0% encontró este documento útil (0 votos)
1 vistas11 páginas

GARA SENTÍS ROIG, TESTIMONIOS SILENCIADOS2018

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1/ 11

De las voces hegemónicas a los testimonios

silenciados: Putas y guerrilleras


Gara Sentís Roig

El testimonio comenzó a ganar terreno en América Latina


respondiendo a la necesidad de denunciar la brutalidad ejerci-
da, en forma de terrorismo de Estado, por parte de los sistemas
dictatoriales de la segunda mitad del siglo XX. Guillermo Bustos
califica como “actos de la memoria” aquellos relatos llevados a
cabo por “mujeres, indígenas, guerrilleros, marginados y otros
que han sufrido alguna clase de proscripción” (2010: 11-12). Así
mismo, Nora Strejilevich sitúa a partir del año 2000 el auge del
testimonio como “necesidad de la memoria para que las socie-
dades post-dictatoriales puedan realizar un corte simbólico con
el genocidio” y, continuando con esta reflexión, añade: “la co-
munidad empieza por eso a buscar formas de nombrar el horror
que la atraviesa, formas que incluyen el testimonio literario y
oral fuera del marco de un juicio, que requiere pruebas” (2014:
224-225). Por su parte, John Beverly (1987: 9) considera que
es a partir de los años sesenta del siglo XX que el desarrollo
del testimonio comienza a generalizarse en América Latina con
la publicación de Biografía de un cimarrón (1966) de Miguel
Barnet. Sea cual sea el momento exacto de su popularización,
lo que podemos sacar en claro es que su auge está relacionado
con la necesidad de acabar con el silencio que rodea a determi-
nadas realidades circunscritas a la violencia estatal.
El concepto de testimonio al que aquí aludimos es, por tan-
to, una acción política e intencionada (Blackmer y Curry 2012:
525) fruto de la opresión derivada de la marginalización y/o del
terrorismo estatal. Ejemplos discursivos como Tejas verdes: dia-
rio de un campo de concentración en Chile (1974) de Hernán
Valdés, Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la concien-
cia (1983) de Elizabeth Burgos o Putas y guerrilleras (2014) de
Miriam Lewin y Olga Wornat, entre muchos otros, tornan una
situación de opresión silenciada en denuncia pública al tiempo
que suponen una restructuración de la mirada, hasta entonces
sesgada, sobre lo que cuentan.

71
Pasión caníbal. Documentos de cultura y de barbarie en América Latina

Beverly explica que el testimonio no solo pretende que se


conozca una realidad, sino que implica también una crítica a la
razón académica; permite reconocer que el saber académico es
una forma de verdad, pero no la única, que al tiempo que ha
alimentado procesos de emancipación “también ha sido engen-
drada y deformada por una tradición de servicio a las clases
dominantes y al poder institucional” (2012: 102).
No ignoramos que la memoria es frágil y no está exenta de
variaciones; esto es extensible incluso a aquellas personas que
tienen la convicción de relatar como víctimas lo que les ocurrió
en una situación de terrorismo estatal. “La memoria humana es
un hecho maravilloso pero falaz”, escribe Primo Levi, mientras
relata su vivencia en los campos de concentración nazi: “es na-
tural y obvio que la fuente principal para la reconstrucción de
la verdad en los campos esté constituida por la memoria de los
sobrevivientes” (2000: 7-10). Partiendo de la base de que los
testigos directos de lo ocurrido en los campos de concentración
nazi son, por un lado, los propios nazis y, por otro, los super-
vivientes, y teniendo en cuenta que los primeros tenían como
objetivo que no quedaran huellas de los testimonios, es eviden-
te que en los relatos de los supervivientes recae el peso de la
reconstrucción de la memoria.
Lo mismo ocurre con los testigos de las dictaduras latinoa-
mericanas de la segunda mitad del siglo XX. La realidad rela-
tada en los testimonios de quienes sufrieron el terrorismo de
Estado se enfrenta con el inconveniente de que las pruebas,
más allá de las propias narraciones, han sido en su mayor parte
destruidas. En el caso de Argentina, fue la Comisión Nacional
sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) la que, en 1984,
realizó un informe donde se recogen las represiones, deten-
ciones, torturas, llevadas a cabo por el Estado. El documento
final tiene su base principal en los testimonios porque, como
se argumenta, la documentación ha sido borrada y quemada y
hasta se han demolido edificios para destruir todos los rastros.
Por tanto, la clave está en las denuncias de los familiares y de
los supervivientes (CONADEP 1984: 5).
Durante los regímenes dictatoriales la desaparición de los
cuerpos es uno de los mecanismos utilizados para impedir la
reconstrucción de la memoria. En la dictadura argentina una

72
De las voces hegemónicas a los testimonios silenciados: Putas y guerrilleras

de las tácticas usadas fue el empleo de los llamados vuelos de


la muerte. Según testigos, estos consistían en adormecer a las
víctimas con una inyección, transportarlas en camiones al ae-
roparque, vuelo final y caída sobre las aguas (Lewin y Wornat
2014: 99).
Además, los relatos testimoniales se enfrentan a otros pro-
blemas relacionados con la veracidad. En el caso de Rigoberta
Menchú, su narración fue puesta en duda por el antropólogo
latinoamericano David Stoll,1 quién cuestionó la autenticidad de
lo vivido y relatado. Frente a esto, Nora Strejilevich recurre a un
argumento que recoge de Dori Laub, sobreviviente del Holo-
causto, cuando diferentes historiadores refutaron, durante una
conferencia, el testimonio de otra superviviente: “Rigoberta no
testimonió sobre la forma exacta en que murió su hermano o
sobre el momento en que ella aprendió español, ella testimonió
sobre el abuso y la resistencia de un pueblo y lo hizo con la
convicción nacida de la herida abierta” (2014: 227).
En relación con lo anterior, nos interesa señalar, brevemente,
la lectura que Esteban Lythgoe hace del concepto de testimonio
de Paul Ricoeur y, en particular, sobre la categoría de atesta-
ción. Esta categoría fue introducida por Ricoeur en los años
noventa del siglo pasado, para referir que la importancia del
testimonio reside en su fiabilidad y no en su exactitud (cursivas
del autor), lo que desarrollaría posteriormente en su obra La
memoria, la historia y el olvido (2000), reflexión que difiere en
parte de sus primeras definiciones de 1972. Así, la atestación
se define “como una creencia, pero no una creencia dóxica,
propia de la expresión ‘creo que’, sino que entra en la gramáti-
ca del ‘creo en’”. De esta forma, “quedará ligada a otro tipo de
valores, que incluyen un componente ético” (Lythgoe 2008: 45).
Por cierto, los relatos testimoniales que aquí describimos están
estrechamente relacionados con la dimensión ética; el posicio-
namiento de partida de quienes escuchan y la forma en la que
se hace es imprescindible para que el diálogo ocurra. Porque en
el fondo lo importante no reside en los datos puntuales relacio-

1
Su libro Rigoberta Menchú y la historia de todos los guatemaltecos pobres fue
publicado en 2002 en castellano y puede ser consultado en internet en acceso
gratuito: http://www.nodulo.org/bib/stoll/rmg.htm

73
Pasión caníbal. Documentos de cultura y de barbarie en América Latina

nados con el escenario o el tiempo, el día o la hora exacta en la


que acontece lo narrado, sino más bien en el suceso en sí y en
la actitud que tomamos frente al mismo.
El relato testimonial, a través de esa combinación entre la
historia que se cuenta y la subjetividad desde donde se narra,
puede cuestionar, al tiempo que desafía, la historia escrita desde
las instituciones. De esta manera, evidencia los vacíos implícitos
de una escritura que enuncia los hechos sin recurrir a quienes
los vivieron. Más allá de las críticas y problemas a los que se
enfrentan, consideramos que los testimonios pueden contribuir
a la reconstrucción de la memoria y la identidad, así como a la
denuncia y la reparación de las personas y comunidades que
han sufrido y sufren la violencia de Estado.

Putas y guerrilleras

En los años setenta se hizo famosa una cancioncilla de los


montoneros que decía: “no somos putos, ni somos faloperos,
somos soldados de las FAR –Fuerzas Armadas Revolucionarias–
y somos montoneros”. La izquierda guerrillera era también ho-
mofóbica. Luego vendría el frente de liberación homosexual
(FLH) que, a la vuelta de Perón, en 1973, exhibiría la siguiente
pancarta: “Los putos con Perón”. Creemos que este entramado
político está latente en el título de Miriam Lewin y Olga Wornat,
Putas y guerrilleras (2014), que es como decir: putas y monto-
neras.
Durante la dictadura argentina (1976-1983), incluso en los
años previos, muchas mujeres militantes o cercanas a la mili-
tancia fueron secuestradas por el Estado y encerradas en cen-
tros clandestinos de detención. Sus historias de secuestros, in-
terrogatorios, torturas y violaciones han estado durante muchos
años ocultas, y es desde hace poco que muchas de ellas han
comenzado a contar el horror. Putas y guerrilleras se adentra
en esas historias a través de los relatos de diferentes mujeres
que sobrevivieron al terrorismo de Estado en esos centros. Ellas
no solo se tuvieron que sobreponer a sus experiencias como
detenidas, sino que al salir debieron enfrentarse al miedo, la
vergüenza y al continuo cuestionamiento por parte incluso de

74
De las voces hegemónicas a los testimonios silenciados: Putas y guerrilleras

sus propios compañeros de militancia y algunas ONGs. Sus ex-


periencias están atravesadas por su existencia como mujeres.
Este punto nos interesa especialmente, porque entendemos
que a partir de este acto de narración/denuncia se visibiliza el
imaginario sobre una realidad que categoriza a muchas de estas
mujeres, de un lado, como putas y traidoras y, de otro, como pu-
tas y guerrilleras. De esta manera se pone en evidencia cómo su
supervivencia lleva implícita unas características específicas. La
experiencia que las atraviesa está vinculada con la proyección
cultural y social sobre sus cuerpos, así como con su objetuali-
zación y, en última instancia, con la opresión misma devenida
de la categoría mujer.
En el caso de los secuestradores eran habituales los insultos
y desprecios que aludían a su condición de mujeres militantes
y promiscuas: “A Elisa Tokar, durante una tortura en el sótano
de la ESMA –Escuela Mecánica de la Armada, uno de los centros
clandestinos de detención– le gritaban insistentemente puta
montonera” (2014: 245). Otro caso es el que relata la China,
una de las sobrevivientes. Cuenta que durante su secuestro los
guardianes gritaban a las detenidas: “Asesinas, putas, guerrille-
ras” (2014: 404). Los insultos y vejaciones por no encajar en
lo que ellos, los secuestradores, entendían como el modelo de
mujer eran persistentes.
En el caso de algunos compañeros de militancia, muchas de
las secuestradas se enfrentaron a cuestionamientos constantes
por el hecho de haber sobrevivido. Se establecía una relación
directa entre estar viva y ser amante de los militares y, por tanto,
puta y traidora. Lewin y Wornat ponen de manifiesto esa doble
carga que afecta específicamente a las mujeres. Lauletta, sobrevi-
viente de la ESMA, se puso en contacto con un ex religioso, que
había estado detenido, con el objetivo de conseguir amparo por
parte de la iglesia de cara a testimoniar. En medio de la conversa-
ción el ex religioso comentó: “que los compañeros no hayan re-
sistido a la tortura, se puede comprender. Pero las compañeras…
Son todas unas putas” (2014: 197). Otro ejemplo es el de Ana.
Esta mujer fue obligada a ver a su torturador una vez liberada, él
la controlaba. Ella trató de acercarse a su marido que se negó a
encontrarse con ella: “no quiero verla porque es una traidora […]
si Ana salió viva de ese lugar… ¿Qué puede ser Ana?” (2014: 275).

75
Pasión caníbal. Documentos de cultura y de barbarie en América Latina

Pero no solo fueron señaladas por sus compañeros, sino


también por parte de algunos organismos de derechos huma-
nos. Elena, una de las mujeres secuestradas, confiesa que los
organismos de derechos humanos la veían como la “amante”
de Durán, su torturador. Por sobrevivir, además de traidora la
consideraban puta (2014: 119).
La supervivencia adopta un significado más amplio en este
contexto porque se suma el desigual punto de partida implícito
en ser mujer: por un lado, la mirada objetualizante que deviene
en violaciones y vejaciones por parte de los torturadores –a la
que oponerse puede significar la muerte–, por el otro, la mirada
inquisitoria de parte de la sociedad –compañeros de militancia,
ONGs– por considerarlas “amantes” de los militares. Estas mira-
das no se ejercen sobre los hombres que sobrevivieron, es una
estigmatización vinculada al género.

La violencia sexual sistematizada

La violencia sexual contra la mujer en situaciones de conflic-


to es un escenario repetido en diferentes momentos y lugares
del planeta, se trata de un esquema de actuación que responde
a su reducción a mero objeto –en este caso botín–, sujeto a la
voluntad del hombre vencedor. Marianne Mollmann recoge dos
características principales de la violencia sexual como arma de
guerra. Por un lado, la violación se utiliza “como un método
eficaz para desalentar al enemigo mientras se siga consideran-
do a las mujeres subordinadas y desiguales […] símbolo de la
propiedad personal de su enemigo y de su honor, y sus cuerpos
se convierten en territorio enemigo que hay que ocupar”. Por
otro lado, “la violación en tiempos de guerra es una extensión
de la violencia sexual contra las mujeres en tiempos de paz,
cuando la impunidad de los agresores es la norma más que la
excepción” (2008: 174).
Miriam Lewin y Olga Wornat explican cómo las mujeres to-
maban la forma de trofeo, tanto dentro de los centros clandesti-
nos de detención como en ocasiones fuera de ellos. Un ejemplo
de lo primero es el caso del centro La Cueva, donde las prisio-
neras se convertían en parte del botín de los suboficiales: “para

76
De las voces hegemónicas a los testimonios silenciados: Putas y guerrilleras

ellos los cuerpos de las mujeres de los vencidos, mientras que


los oficiales se quedaban con los bienes materiales” (2014: 141).
Hay evidencias de que las violaciones a las detenidas eran inclu-
so alentadas por los superiores. Jorgelina, una de las secuestra-
das en la ESMA, confesó que al denunciar su violación al oficial
Acosta, responsable y cerebro del campo de concentración, este
le respondió: “Con los oficiales está todo bien… No hay ningún
problema” (2014: 244). Lewin y Wornat reflexionan sobre la vio-
lencia sexual y apuntan que esta formaba parte de un plan siste-
mático, un instrumento del terrorismo de Estado que “utiliza el
sexo para atormentar, disciplinar y someter a las presas y presos
ilegales, pero también a toda la sociedad” (2014: 247).
Las violaciones y las consecuencias sufridas durante el cau-
tiverio son la prueba extrema de una opresión específica. En
1985, durante la celebración del proceso judicial realizado con-
tra los integrantes de las juntas militares de la dictadura, mu-
chas supervivientes denunciaron la violencia sexual de la que
fueron víctimas, sin embargo, entonces esta no se considera-
ba un delito específico de género sino parte de la tortura. En
ese momento las mujeres exteriorizaron su dolor en la sala de
audiencias del Palacio de Tribunales, pero sin posibilidad de
reparación a través de la justicia (2014: 104).2 De hecho, como
sostienen las autoras de Putas y guerrilleras, las causas sobre la
apropiación de bienes de los desaparecidos ocurrieron mucho
antes que las relacionadas con los delitos sexuales. Fue gracias
a la insistencia de las denuncias que finalmente estos comenza-
ron a ser considerados delitos de lesa humanidad (2014: 131).
Las mujeres se convirtieron en propiedad de los secuestra-
dores, acorde con la lógica sexista enraizada en la sociedad. El
control de los cuerpos, a través de las leyes y a través de los pa-
trones sociales y culturales, apunta a un modelo normativo so-
bre la feminidad que comienza a calar, tanto en hombres como
en mujeres, desde la infancia. El imaginario que de ahí emana
influye en las relaciones que se establecen y en la mirada que
2
Hay que tener en cuenta que hasta el año 2003 no se declararon inconstitucio-
nales las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Estas suponían impunidad
para los represores y como consecuencia “los Juicios por la Verdad permitían
que los represores confesaran y describieran sus crímenes frente a un tribunal y
luego se fueran a casa, sin castigo” (Lewin y Wornat 2014: 167).

77
Pasión caníbal. Documentos de cultura y de barbarie en América Latina

se ejerce sobre las mujeres y su sexualidad. María Villellas Ari-


ño explica, en este sentido, que el cuerpo femenino se torna
escenario en el que se establecen los límites entre lo permitido
y lo desterrado; mientras que las transgresiones son castigadas
y estigmatizadas, la aceptación y el acatamiento de las normas
son premiadas (2010: 7).

Romper el silencio

Muchas de las secuestradas en los centros ilegales se vieron


obligadas a adoptar un rol de mujer objeto como estrategia de
supervivencia. Era una de las formas de demostrar que su “recu-
peración” estaba en camino. El papel de sumisas, dedicadas al
placer y a la complacencia masculina, adquirió en este contexto
su faceta más radical, pues esto las acercaba a la posibilidad
de sobrevivir. Las mujeres fueron extremadamente reducidas a
una extensión de la existencia del hombre, que era a la vez su
captor. Sus cuerpos ya no les pertenecían, así como tampoco
sus actos. Como subraya la sobreviviente Graciela Geuna, había
en La Perla –otro de los centros de detención ilegales– “una
apropiación de las mujeres. Porque a los hombres trataban de
manipularles la mente. Pero de las mujeres querían todo: apro-
piarse de la mente y del cuerpo” (2014: 323). Sin embargo, para
muchas de ellas el calvario no terminó con la liberación; ade-
más de con sus captores, a las mujeres les quedaba lidiar con
la sociedad. Estas circunstancias contribuyeron a que fuera muy
difícil que rompieran el silencio. Aun así, lo han hecho. Muchas
han contado que pasó y lo han denunciado.
En tanto que los efectos de la tortura, la opresión y los abu-
sos sexuales desarrollados por los dispositivos de poder del te-
rrorismo de Estado pretenden, entre otras cosas, la dominación
y sumisión de los cuerpos, vistos desde el lado opresor como
una especie de reeducación3 de desviadas, ¿acaso no revelan los
3
Los secuestradores utilizaban el término “reeducación” refiriéndose a su inten-
ción de que las mujeres, y también los hombres, asumiesen su nueva situación
sin oponerse a ella. En algunos casos las violaciones eran consideradas “sín-
tomas de ‘recuperación’. Dejar de desear intimidad con sus compañeros, […],
para acceder a una ‘relación’ o contacto físico sexual con los oficiales del grupo

78
De las voces hegemónicas a los testimonios silenciados: Putas y guerrilleras

relatos de denuncia de las víctimas4 un comportamiento sub-


versivo que desafía la norma impuesta sobre sus cuerpos? En el
caso de las mujeres, ¿no supone un desafío la acción misma de
narrar desde una posición crítica que disputa directamente con
la posición sumisa en la que los represores situaron sus cuerpos
extremadamente sexualizados durante su secuestro? Entonces
se trataría de un acto de insubordinación a la condición de sub-
alternas a la que fueron deliberadamente arrastradas. En esta
línea, Judith Butler explica que la materialidad de los cuerpos
se configura como un efecto del poder, que se establece a través
de la materialización de las normas reguladoras a partir de la
reiteración forzosa de las mismas, y aclara que esta circunstan-
cia, por la cual se forman los sujetos, supone, simultáneamente,
la producción de seres abyectos que constituyen las “zonas invi-
vibles”, “inhabitables” de la vida social que, sin embargo, están
densamente pobladas por quienes no gozan de la jerarquía de
sujetos, pero cuya condición de vivir bajo el signo de lo “invi-
vible” es necesaria para circunscribir la esfera de los sujetos
(2002: 19-20). Respecto a la abyección dice también Kristeva
que su máxima manifestación viene cuando el sujeto, al no po-
der ser ni reconocerse fuera de sí, descubre que la única mane-
ra de existir es desde su condición de abyecto (2006: 12).
La abyección también implica olvido, es una existencia fun-
dada en la exclusión. En este caso, la exclusión como mujer y
militante que ha osado retar el orden normativo en cuanto a
quién es y cómo debe funcionar. Al sobrepasar los límites de lo
estipulado, amenazando el statu quo, deja paso a otras formas
de ser. De este modo, anular y relegar a la mujer a la categoría
de sumisa –sabiendo ella que solo desde ahí, y no siempre, es
posible sobrevivir–, implica, como ya hemos comentado, desli-
garla de su propia existencia.
Las mujeres secuestradas en los centros clandestinos de
detención que decidieron hablar y denunciar sus historias se
enfrentaron con ese acto a la categoría de “abyectas” a la que
de tareas implicaba una ‘recuperación’ de los valores occidentales y cristianos”
(Lewin y Wornat 2014: 339).
4
Al referirnos al relato de denuncia de las víctimas no solo hablamos de los
juicios sino de las narraciones publicadas en libros, revistas o en cualquier otro
medio de difusión dirigidos a la sociedad en su conjunto.

79
Pasión caníbal. Documentos de cultura y de barbarie en América Latina

fueron relegadas. Porque en el momento en que su “inhabitable”


vida se narra públicamente, adquiere la posición de habitable en
tanto que visible. Ahora, efectivamente, ellas existen en los ojos
de “otros”, entendiendo otros como la posición enfrentada al ser
“abyecto” cuya existencia está sujeta a la posición dicotómica
que las enfrenta. Otra razón por la que es importante romper
el silencio estriba en que estas mujeres no solo denuncian las
injusticias sufridas, sino que desafían las categorías que hacen
posible la existencia de la marginalidad. Esto no implica que
aquellas que por diferentes circunstancias no han hablado sigan
siendo abyectas, porque en tanto que se (re)conoce la memoria
a la que está sujeta esa identidad, desde una perspectiva crítica,
y esa memoria se colectiviza, no se trata ya de un asunto indivi-
dual, que afecta solo a quienes le ponen voz, sino que trasciende
al sujeto concreto, porque lo que se visibiliza más allá del rostro
es el acto, que es la razón y causa de la abyección.

Conclusiones

Los cuerpos que habitamos –¿o nos habitan?– influyen en


las experiencias que vivimos. En el asunto que nos ocupa, ser
mujer militante secuestrada durante la dictadura argentina
constituye una realidad propia que, como tal, se debe tener en
cuenta específicamente. En tanto es así, la categoría mujer, al
tiempo que se funda en la desigualdad de condiciones frente
a los hombres, puede utilizarse de forma estratégica para dar
cuenta de las desigualdades implícitas en ella. En este contexto,
el relato testimonial como narración subversiva puede configu-
rarse como un medio para evidenciar no solo el terrorismo de
Estado, la marginación y sus consecuencias, sino también cómo
esas vivencias afectan de forma diferente –y desigual– según las
categorías socialmente asignadas a los cuerpos. Por tanto, estos
actos de denuncia, articulados en las narraciones testimoniales,
desafiarían, de un lado, la violencia de Estado y sus consecuen-
cias y, de otro, las categorías específicas y sus implicaciones, en
este caso, aquella de mujer militante.

80
De las voces hegemónicas a los testimonios silenciados: Putas y guerrilleras

Bibliografía

Beverly, John (1987). “Anatomía del testimonio”, Revista de Crí-


tica Literaria Latinoamericana: 7-16.
——— (2012). “Subalternidad y testimonio. En diálogo con Me
llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, de
Elizabeth Burgos (con Rigoberta Menchú)”, Nueva Sociedad,
238: 102-113.
Blackmer Reyes, Kathryn y Julia E. Curry Rodríguez (2012).
“Testimonio: Origins, Terms, and Resources”, Equity & Ex-
cellence in Education, 45/3: 525-538.
Bustos, Guillermo (2010). “La irrupción del testimonio en Amé-
rica Latina: intersecciones entre historia y memoria. Presen-
tación del dossier Memoria, historia y testimonio en América
Latina”, Historia crítica, 40: 10-19.
Butler, Judith (2002). Cuerpos que importan. Sobre los límites
materiales y discursivos del cuerpo, trad. de Alcira Bixio,
Buenos Aires: Paidós.
CONADEP, Comisión Nacional sobre la desaparición de perso-
nas (1984). Informe “Nunca más”, Buenos Aires.
Kristeva, Julia (2006) [1980]. Poderes de la perversión. Ensayo
sobre Louis-Ferdinand Céline, México: Siglo veintiuno edi-
tores.
Levi, Primo (2000) [1989]. Los hundidos y los salvados, trad. de
Pilar Gómez Bedate, Barcelona: Muchnik Editores.
Lewin, Miriam y Olga Wornat (2014). Putas y guerrilleras, Bue-
nos Aires: Planeta.
Lythgoe, Esteban (2008). “El desarrollo del concepto de testimo-
nio de Paul Ricoeur”, Eidos, 9: 32-56.
Mollmann, Mariane (2008). “Violación en tiempos de guerra”,
Política exterior, 22/123: 173-181.
Strejilevich, Nora (2014). “El testimonio, modelo para re-armar
la subjetividad: El Caso de Tejas Verdes”, Canadian Journal
of Latin America and Caribbean Studies, 31-61: 199-230.
Villellas Ariño, María (2010). “La violencia sexual como arma de
guerra”, Quaderns de construcció de Pau, 15. http://escola-
pau.uab.es/img/qcp/violencia_sexual_guerra.pdf

81

También podría gustarte