Liturgia 10 Vida Liturgica

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VIDA LITÚRGICA, 1

Como la liturgia consiste en la actualización perenne del misterio


de Cristo, la vida espiritual del cristiano encuentra sus raíces en
ella. La liturgia es, por tanto, la fuente de la vida de comunión con
el Dios trinitario en la propia existencia.

“No olvides que la vida litúrgica es vida de amor:


amor a Dios Padre, por medio de Cristo Jesús, en
el Espíritu Santo, con toda la Iglesia, de la que tú
formas parte” (San Josemaría Escrivá).

CCE 1068: “Es el misterio de Cristo lo que la Iglesia anuncia y ce-


lebra en su liturgia para que los fieles vivan de él y den testimonio
del mismo en el mundo”.
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“La liturgia me remite a la vida cotidiana, a mí


en mi experiencia personal” (J. Ratzinger).

Cuando se separa de la experiencia ordinaria,


donde la genuina piedad se convierte en vida,
el rito se agosta, se encierra en sí mismo y se
transforma en rutina.

Cuando la liturgia es comprendida en toda su hondura teológica, y


su celebración es experiencia viva que compromete la vida per-
sonal, la liturgia obra en los fieles el despliegue eucarístico de su
existencia, hasta la cristificación completa: “alter Christus, ipse
Christus” (San Josemaría Escrivá).
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La existencia cristiana es litúrgica, nacida en y desde la celebración


y tendente a ella. Vida cristiana y vida espiritual son siempre vida
litúrgica que, más allá de la participación en los ritos de culto, se
actualiza en la existencia diaria.

La Eucaristía no es un medio más entre los


varios que facilitan al cristiano la progresiva
identificación con Jesucristo y la comunión
de vida con el Padre. La Eucaristía es real-
mente el centro y la raíz de la vida espiritual.

En torno al misterio eucarístico, giran y se nutren los demás sacra-


mentos, las prácticas de oración, el espíritu de penitencia, el ejerci-
cio de las virtudes..., en resumidas cuentas, todo lo que constituye
la existencia del cristiano.
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San Pío X utiliza la expresión “participación activa”


de los fieles en el culto divino. Vaticano II recoge
esta participación como idea directriz de la celebra-
ción litúrgica.

Para comprender bien esta participación, hay que superar, al menos,


dos posibles tentaciones: reducir el acontecimiento litúrgico a sola
celebración, y considerar la participación de los fieles reducida a
aspectos externos y funcional.

El alma de la participación activa debe buscarse no tanto en las


manifestaciones externas del culto, sino en la comunión de vida
entre Dios y el fiel cristiano, propia del acontecer litúrgico.
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Para evitar toda posible confusión acerca de la participación activa,


parece necesario sostener cuatro principios: a) la liturgia no se
agota en la celebración, sino que nace del misterio y continúa en
la vida del fiel; b) la celebración litúrgica no se reduce a su dimen-
sión ritual, sino que es un hecho teológico-salvífico que exige la
presencia y acción de la Trinidad (hace presente y comunica aquí
y ahora el misterio de la salvación cumplido en Cristo); c) la parti-
cipación de los fieles no se limita a la sola cele-
bración, sino que se vive en la entera existencia
cotidiana; d) la participación en la celebración
es una realidad primariamente existencial y
sacramental, no funcional, por lo que no debe
confundirse ni identificarse con los ministerios
litúrgicos, en sí legítimos.

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