TEMA 4. Metafísica
TEMA 4. Metafísica
LA EXPLICACIÓN
METAFISICA DE LA
REALIDAD
1. La metafísica
1.1 Origen del término
1.2 Ramas de la metafísica
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1. La metafísica
¿Cuál es la esencia de las cosas? ¿Qué tipo de cambios pueden experimentar las cosas sin
dejar de ser lo que son? ¿Eres la misma persona que eras hace 10 años? ¿Existen otras
entidades, además de los objetos físicos que podemos percibir con nuestros sentidos? Los
números, las cualidades, los hechos, Dios… ¿podemos decir que existen del mismo modo
que decimos que existe una mesa? ¿Somos los seres humanos meros objetos físicos o, en
cambio, existe algo en nosotros que sea no-físico? ¿Qué significa ser consciente? ¿Qué
significa que un hecho sea causa de otro hecho? ¿Por qué hay algo en lugar de nada?
Hay una rama de la filosofía que trata de abordar estas complicadas cuestiones. Es una
rama cuyo contenido es difícil de delimitar, y para diversos autores los interrogantes que
se plantea carecen de sentido por no tener fácil respuesta. Se puede decir que la metafísica
es, en términos aristotélicos, una “ciencia buscada”, un saber anhelado por la humanidad,
pues trata cuestiones que todas las personas nos hacemos pero que, lamentablemente, no
podemos llegar a responder de un modo definitivo.
En estos escritos que Andrónico tituló Metafísica, Aristóteles esboza el sentido de una
disciplina que él considera fundamental y que se convirtió en el núcleo del saber
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filosófico. Aristóteles ofrece varias definiciones, una de las cuales es: El saber que trata
de <<lo que es en tanto que es>>. Mientras que los demás saberes tratan de algunos
aspectos particulares del ser (por ejemplo, la medicina estudia el ser en cuanto a la salud
o enfermedad), la metafísica sería el estudio o tratado del ser en cuanto que es, es decir,
lo que comúnmente se denomina <<ontología>> (de óntos y lógos, <<estudio de la
entidad>>). La metafísica es, en definitiva, un tipo de saber más global y ambicioso que
el de las ciencias particulares porque trata también de dar cuenta de aquellos aspectos de
la realidad que, por no ser puramente observables o por ser de difícil respuesta, quedan
fuera de las consideraciones científicas.
Desde Aristóteles se ha venido desarrollando la metafísica como una disciplina con las
características que hemos indicado más arriba. Ahora bien, en el siglo XVIII, Wolff
propuso una forma de organizar los distintos contenidos de la metafísica hasta el
momento, que es la siguiente:
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temas que se plantea son la existencia de dios, la relación de dios con el
mundo y el problema de la existencia del mal.
Una de las palabras griegas más peligrosas para la filosofía era el verbo eînai (ser, estar,
existir), que había generado tantas dificultades a pensadores previos como Parménides y
Platón. Aristóteles dedica a este problema su conocida doctrina de las categorías.
Aristóteles insiste en que <<ser se dice de muchas maneras>>. Esas diversas maneras de
decirse el verbo ser constituyen las categorías. Lo que el verbo ser atribuye al sujeto es el
predicado. Por eso hay tantas categorías como tipos de predicados. Precisamente la
palabra griega kategoría significa <<predicado>>.
Por lo tanto, para Aristóteles las categorías (kategoríai) son los diversos tipos de
predicados, los diversos significados del verbo <<ser>> (es decir, del verbo eînai), las
diversas posibilidades de predicar o decir una cosa de otra, que es el sujeto. Las
categorías serían diez: entidad (ousía), cuánto, cuál, respecto a algo, dónde, cuándo,
postura, llevar puesto, hacer y padecer. Para establecer esta lista, probablemente
Aristóteles pensara en algún compañero de la Academia y se preguntara cuántos tipos
distintos de cosas es posible decir o predicar de él. Así:
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La categoría más importante es la de entidad. Tan importante es para Aristóteles, que en
realidad bajo ese nombre nos presenta dos nociones muy distintas: la de entidad concreta
y la de entidad abstracta. La entidad concreta (la llama entidad primera) es la cosa
singular que existe independientemente; en este caso Platón, o este o aquel árbol
particular, o este o aquel perro particular, etc. La entidad abstracta (la llama entidad
segunda) es la forma común a todos los individuos de un mismo tipo, la especie o el
género; en este caso el ser humano (en general) o el árbol o el perro en general. Esta
entidad segunda se correspondería con los universales o Ideas platónicas: Toby es un
perro, pero también lo son Rex y Kira. La entidad segunda puede predicarse de la
concreta, como cuando decimos que esta entidad concreta que ladra ante mí es un perro.
Pero la entidad primera no puede predicarse de nada, no es un predicado, sino el
sujeto de todo predicado posible. Además, si decimos de un perro concreto que es un
perro o un animal, estamos predicando de él una entidad segunda que en él se realiza. Si
decimos de él que es negro o que está tumbado o que ladra, estamos predicando de él su
color (cualidad), su posición (postura) o su acción. Pero, así como este perro concreto
existe independientemente y en sí mismo, su color, su postura y sus ladridos no
existen con independencia de él, sino solo en cuanto que están o se dan en él. Por lo
tanto, para Aristóteles lo fundamental es la entidad primera o concreta, que es el
sujeto de todos los predicados posibles.
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de la inmutabilidad universal que se habían formulado desde Parménides. Por lo tanto, el
cambio es siempre la sustitución de una forma por otra en un sustrato, la actualización de
una potencia. La forma sustituida puede ser la forma entitativa, en cuyo caso el sustrato
deja de ser el tipo de cosa que era para pasar a ser algo completamente distinto, otra
entidad (aquí tendría lugar un cambio en la esencia de la cosa); o puede ser la forma
accidental, en cuyo caso la entidad permanece y simplemente sufre un cambio accidental
(cambia su cantidad, su cualidad, su lugar…). Por ejemplo, cuando una semilla pasa a ser
un árbol tiene lugar un cambio en la forma entitativa, pues la semilla deja de ser una
semilla y pasa a ser otra cosa. Pero cuando alguien se sonroja tiene lugar un cambio
accidental, pues el ser humano no deja de ser lo que es al sonrojarse. Además, Aristóteles
entiende que el sustrato de todas las cosas es la materia (hýle), que es eterna y es
potencialidad pura. Es decir, la materia en sí misma no es nada en acto, pero es
potencialmente cualquier cosa. Para ello, la materia necesita de una forma (morphé,
eîdos), que puede ser una forma entitativa (la entidad segunda, que se corresponde con
la Idea platónica) o una forma accidental (cualidad, cantidad, posición…) Esta
concepción de las cosas como constituidas por una mezcla de materia y forma se conoce
como hilemorfismo.
Por último, cabe señalar que Aristóteles dedica algunos libros de su Metafísica a la teoría
de lo <<que es en cuanto que es>> (ontología) y un libro a su teología o noción de dios.
Puesto que, como hemos visto, para Aristóteles lo más importante es la entidad concreta
o sustancia, su metafísica es una ontología de la entidad. Para Aristóteles la realidad está
constituida por entidades concretas, que permanecen bajo los cambios accidentales y que
constituyen el sustrato de las cualidades. Por último, como vimos en el tema 2, Aristóteles
considera que la esfera de las estrellas fijas debe ser movida por algo. No obstante, ese
algo no será material, pues fuera del universo no hay materia y sin materia no hay cambio.
Ese algo será inmóvil y moverá sin moverse, será un motor inmóvil. Ese motor inmóvil
es forma pura, sin mezcla de materia y, por tanto, acto puro, sin mezcla alguna de
potencia. Es la única entidad inmaterial del cosmos y, puesto que la forma y el acto son
los principios de la determinación y la perfección, es lo más perfecto que hay, es el dios
por excelencia, el objeto de estudio de la filosofía primera o teología.
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3. Críticas modernas a la metafísica: empirismo y criticismo
Como hemos visto, el programa empirista iniciado por John Locke tuvo como
consecuencia un análisis riguroso de algunas ideas que la metafísica tradicional había
adoptado de manera incuestionada a lo largo de toda la Edad Media. Esta tendencia crítica
del empirismo, agudizada por la obra del escocés David Hume, culminó en la Crítica de
la razón pura de Kant, en la que éste se planteaba si la metafísica era posible o no como
ciencia. Al respecto, Kant señala:
Para Kant la metafísica, si bien es producto de una tendencia natural del ser humano,
excede sus capacidades cognoscitivas. Estas críticas, que Kant desarrolla de manera
rigurosa y metódica, serán después perpetuadas por otros pensadores, de una forma
mucho menos elaborada y meditada hasta la actualidad.
Textos.
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Ya en pleno siglo XVIII un conocido diccionario de la época, el de Samuel Johnson,
define al <<deísta>> como <<hombre que se limita a reconocer la existencia de Dios, sin
más artículo de fe>>. Al admitir la existencia de dios, el deísta no se opone al cristiano,
sino al ateo; así se opusieron manifiestamente, por ejemplo, Voltaire y Rousseau, ambos
deístas, al ateísmo de los filósofos de la Enciclopedia, como Diderot y D’Alembert. Pero
al negarse a admitir cualquier repertorio de dogmas sobreañadido a la existencia del Ser
divino, como la idea de que dios se preocupa por el ser humano, el deísmo se opone
también al cristiano. Por su parte, el teísmo es más moderado y, si bien pretende criticar
también la superstición y fanatismo de las religiones tradicionales, considera que dios es
más cercano al ser humano y tiene cierta relación con su existencia personal (providencia
divina). Estos conflictos darían lugar al surgimiento del ateísmo, que se iría expandiendo
desde la Ilustración y que, posteriormente, tomará consistencia filosófica con pensadores
como Marx o Nietzsche. En oposición a las posturas previamente definidas se da también
el fideísmo (del latín fides -fe-), que es la postura según la cual nada es posible decir
racionalmente acerca de Dios, su naturaleza o existencia, por lo que la creencia es una
cuestión que atañe exclusivamente a la fe, por muy absurdo o misterioso que pueda
parecer.
Con respecto a los argumentos en favor de la existencia de dios, se han propuesto dos
tipos de argumentación:
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5.1 Argumentos a favor
Las pruebas o intentos de prueba más importantes que se han ofrecido son:
Ahora bien, ¿es esto suficiente para probar la existencia de Dios? Para el filósofo David
Hume, siempre debe haber una presunción contra la existencia de un milagro: hay muchas
más pruebas a favor de las leyes naturales que a favor de los milagros; es bien sabido que
la gente dice mentiras y comete errores, por lo que es más probable que esto ocurra a que
la naturaleza se haya trastornado.
Observamos que todas las cosas visibles tienen una causa eficiente (que es el agente
causante o creador de esa cosa, por ejemplo, el carpintero es la causa eficiente de la
mesa). Ahora bien, nada es causa eficiente de sí misma; la causa es siempre distinta de lo
causado. Así pues, si algo es causado, será causado por otra cosa distinta, su causa, que a
su vez puede ser causada por otra, etc. Pero no podemos admitir una serie infinita de
causas y objetos causados. Si la serie es infinita, ¿cómo es posible que hayamos llegado
al efecto presente si han tenido que concatenarse una serie infinita de causas y efectos?
Por lo tanto, ha de haber una causa eficiente primera e incausada (que no sea causada
por otra cosa, sino que sea causa de sí misma o causa sui), la cual no necesita, por tanto,
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de otra causa distinta de sí misma para existir. A esa causa eficiente primera e
incausada (Dios es causa de sí mismo) la llamamos Dios.
D. Argumento de la contingencia
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E. El argumento del designio o argumento teleológico
Si hay una casa, suponemos que hay, o que hubo, un arquitecto; y si hay un reloj, un
relojero. El orden o finalidad (la palabra teleología procede del griego τέλος, telos:
"fin", "propósito") que apreciamos en el mundo, en particular en los seres vivos, parece
invitarnos a inferir la existencia de un arquitecto supremo a cuyo inteligente designio
obedece ese orden. A esta inferencia se la conoce como argumento del designio. Su origen
se remonta a Platón y Aristóteles, es la quinta de las <<vías>> propuestas por Tomás de
Aquino y fue en el siglo XVIII la prueba más popular de la existencia de Dios entre los
deístas y los teístas.
Este argumento afirma que, si observamos el universo y todos sus componentes, podemos
concluir que la perfecta organización de todos ellos, la complejidad de sus procesos y la
disposición de sus elementos es obra de una inteligencia, de un plan o diseño.
Difícilmente podríamos explicar la complejidad del organismo humano, con todos sus
elementos funcionando al unísono, apelando simplemente al azar. Si, por ejemplo, nos
encontráramos un reloj en un desierto de arena, nunca supondríamos que su existencia y
estructura ha surgido del azar y la casualidad: inmediatamente inferimos que algún ser
humano lo ha creado, que ha habido detrás una inteligencia que lo ha construido. Pues
exactamente lo mismo sucede con el universo: su complejidad y regularidad nos lleva a
pensar que es obra de una inteligencia superior a la humana.
Han sido muchos los pensadores e incluso los científicos que han defendido esta postura:
<<la soberana belleza del sistema formado por el Sol, planetas y cometas sólo podría
proceder del consejo y el dominio de un ser inteligente y poderoso>> (Isaac Newton.
Principios matemáticos de filosofía natural). Desde la publicación en 1859 de El origen
de las especies de Darwin, el argumento del designio ha perdido gran parte de la fuerza
que tenía previamente. No obstante, en la actualidad este argumento pervive a través de
una reformulación que recibe el nombre de “Diseño Inteligente” y que, normalmente,
trata de enfrentarse a la teoría de la evolución darwiniana.
F. El argumento ontológico
A diferencia de los demás, este argumento es a priori y fue formulado por San Anselmo
de Canterbury (1033-1109). San Anselmo comienza citando la Sagrada Escritura: <<El
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necio dijo en su corazón: no hay Dios>>. A partir de aquí, arguye que hasta los ateos
deben tener una idea de Dios, puesto que de otra forma no sabrían ni siquiera qué
significan sus palabras “no hay Dios”. Ahora bien, ¿en qué consiste esa idea que incluso
el necio posee en su corazón? La idea de Dios es la de <<un ser mayor del cual nada
puede pensarse>>. Con ello quiere decir que no podemos imaginar o concebir algo mayor
que Dios, pues la idea de Dios es la de un ser omnisciente, omnipotente y completamente
perfecto.
A continuación, San Anselmo afirma que hay dos tipos de existencia: la existencia en la
mente y la existencia en la realidad. Sabemos que la idea de Dios existe en la mente
humana, pero ¿existe también en la realidad? En su opinión, la existencia en la mente es
un tipo de existencia menos perfecto que la existencia en la realidad. De esta forma, si
Dios existiese sólo en la mente, sería menos perfecto que si existiese en la realidad. Si
Dios existiese sólo en la mente, podríamos ser capaces de concebir un ser más perfecto
que Dios, a saber, un ser que existiese también en la realidad. Por lo tanto, el ser más
perfecto que podamos concebir debe existir también en la realidad. Este argumento se
denomina ontológico porque de la esencia de Dios como idea en la mente humana,
se infiere la necesidad de su existencia en la realidad. Descartes reutilizará este
argumento en su filosofía.
Para el ser humano es un hecho que existe el mal en el mundo, tanto físico (dolor,
enfermedad, muerte, catástrofes), como moral (injusticia, crímenes, guerras). El problema
filosófico del mal surge cuando uno se pregunta por la razón de ser de este hecho. Desde
los supuestos del teísmo, la solución del problema exige conciliar dos premisas
antagónicas: 1) la experiencia del mal en el mundo, y 2) la creencia en un Dios que es
sabio, bueno, poderoso en grado sumo y que se preocupa por el ser humano
(Providencia divina). Es decir, si existe el mal en el mundo, ¿cómo es posible justificar la
existencia de un Creador sumamente bondadoso y omnipotente? ¿Por qué no ha creado
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el mundo de otra manera, evitando el sufrimiento y las injusticias? ¿Es que acaso no
quería hacerlo? ¿Es que no podía? ¿Es, por lo tanto, omnipotente? ¿Es ese Dios
bondadoso?
A) La existencia del mal no es responsabilidad de Dios sino del ser humano, que
es un ser libre y, por lo tanto, tiene capacidad tanto para cometer el bien como para
cometer el mal. Es decir, al comprender Dios que la libertad humana es un bien preciado,
decidió otorgársela al ser humano, a riesgo de que dicha libertad pudiera dar lugar a
conflictos y a la tendencia del ser humano hacia el mal. Esta explicación, no obstante,
puede valer para las guerras o asesinatos, pero ¿vale también para los desastres naturales,
las enfermedades y la muerte natural del ser humano? De igual modo, ¿no es
responsabilidad de Dios lo que hace el ser humano con su libertad, puesto que, al ser
omnisapiente, debía saber lo que iba a ocurrir inevitablemente con ella?
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desgracias; o bien que se trata de un error de perspectiva, de tal modo que los defectos
puntuales pueden contribuir a la belleza y perfección de la totalidad del universo, al igual
que en un cuadro un pequeño defecto puede contribuir a la belleza global del dibujo. Así,
mi sufrimiento personal puede enmarcarse en un plano más amplio de perfección. Desde
nuestro punto de vista la muerte de un pariente puede parecer un gran mal, pero tal vez
desde una perspectiva mayor, que incluye la totalidad de la existencia, dicha pérdida no
constituye un auténtico mal, sino que es solamente una pequeña pieza de un plan mayor
e incognoscible.
D) Por último, otra posible respuesta pasa por considerar que es inapropiado
tratar de aplicar ciertas nociones humanas a la naturaleza de Dios. Así, por ejemplo,
nosotros aplicamos nuestra noción de bondad humana a Dios, pero tal vez la bondad
divina sea de una naturaleza distinta a la humana. De esta forma, podríamos decir que
Dios es bueno, pero esta bondad está más allá de nuestra limitada noción de bondad, que
es puramente humana. No obstante, ¿no sería más bien esta bondad de Dios como una
especie de poder ilimitado que, en la práctica, no se corresponde con lo que el ser humano
entiende por bondad?
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