CUENTAN LAS VOCES (2)

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Ilustración: Indiana Acuña

Reserva Ecológica Tres Piezas

"Un Sueño que Crece"

En un rincón escondido del Delta, sobre el Paycarabi, cerca de donde el río


Paraná se desliza suavemente hacia el mar, nació un sueño. Un sueño de
conservar la belleza natural de este lugar y devolverle la vida al monte
blanco. Fue así que comenzó la Reserva Ecológica Tres Piezas.
Al principio, fui el único guardián de este sueño. Pasé años plantando
árboles nativos del delta, cuidando cada brote y cada hoja. Pero pronto, la
soledad se convirtió en compañía. Hermosas personas se sumaron a la
causa, y juntos, el trabajo creció y mutó.
De solo conservar y recrear el monte blanco, pasamos a conservar y
enseñar las técnicas aprendidas y descubiertas. La reserva se convirtió en
un lugar de encuentro, donde la naturaleza y los seres humanos se unían
en armonía.
Nos dimos cuenta que había algo más profundo en juego. Algo que
trascendía la conservación y la enseñanza. Era la conexión. La conexión
entre nosotros, entre la naturaleza y entre todos los seres vivos.
Así que nos enfocamos en cultivar esa conexión. Aprendimos a ser seres
más empáticos y humildes, a escuchar y a aprender los unos de los otros. Y
en ese proceso, descubrimos que la verdadera magia no estaba en la
conservación, sino en la conexión.
Hoy, la Reserva Ecológica Tres Piezas es un lugar donde la naturaleza y los
seres humanos se entrelazan como las raíces de los árboles. Donde cada
visitante se convierte en parte de una red subterránea de Micorrizas, que
mantiene todo conectado.
Nos gusta pensar que somos un ser único, un ser que late con la energía de
la naturaleza y la compasión humana. Un ser que crece y se expande con
cada nueva conexión.
Y cuando caminas por nuestros senderos, escuchas el susurro de las hojas
y el canto de los pájaros, sabes que eres parte de algo más grande. Eres
parte de la Reserva Ecológica Tres Piezas, un lugar donde la conexión es la
verdadera magia.

Epílogo

La Reserva Ecológica Tres Piezas sigue creciendo, sigue conectando. Y en


cada rincón de este lugar, late la esperanza de un mundo más armonioso,
más conectado. Un mundo donde la naturaleza y los seres humanos se
entrelazan en una danza eterna de amor y respeto.
La creación del monte

La voz cuenta...

En un tiempo ancestral, cuando los juncos se sentían tristes en su soledad,


contaban historias que ya habían sido repetidas mil veces. La monotonía
de su existencia era solo interrumpida por el vaivén de las mareas. Pero un
día, durante una marea especialmente grande, llegaron navegando desde la
lejanía de la montaña una formación de camalotes. Estos viajeros
inesperados, arrastrados por la fuerza del agua, aplastaron todo el juncal
y quedaron atrapados cuando la marea bajó.
Los juncos, curiosos y compasivos, comenzaron a conversar con los
camalotes. Pero estos estaban muriendo, agonizantes por la falta de agua.
En su afán y necesidad, Juan Camalote, el más anciano de entre ellos, rogó
a los dioses que por favor los ayudaran, que no los dejaran morir.
El sol, testigo de la soledad de los juncos y la desesperación de los
camalotes, se apiadó de ellos. Y así, en un milagro de la naturaleza, cada
camalote se convirtió en un árbol, nacido de la semilla que transportaban
sobre sus fustes. Fue así como se creó la primera isla de la primera tierra.
Pero la luna, enojada al no poder ver su reflejo en las aguas de ese espacio,
envió otra marea más grande que la anterior. La furia del río intentó
arrasar con muchos de esos árboles, arbustos y plantas. Sin embargo, la
luna no tuvo en cuenta que la mañana llegaría, y al bajar el agua, se daría
cuenta de que las plantas, ante los consejos de los juncos de vivir unidos,
habían entrelazado sus raíces, creando así una selva marginal.
Un monte isleño, unido por su gran extensión de raíces entrelazadas,
cuidándose entre especies. Al caer la noche, la luna, incrédula de que aún
seguían vivos, pudo ver que no era lo que faltaba su reflejo en el agua, sino
que su reflejo se multiplicaba en varios espejos de hojas que brillaban y
repetían su brillo como una danza.
Fue así que el sol, la luna y el monte, se convirtieron en amigos y dieron
casa a lo que sería el hombre. Pero esa es otra historia...

*Fin de la primera parte de la leyenda*


El Mal del Sauce

En el Delta del Paraná, donde los ríos se entrelazan y los sauces parecen
acariciar los ríos y arroyos, existe una leyenda que habla de un mal
extraño y persistente. Se llamaba "el mal del sauce", y se dice que afecta a
aquellos que visitaban las islas del Delta. Este mal proviene del amor de los
guaraníes por su tierra, convertido en árboles.
La historia comenzó con un joven llamado Emilio, que llegó al Delta en
busca de aventuras y prosperidad. Se enamoró de la belleza del lugar y
decidió quedarse un tiempo. Sin embargo, pronto comenzó a sentir una
extraña sensación de nostalgia y anhelo. Emilio no podía dejar de pensar
en el Delta, en sus aguas tranquilas y sus sauces susurrantes.
Intentó regresar a su hogar, pero no podía sacudirse la sensación de que
algo lo llamaba de vuelta. Con el tiempo, Emilio descubrió que no era el
único afectado por "el mal del sauce". Otros visitantes habían
experimentado lo mismo: una irresistible atracción hacia el Delta, como si
el lugar los hubiera hechizado.
Se decía que los sauces eran los culpables. Estos árboles parecían contener
un poder mágico que se transmitía a aquellos que se acercaban. Emilio
intentó resistir, pero era inútil. Volvió al Delta una y otra vez, cada vez
más enamorado de su belleza y su misterio.
Y no estaba solo. Otros visitantes, igualmente afectados, regresaban año
tras año, como si el Delta los llamara con una voz silenciosa. La leyenda
decía que "el mal del sauce" era una epidemia que no tenía cura. Pero Emilio
no se preocupaba. Para él, el Delta era su hogar, y el sauce su árbol
sagrado.
Con el tiempo, Emilio se convirtió en una parte del Delta, tan inseparable
como los sauces que lo rodeaban. Y cuando alguien preguntaba por él, la
respuesta era siempre la misma: "Está en el Delta, bajo el hechizo del
sauce".

Nota: El escritor argentino Haroldo Conti expresó en una entrevista en


1972 que no sabía exactamente qué lo seducía de este territorio: "Siento
que me condena a un eterno retorno. Aunque a veces me aleje de él algún
tiempo, sé que siempre volveré a él y a mi casa: es mi destino".
Leyenda del Aliso

En el corazón del Delta del Paraná, donde los ríos se entrelazan y los
árboles se alzan hacia el cielo, vivía una tribu guaraní que resistía la
invasión española. Su jefe, un guerrero valiente y sabio, buscaba una
solución para proteger a su pueblo de la esclavitud y la imposición de la
religión católica.
En un momento de desesperación, el jefe acudió al chamán más poderoso
del monte, quien poseía el don de la visión. El chamán reveló una verdad
cruel: las armas españolas eran invencibles, y la guerra estaba perdida.
Pero el chamán ofreció una solución mágica: hacer que la tribu se volviera
minúscula, tan pequeña que pudieran vivir dentro del aliso de río. El jefe
aceptó, y su tribu se transformó. Su nueva forma les permitió esconderse
en el corazón del árbol, donde podrían vivir en paz.
Sin embargo al no irse nunca el invasor, la magia tuvo un precio: quedarse
atrapados para siempre. La tribu guaraní nunca abandonó el lugar, y su
espíritu sigue vivo en el aliso de río.
Dicen que cuando alguien sacude el árbol con su oreja junto al tronco,
puede oír los cantos de tristeza de la tribu guaraní. Su lamento es un
recordatorio de la resistencia y la lucha por la libertad y la identidad.
Leyenda del Ingá

La Voz cuenta...

En un día de llovizna, nació Ndaivi. Nunca se supo quién fue su madre o su


padre. De fuertes rasgos nativos y ojos color miel, extrañamente claros,
fue encontrado por un grupo de Chanaes durmiendo sobre el pecho de una
hembra capibara que lo protegía.
Adoptándolo con cierto recelo por su color de ojos y haber sobrevivido sólo
en el monte, el Karai Miri (cacique) decidió criarlo como su hijo, ya que
según contaba la profecía: "Un niño con los ojos de Kuarahy (el Sol)
vendría un día para ver el monte desde dentro de su espesura
impenetrable".
Ndaivi creció y aprendió las costumbres del hombre, convirtiéndose en un
excelente guerrero y cazador. Todo era normal hasta que se dio cuenta de
que amaba a Amambay, su hermana no sanguínea, hija del cacique y ya
prometida a otro hombre.
Ambos, Ndaivi y Amambay, al descubrir su amor, decidieron escapar,
traicionando así la confianza de Guiraké, su padre. Este, al enterarse,
entró en una ira descontrolada y, junto a sus mejores guerreros, salió en
su búsqueda. Al encontrarlos, mató sin pensar a Ndaivi con su lanza,
cayendo éste al río.
Al ver caer el cuerpo de su amado, Amambay saltó al correntoso río
intentando salvarlo, pero ambos murieron abrazados, sin que la fuerza del
río pudiera separarlos.
En un remanso, los cuerpos quedaron varados en un banco de arena. Al
ver tan hermoso amor destruido, narran que Kuarahy se oscureció en ira,
lloró y llovió una torrencial lluvia que ahogó a toda la tribu de Guiraké.
Pero los cuerpos de los amantes nunca se separaron. Yvy (la tierra) al ver
a Kuarahy tan triste, usó su magia para convertir a los amantes en raíces
que atraparon el suelo para no ser separados jamás, naciendo de ellas un
árbol hermoso y mágico, el Ingà.
Así, la familia de Ndaivi y Amambay perseveró en su amor por siempre, sin
separarse. Sus hijos crecían de sus mismas raíces, y sus frutos
alimentaron el monte, crecieron y flotaron para contar su amor a las
islas.
Cuento del
Dorado y el Surubí

Las voces relatan que...

En el corazón del delta del Paraná, donde los ríos se entrelazan y las islas
flotan como nubes, vivía la tribu guaraní de los Yacaré. Su princesa, Yasy
(Luna), era una joven de belleza radiante y espíritu valiente. Su cabello
negro como la noche caía sobre sus hombros como una cascada, y sus ojos
brillaban como las estrellas en el cielo nocturno.
Yasy amaba a un joven guerrero llamado Ñandý (Águila), fuerte y valiente
como el ave que llevaba por nombre. Juntos, exploraban los ríos y las islas,
compartiendo secretos y sueños.
Pero la tranquilidad de la tribu se vio amenazada cuando llegaron los
españoles, con sus barcos y armas. Los Yacaré sabían que no podrían
resistir la invasión y que su forma de vida estaba en peligro.
Yasy, desesperada por proteger a su pueblo y a su amado Ñandý, buscó la
ayuda del chamán de la tribu, un sabio anciano llamado Kuarahy (Sol).
Este le reveló un secreto ancestral: la transformación en criaturas del río.
Con lágrimas en los ojos, Yasy y Ñandý se despidieron de su pueblo y se
dirigieron al río. Kuarahy los bendijo y les dio un poder ancestral. Yasy se
convirtió en un gran pez dorado, brillante y rápido como el sol. Ñandý se
transformó en un gran surubí, fuerte y sigiloso como la noche.
Juntos, nadaron por los ríos, explorando los secretos del delta. Su amor se
mantuvo fuerte, a pesar de su nueva forma. Los peces del río los
respetaban y los seguían, como si fueran sus líderes.
Los españoles llegaron, pero no pudieron encontrar a Yasy y Ñandý.
Creyeron que la tribu se había escondido en las profundidades del delta,
pero no sabían que la princesa y su amante habían se convertido en parte
del río mismo.
Con el tiempo, la leyenda de Yasy y Ñandý se convirtió en una historia
sagrada entre los Yacaré. Decían que en noches de luna llena, cuando el río
brillaba como el oro, se podían ver a Yasy y Ñandý nadando juntos, su
amor eterno y libre en el corazón del delta.
Y así, la historia de la princesa Yasy y su amante Ñandý se convirtió en
un símbolo de resistencia y amor, un recordatorio de que incluso en tiempos
de adversidad, la esencia de la tribu y su conexión con la naturaleza
pueden prevalecer.
Historia del Tanimbu o Palo Amarillo

En tiempos antiguos, en la ribera del gran río Paraná, vivía un árbol sabio
y poderoso llamado Tanimbu. Su tronco retorcido y fuerte y su copa
frondosa con ramas desprolijas eran refugio para los pájaros y los
animales del bosque.
Cuentan que este árbol viejo y despreocupado, dormía sus siestas recostado
sobre las aguas del río, sintiendo sus caricias o sus tempestades.
La leyenda dice que cuando un/a nativo/a dejaba este mundo. Sus almas
eran convertidas en flores de este árbol, y cada flor se transformó en
fruto. Un fruto con forma de barca. Una estructura fuerte, con su quilla,
su popa y su proa, todo para proteger una semilla muy delicada..
Dicen que cada alma convertida viajo en forma de fruto hacia ríos y
arroyos colonizando silenciosamente ríos y arroyos. Y así el delta pronto
tuvo muchas almas hechas árboles. Y que en sus hojas nuevas y
aterciopeladas de color rojo se puede sentir el color de su libertad. Cuentan
también, que la energía de esta planta y de esas almas se transmiten a
quien viaja al Delta, haciendo que muy pronto te enamores de la isla.
Se menciona en lengua Guaraní. Que si pides un deseo a una flor del palo
amarillo, esté convertirá en fruto/barca y lo lanzará al río para que se
convierta en realidad.
La Leyenda del Hilo Rojo

Una Conexión Colectiva

En un mundo donde la conexión humana es fundamental, existe una


leyenda que habla de un hilo rojo invisible que une a las personas que están
dispuestas a conectarse en la vida.
Según la leyenda, cada persona tiene un hilo rojo que emerge de su corazón
y se extiende hacia el universo. Este hilo es sensible a las vibraciones de la
empatía, la compasión y la conexión genuina.
Cuando dos o más personas se encuentran y están dispuestas a
conectarse de corazón a corazón, sus hilos rojos se entrelazan, formando
una red de conexión que trasciende el espacio y el tiempo.
A medida que más personas se unen, el hilo rojo crece y se fortalece,
creando una red de apoyo y comprensión que abarca comunidades,
ciudades y países enteros.
La leyenda cuenta que:

- Cuando alguien necesita ayuda, su hilo rojo vibra y alerta a aquellos


conectados.
- Cuando alguien está feliz, su hilo rojo irradia alegría y compartida por
todos.
- Cuando alguien está en dolor, su hilo rojo recibe consuelo y apoyo de la
comunidad.

El hilo rojo es:

- Un símbolo de la interconexión humana


- Un recordatorio de la importancia de la empatía y la compasión
- Un llamado a cultivar relaciones genuinas y significativas
La leyenda del hilo rojo nos invita a:

- Ser conscientes de nuestras conexiones


- Cultivar la empatía y la compasión
- Unirnos en nuestra humanidad compartida

Continuará?...

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