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Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente

2024, Simone Weil, Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresion social, Alianza editorial

Simone Weil Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social Traducción del francés de Elena M. Cano e Íñigo Sánchez-Paños Prólogo de Cristina Basili Título original: Réflexions sur les causes de la liberté et de l’oppression sociale Diseño de colección: Estrada Design Diseño de cubierta: Manuel Estrada Fotografía de Javier Ayuso Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece penas de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización. © del prólogo: Cristina Basili, 2024 © de la traducción: Elena M. Cano e Íñigo Sánchez-Paños, 2024 © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 2024 Calle Valentín Beato, 21 28037 Madrid www.alianzaeditorial.es ISBN: 978-84-1148-637-8 Depósito legal: M. 2.858-2024 Printed in Spain Si quiere recibir información periódica sobre las novedades de Alianza Editorial, envíe un correo electrónico a la dirección: alianzaeditorial@anaya.es Índice 11 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente 35 39 63 101 135 155 Reflexiones sobre las causas de la opresión y la libertad social [La época actual es de esas] Crítica del marxismo Análisis de la opresión Cuadro teórico de una sociedad libre Esbozo de la vida social contemporánea Conclusión 159 Meditación sobre la obediencia y la libertad 7 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente «La época actual es de esas en las que todo lo que normalmente parece constituir una razón para vivir está desvaneciéndose, en las que uno debe, so pena de hundirse en el desasosiego o la inconsciencia, ponerlo todo en tela de juicio» (p. 35). Con este gesto crítico radical, derivado del diagnóstico de la crisis del presente, comienza Simone Weil sus Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social. El manuscrito, de 119 páginas mecanografiadas y publicado después de la muerte de la filósofa, gracias al interés del escritor Albert Camus por la obra, lleva la fecha de 1934. Weil es, en aquel entonces, una joven filósofa de apenas 25 años. Nacida en 1909, en el seno de una familia asimilada de origen judío perteneciente a la alta burguesía parisina, la pensadora desempeña sus estudios en la prestigiosa Escuela Normal Superior, siendo una de las pocas alumnas admitidas en aquel entonces, junto con la filósofa y escri9 Cristina Basili tora Simone de Beauvoir. Tras finalizar su carrera, Weil comienza a trabajar como profesora en varios institutos femeninos franceses, antes de interrumpir la enseñanza para dedicarse a la «fase experimental» de su investigación alrededor del problema de la opresión social. Esta la llevará a experimentar en primera persona las condiciones de vida de los trabajadores en las fábricas de la época, de las que son testimonio sus penetrantes escritos sobre la condición obrera1. El texto de las Reflexioness recoge los resultados teóricos de sus análisis anteriores a la vivencia de la fábrica, que implicará la necesidad de confrontarse con las contradicciones que atraviesan el mundo del trabajo en una época de intensos cambios en el modo de producción capitalista. La creciente «racionalización», especialización, mecanización y automatización del trabajo en las fábricas fordistas queda igualmente reflejada, en los mismos años, por Charlie Chaplin en la película «Tiempos modernos», en la que un obrero metalúrgico, que pasa su jornada laboral apretando tuercas, acaba perdiendo la razón, extenuado por el ritmo frenético de la cadena de montaje. Esta centralidad de la «cuestión obrera» puede comprenderse a raíz del itinerario intelectual de Weil, que se desarrolla en sintonía con un activismo social que pronto se transforma en militancia política. Comprometida desde mediados de los años veinte con el movimiento obrero, la filósofa debuta en la actividad sindical en 1931, participando en el Congreso Nacional de la Confederación General del Trabajo. Durante ese mismo periodo, colabora 1. Simone Weil, La condición obrera, Madrid, Trotta, 2014. 10 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente con revistas de corte revolucionario cercanas al ámbito sindicalista y críticas al partido comunista como L’Effort, La Révolutionne prolétarienne nne o La Critique sociale. Esta última colaboración se revela especialmente significativa ya que lo que se transformará en un largo ensayo, titulado Reflexiones sobre las causas de la libertad y de la opresión social, está pensado en origen como un artículo para La Critique sociale, a petición de Boris Souvarine, fundador de la revista e íntimo amigo de la filósofa. La referencia a La Critique sociale es relevante para comprender la naturaleza polémica del escrito. La revista era el órgano cultural y político que recogía las opiniones del grupo de intelectuales comunistas «disidentes» reunidos alrededor del Cercle communiste démocratique, entre los cuales despuntaba la figura del filósofo Georges Bataille, quien dejó en su novela El azul del cielo un retrato poco favorable de la filósofa2. La propia Weil, por su lado, expresó en distintas ocasiones sus discrepancias con respecto a las modalidades y los fines de la acción política propugnados por los colaboradores del círculo en general y por Bataille en particular. Sus palabras al respecto expresan adecuadamente las razones de fondo de una diferencia que sigue resonando en las páginas de las Reflexiones: «La revolución consiste para él en el triunfo de lo irracional y, para mí, de lo racional; para él, una catástrofe; para mí, una acción metódica cuyos estragos habría que esforzarse en limitar; para él, la liberación de los instintos, y sobre todo los corrientemente considerados como patológicos; para mí, una moralidad superior. ¿Qué hay de común entre estas dos 2. Georges Bataille, El azul del cielo, Barcelona, Tusquets Editores, 1990. 11 Cristina Basili concepciones?»3. Más relevante todavía es, quizás, lo que Weil apunta en otro texto inédito de 1933: «No se puede ser revolucionario sin amar la vida […]. La revolución es una lucha contra todo lo que constituye un obstáculo para la vida. Solo tiene sentido como medio; si el fin perseguido es inútil, el medio pierde su valor. De una manera general puede decirse que nada tiene valor desde el momento en que la vida humana está ausente»4. Podría decirse que la crítica a la revolución que la filósofa desarrolla en las Reflexiones, así como su apuesta por un «ideal revolucionario» irreal pero necesario, queda resumida en estas líneas. La acción política, incluso la acción revolucionaria, debe ser concebida como una acción metódica y racional –lo que equivale para ella a una forma de trabajo– en la que hay que esforzarse por evitar, en la medida de lo posible, que se desaten las pulsiones irracionales y la violencia. La verdadera revolución es un himno a la vida, una manera de respetar al ser humano poniendo remedio a la explotación, a la opresión y a la injusticia, ahí donde se manifiesten. Si el fin de la revolución se autonomiza, es decir, si la revolución se torna un fin en sí, dejando de ser un medio para mejorar la vida humana, termina perdiendo su significado. De esta manera, la filósofa apunta a una serie de cuestiones clave para su comprensión del problema de la revolución y de la acción política en general. La noción corriente de revolución, que se apoya en la concepción moderna, li3. Este fragmento se encuentra en Simone Pétrement, Vida de Simone Weil, Madrid, Trotta, 1997, p. 325. 4. Ibidem, p. 327-328. El texto completo se encuentra en Simone Weil, «A propósito de La condición humana [de Malraux]», en Escritos históricos y políticos, Madrid, Trotta, 2007, pp. 102-103. 12 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente neal y progresiva de la historia, expresa la idea de un evento a desencadenarse en el futuro por medio de una revuelta violenta que se apodere del gobierno. Pero esta visión no solo sustenta el uso de la violencia, sino que lo favorece y lo legitima, subsumiendo cualquier otro objetivo a la toma y el mantenimiento del poder. Se trata, por tanto, de repensar la revolución, y con ella la política, más allá de su complicidad con la violencia de la historia. Unos años más tarde, otra pensadora coetánea de Weil, Hannah Arendt, planteará la cuestión en términos similares, cuando se dedique también a reflexionar sobre los fracasos de casi todas las revoluciones pasadas por lo que concierne a la consecución de regímenes de libertad5. Si la cercanía y la colaboración de Weil con la extrema izquierda proporciona la clave para entender la génesis de sus reflexiones, igualmente relevante es destacar, para comprender su alcance, cómo su activismo se desempeña en los círculos marxistas «heterodoxos», críticos del Partido Comunista Francés, cuestionado ásperamente en aquellos años por la exclusión y el abandono de algunos de sus más prestigiosos exponentes, entre ellos el propio Souvarine, que había sido uno de sus miembros fundadores. Weil es cercana, por tanto, al ámbito de la oposición comunista, así como al anarcosindicalismo y el sindicalismo revolucionario; una elección que la mantiene fiel al espíritu antipartidista e individualista heredado por su maestro, el filósofo Alain, pseudónimo de Émile-Auguste Chartier6. 5. Hannah Arendt, Sobre la revolución, Madrid, Alianza Editorial, 2014. 6. Alain, El ciudadano contra los poderes, s Madrid, Tecnos, 2016. 13 Cristina Basili 1. La agonía de Europa Las Reflexioness se sitúan, así, en un contexto histórico, teórico y político concreto: la tradición antiautoritaria e individualista del sindicalismo de preguerra, reforzada por una evaluación sustancialmente negativa de la experiencia soviética, es el sustrato sobre el cual madura la temprana desconfianza no solo hacia el partido como órgano de la lucha de clases7, sino también hacia todos los organismos colectivos, a partir de la maquinaria burocrática y militar del Estado, un elemento que lleva a la filósofa a renunciar a una concepción revolucionaria que haga coincidir la liberación de la opresión con la toma del poder: «Mientras exista sobre la faz de la tierra una lucha por la potencia, y mientras el factor decisivo de la victoria sea la producción industrial, los obreros seguirán siendo explotados» (p. 40). Desde sus primeros artículos, la pensadora cuestiona el «socialismo científico» imperante en su época, adoptando una actitud contraria a todo poder establecido –el Estado, los partidos, la Iglesia, el sistema capitalista– conforme a las raíces radicales y libertarias de su pensamiento. Esta profunda posición crítica da cuenta de la disonancia en el marco teórico que se percibe a lo largo de todo el escrito de las Reflexiones. A pesar de la utilización del vocabulario y de la «jerga» marxista, el marxismo aparece en la obra como el principal objetivo polémico, mientras las Reflexiones se van configurando como un ensayo sobre el problema 7. La crítica de los partidos permanece una constante en su obra, véase Simone Weil, Ensayo sobre la supresión de los partidos políticos, Salamanca, Confluencias, 2015. 14 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente de la opresión –no de la alienación ni de la explotación– que termina poniendo en su centro el problema de la relación entre individuo y sociedad. La pregunta fundamental que mueve las especulaciones weilianas tiene que ver con las condiciones que determinan la opresión a partir del reconocimiento de aquella «ley de gravedad del poder» que vertebra casi todas las sociedades humanas, coartando la posibilidad de confiar en un desarrollo «racional» de la historia. Al igual que otros intelectuales que se unieron al movimiento obrero en ese mismo periodo, Weil no solamente percibe una serie de problemas teóricos en el pensamiento marxista, sino que pretende confrontarlo con los resultados de la Revolución de Octubre, el bolchevismo, los escritos de Lenin, el estalinismo y las aporías del socialismo real. Por tanto, cualquier referencia a Marx, así como a la tradición teórico-política que se remonta a su obra, está condicionada por la intención de abordar los nuevos problemas planteados por la experiencia soviética y el fracaso de las expectativas revolucionarias en Europa. Este dato es importante porque permite comprender no solo la lectura weiliana de Marx, sino también el uso polémico del término «marxismo» a lo largo del texto, que a menudo se identifica con su vulgata determinista y mecanicista, llegando a ser de vez en cuando, con considerables fluctuaciones, sinónimo de pensamiento marxiano, del «socialismo científico» promovido por Engels o de la propaganda del partido comunista. En última instancia, para ella el alcance teórico de las tesis marxianas nunca puede separarse de sus traducciones realizadas en el plano político por los partidos y movimientos comunistas. Sin embargo, el núcleo de las re15 Cristina Basili flexiones de Weil reside, en sintonía con las corrientes a las que se adscribe, en denunciar cómo el pensamiento marxiano está impregnado de un autoritarismo que es cómplice de sus derivas. A las preocupaciones de carácter teórico se une una preocupación de carácter práctico vinculada al estancamiento en el que se encuentra el movimiento obrero internacional. Weil había pasado un año en Berlín en el verano de 1932, donde pudo observar de cerca la última fase de la larga crisis que condujo a la toma del poder por parte de Hitler en 1933, con las graves consecuencias implícitas en este acontecimiento. La punta más avanzada del proletariado europeo, a saber, el proletariado alemán, vio cómo la posibilidad aparentemente inminente de la revolución era arrebatada en favor de una victoria fascista. Weil identifica como factor decisivo de esta derrota la incapacidad del Partido Comunista de Alemania, debido a su sumisión a las directrices de la burocracia estatal rusa, para representar y dirigir el movimiento obrero8. Decisiva fue, pues, en aquellos años la capacidad de Weil para reconocer tempranamente el poder burocrático como un nuevo factor determinante del conflicto social que, si por un lado privaba de eficacia hermenéutica a los términos clásicos de la oposición entre burguesía y proletariado, por otro le permitía diagnosticar las inquietantes afinidades entre nazismo y comunismo, más allá del velo de las ideologías. De esta manera, Weil es una de las primeras intelectuales en captar los rasgos propios de estos regímenes, en sintonía con la reflexión 8. Sobre la experiencia alemana, véase el grupo de textos reunidos en Simone Weil, Escritos históricos y políticos, Madrid, Trotta, 2007, pp. 406-472. 16 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente sobre el «totalitarismo» que se desarrollará, en particular, después de la Segunda Guerra Mundial9. El auge de la política autoritaria en Europa, así como la evaluación negativa de la experiencia de la Unión Soviética, constituye el punto focal desde el que examinar la situación del movimiento obrero y, en consecuencia, replantear la cuestión de la revolución que se convierte, en aquellos años, en el hilo conductor de las especulaciones de la joven filósofa: «El primer deber que nos impone el periodo actual es tener el valor intelectual suficiente para preguntarnos si el término revolución es algo más que una palabra, si tiene un contenido preciso, si no es simplemente una de las muchas mentiras que el régimen capitalista ha generado en su ascenso, y que la crisis actual nos hace el favor de disipar» (pp. 37-38). 2. El problema del poder La pensadora condensa, en el ensayo de 1934, el balance de sus años de compromiso político y de trabajo teórico, en el que encara una serie de cuestiones de primer orden, constatando la insuficiencia del cuadro ideológico corriente tanto para dar cuenta de las circunstancias actuales como para orientar la praxis política. La nueva forma de poder opresivo que se manifiesta en las sociedades contemporáneas debe comprenderse como el resultado de una sociedad cada vez más racionalizada, según el modelo de la fá9. Simona Forti, El totalitarismo: trayectoria de una idea límite, Barcelona, Herder, 2008. 17 Cristina Basili brica, en la que domina por doquier la función burocrática o administrativa; en otros términos, la división entre los que mandan y los que ejecutan. Es este dominio de la sociedad sobre el individuo lo que vuelve imposible, en las condiciones actuales, la creación de una verdadera democracia obrera: «La fuerza que posee la burguesía para explotar y oprimir a los trabajadores reside en los fundamentos mismos de nuestra vida social, y no puede ser aniquilada por ninguna transformación política y jurídica» (p. 41). Weil reconoce, por tanto, la vocación totalitaria de la sociedad industrializada y, en consecuencia, sitúa el problema del poder en el centro de sus especulaciones. Los ejes teóricos que vertebran el ensayo son esencialmente dos: por un lado, la crítica del «marxismo», con la finalidad de depurarlo de sus elementos ideológicos y propagandísticos para reducirlo a un método de análisis de los fenómenos sociales; por otro, el análisis de la opresión que se condensa alrededor del problema del poder en tanto que constante del desarrollo de las sociedades humanas. Se trata, para ella, de eliminar cualquier resto de pensamiento mítico en el ámbito del pensamiento crítico, propiciando la creación de una ciencia social entendida como síntesis de pensamiento y acción. El análisis de la fenomenología del poder está, por tanto, íntimamente relacionado con la voluntad de apuntar a un problema teórico en el seno del marxismo que no permite dar cuenta de las transformaciones que tienen lugar en la economía y la sociedad. La experiencia de la Unión Soviética pone de manifiesto un giro, llevado a término por Stalin, pero ya inherente a la concepción revolucionaria leninista, hacia la creación de una casta burocrática capaz de 18 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente ejercer un poder ilimitado tanto en el plano interno como sobre el movimiento obrero internacional. La pensadora se ve entonces llevada a reflexionar sobre la cuestión del poder como condición de posibilidad de cualquier transformación social. De esta manera, Weil entiende cómo el problema del poder, del que la doctrina marxiana no se hace cargo adecuadamente, representa, sin embargo, una constante de las relaciones humanas que da cuenta del fracaso de las revoluciones y de la «irracionalidad» de la historia. Si bien la filósofa reconoce la presencia de una nueva forma de poder opresor en la sociedad actual, enraíza el origen de la opresión en la inevitable división entre los que ejecutan y los que mandan, que acompaña al desarrollo de toda sociedad humana. Desde un punto de vista teórico, lo que se rompe es el nexo entre la supresión del régimen de propiedad y la supresión de la opresión social implícito en la teoría marxiana; de esta manera, la opresión se no se remonta de forma exclusiva a una causa económica, sino que se retrotrae a la lucha por el poder que interviene en todas las circunstancias en las que las relaciones entre seres humanos sustituyen a las relaciones entre el ser humano y la naturaleza. Se produce así un salto cualitativo, ya que la fuerza que se ejerce de esta manera, aun teniendo sus raíces en la naturaleza, rompe las barreras naturales. La fuerza opresiva del poder descansa, en otros términos, en su irrealidad, determinada también por su complicidad con la esfera de la imaginación, ya que el poder se compone en buena medida de prestigio10. El poder pertenece 10. Simone Weil, «No empecemos otra vez la guerra de Troya», en Escritos históricos y políticos, Madrid, Trotta, 2007, pp. 351-365. 19 Cristina Basili a la esfera del no-ser, no existe propiamente, ya que es imposible poseer un poder, en otros términos, es imposible que este se constituya como poder estable: «Las relaciones de dominación y de sumisión entre los seres humanos, al no ser nunca plenamente respetables, constituyen siempre un desequilibrio sin remedio y que se agrava a sí mismo perpetuamente» (p. 77). Si la lucha con la naturaleza, comenta Weil, implica el choque con una necesidad ineludible que da al ser humano la medida de sus esfuerzos, el poder rompe ese límite natural precipitando la sociedad a un círculo vicioso que se agrava en la medida en que el poder, inestable por su propia naturaleza, desencadena una lucha sin fin como requisito para su propio mantenimiento. En efecto, quienes detentan el poder están enzarzados en una lucha perpetua hacia dentro y hacia fuera, contra aquellos a quienes gobiernan y contra sus rivales; para obtener la obediencia y los sacrificios internos indispensables para una batalla victoriosa, el poder debe volverse más opresivo, pero para poder ejercer esta presión se ve obligado a volverse hacia fuera y así sucesivamente: Pero la búsqueda del poder, por el propio hecho de que es esencialmente incapaz de alcanzar su objeto, excluye toda consideración de los fines, y viene, por una inversión inevitable, a ocupar el lugar de todos los fines. Es esta inversión de las relaciones entre medios y fines, esa demencia fundamental, lo que explica todo cuanto de insensato y sangriento ha sucedido a lo largo de la historia. La historia de la humanidad no es más que la historia de la esclavización, que convierte a los hombres, tanto a los opresores como a los oprimidos, en meros juguetes de los instrumen- 20 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente tos de dominación que ellos mismos han fabricado, y rebaja así a la humanidad viva a ser la cosa de cosas inertes (p. 80). La lógica instrumental que acompaña el nacimiento del pensamiento político moderno –acotando el razonamiento a la relación medios-fines– se derrumba, en el argumento weiliano, sobre sí misma: el poder no constituye más que un medio, es decir, detentar el poder significa simplemente poseer medios de acción que van más allá del poder limitado que un individuo tiene para sí mismo, pero la lucha por el poder pasa, por su propia naturaleza, a ocupar el lugar de todos los fines, así «la ley de todas las actividades que dominan la existencia social es, con excepción de las sociedades primitivas, que todos y cada uno sacrifican la vida humana, por sí mismos y por los demás, por cosas que no son más que medios para vivir mejor» (p. 79). La pretendida transparencia de la lógica instrumental se vuelca de esta manera en una visión irracionalista de la historia, según la cual, lejos de existir algún tipo de progreso, lo que se observa en las etapas del desarrollo humano es la repetición de un círculo vicioso que no tiene límite porque no hay nada «providencial» en él. Los marxistas se equivocan, según la filósofa, al creer que un desarrollo indeterminado de las fuerzas de producción puede conducir a una relajación del juego de la opresión social, porque, si es cierto que la existencia social está determinada por la relación entre el ser humano y la naturaleza establecida por la producción, toda la cuestión debe evaluarse sobre la base del problema del poder, mientras que los medios de subsistencia no constituyen más que un dato del problema. 21 Cristina Basili Todo poder, para Weil, por el hecho mismo de ejercerse, extiende hasta el extremo las relaciones sociales en las que se funda, de modo que los límites que encuentra no le permiten detenerse. Tal es la contradicción interna de todo régimen opresivo constituida por la oposición entre «el carácter necesariamente limitado de las bases materiales del poder y el carácter necesariamente ilimitado de la carrera por el poder como relación entre los hombres» (pp. 88-89). De ello resulta que el proceso de explotación, al principio productivo, se hace cada vez más costoso: sobre este terreno se prepara la aparición de nuevas formas de vida social, que se desarrollan subterráneamente hasta haber perfeccionado fuerzas superiores a aquellas sobre las que descansan los poderes oficiales. Así, nunca hay realmente ruptura en la continuidad; lo que suele entenderse por revolución no solo es un fenómeno desconocido en la historia, sino que es algo inconcebible, ya que sería «una victoria de la debilidad sobre la fuerza, lo equivalente a que en una balanza bajara el platillo con menos peso. Lo que la historia nos presenta son lentas transformaciones de los regímenes, en las que los acontecimientos sangrientos que llamamos revoluciones desempeñan un papel muy secundario, y de las que incluso pueden estar ausentes» (p. 92). 3. La historia a contrapelo La reflexión sobre el fracaso de las expectativas revolucionarias en Europa se transforma, en el pensamiento de Weil, en una crítica general de la idea de revolución, cuyas premisas hunden sus raíces en el análisis de la fenomenología del 22 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente poder y cuyas consecuencias afectan a la posibilidad misma de concebir la noción de progreso. Si puede producirse un cambio de régimen político, el derrocamiento de las estructuras socioeconómicas que lo acompaña solo puede madurar durante un largo periodo de tiempo y sobre la base de lentas transformaciones. La que la pensadora valora como la gran intuición marxiana, es decir, el «método materialista», la idea de que en la sociedad como en la naturaleza todo tiene lugar mediante transformaciones materiales, queda en realidad, según ella, sin expresar su potencial, porque al estudio sistemático de los mecanismos de opresión capitalista, Marx superpuso la creencia acrítica, propia del espíritu burgués del siglo XIX, en el desarrollo indefinido de las fuerzas productivas. La crítica que Weil desarrolla en la primera parte del escrito sobre la «teoría del desarrollo de las fuerzas productivas» es deudora, en buena medida, de un artículo de Julius Dickmann, «La véritable limite de la production capitaliste», publicado en La Critique socialee en septiembre de 1933. Es la lectura de ese texto la que posiblemente genera la «respuesta» weiliana que se va conformando poco a poco en un ensayo con una autonomía propia11. Según esta interpretación, Marx hace de este desarrollo el «motor de la historia»: cada régimen social tiene la tarea de llevar las fuerzas productivas a un nivel cada vez más alto, hasta que todo progreso ulterior es detenido por las estructuras sociales. En ese momento, las fuerzas productivas se rebelan, rompen esas estructuras y una nueva clase toma el poder. La 11. Géraldi Leroy, «Introduction», en Simone Weil, «Écrits historiques et politiques. L’expérience ouvrière et l’adieu à la révolution (juillet 1934jun 1937)», Œuvress Complètess, II, 2, pp. 17-18. 23 Cristina Basili tarea de la revolución residiría así en la emancipación, no de los seres humanos, sino de las fuerzas productivas, partiendo del supuesto de que una vez que estas fuerzas han alcanzado un desarrollo suficiente para que la producción tenga lugar a costa de un débil esfuerzo, estas dos tareas coincidirían. Pero no hay en la doctrina marxiana, apunta Weil, ninguna explicación científica de por qué las fuerzas productivas tenderían a aumentar indefinidamente; su teoría adquiere por ello un carácter casi providencial, determinado por sus orígenes hegelianos: Marx pretendía «volver a poner en pie» la dialéctica hegeliana, a la que acusaba de estar «patas arriba»; sustituyó la materia por el espíritu como motor de la historia; pero, por una extraordinaria paradoja, concibió la historia, a partir de esta rectificación, como si atribuyera a la materia lo que es la esencia misma del espíritu, una perpetua aspiración a lo mejor (p. 45). Construyendo su obra sobre bases hegelianas, Marx heredó también, según la filósofa, sus vicios burgueses: la creencia en el progreso, la aceptación del Estado y, por último, una visión tradicional de la política basada en la toma del poder. En esta línea, la pensadora denuncia cómo la doctrina marxiana de las fuerzas productivas, sobre la que descansa la concepción revolucionaria, no consiste más que en atribuir a la materia una especie de virtud secreta gracias a la cual su desarrollo ilimitado debería acompañar las etapas de la humanidad en el camino hacia la liberación. De este modo, el «carácter mitológico» de la concepción marxiana de las fuerzas productivas revela el carácter «religioso» del marxismo, que traslada el principio del pro24 Prólogo. Un ideal revolucionario a la altura del presente greso del espíritu, es decir, del ser humano, a la materia. Se trata entonces de un «mesianismo secularizado», de la creencia en una «Providencia» que, a través de la «misión histórica del proletariado», expresión que evoca de por sí un vocabulario religioso, debería traer el paraíso terrenal a la tierra (p. 45). Weil denuncia, de esta manera, el núcleo teológico-político del marxismo, que da cuenta de su vertiente autoritaria, y del que debería ser depurado todo pensamiento crítico. La reflexión místico-política de Weil en los años posteriores será un intento de liberarse de la huella teológico-política de la modernidad, sin renunciar a los factores «espirituales» esenciales a la vida humana. Marx fue, según Weil, víctima del prejuicio ilustrado por excelencia: la fe en el progreso, que le impidió darse cuenta de que el ser humano se emancipa de la presión de una naturaleza ciega solo para someterse al mecanismo no menos ciego de la lucha por el poder. El dominio técnico sobre la naturaleza, que suele llamarse progreso, es en realidad un factor de exceso, que opera inevitablemente esa inversión que está en la raíz de todos los males de la sociedad contemporánea: la «inversión de la relación entre medios y fines» (p. 139). Más bien, el resultado riguroso de un análisis materialista de las cuestiones sociales llevaría, según la pensadora, por un lado, a renunciar a una noción de revolución entendida como derrocamiento súbito de las relaciones de fuerza –imposible victoria de los débiles sobre los fuertes–, por otro, a reflexionar sobre los límites de las transformaciones que pueden lograrse a partir de un cambio previo en la producción y la cultura. Los efectos de este planteamiento pueden leerse en la tercera parte del ensayo en la que Weil esboza el «cuadro 25