Neuropsicología y Género

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Neuropsicología y género

Neuropsychology and gender

Emilio García García

Profesor Titular de Psicología Básica. Dpto. Psicología Básica II. Procesos Cognitivos.
Universidad Complutense de Madrid. Facultad de Filosofía.

RESUMEN

La organización funcional del cerebro y las capacidades mentales de hombres y


mujeres presentan diferencias significativas. Las investigaciones en ciencias
cognitivas, particularmente neuropsicología, así lo constatan. Las diferencias
comprenden un amplio espectro, desde actos reflejos a comportamientos más
complejos. La acción de las hormonas sexuales conforma redes neurales y procesos
bioquímicos diferentes en los cerebros de hombres y mujeres, ya desde los
primeros meses de vida intrauterina. Pero también las experiencias y aprendizajes
en los contextos socioculturales conforma y organiza el cerebro de cada persona
originando capacidades y comportamientos propios y diferenciales.

Introducción

La década de 1990, calificada como década del cerebro, ha supuesto un


avance espectacular en el conocimiento. Las neurociencias, particularmente
la neuropsicología, se han situado en la vanguardia de la investigación. Las
tecnologías de neuroimagen han posibilitado observaciones y experimentos
revolucionarios sobre los procesos perceptivos, motrices, cognitivos,
lingüísticos y emocionales del ser humano. Se han realizado estudios sobre
las diferencias cerebrales-mentales entre hombres y mujeres. Polémicas
anteriores como herencia-medio, naturaleza-cultura se abordan en la
actualidad con datos nuevos. Numerosas investigaciones neuropsicológicas
evidencian diferencias significativas entre hombres y mujeres en la
organización funcional del cerebro y la actividad mental. Investigaciones
relevantes replantean hoy cuestiones tradicionales sobre los condicionantes
biológicos y culturales en el conocer, querer, sentir y actuar de hombres y
mujeres.

La neuropsicología es una disciplina muy consolidada y acotada, que goza


de gran reconocimiento y prestigio y que está ofreciendo conocimientos
sorprendentes en los últimos años (1,2,3). Sobre género se dispone hoy de
gran cantidad de publicaciones muy dispersas y de diferentes procedencias,
por lo que resulta más problemático enmarcarlas en programas de
investigación coherentes. Sobre cuestiones de género tratan muchas
disciplinas y existe gran diversidad conceptual y metodológica (4,5,6).

No cabe en la actualidad adoptar posturas simplistas y dicotómicas de


oposición de sexo frente a género, entendiendo que sexo hace referencia a

1
los aspectos biológicos de dimorfismo sexual, es decir macho frente a
hembra; mientras que género agrupa los aspectos psicológicos, sociales y
culturales, es decir, lo que en una determinada sociedad se considera
describe y prescribe como propio y diferencial de ser hombre o mujer. Tal
oposición entre biología y cultura tan vigente en la tradición no sólo es
simplista , sino falsa.

Tradicionalmente lo referente a sexo se ha abordado desde la genética,


endocrinología, anatomía, fisiología y neurología; mientras que el género ha
sido objeto de las ciencias sociales, psicología, sociología y antropología,
principalmente. Pero catalogar sexo como biológico y género como
psicosocial imposibilita la adecuada comprensión de la realidad, al
permanecer enredado en las redes categoriales tradicionales de oposición
herencia-medio, naturaleza-crianza, biología-cultura (7,8).

De entrada, en la realidad no se dan esas categorías discretas y separadas,


un dimorfismo sexual varón-mujer, sino un polimorfismo sexual. Así,
además de la correspondencia más armónica entre los distintos niveles,
genético, endocrinológico, fisiológico, neurológico, presente en hombres y
mujeres, se dan también discordancias entre los niveles señalados en casos
más minoritarios de indefinición, bisexualidad y cambio de sexo.

En segundo lugar, este polimorfismo sexual se conforma a lo largo de la


vida de la persona y se vivencia de maneras diversas en identidades únicas
e irrepetibles. Cada persona estructura su yo, hace suya su propia
corporeidad sexualizada y es más o menos consciente de su forma de
percibir, pensar, sentir y actuar como ser humano.

En tercer lugar, la persona vive su sexualidad en contextos socioculturales


determinados, asumiendo y exteriorizando unos determinados roles,
estereotipos y prejuicios.

Lo biológico y lo social están siempre presentes en la configuración de la


identidad y comportamiento personales, y para dar cuenta de lo humano se
requiere un marco explicativo bio-psico-social. Las distintas disciplinas
científicas han dado prioridad a unos factores u otros según pertenezcan al
ámbito de las ciencias naturales o sociales. Las investigaciones
neuropsicológicas ofrecen en la actualidad una perspectiva privilegiada para
explicar la interacción de factores biológicos y sociales.

Sexo genotípico, sexo fenotípico, identificación de sexo

Los aproximadamente 35.000 genes que recogen la memoria filogenética


de la especie humana se agrupan en 23 pares de cromosomas. El par 23,
cuando es XX, determina el sexo de mujer, y cuando es XY de varón. El
cromosoma Y es el más pequeño, con 60 genes, mientras los otros
cromosomas tienen miles. Un gen del cromosoma Y, el gen Sry, activa en la
sexta semana de vida intrauterina el desarrollo de los testículos, que a su
vez producirán hormonas andrógenas, la testosterona, que se distribuye por
todo el embrión estableciendo las pautas de estructuración corporal propias
del varón. La testosterona es responsable de la masculinización del cuerpo

2
humano en los diversos sistemas, músculo-esquelético, cardiovascular, y
nervioso, particularmente el cerebro.

Cuando el par de cromosomas es XX, la segunda X envía instrucciones para


fabricar ovarios, que producirán los estrógenos, que a su vez conformarán la
estructuración corporal propia de la mujer. La feminización del cuerpo de
mujer afecta todos los sistemas, desde el sexual reproductor, hasta el
nervioso central. De modo que si no está presente el cromosoma Y, no se
forman los órganos genitales masculinos y lo que se desarrollan son los
genitales propios de la mujer. Podemos afirmar que genéticamente Adán
nace de la costilla de Eva.

A las seis semanas del desarrollo embrionario humano se forman las


gónadas primordiales. Fijados a las gónadas están dos conjuntos de tubos,
los conductos de Müller y Wolff, a partir de los cuales se generarán los
genitales internos. Al mismo tiempo se desarrolla una estructura
indiferenciada o surco urogenital que da origen a los genitales externos.

Cuando en los embriones XY se activa el gen Sry, produce una proteína


denominada factor determinante testicular o TDF, que instruye el desarrollo
de los testículos, los cuales secretan la testosterona y la hormona inhibidora
de los conductos de Müller (HIM), impidiendo así que tales conductos se
desarrollen, y posibilitando el desarrollo de los conductos de Wolff y las
vesículas seminales. El tejido que rodea el surco urogenital se convierte en
el pene y el escroto. En ausencia de TDF (en los embriones XX), la gónada
se diferencia en ovario, los conductos de Wolf degeneran y los conductos de
Müller desarrollan los oviductos, el útero y el cuello uterino. El tejido que
rodea el surco urogenital se convierte en el clítoris, los labios y la vagina.
Así pues, el desarrollo del fenotipo femenino depende de la ausencia de TDF
y de la ausencia consiguiente de andrógenos, mientras que la presencia de
TDF y la producción de andrógenos al comienzo de la vida intrauterina
llevan a la diferenciación de cuerpo y cerebro masculino (9, 10, 11, 12).

Este patrón general en el desarrollo de la mayoría de los seres humanos


presenta excepciones como en el caso de personas con sexo indiferenciado
o cambio de sexo. Ello puede deberse a factores varios, como no activación
del gen Sry, aunque esté presente el cromosoma Y, en el par 23 XY, lo que
llevará a una conformación corporal externa propia de mujer, pero sin útero.
En otros casos, embriones XX quedan afectados por suministro de hormonas
andrógenas que ha tomado la madre, para prevenir un aborto por ejemplo.
Tratamiento con testosterona, en edades posteriores, puede masculinizar el
cuerpo de una mujer, con cambios manifiestos en su estructura corporal,
sistema muscular, cardiovascular y lo que más nos interesa aquí, el sistema
cerebral, desarrollando así modalidades mentales masculinas, con perfiles
cognitivos y emocionales más propios de hombre.

La palabra sexo presenta significados diferentes según se trate de: sexo


genotípico, sexo fenotípico e identificación de sexo. El sexo genotípico está
determinado por dos cromosomas sexuales, X e Y. Cromosomas XX es una
mujer genotípica, XY es un hombre genotípico. El sexo fenotípico está
determinado por el desarrollo de los genitales internos y externos. Si el plan
de desarrollo no se altera, el genotipo XX conduce a una persona con
ovarios, oviductos, útero, cuello uterino, clítoris, labios genitales y vagina:
una hembra fenotípica. Igualmente el genotipo XY lleva a una persona con

3
testículos, vesículas seminales, pene y escroto: un macho fenotípico. La
identificación de sexo está determinada por la percepción y valoración
subjetiva que una persona tiene de su sexo, en un contexto sociocultural
determinado. La identidad de sexo implica autovaloración, proyectos y
expectativas determinadas y ajuste a tales expectativas, de acuerdo con los
rasgos diferenciales asociados con un sexo u otro.

Sexo genotípico, sexo fenotípico e identificación de sexo no siempre y


necesariamente van alineados, dando lugar a diversos problemas
biológicos, psicológicos y sociales. Por ejemplo, algunas personas pueden
sufrir, debido a una identificación que no coincide con su sexo, y
considerarse como miembros del sexo opuesto. La discrepancia puede ser
tan fuerte que recurren a la cirugía y tratamiento hormonal para conseguir
que su sexo fenotípico se ajuste con su identificación de sexo. Otras
personas son genotípicamente XY, pero fenotípicamente mujeres, debido a
un gen defectuoso para receptor de andrógenos, lo que se llama
feminización testicular. Esta deficiencia de los receptores conduce al
desarrollo de los genitales internos de un hombre y los genitales externos
de una mujer. Por ello se consideran como mujeres aunque tienen un
cromosoma Y. En general no son conscientes de su condición hasta la
pubertad, al no tener menstruación. En este caso la identidad de sexo se
corresponde con el fenotipo sexual externo, pero no con el genotipo.

Otra mezcla sexual son los hombres genotípicos y mujeres fenotípicas al


comienzo de la vida, pero cuyo fenotipo cambia en la pubertad. Hasta la
niñez son mujeres fenotípicas, al carecer de un enzima que promueve el
desarrollo temprano de los genitales masculinos. Sus genitales son
ambiguos, pero de aspecto más bien femenino, y habitualmente son criados
como mujeres y la socialización es femenina. Pero en la pubertad, cuando la
secreción testicular de andrógenos es más elevada, el clítoris evoluciona a
un pene y los testículos descienden convirtiéndose en hombres fenotípicos.

Mujeres genotípicas con hiperplasia suprarrenal congénita tienen glándulas


suprarrenales muy activas durante el desarrollo, con la consiguiente
producción anormalmente alta de andrógenos. Estas mujeres muestran
conductas masculinas y, de adultas, tienden a establecer relaciones
homosexuales. Los niveles elevados de andrógenos estimulan circuitos
encefálicos sexualmente dimórficos, conformando pautas de
comportamiento masculinas.

La investigación disponible explica la serie continua de la sexualidad


humana, desde diferencias en la estructura funcional cerebral. Estos
dimorfismos encefálicos dependen de la influencia en la fase temprana de
hormonas que actúan sobre los núcleos encefálicos que median diferentes
aspectos de la conducta sexual. Los niveles bajos de andrógenos en el
cerebro de un hombre al comienzo de la vida pueden conducir a un encéfalo
relativamente femenino en los hombres genotípicos, mientras que los
niveles elevados de andrógenos en los cerebros de mujeres genotípicas
llevan a un cerebro más masculinizado (12,13,14).

Diferencias cerebro-mente de hombre y mujer

4
Dentro de los universales cognitivos, lingüísticos y emocionales que
comparten todos los miembros de la especie humana, mujeres y hombres
tienden a presentar diferencias en la organización funcional del cerebro, y
por tanto en sus capacidades mentales. Unos autores han resaltado
precisamente estas diferencias, mientras que para otros las estructuras y
procesos generales y comunes son lo prioritario y las características
diferenciales quedan en un segundo término.

Frente a los planteamientos tradicionales que consideran la mente como


una capacidad o competencia de carácter general, la investigación
disponible en diversas ciencias cognitivas corrobora la teoría modular de la
mente (15,19). Los supuestos que denominaremos "posición heredada" son
compartidos por posiciones empiristas, asociacionistas y conductistas, que
consideran la mente "tanquam tabula rasa" al nacer el individuo, y que se
irá llenando, o escribiendo según esta metáfora, a lo largo de la vida con las
experiencias y contenidos específicos. También el modelo de ordenador
propio de la psicología cognitiva computacional concibe la mente como un
procesador de propósito general. La epistemología genética de Piaget y la
psicología sociocultural de Vygotski, se sitúan asimismo en este marco.

La concepción modular caracteriza la mente como un conjunto de


subsistemas o módulos especializados en procesar información, memorias
diversas, inteligencias múltiples, etc. Cada módulo es específico y
especializado en un tipo de proceso o actividad. Así serían diferentes los
módulos o sistemas responsables del lenguaje, la fabricación de
herramientas, la orientación en el espacio, la interacción con otras personas
en las relaciones sociales, el autocontrol personal. Tales módulos no están
localizados en compartimentos, sino muy distribuidos en el cerebro, pero las
redes neurales que los componen están altamente especializadas (15, 16,
17, 18).

Particularmente la neuropsicología experimental y clínica confirma la


arquitectura modular de la mente. Los estudios de las afasias, amnesias,
agnosias, apraxias, etc. evidencian la organización funcional del cerebro de
tipo modular. Los estudios con PET y IRMF muestran cada vez con más
detalle las áreas y módulos cerebrales responsables de procesos mentales
(1,2,3,15,16,17,18).

También desde otras ciencias como la psicología evolucionista y la


primatología se confirma la teoría modular. La mente humana es resultado
de un largo proceso filogenético, en el que han ido apareciendo sucesivas
estructuras cerebrales para enfrentarse a problemas distintos, adaptarse,
sobrevivir y dejar descendencia (20).

El modelo estándar de las ciencias sociales ha impuesto como


académicamente correcto, y también políticamente, la consideración de que
las diferencias entre los seres humanos, y más concretamente entre
hombres y mujeres, son debidas predominantemente al medio sociocultural,
los aprendizajes y socialización. Pero estos supuestos ambientalistas en
extremo son muy difíciles de mantener ante las investigaciones disponibles
(21,22).

Conviene dejar sentado que las diferencias en capacidades mentales ligadas


al sexo son también de carácter modular, y no se trata de defender

5
superioridad mental general o global de un sexo frente a otro, como a veces
se ha querido probar mediante el cociente intelectual o medidas similares.

Como tendencia general, las mujeres superan a los hombres en las pruebas
de velocidad perceptiva, cuando hay que identificar rápidamente objetos
concordantes. También en pruebas de fluidez en la ideación, por ejemplo
enumerar objetos que sean del mismo color; y en pruebas de fluidez verbal,
en las que se han de encontrar palabras que empiecen con la misma letra.
Se comportan con más éxito en tareas manuales de precisión, que
requieren una coordinación motriz fina. Realizan mejor que los hombres las
pruebas de cálculo matemático.

Los hombres superan a las mujeres en determinadas tareas espaciales,


como en las tareas que implican hacer girar mentalmente un objeto.
Muestran mayor precisión que las mujeres en habilidades motoras dirigidas
a un blanco, como lanzar o interceptar proyectiles. Realizan mejor las
pruebas de identificación de figuras en marcos complejos, por ejemplo
encontrar una determinada figura u objeto escondida en una figura más
compleja. También superan a las mujeres en pruebas de razonamiento
matemático (23, 24, 25, 26).

Pero conviene hacer algunas precisiones respecto a las diferencias


señaladas entre hombres y mujeres. Se trata de medidas estadísticas, que
establecen medias de puntuación, de las que cualquier individuo puede
distanciarse más o menos. Dado que en muchas pruebas que dan valores
medios de las diferencias de origen sexual existe una superposición muy
grande de los resultados de hombres y mujeres, es preciso tener en cuenta
las variaciones dentro de cada sexo para poder estimar con más fiabilidad
las diferencias entre los sexos. Por ejemplo, si en una prueba la puntuación
media es de 105 para las mujeres y 100 para los hombres, los resultados de
las mujeres se distribuyen de 100 a 110, y los de los hombres de 95 a 105,
la diferencia sería más significativa que si los resultados variaran en las
mujeres entre 50 y 150, y en los hombres entre 45 y 145. En tal caso la
superposición de puntuaciones sería mucho mayor.

La desviación típica proporciona una medida de la variación de las


puntuaciones registradas en el interior de un grupo. Para comparar la
cuantía de la diferencia debida al sexo en tareas distintas, se divide la
diferencia entre grupos de sexo por dicha desviación típica, obteniendo un
cociente denominado "efecto de tamaño" que suele considerarse pequeño
cuando es inferior a 0,5. Distintos estudios parecen mostrar que las
diferencias entre sexos son menos significativas en pruebas de vocabulario,
razonamiento, fluidez verbal e ideativa, donde las mujeres tienden a
superar a los hombres. Y son más acusadas y significativas en pruebas tales
como rotación espacial, precisión en puntería, a favor de los hombres.

Las diferencias en las capacidades mentales por razón de sexo no sólo


aparecen después de la adolescencia. Ya están presentes desde edades
tempranas como han mostrado diferentes estudios transversales y
longitudinales desde los primeros años de vida (24, 27, 28 ).

Además de los estudios de carácter más psicométrico que se han venido


realizando tradicionalmente en el marco de la psicología diferencial y
evolutiva sobre diferencias en capacidades mentales ligadas a sexo, se han

6
realizado estudios sobre la influencia de las hormonas sexuales en la
conformación del cerebro. Las hormonas sexuales no sólo transforman los
genitales, también condicionan los comportamientos, al modificar la
estructura neural del cerebro (12, 13, 14).

Los efectos de la exposición a las hormonas sexuales son distintos según el


momento de la vida en que se producen. Cuando la edad es más temprana,
periodo uterino, los efectos son más duraderos, al modificar la organización
cerebral de forma más permanente. Son más organizativos y estructurales
al aplicarse en periodos más sensibles. Las mismas hormonas aplicadas en
etapas posteriores de la vida causarán efectos menores.

Los estudios con roedores han sido especialmente reveladores. A diferencia


de los seres humanos, en las ratas la diferenciación sexual cerebral no se
produce en el periodo fetal, sino inmediatamente después del nacimiento.
Por ello los experimentos son más fáciles de realizar. Cuando a un ratón con
genitales masculinos se le priva al nacer de andrógenos, mediante
castración o bloqueo de la función hormonal, se debilita su comportamiento
sexual masculino como la copulación con hembras, y en cambio se
refuerzan comportamientos femeninos como arqueado del dorso.
Paralelamente, si a una hembra, al nacer, se le administra andrógenos
mostrará en la edad adulta más comportamientos de tipo masculino, su
cerebro será de tipo masculino. La rata tiene cuerpo de hembra y cerebro
de macho.

El comportamiento reproductor depende del hipotálamo. Estudios han


demostrado que un área basal del hipotálamo aparece mayor en los ratones
machos que en las hembras. Tal incremento está en función de los
andrógenos en etapas prenatal y postnatal. También en el cerebro humano
se han encontrado tales diferencias (12, 13, 14).

Los efectos de la temprana exposición a las hormonas sexuales no se


limitan al comportamiento sexual o reproductor, también se expresan en
otros comportamientos diferenciales entre machos y hembras, como
orientación espacial y reconocimiento de pautas, juegos, etc. Estos
comportamientos diferenciales se han observado en distintas especies de
mamíferos y también en el ser humano.

Niñas que fueron expuestas en etapa prenatal a dosis altas de andrógenos


evidenciaron en su desarrollo tales diferencias en la línea que venimos
señalando respecto a orientación espacial, resolución de problemas
espaciales, reconocimiento de patrones, velocidad perceptiva, razonamiento
matemático, fluidez verbal.

Algunos estudios incluso han registrado diferencias en tales tareas mentales


en función de los cambios hormonales en el ciclo menstrual de la mujer, y
también dependiendo de los ciclos estacionales del año, tanto en hombres
como mujeres. Cabe afirmar que con tratamiento de testosterona se
masculiniza no solo el cuerpo, sino también la mente, es decir las
propiedades de la organización funcional del cerebro (24, 25, 26, 28).

Otra vía para estudiar las diferencias entre cerebro masculino y femenino es
a partir de las funciones mentales alteradas como consecuencia de lesiones
cerebrales acotadas. En primer lugar respecto a la misma asimetría y

7
lateralización cerebral. Sabemos que el cerebro humano está
asimétricamente organizado de modo que el hemisferio izquierdo procesa la
información y controla la motricidad de la parte derecha del cuerpo,
mientras que el hemisferio derecho controla la parte izquierda del cuerpo. El
hemisferio izquierdo es responsable del lenguaje en el 98% de la población
que es diestra, mientras que en el hemisferio derecho tienden a radicar
funciones de carácter visoespacial y razonamiento matemático. El cuerpo
calloso está formado por el conjunto de fibras neurales que comunican entre
sí los dos hemisferios.

Diferentes estudios han constatado menor asimetría en mujeres que en


hombres, lo que explicaría el hecho de que las lesiones cerebrales en
mujeres suelen tener menos secuelas, por la capacidad de otras áreas
neurales para hacerse cargo de funciones lesionadas. Algunos estudios han
mostrado diferencias en la conformación del cuerpo calloso en hombres y
mujeres. Éstas tendrían mayor cantidad de fibras y conexiones. Otros
estudios no han evidenciado tal dato, pero sí formas diferenciales de
organización funcional (1, 2, 24, 26).

Se han estudiado las capacidades visoespaciales, de orientación y


ejecución, razonamiento matemático de hombres con lesión en el cerebro
derecho; así como las capacidades lingüísticas en mujeres con lesión en el
hemisferio izquierdo. Los estudios de afasias, agnosias, apraxias etc, en
líneas generales parecen indicar una organización funcional del cerebro
diferente en hombres y mujeres, ya desde edades muy tempranas.

Otra fuente de investigación en la actualidad es el estudio de personas con


cerebro sano. Los avances en las tecnologías de neuroimagen está
posibilitando este tipo de estudios. Se han realizado estudios longitudinales
con más de quince mil niños y niñas a lo largo de dieciseis años, registrando
los comportamientos manifiestos y rendimiento en tareas como juego,
razonamiento verbal y matemático, orientación espacial y resolución de
problemas, motricidad y velocidad en la ejecución, etc., registrando también
la actividad cerebral diferencial de unos y otros.

Se han realizado tratamientos de cambio de sexo a base de testosterona,


analizando comportamientos tales como: orientación espacial, rapidez
motora, memoria visual y lingüística, reconocimiento de rostros, respuestas
emocionales, registrando a la vez los cambios en el funcionamiento de
áreas cerebrales a lo largo del proceso de masculinización. Tales cambios
en áreas y pautas de activación neural se evidencian con sólo seis meses de
tratamiento en personas jóvenes.

Un estudio con sesenta y una personas adultas, treinta y siete hombres y


veinticuatro mujeres, y una media de veintisiete años de edad, han
mostrado diferencias significativas entre ambos sexos en diecisiete zonas
del cerebro, de veintiseis áreas estudiadas. Los datos están en sintonía con
lo señalado hasta aquí. Cabe resaltar las diferencias registradas en las
regiones del sistema límbico. Los hombres muestran mayor actividad en las
regiones basales, temporales, del sistema límbico, mientras que en las
mujeres la activación es mayor en el área tálamo-cingular .

En el comportamiento emocional, los hombres tienen mayor tendencia a


expresar su estado emocional mediante conductas agresivas, mientras que

8
las mujeres prefieren la mediación simbólica, la verbalización y la expresión
oral (24, 28).

Aportaciones desde otras disciplinas como la paleontología y la psicología


evolucionista proporcionan claves para dar cuenta de las diferencias en
capacidades mentales de hombres y mujeres. Parece razonable aceptar que
tales diferencias son resultado de un proceso evolutivo que recogió, por
selección natural, aquellas ventajas adaptativas para la supervivencia de la
especie. El cerebro humano es el resultado de millones de años de
evolución, hasta las últimas conquistas de nuestra especie, el lenguaje,
hace unos ciento cincuenta mil años.

A lo largo de miles de años de nuestra historia filogenética, el hombre vivía


en grupos limitados de cazadores-recolectores con división del trabajo entre
los sexos. Los varones se encargarían de la caza mayor, que exigía recorrer
largas distancias, orientarse en los desplazamientos, representar mapas
mentales del territorio, desarrollar rapidez en el lanzamiento de proyectiles,
etc. También eran responsables de la defensa del grupo contra
depredadores y enemigos. Las mujeres recolectarían alimentos, atenderían
el hogar, preparando comida, vestimenta, y especialmente volcadas a la
atención, protección y cuidado de los hijos.

Tales especializaciones habrían dispuesto diferentes presiones de selección


a varones y mujeres. Aquellos necesitarían encontrar caminos a través de
largas distancias y habilidades motrices para acertar en un blanco. Las
mujeres precisarían orientación en espacios próximos, amplitud de memoria
para los detalles, capacidades motrices finas, y una especial discriminación
para los pequeños cambios en el entorno, muy especialmente en el aspecto
y comportamiento de los hijos, sus necesidades y demandas, sus estados
emocionales (29, 30).

Conclusiones

Las diferencias en las conductas de machos y hembras comprenden un


amplio espectro, desde actos reflejos hasta comportamientos más
complejos. Las diferencias en los diferentes niveles de complejidad
conductual están en función de diferencias en la organización del cerebro.
Ciertamente los conocimientos disponibles sobre la base neural de estas
diferencias es más consistente en los experimentos con animales. Pero las
evidencias sobre las diferencias en los cerebros humanos relacionadas con
el sexo son también manifiestas.

Los dimorfismos encefálicos en función del sexo, especialmente en el área


hipotalámica y cuerpo calloso, están sólidamente establecidos en animales
de laboratorio, particularmente en roedores y primates. El desarrollo de
tales dimorfismos sexuales en el sistema nervioso central es resultado del
sexo genotípico y la acción de las gónadas con las hormonas producidas.

Las áreas del hipotálamo aparecen especialmente implicadas en los


dimorfismos sexuales. En ratas y monos, los núcleos de esta región cerebral
desempeñan una función clave en los mecanismos de pulsión sexual,

9
copulación, orientación sexual, relaciones parentales. Si bien no se pueden
extrapolar mecánicamente estos resultados de investigación animal al
comportamiento humano, y los dimorfismos sexuales del cerebro humano
son más complejos, con los datos disponibles, parece razonable admitir que
la acción de las hormonas sexuales en el cuerpo, y particularmente en el
cerebro, conforma redes neuronales y procesos bioquímicos diferentes en
hombres y mujeres, ya desde los primeros meses de vida intrauterina,
posibilitando así aspectos diferenciales en el continuum del comportamiento
humano, desde el comportamiento sexual hasta los procesos cognitivos,
lingüísticos y emocionales. Parece establecido que hay diferencias
relevantes ligadas al sexo en los cerebros-mentes de hombres y mujeres. Y
tales diferencias se van conformando desde edades tempranas de vida
intrauterina (11, 12, 13, 14, 33).

Pero también es incuestionable que las experiencias y aprendizajes en


entornos socioculturales reestructura y organiza el cerebro, recablea las
redes neurales, como han dejado establecido estudios de cerebros de
personas con profesiones tan distintas, como taxistas, pianistas, violinistas,
etc. Y también la reestructuración que como consecuencia de aprendizajes y
rehabilitación ocurre en el cerebro de personas con lesiones, ceguera,
sordera, afasia, amnesia, etc. (1, 2, 31, 32, 33).

Nuestro cerebro no evolucionó para poder leer, escribir, manejar un


ordenador, pilotar una nave espacial, y tantas cosas más, pero puede
realizar todo eso y mucho más gracias a las estructuras conseguidas
mediante selección natural para adaptarse a otros tipos de demandas en
medios naturales y sociales muy distintos a los de nuestro tiempo. Parece
también plausible aceptar que en el futuro las exigencias con las que se ha
de enfrentar el cerebro humano de hombres y mujeres, condicionarán el
cableado de sus cerebros, posibilitando capacidades y aptitudes, modos de
pensar, sentir y comportarse. Sociedades y culturas más simétricas y
equilibradas, con roles y profesiones compartidas por personas de uno y
otro sexo también dejarán su impacto en la conformación física de los
cerebros y por tanto en los tipos y modalidades de mentes de hombres y
mujeres.

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