[HdE-004] Burton Hare (1980) Los cazadores
[HdE-004] Burton Hare (1980) Los cazadores
[HdE-004] Burton Hare (1980) Los cazadores
LOS CAZADORES
Colección
HEROES DEL ESPACIO n.°4
Publicación semanal
EDICIONES CERES, S. A.
AGRAMUNT, 8 - BARCELONA (6)
ISBN 84-85626-56-7
Depósito legal: B. 8.541 − 1980
Impreso en España - Printed in Spain
1.ª edición: mayo, 1980
© Burton Hare - 1980
Texto
© Three Lions - 1980
cubierta
Esta edición es propiedad de
EDICIONES CERES, S. A.
Agramunt, 8
Barcelona - 6
Impreso en los Talleres Gráficos de EBSA
Parets del Valles (N-152, Km 21,650) Barcelona - 1980
CAPÍTULO PRIMERO
Tau entró en su nave con gestos cada vez más cansados. Tras él,
la escotilla se cerró automáticamente. La lechosa claridad de
aquella luz que parecía fluir de las paredes metálicas se intensificó.
Tau se miró de arriba abajo, disgustado por su apariencia, y fue a
sentarse en uno de los puestos de mando, delante del complicado
panel de instrumentos.
Todo el cuerpo se relajó una vez allí. Poco a poco, el proceso de
transformación, la asombrosa metamorfosis, se realizó de nuevo
devolviéndole su aspecto transparente de ser nativo de la estrella
Groomgold.
Tras esto, apoyó la cabeza en la suerte de casco fijo al asiento.
Tras manipular un diminuto control, del apoyacabezas se
distendieron unas delgadas láminas metálicas que rodearon su
cráneo transparente.
Instantáneamente la energía del antiorium comenzó a fluir
revitalizándole, llenándole de bienestar y de fuerza.
Vigilaba un pequeño dial en el que oscilaba una línea de luz
verde. Era inquietante la escasa reserva de energía que quedaba.
Apenas la suficiente para esperar la vuelta de la astronave que
debería reabastecerle.
Al fin manipuló el control y la energía cesó de fluir. La
abrazadera metálica que rodeaba su cabeza se desprendió volviendo
a su oculto engarce. Tau se inclinó hacia adelante realizando unos
veloces cálculos de sus reservas. Necesitaba establecer contacto con
el otro Explorador.
Se decidió finalmente. El visor circular se iluminó.
Con su voz neutra y bien modulada comenzó a llamar a Khan
una y otra vez.
Hubo de hacer otro despilfarro de energía antes de que el rostro
inexpresivo de su compañero surgiera en el visor. Entonces dijo:
—Estoy agotando la energía, Khan, así que no perdamos tiempo.
Koomz no existe, estoy solo en un planeta asombrosamente fértil y
habitado. Seres sólidos y extraños.
—¿Servirán en Groomgold?
—Supongo que sí, aunque son sólidos. Casi tan sólidos como los
que llevamos en ese último cargamento. Tendré oportunidad de
estudiarlos mientras espero. ¿Cómo es ese planeta al que llegaste?
—Desierto. No hay vida. Una desolación rojiza. Celebro que tú
hayas tenido mejor destino que nosotros. ¿Crees que se podrá llenar
el cargo con esos seres de que hablaste?
—Y cien cargos, si es cierto lo que imagino.
El rostro de Khan esbozó una extraña mueca en el visor.
—Lo importante es que puedan ser utilizados — replicó.
—Estoy casi seguro de que serán útiles. Además, son amistosos,
pacíficos. Voy a cerrar la energía ahora. He de reparar unos
desperfectos del Explorador.
Desconectó el visor antes de que su compañero pudiera replicar
y echándose atrás reflexionó sobre su situación. No era halagüeña
después de todo, inmovilizado en ese mundo de cuyos habitantes
sólo conocía a dos ejemplares.
¿Qué pasaría si los demás no eran tan confiados y pacíficos
como ésos? Con la poca energía que le restaba apenas podría
accionar sus armas, y mucho menos levantar el vuelo.
Mucho más tarde abandonó el asiento anatómico que se
adaptaba a su cuerpo como un guante y salió al exterior. Bajo sus
pies, la polvorienta arena del desierto crujió.
Alzó la mirada hacia el firmamento, negro y acribillado de
estrellas. La atmósfera era nítida y eso permitía captar en todo su
esplendor el brillo de las estrellas de las cuales procedía.
Volviéndose contempló la negra silueta de la casa de aquellos
seres que le habían ayudado. ¿Por qué lo hicieron? Eso le
desconcertaba mucho más de lo que hubiera creído nunca. El era un
perfecto extraño para ellos, alguien que podía destruirlos con sólo
proponérselo. Sin embargo, no habían recelado, no le habían
atacado como hubiera sucedido en Groomgold con cualquier
habitante de otro mundo que hubiera llegado procedente del
espacio.
Decididamente había muchas cosas incomprensibles a su
entorno que debería analizar y comprender. De lo que no le cabía la
menor duda era que esos seres eran desarrollados. Y muy
inteligentes, a pesar de realizar cosas inútiles en lugar de producir y
crear vida y energía. Tan inútiles como los cuadros que colgaban de
las paredes. Decididamente, eso tampoco lo comprendía.
Al fin echó a andar despacio hacia la casa, intrigado por otra
cosa que tampoco lograba explicarse. ¿Por qué aquellas notables
diferencias entre uno y otro de aquellos dos seres?
Mujer, le habían dicho. Bueno, ¿y eso qué significaba?
Igualmente había extrañas diferencias en su configuración. La
mujer tenía la piel suave, tersa y exhalaba un aroma que de algún
modo le inquietaba. Su pecho también era diferente, y sus
cabellos...
Otro misterio. ¡Qué seres más absurdos!
***
La cabeza de Theda reposaba sobre el pecho de Dan, dormido
profundamente.
Ella no dormía, aunque permanecía inmóvil para no despertarle
a él. Tenía los ojos abiertos fijos en la oscuridad, pensando de modo
obsesivo en el extraño visitante de las estrellas.
No había podido librarse de su inquietud en toda la noche, ni
siquiera durante el tiempo en que hicieron el amor al acostarse. Por
primera vez desde que se había unido a Dan apenas si había
gozado, ni experimentado el éxtasis absoluto en que se sentía morir
y renacer en una vorágine que se repetía cada noche, como un ciclo
vital que la transportara a un universo de placer donde nada
existiera excepto ellos dos.
Esa noche todo habla sido distinto y eso la disgustaba, sobre
todo porque sabía que Dan lo había advertido y él no se merecía
eso.
Se movió ligeramente y sus largos cabellos cosquillearon la piel
de él, quien parpadeó, bostezando.
—¿Estás despierta? — susurró Dan en la oscuridad.
—Sí.
—¿Qué te pasa?
—Lo sabes perfectamente.
—Oh, vamos, gatita, no tienes motivos para inquietarte. Todo va
bien.
—De eso quisiera yo estar tan segura como tú.
—Pero si ese individuo no puede ser más amistoso.
—Tú viste lo que hizo delante del televisor. Su mente es capaz
de interferirlo y proyectar las imágenes que él desea. ¿Te has
parado a pensar que si tiene ese poder, igualmente puede poseer
otros capaces de destruirnos si se le antoja?
—Es posible. Incluso admito que sea cierto que puede hacerlo.
Pero eso no quiere decir que vaya a destruirnos ni hacernos ningún
daño.
—Ojalá no hubiese aparecido nunca. ¡Éramos tan felices!
—Yo sigo siéndolo, querida.
—Ya sabes lo que quiero decir...
El se ladeó en la cama, abrazándola. La atrajo sobre su pecho,
desnudos sobre el lecho. Un instante después sus labios se
encentraren en un largo beso con el que Dan trataba de
desvanecerle los temores.
Casi sin advertirlo. Theda se abandono al amor y la sensualidad
de aquella larga caricia. Además, el sólido contacto del musculoso
cuerpo de él la llenaba de seguridad y de placer.
Sintió en sus labios la quemante caricia de la lengua y los abrió,
jadeando.
—Te quiero — susurró.
—Eso me parece muy bien, porque yo también te quiero.
—Las sensitivas manos del pintor sobre su cuerpo la excitaron
súbitamente. Eran dedos expertos, tan amorosos como sus labios,
que se perdían en sus senos en una apasionada adoración. Sintió
fluir en todo su cuerpo la cálida corriente del placer y el deseo.
La boca de él la estremecía, recorriendo todo su cuerpo con
besos fugaces que la enervaban hasta el paroxismo.
—Ámame.
No supo si había pronunciado el deseo en palabras, o sólo lo
había formulado en su pensamiento. Se deslizó a un lado,
abandonándose, maravillosamente hermosa, su cuerpo recortándose
en la oscuridad como una aparición.
El se irguió un poco, mirándola. Luego, suavemente, con todo su
amor, pero también con todo su deseo, entró en su cuerpo hasta el
éxtasis, hasta el desbordante estallido que les fundió uno en el otro
elevándoles en alas del placer hasta el torbellino incontenible y loco
donde nada existía excepto ellos dos.
Aún estrechamente abrazados, Dan susurró junto a su oído:
—¿Eres feliz?
—Total y absolutamente feliz.
—¿Crees que podrás dormir ahora?
—No me digas que me has hecho el amor sólo para que te deje
dormir en paz.
—Esa podría ser una buena razón. Ella rió en la oscuridad.
Lejos, en algún lugar del desierto, un coyote aulló como
gritándole a las estrellas su soledad.
Instintivamente, Theda estrechó su abrazo y susurró:
—Hazlo otra vez... ámame. Después nos dormiremos así,
abrazados.
Obedecer no fue ningún sacrificio para él. Todo lo contrario...
CAPÍTULO IX
Tau retrocedió sin saber muy bien por qué adoptaba semejantes
precauciones. No comprendía nada, pero algo que nunca había
experimentado le turbaba produciéndole un extraño sentimiento
que nada tenía que ver con todas las otras sensaciones vividas hasta
ese instante.
Había entrado en la casa silenciosamente, moviéndose con su
habitual suavidad. Había escuchado extrañas palabras que hablaban
de amor, de placer, y en la oscuridad sus oídos habían captado los
sonidos que, para él, no tenían el menor significado. Sin embargo,
aquellos estremecidos suspiros de la mujer, sus palabras
apasionadas, sus quejidos de gozo y éxtasis, habían zarandeado los
sentimientos del extraño quien, por primera vez en su vida de cinco
ciclos se enfrentaba con algo que nada tenía que ver con lo que
hasta entonces fuera todo su horizonte vital de valores.
Decididamente, esos seres eran desconcertantes.
Se detuvo fuera, bajo la noche, tratando de entender todo
aquello. Hasta esa noche, había estado completamente seguro de
saber siempre, en todo momento, cuál era la razón de vivir. Quizá
mejor, de sobrevivir. Todo se limitaba a mantener alimentada la
insaciable energía que Groomgold necesitaba, lo mismo que los
groomgolianos.
Era así de sencillo. Para lograrlo era preciso capturar seres
inferiores allá donde estuvieran, porque el antiorium en su estado
natural era mortal y los groomgolianos no podían extraerlo.
Los sentimientos no contaban. Ni siquiera existían.
Hasta esa noche en que, sin él saberlo, había asistido a la
sublimación del amor y del placer, a algo ciertamente primitivo,
pero mucho más vital y hermoso que la simple supervivencia.
Empezó a pensar en el traslado de esos seres y los problemas que
eso podría crear en su lejana estrella. Eran inteligentes y hábiles, de
eso no le cabía ninguna duda.
Pero tampoco tenía dudas sobre la resistencia que opondrían.
Una resistencia seguramente organizada y quizá violenta. Habría
que buscar el modo de someterlos...
Cuando emprendió el camino de su Explorador, para refugiarse
en la nave y reflexionar en paz, el alba asomaba por el horizonte
con una luz viva que pasó a través de su cuerpo como a través de
un diáfano cristal.
***
El sol ardía en el desierto y reverberaba en un espacio azul e
infinito. Dan exhaló el humo del cigarrillo y no pudo ocultar una
sonrisa al advertir los torpes movimientos de Tau, metido dentro de
unos pantalones y una camisa a cuadros.
El hombre de las estrellas había adoptado una vez más la
apariencia de los terrestres, para poder entenderse con los dos
jóvenes. Pero no parecía muy feliz vestido como ellos.
El pintor comentó:
—Estoy de acuerdo contigo en que las ropas son un engorro,
Tau. Pero si alguien apareciera por aquí y te viera desnudo la cosa
podría ser muy embarazosa.
—No me gusta.
—Te confieso que a mí tampoco. Ni a Theda. Ella... Pero
dejemos eso. ¿Crees que podrás mezclarte con la gente sin delatarte,
sin demostrar extrañeza por lo que veas?
—Soy como tú.
—Sí, muy parecido...
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque si te parece iremos a dar un paseo por Santa Fe. Verás
una de nuestras ciudades y el caos en que la hemos convertido.
—¿Caos?
—Un lío. En fin, ya lo verás.
—¿Hay muchos seres allí?
—Demasiados.
—¿Parecidos a ti? Dan se rascó la nuca.
—No hay dos seres humanos iguales, a menos que sean gemelos.
Pero desde luego, son como nosotros más o menos.
—¿No hay otra clase de habitantes en tu mundo?
—Bueno, los animales. Miles de especies. ¿Te gustaría verlos?
—Sí.
—Está bien, iremos al Zoo si nos queda tiempo. Cuando te vayas
de la Tierra habrás aprendido muchas cosas que antes no sabías.
Theda apareció. Vestía unos shorts blancos, apretados a sus
muslos, y una camisa holgada que, no obstante, era incapaz de
ocultar la juvenil pujanza de sus pechos puntiagudos.
Dan la contempló aprobadoramente. También Tau la miró,
pensando en las exaltadas efusiones de la muchacha durante la
noche anterior.
Ella sonrió.
—¿He aprobado el examen? — bromeó.
Dan se acercó a ella y la besó ligeramente en los labios.
—Sobresaliente. ¿Qué te parece a ti, Tau?
Este no replicó, limitándose a mirarla. Luego dijo:
—No comprendo. ¿Para qué sirve eso?
—¿A qué te refieres?
—Unir las bocas.
Dan se echó a reír a carcajadas.
—¡Amigo! — exclamó—. No hay manera de explicar eso si para
ti no significa nada.
Paso a paso, Tau se aproximó a Theda. Esta estuvo tentada de
echarse atrás y miró apurada a Dan. Este hizo un gesto calmándola.
Tau se detuvo ante ella, inclinó la cabeza y la besó, imitando los
gestos de Dan. Theda permaneció rígida, pero notó el extraño calor
que inundaba su cuerpo como el flujo de una marea.
Tau se echó atrás, mirándola fijamente. Parecía incapaz de
formular una palabra.
Fue Dan quien rompió el silencio.
—No vayas a robarme la novia ahora, hombre de las estrellas —
dijo con sorna—. ¿Te ha gustado?
—Sí.
—Ya lo imaginaba.
—Pero ¿para qué sirve? Todo debe tener una finalidad práctica
— insistió Tau.
—Te lo explicaré en otra ocasión. Pero déjame decirte que no
tiene ninguna finalidad práctica tal como tú lo entiendes. Es sólo
una caricia, una demostración de afecto, de amor, de lujuria en
determinados momentos. De deseo si lo quieres así. ¿Es que no hay
mujeres en tu mundo?
—Mujeres... ¿Como ella, quieres decir? — indagó señalando a
Theda.
—Eso mismo.
—No.
—Eso también requerirá una buena explicación en otro
momento, porque me gustará saber cómo diablos se reproduce la
gente en esa estrella de que procedes.
Theda abrió la puerta y salieron al exterior, al calor
endemoniado del sol de la tarde.
Tau les seguía, observándoles intrigado como nunca lo estuviera.
Dan abrió el garaje y el extraño se quedó mirando entonces la
polvorienta carrocería del poderoso coche deportivo. Cuando el
pintor lo puso en marcha dio un respingo al oír el rugido inicial de
motor de ocho cilindros.
—Bueno, no es como tu nave, pero nos lleva de un lado a otro
— comentó Dan cuando se apeó para cerrar las puertas después de
sacar el coche.
Ahora, el motor latía casi en silencio. Tau dio una vuelta en
torno al vehículo. Preguntó:
—No me dijiste que...
Se interrumpió, como escuchando el acompasado sonido del
motor.
Dan levantó el capó dejándolo al descubierto. Era un último
modelo accionado por ocho poderosos cilindros que en lugar de
gasolina se alimentaban mediante una pequeña turbina.
—Para ti quizá sea rudimentario y primitivo — dijo con ironía
—, pero para nosotros es el último grito deportivo.
—Esa energía...
—Deberías haber visto los que funcionaban con gasolina. Te
habrías divertido, pero ya no queda ninguno en circulación.
Tau no respondió. Estaba rígido, como concentrado en algún
problema que le obsesionara.
Para romper aquella especie de hechizo, Dan gritó:
—¡Todos a bordo! Vas a ver lo que aquí se llama civilización.
Theda se acomodó a su lado y Tau se encajó en el reducido
asiento posterior. No pronunció una palabra en todo el largo viaje
hasta Santa Fe, a donde llegaron cuando el sol iniciaba su ocaso.
Tal como Dan anunciara, las calles eran un caos de circulación,
de gentes apretujándose en las aceras, de ruido y tráfico, de
estridencias...
Para Tau no fue, precisamente, una demostración de adelanto.
Más bien pareció aturdirle.
Lo miraba todo con tanta atención que el pintor llegó a
sospechar que incluso intentaba contar la gente..
Y tal vez, en cierto modo, fuera así.
CAPÍTULO X
FIN