Realizó su escapatoria aprovechándose de que estaba en limpia el ace- quión ó brazo de río que provee al convento; y cubierta la cabeza con pañolón lambayecano oyó, desde un oculto de pla- tea, cantar á Carolina Griffoni el Barbero de Sevilla del maes- tro Paisiello, que Rossini no había aún escrito la ópera del mismo título, con la que ha inmortalizado su nombre.
Esa joven que ha buscado en lamuerte un reme- dio desesperado; esa joven que no solo renunci6 su existencia, sino aue pudo sobreponerse & la ternura de dos objetos niuy caros para ella, 4 ha dejado siquiera al juicio de los vivos alguna causa ostensible que escusar pudiera tan terrible resoluoiou t Ella ha muerto cantando su desventura y dejando & la justicia humaua pate u tea los motivos que fuerou los verdaderos verdugos de su existencia...
Luego, acostada con Urano, alumbró a Océano de profundas corrientes, a Ceo, a Crío, a Hiperión, a Jápeto, a Tea, a Rea, a Temis, a Mnemósine, a Febe de áurea corona y a la amable Tetis.
No era una revolución social – continúa Mitre – era una disolución sin plan, sin objeto, operada por los instintos brutales de las multitudes, reunidas bajo el pendón de la guerra civil, armados de la espada de Caín y de la tea de la discordia”.
Agrandemos la llama de nuestra
tea soplando sobre ella a pleno pulmón hasta darle magnitudes de incendio, para desvanecer en rojos resplandores ese cuadro de horror.
Práxedis G. Guerrero
Ahora vosotras, a las que con su optada luz unció la tea, no antes a vuestros unánimes esposos vuestros cuerpos 80 entregad, desnudando, arrojado el vestido, vuestros pechos, de que, agradables a mí, presentes libe el ónice, vuestro ónice, las que honráis las leyes para el casto lecho.
eja, discordia bárbara, el terreno que el pueblo de Colón a servidumbre redimió vencedor; y allá vomita, aborrecida furia, tu veneno, y esa tu tea, a cuya triste lumbre el tierno pecho maternal palpita, allá tan sólo agita, donde jamás fue oído de libertad el nombre, y donde el cuello dobla, encallecido bajo indigna cadena, el hombre al hombre.
Pero el héroe, irritado con su madre Al
tea, se dejó dominar por la cólera que perturba la mente de los más cuerdos y se quedó en el palacio con su linda esposa Cleopatra, hija de Marpesa Evenina, la de hermosos pies, y de Idas, el más fuerte de los hombres que entonces poblaban la tierra.
Homero
Difícil será, aunque tenga muchos deseos de batirse, que triunfando del valor y de las manos invictas de aquéllos, llegue a incendiar los bajeles; a no ser que el mismo Cronión arroje una
tea encendida en las veleras naves.
Homero
Tu espíritu infinito resbala ante mis ojos y aunque mi vista impura tu aparición no ve, mi alma se estremece, y ante tu faz de hinojos tea dora en esas nubes mi solitaria fe.
Y Baco, llevando la llama roja de la tea en su vara, se lanza a la carrera y con sus coros irrita a los viajeros y los sacude con sus gritos, suelta al viento su cabellera ornada.
Si no me valgo de este ardid, la tea de esta loca Altea, hubiera convertido en nuevo Meleagro al pobre asno, que habría sucumbido a su deshonra.