SOCIEDAD
© Pepa Foncea
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El Bicentenario:
Un país, varias tradiciones
Eduardo Silva, S.J.
Decano de Filosofía de la U. Alberto Hurtado; teólogo P.U.Católica
La ansiada unidad no se alcanzará sin asumir las
tradiciones que nos constituyen y sin reconocer
nuestras diferencias, las virtuosas que nos enriquecen y las odiosas que nos segregan.
La globalización y el individualismo generan una
cultura que disuelve y transforma el ethos que se
ha ido sedimentando entre los latinoamericanos
gracias a la modernidad ilustrada republicana, el
catolicismo y los pueblos originarios.
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l Bicentenario es una ocasión propicia para reflexionar
sobre nuestra historia e identidad como nación. En primer lugar, para justamente relativizar —poniendo en relación— las coordenadas locales y temporales de este aniversario. Estamos en el “Bicentenario de una nación” que cumple
más de doscientos años y en la que hay varias naciones, tradiciones y culturas.
Es una ocasión para reconocer, además del comienzo de la
República y el Estado de Chile, a los pueblos originarios que aquí
habitan desde hace más de quinientos años y a los españoles
que no solo conquistaron sino que se instalaron y se mezclaron, construyendo una vida colonial de más de tres centurias.
Criollos, indígenas y mestizos vieron llegar después sucesivas
olas de migrantes, primero europeos, ahora latinoamericanos.
Por tanto, junto con celebrar la unidad —de una historia que
pudiera ser común; de un territorio en el que habitamos; de un
marco jurídico-político, una Constitución, que nos hace ciudadanos; de un patrimonio del que nos sentimos herederos; de una
voluntad de ser que alienta nuestras esperanzas comunes—
es justo y necesario reconocer la diversidad de las tradiciones
que nos constituyen y de las que estamos tejidos. Debemos
hacerlo pues la ansiada unidad no se alcanzará sin reconocer
nuestras diferencias, las virtuosas que nos enriquecen y las
odiosas que nos segregan. Nos referimos al reconocimiento
de nuestras identidades y tradiciones en un momento en que
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los cambios y las transformaciones culturales parecen acabar
con toda identidad, y en que la hegemonía de lo global hace
palidecer toda comunidad local.
GLOBALIZACIÓN DEL CAPITAL Y DEL INDIVIDUALISMO
Comprender y nombrar los cambios que nos están afectando
es una tarea difícil. No pocos intentan descifrarlos a partir de
la idea del encuentro/desencuentro entre lo propio y lo ajeno,
lo de adentro y lo de afuera. La mítica imagen de las carabelas llegando a nuestras costas a descubrirnos, conquistarnos,
evangelizarnos, invadirnos o a realizar el encuentro que nos
constituye, no ha dejado de presidir la mayoría de los análisis,
en una tensión entre la identidad cultural y la modernidad1.
Primero, pueblos originarios enfrentando a los conquistadores
españoles y portugueses; después, la barbarie que había que
civilizar; luego, las culturas tradicionales premodernas impactadas por la modernidad y, ahora, por la posmodernidad. Los
obispos latinoamericanos en el Documento de Puebla, tomando
este esquema, apuestan por la identidad cultural latinoamericana. Por un lado, ella quedó fraguada —gracias al mestizaje
y el barroco— en el “sustrato católico” de nuestros pueblos
y, por otro, se ve amenazada por las sucesivas oleadas de la
“adveniente civilización urbano-industrial”2. Sin compartir el
esquematismo de la simple contraposición que idealiza una
identidad ya constituida y fijada en el pasado y que demoniza una modernidad en la que no se ven las posibilidades que
ofrece al porvenir, reflexionamos aquí sobre esta polaridad, al
observar cómo nuestras tradiciones y comunidades se ven expuestas a los mecanismos de globalización en curso.
Dos son los procesos que Occidente lleva a todas las costas
del orbe: la globalización del capital y el despliegue del individualismo. Se trata de la lógica de socialización del capitalismo
tardío con el neoliberalismo como ideología, con los mercados
financieros y los medios de comunicación como soporte, y con
el atomismo como concepción de la sociedad que da primacía al
individualismo de la autorrealización por sobre cualquier tradición, comunidad o identidad colectiva. Cuando hablamos de la
globalización del capital y del neoliberalismo, no pretendemos
afirmar que todo el fenómeno de la globalización coincida con
estos procesos. Este es un movimiento mayor que afecta múltiples dimensiones de la vida humana (desde las posibilidades de
comunicación del Internet hasta las opciones de justicia con un
tribunal internacional, pasando por las políticas que asumen el
sueño de un Estado mundial). Pero si bien globalización y neoliberalismo son fenómenos distintos, este último se solapa y
se parasita en aquel, y tiene en las posibilidades que le otorga
el primero los medios adecuados para globalizar el capital: las
tecnologías le dan el soporte para los flujos financieros y para
los medios que permiten la publicidad, gasolina del consumo.
El capital globalizado alienta y, a la vez, es posibilitado por el
individualismo, la ideología antropológica que le es afín.
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Revolución francesa, Ilustración, Independencia, parecen ser grandes hitos de una lucha entre las fuerzas
libertarias que enarbolan la Razón y las resistencias
conservadoras que se nutren de la Revelación.
Ambos procesos generan un tipo de cultura que disuelve y
transforma el ethos valórico y cultural que se ha ido sedimentando gracias al empeño de las principales tradiciones constitutivas de nuestro Continente: la modernidad ilustrada republicana,
el catolicismo latinoamericano, los pueblos originarios. Estas
tres tradiciones poseen idearios que están en franca oposición
con el neoliberalismo. Son un obstáculo a la maximización económica la defensa que de la tierra hacen los Mapuche o la propuesta de un salario ético que hace el catolicismo social. Pero
también es posible discriminar entre el ideario moderno y republicano y los actuales procesos de globalización económica.
Pero estas tres tradiciones también han estado en conflicto entre sí. Incluso han enfrentado períodos en guerra, como
la de los conquistadores españoles contra el pueblo Mapuche
o la invasión violenta de su territorio por parte del Estado de
Chile, en la segunda mitad del siglo XIX. Dejando por ahora la
tradición indígena y centrándonos en las otras dos tradiciones
dominantes, la católica y la republicana —que han pretendido
evangelizar y pacificar a la primera—, observamos que entre
ellas, aunque con menos violencia cruenta, se ha dado una sostenida pugna, pues también en nuestro Continente ha tenido
lugar el largo incordio provocado por la cosmovisión modernoburguesa en su empeño por remplazar la cosmovisión antiguomedieval. Revolución francesa, Ilustración, Independencia, parecen ser grandes hitos de una lucha entre las fuerzas libertarias
que enarbolan la Razón y las resistencias conservadoras que
se nutren de la Revelación. La modernidad ilustrada contra el
teísmo católico. En mi opinión, esta vieja querella que nutrió la
pugna entre liberales y conservadores del siglo XIX y comienzos
del XX —que cada cierto tiempo se repite entre nosotros con
las escaramuzas entre una agenda liberal progresista y otra de
defensa de los valores morales— se ve superada por la nueva
situación que imponen el fenómeno de la globalización y los
intentos de construcción de sociedades sin atributos.
Nuestra apuesta es que el conflicto entre tradición moderna y tradición católica puede transformarse en alianza y mutua
fecundación, pues el catolicismo ha mostrado que puede ser
moderno y la modernidad, que no está obligada a ser antirreligiosa. Ambas comparten además un aprecio por la justicia social
y la libertad política, que no parecen estar garantizadas dadas
las nuevas condiciones que nos imponen algunos fenómenos
presentes en el proceso de la globalización. Como siempre ha
sucedido en la Iglesia, a la luz de adversarios mayores es probable que los enemigos de ayer sean los aliados del mañana.
En lo que sigue, observaremos primero qué pasa con cada
una de estas tres tradiciones, luego con los vínculos que se dan
Al respecto, el decisivo trabajo de Pedro Morandé, Cultura y modernización en América Latina. Santiago, Cuadernos del Instituto de Sociología UC, 1984.
Puebla 1, 7, 412, 415, 421.
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entre ellas y las fuentes de las que beben y, finalmente, los recursos que poseen para enfrentar la globalización del capital
y del individualismo.
LA TRADICIÓN MODERNA ILUSTRADA
Es la tradición que está de cumpleaños. Son doscientos años
desde la independencia de nuestras naciones y de esfuerzos
—todavía precarios y expuestos a tantos obstáculos— que buscan levantar Estados democráticos. De la tradición moderna
destacamos el ideario republicano, conscientes de que los intentos por implementar la modernidad en América Latina conllevan muchos otros empeños, como el cientificismo positivista, los énfasis en el desarrollo, la implementación del ideario
marxista, etc. Al destacar el ideal republicano y la democracia,
podemos apreciar cómo el ideario moderno que se nutre de lo
político, la deliberación, el acuerdo, la norma y el Estado, se
ve seriamente amenazado por los procesos de modernización
que apuestan por lo económico, el lucro, la competencia, la
fuerza y el mercado. Dudamos de las posibilidades del liberalismo político de contener al liberalismo económico; es decir,
somos escépticos de que los Estados nacionales puedan efectivamente poner las regulaciones y los corsés necesarios a esta
globalización del capital, a este caballo que corre desbocado
por las vías de los flujos financieros, las bolsas de comercio
y los medios virtuales de comunicación. La crisis reciente en
Estados Unidos y la actual en Europa nos advierten tanto de
la precariedad de los controles políticos (lo ético-político no
está siendo capaz de regular lo económico-financiero), como
de la fuerza expansiva de esta nueva versión del capitalismo
en un mundo tan intercomunicado. Sospechamos que nuestra
tradición republicana no es capaz de compensar o equilibrar el
nuevo ethos que impone la mundialización de Occidente con su
mercantilización, despolitización e individualismo. Dicho ethos
amenaza con la disolución de nuestras comunidades en sociedades sin atributos, abstractas, neutras, donde los valores y las
identidades deben quedar relegadas a la vida privada. En tales
sociedades los más perjudicados son los más pobres, pues al
debilitamiento de las tradiciones, del tejido social y del marco
institucional, es correlativo el rol hegemónico del capital, que
ni siquiera reconoce los derechos de los sujetos individuales,
sino solo su poder de compra.
EL CATOLICISMO LATINOAMERICANO
El catolicismo latinoamericano es otra tradición, lleva quinientos años y es fruto de la primera evangelización, con todos
sus aciertos y errores. Si bien el catolicismo sigue siendo la religión mayoritaria del Continente (85% en México, 69% en Chile), debe reconocer que ya no es la única. Por una parte, existe
otra religión, el pentecostalismo (10% en general, 16% en Chile
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y Brasil) y, por otra, están también la increencia y los nuevos
movimientos religiosos. Si bien en términos numéricos, como
alternativa al catolicismo solo el pentecostalismo ha logrado
crecer, los otros dos fenómenos, a pesar de su carácter minoritario, concitan una desproporcionada atención: la increencia
e indiferencia, porque sus adeptos pertenecen a influyentes
élites secularizadas; y las nuevas religiosidades, porque su difusa influencia ambiental logra alcanzar al resto de las tradiciones y, particularmente, al vasto catolicismo fragmentado y
diversificado. Por su importancia religiosa, histórica, cultural y
numérica, es vital analizar lo que está ocurriendo con el catolicismo diversificado y pluralizado, que se ve afectado por las
“nuevas formas, modalidades y condiciones de creer”3 que estamos experimentando hoy. El proceso de pluralización asoma
por doquier y basta comparar los análisis que Pedro Trigo hace
en los años setenta (reconociendo cuatro tipos de catolicismo:
el tradicional de las élites, el reformado, el revolucionario y el de
la religiosidad popular) con el que realiza en los noventa (ocho
tipos distintos de catolicismo en América Latina 4 ). El tradicional catolicismo latinoamericano de la primera evangelización,
cuyos frutos son el catolicismo conservador en las élites y el
popular en la base, es impactado por la modernidad, dando
origen al catolicismo social primero de las Encíclicas sociales
y luego al de la teología de la liberación. Surge así en el siglo
pasado un catolicismo moderno que bajo los impulsos del Concilio se renueva en la versión reformada-moderna y después en
la revolucionaria-liberadora. La pluralización se intensifica con
el impacto de los procesos de fines de siglo y estos cuatro tipos
dan lugar a ocho, que Scannone agrupa según logren o no la
integración entre lo religioso, lo moderno y la globalización5.
Frente a esta fragmentación y pluralización, la crisis de la Jerarquía, que tiene la difícil misión de representar la unidad de la
diferencia, es inevitable, a no ser que acoja el mandato conciliar
de renovar las estructuras mediante las cuales se ejercen en la
Iglesia las funciones de santificación, enseñanza y conducción.
Lumen Gentium, la constitución dogmática sobre la Iglesia, es
el gran déficit en la aplicación del Concilio, y la solución a no
pocos aspectos de la actual crisis.
PUEBLOS ORIGINARIOS
Y TRADICIONES DE ESTA MODERNIDAD TARDÍA
Pero parece existir una tercera tradición o un nuevo espacio
cultural que permite el surgimiento de nuevas tradiciones. Si
miramos el resto de las tradiciones seculares vivas del Continente, podemos notar algunas que no parecen ser hijas directas de la modernidad ilustrada (al republicanismo democrático
hemos agregado el cientificismo positivista, ya en retirada, y
el marxismo más ortodoxo), sino de otro tipo de modernidad,
cuyo nombre se intenta balbucear sin demasiado éxito. “Posmodernidad” es el más mediático, y hace parte de un sinnúmero
Cf., Charles Taylor, A Secular Age, 2009.
Cf., Pedro Trigo, “Fenomenología de las formas ambientales de religión en América Latina”, en V. Duran, J.C. Scannone, E. Silva (comp.), Problemas de filosofía de la religión desde América
Latina. De la experiencia a la reflexión. Siglo del Hombre, Bogotá, 2004, pp. 37-121.
Cf. J.C. Scannone, Discernimiento filosófico de la acción y pasión históricas. Anthropos, Barcelona, 2009, p. 153 ss.
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Ocupación de la Araucanía 1869.
de etiquetas que intentan decir nuestro presente con prefijos y
adjetivos que apenas logran deshacerse de aquello que dicen
superar: pos, trans, hiper modernidad o modernidad líquida,
reflexiva, tardía. “Quizás la modernidad ya no nos protege con
su aura, no nos ampara con sus promesas. Pero tampoco nos
seduce un prefijo”6. Más importante que el nombre de la madre (el que menos nos disgusta es el de modernidad tardía)
es señalar a los hijos: el marxismo latinoamericano y el socialismo después de la caída del Muro7, el movimiento indígena,
el ecológico, el feminista, el que busca reconocimiento de las
minorías sexuales, la marea difusa del new age, el auge de
las espiritualidades y religiones de Oriente, etc. Todas estas
tradiciones, idearios, movimientos e ideologías llevan la marca, según Charles Taylor, del “romanticismo”. Así, según este
autor, lo que nació en reducidas élites alemanas a fines del
siglo XIX se expandió a partir de la década del sesenta y se
masificó, conquistando los espíritus de nuestros contemporáneos8, incluidos los latinoamericanos. Me parece que la clave
está en el reconocimiento y el aprecio por la diferencia. No se
trata de eliminar la conquista de la modernidad ilustrada, que
descubre la igualdad y, por lo tanto, el respeto por la dignidad
de todos, sino de hacer extensivo ese reconocimiento no solo
a los varones, blancos, ricos, europeos y heterosexuales, sino
también al otro distinto: la mujer, negra, pobre, de Oriente y
homosexual. Es la irrupción de la alteridad y la lucha por su reconocimiento para terminar con la exclusión y la marginación
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Nuestras tradiciones han estado en conflicto entre
sí. Incluso han enfrentado períodos en guerra, como
la de los conquistadores españoles contra el pueblo
Mapuche o la invasión violenta de su territorio por
parte del Estado de Chile.
de los que no pertenecen a la cultura hegemónica. Es en este
contexto donde en América Latina y también en Chile se dan
las condiciones para que emerja lo por tantos siglos olvidado,
reprimido, exterminado: los pueblos originarios demandando
reconocimiento, devolución de su territorio y autonomía. Una
tradición que reivindica una diferencia y amplía, así, nuestra
noción de nación.
TEÍSMO, ILUSTRACIÓN Y ROMANTICISMO
Podemos, por tanto, sostener que celebramos este Bicentenario en medio de un cambio cultural mundial que permite
reconocer los doscientos años de la República como una de
las cuatro tradiciones principales que han conformado y están
constituyendo nuestra nación. Además del ideario moderno republicano, hemos reconocido al catolicismo latinoamericano, a
los pueblos originarios y al ethos de la globalización del capital
y de la cultura posmoderna.
Patxi Lanceros, “Modernidad/Posmodernidad”, Claves de Hermenéutica. Para la filosofía, la cultura y la sociedad (dirigido por A. Ortiz-Osés y P. Lanceros). Universidad de Deusto, Bilbao,
2005, p. 414.
Si bien el marxismo es hijo de la modernidad ilustrada, ha tenido en América Latina versiones como la de Mariátegui (calificado de “marxismoromántico” por Lôwy, de “modelo indigenista
posmoderno” por Matesanz, y de “socialismo indoamericano” por A. Ibáñez) y renace después de la caída del Muro en versiones que se acercan al romanticismo, sea en el populismo
“maternal” de Michelle Bachelet, sea en el socialismo del siglo XX de Hugo Chávez y en la figura, la más paradigmáticamente romántica, del subcomandante Marcos.
Cf., Charles Taylor, La ética de la autenticidad.
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Las viejas querellas entre el catolicismo acusado de
conservador y la modernidad de liberal, carecen de
sentido si un nuevo enemigo —el capital y el individualismo globalizados— las amenaza a ambas y
exige que unan sus fuerzas para lograr un catolicismo
moderno y una modernidad católica.
Al mirar desde las tradiciones y comunidades vivas del Continente, intentamos reconocer cuáles son esos sujetos colectivos, ideológicos, que conceden identidad a sus miembros,
pretenden captar nuevos adherentes y poseen propuestas de
vida buena e ideales de excelencia. A partir de ellas, el trabajo
de discernimiento continúa pues estas, a su vez, se encarnan
y traducen en instituciones abstractas (el Estado, el mercado,
la sociedad civil) o comunidades concretas: las naciones (ser
mexicano o argentino sigue siendo una de las fuentes de identidad importante a pesar de que las empresas transnacionales
tengan más poder económico), las regiones (ser latinoamericano o catalán), las etnias originarias (los Mapuche en Chile),
las migrantes (los mexicanos en Estados Unidos) o las razas
(judíos o gitanos). Es un discernimiento que debe considerar
también las organizaciones o comunidades de ideas (las iglesias, la masonería, los partidos políticos) y las asociaciones o
grupos de interés (los voluntariados, los amantes del jazz, los
mineros y, por supuesto, los clubes de fútbol).
Lo interesante es que todas estas instituciones, comunidades y organizaciones se ven afectadas de diversa manera por
las cuatro tradiciones que hemos mencionado, dependiendo
de su cercanía o lejanía con alguna de ellas. En esta trayectoria de América Latina hacia la modernidad ilustrada y tardía en
tiempos de globalización ha sido determinante la influencia del
catolicismo y la herencia de los pueblos originarios. Todas las
tradiciones han pasado por el cedazo de la modernidad ilustrada y tardía, y son afectadas por la globalización. Por lo tanto, estas peculiaridades de la cultura latinoamericana tienen
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que ver con grandes procesos de nivel mundial y, en particular,
con las distintas transformaciones que han ido conformando la
historia de Occidente. Nuestras comunidades y tradiciones son
hijas directas o indirectas, detractoras o vías alternativas, de los
grandes afluentes primordiales, que conviven y se entrelazan
a nivel mundial y, de modo propio, en América Latina. Taylor
le da nombre a tres de ellas, que estima fuentes de las cuales
bebe Occidente: el Teísmo, la Ilustración y el Romanticismo9.
Reconocer estas tres fuentes nos ha ayudado a detectar cuáles
son las grandes tradiciones vivas y comunidades de sentido en
América Latina, y nos permite continuar el discernimiento sobre las propuestas de vida buena que ellas encarnan y el modo
como se entrelazan y nos estructuran.
Sobre la base de este análisis se puede realizar un juicio
ético y, en el caso de los cristianos, es posible hacer un discernimiento de los signos de estos tiempos para descubrir cuáles
son más afines a la buena noticia del evangelio y cuáles son
obstáculos serios. Hemos sostenido que la mayor amenaza está
en la globalización del capital y del individualismo, y creemos
que el mayor remedio está en la alianza y mutua purificación
entre teísmo, ilustración y romanticismo. El cristianismo, como
el mejor representante del teísmo, ha inventado las nociones
de fraternidad y de libertad, generando una antropología que
ha creado también la noción de persona, que existe gracias a
las comunidades que la constituyen. Es un conjunto que ha sido
acogido y reinventado por las mejores tradiciones seculares.
La modernidad ilustrada nos ha legado su crítica a toda dominación y privilegio en aras de la igual dignidad de todos los seres humanos y nos ha regalado la declaración universal de sus
derechos. La modernidad tardía o el romanticismo da un paso
más y, desde su sensibilidad por la alteridad y la diferencia, nos
invita al reconocimiento de los otros en su diversidad, diversidad que nos enriquece y que no es posible seguir negando.
Por ello el reconocimiento del pueblo Mapuche es ineludible.
LA ALIANZA ENTRE LAS TRADICIONES VIVAS DE CHILE
Sin suscribir del todo la tesis de Frederic Jameson que sostiene que “la posmodernidad no es más que el imaginario cultural del capitalismo tardío”10, sí creemos que la primera no
posee recursos para contener al segundo, sino que justamente
a los procesos de globalización les acomoda un pensamiento
débil, sin grandes relatos ni ideologías, con excepción de la
Cf., Charles Taylor, op. cit., obra que expone algunas de las conclusiones de Las fuentes del yo. La constitución de la identidad moderna.
El vínculo entre globalización y posmodernidad es intenso y paradojal. Olivier Mongin sostiene que “el intelectual postmoderno, una noción fluida que designa la ausencia de creencias en una
historia feliz, se declina en plural, y los huérfanos de un proyecto global viven en un mundo globalizado. Ausencia de proyecto global y globalización del mundo van de la mano” (Olivier Mongin,
reseña al libro de Zygmunt Barman, La décadence des intellectuels. Des législateurs aux interprétes. Nimes, Jacqueline Chambón, 2007, en Esprit núm. 340, diciembre de 2007, p. 267).
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suya. Igualmente, creemos que la moder- Sospechamos que nuestra tradición esas diferencias deben ser apoyadas
nidad ilustrada —la confianza en que la ra- republicana no es capaz de com- y protegidas para construir un mundo
más plural y multicultural, donde los
zón puede imponer el orden— también se
pensar el nuevo ethos que impone que antaño fueron sistemáticamente
ve amenazada por la fuerza avasalladora
de los procesos de despolitización y mer- la mundialización con su mercanti- excluidos por ser distintos hoy pueden
cantilización. Por ello, nuestra apuesta es lización, despolitización e individua- participar de la fraternidad universal.
Una feliz alianza es posible, pues
que las viejas querellas entre el catolicismo lismo. Dicho ethos amenaza con “la
el catolicismo cuenta también con los
acusado de conservador y la modernidad
disolución de nuestras comunidades medios para acoger los valores de la
de liberal carecen de sentido cuando ambas
estima por la igualdad y el reconocitradiciones se ven enfrentadas a un nuevo en sociedades sin atributos”.
miento de las diferencias, que nos han
enemigo que exige que unan sus fuerzas
para lograr un catolicismo moderno y una modernidad católica. legado respectivamente la modernidad ilustrada y, ahora, la
Un catolicismo que, después del Concilio, no está obligado a modernidad tardía o romántica. En la propia herencia bíblica
ser conservador, como lo ha demostrado el catolicismo social del cristianismo está el concebirse a sí mismo y comportarse
durante el siglo XX, y que no tiene por qué tener miedo a la li- como una religión “que, por su misión, busca libertad y justibertad —obra suya—, sino que puede aportar corrigiendo las cia para todos” y “desarrolla… una cultura del reconocimiento
reducciones de la versión neoliberal de la libertad. Después de de los otros en su heterogeneidad”11 . Responder al reto del
la cuestión social, es la cuestión de la libertad —no solo de in- policentrismo cultural sin negar sus propios rasgos históricodividuos, no solo negativa— la que permitirá el reencuentro del culturales implica, entonces, desarrollar dos opciones: la opcristianismo con la modernidad. Una modernidad que no está ción a favor de los pobres y la opción en pro de los otros con su
obligada a ser hostil a las diferencias en nombre de una hege- heterogeneidad12. Son dos opciones fundamentales que paremónica unidad. Por el contrario, precisamente porque fue capaz cen ser comunes a las tradiciones vivas de nuestro país y del
de reconocer la igual dignidad de todos gracias a una multitud Continente, y cuya implementación puede ser la mejor manera
de luchas por el reconocimiento, puede ahora reconocer que de celebrar el Bicentenario. MSJ
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Metz, Johann Baptist, Dios y el tiempo. Nueva teología política. Trotta, Madrid, 2002, p. 137.
Cf., ibid.
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