Atrapada
en provincia
Un ejercicio autoetnográfico
de imaginación sociológica
Silvia Bénard Calva
Atrapada en provincia
Un ejercicio autoetnográfico
de imaginación sociológica
Atrapada en provincia
Un ejercicio autoetnográfico
de imaginación sociológica
Silvia Bénard Calva
Atrapada en provincia
Primera edición 2016 (versión electrónica)
D.R. © Universidad Autónoma de Aguascalientes
Av. Universidad 940, Ciudad Universitaria
Aguascalientes, Ags., 20131
www.uaa.mx/direcciones/difusion/editorial/menu.html
© Silvia Bénard Calva
ISBN: 978-607-8457-94-6
Hecho en México
Made in Mexico
A él…
por lo que pudimos, y no pudimos, ser juntos.
El amor es búsqueda de sí mismo, el deseo de encuentro auténtico con,
contra y en el otro. Eso se aspira a través del cuerpo,
del diálogo, del encuentro despiadado, de la “confesión”
y de la “absolución” que se oye y se da mutuamente.
En la comprensión de lo que era y de lo que es.
El ansia del amor como confianza y patria crece en el entorno
de la duda y de las incertidumbres que la modernidad produce.
Ulrich Beck y Elizabeth Beck-Gernsheim
Agradecimientos
Hay muchas personas que han contribuido a que este libro sea
posible. Seguramente no podré mencionar a todas, pero trataré
de nombrar a aquellas que estuvieron más presentes a lo largo de
este proceso de escritura y revisión del libro.
Quiero agradecer a Gresilda Tilley-Lubbs por su amable y
constante apoyo. Ella me ha impulsado a no dejar a un lado esta
tarea que ha sido un ir y venir entre tantos recuerdos y emociones y retos de explicarlos desde una perspectiva sociológica en
donde lo personal sea el espacio desde el que se explica lo social
y lo cultural.
Si Cesar Cisneros no me hubiera comunicado sobre los talleres que organizó Research Talk Inc. en Long Isalnd en 2009,
no hubiera tenido la suerte de conocer a Carolyn Ellis y a H.L.
Goodall. A partir de ese encuentro me abrieron un horizonte
ATRAPADA EN PROVINCIA
para hacer sicología con una frescura y una honestidad que poco había visto.
Sinceramente pienso que sin su ejemplo, y su brecha que abrieron en esa dirección, este libro no hubiera sido ni escrito ni pubicado.
También quiero agradecer a las personas que leyeron versiones preliminares del libro y me hicieron comentarios minuciosos y muy pertinentes. Ellas
fueron Guadalupe Montoya y María de la Luz Luévano. Ambas han estado
acompañándome en este proceso de escritura, y junto con Gresilda, me han
apoyado y alentado para no dejar esta tarea a un lado, ser valiente y publicarla.
Gustavo Vázquez, con quien he compartido otras empresas editoriales, también leyó el manuscrito y me hizo muy buenas sugerencias para mejorarlo.
Elsa Chabaud, amiga desde la infancia y actualmente fotógrafa profesional, se ofreció a hacer la fotografía que iría en la portada de este libro. Ella me
envió sugerencias, hablamos y discutimos los detalles de la mismas y, por fin,
acordamos que la impresión que aparece en la portada sería la imagen más
adecuada para este libro.
Martha Esparza, a cargo del Departamento Editorial de la uaa, me ayudó
a creer que una publicación como ésta podría formar parte de los libros editados por nuestra Universidad. También quiero agradecer a su equipo editorial,
que siempre ha estado en la mejor disposición de trabajar en conjunto y de
manera profesional. En especial quiero hacer mención del trabajo de Sandra
Reyes Carrillo por su minuciosa corrección de estilo.
Quiero agradecer a Araceli Suárez por su apoyo y su confianza en mí.
También ella aparece en este texto pero con un pseudónimo, pues a lo largo
de los más de veinte años que tenemos viviendo en Aguascalientes hemos hablado innumerables ocasiones tratando de ubicarnos en esta larga travesía.
Asimismo, agradezco a muchos otros, tanto a aquellos que aceptaron ser formalmente entrevistados, como a quienes, por ser parte de mi historia, aparecen en este libro.
Mis hijos, Fico y Nana, durante este largo proceso de decantar, acomodar
y tratar de dar sentido a estos años de mi vida, que fueron también suyos, han
estado a la expectativa y con la curiosidad de saber qué hay en este libro. Espero que esto sirva para acercarnos y comprender mejor la historia de nuestra
vida juntos, que en ocasiones ha sido muy difícil.
Las revistas Forum of Qualitative Research y Cultural Studies ó Critical
Methodologies me permitieron utilizar una versión en español de los siguientes
artículos:
12
Agradecimientos
Bénard, S. (2013). From Impressionism to Realism: Painting a Conservative
Mexican City. En Cultural Studies <=> Critical Methodologies. Estados
Unidos: Sage, 13(5): 427-431.
_________ (2012). Features of a Local Culture as Viewed from the Perspective of
Strangers. En Forum of Qualitative Social Research. 13(2), artículo 28.
13
Índice
Prólogo
17
Primera etapa
Yo sola en un largo recorrido
Entre allá y acá
De allá
Aproximaciones
Acá
Fuera de lugar
A construir proyecto
A reelaborar el proyecto
¡Ay, la maternidad!
Un interludio
Un hito
Ellas
¿Me voy o me quedo?
25
33
41
51
57
61
67
75
85
89
95
103
Segunda etapa
Los otros también hicieron su recorrido
109
Construir un sentido de realidad
115
La cultura local vista desde fuera
131
Ser chilango
Tercera etapa
Nosotros nos enfrentamos a un mismo contexto
Las interacciones
139
No todos buscábamos lo mismo
149
Nosotros y los otros
159
Un trayecto paralelo
De ida y vuelta entre la teoría sociológica y la metodología
Algo de sociología
167
Transitar por la metodología
173
Referencias
185
Prólogo
Esta autoetnografía es producto de un largo trayecto tanto personal como profesional. Refleja las muchas maneras con las que
intenté explicar el asombro que me causó la provincia mexicana
y la dificultad con la que aprendí a vivir en ella.
El libro inicia con capítulos muy personales, que son los
que componen la primera etapa. La segunda etapa es de corte
más sociológico tradicional, pues hago referencia a otras personas y cómo vivieron ellas sus procesos de adaptación. En la tercera etapa muestro cómo se funde mi historia con la de aquellos
con quienes dialogué; con ellos, durante años, de manera paralela, he ido aprendiendo a vivir en una ciudad del interior del país
como Aguascalientes, después de haber emigrado de grandes
zonas metropolitanas, principalmente de la capital del país.
Narro mi propia historia porque a través de ella, he podido entender con mayor profundidad aquello que me resultó
ATRAPADA EN PROVINCIA
incomprensible cuando lo analicé haciendo uso, por un lado, solamente de la
sociología tal como la conocía, y, por otro, tratando de entender mi vida cotidiana como separada del contexto social en el que me desenvolvía. De hecho,
la introspección y el ejercicio de la escritura me han permitido ir comprendiendo mi lugar en una ciudad como Aguascalientes. Esta manera de aproximarse a un tema se conoce como autoetnografía.1 La propuesta central de esta
metodología es que lo personal es social y que a través de un análisis de nosotros mismos mediante un proceso de introspección, podemos lograr entender
el contexto más amplio.
En la segunda etapa abundo sobre aquello que aprendí de las personas a
las que entrevisté formalmente y cuyos testimonios analicé haciendo uso de
la metodología cualitativa conocida como teoría fundamentada. Esta segunda
etapa responde a un parteaguas en mi proceso personal. Cuando realicé esas
entrevistas me sentía tan confundida y tan cansada de no lograr sentirme alguien –parte de una comunidad a la que había apostado tanto en mi proyecto de
vida–, que me empeñé en hacer a un lado todo lo que sabía tanto teórica como
personalmente sobre el tema que investigaba. Ésta era una premisa de la teoría
fundamentada que me abriría las puertas para seguir adelante en mis indagaciones recurriendo a lo que propone la teoría fundamentada: “escuchar los datos”.2
En la tercera etapa muestro cómo pasé por fin a pensar que mi difícil
adaptación a la vida en provincia no era solamente algo personal y solitario,
sino, tomando en cuenta lo que me habían contado aquellos a quienes entrevisté, algo colectivo, pues fui entrecruzando las narrativas y formé así la
noción de un “nosotros”. En ocasiones posteriores (pues me encontré muchas
veces más con aquellos a quienes entrevisté tratando de no “contaminar los datos”) me fui abriendo como persona y comentando mis propias impresiones.3 Al
mismo tiempo, cuando escribía y trataba de dar sentido a nuestras trayectoTextos clave sobre autoetnografía son el libro de Carolyn Ellis (2004), un texto de Laurel
Richardson y Elizabeth Adams St. Pierre (2005), y otro clásico: el libro de H.L. Goodall
(2009).
Sobre esta metodología sugiero revisar el texto de Strauss y Corbin (2002), y Bénard
(Coord., 2010).
Se ha ido tomando una posición más y más democrática sobre los procesos de entrevista.
Ver, por ejemplo, en el mismo texto de Ellis (2004), el capítulo tres, “Autoethnography in
interview research”.
1
2
3
18
Prólogo
rias y maneras de posicionarnos frente a las personas originarias del lugar, iba
comparando los datos con los que contaba y ubicando nuestros trayectos, que
se han entrecruzado y han estado contextuados dentro de un mismo tiempo y
espacio social y cultural.
En la última parte del libro, que nombro “Un trayecto paralelo”, discuto,
por un lado, cuestiones referentes a la teoría sociológica y mi relación con la
misma, y, por otro, las implicaciones metodológicas de las perspectivas teóricas desde donde partí, y las herramientas utilizadas en cada momento de
este proceso de aproximaciones al tema. Esto es un ejercicio de sociología del
conocimiento e intenta mostrar a lectores más afines a la disciplina y a la investigación maneras con las que es posible aproximarse a un tema y las implicaciones teóricas y metodológicas que tiene todo ello.
Creo que este largo ir y venir entre intentos, muchas veces desesperados,
por entender mi vida cotidiana en una ciudad del interior de México, utilizando mis recursos personales y mi formación como socióloga, me ha mostrado
lo difícil que es sobreponerse a aquello que nos es conocido y por lo mismo
nos parece algo no sólo natural sino superior a lo de los otros. Pude, hasta
donde me fue posible, hacer ese ejercicio que supuestamente los sociólogos
debemos dominar: ponerme en los zapatos del otro. Así, con gran dificultad
y a lo largo de muchos años, he podido ir entendiendo algunas cuestiones que
me parecen importantes. Me di cuenta de que mi proceso no era algo solamente
personal, ya que muchas y muchos otros habían pasado por situaciones similares. Pude comprender, no desde la teoría y los argumentos lógicos, sino
desde la experiencia, que la vida de cada quien está fuertemente imbuida en
el contexto social en el que sucede. Hasta cierto punto, logré entender que esa
dificultad para convivir con la gente de mi nueva ciudad refería a que tanto
ellos como los que venimos de fuera partimos de que nuestras formas de ser,
hacer y pensar eran las mejores. Finalmente, comprendí que no solamente
soy yo y mi incapacidad de adaptación, ni los aguascalentenses, y su reacción
frecuentemente negativa frente a los forasteros, lo que dificultó mi sinuoso
recorrido. Eso que para mí era individual y personal, a lo largo del proceso de
investigación por fin pudo configurarse como un fenómeno social que ocurre
en muchas latitudes del mundo, sobre todo ahora que la posmodernidad ha
multiplicado las posibilidades de que grandes flujos de personas emigren de
grandes áreas metropolitanas y se asienten en ciudades medias o, inclusive, en
pequeñas localidades rurales.
19
ATRAPADA EN PROVINCIA
Asentarme en provincia fue como hacer un viaje al pasado, rememorar
un mundo en el que había crecido, y volver a vivir formas de ser y pensar que había testificado durante mi educación cuando niña y adolescente,
y hasta que salí de la preparatoria, donde estudié desde preescolar, en un
colegio de monjas franciscanas. Después de esto viví en otros países, estudié
en universidades públicas y presencié la multiculturalidad característica de las
ciudades universitarias en Estados Unidos, donde estudié el posgrado. Dejé, sin
darme cuenta, ese mundo de mi infancia y mi adolescencia; de hecho, pensé
que había desaparecido junto con mi fuga a mundos tan ajenos a mi familia de
origen: fui la única de ocho hijos que estudió en una universidad pública, que
vivió sola fuera de México y que hizo estudios de posgrado.
Desgraciadamente, en ese viaje entre entornos sociales que me eran ajenos,
dentro y fuera del país, aprendí una sociología que poco tenía que decir sobre mi
propia realidad como mujer mexicana de clase media, originaria de la capital y
que finalmente terminó asentándose en una ciudad media del centro del país.
Estudié la carrera de Sociología en la Universidad Autónoma Metropolitana,
donde aprendí principalmente sobre las clases sociales y la explotación de los
obreros. Después me fui a la Universidad de Texas en Austin, donde hice la
maestría y el doctorado, aprendí algo de teoría sociológica clásica y, cuando estudié la diversidad social y la multiculturalidad, fue para entender las realidades
de los países desarrollados, particularmente Estados Unidos: las minorías, sobre
todo las afroamericanas y las chicanas, y los migrantes más recientes de una gran
diversidad de latitudes y horizontes culturales.
No me familiaricé con la literatura sobre género. En Estados Unidos tuve
oportunidad de hacerlo pero me pareció irrelevante. Para mí, las mujeres eran
como ésas que se habían quedado en México: esposas, madres y amas de casa.
Yo no. Por eso, cuando me asenté en la provincia mexicana, llegué, vamos a
decir, con el equipaje equivocado: supuse que conocía mi país, que éste había
cambiado igual que yo, que los horizontes socioculturales no me afectarían, y
que ser hombre o mujer en el siglo xx para mí daba lo mismo. Tenía un largo
camino que recorrer.
Este libro muestra, haciendo uso de metodologías distintas, cómo
aprendí que lo personal es social. Este proceso, además, vino a enseñarme
mucho de lo que en realidad no alcancé a comprender durante los quince o
más años que tenía de estar intentando ver el mundo desde una perspectiva
sociológica.
20
Prólogo
Lo que digo aquí no pretende juzgar ni menospreciar a otros. Tampoco
quiero denunciar ni evidenciar a personas que viven y vivieron muy cerca de
mí durante muchos años y a quienes he querido, e inclusive, han sido parte importantísima de mi familia. Por ello, cambio sus nombres por un pseudónimo,
o no los llamo por nombre alguno; sin embargo, a algunas personas, debido a
la cercanía de la relación que hemos tenido, es prácticamente imposible mantenerlas en el anonimato.
He pensado una y otra vez en las implicaciones éticas que tiene todo esto,
pero creo, como dice Anne Lamott (1994), que todos tenemos derecho a contar nuestra propia historia. No estoy narrando lo que pasó, sino cómo viví
yo lo que pasó. Intento, de la manera más honesta que me es posible, comprender –como mujer, de clase media, originaria del Distrito Federal, y en fin,
todo aquello que me ha marcado– una trayectoria con obstáculos no previstos
para hacerme una vida en una ciudad como Aguascalientes. También escribo
porque creo que puedo contribuir a que los procesos de adaptación de otras
personas, sobre todo mujeres, que emigren de grandes urbes a ciudades de
menor dimensión, sean más gratos.
21
Primera etapa
Yo sola en un largo recorrido
Entre allá y acá1
1
Eran como las tres de la tarde de un típico día nublado y gris en
el d.f. Yo recién había regresado del trabajo y de recoger a mi
hijo del cendi. Lo estaba esperando a que llegara para comer
juntos, cuando sonó el teléfono y preguntaron por él.2
— Buenas tardes.
— Buenas tardes.
— ¿Me comunica con el licenciado?
1
2
Una versión preliminar de este texto se publicó en Convergencias (Bénard, 2011).
Tengo dificultad para nombrarlo con otra palabra que no sea ésa. Había
puesto ahí su nombre pero no me siento cómoda con ello. Después lo cambié por marido o esposo, pero esa palabra me parece anticuada y responde
a una relación que yo no quise ni creí tener con él en ese entonces. Quisiera
poder llamarle compañero, pero desgraciadamente tampoco es el caso.
ATRAPADA EN PROVINCIA
—
—
—
—
—
No está en este momento, ¿quiere dejarle algún recado?
Le dice por favor que le llamamos de la oficina del gobernador electo.
Sí, señorita, yo le paso su recado.
Buenas tardes.
Buenas tardes.
Ahí empezó mi último intento por huir definitivamente del Distrito Federal. Ya nos habían dicho que “el gobernador electo lo andaba buscando” porque quería que se fuera a trabajar con él a Aguascalientes, pero habían pasado
varias semanas desde que se supo el resultado de las elecciones y no teníamos
ninguna noticia.
Habíamos hablado una y otra vez de la urgencia que sentíamos por salir
del d.f., ciudad a la que yo volví en 1989 después varios intentos por salir de
ahí definitivamente.
Me fui sola en 1983 cuando conseguí una beca para estudiar un posgrado
en la Universidad de Texas en Austin. Ése fue mi segundo intento, el primero
fue en 1979, cuando decepcionada de mi primer año de universidad, me fui
a Canadá por unos meses. Él me alcanzó en Austin cuatro años después y
vivimos juntos allá dos años mientras hacía una maestría en Estudios Latinoamericanos y yo terminaba mi doctorado en Sociología. Cuando tuvimos
que regresar a México, nos hicimos la promesa de llegar a un lugar distinto de
nuestras ciudades natales: el d.f., en mi caso, y Aguascalientes, en el suyo. Eso
no fue fácil. Intentamos instalarnos en Guadalajara, pero vivimos ahí por unos
cuantos meses hasta que cada uno, por diferente razón, faltamos a nuestra
promesa.
Guadalajara
Cuando llegué en 1989, Guadalajara no me pareció tan diferente a mi ciudad natal. Esa perla tapatía, como le llaman algunos optimistas, era tan
gris, estaba tan congestionada, tan contaminada. Nos fuimos a vivir ahí
porque veíamos posibilidades de encontrar trabajo en la universidad o en
un centro de investigación. De hecho, cuando yo llegué, él ya tenía unos
meses trabajando en la Universidad de Guadalajara y había la posibilidad
de que yo entrara a trabajar al centro de investigación llamado ciesas (Cen26
Entre allá y acá
tro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social). Pero
los sueldos eran muy bajos comparados con el costo de vida de esa ciudad
y los meses que él tenía trabajando en la Universidad le habían parecido un
infierno burocrático.
El caso es que, en lugar de buscar un lugar más o menos decoroso donde vivir y prepararse para mi llegada, mientras yo estaba en Austin, embarazada, viviendo en casa de unos amigos y tratando de terminar mi tesis de
doctorado, él se instaló en una casa de asistencia, lugar en donde tuve que
acomodarme cuando llegué a Guadalajara. Era una casa grande y vieja cerca
del centro de la ciudad, tenía cuatro recámaras, una de las cuales era para
nosotros dos. En cuanto a las otras tres, una era para Toñita, la dueña de la
casa, que se hacía cargo de nosotros y de su esposo; otra para un muchacho
que trabajaba como controlador aéreo, y la última para otro hombre que
apenas recuerdo. Todos los inquilinos compartíamos el baño: una especie
de velódromo para las cucarachas que poblaban esa casa de arriba a abajo, aunque el baño y la cocina eran sus lugares favoritos. Yo ya tenía algo
de experiencia con esos animalejos; en Austin las cucarachas también eran
parte del paisaje urbano, pero nosotros, igual que otros amigos mexicanos,
teníamos el remedio perfecto: los gises chinos que vienen en unas cajitas de
cartón rojo y amarillo con dos piezas metidas en una bolsita de plástico. Los
teníamos que importar. Cada vez que alguien venía a México, debía regresar
con un buen montón de gises para que todos pudiéramos renovar las líneas
que dibujábamos por puertas, ventanas y coladeras para mantener “a raya”
las cucarachas.
Pero la pensión de Toñita era otra cosa. Ni comprando todos los gises
que hubiera en el mercado más cercano hubiéramos podido controlar esa
cantidad de cucarachas. Yo vivía imaginando competencias entre ellas cada
vez que utilizaba el baño, era una especie de diversión medio rara pero me
mantenía optimista; también le pedía a mi suerte no encontrarme alguna
dentro de los suculentos platillos de Toñita. Una vez a él y a mí se nos ocurrió sacarle el tema:
— Hay muchas cucarachas, ¿verdad? Fíjese que en Austin también teníamos ese problema, pero ahí fumigaban cada rato, y…
— Sí -dijo ella-, son un problema universal.
27
ATRAPADA EN PROVINCIA
Y de ahí no la sacamos, siendo un problema tan serio había que aprender
a vivir con él. Nada más. Su comentario duró años en nuestra memoria de
frases compartidas.
El caso es que desde el primer día que llegué a esa casa de asistencia me
di a la tarea de encontrar otro lugar donde vivir antes de que naciera mi hijo.
Tenía yo cuatro meses de embarazo. Manejé por esa ciudad desconocida horas
y horas, días y días buscando un espacio propio. Pero la escasez de vivienda
era tal que cualquier departamento viejo y descuidado en las orillas de la ciudad casi excedía los recursos que podíamos designar para pagar una renta.
Mis días en ese entonces consistían en comprar y revisar la sección de rentas
de vivienda en los periódicos, marcar las posibles opciones: pocas; ubicarlas
en el mapa: en las orillas de la ciudad; y visitar los lugares: departamentos casi
siempre de interés social con gente amontonada, paredes delgadas y maltratadas, fachadas deslavadas, niños mal vestidos.
Encontré un solo departamento bonito, en una parte céntrica de la ciudad, soleado, bien cuidado, limpio. Ése respondía a mis expectativas de lo que
sería vivir cómodamente. ¡Por fin! En ese momento busqué un teléfono para
hablar con la persona que lo rentaba:
— Sí, acabamos de llegar a Guadalajara. Somos mi esposo y yo. Estuvimos estudiando en Texas y ahora vamos a trabajar aquí.
— A la dueña no le gusta tratar con estudiantes.
— Pero nosotros ya no somos estudiantes, vamos a trabajar.
— Pues ella quiere gente tranquila y habló un señor que lo quiere para su mamá que
vive sola y se lo piensa rentar a ella.
— Pero señora, nosotros también somos gente tranquila.
— Además ella es de Guadalajara.
— Pero tenemos amigos aquí que pueden darles referencias.
— Pues no se lo podemos rentar.
Ya no me fue posible hacer más, pero me urgía tener un espacio propio y
seguí buscándolo hasta que lo encontré. Un portón de metal desgastado cerca
de la carretera era la primera visión de esa casa, un lugar grande, con patios
y hasta un pozo al que se podía bajar por una escalera de metal en forma de
caracol. Cuando entré a pedir informes, una tal señora Tere se dispuso a enseñarme el lugar. Ella y su esposo vivían ahí, en la parte de adelante. Hacia atrás,
28
Entre allá y acá
habían segmentado su casa para rentarla en pedazos. Hasta el fondo estaba el
departamento que tenían en renta. Me gustó porque tenía bastante luz y un
pequeño patio donde se podían poner macetas y plantas. Tenía lo que necesitábamos: dos recámaras, baño, cocina y una estancia pequeña. La verdad es
que no era la gran cosa, pero comparado con lo que habíamos visto, tomando
en cuenta lo que podíamos pagar, la premura de hacer hogar antes de que llegara el bebé y, por supuesto, las cucarachas de Toñita, me pareció razonable.
Pude imaginarme viviendo ahí.
Estaba muy lejos de la Universidad de Guadalajara, a donde él debía ir
todos los días llevándose el único coche que teníamos. Así que yo debía pasar muchas horas ahí encerrada o utilizar el sistema de transporte público de
Guadalajara, cosa de la que no tenía ni tantitas ganas. Eso, según imaginaba
mis rutinas diarias, sería un factor que favorecería las horas que dedicaría a mi
disertación, que a pesar de mis esfuerzos por sobrellevar mi precaria situación
en Austin y dejarla concluida, me llevé pendiente de regreso a México.
Una vez que me visualicé ahí, tomé el teléfono y le hablé a él:
—
—
—
—
—
Ya encontré un departamento.
¿Sí? ¿Te gusta?
Tiene carácter.
Ja, ja, ja.
¿Quieres venir a verlo?
No lo vio. Fuimos después, una vez que ya había yo acordado rentarlo.
Desde que lo vio se hizo cargo de que la frase “tiene carácter” también hiciera historia entre nosotros. Y fue así porque nos instalamos en un lugar que
respondía mucho más a mis necesidades, mis urgencias y a mi capacidad de
adaptación que a la suya.
Pasaron años y años sin que yo me diera cuenta de que él y yo teníamos
expectativas distintas de lo que era un hogar. Ese pequeño departamento, fragmento de una casa antigua, me parecía habitable y acogedor. A mí me gustan
y estoy acostumbrada a los espacios pequeños, pues durante mis primeros 17
años viví en una gran ciudad y tenía una familia de diez personas acomodada
en una pequeña casa, que además era muy austera en su arquitectura. Él vivió
esos mismos años en provincia, en espacios enormes. La casa en la que creció
desde los ocho o diez años era de esas típicas de la gente adinerada de su ciu29
ATRAPADA EN PROVINCIA
dad natal, con una arquitectura algo rebuscada que pretendía responder a las
expectativas de una clase media pujante.
Yo veía ese apartamento, pedazo de una casa en Tlaquepaque, como un
lugar que nos urgía tener antes de que naciera mi hijo; el espacio era chico,
pero me parecía suficiente para los tres y, ante todo, podría yo tenerlo limpio y
estar sola con él y nuestro bebé. Ya después veríamos otro conforme nos asentáramos en nuestros trabajos y pudiéramos encontrar algo mejor con calma.
Cambiar de este lugar a otro en un futuro cercano me parecía factible y vivir
en esa transición me resultaba inevitable si quería estar fuera de la pensión de
Toñita cuando llegara el bebé. Pero él estaba acostumbrado, primero, a que las
cosas eran mucho más permanentes. Además, había demasiada incertidumbre, cosa que a mí me parecía hasta normal y posible de manejar mientras que
a él le resultaba inadmisible.
La verdad es que él y yo no nos conocíamos muy bien y no tenía yo idea
de cómo vivió sus primeros 18 años que estuvo en Aguascalientes antes de irse
a estudiar al d.f. Nos vimos por primera vez seis meses antes de que yo me
fuera a Austin y nos frecuentamos esos meses unas cuantas veces. Empezamos
a “ser pareja” un año después en un viaje que yo hice al d.f., y así seguimos:
viéndonos cuando yo iba de vacaciones cada fin de semestre y comunicándonos poco mientras yo estaba fuera. Esto era a principios de la década de 1980,
cuando la comunicación por Internet, teléfono o celular, seguía siendo poco
frecuente y cara. Pasamos así dos años durante los que él prometía, primero,
que iría a visitarme, y después, que se iría a vivir conmigo. Cuando estábamos
cerca de cumplir dos años de “ser pareja”, fecha que por cierto él no recordaba,
amenacé: “O llegas a Austin antes del 26 de mayo o ya ni vengas, ni me llames
para decirme por qué no pudiste hacerlo”. Y tal cual: ni fue, ni me habló.
Una vez que, como de costumbre, fui al d.f. cuando terminé el semestre,
le hablé y fuimos a tomar un café. Hablamos de todo un poco, él me comentó
que seguía sin terminar su tesis y por lo tanto no se podía ir a ningún lado, y
yo le comenté que estaba saliendo con otra persona. Ésa fue la única vez que
nos vimos en ese viaje y no supe de él sino hasta varios meses después, en noviembre, porque fui a presentar una ponencia en un congreso.
Estuve algunos días más en México, pasé un trago amargo con el hombre
con quien estaba saliendo, que también fue al congreso y lo disfrutó caminando de arriba a abajo tomado de la mano de su novia y con la anuencia de sus
amistades ahí presentes, contentos de verlos juntos porque “hacía tanto que no
30
Entre allá y acá
se veían”. Ese mismo día por la noche había quedado de verlo a él. Después de
llegar a la casa, llorar por un buen rato y hablar con mi papá sobre lo sucedido,
llegó él por mí y nos fuimos a tomar un café. Ahí me enteré de que, de junio a
noviembre, terminó su tesis de licenciatura y renunció a su trabajo. Según lo
declaró, estaba listo para irse a Austin al mes siguiente.
— ¿Cómo renuncias a tu trabajo sin decirme antes que te quieres ir a Austin? No
tienes derecho a hacer eso.
— Es cierto, Silvia, tienes razón. Si no quieres no me voy.
Al mismo tiempo que me lo decía, sacaba un ejemplar de la tesis y la
abría en la dedicatoria: “Y dado que la mejor manera de recordar a alguien es
pronunciar su nombre, a Silvia Bénard”.
Regresé a Austin en estado de shock. Me conocía suficientemente bien
para estar segura de que no volvería con aquel hombre con quien yo creí tener una relación de pareja hasta antes de verlo con su novia en México. Esa
historia había llegado a su final. Estaba fuertemente conmovida por lo que él
había logrado en tan pocos meses para estar conmigo. Después de todo, había
hecho lo que necesitaba y ahora era quizá por fin el momento. Lo hablé con
una de mis mejores amigas y cuando terminé de narrarle lo que había pasado,
concluyó diciendo: “So, you are in love!” Y siguió diciendo que él parecía un
hombre tan romántico, tan amable, tan amoroso. No habían pasado muchos
días después de esa plática cuando decidí hablarle y decirle que sí se podía ir
a vivir conmigo. Pensé que después de todos estos años, la relación merecía
una oportunidad y, bueno, si las cosas no funcionaban bien, pues podíamos
darla por terminada y ya. Así que en lugar de ir a México, pasaría la Navidad
con una de mis hermanas en Houston, que estaría ahí de vacaciones con su
familia política.
El 24 de diciembre en la noche hablé con él por teléfono:
— Me dicen mis hermanas que me espere y ya me vaya después de año nuevo, para
que no lo pase allá solo.
— ¡Es la primera vez en mi vida, en mis 25 años, que no paso la Navidad en mi casa
por estarte esperando!, porque me dijiste que venías a fines de mes; aquí estoy,
con una familia que no es la mía, ¡¿y me dices que no quieres pasar el año nuevo
solo?!
31
ATRAPADA EN PROVINCIA
El hombre por fin llegó a Austin, era 28 de diciembre de 1987: Día de los
Santos Inocentes. Pero dejemos esto hasta aquí y volvamos a Guadalajara.
Una mañana en Tlaquepaque
Empezábamos a hacer rutina. Nos levantamos como a eso de las ocho de la
mañana. Pude preparar un café y pan tostado con queso entresacando la cafetera y algunos trastes de una de las pocas cajas de la mudanza que no eran
libros. Él se fue a trabajar y yo me quedé intentando organizarme para continuar escribiendo mi disertación, “namás” tenía que echar ropa a lavar, recoger
la cocina, hacer la cama, etcétera. Empecé a echar la ropa a la lavadora, volteé
a la cocina buscando mi café, fui al cuarto, dudé si echarme otra vez a la cama,
fui a la estancia que sería mi lugar de trabajo. Vi mi escritorio vacío, las cajas
de libros y los borradores en el suelo. Todo eso estaba pendiente, pero en ese
entonces tenía el optimismo de mi lado. Creía que terminaría mi disertación y
pondría mi casa en orden mientras nacía mi hijo y empezaba a trabajar. Pero
por si eso fuera poco, me acababa de enterar de que mi papá tenía cáncer y le
habían pronosticado unos cuantos meses de vida. Así que cada día él iba a estar más enfermo, mi panza más grande y yo, ahí, en Tlaquepaque. Si las cosas
seguían así, el tiempo que transcurriría entre el inicio de la vida de mi hijo y el
final de la vida de mi papá era tan justo e impredecible que fácilmente podría
quedarme sin despedirme de él.
Me dieron el trabajo en el ciesas. Ésa tenía que haber sido una buena
noticia, pero a él le ofrecieron trabajo en el d.f. y nos fuimos de Tlaquepaque.
Así fue como nos quedamos otra vez atrapados en mi ciudad natal: yo con mi
panza y mi truncada vida profesional pero cerca de mi papá mientras se debatía entre la vida y la muerte, y él metido a funcionario público.
32
De allá1
1
Vivimos tres años en el d.f., tres años antes de esa llamada del
entonces gobernador electo que nos llevó a faltar a la segunda
parte de la promesa: no vivir en Aguascalientes.
Los primeros días estuvimos en casa de mis papás, así que
yo podía estar con mi papá todo el día. Eso era muy positivo
pero, igual que cuando llegamos a Guadalajara, yo veía la necesidad de establecerme en un espacio propio antes de que naciera mi hijo. Así que, otra vez, me puse a buscar departamento.
Se suponía que ya en el d.f. sería más fácil porque con el
nuevo empleo de él tendríamos más ingresos, aunque de todos
modos necesitábamos ahorrar para el parto, las cosas del bebé,
los muebles, en fin, tendríamos muchísimos gastos. Además, si
1
Una versión preliminar de este capítulo se publicó en Convergencias. Vol
ii (Bénard, 2013).
ATRAPADA EN PROVINCIA
encontrar un lugar decoroso en Guadalajara era difícil, en el d.f. era casi imposible. Pero más que eso, la búsqueda dejó ver otra vez nuestras diferencias.
— Bueno, Bénard –me dijo un día–, si de veras queremos ahorrar, o vivimos con tus
papás o vivimos con mi papá.
— A mis papás yo no les puedo imponer vivir con ellos. Mi mamá está muy saturada
con mi papá, mi papá está delicado y yo no voy a estar en su casa con un bebé recién nacido. ¿Y con tu papá? Ahí sí que ni pensarlo, yo no podría vivir con tu papá.
Me va a andar queriendo poner a hacer el quehacer. Y todo el tiempo va a querer
andar diciéndome qué hacer y cómo.
Jamás había considerado como una posibilidad real vivir con alguien más
que no fuera él, y nunca supuse que en su caso de verdad fuera una opción
para considerar. Eso indica lo poco que nos conocíamos. Yo me fui de la casa
de los míos a los 23 años, antes de casarme, como no era costumbre entre
las clases medias en México, sobre todo entre las mujeres. No me imaginaba
regresando con ellos ahora que había vivido sola durante seis años y con él
durante otros tres.
El caso es que me di a la tarea de buscar un lugar donde vivir. Y mientras
lo hacía, mi familia salió al quite. Una de mis hermanas me recomendó que
rentara un departamento, estaba muy bonito pero había que pagar mucho de
renta. Al mismo tiempo mi tío le sugería a mi mamá que nos prestara un departamento, en ese momento vacío y todavía sin vender, en un edificio que había sido de mi abuelo paterno y heredado a nosotros, todos sus nietos. Éramos
tantos y el trámite legal para hacer la venta había sido tan lento, que casi nadie
se acordaba siquiera de que todavía estaba ahí ese lugar. Así que con carácter
de temporal y urgente “decidimos” instalarnos ahí.
El departamento era uno entre los trece que conformaban el edificio situado sobre el Circuito Interior, una de las principales vías de comunicación
en el Distrito Federal. Pocos detalles recuerdo que me agradaran de ese lugar,
creo que sus pisos de madera eran lo único. Lo demás eran ventanas de vidrios
opacos por el uso y con marcos de fierro tan oxidado que los agujeros dejaban entrar el ruido, el polvo y la contaminación. Se me había ocurrido pintar
los marcos de las ventanas y las puertas color verde manzana para hacerlas
parecer más nuevas y frescas, cosa que las hizo lucir todavía más feas. Tenía
dos recámaras oscuras con unos clósets cuyas puertas corredizas de tan viejas
34
De allá
se volvían imposibles de abrir y cerrar. El baño debió de haber sido hermoso
cuando nuevo, pero en esos días estaba muy deteriorado y dejaba escapar el
agua por todos lados. La cocina se llevaba el primer lugar en fealdad: era oscura,
igual que casi todo lo demás, pero además chiquita y con un calentador de agua
ahí adentro que dejaba a su alrededor rastros grises por la combustión de gas. Lo
que más me recuerda esa cocina fue la vez que tuve a bien invitar a desayunar a
su familia. Su padre era un hombre prácticamente imposible de complacer en
asuntos de limpieza; su hermana, aunque mucho más tolerante, tenía esa misma escuela, y su esposo, además de la obsesión por la limpieza y la pulcritud,
que corría como un hilo que hilvanaba el enorme clan de mi familia política,
era de grandes vuelos en asuntos económicos. Y ahí estábamos, ellos y yo, intentando disfrutar el desayuno.
Antes de su llegada, había planeado evitar el paso de cualquier miembro
de la familia a esa horrible cocina. Tenía todo listo para que el desayuno se
centrara en una mesa ubicada de manera estratégica lo suficientemente cerca
de la cocina, para que yo pudiera ir y venir pronto, pero pegada a la pared para
que ellos no pudieran ver la cocina desde donde estaban sentados. Ya la mesa
en sí era un reto, pues fue una improvisación hecha con un gran carretel de
madera donde se enredan los cables de alambrado público, pero desde el día
anterior la había cubierto con el mejor mantel; bueno, creo más bien que era
el único que tenía.
Empezamos mal: mi suegro tocó la puerta y antes de saludar pidió un
trapo para limpiar la escalera. ¡Chin! Al regresar de hacer las compras para
el desayuno se nos había caído una botella de aceite, y sí habíamos limpiado,
pero claro, teníamos prisa por alistar todo y no nos fijamos que quedó algo de
rastro en el piso. Ni modo, saqué mi trapito y me dejé perder con los demás
pendientes.
Al rato llegaron su hermana y su familia. Empecé a sentir un gran consuelo que me duró un buen rato, hasta que los trastes sucios se empezaron a
acumular en la mesa y la demanda de café empezó a exceder la capacidad de
la cafetera. Así que mi cuñada empezó a pisar ese suelo que yo había querido
mantener oculto. Ése es el momento que se quedó clavado en mi memoria: la
cocina abierta a la vista, los trastes sucios ya sin lugar en esa diminuta cocina
para esconderlos, mientras se acababa la reunión y la cafetera chorreando por
todos lados. Recuerdo esa cafetera sobre unos estantes de varillitas de fierro
forrados de hule color beige, con el mismito estilo de la cocina, y a mi cuñada
35
ATRAPADA EN PROVINCIA
arreglada como una señora que era, con una tranquilidad enorme pidiéndome un trapito, ¡otra vez lo del trapito!, para ayudarme a limpiar la cafetera, la
repisa, la pared y hasta el piso.
La mejor parte del departamento era su enorme estancia, ahí pudimos
acomodar los miles y miles de libros que teníamos y dos escritorios. Habíamos
gastado los pocos recursos con los que contábamos en ese momento para comprar libreros, uno para cada uno, y dos escritorios. El resto lo llenábamos con
sillones viejos, la mesa aquella del desayuno, y muchos guacales. Según yo esa
especie de jaulas hechas de tiras de madera delgadas y rústicas que se utilizan
en México para transportar fruta y verdura, eran la mejor opción para armar
mesitas, burós, estantes, lo que fuera necesario. Bueno, aunque también habíamos comprado algunas tablas y tabiques para hacer más libreros y estantería.
Afuera del departamento, el horizonte no era mejor. Hacia el Oeste, tras
un gran ventanal (de vidrios opacos y fierro oxidado ahora pintado de verde
manzana) con el que remataba la enorme estancia, se dejaba ver el Circuito
Interior, una gran avenida día y noche ruidosa e incansablemente transitada.
Hacia el Este, las ventanas de las dos recámaras daban a un cubo de “luz” que
compartíamos con unos vecinos, una pareja joven con tres hijos muy pequeños que pasaban ahí muchísimo tiempo. La primera vez que perdí la paciencia
con ellos fue un domingo, a las 6:30 de la mañana, que habían decidido deleitarse con música de Pablo Milanés. Seguro pensaron que a todos los habitantes
del edificio nos gustaba ese cubano tan popular. Hace diecinueve años que
salí de ese departamento y todavía me acuerdo de ellos cada vez que escucho:
“¿dónde estarán?, los amigos de ayer, la, la…”.
El hermano de ese vecino admirador de Pablo Milanés, vivía con su mujer y sus hijos en el piso de arriba. Con él había que pelearse los cajones del
estacionamiento. En el primer piso teníamos espacio suficiente para guardar
un coche por departamento, cosa que en su caso no aplicaba, pues entonces tenían dos. Además, dado que el espacio era tan reducido, los coches quedaban
estacionados uno tras otro de tal manera que, para poder manejar los tiempos
y movimientos de las mañanas, todos debíamos coordinarnos para que los
primeros en salir tuviéramos los coches en los lugares más cercanos a la salida.
De lo contrario, una de las primeras tareas del día se convertía en armarse de
paciencia, ir a tocar la puerta del vecino y utilizar las artimañas a la mano para
convencerlo de bajar, generalmente en pijama y con los pelos parados, a quitar
su coche del camino.
36
De allá
Y luego estaba la señorita del 13 –señorita de cerca de 65 años, pero ella
se autonombraba orgullosamente así–, que vivía casi de lleno para cuidar a
su mamá; juntas ocupaban el penthouse. Sí, ese edificio de departamentos se
hizo por ahí de 1950 y en ese entonces era muy elegante. Desde entonces ellas
vivían ahí, así que se habían acompañado con el edificio en su envejecimiento.
La señorita del 13 recolectaba entre todos los inquilinos el dinero para
comprar el gas, pues había solamente un tanque estacionario para todos los
departamentos. Éste era un dolor de cabeza más: no había manera de que nos
pusiéramos de acuerdo en torno a cuánto le tocaba pagar a cada uno: ¿debía
ser igual para todos los departamentos sin importar el número de personas
que lo habitaran o debería repartirse el consumo por habitante y multiplicarse
por número de personas en cada departamento? ¿Todos los individuos cuentan por igual: los niños, los adultos, los adultos mayores? ¿Y los que no comen
en su casa? El caso es que sin la recolección de todos los inquilinos, la señorita
no podía pedir que surtieran el gas y eso sí, todos por igual, nos quedábamos
sin agua caliente y sin posibilidades de usar la estufa para cocinar.
Saliendo del edificio, lo primero que encontrabas era una taquería que
ocupaba todo el primer piso. Ese lugar generaba kilos y kilos de basura que se
acumulaban en el estacionamiento mientras esperaban a que pasara a recogerla el camión. Ese estacionamiento, sobresaturado por la cantidad de coches de
los vecinos, la suciedad acumulada de años y la oscuridad del edificio, tenía,
además, enormes tambos de fierro atascados de restos de cebollas, cáscaras
de verduras, sobras de los tacos y salsas fermentadas, en fin, era el toque final
que hacía de nuestro estacionamiento un paraíso para algunas de las ratas que
plagaban esa parte de la ciudad.
Una noche, cuando regresaba por ahí de las ocho de la noche, salí del
elevador (otro elemento que indica cuán elegante había sido ese edificio en
ruinas), y en el pasillo oscuro que llevaba a mi departamento, mientras me
distraía buscando las llaves para entrar, ¡me topé con una enorme rata! Ahí,
ambas, perplejas, nos vimos, y ella se escabulló junto a mis pies para poder
salir del pequeño espacio que le había quedado entre la puerta de mi casa y yo.
Hasta ese día yo había vivido con la confianza de que las ratas permanecerían
en el primer piso. Les temía, pero suponía que una vez cruzando el estacionamiento y logrando tomar el elevador, se quedarían atrás. Ya los primeros días
que ocupamos ese departamento habíamos sufrido la abundante presencia de
esos animalejos por las calles aledañas al Circuito Interior. Cuando no tenía37
ATRAPADA EN PROVINCIA
mos todavía conectada la estufa ni la cocina para cenar en casa, decidimos
salir a buscar algo para comer. Habíamos visto muchos pequeños restaurantes
y pensamos en ir a alguno de ellos. Yo estaba embarazada y él en ese entonces todavía parecía tener un cuidado especial en que yo pudiera satisfacer mi
hambre. Como a eso de las diez de la noche, decidimos caminar de nuestro
edificio a las callecitas aquellas, pero estaban invadidas: ¡había tal cantidad de
ratas, en las calles, sobre las banquetas, saliendo de los restaurantes, caminaban en todas direcciones!
Pero acabamos en Melchor Ocampo, así le llamábamos a ese edificio desde que era niña y escuchaba las historias de los inquilinos, las reparaciones
interminables de todo tipo de cosas, las rentas atrasadas, los pleitos entre sus
vecinos, los juicios legales para desalojar a los que no pagaban. En fin, era
como una telenovela en vivo y sin final. Pero igual que cuando intentamos instalarnos en Guadalajara, yo imaginé que estaríamos ahí temporalmente mientras encontrábamos algo mejor y más definitivo donde vivir. Y esta vez parecía
que así sería, pues pocos meses después de nuestra llegada, tal como se había
pronosticado por los médicos, mi papá murió y me dejó recursos suficientes
para hacerme de una casa. Mi papá seguido me decía que yo siempre andaba
buscando un lugar diferente del mío en donde vivir. Una vez, estando en Austin, cuando él y mi mamá fueron a visitarme porque terminé la maestría, me
platicó que había cambiado su testamento: “[…] y a ti no me acuerdo qué te
dejé, m’hijta. Ah, sí, te dejé el terreno de Avándaro”. Se le ocurrió que ésa era
buena idea porque a mí me gusta mucho el campo y Avándaro es un poblado
en una zona boscosa en donde gente de clase media alta del d.f. tiene casas
para pasar ahí los fines de semana. “Y siempre estás como aquel que quería
construir las grandes ciudades en el campo […]”. Tenía razón, yo no me sentía
cómoda en el d.f. y quería que en todos lados hubiera algo de verde alrededor.
Pero tuve que vender el terreno para poder comprar una casa en esa ciudad
que me parecía no tener gran cosa de esa parte de campo que yo añoraba y en
la que me había resignado a quedarme por tiempo indefinido.
Me tardé ocho meses en encontrar la parte del d.f. en donde la vida pudiera ser lo más agradable posible. Empecé por considerar el nivel de imecas
(Indice Metropolitano de Calidad del Aire). Para ello conté con el apoyo entusiasta y decidido de una compañera de trabajo en la Universidad Iberoamericana, cuyo nombre ni siquiera recuerdo, así como tampoco por qué la conocí,
pues era del área de química. Pero me aconsejaba constantemente y me daba
38
De allá
muy buenas pistas sobre dónde trazar mis rutas de búsqueda. En un principio
había yo empezado por una parte cercana a nuestros centros de trabajo: era la
parte de la ciudad que en ese momento era más cara y que se estaba extendiendo sobre una zona tradicionalmente boscosa y poco poblada, lo que se conoce
como Cuajimalpa y Contadero. Estaba completamente fuera de nuestro alcance económico. Además, con las pistas de mi amiga la química y el periódico,
donde revisaba el nivel diario de imecas en la zona metropolitana, constaté
con asombro que los más ricos de México estaban poblando una parte del
territorio en donde circulaban los vientos originados en la zona industrial, al
norte de la ciudad, así que el aire que respiraban estaba mucho más contaminado de lo que imaginaban.
Empeñada en vivir por ahí, por estar cerca de nuestros centros de trabajo
y porque era muy boscoso (yo seguía con ese modelo de ciudad que mencionaba mi papá), busqué dentro de la zona oriente hacia el sur, en San Mateo. En
ese lugar, según entendí, se había asentado gente que quería estar relativamente lejos de la mancha urbana, pero que tenían que permanecer en cercanía con
la ciudad. Sentí una gran afinidad con ellos, de hecho, recordé una casa que
había visitado por ahí cuando era niña. Se parecía al modelo de casa que nos
agradaba en la familia, al que la nuestra se asemejaba bastante pero en descuidado. La casa era de don Alejandro, un suizo, medio cliente, medio amigo
de mi papá, como de unos sesenta años, alto, de pelo cano y ojos muy azules,
siempre bien vestido y con un saco de lana; cuando aparecía en la puerta de mi
casa, siempre llevaba un pequeño ramo de flores de su jardín para obsequiarle
a mi mamá. Además, don Alejandro había sido el dueño del terreno de Avándaro que después yo heredé de mi papá.
Una vez, don Alejandro nos invitó a comer a su casa. Recuerdo esa sala
con varias mesitas para que cupiéramos todos nosotros, mis papás y nosotros
ocho, y los pocos ellos, don Alejandro, su esposa y su única hija. Cada una de
las mesas tenía flores en el centro, tal como las que llevaba a mi casa. Era una
sala grande y terminaba en un balcón de igual tamaño, desde el que se podía
ver la ciudad. Además, tenía un terreno enorme en donde cultivaban especias
y después las procesaban ahí mismo para su venta al menudeo. Ese jardín también se parecía al de nuestra casa pero, otra vez, en descuidado.
Cuando andaba haciendo mi búsqueda de casa, le comenté a mi mamá
que quería visitar a don Alejandro para ver su casa y hablar con él sobre la
zona. Me dijo que parecía que la esposa estaba viviendo ahí pero que a don
39
ATRAPADA EN PROVINCIA
Alejandro lo habían llevado a vivir a un asilo de ancianos. La mujer accedió
a que la visitara. Cuando llegué, la casa me siguió pareciendo hermosa, pero
ahora ya no le entraba tanto el sol y se sentía muy fría. Entré por la cocina,
lugar que no recordaba haber visto en la otra visita. Después, nos sentamos en
la sala, la seguí viendo grande y bonita pero una vez que empezamos a hablar,
entendí por qué ese lugar ya no me parecía lo que había sido. La mujer me
empezó a contar cómo con toda la construcción de casas en esa nueva zona
de la ciudad, Contadero y Cuajimalpa, el clima de San Mateo había cambiado.
Ahora era mucho más frío, llovía en exceso y las corrientes de aire eran mucho
más fuertes. Ya no se asomaban mucho al balcón desde donde se veía la ciudad, porque con la contaminación no quedaba mucho qué ver. También me
habló de don Alejandro y de lo feliz que parecía en el asilo, en Tlalpan, donde
por las mañanas se sentaba a tomar el sol en el jardín.
Salí decepcionada. Su plática me ayudó a entender por qué había yo visto
tantas casas en venta cuando estuve manejando por la zona para explorarla y
buscar opciones. Después de eso y con la información de mi amiga química,
decidí que el mejor lugar para vivir era en el sur, al otro extremo de la ciudad,
cerca de donde ahora don Alejandro podía tomar el sol por las mañanas, en
una parte de la mancha urbana que había sido un pueblo cercano y con el
tiempo se había conurbado, pero seguía teniendo características de un lugar
con espacios de centralidad y proximidad, y además mucha vegetación.
Así que cambié mis rumbos de exploración a Tlalpan, que estaba muy lejos de nuestros centros de trabajo; no obstante, las cosas en la Ibero, donde yo
trabajaba, no se veían muy promisorias, y en cuanto al cide, donde trabajaba
él, hablaban de reubicarlo en el sur. Pensé que podía estructurar la vida en ese
radio de acción, esto es, hacer todo por allá: nuestro hijo podría ir a la escuela,
yo podía buscar un trabajo en esa zona, que es donde está la mayoría de las
universidades, y él podría seguir donde estaba y, después, cuando lo cambiaran por allá, también lo tendría cerca.
Encontré la casa de mis sueños en Tlalpan. Era linda, estaba frente a un
parque y formaba parte de una cerrada de viviendas similares que tendrían
vigilancia, era algo así como un minicondominio horizontal. Compramos la
casa. Sí, la compramos una semana antes de que recibiéramos esa llamada del
gobernador electo invitándolo a él a trabajar en Aguascalientes.
40
Aproximaciones1
Antes de mudarme definitivamente a Aguascalientes, me había
hecho una idea de su gente, similar a una especie de pintura con
chispazos muy luminosos, pocos medios tonos, casi ninguna
sombra y muchos vacíos.
Por ejemplo, algo que me atraía muchísimo de mi familia
política en ese entonces era que, según la definía él, había armonía y era muy divertida; además, me lo aseguraba, tenían entre
todos una relación muy cálida pero a la vez de mucho respeto.
Hay dos eventos que me vienen a la memoria de esos chispazos
luminosos que estampé en mi pintura en proceso, siguiendo la
visión optimista de él, que me indicaban que tenía razón.
El primero fue una plática sencilla que tuvimos cuando le
comenté: “¿Te has fijado cómo cada vez hay más divorcios?”, a
1
El contenido de este capítulo fue publicado en inglés en la Revista Cultural Studies <=> Critical Methodologies (Bénard, 2013).
ATRAPADA EN PROVINCIA
lo que contestó: “La verdad, Bénard, eso pasa entre los chilangos, en Aguascalientes no, allá la gente se lleva mucho mejor”. Y yo le creí, pues estaba estadísticamente comprobado que en Aguascalientes había mucho menos divorcios
que en el d.f.
Los otros chispazos luminosos que incluí en mi lienzo tenían relación
con la Navidad. Después de que pasamos esa fecha con mi familia por primera
vez, él me dijo que en su casa las Navidades eran padrísimas, que allá sí nos
la íbamos a pasar muy bien. Bueno, medio sola y con poca información adicional, elaboré lo que imaginaba de una Navidad padrísima, como eran en su
casa: allá todos se llevan tan bien y son tan divertidos que seguro sus Navidades no se parecen a las nuestras. Mi familia es más bien seria y, bueno, no nos
llevábamos tan bien; de hecho, yo ya desde antes de vivir con él, dosificaba cuidadosamente mis encuentros con mis papás y mis hermanos; ya no vivía en su
casa y había llegado a la conclusión de que lo mejor para mí era mantenerme
lejos de todos. Una versión popular de nuestras diferencias se escenifica en la
película Casarse está en griego. Su familia se parece mucho a la de la novia y la
mía más bien a la del novio. Y mi actitud se parecía mucho a la del novio, que
sintiéndose tan seducido por esa familia festiva, alegre y gregaria, se mostraba
dispuesto a diluirse en ella. Me pregunto si en una segunda parte de ese film,
ahora su historia se iría acercando a la mía.2
Pero en realidad tenía yo mucho más pinturas disponibles para completar
ese lienzo en proceso antes de tomar la decisión de mudarme a Aguascalientes.
Me casé estando en Austin, Texas, un mes después de que él llegó, y
cuando yo tenía ya cuatro años allá estudiando un posgrado. Un par de meses
después de su llegada, él había ido a casa de unos amigos a ayudarles con su
mudanza, pues se regresaban a México. Yo me había quedado en el departamento a estudiar para mis comprensivos, unos exámenes que durarían dos
días y en los que debía probar que conocía la literatura sobre dos áreas temáticas en sociología. Tenía ya poco tiempo para leer kilos de textos sobre las
organizaciones formales y la sociología de la familia, que serían mis áreas de
especialidad en el doctorado.
Eran como las doce de la tarde, yo estaba sentada frente a un gran escritorio
de madera salido de una venta de garaje. A un lado estaba una cama matrimoEl título en inglés es My Big Fat Greek Wedding, dirigida por Joel Zwick, y estrenada en el
año 2002. Fue nominada al Óscar en la categoría de mejor guión original en 2003.
2
42
Aproximaciones
nial y a mano derecha, lo que podríamos llamar la estancia. Había un sillón de
vinilo café ya bastante usado, un sillón sencillo de tela y una lámpara para leer.
Enfrente había una mesa de comedor con sus cuatro sillas. Un poco más hacia
la entrada una cocineta tan pequeña que se podía guardar detrás de unas puertas y quedar como dentro de un closetcito. El baño, que era el único cuarto con
puerta dentro de ese pequeño estudio, estaba un poco más cerca de la cama. Eso
era todo. Los muebles, a excepción del escritorio, venían rentados junto con el
departamento y habían pasado ya por muchas generaciones de estudiantes. La
mesa del comedor, como de los años cincuenta, con unas patitas muy delgadas
que terminaban en pico, tenía una tabla de extensión para cuando había visitas y
cada tanto había que asegurarle las patas para que no se cayera, aunque de todos
modos rechinaba constantemente a la hora de utilizarla.
Ahí estaba yo, en ese lugar pequeño pero para mí muy acogedor, sentada
en mi gran escritorio y leyendo sobre la familia, cuando de repente, oí varias
veces gritar mi nombre. El departamento, más bien el estudio –efficiency les
llaman allá–, tenía un balcón que daba a la calle. No quise hacer mucho caso
de lo que escuchaba porque sabía que cualquiera de mis amigos subiría y tocaría la puerta, además, todos sabíamos que esa manera de comunicarse, común
y tolerada en México, no era bienvenida en Estados Unidos y menos en ese
lugar, un complejo de departamentos frente a un seminario de la iglesia episcopal. Aunque estaban disponibles para cualquier persona en ese momento,
se encontraban muy cerca de la biblioteca y de los espacios educativos que
todavía se usaban para dar clases a los futuros ministros de esa iglesia.
Pero los gritos no paraban, así que un poco convencida de que sí era para
mí, y con el pendiente de que los vecinos fueran a molestarse y reclamarme,
me asomé por el balcón: encontré a dos señoras de edad madura, muy bien
arregladas, paradas en la calle juntas como dos niñas, viendo hacia arriba y
esperando ansiosas alguna respuesta. Una de esas dos mujeres era mi ahora
suegra. Sí, pero yo la había visto solamente una vez en mi vida: “¡Híjole, ¿cuál
será?, ¿podré distinguirla ahora que se acerquen?, y, bueno, ¿qué hacen aquí?!”
Salí a recibirlas. Tantas cosas dieron vuelta en mi cabeza mientras bajaba
las escaleras: no estoy arreglada, el departamento es demasiado pequeño, se ve
todo de un vistazo, no tengo prendido el aire acondicionado hace mucho calor, él no está. Antes de terminar con esa lluvia de pensamientos me encontré
parada frente a ellas, nos saludamos y no sé cómo, pero le atiné a la que sí era
mi suegra. Subimos juntas al departamento, estudio, efficiency, como sea que
43
ATRAPADA EN PROVINCIA
se llame, pero era muy chiquito. Las invité a pasar y una vez que vieron que no
había mucho que ver, se sentaron. Tan pronto como pude le hablé a él por teléfono para avisarle que ahí estaba su mamá y pedirle que fuera lo más pronto
posible. Mientras, les ofrecí un café.
De algo sí estaba segura, tenía muy buen café y sabía cómo prepararlo.
Además, había comprado una vajilla china de porcelana que me parecía hermosa, era blanca con florecitas azules rematadas por una línea dorada alrededor del decorado. Las tazas eran estilizadas, con su asa y se acompañaban de
un platito. Era muy delicada pero bueno, la había comprado en el súper, en el
heb, con una de sus famosas promociones con las que vas pudiendo adquirir
los trastes a un precio razonable, pero dependiendo de la cantidad que se acumule en tus tickets de cada compra.
En esos momentos me aferré a lo mejor que podía ofrecerles: mi buen
café y mis tazas chinas, ahí quería que centraran ellas su atención. Así todo
saldría bien, serían largos los minutos que transcurrirían mientras aparecía
él, pero una vez que llegara, la señora, mi suegra, estaría feliz y el resto del día
sería un éxito.
Tengo cálidos recuerdos de ese rato, cada una sentada con su taza de café
y su platito abajo. Yo en el sillón para una persona, de tapiz de tela, ellas sentadas en el sofá de vinilo ya bastante usado. Los dos eran muy calientes pero ya
no era momento de fijarse en eso y, además, antes de bajar a abrirles a las señoras, ya había yo cerrado las ventanas y echado a andar el aire acondicionado.
Hablamos de todo y nada, me preguntaban y yo respondía, creo recordar que
se quejaban de los “americanos”, mencionaron que estaban en Austin porque
el hijo de la amiga había conocido a una gringa de San Antonio, y quería casarse con ella, creo que iban a formalizar las cosas, así que habían venido con
él en coche a San Antonio y después a Austin, la verdad no me acuerdo bien
pero hasta ahí yo sentía que todo iba bien.
Él tardó como cuarenta minutos en llegar. Para mí, su presencia iba a ser
el momento donde se concentrarían las emociones más positivas de la visita.
Para eso fue hasta allá, para ver a su hijo, y ahí estaba, según yo muy bien y
muy contento. Pero ella se encontró con un hombre sin bañar, como con diez
kilos menos y con un par de quemaduras en los brazos. Sí, es cierto que había
bajado mucho de peso, eso ella no lo sabía y a nosotros se nos había olvidado
porque de hecho le sobraban, y además era resultado de que en Austin no
había el tipo de comida que le gustaba; seguido se refería con nostalgia a un
44
Aproximaciones
restaurante de tripas y tacos que había cerca del departamento en donde vivía
en la ciudad de México y donde frecuentemente iba a cenar. Lo de las quemaduras en los brazos ya se había vuelto hasta motivo de broma entre nosotros
porque ahora que yo estaba tan ocupada con mis exámenes comprensivos y él
todavía no tenía nada formal qué hacer, le había tocado cocinar; pero no sabía
muy bien cómo y tampoco se caracterizaba por su habilidad, por eso cuando
no se quemaba con la estufa, se quemaba con el horno. La verdad que para
nosotros no parecía nada grave, al contrario, se había vuelto parte del disfrute
de aprender a vivir juntos.
El caso es que yo pensé que al ver a su hijo, la señora estaría feliz, pero ella
lo encontró muy desmejorado. Lo único que se pudo hacer para que su mamá
tuviera una mejor opinión de la situación de su hijo, fue que se diera un baño.
Una vez que estuvo limpio, fuimos a comer a “La Fonda San Miguel”. Ese lugar
era muy distinto de la mayoría de los restaurantes de comida mexicana que
había en Austin a mediados de los años ochenta. El lugar parecía una elegante pero tradicional casa mexicana, el casco de una hacienda, restaurada con
materiales traídos desde diferentes regiones del país: las puertas, las sillas, las
mesas, las lámparas, todas eran “auténticamente mexicanas”. Y los platillos del
menú se parecían muy poco a la comida tex-mex, de tortillas con queso amarillo, burritos, fajitas. Nada de eso, la carta estaba poblada de platillos hechos
con elaboradas recetas mexicanas de diferentes regiones del país. Me acuerdo
sobre todo de sus chiles en nogada. Ésos eran prácticamente imposibles de
encontrar en otra parte de Austin. Los platillos los servían en una vajilla típicamente mexicana, nada que ver con mis tazas chinas del heb. También me
acuerdo de sus cócteles Margarita, algo supuestamente originario de México,
pero que en Austin les quedaban muy bien: no he vuelto a probar Margaritas
como aquéllas en los años que tengo de haber vuelto a México. Pero eso, en
aquel entonces, no lo sabía, pues mi gusto por el tequila lo había desarrollado
allá. Una más de mis contradicciones culturales: el tequila con certificado de
origen del estado en donde nació mi suegra, y que por cierto le gustaba bastante, aprendí a disfrutarlo en el país del norte y preparado en cóctel Margarita.
Ya estando en el restaurante me sentí más tranquila. Habíamos logrado
llegar a un lugar más cercano a lo que podía yo imaginar llenaría las expectativas de lo que aquellas dos mujeres entendían por estar bien y satisfechas. Podía
sentir eso por la poca información que tenía de ellas. Me parecían mujeres de
clase media alta de las pequeñas ciudades mexicanas. Preferían consecuente45
ATRAPADA EN PROVINCIA
mente ir a un elegante restaurante donde sirvieran el tipo de comida con el que
estaban familiarizadas, no en alguno que sirviera el tipo de comida mexicana
que es conocida entre los chicanos y que se sirve en restaurantes populares.
Pasamos un buen rato, comimos y bebimos bien, cosa que yo sabía que mi
suegra disfrutaba mucho, y hablamos de una cosa y otra sin mayor relevancia.
La tensión del desencuentro con su hijo parecía haberse aflojado un poco y las
cosas fluían con mayor naturalidad.
A la salida, nos encontramos mi suegra y yo sentadas en una banquita
típica mexicana, creo que estábamos esperando a que nos trajeran el coche y
no sé dónde se habían metido los demás. Y ahí, estando yo bien desprevenida,
soltó una frase que nunca he podido olvidar: “Seguramente no eres una mujerzuela porque si no, mi hijo no se hubiera enamorado de ti”. Me quedé sentada frente a ella, congelada, callada e inmediatamente empecé un monólogo
dentro de mi cabeza: “es bueno, no soy una mujerzuela, entonces, ¿por qué me
lo dice?, ¿qué quiere decir con eso?, ¿puede un hombre no enamorarse de una
de esas mujeres?, ¿qué cualidades puede tener un hombre que le garanticen
que no acabará con una mala mujer? ¿oí, soy o no soy una mujerzuela?” Quise
seguir poniéndole atención, pero no sé qué dijo después de eso, nada más me
acuerdo de que la frase era una especie de introducción para algo más.
Ahora lo entiendo, ahora lo recuerdo, esa frase era la entrada para después demandarme que nos casáramos por la iglesia. Claro, los católicos piensan que sin esa ceremonia de por medio, las parejas viven en pecado y, por lo
tanto, si no hacía yo su voluntad, terminaba yo siendo eso, una mujerzuela.
Ahí tenía yo una evidencia importante: en una frase, corta pero bien puesta,
había bastantes elementos para darme una idea de las creencias y las formas
de ser de la que ya era mi familia política. Si me hubiera detenido a sopesarlas,
hubiera podido darle a ese lienzo unas buenas pinceladas de sombras, matices
a los brillos y menos vacíos a la pintura. Pero, ¿qué hice?, lo ignoré, no me defendí, no se lo conté a él, no le pregunté a ella qué quería decir, no le dije que
no era yo una mujerzuela. No, así me seguí con su visita, como si nada.
¿Y por qué mi suegra había ido a Austin meses después de que nos casamos?, ¿por qué no había estado presente en la boda? Su hijo sí se casó, seguramente no con todo el rigor que ella esperaba pero sí tuvimos una boda civil.
Ella no fue invitada porque su hijo no quería tener a sus papás juntos en una
ciudad ajena para evitarse presenciar los problemas que tenían entre ellos. No,
no estaban divorciados, nunca lo estuvieron, pero pasaron los años que yo los
46
Aproximaciones
conocí y hasta que el señor murió, peleando, discutiendo, siempre distantes.
Eran un muy buen ejemplo de esos matrimonios de Aguascalientes que no
se divorciaban, como me decía él, pero que tampoco vivían tan felices como
yo suponía, pues cuando me habló sobre lo poco común de los divorcios en
Aguascalientes, yo salté a la conclusión de que ello se debía a que las parejas se
llevaban mejor en esa provincia que en la capital, y en realidad respondía más
bien a que no concebían el divorcio como una opción legítima para resolver
situaciones insostenibles. Y eso, en gran parte, respondía a las creencias del
catolicismo predominante en México y particularmente en la región donde se
ubica Aguascalientes, de que el matrimonio es para toda la vida: lo que Dios
une que no lo separe el hombre.
Pero lo dejé pasar diciéndome a mí misma que eso era de otra generación distinta de la nuestra. Seguí mi camino. Después de Austin, vivimos en
Guadalajara y en el Distrito Federal y la relación con mi familia política era
más bien lejana. Nuestros acercamientos eran mínimos y se perdían entre mil
cosas más que inundaban mi vida cotidiana. Veníamos a Aguascalientes una
o dos veces al año y, sí, cuando estábamos de visita comíamos todos juntos,
jugábamos cartas, pasábamos largos ratos platicando, en fin, cosas que yo había dejado de hacer con mis hermanos muchos años atrás y que recordaba con
mucha añoranza. Pero yo me autodesterré de mi familia extensa años atrás y
no pude ver en la familia que yo recién había adoptado más que cosas buenas
que extrañaba de la mía. Además, en Aguascalientes siempre había sol, el cielo
era azul, azul, la ciudad estaba limpia. En fin, todo me parecía tan bueno y tan
sencillo en comparación con la caótica ciudad de México de la que yo buscaba
huir cada vez que podía.
En otra ocasión que venimos a Aguascalientes, cerca de tres años después
de casados, los amigos de él de la infancia aparecieron en el panorama para
ofrecerme más vetas de color, luces y, sobre todo, sombras para mi pintura.
Un buen amigo suyo y su esposa nos invitaron a cenar junto con dos parejas
más, todos a excepción mía habían compartido mucho tiempo en un fraccionamiento donde se mudaron alrededor de 1970 y que alberga residencias de la
clase media pujante de la época. Todos, menos él, se habían seguido frecuentando, pues tres de los seis eran parientes.
La cena fue en una de esas casas muy cerca de la casa de la familia de él, y
seguramente había sido construida por los padres de los anfitriones hacía diez
o doce años. Ya adentro, recuerdo esa amplitud, los pisos fríos, creo que de
47
ATRAPADA EN PROVINCIA
mármol blanco, unos feos barandales de madera labrados y la alfombra vieja
de la sala en donde estuvimos la mayor parte del tiempo.
En aquellos años yo era partidaria de sentarme siempre que pudiera en el
suelo, así que desde esa alfombra presencié formas de relación para mí desconocidas, al menos en vivo y entre personas de mi misma edad. Quizá sea injusta al recordar ante todo los momentos negativos que pasé en ese lugar, pero al
paso de los años es lo que más recuerdo cuando trato de entender cómo pude
instalarme en una ciudad como Aguascalientes y pensar que podría yo hacer
caso omiso de la forma de ser de su gente. Hubo sobre todo dos diálogos entre
las parejas ahí presentes que me dejaron perpleja. El amigo más cercano de él
y su esposa discutían:
Él: Por eso me gusta la perrita, porque siempre me recibe contenta, en la noche que
llego me está esperando, me saluda y me mueve la colita.
Ella: ¡Yo también te muevo la colita y a mí no me tratas tan bien! Y a la gata [la empleada doméstica] tampoco la tratas tan bien. Haz lo que quieras, si quieres te la meto
a tu cama, pero si la tratas mal se va a ir y ¿yo qué hago?
Él: Te vas a ir de compras, ahora te vas a ir a McAllen a gastar el dinero.
Ella: Sí, ¿verdad? ¡Pero tú ya te fuiste de parranda con tus amigotes!
Después, una de las otras tres parejas hablaba sobre cuántos hijos tener.
Ella estaba embarazada, quizá estaba en el sexto o séptimo mes, y se quejaba
de que su esposo quería tener más de dos hijos: “Ay, no, yo ya le dije: conmigo
nada más dos”, y moviendo la cabeza con disgusto, continuó, “si quiere tener
más que se los busque por otro lado”.
No mostré ninguna reacción, los escuché con atención y seguí sentada en
la alfombra hablando a mil por hora conmigo misma, pero no dije ni una sola
palabra. Ahora sí que presencié cómo se llevaban dos parejas de nuestra edad
y ciertamente estaban muy lejos de lo que yo entendía por llevarse bien y no
divorciarse. Tan pronto como salimos de ahí lo comenté con él.
— Oye, ésas son relaciones de intercambio, no de pareja: tú te vas de parranda y yo
me voy de compras… y esa vulgaridad de la colita, ¡¿qué onda?! Y la otra con su
voz de hastío que si el marido quiere más hijos se los busque por ahí, ¡¿es en serio?!
¡Qué bárbaros! Ahora sí que no doy crédito.
— Ay, Bénard, así son (no pasa nada).
48
Aproximaciones
Después me platicó cosas personales de la historia de ambas parejas que
eran difíciles y que mostraban su sufrimiento. Seguramente era una forma
implícita de decirme que los estimaba y, según yo entendí, yo podría hacer lo
mismo ahora que estaríamos cerca de ellos.
Esta vez fui más abierta. Además de decirle a él, le comenté a una de mis
cuñadas lo que había pasado en la cena y le confesé mi gran sorpresa. Se lo platiqué con la certeza de que ella sí mostraría empatía conmigo, pues además de
ser mujer, era todavía una generación más joven que nosotros. Pero tampoco
con ella encontré eco alguno: al igual que él, hablaba de lo que sabía de su historia; igual que él, dejaban ver un entendimiento implícito de lo que pasaba y,
a la vez, junto con él, expresaba su aprecio por esas personas de las que yo hacía comentarios negativos. Su empatía con aquellos a quienes yo criticaba me
resultó vergonzante, así que decidí callarme y otra vez seguir con mis dudas yo
sola. Un par de días después regresé al d.f. y me olvidé del asunto.
En mi ciudad natal tenía que lidiar con la contaminación, el tráfico, los
vecinos, las ratas, tantas cosas que odiaba, que cuando tuve la oportunidad
de venirme a vivir a Aguascalientes ni me acordé de mirar ese lienzo de pintura incompleta. Muchos años tuvieron que pasar antes de que pudiera dibujar sus huecos, pincelar sus tonos de colores y, por fin, tener el valor de pintar
sus sombras. Ahora la pintura está mucho más elaborada y ciertamente no se
parece mucho a aquella que estampé en mis aproximaciones.
49
Acá
El día de la partida era dos de octubre de 1992. Estaba yo lista
para salir de ese departamento tan pronto como los de la mudanza bajaran nuestras cosas. En ese camión venían todas las
cosas que había ido adquiriendo a lo largo de los años y tenía
dispersas durante mi ir y venir entre el d.f., Austin, Guadalajara
y el d.f. otra vez; también venían cajas y cajas de libros, de antes
y después de Austin, suyos y míos… y ese lienzo a medio pintar.
En cuanto terminaron, subí a mi hijo al coche y me empeñé en
alejarme del d.f. lo más rápido posible. Manejé a 140 kilómetros por hora por la supercarretera cuya parte de Querétaro a
Aguascalientes había sido inaugurada unos cuantos días antes
de mi partida. Tomé el tiempo exacto que duró el trayecto completo: cuatro horas de caseta a caseta. “No está lejos –me dije–,
está fácil ir y venir cuando se ofrezca”.
Y ni iba a ser tan seguido, pues una vez que, regresando de
Austin, me instalé en el d.f., a fines de 1989, seguí viendo poco
ATRAPADA EN PROVINCIA
a mi familia porque tenía todavía la convicción de que no era bueno para mí
estar muy cerca de ella. Tampoco veía a otras personas con quienes tenía alguna relación afectiva y a quienes dejé de frecuentar durante los seis años que
viví en Texas. Por ejemplo, ya no contaba con mis dos mejores amigas. Una de
ellas se había regresado a Uruguay en 1984, una vez que concluyó su permiso
de permanecer en México como refugiada política; y la otra, mi gran amiga de
la infancia, decidió que no quería verme más después de varios intentos por
reencontrarnos y en lugar de eso, multiplicar nuestros desacuerdos.
Llegamos a Aguascalientes y nos dirigimos directo a nuestra nueva casa.
Después de transitar la ciudad de sur a norte, entramos al que sería nuestro
fraccionamiento: un condominio horizontal para unas cien familias, con alrededor de dos terceras partes de sus casas ya construidas, a la orilla de la parte
residencial de la ciudad. Lo que captaba mi atención en ese entonces eran sus
áreas verdes con grandes árboles, las casas separadas unas de otras por setos y
las calles empedradas.1 Y al fondo estaba nuestra casa nueva. Tenía dos pisos y
estaba pintada de azul claro, era de techo de dos aguas con tejas y tenía jardín.
Siempre había querido tener una casa con jardín.
Ahí estaba él. Su perfil se dejaba ver debajo de una playera vieja, unas bermudas largas y anchas, sus piernas flacas y blancas que terminaban con unos
calcetines sin resorte y unos tenis desgastados. Se veía cansado pero parecía
feliz de vernos. Aunque no me acuerdo exactamente cómo me sentía aquel
día, mi vecina muchos años después me platicó lo amoroso que le pareció él
cuando me abrazó al llegar. Yo me acuerdo que algo no salió bien, creo que
cuando llegamos todavía no estaba esperándonos en la casa y la mudanza llegó
antes que él. Pero nada de eso captó mi atención por mucho tiempo, lo que
tenía mi mente entretenida era saber que por fin estaríamos juntos otra vez,
después de haber pasado meses viéndonos sólo los fines de semana cuando él
iba a México cada quince días y mi hijo y yo veníamos a Aguascalientes cada
quince días.
¡Ése era el lugar en el que quería vivir! A partir de ese día por fin viviríamos los tres juntos, en nuestra casa con jardín, rodeada de espacios verdes y
sin contaminación. Todo bien. No viviría con un montón de cosas que no estaba dispuesta a tolerar en la ciudad de México. Después de ese peregrinar de
En el libro Habitar una ciudad en el interior de México aparece un análisis de ese condominio junto con otros cinco en tres diferentes partes de la ciudad (ver, Bénard, 2004).
1
52
Acá
Austin a Guadalajara y al d.f., y de faltar doblemente a nuestra promesa de no
vivir ni ahí ni en Aguascalientes, por fin llegaba al lugar donde estaba segura
que iba a poder hacer mi propia vida, y tenía la firme convicción de instalarme
definitivamente en esta ciudad. Ahí iríamos sorteando todos los retos que nos
encontráramos en esta empresa pionera; pondríamos la casa, encontraríamos
una buena institución escolar para nuestro hijo, consolidaríamos nuestro trabajo profesional y lo combinaríamos con la crianza y las demás cuestiones
domésticas.
No consideré una dimensión que en mi ciudad natal me parecía irrelevante: la gente, sus tradiciones, sus costumbres, sus exigencias. Tomé la decisión de instalarme en Aguascalientes como si los demás no fueran a tener
incidencia sobre mi vida cotidiana. Fui como muchos pioneros que deciden
explorar nuevas fronteras y, como ellos, he pagado las consecuencias de olvidar que esos espacios están ocupados por sociedades completas, bastante
cohesionadas y con sistemas de sanciones, muchas veces implícitas y bien desconocidas para aquellos que vienen de fuera.
Hace pocos años una amiga me recomendó que viera una película en
la que nos sentimos muy reflejadas y que de hecho he recomendado a otras
amigas tan ingenuas como nosotras. Se llama El manantial de las colinas.2 El
personaje principal, Jean de Florette, un pionero estelarizado por Gérard Depardieu, viene, igual que nosotras, de una ciudad más grande, y decide instalarse con su familia en una localidad pequeña para vivir plenamente de acuerdo con su idea de construir una utopía personal: vivir con su mujer y su hija
en una casa junto a la cual ensaya diferentes proyectos productivos. Jean, casi
igual que yo, hacía caso omiso de lo que sabía de sus vecinos, de lo que hacían
y pensaban los pobladores del lugar y, lo más importante, de la amenaza en la
que podrían convertirse para la realización de su proyecto de vida. Resultó ser
demasiado ingenuo. A mí me pasó algo similar.
Cuando me instalé en Aguascalientes, mi red social informal estaba compuesta por él, su familia (siete de sus diez hermanos y su mamá), una pareja
de viejos amigos suyos que yo había conocido en el d.f. (de todos mis conocidos de Aguascalientes, las dos personas con las que más había convivido) y,
2
Película francesa que tiene el título de Jean de Florette, de 1986, dirigida por Claude Berri
y basada en una novela de Marcel Pagnol. Tiene una segunda parte, conocida en español
como el Manantial de Manón.
53
ATRAPADA EN PROVINCIA
aunque algo más distantes, aquellos amigos que nos invitaron a cenar cuando
todavía no vivíamos aquí y que me habían dejado atónita. Quise hacer de todos ellos mi nueva red social informal, pero casi no los conocía, y en las pocas
ocasiones que había interactuado con ellos, me habían mostrado la enorme
diferencia entre sus formas de ser y mis formas de ser. Pero no quise verlo. Yo
corté mis lazos familiares y de amistades para venir a Aguascalientes y quise
adoptar los nuevos como si fuera algo casi automático. Sentía afecto por esas
personas y suponía reciprocidad, cosa que en cierto modo era verdad, pero de
ahí yo salté a la conclusión de que por haber afecto, había afinidad.
Además de esa red social informal, que supuse sería como un amortiguador entre la sociedad en su conjunto y lo que yo creí era un “nosotros” (él,
nuestro hijo y yo), contaba con una gran capacidad de observación, era aguda
en mis percepciones y me daba cuenta de cosas que podían pasar desapercibidas para mucha gente. Pero eso, más que ayudar, dificultaba las cosas porque
insistía en compartir mis percepciones con la pequeña red de personas que
conocía, de tal manera que pudiera profundizar en ellas y tener algo de eco.
Siempre he tenido esa necesidad de checar mi realidad con personas cercanas
para poder ir construyendo un entendimiento más claro y comprensivo de las
cosas. Pero aquellos con quienes podía hacerlo, eran gente de aquí, que compartían en mayor o menor medida esa cosmovisión local del mundo que a mí
tanto me chocaba y, además, tenían relaciones afectivas fuertes, a veces muy
fuertes, con esas personas que a mí me dejaban verdaderamente sorprendida.
De ahí que la combinación entre esos dos recursos, capacidad de observación y redes sociales, no fuera muy afortunada; mis interlocutores se sentían
injustamente criticados y amenazados por lo que yo decía y su reacción generalmente consistía en hablar de sus vínculos afectivos con aquellas personas
a quienes yo decía no entender, o devolverme un gran silencio, un vacío para
mí indescifrable.
¿Nosotros?
Así como supuse que mi estancia en Aguascalientes dependería de cómo quisiera vivirla y que el entorno sociocultural en el que estuviera sería poco relevante en ese proceso, asumí que él, a quien consideraba la única otra persona
adulta involucrada en mi proyecto de vida, no sólo compartía esa utopía, sino
54
Acá
que al igual que yo podía colaborar sin problema en esa labor pionera con
una gran autonomía. También en eso me equivoqué. No pude ver que emigrar a Aguascalientes tenía significados por demás distintos para cada uno de
nosotros. Él nació en Aguascalientes y entendía a tal grado a su gente que le
resultaba difícil distanciarse de ella, era de los que se dicen “de aquí de toda
la vida”, léase, en mayor o menor medida, miembro de la elite local y, bueno,
era hombre. Le bastaba con acomodarse para hacer aquí lo que quería: probar
que podía asumir cabalmente una posición como alto funcionario público;
tener un ingreso que le permitiera vivir holgadamente y en familia según los
cánones que le eran conocidos (en una buena casa, con empleados de todo
tipo para hacer limpieza, servicios y arreglos domésticos, chofer en la puerta
y membresía en el club campestre); y, quizá lo más importante, disponer de
tiempo libre para dedicarse a lo que más disfrutaba: leer.
Creo que en cuanto a su relación conmigo y con su hijo, honestamente
intentaba hacer las cosas de manera distinta a como las había vivido en su
casa. Su hijo era la relación más preciada que tenía y era capaz de hacer por él
mucho más que la mayoría de los papás que yo conocía. A mí me respetaba y
estaba dispuesto a apoyarme; no pretendía, al menos conscientemente, limitar
mis opciones de trabajo, todo lo contrario; tampoco le interesaba interferir
en mis relaciones sociales, no, hasta llegaba al extremo de parecer indiferente
incluso frente a si era yo fiel a nuestra relación amorosa.
Yo pasaba mi vida cotidiana tratando de construir esa utopía familiar que
formulé cuando decidí emigrar por tercera vez del d.f., y ni cuenta me daba de
dónde estaba yo parada, si no, que lo ejemplifique mi respuesta a una llamada
que me hicieron de la oficina del voluntariado de Palacio de Gobierno:
— Buenos días, ¿me comunica por favor con la señora Desuapellido?
— ¿La señora Desuapellido? Aquí no vive, señorita, está usted hablando a casa de su
hijo. Si quiere le doy el número donde puede localizarla.
Esa mujer a quien buscaban era yo, pero ni cuenta me di. Yo nunca fui la
señora “Desuapellido”, para mí ese era el apellido de él y, bueno, también de
su mamá, pero no el mío. Cuando colgué me dije a mí misma: “qué raro que
las del voluntariado anden buscando aquí a mi suegra”, y me seguí trabajando
en mis cosas como si nada. Hasta más tarde que lo comenté con él, me explicó
que era conmigo con quien querían hablar. Nos dio risa. Este ejemplo, que
55
ATRAPADA EN PROVINCIA
a primera vista puede parecer cómico e insignificante, deja ver, primero, el
contexto social en el que estaba yo ubicada. Segundo, que él conocía bien sus
códigos. Y tercero, que yo estaba bastante desubicada.
Es cierto que mi mamá es la señora Bénard, y hasta mis hermanas mayores usaban el apellido de sus maridos. Una vez, en una comida familiar,
la cuarta de mis cinco hermanas dijo: “Aquí todas somos ‘señoras de’, menos
Silvia”. Pero para mí eso ya era historia.
Cuando llegamos a Aguascalientes teníamos como seis años de habernos casado en Austin. Ahí, al momento de hacer el trámite que se requiere
para ir al registro civil, me preguntaron cómo quería que apareciera mi nombre en el acta. Había tres opciones: quitarme mi apellido (el paterno, claro)
y ponerme el de mi futuro esposo, acomodar un guión entre mi apellido y
el suyo, o dejar el mío tal como estaba. Ni lo pensé, opté por la última y recuerdo vagamente que él algo mencionó sobre el tema pero no le hice mucho
caso. Me parecía que no había nada que discutir.
Después de decidir sobre mi nombre, a él le dijeron que sus apellidos tenían que aparecer al revés, primero el materno y después el paterno, de tal manera que en el momento de sacar el acta de matrimonio aparecieran tal como
se usan en México. El hombre estaba tan confundido y molesto por ese simple
hecho, que yo le comenté: “ya ves, eso a ti te confunde, y la sociedad espera que
las mujeres nos quitemos el nuestro como si nada”. Y hasta ahí quedó, cuando
recogimos nuestra acta de matrimonio, mi nombre venía como siempre lo he
tenido y el suyo también.
Por supuesto que si no pude darme cuenta de que la señora “Desuapellido” era yo, menos podía entender que mi estatus social estuviera definido en
función del de él. Eso estaba fuera de mi horizonte social y tuvieron que pasar
muchas cosas, durante años y años, para que yo cayera en la cuenta de que,
al menos en Aguascalientes, yo aparecía ante la mirada de los otros como ‘la
señora de’, la esposa del licenciado y la mamá de su hijo. No era Silvia Bénard,
la socióloga.
56
Fuera de lugar
[…] Las relaciones igualitarias se construyen en un contexto
social. Y eso que ya había estudiado con gran detalle
el libro de Christopher Lash, Haven in a Heartless World,
en donde convincentemente argumenta que la familia,
ese espacio que suponemos casi sagrado y refugio de la voracidad
del mundo externo, no puede encapsularse
del tejido social en su conjunto.
En pocas palabras, las familias son lo que pueden ser
en el entorno en el que existen (Lachevre, 2005: 220-221).
¿Y mi formación como socióloga? Había presentado mis exámenes comprensivos sobre la familia en el doctorado, y no es
que se me hubiera olvidado lo que decía Lash en su libro, de hecho me impactó mucho; sin embargo, desde entonces, y hasta
que me estrellé contra los usos y costumbres de Aguascalientes
ATRAPADA EN PROVINCIA
y su clase media, supuse que por ser racional y entender desde el conocimiento
lógico deductivo lo que pasa en el ámbito social, yo como persona tenía los
recursos necesarios para evitar que a mí me pasara. Creí que me bastaba tener
claridad, que con saber que quería construir una relación de pareja en equidad
iba a poder hacerlo. Además, ingenuamente, pensé que ese tipo de sociedades
como la de Aguascalientes habían pasado ya a la historia en el México de fines del siglo xx. Quizá tenía que vivir en un lugar en donde los roles sociales
pesaran de tal manera para apropiarme de la sociología como herramienta de
análisis para mi propia vida.
Creo que me fallaron tanto la perspectiva sociológica como la metodología. Mi arrogancia profesional, de la que en aquel entonces no estaba en
lo absoluto consciente, me impedía analizar mi propia vida con las mismas
herramientas con las que intentaba analizar la del común de los mortales. Pensaba que siendo socióloga tenía mucho más recursos que la gente común y
corriente para hacer frente a mi vida y por ello sentía que estaba por encima de
todo eso. También en eso me equivoqué. Aprender que soy una entre tantas y
tantos otros, que mi vida es tan común y corriente como la de aquellos a quienes estudio, ha sido un proceso muy doloroso y difícil de aprender.
En cuanto a la metodología, podemos decir, usando la jerga profesional,
que hacía yo observación participativa. Hasta ahí todo bien. Pero a la hora de
validar mis resultados, no hacía yo etnografía, descripciones densas, nada de eso.
Estaba tan ocupada tratando de entender ese entorno que me parecía tan hostil y asumiendo la total afinidad de mi percepción con la de los otros, sobre
todo él, que interpretaba sus reacciones –de solidaridad con aquellos a quienes
yo criticaba, de silencio, y rara vez de abierto desacuerdo– como un descrédito
a mis percepciones, y deducía de eso que estaban equivocadas: ¡si era tan claro,
tan cierto, tan sorprendente, resultaba imposible que no lo vieran! Por lo tanto
–deducía yo–, seguramente algo estoy entendiendo mal de mis apreciaciones.
El caso es que para entender una sociedad que resultó ser tan sorprendentemente diferente de lo que yo esperaba y además vivir en ella, requería
modificar sustancialmente mi perspectiva sociológica y mi metodología.
Primero, recupero mi capacidad de observación participativa. Cuando vi
al pobre Jean de Florette desgastarse hasta la muerte por construir su utopía
en un territorio para él tan hostil y desconocido, lloré por él, lloré por mí. Ah,
pero él no parecía tener una buena capacidad de observación. Por más que la
gente de esa comunidad tradicional se le manifestaba, el hombre nunca tomó
58
Fuera de lugar
nota de su presencia ni dimensionó hasta qué punto ellos incidían en el éxito
o fracaso de su utopía. Yo me equivoqué en confrontar mis apreciaciones con
personas de ese mismo entorno sociocultural, que me resultaba tan ajena y
muchas veces hostil, pero pude notar su presencia, su relevancia, su preeminencia. Así que en parte por eso sigo viva, y también sigo aquí.
Segundo, replanteo ese supuesto fundamental que ha permeado a la sociología bajo la influencia del método lógico deductivo de las ciencias naturales que sostiene que estamos separados, somos externos, del entorno que
queremos explicar. Esto no sólo es erróneo, sino tremendamente ingenuo. No
puedo posicionarme como un ser eminentemente racional y por encima de
aquellos a quienes pretendo entender. Necesito verme en ellos, en ellas, y en
un juego de espejos, comprender su posición, comprender la mía.
También he pasado años elaborando en torno a aquello que nos hace iguales y diferentes, y aprendiendo que no es personal, que no es de buenos y malos,
que no es de ellos y nosotros. Veo con mucho mayor claridad que la realidad
la construimos socialmente, y que para checar mi realidad necesito tomar en
cuenta desde dónde hablo yo y desde dónde hablan los otros y las otras.
Por todo lo anterior, he encontrado en la autoetnografía una opción incomparable. Ahora sé que cuando testifico con sorpresa actos sociales que me
atañen, necesito detenerme a describirlos, analizarlos, sopesarlos, comentarlos
con quienes siento afinidad y también con quien no la siento. Ahora entiendo
que tengo que hacer ese gran esfuerzo que lleva tiempo e implica sufrimiento,
buenas dosis de soledad y en muchas ocasiones desaprobación; sin embargo,
también puedo contribuir a explicar y compartir mis apreciaciones de tal manera que quienes las lean tengan más recursos para comprender mejor, para
ver al otro desde una perspectiva distinta y quizá logren tener una mayor empatía. Es un gran riesgo, pero estoy dispuesta a asumirlo.
59
A construir proyecto
1994: lo que creí que podía ser
Era un día de mayo, uno de ésos espléndidos días de sol como
tantos que hay en Aguascalientes, cuando llegó a la casa un
paquete de ups. Era mi título de doctora en Filosofía por la
Universidad de Texas, en Austin; dentro del empaque venía un
sobre de cartón blanco grande que lo resguardaba de cualquier
doblez o posible arruga que pudiera sufrir durante el transporte. Un paquete tan ligero, era como un delicado puente entre
dos mundos que me parecían opuestos: Austin, ese entorno
universitario cosmopolita que se hizo tan mío durante los seis
años que viví ahí, y esta ciudad que se me imponía como tan
arcaica y en donde no conocía a una sola mujer con doctorado. Me quedé parada con ese sobre totalmente blanco en mis
manos, sintiéndome exactamente igual: en blanco. Ahí venía
ATRAPADA EN PROVINCIA
el documento que me acreditaba como doctora, dando por concluido así mi
pasado de diez años que tenía estudiando el doctorado, y con el cual debía
construir un futuro en un contexto profesional que me parecía casi un desierto
laboral.
A pesar de todo, con mucho optimismo y tesón, decidí seguir construyendo mi proyecto en Aguascalientes; “ahora sí –me dije– a dejar atrás los
tiempos de estudiante, mamá-estudiante-trabajadora de medio tiempo y luego
chilanga-esposa del licenciado-mamá viviendo en provincia”. A seguir con el
plan que él y yo habíamos imaginado y acordado realizar cuando tomamos la
decisión de venirnos a vivir a Aguascalientes:
— Ya hablé con el candidato a gobernador y le dije que sí nos queremos ir pero que
necesito tener algo de seguridad en cuanto a qué vamos a hacer. Le dije que no era
nada más yo, que tú tenías una carrera, que estabas terminando un doctorado y
que también querías trabajar. Que yo no podía tomar la decisión pensando nada
más en mí.
— ¿Y qué dijo, le hablaste de la posibilidad de abrir el centro de investigación?
— Sí, me dijo que sí, que lo veíamos estando ya en Aguascalientes.
Ya una vez estando acá, ese proyecto se pospuso una y otra vez: él tenía
una terrible presión de trabajo, pues antes de que el gobernador tomara posesión tenía que concluir un diagnóstico de la situación del estado, y una vez
que el gobernador le dio su nombramiento, ni mencionó el centro de investigación, creó una Oficina de Coordinación de Asesores (oca), copia de la del
gobierno federal durante la administración del presidente Salinas, y lo nombró
a él como coordinador.
Eso fue a fines de 1992, yo terminé la tesis a fines de 1993 y recibí mi
título el siguiente año. Un par de meses después, con dos amigos que habían
participado en el proyecto inicial del centro de investigación, y que decidieron en su momento no sumarse al equipo de la oca, retomamos el proyecto
para presentárselo al gobernador, con la expectativa de que viendo un planteamiento serio y bien armado, se acordara de él y estuviera en disposición de
apoyarlo. Logramos que nos recibiera y nos escuchara pero no pasó de ahí,
nunca dijo ni sí, ni no.
Unos meses después decidimos echar a andar el centro con nuestros recursos personales y como una asociación civil. Pudimos hacerlo realidad y
62
A construir proyecto
yo me convertí en la directora. Lo llamamos ciema (Centro de Investigaciones y Estudios Multidisciplinarios de Aguascalientes, a.c.). Era algo bastante
modesto pero a mí me pareció que bien valía la pena comprometerme con
esa empresa en gestación, pues tendríamos total autonomía y potencial para
realizar proyectos que a mi parecer eran relevantes, sobre todo me permitiría
hacer lo que más quería: investigación académica.
Así, desde que llegué a Aguascalientes (y hasta que dejó de ser coordinador de asesores del gobernador en 1998), el hombre trabajaba sin importar
la hora del día, el día de la semana o la situación familiar que estuviéramos
viviendo. Se esperaba que estuviera disponible en cualquier momento. Pasaba
horas y horas en la oficina, generalmente diez u once, interrumpidas al medio
día con dos de descanso; inclusive en ocasiones permanecía ahí durante toda
la noche y hasta el día siguiente, sin dormir.
Para que el proveedor de la familia pudiera soportar esas cargas de trabajo, era necesario organizar el hogar de tal manera que su esposa, ¿yo?, cubriera todas las necesidades que se requerían en el hogar: hacerme cargo de la
casa y el cuidado de mi hijo, estar disponible para acompañarlo a él, cuidarlo,
consentirlo y hasta aguantarlo cuando regresara estresado, muy estresado, del
trabajo. Pero yo tenía otra agenda, quería tener un trabajo con y por vocación,
ahora desde el ciema, construir una relación de pareja igualitaria y criar juntos un hijo sano.
Eran dos proyectos distintos e incompatibles.
Así fue como vivimos, malvivimos, por muchos años. Desde el contexto
sociocultural en que nos encontrábamos, se le exigía que actuara como un funcionario público de alto nivel, de clase media alta y oriundo de Aguascalientes.
Él conocía sus códigos culturales y decidió que quería responder bien a la encomienda que le hicieron. Además, sabía que ese empleo le permitía tener el nivel
de vida que había conocido en su familia de origen y le parecía cómodo. Sí trataba de ajustarse a nosotros como familia, tal como yo la concebía, pero me parece
que eso era algo bastante secundario en su horizonte de prioridades; además, el
tiempo que le quedaba libre, si es que eso pasaba, quería ocuparlo en algo que de
verdad respondía a sus intereses individuales: leer, leer y leer.
Yo, viviendo en un mundo bien ajeno y que se tornaba más y más hostil,
intentaba construir mi utopía y luchaba incesantemente: trabajaba profesionalmente todo el tiempo que podía y trataba de fortalecer al ciema, seguía
yendo a congresos, escribiendo artículos, solicitando recursos para financiar
63
ATRAPADA EN PROVINCIA
investigaciones. También intentaba construir un ámbito doméstico donde repartirnos equitativamente las tareas, pero eso era imposible.
Cuando me quejaba por no contar con su apoyo, por la presión que su
carga laboral ejercía sobre nosotros y buscaba la manera de retomar aquello
que ¿habíamos imaginado?, él no veía más opción que continuar con ese trabajo, que lo tenía completamente absorto y a mí me parecía no sólo muy ajeno
a lo que siempre supuse que era su vocación, ser investigador, sino demasiado
cercano al poder y a un poder que consideraba yo poco legítimo, un gobierno
de origen priísta.
Además, ante mis quejas sobre su escasa participación en cuestiones domésticas, él proponía alternativas surgidas de su historia familiar que para mí
eran bien ajenas y que me orillaban exactamente a aquello que quería evitar:
ser yo la única que se hacía cargo.
— Es que son demasiadas cosas, tú trabajas todo el tiempo y yo necesito más tiempo
para trabajar.
— Pues hay que contratar a una niñera.
— ¡¿Una niñera?! No. Yo quiero que nosotros eduquemos a nuestro hijo, no una niñera. Podemos contar con gente de apoyo para la talacha, para que haga la casa y
cocine, hasta chofer si quieres.
En esa parte de tener tantos empleados en casa me adapté a su tradición
familiar, algo para mí muy ajeno y hasta chocante.
La maternidad era la parte de mi vida doméstica en la que no estaba dispuesta a ceder: si no iba a contar con él, lo único que yo asumiría cabalmente sería
criar a nuestro hijo. Decidí que eso no iba a estar en otras manos, mi hijo sería una
labor que yo realizaría y lo demás trataría de delegarlo hasta donde fuera posible.
Pero no fue
Ahora puedo decir que desde entonces empezó a sedimentarse el desfiguro de
aquella utopía, según yo compartida, que había imaginado posible en Aguascalientes: un proyecto profesional juntos por el que venimos a Aguascalientes,
no una Oficina de Coordinación de Asesores donde yo ni tenía cabida ni me
interesaba pertenecer.
64
A construir proyecto
Una familia equitativa en la que ambos combinan labores domésticas, sobre todo cuidar a nuestro hijo, y un trabajo profesional por vocación y con sentido, no un hombre proveedor que desde ahí se posiciona como jefe de familia y se
exime de las demás actividades domésticas.
Una relación de cooperación en igualdad de circunstancias, con la misma
legitimidad para opinar y decidir, no un hombre que descalifica, exige, confunde.
Pero, otra vez, no me di cuenta. Hice algo que había aprendido a lo largo
de mi vida: tratar de realizar con gran tesón aquello en lo que creía y, al mismo
tiempo, ajustarme a las circunstancias en las que me encontraba. Aunque me
quejaba y me sentía profundamente resentida, si soy sincera, en realidad actué
desde una posición en donde me concebí sin derecho a pedir, y menos a exigir,
que asumiera la parte que le correspondía. Mi madre puede entenderme bien
en esto, pues bien lo aprendí de ella.1
***
Después de los primeros años, esa ciudad imaginada, una vez instalada en
ella, me fue mostrando su rostro, me dejó ver una sociedad que suponía ya
propia del pasado, y veía en ella cosas tan sorprendentes que, en mis intentos
desesperados por entenderla compartiendo mis reflexiones con la misma gente originaria de aquí, fui perdiendo progresivamente mi noción de realidad,
extraviándome en laberintos interminables de razones y sinrazones donde las
conclusiones siempre eran dudosas. No lograba asirme de certezas que permitieran mantenerme fuera de los embates de los otros. Por ello llegué a la
conclusión de que discutir y argumentar ya no tenía sentido y el mundo empezó a parecerme cada vez más gris, más chato, más simple. Las circunstancias
me arrollaron, me rebasaban y yo no encontraba cómo posicionarme frente a
ellas. Eran demasiadas cosas. Paralela a mi incomprensión era mi incapacidad
de actuar. Me sentía como una mosca en una telaraña: entre más me movía,
más me paralizaba.
1
Clara Coria, en uno de sus textos, Las negociaciones nuestras de cada día, nos muestra la
dificultad que tenemos las mujeres para negociar con los demás, sobre todo dentro del
ámbito doméstico, y da una serie de pautas para replantear nuestras relaciones con otros,
sobre todo la pareja y los hijos. En esos años no lo conocía.
65
A reelaborar el proyecto
Mi situación en Aguascalientes me resultaba muy confusa, y
podía leerse con gran optimismo: había logrado echar andar
el ciema y mi hijo estaba en un entorno mucho más sano que el
del d.f.: aire limpio, espacio verde para jugar, y hasta una comunidad infantil que parecía que habían creado para insertarla en
mi utopía: una comunidad Montesori recién creada y que llevaba el nombre de la holandesa que había iniciado ese movimiento
en México: Cato Hanrath. Además, nuestra situación económica era muy buena, pues él tenía un ingreso muy alto y además
de una casa propia y recursos para adquirir cosas, teníamos dos
empleadas domésticas y su chofer.
Así que organicé mi vida tratando de articularla en torno
a lo que sí tenía. Trabajaba con toda intensidad en el ciema
las seis horas que mi hijo estaba en la comunidad infantil; lo
cuidaba en las tardes tratando de ser una mamá ejemplar; ha-
ATRAPADA EN PROVINCIA
cía enormes esfuerzos por delegar las labores domésticas que codifiqué como
talacha; busqué maneras de dosificar al máximo las actividades sociales que
implicaba el trabajo de él, sobre todo el voluntariado y las reuniones sociales;
traté de apoyarlo con su carga laboral escuchándolo, aguantando sus disparados niveles de estrés y terrible agotamiento, sus horas interminables en la
oficina y sus ausencias de cuerpo presente cuando estaba en casa.
Podía sentir cómo a los ojos de otros mi vida diaria parecía tan agradable y
tan desahogada que hasta yo misma consideraba ilegítimo criticarla o quejarme
de ella. Una vez, ya bastante desesperada, le comenté a una empleada doméstica
con la que me llevaba muy bien y con quien platicaba mucho, que estaba pensando en divorciarme. Ella me contestó: “¡¿cómo?, si viven tan bonito!”
Y así seguí adelante. Cuando mi hijo tenía cuatro años, se me metió a la
cabeza la idea de tener una hija. Y al igual que tantas otras decisiones que hacía entonces, prácticamente sola, decidí intentar embarazarme asumiendo que
podía cuidar a dos de la misma manera que ya cuidaba a uno. El proceso fue
desgastante, tenía ya 37 años, había una relación bastante poco corporal entre
nosotros y, bueno, él siempre tenía muchas otras cosas que atender.
Luego me arrepentía y entonces de nuevo quería divorciarme. Recuerdo
claramente una tarde que mi hermana Laura fue a visitarme. Estábamos sentadas en la mesa de la cocina tomando café y fumando mucho. Mi hijo estaba
con nosotras y medio escuchaba lo que hablábamos mientras jugaba y daba
vueltas alrededor de la mesa.
— Ya estoy harta, ya no aguanto, me quiero divorciar.
— Silvia, no puedes estar una semana queriendo divorciarte y a la siguiente queriendo embarazarte.
— No se divorcien, mamá, no se divorcien.
— Bueno, es que son dos cosas separadas. . .
El caso es que lo logré, me embaracé hacia fines de junio y con ello sentí
que mi vida seguía adelante. Estaba feliz con la noticia y además unas semanas después él y yo nos íbamos a Washington, al Congreso Internacional de
la Latin American Studies Asociation (lasa), en donde yo presentaría una
ponencia.
Ese viaje nos llevaría a un mundo mucho más mío, lejos de Aguascalientes. Anhelaba ver a mis antiguos compañeros de Austin y a algunos profesores,
68
A reelaborar el proyecto
y recuperar fragmentos de ese espacio que se había vuelto tan mío antes de
volver a México en 1989. También pasaría unos días con una prima belga que
había vivido un año en el d.f., cuando yo estaba en la universidad estudiando
la carrera, y ella había ido a hacer una investigación sobre la situación petrolera en México. Eso fue en 1979, cuando teníamos como 22 años. Ella vivió en
casa de nuestra tía Uli, una hermana siempre soltera de mi papá y que conocía
a nuestros parientes de Europa.
Un paréntesis: la historia de la prima en mi imaginario de género
Desde que la conocí, Marie me pareció una mujer muy brillante, además se
involucraba en cuestiones políticas delicadas con una naturalidad que a mí, a
pesar de ser socióloga y simpatizar con las causas de la izquierda, me parecía
peligrosa. Por ejemplo, hicimos un viaje a Guatemala y como parte del itinerario fuimos a una finca cafetalera para entregar cartas de una amiga suya en
México a un sacerdote que hacía trabajo de base con los campesinos en una
región muy conflictiva y militarizada donde difícilmente se dejaban ver turistas como nosotras dos y además otras dos belgas que nos acompañaban.
Cuando terminó su año de estancia en México, Marie se fue a trabajar al
Banco Interamericano de Desarrollo y desde entonces vivía en Washington.
Durante esos años nos escribíamos de vez en cuando y en 1990, cuando yo
vivía otra vez en el d.f. y mi hijo tenía apenas cuatro meses, ella fue a una reunión de trabajo y nos reencontramos en casa de la tía Uli.
Me recuerdo con una blusa azul eléctrico de botones cruzados que usaba
yo seguido porque me permitía amamantar a mi bebé. También era de las
pocas prendas que me quedaban después de que nació. Llegué a casa de la
tía Uli cargando a mi hijo en un bambineto con una mano y la pañalera con
la otra. En cuanto pasé el umbral de esa casa, sentí cómo miles de recuerdos
caían sobre mí y los sentimientos encontrados se revolcaban en la boca de mi
estómago. Esa pequeña casa donde vivía la tía Uli fue la misma en la que viví
con mis papás y hermanos desde que nací y hasta que tenía 17 años, que nos
cambiamos a una casa mucho más grande como a media cuadra pero que
se conectaba por la parte de atrás desde un gran jardín. Ahí había vivido mi
prima el año que estuvo en México, con mi tía Uli que toda la vida hablaba
maravillas de la familia Bénard y hasta de los primos segundos y terceros que
69
ATRAPADA EN PROVINCIA
vivían en Francia, Bélgica, Alemania y hasta Polonia. Sí, de todos los Bénard
que no fuéramos nosotros: hijos de su único hermano y que se había casado
con una mexicana. Nosotros éramos ocho (demasiados hijos para lo que esperaría de una familia refinada), católicos (cosa que a ella le resultaba muy
ajena), poco metódicos en nuestros hábitos de estudio (sobre todo a la hora de
practicar el piano), y bueno, no hablábamos alemán, que había sido el idioma
que se hablaba en casa de mi papá. En pocas palabras le parecíamos demasiado comunes y corrientes.
Mi prima, por el contrario, no sólo hablaba alemán, sino francés, flamenco, inglés y español; su papá tenía un alto puesto en la otan y ella, la verdad
que era una mujer muy brillante. En los códigos de la tía Uli, eso se traducía
en que ese día a Marie sí la invitó a comer mientras que yo nada más podía ir
una vez que hubieran terminado.
Puse el bambineto sobre un sillón y me senté a la mesa con la tía y la prima a tomar café. Empezamos a intercambiar las novedades de nuestras vidas
durante tantos años de no vernos y en un momento inadvertido, la prima dio
un atisbo de ser también terrenal: estaba embarazada.
Como a una hora y tanto después de estar en la sobremesa, llegó mi
mamá por nosotras para llevar a la prima al aeropuerto. Esas talachas cotidianas siempre le tocaban a mi mamá cuando se trataba de la tía Uli, quien además de admirar a todos los Bénard que no fueran nosotros, había sido la más
chica de cuatro hermanos, nunca se había casado, ni trabajado fuera de casa
y en realidad a pesar de ser políglota, estar muy viajada y coleccionar timbres
mientras escuchaba música clásica rodeada de gatos, no sabía ni manejar, ni
llevar cuentas, ni ir al banco. En fin, siempre le pareció normal que mi mamá,
mucho más joven que ella y que mi papá, mexicana, católica y con ocho hijos,
le resolviera sus problemas cotidianos.
Ya cuando íbamos caminando por el aeropuerto, yo con mi bebé en los
brazos y mi prima con sus maletas dirigiéndose a la puerta de salida para tomar el avión, me aventuré en un gesto de confianza y le solté mi preocupación:
— Yo tenía mucho miedo de tener un hijo porque me interesa seguir con mi carrera y
no sé cómo acomodarme con la maternidad.
— Yo no sé de qué te preocupas. La mayoría de las mujeres en Europa y en Estados
Unidos que son profesionistas, trabajan y tienen hijos. Ése no es problema.
70
A reelaborar el proyecto
No le pude responder. Me quedé hablando sola en mi cabeza: “qué tonta,
me ahogo en un vaso de agua, qué subdesarrollada, ¿cómo le harán?, ¿por qué
allá será tan fácil?”
La prima se fue, con su bebé en la panza a seguir con su supertrabajo internacional y yo me quedé con mi bambineto en una mano, mi pañalera en la
otra, el pecho reventándome de leche y todavía me soplé a la tía Uli de regreso
a casa mientras mi mamá manejaba y ella hablaba incesantemente del sinnúmero de cualidades de los Bénard, claro de los sofisticados, no de nosotros.
Pero dejemos a la tía, que descanse en paz.
Washington (1995)
Habían pasado ya muchos años y la comunicación entre nosotras había sido
mínima, pero de todos modos decidí hablar con Marie y pedirle que nos recibiera en su casa durante los días que estaríamos allá. Recuerdo que además
de querer ir al Congreso de la lasa, sentía una enorme curiosidad por saber
cómo organizaba ella su vida cotidiana ahora que ya tenía tres hijos. Como
estaba reajustando mi utopía a las condiciones reales de Aguascalientes, podía
observar bien a la prima y tomar nota de cómo hacerle para ser una profesionista exitosa.
Noche del primer día. Llegamos a Bethesda, Washington, y ubicamos
la casa de mi prima. Era una construcción de alrededor de los años setenta,
con una entrada llena de plantas que rodeaban las escaleras hasta llegar a la
puerta.
Una vez que entramos, nos presentamos, yo con el marido y los hijos
de mi prima, y él con todos. Después ella nos llevó al sótano, donde estaríamos durmiendo esos días; ahí había una enorme estancia, que era donde
dormiríamos nosotros, en un sofá cama, y dos cuartos más: uno que era
una especie de estudio familiar con mesas y una computadora, y otro para
una empleada doméstica, pero en ese momento no había nadie viviendo ahí.
Primer impacto:
Un tiempo vivió aquí una mujer, una haitiana, pero no tenía permiso para trabajar en Estados Unidos y yo sentí que no era justo, que estaba haciendo algo injusto
con este país que a mí me había permitido vivir aquí. Y también, ella tenía hijos
71
ATRAPADA EN PROVINCIA
chicos que dejó en Haití, solos, para venirse a cuidar a otros niños, a los míos. No
me parecía justo.
Una vez que desempacamos, subimos a pasar tiempo con la familia y los
encontramos haciendo la cena, preparando el baño para los niños y alistándolos para dormir. Una vez que estuvo lista la pasta, cenamos, lavamos trastes, y
ya que los niños se durmieron, nos sentamos afuera de la casa, en un porche
viendo hacia el jardín. Ellos se fumaron un cigarro y compartimos una cerveza. Ahí nos comentaron un poco sobre sus rutinas y nos hicieron ver que
no había manera de que pudieran dedicarnos mucho tiempo. También en ese
momento comentaron dos cosas que no sabía: que el esposo era editor de una
revista en George Town University, y que su hija mayor, aquella que estaba
esperando cuando nos vimos por última vez en el d.f., era una niña con necesidades especiales. Además de ella, de cinco años, tenían un niño de tres años
y un bebé recién nacido.
A la mañana siguiente, empezamos el día desayunando juntos mientras
ella nos platicaba su rutina: el hijo de tres años y la hija se iban a la escuela
desde esa hora y hasta como las cinco de la tarde. El bebé se quedaba a cargo
de una argentina, seguramente con papeles para trabajar, de alrededor de unos
cuarenta años. El papá llevaba a los niños y la argentina iba a recogerlos con
todo y el bebé a la hora que salían de la escuela. Mi prima y su marido llegaban
más tarde, como a las seis y media de la tarde. Ése era el momento de la rutina
en el que habíamos llegado la noche anterior.
El primer día nos fuimos al congreso y regresamos como a las nueve de
la noche. Cuando entramos a la casa nos encontramos a mi prima acostada
en el sillón de la sala dándole pecho al bebé y a su marido alistando a los
otros dos para el día siguiente. Y yo tomaba nota: ¡Uf! Eso no se ve nada
bien. Pero todavía me faltaba ver cómo era el fin de semana. Teníamos sábado y domingo para hacer cosas juntos, pensé. Pues sí y no, ellos tenían que
ir a una fiesta de niños en un parque en Washington y nosotros decidimos
mejor ir a conocer otros lugares. Pero antes, les ayudamos un poco: la prima
tenía alteros de ropa de los tres niños, lavada, percudida y rota, que debía
doblar, arreglar y acomodar el fin de semana. Tenía dos empleadas de apoyo,
la argentina que se hacía cargo de los niños durante diez horas al día, pero
cuya obligación terminaba ahí, y otra, también extranjera, que iba una vez
por semana a hacer la limpieza de la casa. Punto. Ellos debían encargarse de
72
A reelaborar el proyecto
ir al súper, preparar los alimentos, lavar la ropa, híjole, ya mejor ni pregunté
si alguien les ayudaba con el jardín.
Pues si así le hacen las europeas y las gringas de clase media alta para
ser profesionistas y mamás –me dije–, ¡que viva el subdesarrollo! Regresé a
Aguascalientes convencida de que yo vivía en el paraíso.
73
¡Ay, la maternidad!
Perdí al bebé. No tenía ni tres meses de embarazo cuando una
tarde empecé a sangrar. Era uno de tantos sábados que íbamos
a comer a casa de mi suegra con el clan de mi familia política
y en esta ocasión estaba también mi mamá, que había venido
de visita. Le comenté y tanto ella como mi suegra, nos aconsejaron que fuéramos al médico. Después de un ultrasonido, me
dio el diagnóstico: “Silvia, ya no tiene al bebé, se le desprendió,
y además no había crecido, así que no es necesario hacerle un
legrado”.
Y entonces el dolor regresó, me volví a encontrar en ese paraíso de papel, sola, profundamente sola, y tratando de retomar
mi vida diaria. Día tras día luchaba por reencaminarme, irme a
trabajar, olvidarme del tema y seguir adelante con todo aquello
que sí tenía. Uno de esos días, él lloró, lo recuerdo nítidamente.
Lloró como nunca antes lo había visto. Pero desde entonces si-
ATRAPADA EN PROVINCIA
guió su vida como si nada, o al menos eso parecía, porque no volvimos a tratar
el tema.
Las inercias se fueron reinstalando, cada uno en su mundo, el mío estaba
lleno de obligaciones, las domésticas que se me imponían como por fuerza propia a pesar de tanto apoyo que tenía, y las profesionales, que buscaba extender
todos los minutos posibles que no estuviera a cargo de mi hijo a quien me dedicaba una vez que salía de la Comunidad Educativa. Y así como se iban instalando
las rutinas, resurgía en mí esa sensación incontenible de sacudírmelas y seguir
luchando por esa vida hecha a mi medida. Eso me dio fuerzas para pedirle una
vez más que nos divorciáramos. Sería la segunda vez que se lo pidiera y estaba
más convencida que en la primera ocasión, pero también sentía menos fortaleza
interna y menos seguridad que entonces, tenía menos claridad sobre las cosas y
me sentía bastante deprimida. Él dijo que no, que no quería divorciarse.
Me recuerdo: mi hijo estaba ya dormido. Yo veía que por fin terminaba
el largo día de trabajo y cuidado materno, y por fin podría estar con él. Él
estaba acostado en la cama con un libro en la mano y yo parada frente a un
espejo sobre el lavabo a unos cuantos metros de la cama. Entonces, como era
una costumbre mía, empecé a querer platicar, comentarle mi día, mis sentimientos, cualquier cosa que pudiera establecer un vínculo de comunicación
entre nosotros. Al segundo, tercer, cuarto intento de que respondiera a lo que
le comentaba, perdí la cordura. Me dirigí a él y parada frente a la cama le dije:
— Ya estoy harta de vivir así, todo el día estás fuera, y cuando nos vemos estás con tus
pinches libros, no me pelas…
— ¿Qué te pasa, Bénard?
— ¡Te estoy diciendo que estoy hasta la madre!
Pero él seguía acostado, con su libro en mano, ya nada qué decir, ya no
dijo más. Entonces me sentí más frustrada, enojada, abandonada. Empecé a
llorar, a plañir desesperada. Me bajé a la sala para poder fumar y calmarme.
Un buen rato después, lo escuché bajar las escaleras y lo vi aparecerse entre la
poca luz que entraba de la calle. Volvió a la misma pregunta: “¡¿Qué te pasa,
Bénard?!”, esa pregunta para mí inquisitiva, separando mi extraña reacción
histérica de su sensatez y su serenidad. “¡Siento que me vuelvo loca, me siento
muy mal! Por favor, si me pasa algo, háblale a Lauri mi hermana, por favor
busca a Lauri, no le vayas a hablar a mi mamá…”.
76
¡Ay, la maternidad!
Ahí quedó la cosa, terminé de fumar mi último cigarro y nos fuimos a
acostar. Al día siguiente, todo como si nada. Eso era muy común.1
Ya en alguna otra ocasión me había dicho que él no necesitaba con quien
platicar, que él escogía a sus interlocutores: “Si hoy decido hablar con Paz ,
tomo Sor Juana Inés de la Cruz y las trampas de la fe; si luego quiero dialogar
con George Steiner, leo Erratas… O si cambio de opinión entonces decido
releer a Walter Benjamin”. ¡Era obvio que frente a semejantes personalidades,
lo que yo tuviera que decir era bastante irrelevante!
Por esos días vino la señora Hanrath2 y me animé a pedirle una cita para
hablarle de mi situación personal. Estuvimos un largo rato, le expuse cómo
veía yo las cosas y cómo me sentía, lloré a mares, y, de entre las muchas cosas
que me dijo, recuerdo dos muy importantes:
— No entiendo cómo puedo ser tan débil, cómo pueden afectarme tantas cosas.
— Es usted las dos cosas, muy débil y muy fuerte. ¿No puede irse un tiempo?, váyase
unos meses lejos, ponga distancia y piense las cosas. Está demasiado cerca y le
cuesta trabajo ver la situación desde fuera.
Un par de meses después, un urbanista francés, René Tabouret, que había
venido dos veces a Aguascalientes invitado por la oca y por el ciema –era
amigo de uno de los miembros del Centro, y había podido convencer a gente
de diversas instituciones en Aguascalientes de que era inminente hacer cambios en el crecimiento urbano y la gestión urbana en la ciudad–, nos sugirió
que alguien del ciema fuera a Estrasburgo, la ciudad en donde él vivía y en la
que por muchos años había tenido injerencia, de tal manera que pudiéramos
darnos cuenta con más detalle de lo que nos proponía en cuanto a formas de
lograr un crecimiento urbano adecuado y encontrar maneras de frenar la es1
2
Hace un par de meses terminé de leer y releer un libro que se llama The dance of connection
de una terapeuta, Harriet Lerner, y que habla precisamente de la dificultad para establecer
ese vínculo que te permite ser escuchada y escuchar. Uno de los capítulos se llama, precisamente, “Silent men/angry women”. Cuando lo leí me acordé mucho de nosotros, deseé
haberlo encontrado antes. Se publicó en 2002, algunos años después de que yo escenificaba
cotidianamente el título de ese capítulo.
Así la conocíamos en el colegio. Era toda una figura de autoridad para nosotros y venía a
supervisar las actividades escolares y a dar pláticas a los padres y a los maestros varias veces
al año.
77
ATRAPADA EN PROVINCIA
peculación del suelo, cosa que ya desde entonces era escandalosa en Aguascalientes. Yo pensé que ahí estaba mi oportunidad para salirme de mi situación
por un tiempo, aunque fuera solamente por dos o tres semanas, de manera que
pudiera lograr poner algo de distancia y aclarar mis ideas y mis sentimientos.
Tuve que luchar, pues otro miembro del ciema que también trabajaba
en la oca insistía en que debía ser él quien fuera a Francia, pues conocía el
idioma y había estudiado ahí su doctorado; pero finalmente logré argumentar
a mi favor y conseguir recursos de la Embajada de Francia, que junto con el
Gobierno del Estado cubrieron los costos del viaje.
Mientras tanto –con esta idea de poner distancia de mi situación y una
vez que él me hizo saber que no quería divorciarse–, hablamos y acordamos
que trataríamos de mejorar las cosas y nos daríamos hasta el día de nuestro
aniversario de bodas, tres o cuatro meses después, para tomar una decisión
definitiva. Llegó el día y fuimos a celebrar cenando en un restaurante japonés.
Hablamos muy poco sobre el tema. Creo que los meses anteriores él había hecho un esfuerzo por estar un poco más pendiente de la relación y además yo
ya tenía mis boletos de avión para irme a Estrasburgo el mes siguiente. Así fue
como decidí que podía seguir adelante.
Estuve tres semanas en Francia, los primeros días en París, pues René
no estaría en Estrasburgo hasta tres o cuatro días después. Llegué al departamento de unas primas, una de las cuales había vivido poco antes en el d.f.
por un par de meses, también con la tía Uli, porque estaba haciendo investigación para su tesis de maestría sobre la obra de mi bisabuelo, Emilé Bénard,
arquitecto que había diseñado y empezado a construir lo que sería el Palacio
Legislativo durante el porfiriato.
Yo nunca había ido a Europa ni conocía a mis otras primas, pero ahora
que iba a París y mi tía había alojado a mi prima Stephanie por unos meses,
me di la libertad de pedirles que me permitieran llegar a su departamento por
unos días. El lugar era típico de esa mítica ciudad, coincidía con esos espacios
que había imaginado cuando escuchaba a mi tía Uli y a mi papá contarme de
sus viajes en barco, con el bisabuelo, a esa ciudad durante el verano.
El edificio, tipo Art nouveau, tenía un elevador de los que se abren y se
cierran con una puerta de malla plegable, y el departamento era muy amplio,
con muebles antiguos de madera oscura por todos lados, la ventanas muy altas
y largas con cortinas tipo Luis XV, el baño sin regadera de pared, un bidé y un
espejo de cuerpo entero junto a la tina.
78
¡Ay, la maternidad!
Una vez que conocí a mis primas y a su papá, que por cierto no me hicieron mucho caso, inicié mis recorridos por la ciudad. En uno de ellos, llegué
a Montmartre, después de paradas y paradas del metro, desde la estación del
Jardín de Luxemburgo, que era donde estaba el departamento, hasta la estación Metropolitan, donde bajé y caminé cuesta arriba hasta llegar a la Basílica
del Sagrado Corazón. Entré y me encontré un lugar cálido, lleno de luz, donde
estaban celebrando misa. En el altar estaba el sacerdote y un coro de monjas
tocando la cítara y cantando; el templo estaba repleto de personas atendiendo
a la misa. Me sentí cautivada por el calor de la gente, la luz amarillenta de los
candiles y los cirios, la música… A unos pasos de la entrada me topé con una
imagen de Santa Teresita de Jesús que tenía muchas velas prendidas a su alrededor. Tomé una más, la coloqué a sus pies y parada frente a ella le pedí: “Santa
Teresita, ayúdame a poder tener una hija”. Después me fui a sentar y escuché
la misa hasta que terminó. Salí de ahí conmovida por el rito, sorprendida por
mi súplica.
Hacia fines de marzo supe que estaba embarazada y sentí con gran certeza que tendría una niña. Durante esos meses empecé a trabajar en un proyecto de investigación sobre pobreza, financiado por el conacyt, en el ciema;
seguí cuidando a mi hijo, que acababa de cumplir seis años, y continué con
mi relación de pareja, que poco a poco se iba volviendo a normalizar a como
era antes de haber decidido no divorciarme por segunda ocasión. Y entonces
otra vez empezaron mis reproches, otra vez su indiferencia, otra vez mi resentimiento. Así llegué, a los ocho meses de embarazada, a buscar a un vecino
con quien tenía algo de amistad y que era terapeuta, para pedirle que por
favor me ayudara. Eran como las nueve de la noche, aproveché que mi hijo
ya estaba dormido y salí de mi casa corriendo hasta llegar a su puerta. Toqué
y en cuanto me abrió empecé a llorar desesperada y a decirle que me quería
divorciar, que no quería seguir viviendo casada, que ya no podía más, que me
ayudara por favor. Hablamos un rato ahí en la entrada de su casa y quedamos
de vernos en su consultorio. Ya más tranquila, al día siguiente en su oficina,
le comenté cómo estaban las cosas y le pedí que empezáramos un proceso de
terapia. Me dijo que tenía que pensarlo, pues éramos amigos y eso podía interferir. Además, él y su esposa, que también era mi amiga, acababan de tener
tres hijos, en ese entonces tenían siete meses, y los mantenían terriblemente
ocupados a ambos.
En lo que mi amigo pensaba si aceptaba o no, nació mi hija.
79
ATRAPADA EN PROVINCIA
Silvia –me dijo el ginecólogo–, ya tiene 38 semanas y no se ha empezado a encajar
la bebé, ya se ven algunos huecos en el líquido amniótico y eso puede afectarle.
Venga el lunes por la mañana y si no se ha encajado, le voy a tener que hacer cesárea. Es posible que por su edad, la matriz no se pueda dilatar, que ya esté muy
fibrosa.
Mi mamá, que había llegado un par de días antes para estar en el parto,
decidió que debíamos evitar la cesárea a toda costa, así que hizo el plan: viernes, sábado y domingo teníamos que salir a caminar mañana, medio día y
noche. Mientras no caminábamos nos dedicaríamos a hacer el bambineto de la
bebé porque yo había decidido que no necesitaría uno, pero ella dijo que cómo
de que no, y lo hicimos. Cosimos y caminamos, caminamos y cosimos. Mientras, yo le platicaba tratando de que entendiera mis desgracias en Aguascalientes: él y su trabajo interminable, su indiferencia, su agotamiento permanente,
su familia, los enojos de mi suegra. Pero la bebé siguió en el mismo lugar, sin
encajarse y mi mamá también, sin entender cómo podía quejarme tanto.
El lunes por la mañana, llegué con el doctor acompañada por él y mi
mamá. Los tres oímos la sentencia: “Silvia, le voy a programar su cesárea para
las tres de la tarde. Se viene a las dos para que la preparen”. Yo lloraba, él y mi
mamá me consolaban, y el médico se quedaba callado esperando a que termináramos pronto para recibir a su siguiente paciente.
Nos fuimos de ahí a la casa para preparar las cosas. Mi mamá decía que
era lo mejor, él decía que mi mamá tenía razón, y yo, me convencí de que así
tenía que ser. Resignada, me fui a la cocina a comer chocolates. Ésa iba a ser otra
cosa que me hacía diferente de todas mis cinco hermanas. Mi hija sería el parto
número veintiuno de la familia, mis hermanas habían tenido muchos partos
psicoprofilácticos y, en el peor de los casos, con bloqueo, pero cesáreas, nunca;
la esposa de uno de mis hermanos sí, pero bueno, ella no era de “las Bénard”. Así
le dijo mi mamá al médico: “Nada más a una de mis nueras le hicieron cesáreas,
pero de mis hijas, a ninguna. Las Bénard no somos de cesárea”. Claro, eso fue
una vez que ya me la habían hecho, que la bebé estaba bien y yo estaba en la cama
acostada viendo y escuchando su conversación en la puerta de la habitación.
Unas horas después del parto, llegó mi hijo, mi mamá lo había ido a recoger del colegio, y en la escalera se encontraron a la enfermera que iba camino
al cuarto. Tocaron y se abrió la puerta de la habitación. Eran mi mamá, mi hijo
y la enfermera:
80
¡Ay, la maternidad!
— ¿Es mi hermana? –preguntó con un poco de timidez y a la expectativa.
— Sí –dijo la enfermera–. ¿La quieres cargar? Ven, siéntate aquí.
Se sentó, extendió sus brazos y la enfermera le puso ahí a su hermana. Cargándola, con sus ojos brillantes, la contempló un rato. Es una de las imágenes
más hermosas que tengo grabada en mi memoria del amor filial de mis hijos.
En eso estábamos cuando llegaron mi suegra y una de mis cuñadas. Hablamos un poco y luego mi suegra me ayudó a caminar por la clínica, creí que
eso mostraba que ya no estaba enojada y que había entendido por qué yo le
había pedido que les dijera a su esposo, hijos e hijas que se esperaran antes
de irnos a visitar, nada más los días que estuviéramos en el hospital, porque
yo quería que mi hija se quedara conmigo en el cuarto, y sería peligroso que
hubiera tanta gente de visita con la bebé ahí.
Según yo, como parte de los preparativos para que estuviéramos bien en
los días del nacimiento, había encontrado una buena solución: mi mamá vendría del d.f. y estaría dedicada a mi hijo para que no se sintiera solo y para llevarlo al hospital una vez que naciera su hermanita. Mientras tanto, mi suegra
me ayudaría haciéndola como de amortiguador para que la familia se esperara
un poquito antes de conocer a la bebé, de tal manera que yo pudiera tenerla a
salvo. Asumí que las abuelas podían cooperar sin dificultad alguna. Optimista, me imaginaba una especie de solidaridad entre mujeres, cuidando de mis
hijos. Ellos eran mi centro de atención y supuse que las abuelas me ayudarían
porque su participación debería enfocarse a mi hija y mi hijo, que según yo
eran los más frágiles en ese momento. Pero la cosa salió mal, mi suegra se
enfureció y dijo que por qué mi mamá podía ir al hospital y ella no, si era tan
abuela de mi hija como mi madre. Así que decidió que aunque yo no quisiera,
ella iría a ver a su nieta el día en que naciera, y así le hizo. Pero bueno, ella y
una de mis seis cuñadas fueron las únicas visitas que hubo del clan.
También recuerdo que llegaban arreglos florales, arreglos florales y más
arreglos florales. En mi vida había visto tantos juntos, ni en los entierros. Eran
de parte de otros funcionarios públicos y personas que trabajaban en gobierno, y según me explicó él una vez que yo desconcertada veía venir esa avalancha de flores, era algo común en su ámbito de trabajo.
Sí me quedé con mi hija en el cuarto esa primera noche, cosa que resultó ser un gran error. Casi ni me podía mover en la cama por la cesárea, ella
lloraba y yo trataba de darle pecho pero no podía, su papá medio despertaba,
81
ATRAPADA EN PROVINCIA
medio se dormía, sin encontrar qué hacer. Fue agotador, además una voz dentro de mí me decía que era por andar trasgrediendo las tradiciones familiares
y pedir lo que yo necesitaba para nuestro bienestar sin tomar en cuenta los
deseos de otros.
La noche siguiente la bebé durmió en los cuneros y su papá y yo descansamos mejor. Al día siguiente salimos llevándonos yo mi cesárea; mi hija, su
alergia a la ropa del hospital; su papá, las cosas que habíamos llevado en la
maleta; mi mamá, a su última nieta; y el chofer, los floreros y floreros que mandaron funcionarios que cumplían con el compromiso de esa manera. ¡Qué
bueno que ellos no quisieron ir a visitarnos!
Yo me sentía un verdadero fracaso. Era la primera Bénard que tenía a su
hija por cesárea, y mi suegra estaba enojada por mi descortesía. Además mi
mamá había discutido con el ginecólogo porque se le había ocurrido sugerirle
a él que durmiera en otro cuarto para que mi hija y yo lo dejáramos descansar.
Mi mamá, para mí una defensora de los roles tradicionales de género, venía a
Aguascalientes a defenderme: “Pues las mujeres también se cansan y también
necesitan descansar, él también es su papá…” Híjole, yo la veía desde mi cama
y no lo podía creer: qué confuso –pensé–, ese doctor sí que ha de ser conservador. Además, esos fueron los argumentos que siguieron a lo de que “las Bénard
no somos de cesárea”.
Llegamos a la casa y una vez que medio me instalé en mi recámara, oí a
mi madre queriendo hablar por teléfono para reservar su boleto de regreso al
d.f. Ella consideró que había cumplido con lo que le tocaba y que tenía que
llegar de regreso para cobrar su pensión en el Seguro Social, porque si no llegaba el único día programado para recibirla, le entregaban el cheque hasta el
mes siguiente. Tuve que suplicarle que no se fuera. Lo logré, aceptó quedarse
unos días más y le habló a una de mis hermanas para avisarle que se quedaba. Recuerdo que la escuché hablando por teléfono: “imposible que me vaya
m’hijita, imposible…”.
Pero como no se fue, tuvo tiempo de organizarse con mi tía, su hermana
que vivía en León, pues siempre que mi mamá venía a Aguascalientes, encontraban la manera de juntarse para ponerse al tanto de sus novedades y se
pasaban horas y horas a platicar olvidándose del resto del mundo. Así que al
día siguiente, sin que yo tuviera la mínima sospecha de su aparición, llegaron
mi tía y mi tío “a vernos”. Creo que ya mi mamá había organizado y se habían
puesto de acuerdo para que comieran en mi casa. En el momento en que lle82
¡Ay, la maternidad!
garon, yo estaba llorando incontrolablemente, tratando de amamantar a mi
hija y terriblemente adolorida porque desde el día que nació y que se quedó
conmigo en el cuarto, me había lastimado el pecho.
No esperaron mucho. Como a los veinte minutos, la tía anunció que mejor se iban, y me mandó decir que le daba mucho gusto que estuviera tan contenta y que muchas felicidades. ¡Ay, la tía!
El caso es que mi mamá se quedó y hasta aceptó pasar el día de su cumpleaños en Aguascalientes, cuatro días después del de mi hija. Así, mientras
tratábamos de ir entrando en rutina, él y mi mamá se esmeraban en hacer las
cosas que se necesitaban para la bebé, y mi hijo se escabullía con su amigo, que
vivía a unas cuantas casas, para no estar presente en ese caos doméstico.
Uno de esos días, él llegó con lo que consideró una excelente noticia: del
ciesas, un centro de investigación sep-conacyt, lo habían contactado para
ver la posibilidad de abrir un Centro en Aguascalientes, por ello estaban considerando la posibilidad de unirse con el ciema.3 Los iba a ver al día siguiente
para hablar en detalle de las posibilidades reales de lograrlo. Nadie preguntó
quién dirigía el ciema, a nadie se le ocurrió al menos invitarme a mí también.
Cuando le reclamé, su suegra salió al quite: “M’hijita, él no tiene la culpa, ¿él
qué puede hacer?” Pues se fue a su reunión para ver qué hacían con el ciema y
yo me quedé escuchando a mi mamá: “Él hace todo lo que puede, si no le sale
el biberón, vuelve a intentarlo, y vuelve… hace todo lo que puede m’hijita”.
3
El Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social es un centro
financiado por la Secretaría de Educación Pública y el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología que tiene filiales en varias partes del país: Chiapas, Distrito Federal, Jalisco, Nuevo
León, Oaxaca, Veracruz y Yucatán. El de Jalisco era en el que iba a trabajar cuando decidimos irnos de Guadalajara al d.f.
83
Un interludio
Nació mi hija el 16 de diciembre de 1996 y yo empecé a ir a terapia en enero de 1997. No me divorcié. La maternidad, ahora
dividida entre un hijo que tenía seis años acostumbrado a contar con su mamá para él solo, una bebé inquieta que no podía
dormir ni de noche ni de día, el proyecto de investigación y el
ciema, me mantuvieron ocupada. Él seguía absorto por su trabajo y no veía la necesidad ni de hacer cambios en su entorno
doméstico (claro, más allá de lo complicado que era tener ahora una hija), ni de convivir mucho conmigo. A mí me parecía
que ese patrón de relación que inercialmente se empeñaba en
instalar entre nosotros, era el que traía de su historia familiar
y yo me resistía fuertemente a verme retratada en ese tipo de
relación, aquella de los hidrocálidos que no se divorcian, pero
él parecía estar bastante cómodo.
ATRAPADA EN PROVINCIA
Diciembre de 1997. Después de un año de terapia, le supliqué con más
fuerza que me diera el divorcio. Estaba yo segura de que no había otro camino,
pero en lugar de convencerlo, mi terapeuta-amigo y él me convencieron a mí
de que fuéramos a terapia de pareja y ahí con calma decidiéramos qué podíamos hacer con la relación.
Así que además de la maternidad, el ciema, la investigación y él tan ocupado, estresado, demandante e indiferente, sumamos un viaje cada sábado
hasta la ciudad de León a consultar al terapeuta que nos ayudaría a darle una
salida adecuada a ese, para mí, laberinto interminable. ¡Pasamos dos años así!
Y no sólo eso, sino que a unos cuantos meses de iniciada, a él se le olvidó por
qué era tan importante la terapia, así que se dejaba perder en el sueño matutino, la calma y el letargo, mientras yo me ponía en marcha desde temprano
para alistar todo lo necesario antes de salir, manejar de Aguascalientes a León
lo más rápido que podía y asegurarme de que lleváramos el cheque para pagarle al terapeuta. Ésa fue una pieza más que se sumó a nuestro rompecabezas
de malvivir durante otro par de años.
El caso es que había pasado ya mucho tiempo desde que llegamos a
Aguascalientes y las cosas no lograban cuajar. Hacia mediados de 1998, que se
acercaba el fin del sexenio, él tenía más tiempo y se sentía menos presionado,
pasaba más tiempo en casa y acordamos que se haría cargo de los niños dos
tardes por semana. Ése era un logro concreto que puedo recordar producto de
aquellas terapias tan pesadas.
En ese mismo lapso, tanto él como varios de sus colaboradores, también miembros del ciema, empezaron a buscar otras opciones laborales. En
una de nuestras reuniones decidimos que podíamos volver a plantear el proyecto al gobernador para que apoyara la consolidación del ciema antes de
terminar el sexenio y dar así salida a la gente que había estado en la oca.
Armamos el proyecto y se lo presentamos: una vez más, nos dijo que sí, pero
no nos dijo cuándo. Por lo pronto, en las reuniones del ciema, él empezó a
actuar más y más como si siguiera en su oficina y, por consiguiente, siguiera
siendo el jefe del equipo. Así que nuestras juntas mensuales, supuestamente
coordinadas por mí, se tornaban más y más en espacios donde los miembros, liderados por él, aventaban propuestas de actividades que les parecían
interesantes de realizar y, según mi percepción, me las dejaban de tarea para
concretarlas. Llegué a la conclusión de algo que sospechaba durante todos
esos años pero, necia, redefinía de otra manera: me veían más algo así como
86
Un interludio
una secretaria ejecutiva que como directora. Era la esposa de su jefe que se
hacía cargo de la asociación civil pero no tenía yo la legitimidad frente a sus
ojos para liderar el proyecto. Ellos eran, a reserva de una amiga que yo había
invitado en los últimos años, varones, con altos estudios de maestría y doctorado, y funcionarios públicos.
En 1999, después de dos largos años de una terapia poco fructífera, dejamos definitivamente de ir a León. ¡Por fin desistí! Creo que ahí fue donde
perdí definitivamente la esperanza de tener una relación de pareja como la
había imaginado: equitativa, con comunicación, entre compañeros, en solidaridad y a base de negociar y respetar nuestros acuerdos. Desde entonces llegué
a la conclusión de que ya había hecho todo lo posible y que mi vida seguiría
ya sin grandes cambios: casada, en una relación de pareja ausente, criando a
mis hijos y trabajando mis proyectos desde el ciema pero sola, ya sin intentar
hacer esfuerzos conjuntos con los demás miembros.
Estaba por terminarse el proyecto de pobreza y necesitaba empezar a
buscar recursos para poder seguir adelante. En ese mismo año (1999), después
de acercarme a las asociaciones civiles por mi proyecto de investigación sobre
pobreza y de conocer a un empleado de la Secretaría de Desarrollo Social con
quien hice entrevistas a líderes de colonias marginadas que él por su trabajo
conocía, decidimos trabajar conjuntamente para realizar proyectos de apoyo
a grupos vulnerables y asesorías a los gobiernos municipales para incorporar la participación ciudadana en la toma de las decisiones mediante Sistemas
de Participación Ciudadana (spc). La necesidad de contar con una instancia
como ésa, había resultado como una de las conclusiones del proyecto de investigación.
Empezamos a trabajar en esa dirección. Logramos conseguir financiamiento de la Secretaría de Desarrollo Social para dos proyectos, uno para la
creación de una cooperativa de producción con unas mujeres campesinas en
el municipio de Jesús María, y otro para capacitar y equipar a un grupo de
mujeres para que pudieran abrir sus propias estéticas.
Para tratar de establecer los spc en los municipios, hicimos un tríptico y
visitamos a algunos presidentes municipales para ofrecerles nuestras propuestas, pero no tuvimos éxito. Bueno, finalmente, de repente, alguien le pidió a
él que hiciera un proyecto y, estando trabajando en el ciema, con un sueldo
generado por el Centro, decidió pedirle a alguien más, no a mí, que participara
con él en el proyecto. Así que recibió recursos y trabajó con otra persona, sen87
ATRAPADA EN PROVINCIA
tado en las oficinas del ciema, para hacer su proyecto. En ese mismo entonces,
yo seguí escribiendo el libro sobre pobreza.1
Después conseguimos dinero de una fundación para hacer un proyecto
de desarrollo comunitario para la creación de sinergias en el municipio de Jesús María, pero decidí ya no trabajar con él, me armé de valor para despedirlo
y contraté a otra persona.
Todavía durante esos años pude continuar con el Centro. A pesar del
distanciamiento con sus miembros fundadores y la dificultad para realizar con
ellos proyectos conjuntos en situación de equidad, seguía adelante ahora tratando de articular otro tipo de proyectos y con gente diferente de los miembros fundadores. La mujer que se sumó al proyecto de sinergias lo hacía con
mucha disposición, pues de verdad creía en él. Eso le dio frescura al Centro
pero duró poco tiempo porque era un financiamiento por seis meses, que pudimos estirar, pero sólo otros seis meses más.
También, en el año 2000, por ahí de septiembre, recibí un nuevo apoyo del
conacyt regional para realizar un proyecto por dos años sobre la ciudad. Como
había estado trabajando con el urbanista René Tabouret, su perspectiva me había convencido de que se podían hacer cosas muy relevantes e indispensables
para que Aguascalientes fuera una ciudad con una mejor calidad de vida. Así,
durante el año 2000 y el siguiente, me centré en concluir el proyecto de sinergias
y en empezar con el del nuevo financiamiento, e hice a un lado lo demás que
quedaba del ciema.
El libro se publicó en 1999 con el título Pobreza y participación social en México. Una aproximación desde el caso de Aguascalientes.
1
88
Un hito
En diciembre de 2001, a Nana, mi hija, le dio varicela, y me quedé a cuidarla en casa durante unos diez días. Esto, en realidad,
resultó ser una gran oportunidad que me conseguí para salirme
de las rutinas diarias que ya me tenían muy hastiada. Pasamos
uno y otro día solas durante la mañana y parte del medio día,
en el cuarto de la televisión; yo, tirada en un sillón enredada en
cobijas, tratando de estar presente mientras ella medio veía caricaturas y medio jugaba sentada en la alfombra con sus muñecas y sus libros. Eran días muy fríos, nublados y la casa parecía
vacía, poco acogedora, triste.
Un día, mientras veíamos Rolie, Polie y Olie, vi correr por
mi mente la cinta del historial de mi derrota: el ciema era un
desierto y yo seguía ahí, sin interlocutores, tratando de ser investigadora; mi relación amorosa ya no tenía perspectivas, se
me habían acabado las fuerzas para construirla, las opciones
ATRAPADA EN PROVINCIA
para mejorarla y el amor para mantenerla. Me sentía atrapada, como una mosca en una telaraña, y había aprendido una lección: entre más me moviera, más
me enredaba. Rendida, veía cómo se había desmoronado el mundo aquel que
quise construir por años desde que llegué a Aguascalientes.
Como ya estaba resignada a que mis opciones terminaban ahí, decidí
que necesitaba pedir ayuda nada más para superar la depresión. Tenía que
hacer algo si quería seguir cuidando a mis hijos. En ese entonces no me daba
cuenta que la depresión derivaba de haberme quedado atrapada, pensaba
que podía quedarme enredada en esa maraña pero sentirme medianamente
animada para continuar viviendo dentro de ella: “¿Cómo le hago, cómo le hago?
A la mejor me siento así por el climaterio… ¿O será la gordura? Otra vez estoy
muy gorda. ¿Si bajo de peso? ¿Si encuentro cómo controlar mis deseos compulsivos de comer? Eso me va a ayudar a sentirme mejor”.
Diciembre 16, cumpleaños de Nana: todavía tenía los rastros de la varicela
pero según el doctor ya podía estar en contacto con otros niños, pues habían pasado seis o siete días desde que se le manifestaron las ronchas en la piel. Entonces
invitamos a algunos de sus mejores amigos, que vivían en el mismo fraccionamiento, iban al mismo colegio y sus papás eran también buenos amigos míos.
Los hijos de mi amigo-terapeuta, y el hijo de unos defeños recién llegados que
vivían sobre la misma calle, como una media cuadra entre su casa y la nuestra,
y que estaba en el mismo salón de clases de Nana; la mamá de su compañero
también era terapeuta pero de la corriente sistémica. Fue un cumpleaños para
mí muy agradable, del estilo en el que me sentía cómoda: con poca gente y muy
cercana. Y los vi a todos ellos muy felices y muy integrados como familia.
Además, la terapeuta tenía como cinco meses de haber llegado a Aguascalientes y ya tenía muchos pacientes; las pocas veces que habíamos hablado,
me había parecido que era muy clara y muy segura de todo. Así que con mi
autodiagnóstico en mano, la vi unos días después del cumpleaños de Nana y le
pedí que me recomendara a alguien para bajar de peso. Sí lo hizo. Estábamos
sentadas en mi coche (no me acuerdo si porque fuimos a llevar a nuestros
hijos a alguna fiesta infantil) y empezamos a hablar:
— Me acuerdo que me habías dicho que tu hermana trabaja en México con personas
que tienen problemas con la alimentación.
— Sí, ella y una amiga tienen una clínica y atienden sobre todo a mujeres jóvenes que
tienen problemas de anorexia y bulimia.
90
Un hito
— Es que estoy muy gorda y quiero que me recomiendes a alguien para bajar de peso.
No me acuerdo específicamente cómo siguió la plática, pero me quiso
hacer ver que el sobrepeso no era mi problema principal; la única parte de la
conversación que guardé en la memoria fue: “…Te sobrecargas… estás sobrecargada…”. Me pareció que sí tenía yo demasiadas actividades y cosas encima,
pero no concebía cómo podía dejar de hacer lo que hacía, así que le llamé
después para que me pasara los datos de su hermana en el d.f.
Me enredé unos meses en esa historia. La hermana no veía gente como
yo, con sobrepeso, pero me recomendó a otra persona a quien consulté yendo
al d.f. y estuve tratando de seguir su plan alimenticio durante unos meses.
Creo que bajé algunos kilos pero no tuve ningún cambio significativo en mi
estado de ánimo.
Meses después, invité a mi amiga terapeuta a tomar un café porque había
tenido algún problema con él y decidí pedirle que me atendiera en terapia.
Otra vez recurrí a una amistad, aunque esta vez era mujer, pero ahora sí se
negó diciéndome que no podía hacerlo por nuestra relación de amistad y me
mandó con una amiga suya, ¿a dónde? A León, ¡¿otra vez a terapia en León?!
Pues saqué fuerzas no se de dónde y le hablé a la terapeuta amiga de mi amiga:
— Bueno.
— Hola, te hablo de Aguascalientes, soy Silvia, amiga de (la terapeuta) y ella me recomendó que hablara contigo porque me he sentido muy deprimida.
— Dime más o menos cómo te sientes y cómo crees que puedo ayudarte.
— Pues he tenido problemas con mi esposo y no me siento bien en el trabajo, pero ya
fuimos a terapia de pareja durante mucho tiempo y él ya no quiso seguir. De hecho
íbamos con un terapeuta a León y se nos hizo muy pesado.
— Podrían venir a algunas sesiones y después de eso ver qué es lo que más les conviene.
— Bueno, es que él no quiere ir.
— Le puedes decir que venga a apoyarte para que tú salgas de la crisis.
— Y, bueno, yo no quiero que sea muy largo, quisiera ir a algunas sesiones y hacer una
terapia breve, muy breve.
— Bueno, no puedo garantizarte que será muy breve sin antes hablar con ustedes.
Quizá sea suficiente con unas nueve o diez sesiones.
— Bueno, déjame comentarlo con mi esposo y yo me comunico contigo.
— Sí, Silvia, está muy bien.
91
ATRAPADA EN PROVINCIA
Colgué el teléfono y me quedé pensando. Híjole, otra vez a León, y él
no va a querer, y bueno, a mí me da muchísima flojera… ¿qué hago? Pero es
que no quiero tomar antidepresivos… Va a ser poco tiempo, si esta terapeuta
es como (mi amiga), sí nos va a ayudar y rápido. Además, ¿qué otras opciones
tengo?
Él sabía que yo estaba mal, tenía meses despertando a las tres o cuatro de
la mañana angustiada, sudando, sin poder dormir. Yo nada más le decía que
esperaría a que se me pasara para dormir otro rato antes de tener que levantarme. Un par de veces le llamé ya estando en el ciema porque me sentía muy
mal y no sabía a quién más recurrir. Cuando hablé con él y le comenté de qué
se trataba, le dije que solamente quería que fuera conmigo para apoyarme para
salir de la crisis. Y de verdad que yo estaba centrada en mí misma, nada más
quería encontrar la manera de salir de mi situación de crisis, no arreglar el matrimonio, ni revivir al ciema. Nada más. Cuando le pedí que fuéramos, aceptó
ir para apoyarme, no porque tuviera interés en revisar nada ni de sí mismo ni
de nuestra relación, y así lo hicimos.
Habíamos ido a tres o cuatro sesiones cuando él me comentó que ya no
quería volver más. Así que la terapeuta conocida de mi amiga nos recomendó
a otra terapeuta en Aguascalientes, nos dijo que no era sistémica pero que seguramente nos podría ayudar. Y sí, fuimos con ella a dos o tres sesiones y por
fin salió el tema:
Silvia, a la mejor la única solución es que se divorcien, llevas años escuchando
gente queriendo convencerte de que hay otra salida pero a la mejor no hay. A la
mejor necesitas divorciarte. Tú ya no crees que él vaya a cambiar y así es muy
difícil trabajar.
Nos dijo que no veía la manera en que pudiéramos avanzar más yendo
juntos y sugirió que él fuera a terapia solo, cosa que no sucedió. También me
recomendó a mí que fuera con un psiquiatra porque veía un nivel de depresión que consideraba difícil de superar sin medicamentos y me convenció.
Entre la terapia y la desesperanza, los antidepresivos y los ansiolíticos,
a mediados de marzo del año 2002, me enteré de que había una plaza para
concurso en la Universidad Autónoma y decidí solicitarla. Un investigador de
ahí me dijo que si pertenecías al Sistema Nacional de Investigadores, te daban
treinta horas por semana del tiempo completo, para investigar. Yo tenía mi
92
Un hito
proyecto financiado por conacyt pero no tenía un sueldo así que me pareció
que era una muy buena oportunidad. Podría seguir haciendo lo que ya hacía
pero estaría dentro de una institución académica, con mucho más apoyos que
en el ciema y además me pagarían por hacer lo que me gustaba. En agosto
solicité la plaza.1
Durante ese mismo período, unos meses después de dejar a la terapeuta
de Aguascalientes, empecé yo a ver a otra terapeuta, otra vez para tratar de
bajar de peso. Me habían dicho que estaba explorando la hipnosis y pensé que
a la mejor por ahí podía yo controlar mi obsesión por comer. Al mismo tiempo seguí contemplando la opción del divorcio y cada vez me parecía la mejor
salida. Así que se lo planteé a él otra vez, ya no me acuerdo si era la tercera,
la cuarta o la quinta, y me sugirió que volviéramos con la terapeuta de León.
Esa amiga de mi amiga la terapeuta, a diferencia de la de Aguascalientes, tenía
simpatía por él y pensaba que la relación todavía tenía futuro. Fuimos como a
cuatro sesiones más cuando por fin mis fuerzas y mi claridad me dieron para
pedirle ahora sí, sin más, que nos divorciáramos. Era febrero del año 2003, 14
de febrero [sic]. En marzo nos separamos.
1
Una narración sobre ese proceso está en Lachevre, Renata (2005b).
93
Ellas
Desde que tenía apenas un año viviendo en Aguascalientes, en
un momento de lucidez, le hablé a una mujer originaria de esta
ciudad que conocí en Austin durante el último año que estuve
en el doctorado, y que en algún momento me aseveró que jamás regresaría a vivir a su ciudad natal. Quise que me explicara
desde su perspectiva mi situación en esta, su ciudad, pero ella
en vez de hacerlo me recomendó que platicara con una amiga
suya, originaria del estado de Durango, pero que tenía ya muchos años viviendo aquí. Le llamé:
— Soy amiga de Paulina y me recomendó que platicara contigo. Me
llamo Silvia y tengo poco tiempo aquí en Aguascalientes. ¿Crees
que podríamos irnos a tomar un café?
— Yo tengo mucho trabajo, y el tiempo que me resta pues se lo dedico
a las hijas. Ahorita no sé en qué momento podríamos vernos, pero
déjame tu teléfono y cuando pueda yo te llamo.
ATRAPADA EN PROVINCIA
Nunca lo hizo, cosa que todavía lamento, pues personas como ella era con
quienes necesitaba haber podido hablar en ese entonces. Lo sé porque muchos
años después, en 2007, tuve la fortuna de entrevistarla. Me la topé en un desayuno de algunas compañeras de la Universidad, en casa de una de ellas; en
ese entonces, yo estaba intentando abordar la cuestión de la pertenencia como
parte de un proyecto de investigación que inicié haciendo uso de la metodología conocida como teoría fundamentada.
Cuando terminó el desayuno, estando en el umbral de casa de la anfitriona, me atreví a decirle:
— Te hablé una vez, Paulina me dio tu teléfono porque estaba yo recién llegada a
Aguascalientes y me estaba constando mucho trabajo adaptarme. Pero me dijiste
que no tenías tiempo…
— ¿Yo te dije eso? No me acuerdo.
— Sí, y dijiste que después me hablabas…
Ella, a quien le daré el nombre de Ana, es una mujer alta, como es común
en el norte de México, tiene el pelo corto, chino y prácticamente blanco. Ha
de estar cerca de los sesenta años. No es fácil de olvidar, es diferente: tiene un
tono de voz muy agradable, deja ver que piensa lo que dice y presenta sus argumentos con gran detalle.
La recuerdo en ese momento parada frente a mí, parecía sentirse descubierta pero no dijo más, sólo sonrió un poco con cierto nerviosismo. Entonces, continué:
— Ahorita estoy haciendo una investigación sobre el proceso de adaptación de la gente que viene de fuera y me gustaría entrevistarte.
— Sí, está bien.
— ¿Te llamo para ponernos de acuerdo?
— Sí, ¿te doy mi número de teléfono?
No dije más. Saqué un papel y una pluma para apuntarlo, me despedí y
emprendí mi camino de regreso a la Universidad.
Tal como lo acordamos y después de hablarle por teléfono para ponernos
de acuerdo, tuvimos una larga entrevista en la que me contó muchos momentos, la mayoría de ellos difíciles, que fue sobrellevando para aprender a vivir en
96
Ellas
Aguascalientes. Esa entrevista fue para mí un parteaguas, por fin encontré un
espejo donde verme con toda mi confusión, y abrió una puerta para que me
diera a mí misma la oportunidad de darle crédito a lo que veía, a lo que sentía,
a lo que pensaba y que parecía completamente fuera de lugar cuando hablaba
de ello con mis interlocutores significativos, en su mayoría originarios de esta
ciudad.
Después de ésa, hice muchas más entrevistas, pero fue con ella con quien
se me abrió un espacio único de afinidad. Ana llegó a Aguascalientes como
doce años antes que yo, se instaló aquí al mismo tiempo que su entonces novio, ambos originarios del norte del país. A los dos los invitaron a trabajar en
la universidad pública, que estaba en sus primeros años de formación. Creo
que nuestras coincidencias no venían de las circunstancias en las que habíamos llegado, sino más bien de una sensibilidad exacerbada y cierta habilidad
para ver lo que otros quizá no notan, derivada en alguna medida de nuestra
formación como sociólogas.
Ellas sí pudieron
Dos mujeres que llegaron a Aguascalientes en circunstancias muy similares a
las mías –no contaban con redes sociales alternativas, tenían una relación cercana con la gente de Aguascalientes, pues estaban casadas con hombres que
nacieron aquí, y eran de mi misma generación– me parece que tuvieron un
proceso de adaptación bastante menos difícil que el de Ana y el mío. Las conozco desde que llegaron y a lo largo de quince años o más he hablado con ellas en
diferentes momentos, de hecho aceptaron que las entrevistara como parte del
proyecto de investigación que inicié haciendo uso de la teoría fundamentada, y
he constatado que han ido pudiendo sortear con mayor facilidad las dificultades con las que se fueron topando. A ellas las llamaré Selene y Norma.
Además de tantas cosas de las que hemos hablado a lo largo de los años,
una de las razones que me indican que su proceso ha sido más exitoso que el
mío, es que ambas siguen todavía casadas y yo me divorcié. Y nuestras parejas
eran buenos amigos, los tres estudiaron juntos en el d.f. y vivieron muchos
años allá. De hecho, a ellas las conocí porque sus esposos eran amigos de él.
Me acuerdo de Selene una vez que ya sabía que se vendrían a vivir a
Aguascalientes. Estábamos tomando café en una casa vieja del centro, la Casa
97
ATRAPADA EN PROVINCIA
Terán, donde se ubicaban temporalmente las oficinas de la que sería la Coordinación de Asesores. Su esposo estaba hablando con él, pues empezaría a
trabajar ahí próximamente. Ella estaba embarazada de su primera hija:
— ¿Y qué tal? Cómo se vive aquí –me preguntó.
— A mí me ha costado mucho trabajo, pero tú pareces una persona muy accesible y
creo que no se te va a dificultar tanto.
— Ay, pues eso espero.
Yo no la conocía muy bien, la había visto en el d.f. cuatro o cinco veces y
siempre me había parecido muy agradable. Pero de lo que me doy cuenta ahora
es que en ese entonces yo pensaba que mi dificultad para vivir en Aguascalientes
seguramente se derivaba de que algo estaba mal en mí. Sentía que si yo, como
Selene, fuera más agradable, más sociable, menos exigente, en fin, tantas cosas,
estaría contenta en esa nueva ciudad que elegí para vivir. Sinceramente creía que
todo dependía de mí.
A Selene la veía, y todavía la veo, como una mujer muy sana emocionalmente, segura de sí misma y siempre positiva. Todavía a la fecha, la veo vivir
su vida con mucho aplomo, siempre está trabajando, afuera y adentro de su
casa, y siempre me parece saber cómo enfrentar las cosas de la vida. A pesar de
que es una gran amiga, durante los años que estuve en terapia de pareja, nunca
le pude comentar que estaba yendo a León cada fin de semana, y pocas veces le
hablaba de lo difícil que estaba siendo criar a mi hija, y que me sentía agotada y
deprimida. Cuando acababa de nacer Nana, como al mes, me encontré a Selene en la escuela de nuestros hijos e intercambiamos unas frases:
— Oye –me dijo– no he podido ir a verte y conocer a la bebé, ¿cómo están?
— Pues no muy bien, llora mucho y no podemos descansar, la verdad que no me siento bien.
— Ah, ja ja ja, entonces qué bueno que no he ido.
Fin de la conversación. Y me quedé pensando: “Qué pena, qué pena que
le dije eso, además pues ya no va a ir a verme”.
Hace muy poco tiempo volví a tratar el tema con Selene. En esta ocasión
estaba hablando de algunas cuestiones familiares y de repente empezamos a
recordar esos primeros años que pasamos en Aguascalientes y me dijo:
98
Ellas
Fue muy difícil porque estábamos solas y luego con los niños chiquitos; además no
teníamos a alguien, como a tu mamá, que te dijera qué hacer. Yo a veces veía a (su
hija) y no sabía ni qué, y me daba mucho miedo que le fuera a pasar algo.
Yo quería que todo estuviera bien y trataba de hacer todo lo que podía… Además
en ese tiempo (su esposo) era insoportable.
Cuando Selene se fue me quedé pensando que yo suponía que para ella
en ese entonces todo caminaba bien, pero en realidad esa era su forma de sobreponerse: hacía un esfuerzo permanente porque las cosas estuvieran bien, al
menos de su parte.
Otro factor importante que contribuyó a que su proceso, y también el
de Norma, fuera quizá menos tortuoso que el mío, fue que las dos vinieron
a vivir aquí sin habérselo propuesto como un proyecto personal y no esperaban, como yo, “ganar una vida hecha a su medida”. Selene me comentó en una
ocasión que ella nunca se había propuesto salir del d.f. Vino a Aguascalientes
porque a su esposo se le abrió una buena oportunidad de trabajo. Norma,
por el contrario, se resistía a venirse a vivir aquí y veía con poco agrado que
su esposo quisiera hacerlo. Me acuerdo mucho de algunas de sus opiniones
en una cena, donde nos reunimos el grupo de la oficina de la Coordinación
de Asesores con sus parejas, entre ellas Norma y su esposo, pues ya era un
hecho que él empezaría a trabajar en el equipo. Ya habían pasado dos o tres
años desde que Selene y yo habíamos llegado. Con toda naturalidad, sin tomar
en cuenta quién estaba presente en ese momento, Norma abiertamente hizo
comentarios que según recuerdo eran: “Yo ya le dije a (su esposo) que yo no
quiero vivir aquí, con gente tan retrógrada. Además, su familia no me quiere.
No les parece que no estemos casados por la iglesia; desde que los conocí me
tratan con cierta distancia”.
Norma, que se caracteriza por hacer juicios así de tajantes, estaba en
una situación de relativa ventaja en comparación con Selene y conmigo. Tenía mucho más años de estar casada, conocía bastante bien a su familia política y sus dos hijos eran mucho mayores que los nuestros. También había
contemplado la posibilidad de no trabajar fuera de su casa cuando llegara,
cosa a la que yo me resistía definitivamente, y Selene un poco menos. Asimismo, además de tener, igual que Selene, bajas expectativas, y a diferencia
de ella no mostrar esa voluntad de hacer que todo saliera bien, estaba muy
segura de que tenía la razón en muchas cosas y que no permitiría que ni la
99
ATRAPADA EN PROVINCIA
familia de su marido ni la “gente retrógrada” la hicieran cambiar de opinión.
Todo ello le facilitó el reto.
Norma, me parece que tiene opiniones muy negativas y definitivas de
los demás, y que sistemáticamente ve en los otros las razones por las que su
convivencia con ellos resulta problemática y se torna imposible. Al tratar de
entender cómo logró adaptarse a vivir en esta sociedad que le parecía tan “retrógrada”, llegué a pensar que terminó por adoptar posturas muy similares a
las que tanto criticábamos de los nativos: desde una postura de intolerancia a
aquello que les es desconocido, señalar al otro con prepotencia y, desde una
posición de superioridad moral, juzgarlo. En pocas palabras, adoptar una posición moralista.
Las opiniones de Norma sobre la razón por la que él y yo dejamos de ser
pareja iban y venían a lo largo de los años. Ella me encontraba y me hablaba de
mi vida conyugal como si yo le pidiera su opinión. En una primera ocasión me
comentó que mi divorcio había sido positivo para su relación de pareja porque
su marido le había comentado que “las mujeres cuando queremos les damos
un puntapié en el trasero a los maridos y los echamos de la casa”. Eso –siguió
con su relato– “a mí me sirvió para decirle que tuviera más cuidado porque
luego habla muy golpeado y cree que yo siempre voy a estar ahí”. En una segunda ocasión que me la encontré, inclusive me comentó:
Ayer Pepe y yo vimos un programa de televisión en donde se hablaba de que más
de la mitad de los hombres mayores de cuarenta años en México tienen disfunción
eréctil. Y yo le dije: ése debe de haber sido un problema en la relación de Silvia y
él, porque cuando hay problemas en la pareja, después hay esos encuentros en la
cama y se reconcilian. Pero si eso no sucede, se va deteriorando la relación. Y Pepe
me decía: no le vayas a comentar eso a Silvia, no le vayas a decir nada.
Ése fue su segundo comentario atroz y no pedido sobre mi relación de pareja. Pero seguía sin decir más, seguí manteniendo la relación de amistad. Hacia fines del año, cuando supo que pasaría el año nuevo sola porque mis hijos
estarían con su papá, amablemente me invitó a su casa. Yo decidí aceptar para
vencer mi aislamiento e hice el esfuerzo de estar ahí y compartir con su familia
nuclear y su familia de origen el inicio del año nuevo. La reunión no tuvo grandes incidentes, aunque yo me enteré de cuestiones familiares que desconocía y
que podía notar que les resultaban dolorosas a ella y sus hermanos.
100
Ellas
Unos cuantos días después, el seis de enero, nos invitó a mí y a otras dos
amigas a su casa a partir la rosca de Reyes. No pudimos ir más que otra amiga
y yo, también chilanga por cierto, igual que nosotras pero recién llegada a
Aguascalientes. Ya sentadas a la mesa y con nuestro pedazo de rosca enfrente,
Norma volvió a soltar sus comentarios no pedidos y además brutales sobre mi
relación de pareja:
— El sábado fuimos a una comida y todos empezaron a criticar a (él), empezaron a
decir que cómo había empezado a andar con esa mujer tan rápido después de que
ustedes se separaron… Y Pepe lo defendió porque es su amigo, y dijo que qué tenía
de malo, que tú y él ya no eran nada. Y claro, seguramente ya andaba con ella
desde antes (de que se separaran), pero siendo de una familia tan tradicional…
— ¡Oye, Norma, yo te pregunté desde hace mucho tiempo si creías que andaba con
ella y me dijiste que no!
— Pues sí, no sabemos, pero siendo de una familia tan tradicional. Seguramente por
eso se enfrió la relación contigo, porque ya andaba con ella.
— ¿Y quiénes eran?
— Pues los amigos, los del grupo…
Ésta fue la tercera y última vez que la escuché como amiga. Ya no supe qué
más pasó, nada más buscaba yo la manera de despedirme y salir de ahí huyendo lo antes posible. Tenía que llevar a mi otra amiga a su casa. Nos subimos al
coche y empecé a manejar, intentaba concentrarme en llegar a dejarla para poder estar sola, no podía contener mi necesidad de llorar, me costaba trabajo hablar, me temblaban las manos… “¿Será cierto lo que dice Norma? ¿Mis amigos?
¿Quiénes de nuestros amigos habían dicho qué? ¿Sabrían ellos si él andaba con
ella o no? ¿Cómo es que no me di cuenta?... ¿Qué hago, qué hago, qué hago?”.
Medio hablé un rato con mi otra amiga en el coche, me comentó que le había
parecido mala onda y la dejé en su casa.
Al día siguiente y durante otros dos o tres, decidí que tenía que saber si
él había andado con ella desde antes de que nos separáramos, pensé en hablar
con otros amigos y conocidos, fui a buscar a uno y por fortuna no lo encontré
porque es de aquellos amigos de él a quien yo había visto con otras mujeres
diferentes a su esposa en esos primeros meses después de que llegamos a vivir
a Aguascalientes. Uno de esos días, cuando fui a dejar a los niños al colegio, en
el camino al coche, me encontré a Selene y luego luego le reclamé que nunca
101
ATRAPADA EN PROVINCIA
me lo hubiera dicho. Ella me contestó: “Yo nunca los vi, todo el mundo en la
oficina decía que andaban, pero yo no sé si es cierto, a mí no me consta”. Y ahí
solté el gancho que me atravesó Norma, pues además de que quizá nunca voy
a saber la verdad, mis decisiones sobre el curso de mi relación de pareja no
pasaban por si él andaba o no con alguien más. A veces pienso que cuando la
gente nos juzga y afirma que ése era el tema, reafirman una consigna machista
tradicional que simplifica las relaciones matrimoniales al poder del hombre de
establecer relaciones extramaritales.
102
¿Me voy o me quedo?
Tenía casi once años viviendo en Aguascalientes cuando me separé. Entonces me pregunté si era el momento de partir, de empezar
de nuevo en algún otro lado. Valoré mis opciones: en México, la
provincia es toda más o menos igual. ¿Qué caso tiene que haga
el esfuerzo de cambiarme si corro el riesgo de encontrarme con
algo similar? Podía volver al d.f., ¿a vivir con mi mamá? Ella misma seguido recordaba un diálogo que tuvimos cuando llegamos
a la conclusión de que si pudiéramos elegir, nunca viviríamos
juntas. La otra opción que veía era irme a Estados Unidos, dos
muy buenas amigas de Austin, que eran pareja, me habían dicho
que cuando necesitara podía irme a vivir con ellas por un tiempo,
pero yo sabía que sería muy difícil encontrar un buen trabajo allá
y que él no dejaría que me llevara a nuestros hijos tan lejos.
Además aquí, mientras yo trataba de construirme un mundo a mi medida haciendo esfuerzos desmedidos por establecer
ATRAPADA EN PROVINCIA
entornos propios en donde trabajar y vivir esa famosa “vida a mi medida”, sin
darme cuenta me fui arraigando de otras maneras; así que cuando consideré
la opción de irme, valoré algunas cosas que me habían llevado a pertenecer a
esta ciudad más de lo que yo suponía. Para empezar, tenía una casa propia, que
me parecía muy bonita y acogedora, pues me había pasado los años que tenía
viviendo aquí arreglándola. Tengo esa vena de decoradora que como socióloga
pensaba que no podía no sólo dar a conocer a otros, sino reconocerla como
algo importante en mi vida, pero esos once años que tenía en Aguascalientes
me había dedicado con gran esmero a arreglar mi casa. Era mi refugio, mi
espacio, mi mundo…1
En segundo lugar, casi por azar y sin darme cuenta de lo importante que
sería en un futuro, había logrado obtener una plaza de tiempo completo en
una institución académica, cosa que me aseguraba cierta estabilidad en el trabajo, un ingreso mensual regular –aunque en aquel entonces modesto–, aguinaldo, prestaciones, bueno, era un tipo de empleo que no había tenido desde
1983 cuando empecé el doctorado.
En tercer lugar, mi red informal de amigos, estaba aquí. Ya había perdido
contacto con mis amigos del d.f. casi desde que me fui a Austin, y en cuanto
a mis dos mejores amigas, una se había regresado a Uruguay y la otra había
decidido que no quería verme más. De mi familia estaba bastante distante y
la hermana con la que siempre había tenido más cercanía ya se había venido a
vivir a Aguascalientes.
Y por más que yo decidiera que lo mejor podía ser irme de aquí, mis hijos
y su papá querían seguir estando cerca, tenían una relación fuerte y entendí
que yo no debía romperla.
Así que poco a poco fui formando parte de las instituciones que existían
ya de antaño en esta ciudad y fui dejando aquellas en las que tanto había creído
y a las que tanto había apostado para su creación y su consolidación cuando
llegué: me rendí frente a la posibilidad de crear una relación de pareja equitativa, reconocí que el ciema no tenía futuro y dejé que mis hijos se cambiaran
a un colegio muy tradicional y católico. Me quedé sin aquello que con tanto
cuidado había cultivado cuando me vine a vivir aquí: mi relación de pareja, el
1
Bellah et al. (1985), en su libro Habits of the Heart, tienen una discusión interesante sobre
esa concepción pequeñoburguesa de la casa y cómo las familias la construimos, física y
simbólicamente, como ese espacio que nos protege del exterior y en donde pensamos que
podemos recrear un mundo solamente nuestro.
104
¿Me voy o me quedo?
ciema y sus miembros fundadores que eran mis mejores amigos, y la comunidad Montesori. Y al mismo tiempo me resigné a permanecer aquí y a formar
parte de un entorno al que me había arraigado sin darme cuenta: mi casa, mi
trabajo en la universidad y los pocos amigos que había logrado hacer que no
formaban parte del ciema y que siguieron siendo mis amigos después del divorcio, que eran muy pocos, y mi hermana.
En resumidas cuentas, dejé de querer crear un entorno distinto del tejido
social e institucional de la ciudad, y pasé a formar parte de lo que ya existía.
105
Segunda etapa
Los otros también
hicieron su recorrido
Construir un sentido de realidad
Pasaron muchos años antes de que pudiera elaborar una visión autoetnográfica de mi propio proceso de “adaptación” a
Aguascalientes. Antes de poder escribir los capítulos anteriores, intenté aproximarme a la cuestión desde otras perspectivas
teórico-metodológicas, tomando un camino que podríamos
llamar de afuera hacia dentro, de lo macro y externo a lo micro
y personal.
En una primera aproximación, realicé una investigación
sobre la ciudad de Aguascalientes y sus transformaciones, hice
un estudio sobre lo que concebí como diferentes maneras de
habitar la ciudad. El resultado de esta investigación fue un libro
titulado Habitar una ciudad en el interior de México, en donde intentaba dar cuenta de mis resultados y mostrarlos de una
manera accesible para un público amplio (ver Bénard, 2004).
A partir de ese estudio me di cuenta y documenté los enormes
cambios que había sufrido la ciudad en un período de tiempo
ATRAPADA EN PROVINCIA
tan corto, de veinticinco años aproximadamente. Sin embargo, seguía sin lograr comprender por qué me resultaba tan difícil la vida en esta ciudad y la
convivencia con su gente; no podía recuperar un sentido de realidad que me
posicionara en relación con otros, particularmente los nativos o miembros del
endogrupo.
En un nuevo intento por comprender mi lugar en el mundo, me topé con la
metodología conocida como teoría fundamentada y la apliqué al entendimiento
del contexto sociocultural de mi nueva ciudad de residencia. Utilicé la teoría
fundamentada tal como la proponen Strauss y Corbin.1 La relevancia de esta
perspectiva metodológica para avanzar en la comprensión de mi tema de investigación la puedo atribuir a dos de sus propuestas fundamentales.
La primera se refiere a su convicción de que debemos hacer a un lado
tanto las perspectivas personales como el previo conocimiento teórico del
tema, de tal manera que nos sea posible “escuchar los datos”. Así, decidí hacer entrevistas abiertas y traté de escuchar a mis interlocutores, dialogar con
cada persona tratando de ceñirme exclusivamente a lo que traían a colación en
las entrevistas, siguiendo sus narrativas e interviniendo solamente para hacer
preguntas que les permitieran elaborar en los temas, sentimientos y percepciones que ellos o ellas mismas traían al diálogo. Inicié las entrevistas con lo que
se conoce como pregunta generadora, lo cual consistió en pedir a cada una de
las personas entrevistadas que me contaran la historia de cómo habían llegado
a Aguascalientes y de qué manera se había ido desenvolviendo su proceso de
aprender a vivir aquí. Conforme los iba escuchando, iba haciéndoles preguntas que les permitieran profundizar sobre su proceso y, también, reflexionar
sobre las cuestiones que habían sido relevantes en el mismo.
Conforme fui haciendo y analizando las entrevistas detectaba cómo iban
delineándose los temas. Algunos se repetían una y otra vez, otros aparecieron
en una o dos entrevistas únicamente, pero algunas veces con la misma intensidad con la que se presentaron en mi historia personal. También hubo temas
que la gente trajo a mi atención que no había yo contemplado y otros que consideré muy significativos pero que ellos o ellas no mencionaron en lo absoluto.
1
He utilizado principalmente la segunda edición de Basis of Qualitative Research en su versión en español, publicada por la Universidad de Antioquia (2002) y la versión resumida
de la tercera edición que presentó Corbin en una conferencia magistral dictada en Aguascalientes en el año 2008 y que fue publicada junto con otras ponencias del Encuentro La
Teoría Fundamentada en las Ciencias Sociales y Humanidades (ver, Bénard, 2010).
110
Construir un sentido de realidad
La segunda propuesta que seguí de la teoría fundamentada fue la de estar
en guardia sobre mis propias percepciones y prejuicios, no pretendiendo carecer
de ellos o evadiéndolos, como algunos investigadores todavía piensan que es posible, sino por el contrario, intentando constantemente hacerlos explícitos a mí
misma en una gran cantidad de memos que escribí durante el tiempo que hice
y analicé las entrevistas, y que continué elaborando conforme seguí escribiendo.
No cabe duda de que sin la teoría fundamentada como metodología no
hubiera podido darle sentido a mis datos. Esto debido a que cuando me enfrenté a la cultura local y fui tratada como alguien distinta a como me veía yo
a mí misma, experimenté lo que Schütz llama una crisis.
Schütz (1964) hace referencia a cómo los grupos sociales tienen un entendimiento general sobre su contexto sociocultural, sus formas institucionalizadas de organización social, su sistema de estatus y prestigio. Estos patrones
tradicionales o habituales de representación compartidos por un grupo específico, ayuda a sus miembros a darle sentido a sus situaciones de vida cotidiana; sin embargo, éstas, que Schütz llama tipificaciones, se complican cuando
surgen situaciones nuevas para el grupo que las comparte.
A nivel individual, cuando las tipificaciones de cierto grupo se imponen,
tienen distintos impactos dependiendo de si son vistas como positivas o negativas por el individuo, y también de acuerdo con el rango dentro del cual se
lleva a cabo la tipificación. Si él o ella se definen, aun en términos generales, de
acuerdo con algo considerado como positivo por la persona que está siendo
tipificada, él o ella pueden verlo hasta como una forma de autorrealización, ya
que el que tipifica confirma al que está siendo tipificado su concepción de sí
(Shütz, 1964: 236).
En cambio, si se ve obligado a identificarse como totalidad con un rasgo o característica particular que lo ubica, en términos del sistema impuesto de significatividades heterogéneas, en una categoría social nunca incluida por él como
significativa en la definición de su situación privada, siente que ya no es tratado
como un ser humano dotado de derecho y libertad, sino que se lo degrada como
espécimen intercambiable de la clase tipificada. Queda alienado de sí mismo,
convertido en un mero representante de los rasgos y características tipificados,
despojado de su derecho a la búsqueda de la felicidad.
Esto puede conducir al colapso total de su orden privado de dominios de significatividades, es decir, a una crisis (Schütz, 1964: 236).
111
ATRAPADA EN PROVINCIA
Esa definición de crisis, un rompimiento completo de su orden privado de dominio de relevancia, refleja mucho mi situación después de que me
mudé a Aguascalientes. Por muchos años, yo me había identificado con una
característica particular de gran relevancia para mí: una socióloga profesional. Cuando me mudé a Aguascalientes, fui identificada por el endogrupo en
una categoría social no significativa para mí en cuanto a la definición de mi
situación privada: esposa y madre. Y tal como argumenta Schütz, me sentí
degradada a un espécimen intercambiable de una clase tipificada. Entre más
intentaba negociar mi realidad con el endogrupo, cuyos miembros constituían
la única relación que tenía yo disponible en ese momento, más caía yo en la
oscuridad del sinsentido. Había poco espacio en la comunidad de recepción
para una mujer como yo, o como yo me definía a mí misma.
Una de las rutas que encontré para salir de la crisis fue apegarme a mi
profesión de socióloga, que era lo que yo suponía me definía de manera más
adecuada, e investigar el entorno social de aquellos que impusieron su sistema
de tipificación sobre mí; sin embargo, el rompimiento en el orden privado
de mi dominio de referencia no me permitió distanciarme lo suficiente del
endogrupo como para que pudiera dar sentido a mi lugar como outsider, o
miembro del exogrupo en términos de Schütz. Fue la teoría fundamentada
y el uso de los caqda,2 lo que me permitió acercarme al tema y empezar a
darle sentido. Mediante esta metodología y esa técnica de análisis, pude poner
distancia y empezar así a desenredar los complejos entramados de mi relación
con los nativos.
Realicé diecinueve entrevistas de entre dos y tres horas, que fueron transcritas y analizadas, primero, haciendo uso de lápices de colores y tarjetas. En
ese primer acercamiento, leí las entrevistas muchas veces y las marqué de
acuerdo con los temas que aparecían y se repetían, y escribí memos en tarjetas
por separado. En la segunda etapa de la investigación, hice uso del programa
maxqda para llevar a cabo un análisis más organizado y sistemático. El uso del
programa me permitió codificar segmentos de las entrevistas transcritas, asignar códigos, definir sus propiedades y dimensiones, y organizarlos de acuerdo
con la frecuencia en la que aparecieron en las entrevistas. Paralelamente, y
también haciendo uso del programa maxqda, escribí muchos memos que me
2
Éstas son las siglas en inglés que se utilizan para denominar el análisis de datos cualitativos
asistido por computadora.
112
Construir un sentido de realidad
permitieran explorar los datos con mayor profundidad, establecer las relaciones entre los códigos y elaborar las categorías. La escritura de memos también
me dio la oportunidad de explorar mis propias percepciones y sesgos, e irlos
confrontando con aquellos de las personas a las que entrevisté. Fue a través
de ese proceso que pude ir construyendo un entendimiento de los aguascalentenses tal como eran vistos por los forasteros, cosa que me permitió irme
devolviendo a mí misma credibilidad sobre mis propias percepciones de esta
compleja relación endogrupo-exogrupo.
En los siguientes dos capítulos me adentraré en las redes de sentido elaboradas por las personas que entrevisté y que en una etapa de este proceso de
investigación analicé desde la perspectiva de la teoría fundamentada.
113
ATRAPADA EN PROVINCIA
Resumen de las personas entrevistadas.
Pseudónimo Lugar de nacimiento
Años de vivir
en Aguascalientes
Profesión
Otras ciudades
y países de residencia
Alejandro
Zacatecas
Menos de uno
Arquitecto
Querétaro, Culiacán
Ana
Durango
Más de veinte
Nutrióloga y socióloga
Monterrey, Paris
Antonio
Jalisco
Más de veinte
Técnico
Ninguno
Bertha
Campeche
Más de veinte
Ama de casa
Ciudad de México, París
Carmen
Ciudad de México
Más de veinte
Socióloga
Ninguno
David
Acapulco
Menos de uno
Vendedor de coches
Ninguno
Denisse
Guerrero
Menos de cinco
Estudiante universitaria
Cuernavaca
Emma
Saltillo
Menos de cinco
Arquitecta
Ciudad de México,
Saltillo, Guanajuato, San
Cristóbal de las Casas,
España
Ignacio
Jalisco
Menos de cinco
Religioso
Guadalajara, Morelia,
Querétaro, Monterrey,
España
Isabel
Jalisco
Más de veinte
Profesora universitaria
y terapeuta
Guadalajara
Julia
Ciudad de México
Más de veinte
Maestra de preescolar
Puebla
Laura
Ciudad de México
Más de veinte
Asistente de
investigación
Ninguno
María
Jalisco
Menos de veinte
Medicina alternativa
Zacatecas
María
Emilia
Ciudad de México
Menos de veinte
Funcionaria pública
Estados Unidos y
Europa
Norma
Ciudad de México
Más de diez
Profesora universitaria
Ninguno
Pedro
Yucatán
Más de veinte
Consultor
Ciudad de México y
París
Rodrigo
Ciudad de México
Menos de cinco
Arquitecto
Ninguno
Selene
Ciudad de México
Más de diez
Diseñadora editorial
Ninguno
Susana
Michoacán
Más de diez
Maestra de preescolar
Ciudad de México
114
La cultura local vista desde fuera1
1
Las primeras entrevistas que hice y analicé estaban cargadas de
concepciones negativas sobre los nativos y de experiencias difíciles en el proceso de adaptación. Esto me preocupaba mucho y
me hacía dudar de mis datos; sin embargo, una vez más, encontré en los textos de Alfred Schütz argumentos invaluables para
entender la situación. Él argumenta que cuando un endogrupo
se encuentra con gente que llega de fuera, se establecen relaciones complejas en las que el endogrupo siente que los malos
entendidos en cuanto a su forma de vida deben de responder a
prejuicios o mala fe. Esto los conduce a desarrollar una solidaridad mayor para resistir a los forasteros. Paralelamente, el exogrupo reacciona negativamente a esa cerrazón del endogrupo,
1
La mayor parte de este capítulo fue publicado en la revista Forum of Qualitative Social Research, 13(2), 2012.
ATRAPADA EN PROVINCIA
fortaleciendo su interpretación de que el endogrupo es “altamente detestable”.
Y continúa Schütz:
[…] la autointerpretación del endogrupo y la interpretación que el exogrupo
aplica a la concepción natural del mundo del endogrupo se interrelacionan con
frecuencia, y ello en dos sentidos:
a. Por un lado, el endogrupo suele sentirse incomprendido por el exogrupo, y
pensar que tal incomprensión de sus formas de vida debe estar arraigada en
prejuicios hostiles o en la mala fe, ya que las verdades sostenidas por el endogrupo son “cosas evidentes” y, por lo tanto, comprensibles por cualquier ser
humano. Este sentimiento puede llevar a una modificación parcial del sistema de significatividades vigente en el endogrupo, que origina una resistencia
solidaria contra la crítica exterior. Entonces, el exogrupo es contemplado con
repugnancia, disgusto, aversión, antipatía, odio o temor…
b. Por otro lado, se establece ahí un círculo vicioso, porque la reacción modificada del endogrupo reafirma al exogrupo en su interpretación de las características del endogrupo como altamente detestables (1974: 228).
El círculo vicioso que se establece entre nativos y forasteros tiene mucho sentido para entender por qué las personas que venían de fuera definían
a los nativos de Aguascalientes a partir de características preeminentemente
negativas. Para evitar esa polarización producto de la interacción entre el
endo y el exogrupo, sería necesario que ambos comprendan que su visión
del mundo no es algo natural, evidente, sino que responde en buena parte a
circunstancias sociales y culturales específicas. Pero esta habilidad se aprende en la convivencia con otros, diferentes, se hace más y más común con los
intercambios, producto en gran parte de la apertura de los mercados, el incremento de los flujos migratorios y el acceso a multitud de medios masivos
de comunicación.
Una vez hecha esta aclaración, espero que sea suficientemente claro que
no estoy afirmando que los aguascalentenses son lo que decimos los forasteros, lo que muestro aquí es, precisamente, aquellos rasgos que esos forasteros
que entrevisté consideran como más preeminentes de esta cultura local. Veamos cuáles fueron los componentes de eso que he llamado la cultura local
vista desde la perspectiva de los miembros del exogrupo.
116
La cultura local vista desde fuera
Gente cerrada. La más relevante de las características mencionadas para
referirse a los nativos fue que son gente cerrada. ¿Qué quiere decir esto? Que
los nativos prefieren relacionarse sólo o primordialmente con sus familiares;
en segundo término, que fuera del ámbito de sus relaciones de parentesco,
tienden a relacionarse con sus amistades, pero con aquellas que conocen de
mucho tiempo atrás. Por último, ese considerar a la gente de la localidad como
cerrada se relacionó con el hecho de que la relación de amistad con la gente
que viene de fuera es algo que los nativos más bien prefieren evitar. Alejandro
resume esta percepción cuando comenta: “Sí le hablan a uno, pero así, quédate
lejecitos, no entres”.
Julia describe con mucha elocuencia la distancia que perciben los forasteros al intentar relacionarse con el endogrupo:
Una amistad de aquí es como una joya… como si hubieras encontrado un diamante en el lodo… No, no, porque es raro ¿eh?, que alguien de aquí se abra… Un
compañero de Aguascalientes con el que yo estudié (en el Distrito Federal), me
decía: “si alguien de Aguascalientes te invita a su casa, puedes considerar que ya
son superamigos”. Y mira que creo que sí.
La misma Julia, así como otros entrevistados, aceptaron que sí tenían
amistades originarias de Aguascalientes, sin embargo, hicieron hincapié en
que eran muy poco comunes. Pedro y Berta, que son pareja y fueron en una
ocasión entrevistados juntos, dejan ver esa dificultad con que han hecho amistades con los nativos, a pesar de que tienen una vida social bastante intensa. Él,
como siempre positivo, hablaba de que tenían buenos y muy cercanos amigos
nativos e hizo referencia a dos casos:
Pedro: (Una pareja) y (otra pareja), que han sido amigos… ésos son dos buenos amigos
aguascalentenses. Esos sí, amigos de compartir con ellos en la casa.
S.B.: Te acuerdas, en general, como que no habría tanta diferencia con la gente de aquí.
Pedro: En ese caso, ¿no?
Berta: En ese caso, ¡sí!... tengo que pensar que (una pareja) vivieron no sé cuántos años
en México, entonces son mucho más abiertos.
Y Berta abunda en la conversación sobre su amplio círculo de amistades
y de las pocas que son originarias de Aguascalientes.
117
ATRAPADA EN PROVINCIA
Además de tratar de circunscribir sus interacciones a los familiares y aquellas personas que conocen de mucho tiempo, los forasteros criticaron a los nativos por estar todo el tiempo tratando de ubicar a la gente socialmente; en el
momento que conocen a alguien, inmediatamente quieren saber de quién es
pariente y a quién conoce. La incomodidad de Emma al narrarnos un episodio
de este tipo, nos dice mucho sobre la diferencia en la percepción de nativos y
forasteros:
Mi tía tiene viviendo aquí toda su vida y yo me acuerdo que llegaba y le decía:
— Ay, fíjate que un compañero mío es Juanito Pérez Pérez.
— De los Pérez, de los tíos, de los primos de los sobrinos, de…
— No sé, él se llama Juan Pérez Pérez, no le pregunté ni de quién es hijo, ni de quién es
pariente, ni me interesa saber.
Y luego, en la siguiente reunión familiar me decía, “¿qué crees?, ya supe, sí es hijo
de fulano, de zutano, de perengano” (risas). Y decías tú, ay, dios santo, o sea que,
qué ociosidad tener toda esa información en la cabeza, aparte información inútil,
de qué te sirve saber el árbol genealógico de una persona de Aguascalientes.
Esto que a Emma le parece tan trivial, desde la lógica local es muy importante, es una estrategia que permite identificar a los miembros del endogrupo
y ubicarlos en la escala social. Una vez que la persona en cuestión queda ubicada, puede ser tratada “como se merece”. Una frase muy sonada, que usan los
nativos, es decir que alguien es “gente de aquí de toda la vida”. Esta especie de
certificado social de aceptación lo usan personas del endogrupo que además
tienden a presentar un nivel socioeconómico alto. Esta frase les resulta particularmente chocante a los forasteros. Es posible que lo anterior suceda porque
muchos de los forasteros eran elite en su lugar de origen y ahora resulta que
la burguesía local les cierra la entrada a un ámbito al que originalmente pertenecían.
María Emilia, una mujer originaria del Distrito Federal y proveniente de
una familia de tradición burguesa, nos comenta:
118
La cultura local vista desde fuera
Llegó un momento en que, ¿sabes qué?, decidí no ir, y me invitaron al Campestre.2
Y yo por ellas voy, son gente linda, pero al resto no lo siento a gusto, uno percibe
que todo lo que digas se toma a mal, que si como te vistes, te sientes mucho; que si
porque eres chilanga, eres gandalla, y el tono que tienes y cómo hablas. Entonces sí
es difícil y sí te puedo hablar yo de que no fui muy bienvenida.
Éste es un buen ejemplo de la manera en que personas originarias del
d.f. se sentían maltratadas por gente de Aguascalientes que eran vistas como
menos sofisticadas y al mismo tiempo sintiéndose con el derecho de criticar a
personas originarias de la capital del país.
Gente doble. Además de “cerrada”, la gente nativa apareció a los forasteros como “doble”. Esta característica negativa les resultó mucho más difícil de
descifrar, pues los extraños detectan una gran ambivalencia por parte de los
nativos pero se les dificulta aprehender qué es lo que en realidad sucede.
Algunos forasteros se refieren a los nativos como “gente de apariencias”
y con ello quieren decir que pretenden parecer lo que quisieran o consideran
que se esperaría de ellos, por ello fingen, por ejemplo, tener un mayor estatus
social o ser personas ejemplares, intachables. Lo anterior hace que los nativos actúen de conformidad con los usos y costumbres de la localidad, como
por ejemplo visitar a las amigas, particularmente si tienen algún problema, y
asistir a los eventos sociales como bodas, bautizos, velorios, primeras comuniones, etcétera.
Para poder actuar acorde con lo que se espera socialmente de ellos a la
vez que viven su propia vida, los nativos hacen uso de ese doblez, recurso social que mientras entre ellos es común, podríamos decir, se vive como natural,
a los forasteros les desconcierta y les enoja.
Otro aspecto que mencionaron los forasteros como particularmente negativo fue lo que calificaron como de “hipocresía” pues según sus testimonios,
los nativos hablan mal de otros en su ausencia y en el momento de confrontarlos no expresan su desaprobación sino, al contrario, hasta los adulan.
Otra cuestión que caracteriza el doblez de los nativos, frecuentemente
citado por los forasteros, fue la “doble moral”, particularmente en el ámbito
2
El Campestre es un club de golf al que se accede únicamente con membresía y al que pertenecen mayoritariamente personas de la alta burguesía local.
119
ATRAPADA EN PROVINCIA
sexual, pues sienten que se vive como natural el que los hombres tengan una
familia considerada como la legítima y, paralelamente, busquen relaciones sexuales casuales o, inclusive, lleguen a formar otro núcleo familiar al mismo
tiempo. Como bien lo dijo María Emilia:
[…] yo siento que es una sociedad de doble conducta porque tú ves a los señores
persignados con las señoras tututucu; y los ves a ellos solos y les urge irse al table, a
los otros lados, y andan echando ojitos por allá […]
Esta doble moral en el ámbito sexual se extiende a todas las relaciones
de género, desde la relación de pareja y la familia hasta el mundo laboral. Las
personas entrevistadas hicieron un gran número de referencias al hecho de
que mujeres y hombres asumen roles tradicionales, muy tradicionales, como
que los hombres van a las reuniones para “soltarse el pelo”, mientras que las
mujeres se quedan en su casa cuidando a los hijos y haciendo otras labores
domésticas.
En el mundo laboral varias mujeres narraron eventos bastante graves en
el trato que han recibido por parte de sus jefes y colegas. Una de ellas se refiere
a la forma en que fue tratada en su primer intento de incorporarse al mercado
laboral en Aguascalientes:
Preguntaron si era casada o soltera… si ya le había pedido permiso a mi esposo…
Tomaron la decisión y a mí me lo comunicaron: que como era mujer y de fuera no
me daban el trabajo (María Emilia).
Otro incidente grave en cuanto a la contratación de mujeres remite a la
no contratación de una mujer que había sido elegida por el Gobierno Federal
para ocupar el puesto de directora de un museo en Aguascalientes. Pero, cuando la noticia llegó a la persona encargada de esa instancia en Aguascalientes,
les aseguró “que una mujer no puede ser la directora […] que la sociedad no
estaba preparada […]” (Rodrigo). Así tomaron la decisión de cambiarla por
un hombre para ocupar el puesto.
Un segundo grupo de comentarios respecto a lo que seguido se denominó machismo en Aguascalientes se refirió a la interacción cotidiana en el
trabajo. Ahí surgieron dos cuestiones. La primera se refería a chismes co120
La cultura local vista desde fuera
mentados por dos de las personas entrevistadas, en donde se reportaba que
ellas o sus parejas seguramente tenían un buen trabajo como resultado de
intercambios sexuales con su jefe. Rodrigo comenta cómo ha escuchado que
dicen que su esposa trabaja en donde está porque seguramente es amante de
su jefe. De igual manera dicen que su secretaria lo defiende a él de seguro
porque tienen algo que ver.
La segunda cuestión mencionada fue que había maltrato. Emma narra un
conflicto laboral en donde ella se defendía de la siguiente manera:
No se cómo trates a las mujeres de aquí, de Aguascalientes, pero yo no soy de aquí;
entonces es la primera vez que me golpeas el escritorio y la última, y es la primera
vez que me agarras a gritos y la última.
Finalmente, en este tema de las relaciones de género, hay dos comentarios
de las entrevistadas que nos resultaron particularmente relevantes, pues dejan
ver de manera global la concepción sobre estas cuestiones que privan en la localidad. Una de ellas, Berta, que tiene más de sesenta años, claramente comenta:
Siento que las personas de mi edad aquí en Aguascalientes son personas que viven
en el siglo pasado o antepasado […] haz de cuenta, si te casaste: estás en tu casa,
obedeces a tu marido y eres la mujer sufrida. Y no puedes hacer nada si tu marido
o te lo supervisa y te lo consiente […] incapaces de pensar por sí mismas […] o sea,
todo lo que dicen, todo lo que actúan es de acuerdo a ciertas reglas.
La otra mujer que nos mostró gran preocupación por la falta de equidad
de género en la localidad se refiere a la película Por un sueño,3 y nos dice:
“como que sí reflejaba el contexto social de Estados Unidos antes de la revolución sexual… y de repente dices… ¡híjole!, pues… Aguascalientes… no estaría
tan lejos” (Selene).
Los comentarios sobre cuestiones de género, claramente reflejan cómo
personas que han tenido experiencias de vivir en sociedades más abiertas se
sienten incomodas y tratadas injustamente.
3
Esta película, en inglés llamada Revolutionary Road, apareció en 2009, fue dirigida por Sam
Méndez y sus actores principales fueron Kate Winslet y Leonardo di Caprio.
121
ATRAPADA EN PROVINCIA
Falta de profesionalismo. El tema que siguió en frecuencia de las menciones que los forasteros hicieron de los nativos fue su percepción en cuanto a la
poca seriedad con la que desempeñaban sus actividades laborales. Esto apareció como una constante que atravesaba desde aquellos que trabajan como
empleados –tanto en empresas privadas como en oficinas de gobierno–, hasta
los funcionarios públicos de medio y alto nivel, pasando por los profesores
universitarios.
Los forasteros mostraron una idea generalizada de que los nativos no realizan sus actividades laborales de la mejor manera posible. Según conciben los
forasteros entrevistados, muchos de los nativos con los que han tenido contacto buscan la manera de realizar el menor esfuerzo, les interesa poco que las
cosas se hagan bien y mucho menos están dispuestos a ir más allá de lo que se
les exige para proponer cosas nuevas.
Para ser más específicos, dos de los entrevistados mostraron gran frustración respecto a la casi nula disponibilidad de la gente para trabajar. Esto en
dos casos, entre empleados sindicalizados del sector gubernamental y entre
empleadas de mostrador en una fábrica de muebles.
Rodrigo, director de un museo, nos comenta sus primeros encuentros
con los empleados sindicalizados argumentándoles que:
— Por ley, y los del sindicato, tal día ustedes tienen que venir a trabajar.
— Ay, es que siempre habíamos, hecho esto: veníamos a trabajar, no cobrábamos horas extras, pero entonces tres días no veníamos. O sea, por ejemplo, vicios de ese
tipo muy de familia, ¿no? Como ayer hubo inauguración (de alguna exposición),
nos quedamos dos horas. Entonces el viernes me voy dos horas antes…
— No, a ver, vamos a definir y a distinguir.
De repente veías que estaba todo el Centro inah desayunando en el museo. Pos’
ta’ bien, tienen su hora de desayuno, ¡pero no todos!, o sea, se acaban de parar de
almorzar y ahora ya viene la hora de la comida…
Mientras que podríamos pensar que en el caso arriba mencionado la
poca predisposición al trabajo se debe a que los empleados están sindicalizados, Laura nos relata sus experiencias con la contratación de empleadas de
mostrador para una tienda de muebles que tienen ella y su esposo.
Me doy cuenta que la gente de aquí, en los empleados, hay un desgano, una falta
122
La cultura local vista desde fuera
de interés. Tenemos un negocio propio y las empleadas que tenemos con una facilidad enorme te dejan el trabajo; lo más chistoso es que cuando las entrevistas
te suplican porque necesitan el trabajo… Cada vez me sorprenden más... porque
una que te ruega el trabajo hoy en la noche y la contrataste para que se presente
mañana y no llega… Y esa gente que deja de ir a la mitad de la semana y que ni
siquiera va a cobrar lo que ya trabajó…
Las quejas de los entrevistados van más allá de los empleados y se extienden a personas que ocupan puestos más altos en las organizaciones, como
pueden ser los profesionistas y los funcionarios. Rodrigo relata la frustración
que ha sentido por no poder llevar a cabo sus proyectos porque la gente no le
responde; le pregunté si eso era con los empleados sindicalizados y me respondió:
Los sindicalizados… sí son flojos pero aquí se pasan, ¿no? Fue impresionante, o sea
no, bueno y con los funcionarios también, el mismo (director), ¿no?, decía: “es que,
¿sabes qué? Como no eres de aquí, no entiendes”.
De igual manera, en muchas ocasiones los entrevistados reportaron que
los nativos carecían de los recursos profesionales y técnicos para desempeñar
sus labores profesionales. De ahí que los califiquen como incompetentes. Al
hacer referencia a esta característica, los forasteros mencionan eventos relacionados como, por ejemplo, que los nativos no saben aplicar la normatividad
estipulada por el Gobierno Federal y tampoco la administración municipal
hace cumplir la legislación. Asimismo, Emma narra la experiencia de cuando
intentó publicar un libro en la universidad pública y los profesores investigadores mostraron poco profesionalismo en su trabajo editorial.
Venimos con (la encargada del área editorial) a que nos editara el libro y todo. Ve
el libro, le parece fabuloso. Se lo da a un cuerpo docente en arquitectura a revisar
y le mutilan el libro. Le hacen una como corrección de estilo y dicen que primero
su libro, es arquitecta pero no sabe escribir, cuando que el libro ya traía el aval de
la unam, de la Ibero, de la uam-x como editores que ya habían revisado el texto y
le habían dado el visto bueno. Que no se decía “los arquitectos”, que se decía “los
arquitectos y las arquitectas”. Y que entonces, por favor, lo corrija y ponga bien.
123
ATRAPADA EN PROVINCIA
Eso no fue lo mejor, ella habla de una revolución feminista en el medio
de la arquitectura, cómo la mujer tiene que tomar un papel, incluso fue una
de las primeras mujeres arquitectas semidisfrazadas de hombres; se cortan el
pelo, quieren usar jeans, para ponerse al nivel de los hombres. Y le dicen que
bueno, que esa parte la quite.
Hubo otro grupo de comentarios sobre el entorno laboral de Aguascalientes que se relaciona con las características antes mencionadas pero que está
más relacionado con el contexto urbano de esta ciudad media en el México
contemporáneo, su nivel de desarrollo y su diversidad social e institucional
que con rasgos propios de la cultura local. Estos comentarios hicieron referencia tanto al reto de llevar a cabo nuevos proyectos como a la oferta educativa,
sobre todo en el nivel superior, disponible en la ciudad.
Mucha gente vino a esta ciudad con la intención de iniciar empresas
nuevas. Algunas personas fueron invitadas para realizarlas y otras decidieron emprenderlas por cuenta propia; sin embargo, la percepción de la gente
durante las entrevistas fue que los proyectos se hicieron muy pequeños, casi
insignificantes, o fracasaron. Julia, con la claridad que la caracteriza, nos narra
lo siguiente:
Pues mira, por ejemplo, Irma y Enrique, el esposo de Lety, él era director del…
bueno, ellos llegaron a abrir el Centro de Rehabilitación del dif, y llegaron con un
proyecto, que era un megaproyecto. Pero yo creo que aquí en Aguascalientes los
megaproyectos se van haciendo chiquitos, chiquitos, chiquitos ¿no? Y el presupuesto que tuvieron de inicio, y el plan de desarrollo se va haciendo… o sea, le cortan
el presupuesto y entonces ya deja de ser ése el plan, se hace chiquito, chiquito, chiquito, este…, y entonces, Enrique y su esposa se fueron a Estados Unidos porque
pues ya no daba ese proyecto para lo que ellos pensaban que iban a lograr aquí y
en Estados Unidos tenían una oportunidad mejor que ésta, que en lo que se estaba
convirtiendo, ¿no? E Irma pues un poco también se fue por lo mismo, pero también porque sus hijos crecieron y sentía que no tenían, como muchas posibilidades
educativas aquí ¿no?
Tomando en cuenta lo dicho en torno a este tema, más frecuentemente
enunciado por los forasteros como “gente mediocre e incompetente”, vemos
que casi todos los entrevistados mostraron gran frustración, desencanto y hasta enojo en cuanto a la concreción de sus expectativas laborales en esta ciudad.
124
La cultura local vista desde fuera
Sus largos comentarios en torno a los reveses con que se toparon una y otra vez
para intentar llevar a buen término sus expectativas laborales nos confirma
que hay un abismo entre lo que imaginaron al tomar la decisión de instalarse
en esta ciudad y lo que pudieron lograr al paso de los años.
Amable. Estoy, a partir de aquí, haciendo referencia a las características
positivas de los nativos según opinión de los forasteros. De las cualidades que
encontraron estos últimos, destaca el que consideran a los nativos gente “amable”. Una gran cantidad de los entrevistados dijeron que en algún momento u
otro los aguascalentenses habían sido amables con ellos. En la gran mayoría
de los casos esa gentileza se expresó en encuentros casuales en los espacios
públicos como, por ejemplo, la calle. Hubo menciones tales como decirles “salud” cuando estornudaban, darles una buena respuesta a la solicitud de información sobre cómo llegar a algún lugar o dónde comprar alguna cosa. También en otros lugares, como por ejemplo restaurantes y supermercados, los
forasteros quedaban fascinados con reacciones como que se les recibiera con
la sonrisa en la boca o que en el supermercado una empleada saludara a sus
clientes. De igual manera, Carmen nos comenta lo agradable que le resultaba
presenciar el trato que se daba la gente de la localidad en las calles:
Me llamaba la atención que los señores iban en su bicicleta y entonces, hey, ¿no?, se
paraban, se abrazaban, platicaban… y yo decía, encontrarse a alguien era otra cosa
para mí, totalmente desconocida… Y a mí me gustaba así, que la gente estuviera
como más en contacto con los suyos en la calle, verse, saludarse en el supermercado…
Esa misma percepción de amabilidad notaron algunos de los entrevistados en ámbitos un poco menos públicos como un club campestre, o, inclusive
una casa de huéspedes. Rocío nos comenta emocionada que su esposo cuando
llegó, “vivió en una casa de huéspedes con unas viejitas adorables, le gustó
mucho la gente”.
La amabilidad de los nativos se extendió, en un caso, a que por referencias
de terceros desde la ciudad de México, Laura y su esposo contactaron a una
persona de Aguascalientes, quien además de recibirlos amablemente, la refirió
a otra persona que, como ella misma nos dijo, “a ojos cerrados me contrataron”.
En resumen, con certeza podemos afirmar que los forasteros ven a los
nativos como personas “amables”. Pequeños comentarios entre muchas de las
125
ATRAPADA EN PROVINCIA
personas entrevistadas lo confirman una y otra vez: “la gente me ha tratado
muy bien” (Denisse), “muy gentil toda la población” (Laura), “muy, muy cordial” (Laura), “estamos muy bien, la gente (es) muy cálida” (Rocío). Inclusive,
en momentos compararon a la gente de Aguascalientes con personas de otros
estados de la República en donde habían vivido para resaltar que: “Se me hizo
más cálido el recibimiento en Aguascalientes, la gente es más… pues sí, más
cálida… te reciben con más familiaridad” (Susana).
Abierta. Que es gente “abierta”, fue la característica mencionada en segundo lugar cuando se hizo referencia a las características positivas de los nativos. Esto, a primera vista, aparece como contradictorio si recordamos que el
rasgo más mencionado para referirse a los nativos fue, precisamente, que son
“cerrados”; sin embargo, si analizamos esta contradicción con más detalle, podemos ver que los forasteros llaman abiertos a los de Aguascalientes haciendo
referencia, en general, a características distintas de aquellas que mencionan
cuando los califican como cerrados.
Podemos agrupar un conjunto de referencias en lo que llamaremos
“abiertos al reconocimiento profesional”, dado que los entrevistados mencionaron eventos en los que los nativos hicieron a un lado el hecho de que ellos no
eran de aquí y dieron crédito a sus cualidades profesionales. Esto, en el caso de
Pedro, consistió en reconocerlo ganador de un concurso literario, aceptar que
fuera presidente de un colegio de profesionistas y permitirle que participara
como miembro del consejo ciudadano de una dependencia del gobierno municipal. María, que da terapias alternativas en las que combina Reiki, homeopatía y masajes, comenta que la gente ha tenido confianza en sus capacidades
curativas sin que ella tenga que mostrarles títulos o algún documento que la
acredite como una profesional. Por último, Isabel nos narra un evento en el
que un grupo de personas de una localidad cercana a la capital de Aguascalientes van a pedirle a su esposo que funja como diácono en su templo. Para
Isabel, este hecho denota que la gente, a pesar de ser católica y de una localidad
pequeña, muestra apertura para que su esposo, que había sido sacerdote pero
ya no lo era, ocupe ese lugar.
A mí me parece que los comentarios de María sí denotan cierta apertura; sin embargo, los de Pedro e Isabel confirman la cerrazón que caracteriza
el contexto. Pedro no tendría por qué ser excluido por ser originario de otro
estado, o Isabel, decir que son abiertos porque aceptarían que un ex sacerdote
fuera diácono, me parece como de, al menos, el siglo antepasado.
126
La cultura local vista desde fuera
Para completar esa visión positiva de algunos de nuestros entrevistados,
podemos referirnos a los comentarios de Laura, que abundó mucho en cuanto
a esta percepción de que la gente nativa es muy abierta:
Yo siento mucha, mucha, apertura; incluso varios de ellos (sus amigos) nos han comentado que sí agradecen mucho el crecimiento tan grande que se dio por aquella
época de 1985 porque le llegó a Aguascalientes una nueva visión, un aire diferente,
ciertos servicios que no era fácil encontrar… Todo lo contrario de lo que creían los
chilangos,4 que decían: es que nada más por ser chilango, ya no nos van a querer.
Gente buena. Concluyamos con el calificativo de “gente buena”. Antes de
referirnos a esta característica positiva de los nativos vista desde los ojos de los
forasteros, es importante mencionar que gente buena es una palabra clave en la
localidad que estudiamos. La gente de Aguascalientes con frecuencia se autoproclama como la gente buena y, de hecho está escrito en el escudo del estado.
Pero mientras para los nativos ser gente buena es algo muy relevante, los
forasteros poco lo mencionan en sus narrativas. Hubo dos casos que hablaron
de los nativos en esos términos muy positivos, que es común encontrar entre
ellos mismos. Susana, por ejemplo, dice “en general me gusta Aguascalientes,
se me hace una ciudad preciosa y de gente muy buena, muy buena”. Rocío,
emotiva, comenta: “Yo creo que la gente de Aguascalientes tiene un corazón
grande, eso que dicen ‘cielo claro, agua clara y gente buena’, tienen toda la razón, gente muy buena”.
Haciendo referencia a la bondad de los nativos, Pedro y Berta narran una
de sus primeras experiencias de contacto con ello cuando acababan de llegar a
Aguascalientes. Estuvieron en una mueblería buscando una sala:
No la íbamos a comprar porque no teníamos el dinero, y la dependienta, una muchacha que tenía como unos 25 años, me dijo:
— ¿Le gusta la sala?
— Sí.
— Pues llévesela.
4
Nombre con el que a menudo se denomina a las personas originarias de la zona conurbada
de la ciudad de México.
127
ATRAPADA EN PROVINCIA
—
—
—
—
Oiga, pero no tengo para pagársela.
Le hacemos unas letras.
Aquí no me conoce nadie.
No importa.
La cosa es que nos fiaron sin conocernos y nos dieron los muebles.
No faltaron, sin embargo, comentarios en torno a que los nativos se autoproclaman como muy buenos pero en realidad no lo son. En particular un
religioso de la región nos dice:
La gente buena. Sí, pero ahí está, seguimos siendo muy buenos: golpearon a un
cura, yo me enteré apenas llegando a Aguascalientes… y ahora que lo mataron, a
ese mismo cura, la persona que era acusada de haberlo golpeado parece que salió
de la ciudad y no se dice nada (Ignacio).
Otro entrevistado nos comenta: “No, de gente buena, no. No sé de dónde
sacaron eso, se me hace que lo inventó alguien que no vivió aquí” (Alejandro).
Otra característica positiva que mencionaron los forasteros, aunque con
menor frecuencia que las anteriores, es que los aguascalentenses tienen “educación cívica”. Esto se refiere al respeto que muestra la mayoría de la población
en la circulación de peatones y automóviles por las calles. David lo narra así:
Hay de todo pero predomina la gente que tiene más educación cívica… sí, porque
todavía te ceden el paso en los carros, se le da preferencia al peatón, van uno y
uno… allá en Acapulco es como el tren… claro, con razón se me quedaban viendo
y veían las placas, ¡¿y éste de Guerrero?! Pero ya después agarré la onda, ah, es que
no sabía.
Para terminar, es pertinente mencionar que hubo algunas menciones a lo
que llamaron “calidad humana de los nativos”. El más fuerte fue el de Isabel:
He encontrado gente de calidad humana excepcional, que agradezco mucho, que
agradezco que me hayan incluido en su… como parte de sus amigos y de todos lados; es una fortuna, un tesoro, como dice el evangelio, el que encuentra un amigo,
encuentra un tesoro y yo he encontrado muchos.
128
La cultura local vista desde fuera
Los contenidos de la cultura local a los que se refieren los entrevistados
no son contradictorios. María habla de esa amabilidad a la que se refieren
también quienes argumentan que ésta se mezcla con un poner distancia. La
cuestión de la cultura cívica es algo que, en general, aprecian y reconocen los
forasteros.
129
Ser chilango
En el capítulo anterior desglosé los componentes de la cultura
local de acuerdo a cómo fueron concebidos por los forasteros.
En el mismo proceso metodológico que seguí para definir la
cultura local tal como es vista por los forasteros, surgieron datos en torno a lo que podríamos denominar el estereotipo del
forastero. Éste se elaboró a partir tanto de los comentarios que
hicieron ellos mismos sobre cómo creían que los veían los nativos, como de los testimonios de los mismos nativos sobre los
miembros del exogrupo y la definición que los primeros hicieron sobre sí mismos en comparación con los forasteros.1 Los
resultados muestran una coincidencia considerable entre lo
que unos y otros conciben como componentes del estereotipo
1
La información de este grupo la obtuve de las entrevistas realizadas por
María Estela Esquivel a los nativos como parte de este mismo proyecto de
investigación.
ATRAPADA EN PROVINCIA
y, además, dejan ver que los nativos se ven a sí mismos en muchas ocasiones
como diametralmente opuestos a los de fuera. Veamos.
El estereotipo del chilango
Cómo son los chilangos
(según creen que los ven).
Cómo son los chilangos
(según testimonios
de los hidrocálidos).
Cómo son los hidrocálidos
(según ellos mismos cuando
se comparan con los chilangos).
Son gente:
Son gente:
Son gente:
Ventajosa/abusiva/”gandalla”
Ventajosa/abusiva
Dejada/confiada/honrada
Agresiva
Agresiva
Tranquila/sencilla/sincera
No educada
Descarada
No amable
Hace sentir menos:
presumida, creída
“Somos menos”,
“por buenos se aprovechan de nosotros”
Promiscua
Hospitalaria
Para empezar, hay esa idea compartida entre forasteros e hidrocálidos de
que el chilango mira primero por sus propios intereses y los consigue de manera agresiva y sin recato. De ahí ese verlos como gente poco educada y hasta
vulgar. Además, está esa percepción de que su prepotencia hace ver a los otros
como inferiores.
Ese estereotipo del chilango que parecen compartir tanto forasteros como
nativos, se contrasta con la que tienen los miembros del endogrupo de sí mismos: resulta que mientras los forasteros miran por sus propios intereses y los
consiguen con agresión, sin educación y con prepotencia, los hidrocálidos en
ocasiones se perciben a sí mismos como dejados, tranquilos, honrados.
Hay una cuestión importante en donde discrepan forasteros y nativos: la
promiscuidad. En varias ocasiones, los nativos han expresado que perciben a
los defeños, pero sobre todo a las mujeres, como promiscuas. Les parece que
fácilmente aceptan tener relaciones sexuales fuera del matrimonio, se divorcian con gran facilidad y tienen demasiados compañeros sentimentales. La
tensión existe y es bastante compleja.2
2
En una tesis de maestría titulada Las fronteras de la identidad. El caso de los defeños en
132
Ser chilango
Toda la carga que traen los forasteros en torno a sus concepciones de
los nativos, sumado al estereotipo sobre el chilango que tienen aquéllos y éstos, hace que las interacciones entre el endogrupo y el exogrupo sean bastante
complejas. Era común que en las entrevistas me comentaran, más frecuentemente las mujeres, cómo intentaban escapar del estereotipo negativo; seguido
mencionaban, con cierto aire de satisfacción, que la gente les comentaba que,
cuando se enteraban de que eran del Distrito Federal y sus alrededores, los
nativos les decían que no parecían chilangas. Particularmente una de ellas se
autocensuraba diciendo que hacía un esfuerzo porque sus interlocutores no
fueran a pensar mal:
Soy muy participativa en las conversaciones y me gusta hablar de mis experiencias
pero mi esposo me decía: aprende a callarte un poquito, no vaya a ser que la gente
piense que andes de presumida. Simplemente es mi manera de ser, si tú me platicas
que te subiste al metro, yo te platico cómo me fue cuando yo lo hice. Soy así en
cualquier cosa cotidiana. Mi esposo me decía que dejara ver que mi intención no
era ni lastimar ni ofender, que eso es lo que piensan de los chilangos (Laura).
Esa tensión que marca las interacciones y que en muchas ocasiones muestra el esfuerzo de los forasteros por no dejarse encajonar en el estereotipo, se
acompaña, a su vez, de reflexiones en torno a lo que podemos simplificar en
una frase: no todos los chilangos somos iguales. Dos entrevistadas se referían
al hecho de que no por ser originarias del mismo lugar, tendrían tanta afinidad
como se tiende a suponer, y dejaban ver sus diferencias con otras forasteras
con las que no se identificaban. María Emilia, por ejemplo, me comentaba:
El año pasado fui a una conferencia. Dijeron: (quiénes son) los chilangos, éramos
como cinco y nos abuchearon… He analizado el porqué y entiendo el porqué, no
justifico que la gente te deje así, pero entiendo porque yo misma, aunque soy de
allá, odio al chilango porque –dices– somos “gandallas”, somos mala onda, lo entiendo, sales huyendo del propio lugar donde vives.
Aguascalientes (1999), la autora, Rosa Elena Molina Contreras, hace una serie de aseveraciones sobre los defeños que carecen de sustento y están cargados de prejuicio. Éste es el
texto académico en donde he visto plasmados con mayor plenitud los prejuicios en contra
de las personas originarias del d.f.
133
ATRAPADA EN PROVINCIA
Otras personas, además de lo anterior, hicieron referencia a cuestiones
relacionadas con el estatus. Con frecuencia, la referencia al chilango está también cargada de prejuicios en torno a aquellos de clase media baja, que comparten algunos rasgos característicos y que son estigmatizados inclusive en la
zona metropolitana de la capital. Responden al estereotipo de lo que comúnmente se conoce como el naco. Laura, por ejemplo, habla del tema y cuando se
refiere a la visión que se tenía de aquellos que llegaron con la descentralización
del inegi, nos dice “que la gente que vino no era educada o amable, que los
vándalos empezaron a multiplicarse por la llegada de ese grupo tan grande de
chilangos…”.
La mayoría de las personas con las que dialogué en las entrevistas, llegaron a Aguascalientes después de la descentralización del inegi, que tuvo lugar
en la segunda mitad de los años ochenta. Es cierto que mucho del rechazo de
los miembros del endogrupo a los forasteros se gestó durante esos años, pues
siendo aquéllos miembros de una sociedad bastante tradicional y homogénea
en términos de etnicidad y de religiosidad, se vieron forzados a convivir con
un grupo grande de personas de fuera, con otras formas de ser y de pensar.3
Quizá dos frases acuñadas por un grupo y otro en sus desencuentros, nos
deje entrever dos concepciones distintas, sobre todo en términos de clase y de
educación. Una frase desafortunada que se acuñó para desahogar el enojo del
endogrupo por la llegada masiva de un grupo de chilangos venidos con la descentralización del inegi y que se hizo conocida en todo el país, era “Haz patria,
mata un chilango”.
A esa frase, los empleados del inegi acuñaron otra de respuesta, que fue
menos conocida, pero que reveló también una concepción en conflicto. Éstos
contestaron con la frase: “Haz patria, educa un hidrocálido”.
Además de que la frase de respuesta a la primera era menos agresiva,
cabe destacar que la palabra educar tenía una connotación distinta para unos y
otros: la mayoría de los del inegi que llegaron en los ochenta eran profesionistas, egresados de universidades públicas, y con posiciones políticas más bien de
izquierda. Su idea de educado respondía en mucho a ser un profesionista con
el perfil que ellos tenían. Para muchos nativos, la educación tenía más relación
con un entendimiento del refinamiento de la clase media provinciana, consistente en ir a eventos sociales, rituales religiosos, el buen vestir y la alta cultura.
3
Para una aproximación sobre este grupo en particular, ver Padilla (2012: 83-102).
134
Ser chilango
Si quisiéramos ubicar el origen de la difícil interacción entre el endogrupo y el exogrupo, la fecha de la llegada de las primeras familias de los empleados del inegi que aceptaron participar en la descentralización, marcaría
un parteaguas a partir del cual descifrar las interacciones que se dieron con
migraciones posteriores.
Quienes llegaron después de esa fecha –que en muchas ocasiones venían
a ocupar posiciones privilegiadas en el creciente sector industrial, a instalar sus
propias industrias o, en menor número, a trabajar en las oficinas de gobierno–,
se insertaron en la sociedad de llegada dentro de esa reciente historia de convivencia que, al menos en un principio, fue poco afortunada, y desde ese contexto
empezaron a escribir su propia historia.
Esto fue complejizando las relaciones entre unos y otros porque migrantes que llegaron después de aquellos que vinieron en forma masiva y con
ciertas costumbres en común eran, en muchos casos, gente de clase media o
media alta, que podían tener cierta afinidad con miembros del endogrupo en
cuanto a su concepción de la alta cultura, la relevancia de catolicismo como
religión, o el rechazo a lo que se conoce como naco, pero no en pocas ocasiones fueron ubicados y tratados por el endogrupo con los mismos estándares
que aquellos provenientes de la descentralización del inegi. Esto afectó negativamente su percepción de sí mismos y los llevó a tener una postura más
crítica de los nativos.
Hubo otras de entre el grupo de las personas a las que entrevisté, los menos, que llegaron antes de la descentralización del inegi, durante los años setenta, y que no tuvieron que lidiar con ese estereotipo tan fuerte, que aunque
sí existía, los nativos no lo habían vivido de manera tan generalizada en su
propio espacio urbano, lo conocían quizá porque tenían alguna relación con
gente del d.f., habían vivido ahí o habían visitado la ciudad de México en alguna ocasión.
135
Tercera etapa
Nosotros nos enfrentamos
a un mismo contexto
La interacciones
Ese juego de miradas, filtradas por los estereotipos, marcan las interacciones entre el endogrupo y el exogrupo. Algunas son cuestiones más superficiales y a veces hasta cómicas, otras son mucho
más profundas y llegan a ubicar al forastero en situaciones de alta
vulnerabilidad en cuanto a su definición de la situación.
Los incidentes que narraron los forasteros en este ámbito, los
denominé la “inconsistencia en el trato”, pues era común en las
narrativas de los entrevistados encontrar situaciones en las que
los nativos cambiaban según la diversidad de circunstancias en las
que se encontraban y de acuerdo a su propia conveniencia.
Algo muy frecuentemente traído a colación por los entrevistados fue la manera en la que la gente de aquí cambia su grado
de cercanía en los encuentros, esto es, puede haber hablado de
cosas muy personales en una ocasión y, dos o tres días después,
en un nuevo encuentro, conversar con el forastero como si fueran simplemente conocidos o, inclusive, ni siquiera saludarle.
ATRAPADA EN PROVINCIA
La dificultad con la que los forasteros vivimos esos cambios en los grados de cercanía se puede ver en algo muy concreto: el saludo. Los entrevistados comentaban que los de aquí los saludan de beso –y para ellos esto
quiere decir amablemente– cuando están solos; pero en ocasiones, estando
en presencia de otros miembros del endogrupo, apenas saludan o disimulan
que no los ven.
Esta cuestión, por sencilla que parezca, sintetiza una serie de concepciones implícitas que vale la pena desglosar. Para muchos forasteros, particularmente los originarios de la zona metropolitana del Distrito Federal, el saludo
de beso ha sido algo común ya por varias décadas, quizá a partir de los años
ochenta; así se acostumbra allá aunque se conozca a alguien por primera vez,
además no se distingue tanto entre hombres y mujeres, ni cambia esa práctica
de saludar de beso si las otras personas son casadas o solteras, ni si son de mayor o menor edad. Saludar de beso en la ciudad de México se interpreta como
un gesto de gentileza, aunque está extendida más bien entre personas de clase
media y alta, pues no es tan habitual en estratos sociales de menores ingresos.
En Aguascalientes, esa manera de saludar no es tan común, y menos lo
era en la década de los ochenta. Para la gente originaria de la localidad, el saludo de beso parece tener otro significado, pues de principio lo interpreta como
un gesto de mucho mayor cercanía que para los forasteros, pues es algo que
se da tradicionalmente entre familiares, particularmente entre padres e hijos.
Y los nativos no quieren tratar a los que no son sus familiares, y menos a los
forasteros, con la cercanía que tratan a sus parientes.
Así, cuando forasteros y nativos se encuentran, empieza una especie de
danza –de besos, no besos, saludos de mano, entre mujeres sí y con hombres no,
hoy sí y mañana no, solos sí pero con esposa no–, en donde el endogrupo y el
exogrupo interpretan su significado con base en códigos distintos. Esto deriva
en malos entendidos y multiplica los sinsabores de la coexistencia cotidiana.
Otro aspecto referido por los forasteros en cuanto a la “inconsistencia en
el trato”, mucho más seria que el saludo, es que los nativos cambian de parecer
de un día para otro y, al ser confrontados, no reconocen los acuerdos o las
opiniones que habían sostenido en encuentros anteriores. Situaciones críticas
fueron referidas cuando los forasteros, otra vez más comúnmente las mujeres, intentaban llegar a acuerdos con algún miembro del endogrupo. Cuando
entrevisté a Emma, me narró eventos verdaderamente angustiantes cuando
buscaba crear un sentido de realidad en sus interacciones con su jefe:
140
Las interacciones
— Me dijo (su jefe) que “el trato de que vas a trabajar nada más en la mañana no
se admite”, que era imposible que me hubiera ofrecido ese puesto, que él sabe que
eso no se puede hacer. Que ya vaya pensando cuál va a ser mi horario de la tarde.
Entonces como le dije a Rodrigo hace como dos semanas: “sí, corazón, yo ya voy a
empezar a buscar otra chamba, ya resulta que lo que me dijo no me dijo, que lo que
digo no digo y que lo que hago no hago…”.
— Sí, la persona que me contrató ya no me tiene la más mínima confianza. Como le
digo a Rodrigo, a mí ahorita no me va a hacer venir a dudar de mí…
S.B. ¿Sientes que te hace dudar de tu trabajo?
— Pues es que ya, haz de cuenta que ya, que me hace dudar de lo que hice, haz de
cuenta que le digo:
— Es que tú me dijiste que querías estos planos en blanco y negro.
— Yo no te pude haber dicho eso porque a mí en blanco y negro no me gusta.
— Entonces te entendí mal, ¿qué quieres?
— Los quiero rosas, rosas (Emma mencionó ese color porque yo traía una mascada rosa en el cuello y la usó como ejemplo).
— ¿Éste está bien? ¿Éste te gusta?
— Sí, ése.
— Vas, los haces y se los traes.
— ¿Por qué los hiciste rosas?
— Porque me los pediste rosas.
— Emma, desde un principio te los pedí en blanco y negro, por qué te los voy a
haber pedido en rosa si te los pedí en blanco y negro.
— Sí, pero me dijiste que en blanco y negro no te gustaban.
— Por favor, vete, si no entiendes lo que te digo, vete.
— Entonces ya sales y dices: ¿sí me lo dijo o no me lo dijo?, ¿sí lo hice o no lo hice?,
porque ya no es una, ya es cada vez que le presentas algo, ya estás haciendo las
cosas y dices, ay, ¿sí me lo pidió así, no me lo pidió así? Entonz yo ya lo que hago
es una hojita donde le anoto lo que me está diciendo y:
— A ver, fírmamelo.
— Ay, qué payasa eres.
— No, es que luego me dices que no me dices. Aquí está lo que quieres, ¿sí?
— Sí.
— Fírmamelo.
141
ATRAPADA EN PROVINCIA
— Te quiero ver la semana entrante, porque luego te encargo las cosas y nunca me
entregas nada.
— Sí, nos vemos la semana entrante.
— ¡Ah, no! Con su secretario particular:
— Oye, fíjate que el doctor me encargó un trabajo. ¿Qué día tiene libre para recibirme?
— A ver, ahorita le pregunto… ¿que si puedes la siguiente semana?
— Sí, cuando él me diga, claro que sí.
S. B. ¿Te firmó el papel?
— Sí… y a la siguiente semana, un lunes ¿no?, que me había dicho que lo quería el
siguiente lunes. Entonces me lo encuentro un miércoles en el pasillo:
— Ya ves, ya estamos a miércoles y todavía no haces cita.
— Me mandaste para la siguiente semana, tenemos cita el jueves de la siguiente
semana.
— Por eso, es que tú pones las citas cuando a ti se te da la gana, si yo te estoy
diciendo que te quiero ver esta semana, ¿por qué haces cita para la siguiente
semana?
— Porque me dijo el secretario particular que tú le dijiste que esta semana no me
podías recibir porque te ibas a México.
— Ah, sí cierto, bueno, entonces te veo el jueves.
Mientras Emma me narraba esos sucesos y me dejaba ver su frustración,
yo en silencio recordaba un sinnúmero de experiencias personales muy similares que viví en mi relación de pareja y en las que mi confusión llegó a lindar
en la locura, pues vi seriamente minada la confianza en mí misma para generar un sentido de realidad sostenible de un día para otro. Durante la entrevista con Emma busqué la manera de permanecer ecuánime, recordarme a mí
misma que ya no tenía yo que vivir cotidianamente situaciones como las que
me estaba narrando, e intentaba al mismo tiempo tomar nota de cómo había
enfrentado ella ese laberinto de desconfirmaciones.
Después de escuchar a Emma y de intentar dirimir hasta qué punto esto
respondía a cuestiones relacionadas con la forma en que interactuamos los locales y los forasteros, decidí confrontar mi realidad con un amigo, originario de
Aguascalientes, quien además de que en ese momento trabajaba en el mismo
142
Las interacciones
lugar y tenía al mismo jefe que Emma, había trabajado con él durante esos mismos años que seguíamos casados, cuando mi nivel de confusión era alarmante.
Necesitaba yo escuchar a alguien más, en plan de amistad y sin la presión que
sentía cuando entrevisté a Emma de no contaminar la entrevista, para buscar
razones que me permitieran entender el por qué de esa manera de confundir al
interlocutor. La primera frase que me dijo mi amigo después de que le comenté
el diálogo con Emma, fue: “él era mucho peor que (su jefe actual)…”
La plática con ese amigo, a quien llamaré Gerardo, me confirmó que esa
manera de confundir al otro era también percibido como algo real por otra
persona además de nosotras dos. Entonces, ¿cómo explicar esas dinámicas tan
devastadoras en la construcción de una noción de realidad?
Desde que la conocí, Emma me pareció una mujer muy segura y, me atrevería a decir, hasta un poco engreída. A lo largo de la entrevista, me confirmó
que esa forma de ser, que además se acomoda dentro del marco del estereotipo
del ser chilango, se dejaba ver en el trato con su jefe, pues ella no parecía sentirse ni impresionada ni intimidada porque él tuviera una posición superior;
ella le hablaba de tú, como a un igual, diciéndole las cosas de manera clara,
directa, y a veces hasta insolente, incluso cuando estaba en desacuerdo con él.
Esa forma de ser de Emma, que la llevaba a mostrarse como una mujer
muy fuerte, era quizá lo que propiciaba en su jefe esas reacciones tan ambivalentes, tan esquivas, tan crespas. ¿Por qué? Algunos elementos que pueden contribuir a explicar esto derivan, me parece, del hecho de que ella fuera
mujer, que no formara parte del endogrupo y que estuviera en una posición
muy por debajo de la de su jefe en la estructura de poder de la institución en
la que trabajaban. Él era un hombre originario de Aguascalientes y con poca
experiencia en el ejercicio del poder que deriva de una posición tan alta en la
jerarquía gubernamental. Además, antes de empezar esta relación laboral, ya
se conocían, tenían cierto grado de amistad y junto con dos o tres personas
más habían trabajado políticamente para que él lograra alcanzar esa posición
en una nueva administración de Gobierno del Estado, al menos así me lo narró Emma. No está de más decir que desconozco la forma en que su jefe vivió
esta relación.
Una vez que ocupa el puesto de director y ella una posición dentro de
la estructura burocrática de una estatura mucho menor, empezaron a trabajar y a interactuar cotidianamente, él queriendo fungir como jefe, de acuerdo
con los cánones locales del ejercicio del poder y las relaciones de género; ella,
143
ATRAPADA EN PROVINCIA
desde sus concepciones como mujer en sociedades más abiertas y tomando
en cuenta su relación de amistad y de su participación como parte del equipo
que lo llevó a él a tener esa posición privilegiada. Así, cada quien desde ese
posicionamiento, establece una dinámica de interacciones por demás fallidas.
Si ubicamos estas interacciones entre Emma y su jefe en el contexto más
amplio de la ciudad de Aguascalientes, podemos decir que ese tipo de interacciones son comunes y motivo de queja tanto de los foráneos como de los
nativos. Sin ir más allá, los mismos involucrados, el jefe de Emma y él, amigos
entrañables a quienes yo había oído un sinfín de ocasiones hablar del tema,
comentaban una y otra vez que la gente de Aguascalientes no estaba habituada
a que la confrontaran abiertamente, sino a que las cosas se le dijeran de una
manera muy suave y llena de elipsis.
Ese no decir las cosas de frente, que frecuentemente testificamos al interactuar con los miembros del endogrupo, es un componente más que obstaculiza la comunicación entre ellos y los forasteros, pues los nativos acompañan
sus interacciones de grandes silencios, verbalizan un sí queriendo decir un
no y contestan una pregunta con otra pregunta, lo que los forasteros seguido
percibimos como expresiones confusas de algo que no logramos entender del
todo. Como nos comenta en detalle Ana:
Sí como raro, lo que sí sentí de la cultura local era una no comunicación, una evaluación no comunicada, que no entendía. Así, haz de cuenta, por ejemplo, decir
las cosas como las quiero, tal cual; comentábamos el otro día estando en reunión
[el desayuno en el que me reencontré con ella], si yo por ejemplo, decía: “para mí,
bueno, esto no por esto, por esto, por el otro”… algunas veces percibías que la regaste en decir, pero nada más en la forma de ver, en la forma de mirar, de cruzarse
miradas entre personas. Al principio es un poco incómodo porque no sabes si eres
tú o es cierto, o sea, es cuestión de lo que estás interpretando; “No, no, no, no te
hagas ruidos en la cabeza…”.
Entonces yo misma me lo preguntaba: “Soy yo o es cierto”. Lo que pasó, lo que
empieza a pasar, es que empiezas a platicar con algunas personas que habían llegado de fuera, éramos muchos en ese momento en la universidad, y bueno había
un común denominador que era percibir que se moralizaba mucho, y que sí había
cosas que no estaban bien vistas pero que no sabías qué, solamente percibías que
no estaba bien, lo cual es incómodo porque estás entre que te convences de que eres
tú o es el otro, si es tu sensibilidad o es realmente cierto…
144
Las interacciones
Eso te frena, porque la vida es expresarte de diferentes maneras: por tus actos,
en tu palabra, y entonces sabes que expresarte no es seguro, simplemente porque
puedes molestar, simplemente porque te pueden perjudicar y no sabes ni cómo, o
simplemente porque lo tienes que hacer, o simplemente porque tienes que decir “me
vale, lo voy hacer”, pero ya es un reto.
Vistos en situaciones de tanta inconsistencia y dándonos cuenta de la incomprensión de lo que en realidad sucede, los forasteros intentamos aclarar
la confusión hablando, diciendo las cosas por su nombre. Como dice Ana,
nos sobreponemos, asumimos el reto e intentamos confrontar al otro. Pero el
resultado es contraproducente: o no responden, o responden negando lo que
afirma el forastero, o lo aceptan hoy y lo niegan mañana. Ese juego de comunicación trunca acentúa las diferencias, provoca que se polaricen las posiciones
y facilita el que los nativos califiquen a los forasteros como agresivos, poco
amables, mal educados y descarados.
Entre los miembros del endogrupo existen –todavía, pero más en los años
ochenta– reglas bastante claras y distintas de lo que se espera de ellos socialmente; las normas y las costumbres de una sociedad tradicional, predominantemente
católica, con muy poca diversidad étnica y con una estratificación social menor
a la de las grandes metrópolis, son mucho más claras y homogéneas que aquella
que encontramos en contextos socioculturales más diversos, característicos de
las grandes ciudades. Todo ello hace que quienes son diferentes, en este caso
los forasteros, sean fácilmente detectables y que sus desemejanzas sean notadas
entre los nativos sin siquiera necesidad de expresarlas verbalmente. Cuando los
forasteros confrontamos, cuestionamos, desaprobamos, en fin, exhibimos cualquier conducta que se desvía de la norma, los nativos pueden asumirse como
grupo social que comparte maneras de ser, hacer y pensar. Por ello no ven con
tanto apremio la necesidad de argumentar, justificar, o dialogar con el otro.
Frente a ese tipo de interacción, los forasteros nos ubicamos en una situación completamente distinta. En primer término, aparecemos con mucha
frecuencia solos frente al endogrupo. Tal como pudimos ver en la narrativa
de Ana, ella se enfrentaba al endogrupo y su incomprensión de lo que pasaba
empezaba a disiparse después, hasta que lo iba compartiendo con otros, originarios de lugares distintos a Aguascalientes. Además, los forasteros no tenemos un bagaje sociocultural tan homogéneo como el de los nativos: venimos
de lugares diferentes unos de otros y el simple hecho de provenir de ciudades
145
ATRAPADA EN PROVINCIA
más grandes, en la mayoría de los casos nos ha enfrentado a una diversidad
sociocultural que no tan fácilmente nos permite actuar en bloque como grupo
más homogéneo.
Si nos enfocamos a los casos de Emma y el mío, puedo interpretar que,
además, incidimos en dos ámbitos específicos de las interacciones al interior del
endogrupo: las relaciones entre los géneros y las relaciones de poder. Los cuestionamientos que hacíamos Emma y yo venían de forasteras que no aceptaban
una posición de subordinación y que, en dado caso que pretendieran subvertir
ese entendido, no lo hicieran con los recursos propios de las mujeres del endogrupo –quizá hablando menos y manipulando más–, sino “poniendo las cartas
sobre la mesa”, “hablando claro” y negociando acuerdos explícitamente.
Asimismo, partíamos de formas distintas en el entendimiento de las relaciones de poder: cuestionábamos que las decisiones tuvieran que tomarse
de manera unilateral, sin hablarse y sin poner en duda la autoridad absoluta de
quien está en una situación de mayor jerarquía.
El caso es que, a fin de cuentas, actuábamos con una gran ingenuidad,
pues al igual que ellos, reaccionábamos a pactos implícitos en nuestro endogrupo, como mujeres profesionistas y forasteras, y por eso no podíamos ver
que nuestras “reglas del juego” eran otras, distintas de las suyas, y a fin de
cuentas también relativas. Actuábamos desde la convicción de que nuestras
reglas eran justas, respondían a posicionamientos actuales en las relaciones de
género y el ejercicio del poder, e ingenuamente suponíamos que ellos, académicos bien informados y con convicciones democráticas, estaban dispuestos a
actuar bajo esos mismos supuestos fundamentales.
La confrontación verbal abierta de nuestra parte quizá los tomaba por
sorpresa y los orillaba a aceptar acuerdos y a reconocer, al momento del diálogo, como lógicos argumentos que, una vez pasados, les permitían reposicionarse y retomar interacciones subsecuentes, nuevamente, desde su posición
como hombres en situaciones de poder dentro de una sociedad, en su conjunto, tendiente a formas de interacción más tradicional entre géneros y dentro de
estructuras de poder de corte más autoritario.
Otro elemento relevante para explicar la dificultad en nuestras interacciones y que evidencia nuestras diferencias, es que los forasteros hemos disfrutado del anonimato de las grandes ciudades, cosa que aquí se da con mucha
mayor dificultad.
Cuando pude empezar a escribir lo que veía en esta ciudad, comenté:
146
Las interacciones
Aquí las redes de parentesco y de amistad se entretejen a tal grado que los compañeros de trabajo se saben sus historias de vida con lujo de detalle, se conocen
a sus familiares, a sus viejas, nuevas, legítimas e ilegítimas parejas, a sus hijos, sus
nietos, sus primos, a los amigos de sus amigos… (Lachevre, 2005: 222).
A los forasteros nos ha costado mucho trabajo entender esa superposición que se da entre las relaciones sociales, laborales, de amistad y de parentesco. Esto hace que las interacciones dentro del endogrupo estén mediadas
por una cantidad de información mucho mayor de aquella que manejamos
generalmente en las ciudades más grandes. Allá se puede dar, sí, pero es mucho menos común y en la coexistencia cotidiana fácilmente podemos pasar los
días sin toparnos con amigos, viejos conocidos o parientes. Aquí eso resulta
todavía difícil, pero hace unos años era prácticamente imposible.
Tener tal cantidad de información sobre las personas con las que interactuamos cotidianamente, y estar en constante contacto con gente cercana,
marca las relaciones sociales con dinámicas bien distintas de las que nos resultaban familiares en ciudades más grandes. No tengo la menor duda de que
esto hace que los límites entre lo público y lo privado se dibujen, en cada caso,
de manera muy distinta.
Un ejemplo de lo anterior lo viví durante los primeros meses que pasé en
la ciudad de Aguascalientes. Platicaba con él sobre algunas parejas de viejos
conocidos suyos, con quienes yo había establecido cierta relación de amistad.
En más de tres ocasiones en las que nos habíamos encontrado a los varones,
acompañados de mujeres distintas de sus esposas, yo le dije:
— Oye, yo le voy a decir a (quien fuera mi amiga) que vi a su marido con otra mujer.
¡Es mi amiga, me da pena por ella que todos vean que el marido anda con otra(s)
mujer(es) y nadie se lo diga!
— No, Bénard, ¡no se te vaya a ocurrir! Aquí eso no se dice.
— Pero yo sí digo, ¿por qué no?
— ¿A poco crees que las mujeres no se dan cuenta? Sí se dan cuenta, pero se hacen
como que no pasa nada.
Después de esa plática me quedé con la idea de que seguramente él tendría razón. Y me quedé bastante intrigada y sorprendida porque en realidad no
entendía esa manera de manejar la información, ese dejar lo oscuro, lo repro147
ATRAPADA EN PROVINCIA
bable, fuera, como si no existiera. En otra ocasión escuché comentarios sobre
el obispo Emilio Berlié, originario de Aguascalientes, pero en aquel entonces
vivía en otro estado. No había pasado mucho tiempo de que se había manejado
en la opinión pública información sobre los lazos de ese hombre, miembro de
la alta jerarquía eclesiástica, con el narcotráfico. Había, a mi entender, bastante
información para suponer que eso era, al menos, digno de discutirse. Pero en
una reunión salió el nombre del obispo y no escuché más comentarios que el
hecho de que era muy bueno con su mamá: “Emilito, ¡ay! Viene muy seguido a
ver a su mamá, es muy buen hijo”. “Ah, sí. Vino porque ha estado muy delicada…”. Y Todo lo demás quedó fuera de la plática, ni un solo comentario más.
En conclusión, por mis experiencias y las de otras personas podríamos
concluir que, en el momento en que interactuamos forasteros y nativos, se
encuentra dos lógicas distintas: el forastero quiere poner las cartas sobre la
mesa y decir las cosas por su nombre. El nativo quiere ocultar sus cartas bajo el
brazo. El forastero quiere entender para poder actuar, el nativo no ve por qué
habría de discutir, de negociar su realidad, solamente porque llegaron otros y
se asentaron en su espacio; como me decía una señora de las de aquí de toda la
vida, “ni modo, al país donde fueres haz lo que vieres”.
El forastero viene con una actitud de arrojo, de aventura, de riesgo, de
conquista. El endogrupo se siente amenazado, vislumbra que le quieren arrebatar algo que le pertenece y reacciona, muchas veces sacando lo peor de sí, en
respuesta a dicha amenaza. Por ello se encierra en lo que conoce, para desde
ahí tratar de excluir al otro.
Mucho ha perdido el forastero en este ejercicio de interculturalidad: sin
entender por qué no se da el diálogo, sin tanta habilidad para manejar esa
doble moral, sin un soporte compartido en su concepción del mundo, acaba
minando su concepción de sí mismo, porque la construcción de la realidad
es un ejercicio colectivo y los forasteros generalmente hemos carecido de esa
colectividad.
148
No todos buscábamos lo mismo
Hacerse una vida a la medida en un lugar desconocido. Ésa fue
muchas veces la razón por la que algunos de nosotros decidimos quemar las naves e instalarnos en Aguascalientes. Pero
hubo otros que migraron por razones distintas y ello contribuyó en parte a que su proceso de adaptación tomara otros
rumbos. Entre ellos podemos mencionar a quienes vieron en
Aguascalientes un rincón en el país en donde todavía podía
vivirse como antes de que las grandes ciudades mostraran esa
mayor diversidad social y secularización. Otros migrantes tomaron la decisión de instalarse en Aguascalientes porque tuvieron la fortuna de encontrar un buen empleo, o de que su
pareja lo consiguiera. También están aquellos que, forzados por
circunstancias externas, de repente se vieron en la disyuntiva o
de perder su empleo, o de conservarlo pero fuera del Distrito
Federal y, al mismo tiempo, tener la oportunidad de hacerse de
ATRAPADA EN PROVINCIA
una casa propia. Éste fue el caso de los empleados del inegi, que participaron
en el proceso de descentralización que tuvo lugar después del temblor en 1985.
Tomando en cuenta esas diferencias de inicio, y la manera en que fueron estableciendo su postura frente al endogrupo, cabe tomar en cuenta la
propuesta de Alfred Schütz (1974) –autor que tanto me ha sido de utilidad
para explicar el proceso que han seguido los forasteros en su asentamiento en
Aguascalientes–, para hacer una especie de estereotipos. Veamos.
No es posible establecer una tipología completa sobre la base de especulaciones teóricas, pero aquí parece abrirse un amplio campo para una investigación empírica
muy necesaria. En tal investigación habría que examinar también los tipos específicos personales involucrados; por ejemplo, el forastero que quiere ser aceptado por
el grupo al que se aproxima, el converso, el renegado, el marginado, así como las
diversas actitudes elaboradas por el endogrupo frente a esos tipos (p. 229).
Partiendo de esta propuesta, podríamos hacer un ejercicio de tipificación
de aquellos migrantes que en su gran mayoría llegaron a Aguascalientes en
las últimas dos décadas del siglo xx. Para ello habría que empezar por tomar
en cuenta las razones que nos llevaron a tomar la decisión de emigrar de esas
grandes áreas metropolitanas en las que habitábamos antes de instalarnos en
Aguascalientes. Por ejemplo, estamos aquellos que, como comenté, queríamos
hacernos una vida a la medida, a este grupo lo he llamado de pioneros. De entre ellos hay una diversidad de personajes en cuanto a creencias y gusto por las
tradiciones; sin embargo, asumimos que Aguascalientes nos ofrecería un lugar
donde vivir una vida cotidiana que considerábamos de vanguardia en cuanto
al trabajo profesional, las relaciones de género y la crianza de los hijos. Hubo
otros que imaginaban que podrían volver a una especie de paraíso perdido
donde reinaran las tradiciones y el catolicismo, pues esto se iba perdiendo en
las grandes metrópolis, sobre todo en el Distrito Federal. Así que, mientras
que los primeros buscábamos abrir fronteras, ellos quizá buscaban revivir un
mundo que podríamos considerar en peligro de extinción. A estos segundos
los llamaré “tradicionalistas”.
Los migrantes que llegaron debido a una oportunidad laboral me parecieron tener mucho menos expectativas en cuanto a lo que les ofrecería Aguascalientes como lugar. Quizá partían de que su calidad de vida mejoraría debido
a que contarían con un mejor ingreso, pero no se concebían como pioneros
150
No todos buscamos lo mismo
en cuanto a hacerse una vida a su medida. Más bien analizaban y describían
lo que les parecía positivo y negativo, pero con mayor distancia que nosotros.
Podría decirse que ya habían obtenido su objetivo central con la migración y
lo demás lo consideraban como algo más contingente. Éstos pueden llamarse
los de un mejor empleo.
Aquellos que llegaron con el inegi, que podemos llamar descentralizados, fueron los que menos oportunidad tuvieron de tomar la decisión de instalarse en Aguascalientes como propia y personal. Su emigración respondió,
sobre todo, a un proceso institucional, aunque de todas maneras apoyados
en un sindicato bastante fuerte e independiente, pudieron venir a conocer la
ciudad antes de decidir si se mudaban o no, y una vez estando aquí accedieron a viviendas propias, e hicieron uso de sus recursos personales y grupales
con los que contaban para vivir esa travesía colectiva. Por ello, compartieron
haber llegado en grupo y haberse instalado en una misma parte de la ciudad.
Eso los llevó a compartir situaciones comunes que fortalecieron sus lazos comunitarios: compartir un mismo lugar de trabajo, vivir en un mismo lugar de
la ciudad con las mismas carencias y en situación de recién llegados, y haber
llegado por la misma época.
Carmen, una de las tantas personas que llegaron con la descentralización
del inegi, me contó gratos recuerdos de esos primeros meses que pasó en
Aguascalientes:
En el Ojo Caliente, el ejido, pues todavía sembraban ahí, en las noches soltaban el
agua para el riego, ¿no?, entonces, había como unas cosas de construcción que se
llenaban de agua y eso se distribuía, se mandaba a otro igual, pero en el camino se
distribuía a los sembradíos. Entonces íbamos en la noche, tarde, tarde, como a las
10 de la noche, con nuestro traje de baño en una bolsita y una toalla, y nos bañábamos ahí, nos metíamos a los pozos, caminábamos un rato y ya regresábamos muy,
muy tranquilos a dormir. Eso para nosotros fue bien… o sea, estar en contacto con
el campo, tenerlo a la vuelta de la casa, prácticamente…
Y luego, cuando empezaron a hacer casas, decíamos: ¡chin!, no más casas, y aquí
junto. Decían: ¿casas aquí?, pues sí, ese proceso lo sufrimos pero luego llegábamos
a la reflexión de que pues así era, ¿no?
Otra cosa importante del grupo de los del inegi fue que con su llegada se
sentaron los términos de la relación entre los aguascalentenses y forasteros du151
ATRAPADA EN PROVINCIA
rante el período del que estamos hablando. Los que llegamos después, vimos
marcada nuestra interacción con el endogrupo por este parteaguas.
Si bien la tipología sugerida se refiere más a las razones para emigrar y
asentarse a vivir en Aguascalientes que a la actitud de los forasteros y su relación con el endogrupo, tal como lo sugiere Schütz, ésta puede darnos una
primera entrada para abordar la manera en la que se dio este proceso de interacción entre el exogrupo y el endogrupo. Ese tema, aquí lo discutiré tomando
en cuenta más bien la manera en la que los forasteros nos asumimos en el
momento en el que hicimos un balance sobre lo que había sido esta travesía
de emigrar de una gran metrópoli e instalarnos en Aguascalientes, la mayoría
de nosotros con la intención de establecernos definitivamente en esta ciudad.
La reflexión de cada uno de nosotros se dio en grados de profundidad
distintos y en uno o varios momentos. Me refiero con esto a las ocasiones en las
que dialogamos en torno a nuestra decisión de ubicar nuestra residencia definitiva en Aguascalientes y sus múltiples consecuencias. En el texto yo priorizo
mi proceso, el cual implicó volver a la experiencia una y otra vez por muchos
meses, sobre todo durante los períodos de escritura, pero también en años anteriores en los que reflexionaba sola y trataba de entender mi situación como
si nadie más estuviera viviendo procesos similares; a veces, ya después de un
par de años de haberme instalado, platicando con amigos y familiares dentro
y fuera de Aguascalientes; y, posteriormente, cuando nació mi hija y que yo
tenía poco más de cuatro años de vivir en Aguascalientes, en un gran número
de sesiones de terapia psicológica. Después, con el tiempo, fui elaborando la
temática y relacionándola con cuestiones sociológicas más amplias. Para lograr
esto último, hubo dos hitos importantes en ese largo proceso: mis encuentros
primero con la teoría fundamentada y, después con la autoetnografía.
En el caso de otras personas que menciono aquí, su reflexión fue producto de muchas pláticas, no solamente de una entrevista. A la mayoría las conozco desde hace años y he hablado con ellas del tema en repetidas ocasiones,
hemos comentado retos a los que nos enfrentamos y la manera en la que los
resolvimos (o no), situaciones frente a las que tuvimos que tomar decisiones y
también las cuestiones que valoramos como favorables de vivir en esta ciudad.
Por último, están aquellas personas, tres o cuatro, con las que hablé sobre el
tema únicamente la vez en la que las entrevisté para realizar el análisis de su
experiencia haciendo uso de la metodología de la teoría fundamentada y con
los que ya no tuve oportunidad de volver a platicar.
152
No todos buscamos lo mismo
En esos procesos reflexivos, encontramos las maneras distintas que fuimos elaborando para relacionarnos (o no) con el endogrupo, y también con
otros forasteros. A éstas les di nombres y las acomodé de acuerdo con el grado
en el que los forasteros nos ubicábamos como parte de la sociedad en su conjunto y vivimos ese proceso como algo exitoso (o no).
Los dos extremos de las maneras en las que nos ubicamos frente al endogrupo fueron, por un lado, aquellas personas que sufrimos una gran desorientación en cuanto a la definición de quiénes éramos nosotros mismos, a lo que
he llamado “perder piso”; y por el otro, aquellos que simplemente, después de
un tiempo de sentirse a disgusto en Aguascalientes, decidieron irse a vivir a
otro lado.
Ese “perder piso” lo vivimos varios de nosotros y nos dejó en situaciones
emocionales de gran vulnerabilidad. Quizá el caso más extremo, además de lo
que narré de mi propia historia y de las referencias que hice al de Ana, fue el
de María Emilia, una mujer de clase media alta en el Distrito Federal, con una
trayectoria de haber vivido en otros países de Europa y en Estados Unidos y
que después de unos años de vivir en Aguascalientes, murió de lupus. Durante
la entrevista que sostuve con ella, me dejó ver la enorme repercusión que había
tenido la reacción de miembros del endogrupo en su concepción de sí misma.
María Emilia era una mujer segura, muy arreglada y muy articulada en el momento de explicar lo que quería decir; sin embargo, a lo largo de la entrevista la
vi titubear y definirse a sí misma como una persona marginada y despreciada
por las personas con las que interactuaba. Me comentó:
(En) la ciudad más grande del mundo, yo trabajaba con los grupos vulnerables –
tercera edad, discapacitados, indigentes, niños de la calle –luego trabajé seis años
en las cárceles, siempre trabajaba con la gente que finalmente ha sido rechazada
por la sociedad de alguna manera. Entonces yo he peleado para poder incorporar a
esa gente a la sociedad. Entonces, aquí siento que yo soy parte de ese grupo rechazado por la sociedad de aguascalentenses en la que no eres digno de entrar.
Escuchar las narrativas de personas que se sentían tan fuera de lugar
como María Emilia, y también Ana, y otros como Rodrigo y Emma, me llevó a
comprender que no estaba tan sola, ni era tan diferente a otros en ese proceso
de aprender a vivir en Aguascalientes, que para mí fue tan difícil y doloroso.
Hacerse un lugar propio frente a un endogrupo tan cerrado, tan homogéneo
153
ATRAPADA EN PROVINCIA
en cuanto a su etnicidad, su religión y su limitada exposición a la diversidad,
resultó ser muchas veces algo incomprensible para nosotros pues, para empezar, entre mayor había sido nuestra exposición a otras formas de ser, culturas,
religiones, en fin, países, más difícil nos parecía concebir que no podíamos ser
diferentes y a la vez respetados y aceptados.
De los que decidieron irse a vivir a otro lado, escuché a algunas de las personas, pero conozco poco la manera en que vivieron el proceso y los retos que
enfrentaron al salir de esta ciudad. Hubo otros que sí estaban muy a disgusto y
finalmente encontraron la manera de salir de aquí, entre ellos están Rodrigo y
Emma, que eran pareja y que pudieron irse a Chiapas, y Héctor, que consiguió
que el colegio para el que trabajaba le permitiera irse a la ciudad de Mérida. A
pesar de que algunos otros no estaban tan descontentos, llama la atención la
cantidad de ellos que también se ha ido. De las diecinueve entrevistas que hice
y que analicé con la metodología de la teoría fundamentada, cinco ya no viven
en Aguascalientes, una murió y de tres no tengo la certeza pero parece que
también se fueron a vivir a otro lado. Eso nos indica que hay un gran número
de personas que por una u otra razón no lograron permanecer aquí.
Algunos no estaban del todo descontentos pero prefirieron irse cuando
tuvieron la oportunidad de salir, ése fue el caso de Julia, que se separó de su
pareja y decidió irse con su hija a vivir a Querétaro. Solamente una de las entrevistadas, Susana, reportó vivir muy a gusto aquí pero tuvo que irse a Guadalajara por cuestiones de trabajo. Ella me comentó: “Estamos muy felices aquí y
te lo puedo decir por toda la familia, porque lo hemos platicado como familia,
es un tema de plática familiar, y todos me dicen: mamá, yo no me quiero salir
de Aguascalientes”.
Hubo otras maneras menos extremas de ubicarse frente al endogrupo.
Éstas las podemos nombrar como aquellas de las personas que decidieron autosegregarse, esto es, mantenerse separadas del endogrupo, pues no sentían que
podían formar parte de la sociedad en su conjunto, aunque buscaron formas
distintas de interactuar con los nativos. Entre aquellos que se concebían como
autosegregados, encontré que con gran frecuencia mencionaban tener una sensación de aislamiento. Muchas de las personas con las que hablé en las entrevistas, a pesar de que la gran mayoría ya tenía varios o muchos años de vivir aquí,
me comentaron que se sentían muy solas. Esto era o porque no habían logrado
formar una red de amigos, conocidos o, inclusive familiares, con quienes pudieran compartir su cotidianidad, o porque en sus intentos de hacerlo, miem154
No todos buscamos lo mismo
bros del endogrupo habían mostrado actitudes que los llevaron a reconsiderar
su cercanía con los nativos y finalmente, mejor, mantenerse al margen.
Selene me comenta: “Lo primero que empecé a sentir pues, fue soledad,
o sea, extrañaba a mi familia, no tienes amigas, este… ¿y qué hacer con tanto
tiempo?” Y luego me comenta de una amiga suya:
Ella apenas tiene cuatro años viviendo aquí. Se tardó tres años en decidirse. No se
quería venir, no quería. Y me dice que se deprime horrible, yo jamás la he visto
deprimida pero sí iba muchísimo al cine, muchísimo, no sabes cuánto, le hablabas
a las tres de la tarde y estaba en el cine, va sola y ve de niños, de adultos, de todo.
Alejandro, con una expresión casi de niño, me decía: “Aquí se siente mucha soledad, mucha soledad porque como a uno no lo juntan, no lo invitan, se
siente uno aislado”.
También Ana, que me comentó esto ya después de más de veinte años de
vivir en Aguascalientes: “Mi cotidianidad es muy solitaria, es de pocas relaciones”. Me dice:
Lo pude construir aislándome, de hecho, fíjate, yo creo que sigo teniendo miedo;
me sigue siendo un poco difícil por lo que dije el otro día, al final todavía me da
miedo. Ese miedo que va a tener un componente personal y va a tener un componente de realidad. Entonces, en ese sentido, puedes decir que me adapté y no, o sea,
me construí un espacio aparte.
Emma me comentó que sus familiares y amigos le preguntaban sobre su
novio:
Entonces me empecé yo a aislar, ¿no?
Rocío dice: “Cuando (su ex esposo) se fue, me dolió y me encerré, estoy
un poco como ermitaña, me dedico a cuidar a mis hijos, tuve que sacar adelante a uno de 13, de 15 y 11”.
Ese mantenerse al margen de la sociedad en su conjunto, no fue siempre
algo que se buscó desde un principio. A veces fue al contrario: hubo intentos
iniciales de relacionarse con miembros del endogrupo como con cualquier
otra persona, pero la reacción de los mismos llevó a los forasteros a replegarse,
155
ATRAPADA EN PROVINCIA
aislarse y tener relación con pocas personas y originarias de latitudes distintas
a Aguascalientes. Quizá algo extremo que ejemplifica esta manera de relacionarse con el endogrupo es una analogía que hizo Ana, que recuerdo con gran
nitidez. Ella me comentó que veía su proceso de vivir en Aguascalientes como
el de una mariposa pero en sentido inverso: “Era como una mariposa pero me
fui haciendo crisálida, fui encogiendo mis alas y me fui haciendo como un
capullo”. También Emma me platicó que después de tener ella y Rodrigo una
relación de gran amistad con una pareja de aguascalentenses, había decidido
alejarse de ellos porque en el momento en el que necesitaron de su apoyo, la
otra pareja hizo como que no los conocía.
Por último, estuvieron aquellos que afirmaban sentirse bien en Aguascalientes y dispuestos a permanecer aquí tanto como fuera posible. A las narrativas
de aquellos que estuvieron en esa situación las organicé acomodando sus experiencias según cayeran dentro de lo que llamé: adaptarse, ajustarse y replantearse, y los agrupé en la misma categoría porque denotaron que se sentían gustosos
de estar aquí (adaptados), y dispuestos a ceder en algunas cosas a cambio de
otras que valoraban como muy positivas (ajustados). Cuando hablaron de replantearse, querían hacer mención a que habían cambiado el valor que atribuían
a ciertas cosas a cambio de otras que antes no habían considerado relevantes.
No fueron pocas las ocasiones en que aquellos con quienes hablé narraron
con gran beneplácito haber tomado la decisión de instalarse en Aguascalientes;
personas que dijeron sentirse adaptadas y que mostraban gran gusto y hasta
agradecimiento por estar en Aguascalientes. Norma me comentó:
Ahorita, después de doce años, propiamente ya me siento adaptada. Pero creo que
fue ese lapso entre el segundo y el tercer año, hasta el cuarto, que tenía experiencias
un poco incómodas y, sin embargo, yo podría decir que la ciudad me recibió bien…
y en ese sentido estoy agradecida….y tal como está mi tiempo también me gusta
porque puedo dedicarle tiempo a mi casa, a mi relación de pareja, a mis hijos, a
mi trabajo y creo que estoy a gusto en lo que hago, tengo un grupo de relaciones
humanas que se ha ido articulando, algunas relaciones más cercanas y otras no
tanto, pero me siento bien.
Laura, cuando le pregunté si diría que estaba adaptada a vivir aquí, me
respondió: “Absolutamente, creo que no me movería de aquí… sí, y yo ya adquirí la nacionalidad porque mis hijas son de aquí”. Más adelante continúa
156
No todos buscamos lo mismo
narrando cómo sus amigas del d.f. le decían que si iba a ir a México cuando
naciera su hija, ella contestó: “Claro que no, no tengo nada que hacer allá, mi
marido está aquí, mi casa está aquí, mi vida está aquí, el que quiera venir a verme, que venga. Entonces para mi esposo y para mí fue así, sin vuelta de hoja,
nosotros venimos a quedarnos, a ser felices y a hacer una vida”.
Selene me comenta que siente que se adaptó a vivir aquí en términos que
yo clasifiqué como ajustarse. Selene me comentó cómo sentía que se había
dado ese proceso en su caso:
Como que aquí vas reubicándote, porque también allá ya perdiste mucho contacto…
A veces es como muy difícil lo pequeño del lugar y las amistades, y eso que te decía de
los conocidos, pero a veces también como que te acogen, ¿no? Hay algún conocido que
te echa la mano, te da esto, el traste, te da la oportunidad, y a veces sí pienso que en el
d.f. a la mejor sería, a la mejor hubiera sido difícil. Y eso hace como que de repente
te apropies de esta ciudad, ¿no?
¿Qué si me he adaptado? Es que disfruto muchísimas cosas en Aguascalientes,
igual hay otras que me siguen pareciendo terribles: que escupan en las banquetas
o la gente como te contesta. Pero creo que sí estoy adaptada, ¿no?, como que tengo
un lugar, puedo hacer cosas… conozco bien la ciudad, por dónde ubicarme, este,
hay cosas que me gustan mucho, entonces aquí las puedo hacer, como que en ese
sentido.
De los que dijeron haberse replanteado cosas, el testimonio más fuerte
fue el de Ana. Ella me comentó que había tenido que redefinir lo que entendía
por éxito.
La cuestión es que esta adaptación es separándome, ¿sí?, o sea, estoy bien, o al
menos coincido con la evolución propia de mi edad en donde te vas haciendo más
espiritual, o sea, psicológicamente vas cambiando, en mucho furor de metas muy
de lo profesional, este, en lo profesional, lo he logrado manejar como cuestión personal, ¿sí?, es que si me viera con los ojos con que veía hace algunos años lo profesional, hace algunos años a la mejor diría, ¡ah, chihuahua, pues esto no es éxito!
Es importante tomar en cuenta que estamos hablando de momentos en
el proceso y de situaciones específicas, no de cada persona y de cómo reportó
de una vez y por siempre su reflexión en torno a la manera en que se ubi157
ATRAPADA EN PROVINCIA
caron frente al endogrupo. Tanto aquellos que dijeron estar completamente
adaptados como aquellos que dijeron querer irse en cuanto tuvieran alguna
oportunidad de trabajo en otro lado, vieron pros y contras de vivir en una
ciudad como Aguascalientes. Claro, algunos tendieron a acercarse más hacia
el rechazo del endogrupo en su conjunto y otros a su aceptación en general,
pero debemos tener presente que los procesos fueron complejos y con idas y
venidas.1
1
Para una discusión en torno a este proceso como un todo, se recomienda ver Bénard, 2009.
158
Nosotros y los otros
No cabe duda de que la relación entre los forasteros y el endogrupo es un tema difícil y complejo, y que la coexistencia de estos grupos ha sido un proceso en el que tanto unos como otros
hemos tenido que aprender y hemos padecido. Pero no quiero
terminar sin decir que hablar de forasteros y nativos, exogrupo
y endogrupo, no implica que éstos sean sólo dos grupos, ni que
sean homogéneos o herméticos. Si así fuera, resultaría mucho
más fácil entender la coexistencia entre las personas de diferentes orígenes en su vida cotidiana.
Concentro mi atención en los forasteros. No por serlo pudimos automáticamente establecer vínculos amistosos y redes
informales que nos permitieran contrapuntear la relación, muchas veces desventajosa, que hemos tenido con el endogrupo.
Hay dos cuestiones fundamentales por las cuales eso no se ha
dado así. La primera ha sido que mientras el endogrupo, en ge-
ATRAPADA EN PROVINCIA
neral, comparte, y hace unos años todavía más, compartía ciertas pautas de
cómo ser, hacer y pensar, los forasteros no teníamos ese bagaje que nos permitiera conformarnos como un grupo relativamente homogéneo y articulado, ni
hacer redes informales que nos dieran una especie de colchón para soportar de
una manera menos cruda lo que vivimos como embates del endogrupo. Los
forasteros somos demasiado diversos entre nosotros, inclusive si tomamos en
cuenta únicamente indicadores como el lugar de origen, la trayectoria migratoria y las expectativas que teníamos cuando nos asentamos en Aguascalientes.
Consecuentemente, tendimos a ubicarnos frente al endogrupo de manera individual y en situaciones en donde generalmente la proporción entre forasteros y
endogrupo era, y todavía sigue siendo, muy desfavorable para nosotros.
Un segundo elemento crucial fue que nos posicionamos de maneras distintas frente al endogrupo y aprendimos a lidiar con las situaciones que en un
principio nos eran ajenas, de manera que nos hacían estar en desacuerdo entre
nosotros. Esto hizo que en muchas ocasiones nos sintiéramos traicionados o
ajenos a la manera en que otros lidiaban en sus interacciones cotidianas tanto
con los miembros del endogrupo como con otros forasteros.
Un ejemplo de lo anterior fue la situación que me ha parecido particularmente difícil con mi amigo psicólogo (a quien llamaré Miguel), también originario del d.f., con quien estuve yendo a terapia durante dos años, dos veces
por semana. La cantidad de información que escuchó sobre mi vida –anterior
al tiempo que estuve en terapia, desde que nació mi hija y hasta que tenía más
de dos años–, prácticamente lo dejó con recursos para conocer, claro, a través de
mis ojos, no sólo a mí, sino al mundo de relaciones significativas que conformaban mi horizonte social en ese entonces y que estaba compuesto, sobre todo
por él y nuestros amigos cuando éramos pareja.
Mi terapeuta-amigo no conocía directamente más que a él, pues en dos o
tres ocasiones habíamos cenado juntos, y con su esposa, a quien llamaré Ángela. Yo tenía una relación de amistad más fuerte con Miguel y Ángela que él, porque además de compartir nuestro origen de chilangos, durante más de un año
fuimos juntos a clases de yoga, con una instructora también originaria del d.f.,
y con quien habíamos hecho buena amistad. A él, además de tener cierta distancia de nosotros tres como chilangos, le parecía que cuestiones asociadas con
lo que se conoce genéricamente como New age, el yoga incluido, eran bastante
ridículas y de dudosos efectos. Sus opiniones sobre lo anterior eran similares
a las que tenía sobre la terapia psicológica: una pérdida de tiempo y de dinero.
160
Nosotros y los otros
Pues unos cuantos meses después de que nos separamos, vine a enterarme de que mi terapeuta-amigo compartía buenas horas de café con él y su
novia, y otro amigo mío. Con ninguno de esos dos últimos había cruzado palabra antes de que él se los presentara. Ninguno de ellos dos sabía que Miguel
había sido mi terapeuta, y que por lo mismo tenía mucha información de su
vida que yo había compartido en terapia, de lo que ellos, casi estoy segura, no
tenían ni la menor idea.
Confiaba mucho en mi terapeuta porque Ángela me había insistido una y
otra vez que era incapaz de hablar, con ella o con cualquier otra persona, sobre
aquello de lo que yo le comentaba de mi vida privada. Le creí, y todavía lo creo.
Pero nunca imaginé que Miguel se tomaría la libertad de hacerse amigo de mis
amigos, y de mis “enemigos”, sin que ellos supieran de mi relación de terapia
con él. Además, los únicos que lo sabían eran él y Miguel, lo cual ponía a mi ex
terapeuta en una relación de complicidad con la persona de la que yo más le
había comentado que contribuía a mi infelicidad cotidiana.
Pues ahora mi ex terapeuta y también ex amigo, en el café compartía
largas tertulias sobre la literatura, el cine, y yo qué sé, con Ángela, él, su novia,
uno de mis mejores amigos y otra amiga en común. Y, además, unos y otros
me lo hacían saber como si fuera algo de qué presumir. Una vez que había
invitado a Ángela a tomar café en mi casa, me comentó: “Híjole, Silvia es que,
se me hace tan raro, porque tú y ella (la novia de él) son totalmente distintas,
muy diferentes”. Me quedé con las ganas de preguntarle si ella suponía que a
mí me interesaba saber eso y en su lugar le dije que me incomodaba que Miguel tuviera relación con ellos. A lo que me dijo: “Le habrías de comentar”.
Me quedé paralizada, muda… y entonces ella cambió de tema y seguimos hablando como si nada. Tampoco pude decirle a Ángela que no me gustaba que
se relacionara con aquella mujer, claro, no tenía yo derecho a hacerlo. Ahí se
estancó una de mis relaciones de amistad más fuertes en Aguascalientes. Ellos,
que eran de las personas con las que yo sentía que contaba en este lugar, ahora
eran amigos de él, su novia y uno de mis mejores amigos.
Han transcurrido cerca de diez años desde entonces. Sigo viendo a mi
antes terapeuta –vivimos a una cuadra de distancia en el mismo fraccionamiento, nuestros hijos van al mismo colegio, es más, uno de ellos y mi hija
están en el mismo salón. Cuando nos encontramos, en reuniones escolares o
en clases extracurriculares, me platica con gran entusiasmo y como si nada
hubiera cambiado–. Me pasa con Miguel lo mismo que con Norma: tengo un
161
ATRAPADA EN PROVINCIA
sentimiento profundo de traición que me impide seguir siendo su amiga. Pero
creo que ellos no lo saben.
Creo que la manera en la que Miguel se posicionó frente a otros tomando
en cuenta su relación profesional y de amistad conmigo, muestra esa situación
a la que los dos como forasteros tuvimos que responder, y que era ajena para
ambos. Quizá los psicólogos tengan en sus códigos de ética pautas para manejar
este tipo de situaciones, lo desconozco. Lo que sí sé es que desde la perspectiva
sociológica, esos dos contextos urbanos, el de Aguascalientes y el del d.f., difieren a tal grado que, aun si tomáramos en cuenta únicamente el tamaño de ambas ciudades, nos llevaría a dilemas distintos. No digo que sea imposible, pero es
muy poco probable, primero, que los terapeutas conozcan a sus clientes por fuera y compartan una relación de amistad, y, segundo, que después de concluida la
relación terapéutica, se topen con el grupo de amigos, conocidos y hasta parejas,
de aquellos a quienes dieron terapia. Y, caray, por mucho que no hable de lo que
se trató en la terapia, definitivamente marca las relaciones del terapeuta con el
grupo. Creo que en ese contexto urbano en el que crecimos Miguel y yo, no se
hubiera presentado esa situación de relaciones sociales y, por consiguiente, no
nos hubiéramos visto posicionados de manera distinta frente a la sociedad en
su conjunto. De ser así, quizá seguiríamos siendo amigos. Pero en el contexto
urbano de Aguascalientes, por la manera en que nos posicionamos frente al entorno social que para ambos nos era ajeno, yo pienso que Miguel me traicionó y
él, claro hasta donde es de mi conocimiento, ni siquiera lo ha pensado.
A la mejor por eso la gente de Aguascalientes es, como nos parece a los
forasteros, tan cerrada y tan doble. Ciertamente tiene que lidiar con la línea
divisoria entre lo público y lo privado de una manera muy distinta a como se
requiere en las grandes metrópolis. Y yo, a pesar de ser socióloga –y querer
entender que la forma en que Miguel manejó sus relaciones conmigo y con
personas tan cercanas a mí tiene que ver con el contexto y la definición de la
situación en sus interacciones–, no puedo dejar de sentirme traicionada.
Si en algo difieren nuestras relaciones sociales entre las grandes metrópolis y una ciudad media como Aguascalientes, es en la manera en la que los
círculos sociales que son ajenos entre ellos, en el primer caso, se traslapan en
el segundo. Miguel vivió eso y lo resolvió de una manera que a mí me pareció
poco ética. Y así fue como en este caso dos forasteros nos posicionamos y nos
relacionamos con el endogrupo de una manera distinta, lo cual repercutió en
nuestra relación de amistad y, consecuentemente, en la posibilidad de cons162
Nosotros y los otros
truir redes sociales informales que nos dieran un sustento para amortiguar el
choque que tan frecuentemente vivimos en nuestras interacciones con miembros del endogrupo.
Otras maneras de posicionarse frente al grupo y de relacionarse de manera
paralela con el endogrupo lo he visto entre muchos de los trabajadores del inegi
que llegaron con la descentralización del Instituto hacia fines de los años 1980.
Aunque puedan manifestar diferencias respecto al endogrupo o cuestiones que
les parecen incomprensibles del mismo, en general he encontrado una sensación
de gratitud entre ellos hacia los hidrocálidos, inclusive a veces hasta de sentir
que usurparon lugares a los que la gente de aquí tenía más derecho. Me refiero
sobre todo a las viviendas que les fueron asignadas aun cuando inicialmente se
habían construido para, y a veces hasta ya asignado a, personas de aquí.
Al mismo tiempo que ven hacia Aguascalientes con relativa gratitud,
quizá han tenido, más antes que ahora, cierta distancia de la sociedad en su
conjunto, pues tradicionalmente se ubicaron en una parte de la ciudad, en el
Ojocaliente, y sus rutinas laborales los hacían permanecer como encapsulados
en su ámbito de trabajo. Quizá el inegi y sus trabajadores puedan comprenderse mejor si partimos de concebirlos como una especie de enclave dentro de
la ciudad. Esta situación ha ido cambiando, pero en los primeros años después
de su llegada, parecía un mundo aparte.
Los descentralizados estuvieron ubicados en una misma zona geográfica de la ciudad y compartieron su vida cotidiana desde el principio y por
muchos años. Esto los llevó a veces obligadamente a convivir en una comunidad bastante cerrada. Pasaron de vivir en una metrópoli con altos grados
de anonimato, a ubicarse en un mismo territorio, el Ojocaliente, y convivir
cotidianamente con sus compañeros de trabajo, dentro y fuera de la oficina,
en una ciudad media. Esto marcó sus interacciones entre ellos. Sus historias
de vida empezaron a entrecruzarse con una intensidad quizá hasta mayor de la
que caracterizaba a los nativos: se hicieron, deshicieron y rehicieron relaciones
amorosas, se compartieron fiestas religiosas y civiles, se organizaron instancias
grupales para garantizar ciertos servicios, en fin, convivían en el ámbito barrial y doméstico la mitad de su vida, y en el ámbito laboral, la otra mitad, con
la misma gente y en condiciones de vida similares.1
1
Quizá el testimonio más elaborado escrito por una persona que llegó a Aguascalientes con
el inegi, es el de Mendoza del Toro (2006).
163
ATRAPADA EN PROVINCIA
En fin, con los años hemos visto que los forasteros no hemos logrado crear
instancias institucionales, o redes informales o formales de apoyo, que nos permitieran hacer nuestros procesos de adaptación menos difíciles. Hemos ido
conformando estrategias sobre la marcha de nuestras vidas cotidianas para irnos posicionando en nuestro nuevo contexto urbano. Nuestros encuentros y
desencuentros con los nativos y con otros forasteros nos han ido mostrando
caminos –unas veces muy curvados, otros erráticos y a veces también sencillos–, para aprender a vivir en una ciudad conservadora del interior del país.
164
Un trayecto paralelo
De ida y vuelta entre la teoría
sociológica y la metodología
Algo de sociología
Después de este largo recorrido sobre el reto que ha represado para mí y para algunos otros vivir en una ciudad como
Aguascalientes, quisiera concluir haciendo algunas reflexiones sociológicas.
Hasta donde es de mi conocimiento, este tema de la migración de ciudades de mayor tamaño –a veces grandes áreas
metropolitanas, como es el Distrito Federal–, a ciudades más
pequeñas, como Aguascalientes, es algo que se discute con
poca frecuencia en el ámbito sociológico cuando se habla sobre diversidad social.1 Actualmente tendemos a enmarcar ese
tema dentro de uno más amplio: los procesos de globalización
y sus consecuencias, pero ante todo en los países avanzados.
Por ejemplo, autores como Alain Touraine (2003), Anthony
Giddens (1992) y Ulrich y Elizabeth Beck (2001) han enfoca1
Un texto que trata el tema para el caso de Querétaro es Lamy (2007).
ATRAPADA EN PROVINCIA
do su atención en cuestiones que pueden verse como el opuesto de lo que se
ha tratado aquí, pues miran las consecuencias de este proceso primero para
los países desarrollados y segundo en cuanto a que la multiculturalidad se
manifiesta entre grupos muy diversos, sobre todo por su origen nacional, su
etnicidad y su religión.
Esta investigación trata sobre la diversidad social en un contexto que la
teoría sociológica actual quizá consideraría poco relevante. El tema del que he
hablado aquí refiere a personas nacidas en el mismo país, y consecuentemente
ciudadanos de una misma nación, con una historicidad compartida, con raíces étnicas, religiosas y hasta de clase social bastante similares. Casi me atrevería a decir que esa diversidad es muy poco perceptible desde una concepción
sociológica teórica más abstracta.
El tema de investigación de este trabajo encuentra mayor resonancia en
textos sociológicos menos recientes, escritos por autores como Georg Simmel
(1982, 1971), Alfred Schütz (19764) o inclusive Robert Lynd y Helen Merrell
Lynd (1929, 1937). Autores más contemporáneos no hablan ya, por ejemplo,
del extraño y la actitud blasé en la ciudad que tan bien explica Simmel; no argumentan, como Schütz, que las tipificaciones pueden ser tan claras y válidas
en un contexto social y que estén tan bien institucionalizadas, ni que existe
una relación conflictiva entre los nativos (endogrupo como él le llama) y los
forasteros (el exogrupo); o refieren el espíritu del middletown que fue estudiado con tanto detalle por los esposos Lynd.
Eso ha sido parte del reto al que me he enfrentado como investigadora, y
también como forastera. Ha sido una especie de viaje al pasado, y con un bagaje teórico que me era poco útil para entender ese tránsito espacial entre una
metrópoli mexicana, una ciudad universitaria en Estados Unidos y lo que los
defeños llamamos, con cierta ligereza, la provincia. Ese tránsito representó ir
aprendiendo, primero desde el d.f. hasta Austin, que nada es tan seguro –que
la gran diversidad de formas de ser, hacer y pensar es tal que prácticamente
todo es justificable–, para después aterrizar en un lugar, Aguascalientes, en
donde lo otro, lo de fuera, lo diferente, frecuentemente es visto con sospecha,
sin el mismo derecho a ocupar un espacio igual al de los nativos y es juzgado
muchas veces desde arriba, con un aire de superioridad moral.
La sociología que aprendí –primero con un tinte preeminentemente marxista en la Universidad Autónoma Metropolitana y después la clásica occidental en la Universidad de Texas en Austin–, no me fue suficiente para entender
168
Algo de sociología
esa especie de viaje en reversa. En vez de que la travesía hubiera sido útil para
llenarme de recursos para la vida en cualquier parte, parece que me cargó las
maletas con el equipaje inadecuado para asentarme en la ciudad que elegí para
vivir “una vida a mi medida”.
Tratando de entender qué pasaba, de ubicarme en este nuevo contexto,
recuerdo algunas lecturas que me resultaron fundamentales en el proceso,
aunque siguieron proviniendo de la sociología generada en los contextos de
los países avanzados. Una de las primeras fue el libro de Anthony Giddens
(1992), que me encontré en un viaje a Estados Unidos, según recuerdo para
asistir a un congreso de la Latin American Studies Association. Se llama The
Transformation of Intimacy. Sexuality, Love and Eroticism in Modern Societies.
Una de las ideas que más me impresionó de este libro fue que mientras los
sociólogos seguíamos aferrados a discutir temas como la lucha de clases, la
gente común buscaba maneras de posicionarse frente a las dificultades que le
ofrece la vida cotidiana en el contexto de la nueva modernidad. Así, concluía,
la sociología se va haciendo más y más a un lado, y volviéndose ámbito de
unos cuantos especialistas en la academia, mientras la gente en las sociedades
contemporáneas está ávida de textos que le ayuden a entender su vida cotidiana. Una consecuencia palpable de este proceso es el encapsulamiento de la
sociología y la paralela multiplicación de textos de autoayuda disponibles en
las librerías.
El segundo texto que marcó mi proceso fue un libro de los Beck (2001),
llamado El normal caos del amor. He de confesar que lo encontré en un estante
de la liberaría de Sanborns, junto a textos como Los hombres son de Marte,
las mujeres de Venus. ¡Ése fue mi primer contacto con unos de los teóricos de
la sociología más relevantes en la actualidad! Este texto, además de mil otras
cosas que discute sobre las relaciones amorosas en la actualidad, comentaba
que éstas se viven el en ámbito de lo privado, cada quien en su casa, y que por
ello, a pesar de ser una contradicción social tan relevante como había sido la
lucha de clases en siglos anteriores, aparece como algo individual. Ahí constaté, desde la teoría sociológica, que mi trayectoria, a mi parecer tan individual
y única, respondía a un proceso social mucho más amplio.
Otro autor que representó un parteaguas en el proceso de buscar entender mi situación, fue Alain Touraine (2003) con su libro ¿Podemos vivir juntos? Iguales y diferentes. De hecho, fue a partir de la argumentación que hace
Touraine en torno a los nuevos sujetos sociales, que en la edición de un libro
169
ATRAPADA EN PROVINCIA
sobre la diversidad en Aguascalientes, propuse nombrarlo con las mismas dos
primeras palabras, por eso lleva el título de Vivir juntos en una ciudad media
en transición. Reflexiones desde Aguascalientes (2009).
Ahora creo que fui bastante ingenua en querer entender Aguascalientes,
y mi vivir ahí, haciendo uso sobre todo de esos textos. Si alguna discusión
teórica me serviría para entender(me en) Aguascalientes, es ante todo la de
Alfred Schütz (1974), sobre todo los capítulos “El forastero”, “La vuelta al hogar” y “La igualdad y la estructura de sentido del mundo social”. Ese libro fue
la clave a partir de la cual pude empezar a desenmarañar mi lugar en esa sociedad, pero lo descubrí tiempo después que aquellos otros libros.
Sin embargo, pienso que lo más relevante de este proceso de acercamiento a un tema y su comprensión ha sido aceptar el reto de estudiarlo desde mi
experiencia personal misma. Creo que el ejercicio de introspección y la escritura han sido la clave.
Del Aguascalientes al que llegué en 1992 al actual (2014) ha habido cambios importantes. Creo que esa sociedad que en 1992 era tan conservadora y
nos impedía vivir con mayor autonomía del entorno social se ha ido abriendo
y ha ido dibujando un contexto de mayor diversidad. Esto es cierto tanto en
la cantidad de personas que venimos de fuera de Aguascalientes, aproximadamente dos de cada diez, como en la multiplicación de las nominaciones
religiosas y el reconocimiento de la diversidad sexual.2
He llegado a pensar que quizá una de las razones por las que ha habido
un incremento tan grande de los suicidios en Aguascalientes en los últimos
años, en parte ha sido por la rapidez con la que se han ido desdibujando las
certezas en cuanto al lugar que cada quien ocupa, ocupaba, en esta sociedad.
Ahora los mismos nativos se encuentran en un desconcierto que los pone en
similitud de circunstancias con los forasteros cuando testifican la manera y la
velocidad con las que se ha transformado su entorno social. Claro que también
algunos insisten en culparnos por esos cambios, pero de todas maneras tienen
que posicionarse frente a los mismos con similar incertidumbre y sentimiento
de desorientación que hemos vivido muchos forasteros en nuestro choque con
la sociedad hidrocálida.
Los provenientes de ciudades más cosmopolitas, en el Aguascalientes actual, tenemos la ventaja de que ya habíamos vivido en contextos de una mayor
2
El primer caso lo ha trabajado Zalpa (2004 y 2009) y el segundo Bobadilla (2012).
170
Algo de sociología
diversidad social y, también, habíamos testificado ese desdibujamiento de los
roles sociales más tradicionales. No deja de sorprenderme, a pesar de todo,
que a muchos nos haya resultado tan difícil enfrentar ese reto. Lamento que
esta travesía haya resultado tan dolorosa pero aun así prefiero haberla vivido
desde mi condición de extraña. Ojalá ahora que ya tengo más de veinte años
viviendo aquí, y he aprendido algunas cosas en mi proceso, pueda contribuir
a construir redes sociales y andamiajes institucionales que nos permitan a todos, iguales y diferentes, vivir en un contexto de mayor diversidad construyendo una verdadera democracia social.
171
Transitar por la metodología
Empecé esta investigación por la sorpresa que representó para
mí encontrarme con una ciudad tan tradicional y tan distinta de lo que yo conocía de mi mismo país. Cuando me instalé
en Aguascalientes, veía este entorno urbano como algo que no
podía tener mucho impacto en mí, mis relaciones afectivas o
mi vida profesional. Quería entender a la ciudad y a su gente
como algo ajeno y externo no solamente a mí, sino también mi
familia nuclear.
Tomé el tema de la sociología urbana y estudié la ciudad
de Aguascalientes siguiendo, en un principio, lo que aprendí de
René Tabouret, un urbanista francés que venía a Aguascalientes una o dos veces por año a dar clases y asesorías sobre el
tema. Años después retomé el tema, y con la ayuda de Juliet
Corbin, lo definí más específicamente como ha sido tratado
aquí, esto es, haciendo referencia a los trayectos de adaptación
ATRAPADA EN PROVINCIA
que recorremos los forasteros provenientes de grandes áreas metropolitanas
cuando nos asentamos en una ciudad media. A partir de esta redefinición,
y siguiendo su propuesta metodológica, hice una indagación desde la teoría
fundamentada. Finalmente descubrí la autoetnografía, también, al igual que
en los dos casos anteriores, en un encuentro para mí crucial con una pionera
de la metodología, Carolyn Ellis, y desde entonces empecé a aproximarme al
tema desde mi propia historia.
Aunque el texto no se corresponde cronológicamente con este proceso
metodológico –ya que empecé y abundé, ante todo, sobre mi propia historia–, sí refleja las etapas de ese proceso de aproximación al tema. Mientras
que investigué sobre Aguascalientes desde el punto de vista de la sociología urbana, viví mi proceso de adaptación como un reto personal y consecuentemente lo concebí como algo que competía únicamente a mí. Por
ello, si utilicé recursos profesionales que creí que me podían ayudar en este
proceso, fueron los de la terapia psicológica. Asumía de manera completamente separada lo que por un lado era mi vida cotidiana –y la maraña de
pensamientos, sentimientos y acciones que la acompañaban–, y por otro
mi actividad profesional como socióloga que investiga una ciudad media.
La investigación desde la perspectiva de la sociología urbana la inicié en el
año 2000, mismo en el que me encontraba en una situación crítica en mi
proceso de adaptación y mi relación de pareja (ver fin del capítulo nueve y
capítulo diez).
Una vez que encontré un horizonte metodológico alternativo (2003), y
dentro de la confusión en la que me encontraba por ese estado de crisis –tal
como la define Schütz y la menciono en el capítulo trece–, pude al menos tomar un poco de aire y encontrar las fuerzas para intentar de nuevo entender
qué era lo que estaba pasando. Fue a partir de la teoría fundamentada que
logré tener algo de distancia de mi situación personal pero, al mismo tiempo,
pude circunscribir mi indagación a la población que estaba en una situación
similar a la mía en cuanto a su proceso de aprender a vivir en una ciudad
media cuando venía de grandes áreas metropolitanas. El avance que tuve en
el proceso de indagación haciendo uso de la metodología de la teoría fundamentada, lo escribí en los capítulos catorce y quince.
Mi encuentro con la autoetnografía fue hasta el año 2009, así que lo que
narro en la primera etapa, lo escribí años después de que terminé el libro Habitar una ciudad en el interior de México, y cuando ya había recorrido un largo
174
Transitar por la metodología
trecho de la investigación haciendo uso de la teoría fundamentada. Ya también
había publicado algo de mis resultados con esa metodología.1
En lo que llamé tercera etapa, fui entretejiendo aquello que concebí como
personal y desde mi soledad, con aquello que me fueron confiando las personas a quienes entrevisté y con quienes hablé mucho más que en las dos o tres
horas de las entrevistas formales. En el capítulo diecisiete hago referencia a la
relación que tenía con la mayoría de los entrevistados, que conocía de muchos
años y con quienes hablé de manera informal, abierta y también compartiendo
con ellos mi experiencia.
Hasta entonces comprendí la dimensión social de ese proceso y pude distinguir que las maneras en que lo resolvíamos cada uno de nosotros como
individuos tenía relación, sí con características individuales, pero que respondían también a un contexto social específico en el que hicimos ese recorrido
de interacciones con el endogrupo y también con otros miembros del exogrupo. Así, me parece que en esta parte del recorrido logré, por fin, tener un poco
de imaginación sociológica. Ese ir construyendo una noción de nosotros se
denota en la última parte del texto en la medida en la que voy haciendo uso de
la primera persona del plural, no como en la primera etapa, en la que hablaba
en singular y, de verdad, tenía ese sentimiento de profunda soledad.
Cada una de esas tres etapas en el trayecto metodológico de esta investigación tiene sus supuestos fundamentales, sus estrategias para recolectar datos
y sus contenidos específicos. Por ello, haré referencia a cada una y mencionaré
en qué difieren entre ellas.
Tres propuestas metodológicas para analizar un mismo tema
1. La sociología urbana
En una primera aproximación, cuando realicé una investigación sobre la ciudad de Aguascalientes y sus transformaciones, hice un estudio sobre lo que
concebí como diferentes maneras de habitar la ciudad. Para ello, realicé una
revisión bibliográfica de la información sobre la ciudad de Aguascalientes y su
desarrollo en los últimos años, delimité tres partes de la ciudad que consideré
1
Ver, Vivir juntos en una ciudad media en transición (2009).
175
ATRAPADA EN PROVINCIA
representativas de los tipos de crecimiento urbano características del Aguascalientes contemporáneo y elegí dos barrios o fraccionamientos al interior de
cada una. De la primera parte –de lo que podemos llamar el Aguascalientes tradicional, al interior del Primer Anillo de Circunvalación–, estudié dos
barrios: El Encino y La Estación. De la segunda parte, al oriente –de lo que
podemos llamar la “no ciudad”, donde una gran mayoría de sus habitantes se
engloban en categorías como de clase media baja y baja–, centré el análisis en
la Delegación Jesús Terán y, dentro de ésta, en los fraccionamientos Soberana
Convención y Constitución. De la tercera parte –al norte, donde se concentraba la población de mayores ingresos–, elegí al Condominio Horizontal las
Trojes y al fraccionamiento Jardines de la Concepción.
Para hacer el análisis de cada una de las partes de ciudad y sus barrios o
fraccionamientos, delimité cinco ejes temáticos: a) el perfil de la población, b)
el espacio interno, esto es la vivienda en sí misma, c) la vida cotidiana en el
barrio dentro de lo que se conoce como espacio de proximidad, d) los espacios
de movilidad, lugares donde los habitantes necesitan utilizar algún medio de
transporte para llegar a ellos, y e) la imagen de ciudad e identidad urbana,
que refiere a cuestiones como qué tanto los habitantes tienen algún sentido
de pertenencia respecto de su barrio o fraccionamiento, y qué tanto éste tiene
relación con el resto de la ciudad.
La información empírica de cada una de las partes constaba, en primer
término, de los mapas de cada una de las partes de ciudad y su ubicación
dentro de la mancha urbana; y, de cada una de las tres partes de ciudad y los
seis barrios o fraccionamientos, su equipamiento (en educación, cultura, recreación, salud, comercio y servicios). Asimismo, se realizó un cuestionario
con preguntas semiabiertas a una muestra de aproximadamente 10% de los
habitantes de los seis barrios o fraccionamientos.
Con toda la información hice una comparación al interior de cada parte
de ciudad y entre ellas, y discutí la calidad urbana de la ciudad que resultó del
análisis.
Supuestos fundamentales. En este primer acercamiento a mi tema de investigación, concebía que era posible distinguir y separar mi persona de mi objeto
de investigación. Este supuesto fundamental del modelo lógico-deductivo de
las ciencias naturales, que ha permeado a las ciencias sociales, estaba presente
en el curso de mi investigación. Ello a pesar de que por años había yo estu176
Transitar por la metodología
diado metodología y me suscribía al paradigma de la sociología cualitativa
que insiste una y otra vez que los investigadores como individuos estamos
conformados, al igual que quienes investigamos, por nuestro contexto, nuestra
biografía, en fin, que somos alguien en un horizonte espacial y temporal.2
Resulta que eso que sí aprendí en el doctorado, y que estudié una y otra
vez siendo alumna de Gideon Sjoberg, a quien le tenía yo una especial admiración, no lo pude poner en práctica en el momento en que tuve que realizar
esta investigación. Me quedé con una concepción bastante poco elaborada de
mi posicionamiento frente al tema de la investigación.
Así que cuando publiqué el libro titulado Habitar una ciudad en el interior de México (Bénard, 2004), sí pude darme cuenta de los cambios que había
testificado Aguascalientes, pero seguía teniendo un entendimiento muy poco
profundo de por qué me resultaba tan difícil la convivencia con su gente, y
seguía sin poder recuperar un sentido de realidad mínimo que me posicionara en relación con otros, particularmente los nativos o los que, siguiendo a
Schütz, he llamado los miembros del endogrupo.
Me tomó años darme cuenta de que esta aproximación teórico metodológica era tanto ingenua como arrogante. Ingenua por asumir que podía separar
mi proceso de indagación sobre el tema, de mi vida cotidiana y de todas las
dificultades que estaba enfrentando en mi nuevo contexto urbano. Pensé que
podía explicar la ciudad con la que me había tropezado, y lo diferente que era
de lo que había imaginado, sin relacionarlo con lo difícil que era para mí vivir
en ella. Arrogante porque asumí que mi formación profesional como socióloga me ponía en una situación de ventaja comparada con la del común de la
gente, en particular, otras mujeres, pues yo no era ama de casa. Además, siendo una migrante bastante más cosmopolita que la gran mayoría de aquellos
que vivían en esa ciudad, tenía cierto sentimiento de superioridad.
Temas. Para dar una explicación del contexto urbano en el que estaba ubicada, desde la perspectiva de la sociología urbana, hice referencia a temas
como una ciudad media y su rápidos cambios: crecimiento urbano, industrialización, inserción en la economía global; la ciudad y lo que se conoce
2
Además de mis clases de teoría sociológica y metodología con Gideon Sjoberg en el doctorado, un texto clave que marcó mi comprensión de esto fue el artículo de Vaughan en el
libro editado por Vaughan, Sjoberg y Raynolds en 1993.
177
ATRAPADA EN PROVINCIA
como la no-ciudad; la movilidad, la proximidad y el espacio interno de la
vivienda.
Técnicas de recolección de información. Consulté datos estadísticos, censos y
planes de desarrollo urbano. Generé información a partir de una entrevista
con preguntas semiabiertas e hice visitas en campo para recolectar información sobre el equipamiento urbano de las partes de ciudad y los barrios y fraccionamientos seleccionados para el estudio.
2. La teoría fundamentada
En un segundo intento por lograr entender mi lugar en ese nuevo entorno
urbano, me aproximé al mismo haciendo uso de la teoría fundamentada. Ese
proceso lo describo con cierto detalle en el capítulo trece y compone lo que llamé segunda etapa. Cabe mencionar que en esta etapa, circunscribí el tema a la
cuestión de los migrantes nacionales provenientes de grandes zonas metropolitanas y la manera en que vivían sus procesos de adaptación al nuevo contexto
urbano de lo que llamé una ciudad media en transición (ver, Bénard, 2009).
Supuestos fundamentales. En esta etapa del proceso de indagación, puse un
especial cuidado en no contaminar mis datos. Tenía la convicción de que debía
dialogar con mis entrevistados sin dejarles ver mi propio proceso, mis sesgos,
mis preocupaciones, en fin, todas mis vivencias. Pero ya admití, primero, que
quería saber algo mucho más específico y referenciado a mi propia experiencia, y, segundo, que tenía yo una postura al respecto pero que debía ir a campo
como si no la tuviera, ni teórica ni personalmente, y elaborarla de manera
paralela conforme analizaba mis datos.
Aquí es interesante detenernos en la propuesta teórico metodológica de
la teoría fundamentada, al menos en aquella que proponen Strauss y Corbin
(2002). Si bien es cierto que la teoría fundamentada parte de que debemos
aspirar a generar conocimiento objetivo sobre un tema, reconoce que para
lograrlo es necesario tomar en cuenta la subjetividad del investigador. Esto lo
hace en dos sentidos. Primero, reconociendo que el contacto que el investigador haya tenido con su tema le da una sensibilidad que le permite hacer el
análisis de sus datos de una manera más eficaz. En segundo lugar, enfatizando que el investigador puede y debe reflexionar sobre sus propias posiciones,
178
Transitar por la metodología
sus prejuicios y sus dudas mediante memos que va redactando a lo largo del
proceso de indagación (ver, por ejemplo, Corbin, 2010: 243-244). Esto es importantísimo, pues la metodología da espacio para que el investigador apele
a su subjetividad y elabore su propia perspectiva a lo largo del proceso de
indagación.
Aun tomado en cuenta lo anterior, Corbin argumenta que nuestro objetivo final es hacer teoría, de ahí el nombre de esa perspectiva analítica, y que
esa teoría debe ser objetiva, esto es, debe deshacerse de los sesgos subjetivistas
del investigador. Esto, a su parecer, el investigador lo va logrando a lo largo
del proceso de indagación, organización de los datos y relación de los mismos
con literatura previa sobre el tema y la redacción final de un texto que, en el
mejor de los casos, llega a ser una aproximación teórica sobre el mismo (2010:
245-246).
Temas. Los temas a los que me llevó el uso de la teoría fundamentada fueron
bastante distintos de aquellos que traté en el curso de la investigación desde la
perspectiva de la sociología urbana. Éstos fueron relativos a la distinción entre
lo que llamé, siguiendo a Schütz, el endogrupo y el exogrupo, las relaciones
cara a cara, la preeminencia de las interacciones cotidianas y los grupos primarios.
Técnicas de recolección de información. También en el capítulo trece hice referencia a la manera en que conduje este proceso. Fueron entrevistas de larga
duración, a partir de una pregunta generadora y haciendo cuestionamientos
específicos según iban saliendo conforme los entrevistados me iban narrando
su propia historia.
Por sugerencia de la misma Juliet Corbin, para poder contactar a las
personas que entrevisté, puse letreros en varias partes de la ciudad –paradas
de camión, consultorio médico, centro comercial, universidad– invitando a
aquellos que habían llegado a Aguascalientes de otras ciudades del país y que
estuvieran dispuestos a ser entrevistados. En los pequeños pósters que pegué
hacía referencia a que era una investigadora de la Universidad Autónoma de
Aguascalientes y que estaba estudiando los procesos de adaptación de los migrantes a esta ciudad. Una parte de los entrevistados los contacté así pero hubo
otros a quienes conocía de mucho tiempo atrás y que aceptaron participar en
el estudio (ver cuadro resumen en el capítulo trece).
179
ATRAPADA EN PROVINCIA
3. La autoetnografía
Ésta es la perspectiva metodológica más relevante en el libro.
Cuando estaba en el proceso de elaboración de los datos, conocí la autoetnografía y, poco tiempo después, empecé a escribir este libro haciendo un
uso sistemático de esta metodología. Antes de esto ya había redactado y hasta
publicado algunos textos cortos sobre experiencias específicas.3 Esto sin saber
que existía la autoetnografía y su preeminencia en el ámbito de la metodología
cualitativa, sobre todo en Estados Unidos.
Supuestos fundamentales. Si algo define a la autoetnografía es su propuesta de
entender lo cultural y lo social desde lo personal. Se trata de profundizar en
lo personal, en lo que el o la investigadora ha vivido y encontrar explicaciones
profundas y comprehensivas de sus experiencias.4 Para ello, la autoetnografía
no propone escribir la vida entera, como lo haría la autobiografía, sino ceñirse
a un tema y abordarlo desde la experiencia misma de quien investiga. Una
cuestión clave de esta perspectiva metodológica es, precisamente, la introspección, el ejercicio de diálogo interno que, haciendo uso de la información preexistente, busca dar una explicación que permita ubicar ese evento personal
dentro de un contexto más amplio y explicarlo desde el mismo. Es un diálogo
entre lo individual y lo social.
Temas. Como puede verse en lo que llamé primera etapa, las cuestiones que
surgieron en ese proceso de introspección que realicé buscando explicaciones
para las dificultades que encontré en mi aprender a vivir en Aguascalientes,
3
4
En varios textos anteriores a este libro hice narrativas personales. En dos casos –uno sobre mi
proceso de selección para ocupar una plaza en la Universidad Autónoma de Aguascalientes
y otro sobre mi impacto de vivir en la ciudad, ambos publicados en 2005– utilicé un pseudónimo, Renata Lachevre, el nombre en homenaje privado a Renato Rosaldo, el apellido es del
lado materno de mi bisabuelo. Después, en la revista Parteaguas tuve una columna en la que
publiqué en cuatro números consecutivos, ahí sí con mi nombre verdadero y en la que desde
un principio comenté que hablaría de cosas muy de la vida cotidiana y que pretendía compartir temas que me hacían resonancia en esos momentos y a partir de los cuales intentaba
vincularlos con el ámbito social. Por eso titulé la columna “De mí, los otros y nosotros”.
Además de los ya clásicos artículos y libros de Carolyn Ellis, cabe referenciar sus dos más
recientes libros sobre metodología, el primero escrito por ella sola, Revision (2009), y el
segundo, Handbook of Autoethnography, editado junto con Holman Jones y Adams.
180
Transitar por la metodología
hubo un tema central y que yo no había contemplado cuando hice las entrevistas y analicé el material transcrito usando la teoría fundamentada. Éste
fue la cuestión de género y su relevancia en mi propia historia. Si algo marcó
mi proceso, fue la manera en que mi percepción de mí misma chocaba con
la percepción que la sociedad más amplia tenía de mí, y la manera en la que
eso fue pautando mi relación cotidiana con mi pareja. Mientras yo intentaba
construir una relación de pareja más acorde con la modernidad, tal como la
discuten Beck y Beck-Gernsheim, regresé de estudiar el doctorado en Sociología y me asenté en Aguascalientes sin considerar que formaría parte de ese
contexto social y cultural mucho más tradicional.
Técnicas de recolección de información. Una herramienta importante que utilicé, y que ya había usado en la etapa en la que apliqué la teoría fundamentada,
fueron las entrevistas; sin embargo, a la hora de dialogar con aquellas personas
con quienes hablé, lo hice de una manera mucho más abierta, más libre y pude
compartir mis propias experiencias con ellas y ellos. De hecho, tal como lo comento en el capítulo diecisiete, tuve oportunidad de dialogar en innumerables
ocasiones con muchos de quienes menciono a lo largo del libro, porque los
conocía desde antes de que los entrevistara formalmente, y seguí viéndolos y
hablando con ellos y ellas en años posteriores.
Además de las entrevistas, recurrí a diarios que había escrito a lo largo de
esos años, sobre todo en momentos muy críticos; también utilicé fotografías
y documentos como los que me comunicaban que habían sido aprobados mis
proyectos de investigación por el conacyt, los documentos formales del Centro de Investigaciones y Estudios Multidisciplinarios de Aguascalientes –Centro que dirigí durante casi diez años–, y otros documentos legales. También
recurrí a los mismos textos que publiqué en ese tiempo, algunos más sociológicos y otros más autoetnográficos.
¿Qué aprendí de todo esto?
1
En el proceso de ir de un enfoque a otro, fue cambiando también la manera en
la que me posicionaba no sólo sobre el tema sino, sobre todo, en relación con
181
ATRAPADA EN PROVINCIA
los otros. Fui yendo de afuera hacia dentro: de ver la ciudad como algo completamente externo y ajeno a mí, y manejar datos objetivos, a centrar mi atención en los migrantes urbanos como yo, pero separados y tratando de guardar
distancia como investigadora para no contaminar los datos, a asumirme como
una de entre ellos y ellas, y permitirme compartirles también mis experiencias.
2
Otra diferencia metodológica importante entre estas maneras de aproximarme al tema tiene relación con la recolección de los datos y su análisis. En mi
primera aproximación, empecé por hacer una revisión bibliográfica del material existente hasta ese entonces; una vez concluida esa parte, definí las partes
de ciudad y los barrios de los que recolectaría información. Hasta entonces
empecé a hacer las entrevistas, semiabiertas, y a delinear los mapas de cada
uno de los espacios. Una vez que terminé de hacer todas las entrevistas, entonces codifiqué su información y empecé a hacer la redacción. De manera
paralela, fui haciendo los planos y ubicando el equipamiento en cada uno de
los espacios.
En la segunda aproximación, desde la teoría fundamentada, me propuse
hacer a un lado lo que sabía tanto sociológicamente como personalmente y me
lancé a realizar las entrevistas abiertas a partir de una pregunta generadora.
Aquí, si he de ser honesta, no apliqué la propuesta de la teoría fundamentada
en la medida en que sugiere que se hagan una, dos, máximo tres entrevistas,
y se analicen, para después continuar la recolección de datos, de tal manera
que tomando en cuenta los temas que van presentándose como relevantes en
las primeras y así, en un ejercicio paulatino, se vaya logrando lo que se conoce
como saturación teórica. Yo hice mucho más entrevistas, cerca de diez, antes
de poder sentarme a hacer el análisis de los temas y definir líneas de indagación posteriores. Esto me dificultó mucho el trabajo porque acabé con una
cantidad enorme de datos que no podía organizar adecuadamente. Finalmente logré hacer un primer ordenamiento (ver, Bénard, 2009) para a partir de él
realizar una cantidad de entrevistas similares en otras dos etapas posteriores
de la recolección. De todas maneras, fui haciendo el análisis de manera paralela a la recolección de la información. Seguí un proceso de ir de la teoría, o la
reflexión, a los datos, y de los datos a la teoría. Hice un proceso mucho menos
lineal que en el primer caso.
182
Transitar por la metodología
La autoetnografía implica, en una gran medida, hacer un ejercicio de escritura que, aunque no siempre es anterior a la recolección de los datos, sí
marca el proceso en la medida en la que es ahí en donde se va dando la explicación. Es en el proceso de escribir en el que se va reflexionando sobre el tema,
ejercitando la introspección, y así, generando conocimiento.
El proceso de escritura en sí mismo nos permite ir analizando y entendiendo aquello que pretendemos explicar de maneras que es prácticamente
imposible si no lo asumimos como parte del proceso de comprensión del tema
(Richardson y St. Pierre, 2005).
Elaborar y escribir mi propio proceso me llevó a entender aspectos que
no pude dimensionar en los datos cuando hice el análisis de las entrevistas utilizando las herramientas de la teoría fundamentada. Lo principal fue descubrir
la preeminencia que había tenido en mi proceso el ser mujer, tema que apareció como muy relevante en el análisis de las entrevistas formales; sin embargo,
entonces no pude darle el peso que tenía para comprender el por qué era para
ellas tan importante en sus narrativas. En ese no querer sesgar los datos, lo
mencioné como una parte del segundo tema más recurrido entre los entrevistados, el ser dobles de los aguascalentenses. Me parece que esto sucedió, en
gran parte, porque ellas, al igual que yo, no lo veían como algo que alcanzaba a
incidir en sus vidas, pues en muchos casos se referían a hombres distantes –no
eran ni sus parejas, ni sus hijos, ni sus padres o hermanos–, y cuando sí aparecían en el horizonte de su cotidianidad, como en el ámbito laboral, parecían
tener la fuerza y la claridad para no dejarse llevar; en su definición de la situación, describían al otro actuando desde una postura machista, pero no dejaban que eso las intimidara o las hiciera reaccionar de manera distinta a lo que
harían en un contexto diferente. Ahora me pregunto qué tanto ellas pensaban,
o siguen pensando igual que yo antes de escribir este texto, que el machismo
característico de la cultura local –que ellas mismas consideran tan relevante en
la definición de la misma–, no alcanzaba a afectar significativamente sus vidas.
3
La posibilidad de entender un tema posicionándonos como ajenos al mismo,
aun cuando lo hayamos vivido igual que aquellos a quienes investigamos, nos
da una visión muy limitada. Esa preocupación por no “contaminar” los datos,
por escribir resultados, por estar cuidando que no vayamos a decir nada que
183
ATRAPADA EN PROVINCIA
no esté sustentado en los datos que presentamos, nos va llevando a ir aplanando el análisis a tal grado que acabamos haciendo una descripción y frecuentemente a afirmar, una vez hecha la descripción, que se confirman nuestras
hipótesis.
Tal como lo referí en el apartado anterior, creo que si no hacemos ese
ejercicio de introspección, que no solamente conlleva una reflexión racional y
lógica de los temas, sino un contactar con nuestros sentimientos y emociones,
difícilmente logramos comprender qué es lo que en realidad está pasando. Si
logramos elaborar una y otra vez nuestras experiencias haciendo uso de la escritura, podemos finalmente lograr una comprensión que no es, hasta donde
yo he podido ver en los años que tengo de hacer investigación, lograr con otros
métodos.
4
Es paradójico que mediante la autoetnografía, desde un proceso de introspección, haya logrado ver lo sociológico de mi proceso, que durante tantos años,
a pesar de mi profesión, me pareció algo tan personal y privado. Retomo aquí
el argumento de C.W. Mills (1959) en su clásico libro, Imaginación sociológica,
en donde argumenta que la sociología es, precisamente, ese arte de encontrar
dónde se entrecruzan la biografía y la historia. Es por eso que este libro lleva
como subtítulo: Un ejercicio autoetnográfico de imaginación sociológica.
184
Referencias
Bellah, R., Madsen, R., Sullivan, W., Swidler, A. y Tipton,
S. (1985). Habits of the Heart. Individualism and Commitment in American Life. Nueva York: Harper & Row.
Bénard, S. (2013). From impressionism to realism: Painting a
conservative Mexican city. En Cultural Studies ó Critical
Methodologies, 13(5): 427-431.
___________ (2013a). Por una vida urbana de calidad: una
versión autoetnográfica (segunda parte). En Alejandro
Acosta (Coord.), Convergencias del diseño y de la construcción. Arquitectura, ingeniería civil y urbanismo (Vol.
ii). México: Universidad Autónoma de Aguascalientes.
Libro digital.
___________ (2012). Features of a local culture as viewed from
the perspective of strangers. En Forum of Qualitative Social Research, 13(2), artículo 28.
ATRAPADA EN PROVINCIA
___________ (2011). Por una vida urbana de calidad: una versión autoetnográfica. En Alejandro Acosta (Coord.), Convergencias del diseño y de la
construcción. Arquitectura, ingeniería civil y urbanismo. México: Universidad Autónoma de Aguascalientes. Libro digital.
___________ (2010). Dios te salve. Parteaguas, Revista del Instituto Cultural
de Aguascalientes, año 4(12): 60.
Bénard, S. (Coord.). (2010). La Teoría Fundamentada. Una metodología cualitativa (2010). México: Universidad Autónoma de Aguascalientes.
___________ (2009). ¿Forasteros?: inmigrantes urbanos mexicanos. En Silvia Bénard y Olivia Sánchez (Coords.), Vivir Juntos en una ciudad media
en transición. Aguascalientes frente a la diversidad social. Aguascalientes:
Universidad Autónoma de Aguascalientes.
_________ y Sánchez, O. (Coords). (2009). Vivir juntos en una ciudad media
en transición. Aguascalientes frente a la diversidad social. Aguascalientes:
Universidad Autónoma de Aguascalientes.
___________ (2008). El común de los mortales. Parteaguas. Revista del Instituto Cultural de Aguascalientes, Año 3(11): 63-64.
___________ (2007). ¿Sólo para sociólogos? Parteaguas, Revista del Instituto
Cultural de Aguascalientes, Año 3(10): 73-74.
___________ (2007a). ¿Fútil? Parteaguas, Revista del Instituto Cultural de
Aguascalientes, Año 3(9): 91.
___________ (2004). Habitar una ciudad en el interior de México. Reflexiones
desde Aguascalientes. Aguascalientes: sihgo. ciema, conciuculta, uaa.
Beck, U. y Beck-Gernsheim, E. (2001). El normal caos del amor. Nuevas formas
de relación amorosa. España: Paidós Contextos.
Bobadilla Domínguez, J. de la C. (2012). Estrategias para la visibilidad gay en
Aguascalientes: identidad, masculinidad y homofobia. Tesis de doctorado:
uaa.
Chávez Galindo, A.M. (1998). La nueva dinámica de la migración interna en
México de 1970 a 1990. Cuernavaca: unam.
Corbin, J. (2010). La investigación en la teoría fundamentada como un medio
para generar conocimiento profesional. En Silvia Bénard (Coord.), La
teoría fundamentada. Una metodología cualitativa. Aguascalientes: uaa.
Coria, C. (1996). Las negociaciones nuestras de cada día. Buenos Aires: Paidós.
Ellis, C. (2009). Revision. Autoethnographic reflections on life and work. Walnut
Creek, CA: Left Coast.
186
Referencias
___________ (2004)The ethnographic I: A methodological novel about teaching
and doing autoethnography. Walnut Creek, ca: Altamira.
Giddens, A. (1992). The Transformation of Intimacy. Sexuality. Love and Eroticism in Modern Societies. Stanford: Stanford University.
Goodall, H.L. (2009). Writing qualitative inquiry: Self, stories and academic life.
Walnut Creek, ca: Left Coast.
Holman Jones, S., Adams, T. y Ellis, C. (Eds.). (2013). Handobook of autoethnography. California: Left Coast.
Lachevre, R. (2005). ¡Ay, Aguascalientes!, ¿yo qué hago aquí?. En Salvador Camacho (Coord.), La vuelta a Aguascalientes en ochenta textos. Aguascalientes: Consejo de la Crónica Aguascalientes, uaa, ica, conciuculta.
___________ (2005b). ¿Tengo vocación docente? Revista Parteaguas, verano,
1(1):40-44.
Lamott, A. (1994). Bird by bird. Some instructions on writing and life. Nueva
York: Anchor Books.
Lamy, B. (2007). Una nueva migración urbana. Impactos e integración social.
Guanajuato: Universidad de Guanajuato.
Lerner, H. (2002). The dance of connection. How to talk to someone when you
are mad, hurt, scared, frustrated, insulted, betrayed, or desperate. Nueva
York: Harper.
Lynd, R. y Merrell Lynd, H. (1929). Middletown. A Stony of contemporary
American culture. Nueva York: Hacourt, Brace and Company.
Mendoza del Toro, R. (2006). La experiencia de la reubicación del inegi a la
ciudad de Aguascalientes. En xv Certamen histórico literario. Aguascalientes: Ayuntamiento de Aguascalientes.
Mills, Charles, W. (1959). The sociological imagination. Inglaterra: Oxford University.
Molina Contreras, R.E. (1999). Las fronteras de la identidad. El caso de los defeños en Aguascalientes. Tesis de maestría, uaa.
Padilla de la Torre, R. (2012). Geografías ciudadanas y mediáticas. Aguascalientes: uaa.
Richardson, L. y St. Pierre, E. (2005). Writing: A method of inquiry. En Norman Denzin e Yvonna Lincoln (Eds.), Handbook of qualitative research
(pp. 959-978).. Thousand Oaks, ca: Sage.
Simmel, G. (1982). El individuo y la metrópoli (pp. 63-71). En Gian Franco
Bettin, Los sociólogos de la ciudad. España: Editorial Gustavo Gili.
187
ATRAPADA EN PROVINCIA
___________ (1971). The stranger (pp. 143-149). Estados Unidos de América:
University of Chicago. Consultado en Internet. Sin más datos.
Schütz, A. (1964). Estudios sobre teoría social. En Arvid Brodersen (Comp.).
Buenos Aires: Amorrortu Editores.
Strauss, A. y Corbin, J. (2002). Bases de la investigación cualitativa. Técnicas y
procedimientos para desarrollar la teoría fundamentada. Colombia: Universidad de Antioquia, Contus.
Touraine, A. (2003). ¿Podemos vivir juntos? Iguales y diferentes. México: Fondo
de Cultura Económica.
Vaughan, T., Gideon, S. y Larry, R. (1993). A Critique of Contemporary American Sociology. Nueva York: General Hall.
Zalpa, G. (2009). La diversidad religiosa. En S. Bénard y O. Sánchez (Coords.),
Vivir juntos en una ciudad media en transición. Aguascalientes frente a
la diversidad social. Aguascalientes: Universidad Autónoma de Aguascalientes.
___________ (2004). Las iglesias en Aguascalientes. Panorama de la diversidad religiosa en el estado. Aguascalientes: ciema, uaa, El Colegio de
Michoacán.
188
Atrapada en provincia
Primera edición 2016 (versión electrónica)
El cuidado de la edición estuvo a cargo
del Departamento Editorial de la Dirección General de Difusión y Vinculación
de la Universidad Autónoma de Aguascalientes.