Las dos conversiones de Bartolomé de las Casas
Rodrigo Martínez Baracs1
F
ray Bartolomé de las Casas (1484-1566) es tal vez la figura del periodo colonial
americano más conocida y reconocida, sólo después, acaso, de las de Cristóbal
Colón (1436/1451-1506) y Hernán Cortés (1485-1547). Su excepcional defensa
de los habitantes originarios de América y de los derechos humanos en general sigue
presente de manera absoluta hoy en día. Y nos asombramos de su fuerza, inteligencia
y vitalidad, que hicieron de él un historiador y un antropólogo, un filósofo, un teólogo,
un moralista, un escritor y un político excepcional, a lo largo de los 82 años de su vida.
La fuerza de su pensamiento indigenista nos es hoy vital, y quisiera asomarme aquí a
los inicios, no muy conocidos, de su portentosa trayectoria.
Bartolomé de las Casas se hizo sacerdote de joven. En 1506, a los 22 años, tomó
las órdenes menores, y al año siguiente se ordenó en Roma como presbítero. Pero
su condición sacerdotal no le impidió, al establecerse en las Indias, primero en la isla
Española (hoy Haití y Santo Domingo) y luego en la de Cuba, tener asignados muchos indios en encomienda, esto es, como siervos, obligados a pagarle un tributo en
productos, oro y trabajo forzado. Precisamente la primera conversión de Las Casas se
dio en 1514, a los treinta años, cuando se dejó finalmente convencer por la prédica
de los frailes dominicos de las islas, renunció a sus indios encomendados y se unió a
los dominicos en su defensa de los naturales. Trabajó con ellos a partir de entonces,
pero él mismo todavía no se hizo dominico, lo seguían llamando “el padre Casas”, y
no sería sino hasta 1522 y 1523 cuando, decepcionado por el dramático fracaso de su
proyecto de conquista espiritual pacífica en la Tierra Firme (hoy Venezuela), ingresó
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Nota de los editores: Ésta es una versión corregida, por el autor, de la conferencia dictada el 10 de agosto de
2016 en la Academia Mexicana de la Historia.
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a la orden dominica y comenzó a ser llamado fray Bartolomé de las Casas. Ésta fue su
segunda conversión. Estos años vertiginosos fueron decisivos en la formación de su
personalidad y en sus proyectos radicales.
Bartolomé de las Casas nació en Sevilla, antes se pensaba que en 1474, por lo que
habría fallecido a la longeva edad de 92 años, pero ahora se piensa que nació en 1484,
lo cual reduce su vida a muy buenos 82 años, y acota los mal conocidos acontecimientos de sus primeros años.
Su familia provenía de antiguos migrantes franceses, muy probablemente judíos,
aunque sus papeles oficiales siempre destacaban, por supuesto, su “pureza de sangre”.
En el puerto de Sevilla, Las Casas vivió muy íntimamente vinculado a los viajes de
exploración, comercio y expoliación de las Indias. Su tío paterno, Juan de la Peña, formó parte del primer viaje de Cristóbal Colón, de 1492-1493, en el que descubrió una
nueva ruta, navegando hacia el occidente, hacia lo que se creía que eran las Indias, y
que Amérigo Vespucci (1454-1512) acabó identificando en 1503 como un Nuevo
Mundo, un nuevo continente.
El padre de Bartolomé, el comerciante Pedro de las Casas y el hermano de éste,
Francisco Peñaloza, se embarcaron con Colón en su segundo viaje (1493-1496), y
pronto se les unieron sus hermanos Diego y Gabriel. La armada regresó con 600 “indios” esclavizados, y Pedro de las Casas le regaló uno a su hijo Bartolomé, para que lo
sirviera. Bartolomé se hizo amigo de su esclavo para conversar con él y aprender de
su religión, costumbres e idioma, estimulado acaso por sus propios estudios de latín
en Salamanca.
Hay indicios, en efecto, de que el joven Las Casas estudió algo de ambos derechos,
civil y eclesiástico, en la prestigiosa Universidad de Salamanca, lo cual, sin embargo,
ha sido discutido. Si consideramos que Las Casas había terminado sus estudios antes
de su viaje de 1502 a las Indias, a los 18 años, si es que nació en 1484, sus estudios no
pudieron ser muy extensos. Sin embargo, muy pronto, Las Casas comenzó a escribir
muchos memoriales y cartas, tanto en español como en latín, y la extensión, erudición
y variedad de su obra, y su excelencia, son prueba de que, en la universidad o fuera de
ella, Las Casas realizó muy sólidos estudios.
Las Casas viajó a las Indias en 1502, en la armada de frey2 Nicolás de Ovando
(1460-1511), el nuevo gobernador de las Indias, en sustitución de frey Francisco de
Bobadilla (ca. 1448-1502). En la isla Española, el joven Bartolomé se integró a los
negocios comerciales de su padre y familia, y participó en la despiadada guerra enta2
El título de frey es distintivo de los miembros de una orden de caballería.
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blada por el gobernador Ovando, Juan de Esquivel (1470-1513) y Diego Velázquez
de Cuéllar (1465-1524) contra los habitantes del cacicazgo de Higüey, en el extremo
oriental de la isla. Como recompensa, Las Casas recibió una jugosa encomienda de
indios. Así pues, formó parte de la clase de los pobladores, empresarios-guerreros, de
la isla Española. Al parecer, Las Casas no usó a sus indios en la mortífera minería, y se
limitó a los negocios agroganaderos y al comercio.
En 1506, Las Casas regresó por un tiempo a Sevilla, y allí recibió las órdenes menores del sacerdocio, y en 1507 viajó a Roma, donde se ordenó como presbítero. Regresó a la isla Española en 1508, para cuando don Diego Colón (1479/1480-1526)
sustituyó a frey Nicolás de Ovando en el gobierno de las Indias, como le correspondía
como segundo almirante e hijo de don Cristóbal Colón.
El joven padre Las Casas dio su primera misa en 1510 en la villa de Concepción de
la Vega, pero su condición sacerdotal no le impidió continuar la administración de sus
empresas con indios encomendados. Pudo advertir, como el resto de los pobladores
de la isla Española, que la población indígena disminuía de manera alarmante, al tiempo que se agotaban las minas y arroyos de donde se sacaba el oro de la isla. Esta doble
disminución, de los indios y de las minas, estimuló la extensión del dominio español
a otras islas, como en ese mismo año de 1508, a la isla de San Juan de Puerto Rico y el
asalto de las “islas inútiles” (así llamadas porque no tenían oro), como las de los Lucayos (las Bahamas), para cazar a sus habitantes y llevárselos como esclavos y esclavas.
En 1510 llegó a la isla Española un grupo de frailes dominicos, encabezados por
fray Pedro de Córdoba (1482-1521) y fray Antón de Montesinos (ca. 1475-1540), que
comenzaron a denunciar la terrible mortandad y destrucción que sufrían los indios,
que atribuyeron a la crueldad, a los abusos, a la caza de esclavos y a la sobreexplotación
que les impusieron los españoles. Ahora sabemos que, además de estas causas humanas viles, aceleraron la mortandad de los indios las enfermedades infecciosas que trajeron involuntariamente los españoles, contra las cuales los indios no tenían defensas.
Ya había frailes franciscanos en las islas Española y de Puerto Rico, pero este grupo
de franciscanos picardos mostró poco interés en la defensa de los indios y tomó el
partido de los españoles encomenderos y esclavistas. Fue entonces, en 1511, cuando
el dominico fray Antón de Montesinos pronunció en la ciudad de Santo Domingo
su famoso sermón de Adviento, de preparación para la Navidad, en el cual condenó
severamente a los dueños de indios esclavizados o encomendados, advirtiendo que
estaban en estado de pecado mortal.
El sermón de Montesinos impresionó al padre Las Casas, pero aún no reaccionó;
más bien, se unió a los encomenderos de la isla Española, que mandaron procuradores
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a España para denunciar a Montesinos por atacar a la encomienda. Es notable que hayan sido frailes franciscanos quienes llevaron las denuncias y peticiones de los encomenderos. Al mismo tiempo, los dominicos mandaron a la corte al propio fray Antón
de Montesinos, y en una junta convocada en 1512 en Burgos por el rey don Fernando
(1452-1516), se confrontaron las dos posiciones, la de los partidarios de los encomenderos y la de quienes apoyaban los argumentos de Montesinos sobre la alarmante
destrucción de los indios.
Montesinos llevó a la Junta proposiciones de remedios para salvar a los indios de
su total destrucción: limitar los tributos en trabajo y productos de las encomiendas,
prohibir la caza de esclavos en las islas y en la tierra firme, y establecer a los indios
en comunidades administradas por los frailes. El resultado de estas juntas fueron las
Leyes de Burgos de 1512, que, aunque los dominicos las consideraron muy insuficientes, fueron la primera legislación indigenista española, pues establecen que los
indios son hombres libres, pero que sí se les puede obligar a trabajar si el trabajo es
tolerable y remunerado en dinero o especie, y que el fin último de la Conquista es la
evangelización de los indios, pero se les puede hacer “justa guerra” si primero se les
lee el Requerimiento –escrito por el doctor Juan López de Palacios Rubios (14501524)– y aun así se resisten. Se les puede entonces matar y esclavizar en toda justicia… (El negocio de la guerra vil, abusando de la superioridad militar).
No obstante, era ya poco lo que se podía hacer para los indios taínos de la isla Española, que habían quedado reducidos a números muy bajos: de uno o tres millones que
había antes de la Conquista, quedaban unos cuantos miles. Por ello, los encomenderos,
que empobrecían cada día conforme morían sus indios encomendados y esclavos, comenzaron a buscar una nueva conquista, para seguir depredando. Al noroeste de la isla
Española se encontraba la larga isla fernandina de Cuba –“tan luenga como de Valladolid
a Roma”, escribiría en 1542 el propio Las Casas en su Brevíssima relación de la destruición
de las Indias–. Cristóbal Colón había tocado la costa norte de Cuba desde su primer viaje
de 1492, y aunque fue siendo boxada, recorrida en todas sus costas, no había sido explorada en su interior. Finalmente, en 1510 el encomendero-guerrero Diego Velázquez de
Cuéllar decidió emprender la conquista de la isla de Cuba.
No lo podía hacer legalmente por cuenta propia y lo hizo a nombre de don Diego
Colón, el gobernador y justicia mayor, y, de hecho, visorrey de las Indias. Velázquez
quedaría tras la conquista no como gobernador de la isla de Cuba, sino como teniente
de gobernador, por el gobernador don Diego Colón. Pero en los hechos, como era
previsible, Velázquez se fue independizando de Colón, aprovechando la fuerza política del bando fernandino o aragonés, encabezado por el rey de Aragón y regente de
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Castilla, don Fernando el Católico; por el obispo de Burgos, don Juan Rodríguez de
Fonseca (1451-1524); y por Lope de Conchillos (?-1521), secretario del rey don Fernando. Este bando fernandino se oponía a los poderes que exigía para sí don Diego
Colón, el segundo almirante, de acuerdo con las Capitulaciones de Santa Fe, de 1492,
por lo que alentó la política autonomista de Diego Velázquez.
Cuando emprendió con trescientos hombres, en cuatro navíos, la conquista de Cuba, el capitán Diego Velázquez tenía la intención de no repetir la terrible
destrucción de la población indígena que se había vivido en la isla Española. La población indígena era necesaria para poderla explotar en las minas y en las estancias
agroganaderas; por ello, Velázquez quiso hacer una conquista relativamente pacífica y
negociada, para así establecer una explotación encomendera no tan asesina.
Pero la situación no fue la prevista, pues grandes grupos de taínos de la isla Española habían huido en canoas a la de Cuba, para evitar los trabajos forzados impuestos
por los españoles, que los estaban matando. Desde antes de la conquista española
había empezado esta ruta de colonización taína de la isla de Cuba, poblada por siboneyes (afines a los lucayos, de las islas Bahamas). Los taínos fugitivos, encabezados
por el cacique (palabra taína que significa “rey”) Hatuey, azuzaron a los siboneyes
cubanos contra los españoles pero, ante la superioridad militar española, los rebeldes taínos y siboneyes se refugiaron en la sierra, y allí los españoles los cazaron con
la ayuda de sus perros feroces. El resultado fue una carnicería. El cacique Hatuey,
cuenta Las Casas, prefirió morir en la hoguera por no aceptar la fe cristiana, porque
quienes la aceptaban se irían al Cielo, donde estaban los españoles dizque buenos, y
él no quería estar allí.
Tras esta primera y muy sangrienta experiencia bélica en Cuba, el capitán Diego
Velázquez decidió, en 1512, reforzar su armada para emprender la conquista de este a
oeste de la larga isla. En lo militar, le ofreció unirse al poderoso empresario-guerrero
Pánfilo de Narváez, que llegó de la isla de Jamaica con sus feroces alabarderos. Y para
ayudarlo en las negociaciones con los indios, y evitar en lo posible la guerra, le pidió a
su amigo, el padre Bartolomé de las Casas, que se uniera a la armada. Las Casas aceptó
por amistad. Velázquez también le pidió al joven extremeño Fernando o Hernando
Cortés (que llamamos hoy Hernán), que había estudiado algo de leyes y de latines,
que lo asistiera como escribano, función muy importante en el manejo legal de la conquista de Cuba, sobre todo en lo que se refiere a irse autonomizando del gobierno, en
Santo Domingo, de don Diego Colón. Cortés le aprendió las mañas a Velázquez, y
las utilizó contra él, en 1519, cuando se le volteó en Veracruz para emprender por su
cuenta la conquista de México.
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Las Casas fue incorporado a la armada del capitán Pánfilo de Narváez (14781528), y logró en muchas ocasiones un acercamiento pacífico con los pueblos de indios, parlamentando, a través de intérpretes, con los caciques y predicándoles. Llegó a
ser apreciado por los indios, quienes lo consideraban “el behique bueno”. Pero el resultado en todos los casos, o en el mejor de los casos, fue la imposición de la sobreexplotación a través de la encomienda, con su exigencia de un tributo en trabajo, productos
y oro. En varios lugares le tocó al padre Las Casas presenciar atroces matanzas, sin
justificación alguna. Por su participación en la conquista de Cuba, el padre Las Casas
recibió un jugoso repartimiento de indios en encomienda, y lo aceptó. La encomienda de Las Casas estaba cerca del río Arimao, rico en oro, y un administrador le debía
llevar su encomienda en la isla Española.
Establecido en la villa de Asunción de Baracoa, en el extremo oriental de la isla, el capitán general Diego Velázquez tenía cada vez menos control sobre lo que pasaba conforme la conquista, y la depredación de los pueblos avanzaba hacia el occidente. Además,
el mismo Velázquez promovió que los conquistadores poblasen fundando villas, de las
que serían vecinos que designarían a los alcaldes y regidores de sus cabildos; que en la
práctica servían para administrar localmente la expoliación encomendera y esclavista. El
poder político de los cabildos reforzaba el de Diego Velázquez contra el de don Diego
Colón en Santo Domingo. El hambre de indios de los españoles no tenía límites, y desde
Santo Domingo y Santiago de Cuba mandaban armadas a las islas Lucayas (las Bahamas) y a la Costa de las Perlas (en Venezuela) para cazar indios, esclavizarlos y venderlos.
A veces se acordaban de leerles el Requerimiento para poderles hacer “justa guerra”.
Es relevante para nosotros, los mexicanos, la conquista de Cuba, así como todo el
proceso que va desde su inicio, en 1511, hasta el descubrimiento y conquista de México, a partir de 1517, porque los conquistadores de México, en su gran mayoría, vinieron
de Cuba, de otras islas y de tierra firme antillana; habían vivido allí durante años, allí formaron sus modos de guerrear y conquistar, y de expoliar a los indios y depredar el territorio con empresas mineras y agroganaderas. Ciertamente, no eran soldados, como se
les llama en ocasiones, porque no percibían un sueldo, y participaban en la conquista
a cambio de una ganancia: el botín de guerra e indios esclavos y encomendados. Eran,
pues, empresarios, como lo destacaron Silvio Zavala (1909-2014) y James Lockhart
(1933-2014), pero empresarios armados, en tierra de conquista. Sin embargo, estos
hombres que vinieron a México tenían lo que Silvio Zavala llamó “la experiencia antillana”: habían vivido la destrucción casi total de la población de las islas y tenían la intención de no repetir esa destrucción en el riquísimo México, lo cual hasta cierto punto
se obtuvo por varias razones, entre ellas, el clima más templado del Altiplano.
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Tras el fallecimiento de doña Isabel la Católica, en 1504, en España y, por lo tanto,
en las islas, se fortaleció el poder del bando aragonés del rey don Fernando; por ello,
el obispo Fonseca, el secretario Conchillos y sus compinches, calificaron las Leyes de
Burgos de 1512 como un estorbo, para enriquecerse con lo último que quedaba de
los indios de las islas. En 1514, el rey Fernando, en acuerdo con el Consejo de Castilla
(el Consejo de Indias se establecería en 1524), envió a la ciudad de Santo Domingo a
Rodrigo de Alburquerque, para realizar un nuevo repartimiento en encomiendas de
todos los indios de la Española, Cuba, Puerto Rico y Jamaica, que, contraviniendo a
las Leyes de Burgos, autorizaba el reparto de encomiendas a personajes que no vivían
en las islas, sino en España, comenzando por el propio rey Fernando, el obispo Fonseca y el secretario Conchillos. El teniente de gobernador de Cuba, Diego Velázquez, recibió el cargo adicional de repartidor de las encomiendas en la isla de Cuba, que eran
las más ricas, porque los indios cubanos apenas se estaban comenzando a morir…
Estos encomenderos “ausentistas” fueron particularmente nefastos y nocivos para
los indios, porque para administrar sus encomiendas designaban a mayordomos muy
poco escrupulosos, que se las arreglaban para mandar al encomendero la parte que
le correspondía de su tributo, pagaban el quinto real del rey a los oficiales reales de la
Real Hacienda y maximizaban su propia remuneración, con total desprecio de la vida
de los indios, que no eran suyos, por lo que tenían poco interés en cuidarlos.
Las Casas escribió, en su Historia de las Indias, que fue la lectura del Eclesiástico
en la Biblia la que lo condujo en 1514 a su “primera conversión”, es decir, al convencimiento de que debía renunciar a sus encomiendas y dedicarse con los frailes dominicos a la defensa de los indios. Pero también debió influir el poder abusivo ejercido
por el bando fernandino, encabezado en Santo Domingo por el tesorero Miguel de
Pasamonte y el repartidor Rodrigo de Alburquerque, y en Cuba, por el teniente de
gobernador y repartidor de indios Diego Velázquez, quienes destruyeron lo poco que
habían avanzado los dominicos con las Leyes de Burgos de 1512. Éste fue el momento
definitorio, y Las Casas se presentó ante su amigo Diego Velázquez, teniente de gobernador de Cuba, y renunció formalmente a sus indios encomendados. Sólo así dejaba
de estar en situación de pecado mortal y podía retomar plenamente su relación con
sus amigos dominicos fray Pedro de Córdoba y fray Antón de Montesinos.
La situación de los indios era catastrófica. En la isla Española quedaban poquísimos. En Cuba la extensión hacia el oeste de la conquista implicó el simultáneo reparto
de los pueblos de indios en encomienda, a los que se agregaron, en 1515, los encomenderos ausentistas. El conflicto entre los encomenderos ausentistas y los encomenderos presentes en las islas contribuyó a crear una situación de caos que redundó
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en mayores abusos a los indios. El trabajo en las minas resultó, junto con las epidemias,
tan mortífero como lo había sido en la Española y otras islas. Las mujeres y los niños
se morían de hambre en sus aldeas, abandonadas por los varones, quienes habían sido
encomendados o esclavizados.
El padre Las Casas y los dominicos buscaron un remedio a la situación, y en 1515
–o acaso desde el año anterior– se pusieron a pensar y escribir memoriales e informaciones que llevarían a España, con el fin de evitar o detener la destrucción que sufrían
los indios. Así, concibieron el notable proyecto comunitario de reformación de las
Indias, que es importante porque es el primero de los varios proyectos de Las Casas
de reorganización más justa –o justa a secas– del dominio español en las Indias.
En mucho, el proyecto retomó elementos de la posición llevada por fray Antón de
Montesinos a las juntas de Burgos de 1512: la formación de comunidades de indios,
bien administradas, bien regimentadas, que las pondrían a salvo de la codicia de los
encomenderos y de los esclavistas. El proyecto no se oponía ni a los justos títulos del
dominio español en las Indias (justificado por la evangelización de los indios) ni a la
encomienda o a la esclavitud “en justa guerra” como tales, pero propuso, en cambio,
que a los indios se les otorgasen unos años de libertad, para que se pudieran recuperar
y aumentar en número. Así, bien llevadas por funcionarios de Su Majestad, estas grandes comunidades de indios o de españoles e indios que convivan en mutuo provecho
se volverían grandes empresas estatales en las que no sólo se salvarían los indios, sino
también la Corona obtendría grandes ganancias. Era, pues, éste de 1515 y 1516 de
Las Casas y los dominicos, un proyecto tanto comunitario como empresarial. Podría
pensarse que los dominicos, como buenos frailes que eran, pusieron el elemento comunitario y que el padre Las Casas, como buen encomendero y comerciante que era,
puso el elemento empresarial. Comunitario y, tal vez, también algo así como “comunista estatal”. Este proyecto utópico, irrealizable, representa el primer momento del
pensamiento de Las Casas: un proyecto comunitario, empresarial y estatal en el que
tanto los indios como la Corona saldrían ganando. Un proyecto conciliatorio, acaso
no muy factible.
Marcel Bataillon (1895-1977), “príncipe de los hispanistas”, advirtió la coincidencia, en ese mismo año de 1516, de dos grandes descripciones de proyectos comunitarios: el proyecto comunitario de reformación de las islas, de Bartolomé de las Casas y
los frailes dominicos, concebido en realidad desde 1515, y nada menos que la Utopía
de Tomás Moro (1478-1535), publicada en 1516. La Utopía de Moro, escrita en latín,
incluye una descripción fuertemente crítica de los estragos sociales que provocaba la
reorientación de la economía inglesa hacia la ganadería y la protoindustria textil, que
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destruía a los campesinos. Como alternativa a esta situación, Tomás Moro presentó,
en la segunda parte de su Utopía, a manera de mofa, la vida comunitaria perfecta y perfectamente regimentada que encontró un tal Hitlodeo El Loco en una de las islas exploradas por Amérigo Vespucci. Ahora bien, es muy posible que Tomás Moro hubiera conocido también el proyecto comunitario de reformación de las Indias por parte
de Las Casas y los dominicos desde su concepción, en 1515, y que se haya burlado
sutilmente de este proyecto de vida común excesivamente reglamentada. Es notable
cómo, a través de su apreciación del proyecto comunitario de Las Casas, Tomás Moro
pudo, de manera premonitoria, percibir tanto las virtudes igualitarias y organizativas
del comunismo como el peligro de la regimentación totalitaria que implica.
El proyecto comunitario de Las Casas y los dominicos era particularmente válido para la isla de Cuba, que conocía bien Las Casas, y en el que había todavía indios
susceptibles de ser salvados. En la isla Española, prácticamente despoblada, Las Casas
propuso fomentar una colonización de labradores españoles que no vivieran de explotar a los indios, sino que se les diera tierras, alimentos, facilidades y exenciones fiscales.
En cuanto a las “islas inútiles” (que no tenían oro), como las Lucayas y la Tierra Firme
venezolana, el proyecto incluía la prohibición de capturar indios para esclavizarlos, con
la justificación de la lectura del Requerimiento, que transformaba la caza de esclavos en
“justa guerra”. Un punto central era confiscar las encomiendas ausentistas.
Para contrarrestar la despoblación indígena, Las Casas propuso también que se
trajeran esclavos negros, y de esta petición de 1515, repetida en ocasiones posteriores, se echó en cara a Las Casas la incongruencia de oponerse a la esclavitud de los
amerindios y, al mismo tiempo, solapar la de los africanos. Más aún, se le acusó de
haber iniciado la trata negrera en América. Esta acusación no se sostiene porque la
trata negrera en dirección a América existía desde 1500. Debe agregarse que, en estos
años en los que se hizo evidente la acelerada e indetenible destrucción de la población
indígena de las islas, Las Casas no era el único que pedía que se trajeran esclavos negros: lo hacían en sus cartas los dominicos, funcionarios y pobladores españoles. De
hecho, Las Casas tardó en recapacitar sobre su actitud respecto a la esclavitud africana, porque en España misma, particularmente en su natal Sevilla, los esclavos negros
eran vistos como algo muy normal.
En septiembre de ese mismo año de 1515, Las Casas y Montesinos se embarcaron rumbo a España, donde lograron entrevistarse con el moribundo rey don Fernando. Es notable la fuerza, determinación y predestinación que ya sentía en sí mismo
Bartolomé de las Casas para presentarse en la corte y aprovechar sus contactos con
funcionarios civiles y eclesiásticos para hacerse oír. Tras el fallecimiento, a comien-
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zos de 1516, del rey don Fernando, que de cualquier manera no los iba a apoyar, el
poder interino recayó en un regente: el cardenal fray Francisco Ximénez de Cisneros (1436-1517), fraile franciscano, en espera de la llegada del nuevo rey, don Carlos
(1500-1558, que reinó de 1517 a 1556), el hijo de Juana La Loca (1479-1555), quien
se encontraba en Flandes.
El cardenal Cisneros fue una de las figuras cumbre del Renacimiento español: fundó la Universidad de Alcalá de Henares, promovió la Biblia políglota, impulsó una reforma del clero y oyó con simpatía las propuestas de Las Casas y Montesinos. Las Casas, además, supo ganarse la simpatía de los consejeros flamencos del rey don Carlos,
quien no hablaba español, y tampoco lo hablaban ellos, por lo que Las Casas escribía
varios de sus memoriales y peticiones en latín, lingua franca europea. Su capacidad de
trabajo y su habilidad política eran impresionantes.
De esta manera, el cardenal Cisneros nombró una junta de juristas y eclesiásticos,
con la notable participación del doctor Juan López de Palacios Rubios (el autor, por
cierto, del hipócrita Requerimiento de 1512), quien le dio una forma jurídica al proyecto comunitario de reformación de las Indias propuesto por Las Casas y los dominicos
de las islas.
Para llevar a cabo el proyecto, el cardenal Cisneros decidió poner en el gobierno
de las Indias, en la ciudad de Santo Domingo, a un triunvirato de frailes, pero que no
fueran ni dominicos ni franciscanos, porque estas poderosas e influyentes órdenes estaban frecuentemente enemistadas en asuntos españoles e indianos. Es por eso que
Cisneros escogió a tres frailes de la orden de San Jerónimo, que tienen una vocación
muy monástica, ciertamente dada a la meditación, pero también a la buena administración económica de las tierras de sus conventos, haciendo un buen uso, paternalista, del trabajo de los siervos de sus tierras. Esta experiencia empresarial de los frailes
jerónimos podría resultar útil para organizar el proyecto comunitario-empresarial de
reformación de las Indias de Las Casas y los dominicos.
Pero los frailes jerónimos no tenían experiencia para la administración de la
justicia civil y, para auxiliarlos, el cardenal Cisneros designó al enérgico y culto licenciado Alonso de Zuazo (1466-1539), con los cargos de justicia mayor y juez
de residencia del tesorero Pasamonte y los corruptos oficiales reales gobernantes,
protegidos por el bando fernandino. El propio padre Las Casas fue mandado a la
misión con el cargo de “procurador de los indios” o “defensor de los indios”, de reciente creación y no muy clara definición, pero que ha permanecido vinculado al
nombre de Las Casas desde entonces hasta hoy. Él debía atender todos los casos de
abusos a los indios.
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Las Casas y los gobernadores jerónimos fueron los primeros en llegar, a fines de
1515, y muy pronto se hizo una gran discrepancia entre ambos. Los gobernadores jerónimos tenían el encargo de hacer una información en forma, con testigos de las islas,
sobre si los indios estaban listos para ser libres, pero los jerónimos no consultaron a
los indios, sólo a españoles, sobre todo a los que defendían la servidumbre y esclavitud de los indios por su supuesta inferioridad natural. Las Casas se molestó cada vez
más al ver que ninguno de los planes de su proyecto se aplicaba.
Las cosas se movieron un poco más cuando llegó, en 1516, el licenciado Zuazo,
quien se mostró muy enérgico al enjuiciar los crímenes y la corrupción de los oficiales
reales y otros funcionarios, y logró confiscar algunas encomiendas de encomenderos
ausentistas y ponerlas a nombre de la Corona. Además, el licenciado Zuazo sí fundó
algunas comunidades, de acuerdo con el proyecto comunitario de reformación de las
Indias. Pero el efecto de esta acción no resultó bueno porque precisamente entonces,
en 1518, llegó de España el virus de la viruela, que provocó una gran mortandad en las
islas, y aun tal vez en Yucatán, que se estaba entonces comenzando a descubrir, en los
viajes de 1517 y 1518, de Francisco Hernández de Córdoba (1475-1517) y de Juan
de Grijalva (1489-1527). No obstante, de la confiscación, por el licenciado Zuazo,
de los repartimientos de encomenderos ausentistas, y de las comunidades que fundó
nada consignó Las Casas en su Historia de las Indias, tal vez porque se desinteresó de
estas realizaciones porque en mayo de 1517 se regresó a España para protestar y promover en la Corte sus proyectos.
En los dos años siguientes, Las Casas promovió un proyecto de conquista pacífica
de la Tierra Firme, hoy Venezuela, que suponía el otorgamiento de un amplio territorio en el que no se repartirían los pueblos a encomenderos, además de que cesarían las
armadas para cazar indios y esclavizarlos en la Costa de las Perlas. Las Casas usó todos
sus recursos en la Corte buscando al rey don Carlos, a sus consejeros flamencos, que
cambiaban de posición conforme se rehacía y fortalecía el bando fernandino, ya sin
el rey don Fernando, pero con el obispo Fonseca aún muy poderoso, por lo que las
negociaciones resultaban del todo complejas y frágiles en sus acuerdos.
El historiador lascasiano Henry Raup Wagner (1862-1957) destacó que en el interés de Las Casas por obtener una amplia concesión en Tierra Firme para realizar sus
planes de conversión pacífica debió estar presente que precisamente en esos años de
1519 y 1520 llegaban a la Corte informaciones sobre la conquista de la Nueva España
por Cortés, habitada por una infinidad de hombres civilizados y trabajadores, grandes
ciudades y oro, mucho oro. Nada de esto había en Venezuela, pero entonces nadie lo
sabía y todo se imaginaba.
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a 450 años de fray bartolomé de las casas
Finalmente, Las Casas viajó de España a Tierra Firme, y se enfrentó con muchas
dificultades para llevar a cabo su proyecto. Se vio, de principio, la imposibilidad de la
colonización pacífica, porque jamás los encomenderos renunciarían a sus encomiendas, y menos aún restituirían parte de sus tributos, como lo sugería Las Casas, para
financiar los fuertes que quería establecer en las costas. Tampoco cesarían las armadas mandadas desde las islas para capturar esclavos indios en la Costa de las Perlas.
Desesperado, Las Casas regresó a Santo Domingo a quejarse, y gracias a esto se salvó,
porque los indios, desesperados por la caza de esclavos y la explotación encomendera, atacaron el fuerte que dejó y mataron a casi todos los infelices españoles, civiles y
eclesiásticos que ahí estaban, salvo uno, que llevó a Santo Domingo la infausta noticia.
Fue terrible el golpe que recibió Las Casas al saber del trágico fin de su proyecto de
colonización pacífica. Por consejo de su amigo, el dominico fray Domingo de Betanzos (1480-1549), en 1522, Las Casas decidió ingresar al convento de Santo Domingo, de la ciudad de Santo Domingo. El padre Betanzos había llegado en 1513 a Santo
Domingo para unirse al esfuerzo en la defensa de los indios, encabezado por fray Pedro de Córdoba y fray Antón de Montesinos. Tras la muerte del padre Córdoba, en
1521, lo sucedió como vicario de los dominicos y logró su paso a la isla de Cuba.
Tras un año de noviciado en el monasterio dominico de la ciudad de Santo Domingo, en 1523, Las Casas fue recibido formalmente en la Orden de Predicadores y,
a partir de entonces, se le comenzó a llamar fray Bartolomé de las Casas, como se le
conoce universalmente. Ésta fue su segunda conversión. La primera, como vimos, fue
la devolución de sus encomiendas en 1514 y su apoyo a la causa indigenista de los
dominicos. La segunda fue su ingreso formal a la orden dominica.
Varios autores han señalado que fray Bartolomé de las Casas cometió un error al
incorporarse a una orden religiosa, y nada menos que a la de Predicadores, porque Las
Casas no tenía realmente una vocación evangelizadora. Nunca aprendió una lengua
indígena; al parecer, ni siquiera supo mucho taíno, y nunca fue demasiado importante
para él predicar a los indios –su experiencia como predicador en la conquista de Cuba
le debió dejar un sabor amargo–. Lo importante para él era predicar no a los indios,
sino a los españoles, para convencerlos de que es necesario salvar a los habitantes de
las Indias y, al mismo tiempo, salvar las almas de los españoles, comenzando por la del
rey, que estaban en pecado mortal al consentir la explotación mortífera de los indios.
Pero no cabe duda de que la Orden de Predicadores fue la efectiva base de acción para
su política indigenista por el resto de su vida.
En lo inmediato, después del fracaso del proyecto de Tierra Firme, lo que Las Casas necesitaba en 1522 era una etapa de reclusión, para entregarse a la meditación y a
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las dos conversiones de bartolomé de las casas
la reflexión, sobre lo que se podía realmente hacer para salvar a los indios de su destrucción. También, participó con los dominicos del convento en discusiones sobre
los justos títulos de los españoles en las Indias. Durante más de diez años, Las Casas
permaneció relativamente aislado de la política en el monasterio dominico de la ciudad de Santo Domingo y en el de Puerto de Plata, que él fundó –en realidad, este monasterio debió ser una pequeña construcción, pero todo está en la dignidad que se le
da–. Allí, Las Casas reafirmó y radicalizó su pensamiento: ya no creería en adelante en
estos proyectos empresariales estatales, en los que tanto los indios como los intereses
del rey se verían supuestamente favorecidos. Ahora había que convencer al rey mismo
de que debía salvar su alma aboliendo las encomiendas y la esclavitud de los indios, así
como procurando la restitución, por parte de los españoles, de todo o parte de lo que
se llevaron o, más bien, robaron.
Allí, en el monasterio de Puerto de Plata, en 1527, comenzó Las Casas a escribir su
gran obra la Historia de las Indias, que le llevaría toda la vida. Más adelante, la subdividió en dos partes: una es la Historia de las Indias propiamente dicha, una historia de los
hechos de conquista y poblamiento españoles realizados entre 1492 y 1520 –lamentablemente, no avanzó más adelante, de acuerdo con su proyecto original–, destinado
a mostrar los abusos reiterados hechos por los españoles en la ilegítima conquista de
las Indias; la otra parte es la Apologética historia sumaria, una descripción “antropológica” de las costumbres de los indios, destinada a demostrar el alto grado de civilización
alcanzado por los pueblos de las Indias, que no podían ser obligados a trabajos forzados. Agregó que los sacrificios humanos que aquí se practicaban también se habían
practicado en otras civilizaciones del Viejo Mundo; en esto, Las Casas incursionó en
la “antropología comparada” y aun en el “relativismo antropológico”.
En 1528 llegaron a la ciudad de Santo Domingo dos grandes personajes: don
Sebastián Ramírez de Fuenleal (1490-1547), como obispo de Santo Domingo, y
el franciscano fray Juan de Zumárraga (1468-1548), como obispo de México, que,
tras un tiempo de descanso, continuó su camino rumbo al puerto novohispano de
Veracruz. Ambos debieron entablar interesantes pláticas con fray Bartolomé de las
Casas y el licenciado Zuazo, oidor de la Real Audiencia de Santo Domingo, quienes les debieron comunicar sus fracasadas experiencias del proyecto comunitario
de reformación de las Indias, concebido en 1515 y 1516, y de colonización pacífica de
Tierra Firme, en 1518.
En abril de 1530 llegó a Santo Domingo Hernán Cortés, que pasaba de regreso a
México, tras una estancia desde 1528 en España, adonde había ido a “sincerarse” ante
el rey Carlos I, ahora también emperador Carlos V, quien no le otorgó el virreinato de
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a 450 años de fray bartolomé de las casas
la Nueva España pero sí le concedió, a manera de compensación, el Marquesado del
Valle de Oaxaca, que le debió sugerir Cortés, de extensión bastante indefinida. Cortés
traía también a su nueva esposa, doña Juana de Zúñiga, y una gran comitiva; se quedaron en Santo Domingo hasta junio. Debió platicar mucho con su viejo amigo el
licenciado Zuazo, que tanto le ayudó desde Cuba en la conquista de México. Pero los
encuentros de Cortés con fray Bartolomé de las Casas debieron ser ríspidos, porque
el fraile, iracundo y moralista, no lo quería. Coincidieron en Santo Domingo entre
1504 y el inicio de la conquista de Cuba, en 1511. Luego, a partir de 1512 coincidieron en la conquista de Cuba. Nunca habló bien de él en su Historia de las Indias.
Poco después, hacia septiembre de 1530, llegaron a la ciudad de Santo Domingo
los cuatro oidores de la Real Audiencia de México –los licenciados Vasco de Quiroga (ca. 1480-1565), Francisco de Ceynos, Alonso Maldonado (1480-?) y Juan de
Salmerón (?-1534)–, que venían a reemplazar a los corruptos oidores de la Primera
Audiencia de México (1528-1529). Debía seguirlos, como presidente de la Real Audiencia de México, el obispo de Santo Domingo, el ilustre don Sebastián Ramírez de
Fuenleal, en sustitución del gran depredador Nuño Beltrán de Guzmán (1490-1558).
Entonces, los futuros oidores de México debieron tener serias pláticas, particularmente, con el oidor Zuazo y con fray Bartolomé, quienes, como a Fuenleal y a Zumárraga,
les debieron hablar del proyecto comunitario de reformación de las Indias.
Este proyecto se reconoce, en efecto, en los “experimentos sociales”, como les llamó el historiador Lewis Hanke (1905-1993), que realizaron los oidores de la Segunda Audiencia de México, 1530-1535. Particularmente, la fundación de la Puebla de
los Ángeles, en 1531 y 1532, retoma el proyecto de 1516 acerca del poblamiento de
tierras desocupadas, con labradores españoles que vivirían sin explotar a los indios
y, más bien, en una situación de mutuo enriquecimiento y provecho. Más radical en
este mismo sentido fue la fundación, en 1533, por el oidor Vasco de Quiroga, de la
ciudad de Mechuacan, en Tzintzuntzan, con dos cabildos, uno indio y otro español;
y la fundación, por el mismo Vasco de Quiroga, de los pueblos hospitales de Santa Fe
de México, al occidente de la ciudad de México, en 1532, y de Michoacán, al borde del
lago de Pátzcuaro, en 1533, que retomaron el proyecto comunitario de Las Casas y los
dominicos, lo que provocó el comentario burlesco de Tomás Moro en su Utopía de
1516, por su reglamentación extrema. Vasco de Quiroga ya no utilizó el término comunidades, porque desde la rebelión de las “comunidades” de Castilla, de 1520 a 1522,
el término adquirió la connotación y el sentido de “rebelión contra el rey”, por lo que
se eligieron otros términos para designarlos: la “puebla” de los Ángeles, los “pueblos
hospitales” de Santa Fe.
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las dos conversiones de bartolomé de las casas
El gran historiador don Silvio Zavala –miembro, durante 73 años, de esta Academia– descubrió, en 1937, la influencia que jugaron las normas de la vida en la isla de
Utopía, descritas en la Utopía de Tomás Moro, sobre la organización y las Ordenanzas
de los pueblos hospitales de Santa Fe, México y Michoacán. No cabe duda de que esta
influencia se dio, y el mismo Vasco de Quiroga la reconoció –en su Información en derecho, de 1535–, pero también debe reconocerse la influencia directa sobre sus proyectos
hospitalarios de las bien organizadas comunidades, con hospitales, planeadas en 1515
por el padre Las Casas y los frailes dominicos de las islas. Influyó también sobre la concepción de los pueblos hospitales quiroguianos, el ejemplo del comunismo primitivo
de los primeros cristianos y el comunismo monacal de los frailes, como claramente lo
vio Edmundo O’Gorman (1906-1995) en su feroz crítica de 1937 al estudio de Silvio
Zavala sobre ese mismo año sobre Vasco de Quiroga y la Utopía de Tomás Moro.
Durante un tiempo, Las Casas vio la realización política de sus proyectos. En
1535, en la isla Española, logró una rendición negociada del rebelde cacique taíno
Enriquillo (?-1535), que recibió a partir de entonces el nombre de don Enrique.
Después, en 1536 y 1537, Las Casas logró importantes fundaciones entre los indios
de Guatemala y, más adelante, su influencia en la Corte, a través de una multitud de
memoriales, tratados y juntas; logró la promulgación de las Leyes Nuevas, de 1542 y
1543, que limitaron a una vida las encomiendas, después de lo cual pasarían a la Corona (lo cual, por lo demás, no se realizó). Después, vino su fracaso como obispo de
Chiapas, a donde llegó en 1544 y, lejos de resolverla, polarizó la situación; entonces,
regresó definitivamente a España en 1547, cuando su pensamiento se radicalizó, y luchó infructuosamente contra la encomienda y las nuevas formas de trabajo forzado
que comenzaron a aplicarse tras la abolición del trabajo como parte de los tributos de
los indios, en 1549, y de la esclavitud indígena, en 1551.
La población de los indios del continente, particularmente la de los virreinatos de
la Nueva España y del Perú, disminuyó drásticamente a lo largo del siglo xvi y aun en
el xvii, pero a un ritmo menos acelerado y destructivo que el que se dio en la Antillas,
donde la mortandad fue casi total en dos o tres décadas. Fray Bartolomé de las Casas
vivió, a lo largo de su vida en el continente, la paulatina destrucción de la población
indígena, que vio de manera concentrada en la destrucción de la población de las islas
antillanas. Como vemos, acaso la mayor lentitud relativa de la despoblación continental, comparada con la de las islas, se debe al establecimiento de gran parte de la
población en las tierras altas, lo cual limitó el efecto de las epidemias en las zonas tropicales. Pero Las Casas no dejó de luchar, primero, aliado con el emperador Carlos V,
que ganó parcialmente a su causa, y después, a partir de 1556, enfrentado al rey Felipe
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a 450 años de fray bartolomé de las casas
II (1527-1598), cuando se dio el paso de la “edad de oro” a la “edad de plata”, como las
caracterizó el historiador franciscano lascasiano fray Gerónimo de Mendieta (15251604) –que citó en esta Academia el también historiador lascasiano Carlos Sempat
Assadourian–, con lo cual se intensificó la explotación y, con ella, la mortandad de los
indios de México y Perú.
Fray Bartolomé de las Casas murió en 1566, antes de ver a la población indígena americana en su nivel más bajo (tras la epidemia de 1576-1581 y otras que le
siguieron), en una destrucción no total pero sí cercana al 95 por ciento, nivel al que
llegó en el siglo xvii, en el centro de México, y en el xviii, en el sureste. Tampoco parece haber percibido la dimensión epidemiológica de la catástrofe, pues se concentró
en la humana. Pero su pensamiento fue avanzando. En los tiempos de sus dos conversiones, 1514 y 1522, buscó proyectos reformistas conciliatorios, buenos para los
indios y para el rey. En la época de sus inicios como fraile dominico, logró acercarse al
emperador Carlos V, y obtuvo su mayor éxito con las Leyes Nuevas de 1542 y 1543.
Sin embargo, ante su insuficiencia e inaplicación, y ante el agravamiento de la situación durante el reinado del depredador Felipe II, al final de su vida, fray Bartolomé radicalizó la dimensión moral de su acción política e intelectual: cuestionó de principio
la legitimidad e injusticia de la presencia española en las Indias y exigió la restitución
de todo lo robado a lo largo de más de siete décadas. Muchos españoles y americanos
juzgaron con severidad a este español “loco” que enjuició tan a fondo la explotación
española de las Indias. Lo que queda de fondo, al considerar la vida y toda la obra de
fray Bartolomé de las Casas, es la conciencia de la profunda dimensión moral de la
política y, en realidad, de todos los actos de nuestras vidas.
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A 450 años de fray Bartolomé de las Casas
Andrés Lira González
Rodrigo Martínez Baracs
Coordinadores
Academia Mexicana de la Historia,
Correspondiente de la Real de Madrid, A. C.
Secretaria de Cultura
Colección “Hacia el centenario”
Primera edición: 2019
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ISBN:
Abraham Zajid Che
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la reprografía y el tratamiento informático, la fotocopia o la grabación,
sin la previa autorización por escrito de los editores.
Impreso y hecho en México
Printed and made in Mexico
Índice
Presentación
Andrés Lira González
9
Las Casas en el “partido de los indios”
Carlos Sempat Assadourian
15
Las dos conversiones de Bartolomé de las Casas
Rodrigo Martínez Baracs
31
La dimensión imperial de la política lascasiana.
La controversia de las Indias y el pensamiento de las Casas
Óscar Mazín Gómez
47
La vida cotidiana en tiempos de fray Bartolomé de las Casas
Pilar Gonzalbo Aizpuru
57
La Provincia de Chiapas en tiempos del obispo fray Bartolomé de las Casas
Juan Pedro Viqueira Albán
83
La hermenéutica de fray Bartolomé de las Casas
Mauricio H. Beuchot Puente
105
Pecadores y delincuentes en la obra de fray Bartolomé de las Casas
Andrés Lira González
121
El hombre y su tiempo. El contexto político y cultural
de fray Bartolomé de las Casas
Antonio Rubial García
151
El pensamiento republicano de fray Bartolomé de las Casas
Francisco Quijano Velasco
181
Bibliografía
195