaron en el intento de encontrar reacciones
animales incluso con el uso de campos magnéticos cien veces tan
fuertes como los normales que nos rodean. A estos investigadores,
les pareció evidente que Brown y sus asistentes no conseguirían
ningún resultado con sus condiciones de experimentación. Esperar
que consiguieran algo concreto sería como creer en la posibilidad de
que un faro sea invisible precisamente porque es demasiado
luminoso, o que un cuerno de caza sea inaudible por ser demasiado
sonoro. Pero la analogía de luz y sonido no es siempre exacta; a
veces, los organismos reaccionan de manera más inmediata a
niveles de energía más débiles que se encuentran en la Naturaleza,
y las variaciones del magnetismo terrestre pertenecen a este grupo.
Las intensidades magnéticas usadas con exceso en experimentos
anteriores sólo sirvieron para colmar al animal, incapacitándole para
reaccionar.*

La brújula biológica
Brown y sus colegas comenzaron sus estudios con un pequeño
molusco llamado Nassarius, que se parece a la babosa y vive en
charcos en las playas. Estos animales fueron escogidos por causa
de la lentitud de sus movimientos. El ambiente experimental, como
se ve en la Fig. 4 era sencillo, pero original. Los moluscos eran
colocados dentro de un recipiente que contenía dos centímetros de
agua. Podían salir del envase por el cuello del recipiente pero sólo
de uno en uno. Según iban saliendo, un indicador en forma de
abanico permitía al experimentador medir el ángulo de dirección de
cada animal al salir de su prisión. De esta manera, eran observadas
las salidas de los treinta y tres mil Nassarius. Algunos salían hacia la
izquierda, otros hacia la derecha, y algunos iban derechos. Cuando
los investigadores sometieron el esquema de orientación de salida
al análisis matemático se vio que la dirección del Nassarius al salir
dependía de la hora que era. Por la mañana, el molusco solía girar
hacia la derecha; a otras horas, la tendencia hacia la izquierda era
más frecuente. Ciertos componentes del magnetismo terrestre
cambian también en el transcurso del día. Continuando sus
experimentos durante el verano de 1952 Brown y sus asistentes
descubrieron que el ritmo de orientación de los moluscos es
afectado por la fase del mes lunar, igual como le ocurre a la aguja
sensible del geofísico.
Un experimento posterior, con unos gusanos pequeños de agua
dulce llamados Planaria, produjo resultados semejantes. El gusano
era influido por las fases de la Luna: con la Luna nueva, se volvía a
la izquierda, diez grados al norte, mientras que, cuando había Luna
llena, se volvía el mismo número de grados, pero hacia la derecha.
Además, aunque también se podía cambiar la orientación del campo
magnético de la Tierra artificialmente, los animales sabían siempre
orientarse en circunstancias muy cambiadas y discriminaban dentro
de un margen de quince grados la orientación del campo.
Posteriormente, se ha demostrado en muchos laboratorios que
otros organismos muestran también una extraordinaria sensibilidad
al magnetismo. J. D. Palmer, de la Universidad de Illinois, observó
esto en animales de menos de un milímetro de tamaño llamados
Volvox. Armándose de paciencia, se dedicó a observar, con ayuda
de un microscopio, a siete mil Volvox en un recinto con una salida
diminuta y llegó a la conclusión de que su dirección no era guiada
por el azar, sino que seguían ciertas orientaciones.* En Alemania, G.
Becker ha demostrado que insectos como, por ejemplo, las moscas
no se posan en dirección casual, sino a lo largo de ciertas líneas de
fuerza magnética terrestre. Las explicaciones dadas por Yeagley en
1947 sobre el regreso de las palomas siguiendo líneas magnéticas*
han sido formuladas otra vez sobre una base nueva; ahora, parece
ser que las palomas tienen una extraordinaria sensibilidad al
magnetismo. Quizá todo el problema migratorio, que lleva tanto
tiempo resistiéndose a toda explicación satisfactoria, no tarde en
encontrar una solución en estos términos.

Percepción eléctrica
Pero el magnetismo no es el único sentido adicional cuya
existencia ha sido descubierta recientemente en los animales; hay
otros que permiten al organismo recibir del espacio mensajes hasta
ahora desconocidos. Los animales son sensibles también a toda la
gama de ondas electromagnéticas. Por ejemplo, se pudo comprobar
que la conducta del ratón cambia como reacción a radiaciones muy
débiles de gamma, en un experimento llevado a cabo por Brown en
colaboración con Y. H. Park y J. R. Zeno.* Las radiaciones de
gamma son ondas electromagnéticas muy cortas, llevadas a la
Tierra por rayos cósmicos que provienen de todos los rincones del
Universo; su debilidad se debe a que se filtran por nuestra
atmósfera, que impide a esos rayos llegar a la superficie de la Tierra
en cantidades que pudieran sernos nocivas.
El efecto de los campos electrostáticos también ha sido
estudiado. Los campos electrostáticos se desarrollan en torno a
cuerpos eléctricamente cargados. «Se ha demostrado —escribe
Brown—
que animales como los caracoles y los planarianos son capaces de resolver
diferencias en campos electrostáticos del mismo orden de fuerza que los que son
constantemente subyugados por la Naturaleza. Todo indica que la cosa viva tiene
más de cien veces la sensibilidad que sería necesaria, por ejemplo, para
«percibir» el campo eléctrico creado por una tormenta a kilómetros de distancia,
en el horizonte»*

Al otro extremo del espectro, H. L. König, de Munich, ha podido


demostrar, con ayuda de instrumentos sensibles, que la atmósfera
contiene ondas de frecuencia extremadamente baja (uno a diez
Hertz), pero de gran longitud, decenas y hasta cientos de miles de
kilómetros. En la superficie, esas ondas parecen tener muy poca
energía y, sin embargo, influyen en el brote del trigo, el crecimiento
de las bacterias y la actividad de los insectos.* Una de sus
características es que nada puede detenerlas, ni siquiera los muros
más gruesos. Otra es que dependen de fenómenos cósmicos; tanto
la salida del Sol como las erupciones solares crean abundancia de
estas ondas. Las semillas, las bacterias y los insectos parecen
«conocer» esto, y regulan sus ritmos vitales en consecuencia.

Percepción gravitacional
Algunos científicos no vacilan en afirmar que los animales
también están provistos de un «ojo gravitacional». La gravedad
participa en todo; no hay nada en la Tierra que pueda escapar a sus
efectos, y también parece inmune a la influencia del hombre; los
hombres de ciencia tropiezan con innumerables dificultades cuando
tratan de crear gravedad artificial en sus laboratorios. Hay
instrumentos que registran los más ligeros cambios de las fuerzas
de la gravedad. Es evidente que la masa de ciertos cuerpos
celestes, como el Sol y la Luna, influye mucho en nuestro globo. Si
no fuera por la fuerza de la gravedad del Sol, la Tierra se perdería
en las soledades heladas del Cosmos. La Luna, al pasar sobre el
meridiano de cualquier lugar terrestre, causa mareas no sólo en los
océanos, sino también en la atmósfera y en la Tierra. Todas las
cosas vivas, por pequeñas que sean, reaccionan en cada una de
sus células ante la fuerza gravitacional que va a la zaga de los
movimientos del Sol y de la Luna. Mientras que a escala global esas
fuerzas son considerables, su efecto es infinitésimamente pequeño
al nivel de las cosas vivas.
Antes de que Brown hiciera sus descubrimientos, nadie hubiera
soñado con buscar efectos biológicos vinculados con tan tenues
influencias. Recientemente, sin embargo, F. Schneider, biólogo de
Zurich, comenzó a investigar si los organismos vivos se conducen
como gravímetros ultrasensibles, ajustando sus relojes según los
cambios de la gravedad. Su primer éxito consistió en demostrar que
los abejorros reaccionan tanto ante las fuerzas magnéticas como las
gravitacionales.* Metido en un envase de lados opacos, un
enjambre de estos insectos reaccionó ante la aproximación invisible
de una masa de plomo de ochenta o más libras de peso. Esta
reacción sigue siendo difícil de explicar, pero Schneider concluyó:

A falta de explicación más satisfactoria, es preciso admitir que estos insectos


perciben modificaciones en la distribución de las masas en su vecindad inmediata.
Como en estos experimentos los campos de gravedad del Sol y de la Luna son
más fuertes que la del de la masa de plomo, parece probable que el movimiento
de estos cuerpos celestes tenga un efecto correspondiente en la conducta de
esos animales.*

Según Schneider, el insecto puede tener una percepción


«ultraóptica» de la gravedad que le permite seguir los movimientos
del Sol y ajustar a ellos su reloj biológico.
Ritmos sutiles
La conducta en apariencia misteriosa de organismos aislados en
laboratorios comienza a tener alguna explicación. La cuestión de si
los relojes internos son sistemas cerrados que funcionan
independientemente del ambiente o sistemas abiertos que pueden
ser adelantados o atrasados por fuerzas exteriores a ellos ha sido
formulada de manera completamente nueva. Los relojes biológicos
no funcionan en circuitos cerrados; esto, naturalmente, no excluye el
hecho de que tengan una existencia propia dentro de los
organismos mismos. Parece ser que estos dispositivos
cronometradores internos pueden ser ajustados y reajustados por
fuerzas externas: cambios sumamente pequeños en la electricidad
atmosférica, en el magnetismo de la Tierra o en campos de
gravedad. De hecho, todas las cosas vivas, animales o vegetales,
cuando están privadas de los «ritmos evidentes» impuestos por la
luz, la temperatura o la presión, parecen volverse extremadamente
sensibles a los «ritmos sutiles» de origen cósmico recientemente
descubiertos. Los hombres de ciencia han comenzado a aceptar la
idea, hasta hace poco considerada increíble, de que las influencias
del espacio penetran en todas partes, hasta en los laboratorios más
protegidos, influyendo en todos los organismos, incluso en los que
están situados en ambientes en apariencia uniformes. De hecho, los
resultados demuestran que no hay condiciones realmente uniformes
en la Tierra.
Entre los seres humanos, han sido observados desde hace ya
algún tiempo cambios importantes en el ritmo biológico que pueden
estar relacionados con sucesos que tienen lugar en el espacio
cósmico. Ahora, pasaremos a considerar las consecuencias de esos
fenómenos en el hombre.
CAPÍTULO IX

LOS SENTIDOS DESCONOCIDOS DEL


HOMBRE
Los científicos comenzaron a estudiar con vacilación los efectos
de los fenómenos cósmicos en el hombre por temor a identificarse
con creencias pasadas de moda y supersticiones. Pero el progreso
de la ciencia hizo inevitable que la cuestión se plantease de nuevo;
no había otra alternativa, ya que es obvio que el organismo humano
está regido también por ritmos externos tanto como internos. Hay
ritmos de estación y diarios, naturalmente, pero también hay otros
ritmos más misteriosos. La nueva historia de las influencias del
cosmos en el hombre comenzó poco después de la Segunda Guerra
Mundial.

La aventura de los doctores Faure y Sardou


En 1920, en el sur de Francia, vivía un médico, el doctor Faure,
quien un día observó algo muy sorprendente. Así lo narra él mismo:

Fue en Niza, una ciudad donde acababa de ser instalado el teléfono


automático... Ciertos días, los aparatos no funcionaban o funcionaban
caóticamente durante unas pocas horas, aunque nada en el mecanismo explicaba
el porqué. De pronto, la línea se ponía de nuevo en funcionamiento sin ayuda
humana alguna. A mí me sorprendió bastante que me dijeran que esas
perturbaciones temporales del teléfono iban acompañadas de un aumento en el
número de enfermedades y precedidas por ciertas perturbaciones atmosféricas.
Uno de aquellos días en que el teléfono llevaba ya algún rato sin funcionar como
es debido leí en el periódico que una fuerte tormenta magnética en los Estados
Unidos había interrumpido durante varias horas la comunicación telefónica y
telegráfica. Cuando pregunté a Monsieur Vallot (un astrónomo) sobre la cuestión,
me dijo que esas perturbaciones no tenían nada de raro y que también afectaban
la estabilidad de las brújulas, la aparición de las luces nórdicas, temblores
sísmicos, erupciones volcánicas, etc. Según él, una de las causas más probables
de esas perturbaciones magnéticas era el paso de grandes manchas solares a
través del meridiano. Así, pues, nos pusimos de acuerdo para investigar juntos si
el paso de las manchas solares coincidía también con el recrudecimiento de las
enfermedades humanas.
El doctor Sardou, que se enteró de nuestro proyecto, nos ofreció su
colaboración y los tres comenzamos nuestras primeras investigaciones. Vallot, en
su laboratorio de Mont Blanc, observaba el paso de las manchas solares. Al
mismo tiempo, el doctor Sardou estudiaba los casos de enfermedad observados
en Niza, en la costa del Mediterráneo, mientras yo hacía lo mismo en Lamalou,
cerca de los montes de Cevennes, al borde mismo de la meseta central de
Francia. No nos comunicábamos mutuamente nuestras observaciones, pero
cuando comparamos los resultados después de 267 días de incesante
observación, estaba claro que había una secuencia cronológica, es decir, que las
25 transiciones de manchas solares eran seguidas en veintiún casos por una clara
incidencia de morbo... Más tarde, noté también que el número de muertes
repentinas durante el paso de las manchas solares era el doble de grande que en
cualquier otro momento.*

Los descubrimientos de Faure, Sardou y Vallot fueron


comunicados a la Academia de Medicina de París el 4 de junio de
1922. Esta fecha marca el comienzo de la historia moderna de las
influencias cósmicas en el hombre.

La historia de Tchijevsky
Al mismo tiempo, A. L. Tchijevsky, un profesor de Historia que
vivía en Moscú, estaba estudiando minuciosamente los antiguos
cronicones de su país. Le sorprendieron los aparentes ritmos que
revelaban los sucesos cíclicos de la Humanidad: los movimientos
sociales de la historia, las epidemias, etc. Un día, se le ocurrió la
idea de relacionar la actividad periódica de las manchas solares con
los diferentes fenómenos que hasta entonces no habían podido ser
explicados por una ley conocida. Después de muchos años de
trabajo, Tchijevsky reunió una detallada serie de incidentes sociales
que se repetían y la fue comparando con la fluctuación en el número
de manchas solares. El estudio que redactó sobre esto es un
examen verdaderamente paranoico de la historia, en el que
relaciona las curvas de la actividad solar con guerras, revoluciones y
emigraciones desde el año 500 a. de C. hasta el 1900 de nuestra
era. Tchijevsky concluyó su análisis indicando que las epidemias
psíquicas coinciden con los momentos de máxima actividad solar en
un 72 por ciento de los casos y con descensos de actividad solar
sólo en un 28 por ciento.*
Para Tchijevsky, hasta la emigración de los judíos a los Estados
Unidos siguió un determinismo cósmico, igual que la alternancia de
Gobiernos conservadores y liberales en Inglaterra. Durante el siglo
que transcurrió entre 1830 y 1930, los liberales, según él, han
estado en el poder durante auges de manchas solares, y los
conservadores en períodos en que esas manchas escaseaban.
Según Tchijevsky, la actividad solar estimula la inquietud y fue ésa
inquietud social lo que indujo a los judíos a buscar una vida nueva al
otro lado del mar y al electorado inglés a votar por candidatos
menos tradicionalistas.
Pero Tchijevsky no se detuvo aquí. Reunió también información
sobre las grandes epidemias que habían diezmado la población de
Rusia y el resto del mundo. Sus resultados son realmente
impresionantes: las grandes plagas, la difteria y el cólera que
azotaron a Europa, el tifus ruso y la epidemia de viruelas que se
cernió sobre Chicago parecían ser consecuencia de la periodicidad
de once años del Sol. El investigador afirma que los momentos
álgidos de actividad solar parecen afectar adversamente la vida
terrestre. Las epidemias tendían a aparecer en años de actividad
máxima y a ceder cuando el Sol se tranquilizaba.* (Véase Fig. 5)
A Tchijevsky, la publicación de su obra en la Unión Soviética le
acarreó grandes dificultades. Durante el período entre ambas
guerras mundiales, Rusia estaba bajo la rígida égida de Stalin, y la
afirmación de que las manchas solares podían influir en la vida
humana fue considerada como un mentís a algunas de las doctrinas
del materialismo dialéctico. En consecuencia, Tchijevsky fue enviado
a Siberia para que meditase sobre el peligro de abandonar los
caminos trillados de la ciencia y desbrozara terreno nuevo. Sin
embargo, cuando Kruchev subió al poder, Tchijevsky fue rehabilitado
y se le permitió reanudar sus investigaciones.* Desgraciadamente,
murió poco después, el 20 de diciembre de 1964.
A veces, la historia de la ciencia es paralela a la Historia (con
mayúscula). Es preciso reconocer que las observaciones de
Tchijevsky, como las de Faure, a veces carecen de rigor y sus
conclusiones sistemáticas contienen cierto número de
exageraciones. Por esta causa, muchos científicos llevan bastante
tiempo rehusándose a creer que las influencias cósmicas puedan
influir también en la vida y la conducta humanas. A pesar de todo,
debemos a Tchijevsky y a Faure el haber planteado el viejo
problema en forma nueva. No cabe duda de que han visto un nuevo
continente, pero su verdadera exploración está aún por comenzar.

La historia de Takata
Maki Takata, médico y profesor de la Universidad de Toho, en
Tokio, nació en Japón en 1892. Poco antes de la Segunda Guerra
Mundial, percibió por primera vez el problema cuyo estudio iba a
llevarle al descubrimiento de una misteriosa relación entre, por raro
que parezca, la sangre humana y el Sol. Para entonces, Takata ya
era bastante conocido por haber descubierto la llamada «reacción
de Takata» que consiste en el análisis de la albúmina en el suero
sanguíneo. La albúmina es un coloide orgánico y la reacción de
Takata da un índice de su floculación, o sea, la tendencia a
condensarse en pequeños grumos. Primero, se extrae la sangre y
se la analiza; luego, se le añade un reactivo que estimule la
floculación. Si hace falta poco reactivo para que comience la
floculación, se dice que el índice de floculación es alto; cuando hace
falta mucho reactivo, se dice que es bajo. En los varones, el índice
se supone constante, mientras que en las hembras varía, según el
ciclo menstrual. Esto hace de la reacción de Takata un instrumento
analítico básico para los ginecólogos.
En enero de 1938, sin embargo, todos los hospitales que
utilizaban la reacción de Takata informaron que el índice de
floculación había comenzado de repente a aumentar en los varones
y las hembras por igual. El cambio afectaba simultáneamente a
individuos que residían en puntos opuestos del planeta. Takata
comenzó a hacer algunos experimentos en Tokio, y su colega
Murasugi en Kobe, ciudad en el extremo sur de Japón. En 1939,
todos los días durante cuatro meses, ambos midieron el índice de
floculación de dos individuos experimentales. Cuando estos índices
fueron comparados más tarde, Takata notó que ambas curvas de
variación diaria eran perfectamente paralelas. Durante todo el
período de cuatro meses, cada auge en una de las curvas
correspondía a otro auge súbito en la otra y cuando el suero del
individuo de Tokio era «alto», también lo era el suero del individuo
de Kobe, que estaba a unos ciento sesenta kilómetros de distancia.
Takata llegó a la conclusión de que el fenómeno tenía que ser global
y debido a factores cósmicos.*
Durante veinte años, el biólogo japonés continuó reuniendo
observaciones y estableciendo la existencia de extraños vínculos
entre el suero sanguíneo y diversos incidentes cósmicos. Sus
experimentos demuestran, en parte, que los cambios que se
producen en el suero ocurren sobre todo cuando un grupo de
manchas solares pasa por el meridiano central del Sol, esto es,
cuando el Sol dirige un rayo concentrado de ondas y partículas
hacia la Tierra.
Takata notó también un efecto interesante del Sol que hasta
entonces nadie había percibido: el índice de floculación, muy bajo
hacia el final de la noche, registraba un aumento súbito al comienzo
del día. Lo sorprendente es que el aumento de la curva comience
unos pocos minutos antes del amanecer, como si la sangre, en
cierto modo, «previese» la aparición del Sol (véase Fig. 6). El
capítulo precedente tal vez haya acostumbrado al lector a este
sorprendente tipo de «previsión» por parte de los entes vivos, pero
Takata no conocía entonces los diversos resultados experimentales
que le hubieran ayudado a explicar este fenómeno. Para asegurarse
de que los efectos observados por él se debían a la radiación solar,
decidió ver lo que sucedía cuando el experimento se realizaba sobre
la capa atmosférica protectora que nos aísla en parte de la actividad
solar. Voló en avión a una altura de nueve mil metros con un
voluntario cuya sangre era observada cada quince minutos para
comprobar el efecto de las variaciones de altura. Como había
pensado, el índice de floculación aumentaba espectacularmente
cuando el avión ascendía y la atmósfera se atenuaba, confirmando
de este modo que la radiación solar tiene algo que ver en esto.
Entonces, el biólogo japonés se hizo otra pregunta: ¿No
eliminaría la Luna el efecto durante los eclipses situándose entre el
Sol y la Tierra? En 1941, 1943 y 1948, Takata situó individuos e
instrumentos de experimentación en zonas del Japón donde había
habido eclipse total, y todas las veces pudo comprobar
prácticamente su hipótesis. Cuando la Luna comenzaba a cubrir la
faz del Sol, el índice de floculación comenzaba a bajar, llegando a
su punto mínimo cuando el eclipse era total. La radiación solar que
explica el efecto comprobado por Takata es, evidentemente,
amortiguada por la Luna, y, sin embargo, ni casas ni muros de
cemento consiguen lo mismo hasta ahora. El único experimento en
que el efecto de Takata no ha sido observado en la práctica se
realizó en una mina, en Mieken, a doscientos metros bajo tierra.
Una radiación solar tremendamente fuerte interviene aquí, tan
fuerte que es casi imposible de neutralizar. Esto nos recuerda en
seguida la observación de Brown de que las influencias espaciales
penetran en los laboratorios mejor protegidos. Algunos elementos
del cuerpo humano, protegidos dentro de los vasos sanguíneos,
están expuestos a pesar de todo a los caprichos del gran reloj
cósmico que es el Sol. Takata mismo formuló la concisa definición:
«El hombre es un reloj de sol viviente.»* El súbito aumento en los
índices de floculación en el año de 1938 fue explicado por último
como consecuencia de un notable aumento en la actividad solar
después de varios años de tranquilidad. La tarea de descubrir la
naturaleza de estos rayos penetrantes está aún por realizar; Takata
lo ha intentado, pero sin éxito. Ni él ni sus seguidores han
descubierto todavía cómo funciona su influencia. Esto es debido en
parte al hecho de que los agentes cósmicos son irregulares y no
pueden ser manipulados como otros agentes de laboratorio. Pero el
efecto de Takata nos ha dado la clave de un misterio biológico.

La historia de Nicolas Schulz


La obra reciente del hematólogo soviético Nicolas Schulz ha
aclarado la relación que existe entre ciertas propiedades de la
sangre humana y los fenómenos cósmicos. Con la obra de Schulz
abandonamos la historia incierta de los primeros esfuerzos y
entramos en el terreno bien explorado de la investigación científica
perfectamente comprobada. Los resultados de su obra, desde 1954,
han sido publicados por el mismo Schulz en los informes de 1960 de
la Academia de Ciencias de la Unión Soviética. Se basaban en más
de ciento veinte mil mediciones tomadas en Sotchi, una ciudad de
verano a orillas del mar Negro. Schulz llegó a la conclusión de que
los caprichos del reloj solar modifican el ritmo linfocítico de la sangre
de manera considerable.* Entre 1957 y 1958, los médicos notaron
un aumento anormal en ciertos componentes de la sangre, sobre
todo los linfocitos. Las causas de este fenómeno siguen siendo
desconocidas. Algunos piensan que se debía a las consecuencias
de la penuria de los años de guerra, la depauperación y la fatiga,
pero estas explicaciones no siempre tenían sentido, sólo la actividad
solar coincidía constantemente con los hechos. En 1957, el número
de manchas solares llegó al máximo. Bajo la dirección del doctor
Schulz, los investigadores soviéticos examinaron la sangre de miles
de individuos sanos y compararon los resultados obtenidos con la
intensidad de la actividad solar. Se comprobó así la existencia de un
paralelo casi perfecto entre el porcentaje de linfocitos y la frecuencia
de manchas solares observadas mensualmente por los
observatorios.*
A veces, una enfermedad es causada por un déficit de
determinados componentes sanguíneos. Durante las grandes
explosiones solares de febrero de 1956, los análisis de sangre
llevados a cabo en toda la Unión Soviética mostraron un notable
aumento de casos de leucemia, o sea, una reducción anormal de
ciertas células sanguíneas blancas. Antes de la erupción solar, el
porcentaje de leucopénicos, o sea, de gente con menos de cinco mil
leucocitos por milímetro de sangre, era del 14 por ciento sobre el
total de la población. Después de la erupción, este porcentaje
aumentó al 29 por ciento; un mes después, en marzo, volvía al 13
por ciento; en julio, era ya el 12 y, en octubre, el 11 por ciento. La
actividad solar, por lo tanto, explicaba algo que hasta entonces
había sido inexplicable: el cambio constante en la proporción de
componentes sanguíneos en individuos sanos. Se sabía, claro está,
que estas variaciones dependían también de factores terrestres,
como la edad, el esfuerzo habitual y la nutrición, pero nunca hasta
entonces se había pensado que tales diferencias pudieran tener
orígenes cósmicos.

La pregunta del doctor De Rudder


¿A qué es debido que los individuos débiles, cuyos organismos
enfermos apenas ofrecen resistencia a ataques externos,
reaccionen frente a tales cambios en la sangre? El primero que se
formuló esta pregunta de una manera clara fue el profesor B. De
Rudder, de la Universidad de Francfort del Main, en su obra
Grundriss einer Meteorobiologie des Menschen (Esquema de una
Meteorobiología humana).* Hay ciertas enfermedades repentinas,
como el infarto de miocardio, la angina de pecho o la embolia
pulmonar, que se llaman «meteorotrópicas», por causa de su
aparente relación con las condiciones atmosféricas. La gente que
sufre de ciertas enfermedades es particularmente sensible a los
cambios del tiempo. A veces, la gente a quien se le ha amputado
algún miembro siente dolor en el miembro del que carece; los
reumáticos y los artríticos predecían los cambios del tiempo mucho
antes de que se conocieran instrumentos de meteorología. También
se sabía que algunas personas eran capaces de decir el tiempo que
hacía desde la cama donde se hallaban enfermos, incluso estando
tan aislados del exterior como las ostras de Brown. No se conocía
ninguna explicación para tales fenómenos hasta que De Rudder
sugirió la posibilidad de que todo ello fuera debido a factores
cósmicos, y en estos veinte últimos años las observaciones
realizadas en todo el mundo han confirmado esta idea: las
condiciones atmosféricas y la fisiología humana están ligadas muy
íntimamente.
Infarto de miocardio
El profesor Romensky, director del Comité de Salud Pública de
Sotchi, en el mar Negro, informa que el 18 de mayo de 1959, el
número de incidentes cardiovasculares aumentó de súbito a veinte
en los hospitales que estaban bajo su jurisdicción; el número diario
inmediatamente anterior había sido de dos. El 17 de mayo del
mismo año, ocurrió un suceso solar excepcional: el observatorio de
la Academia de Ciencias de la Unión Soviética registró el comienzo
de tres potentes explosiones solares en dirección a la Tierra a una
velocidad de unos dieciséis mil kilómetros por segundo. Las
partículas de esta explosión solar llegaron a la Tierra al día
siguiente, 18 de mayo. La relación de causa y efecto parece
evidente, sobre todo en vista de que el doctor Romensky había
informado ya, en 1956, de parecidas coincidencias: el número de
pacientes cardiovasculares se había triplicado en Sotchi de febrero
a agosto, que fue un período de fuerte actividad solar.*
En la Convención Internacional Geofísica y Meteorológica de
Ottawa de 1960, el doctor Giordano informó sobre los resultados de
un análisis estadístico del número de infartos de miocardio
observados en Pavía, de 1954 a 1958. Entre estas dos fechas, la
actividad solar había ido creciendo. La incidencia de infartos
aumentaba también: de un total anual de 200 casos en 1954, había
subido a 450 en 1958.* Un análisis detallado de cada caso había
permitido al doctor Giordano llegar a la conclusión de que ciertos
días eran «día de infarto», mientras otros estaban libres del peligro
de esa enfermedad. El médico francés Poumailloux, trabajando con
Viart, meteorólogo, había penetrado en este campo de
investigación, llegando más lejos aún. En una comunicación dirigida
a la Academia de Medicina de París, ambos demostraron que los
infartos no tienen lugar por azar, sino que siguen coordinadas
solares bien definidas.* Estos dos especialistas informaron que en el
año de 1957 hubo una correlación muy alta entre el número de
infartos y los aumentos súbitos de actividad solar. Cuando se
producía una perturbación en la superficie solar, se veía que poco
después repercutía en los vasos sanguíneos, siendo causa de la
formación de coágulos en los individuos predispuestos a ello. Los
coágulos de sangre obstruían la arteria coronaria, precipitando el
infarto fatal.

Tuberculosis
Dos investigadores alemanes, G. y B. Düll, habían comunicado,
en 1934, algunas estadísticas importantes sobre la mortandad por
tuberculosis en Hamburgo, Copenhague y Zurich, en relación con
las fechas de violentas explosiones solares. En los días de máxima
actividad solar, el número de muertes era mucho más alto que en
los días anteriores o posteriores.* Unos pocos años después, el
doctor Lingemann llevó a cabo en Alemania Occidental un estudio
en el que relacionaba la actividad solar con la incidencia de
hemorragia pulmonar. Durante los cuatro años de este estudio,
desde 1948 hasta 1952, el doctor Lingemann estuvo en contacto
continuo con los observatorios astronómicos de su país y encontró,
no sin gran sorpresa de su parte, que los días más peligrosos para
sus pacientes tendían a ser aquellos en que las Luces del Norte
aparecían sobre Alemania. Y, naturalmente, esas luces son
causadas por una fuerte actividad solar que perturba las capas
superiores de la atmósfera.* En el hemisferio sur, el doctor Puig notó
que el número de las enfermedades respiratorias se triplicaban en
días de fuerte actividad solar.* Sin embargo, hubo una excepción: el
doctor H. Berg, de Colonia, no consiguió encontrar, en un estudio
realizado en 1953, ninguna relación entre la frecuencia de la
embolia pulmonar y los fenómenos cósmicos.* Pero, aparte de este
caso, todos los estudios dan por resultado que la actividad de las
manchas solares son peligrosas para los que tienen enfermedades
pulmonares.
Se están reuniendo muchas otras observaciones, por ejemplo
sobre eclampsia, un grave ataque de convulsiones que ocurre
durante el embarazo de las mujeres. Los ginecólogos y las
comadronas han notado desde hace ya tiempo que la eclampsia se
da en oleadas y, por tanto, la achacaban a cambios de tiempo. En
1942, dos médicos alemanes, los doctores Bach y Schluck,
comenzaron a investigar esta cuestión científicamente.* Encontraron
que la enfermedad seguía, en realidad, un esquema cíclico, pero
que los cambios de tiempo no tenían nada que ver con ella. La
actividad solar, sin embargo, sí tenía que ver: en días en que el Sol
había estado tranquilo, había pocos casos de eclampsia, pero las
oleadas de esta enfermedad crecían en días en que el Sol había
estado activo.

Efectos en el sistema nervioso


Hace diez años, el doctor Martini comparó la frecuencia de los
accidentes en las minas de carbón del Ruhr con la actividad solar.*
Catástrofes debidas a causas naturales, tales como la formación de
gases, fallos de material o ruptura de andamiajes no estaban
incluidos en sus cálculos: sólo contó accidentes causados por el
elemento humano. Sus datos se basan en 306 días de trabajo en los
que fueron estudiados 5.580 accidentes. El doctor Martini piensa
que los resultados no dejan lugar a dudas: los mineros sufrieron
muchos más accidentes los días que siguieron a erupciones solares;
los días en que el Sol estaba tranquilo, eran seguidos por una
disminución en el número de accidentes. Otro investigador, el doctor
Reiter, ha compilado ciertos datos sobre el número de accidentes
del tráfico en Baviera durante el año de 1952.* Teniendo en cuenta
la fecha y la hora de 130.000 de estos accidentes, halló un aumento
del 10 por ciento en los días que siguieron a erupciones solares.
Ambos autores creen que las explosiones solares perturban los
reflejos de los mineros y de los automovilistas, afectando,
respectivamente, el magnetismo terrestre y la cantidad de ondas
atmosféricas de largo alcance. Parece ser que las reacciones
medidas en el laboratorio son también más lentas los días en que
hay tormentas magnéticas.
Los Düll han realizado también un estudio en el que se registra la
frecuencia diaria de suicidios y desórdenes mentales agudos
durante un período de cuatro años.* Comparando esta curva de
frecuencia con la cronología de sesenta y siete tormentas
magnéticas registradas durante el mismo período, los autores
sentaron lo que consideran que fue una correlación muy clara:
mientras duraron las tormentas magnéticas, el número de suicidios y
perturbaciones mentales aumentó considerablemente. Para un
especialista como el doctor Berg, sin embargo, las estadísticas
empleadas en esta investigación eran deficientes desde un punto de
vista científico.
Recientemente, la obra de los dos alemanes ha sido reanudada,
con métodos más satisfactorios, por un grupo de tres científicos de
Nueva York: Howard Friedman, Robert O. Becker y Charles H.
Bachman. Registraron el número de admisiones diarias en ocho
grandes hospitales psiquiátricos de Nueva York y lo compararon con
las variaciones del índice magnético registradas en el Observatorio
Magnético de Fredericksburg, en Virginia. El índice refleja, hora tras
hora, la actividad magnética del Sol. Durante el período de este
estudio, o sea, del 1.º de julio de 1957 al 30 de octubre de 1961,
28.642 pacientes fueron admitidos en esos hospitales. El análisis
estadístico muestra claramente que el número de admisiones
aumentó en días de fuerte perturbación magnética. Los autores
concluyen su informe de este modo:

Los resultados concuerdan con el concepto de que la conducta del organismo


es significativamente afectada, a través del sistema de control directo en
funcionamiento en un momento dado, por campos de fuerza externos. Es preciso,
pues, prestar atención a una dimensión hasta ahora no estudiada específicamente
en la complejidad de la psico-patología, y quizá también en todo el campo de la
conducta humana.*

¿Cómo puede ser que el hombre, o los animales estudiados por


Brown, se vean afectados por el magnetismo terrestre? En un
artículo escrito posteriormente, el doctor Becker formula el siguiente
postulado: «Sutiles cambios en la intensidad del campo
geomagnético pueden afectar al sistema nervioso cambiando el
propio campo electromagnético del cuerpo.»*

Lunáticos
Desde los tiempos más antiguos, se ha culpado a la Luna de
ejercer una influencia dañina en la estabilidad mental. «Lunático» se
ha convertido en sinónimo de «espíritu inquieto» o «loco». Ya en el
siglo XVI, según escribe el doctor Ravitz,

Paracelso decía que los locos empeoran con la oscuridad de la Luna cuando la
atracción de ésta sobre el cerebro pasaba por ser más fuerte. Tales creencias
fueron legalizadas en Inglaterra en el siglo XVIII, cuando se diferenció entre el
«insano», o sea, el psicópata crónico y sin remedio, y el «lunático», cuyas
aberraciones pasaban por ser exacerbadas tan sólo por la Luna llena. Hasta
1808, los pacientes del hospital de Bethlehem eran golpeados durante ciertos
períodos lunares por pensarse que los golpes constituían una profilaxis contra la
violencia de sus ataques.*

El departamento de policía de Filadelfia es aún de la opinión de


que ciertos actos delictivos coinciden con las fases de la Luna. A
fines de 1961, ese departamento publicó un informe por cuenta del
Instituto de Climatología Médica, titulado «Efectos de la Luna llena
en la conducta humana». El inspector de policía Wilfred Faust dice
en él:

Los setenta y pico de policías que tienen que bregar con reclamaciones y
quejas telefónicas han informado siempre que la actividad delictiva, sobre todo los
delitos con violencia física, parece aumentar a medida que se va acercando la
Luna llena. La gente cuya actividad antisocial tiene raíces psicopáticas, como, por
ejemplo, los piromaníacos, los cleptómanos, los conductores suicidas y los
homicidas alcohólicos, parece estallar a medida que se va redondeando la Luna y
calmarse cuando ésta empieza a disminuir.*

Y, sin embargo, la mayoría de los sociólogos no parecen estar


aún dispuestos a creer en la influencia de la Luna sobre los
impulsos delictivos. Aunque reconocen que las enfermedades
mentales son a menudo cíclicas, afirman también que no todos los
ritmos biológicos están vinculados a ciclos cósmicos, de la misma
manera que no todos los ciclos cósmicos influyen en los ritmos
humanos. Los científicos han negado también el efecto de la Luna
porque sus instrumentos no consiguen aislarlo. Una situación
semejante se produjo en el siglo XVI, cuando el mismo Galileo,
escribiendo sobre la influencia de la Luna en las mareas, afirmó
«que no existía en absoluto, excepto a ojos de los supersticiosos».
En su tiempo, no había prueba tangible de una relación entre la
Luna y las mareas excepto en los cuentos de los marinos y los
pescadores. Además, la relación no es, ni con mucho, perfecta, ya
que las costas de línea irregular aminoran con frecuencia el flujo de
las mareas mucho después de la culminación lunar. La influencia de
la Luna sobre los océanos no fue aceptada hasta que Newton
formuló las leyes de la gravedad universal.
Hoy en día, los científicos están volviendo a cambiar de opinión a
medida que sus instrumentos más sensibles empiezan a percibir las
influencias lunares. Hace poco tiempo, se demostró que las fases de
la Luna producen modulaciones en los campos eléctrico y
magnético de la Tierra. Estas modulaciones mesurables pueden
causar desórdenes mentales. El doctor Leonard J. Ravitz,
especialista en psiquiatría y neurología del Departamento de Salud y
Educación Pública del Estado norteamericano de Virginia, lleva
algunos años estableciendo las diferencias existentes en potencial
eléctrico entre la cabeza y el pecho de los pacientes mentales.
Estas diferencias, según se ha visto, cambian de un día para otro y
siguen un esquema cíclico incluso en pacientes normales. Según el
doctor Ravitz, los ciclos reflejaban cambios de estación y lunares.
«En otoño e invierno, la situación era máximamente positiva en
torno a la Luna nueva y máximamente negativa en torno a la Luna
llena», escribe.* Los efectos de la Luna parecen ser más
pronunciados en pacientes mentales que en personas normales, ya
que la diferencia en potencial es más grande entre aquéllos. El
doctor Ravitz cita el ejemplo de un esquizofrénico de veintisiete
años cuyos síntomas empeoraban con la Luna nueva y la Luna
llena, justo cuando son mayores las diferencias entre el potencial
eléctrico de la cabeza y el pecho. Esto no sugirió a Ravitz que la
Luna afectase directamente la conducta humana, sino que,
modificando la proporción de las fuerzas electromagnéticas
terrestres, la Luna podía causar desórdenes en personas de frágil
equilibrio mental.

La Biología y la Luna
En 1940, el doctor William Petersen, de Chicago, observó que la
mortalidad causada por tuberculosis era mayor siete días antes de
la Luna llena y, a veces, también once días antes. Relacionó este
hecho con el ciclo lunar de magnetismo terrestre, que, según él,
varía con el contenido de pH en la sangre, es decir, su proporción de
acidez con alcalinidad.* Más recientemente, un médico alemán,
Heckert, alegó que existen correlaciones significativas entre las
fases lunares y cierto número de fenómenos biológicos, como, por
ejemplo, el número de gente que muere, el de casos de pulmonía y
la cantidad de ácido úrico en la sangre.*
Mientras esperamos el veredicto de los estadísticos acerca del
valor de las observaciones a las que acabo de referirme, todos los
días nos llegan informes sobre los supuestos efectos biológicos de
la Luna. Darrell Huff, por ejemplo, comunica la siguiente
observación:

Un cirujano de Florida, otorrinolaringólogo, ha obtenido notables pruebas de


que existe un ciclo lunar en el flujo de la sangre. En el Journal de la Asociación
Médica de Florida, el doctor Edson J. Andrews cuenta lo que pudo comprobar
examinando casos de excesivo desangramiento después de operaciones
quirúrgicas, relacionándolo con los ciclos de la Luna. Basándose en más de mil
casos y definiendo el término «desangramiento» en el sentido de pacientes que
requieren métodos de hemóstasis inusitados en la mesa de operaciones o a
quienes es preciso llevar de nuevo a ella por causa de hemorragias, dice haber
encontrado una gran diferencia, hasta el punto de que es mayor el número de
hemorragias cuando se acerca la Luna llena y, en cambio, es insignificante con la
Luna nueva. En el intervalo entre el cuarto creciente y un día antes del
menguante, ocurrió el 82 por ciento de los casos.*
El doctor Andrews admite que no encuentra explicación científica
para este fenómeno, pero no vacila en añadir «que estos datos han
sido tan concluyentes a mi modo de ver, que estoy corriendo peligro
de convertirme en brujo y llevar a cabo mis operaciones solamente
en noches oscuras, reservándome las noches de Luna para
aventuras galantes». Sería interesante saber si otros médicos han
tenido experiencias semejantes a las del doctor Andrews.

El ciclo menstrual
La notable semejanza entre la duración media del ciclo menstrual
de la mujer y el período entre dos Lunas nuevas ha intrigado
siempre a la imaginación humana. ¿Se trata de una mera
coincidencia o existe relación de causa y efecto entre ambas cosas?
En 1898, Svante Arrhenius, sueco, escribió un informe sobre el
comienzo de 11.807 períodos menstruales. Llegó a la conclusión de
que su frecuencia durante el cuarto creciente de la Luna era mayor
que durante el cuarto menguante, llegando a su punto máximo en la
víspera de la Luna nueva.* El doctor Kirchhoff, de Francfort,
confirmó estos resultados en 1935. Un año más tarde, otros dos
médicos alemanes, Gutman y Oswald, encontraron de nuevo que el
máximo de frecuencia coincidía con la Luna llena. Sin embargo,
conviene añadir que ha habido médicos que no han conseguido
encontrar influencia alguna de la Luna en el comienzo de la
menstruación. La investigación del ginecólogo Gunn, realizadas en
1938, es considerada como un ejemplo clásico de minuciosa
precisión. Con objeto de reunir sus datos de manera perfectamente
objetiva, Gunn pidió a sus colaboradores que le enviaran una tarjeta
postal firmada el día del comienzo de su menstruación. La fecha del
franqueo de cada tarjeta era utilizada como dato básico para el
experimento. Gunn esperó hasta tener diez mil tarjetas, pero su
trabajo no obtuvo ningún fruto, ya que no consiguió establecer
relación entre el ciclo lunar y el día del comienzo de la
menstruación.* En 1951, el jefe de la Martinsklinik, de Gotinga, el
doctor Hosemann, pasó revista a toda la literatura existente sobre
este problema y llegó a la conclusión de que el resultado era
negativo, lo que aconsejaba adoptar una actitud escéptica ante la
existencia de tal relación. Y, sin embargo, él mismo, con Bauman a
modo de colaborador, demostró que existía un ligero aumento en la
frecuencia del comienzo de la menstruación durante la Luna nueva
en una selección de diez mil casos.*
En este punto, sin enfrentarnos con los problemas básicos
relacionados con la cuestión central, podemos decir que, en general,
la mayoría de los estudios publicados sugieren que hay un ciclo
lunar que parece más favorable para el comienzo del ciclo
menstrual: el de la Luna llena. ¿Cómo se puede reconciliar esta
afirmación con el hecho de que el ciclo menstrual de la hembra no
sea siempre de la misma duración que el ciclo lunar, y que, de
hecho, pueda llegar a tener varios días más o menos? Comentando
esta dificultad, Brown escribe:
Esto ha hecho que muchos científicos lleguen a la conclusión de que no parece
haber ninguna relación entre el menstruo y la Luna, y que son ridículas las
creencias populares que afirman su existencia. Un buen investigador que se
precie de objetivo nunca ridiculiza una creencia popular; simplemente, se
pregunta si tal creencia está basada en suficientes pruebas. Es perfectamente
posible que incluso esos ritmos más o menos mensuales dependan de la Luna.*

El problema requiere, pues, un examen más detallado. No es


irrazonable suponer que existen ciertos momentos privilegiados del
ciclo lunar en los que, por causa de cambios electromagnéticos o de
otro tipo, se facilite el comienzo de la menstruación. Quizá la Luna
llena sea uno de esos momentos. Por lo menos, esta hipótesis
estaría de acuerdo con los descubrimientos de Brown sobre el uso
del reloj lunar por ciertas especies de animales.

Los sentidos desconocidos del hombre


Así, pues, parece que el hombre, igual que los animales, debería
tener ciertos sentidos de más para recibir los mensajes del
Universo. ¿Por qué medios llegan esos mensajes al organismo
humano? Los efectos cósmicos medidos por nuestros instrumentos
son tan débiles que resulta muy poco probable que influyan de algún
modo en el cuerpo humano. Y, sin embargo, tenemos que reconocer
que los «sutiles sincronizadores» influyen de veras en el hombre.
Hace unos cuarenta años, por ejemplo, el ruso Tchijevsky demostró
que la conducta y el metabolismo humanos eran afectados por los
iones, partículas cargadas de electricidad que flotan en la atmósfera.
Esto probaba que el organismo humano tenía gran sensibilidad.
Recientes investigaciones realizadas por Krueger y Smith,* y
también por Kornblueh y sus colaboradores,* han demostrado que el
cuerpo humano sabe distinguir entre iones positivos y negativos:
aquéllos tienen, en general, un efecto depresivo; éstos, un efecto
estimulante. Los físicos han demostrado que los sucesos cósmicos
afectan la ionización atmosférica, de modo que su influencia en el
hombre puede ser explicada por medio de la ionización.
Un descubrimiento más reciente aún es el de dos científicos
alemanes, König y Reiter.* Descubrieron que el organismo humano
es increíblemente sensible a ondas de muy baja frecuencia y, por lo
tanto, también débiles en energía. Era teóricamente insostenible que
el hombre pudiera acusar cambios de energía de tan infinitésima
magnitud, pero König y Reiter no se dejaron intimidar por opiniones
teóricas. Cuando estudiaron el ritmo de reacción de cincuenta y tres
mil individuos, comparando los resultados con el esquema de ondas
extremadamente largas, encontraron que el ritmo de reacción es
considerablemente aminorado por esas ondas. Sus resultados
explican el aumento en la frecuencia de accidentes que se produce
cuando hay erupciones solares y que Reiter y Martini observaron y
nosotros comentamos en páginas anteriores. En la hora que sigue a
las grandes perturbaciones solares la conducta de las ondas de
frecuencia extremadamente baja se vuelve muy anormal. Según H.
Burr, de Yale, el cerebro humano y el sistema nervioso central en
general son el receptor más complejo de ondas electromagnéticas
que conoce la Naturaleza. König ha observado que el esquema de
las ondas de muy baja frecuencia es casi idéntico al de las ondas
del encefalograma que los instrumentos registran en el cerebro
humano.* Como el cerebro es el centro de control de reacciones,
esta relación es plausible.

El hombre magnético
Más pruebas de la extraordinaria sensibilidad humana a
pequeños cambios magnéticos surgieron en 1962, gracias a Y.
Rocard, profesor de Física en la Sorbona.* Rocard estaba intrigado
por las antiguas pretensiones de los zahoríes, personas que se
dicen capaces de percibir la presencia de agua subterránea. El
zahorí «sabe» que ha encontrado agua cuando la punta de una
rama bifurcada se dobla hacia abajo por sí sola. A pesar de las
supersticiones relacionadas con esto, Rocard decidió poner
científicamente a prueba esta cuestión. Consiguió descubrir ciertos
cambios muy débiles en el magnetismo terrestre, causados por la
presencia de agua subterránea, que podrían producir cierta laxitud
en los músculos del zahorí, haciendo que la vara se incline un poco.
Rocard llevó a cabo varios experimentos con gente que no eran
zahoríes profesionales y encontró que la capacidad de localizar
débiles proporciones magnéticas no es, después de todo, rara en
absoluto. Un sujeto normal discrimina entre cambios magnéticos de
0.3 a 0.5 mOe/m, que parecerían demasiado pequeños para ser
localizados de no ser porque son de la misma magnitud que los
encontrados por los biólogos en los animales.
Los resultados conseguidos por Ricard no confirmaron todas las
pretensiones de los zahoríes; por el contrario, tienden a delimitar
mejor el ámbito de su verdadera capacidad. Ricard encontró que no
se puede localizar la presencia subterránea de agua corriente o
inmóvil; sólo la de agua que se filtra o está en contacto con
depósitos de arcilla, porque causa cambios en la proporción
magnética del terreno. Además, los cambios magnéticos pueden ser
debidos a diferentes causas; así, pues, el zahorí puede pensar
erróneamente que ha encontrado agua cuando su vara se ha
inclinado debido a objetos metálicos enterrados, que producen los
mismos efectos. El «signo del zahorí» puede ser causado por
depósitos de mineral, rocas alcanzadas por el rayo o incluso trenes,
automóviles u otras masas metálicas en la superficie de la tierra.
Los descubrimientos de Rocard, ciertamente, sirven para
desanimar a quien tuviera la idea de contratar a un zahorí con objeto
de excavar un pozo en su campo; por otra parte, demuestran que el
hombre posee una finísima sensibilidad ante las fluctuaciones del
magnetismo terrestre. Aunque los descubrimientos de Rocard no se
refieren directamente a los relojes cósmicos, tienen que ver con
nuestro tema central. Las irregularidades magnéticas no sólo son
causadas por lo que se encuentra bajo tierra; el Sol y la Luna
también modulan el campo magnético terrestre. Los cambios
registrados después de las tormentas solares y las transiciones
lunares son del mismo orden de magnitud que las percibidas por los
individuos en quienes experimentó Rocard; sus descubrimientos
confirman el hecho de que el sentido magnético del hombre permite
a éste «leer» los relojes solar y lunar.
Ahora resulta más fácil comprender el motivo de que tantos
investigadores hayan encontrado que la conducta y la cordura
humanas se vean afectadas por las tormentas magnéticas. Gracias
a estos sentidos de más, el hombre puede dialogar con el Cosmos.
El diálogo se realiza por medio de canales eléctricos y también de
otros canales cuya existencia aún no sospechamos. Ésos son los
intérpretes que traducen al lenguaje biológico las órdenes
majestuosas que nos son enviadas por los relojes cósmicos.
CAPÍTULO X

LA ESTACIÓN DEL NACIMIENTO


Cuando termina el embarazo, el recién nacido, que momentos
antes no era más que un feto, se separa de su madre; es un
instante conmovedor en el que un hombre nuevo comienza a vivir
solo, a usar sus propios pulmones, a dar su primer grito. La
aparición de una nueva vida sobre la Tierra siempre ha causado
comprensible fascinación. El acto del nacimiento aún está rodeado
de misterios; era natural que los hombres del pasado se
preguntaran: «¿No ocurría nada importante en el cielo en el
momento de mi nacimiento? ¿Por qué no pudo ese suceso influir en
el desarrollo de mi vida?»
Las creencias que nuestros antepasados tejieron en torno de la
fecha del nacimiento pertenecen a un concepto de las realidades de
este mundo del que nosotros ya nos hemos liberado. Pero eso no es
razón suficiente para echar a un lado esta cuestión. Es más
científico formularla de manera nueva, en términos que puedan ser
respondidos de acuerdo con el conocimiento contemporáneo. Éste
es un desafío que varios científicos han aceptado, llegando a la
conclusión de que los fenómenos biológicos dependen de una serie
de ritmos cósmicos. De hecho, el conjunto del Cosmos parece
participar en ellos, desde los relojes de las estaciones del año hasta
los cronometradores planetarios o lunares.

La importancia del mes en el nacimiento


La estación en que nace la gente tiene mucha mayor importancia de lo que en
general se supone. En ciertas estaciones, el número de niños que nacen es
inusitadamente grande y el de hembras, superior al de varones. Los niños nacidos
en esas estaciones tienen poco índice de mortalidad, y los que sobreviven llegan
a edades muy avanzadas. Además, el número de personas que alcanzan
posiciones de importancia es también grande. Esto indica no sólo que la
reproducción es estimulada en ciertas estaciones, sino también que los niños que
nacen en ellas son más vigorosos que los nacidos en otras.*
Estas líneas fueron escritas en 1938 por E. Huntington, de la
Universidad de Yale, en su libro Season of Birth, its Relation to
Human Abilities. Incluso antes se sabía que los relojes de
estaciones del año ejercen cierta influencia en la frecuencia de
nacimientos en diferentes períodos del año. En el hemisferio norte,
la frecuencia de nacimientos es más grande en mayo y junio que en
noviembre y diciembre. Estas frecuencias están en función de la
frecuencia de concepciones nueve meses antes; esto es, se realizan
más concepciones en agosto y setiembre que en febrero y marzo.
Los especialistas no encuentran sorprendentes estos datos; los
explican en términos de las condiciones de cada estación debidas a
la rotación de la Tierra en torno al Sol. Durante las vacaciones de
verano, por razones tanto materiales como psicológicas, hay más
oportunidad que a fines de invierno para las relaciones sexuales.
Pero a los médicos estas explicaciones, en apariencia obvias, no
les satisfacen del todo. Se preguntan si la fluctuación de las
secreciones hormonales que favorecen la procreación, por depender
de las estaciones, no explicarían mejor aún este ritmo de
nacimientos. En 1922, el doctor Abels, de Viena, observó que el
peso de los niños que nacen en esa ciudad en verano es de
doscientos gramos más, por término medio, que el de los nacidos en
invierno. Los niños más grandes parecían haber sido concebidos
durante la estación más favorable para la procreación.* Mis propias
y recientes investigaciones en el peso al nacer de miles de niños del
Departamento del Sena, en Francia, dieron resultados parecidos.
Los datos de Abels apoyan la hipótesis de ritmos en las secreciones
hormonales relacionadas con el embarazo.

El mes de nacimiento y el cuerpo


En 1938, Huntington planteó una cuestión audaz: ¿Sirve el mes
del nacimiento de un niño a modo de guía de su constitución física
futura? Para empezar, reunió decenas de miles de fechas de
nacimiento con objeto de estudiar la relación entre éstas y la
duración de sus vidas. Esta investigación le permitió llegar a la
siguiente conclusión:

Entre la gente que nace ahora en la estación más favorable, la duración media
de la vida es de varios años más que en la estación menos favorable. Esto es
cierto incluso en climas relativamente buenos, como el del norte de los Estados
Unidos. Es probablemente cierto en mayor grado en países como el Japón... La
duración de la vida es, naturalmente, cosa que depende de muchos factores,
además de la estación en que uno nace. Pearl (1934) ha demostrado que la
longevidad es hereditaria... El modo de vivir de cada uno tiene también gran
influencia en la duración de su vida... Pero nada de esto puede desmentir el
hecho de que, en el pasado, en Nueva Inglaterra, por ejemplo, la gente que nacía
en marzo y llegaba a pasar de los dos años vivía, por término medio, casi cuatro
años más que otra gente del mismo tipo, pero nacida en julio. La longevidad
depende del efecto combinado de muchas causas; las investigaciones aquí
detalladas demuestran que la estación en que se nace tiene que ser añadida a las
causas que ya conocíamos.*

Después de la Segunda Guerra Mundial, el demógrafo británico


Fitt publicó un informe sobre veintiún mil reclutas neozelandeses
cuyo peso y altura se conocían. Descubrió la siguiente relación entre
el mes del nacimiento de los soldados y su altura:

Los más altos habían nacido en febrero (que es verano en el hemisferio sur) y
los más bajos en junio (que es invierno); los más pesados habían nacido en
diciembre, aunque la diferencia en el peso era relativamente menos importante
que la de altura.*

El mes de nacimiento y la inteligencia


Según Pinter, el mes de nacimiento del niño está relacionado con
su futura capacidad intelectual. En 1933, Pinter

arregló en forma de tabla los índices de inteligencia de miles de escolares de


Nueva York o sus cercanías y encontró que, en general, los niños nacidos en
mayo o junio, y también en setiembre y octubre, tendían a ser ligeramente más
inteligentes que los nacidos en otros meses. Entre los diecisiete mil niños cuya
inteligencia investigó, el índice de inteligencia era mínimo en los nacidos en enero
y febrero.*
Más recientemente, una psicólogo norteamericana, Florence
Goodenough, observó una ligera superioridad en los índices de
inteligencia de los escolares nacidos en los meses de verano con
respecto a los nacidos en invierno. Según Clarence Mills, los niños
de Cincinnati que nacieron durante el verano tienen el doble de
probabilidades de aprobar los exámenes de preuniversitario que los
nacidos en invierno. El psicólogo británico J. E. Orme ha estudiado
la cuestión sirviéndose de adultos.* Comparó dos grupos: uno se
componía de atrasados mentales, recluidos en centros de salud
mental, y el otro de gente supernormal, miembros de «Mensa», un
club que sólo acepta socios cuyo índice mental sea superior al
normal.
También Pinter, y posteriormente Petersen, reunieron varios miles
de fechas de nacimiento de gente famosa tomándolas del American
Men of Science y del Who is Who.* Parece ser que el mes del
nacimiento está relacionado con el futuro de la persona en cuestión,
si va a ser hombre de importancia o no. Ésta es también la opinión
de Huntington: «Los datos apoyan la idea de que la estación de
nacimiento guarda íntima relación con el genio y la eminencia
futura... El genio, al parecer, se deriva de una combinación
afortunada de los genes dentro de los cromosomas en el momento
de la concepción.»*
En 1957, H. Knobloch y B. Pasamanick estudiaron el problema al
extremo inferior de la escala intelectual. Su investigación suponía el
examen de fechas de nacimiento de niños atrasados mentalmente
en el Colegio Estatal de Columbus, nacidos entre 1913 y 1948.* La
distribución de nacimientos no es uniforme durante todo el año, y
además difiere de la distribución de la población norteamericana
durante el mismo período. Los meses invernales de enero, febrero y
marzo contenían una proporción de nacimientos mayor que los
meses de verano. Los autores sólo encontraron 1.297 niños
atrasados mentalmente nacidos en agosto, mientras que en febrero
nacieron 1.507.
Sauvage-Nolting, un psiquiatra holandés, llevó a cabo una
investigación muy extensa sobre el mes de nacimiento de 2.090
esquizofrénicos.* De éstos, 628 nacieron en los tres primeros meses
de invierno, o sea, de enero a marzo, mientras que sólo 428
nacieron en verano, de julio a setiembre. Parecidos resultados se
obtuvieron de una investigación con niños que padecían de ciertos
tipos de epilepsia, tics nerviosos, dificultades de lectura y
desórdenes de conducta habitual. Todos los datos así reunidos
indican que la estación del nacimiento del niño tiene algo que ver
con las aptitudes mentales y físicas que emergerán en su vida
futura.
¿Cómo se puede explicar esto? En general, se piensa que los
relojes de estación del año, por medio de factores climáticos,
pueden afectar tanto al embarazo mismo como a los primeros
meses de su vida del niño favorable o desfavorablemente. Es
preciso subrayar que las tendencias mencionadas aquí, aunque
estadísticamente significativas, no prueban ningún determinismo
rígido de la conducta. En modo alguno justifican las pretensiones de
los astrólogos sobre la influencia de los signos del Zodíaco, que ni
siquiera guardan relación con los meses del año.

Ritmo natal de veinticuatro horas


El estadístico belga Quetelet había notado ya en el siglo XIX que
los niños no nacen en el mismo número durante las veinticuatro
horas del día. Todos los que han estudiado este problema han
confirmado este hecho. Los esfuerzos de Goehlert y Jenny en
Suiza; Kirchhoff en Alemania; Charles en Gran Bretaña; Somogyi en
Italia; Points, King, Kaiser y Halberg en los Estados Unidos;* Malek
en Checoslovaquia;* y el autor de este libro en Francia,** han hecho
posible describir con precisión el reloj circadiano* que regula la hora
del nacimiento. El punto máximo de nacimientos se da hacia el final
de la noche y las primeras horas del día; el punto mínimo, en las
primeras horas de la tarde. Este ritmo, que ha sido observado desde
el comienzo de los tiempos, ahora está cambiando gracias a los
efectos de medicamentos recién descubiertos que afectan el
proceso normal del nacimiento.
El reloj circadiano da también la hora del comienzo de los dolores
del parto. Las obras de Charles y Malek, así como las mías,
muestran que los dolores del parto comienzan a medianoche con
doble frecuencia que a mediodía:* a medianoche el cuerpo de la
madre se siente más normal. La hora en que nace el niño puede
servir también, en cierta medida de guía sobre su futura vitalidad. El
doctor Malek encuentra que los partos naturales que comienzan a la
hora más favorable, es decir, hacia medianoche, son los más
rápidos y fáciles. El ritmo de veinticuatro horas, nuestro
sincronizador más poderoso, impone su lógica al organismo
femenino y controla sus actividades nerviosas y hormonales. Ésta
es la naturaleza de la casualidad que parece regular los
nacimientos.

¿La gran comadrona?


Desde la antigüedad, la Luna ha sido considerada como
favorable a los nacimientos; en algunas partes de la Tierra, ha sido
llamada «la gran comadrona». Recientemente, varios médicos
investigadores decidieron averiguar si es cierto que existe una
relación entre el número de nacimientos y los ciclos lunares mejor
conocidos, que son el mes y el día lunares.
Pasemos antes revista a los trabajos realizados sobre el mes
lunar, que consiste en el paso de la Luna por sus cuatro fases. Los
investigadores han comparado estas fases con considerable número
de estadísticas natales antes de llegar a ninguna conclusión; por
ejemplo, los doctores Menaker y Menaker reunieron información
sobre más de medio millón de nacimientos ocurridos en los
hospitales de la ciudad de Nueva York entre 1948 y 1957. Esta
tremenda investigación, realizada con el máximo cuidado, les
permitió llegar a la siguiente conclusión: hay más nacimientos en
cuarto menguante que en cuarto creciente después de la Luna
nueva. Esta tendencia, aunque ligera, es extremadamente
significativa por causa de la numerosa selección estudiada.*
Este resultado parece confirmar la verdad de las viejas creencias
empíricas. Y, sin embargo, otros investigadores han obtenido
resultados diferentes; en realidad podría decirse que la principal
característica de la investigación en esta cuestión es la falta de
consistencia de las diversas conclusiones. A pesar del hecho de que
se hayan usado muestras suficientemente numerosas y métodos
apropiados, los resultados se contradicen. Por ejemplo, Curtis
Jackson, director del Hospital Metodista de California del Sur, ha
encontrado que «de los niños nacidos durante el tiempo que hemos
estudiado (1939-1944), un 17 por ciento más nació en ese hospital
durante el cuarto menguante».* Este resultado contradice el de los
Menaker. Varios investigadores alemanes han estudiado este
problema y la mayoría de ellos encontró que no había ninguna
relación entre las fases de la Luna y el número de nacimientos.
Entre éstos, podemos mencionar a Kirchhoff y a Fischer, quienes,
en 1939, estudiaron 50.000 casos, y Hosemann y Nottbohm,
quienes estudiaron 27.000 casos diez años más tarde.* El científico,
por lo tanto, tiene que esperar a que haya más acuerdo en los
resultados para aceptar la existencia de una influencia de las fases
lunares en las variaciones del número de nacimientos. Además, la
naturaleza de esta influencia también tendrá que ser explicada.
Las contradicciones entre los resultados obtenidos hasta ahora
pueden deberse a que los investigadores trabajaban a grandes
distancias unos de otros. Ciertas influencias lunares indudables,
como las que ejerce la luna sobre las mareas, se manifiestan de
manera diferente, algunas veces incluso opuesta, según el lugar en
que sean estudiadas. En la ciudad de Nueva York, por ejemplo, hay
dos mareas diarias, a intervalos regulares; en San Francisco, las
dos mareas son tan seguidas que el final de la una tropieza con el
principio de la otra; y en Pensacola, Florida, sólo hay una marea
diaria.
El nacimiento y el día lunar
Sabemos que las mareas dependen de las rotaciones diarias de
la Tierra con respecto a la Luna. Este hecho ha dado lugar a
creencias que son tan viejas como las relacionadas con las fases
lunares; por ejemplo, la gente que vive a orillas del mar del Norte
afirma que los niños nacen con más frecuencia cuando la marea
sube que cuando baja. En 1947, un físico alemán, en la isla de
Norderney, el doctor Schultze, intentó probar la veracidad de esta
creencia. Examinó las partidas de nacimiento de la isla y pasó
revista a todos los nacimientos que había habido con la marea alta y
la marea baja. Encontró que ambos números eran más o menos
iguales y llegó a la conclusión de que la creencia popular en
cuestión carecía de fundamento.*
Unos años más tarde, el doctor Kirchhoff llevó a cabo una
investigación parecida en la misma región y tampoco encontró que
el número de nacimientos aumentara con la marea alta.* Pero
Kirchhoff fue más allá, y estudió también el número de nacimientos
como función de la edad de la marea. Entonces, descubrió que se
produce un número inusitadamente alto de nacimientos en el
momento justo de la marea alta,* es decir, cuando la Luna pasaba
sobre el meridiano local, o sea, en lenguaje astronómico, cuando la
Luna «culmina». Esto planteó la cuestión de si era la Luna, y no la
marea, lo que causaba el cambio en la frecuencia de nacimientos.
Era, en cierto modo, un problema semejante al que se planteó
Brown cuando estudió las horas de apertura de las valvas de las
ostras. Las respuestas eran también extraordinariamente parecidas:
como con los animales estudiados por Brown, el reloj biológico que
controla las contracciones uterinas parecía estar ajustado para
funcionar al paso de la Luna sobre él.
Otro médico alemán, el doctor Günther, obtuvo resultados
análogos a los de Kirchhoff. Estudiando la proporción de
nacimientos en la ciudad de Colonia, lejos del mar y de las mareas,
encontró que aumentaban cuando la Luna culminaba. Aunque su
colaborador Harfst no veía relación entre la Luna y los nacimientos
en la ciudad de Kiel, Kirchhoff pensó que sus observaciones le
habían llevado a un importante descubrimiento. En lugar de
esconder la coincidencia entre su hallazgo y las viejas creencias
populares, el doctor Kirchhoff trató de explicar cómo es posible que
una tradición popular descubra la existencia de un hecho sin tener
completa consciencia de él o sin comprenderlo del todo:

La vida diaria de la gente que vive a orillas del mar del Norte está influida
fuertemente por el pulso de las mareas. No es difícil ver que su conciencia de una
relación entre los nacimientos frecuentes y la marea alta a la larga tenía que ser
general. Esto tiene que haber ocurrido gradualmente, al cabo de muchas
generaciones. Pero nunca se dieron perfecta cuenta del hecho de que las mareas
no son más que una consecuencia de la posición de la Luna en relación con la
Tierra. Para la gente que vive tierra adentro, la culminación de la Luna tiene poca
importancia, por eso nunca percibieron la relación Hoy sabemos que no sólo los
océanos son influidos por la atracción de la Luna, sino también las masas
continentales y la atmósfera. Si hay mareas atmosféricas y terrestres, es posible
que las «influencias lunares» acaben por ser achacadas a causas perfectamente
comprensibles. Así, perderán su «aroma mágico» y se integrarán normalmente en
el cuerpo del conocimiento científico.*
CAPÍTULO XI

LOS PLANETAS Y LA HERENCIA


Bacon compara la investigación científica a una caza: las
observaciones que uno deduce son la pieza que hay que cobrar.
Continuando la comparación, podría decirse que si bien la pieza
puede acabar siendo cobrada después de larga búsqueda, también
puede ocurrir que caiga cuando uno no está buscándola o cuando
uno está buscando a otra completamente distinta.* Esta cita, del
gran fisiólogo francés Claude Bernard, parece explicar un extraño
incidente o aventura científica que me ocurrió: había comenzado a
levantar una especie de pieza de caza en mis cálculos estadísticos,
cuando un día terminé con otra muy distinta en mis redes.
Hacia 1950, estaba preparando mi estudio crítico de la astrología
tradicional (véase capítulo VI), cuando, muy contra mi voluntad, me
encontré frente a un resultado de lo más extraño. En uno de mis
datos, que consistía en la fecha de nacimiento de 576 miembros de
la Academia Francesa de Medicina, la frecuencia de la posición de
ciertos planetas era completamente inusitada. El fenómeno no
correspondía a ninguna de las leyes tradicionales de la astrología,
pero, a pesar de todo, era interesante. Lo que había observado era
que un gran número de futuros grandes médicos habían nacido
cuando los planetas Marte y Saturno acababan de subir, o culminar,
en el cielo.*

Las estrellas médicas


Por causa de la rotación diaria de la Tierra en torno a su propio
eje, los planetas, igual que el Sol, parecen subir en el este, cielo
arriba, hasta que llegan a un punto máximo o culminación, luego
descienden y, por último se ponen en el oeste. Éste es su
movimiento diario; así, pues, no sólo tenemos días lunares y días
solares, sino también días venusinos, días marcianos, etc.
Consideremos el movimiento diario del planeta Marte. Los
anuarios astronómicos nos dicen cuándo Marte se levanta o se pone
cada día. Supongamos que en determinado día, en Nueva York,
Marte sale a las 0 h. 44 m. de la tarde y culmina a la 5 h. 33 m. de la
tarde. Si un niño nace a la 1:00 de ese día, Marte estará justo
levantándose al tiempo del nacimiento, y si el niño nace a las 6:00,
Marte estará culminando al tiempo del nacimiento. En cada caso, los
diez cuerpos celestes del sistema solar ocupan una posición distinta
en el espacio y es fácil localizar sus posiciones con ayuda de los
anuarios astronómicos.
Lo que sobre todo me interesó del fenómeno que observé en
relación con los famosos miembros de la Academia de Medicina fue
que no afectaba a todo el mundo. Lo comparé con una selección de
individuos normales, hecha al azar, sacados de listas de censos
oficiales. Los individuos normales no nacían con más frecuencia
cuando Marte y Saturno se levantaban o culminaban, o sea, que los
relojes planetarios no funcionaban de la misma manera cuando se
trataba de médicos famosos que cuando se trataba de gente
corriente. Este fenómeno inexplicable me preocupaba; decidí no
profundizar demasiado en él, sino repetir la investigación y ver si tan
extraña relación se repetía. Reuní, pues, una nueva selección de
508 médicos eminentes. Este trabajo no era sencillo, porque no sólo
había que dar con los nombres de esos médicos, sino también con
la fecha y lugar de su nacimiento; luego, había que escribir a los
alcaldes de las ciudades donde habían nacido para comprobar la
fecha con absoluta exactitud. Esta precisión era necesaria porque
los planetas cambian de posición de hora en hora, en función de la
rotación diaria de la Tierra; también era preciso llevar a cabo este
trabajo sobre una base demográfica y astronómica sólida, para
evitar conclusiones erróneas. Pero todo esto es cosa que aquí no
nos concierne y que es narrada con todo detalle en una obra
metodológica.*
Al final del segundo estudio, me encontré ante las mismas
conclusiones: igual que el primer grupo, éste, con terca insistencia,
acusaba el hecho de que las fechas de nacimiento de los médicos
famosos se arracimaban en torno a la salida o culminación de Marte
y Saturno. Aparecía, pues, una correlación innegable entre la salida
y culminación de estos planetas al nacer el niño y su éxito futuro
como médico.

El horario del éxito


Este extraño dato requería, evidentemente, un examen más
profundo. En consecuencia, amplié el ámbito de mi estudio con el fin
de incluir en él las fechas de todos los franceses famosos que pude
reunir.** Luego, visité las bibliotecas y archivos de varios países
extranjeros: en 1956, fui a Italia; en 1957, a Alemania; en 1958, a
Bélgica y Holanda; de esta manera, recopilé más de veinticinco mil
fechas de nacimiento, no sólo de médicos, sino también de
escritores, actores, políticos, atletas, militares, etcétera.
Continué computando las posiciones planetarias en el momento
de nacer y el mismo extraño esquema persistía, en vez de
desaparecer. Por fin, apareció una relación estadística cada vez
más precisa entre el momento de nacer y la carrera futura del recién
nacido. Los médicos no eran los únicos; cada grupo parecía tener
un reloj planetario propio. Y Marte y Saturno no eran los únicos
cronómetros planetarios; Júpiter y la Luna parecían tener semejante
importancia para otras profesiones. Cada vez, las anomalías
estadísticas aparecían justo después de la salida y culminación del
planeta en cuestión. Por ejemplo, buen número de individuos
nacidos cuando Marte se levantaba sobre el horizonte o llegaba a su
punto más alto eran luego grandes médicos, grandes atletas o
dirigentes militares, mientras que los futuros artistas, pintores o
músicos raramente nacían en momentos propicios a médicos y
atletas. Los actores y los políticos tendían a nacer con más
frecuencia cuando subía o culminaba Júpiter, pero era raro que
entonces nacieran también hombres de ciencia. Así, pues, por lo
que se refería al éxito vocacional, los relojes planetarios (véanse
figs. 7a y 7b) resultaron ser la Luna, Marte, Júpiter y Saturno. La
causa parecía ser una pulsación cósmica durante el ciclo diario de
veinticuatro horas; más nacimientos de futuros médicos en ciertos
momentos, más de futuros artistas en otros, etc. La Tabla II da un
sumario de mis observaciones, tal como fueron publicadas en 1960,
con una introducción del doctor Bender, profesor de Psicología de la
Universidad de Friburgo, en Brisgovia.**
TABLA II
Correlaciones Planetarias con
Vocaciones Triunfantes

Después de Frecuencia Frecuencia Frecuencia


su subida y alta de normal de baja de
culminación nacimientos nacimientos nacimientos
MARTE Científicos Políticos Escritores
Médicos Actores Pintores
Atletas Periodistas Músicos
Militares
Empresarios
JÚPITER Militares Pintores Científicos
Políticos Músicos Médicos
Actores Escritores
Periodistas
Dramaturgos
SATURNO Científicos Militares Actores
Médicos Políticos Pintores
Periodistas
Escritores
LUNA Políticos Científicos Atletas
Escritores Médicos Militares
Pintores
Músicos
Periodistas

(Según M. Gauquelin, Les hommes et les astres (París:


«Denoël», 1960, pág. 200).*
Buscando una explicación
Este trabajo dejó sumamente perplejos a muchos astrónomos,
demógrafos y estadísticos. Por un lado, no encontraban defectos a
mi metodología y, por otro, se negaban a admitir que pudiese existir
una relación tan íntima con las viejas creencias astrológicas.
Después de estudiar mis conclusiones, la comunidad científica hizo
una serie de preguntas pertinentes, a las que era preciso responder.
¿Cómo era posible que la física clásica explicase esta relación
estadística? ¿Qué interacción puede haber entre el nacimiento del
niño y la salida o culminación de un determinado planeta? ¿Por qué
influye Marte de manera distinta a la de Júpiter?
Es decir, que ahora me era preciso integrar mis curiosos efectos
planetarios en el conjunto de nuestra ciencia moderna. El problema
estribaba en cómo hacerlo. Una posibilidad era que alguna especie
de radiación, emanando de los planetas, imprimiese carácter en el
recién nacido de forma que decidiese toda su vida. Pongamos un
ejemplo: Si nace un niño cuando Marte sale, podemos suponer que
el planeta ejerce una influencia súbita que modifica el organismo del
niño. Después de esta influencia, el niño puede tener «algo más» de
lo que sus padres le dieron por medio de la herencia. Y este «algo
más» puede tener suficiente fuerza para dar al niño dotes
específicas y una orientación definida para el resto de su vida.
Naturalmente, no se puede tomar en serio tal idea. Cuando el
niño hace su entrada en este mundo, es el resultado de nueve
meses de gestación, durante los que su organismo alcanza un
desarrollo completo. Podría quizá suponerse que hay alguna acción
que influye en la disposición de los cromosomas en el momento de
la concepción, pero tal acción en el momento de nacer parece
ciertamente increíble. Es ya demasiado tarde para influir en el
temperamento hereditario del niño. Además, habría que postular la
existencia de una energía misteriosa que los planetas no parecen
poseer. La respuesta obvia parece demasiado sencilla, demasiado
próxima a la astrología para servirnos. ¿Hay, entonces, otras
respuestas? Ésa es la cuestión fundamental.
Niveles variables de sensibilidad
Hay otra posibilidad. Un sencillo ejemplo bastará para explicarlo:
los efectos de la radiación solar en la piel son conocidos. Si dos
individuos, uno rubio y otro moreno, toman el sol en la playa durante
cierto tiempo, la piel del uno se quemará mientras que la del otro,
simplemente, se tostará. La razón de esta diferencia también es
sencilla:
Por causa de diferencias hereditarias, las dos personas
reaccionan con variantes individuales en cuanto a la sensibilidad de
su piel a la radiación ultravioleta del Sol. Este ejemplo de la acción
del Sol es bastante elemental y puede no parecer aplicable a
nuestro objeto. Afortunadamente, sin embargo, hay otras
observaciones que pueden sernos útiles.
Una de las observaciones hechas por el doctor Takata, cuya obra
ha sido explicada en el capítulo IX, es que la subida y bajada de los
índices de suero sanguíneo humano muestran un nivel cambiante
de sensibilidad a la acción solar que no está uniformemente
distribuido entre la gente.* Una teoría más interesante aún para el
objeto que nos ocupa es la que propuso, en 1946, el biometeorólogo
M. Curry, según la cual hay diferencias individuales en las
reacciones ante las condiciones atmosféricas.* Curry comprobó que
hay dos tipos generales de reacción ante el tiempo: la «K» y la «W».
La «K» es propia de gente muy sensible a los descensos de
temperatura, suelen ser delgados, de rostro largo, y de
temperamento introvertido; la «W» es propia de gente extrovertida,
activa y dinámica, tienden a ser pesados físicamente y sufren
cuando la temperatura sube de manera repentina.
Estas variantes en el nivel de sensibilidad ante las condiciones
externas han sido observadas también en los animales. En 1955, J.
Aschoff, del Instituto Max Planck, en Alemania, notó que ratones
que vivían en condiciones de luz idénticas desplegaban ciclos de
actividad distintos. En 1962, Brown y Terracini estudiaron la
conducta de ratones puestos en condiciones experimentales
idénticas. Vieron que había cierta relación entre la actividad de los
animales y el día lunar, pero que cada animal tenía su manera
propia de seguir las instrucciones del reloj cósmico. Brown y
Terracini llegaron a la conclusión de que estas diferencias podían
deberse a herencia genética individual.* Así, pues, la constitución
hereditaria de cada individuo parece mediar entre éste y la acción
de los relojes cósmicos. Como dijo G. Piccardi, «dos individuos
pertenecientes a la misma especie, pero con constitución genética
distinta, no reaccionarán de la misma manera ante sucesos
externos. Por otra parte, los que comparten la misma herencia
reaccionarán de manera idéntica».*

Una teoría genética


Así, pues, la herencia del recién nacido explica mejor mis
observaciones que una acción súbita que emane de los planetas.
Quizá en el momento de nacer cada niño manifiesta una
sensibilidad heredada ante los relojes planetarios. «Podríamos —
dice Piccardi—
imaginarnos una acción planetaria que influya en el comienzo de los dolores del
parto, pero sin modificar la constitución del individuo que está naciendo. De esa
forma, la acción será temporal, afectando tan sólo al proceso del nacimiento en sí,
sin dejar huellas en el organismo. El organismo es controlado por las leyes de la
herencia; y es posible, por causa de esas leyes, que sea sensible a la acción de
los cuerpos celestes exactamente de la misma manera que sus padres lo habían
sido a su vez cuando nacieron. La crisis natal, que ya está resolviéndose,
terminaría cuando hayan sido obtenidas todas las condiciones favorables; entre
éstas estará el papel de los planetas.»*

Esto querría decir que el nacimiento de un niño, estando Marte


sobre el horizonte, no es mero azar. El nacimiento tiene lugar en ese
momento, y no en otro, porque su organismo está listo para
reaccionar ante las perturbaciones causadas por ese planeta
concreto a su paso por el horizonte. Es decir, que la posición de un
planeta determinado al nacer un niño puede influir en su herencia
biológica. Esta idea es exactamente lo contrario de las predicciones
astrológicas, porque «significaría que la acción del cuerpo celeste
no quedaría fija para siempre en el organismo del recién nacido,
sino que sólo tendría un efecto temporal, durante el parto mismo».*
Puede formularse la siguiente hipótesis: El niño hereda de sus
padres una tendencia a nacer cuando Marte se levanta, de la misma
manera que hereda de ellos el color del cabello. Con objeto de
confirmar esta hipótesis, el investigador tiene que demostrar que los
padres del niño han mostrado también, a su vez, esta tendencia, es
decir, que también ellos nacieron coincidiendo con la aparición de
Marte. La tarea consiste en reunir a un grupo de padres que hayan
nacido estando Marte en ascendente y observar si sus hijos
nacieron también con más frecuencia cuando el planeta ocupaba la
misma posición en el cielo:

Para demostrar la existencia de la herencia planetaria hay que probar


estadísticamente que existen semejanzas entre la posición de los planetas al
nacer los padres y al nacer los hijos. Estudié durante más de cinco años las
partidas de nacimiento de varios distritos de la región de París y reuní datos sobre
más de treinta mil padres y sus hijos. Cuando los datos fueron sometidos a
análisis estadístico, la magnitud de la semejanza hereditaria era tal, que no podía
ser atribuida al azar. Para ser exactos, diremos que sólo había una posibilidad
entre medio millón de casos de que los resultados fueran casuales, o sea,
499.999 posibilidades contra una de que la herencia planetaria fuese realmente
cierta.*

Una observación importante ha de ser añadida a este aserto: Las


semejanzas comprobadas lo son sólo por lo que se refiere a los
cuerpos celestes más cercanos a la Tierra o más grandes. Sólo la
Luna, Venus, Marte, Júpiter y Saturno fueron hallados en el mismo
lugar del cielo de una generación a otra. Los niños tienen una
determinada tendencia a nacer cuando uno de esos planetas se
levanta o culmina si el mismo planeta ocupaba el mismo lugar del
cielo al nacer sus padres.* Estos mismos planetas, con excepción
de Venus están relacionados también con el éxito profesional.
Según parece, esos cinco planetas pueden ser llamados los
cronómetros del nacimiento. (Véanse figs. 8 y 9)
Mercurio no dio resultados hereditarios, es un planeta pequeño y
cercano al Sol; ni tampoco Urano, Neptuno ni Plutón, que están muy
alejados de la Tierra. Por lo menos en mis investigaciones, esos
planetas no parecían tener ningún papel en la cronometración del
nacimiento, La relación entre el efecto hereditario y la proporción de
distancia a volumen de los planetas me recuerda ciertas leyes
físicas de todos conocidas (véase fig. 10). Concuerda también con
las leyes de la genética y los conocimientos científicos que
poseemos sobre el nacimiento. El sexo del padre o del niño no
afecta a este esquema, como tampoco la duración del embarazo o
el número de hijos habidos anteriormente por la misma madre. Por
último, digamos que la frecuencia es mayor si tanto el padre como la
madre nacieron bajo la misma posición planetaria.
Hay, sin embargo, determinadas circunstancias en que el efecto
hereditario de los planetas no se manifiesta. Esto ocurre cuando los
nacimientos examinados requirieron intervención quirúrgica o fueron
provocados por medio de drogas. Tales casos no se ajustan al
esquema previsto para casos de nacimientos normales, pero esto,
claro está, es una de las excepciones que confirman la regla.

Influencias magnéticas
Queda una comparación por hacer: la que existe entre el efecto
de los relojes planetarios que acabamos de explicar y los otros
factores cósmicos mencionados en los capítulos anteriores. Por
ejemplo, ¿se interfiere el sentido magnético que, como hemos visto,
existe tanto en el hombre como en los animales, en los efectos
planetarios que sufren los recién nacidos? Yo me hice esta pregunta
después de que Reiter* y Cyran* publicaran sus obras sobre el
aumento en el número de nacimientos cuando hay tormentas
magnéticas.
Reuní cierto número de fechas de nacimiento y fui comparando,
día a día, el efecto de la herencia planetaria con las perturbaciones
geomagnéticas, que, como sabemos, se deben a la actividad solar.
Los resultados de este estudio fueron presentados en 1966 ante el
Cuarto Congreso Internacional de Biometeorología.* Muestran una
relación clara y directa entre las variaciones magnéticas y los
efectos de la herencia planetaria;* si nace un niño en día en que hay
perturbaciones, el número de semejanzas hereditarias es el doble
de grande que si el día es normal. Esto hace pensar que la Luna y
los planetas influyen realmente en la vida, a través del campo solar.*

El niño y las condiciones uniformes


Hace diez años, la idea de que un niño a punto de nacer pudiera
ser tan sensible al Cosmos hubiera parecido increíble. El niño en la
matriz puede estar un poco apretado, pero, como el astronauta en
su cápsula, parece hallarse bien protegido contra los efectos de
todos los sucesos exteriores. En este punto, los descubrimientos de
Brown nos han sido muy útiles para comprender lo que
probablemente sucede. En efecto, el niño, dentro de la matriz, está
protegido contra violentos cambios exteriores. Vive allí en
condiciones uniformes, protegido contra los «cronómetros» más
obvios, como son la luz, la temperatura y la humedad. Esos factores
son, para él, prácticamente invariables; el niño flota en completa
oscuridad en el líquido amniótico a una temperatura constante de 37
grados centígrados. Pero el descubrimiento fundamental de Brown
es que las cosas vivas no pueden vivir sin cronómetros. Si están
situadas fuera del alcance de los cronómetros más «obvios» del
ambiente, instintivamente encontrarán otros esquemas que les
ayuden a regular sus ritmos biológicos, volviéndose más sensibles a
la influencia de «sincronizadores sutiles» procedentes del espacio.
Ésta es la situación en que el niño se encuentra antes de nacer.
Parece capaz de percibir cambios sumamente pequeños en el
ambiente cósmico y, de esa forma, provocar el comienzo del parto,
que ha sido preparado durante mucho tiempo con anticipación en
los cuerpos de la madre y el niño. Cuando se acerca el momento,
«una cantidad infinitesimal de hormona en la sangre es suficiente
para dar lugar al parto», como dice J. D. Ratcliff.* Es posible que un
estímulo cósmico, aunque sea de poquísima energía, pueda
producir tan diminuta secreción hormonal; el progreso de la
medicina moderna hace plausible esta hipótesis. Recientemente, A.
Csapo, del Instituto Rockefeller, de Nueva York, ha mostrado el
papel de las hormonas placentarias en el parto. Como la placenta y
el feto tienen su origen en la misma celda, el feto puede, por la
placenta, influir en las contracciones uterinas de la madre.*

Hacia una aplicación práctica


Ahora, resulta más fácil comprender el significado de un
descubrimiento, en apariencia inconcebible, que vincula el futuro
éxito en la vida de una persona con la posición de un planeta
determinado en el momento de su nacimiento. La explicación más
convincente no tiene nada de misterioso u oculto. Muy
sencillamente, la carrera del niño depende de la estructura genética
de su organismo; al nacer, los relojes planetarios revelan este factor
genético de una manera no prevista. Los profesionales de éxito
tenían elementos en sus genes que permitieron que sus vidas se
desarrollasen naturalmente en una dirección favorable, heredada de
sus padres. Por supuesto, esta relación no se aplica tan sólo a
celebridades, sino en general a todo el mundo. En la especie
humana, esta tendencia heredada a nacer en una hora determinada
en lugar de otra cualquiera debiera, en cierta medida, ser indicio del
tipo constitucional del individuo.
Ya hemos visto que en el organismo humano actúan varios
ritmos. Ahora, parece ser que hay incluso otros ritmos sutiles cuyas
acciones dependen del temperamento heredado de cada individuo;
tal es, por ejemplo, la influencia de los relojes planetarios que
provocan el comienzo del parto. Al explicar el mecanismo de los
relojes biológicos, ya hemos dicho que algunos hombres de ciencia
apoyan la teoría de los «ritmos endógenos», mientras que otros se
inclinan hacia los «ritmos exógenos». Aquéllos, entre los que se
encuentra Halberg, subrayan la estructura genética del individuo;
éstos, entre los que se encuentra Brown, subrayan el efecto del
ambiente geofísico. Lo que hemos llamado «herencia planetaria»
parece indicar que ambos puntos de vista tienen razón en parte. No
cabe duda sobre las acciones externas del espacio, pero esas
acciones tienen aún que filtrarse hasta penetrar en la constitución
genética interna.
Tal vez haya una consecuencia más importante aún de la
herencia planetaria que quizá conduzca a una inesperada aplicación
práctica. Sobre la base de la posición de los relojes planetarios en el
momento del nacimiento, parece posible prever el temperamento
futuro del individuo, así como su futura conducta social. Cuando el
parto es natural, esta predicción puede tener mucha importancia, ya
que abre numerosas posibilidades a la medicina, la biología y la
psicología. Es aún demasiado pronto para estar seguros de si tal
promesa llegará a cumplirse, pues todavía estamos en el comienzo.
Lo que ya está claro, y esto es bastante importante, es que la infinita
variedad de reacciones humanas ante el Cosmos parece dividirse
en cinco categorías generales. Estas categorías, al parecer, se
relacionan con los cinco «relojes planetarios»: la Luna, Venus,
Marte, Júpiter y Saturno. Por ejemplo, los que llegarán a ser
grandes médicos, atletas extraordinarios o militares famosos
parecen reaccionar positivamente ante Marte; los que serán actores
o políticos, ante Júpiter; y así sucesivamente.
Con ayuda de estudios sobre la herencia planetaria, existen
fundadas esperanzas de desarrollar una clasificación fundamental
de los tipos humanos basada en una síntesis completa del biotipo
genético. Es decir, que la herencia planetaria parece mostrar el
camino para un estudio científico del destino individual.
Concluiremos citando un pasaje de Arne Sollberger, secretario de
la Sociedad de Investigación de Ritmos Biológicos, que resume el
problema con objetividad y buen sentido:
La gravedad y el magnetismo dependen de la posición de distantes cuerpos
celestes. Francamente, esto es casi astrología... Es evidente que tenemos que
poner cuidado en aceptar tales afirmaciones, pero también en rechazarlas por
causa de las asociaciones negativas que tienen en nuestra mente. El problema
constituye, quizá, uno de los desafíos más intrigantes que han aceptado los
biólogos de nuestro tiempo.*
CAPÍTULO XII

EL FLUIDO VITAL
La siguiente escena sucede en un laboratorio químico. Un
ayudante, con una redoma en las manos, está perdiendo la
paciencia. La reacción química que suele producirse en seguida se
retrasa hoy. Y, sin embargo, el ayudante de laboratorio conoce su
oficio; como siempre ha pesado cuidadosamente los ingredientes
antes de mezclarlos en la redoma y la ha lavado con el mayor
cuidado, usando agua doblemente destilada, en fin, que había
tomado todas las precauciones necesarias para el éxito del
experimento. Pero como si nada. De modo que va a consultar al
profesor, el cual responde encogiéndose de hombros: «Es el azar,
dejémoslo.» Deciden clasificar el caso como «reacción aberrante» y
esperar hasta más tarde, u otro día, para repetir el experimento,
esperando que entonces todo vuelva a la normalidad.
En teoría, cuando se mezclan dos sustancias químicas en un
tubo de ensayo, si uno tiene cuidado y usa siempre el mismo
método, la reacción será siempre la misma. Pero esto sólo ocurre en
teoría. En realidad, cada reacción tiene sus idiosincrasias. Su
rapidez cambia de un día a otro. A veces, no se produce en
absoluto. Todos los químicos están acostumbrados a estas
anormalidades, pero, al menos hasta hace muy poco, preferían no
hablar de ellas. Piccardi escribe: «Los químicos nunca pensaron que
cada hora podría ser distinta de las otras, pero si lo hubieran
pensado nunca lo habrían admitido, hubiera sido demasiado
peligroso.»* Aunque estas cosas son de lo más corriente, admitir su
existencia podría tener, en verdad, repercusiones peligrosas.
Querría decir que las propiedades químicas cambian de hora en
hora sin que por ello cambien sus fórmulas químicas. Los científicos
se rehúsan a aceptar esta enormidad, que haría temblar todo el
edificio de la Química en sus cimientos. Por eso, el profesor prefirió
explicar el fenómeno a su ayudante de laboratorio hablando de
«azar» y de reacciones «aberrantes».
El punto de congelación del agua
Los archivos de los laboratorios químicos están llenos de
observaciones aberrantes, olvidadas y descartadas, destinadas a
desaparecer tarde o temprano. La mayoría de estas observaciones
se refieren a fluidos, sobre todo coloides suspendidos en agua.
Pocas verdades parecen más evidentes y más ciertas que la
afirmación de que el agua se congela a cero grados y se convierte
en hielo. Sin embargo, esto es, con frecuencia, falso. A veces, la
temperatura tiene que ser rebajada considerablemente para que el
agua se transforme en hielo. Ésta es la especie de reacción
aberrante que acaba cubriéndose de polvo en los archivos.
Pero algunos científicos tienen más curiosidad que otros. Hacia
1950, el biólogo alemán H. Bortels, de la Universidad de Berlín,
comenzó a interesarse por este fenómeno. Investigó la curiosa
conducta del agua, que los especialistas llaman «surfusión», y
demostró que sus causas no tienen nada que ver con el azar. Son
influidas por ciertos factores bien definidos, pero misteriosos:
aunque los especímenes de agua pura habían sido aislados de toda
influencia externa, la surfusión parecía ajustarse a las variaciones
de la presión atmosférica y de la actividad del magnetismo
terrestre.*
Unos pocos años antes, la señora E. Findeisen había estudiado
sistemáticamente la rapidez de reacción de una solución química
inorgánica de arsénico trisulfuro en redomas cerradas. La solución,
al parecer aislada de toda influencia externa, envejeció a ritmos que
variaban de un día a otro («envejecer», en química, significa que
una solución cambia químicamente con el tiempo). Además, la
solución en cuestión se comportaba de forma distinta en los pisos
superiores del laboratorio que en los inferiores. Con ayuda de miles
de mediciones, la señora Findeisen demostró que estos cambios
dependían de factores externos.*
Bortels y Findeisen notaron en sus redomas la aparición de un
fenómeno extrañamente parecido al observado por Brown en
animales y también por mí en niños que están a punto de nacer.
Aunque encerrados en un ambiente uniforme, los coloides
suspendidos en el agua reciben misteriosamente información sobre
cambios en ciertos factores externos. ¿De dónde procede esa
información? ¿Cómo puede ser percibida por cuerpos compuestos
inorgánicos? Es difícil creer que una sustancia inorgánica pueda ser
tan caprichosa como las estructuras biológicas.

Un paréntesis
Al llegar a este punto, abramos un paréntesis. Con las reacciones
químicas hemos llegado por fin a los niveles básicos de la
Naturaleza. Demostrando que los elementos químicos reaccionan
ante los sucesos cósmicos de una manera parecida a la de los
organismos vivos, nos acercamos a una explicación fundamental.
Los descubrimientos anteriormente expuestos nos muestran que
nuestros cuerpos son sensibles a los efectos del espacio exterior.
Pero sigue faltándonos información sobre lo que ocurre dentro de
nuestros cuerpos. No tenemos la menor idea de la participación que
tienen nuestros sentidos en la recepción de mensajes eléctricos,
magnéticos y gravitacionales. No se sabía si esos receptores
funcionan como funciona el ojo, que sólo es capaz de recibir cierto
tipo de rayos, o si cada célula del cuerpo posee la misma capacidad
de recepción por lo que se refiere a esos mensajes. Si la segunda
hipótesis es válida, nuestro cuerpo es un gigantesco tubo de ensayo
dentro del cual se realizan reacciones químicas en las que
participan todas y cada una de sus células. J. L. Thompson,
especialista en ritmos biológicos, escribe. «La cuestión que hay que
plantearse es si tales organismos son un reloj o contienen un reloj.
Quizá no convenga que sea planteada esta cuestión, o, por lo
menos, no por un biólogo.»*
Los especialistas reconocen que, en esta fase de nuestro
conocimiento, los químicos tienen la palabra. Por lo tanto, es
importante que comprendamos la conducta anormal de los cuerpos
compuestos químicos en relación con las condiciones del espacio
exterior.

¿Simple brujería?
El profesor Giorgio Piccardi, director del Instituto de Química
Física de Florencia, se ha sentido intrigado por la conducta
escandalosamente aberrante de las reacciones de laboratorio. En
1935, dijo: «No resulta válido decir que algo no existe sólo porque
no hay manera de entenderlo.»* A continuación, decidió profundizar
en el problema: se interesó en la manera de quitar incrustaciones de
sarro del interior de las calderas. El agua deja depósitos calcáreos
dentro de los envases que se usan para contenerla y las amas de
casa tienen también este problema con sus cacharros de cocina.
Las calderas industriales no son excepción a esta regla. Estos
sedimentos pueden afectar seriamente al funcionamiento de las
máquinas, y existen varios métodos químicos para disolverlos. Uno
de ellos consiste en añadir agua especialmente tratada a intervalos
regulares a la caldera. Piccardi describe así este método:
Una redoma de cristal que contiene una gota de mercurio y neón a baja presión
es revuelta lentamente en el agua. A medida que el envase se mueve, el mercurio
va frotando contra el cristal; la doble capa eléctrica entre el mercurio y el cristal se
rompe, produciendo una descarga roja luminiscente a través del neón. El agua
que toca el cristal termina siendo activada.*

El agua activada no sólo deja de producir depósitos calcáreos


una vez echada en la cadera, sino que, de hecho, disuelve
incrustaciones anteriores, de modo que pueden ser retiradas del
interior en forma de solución fangosa. Pero la composición química
del agua tratada químicamente sigue siendo en absoluto idéntica a
la del agua normal. Es, en verdad, como de brujería: unas pocas
luces rojas, unas pocas descargas eléctricas y ya está. El agua así
tratada adquiere propiedades «milagrosas». Un alquimista de la
Edad Media no podría esperar conseguir resultados tan
sorprendentes con todas las manipulaciones de sus retortas y
alambiques. De hecho, muchos investigadores se negaron a admitir
la eficacia de este procedimiento. Su negativa era tanto más
comprensible cuanto que la acción físicoquímica del agua activada
sobre los depósitos calcáreos no era uniformemente efectiva. Pero
si los químicos pueden presenciar indiferentes la desigualdad de las
reacciones que se realizan en sus laboratorios, los dueños de
fábricas no pueden hacer caso omiso de los problemas que les
plantean sus calderas con depósitos imposibles de disolver. Por eso
fue llamado Piccardi a escena.
Piccardi ya había estudiado este problema concreto, llegando a
formular una explicación. Al producir la reacción del agua activada
en los depósitos calcáreos en el laboratorio, encontró que la
variabilidad no se debía al azar, ese azar que la ciencia moderna
invoca para explicar fenómenos desconocidos de la misma manera
que en los siglos pasados se invocaban fuerzas satánicas. Un día,
Piccardi había cubierto sus redomas con una fina capa metálica.
Aunque esta cobertura no tocaba el agua activada, su proximidad
bastó para modificar el ritmo de la reacción. Fue como si la
superficie metálica hiciese el papel de escudo, impidiendo el paso
de fuerzas procedentes del exterior, de arriba. «En 1939 —escribe
Piccardi—, comprendí que la conducta, constantemente fluctuante,
del agua activada dependía de algo que ocurre en el espacio que
nos rodea.»* (Véase fig. 11.)

El método de los experimentos químicos


Con objeto de averiguar más sobre los agentes espaciales,
Piccardi desarrolló un sistema experimental original. La dificultad
más grande con que tenia que lidiar consistía en la extremada
variabilidad de las reacciones: ¿Cómo se podría descubrir
constantes en tal falta de consistencia? Como las reacciones
variaban de minuto a minuto, hacían falta suficientes observaciones
simultáneas para deducir un término medio estadístico —una
cantidad constante, no afectada por el azar—, y entonces repetir
esas observaciones simultáneas regularmente durante cierto
número de años. Además, era necesario que la reacción fuese
simple, para que el procedimiento pudiera ser establecido
fácilmente. Piccardi preparó un mezclador sincronizado capaz de
realizar veinte experimentos al mismo tiempo; para el experimento,
escogió un coloide inorgánico, oxicloruro de bismuto. La reacción
consistía en echar tricloruro de bismuto en agua destilada, donde
aquél se precipita. Hay gran variación en la velocidad con que tiene
lugar esta precipitación.
A partir de 1951, Piccardi y sus ayudantes midieron la velocidad
de esta reacción química tres veces al día en su laboratorio de
Florencia. La perfecta continuidad de estos experimentos, que se
convirtieron en una especie de rito diario, es la única forma de
conseguir identificar las causas cósmicas de las variaciones diarias.
Piccardi tiene una eficiente ayudante, la señora C. Capel-Boute,
directora del Instituto Electroquímico de la Universidad de Bruselas.
Esta señora había sido consultada por industriales belgas con objeto
de resolver el misterio de las incrustaciones de sarro de las tuberías
de la traída de aguas de Bruselas, de modo que decidió preparar en
sus laboratorios una serie de experimentos semejantes a los que se
estaban realizando en Florencia.* El método experimental resultó
eficaz. Permitió a Piccardi identificar las causas de la variabilidad
que otros hombres de ciencia habían comprobado sin poder
averiguar sus orígenes. Las causas eran cósmicas: los primeros
efectos que aparecieron eran debidos a la actividad solar. Los
experimentos de Piccardi aislaron varios tipos de variaciones:
Variaciones a corto término. Éstas son cambios en la reacción
química que se produce en el momento de una súbita erupción
solar, fuertes perturbaciones magnéticas o la llegada de grandes
haces de rayos cósmicos. Cuando la Tierra es bombardeada por los
efectos de súbitos accesos de mal humor solar, las reacciones
dentro de jarros dejados al aire libre se producen con mayor rapidez,
mientras que las que tienen lugar en jarros protegidos por tapas
metálicas no cambian.
Variaciones de once años. La rapidez con que se precipita el
oxicloruro de bismuto varía también en relación con el ciclo de once
años de actividad de manchas solares. Año tras año, la curva de
frecuencia de las manchas solares es notablemente paralela a la
curva de reacciones químicas. (Véase fig. 12.) *
Se descubrió también un efecto lunar. Dos de los colaboradores
de Piccardi, Papeschi y Costa, habían estado estudiando la
naftalina. En 1963, demostraron que la rapidez de solidificación
estaba en función de las fases de la Luna: era más rápida con la
Luna nueva, pero menos rápida con la Luna llena.* Al mismo
tiempo, el químico A. Rima estudió el efecto de los ciclos lunares en
los resultados de los experimentos de Piccardi.*
Para concluir, un coloide en una solución acuosa reacciona ante
todos los efectos cósmicos que hacen reaccionar también a los
hombres y los animales. Además, gracias a la perseverancia de la
obra de Piccardi y al ingenio de su método, se ha conseguido
concentrar la atención general en torno a la posible acción de un
reloj cósmico que había sido descuidado por los investigadores
anteriores: la posición de la Tierra en la nebulosa. Es difícil imaginar
cómo puede la nebulosa, que es un universo de universos, afectar
las reacciones químicas del agua contenida en una jarra; con objeto
de explicar esta posible relación, Piccardi elaboró lo que él llama su
«hipótesis solar». La Tierra, girando en torno al Sol, cruza la
nebulosa a la extraordinaria velocidad de diecinueve kilómetros por
segundo. El curso de este movimiento no es recto, sino que sigue
una línea helicoidal, como de camino en espiral. Por lo tanto, la
Tierra cambia constantemente de posición con respecto a los
campos de fuerza de la nebulosa, que son increíblemente fuertes.
Ésta es, probablemente, una de las razones que explican que las
reacciones químicas se realicen a diferentes velocidades en
diferentes meses del año.
En los años de 1951 a 1961, la variación anual de los
experimentos de Piccardi mostró un punto mínimo en la primavera,
cuando la Tierra cruza el espacio con más rapidez que nunca, y la
única vez en que sigue al Polo Norte delante de la nebulosa. Desde
1961, sin embargo, el efecto del movimiento de la Tierra dentro de la
nebulosa en las reacciones químicas pudo haber sido alterado,
según Piccardi, a causa del cambio en las posiciones relativas de
los planetas Júpiter y Saturno. Las perturbaciones son causadas,
probablemente, por las colas magnetosféricas de esos planetas en
el campo solar y de la nebulosa. La pregunta de Piccardi ha recibido
respuesta: las condiciones espaciales controlan los efectos
caprichosos del agua activada en los depósitos calcáreos que
cubren el interior de las calderas.

La estructura del agua


El agua tiene una extraña cualidad que le permite reaccionar de
la manera más acomodaticia ante influencias externas. Para
comprenderlo es preciso saber ante todo qué es el agua, y sólo en
estos últimos años ha sido posible responder a esta gran cuestión.
Hasta hace poco, los químicos, fiándose de las apariencias, daban
por supuesto que el agua era el líquido perfecto. Y, sin embargo, sus
propiedades físicas son extremadamente anormales y contradicen
los cálculos teóricos que normalmente se aplicarían al líquido
perfecto. Como dijo el químico francés Duval, el agua es «un líquido
que todavía recuerda la forma cristalina del hielo del cual deriva».*
Bernal y Fowler, en 1933, y H. Frank, en 1939, propusieron el
concepto de que el agua tiene una estructura pseudocristalina
semejante a la de los cuerpos sólidos.** Esto significa que la
combinación de moléculas de agua está organizada según un
esquema que no podría existir en un líquido perfecto. Pople, en
1951, aventuró la hipótesis de que la organización molecular era
continua, «una estructura que se perpetúa a sí misma»; un vaso de
agua, en cierto sentido, se componía «de una sola molécula».* Pero
esta estructura es extremadamente frágil. Las pirámides de átomos
de hidrógeno y oxígeno están unidas tan débilmente unas a otras,
que la menor presión externa puede destruir la organización. En
comparación con la estructura permanente de los sólidos, la
estructura del agua es inestable y está sujeta a cambios básicos
como resultado de influencias incluso de energía muy débil.* Hasta
el más insignificante cambio estructural puede modificar las
propiedades físicas del agua.

El Cosmos desequilibra la estructura del agua


Ahora, tenemos una solución satisfactoria al problema al que nos
hemos referido más arriba, porque hemos visto que el agua activada
tiene un efecto distinto del de agua normal sobre los depósitos
calcáreos, ya que su estructura ha sido cambiada con la activación.
Si el agua activada no ejerce su acción disolvente en las
incrustaciones es porque hay factores cósmicos que, a veces,
neutralizan los efectos del tratamiento físico. Éste es también el
motivo de que los coloides inorgánicos suspendidos en las jarras de
Piccardi varíen de manera tan acomodaticia como función de
fuerzas externas. El agua estudiada en el laboratorio es tan sensible
a cambios muy leves en los campos eléctricos o magnéticos como
los animales que estudió Brown. En 1965, dos químicos de la
Universidad de Florencia, Bordi y Vannel, notaron ciertas diferencias
en la conductividad eléctrica de agua que había sido expuesta a los
efectos de un imán muy pequeño.* En el Centro Nacional de
Investigación Atmosférica de Boulder, Colorado, W. H. Fisher y sus
ayudantes han demostrado que la estructura del agua es
extremadamente sensible a los campos electromagnéticos.* Por
medio de esos sutiles campos de fuerza, el Cosmos modifica las
propiedades del agua.
A pesar de su naturaleza aparentemente abstracta, el efecto de
Piccardi ofrece grandes consecuencias. El agua no es tan sólo el
líquido de nuestro planeta, sino también el líquido de nuestra vida.
Los organismos vivos están expuestos al Cosmos igual que los
coloides en las jarras de los laboratorios. El cuerpo humano, por
ejemplo, se compone de agua en un 65 por cierto. Hay agua en la
sangre, en la linfa, en todos los órganos del cuerpo. Varios
químicos, Magat sobre todo, han demostrado que la estructura del
agua es especialmente frágil a la temperatura normal del cuerpo
humano. De hecho, entre los 35 y los 40 grados centígrados, el
agua pierde definitivamente su estructura para convertirse en un
líquido perfecto.*
En 1962, Piccardi escribió: «Quizá incluso sean el agua y el
sistema acuoso lo que permite a las fuerzas externas reaccionar
ante los organismos vivos.»* Porque, explica,

la existencia de una estructura tan delicada y sensible, permite suponer que con
medidas apropiadas se podría modificar la estructura misma de infinitas maneras,
y de esa forma podemos suponer que el agua es sensible a influencias
extremadamente delicadas y capaz de adaptarse a las más diversas
circunstancias hasta un punto al que no puede llegar ningún otro líquido.*

Dentro del organismo humano, así como dentro del organismo


animal y de las plantas, la estructura del agua cambia fácilmente
como reacción a estímulos provenientes del espacio exterior, ya se
trate de ondas, partículas o perturbaciones de tipo gravitacional o
magnético. Gracias a descubrimientos químicos, podemos ver ahora
con claridad cómo consiguen los entes vivos regular su actividad en
respuesta a ritmos externos. El efecto de Piccardi explica la
sensibilidad del organismo a tales ritmos:
Somos impotentes frente a los fenómenos externos. No podemos impedir que
se desencadenen tormentas magnéticas o que erupten las manchas solares; no
podemos impedir que ondas electromagnéticas de muy baja frecuencia penetren
por las paredes de nuestros laboratorios, fábricas, casas y cuerpos.*

Todo esto encaja muy bien con el pensamiento de Brown, que, en


1962, anunció lo siguiente en la Academia de Ciencias de Nueva
York:

Los fisiólogos deben reconocer que los organismos, aunque estén protegidos
contra todos los factores normales a los que, tradicionalmente, han sido
considerados sensibles, siguen, a pesar de todo, obteniendo información sobre su
ambiente rítmico externo en nuestro planeta.*
La base cósmica de la vida
Hasta hace poco, no se comprendía la medida en que las
influencias del espacio están constantemente presentes en torno a
nosotros y dentro de nosotros. Hace unos pocos años, nadie tenía
aún la menor idea de por qué las reacciones químicas o biológicas
variaban de un día a otro a pesar de las complejas precauciones
que se tomaban para impedirlo. El hecho es que, por lo que se
refiere a los líquidos, nunca hay condiciones constantes.
Naturalmente, en experimentos idénticos con sólidos no ocurre lo
mismo, porque la organización de los sistemas sólidos es casi
inmodificable; las influencias débiles no les afectan. Pero los sólidos
no tienen vida.
La vida es el equilibrio inestable del elemento líquido. Ninguna
precaución puede proteger la estructura inestable de los líquidos
contra los efectos de las fuerzas externas. No es el azar, sino una
ley natural permanente lo que hace que los experimentos con
líquidos sean difíciles de repetir de una hora a otra. Según la buena
definición de Piccardi, se trata de «fenómenos fluctuantes». ¿Es
esto razón para renunciar a la idea de estudiarlos? No debiera
serlo.* Por el contrario, es preciso tener en cuenta el momento
exacto en que se produce la reacción; éste es un factor tan
importante como los medios químicos con que se realiza el
experimento, porque el Cosmos puede intervenir en cualquier
momento, dejando a su paso una huella que puede ser causa de
que las condiciones del experimento cambien. El joven ayudante de
laboratorio que mencionamos al comienzo de este capítulo tomó,
indudablemente, todas las precauciones posibles para que el
experimento diera buen resultado, pero olvidó la influencia horaria
del Cosmos en los sucesos terrestres. Por eso, las reacciones
químicas salen bien un día y mal el siguiente; por eso también, los
accidentes fisiológicos caen sobre el hombre como rayos celestes; y
eso explica también la extraña conducta de los mecanismos natales
con respecto a los relojes planetarios.
El zoólogo Cloudsley-Thompson ha planteado la cuestión: ¿Es el
organismo mismo un reloj o contiene un reloj? En estas páginas
hemos visto emerger una teoría explicativa en respuesta a esta
pregunta. No parece que los seres vivos tengan un sentido
específico que les permita percibir por separado cada una de las
influencias recién descubiertas. Probablemente el cuerpo, en su
totalidad, reacciona de modo constante ante los ritmos ambientales.
El cuerpo en su conjunto es, probablemente, un reloj biológico y, al
mismo tiempo, una brújula biológica; muy probablemente también es
capaz de «percibir» incluso matices más sutiles, tales como los que
emanan de los planetas más cercanos. Todo esto puede ocurrir por
mediación de las estructuras alterables del organismo: el agua y los
coloides de que principalmente se compone. Por lo tanto, es
probable que, como dice Piccardi,
la acción de fuerzas extraterrestres no concierne a ningún órgano determinado, a
ninguna enfermedad determinada, a ninguna función biológica determinada, sino
al complejo estado de la materia viva. Los organismos tienen que mantener sus
condiciones vitales en la medida de lo posible, y para esto es preciso que
reaccionen ante las propiedades fluctuantes de su medio ambiente, que luchen
por mantenerlas estables. Esto da por resultado una honda «fatiga» de todos los
sistemas coloidales del organismo, de toda su sustancia material. Puede decirse
que es la materia viva en su conjunto la que resulta así perturbada.*

Sin la capacidad de reaccionar rápidamente a las influencias


externas, la vida sería imposible. El diálogo externo entre el hombre
y el espacio parece ser indispensable para nuestra supervivencia.
EPÍLOGO
DE LOS DIOSES DE LUZ A LOS RELOJES
PLANETARIOS

Como afirma un antiguo texto hermético titulado La Tabla de


Esmeralda:
Es verdad, no mentira, es verdad y muy cierto: Aquello que está alto es como lo
que está debajo y lo que está debajo es como lo que está alto.

Esta frase expresa las primeras intuiciones de nuestros


antepasados sobre la relación del hombre con el Universo
circundante. Describe en términos enigmáticos la doctrina esotérica
según la cual el hombre es un universo en miniatura, construido
según el modelo del Universo cósmico. El hombre es un
microcosmos, solía decirse, los cielos son el macrocosmos, y entre
ambos circulan íntimas corrientes simpáticas.
La ciencia moderna no ha retenido el aspecto ocultista de esta
venerable lección. El cielo no es un espejo mágico en el que se
reflejan nuestros placeres y dolores. Pero la ciencia nos enseña que
el Universo en su totalidad está reflejado en una gota de agua, que
los ritmos son necesarios para la supervivencia de la vida. De esta
forma, comenzamos a ver que nuestros cuerpos, de hecho, están
atados, con cuerdas invisibles, al Cosmos, como se percibió
vagamente en el pasado. Pero estas cuerdas no están sujetas por
las manos de dioses planetarios que nos mueven como a
marionetas, sino por campos de fuerza llamados electricidad,
magnetismo y gravedad.
En los libros de alquimia de la Edad Media, hay una idea para los
que buscan la piedra filosofal. Esta idea, que ha sobrevivido a
muchas generaciones, es que ciertas configuraciones celestes
«sellan» la reacción mágica que el alquimista trata de conseguir en
sus alambiques. Los alquimistas eran también astrólogos, y sus
viejos pergaminos nos explican con mucho detalle que si se quiere
transformar el plomo en oro la configuración celeste favorable, que
será la única que permita esa transformación, ha de ser elegida ante
todo. La ciencia de hoy ha renunciado a la búsqueda de la piedra
filosofal y, sin embargo, nos enseña que un «sello» cósmico
específico afecta realmente a varias reacciones físicas, químicas y
biológicas.
Otra ciencia antigua dice que los cambios aparentemente
insignificantes pueden, con el tiempo, transformar los compuestos
químicos. Éste es el motivo de que el alquimista tuviera que mezclar
constantemente sus ingredientes, día tras día, hasta que el metal
base se transformara progresivamente en oro reluciente. La física
moderna consigue la transmutación de los elementos con ayuda de
gigantescos ciclotrones, en los que la materia es bombardeada con
electrones, desarrollando estados de altísima energía. Pero los
hombres de ciencia también han descubierto la importancia de las
energías muy bajas que modifican la estructura del agua. Y los
líquidos son la base estructural de la vida, que tiene toda la
fragilidad de sus elementos constituyentes.
En el siglo IV a. de C., Hipócrates afirmó: «El espacio entre la
Tierra y el cielo está lleno de espíritu. Los movimientos mismos del
Sol, la Luna y las estrellas son causa del soplo de este espíritu.»
Los caldeos creían también en un éter «vivo». Los satélites
artificiales que giran ahora en torno al planeta no han encontrado
dioses en el cielo, pero sus instrumentos han demostrado que lo que
hace treinta años pasaba por ser un «vacío interestelar» en realidad
está lleno de materia y energía. Las estelas magnetosféricas de los
planetas bailan un ballet constante en los campos de fuerza del Sol
y la nebulosa.
Tenemos que reconocer los méritos de los que, en el pasado, sin
apenas medios a su disposición, trataron de comprender la
naturaleza y la influencia de las estrellas. Una tablilla de arcilla
cubierta de letras cuneiformes dice: «Un halo que rodea a la diosa
lunar es indicio de lluvia.» Nuestros meteorólogos empiezan a
descubrir que la lluvia puede ser influida por los movimientos
lunares. Los faraones deificaron al Sol, atribuyéndole mil potencias
mágicas. Ahora, sabemos que el Sol ha influido en la vida desde sus
comienzos, contribuyendo a su creación, preservación y, a veces,
también a su destrucción. La teoría de las «firmas astrales», tan
cara a los antiguos astrólogos, reaparece en el efecto de los relojes
planetarios en el momento de nacer, induciéndonos a considerar la
posibilidad de establecer científicamente predicciones basadas en la
hora del nacimiento de un ser humano. Ya se ha encontrado un
vínculo entre los ritmos planetarios y ciertos tipos de actividad
humana. La relación estadísticamente significativa entre Marte y
médicos, atletas y militares puede ser el comienzo de un
espectacular regreso del viejo simbolismo caldeo a nuestra vida
intelectual.
Sería presuntuoso insistir en que el hombre nunca consiguió
penetrar en la verdad, ni siquiera vagamente, durante los seis mil
años de investigaciones astrológicas. El alquimista Brandt descubrió
el fósforo por casualidad en 1669, cuando buscaba la piedra
filosofal. Y, sin embargo, no debiéramos confundir la química con la
alquimia o la biometeorología con la astrología. Hemos visto que
ciertos atisbos de la verdad han sido interpretados prematuramente
y tergiversados, y que las primeras intuiciones correctas sobre las
influencias cósmicas en el hombre han degenerado en mito y
superstición.
Hoy, la ciencia revela y explica las influencias cósmicas en
nosotros en términos nuevos, divorciados de toda magia o
astrología; nuevas disciplinas científicas basadas en la investigación
están siendo creadas. Aún son reconocidas sólo en parte por causa
de su reciente origen. El doctor S. Tromp, de la Universidad de
Leyden, dirigiéndose a la Academia Mundial de Artes y Ciencias,
dijo que eran «semiciencias», y añadió: «Comprenden esos tipos de
investigación fundamental que penetran en campos completamente
desconocidos del conocimiento humano, considerados hasta hace
poco como vagos, faltos de realismo, pseudocientíficos y, por
desgracia, favoritos con frecuencia de sacamuelas carentes de todo
sentido científico.»
Dos semiciencias están estudiando ahora el campo reclamado a
la astrología: la primera es la biometeorología, que estudia la
influencia de las condiciones cósmicas y atmosféricas en la vida; la
segunda es el estudio del significado y la importancia de los ritmos
biológicos. Dos sociedades científicas internacionales representan a
estas dos disciplinas: La Sociedad Internacional de Biometeorología
(ISB) y la Sociedad de Ritmos Biológicos (SBR).
Por lo que se refiere a los intrigantes efectos hereditarios que han
sido descubiertos en el estudio de los ritmos planetarios, no cabe
leer en ellos ningún significado ocultista. De hecho, se trata de un
concepto que es completamente opuesto al de la predestinación
astrológica. La Luna y los planetas no son milagrosos determinantes
de nuestro futuro. El cielo del nacimiento no añade nada al niño que
éste no tenga ya en sí. El efecto de las estrellas no cambia el
carácter del recién nacido, ni determina el futuro en direcciones
felices o desgraciadas. El poder de los dioses estelares ha sido
sustituido por la acción indiferente, aunque real, de los relojes
planetarios.
Pero esto no debiera impedirnos sentir agradecimiento por las
ideas tanteantes de los astrólogos. Si no hubiéramos aceptado el
desafío que nos lanzaban sus fantásticas afirmaciones, no
habríamos descubierto la existencia de los relojes planetarios. Ahora
vemos que la idea de que el hombre puede ser afectado por el cielo
circundante es perfectamente normal. Cuando los hombres de la
antigüedad intuyeron este mundo de influencias astrales, lo
encuadraron en la estructura de su pensamiento primitivo,
envolviéndolo en mitos, ingeniosos y profundos a veces, que aún
anidan en lo más hondo de nuestro subconsciente colectivo, como
ha demostrado Jung.
Pero ya es hora de someter a una rigurosa investigación esos
fenómenos y de dejar de buscar soñadoramente la clave de las
estrellas. Claro está, el subconsciente humano cambia lentamente.
Su temor al futuro le hace preferir las explicaciones ocultas,
supersticiosas, a las explicaciones científicas basadas en la razón.
Hemos visto que la astrología, como disciplina intelectual, está
estancada casi desde sus orígenes. Hoy en día, en manos de
ignorantes adivinos, se ha convertido en la caricatura de una ciencia
para uso de los débiles y los perezosos. El respetable pensamiento
cósmico, apartado de sus fuentes, ha descendido al nivel de un
juego fraudulento y chismoso. Pero aún es posible rehacer el
camino y volver a la fuente.
Subiendo los siete pisos de sus torres de observación, los
sacerdotes caldeos creían que estaban llegando casi al cielo. Su
esperanza, hoy, nos parece tonta, pero también conmovedora y
comprensible. Sus ojos y su pensamiento se fijaban en los mensajes
que les enviaban sus dioses; muy por encima de las polvorientas
ciudades, el sacerdote conversaba con el Universo de igual a igual.
Existe una sorprendente continuidad entre su actitud y la que hoy
mueve a la Humanidad a gastar tanto tesoro de valor e inteligencia
en dejar la Tierra, camino de las estrellas que nos llaman. El
astronauta, dentro de su cápsula, gritando de admiración al ver la
belleza del cielo circundante por primera vez desde tal altura, puede
pensar, agradecido, en sus predecesores, los sacerdotes astrólogos.
Puede recordar sin menosprecio la orgullosa confesión de Tolomeo,
el «príncipe de los astrólogos»:
«Mortal soy, sé que he nacido para vivir sólo un día, pero cuando
observo las compactas multitudes estelares en su curso circular, mis
pies ya no pisan la tierra; asciendo hasta el mismo Zeus, para que
me haga beber ambrosía, el alimento de los dioses.»
APÉNDICE PRIMERO

METODOLOGÍA Y ANÁLISIS ESTADÍSTICO

El breve sumario que sigue a continuación relacionará los principales principios


científicos que hemos presentado en el capítulo XI sobre las influencias
planetarias en la vocación humana.

El movimiento diurno
Todos los días, como resultado de la rotación de la Tierra en torno a sí misma,
el Sol, la Luna, los planetas y las estrellas describen en torno a la Tierra una
trayectoria de veinticuatro horas llamada movimiento diurno.
Consideremos, por ejemplo, el movimiento diurno de Marte el 24 de mayo de
1956, en París. En el Anuario del Departamento de Longitudes nos encontramos
con que, ese día, en París, Marte se levantó a las 0 h. 44 m. y culminó a las 5 h.
33 m. y se puso a las 10 h. 22 m., para levantarse de nuevo a la mañana siguiente
aproximadamente a la misma hora que el día anterior.
En la figura 13, dos círculos perpendiculares indican el horizonte y el meridiano
de la localidad. El movimiento diurno de Marte se realiza en torno al círculo
ABCDA. En nuestro ejemplo, cuando la trayectoria de Marte corta el horizonte
oriental, el planeta está levantándose; son las 0 h. 44 m. (punto A). Luego, sube
por el cielo hasta llegar al punto máximo de ascensión, culminando en el
meridiano; son las 5 h. 33 m. (punto B). El planeta desciende hacia el horizonte
occidental, donde desaparece a las 10 h. 22 m. (punto C). Debajo de la Tierra
sigue un camino que completa la trayectoria comenzada sobre el horizonte. Llega
al punto inferior de su ruta al cruzar de nuevo el meridiano (punto D). Desde allí,
sube de nuevo hacia el horizonte, sobre el cual aparecerá de nuevo cerca del
punto A.
Es evidente que la posición del planeta, vista desde la Tierra, cambia a ritmo
uniforme, de hora en hora. En nuestro ejemplo, si una persona ha nacido el 24 de
mayo de 1956 a la una de la madrugada, diríamos que Marte estaba subiendo. Si
el nacimiento se produjo a las seis, diríamos que el planeta acababa de culminar y
comenzaba el descenso hacia el horizonte. En cualquier momento del día o de la
noche, todos los planetas del sistema solar están situados en puntos diferentes
entre el horizonte y el meridiano; sus posiciones pueden ser seguidas con mucha
facilidad con ayuda de la información que contienen los anuarios astronómicos.

La división del movimiento diurno en sectores


Las investigaciones mencionadas en el capítulo XI incluyen miles de fechas de
nacimientos que coinciden con miles de posibles posiciones a lo largo del
movimiento diurno de cada planeta. Para llevar a cabo un análisis estadístico de
la frecuencia de nacimientos en cada posición, es preciso dividir el movimiento
diurno en sectores. Esto nos permite agrupar los nacimientos que ocurrieron
mientras el planeta estaba en la misma región del cielo.
Pero ¿de acuerdo con qué procedimiento hay que dividir el movimiento diurno?
Continuemos con el ejemplo presentado en la figura 13 y desarrollado en la figura
14. El 24 de mayo de 1956, Marte se levantó a las 0 h. 44 m. y se puso a las 10 h.
22 m., es decir, que permaneció sobre el horizonte durante 9 horas y 38 minutos,
o sea, un total de 578 minutos. Por lo tanto, ese día el planeta estuvo invisible
bajo el horizonte durante 862 minutos. Ese día, el arco diurno de Marte es de 578
minutos y el arco nocturno de 862 minutos. Supongamos que queremos dividir el
movimiento diurno en doce sectores. Marte permanecerá en cada uno de sus
sectores diurnos durante el mismo espacio de tiempo; en este caso, 578 / 6 = 96
minutos por sector. Permanecerá en cada uno de sus sectores nocturnos 862 / 6
= 144 minutos.
Es más fácil ver lo que queremos decir si numeramos los doce sectores, de
uno a doce, comenzando con la subida del planeta y siguiendo, en el sentido de
las manecillas del reloj, la dirección del movimiento diurno (véase fig. 14). El 24 de
mayo de 1956, Marte permaneció en el sector número 1 desde las 0 h. 44 m.
hasta las 2 h. 20 m., en el sector número 2 desde las 2 h. 20 m. hasta las 3 h. 57
m. La figura muestra las horas en que el planeta fue pasando de cada sector al
siguiente.
Si una persona nace a la una de la madrugada de ese día, no sólo diríamos
que nació cuando Marte estaba subiendo, sino, con mayor exactitud, que nació
cuando Marte estaba en el sector número 1. Si el nacimiento se produjo a las seis,
diríamos que Marte estaba en el sector número 4, en lugar de decir que acababa
de culminar. En cada nacimiento, el Sol y los demás cuerpos celestes ocupan un
sector específico del movimiento diurno y es fácil calcular los números de los
sectores en que estaban en un momento determinado. En una selección de varios
miles de nacimientos, habrá unos pocos cientos en los que Marte se hallaba en el
sector número 1, unos pocos cientos en el sector número 2 y así sucesivamente.
Lo mismo se puede decir de todos los demás planetas. Las frecuencias
observadas de nacimientos durante los movimientos diurnos de los planetas
fueron distribuidas entre estos «sectores» abstractos.

El cómputo de frecuencias teóricas


Después de haber observado la frecuencia con que un planeta determinado
aparece en cada sector durante un número específico de nacimientos, se plantea
el problema de si verdaderamente hay una relación entre la posición del planeta
en cuestión y la frecuencia de nacimientos. Para responder a esta pregunta es
necesario comparar la distribución realmente observada con la distribución que
hubiéramos esperado si el mismo número de nacimientos hubiese sido escogido
al azar. El problema está en que, incluso en una selección de nacimientos hecha
al azar, un planeta determinado no se encontrará el mismo número de veces en
cada sector.
De esa forma, la frecuencia teórica depende de dos tipos diferentes de
fenómeno; el primero, puramente astronómico, depende a su vez de la longitud
relativa de los arcos diurno y nocturno del planeta en cuestión; el segundo es
función del ritmo irregular de nacimientos que se han producido a lo largo del día.
Aquí, nos limitaremos a mostrar de manera sucinta el papel que tiene cada uno
de estos fenómenos, ya que el problema ha sido expuesto en detalle, con varios
ejemplos numéricos, en mi obra Méthodes pour étudier la répartition des astres
dans le mouvement diurne (París, 1957). El primer tipo de fenómenos puede ser
llamado «condiciones astronómicas»; el segundo, «condiciones demográficas»*.

Condiciones astronómicas
La forma de la distribución de frecuencias de la posición de un planeta en el
momento de nacer un ser humano depende ante todo de las condiciones
astronómicas de ese planeta durante el período de tiempo en cuestión.
Volviendo a nuestra ilustración está claro que, si bien el tiempo que el planeta
pasa en cada sector diurno será el mismo, el que pase en cada sector nocturno
variará. Así, pues, el 24 de mayo de 1956, en el hemisferio norte habrán nacido
más niños bajo el signo de Marte en sectores nocturnos que en diurnos (véase fig.
14).
A medida que va pasando el tiempo, la longitud respectiva de los arcos diurno y
nocturno del planeta cambia progresivamente*. La probabilidad de la presencia
del planeta en un sector diurno cambia sistemáticamente en función de la
probabilidad de su presencia en un sector nocturno. Es fácil comprender las
consecuencias estadísticas de tal diferencia si tomamos a la Luna como ejemplo.
Supongamos que en una selección resulta que hay muchos más nacimientos en
junio que en diciembre. Como en nuestro hemisferio los días son mucho más
largos en junio que en diciembre, nuestra selección contendrá muchas más
personas nacidas durante el día que durante la noche. En tal caso, sería sin duda
más probable que el Sol esté en un sector diurno que en un sector nocturno. El
mismo argumento vale, naturalmente, para los demás cuerpos del sistema solar.
Es necesario, por lo tanto, computar el tiempo medio que cada planeta pasó en
los segmentos diurnos y nocturnos de su arco si queremos hallar el total de las
fechas de cada selección. Esto nos permitirá calcular las frecuencias
astronómicas esperadas teóricamente de cada planeta en cada uno de los seis
sectores diurnos y los seis sectores nocturnos (véase la Tercera Parte de
Méthodes).

Condiciones demográficas
En el capítulo X citamos algunas de las obras que demuestran cómo varía la
frecuencia de nacimientos a lo largo de las veinticuatro horas del día. No es
necesario, pues, presentar aquí con detalle todas las irregularidades que
encontramos; basta con formular la regla general de que los partos naturales se
producen con más frecuencia por la mañana que por la tarde.
El esquema irregular de nacimientos durante el día afecta la probabilidad de la
presencia de ciertos planetas en los sectores de su movimiento diurno; me refiero
a los planetas cuyos movimientos aparentes están vinculados al movimiento
aparente del Sol. De hecho, la frecuencia teórica de la presencia del Sol sería
muy poco regular en cualquier selección de fechas de nacimiento. Hay más
probabilidades de que el Sol aparezca en los sectores correspondientes al punto
máximo de nacimientos, y también a la inversa. Por ejemplo, a las seis de la
madrugada, cuando el Sol se levanta, nacen más niños de lo normal; así, pues,
teóricamente, cabe esperar más número de partos cuando el Sol está en el sector
1 que cuando está en otros sectores.
Las consecuencias de este fenómeno demográfico son especialmente
significativas por lo que se refiere a Mercurio, Venus y Marte, ya que estos
planetas se ven a menudo desde la Tierra en las mismas regiones que el Sol. La
probabilidad de su presencia en un sector determinado es afectada por el ritmo
irregular de nacimientos durante el día, si bien menos que en el caso del mismo
Sol.
Por cada selección de nacimientos es preciso, por lo tanto, computar también
la frecuencia demográfica esperada de la posición de cada planeta en cada sector
de su movimiento diurno. Estos cálculos no son fáciles, porque es preciso tener
en cuenta tanto las distancias a que el planeta está del Sol como la distribución
general de nacimientos observada durante las diversas horas del día. En
Méthodes he dado ejemplos numéricos.

Estadísticas
Después de calcular la frecuencia teórica esperada de cada planeta y de cada
selección por cada sector, corregido por condiciones astronómicas y
demográficas, se puede calcular si hay una diferencia estadísticamente
significativa entre las frecuencias esperadas y las observadas. La cuestión
esencial es si la diferencia es o no demasiado grande para atribuirla al azar. La ley
de probabilidades nos permite calcular el nivel al que la diferencia entre las
frecuencias esperadas y las observadas se vuelve demasiado grande para poder
ser atribuida al azar. En este caso, el método más apropiado es la computación
del término medio, expresado por la fórmula:
x - m / √ npq = término medio
donde x = al número observado, m = al número esperado y npq = a la desviación
normal de la x variable.
Después de haber calculado la fórmula el resultado se comprueba en la tabla
requerida (una tabla de distribución normal), para averiguar a qué nivel de
probabilidad corresponde el término medio normal hallado. El nivel en cuestión
nos dirá hasta qué punto pueden ser significativamente atribuidas al azar las
diferencias observadas en la presencia de planetas en el momento del parto en
los sectores de ascensión y culminación.
En la práctica estadística, un dato hallado experimentalmente se llama
«significativo» cuando la probabilidad de que pueda haber sido causado por el
azar alcanza cierto nivel. Los estadísticos atribuyen «un nivel significativamente
bajo» a resultados que puedan haber sido causados por el azar en un caso de
cada diez; un resultado es «significativo» cuando la probabilidad de que sea
debido al azar es de uno por cada veinte, y «sumamente significativo» cuando la
probabilidad es de uno por cada cien casos.
APÉNDICE II

LOS EXPERIMENTOS QUÍMICOS DE PICCARDI

Con objeto de obtener el mayor conocimiento posible sobre los efectos del
espacio, Piccardi decidió variar tres factores simultáneamente. Primero, para
comprobar si las influencias externas afectaban las reacciones químicas, era
preciso proteger los tubos de ensayo por medio de una pantalla. Luego, para
determinar si las condiciones dentro del tubo eran las cruciales, había que obtener
dos condiciones experimentales diferentes: específicamente, un tubo de ensayo
que contuviera agua normal y otro lleno de agua activada.
Con estos preparativos experimentales, Piccardi mandó hacer tres
experimentos rutinarios cada día durante varios años. Las observaciones
consistían en registrar la rapidez con que se producía la precipitación de coloide
inorgánico de oxicloruro de bismuto. Este coloide, que normalmente es insoluble
en agua, se prepara vertiendo tricloruro de bismuto en el agua. El resultado es
que se produce una precipitación coloidal, pero de rapidez variable. Esta
variabilidad fue lo que interesó a Piccardi.
Experimento F: Hay dos tubos de ensayo, uno con agua normal y el otro con
agua activada. Los dos envases carecen de toda protección. La rapidez con que
el oxicloruro de bismuto se precipita en agua normal es comparada con la que se
produce en agua activada. La cuestión es: ¿cómo afectarán los fenómenos
cósmicos la rapidez de ambas reacciones?
Experimento D: Los dos mismos envases, pero esta vez protegidos. La
cuestión es si la pantalla cortará o modificará las influencias cósmicas de diferente
modo en el agua normal y el agua activada. El criterio es también la comparación
entre la rapidez variable de precipitación del oxicloruro de bismuto.
Experimento P: Los dos tubos de ensayo se llenan de agua normal, pero uno
se pone el aire libre, mientras que el otro es protegido por una pantalla. La
cuestión es si la pantalla modificará la rapidez de precipitación, que debiera ser la
misma que la del tubo de ensayo dejado al aire libre si las influencias espaciales
no tuvieran ningún efecto en la reacción.
TABLA I
CARACTERÍSTICAS SELECCIONADAS
DE LOS PLANETAS

Mercurio Venus
Distancia media del Sol 0,39 0,72
Revolución sideral 88 días 224,7 días
Revolución sinódica 115,9 días 1 año
218
Volumen (Tierra = 1) 0,045 0,81
Densidad (Agua = 1) 4,1 4,9
Rotación 88 días 225 días (?)
Diámetro aparente 5” a 13” 10” a 64”

La Tierra La Luna*
Distancia media del Sol 1,00 —
Revolución sideral 1 año 227 días 32
Revolución sinódica — 29 días 53
Volumen (Tierra = 1) 1,00 1 / 81,5
Densidad (Agua = 1) 5,52 3,33
Rotación 23 h. 56 m. 45 s. 27 días 3
Diámetro aparente — 31’

Marte Júpiter
Distancia media del Sol 1,52 5,20
Revolución sideral 1 año 11 años
322 315
Revolución sinódica 2 años 1 año
50 34
Volumen (Tierra = 1) 0,11 317
Densidad (Agua = 1) 3,9 1,34
Rotación 24 h. 37 m. 23 s. 9 h. 50 m.
Diámetro aparente 3” a 25” 31” a 50”
Saturno Urano
Distancia media del Sol 9,55 19,21
Revolución sideral 29 años 84 años
167 7
Revolución sinódica 1 año 1 año
12 4
Volumen (Tierra = 1) 95 14,7
Densidad (Agua = 1) 0,71 1,27
Rotación 10 h. 14 m. 10 h. 42 m.
Diámetro aparente 15” a 21” 3” a 4”

Neptuno Plutón
Distancia media del Sol 30,11 39,52
Revolución sideral 164 años 248 años
280 157
Revolución sinódica 1 año 1 año
2 1
Volumen (Tierra = 1) 17,2 0,8
Densidad (Agua = 1) 1,6 5,5 (?)
Rotación 15 h. 48 m. ?
Diámetro aparente 2” 0,2” (?)

(*) En relación con la Tierra.


TABLA II
ACTIVIDAD SOLAR Y GEOMAGNÉTICA
DESDE 1900 A 1939

Año R Ci Año R Ci
1900 9.5 0.42 1920 37.6 0.62
1901 2.7 0.45 1921 26.1 0.61
1902 5.0 0.44 1922 14.2 0.64
1903 24.4 0.59 1923 5.8 0.48
1904 42.0 0.55 1924 16.7 0.54
1905 63.5 0.59 1925 44.3 0.56
1906 53.8 0.65 1926 63.9 0.65
1907 62.0 0.66 1927 69.0 0.63
1908 48.5 0.68 1928 77.8 0.63
1909 43.9 0.62 1929 64.9 0.67
1910 18.6 0.72 1930 35.7 0.83
1911 5.7 0.63 1931 21.2 0.66
1912 3.6 0.46 1932 11.1 0.70
1913 1.4 0.48 1933 5.7 0.64
1914 9.6 0.54 1934 8.7 0.56
1915 47.4 0.62 1935 36.1 0.57
1916 57.1 0.71 1936 79.7 0.65
1917 103.9 0.66 1937 114.4 0.74
1918 80.6 0.75 1938 109.6 0.74
1919 63.6 0.72 1939 88.8 0.76

La actividad solar es medida por el número relativo de manchas solares (el


número de Wolf, según la fórmula R = K [10 • g + f). Los años de máxima
actividad están en letra cursiva. Se producen, por término medio, cada once años.
La actividad geomagnética se mide según la Cifra de Carácter Magnético
Internacional (Ci). Ci varía de 0.0 (días tranquilos) a 2.0 (días de intensas
tormentas magnéticas). Se mide a diario, en observatorios especializados, en el
mundo. Los valores anuales de Ci co-varían con el número relativo de manchas
solares (R).
Fuentes: M. Waldmeir, The Sunspot Activity in the Years 1610-1960 (Zurich: “Schulthess
& Co., pág. 21; J. Bartels, A. Romana y J. Veldkamp, IAGA Bulletin, Geomagnetic Data N.º
12, pág. 1 (UNESCO, 1964), pág. 94.
TABLA III
LOS PLANETAS Y
LA VOCACIÓN
Las profesiones que arrojan frecuencia inusitada (en más o en menos) en el
número de nacimientos después de la subida o culminación de los planetas1.

Planeta Profesión Nn Fo Fe Difer. Pz


Marte Científicos 3.305 666 566 +100 1 en 500.000
y Médicos
Atletas 1.485 327 253 +74 1 en 5.000.000
Militares 3.142 634 536 +98 1 en 1.000.000
Pintores 1.345 188 229 –41 1 en 300
Músicos 703 94 120 –26 1 en 100
Escritores 826 117 142 –25 1 en 40
Júpiter Militares 3.142 644 526 +98 1 en 5.000.000
Políticos 993 208 164 +44 1 en 5.000
Actores 1.270 252 211 +41 1 en 500
Periodistas 824 168 137 +31 1 en 200
Científicos 3.305 497 546 –49 1 en 50
y Médicos
Saturno Científicos 3.305 632 540 +92 1 en 100.000
y Médicos
Pintores 1.345 178 217 –39 1 en 250
Escritores 826 108 136 –28 1 en 130
La Luna Políticos 858 173 143 +30 1 en 200
Escritores 826 180 138 +42 1 en 15.000
Atletas 1.485 211 248 –37 1 en 200

Nn = Número de nacimientos; Fo = Frecuencia observada de nacimientos al subir


o culminar el planeta; Fe = Frecuencia esperada de nacimientos al subir o
culminar el planeta; Pz = Probabilidad de que la diferencia se deba al azar.

1. La definición astronómica de los sectores de culminación se da en el Apéndice I


(Datos de Gauquelin, Les homnes et les Astres [París: “Denoël”, 1960]).
TABLA IV
EFECTOS DE LAS ERUPCIONES
SOLARES EN EL
EXPERIMENTO F DE PICCARDI

Días antes Erupción Días después


Año –4 –3 –2 –1 0 +1 +2 +3 +4
1951 54 58 60 60 64 60 56 56 55
1952 45 44 40 41 55 39 41 46 47
1953 44 40 42 46 57 40 49 44 45

Los números son los valores medios de las reacciones químicas añadidas año
tras año. El efecto de las erupciones solares es muy evidente en los años
considerados uno por uno.

(Según A. Piccardi, The Chemical Basis of Medical Climatology, pag. 87).


ILUSTRACIONES
Fig. 1.— LA LUNA Y LA LLUVIA.
Entre 1900 y 1950, lluvias muy extendidas fueron comprobadas con más
frecuencia por todas las estaciones meteorológicas de los Estados Unidos, en
días antes de la luna nueva y la luna llena. La figura muestra desviaciones (según
medidas normales) de totales móviles de diez unidades en decimales sinódicos
calculados durante dieciséis mil cincuenta y siete fechas en mil quinientas
cuarenta y cuatro estaciones meteorológicas de Norteamérica, entre 1900 y 1949,
divididas en series distintas de veinticinco años para su comparación correlativa
(según Bradley, Woodbury y Brier, Science, CXXXVII [1962], 748).

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Fig. 2.— CAMPANILLAS BLANCAS Y ACTIVIDAD SOLAR.
Entre 1870 y 1960, las campanillas blancas aparecieron en Alemania con
anticipación a su fecha normal, siempre que la actividad secular del sol era baja
(inviernos cálidos), y con retraso siempre que la actividad secular del sol era alta
(Inviernos duros). (Según V. Mironovitch, Meteorologische Abhandlungen, IX
[1960], 22.)
(Volver)
Fig. 3.— LA VIDA «LUNÁTICA».
Plantas y animales perciben misteriosamente la posición de la Luna en el cielo. Su
actividad metabólica, medida por su consumo de oxígeno, depende del día lunar,
aun cuando no les sea posible ver la Luna. (Según F. A. Brown, Biological Clocks.)
(Boston. Instituto Norteamericano de Ciencias Biológicas, 1962, pág. 20.)
(Volver)
Fig. 4.— LA INFLUENCIA DE LA LUNA EN LA BRÚJULA BIOLÓGICA DE LOS
PLANARIA.
Dentro del campo magnético terrestre, los gusanos, al salir del recinto, no siempre
se vuelven en la misma dirección. Su dirección depende de la fase lunar. El
indicador situado a la salida del corral muestra que, cuando hay luna nueva,
tienden a volverse hacia la izquierda, a unos diez grados al Norte; cuando hay
luna llena, tienden hacia la derecha. (Según F. A. Brown, Discovery, noviembre,
1963.)

(Volver)
Fig. 5.— EPIDEMIA DE VIRUELA EN CHICAGO Y MANCHAS SOLARES.
Según Tchijevsky, el número máximo de muertes por causa de la viruela con
anterioridad al descubrimiento de la vacuna coincidió con momentos de máxima
actividad solar a través de varios ciclos consecutivos. (Según Berg, Symposium
Internationale sur les Relations Phénoménales Solaires et Terrestriales.)
(Bruselas: Presses Académiques Européennes, 1960, pág. 164.)
(Volver)
Fig. 6.— EL SUERO SANGUÍNEO Y EL AMANECER.
La floculación del suero sanguíneo (FLZ) registra el aumento súbito minutos antes
del amanecer. Este diagrama indica los índices de floculación de dos individuos
examinados el 4 de setiembre de 1940 en Kobe, Japón. (Según M. Takata,
Symposium lnternationale sur les Relations Phénoménales Solaires et
Terrestriales.) [Bruselas: Presses Académiques Européennes 1960, página 172.)
(Volver)
Fig. 7a.— EL RELOJ MARCIANO Y LA VOCACIÓN TRIUNFANTE.
Un número muy elevado de niños nacidos cuando Marte estaba subiendo o
culminando se vuelven, luego, famosos hombres de ciencia, médicos, atletas u
ofíciales de las Fuerzas Armadas. En el diagrama, el movimiento diurno de Marte
está dividido en sectores; también se expone la diferencia entre frecuencias
esperadas y frecuencias observadas. Estas diferencias son sumamente
significativas. (Véase Apéndice I.) Resultados igualmente sorprendentes se
obtuvieron por lo que se refiere a la Luna, Júpiter y Saturno. (Según M. Gauquelin,
Les Hommes et les Astres [París: Denoël, 1960].)
(Volver)
Fig. 7b.— EL RELOJ MARCIANO Y LA VOCACIÓN TRIUNFANTE.
Un número muy reducido de niños nacidos estando Marte subiendo o culminando
se volvieron, luego, famosos pintores, músicos o escritores. En el diagrama, el
movimiento diurno de Marte esta dividido en sectores. También se expone la
diferencia entre frecuencias esperadas y frecuencias observadas. Estas
diferencias son sumamente significativas. (Véase Apéndice I.) (Según M.
Gauquelin, Les Hommes et les Astres [París: Denoël, 1960].)
(Volver)
Fig. 8.— HERENCIA PLANETARIA.
El niño, al nacer, reacciona ante los relojes planetarios según su constitución
hereditaria. La ilustración muestra esquemáticamente los resultados hereditarios
observados en relación con la Luna, Venus, Marte, Júpiter y Saturno. Los hijos de
padres nacidos cuando uno de estos planetas se levanta o culmina suelen nacer
con más frecuencia cuando el mismo planeta está en la misma posición en el
cielo. La herencia planetaria explica los resultados estudiados en la fig. 7, que se
relacionan con el éxito en la vocación. (Según M. Gauquelin, L’Hérédité Planétaire
[París: Planète, 1960], pág. 102.)
(Volver)
Fig. 9.— LOS EFECTOS DE LOS CINCO RELOJES PLANETARIOS EN LA
HERENCIA.
El diagrama amplía el modelo ilustrativo de la fig. 8. La Luna, Venus, Marte,
Júpiter y Saturno tienden a ocupar posiciones, al nacer el niño, semejantes a las
que sus padres ocupaban al nacer. Por lo tanto, los niños nacen con más
frecuencia al subir o culminar el planeta si el mismo planeta estaba en la misma
posición al nacer sus padres. En este gráfico, los movimientos diurnos se dividen
en sectores; véase la diferencia entre las frecuencias esperadas y las observadas.
(Según M. Gauquelin, L’Hérédité Planétaire [Planète, 1966].)
(Volver)
Fig. 10.— EL EFECTO DE LA HERENCIA EN FUNCIÓN DE LA DISTANCIA
ENTRE EL PLANETA Y LA TIERRA.
En el gráfico, los planetas alineados en orden de distancia de la Tierra; véanse los
niveles de probabilidad alcanzados por los experimentos estadísticos. Sólo los
cinco planetas cercanos a la Tierra dan resultados estadísticamente significativos.
(Según M. Gauquelin, L’Hérédité Planétaire [París: Planète. 1966], pág. 100.)
(Volver)
Fig. 11.— LOS EFECTOS DE LAS ERUPCIONES SOLARES EN LAS
REACCIONES QUÍMICAS.
El experimento «F» de Piccardi (reacciones químicas llevadas a cabo al aire libre).
El experimento «D» de Piccardi (reacciones químicas llevadas a cabo en el
interior). El día de una erupción solar (marcada con la letra O en el diagrama), el
experimento «F» muestra una fuerte anomalía ausente, tanto entes como
después de la erupción. Por otra parte, el experimento «D», realizado en el
interior, no fue influido por las erupciones solares. En la figura se ven los medios
de ambos experimentos. (Según Piccardi, La base química de la climatología
médica [Springfield, Illinois: Charles Thomas, 1962], página 86.)
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Fig. 12.—VELOCIDAD DE LAS REACCIONES QUÍMICAS COMO FUNCIÓN DEL
CICLO SOLAR DE ONCE AÑOS.
La velocidad del precipitado del oxicloruro de bismuto está en relación con la
actividad de la mancha solar La curva superior representa los resultados (en
tantos por ciento) de la prueba química de Piccardi a través de los años. La curva
inferior muestra el número de manchas solares a través de los años. (Según G.
Piccardi, La base química de la climatología médica, [Springfield, Illinois, Charles
Thomas, 1962], pág 95.)
(Volver)
Fig. 13.— MOVIMIENTO DIURNO DE MARTE EL 26 DE MAYO DE 1956, EN
PARÍS.
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Fig. 14.— DIVISIÓN DEL MOVIMIENTO DIURNO DE MARTE EN DOCE
SECTORES.
(Volver)
Índice
Prólogo
Introducción
Cronología
PRIMERA PARTE
Capítulo Primero - La religión más antigua
El Sol
La Luna
Las estrellas
Religiones indias
Filosofía china
Capítulo II - La ciencia más antigua
Los signos celestes
El origen del Zodíaco
Los seres brillantes
El futuro del rey
Los primeros horóscopos
Capítulo III - De la armonía de las esferas al Horóscopo
La influencia de Beroso
Astrología en Roma
La caída del Imperio romano
Sorprendente calificación
Los primeros tratados astrológicos
Innovaciones griegas y romanas
El callejón sin salida de la astrología
Capítulo IV - Intermedio brillante
Kepler y la astrología
Paradójica manera de pensar
Almanaques astrológicos
El callejón sin salida del Renacimiento
Capítulo V - Psicoanálisis astrológicos
El siglo XX
Nostradamus y los nazis
Estudios sociológicos
Arquetipos astrológicos
Influencia en el lenguaje diario
La mirada fija de las estrellas
La refutación del azar
Proyección inconsciente
Respuestas basadas en la ignorancia
Futuro incierto
Capítulo VI - El proceso científico
Extraño determinismo
Causas terrestres del destino
Imposibilidades astronómicas
Astrología y probabilidad
Nuestras investigaciones sistemáticas
El destino de los delincuentes
El veredicto
Matrices obstruidas
SEGUNDA PARTE
Capítulo VII - Pronósticos meteorológicos
La Luna y la lluvia
La importancia de la actividad solar
El estudio de los anillos de los árboles
Los relojes de once años
Fechando el pasado
Una aguja solar marca los siglos
El Nilo y el Saros
Los planetas y las edades del hielo
Los planetas y la recepción por radio
La Tierra como reloj
Capítulo VIII - Ritmos misteriosos
La necesidad de ritmos
Clasificación de ritmos
Sorprendentes complejidades
Conductas ininteligibles
Hacia una explicación sencilla.
¿Es interno el reloj?
Datos que contradicen la teoría
La posibilidad de ritmos exógenos
Relojes que adelantan dos días
Las ostras y la hora lunar
Sorprendente actividad
Conocimiento genético
Hipótesis sacrílega
Audaz experimento
La brújula biológica
Percepción eléctrica
Percepción gravitacional
Ritmos sutiles
Capítulo IX - Los sentidos desconocidos del hombre
La aventura de los doctores Faure y Sardou
La historia de Tchijevsky
La historia de Takata
La historia de Nicolas Schulz
La pregunta del doctor De Rudder
Infarto de miocardio
Tuberculosis
Efectos en el sistema nervioso
Lunáticos
La Biología y la Luna
El ciclo menstrual
Los sentidos desconocidos del hombre
El hombre magnético
Capítulo X - La estación del nacimiento
La importancia del mes en el nacimiento
El mes de nacimiento y el cuerpo
El mes de nacimiento y la inteligencia
Ritmo natal de veinticuatro horas
¿La gran comadrona?
El nacimiento y el día lunar
Capítulo XI - Los planetas y la herencia
Las estrellas médicas
El horario del éxito
Buscando una explicación
Niveles variables de sensibilidad
Una teoría genética
Influencias magnéticas
El niño y las condiciones uniformes
Hacia una aplicación práctica
Capítulo XII - El fluido vital
El punto de congelación del agua
Un paréntesis
¿Simple brujería?
El método de los experimentos químicos
La estructura del agua
El Cosmos desequilibra la estructura del agua
La base cósmica de la vida
EPÍLOGO
De los dioses de luz a los relojes planetarios
Apéndice Primero - Metodología y análisis estadístico
El movimiento diurno
La división del movimiento diurno en sectores
El cómputo de frecuencias teóricas
Condiciones astronómicas
Condiciones demográficas
Estadísticas
Apéndice II - Los experimentos químicos de Piccardi
Ilustraciones
Este libro se imprimió en los talleres
de GRÁFICAS GUADA, S. R. C.
Virgen de Guadalupe, 21-33
Esplugas de Llobregat.
Barcelona
NOTAS
(*) «The Compleat Calendar», The Sciences, IV (1965), N.º 8, 1.
(*) G. S. Hawkins, Stonehenge Decoded (Nueva York: «Doubleday», 1965).
(*) «Stonehenge: A Neolithic Computer», Nature, CCII (1964), 1.258.
(*) E. Zinner, The Stars Aboye Us (Londres: «Allen and Unwin», 1957).
(*) R. Berthelot, La Pensés de l’Asie et l’Astrobiologie (París: «Payot», 1949).
(*) Ibid.
(*) M. Eliade, Traité d’histoire des religions (París: «Payot», 1959).
(*) Zinner, op. cit.
(*) Trilles, Les Pygmées de la forêt équatoriale (París, 1933).
(*) Op. cit.
(*) La lune, mythes et vites (París: «Le Seuil», 1962).
(*) Zinner, op. cit.
(*) Ibid.
(*) M. Gauquelin, L’astrologie devant la science (París: «Planète», 1965).
(*) Zinner, op. cit.
(*) J. Soustelle, La vie quotidienne des Aztèques (París: «Hachette», 1969).
(*) A. Migot, Cinq millénaires d’astrologie, «Janus», N.º 8 (1965), 53.
(*) M. Eliade, Le sacré et le profane (París: «N R F», 1965).
(*) Migot, op. cit.
(*) Berthelot, op. cit.
(*) A. Koestler, The Sleepwalkers (Nueva York: «Macmillan», 1959).
(*) M. Rutten, La Science des Chaldéens (París: «PUF», 1960).
(*) L. McNeice, Astrology (Londres: «Aldus Books», 1964).
(*) Rutten, op. cit.
(*) Ibid.
(*) B. L. Van der Waerden, «History of the Zodiac», Archiv für Orientforschung,
216, 1953.
(*) Ibid.
(*) A. Sachs, «Babylonian Horoscopes», Journal of Cuneiform Studies, VI
(1952), N.º 2, 49.
(*) Van der Werden, op. cit.
(*) W. Peuckert, L’astrologie (París: «Payot», 1965).
(*) A. Bouché-Leclercq, L’astrologie grecque (París: «Leroux», 1899).
(*) Peuckert, op. cit.
(*) P. Courderc, L’astrologie (París: «PUF», 1951).
(*) Bouché-Leclercq, op. cit.
(*) Rutten, op. cit.
(*) Lenormand, Histoire ancienne des peuples de l’Orient, V, París.
(*) Rutten, op. cit.
(*) G. Conteneau, La divination chez les Assyriens et les Babyloniens (París:
«Payot», 1940).
(*) Sachs, op. cit.
(*) Ibid.
(*) Van der Waerden, op. cit.
(*) Sachs, op. cit.
(*) Ibid.
(*) F. Cumont, Astrology and Religion Among the Greeks and Romans (Nueva
York: «Dover», 1960).
(*) A. Koestler, The Sleepwalkers (Nueva York: «Macmillan», 1959).
(*) Cumont, op. cit.
(*) P. Couderc, L’astrologie (París: «PUF», 1951).
(*) Fr. H. Cramer, Astrology in Roman Law and Politics (Filadelfia: «The
American Philosophical Society», 1954).
(*) A. Bouché-Leclercq, L’astrologie grecque (París: «Leroux», 1899).
(*) Juvenal, Sátira sexta, traducida (al inglés), por John Dryden, 1693.
(*) Bouché-Leclercq, op. cit.
(*) Cramer, op. cit.
(*) San Agustín, Confesiones, IV, 3.
(*) O. Neugebauer y H. B. Van Hoesen, Greek Horoscopes (Filadelfia; «The
American Philophical Society», 1959).
(*) Manilius, Astronomicon, traducido en el siglo XVIII.
(*) C. Tolomeo, Tetrabiblos, traducido (al inglés) por W. G. Waddels y F. E.
Robbins (Cambridge: «Harvard University Press». 1959).
(*) B. L. Van der Waerden, «History of the Zodiac», Archiv für Orientforschung,
216, 1953.
(*) Cumont, op. cit.
(*) Tolomeo, op. cit.
(*) Manilius, op. cit.
(*) Ibid.
(*) Bouché-Leclercq, op. cit.
(*) M. Gauquelin, L’astrologie devant la science (París: «Planète», 1965).
(*) Manilius, op. cit.
(*) A. J. Festugière, La révelation d’Hermes Trimegiste (París: «Gabalda»,
1950).
(*) J. Kepler, Tertius Interveniens, G. W., VI, 145 y sgs.
(*) J. Kepler, De Stella Nova in Pede Serpentarii, G. W., I, 147 y siguientes.
(*) A. Koestler, The Sleepwalkers (Nueva York: «Macmillan», 1959).
(*) J. Kepler, Tertius Interveniens, op. cit.
(*) W. Peuckert, L’astrologie (París: «Payot», 1965).
(*) J. Kepler, De Stella Nova in Pede Serpentarii, op. cit.
(*) M. Palmer Hall, The Story of Astrology (Filadelfia: «David McKay», 1943).
(*) J. W. von Goethe, Autobiografía (Obras Completas, «Aguilar», Madrid).
(*) P. Saintyves, L’astrologie Populaire, et l’influence de la lune (París:
«Nourry», 1937).
(*) L. MacNeice, Astrology (Londres: «Aldus Books», 1964).
(*) G. Schmidtchen, «Soziologisches über die Astrologie. Ergebnisse einer
repräsetativ-Befragund», Z. f. Parapsychologie u. Grenzgebiete der Psychologie, I
(1957), 47.
(*) L. MacNeice, Astrology (Londres: «Aldus Books», 1964).
(*) «Astrology, Sense nor Nonsense?», Life International, 28 de marzo de 1960.
(*) E. Leoni, Nostradamus: Life and Literature (Nueva York: «Nosbooks», 1961).
(*) E. Howe, Urania’s Children: the Strange World of the Astrologers (Londres:
«William Kimber», 1967).
(*) C. G. Yung, The Spiritual Problem of Modern Man, Obras Completas, Vol. X
(Nueva York: «Pantheon», 1964).
(*) Enquête de l’Institut Français d’Opinion Publique, «Tout ce qu’il y a derrière
votre horoscope», France-Soir, enero de 1963.
(*) Schmidtchen, op. cit.
(*) A. Barbault, Défense et illustration de l’astrologie (París: «Grasset», 1955).
(*) F. Cumont, Astrology and Religion Among the Greeks and Romans (Nueva
York: «Dover», 1960).
(*) Ibid.
(*) J. Piaget, La representation du monde chez l’enfant (París: «PUF», 1947).
(*) Ibid.
(*) W. James, «Thought Before Language», Philosophical Review, I (1892),
613.
(*) A. Koestler, The Sleepwalkers (Nueva York: «Macmillan», (1959).
(*) M. y F. Gauquelin, La psychologie au XXe siècle (París: «Editions Sociales
Françaises», 1963).
(*) A. Barbault, Traité pratique d’astrologie (París: «Le Seuil», 1961).
(*) G. Bachelard, L’air et les songes (París: «J. Corti»).
(*) J. V. Campbell, «Astrologer-Astronomer-Astroengineer», Analog, 18
setiembre de 1962.
(*) A. Bouché-Leclercq, L’astrologie grecque (París: «Leroux», 1899).
(*) Koestler, op. cit.
(*) Ibid.
(*) B. Bossuet, Sermon sur la loi de Dieu.
(*) W. Shakespeare, El Rey Lear, acto I, escena II.
(*) P. Couderc, L’astrologie (París: «PUF», 1951).
(*) W. Peuckert, L’astrologie (París; «Payot», 1965).
(*) A. Bouché-Leclercq, L’astrologie grecque (París: «Leroux», 1899).
(*) Ibid.
(*) P. Couderc, L’astrologie (París: «PUF», 1951).
(*) Ibid.
(*) Ibid.
(*) Ibid.
(*) Ibid.
(*) Ibid.
(*) Ibid.
(*) L’influence des astres, étude critique et experimentale (París: «Le Dauphin»,
1955).
(*) «Der Einfluss der Gestirne und die Statistik», Z. f. Parapsychologie u.
Grenzgebiete der Psychologie, I (1957), 23.
(*) K. E. Krafft, Traité d’astrobiologie, (París: «Legrand», 1939).
(*) Gauquelin, L’influence des astres, op. cit.
(*) P. Choisnard, Preuves et bases de l'astrologie scientifique (París:
«Chacornac», 1921).
(*) Gauquelin, L’influence des astres, op. cit.
(*) A. Barbault, Défense et illustration de l’astrologie (París: «Grasset», 1955).
(*) Gauquelin, L’influence des astres, étude critique et experimentale, op. cit.
(*) M. Gauquelin, L’astrologie devant la science (París: «Planète», 1965).
(*) Couderc, op. cit.
(*) F. Schulz, Bio-Dynamics, «Winter», 1941; Cycles, X (1959), N.º 9, 201.
(*) D. Bradley, M. Woodbury y G. Brier, «Lunar Synodical Period and
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(*) E. Adderley y E. Bowen, «Lunar Component in Precipitation Data», Science,
CXXXVII (1962), 749.
(*) V. Mironovitch y R. Viart, «Interruption du courant zonal en Europe
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Vol. VII (1958), N.º 3.
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Geophysical Research, LXVIII (1963), N.º 5, 1.401.
(*) D. Brierly y J. Davies, «Lunar Influence on Meteor Rates», Journal of
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(*) A. Boischot, Le soleil et la terre (París: «PUF», 1966).
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(*) G. Piccardi, The Chemical Basis of Medical Climatology (Springfield, III:
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(*) J. A. Roberts, «Radio Emission from the Planets», Planetary Space Science
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(*) M. Trellis, «Sur une relation possible entre l’aire des taches solaires et la
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(*) M. Gauquelin, L’hérédité planétaire, con prólogo del profesor G. Piccardi
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(*) E. K. Bigg, «Lunar and Planetary Influences on Geomagnetic Disturbances»,
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(*) G. Atkinson, «Planetary Effects on Magnetic Activity», Trans. Amer.
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(*) E. G. Bowen, «Lunar and Planetary Tails in the Solar Wind», Journal of
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(*) J. Harker, «Diurnal Rhythms in the Animal Kingdom», Biological Review,
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(*) F. A. Brown, Jr., Biological Clocks (Boston: Instituto Norteamericano de
Ciencias Biológicas, 1952).
(*) Ibid.
(*) F. Halberg, «Physiological Twenty-four-hour Rhythms: A Determinant of
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(*) R. L. Carson, The Sea Around Us (Oxford University Press, 1950).
(*) E. Bünning, The Physiological Clock (Berlín: «Springer», 1964).
(*) Ibid.
(*) A. Reinberg y J. Ghata, Rythmes et cycles biologiques (París: «PUF»,
1957).
(*) F. A. Brown, Jr., op. cit.
(*) Ibid.
(*) Ibid.
(*) H. S. Burr, «Tree Potential and Sunspots», Cycles, octubre, 1964, 243.
(*) N. S. Tcherbinovsky, «Actividad cíclica del Sol y el ritmo de multiplicación de
organismos masivos», The Earth in the Universe (en ruso) (Moscú: 1964).
(*) R. Hartland-Rowe, «The Biology of a Tropical Mayfly, Povilla Adusta Navas,
With Special Reference to the Lunar Rhythm of Emergence», Rev. Zool. Botan.
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(*) W. W. MacDonald, «Observations on the Biology of Chaoborids and
Chironomids in Lake Victoria», Journal of Animal Ecology, XXV (1956), 36.
(*) «Coraux fossiles et rotation de la Terre», Atomes, CCXXXIV (1966), 429.
(*) Ibid.
(*) F. A. Brown, Jr., «The Rhythmic Nature of Animals and Plants», American
Scientist, XLVII (1959), N.º 2, 164.
(*) Biological Clocks, op. cit.
(*) «Persistent Activity Rhythms in the Oyester», American Journal of
Physiology, CLXXVII (1954), 510.
(*) F. A. Brown, Jr., y E. Terracini, «Exogenous Timing of Rat Spontaneous
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(*) Ibid.
(*) Ibid.
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(*) Piccardi, op. cit.
(*) Ibid.
(*) Ibid.
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(*) Ibid.
(*) G. Piccardi, «Exposé Introductif», op. cit.
(*) F. A. Brown, Jr., «Extrinsic Timing or Rhythms», Annals of the New York
Academy of Science, XCVIII (1962), 775.
(*) G. Piccardi, «Exposé introductif», op. cit.
(*) Estos dos fenómenos no guardan relación con todos los cuerpos del sistema
solar por igual. En nuestras investigaciones, ninguno de ambos se aplicaba a
Júpiter o a la Luna. Las posiciones de Saturno, Urano, Neptuno y Plutón estaban
afectadas por condiciones astronómicas; las de Marte, por ambas; en cambio, las
del Sol, Mercurio y Venus parecían más sensibles a las condiciones demográficas.
(N. del A.)
(*) En función del girar aparente del planeta en torno a la Tierra en la eclíptica
(debido al hecho de que tanto la Tierra misma como el planeta giran en realidad
alrededor del Sol), la declinación del planeta cambia, de lo que resulta que la
trayectoria diaria del planeta, vista desde la Tierra, parece cambiar también.
Cuando la declinación es positiva, el arco diurno es más largo que el arco
nocturno; cuando la declinación se vuelve negativa, por el contrario, la longitud del
arco nocturno es más larga que la del arco diurno. (N. de A.)
(*) Voz americana. Sustancia negra, resinosa y amarga, que los indios de
América del Sur extraen de la raíz de una planta y de la que se sirven para
emponzoñar sus armas de caza y de guerra. Es un veneno muy activo que sólo
obra cuando se inocula en la sangre; sus antídotos son el cloro y el bromo. (N. del
T.)
(*) Juego de palabras. «Sputnik», nave espacial, en ruso. «Spud», en inglés,
significa patata. (N. del T.)
(*) Hay otros vínculos sorprendentes entre los objetos inanimados y el ciclo
solar de once años. El astrónomo Barber ha revelado que una batería eléctrica
instalada en el Observatorio Norman Lockyer de la Universidad de Exeter tuvo
que ser vuelta a cargar con más frecuencia durante los años de máxima actividad
solar. Desde 1925 hasta 1960, la frecuencia con que ha habido que cargarla
dependió siempre de la curva de las manchas solares.* (N. del A.)
(*) El profesor H. S. Frank, de la Universidad de Pittsburg, llama a esas
importantes consecuencias de energía más baja en el agua «efectos
automáticos». (N. del A.)
(*) Hace unos pocos años, se creó en Florencia un Centro Universitario para el
Estudio de los Fenómenos Fluctuantes; bajo la dirección de G. Piccardi ha ganado
ya reputación mundial. (N. del A.)
(*) «Babel» es Babilonia en hebreo, y el autor del Génesis la hace derivar de
Balbel (confundir) pero realmente viene de Bal-Ila, o sea, «Puerta de Dios». (N.
del T).
(*) En inglés, sábado es Saturday, que viene de Saturni dies; domingo, es
Sunday, o sea, Sun (Sol) y day (día); y lunes, es Monday, o sea, Moon (Luna) y
day. (N. del T.)
(*) Las raíces inglesas son distintas: respectivamente, Tuesday, «día de Tiw»,
nombre de una deidad germánica identificada con Marte (Tiw, o Tiwaz, de la
misma raíz que deus); Wednesday, «día de Odin, o Wotan», identificado con
Mercurio; Thursday, «día del trueno», relacionado con Júpiter, dios del rayo;
Friday, «día de Frigg», la esposa de Odin o Wotan. (N. del T.)
(*) T. London y M. Haurwitz, del Observatorio de Gran Altitud de Boulder,
Estado de Colorado, han demostrado posteriormente que la correlación no ha sido
tan alta en los años crecientes. (Nota del Autor.)
(*) El autor quiere dar las gracias a Edward E. Dewey, director de la Fundación
para el Estudio de Ciclos de East Brady, Pensilvania, por haberle facilitado gran
número de documentos sacados de su publicación periódica, Cycles. (N. del A.)
(*) «Circadiano», del latín circa (alrededor) y dies (día). Es una palabra creada
por los especialistas como sustituto de «diurno» o «diario». La duración de la
noche y del día cambia continuamente y es la suma constante de ambos lo que
importa en este caso. (N. del A.)
(*) Para la definición astronómica de los sectores de subida y culminación,
véase Apéndice I. (N. del A.)
(*) En 1967, presenté el resultado de mis observaciones en dos reuniones
científicas: la Novena Conferencia Internacional de Biometeorología, celebrada en
Wiesbaden, Alemania, y el Decimocuarto Congreso de la Salud, en Ferrara, Italia.
(N. del A.)

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