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del libro La búsqueda de la santidad.

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© 2024 Poiema Publicaciones


¡El evangelio para cada rincón de la vida!
“Este clásico todavía provoca que uno piense, ore, sea honesto con
Dios, se arrepienta y encuentre gozo en una sabia obediencia, de una
forma más efectiva que cualquier otro libro que conozco. Lo reco-
miendo ampliamente”.
— J. I. Packer, fue profesor de teología en la
Universidad de Regent; autor de Conocer a Dios

“La búsqueda de la santidad merece seriamente ser considerado como


un clásico moderno. Jerry Bridges disipa algunos conceptos erróneos
al mismo tiempo que motiva a los lectores a una pasión por la verda-
dera santidad. Ciertamente este es uno de los libros más importantes
de los últimos 50 años”.
— John MacArthur, pastor de Grace Community Church

“Cuando Jerry Bridges habla, yo escucho. Su enseñanza sobre la san-


tidad no es un ejercicio de lo abstracto; es una expresión de la pasión
que se ha apoderado de su vida y ministerio”.
— R. C. Sproul, fundador de Ligonier Ministries;
autor de La santidad de Dios

“Creo que este es un clásico moderno. Pocos libros han tenido la in-
fluencia que este ha tenido en mí”.
— Charles Colson, fue fundador de Prison Fellowship Ministries

“El precio que Jerry Bridges ha tenido que pagar por buscar la santi-
dad no ha sido pequeño. Su dolor ha sido nuestra ganancia. Me re-
gocijo en la edición del 25 aniversario del libro, el cual ha abierto el
corazón de Jerry para que la iglesia de Cristo pueda ver la hermosura
de la santidad y aprender a vivir para la gloria de Dios”.
— John Piper, fue pastor de Bethlehem Baptist Church; autor
de Providencia y Viviendo en la luz: dinero, sexo & poder
La BÚSQUEDA de la SANTIDAD
La

BÚSQUEDA
de la

SANTIDAD

JERRY BRIDGES
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#LaBúsquedaDeLaSantidad

La búsqueda de la santidad
Jerry Bridges

© 2024 por Poiema Publicaciones

Traducido y publicado con su debido permiso del libro The Pursuit of Holiness ©
1978, 1996, 2006 por NavPress en alianza con Tyndale House Publishers, Inc.

A menos que se indique lo contrario, las citas bíblicas han sido tomadas de
La Nueva Biblia de las Américas © 2005, por The Lockman Foundation. Usada
con permiso.

Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación puede ser re-
producida, almacenada en un sistema de recuperación, o transmitida de ninguna
forma ni por ningún medio, ya sea electrónico, mecánico, fotocopia, grabación,
u otros, sin el previo permiso por escrito de la casa editorial.

Poiema Publicaciones
info@poiema.co
www.poiema.co

Impreso en Colombia
ISBN: 978-1-955182-97-3
SDG 241
A Lorne C. Sanny cuya vida me ha servido de ejemplo,
durante más de veinte años, en mi propia carrera en
búsqueda de la santidad.
CONTENIDO

Prólogo xi
Prefacio xiii
1. La santidad es para ti. Romanos 6:14 1
2. La santidad de Dios. 1 Pedro 1:15-16 9
3. La santidad no es una opción. Hebreos 12:14 19
4. La santidad de Cristo. 2 Corintios 5:21 29
5. El cambio de reinos. Romanos 6:6-7 37
6. La lucha por la santidad. Romanos 7:21 47
7. Ayuda para la lucha diaria. Romanos 6:11 55
8. Obedecer, más que triunfar. Romanos 8:13 67
9. Hacer morir el pecado. Colosenses 3:5 73
10. El lugar de la disciplina personal. 1 Timoteo 4:7 85
11. La santidad del cuerpo. 1 Corintios 9:27 97
12. La santidad del espíritu. 2 Corintios 7:1 105
13. La santidad y la voluntad. Filipenses 2:13 113
14. Hábitos de santidad. Romanos 6:19 121
15. La santidad y la fe. Hebreos 11:8 127
16. La santidad en un mundo impío. Juan 17:15 135
17. El gozo que produce la santidad. Romanos 14:17 143
Palabras finales 149
Notas 151
GUÍA DE ESTUDIO
COMPLEMENTARIA

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PRÓLOGO

Jerry Bridges ha dado al mundo uno de los tratados más incisivos,


atractivos y conmovedores de la conciencia en cuanto al tema de
la santidad según las Escrituras. Sin lugar a duda, el Señor le per-
mitió a Su siervo preparar una obra que hará un profundo impac-
to en la vida de las innumerables personas que la lean.
El tema dominante de este emocionante estudio, es la ne-
cesidad de que los creyentes busquen crecer en la senda de la
santidad, la que solo Dios, cuya santidad el autor tiene siempre
presente con espíritu de gratitud, puede hacer posible. Buscar
es la palabra clave que el autor, cuya búsqueda personal ha sido
larga e intensa, repite constantemente.
En la Declaración de Independencia de los Estados Unidos
de América, Thomas Jefferson declaró que uno de los derechos
inherentes e inseparable del hombre es la “búsqueda de la feli-
cidad”. El que profesa ser creyente tiene que comprender que
el deseo y las demandas preeminentes de Dios para los Suyos es
la permanente búsqueda de la santidad y el reflejo de Su propia
santidad: “Sean santos, porque Yo soy Santo” (1P 1:16).
Hace más de cien años, William Blake1 propuso que los lec-
tores “se quitaran la santidad y que se pusieran el intelecto”. Pero,
divorciado de la santidad divina, el intelecto es como un barco sin

xiii
la búsqueda de la santidad

capitán, condenado a naufragar. En nuestra búsqueda de la santidad,


la oración que siempre debe brotar de nuestro corazón es esta:

Que mis labios al hablar, hablen solo de Tu amor;


Y mi mente y su poder sean usados en Tu honor.2

Es por eso, que quiero recomendar afectuosamente este con-


vincente análisis sobre el tema de la santidad práctica, en la cual el
autor demuestra plenamente que toda la vida debe estar impreg-
nada de la santidad que el Dios tres veces Santo puede impartir.
Dr. Herbert Lockyer, Sr.

xiv
PREFACIO

El granjero ara su campo, siembra la semilla, fertiliza y cultiva,


siempre consciente que, en última instancia, depende por com-
pleto de fuerzas externas a sí mismo. Sabe que no puede hacer ger-
minar la semilla, como tampoco puede producir el sol y la lluvia
necesaria para lograr el crecimiento y obtener la cosecha. Que la
cosecha sea exitosa depende de que Dios provea lo que se necesita.
Y, sin embargo, el granjero sabe que, a menos que se dedique
diligentemente a cumplir su parte, que consiste en arar, sembrar,
fertilizar y cultivar, no puede esperar una cosecha en el tiempo
de las cosechas. En cierto sentido, el granjero está en sociedad
con Dios y solo obtendrá los beneficios que espera si cumple la
responsabilidad que le corresponde.
La actividad agrícola es un trabajo conjunto entre Dios y el
granjero. El granjero no puede hacer lo que Dios tiene que hacer y
Dios no hará lo que le corresponde hacer al granjero.
Del mismo modo, podemos decir que la búsqueda de la san-
tidad es una actividad conjunta entre Dios y el creyente. Nadie
puede lograr ni siquiera un poco de santidad si Dios no obra en
su vida; pero, de igual manera, la santidad no es posible si el cre-
yente no se esfuerza. Dios ha dispuesto las cosas de modo que sea

xv
la búsqueda de la santidad

posible andar en santidad. Pero nos ha dado la responsabilidad


de hacer la parte práctica; la cual no hará Dios.
A los creyentes nos encanta hablar de lo que Dios ha hecho:
la forma en la que Cristo venció al pecado en la cruz y nos dio al
Espíritu Santo para que nos proporcione el poder necesario para
vencer el pecado. Pero no estamos tan dispuestos a hablar de la
responsabilidad que tenemos de andar en santidad. Podemos dar
dos razones principales de por qué esto es así.
Primero, simplemente somos hostiles a aceptar la responsa-
bilidad que nos corresponde. Preferiríamos dejarle eso a Dios.
Oramos para salir victoriosos, cuando sabemos que deberíamos
dedicarnos a obedecer.
La segunda razón es que no entendemos la distinción que
hay entre lo que ha hecho Dios y nuestra propia responsabilidad
en cuanto a la santidad. Durante muchos años estuve luchando
con la siguiente pregunta: “¿Qué es lo que tengo que hacer y qué
es lo que tengo que dejar que haga Dios?”. Entonces, comprendí
lo que enseña la Biblia sobre el tema, y luego asumí la respon-
sabilidad que me correspondía, y comencé a progresar en mi
“búsqueda de la santidad”.
El título de este libro surge del mandamiento bíblico que
dice: “Busquen… la santidad, sin la cual nadie verá al Señor”
(Heb 12:14). La palabra busquen sugiere dos ideas: primero, que
se requiere diligencia y esfuerzo; segundo, que se trata de una
tarea que dura toda la vida. Estas dos ideas forman un tema do-
ble a lo largo del presente libro. A la vez que procuro presentar
de una forma clara y acertada la provisión de Dios para nuestra
santidad, he profundizado en la responsabilidad que nos corres-
ponde, pues pienso que es este aspecto el que requiere mayor
atención entre los creyentes de hoy. Al mismo tiempo, enfatizo

xvi
prefacio

que la santidad es un proceso, algo que jamás alcanzamos com-


pletamente en esta vida. Pues, a medida que somos transforma-
dos según la voluntad de Dios en determinado aspecto de la
vida, nos damos cuenta que Él nos comienza a revelar nuestra
necesidad de crecimiento en otra área. Es por esto que la bús-
queda de la santidad se prolonga a lo largo de la vida terrenal, sin
que logremos alcanzarla plenamente.
Además de mi propio estudio personal de la Biblia sobre el
tema de la santidad, me han beneficiado grandemente los escri-
tos de los puritanos (y de los que han seguido esa escuela de pen-
samiento) sobre el tema de la santidad. En numerosas oportuni-
dades cito directamente dichas fuentes. En otros casos, las frases
utilizadas por ellos se han convertido en mi propia manera de
expresarme. Esto es así particularmente en lo que respeta a John
Owen y el doctor D. Martyn Lloyd-Jones, de Londres, Inglate-
rra, los escritos de ambos sobre el tema han sido de incalculable
beneficio para mi propia vida.
No pretendo dominar todo lo que se puede saber sobre el
tema, como tampoco puedo decir que haya hechos grandes pro-
gresos personalmente. De hecho, hubo ocasiones en las que,
mientras escribía este libro, tuve que aplicar los conceptos que
aquí presento a mi propia vida en primer lugar. Pero lo que he
descubierto, me ha resultado de incalculable ayuda en mi propio
camino en búsqueda de la santidad y confío en que lo será tam-
bién para todo el que lea esta obra.
Para explorar más a fondo los principios bíblicos de la santi-
dad, que estudié al escribir este libro, animo al lector a trabajar
con la guía de estudio que aparece al final de este libro.

xvii
la búsqueda de la santidad

Finalmente, quiero agradecer a la señora Peggy Sharp y a


la señorita Linda Dicks, quienes pacientemente, transcribieron
repetidas veces los diversos borradores de este escrito.

xviii
ca pí tulo uno

LA SANTIDAD ES PARA TI
Porque el pecado no tendrá dominio sobre ustedes,
pues no están bajo la ley sino bajo la gracia.
Romanos 6:14

El ensordecedor timbre del teléfono rompió el silencio de una


hermosa mañana en Colorado. Al otro lado del teléfono habla-
ba una de esas personas difíciles, que Dios parece haber espar-
cido por este mundo con el fin de probar la gracia y paciencia
de Sus hijos.
El hombre estaba en una actitud insuperable: arrogante, im-
paciente, exigente. Colgué el teléfono sintiéndome furioso, re-
sentido y, probablemente, con odio. Tomando mi abrigo, salí al
aire frío con el objetivo de recuperar la calma. La tranquilidad de
mi alma, tan celosamente cultivada en mí durante mi “tiempo a
solas” con Dios esa mañana, quedó hecha pedazos y en su lugar
surgió dentro de mí un efervescente y volátil volcán emocional.
A medida que me calmaba, el enojo se transformó en un
gran desánimo. Eran apenas las 8:30 de la mañana y ya se había
dañado mi día. No solo me sentía desalentado, sino también
confundido. Apenas dos horas antes había leído una contun-
dente afirmación de Pablo que decía: “Porque el pecado no ten-
drá dominio sobre ustedes, pues no están bajo la ley sino bajo
la gracia” (Ro 6:14). Pero, a pesar de esta hermosa promesa de

1
la búsqueda de la santidad

victoria sobre el pecado, allí me encontraba yo, aprisionado por


las tensionadas garras de la ira y del resentimiento.
“¿Verdaderamente tendrá la Biblia respuestas para la vida
real?”, me pregunté esa mañana. Con toda mi alma anhelaba
vivir una vida de obediencia y de santidad; sin embargo, había
sido completamente derrotado por una sola llamada telefónica.
Es posible que este incidente sea algo familiar para ti. Es
probable que las circunstancias fueran diferentes, pero tu reac-
ción fue parecida. Tal vez tu problema haya sido enojo con tus
hijos, un problema en el trabajo, un hábito inmoral del que no
puedes librarte o, tal vez, varios “pecados persistentes” que te
acosan día y noche. Cualquiera que sea nuestro problema en
particular con relación al pecado, la Biblia tiene la respuesta.
Hay esperanza. Tú y yo podemos caminar en obediencia a la
Palabra de Dios y vivir una vida de santidad. Más aún, como
veremos en el próximo capítulo, Dios espera que todo creyente
viva una vida santa. Pero la santidad no es solamente algo que
se espera de nosotros; sino que forma parte de un derecho de
nacimiento prometido a cada creyente.
La afirmación de Pablo es verdadera. El pecado no debe
dominarnos.
El concepto de la santidad puede resultar antiguo para la
generación actual. En algunas personas, la sola mención de la
palabra santidad trae a la mente imágenes del cabello recogido,
faldas largas y medias negras. Otras personas asocian el concepto
con una actitud arrogante que expresa la idea de que “yo soy más
santo que tú”. A pesar de esto, la santidad surge de un principio
claramente bíblico. La palabra santo aparece más de seiscientas
veces en la Biblia en diversas formas. Hay un libro entero, Le-
vítico, que está dedicado al tema, y la idea de la santidad está

2
la santidad es para ti

entretejida en otras partes de las Escrituras. Y lo que es más im-


portante todavía, Dios nos ha mandado explícitamente que sea-
mos santos (Lv 11:44).
La idea de cómo llegar exactamente a ser santo ha tenido
variaciones como consecuencia de numerosos conceptos falsos.
En algunos círculos, la santidad equivale a tener una serie de
prohibiciones, generalmente en asuntos tales como el cigarri-
llo, la bebida y el baile. La lista de prohibiciones varía según el
grupo. Cuando seguimos este enfoque para alcanzar la santidad,
corremos el peligro de volvernos como los fariseos, con su inter-
minable lista de lo que sí y lo que no se puede hacer, y su actitud
de autojustificación. Para otros, la santidad significa una forma
específica de vestirse y de actuar. Y aún para otros, significa una
perfección inalcanzable, una idea que lleva, ya sea al auto engaño
o al desaliento en cuanto a su propio pecado.
Todas estas ideas, si bien son correctas en cierta medida,
pierden de vista el concepto central. Ser santos significa ser mo-
ralmente intachables.1 Es estar apartados del pecado y, por con-
siguiente, estar consagrados a Dios. De hecho, la palabra santo
significa “apartado o consagrado para Dios, y la conducta que
corresponde a dicha consagración”.2
Tal vez el mejor modo de comprender la idea de la santidad
consiste en observar cómo usaban esta palabra los escritores del
Nuevo Testamento. En 1 Tesalonicenses 4:3-7, Pablo usó el tér-
mino en contraste a una vida de inmoralidad y de inmundicia.
Pedro lo usó en contraste con una vida de acomodamiento a los
deseos pecaminosos que teníamos cuando vivíamos alejados de
Cristo (1P 1:14-16). Juan contrastó al que es santo con el que
es impuro y hace lo malo (Ap 22:11). Vivir una vida santa, por
lo tanto, es vivir una vida conforme a los mandatos morales de

3
la búsqueda de la santidad

la Biblia y en contra del andar pecaminoso del mundo. Es vivir


una vida que se caracteriza por “[despojarnos] del viejo hombre,
que se corrompe según los deseos engañosos… y [vestirnos] del
nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado
en la justicia y santidad de la verdad” (Ef 4:22, 24).
Entonces, si la santidad es tan fundamental para la vida cris-
tiana, ¿por qué no la experimentamos en mayor medida en la
vida diaria? ¿Por qué son tantos los creyentes que se sienten cons-
tantemente derrotados en su lucha contra el pecado? ¿Por qué a
menudo la iglesia de Jesucristo parece asemejarse más al mundo
que la rodea que a Dios?
Bajo el riesgo de parecer extremadamente simplistas, las
respuestas a esas preguntas pueden ser agrupadas en tres pro-
blemas básicos.
El primer problema es que nuestra actitud hacia el pecado se
centra en nosotros mismos más que en Dios. Nos preocupa más
nuestra propia “victoria” sobre el pecado, que el hecho de que
nuestro pecado entristece el corazón de Dios. No podemos to-
lerar el fracaso de nuestra lucha con el pecado, principalmente,
porque nuestra vida está orientada hacia el éxito, y no porque
sepamos que el pecado ofende a Dios.
W. S. Plumer escribió: “Jamás veremos el pecado como co-
rresponde, mientras no lo veamos como algo cometido contra
Dios… Todo pecado que se comete, se comete en contra de Dios
en el sentido en que es la ley de Dios la que se quebranta, que es
Su autoridad la que se menosprecia, que es Su dominio el que se
desestima… Faraón y Balaam, Saúl y Judas, todos ellos dijeron:
‘He pecado’; pero el hijo pródigo volvió diciendo: ‘He pecado
contra el cielo y contra ti’; y David exclamó: ‘Contra Ti, contra
Ti solo he pecado’”.3

4
la santidad es para ti

Dios quiere que andemos en el camino de la obediencia, no


en el de la victoria. La obediencia está orientada hacia Dios; la
victoria está orientada hacia nosotros mismos. Podría parecer que
estamos haciendo discusiones insignificantes sobre la semántica,
pero la raíz de muchos de nuestros problemas relacionados con
el pecado es una sutil actitud egoísta. Mientras no reconozcamos
la existencia de esa actitud y no la resolvamos adecuadamente,
no podremos vivir una vida de santidad consistente.
Esto no quiere decir que Dios no quiere que conozcamos la
experiencia de la victoria; significa que la victoria es un producto
derivado de la obediencia. En la medida en que nos dediquemos a
vivir una vida obediente y santa, conoceremos con toda seguridad
el gozo de la victoria sobre el pecado.
El segundo problema consiste en que mal interpretamos la fra-
se “[vivir] por la fe” (Ga 2:20), suponiendo que significa que no
se nos exige ningún esfuerzo para alcanzar la santidad. De hecho,
hemos llegado a sugerir que cualquier esfuerzo de nuestra parte
viene de “la carne”.
Las palabras de J. C. Ryle, obispo de Liverpool, Inglaterra,
de 1880 a 1900, son instructivas en este contexto:

¿Resulta sabio proclamar de modo tan directo, manifies-


to y total, como lo hacen muchos, que la santidad de la
persona convertida se logra solo por la fe, y de ningún
modo mediante el esfuerzo personal? ¿Es lo que la Pala-
bra de Dios enseña? Lo dudo. Que la fe en Cristo es la
raíz de toda santidad… ningún creyente suficientemen-
te instruido se atrevería a negarlo jamás. Sin embargo,
no cabe duda de que las Escrituras nos enseñan que, al

5
la búsqueda de la santidad

procurar la santidad, el creyente verdadero tiene que es-


forzarse y trabajar, además de ejercitar su fe.4

Tenemos que enfrentar el hecho de que somos personalmen-


te responsables de nuestro andar en santidad. Cierto domingo,
el pastor de nuestra congregación dijo en su sermón palabras
equivalentes a estas: “Podemos eliminar ese hábito que nos ha
dominado si es que realmente queremos hacerlo”. Él se refería
a un hábito en particular que para mí no constituía problema
alguno, rápidamente afirmé mentalmente a sus palabras. Pero
luego el Espíritu Santo me dijo: “Tú también puedes eliminar los
hábitos pecaminosos que te acosan, si estás dispuesto a aceptar
tu responsabilidad personal por ellos”. El hecho de reconocer
que, efectivamente, era mi responsabilidad, resultó ser un jalón
de orejas para mí en mi propia búsqueda de la santidad.
El tercer problema es que no tomamos en serio algunos pecados.
Mentalmente hemos categorizado a los pecados en dos grupos:
los que son inaceptables y los que podemos tolerar en alguna
medida. Un incidente que ocurrió cuando estaba terminando de
escribir este libro sirve de ilustración para este problema. Nuestra
oficina estaba usando una casa rodante como oficina temporal,
mientras se terminaba de construir una ampliación. La propie-
dad que tenemos no está autorizada para alojar casas rodantes,
y, en consecuencia, tuvimos que solicitar un permiso para usarla
en la propiedad. Hubo que renovar el permiso varias veces. El úl-
timo permiso venció justamente cuando se estaba completando
la ampliación del edificio, pero antes de que tuviéramos tiempo
de hacer el traslado en forma ordenada. Esto precipitó una crisis
para el departamento que utilizaba la casa rodante.

6
la santidad es para ti

En una reunión se consideró el problema, alguien hizo la


siguiente pregunta: “¿Qué pasaría si el departamento se quedara
unos días más en la casa rodante?”. Pues, ¿qué diferencia haría
esto? Después de todo, la casa rodante estaba ubicada detrás de
algunas colinas donde nadie la notaría. Y legalmente, no tenía-
mos que trasladar la casa rodante, sino solamente desocuparla.
De modo que, ¿qué diferencia habría si nos extendíamos por
unos días más? ¿Acaso la insistencia en obedecer la ley al pie de
la letra no equivale a un legalismo exagerado?
Sin embargo, las Escrituras nos dicen que “las zorras peque-
ñas” son las “que arruinan las viñas” (Cnt 2:15). Y es justamente
el ceder en las cosas pequeñas lo que conduce a los deslices más
grandes. Además, ¿Quién puede decir que ignorar ligeramente
la ley civil no constituye un pecado serio ante los ojos de Dios?
Al comentar algunas de las leyes más minuciosas del Antiguo
Testamento, dadas por Dios a los hijos de Israel, Andrew Bonar
expresó lo siguiente:

No es la importancia del asunto, sino la majestad del Le-


gislador, lo que debe tomarse como norma para la obe-
diencia… Algunos, de hecho, podrían considerar que es-
tas reglas minuciosas y arbitrarias no tienen importancia.
Pero el principio primordial que está en juego al obede-
cer o desobedecer dichas reglas es el siguiente: ¿debemos
obedecer al Señor absolutamente en todo lo que manda?
¿Es Dios un legislador santo? ¿Están Sus criaturas obliga-
das a asentir implícitamente a Su voluntad?5

¿Estamos dispuestos a considerar que el pecado es “pecado”,


no porque sea grande o pequeño, sino porque lo prohíbe la ley

7
la búsqueda de la santidad

de Dios? No podemos categorizar el pecado si vamos a vivir una


vida santa. Dios no permitirá que nos salgamos por la tangente
adoptando una actitud de este tipo.
Los tres problemas enumerados serán examinados más de-
talladamente en los próximos capítulos. Pero, antes de conti-
nuar, sugiero que dediques el tiempo necesario ahora mismo
para resolver estos asuntos en tu propio corazón. ¿Estás dis-
puesto a considerar al pecado como la ofensa contra un Dios
santo, en lugar de verlo como una derrota personal solamente?
¿Estás dispuesto a aceptar la responsabilidad personal por tus
pecados, comprendiendo que, al hacerlo, tienes que aprender a
depender de la gracia de Dios? ¿Y estás dispuesto a obedecer a
Dios en todas las áreas de tu vida, por insignificante que parez-
ca el asunto o la circunstancia?
Al proseguir con el tema, nos ocuparemos primordialmente
de la santidad de Dios. Aquí es donde comienza la santidad,
no con nosotros mismos, sino con Dios. Solo en la medida en
que podemos ver la santidad de Dios, Su absoluta pureza y Su
aborrecimiento moral contra el pecado, podemos comprender
lo terrible que es pecar contra un Dios santo. Comprender este
hecho es el primer paso para avanzar en búsqueda de la santidad.

8
Esperamos que hayas disfrutado de
esta pequeña muestra del libro
La búsqueda de la santidad.

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