E Adiccion Al Internet

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ADICCIÓN AL

INTERNET

Ps Jaime E Vargas M

A515TE
Cualquier inclinación desmedida hacia alguna actividad puede
desembocar en una adicción, exista o no una sustancia química de
por medio. La adicción es una afición patológica que genera
dependencia y resta libertad al ser humano al estrechar su campo de
conciencia y restringir la amplitud de sus intereses. De hecho,
existen hábitos de conducta aparentemente inofensivos que, en
determinadas circunstancias, pueden convertirse en adictivos e
interferir gravemente en la vida cotidiana de las personas afectadas,
a nivel familiar, escolar, social o de salud (Echeburúa y Corral,
1994).

Lo que caracteriza a una adicción es la pérdida de control y la


dependencia. Todas las conductas adictivas están controladas
inicialmente por reforzadores positivos –el aspecto placentero de la
conducta en sí-, pero terminan por ser controladas por reforzadores
negativos -el alivio de la tensión emocional, especialmente-.

Es decir, una persona normal puede hablar por el móvil o conectarse


a Internet por la utilidad o el placer de la conducta en sí misma; una
persona adicta, por el contrario, lo hace buscando el alivio del
malestar emocional (aburrimiento, soledad, ira, nerviosismo,
etcétera) (Marks, 1990; Potenza, 2006; Treuer, Fábian y Füredi,
2001).
La ciberadicción se establece cuando el
niño deja de verse con sus amigos y se
instala frente a la pantalla con sus
videojuegos, el adolescente presta más
atención a su Iphone que a su novia o el
joven no rinde en los estudios porque
revisa obsesivamente su correo electrónico.
En todos estos casos hay una clara
interferencia negativa en la vida cotidiana
(Estallo, 2001).

Como ocurre en las adicciones químicas,


las personas adictas a una determinada
conducta experimentan un síndrome de
abstinencia cuando no pueden llevarla a
cabo, caracterizado por la presencia de un
profundo malestar emocional (estado de
ánimo disfórico, insomnio, irritabilidad e
inquietud psicomotriz).
Los jóvenes y las nuevas tecnologías
Según el estudio realizado por la Fundación Pfizer (2009), el 98% de los jóvenes
españoles de 11 a 20 años es usuario de Internet. De ese porcentaje, siete de
cada 10 afirman acceder a la red por un tiempo diario de, al menos, 1,5
horas, pero sólo una minoría (en torno al 3% o al 6%) hace un uso abusivo de
Internet. Es, por tanto, una realidad obvia el alto grado de uso de las nuevas
tecnologías entre los adolescentes y jóvenes (Johansson y Götestam, 2004;
Muñoz- Rivas, Navarro y Ortega, 2003).

Las motivaciones para hacerse con un Iphone, que permite reproducir y


almacenar música e integra teléfono, cámara de fotos y acceso a Internet en un
único dispositivo de diseño exclusivo, o para tener cuenta en las redes sociales
virtuales (Tuenti o Facebook), que permiten localizar a personas, chatear,
mandar mensajes tanto privados como públicos, crear eventos y colgar fotos y
vídeos, son múltiples: ser visibles ante los demás, reafirmar la identidad ante el
grupo, estar conectados a los amigos. El anonimato produce terror, del mismo
modo que asusta la soledad. Las redes sociales son el espantajo que aleja el
fantasma de la exclusión: se vuelcan las emociones, con la protección que
ofrece la pantalla, y se comparte el tiempo libre. Uno puede creerse popular
porque tiene listas de amigos en las redes sociales. Asimismo existe el riesgo
de crear una identidad ficticia, potenciada por un factor de engaño, autoengaño
o fantasía.
Factores de Riesgo
A un nivel demográfico, los adolescentes constituyen
un grupo de riesgo porque tienden a buscar
sensaciones nuevas y son los que más se conectan a
Internet, además de estar más familiarizados con las
nuevas tecnologías (Sánchez-Carbonell,
Beranuy, Castellana, Chamorro y Oberst, 2008).
En algunos casos hay ciertas características de
personalidad o estados emocionales que aumentan la
vulnerabilidad psicológica a las adicciones:
la impulsividad; la disforia (estado anormal del ánimo que
se vivencia subjetivamente como desagradable y que se
caracteriza por oscilaciones frecuentes del humor); la
intolerancia a los estímulos displacenteros, tanto físicos
(dolores, insomnio o fatiga) como psíquicos (disgustos,
preocupaciones o responsabilidades); y la búsqueda
exagerada de emociones fuertes. Hay veces, sin
embargo, en que en la adicción subyace un problema de
personalidad -timidez excesiva, baja autoestima o rechazo
de la imagen corporal, por ejemplo- o un estilo de
afrontamiento inadecuado ante las dificultades cotidianas.

A su vez, los problemas psiquiátricos previos (depresión,


TDAH, fobia social u hostilidad) aumentan el riesgo de
engancharse a Internet (Estévez, Bayón, De la Cruz y
Fernández-Liria, 2009; García del Castillo, Terol, Nieto,
Lledó, Sánchez, Martín-Aragón, et al., 2008; Yang, Choe,
Balty y Lee, 2005).
Señales de Alarma
Las principales señales de alarma que denotan una dependencia a las TIC o a las
redes sociales y que pueden ser un reflejo de la conversión de una afición en una
adicción son las siguientes (Young, 1998):

a. Privarse de sueño (<5 horas) para estar conectado a la red, a la que se dedica
unos tiempos de conexión anormalmente altos.
b. Descuidar otras actividades importantes, como el contacto con la familia, las
relaciones sociales, el estudio o el cuidado de la salud.
c. Recibir quejas en relación con el uso de la red de alguien cercano, como los
padres o los hermanos.
d. Pensar en la red constantemente, incluso cuando no se está conectado a ella
y sentirse irritado excesivamente cuando la conexión falla o resulta muy lenta.
e. Intentar limitar el tiempo de conexión, pero sin conseguirlo, y perder la noción
del tiempo.
f. Mentir sobre el tiempo real que se está conectado o jugando a un videojuego.
g. Aislarse socialmente, mostrarse irritable y bajar el rendimiento en los estudios.
h. Sentir una euforia y activación anómalas cuando se está delante del
ordenador.
De este modo, conectarse al ordenador nada más llegar a
casa, meterse en Internet nada más levantarse y ser lo último
que se hace antes de acostarse, así como reducir el tiempo
de las tareas cotidianas, tales como comer, dormir, estudiar
o charlar con la familia, configuran el perfil de un adicto a
Internet. Más que el número de horas conectado a la red, lo
determinante es el grado de interferencia en la vida cotidiana
(Davis, 2001).
Estrategias de Prevención
El uso de las TIC y de las redes
sociales impone a los adolescentes y
adultos una responsabilidad de doble
dirección: los jóvenes pueden adiestrar
a los padres en el uso de las nuevas
tecnologías, de su lenguaje y sus
posibilidades; los padres, a su vez,
deben enseñar a los jóvenes a usarlas
en su justa medida.
Los padres y educadores deben ayudar a los adolescentes a desarrollar la
habilidad de la comunicación cara a cara, lo que, entre otras cosas, supone
(Ramón-Cortés, 2010):

a. Limitar el uso de aparatos y pactar las horas de uso del ordenador.


b. Fomentar la relación con otras personas.
c. Potenciar aficiones tales como la lectura, el cine y otras actividades
culturales.
d. Estimular el deporte y las actividades en equipo.
e. Desarrollar actividades grupales, como las vinculadas al voluntariado.
f. Estimular la comunicación y el diálogo en la propia familia.

La limitación del tiempo de conexión a la red en la infancia y adolescencia


(no más de 1,5-2 horas diarias, con la excepción de los fines de semana),
así como la ubicación de los ordenadores en lugares comunes (el salón, por
ejemplo) y el control de los contenidos, constituyen estrategias adicionales de
interés (Mayorgas, 2009).
Tratamiento Psicológico
Por lo que se refiere al tratamiento, las
vías de intervención postuladas son
muy similares en todos los casos.

A corto plazo, el tratamiento inicial de


choque se centra, en una primera
fase, en el aprendizaje de respuestas
de afrontamiento adecuadas ante las
situaciones de riesgo (control de
estímulos); y en una segunda fase, en
la exposición programada a las
situaciones de riesgo (exposición a los
estímulos y situaciones relacionados
con la conducta adictiva).
Así, por ejemplo, el control de estímulos -un primer
paso siempre necesario durante las primeras semanas de
tratamiento- se refiere al mantenimiento de una abstinencia
total respecto al objeto de la adicción (redes sociales
virtuales o juegos interactivos). Y un segundo paso, en una
fase posterior, consiste en la exposición gradual y controlada
a los estímulos de riesgo.

De este modo, un ex adicto a Internet puede, inicialmente bajo


el control de otra persona y después a solas, conectarse a la
red, estar un tiempo limitado (1 hora, por ejemplo) y llevar a
cabo actividades predeterminadas (atender el correo sólo una
vez al día a una hora concreta, navegar por unas páginas
fijadas de antemano o entrar en una red social), sin quitar
horas al sueño y eliminando los pensamientos referidos a la
red cuando no se está conectado a ella. Sólo cuando se ha
llegado a esta fase decrece la intranquilidad subjetiva y el
sujeto adquiere confianza en su capacidad de autocontrol ante
las diversas situaciones cotidianas.
Por último, una vez reasumido el control de la conducta,
se requiere actuar sobre la prevención de recaídas, lo que
implica identificar las situaciones de riesgo, aprender respuestas
adecuadas para su afrontamiento y modificar las
distorsiones cognitivas sobre la capacidad de control del
sujeto. Asimismo hay que actuar sobre los problemas específicos
de la persona, planificar el tiempo libre e introducir
cambios en el estilo de vida.
Referencia

Enrique Echeburúa y Paz de Corral (2010)


Adicciones a las nuevas tecnologías y a las redes sociales
en jóvenes: un nuevo reto
Adicciones, Vol. 22, Num. 2, 91 - 95

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