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LA FILOSOFÍA ESPAÑOLA: Una filosofía por descubrir

Juana Sánchez-Gey Venegas.


Universidad de La Laguna

1. Filosofía y cultura

Vamos a precisar, en primer lugar, a qué llamamos filosofía, distinguiéndola así de


cualquiera otra de las actividades humanas que constituyen la cultura. Definimos
cultura como aquello que acontece en la vida humana y que sólo el hombre es
llamado a crear y transformar, cultura es, pues, el conjunto de manifestaciones ya
sean artísticas, ideológicas o sociales que se dan en cada época. Ortega la definía
como "Aquel sistema de actitudes que da sentido y coherencia a la vida".

Por otra parte, la filosofía es una de estas actividades humanas que consiste
singularmente en un cuerpo de razonamiento al que conviene una argumentación
coherente, científica, alejada, por tanto, de la mitología o la simple opinión. Esta
reflexión o razonamiento tiene como meta desvelar la verdad acerca del mundo y de
la existencia, particularmente de la existencia humana.

Nuestro problema ahora, tras estas definiciones puntuales, está en discutir si existe en
España una filosofía, o sólo podemos hablar de nuestra cultura, reconociendo su
mayor o menor calidad según las épocas, y pregonando los momentos de brillantez,
de todos reconocida.

2. La polémica acerca de la filosofía española

El tema que nos ocupa no es de ahora, y no es de ahora porque por muy autocrítico
que sea un pueblo y dado un grado de civilización, difícilmente podrá rechazar que
se da en su suelo una variedad de manifestaciones culturales; veremos, sin embargo,
que al enjuiciar nuestro pasado filosófico se ha dado una enorme polémica a la hora
de admitir que en España ha existido reflexión teórica. Por esto, vamos a tratar de
analizar esta polémica acerca de la filosofía española en dos momentos históricos:

1. El origen de esta polémica


2. El estado de la cuestión en la actualidad.

2.1. El origen.

Resulta hoy ya muy conocido el famoso debate que se abre a raíz de unas
palabras de Gumersindo Azcárate en 1876, cuando se produce su separación de la
Cátedra por causa de su firma en un documento de protesta dirigido al ministro
Orovio, que impedía la libertad de enseñanza; el texto dice así:
Según que, por ejemplo, el Estado ampare o niegue la libertad de la
ciencia, así la energía de un pueblo mostrará más o menos su peculiar
genialidad en este orden y podrá hasta darse el caso de que se ahogue
casi por completo su actividad, como ha sucedido en España durante
tres siglos1.

La polémica –como han estudiado diversos autores, entre ellos los profesores
Abellán2 y Laín Entralgo3- surge entre tres grupos que sustentan diferentes opiniones
y aún en algunos de ellos con diversas matizaciones, como ocurre en los krausistas,
que apoyan el parecer de Azcárate; un segundo, lo forman los católicos integristas,
que quedan anclados en el tomismo y, en tercer lugar, el aparece de Gumersindo
Laverde y Marcelino Menéndez Pelayo, que afirman con contundentes
documentación bibliográfica la existencia de una filosofía española.

Si nos referimos en primer lugar a los krausistas, hay que entender que no
todos apoyaron el planteamiento de Azcarate, que él mismo matizó posteriormente al
ver la importancia que se había dado a sus palabras. Federico de Castro, catedrático
de Metafísica en Sevilla y krausista ortodoxo, no sólo admite la existencia de la
filosofía en España, sino que empeña su esfuerzo en desentrañar una genuina
filosofía española. Otro krausista, Francisco de Paula Canalejas, años antes de que se
despertara esta polémica y, por tanto, sin la actitud irritada por la pérdida de la
libertad de enseñanza que tal vez moviera a Azcárate, escribía:

"En estos momentos, los menos dado a estudios filosóficos


sienten ya que germina entre nosotros el espíritu filosófico"4.

Por otra parte los católicos integristas rechazan toda filosofía progresista o
moderna, puesto que la filosofía absoluta llegó a su culminación la Edad Media,
según esta concepción.

Por último, el grupo más independiente –y también el más competente, pues


recorría a la documentación histórica como el mejor argumento para defender la
filosofía española, estaba representado por los historiógrafos Gumersindo Laverde y
Marcelino Menéndez Pelayo. No podemos ahora recurrir al imponente aparato
bibliográfico que cita este historiador santanderino para justificar su defensa;
trataremos muy sucintamente de reseñar algunos de los logros teóricos que han
germinado en nuestra geografía y que, en muchos casos, constituyen verdaderas
escuelas que influyen más allá de nuestras fronteras: el lulismo, precursor de la
lógica simbólica; el derecho o la ética internacional, propugnado por Suárez y
Vitoria, el pacifismo, inaugurado por Vives y que junto a los estudios de
caracteriología de Hurte constituyen el inicio de la modernidad o el senequismo, al
que los historiadores de diversas nacionalidades han dedicado sus esfuerzos.

1
G. DE AZCARATE Y MENÉNDEZ. El self-Government y la Monarquía doctrinaria, Madrid,
1877.
2
J. L. ABELLÁN. "Menéndez Pelayo y la polémica de la ciencia española". Salamanca, Cuadernos
Salmantinos de Filosofía II, 1975, Págs. 363-376.
3
P. LAÍN ENTRALGO. "El problema de España en el siglo XIX", en España como problema.
Madrid, Aguilar, 1962.
4
FCO. DE P. CANALEJAS Y CASAS. Estudios críticos de filosofía, política y literatura. Madrid,
Carlos Baillo-Baillière, 1872, Pág.0 196
Creemos que no se puede dejar de reconocer que han existido periodos
verdaderamente sobresalientes en nuestra historia de la filosofía, bástenos en fin
ceñirnos a un momento, aquél en que nosotros, aún pesa sobre nuestro pensamiento.
Desde el siglo XIX, repasemos ahora cuál era la realidad de la filosofía española. En
este siglo se vive en España con verdadero auge el desarrollo de distintos
movimientos filosóficos:

A.- En la primera mitad del siglo XIX hubo gran influencia de los movimientos
filosóficos franceses, desde la tradición católica (Donoso Cortes), al sensualismo,
tanto materialista (Pedro Mata) como mitigado (Félix José Reinoso, Alberto Lista y
Juan José Arbolí) o el eclecticismo de Víctor Cousin (Uribe y García Luna).

B.- El hegelianismo, que surge en Sevilla a partir de 1851 y en el que destacan


Cantero y Ramírez, Benítez de Lugo, Fabié y Escudero, Álvarez de los Corrales,
Escudero y Perroso, y dos políticos, como Emilio Castelar y Pi y Margall.

C.- El krausismo, del que ya hemos destaco algunas figuras; señalemos ahora que
tendrá tres focos importantes en las Universidades de Madrid, Oviedo y Sevilla y
que, gracias a la pléyade de docentes adeptos dispersados en otras Universidades e
Instituto de Enseñanza media de toda España, se difunde ampliamente por toda
nuestra geografía.

D.- La filosofía inglesa tendrá especialmente dos centros de influencia: la escuela


escocesa, representada por los profesores de la Universidad de Barcelona Martí d'
Eixalá y Llorens i Barba y el pensamiento jurídico de Bentham, cultivado en
Salamanca por personalidades como Joaquín Escriche, Joaquín de Ferrer y Valls,
Baltasar Anduaga y Espinosa, Ramón de Salas y Toribio Núñez.

E.- Por ultimo, desde 1875 irrumpe el positivismo, ya sea desde las corrientes
krausistas, denominadas ahora por Adolfo Posada "krausopositivistas" o desde
tendencias neokantianas. Desde estas posiciones científicas se acoge con fuerte auge
el evolucionismo biológico de Darwin y el filosófico de Spencer, así como la
filosofía social de Augusto Comte. Destacaremos algunos representantes positivistas
como el neokantiano Manuel de la Revila, a Salvador Calderón que, aunque
madrileño de origen, ejerce su labor en el Instituto de Las Palmas de Gran Canaria y
en Sevilla como Catedrático de Historia Natural; Antonio Machado Núñez, gaditano,
estudia en su ciudad Medicina, pero ejerce su labor docente en Sevilla, como su hijo,
Antonio Machado y Álvarez, padre de Antonio y Manuel Machado, el cual inició en
España los estudios folklóricos y muchos otros.

Hemos querido resaltar el siglo XIX porque es representativo de dos


circunstancias que revelan la abundancia tan nutrida de pensadores y el despliegue de
tendencias contrapuestas que merecen el calificativo con que se ha denominado a
esta época: "siglo de plata español". Por esta razón nos sentimos cenca del juicio de
Araquistáin en su obra Pensamiento español contemporáneo cuando subraya el
carácter filosófico de personalidades políticas:
La efímera República Española de 1873 fue casi una república
platónica, una república de filósofos5

puesto que de los cuatro presidentes, dos fueron hegelianos (Pí y Margall y Castelar)
y uno krausista (Salmerón).

Por último, creemos que este siglo ilustra también otra característica
fundamental para nuestra historiografía y que estudiaremos más detenidamente en
nuestras conclusiones y ésta es la necesidad de profundizar en la historia de las
filosofías locales. Hemos visto que algunas de estas corrientes filosóficas, como el
hegelianismo y el krausismo, han tenido uno de sus centros mas representativos en
Sevilla y hasta fechas muy recientes (1983, 1985) estos movimientos no habían sido
estudiados. Los estudios actuales de los profesores Gracia Cué (Sevilla) y López
Álvarez (Cádiz), especialistas en estos temas, reconocen, no obstante, que quedan
muchos estudios monográficos y especializados por hacer.

2.2. Estado de la cuestión.

Hemos reconocido que en la actualidad existen por fin estudiosos de la


filosofía española que van sacando a la luz el pasado histórico. Pero aún son
escasísimas las Universidades dotadas de la Cátedra de esa especialidad, inexistente
en os Institutos y son contadas las historias de la filosofía española que se han escrito
en estos últimos años. Destacaremos la obra 6 del catedrático de la Universidad
Complutense José Luís Abellán y la del reconocido hispanista de la Universidad de
Toulouse-le-Mirail, Profesor Alain Guy7.

No obstante, y tal vez estos escaso datos son exponente de ello, persiste la
polémica acerca de la filosofía española, aunque no con la crudeza de 1876. Porque
aún no nos hemos atrevido a llevar a cabo ni mínimamente el proyecto que sobre la
filosfófía española tenía Gumersindo Laverde e 1859, haciendo caso omiso, como
tantas veces, de nuestros antecesores. Las medidas propugnadas eran escuetamente
las que siguen: Fundar una Academia, lugar de formación e intercambio científico;
crear una Biblioteca con noticias biográficas y bibliográficas, anotaciones y
comentarios para una posterior publicación; difundir un periódico y celebrar premios
anuales para estudios generales o memorias especializadas.

Creemos que, resumidamente, podría describirse el actual estado de la cuestión como


la presencia de dos grandes posiciones favorables al estudio y conocimiento de la
filosofía española, excluyendo a los que aún la rechazan pero sin argumentación
explícita que podamos exponer.

a. La teoría unamuniana de que la filosofía española está difundida en nuestra


literatura y no en sistemas filosóficos8.

5
L. ARAQUISTÁIN Y QUEVEDO. Pensamiento español contemporáneo. Buenos Aires, Losada,
1962.
6
J. L. ABELLÁN. Historia crítica del pensamiento español. Madrid, Espasa-Calpe, 1979.
7
A. GUY. Historia de la filosofía española. Anthropos. 1985
8
M. DE UNAMUNO. Ensayos. Madrid, Aguilar, 1942, vol. II, p. 937-949.
b. Y aquellos otros que admiten la filosofía española sin necesidad de recurrir tan
sólo a nuestros literatos o a nuestros místicos. Con este criterio, el Prof. Guy escribe
una densa obra que va desde el siglo XIII a 1983 y dice:

Desde esta perspectiva, me he restringido puramente a los filósofos,


excluyendo teólogos, místicos, doctrinarios del Derecho, psicólogos,
pedagogos, ensayistas literarios o analistas del alma hispánica o del devenir
de la historia de la Hispanidad9.

Entre los primeros destaca José Luís Abellán, quien prefiere hablar de
"historia del pensamiento español" para así entender la historia de la filosofía como
historia de las ideas que recoge los símbolos y los mitos que se han creado en
diferentes épocas los pueblos10. Entre los segundos, el y citado Alain Guy y Antonio
Heredia Soriano, de la Universidad de Salamanca, quien, siguiendo aquel proyecto
de G., Laverde, dirige desde 1978 e Seminario de Historia de la Filosofía Española e
Iberoamericana, que congrega a numerosos investigadores españoles y extranjeros en
la colaboración y exposición de trabaos de investigación que periódicamente
publican en las Actas del Seminario y que está suponiendo una mayor concienciación
y un despertar de vocaciones a la filosofía española11.

Desde ambos planteamientos, estos historiadores de la filosofía y del


pensamiento español nos han abierto "este coto, para unos vedado y para otros
oculto, que constituye una de las mayores riquezas de nuestro patrimonio cultural"12.

3. Conclusiones

Habría, pues, que reconocer que existen dos clases de públicos: unos que,
desde la antigüedad, se han destacado por interesarse por la filosofía española; y otro
que, despreciando continuamente el pensamiento teórico de nuestro suelo, no han
aceptado incluso las influencias indudables de nuestros pensadores en las filosofías
foráneas y que éstas han reconocido, como es el caso de la meritoria tradición
anticolonialista del P. De las Casas o Vitoria, o las filosofías moralistas y vitalistas de
Vives, los krausistas españoles, Unamuno, Ortega… Si en algunos casos y, debido a
nuestra inestabilidad política, estas corrientes se han solidificado en suelo extranjero
más que en el que las vio germinar, como ya han dicho algunos historiadores
españoles, tendríamos que aclarar la raíz de los prejuicios de aquellos que niegan
nuestra reflexión filosófica. Entienden éstos que la filosofía es la aparición de nuevas
ideas con una influencia suficiente en la sociedad de su época. Nosotros, no obstante,
apoyamos que la auténtica narración histórica no pede, en modo alguno, limitarse al
estudio de escuelas que acapararon la atención de sus contemporáneos influyendo de
modo decisivo en los cambios sociales que se han reducido. Por el contrario, una
historia integral concede igual mérito a estos hitos como al debate, al diálogo que los
ha hecho posible. La Historia de la Filosofía se ocupa tanto de las ideas creadoras
9
A. GUY. Op cit., p. 12
10
J. L. ABELLÁN. Op. cit., págs. 29-148.
11
A. HEREDIA SORIANO. Coordinador de las Actas del Seminario de Filosofía española, II-V.
Serv. Pub. Univ. de Salamanca, 1978-1986.
12
J. A. REULA PAUL. Algunas constantes del pensamiento español en J. R. Jiménez. Tesis Doctoral.
Universidad de la Laguna. 1987, Inédita.
como del estudio de los condicionamientos, aceptaciones y críticas con que se
desarrollaron. Del mismo modo que no puede afirmarse que una nación tenga una
mentalidad filosófica –como a veces se reconoce de Alemania- y otras –como tan a
menudo se ha dicho de España- carezca de filosofía. Es erróneo interpretar aquélla
como la filosofía y ésta como una filosofía de segunda fila, pues en ambas el
pensamiento se está elaborando y tan importante es conocer su origen y desarrollo
como su resultado.

En fin, decimos que la filosofía española es una filosofía por descubrir,


porque sacando una nota positiva de lo aparentemente negativo, podemos aprovechar
el desinterés habido para, poniéndonos manos a la obra, elaborar y sacar a la luz
tantos períodos y tantas filosofías jamás o escasamente estudiadas. Los nuevos
historiadores de la filosofía española no tendrán que repetir lo ya dicho, les queda un
sin fin de documentos inéditos para ser interpretados, un sin fin de lagunas históricas
para ser estudiadas, un sin fin de hombres y mujeres que merecen ser tenidos en
cuenta en sus luchas y en sus esfuerzos pro recrear un progreso en su época. Aquí ya
no vale pensar si ha existido entre nosotros un gran filósofo o no, el interés de esta
reconstrucción histórica reside en engarzar uno a uno todos nuestros estudios, los de
mayor y lo de menor valía, al objeto de descubrir el tronco común de su vitalidad.
Queda claro que en la historiografía periférica que está todavía por hacer.

Tal vez nos toca seguir aquella vía metodológico-histórica emprendida por
Laverde y Menéndez Pelayo, que supone llegar al conocimiento de lo que es la
historia de la filosofía española mediante el estudio de documentos inéditos
repartidos de los Institutos, Seminarios diocesanos, colecciones privadas de nuestras
ciudades y el ahondamiento de nuestras raíces filosóficas, para reconstruir con ánimo
confiado la originalidad y la viveza persistentes. La historia no puede limitarse a
unos hitos puntuales, descolgando épocas o personas, ya sea por deseo de encubrir la
verdad bajo pretexto de intereses que nunca pueden ser científicos, o por simple
ignorancia. Esperamos, en fin, que el estudio de nuestra historia no sea, de nuevo, un
enzarzamiento de polémicas retóricas sino una labor científica y efectiva.

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