Tu cabellera blanca
ya no ondea mas.
El frío avanzaba sutilmente
hacia tus pies
como un viento calmo
trasgrediendo los dominios cálidos del sur.
Ya no se oye tu débil respirar
y tus laboriosas manos
dejaron de apretar.
No hay reflejo alguno
en tus ojos
mientras un leve quejido se extingue
como fuego exangüe
crepitando en la eternidad...
Gabriel Cordears