Interpretar una fotografîa de Jhon Berger

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Entender una fotografía, 1968 /

JOHN BERGER
Introducción:

Ya para el 1968 John Berger intelectualiza sobre la repercusión de la


fotografía análoga en la vida del ser humano y en los amantes de la
mirada y sus connotaciones en el tiempo. El papel preponderante de
esta invención y lo que aquello iba a ser tan determinante en nuestras
vidas. Para aquel entonces, no se imaginaba sobre el concepto del píxel
electrónico, ni mucho menos lo que sería la imagen digital.

Mientras tanto, nosotros en la isla estábamos sumergidos en los efectos


de los cambios de lo que fue una revolución armada –1965– para
establecer los derechos constitucionales del de los ciudadanos del país.

A propósito de las líneas de Berger, un Photoimagen 2024, se acerca


ratificando lo interesante de aquel postulado del 1968. Ciertamente los
mecanismo de captación de la imagen visual sí cambiaron y se realizó
de manera categórica, cualitativa y cuantitativamente, estableciendo un
nuevo orden en la comunicación visual y las artes visuales en el
mundo. | OCA / AR.

En el marco de Photoimagen, 2024 realizaremos la Exposición "Mis


modos de ver" el jueves 19 de septiembre, 20224, en Ossaye Casa de
Arte, OCA. A todos los interesados les extendemos una cordial
invitación.

Hace más de un siglo que los fotógrafos y sus apologistas reclaman que
la fotografía se
incluya entre las bellas artes. No es fácil saber si han llegado muy lejos
en su defensa. Es
cierto que, pese a ser practicada, disfrutada, utilizada y valorada por la
inmensa mayoría de la gente, la fotografía no es considerada como un
arte. Los argumentos esgrimidos por quienes han defendido su inclusión
entre las bellas artes (yo mismo he estado entre ellos) han sido un tanto
académicos.
Lo que hoy está claro es que la fotografía debe tenerse en cuenta,
aunque no sea un arte.
Parece que, al margen de su valoración, va a sobrevivir a la pintura y a
la escultura, tal
como se las entiende desde el Renacimiento. Hoy podríamos decir que
ha sido una suerte para la fotografía que haya tan pocos museos con
iniciativa suficiente como para abrir secciones de fotografía, pues ello
significa que muy pocas fotografías se han preservado en un aislamiento
sagrado. Y significa también que el público no ha llegado a pensar en
ninguna fotografía como en algo fuera de su alcance (los museos
funcionan como mansiones de la nobleza abiertas al público durante
unas horas. El grado de esa “nobleza” puede variar, pero en cuanto una
obra se lleva al museo, adquiere el misterio de un modo de vida que
excluye a las masas).

Intentaré ser claro. La pintura y la escultura, tal como las conocemos, no


están muriendo por una enfermedad estilística, ni por nada parecido a
esa decadencia cultural que diagnostican ciertos profesionales
horrorizados. Están muriendo porque en el mundo de hoy ninguna obra
de arte puede sobrevivir sin convertirse en un bien con un valor
económico. Y ello implica la muerte de la pintura y la escultura porque la
propiedad se opone hoy, inevitablemente, como no se oponía en el
pasado, a los demás valores.. La gente cree en la propiedad, pero, en
último término, en lo único que creen es en la ilusión de protección que
proporciona la propiedad. Al margen de su contenido, al margen de la
sensibilidad de un espectador concreto, no podemos hablar hoy de las
obras de arte sino como meros signos del conservadurismo mundial.

Por su propia naturaleza, las fotografías tienen muy poco valor


económico debido a que
carecen del valor inherente a la exclusividad o la singularidad. El
principio en el que se basa la fotografía es que la imagen resultante no
es única, sino, por el contrario, reproducible hasta el infinito. Así, en los
términos del siglo XX, las fotografías son registros de las cosas vistas.
Digamos que no están más cerca de las obras de arte de lo que podrían
estarlo los electrocardiogramas. Así nos liberaremos de ciertas ilusiones.
Nuestro error ha consistido en tener en cuenta ciertas fases del proceso
de creación a la hora de categorizar como arte algunas cosas. Pero,
lógicamente, esto puede convertir en arte todos los objetos hechos por
el hombre.
Es más útil categorizar el arte de acuerdo con lo que ha llegado a ser su
función social. El arte funciona como propiedad, y por consiguiente, las
fotografías no pueden incluirse en esa categoría.

Las fotografías testimonian una elección humana en una situación


determinada. Una
La fotografía es el resultado de la decisión del fotógrafo de que merece
la pena registrar que ese acontecimiento o ese objeto se han visto. Si
todo lo que existe se fotografiara continuamente, las fotografías
carecería de sentido. Las fotografías no celebran ni el acontecimiento ni
la facultad de la visión en sí. Son un mensaje acerca del acontecimiento
que registran. La urgencia de este mensaje no depende enteramente de
la urgencia del acontecimiento, pero tampoco es completamente
independiente de éste. En su forma más sencilla, el mensaje
decodificado significa: He decidido que merece la pena registrar lo que
estoy viendo.

Podemos aplicar esto por igual a la fotografía más memorable y al más


banal de las
instantáneas. Lo que las distingue es el grado de explicación del
mensaje que aporta la
fotografía, el grado en que la fotografía hace transparente y
comprensible la decisión del fotógrafo. Y aquí llegamos a la paradoja de
la fotografía, una paradoja que no suele
entenderse.

La fotografía es un registro automático, realizado con la mediación de la


luz, de un
acontecimiento dado; sin embargo, utiliza ese acontecimiento dado para
explicar el hecho de registrarlo. Denominamos así “fotografía” al
proceso de hacer consciente la observación.

Es necesario que nos libremos de la confusión producida por la perenne


comparación
entre la fotografía y las bellas artes. Prácticamente todos los manuales
de fotografía hablan de la composición. Una buena fotografía es una
fotografía con una buena composición. Pero sólo es cierto si
consideramos que las imágenes fotográficas imitan a las imágenes
pintadas. La pintura es el arte de la composición y, por consiguiente,
parece razonable esperar cierto orden en lo que se dispone ante
nuestros ojos. En una pintura, todas las relaciones entre las formas se
adaptan hasta cierto punto a la finalidad que tiene el pintor en mente.
Éste no es el caso de la fotografía (a no ser que consideremos como tal
esas absurdas obras de estudio en las que el fotógrafo dispone todos los
detalles del tema fotografiado antes de tomar la foto). La composición,
en el sentido más profundo y pedagógico de la palabra, no tiene lugar
en la fotografía.

La disposición formal de una fotografía no explica nada. Los


acontecimientos retratados
son misteriosos en sí mismos o explicables según el conocimiento que el
espectador tenga de ellos antes de ver la fotografía. ¿Qué es, entonces,
lo que da sentido a una fotografía en cuanto que fotografía? ¿Qué es lo
que amplía y hace vibrar ese mínimo mensaje de he decidido que
merece la pena registrar lo que estoy viendo?

El verdadero contenido de una fotografía es invisible, porque no se


deriva de una relación con la forma, sino con el tiempo. Podría decirse
que la fotografía está tan cerca de la música como de la pintura. Acabo
de decir que las fotografías testimonian una elección humana. Esta
elección no se establece entre fotografiar x o fotografiar y, sino entre
fotografiar en el momento x o en el momento y. Los objetos registrados
en cualquier fotografía (desde el más impactante al más común)
transmiten aproximadamente el mismo peso, la misma convicción. Lo
que varía es la intensidad con la que se nos hace conscientes de los
polos de ausencia y presencia. Entre estos dos polos es donde la
fotografía encuentra su significado (el uso más popular de la fotografía
es como recuerdo de lo ausente).

Al mismo tiempo que registra lo que se ha visto, una foto, por su propia
naturaleza, se
refiere siempre a lo que no se ve. Aísla, preserva y presenta un
momento tomado de un
Anuncio de publicidad.

La fuerza de una pintura depende de sus referencias internas. Su


referencia al
mundo natural más allá de los límites de la superficie pintada nunca es
directa; opera
siempre con equivalentes. O, para decirlo con otras palabras: la pintura
interpreta el mundo traduciéndose a su propio lenguaje. Pero la
fotografía no tiene un lenguaje propio. Se aprende a leer las fotografías
de la misma manera que se aprende a leer las huellas o un
electrocardiograma. El lenguaje en el que opera la fotografía es el
lenguaje de los acontecimientos. Todas sus referencias son externas a sí
misma. De ahí el continuo.

Un director de cine puede manipular el tiempo de la misma forma que


un pintor puede
manipular la confluencia de los acontecimientos que describe. No es el
caso del fotógrafo.

La única decisión que puede tomar el fotógrafo es del momento que


elige aislar. Sin
embargo, esta aparente limitación es lo que confiere a la fotografía su
fuerza singular. Lo que muestra invoca lo que no muestra. Basta con
mirar cualquier fotografía para comprobar que es cierto. La relación
inmediata entre lo que está presente y lo que está ausente es particular
a cada fotografía: puede ser lo existente entre el sol y el hielo; entre el
dolor y la tragedia; entre la sonrisa y el placer; entre un cuerpo y el
amor; o entre el caballo ganador y la carrera que acaba de correr.

Una fotografía es efectiva cuando el momento registrado contiene una


medida de verdad que es aplicable en general y que revela lo ausencia
igual que lo que está presente en ella.

La naturaleza de esta medida de verdad y la manera para apreciarla


varían enormemente.

Puede ser una yuxtaposición, una ambigüedad visual y una


configuración. Esta verdad
nunca es independiente del espectador. Para el hombre que lleva en la
cartera una
fotografía de su novia tomada en un fotomatón, la medida de la verdad
de una fotografía impersonal seguirá dependiendo de las categorías
generales arraigadas en la conciencia del espectador.

Puede que todo esto recuerda al viejo principio de la transformación de


lo particular en lo universal que lleva a cabo el arte. Pero la fotografía no
opera con constructos. En la
fotografía no se da transformación alguna. Sólo hay decisión; sólo hay
enfoque. Ese
mensaje mínimo que encierran las fotografías podría ser menos simple
de lo que
pensábamos al principio.

En lugar deser:
He decidido que merece la pena registrar lo que estoy viendo, ahora
podríamos
decodificarlo como: Se puede valorar el grado en el que creo que
merece la pena ver esto mediante lo que voluntariamente no muestra
porque ya está contenido en lo que muestro.

¿Por qué complicar así una experiencia cotidiana que es la experiencia


de ver una foto?
Porque la simplicidad que normalmente atribuimos a esa experiencia
supone una confusión y un derroche. Pensamos en las fotografías en
cuanto a obras de arte, en cuanto pruebas de una verdad particular, en
cuanto réplicas exactas o en cuanto nuevos objetos. Cada fotografía es,
en realidad, un medio de comprobación, de confirmación y de
construcción de una visión total de la realidad. De ahí el papel crucial de
la fotografía en la lucha ideológica.

De ahí la necesidad de que entendamos un arma que estamos utilizando


y que puede ser utilizada contra nosotros.

JOHN BERGER

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