Y no dejaba de tener razón Soledad para estar cavilosa y cariacontecida, que aquella mañana, cuando disponíase a arreglar el almuerzo, habíale dicho el señor Cristóbal, con acento bronco y enarcando amenazadoramente las pobladísimas cejas: -Mía tú, Soleá, esta noche viée a platicar conmigo Toñico el Clavicordio, y viée a platicarme de ti y a pedirme tu mano y con la mano toíta tu presona, y como a mí el Clavicordio me jace clase, porque es güeno y es trabajador, y te tiée voluntá, y a ti te conviée casarte cuanto antes, porque el día que a mí me dé un sanguiñuelo y me lleven al Batatar, a ti te llevan al hospicio; pos velay tú por qué quiero yo que emparmes cuanto antes con Toñico el Clavicordio.
-Calle usté, señó Paco, calle usté -decía encarándose con el barbero de la esquina-; calle usté que entoavía no me corre la sangre por las venas, y una libra de aceite le tengo que llevar a la Virgen de mi devoción, si de esta hecha no me manda a mí al Batatar el susto y el mal rato que he pasao.
Y como al decir esto se incorporara el Petaca y cogiera con el mayor primor del mundo por una de las solapas de la chaqueta a Joseíto el Tomiza, se incorporó éste también, y adelantando el busto, exclamó con acento belicoso, mirándole con expresión de desafío: -En cuantito me güervas tú a jurgar a la americana, es cuando te van a llevar a ti al Batatar en uno de la tertulia.
-¡Pos eso es lo que se va a ver esta noche!, porque lo que es esta noche se jura aquí la Costitución; porque lo que es yo no me voy a Vélez ni conducío por la Benemérita, y esta noche duerme mi compadre en el Batatar y yo metío en un calabozo, con un grillete ar pie y esposas en dambas manos.
Y diez minutos después, mientras se alejaban Joseíto llevando casi a remolque a su Pepa, que le disparaba a querna ropa toda una granizada de improperios, decíale Rosario a su Curro con acento zalamero y brindándole toda el alma en sus negrísimas pupilas: -¿Ves tú como ni el compadre duerme en el Batatar ni tú duermes metío en un calabozo?