21-Fundamentos Bíblicos Sinodalidad-I

Descargar como ppt, pdf o txt
Descargar como ppt, pdf o txt
Está en la página 1de 24

Fundamentos bíblicos

de la sinodalidad en la Iglesia - I
Profundizaremos en algunas de las enseñanzas
de la Sagrada Escritura que son mencionadas o detalladas
con menor o mayor extensión
en el documento de la Comisión Teológica Internacional:

“La sinodalidad
en la vida y en la misión
de la Iglesia”,

con el objeto de mostrar


que el concepto de sinodalidad como
«dimensión constitutiva de la Iglesia»
se fundamenta en la Palabra de Dios.
La idea de “caminar juntos con un mismo fin”
está presente de muchas formas tanto en los libros
del Antiguo como del Nuevo Testamento, aun cuando
no se utilice en esos lugares el término “sínodos”.

La Sagrada Escritura testifica


desde las primeras páginas
que los seres humanos no
aparecen como seres pasivos
en la “historia de la salvación”,

sino que en él todos son corresponsables,


y esta corresponsabilidad resplandece mucho más en la
etapa inaugurada por la redención realizada por Jesucristo.
Si en el lenguaje común de los griegos el “synodo” era el
nombre con el que se designaba toda reunión o asamblea,
tanto popular como política o litúrgica,

que de diferentes maneras


contribuía a la edificación
de la “polys”,

en la tradición de la Iglesia este término


pasó a ser el nombre de la comunidad cristiana
cuando en su conjunto asume su responsabilidad y
contribuye a edificar el Cuerpo de Cristo y el Reino de Dios.
1

Antiguo Testamento
1 El relato de la creación de la humanidad

El libro del Génesis introduce el relato de la creación


de la primera pareja humana con estas palabras:

"Hagamos al ser humano,


como nuestra imagen,
a nuestra semejanza,
para que domine a todos
los peces del mar,
a las aves del cielo, a las bestias,
y a los animales de toda la tierra,
y a los reptiles que se arrastran
sobre la tierra" (Gen 1,26).
Se dice que el ser humano es creado
"como imagen, a semejanza" de Dios,

para que "domine"


sobre todas
las especies animales.

Por tanto,
de su condición de
"imagen y semejanza"
de Dios se origina
su capacidad
para dominar.
El texto del primer capítulo del Génesis
describe la aparición del ser humano en el mundo
tal como es querido en el plan de Dios:
todo ser humano es
co-responsable en la tarea de
llevar al mundo a la perfección
querida por el Creador;
está llamado a colaborar con
Dios “custodiando el universo
y orientándolo hacia su meta”.

Esta responsabilidad no es propiedad de algunos


privilegiados o sólo de los que estén capacitados, sino
que pertenece a todos y a cada uno de los seres humanos.
2 El salmo 8

Es indudable que el autor del Salmo 8


ha conocido el relato del primer capítulo del Génesis,

y con lenguaje poético


vuelve sobre
las mismas enseñanzas
utilizando otras palabras:
"Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que fijaste
¿Qué es un ser humano para que lo recuerdes,
un hijo de hombre para que te ocupes de él?
Lo hiciste poco inferior a los dioses,
lo coronaste de gloria y esplendor,
le diste el dominio sobre la obra de tus manos;
todo lo pusiste bajo sus pies:
todos los rebaños y el ganado
y hasta las bestias salvajes,
las aves del cielo y los peces del mar,
que surcan los senderos de las aguas.”
(Sal 8,4-9)
El salmista está asombrado por
la magnitud y la belleza del cielo en una noche estrellada,

y no encuentra explicación
al hecho de que
los seres humanos,
a pesar de su pequeñez,
son ‘coronados’, están rodeados
de 'gloria' y 'esplendor’,
y tengan 'dominio' sobre
las demás criaturas.
Como Gen 1,26, el texto del Salmo 8
pone límites al ámbito del dominio del hombre,

porque en los vv. 8-9 indica


que su autoridad se ejerce sobre
"rebaños y el ganado y hasta
las bestias salvajes, las aves
del cielo y los peces del mar...".

En esta pormenorizada enumeración de los animales


se ve que los autores bíblicos
están particularmente preocupados por señalar
que el espacio en el que la humanidad desempeña
su poder de dominio no incluye a otros seres humanos.
El libro del Génesis y el Salmo 8 muestran claramente
que la vocación del ser humano a participar
en esta tarea de llevar al mundo a su perfección

es una propiedad
que se funda en su condición
de imagen de Dios.

Los textos coinciden en afirmar


que la capacidad de
“dominar y someter la tierra”
no es privilegio de algunos,
sino que se encuentra inscrita en el mismo ser
de los humanos, y cada uno de ellos está llamado
a participar en la tarea de la construcción del mundo.
3 La alianza de Dios con las tribus de Israel

El libro del Éxodo relata


la salida de los israelitas de la esclavitud de Egipto,

dirigidos por Moisés


como caudillo
y guía indiscutido.
Cuando llegaron a un monte de la península de Sinaí (Ex 19,1-2),

Dios propuso al pueblo,


por medio de Moisés,
una alianza,
ofreciéndole la garantía de ser
el pueblo propiedad de Dios,
mientras ellos se
comprometieran a obedecerlo
(Ex 19,5-6).

Las palabras de la propuesta están en boca del Señor


que se dirige a Moisés,
quien deberá comunicarlas al pueblo:
“Moisés subió a encontrarse con Dios.
El Señor lo llamó desde la montaña y le dijo:
Habla en estos términos a la casa de Jacob
y anuncia este mensaje a los israelitas:
«Ustedes han visto cómo traté a Egipto, y cómo
los conduje sobre alas de águila y los traje hasta mí.
Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza,
serán mi propiedad exclusiva entre todos los pueblos,
porque toda la tierra me pertenece.
Ustedes serán para mí un reino de sacerdotes
y una nación que me está consagrada».
Estas son las palabras que transmitirás a los israelitas».
Moisés fue a convocar a los ancianos de Israel
y les expuso todas estas palabras,
como el Señor se lo había ordenado” (Ex 19,3-7).
El redactor pone de relieve que fue el pueblo quien aceptó
la propuesta de Dios y se comprometió a obedecerlo,

y que lo hizo unánimemente:

“El pueblo respondió


unánimemente:
«Estamos decididos a
poner en práctica todo
lo que ha dicho el Señor».

Y Moisés comunicó al Señor la respuesta del pueblo” (Ex 19,8).


De la misma forma, destacando la unanimidad del pueblo,
se presenta el texto que se refiere
a la aceptación de las normas establecidas por Dios:

“Moisés fue a comunicar


al pueblo todas las palabras
y prescripciones del Señor,
y el pueblo respondió
a una sola voz:
«Estamos decididos a
poner en práctica todas las
palabras que ha dicho el Señor»”
(Ex 24,3).
Los redactores han puesto especial cuidado en destacar
que los israelitas intervinieron por unanimidad,
a una sola voz,

en las decisiones que


lo configuraron
como pueblo de Dios.

Los textos muestran que la propuesta de la alianza viene


solamente de Dios, y que la aceptación y el compromiso
son asumidos unánimemente por el pueblo.
Moisés sólo cumple una función de mediador,

cuando lleva la palabra


de Dios a los israelitas,
y luego lleva la respuesta
de estos a Dios.

El pueblo, por su parte, no tiene un papel pasivo,


sino que actúa como artífice de su propia historia.
4 Los profetas y la nueva alianza

Los Profetas inculcaron en el Pueblo de Dios


la exigencia de caminar a lo largo de las travesías de la historia
manteniéndose fieles a la alianza.

Por eso los Profetas invitaban


a la conversión del corazón
hacia Dios y a la justicia
en las relaciones con el prójimo,

especialmente con los más pobres, los oprimidos,


los extranjeros, como testimonio tangible
de la misericordia del Señor (cfr. Jr 37,21; 38,1).
Pero para que esto se hiciera realidad,
Dios prometió darles un corazón y un espíritu nuevos
(cfr. Ez 11,19)

y que abriría un nuevo éxodo


ante su Pueblo (cfr. Jr 37–38):
entonces Él establecería
una nueva alianza,
que ya no estaría escrita
sobre tablas de piedra
sino sobre los corazones
(cfr. Jr 31,31-34).
Esta se extenderá sobre horizontes universales,

porque
el Servidor del Señor
reunirá
a las naciones
(cfr. Is 53),

y se sellará con la efusión


del Espíritu del Señor
sobre todos los miembros de su Pueblo (cfr. Jl 3,1-4).

También podría gustarte