Literatura y Lingüística Nº20
ISSN 0716-5811 / pp. 13-40
La Mara, la historia interminable.
La migración centroamericana en el
relato neopolicial de Rafael Ramírez
Heredia*
Jaime Alberto Galgani**
Resumen
La Mara es una de las obras de Rafael Ramírez Heredia que incursiona en el
relato neopolicial latinoamericano. El presente artículo intenta veriicar cómo
el autor se apropia del género incorporando sus características particulares y
llevando a la novela una de las problemáticas más graves, asociadas al fenómeno de la emigración en la frontera entre México y Guatemala, en donde
conluyen aspectos relacionados con la violencia, el tráico de drogas, la
prostitución y la presencia de la Mara Salvatrucha, pandilla extendida, desde
los Estados Unidos, a varios países del área centroamericana.
Palabras clave: Mara Salvatrucha, neopolicial, novela negra, verdad, justicia.
Abstract
La Mara is one of Rafel Ramírez Heredias’s works (Mexican), which ventures
into the Latin-American neo-detective narrative. This article aims to present
how well the writer uses the genre, incorporating its particular characteristics
and discussing one of the most serious problems issues relating emigration
on the border of Mexico and Guatemala, where elements relating to violence,
drug dealing, prostitution and the presence of Mara Salvatrucha, a gang which
spreads from the United States to various countries in Central America.
Key words: Mara Salvatrucha, neo-detective, black novel, truth, justice.
*
Este artículo es resultado del Proyecto FONDECYT Regular Nº1071100 “Hibridaciones,
parodias y polémicas con el género policial en la narrativa latinoamericana”. Pontiicia
Universidad Católica de Santiago de Chile. Sistema de citas: MLA.
** Doctor en Literatura. Académico de la Universidad Católica Silva Henríquez. Coinvestigador proyecto FONDECYT Regular N°1071100. jagalgan@uc.cl, jgalganim@ucsh.cl
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La Mara, la historia interminable. La migración centroamericana en el relato neopolicial de
Rafael Ramírez Heredia / Jaime Galgani
1.
Introducción
El presente artículo se propone revisar el modo de apropiación de
las características del género negro latinoamericano (neopolicial) en
la novela La mara (2004) de Rafael Ramírez Heredia, escritor mexicano.
Se considera, para estos efectos, el concepto de “neopolicial” como la
variante latinoamericana del género negro propio de la literatura estadounidense. En efecto, el neopolicial incursiona en una narrativa de
corte social altamente crítico en varios aspectos: involucramiento de
las instituciones estatales en situaciones de violencia y redes criminales,
dialéctica entre la ley civil y las leyes impuestas por estamentos fácticos
(la Mara Salvatrucha, en este caso), presencia de diversas problemáticas
enquistadas en la historia latinoamericana del último siglo (tráico de armas, narcotráico, trata de blancas), corrupción a diversos niveles, etc.
La hipótesis que sigue el análisis propuesto airma que, en la novela
La mara, se da una apropiación estilizada del género en cuestión, ya que,
detrás de una factura narrativa literariamente compleja, es posible advertir las características del neopolicial en los términos arriba planteados,
además de incorporar ciertas notas de relato postmoderno (imposibilidad
de establecer la verdad y la justicia) y de abundar en temáticas postcoloniales (machismo, emigración, maltrato de la mujer).
La novela está ambientada en las ciudades fronterizas Tecún Umán
(Guatemala) y Ciudad Hidalgo (México), en donde se da un nudo de
acción de la Mara Salvatrucha, banda transnacional que usufructa, por
medio de la violencia, de las necesidades que tienen los emigrantes
centroamericanos que intentan ingresar a México para seguir después
su viaje hacia los Estados Unidos. El autor presenta un variado cuadro
donde se muestran las más variadas realidades culturales de la zona y
sus acercamientos a las creencias mágicas de los pueblos indígenas y a
las manifestaciones religiosas sincréticas en que el cristianismo tiene no
poca importancia.
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2.
Rafael Ramírez Heredia y su relación con
el género neopolicial
Rafael Ramírez Heredia (1942-2006), mexicano, fue periodista y novelista. Hombre de muchas facetas que se maniiestan en su gusto por
los viajes, por la tauromaquia y por el fútbol. Desarrolló una amplia producción literaria obteniendo numerosos premios y distinciones por ella.
Ejerció, en sus primeros tiempos, como contador, profesor de literatura
y dramaturgo. Su relato “El rayo Macoy” obtuvo el premio Juan Rulfo en
París, 1984. Fue miembro del Sistema Nacional de Creadores y director
de la SOGEM. En 1993, ganó el Premio Internacional de Letras, concedido
por la Sociedad de Escritores. En 1997, obtuvo el Premio Nacional de
Literatura de Nueva León con la obra Con M de Marilyn. El año 2000, se le
otorgó el premio al Mérito Literario por parte de la Universidad MéxicoAmericana de la Frontera. El 2003, el Instituto Nacional del Derecho de
Autor lo distinguió con la Gran Orden al Mérito Autoral. En 2005, obtuvo
el Premio Dashiel Hammett (Gijón, España), por su novela La Mara.
Su sensibilidad política y social lo llevaron a denunciar en sus relatos
la frustración que le producía el desorden y la corrupción mexicanos, de
los cuales no estaban ausentes las acciones de las grandes autoridades,
la policía, las instituciones de migración, etc. En su obra, se observa la
impunidad con que diversos poderes fácticos actúan bajo la protección
de variadas instituciones, las cuales no dejan de beneiciarse con la
“mordida” correspondiente.
Entre sus novelas, se nombran las siguientes: El ocaso (1967), Camándula (1970), Tiempo sin horas (1972), En el lugar de los hechos (1976),
Trampa de metal (1979), Muerte en la carretera (1985), La jaula de Dios
(1989), Al calor de Campeche (1992), De tacones y gabardina (1996), Con
M de Marilyn (1997), La Mara (2004), La esquina de los ojos rojos (2006).
Su autoconcepción del trabajo de la escritura pasaba por el nombre
que le daba a su propio oicio (escribidor), analogándolo a su aición
taurina. El escritor, al igual que el torero, debe rodear la realidad con naturalidad y acierto, para después asestar el golpe con su espada-pluma:
Rafael Ramírez Heredia siempre se llamó a sí mismo “un
escribidor”, y lo pronunciaba con sincera humildad, alguien
que se robaba con impunidad las historias que iba pergeñando por aquí y por allá, que tenía el ojo, la conciencia y
la astucia para atrapar determinados conlictos colectivos
y después llenarlos de imaginación con las palabras que le
salían a borbotones de la máquina de escribir, rasgando con
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La Mara, la historia interminable. La migración centroamericana en el relato neopolicial de
Rafael Ramírez Heredia / Jaime Galgani
sus tramas la conciencia de sus lectores de la misma manera
que penetraba la espada del torero en la piel y los interiores
del toro para acabar la faena del ruedo. (Chacón 2)
De esta visión de la literatura, emanan las condiciones que Ramírez
Heredia impone en su contrato implícito con el lector. La realidad es
compleja; la literatura no puede dejar de serlo. La realidad es polifónica;
el universo de sus ecos en la obra escrita debe responder a ese universo
pluriforme de voces.
El autor exigente precisa un lector atento a la polifonía de
sus voces, la contundencia de su estilo original y arrollador
en que se convierte la creación literaria y donde queda
claro, clarísimo, que la literatura no es un sillón. No es un
sitio cómodo para sentarse y mirar: es un arma, tanto de
amor como de pelea. (Sosa 7)
Esta visión activa de la literatura es practicada por Ramírez Heredia
en sus diversos relatos, particularmente en los que pertenecen al género
del llamado neopolicial latinoamericano, del cual, junto a Paco Taibo II y
Ricardo Piglia, es considerado uno de sus primeros exponentes:
Habitualmente se considera 1976 como punto de partida del neopolicial, ya que en ese año se publicaron dos
novelas mexicanas paradigmáticas del género: Días de
combate (1976), de Taibo II, primer caso protagonizado
por el detective Héctor Belascoarán Shayne, y En el lugar
de los hechos, de Rafael Ramírez Heredia. En Argentina
resulta fundacional “La loca y el relato del crimen”, relato
de Ricardo Piglia incluido en Nombre falso (1975) en el que
el autor -gran impulsor del género a través de sus críticas
y de la reconocida colección “Serie Negra”- conjuga sus
conocimientos lingüísticos con una trama de extrema
complejidad. (Noguerol 7-8)
La adscripción particular al género negro de la novela de Ramírez
Heredia asume un conjunto de características coincidentes con los
aspectos señalados por Paico Taibo II, uno de los autores que más ha
contribuido a la elaboración del discurso sobre la novela policial latinoamericana contemporánea. El neopolicial estaría marcado, según él, por
los siguientes aspectos:
Caracterización de la policía como una fuerza del caos, del
sistema bárbaro, dispuesta a ahogar a los ciudadanos; presentación de un hecho criminal como un accidente social,
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envuelto en la cotidianidad de las grandes nuevas ciudades;
énfasis en el diálogo como conductor de la narración; gran
calidad en el lenguaje, sobre todo en la construcción de
ambientes; personajes centrales marginales por decisión.
(Taibo II, 1979: 40. Citado por Noguerol 8)
Para completar esta visión, son pertinentes las aclaraciones que realiza
el profesor Clemens Franken en su artículo (en proceso de elaboración)
sobre Paco Taibo II. En dicho texto, Franken determina como características del neopolicial las siguientes: denuncias y críticas en contra del Estado,
indagación doble (del hecho criminal y de la sociedad en que se produce),
vehículo narrativo de interés político y social, novela explicadora de la
realidad nacional, temas asociados a la explotación y a la violencia institucionalizadas, la corrupción, las redes de poder. Habría que agregar que
la novela negra latinoamericana se diferencia de la norteamericana por
su directa denuncia a las instituciones y no sólo a los “ricos y poderosos”
que caracteriza a la narrativa policial estadounidense, especialmente a
partir de los años veinte, con Dashiell Hammett. Además, la novela negra ahonda en la difícil cuestión de las pocas posibilidades que tiene el
eventual indagador o policía para conocer la verdad y restituir el orden
y la justicia, lo que imprimiría un carácter posmoderno al relato.
Ramírez Heredia suma, a las características señaladas, una nota particularmente “latinoamericana”, puesto que, al menos en La Mara (2004),
da un lugar preponderante al inlujo que tienen en la realidad latinoamericana las creencias en poderes vinculados a la naturaleza, la magia, la
religiosidad popular, la videncia de los santones y adivinos. Este aspecto
se podría decir que “desurbaniza” el relato policial y, en cierto modo, lo
“macondiza”, al poner juntos, en una misma historia, aspectos asociados
al relato urbano con ciertas tradiciones heredadas del realismo mágico.
El fatalismo cósmico y telúrico que comparte con Mempo Giardinelli, en
Luna caliente, agrava las condiciones del ser humano frente a un destino
trágico que no le da alternativas. Las fuerzas que lo someten son cíclicas,
eternas, indominables. Por un lado, los poderes sociales que lo someten
en la enajenación y la injusticia y, por otro, la misma naturaleza que lo
subyuga a su orden rígido y misterioso.
Entre las novelas consideradas policiales de Ramírez Heredia, Con M
de Marilyn (1997) es un relato en que el autor considera un momento de
la vida de Marilyn Monroe, cuando visita México, en circunstancias en
que se encontraba abatida por el abandono de su marido, Arthur Miller,
por su adicción a las drogas y al alcohol y por diversos factores que ya la
estaban destruyendo. También es policial su última novela, titulada La
esquina de los ojos rojos (2006), que recuerda la sordidez de La Virgen de
los sicarios (Fernando Vallejo), pues está ambientada en un barrio donde
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Rafael Ramírez Heredia / Jaime Galgani
se mezclan narcos, jueces, ladrones, alcohólicos, sicarios, con obreros y
gente de trabajo. Todos se acogen a la protección de la Santa Muerte.
Para ello, instalan cruces en el altar de la Esquina de los Ojos Muertos,
cuestión tan particularmente asociada a las tradiciones religiosas del
pueblo mexicano. En la búsqueda de la venganza por parte de una madre
cuyo hijo es asesinado, se va articulando la trama del relato.
3.
La Mara
3.1. Asunto
Para el desarrollo del presente artículo, se ha escogido la penúltima
novela de Ramírez Heredia¸ La Mara. El propósito es revisar cómo se
veriican en ella las características asociadas a la novela negra latinoamericana. El texto (2004) está ambientado en ambas orillas del río Suchiate,
límite entre México y Guatemala, en un espacio geográico particular
denominado “la frontera”1, que comprende un área de transición entre
una parte del Estado de Chiapas, antiguamente llamada Soconusco, y la
parte norte de Guatemala. En efecto, en esa franja territorial, se ha veriicado históricamente una serie de lógicas que no operan de igual modo
en el resto de México y de Guatemala. La frontera se constituye en un
topos particular que atiende a leyes propias, las que están marcadas por
el hecho de ser el límite Guatemala-México la primera barrera difícil de
superar por parte de los migrantes centroamericanos que intentan atravesar México con camino a los Estados Unidos de América. Hondureños
(catrachos), salvadoreños (guanacos), nicaragüenses (nicos), panameños
y guatemaltecos (chapines o cachudos) intentan llegar hasta México
por el paso Tecún Umán-Ciudad Hidalgo, uno de los puntos débiles de
la frontera señalada. Estas dos ciudades están divididas sólo por el río
Suchiate (también llamado Satanachia en la novela). Al ser tan amplio, el
espacio limítrofe se ha convertido en un incontrolable trecho por donde
numerosos emigrantes atraviesan hacia el norte, usando a menudo los
servicios de balseros que se hacen pagar por ello y que, frecuentemente, también ofrecen internarlos kilómetros al interior de Chiapas. Como
pocos tienen la suerte de no ser sorprendidos o debilitados por los innumerables obstáculos para seguir el camino, a menudo, los emigrantes
son devueltos hacia Guatemala (o regresan por sí mismos), en espera de
una nueva oportunidad. Este fenómeno genera una población lotante
1
Se entiende aquí la diferencia entre el concepto de “frontera” y el de “límite”. Límite es
un hito geográico o físico determinado que establece con precisión dónde termina un
territorio y dónde comienza otro. Frontera comprende un espacio de transición donde
convergen similares culturas, comercio regular de bienes, convenciones y acuerdos que
acercan más a los habitantes fronterizos entre sí que a sus connacionales que viven en
otras partes de sus respectivos países.
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en Tecún Umán y la proliferación de variados oicios surgidos, en gran
parte, por la demanda de quienes han llegado desde Centroamérica con
sus pocos ahorros y que desean atravesar la frontera a cualquier costo.
Así es cómo a muchas jóvenes se las reduce a la prostitución, hay gente
que traica droga, balseros que atraviesan de un lado a otro, hoteles y
pensiones, restaurantes, lupanares, etc., un vasto catastro de miserias
humanas, de vidas mínimas que se debaten al límite de sus posibilidades
económicas, de sincréticas ofertas de santones religiosos, espacio ínimo donde se contrastan las tibias esperanzas de llegar al país del norte
con los recuerdos doloridos de los hijos, esposas, hermanos y padres
abandonados en la miseria de sus países de origen. El migrante que pasa
días interminables en Tecún Umán es un sujeto agostado por el calor
agobiante de la selva, por la apretura de un bolsillo que ve desfondarse
sus ahorros, por las cucarachas que deambulan en los cuartos donde
duermen; su situación a menudo lo impulsa a ejercer oicios temporales
que se le ofrecen como posibilidad o tentación, entre los cuales está el
de la prostitución o el tráico de droga. Todas las bondades morales son
puestas en punto de quiebre y, inalmente, para muchos, el lugar de
tránsito se transforma en un espacio de sujeción anímica que termina
por convertirse en la verdadera vida que encuentran lejos de sus hogares,
pero una vida que no desean o que esperan cambiar en cuanto se dé la
ansiada oportunidad.
La novela de Rafael Ramírez Heredia realiza un gesto de apropiación
literaria de esta realidad sociológico-político-geográica. Y el primer
aspecto a destacar de esa apropiación consiste en asignar al eje Tecún
Umán-Ciudad Hidalgo las cualidades de espacio-tiempo bajo la forma
de una abrupta paralización de dichas dimensiones. Así pues, el espacio
recorrido vertiginosamente por los centroamericanos, desde sus países
respectivos, parece reducirse en Tecún Umán; la carrera se detiene. Más
aun, la última ciudad guatemalteca, a orillas del Suchiate, se convierte
en el punto céntrico de un fatídico laberinto que condena al viajero a
regresar siempre ahí, a empantanarse en ese punto como no pudiendo
salir. Idas y vueltas, intentos de ir más allá de Ciudad Hidalgo, terminan
por regresar al emigrante nuevamente a Tecún Umán. El tiempo también
ofrece su carga dilatatoria; es tiempo que no avanza, es sopor bajo los
ventiladores que cuelgan de los techos y giran sin dar frescura, es sucesión
de días y noches que parecen fundirse en un solo día terrible, el día que
no avanza y que no da paso al avance hacia el futuro. Tiempo futuro es
Estados Unidos, tierra de abundancia y promesas siempre lejanas. Tiempo
presente, eterno tiempo de hoy, tiempo paralizado es Tecún Umán.
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3.2. Focalización narrativa: Ximenus el vidente
De todo ese proceso es testigo vidente Ximenus Fidalgo, quien es una
especie de santón y adivino a quien todos van a consultar y que se ha establecido en Ciudad Hidalgo. A través del ejercicio visionario de Ximenus,
el narrador nos comunica la mirada de la realidad, mirada construida a su
modo, es decir, desde una óptica mágico-profética desoccidentalizada,
más cercana a los inciensos de la selva y a los sahumerios tribales y ancestrales que a las lecturas sociológicas de la realidad centroamericana.
Ximenus domina ambos lados de la frontera.
Que es su país.
Su reino.
El territorio de su incumbencia que no comparte con nadie.
Donde no hay secreto que se le oculte.
Ni mirada que se escabulla.
Ni jaguar que no humille sus rugidos.
Ni rivales que han partido cabalgando las olas. (397)
La omniscencia del narrador es la omniscencia de Ximenus. Es decir,
la mirada que conoce, desde “ambos lados de la frontera”, el mundo
que va desde Tapachula hacia el sur y se interna en parte del territorio
guatemalteco, siendo mediado por el Satanachia. El río contiene, en sí
mismo, la doble cualidad simbólica de ser revelación y condenación.
Para el que no lo conoce, es perdición. Para quien domina sus arcanos,
es oportunidad. Las lógicas de la frontera son lógicas de tierra media,
de alteración y de misterio. Ximenus las observa, Ximenus las conoce.
Y, por eso, él es reconocido en su autoridad para determinar el tiempo
oportuno, que, en el caso de los emigrantes, se materializa en el momento
justo para intentar el paso hacia el norte. Él posee el secreto del tiempo;
del suyo y el de los demás. Su intervención adquiere categorías míticas,
pues sabe distinguir entre el cronos uniforme y fatal de la retención y el
Kayros iniciador de futuro.
El conocimiento de Ximenus divide el mundo entre dos tipos de
seres: los demás y él. Los que intentan subirse al tren que va de Ciudad
Hidalgo hasta Veracruz y él.
Ximenus sabe lo que sucederá a lo largo del viaje. Desde
la semisombra de su consultorio puede ver persecuciones,
atracos, romances, huidas y mucha sangre, pero esa cinta
de oscuridades a lor de viaje aún no la conocen aquellos a
quienes la esperanza obliga a seguir corriendo tras las luces
inales del convoy. […] Ximenus ve a los que van sobre el
tren. Percibe la envidia que alora desde las otras sombras
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que, corriendo a los lados, siguen en su terco empeño de
subirse, evitando el jirón de los arbustos. (14-15)
Ximenus conoce eso y todas las desventuras de los emigrantes, pero
conoce, sobre todo, “[c]ómo y dónde actúa la Mara Salvatrucha” (16).
Por todo esto, la importancia de Ximenus Fidalgo está dada por que
ofrece la posibilidad de una voz narrativa en tercera persona que habla
con pleno conocimiento, pero focalizada desde la mirada particular de
un personaje. Además, la factura estructural de la novela está enmarcada
entre la vigilia de Ximenus, el levantarse y los actos preparativos para
acoger a los que vienen a su consultorio y el proceso inal de, una vez
llegada la noche, sacarse las vestimentas, los altos “calcos” que le dan una
apariencia muy alta, y recostarse desnudo sobre el lecho, vigilando en la
semioscuridad los fenómenos que siguen ocurriendo en la frontera. El
relato parece ser un día de Ximenus, un día en donde ocurren múltiples
evocaciones y que encierra simbólicamente la historia incesante de unas
gentes que no avanzan ni en el espacio ni en el tiempo.
Y aunque no lo desea, sabe que ya es tiempo.
El suyo que es el único.
El momento de plantarse frente al espejo:
Mirarse el rostro.
Ir quitando una a una las capas de la máscara.
[…]
Frente al espejo observa los rostros de los que pueblan las
orillas del río, del suyo.
De los que ya están ahí y esperan.
[…]
A los que Ximenus les ha cambiado la rosa de los polos.
El sur es el norte.
Y el norte no existe.
El tren avanzará sin llegar a ninguna parte.
Los otros transportes marcharán en los círculos del útero
de la selva madre.
[…]
Así se tiende.
Sin nada que cubrir.
Sin jamás dormir.
Bajo la mirada luminosa de los Cristos
que como Ximenus Fidalgo
y el Satanachia
conocen historias que no cesan. (398-399)
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Pues bien, la novela trata paradójicamente de un suceder de historias
que no cesan, pero que -en su no detenerse- revelan la única y paralizada
historia de los desheredados, es decir, de aquellos que van y vienen pero
nunca pueden avanzar.
3.3. Viaje y destino
La óptica del viaje que presenta esta novela coincide con la cuestión
universal presentada ya en el la epopeya homérica, La Odisea, y recogida
por Joyce en su Ulises. Siguiendo esta misma línea, está la película de
Theo Angelopoulus, La mirada de Ulises (1995). Aquí el relato está ambientado en el conlicto de los Balcanes. Un cineasta viaja desde Atenas
hasta Sarajevo en un largo trayecto en busca de los primeros rollos de
la historia fílmica griega, realizados por los hermanos Yannakis Manakis.
Este viajero contemporáneo, en busca de esa primera mirada (su Ítaca)
sufre, en el camino, numerosos avatares. Lo peor de todo, las Scilas y
Caribdis, los lestrigones de nuestro tiempo, el monstruo de las ciudades
destruidas y de los desamparados inocentes que huyen de sus países
buscando suerte en otros. El viaje transforma la identidad del viajero en
una identidad dolorida. Al inal, un dramático poema, recitado mirando
a la cámara, revela la síntesis de su viaje:
Cuando regrese, lo haré con la ropa de otro hombre, con
el nombre de otro. Mi llegada será inesperada. Si me miras
con desconianza y dices “no es él”, te mostraré las señales
y me creerás. Entre abrazos, te hablaré del viaje -toda la
noche y todas las noches por venir-, y de toda la aventura
de la Humanidad, de la historia que nunca termina (Citado
por Battistón, 330).
Advierto la coincidencia entre un ilm europeo y una novela latinoamericana que parecen tan lejanos, pero que tienen en común, a nivel
de sentido, esa interminable historia del hombre, la aventura trágica de
la Humanidad que necesita ser relatada una y otra vez para constituirse
en una mirada que no ha de perderse, pues -aunque inútil- refuerza, en
esa misma impotencia transformadora, la necesidad de una narración
que se convierte en Memoria, es decir, único expediente y única acción
político histórica que puede realizar el artista (cineasta y escritor). A
nivel especíico, ambas obras coinciden también, en primer lugar, en la
temática de un viaje (“[u]n viaje tan largo por algo que se cree perdido.
¿Fe o desesperación?”) (Citado por Battistón, 330) y, en segundo lugar,
porque ambos viajes contemplan el encuentro inevitable con numerosos
fantasmas. Entre ellos, el más terrible de todos los que deben enfrentar
los emigrantes del relato de Ramírez Heredia son los integrantes de una
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de las más peligrosas pandillas, la Mara Salvatrucha. De aquí el título de
la novela en estudio.
3.4. La Mara Salvatrucha: historia, significado, ritualidades
La Mara Salvatrucha o MS son nombres con los que se identiica a una
serie de bandas (aunque singularizas como “la Mara”) que se encuentran
en Estados Unidos y en Centroamérica, especialmente. Están formadas, en
su mayoría, por salvadoreños, hondureños y guatemaltecos. Se organizan
en células o “clicas” y alcanzan grandes números no del todo deinidos
(algunos hablan de alrededor de 100.000 miembros). El nombre “mara”
signiica “agrupación de amigos”, asociada a “pandillas”. El adjetivo “salvatrucha” hace alusión a su origen vinculado a la historia del Salvador
en la década de los ‘80. Se la identiica comúnmente como un conjunto
de grupos peligrosos vinculados al crimen, las drogas, los asesinatos, el
robo, etc. Una serie de rituales ordenan su funcionamiento y una especie
de mística alienta a sus miembros. Rossana Reguillo, en su artículo “La
Mara: contingencia y ailiación con el exceso”, permite entender algunas
claves relevantes para la comprensión histórica y simbólica de estas
agrupaciones centroamericanas.
En primer lugar, las maras surgen en un momento en que se resigniica
el lugar de los jóvenes en el contexto de la nueva sociedad neoliberal
donde un escaso lugar les es otorgado. En el Salvador, está aconteciendo una de las peores guerras civiles y muchos jóvenes van a los Estados
Unidos sin encontrar allí muchas oportunidades, siendo discriminados,
segregados y muchas veces deportados. Esta no pertenencia genera en
ellos una nueva respuesta:
La década de los 80 marcó decididamente la opción juvenil
por formas de agrupamiento a través de las cuales buscaban y encontraban respuestas al choque de sus aspiraciones con las condiciones objetivas y reales, que los alejaban
cada vez más de las trayectorias estables y estabilizadas del
proyecto moderno para la reproducción social. La «mara», la
«banda», «la clica», «el crew» se convirtieron en alternativas
de socialización y pertenencia, en espacios de contención
del desencanto y el vaciamiento de sentido político; en esos
espacios, fuertemente cifrados, codiicados, en el sentido
del honor, del respeto, de la «ganancia» de nombre propio,
muchos jóvenes en América Latina encontraron respuestas a la incertidumbre creciente del orden neoliberal que
anunciaba su rostro feroz en los 80. (Reguillo 73)
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En segundo lugar, el proceso de evolución de las maras se instaló
como problema de connotaciones políticas de gravedad a ines del siglo
XX. La diversiicación geográica de las pandillas y su inserción en diferentes áreas problemáticas determinó desde entonces mayor atención
estatal de parte de los Estados Unidos y otras naciones afectadas por el
fenómeno (especialmente México):
Entre 1998 y 2003 se produjo un incremento de las actividades violentas y delictivas de estos grupos. Sin embargo,
es a partir de 2004 cuando, de manera espectacular, las
maras (la «Salvatrucha» 13 y la «18») empiezan a ocupar
un lugar central en el imaginario del miedo y se convierten
en la «nota caliente» favorita de los medios. Es indudable
que dos factores contribuyen a esta centralidad mediática:
la decisión del gobierno estadounidense de declararlas
«problema de seguridad nacional» y, desde luego, la «diversiicación» delictiva de la mara: venta de protección y
traslado de migrantes (centroamericanos, europeos del
este, árabes) de Centroamérica a México, en red con grupos
mexicanos; control de la ruta fronteriza Guatemala-México
(Tecún Umán-Ciudad Hidalgo) a través de «la bestia» o «el
tren de la muerte»; posesión de armas de alto calibre y de
asalto. (Reguillo 76)
Es precisamente este último espacio de criminalidad (que por su importancia se tocará más adelante) el que interesa a la novela de Ramírez
Heredia.
Según la profesora Reguillo, uno de los aspectos más interesantes a
destacar es la localización que las pandillas de este tipo adoptan frente
a la ley del Estado. Para esto cita a Walter Benjamín quien, en su obra
Para una crítica de la violencia (1995 [1921]), habla de que el interés que
provoca “el gran criminal” deriva del tipo de amenaza que suscita. Y
dicha amenaza consiste en que “el gran criminal no quebranta la ley del
Estado, sino que la confronta con la amenaza de declarar una nueva ley”
(Reguillo 77), cuestión que se puede anotar como una característica más
del relato neopolicial. Son innumerables los pasajes de la novela que dan
cuenta de este procedimiento. Algunos ejemplos:
La Ley es la Mara Salvatrucha 13, sólo la Mara 13…
[…]
… los de la 13 son el Papa, y al Papa se hincan, le besan la
mano… (204)
Buscan las reglas de otras reglas que no se asemejen a
24
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ninguna de las conocidas abajo, en el sur, donde antes ellos
eran sólo bazoia de prisión, gatos de los patrones, sobada
de gringo apestoso… (81)
… nos vale madre la madre de cualquiera que tenga
madre…
… saludos locos al que le va a entrar con nosotros y tiene
bien puestos los güevos pa no rajarse…
… saludos pa la raza… (80)
[…] porque no saben de qué lodo divino están construidos
los bróders de la MS 13…
[…]
… la clica encima del universo…
… ya sabemos que al bróder todo y al enemistado todita
la sin hueso, la picha madura, la de un solo ojito, la que
llena las panzas…
[…]
… no, mis batos locos, la Mara Salvatrucha 13 es la neta del
planeta de los puros bróders…
[…]
… somos los carnales que nunca se tuvieron en la tierra si
aquí está nuestra patria… (82)
Evidentemente, esta concepción de una ley nueva que se opone a la
ley del Estado asume el carácter de transnacional. El marero no reconoce
los límites fronterizos ni se ajusta a las consideraciones de “nación” o de
“estado”. La raíz ética de su comportamiento está fundamentada solo por
el principio de pertenencia a la Mara. La Mara es su nación, su familia, su
estado. Y esta nueva identidad se constituye en respuesta a los órdenes
tradicionales que no han sabido darles un lugar. La Mara es la contestación
a un orden injusto que, en su generación de excrecencias humanas, termina
por forzar el nacimiento de una nueva ley ordenadora, la cual, vista a los ojos
del orden cotidiano, no es más que una ley criminal, la del “gran criminal”
que, nacido en algún foco de Los Ángeles o de San Salvador (se discute el
punto exacto del nacimiento de la Mara), se ha difundido por numerosas
naciones llegando incluso a Canadá y España, entre otros países.
En otras palabras, la mara opera bajo una lógica cultural
y no según un parámetro legal ya que funda su propia legalidad, es portadora de un poder paralegal que destroza
la oposición binaria legal-ilegal. Lo que para la norma, la
ley o el sentido de lo permitido, más o menos de manera
generalizada, es estado de excepción, en la mara es cotidianeidad. (Reguillo 79)
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La Mara, la historia interminable. La migración centroamericana en el relato neopolicial de
Rafael Ramírez Heredia / Jaime Galgani
La ritualidad de la Mara 13 incorpora, entre sus elementos fundamentales, el rito de iniciación del nuevo marero que consiste en que, durante
13 segundos, debe resistir los golpes de sus compañeros de clica.
Para mostrar que un marero no se tumba ni siquiera
cuando le aticen con todo, que no se va a quejar porque
le rompan el alma, ni se va a cuajar antes de que la Vida
Loca le enseñe que para entrar en la Mara Salvatrucha 13
tiene que calarse los güevos bien puestos pa soportar esos
segundos recibiendo chungazos menos duros de los que
les ha dado la vida antes de ser parte bien alebrestada de
la clica donde están… (85)
El rito es público, en la calle, y sigue una forma similar en todos los
casos:
Ellos, los de la Mara Salvatrucha 13,
formarán una doble línea convertida en aspa tirando puñetazos y patadas y codazos y mordidas y escupitajos
al iniciado que tiene que aguantar todo para estar adentro
el iniciado
que ahora confundido entre los demás
espera el arranque como los mareros
que siempre esperan… (85)
Literariamente, un capítulo de la novela (135-145) está dedicado a
la iniciación de Jovany, uno de los personajes principales. Seguido de
cada número: Uno, Dos, Tres… se sucede una especie de focalización
interna del narrador, que expresa lo que siente el nuevo marero. El relato
intenta describir la agonía dilatatoria del “probado” entre evocaciones e
imágenes desordenadas. Su tiempo es sofocantemente más amplio que
el tiempo cronológico de quienes van contando los segundos. Al inalizar
la golpiza, el rito concluye de esta forma:
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, once,
doce…
Trece y ya es parte garruda de la clica trece, ya es de ellos y
jala aire que rasguña harto nomás de entrar a las dolederas
del cuerpo gritando que la Mara rifa, la Mara Salvatrucha
13, trece como los segundos. (145)
Otro signo iniciático consiste en el tatuaje de tres puntos en uno de
los nudillos de los dedos.
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Literatura y Lingüística Nº20
Uno: La
Dos: Vida
Tres: Loca
La locura de vivir sin la locura de los que creen que vivir
es callar y deslomarse, y ellos se desloman por ellos y no
por otros que son los demás de la vida tan ajena que no
importa. (84)
Tercer signo iniciático de importancia son las lágrimas que los mareros deben hacer tatuar sobre sus mejillas, como señal de la cantidad de
personas que han asesinado.
–Lo primero es que te mandes a poner tu lagrimita debutante, bato, como estas – mostró un par de tatuajes en la
mejilla.
Eran unas lágrimas muertas. Marcadas punto a punto.
Como lores del mal en medio de la carne. El tipo no quiso
decir la historia de los tatuajes, sabiendo que Jovany sabía
que una lágrima clavada para siempre en el rostro era igual
a un cristiano menos en el mundo de acá abajo, y si las
lágrimas del Poison eran dos, pos dos eran los batos putos
que se habían ido a bailar a los congales del cielo. (61)
El cuarto signo de pertenencia a la Mara Salvatrucha (característica
conocida ampliamente) es la gran cantidad de tatuajes que llevan en
su cuerpo.
Poison le dijo que era necesario se pusiera más tatuajes,
que el pinche alacrancito ese del brazo era mierda de
toro. (60)
El dinamismo social que impulsa esta ritualidad icónica tiene que
ver con las necesidades de inclusión que experimentan estos grupos,
por arrastrar una historia antigua de discriminaciones. El marero, así, da
cuenta -con sus tatuajes- de que pertenece a una agrupación, y de que
dicha pertenencia es indeleble.
La estética corporal es central ya que ahí se nuclean aspectos identiicatorios con la pandilla que dan cuenta de los
procesos de cohesión. Quizás el elemento más fuerte en
cuanto a su carga simbólica sea la alteración y decoración
del cuerpo, a través de tatuajes. […] Así, el cuerpo o las
corporalidades son representados y puestos en escena en
el espacio público de la calle… (Nateras 94).
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La Mara, la historia interminable. La migración centroamericana en el relato neopolicial de
Rafael Ramírez Heredia / Jaime Galgani
3.5. El tren de la muerte
Si, tal como se ha dicho anteriormente, la acción de La Mara se ha
extendido por diversos lugares, el espacio narrativo escogido por Rafael
Ramírez Heredia corresponde especíicamente al que ocupan los mareros
situados en el eje Tecún Umán-Ciudad Hidalgo. Más particularmente
aun, ellos ejercen sus actos de criminalidad en el denominado “tren de
la muerte”, ferrocarril de carga que corre desde Ciudad Hidalgo hasta
Veracruz. Muchos indocumentados centroamericanos, después de haber
cruzado el Suchiate, pagando hasta cinco mil dólares a los polleros o
coyotes, intentan abordar clandestinamente dicho tren para así poder
avanzar más rápido hasta Veracruz o alguna ciudad intermedia, desde
donde verán cómo continuar su viaje hacia los Estados Unidos. El intento
de abordaje es arriesgado y sólo es justiicado por la desesperación. Todos
saben que abordar un tren en marcha supone posibilidades de graves
accidentes; sobre todo caídas, atropellos entre ellos mismos, amputaciones de brazos y piernas y, cuando no, la muerte misma al ser atropellado
por las ruedas del tren que avanza inclemente. Son decenas y centenares
los que intentan subir al tren. Sin embargo, el riesgo mayor de esta temeraria empresa es ser asaltados por los mareros que se han adueñado
del tren y robarles lo que puedan. Si no tienen fortuna en esa especie de
peaje que cobran, arrojan a los indocumentados del tren produciendo
más muertos y mutilados. A pesar de estos peligros, los indocumentados
siguen intentando la aventura porque consideran que los riesgos son
menos que el infortunio de regresar a la condición económico-social
que dejaron atrás. Los mareros, además, nunca serán tantos como para
superar en cantidad a los que abordan el tren de la muerte.
[…] arriba de los carros de hierro se inicia el combate por
obtener un mejor sitio. Se pistonean los pujidos. A un hombre se le desigura el rostro por la patada lanzada desde
una posición más alta del ferrocarril.
Se escucha el desliz de los lamentos. Las amenazas y
ofertas. Todo en voz baja, como si fuera un pacto nunca
acordado.
Se escuchan los golpes que otro recibe en las manos sangrantes para desprenderlo de su asidero. Ahí, la pelea que
uno sostiene contra los jalones a su ropa para quitarlo de
la escalera. Allá, los golpes que recibe un tórax pegado al
latido del que le dispara los puñetazos mientras el dolor se
esconde en el buido que deiende su posición. (13)
Ellos, los migrantes, pese a los dichos que circularon en
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Literatura y Lingüística Nº20
las horas previas del abordaje, desconocen casi todo. Las
consejas y leyendas dividen las creencias que no tienen
sustento.
[…]
¿Qué contador de relatos podría inventar uno donde narre
que a los lados de ese mismo ferrocarril de avanzar asmático
por entre la selva ajena, seres de tatuajes enramados en el
cuerpo y lágrimas estáticas viajan por senderos oscuros
esperando que el tren se detenga?
Los migrantes, que lucharon como si en ello les fuera la vida
y ahora respiran con tranquilidad momentánea, tampoco
han descubierto que disimulados entre los hierros y la
oscuridad, mezclados entre ellos, en alguna parte de este
tren ruidoso y trampero, van algunos de esos seres con el
cuerpo oculto para no ser reconocidos y atacarán en los
exactos lugares en que la ley espera.
Ninguno de los viajeros sabe que esos seres llegados de los
mismos pueblos de debajo de Tecún Umán se esconden
tras las líneas que coniguran sus tatuajes. Los caminantes
del igual sur del sur no conocen la iereza de unos colmillos
ocultos, salivando el momento preciso, que no tardará en
llegar.
Qué se van a imaginar los horizontes que cruza el camino
largo, ni que en cada rejuego está la caída, la pérdida de
brazos, las piernas cortadas, la deportación, la cárcel, el ulular de las anfetaminas y el polvo de la coca. No lo imaginan
porque es más terrible regresar hacia sus países quemados
que sufrir las desventuras del norte. (17-18)
En in, el tren de la muerte se convierte en un símbolo que representa
la maquinaria incierta a la que los inmigrantes se someten una vez atravesada la frontera de Guatemala. El tren abordado clandestinamente
ofrece una posibilidad (la rapidez del desplazamiento), pero también
conlleva riesgos de toda índole de los cuales no es posible tener noticia
cierta en forma anticipada. El tren se constituye en la simbólica resistencia
con que el progreso prueba y expele a los que no considera dignos de
sí. Maquinaria nueva que lleva hacia el norte, hacia la promesa, hacia el
futuro, pero que puede arrojar hacia la muerte o devolver hacia el pasado, la pobreza, el sur, con el cuerpo amputado o con el alma vendida a
los poderes fácticos que gobiernan en la frontera. El tren es el adelanto
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La Mara, la historia interminable. La migración centroamericana en el relato neopolicial de
Rafael Ramírez Heredia / Jaime Galgani
de lo que serán Los Estados Unidos para los inmigrantes, es decir, una
férrea promesa de progreso y rapidez, pero también la amenaza destructiva de un sistema que revienta a quienes no se adaptan a sus leyes
y mecanismos.
3.6. La Frontera: territorio de violencias
La Mara, presente en Ciudad Hidalgo y alrededores, evidentemente
contribuye a generar una cultura dominada por la violencia en la zona.
Los “tatuados” deambulan por Tecún y Ciudad Hidalgo imponiendo su
ley y generando el ambiente de violencia que domina el espacio considerado como la frontera. No son los únicos, ciertamente, pero son un
factor inluyente.
Por lo tanto, la novela más que detenerse en crímenes particulares e
indagaciones claramente identiicables, se preocupa de narrar un clima
de violencia al que pocos se pueden sustraer. Los componentes son variados: tráico de drogas, prostitución, coimas, policías y cónsules corruptos.
Todo un orden donde la moralidad está ordenada por principios ajenos
a los cánones tradicionales y donde no cabe encontrar la igura de un
“detective”, un “restablecedor del orden”, coincidiendo en este punto
con uno de los aspectos, mencionados al inicio, que son propios de la
novela negra. Ante ese panorama, no queda más que vivir a salvo del
peligro, sortear las aventuras y los desafíos, salvar el pellejo a cualquier
costo, vivir en la inminencia de una vida que ha puesto entre paréntesis
los grandes ideales y conformarse con el resultado que imponen los
avatares de la fortuna.
Por estos motivos, se justiica plenamente la textura narrativa de la
obra. En primer lugar, por que, más que un “crimen”, existe un ambiente
de criminalidad al que pocos se sustraen. En segundo lugar, por que, más
que una “indagación”, lo que se ofrece es un conjunto de narraciones
donde se van exponiendo peripecias vitales de seres arrastrados por el
infortunio. En tercer lugar, porque, más que un culpable individual, se
expone el panorama de una culpabilidad existencial en la que todos han
caído como resultado de una vida que no les preguntó qué lugar querían
tener en ella. Son seres arrastrados hacia la muerte. Buscan la vida, pero
la muerte los espera en cualquier atajo; o la muerte material y concreta
que se puede encontrar en las ruedas del tren o un asesinato mudo en
la oscuridad, o la muerte trágica de quienes deambulan en un círculo
físico-temporal que los atrapa sin oportunidad de salida.
Esta estrategia narrativa plantea múltiples historias de personajes que
cumplen su rol tratando de sacar el máximo provecho o de escamotear
las diicultades. Uno de ellos es Don Nicolás (Don Nico), cónsul de México
30
Literatura y Lingüística Nº20
por varios años en Tecún Umán. En todo ese período, él usufructuó de los
beneicios que le daba ocupar ese cargo, distribuyendo visas a centroamericanas a cambio de los favores sexuales que ellas les pudieran ofrecer,
dato que pone en relación las dimensiones del sexo y la violencia como
características de la novela negra. Tenía vínculos con Doña Lita, regenta
del prostíbulo “Tijuanita”, quien le hacía llegar jovencitas de diversas nacionalidades para que él las atendiera y les diera la visa que necesitaban
para seguir camino hacia el norte. Su cargo como cónsul terminó cuando
ocurre la tragedia del Carrizal donde murieron varias personas.
Doña Lita era una mujer mexicana de edad madura que, dirigiendo el
prostíbulo mencionado, tenía contacto con todas las redes de poder de
la frontera. Ella visitaba al cónsul de vez en cuando (poder terrenal), tenía
amores con un sacerdote que era párroco de otro pueblo (poder celestial)
y se relacionaba bien con Ximenus Fidalgo (en Ciudad Hidalgo) que era
el santón y vidente de la frontera (poder mágico). Animada por buenos
deseos y por una moralidad ajustada a los cánones fronterizos, organiza
sus acciones con un cierto activismo feliz y desprejuiciado. Quizás es el
personaje más adaptado al mundo narrativo presentado.
3.7. Anamar y Jovany
Entre otras historias está la de Lizbeth, la panameña (condenada a
repetir una y otra vez los intentos por pasar la frontera), la de Julio Sarabia
(agente de migración), la de personajes menores como El Burrona, Meléndez y Melgarejo. Sin embargo, la trama fundamental, es decir, la que
podría asumir cierto peril policial más nítido es la que está relacionada
con los acontecimientos ocurridos entre Jovany y Anamar.
Jovany era un joven que procedía de San Pedro Sula, ciudad hondureña, segunda en importancia después de Tegucigalpa, la capital. En el
grupo con el que venía, estaba el Poison (marero) y Laminitas. Laminitas
admiraba a Jovany y le atraía sexualmente. De hecho, cuando debieron
dormir a la intemperie o bajo cualquier cobertizo, Laminitas se recostaba
al lado de Jovany y, durante la noche, se hacía penetrar por él. Jovany,
haciéndose el dormido, cumplía los deseos de Laminitas y sus propias
urgencias sexuales, sin poner en descrédito su masculinidad. Durante
el día, sin embargo, Jovany despreciaba a Laminitas, su servilismo, su
seguirlo a cada paso. Por otra parte, la relación de amistad entre Poison
y Jovany inluyó en que este último se hiciera marero. Pues bien, para
cumplir con las indicaciones de Poison, Jovany debía tatutarse algunas
lágrimas en el rostro, es decir, debía asesinar algunas personas. La más
signiicativa de esas muertes fue la de Anamar.
Anamar era una jovencita, virgen, destinada al “Sendero Brillante”
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La Mara, la historia interminable. La migración centroamericana en el relato neopolicial de
Rafael Ramírez Heredia / Jaime Galgani
(107), asistente del consultorio de Ximenus Fidalgo. Ella, que, bajo la
protección de Ximenus, vivía en la absoluta inocencia, pierde toda su
seguridad y equilibrio con la aparición de Jovany en el consultorio:
Fue en el segundo mismo en que lo vio entrar, ailado
como las hojas del lirio, esbelto como los otates en época
de lluvia, ondulado como el vuelo de las garzas sobre el
río en las tardes en que la brisa sólo se admira en las alas
de los pájaros. (107)
Aunque Anamar tiene algunas resistencias ante el joven descreído
que llega al consultorio, no logra sustraerse al enamoramiento que le
produce. Se van acercando poco a poco, hasta que llega el momento
cúlmine, en que Anamar se entrega sexualmente a Jovany:
La niña siente el cuerpo de su Jo (sic) juntarse a sus nervios y la boca con olor a mixtura de heno chaya arrayán y
tamarindo meterse a sus labios sin tacha y esconderse en
los oídos que le silban algo enrabiado y ardoroso y de sus
hombros las tiras del vestido venirse abajo sin detenerse
ante la razón de negar lo que no sabe que debe negar cuando los tatuajes se meten en la punta de los pezones libres
de un vestido ya en el suelo y rotos los calzones color rosa
dejando escapar el olor que protegían entre los vellos ralos
jalados al abrir las piernas por la fuerza que nada contiene
ni siquiera los gritos de la aterrada hermanita silenciada de
inmediato por un puñetazo en la cara recién retocada con
el maquillaje comprado a plazos que ahora se destiñe por
la saliva y el llanto que no hace sino enfurecer más al que
se trepa y de un empujón mete lo que la desconocedora
Anamar nunca ha visto y jamás verá después del dolor
corriendo en su adentro que el hombre calcina con las
lechas de un cazador hambriento urgido de secarse las
llamas con rugidos que la sumisa Anamar oyó pegados a
sus cabellos cortos a sus ojos abiertos que desde el suelo
miraron el fulgor de los ojos de Cristo sin timbre que los
accione delineando los tatuajes en la igura de un hombre
joven que acompasa su movimiento de caderas al trepidar
de la dolida hermanita mientras le aprietan la garganta y
con sed chupan la baba que se va de los labios de la reseca
hermanita Anamar tan sola como se quedaría después en
esa misma habitación donde Tata Añorve la descubrió la
tarde en que los tordos desde los árboles gritaron más que
las otras tardes. (120-121)
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Literatura y Lingüística Nº20
Además de Anamar, Jovany mató a sus padres y a Laminitas; por eso
sus cuatro lágrimas:
Porque si sus papás hubieran huido de San Pedro, no los
hubiera encontrado. Si Anamar no se le hubiera atravesado
en los palpitares, no le hubiera dado luz verde. Si Laminitas
se hubiera quedado en San Pedro, no lo hubiera hecho
sentirse así. Si se hubiera conformado con ser espectador
en el cine, no lo hubiera encanijado.
Pero no, llegaron los hubiera, y si no hubiera sido tan terco,
no se hubiera quedado tumbado en el hoyancón, caracho
Laminitas, carachos hubieras.
Carachos hubieras que marcan las cuatro lágrimas.
Con la violación y el asesinato de Anamar por parte de Jovany, el clima
general de violencia se materializa en su más rotunda y radical expresión,
la del crimen perpetrado contra la más inocente de las víctimas, es decir,
todo el peso de un sistema inicuo caído sobre el más débil e indefenso
destinatario. Por esta carga simbólica contenida en la muerte del inocente en manos del criminal, la muerte de Anamar adquirirá matices
sacriiciales que la convertirán más adelante en objeto de veneración
popular y religiosa.
Mientras tanto, Tata Añorve, el padre de Anamar, que atraviesa desde
siempre el Suchiate de un lado a otro con su balsa, se convierte en el
investigador infructuoso del asesino de su hija.
Añorve sabe que de aquí sólo podrá huir si su niña se lo
lleva de la mano. Entre ola y ola, entre cuerda y cuerda, entre
paso y paso, busca los ojos del que sabe le arrebató la voz
de ella. Lo hace cada día cuando le toca bogar, y lo hace
también durante el otro: el que usa para esperar en la orilla
viendo a las barcas meterse en el agua sin jamás tratar de
identiicar la que será suya al día siguiente. Entonces mira
y espera sin que el ardor se escape del cuerpo. (187)
Añorve vive atormentado por el dolor de la injusticia sufrida por
Anamar.
Decidió vivir lejos de su antigua casa para no pisar de
nuevo el suelo donde vio el cuerpo de su hija tumbado y
los ojos buscando el recoveco que los alejara del miedo. La
paz no le llega ni siquiera en las horas en que regresa y se
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La Mara, la historia interminable. La migración centroamericana en el relato neopolicial de
Rafael Ramírez Heredia / Jaime Galgani
esconde en su casa lejos del pueblo, la que ahora habita,
solo, sin ruidos callejeros, sin el olor de la gente, con la
selva bordeando la construcción de los carrizos, a donde
estará hasta que la niña lo tome de la mano sintiendo la
suya perderse en lo delgadito de los dedos, en lo suavecito
de la piel de Anamar. (188)
La motivación de Tata Añorve consiste en su convicción de que
“[n]o existe ser humano a quien se le pueda negar el último segundo
sin paz, y a ella se lo negaron” (188). Por este motivo, él se propone unir
a su causa a todos los que tienen algo contra La Mara, todos los que
han sido dañados por ella:
Lo que a él le interesa son los vivos, aunque estén cojos
porque perdieron la pierna bajo las ruedas del tren. Los
mancos que vieron desaparecer su brazo en la tarascada
del ferrocarril. Los que han sido castrados en la selva. Las
mujeres violadas. Los hombres robados. Esos son a quienes puede unir a su causa. Quiere saber de cada uno de
los cientos que siguen caminando como fantasmas por la
ribera del río, viviendo en las casuchas de las afueras de los
pueblos, arrastrándose por las limosnas.
Él quiere estar cerca de esos cientos que viven y tienen algo
que cobrarle a la Mara. Esos son los que le interesan. Los
que podrán unirse a él. (189)
Añorve, animado por su experiencia personal, se transforma en una
especie de reserva moral para la defensa de los más incautos y débiles.
Cómo decirles a los ilusos que no se atrevan a subir en
los camiones contratados por los polleros. De qué forma
contarles del calor que arrasa con el aire en los espacios tan
castigados por los cuerpos uno sobre otro. Gritarles a los
tontos que nunca se dejen llevar a pie por los senderos de
la madreselva que no tiene hijos y se los cobra a los que sin
malicia se meten en sus dominios. (189-190)
Y, mientras tanto, Añorve sigue esperando. Espera el momento
oportuno para unir su rabia a la de los otros y así cobrar la impunidad
de la Mara. Y también observa y busca el rostro del asesino concreto
de Anamar. Su búsqueda tiene la pasión del odio hacia los asesinos, y la
pasión de la ternura hacia su hija, y la pasión que arranca del sentimiento de sentirse dominado en un clima de criminalidad, pero también la
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Literatura y Lingüística Nº20
convicción de saber que son muchos los heridos y que, juntos, pueden
hacer una fuerza que reaccione, cuando el momento llegue.
Busca con los ojos los ojos de ese otro al que le ha soñado
el rostro que es igual al de los otros, los que odia y deben
pagar por sus crímenes. La historia que existe bajo una de
las lágrimas muertas de ese mismo semblante que él, con
los ojos abiertos, mira en cada detalle. Añorve busca a uno
igual a los otros y a los otros que son iguales. Por eso recorre
las orillas, de ida por el sur y de regreso por el norte, desde
los puentes hasta más allá de la selva, de la apretura de los
árboles hasta el loreadero de embarcaciones. Busca a uno
que ostente los tatuajes en el cuerpo, pero odia también
al resto. (190)
Su método de búsqueda consiste en una mezcla entre su sabiduría
ancestral, vinculada a toda una vida junto al río, y la observación detenida
de lo que transcurre en torno a él.
Se sienta sobre las raíces de los árboles.
Escucha las historias.
Aprende las maneras que tienen los tatuados de actuar.
Espía los escondrijos cercanos a la estación.
Les da estrategia a los ruidos.
Cuenta los sonidos de los balazos en la oscuridad. Los pitidos del tren que llegan nítidos desde lo que alguna vez
fuera una estación.
Despierta los oídos ante las quejas de los que no han podido ir hacia el norte y viven esperando que algo cambie
su destino.
Aspira los olores mezclados.
Lame las gotas de lluvia.
Mete los ojos entre las luces de las dos orillas.
Entre lo enmarañado de la selva.
En los desniveles de la ribera. (192)
Todo este proceso de conocimiento lo conduce a una sabiduría
detallada no sólo sobre los procedimientos de la Mara, sino también
sobre el mundo que lo circunda. Su búsqueda especíica de un criminal
(el que mató a Anamar) no resulta exitosa, pero la búsqueda redunda en
un beneicio más vasto, que es el conocimiento del conjunto de códigos
que rigen la ley de la frontera.
Añorve, sin hablar, descubre todo lo que creía conocido
y ahora le resulta ajeno. Aprende. Sabe que en las orillas
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La Mara, la historia interminable. La migración centroamericana en el relato neopolicial de
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del río y en las veredas de la selva se reúnen los tatuados.
Que suman cientos, quizás miles. La manera que tienen
para hacerse parte de las sombras cuando se trepan al
tren. Conoce el nombre de sus contactos. Los escondrijos
donde asaltan y asesinan a los que quieren ir al norte. Por
qué sitios caminan en las noches. Va descubriendo los hilos
que los cubren, el tiempo de conocer a otros que, como
él, también los odian. Como aquel al que asesinaron no a
su hija, pero sí a su hermano. O violaron, no a su hermana,
pero sí a su madre. Aquel al que le quitaron los ahorros de
su vida. Esa que le cortaron los pechos. Son tantos como él.
Tantos como su tristeza. Que ellos como él esperan.
3.8. Promesas de nuevo mundo y destrucción
Las cosas cambiaron cuando, una vez, Añorve acogió en su casa a dos
desamparados. Superando todos los prejuicios (que considera que los
“guanacos son levantiscos, ciclotímicos, hurtientos” (349)), los dejó pasar
la noche. Después volvieron y, poco a poco, empezaron a llegar nicaragüenses, hondureños, entre ellos venía un herido de apodo Pichi. Entre
todos se organizaron para vivir junto a Añorve, quien “empezó a pensar
que la niña Anamar ayudaba a la gente a descansar en el sitio” (350). De
este modo, se constituye espontáneamente una especie de comunidad
en torno a Añorve que asume características de maestro sabio:
Añorve no dice más de lo que sabe, habla sin entender la
razón por la cual la gente que lo rodea lo escuche con tal
silencio. Cuenta del sonido del río, de las horas del sol, de
sus días de niño, del sabor de las frutas, del rencor de los
tatuados, del miedo de la gente, del calor del verano, de
las lluvias sin tregua, de las calles de los dos pueblos, de
las hadas que engañan, de los que matan, del dolor de los
sacriicados, de su mirada puesta a lo largo de los días en
los escondites, y de las marcas en los pantanos. (352)
El estilo de vida compartido por Añorve y sus acogidos recuerda
ciertos aspectos de comunidades que intentan vivir un cierto proyecto
de características míticas, una especie de regreso a la Edad de Oro con
elementos cercanos al cristianismo de los evangelios (acogida de los
desamparados: tullidos, cojos, lisiados, desvalidos, de toda nación) y
con raigambre ancestral en la sabiduría de los pueblos precolombinos.
De algún modo, esta comunidad de desheredados constituye un cierto
microcosmos social que vincula la sabiduría del pasado con una indeinida promesa para el porvenir. La presencia de Añorve consolando a los
desamparados recuerda, por un lado, la frase de Jesús: “Vengan a mí los
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Literatura y Lingüística Nº20
que se encuentran cansados y agobiados, que yo los aliviaré” (Mt 11, 28)
y, por otro, la comunidad de los devotos de Canudos en La guerra del in
del mundo, de Vargas Llosa.
La asociación religiosa se conirma totalmente en el momento
en que comienzan a aparecer velas encendidas junto a una fotografía
de Anamar, en torno a un árbol del patio de la casa de Añorve. Después
de eso, se dio todo un proceso de surgimiento de una gran devoción
por Anamar, considerada por las multitudes como la niña virgen, mártir
de la violencia criminal de la Mara. El tono de las prédicas de Añorve y
el ambiente que se da oscila entre la devoción de los desheredados que
acudían al lugar y un cierto tono político y apocalíptico. La aventura,
inalmente, comenzó a incomodar a las autoridades, que después de
algunas visitas de la policía, terminaron haciendo una redada al lugar,
cometiendo una matanza y precipitando la huida de Añorve.
Finalmente, derrotada la esperanza mesiánica que parece advenir
en medio del régimen de violencia imperante, termina por restituirse el
verdadero orden de la frontera, que consiste en la violencia. Con esto,
la novela termina como la historia interminable de la injusticia donde la
corrupción de las autoridades se junta a la criminalidad de la Mara y a la
falta de escrúpulos de los aprovechadores que utilizan ese clima ambiente
para sacar dinero de los que buscan alguna oportunidad en el norte.
En síntesis, la peripecia particular asociada a la historia de Jovany, Anamar y Añorve viene a ser solo un eje narrativo que nuclea el gran drama
ambiente que se vive en la frontera (espacio geográico indeinido que
rodea las márgenes del Suchiate y que se centra en Ciudad Hidalgo-Tecún
Umán). Jovany y Anamar son el punto de encuentro entre dos mundos
contrapuestos: el de la violencia marera arraigada en Jovany (con todos
sus íconos y discursos correspondientes) y el de la inocencia de Anamar.
La muerte de Anamar adquiere connotaciones sacriiciales y martiriales
que conluyen en el surgimiento de una comunidad de marginados por
el sistema (cojos, amputados, empobrecidos) que siguen a la niña con
devoción religiosa y transforman la casa de su padre, en torno al río, en
un santuario religioso, espacio de peregrinaciones, oraciones y prédicas
de Añorve, convertido a esas alturas en un sincrético santón que anima
a las masas con discursos apocalípticos donde se mezcla la esperanza
escatológica con la insurrección social ante el orden criminal impuesto
por la Mara y por la connivencia de los poderes políticos. El despliegue
de las fuerzas institucionales revela que se sienten denunciadas y amenazadas por el movimiento en torno a Añorve-Anamar.
La novela, en su conjunto, deja abierta la interrogante sobre la asignación de culpabilidades. Se podría decir que todas las instancias pueden
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descargar sus culpas en un orden superior a ellos. La Mara en la sociedad
que los ha excluido; los emigrantes en la pobreza de sus países; los policías
en la miseria de sus salarios; las jóvenes prostitutas en que no tienen otra
forma de salir adelante. Tal vez la culpa esté en las falsas ilusiones que los
emigrantes se hacen con respecto al norte. O en las fuerzas represoras de
los Estados Unidos para evitar la inmigración. Quizás no haya inalmente
una culpa, sino un orden viciado donde los inocentes están destinados
a morir y, así, lo de Anamar no es una historia romántica, sino el efecto
dramático de un ensayo narrativo experimental que viene a responder
a la pregunta: ¿Qué pasaría si ponemos un ser absolutamente puro en
medio de este ambiente totalmente corrupto? Al inal, queda la impresión
de que la frontera no es más que uno de los muchos mundos narrativos
marcados por la muerte (como el de Rulfo), por la soledad (como el de
García Márquez), por la violencia (como el de Fernando Vallejos), por la
injusticia (como el de Ciro Alegría), por la esperanza mesiánica arrasada
(como el de Vargas Llosa), por la fragmentación (como el de Arguedas).
En esto, la novela de Ramírez Heredia revela su factura plenamente latinoamericana, en donde el discurso policial es atravesado por una amplia
variedad de otros discursos que pretenden, en su complejidad rizomática,
dar cuenta del complejo mundo que representan.
4.
Conclusiones
La novela La Mara centra su atención en un crimen particular (el de
Anamar) y el estudio del contexto social en que es producida. Dicho crimen, junto con la práctica establecida para obtener visas para viajar a los
Estados Unidos relacionan los conceptos de violencia-sexo-criminalidaddelito. La corrupción de las instituciones se maniiesta en los favores que
buscan los policías, en la práctica viciada del cónsul, en la “vista gorda”
que hay para algunos casos, mientras que, para otros no. La presencia del
Gran Criminal (La Mara Salvatrucha) se constituye como transposición de
una nueva ley por encima de la ley social que rige tanto a Guatemala como
a México. El proceso es laberíntico y cíclico: el migrante llega a Tecún y
está condenado a morir cerca o a volver siempre a ella. Se coniguran
estados de condenación, con rasgos de determinismo cósmico o social,
inluencia de poderes incontrolables, siempre más arriba. En la frontera
son visibles el tráico de drogas, de inluencias, de sexo, de especies humanas (migrantes camulados que quieren llegar a los Estados Unidos).
Todas estas características permiten postular la inscripción del relato
de Ramírez Heredia en el género llamado neopolicial. La inalidad de
una novela tal, a pesar de su factura literaria impecable y exigente, no
es exclusivamente estética, sino eminentemente social y política. No es
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Literatura y Lingüística Nº20
una novela urbana como puede serlo un relato ambientado en Ciudad
de México o Buenos Aires. Comparten territorio los espacios rurales con
las pequeñas ciudades fronterizas. En medio de toda la corrupción ambiental, aparecen iguras como la de Anamar y Añorve, pero la pureza
de ella y los deseos de un mundo nuevo por parte de él son aplacados;
son alegoría de las nulas posibilidades del bien en medio de la barbarie
humana que relatan. Personajes como Ximenus Fidalgo, el vidente, atraviesan la peripecia narrativa a salvo. Otros, en cambio, los migrantes, son
la materia basal sobre la cual está construida la historia, así como sobre
su destino está conigurada la arbitrariedad de una suerte que los lleva
de un lado a otro como marionetas tristes, desparpajos humanos, débiles
excrecencias sociales que claman por una oportunidad. La novela, así,
asume una postura al lado de los desheredados: los que no pertenecen
ni a la Mara, ni a la policía, ni a ningún sistema. Es decir, sólo individuos,
masas que pululan en las fronteras, que mueren o se accidentan en el tren
de la muerte, que caminan incansablemente en medio de los peligros de
la selva, que son deportados una y otra vez por la policía de migración,
que son robados, asaltados o asesinados por el gran criminal, por esa
nueva ley que se impone sobre todo orden occidental conocido, la ley
de los tatuados miembros de la Mara Salvatrucha.
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