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pensamiento/acción política
Responsable Editor
Claudio Lozano
Consejo Editor
Karina Arellano
Lucía De Gennaro
Sebastián Scigliano
Emilio Sadier
Fernando Bustamante
Arte de tapa e ilustraciones
Ana Celentano
Participan en este número
Paz Levinson
Eduardo Grüner
Juan González
Fabián D’Aloisio
Bruno Nápoli
Adrián Celentano
Gustavo Giuliano
Diseño y armado
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Agradecimientos
Héctor Maranessi
Instituto de Estudios
y Formación CTA
Redacción
editorialpampa@institutocta.org.ar
Distribuye
Editorial Galerna
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ISSN 1851-5827
sumario
desierto
Sebastián Scigliano /
La memoria vence al tiempo
12
Emilio Sadier /
Hojas arrancadas del bloc otoño 08
18
Lucía De Gennaro /
Escombros de la mítica
26
Karina Arellano /
Fiel a la vieja escuela
34
ENTREVISTA / Eduardo Grüner
El sociometabolismo del Capital
45
coyunturas
Claudio Lozano /
Aportes para la construcción política.Una visión sobre
la coyuntura: ¿cambio de Gobierno o cambio de etapa?
57
Juan González
Paraguay, alumbra el camino histórico
de Soberanía popular
75
Fabián D'Aloisio y Bruno Nápoli / Entredichos
90
fábrica
Adrián Celentano /
Desde el Mayo Francés:
Badiou y Rancière sobre la fábricas
100
Gustavo Giuliano /
Tecnología y trabajo.¿Son inocentes las máquinas?
117
Fernando Bustamante /
Desarrollo y utopía.
Crisis de la politicidad moderna en las organizaciones
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Desarrollo y utopía. Crisis de la politicidad
moderna en las organizaciones
por FERNANDO BUSTAMANTE
A fines de los noventa, para muchas organizaciones
comunitarias el límite de la acción social legítima estaba
claramente marcado, y este límite era la práctica específicamente política. En 2003, en una instancia de intercambio de
experiencias entre distintas organizaciones sociales, que ya se
venía realizando desde hace algunos años –y a las que yo asistí
regularmente–, por primera vez en mucho tiempo participó un
grupo dedicado a la práctica política barrial. El resto de los grupos había sufrido la desconfianza de propios y ajenos ante sus
propias iniciativas y convocatorias a la organización comunitaria, pero esas sospechas de “punterismo político” “no eran justificadas”, iban cayendo ante la evidencia del “hacer algo”. Ese
algo debía ser tangible: dar de comer, enseñar a hacer huertas,
acompañar a mujeres golpeadas, difundir artesanías indígenas,
etc. En el año 2003, la práctica específicamente política no tenía
para ellos materialidad, no producía sentido. La caída de los
relatos utópicos fue caída del régimen de verdad de lo político.
Quizás en momentos de la crisis de creencia –que se llamó
crisis de representatividad–, que es crisis de la Razón moderna,
se confió en lo sensible, aquello al alcance de los sentidos –que
incluye la experiencia de los medios de comunicación– y de los
recorridos del cuerpo. Crisis que es de la Razón del Estado
moderno, de su poder o legitimidad para garantizar la cohesión
simbólica del todo nacional, crisis de la Nación como idea
moderna, como intento moderno de construcción racional de
comunidad supra territorial. Las condiciones están cambiando.
Es necesario y hay condiciones culturales apropiadas para superar la década y el pensamiento de los noventa como cenit de
crisis de cualquier relato transformador no tecnocrático.
En la segunda mitad de los años ’80 y durante todos los ’90, se
opera cierto repliegue del trabajo social a lo comunitario. Este
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repliegue es coincidente con la abdicación del Estado que
conocimos con el neoliberalismo, y el retomar sus responsabilidades por las organizaciones sociales existentes y otras que surgieron en ese contexto. Con respecto a la población de base, las
estrategias hasta ese momento apuntaban primordialmente
hacia el fortalecimiento de la organización sectorial, hacia el
movimiento popular, orientadas a ganar espacios de poder y reivindicar derechos. A partir de los fenómenos mencionados, se
trabajó sobre lo reivindicativo, pero se sumó y privilegió también
lo propositivo, desde el desarrollo local, para mejorar la calidad
de vida y la búsqueda de una mejor comunidad. Además, se
amplió el campo de los interlocutores, incorporando al universo
de las organizaciones sociales a las dedicadas a nuevos sujetos
“en conflicto, como los jóvenes, por ejemplo.
Estas organizaciones enfrentaron también (quizás vinculado
con la diversificación de los interlocutores, pero también por
alguna relación con la flexibilización de la mirada burocratizante en el campo de las izquierdas) la aparición entre sus destinatarios de personas aisladas o menos orgánicamente vinculadas a los movimientos sociales. Con el neoliberalismo, se ve a
la sociedad civil casi exclusivamente como las ONGs, y se
impulsa, desde financiadoras, especialmente BID y Banco Mundial, a convertirse en ONG a toda organización social (Kaplun:
2004).Paralelamente, el tópico fortalecimiento institucional se
transformó, entonces, en un problema. Ideas como eficiencia,
tercer sector, sociedad civil aparecieron vinculadas a cierta ideología del gerenciamiento como tecnocratismo en las organizaciones, y opuesto al protagonismo de los sujetos populares.
Además, se verificó un desacople o incompatibilidad entre lógicas de actor popular y movimiento social por un lado, y lo institucional por otro. A pesar de ello, los movimientos sociales
reclamaron mediaciones de fortalecimiento de lo organizativo,
y fue necesario reinterpretar lo institucional y la gestión desde
un marco político para fortalecer agentes-sujetos-actores.
Politizar las prácticas
Si bien últimamente se entiende el desarrollo como la construcción de relaciones sociales que sostengan procesos de mejopampa | 123 |
ramiento de las condiciones de vida y se busca distinguir entre
desarrollo humano y otras nociones de desarrollo menos deseables, desde nuestra perspectiva, que venimos trabajando desde
la comunicación popular o, dicho más actualizadamente, en el
cruce de comunicación y ciudadanía, el concepto de desarrollo no deja de arrastrar reminiscencias económico-productivistas. Recordemos que desarrollo era sinónimo de modernización de la vida social a través de nuevas técnicas, capacidades
y tecnologías. Recordemos también la idea asociada de subdesarrollo que la teoría de la dependencia vino a desactivar, al
denunciar su concepción lineal –si se quiere, evolucionista– de
los procesos históricos. Tengamos presente que ello suponía
una noción análoga de comunicación asociada a desarrollo,
con un fuerte sesgo difusionista, instrumental y también lineal.
Aquellas iniciativas de comunicación y desarrollo, es sabido,
intentaban franquear el paso a los movimientos revolucionarios en América Latina.
Nuestra pregunta sería: ¿qué supone la desaparición del sujeto
popular de la nominación? ¿La marca de la crisis de la modernidad, de sus relatos utópicos? ¿La dispersión objetiva del
sujeto, o su desaparición, en el peor de los casos? Nuestra
reserva, planteada primero por Marita Mata, sería: ¿supone que
cierta lógica técnica (de la planificación) se hace cargo de lo
mesiánico, de lo político? Este dar cuenta de la crisis de la
modernidad y de los relatos utópicos es imprescindible, si nuestra propuesta sigue siendo una comunicación íntimamente
ligada a lo político y lo cultural. Es decir, la necesidad para
nuestra propuesta de reconstruir sentido de los proyectos colectivos: una noción de desarrollo atravesada por la noción de
poder. Quizás haya que pensar en el desarrollo como objeto de
disputa entre sujetos.
En ese sentido Rosa María Alfaro (2006) nos previene sobre
algunos peligros en el campo así denominado Comunicación y
Desarrollo. No es el objetivo aquí discutir nominaciones (popular, alternativo, desarrollo, ciudadanía, etc.) para las prácticas
de intervención y producción de sentidos desde la comunicación. Sin embargo, a las prevenciones de Alfaro, subyace la preocupación por la transformación profunda de lo real, por no
perder de vista quiénes somos en las mareas de discursos a par| 124 | pampa
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tir de la crisis de la modernidad. Es decir, sostener y reconstruir
la dimensión utópica de lo real.
Es urgente ampliar esta discusión sobre desarrollo, ya que luego
de 5 años de crecimiento económico sostenido somos empujados a pensar, ya no en la indigencia, en la dimensión política de
la pobreza, sino en las “salidas” económicas, o más bien en las
entradas: en la gestión de algunos recursos. Algunas agencias de
cooperación internacional que financiaron proyectos sociales en
los noventa se están retirando por los estándares internacionales
(ingreso por cápita, etc.) de pobreza. Algunas experiencias de
contención social y subsistencia, de organización, de resistencia
y formación política tienen un nuevo contexto donde integran
prácticas de comercialización o gestionan fondos del Estado
Nacional. La ventaja de esta realidad –cierto cansancio de ver
piqueteros– consiste en la posibilidad de problematizar nuevamente las condiciones de los que trabajan, que habían sido
invisibilizados por los discursos hegemónicos en detrimento
de la espectacularización de los movimientos piqueteros1.
De cualquier manera, la mayoría de la población pobre e
indigente no está nucleada en organizaciones. Es decir, que
estas nuevas condiciones serían aprovechadas por una pequeña
porción de la población. Subsiste la clara evidencia del valor de
la organización social como herramienta para captar información, para aprovechar oportunidades, canalizar necesidades y
demandas, para reclamar derechos, para discutir nociones
hegemónicas sobre salud, trabajo, etc.2, es decir, constituirse
como sujeto social.
Popular, populismo y politización de la política
Propuestas como las de Ernesto Laclau sobre el populismo y
su virtud de politizar la sociedad, que, leídas en los noventa
parecían críticas a las construcciones de poder que no superaban los esquemas que discutían, sino que solo las invertían, en
la actualidad latinoamericana3 aparecen como un elogio del
populismo, y aquí se empareja a Laclau, Nicolás Casullo. En
consecuencia, un conformismo al estilo del que significó la
1. Cfr. Kaufman, op.
cit.
2. Organizaciones surgidas del horno de
2001, dedicadas a
huertas, producciones
artesanales de susbsistencia, etc, tuvieron
que discutir con el
habitus de consumo de
lo prefabricado sedimentado luego de los
90: La dificultad de
pensarse como sujetos
productores de bienes y
alimentos.
3. Ver entrevista a
Ernesto Laclau en
Crítica de la Argentina
14/04/08.
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democracia para los movimientos populares en Latinoamérica
(Casullo: 2007) o, en el mejor de los casos, sería un conformismo estratégico, una estrategia histórica de expansión de un
proyecto de sociedad más justa y solidaria. Es así que el autor
señala que el populismo era, hace tres décadas, el salvoconducto contra el peligro revolucionario. Hoy es su amenaza4.
Casullo plantea que el término populismo aparece hoy en medios
masivos de comunicación, en boca de analistas políticos,
especialistas de derecha y emisarios de ideologías de la neutralidad en general, como lo opuesto al respeto por la institucionalidad republicana y su normalidad administrada técnicamente.
Sin embargo, lo que subyace es el carácter repolitizador de los
populismos. Dos rasgos, entre otros serían, la instalación del
conflicto como constitutivo de la sociedad, la polarización y la
capacidad de plantear la economía como disputa de intereses,
en oposición al tecnocratismo economicista.
4. Casullo, op. cit., p.
195.
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Obvio o no, esta repolitización fue un proceso casi exclusivamente simbólico. El gran cambio en este sentido se dio luego de
diciembre de 2001, cuando quedó claro para la mayoría de la
sociedad que el discurso neoliberal suturaba abismos: la intrínseca naturaleza política de la economía era clausurada con la
tapia tecnocrática.
En 2003, la pregunta entre militantes era ¿qué ha cambiado
para que ahora sea posible hacer los cambios que parecía intentar el nuevo gobierno? La respuesta en ese contexto señalaba la
materialidad del sentido: cambió la percepción colectiva de que
era posible lo político, que las murallas levantadas por el neoliberalismo para franquear el acceso a lo político eran nada más
y nada menos que suturas discursivas. De la misma forma, el
repliegue a lo comunitario no respondía a un acorralamiento en
el territorio. Podemos establecer allí una vinculación/ equivalencia entre razón y creencia y posibilidad de imaginar por un lado,
y percepción / lo sensible /lo local y lo concreto por otro, como
recortando el territorio de lo real. La credibilidad se asocia con
una construcción más allá de lo local y lo concreto. El campo
destinatario legítimo para la acción, aquel que se puede pensar en una época tiene mayores o menores dimensiones geográficas en la medida en la que se crea más allá del alcance de los
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sentidos o no. La época de la política social focalizada es la
época donde el campo legítimo de acción apenas rodea el
propio cuerpo. En ese espíritu de época no cabe lo nacional,
ni la hermandad regional. Para ello fue necesario creer.
Si bien las experiencias comunitarias eran múltiples, las regía
un sentido de aislamiento doliente y opresivo. La experiencia
de saberse muchos en el territorio, más allá de la percepción
sensible, y en las mismas condiciones de aislamiento, no puede
sino politizar. Primero todavía con las acciones focalizadas
como identidad, pero luego con políticas públicas. La negación
de lo político consistió, entonces, no en su disolución, sino en
la negación de la participación de las mayorías en la vida nacional y en la propia historia.
Con esta cuestión a la vista, es digno de valorar que los espacios abiertos por esta repoliticación del Estado han sido capitalizados por los movimientos sociales en la medida de su capacidad organizativa y de producción de sentido, gracias a la
experiencia de lucha acumulada. Pero, ¿qué futuro o sentido
tiene esta politización en el contexto global espectacularizado,
sin sujetos con una expectativa de comunidades sin conflicto?
Allí quizás una relación con la naturaleza eminentemente cultural y no política (en sentido institucional) de los nuevos movimientos sociales. Como muestra, baste la argentina de estos
días: no hay sujetos en este conflicto por la renta agraria extraordinaria, pero hay instituciones.
Quizás esta repolitización de lo social deba disputar su sentido a dichas formas de la vida política donde no aparecen los
sujetos. En este punto es en el que se vuelve imprescindible
reflexionar sobre la relación entre sujetos y espectáculo. ¿Se
puede hacer un aporte políticamente consistente partiendo sólo
de la idea de visibilidad? | pampa
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REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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