Arte en todas sus expresiones.
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Ha nacido una Femme Fatale

Esta mañana mientras desayunaba, me topé con la imagen de portada del periódico “AS” que decía “Jenny deja caer a Rubiales”. Gracias a la lectura de la situación que hacía @pablomm me di cuenta de que la historia estaba girando hacia el lugar al que lleva girando desde el principio de los tiempos.

Desde Lilith -primera mujer de Adán- hasta la Lolita de Nabokov, en todas las artes la figura de la Femme Fatale ha protagonizado libros, pinturas y películas y forma parte del imaginario colectivo. Es posible que no sepamos mucho de ella pero sí la reconocemos nada más verla -un ejemplo, la Carmen de Mérimée que Paz Vega encarna en la película de Vicente Aranda-.

Pero cuando esta mañana fui capaz de reconocer que el giro que estaba tomando el incidente del beso de la final del Mundial de Fútbol Femenino, era provocado en gran parte por hombres -o por una visión machista- a través de entre otras cosas -en palabras de Iñaki Gabilondo- un “paraperiodismo” pensé “han perdido”, porque yo, al igual que muchos otros, ya me había dado cuenta de que el cambio de roles era intencionado.

Para llegar a esta conclusión, en mi caso he tenido que conocer un poquito de la Historia del Arte. ¿Quién de nosotros no se ha sentido atraído por esa mujer que con su belleza y poder de persuasión consigue lo que quiere de algún hombre en particular? Para conocer -y reconocer- a esta figura, vamos a hablar un poco de ella y sus creadores, empezando por saber desde cuándo existe. Pues “desde el principio”. Antes incluso que la Eva cristiana – otra mujer fatal- y seguiremos viéndola a lo largo de la Historia, especialmente a mitad del siglo XIX, cuando el Romanticismo, los Historicismos y Academicismos- muchos ismos- hacen que se representen muchas de estas mujeres fatales de la Historia y la mitología, como por ejemplo Helena de Troya , Pandora o la propia Lilith que representaron por ejemplo los Prerrafaelitas. Edvard Munch por ejemplo, el famoso autor de “El Grito”, tiene al menos dos cuadros en los que aparece una mujer y que ya solo el título deja muy claro el papel de sus protagonistas: “Amor y dolor. Vampiresa” y “Mujer con pelo rojo y ojos verdes. El pecado”.

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“Amor y dolor. La Vampiresa”


A mí me encanta estudiar el siglo XIX porque en él hay tanto que explica lo que ocurre en el XXI…

Cuando estudiamos por ejemplo los cambios sociales de esta época vemos por ejemplo que las mujeres empiezan a reclamar sus derechos, coincidiendo el protagonismo que alcanza este mito con el movimiento sufragista. Más adelante, cuando a mitad del siglo XX el cine negro norteamericano vuelve a representar a la femme fatale, vemos que coincide con que la mujer gana terreno en lo laboral después de la II Guerra Mundial, alejándose de la imagen de ángel del hogar -básicamente madres y esposas- que tanto gustaba.

En nuestros días, esta idea de la mujer como devoradora de hombres y provocadora de los males del mundo está muy presente, pero por si cuesta un poco reconocerla, aquí van algunos trucos:

-Forma parte de los personajes principales de la trama.

-Es bella, atractiva y sexi.

-Vuelve loco a algún hombre y es la responsable máxima de sus acciones por haberlo “hechizado”.

-No tiene sentimientos recíprocos hacia su amante, o al menos la historia no nos los muestra, quedando ella reducida a puro fetiche.

-Es independiente y toma sus propias decisiones.

El hombre en estas mismas historias se convierte en un sujeto pasivo, alguien sin voluntad que solo llega a realizar acciones por mediación de ella y que es incapaz de abandonarla si no es matándola.

Pero, ¿qué tiene que ver esta figura con las últimas noticias sobre el beso de la final del Mundial de fútbol femenino? Pues que desde el periodismo y los medios de comunicación en general, se está cambiando el discurso y la mujer comienza a tomar protagonismo no cómo víctima, sino como provocadora de una situación que se le está yendo de las manos al propio culpable, que pasa a convertirse en víctima automáticamente.

Muchas veces, para ver si en un hecho concreto hay una situación de machismo, solo hay que darle la vuelta y cambiar de lugar a sus protagonistas. ¿qué habría pasado si en vez de ser un hombre -en este caso además ejerciendo un abuso de poder- hubiese sido una mujer quien lo hubiese besado sin su consentimiento? ¿Habría tenido lugar ese beso si en vez de ser una mujer el jugador fuese un hombre? Ya os adelanto que la idea de “hombre fatal” no existe. Si estudiamos la literatura y las artes, la mujer fatal es un invento de la imaginación masculina, de escritores y artistas siempre hombres que pasan a convertirse en víctimas y que no pueden resistirse ni alejarse de la mujer en cuestión. Han sufrido también un proceso de victimización, como por ejemplo el de Humbert Humbert, a quien Lolita de 12 años, maneja a su antojo en la novela de Vladimir Nabokov.

Pero es muy fácil caer en ese juego. Yo misma me sorprendí pensando que era una pena que al final por la situación, se perdiese la atención en esta hazaña que han hecho las jugadoras y solo nos centrásemos en este beso. Pero me di cuenta de dos cosas: la primera, que sin darme cuenta estaba haciéndola a ella “culpable” y la segunda, que sin quitar valor a lo que han conseguido, ¿qué hay más importante que luchar por los derechos humanos?

Scroll

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Hay dos acciones que cambian mi estado de ánimo de manera radical: cortar verduras para cocinar me relaja; hacer scroll en mi móvil me desasosiega. Lo malo es que por motivos de trabajo, procrastinación y a veces contacto con amigos o búsqueda de algo que necesito comprar, hago más lo segundo que lo primero.

Cortar verduras es casi terapéutico. Es un trabajo manual en el que tienes que mantener la atención si quieres conservar todos los dedos y además puedes hacerlo a la vez, escuchando la radio dd fondo. En mi caso es una tarea que me gusta realizar sola. Si tengo que seguir una conversación, corro constantemente el riesgo de perder el pulgar izquierdo. Por eso, siempre que tengo que hacerlo con alguien al lado, le digo: habla tú mientras cocino.

Hacer scroll en cambio, me estresa. Mi pulgar derecho toma el protagonismo de tal manera que actúa por sí solo, sin prestar atención a mis ojos o a mi capacidad de reconocer  en  qué quiero detenerme. Es adictivo, no puedes parar y es posible que hayas perdido media hora de trabajo o estudio porque miraste una conversación de Whatsapp y decidiste meterte a ver Instagram “un momento”. Un rato después, el timbre te despierta. Casi es la hora de terminar y has pasado demasiado tiempo procrastinando.

Las verduras no te hacen eso. Es imposible cortar más de las que tienes pensado cocinar y además, no conozco a nadie que trabaje con un bol lleno de calabacines junto al ordenador. Mis preferidas son las zanahorias. No manchan como el tomate y tienen la textura perfecta para que no haya que hacer demasiada fuerza, a la vez el sonido del cuchillo sobre la tabla de madera funciona como un segundero maravilloso.

Buscando mi felicidad, reconociendo mis emociones –algo que aprendí entre entre el yoga y la terapia y que me costó un riñón - esta semana he tomado dos decisiones: la primera, reutilizar un móvil viejo solo para el trabajo y desinstalar apps del personal. Este lo guardaré en un cajón hasta que lleguen los ratos en los que yo -y no mi pulgar- decida prestarle toda mi atención y mi tiempo libre a una pantalla. La segunda, hacerme vegetariana. 

Se aceptan libros de recetas como regalo, no me hagáis buscarlas en el móvil.

Id al psicólogo.

Ayer 27 de enero tuve la última sesión con Amalia, mi psicóloga. Es la última por ahora, ya que me voy con la tranquilidad de poder volver cuando quiera a un lugar en el que me he sentido escuchada y acompañada. Que yo haya podido ir a estas sesiones ha sido un esfuerzo económico para mí y mi pareja. Que haya muchas personas que no puedan permitirse esto y que la propia sanidad pública no tenga medios para tratar no mi caso, otros muchísimos más graves, es algo por lo que como sociedad, tenemos que luchar. Pero dejando de lado esto, me gustaría compartir mi historia por si a alguien puede ayudarle y porque seguramente al verla por escrito yo tenga mucho más claras las cosas si dudo y vuelvo a leer esto en un tiempo. Hace unos días Clara, alguien a quien ni siquiera conozco en persona, compartió sus miedos y dudas en una publicación de Instagram. Leer que alguien más tenía –en parte- las mismas dudas que yo me hizo sentirme menos rara y menos sola.


En junio de 2020, debido a la situación de pandemia, decidí lanzarme hacia algo que era lo último que esperaba hacer en la vida: estudiar unas oposiciones. Como ya había tenido ayuda de un psicólogo en un momento determinado de mi carrera universitaria, pensé que si ya sabía que tropezaría con esto, no estaría mal apuntarme al psicólogo casi a la vez que a la academia, para que me acompañase un poco en el proceso emocional loco que para mí es estudiar.


Un par de meses después, me fui de vacaciones con mi pareja y unos amigos, entre ellos Lola, que aunque estudió Historia del Arte conmigo, estudiaba ahora terapia Gestalt. Sentadas en el borde de la piscina, mientras me explicaba de una manera digamos, teórica cómo funcionaba este tipo de terapia –igual que un camarero podría contarme cómo se hace un buen café-, yo hice un apunte: “Sí, algo así me pasa a mí con la maternidad”. Fue pronunciar esta palabra y notar, cómo sin venir a cuento porque ni siquiera estábamos hablando del tema, comenzó a caer una lágrima por mi mejilla mientras yo abría mucho los ojos y la boca intentando encontrar una explicación a eso que acababa de ocurrir. Lola solo respondió: “Si estuviéramos en terapia, seguiríamos por ahí. ¿No ves que no te has quitado la mano de la barriga en todo el tiempo?”. Todo eso me dejó pensando. Era verdad que llevaba meses sintiendo una especie de bloqueo emocional, no sé muy bien cómo explicarlo, pero más allá de la endometriosis que acababan de diagnosticarme, ahí ocurría algo. Me pareció entonces el momento adecuado para comenzar.


En la primera sesión comenté que acudía por dos razones: por aprender a gestionar emocionalmente lo que iba a vivir en los meses siguientes, también por la endometriosis y por esto que había ocurrido con Lola-. Que sentía que mi cuerpo quería expresarse y no podía. Amalia contestó “Endometriosis y maternidad están directamente relacionadas”. Y comenzamos a trabajar.


Para que entendáis en qué lugar estaba yo, dos años antes, cuando me independicé y al poco cumplí los 30, de repente todo mi entorno cercano comenzó a dar por hecho que yo un día sería madre. Nadie preguntaba, nadie dudaba, porque ¿cómo no iba a querer ser madre? Esa opción no existía. Comencé también a sentir esa presión por parte de la sociedad en muchos aspectos. De repente, yo que había sido educada para conocer mundo, dedicarme a lo que quisiera y ser libre e independiente, debía dejarlo todo y dedicarme a ser madre. Yo no había pensado mucho en esto, ni mi pareja tampoco. De repente alguien dejó como un petardo a punto de explotar lanzado en el suelo delante de nosotros. Comencé a sentir mucha presión. ¿Quién les había dicho que yo quería ser madre? ¿Quién había decidido que este era el momento? ¿Por qué tenía que haberme dotado la naturaleza de un útero a mí y no a mi pareja y hacer que cargase el peso tan grande de esa decisión? El bloqueo y el rechazo fueron tan grandes, que cuando supe que una de las consecuencias de la endometriosis podía ser la infertilidad sentí alivio. Ya no podría tener hijos, ya podría decirlo cuando me preguntasen, ya “alguien” había tomado esa decisión por mí.


En los siguientes meses comenzamos a trabajar todo, porque todo está conectado: la frustración en lo laboral, los miedos al estudiar, la relación de pareja, la relación con mi niña interior, con mi familia, con la sociedad y el lugar que ocupamos en ella, los cambios hormonales del ciclo menstrual. Un viaje hacia mi propio interior que llevaba un timón: escucharme, permitirme y sobretodo, cuidarme.


Sin estar “demasiado mal”, abordábamos muchos aspectos por esa propia conexión de todo que hay en la vida de cualquier persona. Una vez que se mira hacia adentro y te encargas de ti mismo, no sabes dónde puedes acabar y eso a veces da miedo y duele pero es maravilloso. Pero es verdad que yo veía tal maraña de temas tratados que no notaba un “avance”. Entonces mi pareja me dijo: no te preocupes, un día algo hará “click” y notarás cómo sí que algo ha cambiado. Ese “algo” me ocurrió al verano siguiente, cuando fuimos a pasar el día con unos amigos y a conocer a su hija de solo unos meses: Lola. El día juntos estaba resultando muy divertido, paramos en un bar a tomarnos algo y Álvaro –su padre- comenzó a darle de comer. Mientras tenía a Lola enfrente, un ratito después de contarles a mis amigos lo que ahora os cuento aquí, miré a Lola y de nuevo se me saltaron las lágrimas. Quise llorar pero no pude, pero comencé a sentir como si en mi pecho se abriese una ventana y entrase aire fresco. Trabajando con Amalia había podido comprobar cómo tenemos la capacidad de decidir en todo- según las circunstancias de cada uno, claro-. Me sentí empoderada, me sentí libre. Dejé de juzgar lo que veía a mi alrededor, porque sabía que cada una de esas madres que sin saberlo yo juzgaba, había decidido desarrollar su maternidad de una manera. También aprendí que al ser madre no tienes por qué desaparecer y solo “ser madre”, a menos que lo hayas decidido así y en cualquier caso, al ser tu decisión, está bien. Todo se mezcla. Mi circunstancia laboral hacía que juzgase a esas madres que veía en el parque. ¿Dónde están los padres? ¿Están trabajando? ¿Por qué no trabajan ellas, han tenido que dejarlo?


“La información es poder” es una frase que todos conocemos. “Se ama lo que se conoce” fue lo que me dijo mi padre cuando comenzamos a viajar a países de cultura islámica. Casi sin darme cuenta y desde la curiosidad de mujer, ciudadana y feminista, fue llegándome información sobre todo esto y a mi alrededor, como brotan las flores en primavera, comenzaron a nacer niños. Mis amigos comenzaban a ser padres y lo que para mí fue aún mejor: comenzaron a hablar. Conocí miedos, dudas, alegrías, certezas, tristezas, elecciones… todo era información, todo me nutría, todo me tranquilizaba, incluso lo malo. Seguía entrando luz.


Ayer le dije a mi psicóloga que había tomado una decisión, pero que había dejado una pequeña ventana abierta a cambiar de opinión si quería. Lo importante es que esa decisión la he sentido y la he tomado desde lo más profundo y aunque hubiese decidido justo lo contrario, al haberlo hecho de la misma manera, estaría igual de bien.


Aunque yo no me he “curado”. La terapia te ayuda a gestionar tus emociones y tus circunstancias, problemas, dudas, etc. del día a día dándote herramientas para enfrentarte a ellos desde el amor y la empatía. Ahora me siento preparada para seguir adelante sola y si lo necesito, volver.


Id al psicólogo, por favor. Sea para lo que sea. Si sentís que algo no va bien, por muy pequeño que sea, pedid ayuda.

REFLEXIONES SOBRE LA IV EDICIÓN DE LAS JORNADAS SOBRE LAS HABLAS ANDALUZAS

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Esta tarde, me encontré en un bar a mi amigo Jose. Él comía allí también junto a su compañero Sebastián, en un descanso de las Jornadas sobre hablas andaluzas que organiza el ayuntamiento de Coria. Unas jornadas a las que por estudio o trabajo nunca he podido acudir. Hoy era el segundo y último día. “Vente”. No puedo. “Vente”. No debo. Pero fui. Y me quedé. Confieso que para mí es difícil rechazar invitaciones a actos culturales, más aún si los tengo a menos de un minuto de mi casa; y confieso también que soy una enamorada de las jornadas como concepto, porque suelen despertar mi pensamiento crítico y porque me ofrecen lo que no recibí de la mayor parte de las clases de la universidad. Cuando aún estábamos en el bar, para terminar de convencerme, Jose añadió: “hay libreta de regalo”. Y aquí estoy, usándola.

Tengo que decir que el título de la primera conferencia –que era en un principio a la única que pensaba asistir-, me encandiló: “Hablar andaluz como acto político”. Lo hizo, porque si yo ya creo que el 90% de lo que hacemos desde que nos levantamos hasta que nos acostamos es político, hablar lo es mucho más.

Al comienzo de su conferencia, el profesor e investigador Ígor Rodríguez Iglesias habló del concepto de “invisibilizar la forma de hablar”, y añadió: “yo también caí en eso”. Y yo, pensé. En 2015 me fui a trabajar a Madrid, a una galería de arte del barrio de Salamanca. Cuando hice la entrevista comencé a utilizar la “S”. Creo que aunque hoy me avergüence decirlo, fue para causar buena impresión. Cuando me escogieron para el trabajo, supe que ya no había marcha atrás. Durante un año no es que invisibilizase mi andaluz, sino que oculté mi ceceo, que me duele más. Porque si el hablar en andaluz significa que eres del sur, y eso para mucha gente tiene connotaciones negativas, cecear significa en el imaginario colectivo, que eres de pueblo. De pueblo del sur. Demasiado que sabía leer y escribir.

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No sé, o no quise saber por qué interioricé que mi forma de hablar no era digna del Barrio de Salamanca, pero durante un año oculté mi habla. También lo hacían mis compañeras de piso, ambas de Sanlúcar de Barrameda. A lo largo de ese año yo interpreté mi propia versión del dicho machista “señora en la calle y puta en la cama”. Yo ceceaba en casa y en la calle “hablaba fino”. “La República Independiente del Ceceo”, la llamábamos. Nunca me planteé no hacerlo. Solo cuando mis padres y mi hermano vinieron a verme y salimos a cenar con mi jefe- también sevillano, pero que había vivido gran parte de su vida en Londres y Madrid- temí quedar al desnudo si me salía alguna Z de más. Con el paso del tiempo y ya de vuelta en mi Andalucía, no es que sienta culpabilidad por aquello, por haber ocultado una parte tan importante de mí, pero sí creo que perdí una oportunidad de ejercer un activismo “acentil” con el que llevar la reivindicación de mi habla al centro estratégico por excelencia del acto de ridiculizar y deshumanizar gran parte de lo que yo represento; porque en el imaginario colectivo que nos ofrecen sobre todo los medios de comunicación convencionales, yo - como mujer, andaluza y de pueblo- quizás ocuparía mejor el lugar que me corresponde trabajando en la casa y no en el negocio de alguien.

Ahora cecear no solo me hace sentir cómoda, sino que me empodera, y a veces también me cuesta, porque tiendo sin saber por qué, a imitar los distintos hablas que escucho.

Esta conferencia puso delante nuestra las razones socioculturales y políticas que explican la experiencia que acabo de contar. La siguiente, del periodista y escritor José Luis Aguinaga Sáinz, llamada “Miradas lejanas sobre el habla andaluza”, eran reflexiones personales y que invitaban a la participación, sobre percepciones que tenía el autor sobre el andaluz, desde el punto de vista de un vasco que ha vivido varios años en Andalucía. Por ejemplo, sobre cómo le sorprendió la riqueza de nuestro léxico en comparación con el euskera. Al final, hubo participación del público y hasta un poco de Sálvame lingüístico –que una mijita de salseo nos gusta a todos-. Como para perderme la próxima edición.

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Os dejo el email al que podéis escribir para inscribiros en las próximas: hablasandaluzas@gmail.com

Y a mí recordaros que podéis encontrarme como siempre en Facebook y sobre todo en Instagram.

¿Qué pasó ayer en la biblioteca?

(siento lo extenso del texto, pero quería explicar lo mejor posible la situación actual)

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Esta pregunta me la han hecho hoy varias personas a raíz de las fotos y mensajes que compartimos durante la tarde de ayer algunos usuarios en nuestras redes sociales. Podría concluir muy rápido diciendo simplemente “lo de siempre”, pero me gustaría contar un poquito más, o mejor dicho, hacer en voz alta una reflexión sobre un tema que aunque en este caso está relacionado con la biblioteca municipal de Coria, podría estarlo con cualquier otro ejemplo de “lo público”. Pero empecemos por el principio.

Para explicar un poco la situación de este centro cultural –el más importante que puede tener un pueblo porque ahí empieza todo-, os dejo el siguiente enlace, ya que cuando he ido a resumir la situación me he dado cuenta de que iba a escribir prácticamente lo mismo que escribí en 2017 (enlace).

Cierto es que algo ha cambiado, y creo que es gracias a que en 2018, los usuarios de la sala de estudio a los que a veces se nos ha llamado de forma despectiva “los estudiantes”, nos reunimos, hicimos un escrito con las carencias que llevábamos sufriendo en este espacio unos 10 años y nos reunimos con el ayuntamiento. Hay que agradecer que accedieron a escucharnos y tomaron nota de todo. A día de hoy, unos tres años después, hemos visto algunas de esas peticiones solucionadas e incluso la sala de estudios se ha ampliado, cosa que no pedimos pero agradecemos porque era una obra realmente necesaria. Se realizó también una obra de cerramiento de la sala de lectura para que así la sala de estudios pudiera abrirse los fines de semana previos a la época de exámenes, algo también muy necesario, pero que finalmente no se ha realizado. Pero más allá de las propias limitaciones que ha obligado a seguir la Covid-19, gran parte de las peticiones que hicimos y que no se han cumplido tienen que ver con una cosa: recursos humanos e interés del personal por ofrecer a los usuarios –estudiantes o no- un servicio adecuado. Un ejemplo de esta falta de interés y personal es que a día de hoy, ya son muchas las bibliotecas municipales de nuestro alrededor que permiten la lectura en sala o las actividades de extensión cultural (exposiciones, proyecciones de películas…) o de animación a la lectura (celebración del Día del Libro, Día de las Bibliotecas…) Algunas de estas actividades se han podido hacer, como el Cuentacuentos al aire libre, y es de valorar, pero la mayoría, eran ya inexistentes en tiempos pre-pandémicos y en cualquier caso, se habrían podido realizar en gran parte haciendo uso de la tecnología –bibliotecas de pueblos más pequeños que el nuestro lo han estado haciendo-.

Pero vamos a lo de ayer: A las 16.07 h de la tarde -la biblioteca solo llevaba una hora abierta- más de 15 usuarios nos quedamos sin utilizar la sala de estudios. Ni que decir que ordenadores, etc. tampoco porque llevan sin usarse todo 2020 -2021. Esto fue porque de manera aparentemente imprevista, hubo una falta de personal y solo podía abrirse la sala de estudios y no la de consulta que posee más puestos de estudio. Nuestra queja es siempre la misma, porque esto ocurre continuamente: la falta de recursos que se representa de varias formas. La de ayer era que debido a esto y a las limitaciones de aforo por la pandemia, simplemente no cabíamos. No es una solución que se nos abra una sala sin vigilancia, nuestra petición es simple: que se avise a al menos a través de la redes sociales de este hecho, porque así muchos de los que fuimos no habríamos ido- en 2018 pedimos una cuenta de Instagram y Facebook específica para la biblioteca- y la otra, que se vaya volviendo poco a poco al aforo de siempre de la propia sala, lo que se permita manteniendo las distancias de seguridad, que es lo que se está haciendo en el resto de bibliotecas de nuestro alrededor, tanto para estudiantes como para el resto de lectores. Para todo esto hacen falta dos cosas: más personal y más interés por ofrecer un servicio de calidad a la ciudadanía. Pero de una biblioteca que no tiene ni cartel en la puerta para anunciar que se encuentra ahí, escondida, a pesar de estar en la plaza principal del pueblo, qué se puede esperar.

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Hay que decir, eso sí, que el trato que se nos da por parte del personal es a veces estupendo y a veces deja mucho que desear y que por supuesto no todo está en su mano.

Tengo que añadir a todo esto, que de manera personal, ahora que soy opositora a bibliotecas y voy conociendo la normativa y el funcionamiento de la administración, todo esto molesta más.

Pero después de que esto pasara y muchos nos fuésemos a casa, me llegó un mensaje y una publicación en redes sociales de que el grupo socialista de Coria iba a habilitar una sala de estudios en su sede –muy cerca de la biblioteca- para los estudiantes. Compartí esa publicación en mi cuenta, ya que si alguien necesitaba sitio para estudiar, pudiera tomar su propia decisión de acudir o no. Pero sobre todo a raíz que otro amigo me escribiera y me dijese “no me gustaría que esto se politizase”, he rumiado toda la mañana esta reflexión, como ciudadana, votante y usuaria.

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Cuando anoche mi amigo me comentó esto y usó la frase “hacer leña del árbol caído”, yo le contesté que estaba de acuerdo con él, que le daba la razón, pero que eso no estaba en nuestra mano. Si ellos querían jugar a Juego de Tronos, era su problema, aunque siendo realista, esas cosas nos acaban salpicando a los demás, si no, miremos más arriba.

No me gustaría caer en lo típico de “lo hacen para ganar votos”, pero queda un poquito cantoso que este grupo político –al igual que los otros- nunca haya mostrado interés en un espacio como ese, ni siquiera cuando gobernaban ellos, pero que ahora de repente abran las puertas de su sede como una especie de tela de araña en la que atrapar estudiantes, futuros votantes. Valoro el hecho de que quieran ayudar, pero no sé si ofrecer una alternativa “privada” sacando a la gente de un espacio público que tienen derecho a usar, es una propuesta muy de izquierdas, en vez de apoyarlos en su lucha de conseguir más servicios, algo de lo que se beneficiaría el pueblo entero. Porque así se privatiza sin que nos demos cuenta: los servicios públicos son cada vez más deficientes y a su vez surgen espacios privados que parecen ofrecer una alternativa mejor ¿Os suena con la sanidad?

De la misma manera, tampoco me gustaría pensar que crean que los votantes somos tan ingenuos como para dejarnos llevar de manera visceral y momentánea por un partido u otro –algo que por ejemplo suele usar Vox como estrategia política-, como si las buenas y malas gestiones de lo público, el haber escuchado o no a los ciudadanos y el mantenernos informados de las cosas, no contase para nada.

Pero aunque no me gustaría pensar ambas cosas, las pienso. Porque son muchos años ya los que tengo que mantenerme informada tanto de la parte de Juego de Tronos como de la política real, porque solo por el hecho de ser ciudadana, quiera o no, va a afectarme.

Mi agradecimiento en cualquier caso tanto al grupo socialista por ofrecer la sala para quien la necesite como al ayuntamiento por los cambios que realizó en un momento y que se supone que van a seguir realizando –pero un poquito más deprisa, por favor-. Y por supuesto al resto de usuarios, que sigue pidiendo servicios de calidad en un espacio que para muchos es su segunda casa.

Empieza la MAU Hipólito Viana. #Nosvemosenlacalle

Más de una vez después de decirle a alguien que soy de Coria del Río, me han respondido: “vaya, el pueblo con más recursos que conozco y el que menos los explota”. Y es verdad; aunque me duela, tengo que darles la razón. Pero esta vez no.

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Este fin de semana tiene lugar la Muestra de Arte Urbano Hipólito Viana. Si algo tiene Coria es historia cultural y muros en blanco. Esta vez sí ha ocurrido; por segundo año se unen recursos disponibles y buen hacer a la hora de explotarlos. Pero hay algo por encima de todo que creo que hace de este evento cultural algo especial: está hecho para el pueblo.

A menudo es fácil que los ayuntamientos caigan en un interés sin rumbo fijo en atraer turistas a su municipio, pero como profesional del turismo y viajera empedernida diré que lo que atrae la atención de la gente para conocer un lugar es lo genuino, y eso se tiene o no se tiene. Luego con buenos sitios donde comer, todo fluye.

Vídeo turístico-promocional de la localidad donde Manuel Ángel Rojas (guitarrista y compositor) nos presta su pieza musical “Alma y pincel”, dedicada a Hipólito Viana”. (www.maucoriadelrio.com)


A pesar de los siglos de historia coriana, de tener un pasado y presente etnográfico tan potente, de haber sido hogar de personajes tan importantes para nuestra historia como Blas Infante o inspiración para poetas y pintores, hace algo más de una década que solo se explota la Embajada Keicho; Y los turistas no llegan y a mi entender es normal. Cuando se explota el pintoresquismo –otro ejemplo es el pueblo de Júzcar, conocido como “Pueblo Pitufo”-, lo máximo que tendremos será una excursión los domingos. Vendrán, se harán dos fotos para colgar en las redes sociales y se montarán de nuevo en su autobús. Gasto en el pueblo, ni un euro. Aquí no necesitamos eso.

Hacia ninguna de las actividades relacionadas con La Embajada Keicho, he sentido interés como coriana. Tampoco como profesional cultural y del turismo. No tiene nada que ver conmigo, no me parece que tenga nada que ofrecerme, ni a mí, ni a nadie a quien pueda invitar. Sin embargo, llevo semanas nerviosa por la celebración de la MAU, hablándoles a mis amigos de ella, invitándolos a venir y a formar parte de algo que siento mío, porque siento que se ha hecho para mí, para los corianos.

De hecho, me parece casi milagroso que en un pueblo tan castigado por el vandalismo juvenil, estos murales no se hayan tocado. Quizás ellos también los sientan suyos, al igual que la mujer que llamaba ayer a un familiar en la calle Tinajerías para contarle emocionada que junto a su casa estaban pintando una vista del río.

Desde la primera edición de 2019, cambio itinerarios para pasar delante de esas pinturas porque me reconozco en ellas. Cuando las miro, me siento acompañada, al igual que voy siempre al mismo bar porque dentro siento el calor social que te da haber crecido en un pueblo. En aquella primera edición se utilizaron fotografías antiguas de Coria. Compartirlas semanas antes en las redes sociales fue un acierto porque sería muy difícil para los corianos acceder a ellas de otra forma.

En esta edición, la temática cambia pero no la esencia, que es la identidad coriana, los símbolos enraizados. Ahora que se han ampliado las pinturas, no solo disfrutaré de su creación mientras paseo por mi pueblo, interactúo con otros y consumo en sus bares. También podré enseñarlas a quien venga de fuera durante su proceso creativo o después, con el mismo orgullo que enseño el Cerro de San Juan, la feria o el paseo de El Bajo.

Me siento feliz porque a partir del lunes volveré a cambiar itinerarios, ampliaré mis paseos para pasar juntos a las pinturas y me sentiré orgullosa de que se haya creado todo esto para nosotros a partir del arte. Los turistas ya vendrán. #Nosvemosenlacalle


*Tenéis toda la info. sobre esta edición, horarios, artistas y localizaciones en su cuenta de Instagram.

A mí, aunque me veáis poco por aquí, podéis encontrarme en Instagram.

“DE PROFUNDIS”

Hace unos días quedé con unos amigos a los que hacía mucho que no veía. Íbamos a encontrarnos en la Plaza del Pumarejo en Sevilla.  

Mientras me preparaba para salir de casa, miré casi de casualidad a la pequeña librería del cabecero de mi cama y dudé si llevar libro o no. Hace unos años en mi bolso nunca faltaba uno. Hasta la cuarentena del año pasado nunca había leído en casa, no me gustaba, así que aprovechaba cualquier trayecto en autobús o cola a las puertas de un establecimiento para sacar el libro y ponerme a leer. Pero debido en parte a lo poco que salgo de casa últimamente y a que desde hace un par de años hago casi toda mi vida en el pueblo donde vivo, hace tiempo que dejé de meter libros en mi bolso.

Pero aquel lunes por la tarde me apeteció hacerlo. Tenía que hacer unos recados antes de ver a mis amigos, así que podría darme un paseo por la ciudad –algo terapéutico en estos últimos meses- y si me daba prisa podría leer un poco mientras los esperaba.  No dudé en coger “De Profundis”, de Oscar Wilde, un libro que compré en mi librería favorita  de mi etapa madrileña –Nakama- después de ver una representación teatral de la obra allí mismo. Es un libro pequeño que sin embargo, llevo leyendo desde  2016. Escrito desde la cárcel, esta epístola a su amante, lord Alfred Douglas, revela la evolución personal que sufre Wilde durante ese período. Buscador de la Belleza en todas partes y huidizo del dolor, el autor sufre en estos años el dolor, el desprecio y la vergüenza, algo que no había experimentado hasta entonces. Cuando lo compré, comencé a leerlo rápidamente. Quería recordar la declamación del actor mientras la interpretaba, pero poco a poco y a pesar de su tamaño, fui perdiendo interés. Creo que tuvo  algo que ver todo lo que esperaba de este libro. Mi amiga Lola lo había leído un par de años antes, cuando acababa de mudarse a Indonesia, y me había hablado con tal pasión de esta obra, que siempre deseé descubrir de mí misma tantas cosas como había descubierto ella de sí al leerlo. Supongo que aunque me gustaba, el no llegar a experimentar ese autoconocimiento, hizo que perdiese un poco el interés, aunque siempre quise terminarlo. Es por eso que quedó relegado al lugar de mi librería donde guardo los libros pequeños y poco a poco lo sigo leyendo, disfrutándolo ya como un simple libro y no como esa obra que me permitiría abrirme en canal y mirar dentro de mí a ver si comprendo lo que veo. Pero, ay, qué equivocada estaba.

Cada libro tiene su momento y eso nunca lo elige el lector. Es fruto de una casualidad casi mágica que un libro o unas de sus páginas lleguen a tus manos en el momento adecuado.

Mientras aquel lunes por la tarde yo paseaba por la ciudad con un libro en el bolso, cruzándome con personas desconocidas, dudando de si había escogido el camino adecuado, preguntándome cómo salir del laberinto laboral y vital en el que llevo metida los últimos años, buscándome en cada chica con la que me cruzaba, llegué al lugar acordado.

-Llego tarde-. Escribió Fátima.

Gracias. Pensé. Saqué el libro, abrí la página por la que dejé la lectura la última vez y comencé a leer:

“En cuanto al otro tema, la relación de la vida artística con la conducta, sin duda te parecerá extraño que lo elija. La gente apunta a la prisión de Reading y dice: “Ahí es a donde conduce la vida artística”. Pues podría conducir a sitios peores. Las personas más mecánicas, para quienes la vida es una especulación astuta dependiente de un cuidadoso cálculo de medios y recursos, saben siempre adónde van, y van. Parten del deseo de ser sacristán de la parroquia y, cualquiera que sea la esfera en que estén situados, consiguen ser el sacristán de la parroquia y nada más. Un hombre cuyo deseo sea ser algo aparte de sí mismo, ser Miembro del Parlamento, o tendero próspero, o abogado eminente, o juez, o cualquier bobada semejante, de todas todas consigue ser lo que quiere ser. Ése es su castigo. El que quiera una máscara tiene que llevarla.

Pero con las fuerzas dinámicas de la vida, y aquellos en quienes esas fuerzas dinámicas se encarnan, no sucede lo mismo. Las personas cuyo deseo es únicamente la autorrealización no saben nunca adónde van. No lo pueden saber. En un sentido de la palabra es necesario, por supuesto, como decía el oráculo griego, conocerse a sí mismo. Ése es el primer logro del conocimiento. Pero reconocer que el alma de un hombre es incognoscible es el logro último de la Sabiduría. El misterio final es uno mismo. “

A veces la aceptación es el primer paso hacia la libertad.

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“A todo color”, poemas de Rocío Castro.

En 2017 Canal Sur Tv. emitió el documental “Generación Veintisiete. La luz y la palabra”- del que os hablé en este post-. En él, además de hablar de estos poetas, aparecía un grupo de autores jóvenes contemporáneos que se habían reunido también en el Ateneo de Sevilla, pero en 2017. Fue mi primer contacto con una poesía que me llegaba más por su temática, la edad y contexto sociocultural de sus creadores, que por saber de antemano que había sido escrita por alguien de importancia universal. En poesía el autor siempre había llegado a mí antes que la obra y ahora era al revés.

A principios de 2020, cuando la Covid-19 nos parecía algo inofensivo y lejano, mi prima publicaba un poemario llamado “Soldatentum”, que al leerlo fue tocándome tan adentro que no pude soltarlo durante los meses siguientes. Tener este libro entre las manos, no solo hizo que volviese a conectar con la poesía de una manera más visceral, sino que me hizo desear seguir leyéndola, cosa que no he dejado de hacer en todo este año. Gracias a las redes sociales he comprobado que no era la única a la que le había ocurrido y fui viendo cómo a mi alrededor y también en la distancia, la gente joven se iba acercando más y más a este género.

Meses después, en una cena veraniega a solas, me entretuve mirando Instagram un rato. Rocío Castro, una chica de mi pueblo, a la que conocía de vista y porque teníamos amigos en común, publicaba en un Stories el poema “Ataraxia fugaz”. Conecté instantáneamente con él; siete versos en los que sentí curiosidad, identificación, comprensión, y aceptación. Sentía que yo estaba en ese poema y que Rocío también lo estaba. Sentí tanta curiosidad que 10 min. después había comprado el libro por internet.

Sin embargo, tardé meses en leerlo. Sentía que debía darle ese ritmo, y conforme fui avanzando descubrí que estaba en lo cierto. Cada libro tiene su momento y cada poema, también. Lo tuvo “Ataraxia fugaz” y también cada uno de los que lo seguían.

Cuando lo terminé, escribí a Rocío para felicitarla, la invité a un café en casa para charlar sobre el libro y poder conocerla.

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Rocío es como su libro, todo color. Su vestido de tonos alegres hace contraste con sus ojos azules que asoman por encima de la mascarilla. Su voz tranquila es el altavoz perfecto para reivindicar la cultura –en este caso la escritura- como elemento de salvación, de canalización, de encuentro con uno mismo, con los demás y con su entorno, especialmente su pueblo.

A través sobre todo de la última parte del libro, Rocío se siente y se mira por dentro, se acepta y se revuelve. Se desnuda - con un poco de rubor- ante un lector al que le intriga saber a quién escribe Rocío y a la vez por qué parece que lo haga para uno mismo.

Durante esa noche, en la que los mosquitos nos hicieron abandonar la azotea, bajar al interior y sentarnos junto a la librería, hablamos de poesía, de pintura, de lo que provoca escribir, de cómo había nacido el libro y cómo se habían fraguado cada uno de esos poemas. También de  la elección de las ilustraciones que lo acompañan –obra de Antonio Bejarano-. Hablamos de la falta de tiempo, de la elección de qué hacer con él, de la amistad, de la necesidad de permitirnos hacer lo que nos gusta, de la creatividad y de seguir nuestro instinto, para ser más una. Para no olvidarnos.


Podéis comprar su libro aquí

Mi madre

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El martes pasado, una persona que no sabía que mi madre era mi madre, que no la había visto nunca a ella y que solo me ha visto a mí tres o cuatro veces, la reconoció –mascarilla incluida- como la madre que me parió.

Mi madre, puro contraste entre el silencio  irritante y la carcajada contagiosa, le preguntó: ¿cómo has sabido reconocer quién es mi hija? A lo que ella respondió: por los ojos.

Mi madre y yo tenemos los mismos ojos. También la misma boca y las mismas ganas de reírnos siempre. Pero mi madre es rubia y de pelo liso –por decisión propia- y yo morena y de pelo rizado – por decisión de los genes-, así que para el resto del mundo, mi madre no es mi madre. De hecho, casi nadie conoce a mi madre, pero cuando lo hacen, quieren pasar más tiempo con ella. Yo también.

De mi madre tengo los ojos y la boca. Creo que también un poco la nariz. También tengo las ganas de viajar y la capacidad de asombrarme ante un paisaje verde o una ruina de la Antigüedad. Mi madre no ha estudiado, pero se ha recorrido medio mundo con los ojos y los oídos muy abiertos y la boca cerrada.

De mi madre también tengo la cascada de palabras que sale por mi boca si me encuentro a gusto y que ninguna de las dos sabemos parar a menos que alguien cierre el grifo. De ella tengo también el bruxismo y ese rasgo a veces cargante de ser abogada del diablo. También tengo la miopía y el antojo perpetuo de chocolate.

Hay otras muchas cosas que no tengo pero que me gustaría tener: la paciencia para arreglarse el pelo, su voz –canta de puta madre pero casi nadie lo sabe-, su capacidad para hacer lo que le apetece siempre que puede, sus tetas -en algún momento entre mis veinte y mis veinticinco años-, su mano con la cocina -a pesar de que odia cocinar-, su generosidad y su respeto por los demás.

Pero hay muchas otras que no tengo y que no quiero tener: su rechazo al sol –especialmente al mediodía-, su horario, su amor al sofá y su odio a los deportes –salvo el senderismo- , su sinceridad para no participar en una conversación aunque solo la esté teniendo conmigo, su falta de interés por cosas que para mí son importantes, su sensación constante de molestar al interesarse por mi vida, sus pies –tiene un 36- y su enfado repentino y digno de Maléfica si en alguna discusión nombro a mi hermano.

Mi madre es mi madre, pero no es solo mi madre y eso es lo que llevo años tratando de descubrir: quién es mi madre cuando no es mi madre.

Yo sabía que viviríamos algo así. Lo supe siempre.

Un día de finales de los años noventa, mi madre me encontró llorando echada sobre la mesa del comedor.

-¿Qué te pasa?- preguntó asustada.

Yo respondí desconsolada algo sobre una catástrofe natural que acabaría con la vida en la Tierra en unos 3500 años. Lo había oído en las noticias unos minutos antes. Entonces me abrazó como solo ella sabe hacerlo y con esa voz de madre que todo lo calma me dijo:

-No te preocupes, para eso falta mucho y nosotros no estaremos aquí.

Pero a mí, dramática por naturaleza y con mente de escritora desde pequeñita, a partir de entonces se me venían a la cabeza imágenes terroríficas sobre ese momento. Solo encontraba consuelo pensando en cómo llevarían este problema personas como Leonardo Dicaprio o Geri de las Spice Girls. No me preguntéis por qué, no lo entendí nunca, pero creo que imaginarme en su vida diaria a personas que no podíamos ver más allá de los posters de la Bravo o SuperPop, distraía mi atención y dirigía mi interés por ejemplo, a cómo había decorado su salón Britney Spears. Faltarían aún unos quince o veinte años para llegar a saber realmente cómo es la casa de algunos famosos.  Desde entonces y hasta ahora, nada de noticias o películas apocalípticas ni distópicas. Y nada de cine futurista o de Ciencia Ficción, que crea en mí una especie de escalofrío que me dura la hora y pico que dure la película. Nunca fui amante de futuros grisáceos, de asfalto o contaminación, ni de coches voladores, ropa de plástico ajustada a modo de mono ni tampoco de comida en grajeas con todos los nutrientes necesarios para vivir y nada de grasa o azúcar.

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Yo sabía que viviríamos algo así, lo supe siempre. Quizás no tenía claro que fuera una pandemia la que nos encerraría en casa, pero siempre he sentido inquietud por el medio ambiente, por protegerlo y cuidarlo, y desde que tengo uso de razón veo la degradación a la que lo estamos sometiendo, cómo nos creemos vivir alejados de él y no dentro del él. Veo cómo eso nos afecta a todos los seres vivos y cómo no somos realmente conscientes aún del problema en el que nos estamos metiendo. El Coronavirus nos ha encerrado en casa, pero inconscientemente yo ya estaba preparada para que quien nos encerrase en casa fuesen la contaminación o los fenómenos meteorológicos adversos- el cambio climático, vamos-. Creo que además de por muchas otras cosas por las que me siento privilegiada, esto me ha ayudado a aceptar la situación en la que estamos, a convivir con ella, a buscar y dar lo positivo, intentando construir y no destruir. 

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El Guadalquivir desde el Cerro de San Juan (Coria del Río) en los primeros días de confinamiento

Desde que comenzó el confinamiento veo en mis conocidos y desconocidos a través de las redes sociales, dos pensamientos recurrentes –aparte de lo mal que se hace todo y que todo mal y que hay que ver todo y que qué harta estoy de todo y que lo que hay que hacer es tal-. Uno de ellos es la vuelta a la normalidad  cuando esto pase y el otro el descanso que le estamos dando a la Tierra -insertar aquí fotos de jaramagos naciendo entre adoquines o animales corriendo libres por algunos pueblos-. 

Ambas ideas son completamente engañosas. Y me explico:

Cada vez son más los expertos a los que se les oye decir que probablemente, al menos a corto plazo, no volveremos a una normalidad tal y como la conocemos. Tendremos por tanto que crear una normalidad nueva. El concepto de la nueva normalidad ya ha nacido y se puede oír hablar de él en los medios de comunicación. Eso a lo que llamábamos normalidad era un sistema económico, social y moral completamente podrido, que obliga a gran parte de la humanidad a una forma de vida indigna y que nos condenaba a todos a vivir en un futuro cercano lo que estamos viviendo ahora, aunque probablemente causado por nosotros mismos.

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Pato y basura en el Guadalquivir (Sevilla)

Con la segunda idea ocurre algo parecido. Por una parte, está claro que quedarnos en casa ha dado lugar a esas imágenes bucólicas que vemos correr por las redes sociales, pero lo que no se ve por ejemplo, es el aumento a veces innecesario de los plásticos de un solo uso y cómo estos van a seguir produciendo el colapso de los océanos o el calentamiento global. Vemos la naturaleza y sus cambios alejados de ella, detrás de la pantalla de nuestro móvil. Esto nos maravilla, pero no nos preguntamos qué culpa tenemos como especie, de que eso no ocurra todo el tiempo y sobre todo, qué podemos hacer como individuos para que nuestra realidad, nuestra normalidad se parezca cada vez más a esas imágenes, o al menos no les jodamos la existencia a los que las protagonizan –que directamente sería jodérnosla a nosotros también, como llevamos tantos años haciendo-.

Hace unas semanas, sin que las noticias del Coronavirus fueran más allá de “los italianos están locos”, me fui a pasar un fin de semana a la playa con dos amigos. En una de esas ahora tan lejanas sobremesas indefinidas de café, tres personas de tres países diferentes hablábamos sobre cómo el cambio climático era un peligro tan grande y como a la mayoría de la población les parecía tan lejano como a mi madre ese suceso dentro de 3.500 años. Yo, igual de dramática que entonces, defendía la idea de que la gente no pensaba lo que nos jugábamos. Que les parecía que las playas llenas de plástico eran las del otro lado del mundo y que igual que el terremoto de Haití, no les importaban más allá de enviar un mensaje donando 2€  a Unicef. Yo creía que había que hacerle entender a la gente el mundo postapocalíptico en el que viviríamos dentro de quince años si no hacíamos algo. Mi amigo, más sosegado, me dijo:

-Entonces les enseñarás un mensaje negativo y pienso que debe ser al contrario, los pensamientos positivos llevan a acciones positivas. Hay que imaginar un mundo en el que querer vivir, para luchar individual y globalmente por vivir en él.

Yo, que tan optimista me he considerado siempre, me quedé asombrada de mi propia negatividad y su mensaje me llenó de esperanza y ganas de continuar con una lucha como forma de vida que nos lleve a vivir en un mundo lo más parecido posible al que vemos en las imágenes que nos llegan estos días. Una normalidad y realidad en la que no haga falta encerrarnos más.

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Nuestro viaje a la playa. El mar desde Cabo Camarinal (Cádiz)


Mi amigo también me dijo, una vez que tuvimos que encerrarnos en nuestras respectivas casas:

-Hemos nacido para este tiempo. Llevamos toda la vida preparándonos sin saberlo. Saquemos algo positivo y aprendamos de la situación. Aportemos algo a nuestra comunidad, hagamos nuestra parte.

Hoy y los días que nos queden en casa imaginemos el mundo en el que queremos vivir y hagamos lo que podamos para lograrlo- que es mucho más de lo que imaginamos-. Hagámoslo de manera global pero actuando local e individualmente. El cambio somos nosotros. El futuro también.

Feliz Día Mundial de la Tierra.

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Lía corriendo mientras hacíamos un sendero con unos amigos en Ubrique (Cádiz)

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No vemos pronto. Mientras tanto, os espero en Facebook, Twitter y sobre todo, Instagram