AGUSTÍN LUCAS PRESTIFILIPPO
UBA-CONICET, Argentina
alprestifilippo@conicet.gov.ar
Recibido: 10/03/2024
Aprobado: 08/04/2024
DOI: 10.24310/stheg.10.2024.19309
El privilegio como trastorno
Privilege as derangement
RESUMEN: Una de las fases más enigmáticas que transita el espíritu subjetivo en su
confrontación con las primeras exterioridades de la naturaleza lo representa la locura.
En este trabajo me interesa indagar en la
“dificultad particular” que adquiere este
fenómeno en las transiciones del espíritu
hacia su liberación. A tales fines, voy a proceder en cinco pasos: (I) analizaré la primera
forma que asume el espíritu subjetivo luego
del pasaje por la filosofía de la naturaleza, a
saber: el alma; (II) luego, ubicaré el fenómeno
de la locura al interior de la arquitectónica
del espíritu, en tanto manifestación interior
al devenir de la vida anímica; (III) seguidamente, reconstruiré los tres tipos ideales
de la locura que distingue Hegel; (IV y V)
finalmente, y a modo de conclusión, ofreceré
mi respuesta a la pregunta por el significado
específico que asume la locura para la transición hacia el espíritu absoluto.
PALABRAS CLAVE: Espíritu Subjetivo,
Alma, Locura, Finitud, Materialismo
ABSTRACT: One of the most enigmatic phases that the subjective spirit goes through in its
confrontation with the first externalities of nature is represented by madness. In this paper
I am interested in delving into the “particular
difficulty” that this phenomenon acquires in
the transitions of the spirit towards its liberation. To this end, I will proceed in five steps: (I)
I will analyze the first form that the subjective
spirit assumes after the passage through the
philosophy of nature, viz: the soul; (II) then, I
will place the phenomenon of madness within
the architecture of the spirit, as an inner manifestation of the becoming of the soul´s life;
(III) next, I will reconstruct the three ideal
types of madness that Hegel distinguishes;
(IV and V) finally, and by way of conclusion,
I will offer my answer to the question of the
specific significance that madness assumes for
the transition to the absolute spirit.
KEYWORDS: Subjective Spirit, Soul,
Madness, Finitude, Materialism
Studia Hegeliana, vol. X (2024), pp. 23-41. ISSN: 2444-0809 ISSN-e: 2792-176X
Sociedad Española de Estudios sobre Hegel
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AGUSTÍN LUCAS PRESTIFILIPPO
I. Introducción
E
n la doctrina del espíritu de la Enciclopedia,1 se desarrolla una argumentación escalonada en la que se presentan los pasos que va realizando la idea
hacia su universalidad concreta, desde sus etapas más primitivas de despegue
del alma en sus referencias a lo que siente; pasando por las formas más elevadas
del pensar cognoscente; las relaciones prácticas con el mundo objetivo de la
vida ética; y, finalmente, en las figuras de la unidad absoluta del arte, la religión
y la filosofía.
Esta progresión (Fortgang) (Enz. § 1) la caracteriza Hegel en términos de
un proceso liberador de apropiación (Aneignung): el espíritu se libera de las
cadenas de la naturaleza para adueñarse de sí mismo: “el pensamiento es lo más
propio (das Eigenste –énfasis en el original) del ser humano y aquello que lo
distingue de las bestias, mientras el sentir lo tiene en común con ellas” (Enz. §
400). El pensamiento es ilustración. Pero el devenir absoluto del pensamiento no
consiste en independizarse de toda constricción ni en identificarlo todo como
ser-puesto (Gesetzsein), sino en reponer lo que es como ser, pues: “son una y la
misma cosa encontrar un mundo como mundo presupuesto, engendrarlo como
algo puesto por él y liberarse de él en él” (Enz. § 386).
Sólo tras volver a poner al ser, tras fundar esta nueva inmediatez que se
pone a sí misma, se libera plenamente la infinitud del espíritu: “El mundo debe
volver a ser liberado del espíritu, y lo que ha sido puesto por él debe ser captado
al mismo tiempo como un ser inmediatamente existente” (Enz. § 385 Z). La
“determinidad” (Bestimmtheit) es así doble: “de lo existente y de lo propio” (Enz.
§443). En este recorrido el sujeto transita distintos estadios de desdoblamiento en, y de redoblamiento de lo otro (Enz. § 386): primero es padecido como
“obstáculo” (Schranke) (Ibid.); luego, reconocido como “esencia suya” (Id.). Lo
decisivo del camino re-cognoscitivo del pensamiento es que afirma, una vez
más, la independencia de lo propio “como un ser inmediatamente existente”.
La idealidad de este proceso se caracteriza por el acto de la superación
(Aufhebung). En este proceso el espíritu realiza una “negación de lo real, en
donde lo real está a la vez conservado, virtualiter contenido” (Enz. §403). En
ese camino, la relación con lo otro se vuelve, por un lado, necesaria y, al mismo
tiempo, momento de relevo. En la capacidad de mantener una relación con esas
determinaciones como nuevamente dadas se juega el desarrollo de la infinitud
[1] Hegel, G.W.F., Enzyklopädie der philosophischen Wissenschaften (1830). Hrsg. v. Fr.
Nicolin u. O. Pöggeler. Hamburg: Meiner, 1969 (en adelante Enz). Cito de acuerdo con el
número de parágrafo (complementado por Z para los Zusätze o “añadidos”). He tomado como
referencia la reciente edición bilingüe a cargo de Ramón Valls Plana, la cual no incluye las adiciones por decisión expresa del editor: Hegel, G.W.F., Enciclopedia de las ciencias filosóficas (1830).
Introducción, traducción y notas de Ramón Valls Plana. Madrid: Abada, 2017.
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de la idea: “lo finito no es lo verdadero, sino simplemente un pasar y un ir más
allá de sí” (Enz. § 386).
Tal como han subrayado distintos especialistas de la Hegelforschung,2 una
de las fases más enigmáticas que transita el espíritu subjetivo en su confrontación con esas primeras exterioridades lo representa la locura (die Verrücktheit).
En concordancia con sus reflexiones sobre la enfermedad, Hegel la define como
un trastorno del espíritu en el que el alma no logra su cometido de apropiación.
Esto se observa desde dos perspectivas: hacia fuera, el alma se ensimisma,
pierde su conexión objetiva con la realidad; del lado de su cara interna, en la
autorreferencia del yo, le otorga poder excesivo a una determinación particular,
que termina imponiéndose al resto de las representaciones.
En este trabajo me interesa indagar en la “dificultad particular” (Enz. §
380) que adquiere este fenómeno en las transiciones del espíritu subjetivo. Pues,
por un lado, la locura es un estadio de desarrollo esencial de la razón, y por
lo tanto, internamente constitutivo a su idea: “Sólo el ser humano [...] tiene el
privilegio de la necedad y la demencia” (Enz. § 408 Z). A la vez, para Hegel la
locura no es un destino general que se impone a todos los seres humanos, sino
que se manifiesta sólo en aquellos sumidos “en la impotencia, la pasividad, y
la abstracción” (Enz. § 408 Z). Y sin embargo, el texto sugiere otra inferencia.
Según esta conclusión diferente, la locura parece mostrar el devenir problemático que asume la figura que se da lo humano cuando pretende trascender
su finitud. La locura indicaría cómo el privilegio se convierte en un trastorno.
A tales fines, voy a proceder en cinco pasos: (I) analizaré la primera forma
que asume el espíritu subjetivo luego del pasaje por la filosofía de la naturaleza,
a saber: el alma; (II) luego, ubicaré el fenómeno de la locura al interior de la
arquitectónica del espíritu, en tanto manifestación interior al devenir de la
vida anímica; (III) seguidamente, reconstruiré los tres tipos ideales de la locura
que distingue Hegel; (IV y V) finalmente, y a modo de conclusión, ofreceré mi
respuesta a la pregunta por el significado específico que asume la locura para
la transición hacia el espíritu absoluto.
II. El espíritu natural, o, el alma que (se) siente
Hegel caracteriza al alma como la primera forma que asume el espíritu en
su “regreso de la naturaleza” (Enz. § 381). En el alma la conciencia “se despierta”
del sueño en el que está sumida la vida. Sin embargo, el alma, que se presenta
como una sustancia o materia de todas las determinaciones del espíritu, aún
[2] Véase: Berthold-Bond, D., Hegel’s Theory of Madness. New York: State University
of New York Press, 1995; Brauer, D., “Razón y locura en la antropología de Hegel”, Contrastes.
Suplemento, Nº 15 (1) 2010, pp. 181-191; Iannelli, F. y Failla, M., (Eds.) Philosophy and Madness. From Kant to Hegel and Beyond. Milán: Mimesis International, 2024.
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no representa la vigilia y la claridad de la conciencia. En tanto primera manifestación de la conciencia de que “el espíritu es la verdad de la naturaleza”
(Enz. § 388), aún presenta señales de somnolencia. El alma adquiere la doble
determinación de ser, como el nus aristotélico, sustrato pasivo y condición de
posibilidad de todas las actividades más elevadas del espíritu (Enz. § 389). Como
demostraré a continuación, precisamente por esa dualidad de lo incipiente,
el alma termina siendo para Hegel tanto fundamento (Grund) como abismo
(Abgrund) del yo espiritual.
De modo análogo a la unidad reproductora de la vida, el alma ha superado
la pura exterioridad de la causalidad mecánica.3 Pero a diferencia de la conciencia ya plenamente desarrollada, el alma todavía arrastra las limitaciones
que condenan a los organismos animales: su objetividad aún se encuentra
atada a un “ser-exterior-a-sí” en donde la materia, expresada en la sensibilidad
(Empfindung), resiste a los intentos de control del sujeto: “La sensibilidad es la
forma del sordo tejer del espíritu en su individualidad carente de conciencia
y entendimiento, en la cual toda determinación es aún inmediata, puesta de
manera no desarrollada” (Enz. § 400).
Esa exterioridad irreductible permite entender por qué la realidad del alma
es la figura espiritual “más inadecuada al espíritu” (Enz. § 385 Z). Su inadecuación se observa en la dualidad del alma que siente (fühlende Seele); vale decir, en
la primera modalidad de la referencia que presenta el espíritu en su temprano
despertar. Sus determinaciones o contenidos de sus referencias sentientes son,
por un lado, puestas (gesetzt) por el sujeto, “convertido en algo ideal y propio”
(Enz. §401). El alma que siente es la idealidad simple (Enz. § 403). Es la primera
forma en la cual el espíritu “hace de sí mismo su presuposición” (Enz. § 385
Z), pues para liberarse es necesario “que el individuo ponga su sustancialidad
como subjetividad, tome posesión de sí y se haga poder de sí mismo para sí”
(Enz. § 403). Al sentir, el individuo se relaciona consigo mismo en un modo
reflexivo, de manera que “ya no es meramente natural, sino individualidad
interior” (Ibid.). La estructura del alma es ya reflexiva, puesto que en el sentir
el sujeto traza una forma de mediación en la que se determina y diferencia. Al
hacerlo, el alma barrunta ya su libertad. Pero esa estructura sólo se refiere a la
alteridad de forma deficitaria o empobrecida. Por eso el alma no logra culminar
lo que ha comenzado.
Es que, por otro lado, las determinaciones o contenidos de sus referencias
sintientes son “halladas” (gefunden) (Enz. § 402). En esto reside la finitud de
los fenómenos que se le aparecen al alma sintiente: “el contenido del sentir es
[3] Corti, L., “The Logical Form of a Living Organism. Hegel, Naturalism, and Biological
Autonomy”, en: Corti, L. y Schülein, J.-G., Nature and Naturalism in German Idealism. New
York: Routledge, 2022.
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limitado y pasajero porque pertenece al ser natural e inmediato, al ser cualitativo por tanto, y finito” (Enz. § 400). La individualidad que siente “no es
sujeto reflejado hacia sí” sino que se mantiene en un “estado de pasividad”.
Este estado lo ubica “bajo el poder de otro” (Enz. § 406). Incluso en las formas
de referencialidad reflexiva del individuo con sus sentimientos, vale decir, en
el “sentimiento de sí”, en donde el individuo diferencia aquello que siente en
el juicio (Urteil) que las identifica como suyas, la unidad del yo se ubica en el
abismo de una drástica falta de autosuficiencia. La causa de esta limitación es
la persistente fuerza que todavía opera la corporeidad, como residuo de naturaleza en el sujeto, la cual revela su poder en el modo en que representaciones
particulares mantienen cautivo al yo.
El primer escalón del sentimiento (Fühlen) que atraviesa el espíritu hacia
su idealidad consumada aún es demasiado bajo, y la distancia que lo separa del
suelo de la sensación (Empfindung) no es lo suficientemente elevada como para
evitar regresiones: “viene a aparecer como un estado en el que puede hundirse
de nuevo el desarrollo del alma ya ulteriormente determinado a conciencia y
entendimiento” (Enz. § 404 –el énfasis me pertenece). En ese sentido, la persistencia del alma en las formas más desarrolladas del espíritu, su continuación en
tanto sustancia o condición necesaria en cada una de sus operaciones, reitera
su “inadecuación” como la sombra de sus figuras, ante las cuales el espíritu
puede trastornar su camino en “estados morbosos” (Ibid.).
La morbosidad del espíritu aparece como un “trastorno” (Umkehrung)
(Enz. § 371 Z) en el que el todo y las partes se relacionan de manera desproporcionada. En este estado un contenido representacional “se hace fuerte para
sí y en su actividad particular se endurece contra la actividad del todo cuya
fluidez y el proceso que atraviesa todos los momentos se encuentran por eso
obstaculizados” (Enz. § 371). Precisamente porque lo referido, la determinación
del sentimiento, son expresiones cuya materialidad se resiste a la ordenación
que pretende realizar la conciencia presente, la razón se ve envuelta en una
“contradicción no mediada” (unvermittelten Gegensatzes) (Enz. § 408 Z). La
oposición se da entre lo anímico y lo corporal, entre lo espiritual y lo natural;
más precisamente, entre las pretensiones de dominio racional y la fuerza de
resistencia de lo inmediato, que se libera, y al quedar suelto, hace estrellarse al
sujeto contra un límite infranqueable.
La locura es el nombre de esta colisión perturbadora, ni meramente física ni
meramente psíquica, ni puramente atada a lo existente ni puramente asociada a
lo propio, ni estrictamente anímica (seelenhafte) ni plenamente racional (verständige). La locura se ubica en el umbral, su destino extremo revela la verdad,
no sólo del alma, sino del espíritu en general. Como el alma para el espíritu,
la locura es “una fase de desarrollo esencial del alma” (Enz. § 408 Z). Ahora
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bien, ¿en qué consiste específicamente la forma de la locura en este desarrollo?
¿Cómo puede ser explicada? Y más aún, ¿en qué reside su necesidad?
III. Puer robustus. Razón y sinrazón del esfuerzo
Hegel ofrece distintas caracterizaciones de la locura. Sin embargo, a nivel
elemental, su concepto puede ser definido como el de una “directa oposición”
o bipolaridad entre lo anímico y la “conciencia objetiva” (Enz. § 408 Z).
La locura aparece así como una manifestación unilateral del alma, en la
cual ésta se convierte en una “subjetividad puramente vacía, formal, abstracta”
(Ibid.). En la locura se lleva al paroxismo aquello que ya Hegel había caracterizado a propósito del tipo de reflexividad que entabla el alma que (se) siente: la
subjetividad anímica se arroga la verdadera unidad de lo subjetivo y lo objetivo.
Pero esta identidad se revela imperfecta, puesto que no involucra una “completa
separación” del alma con su corporeidad. Al no lograr exteriorizar (entäußern)
en el mundo objetivo estas instancias de su materialidad interna, proceso de
objetivación a partir del cual el yo estaría en condiciones de adueñarse plenamente de sí mismo, esas instancias de lo dado (das Gefundene) persisten como
residuos que profundizan su “impotencia y pasividad”, poniéndola a merced
de estados anímicos que no puede controlar.
Por el contrario, la conciencia sana transforma lo “encontrado” en “ideas”.
En ese proceso lo que parecía “aislado” o “contingente” se muestra “articulado”
y “necesario”. Lo que logra la conciencia racional es, en definitiva, la trascendencia de lo meramente existente en el acto del reconocimiento:
reconozco este contenido, en la medida en que la actividad de mi entendimiento y
de mi razón se dirige hacia él, al mismo tiempo como algo no meramente aislado
y accidental, sino como un momento de una gran conexión (als moment eines
großen Zusammenhangs), como algo que está en mediación infinita con otro contenido y que deviene en algo necesario a través de esta mediación (Enz. § 408 Z).
Al convertir los sentimientos en ideas, la conciencia les otorga a los contenidos de sus determinaciones particulares el estatuto de la objetividad (Objektivität), vale decir, el atributo de una forma ideal reconocible por cualquier
ser humano que integre el “nosotros” de un contexto de prácticas sociales. En
tanto “momento de una gran conexión”, el yo que conoce y aquello conocido se
reconocen como participantes de una mediación ética.4 En el movimiento de
reconocimiento cada parte asume su lugar y función en un mundo compartido
con otros y regido por principios impersonales objetivamente válidos. Esta
[4] Cfr. Assalone, E., La mediación ética. Estudio sobre la filosofía del derecho de Hegel.
Buenos Aires: Llanes, 2022, pp. 159 y ss.
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forma de objetividad que adquieren los contenidos particulares en el trabajo
de la conciencia racional opera tanto en el plano del conocimiento orientado
hacia la verdad como en el ámbito de los comportamientos prácticos, orientados
hacia la rectitud normativa.
La conciencia sana que se da a sí misma una forma objetiva transforma su
individualidad contingente en un “yo concreto” (konkretes Ich); esto es, en una
conciencia capaz de ubicar todo lo que se le ocurre “en su justo lugar” (an die
rechte Stelle zu stellen), de “permanecer plenamente presente a sí misma” (sich
selber vollkommen gegenwärtig zu bleiben). El yo concreto sabe ubicarse en el
“punto adecuado de su realidad” (aus dem Mittelpunkt seiner Wirklichkeit). El
yo concreto es capaz de reconocerse a la vez como sujeto individual y como
participante de una comunidad.
El alma logra darse una forma objetiva como yo concreto cuando asume
fines racionales (vernünftige Zwecke). Al cumplir con las tareas que le adjudica
la realidad, el individuo opera en sí mismo la transformación que le asigna
el estatuto de la idealidad, trascendiendo su aislamiento y contingencia. Midiendo sus ocurrencias circunstanciales (Vorstellungen) con los parámetros
facilitados por las finalidades socialmente atribuidas, el individuo adquiere la
facultad para diferenciar en sus situaciones el comportamiento correcto. Al
reconocerse como miembro de un contexto de prácticas sociales, vale decir,
como representante de una totalidad en cada una de sus acciones, el individuo
se comporta de forma “razonable” (verständig) de acuerdo con las expectativas
sociales depositadas en él.
La forma de la objetividad social le brinda al individuo propósitos (Ziele)
que justifican sus esfuerzos (Streben): “Sólo cuando procedo del modo que
acabamos de indicar estoy en mi sano juicio” (Enz. § 408 Z). Y al hacerlo, la
totalidad social capacita al individuo a asumir una “correcta representación de
sí mismo” (eine richtige Vorstellung von mir selber haben), es decir, una concepción “que se corresponde con la totalidad de mi realidad, con mi individualidad infinitamente definida, la cual es distinta a mi ser sustancial” (die mit der
Totalität meiner Wirklichkeit, mit meiner unendlich bestimmten, von meinem
substantiellen Sein unterschiedenen Individualität übereinstimmt) (Ibid.).
Desde ya que ese proceso de mediación o armonización entre el “ser sustancial” del yo y la “realidad concreta” de un orden normativo puede dar lugar
a problemas: o bien por errores debido a una estrechez de miras del individuo,
o bien por un desbalance interno de la organización social, la cual lejos de
realizar la libertad de sus miembros, la reprime5. Tal como lo ha subrayado una
[5] Mientras que en las fases de desarrollo del espíritu subjetivo Hegel destaca ejemplos de
“estrechez de miras” por parte del individuo, en las etapas de despliegue del espíritu objetivo los
casos de “desajuste” son explicados por la disfuncionalidad material y simbólica de las estructuras
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y otra vez desde sus textos de Jena,6 la correspondencia entre la facticidad de
los comportamientos prácticos y la validez objetiva de las finalidades sociales
nunca está, por lo menos en la sociedad moderna, plenamente garantizada7.
Sin embargo, el tipo de asperezas que acarrean estos desajustes pueden ser tolerados por el individuo –y la sociedad– cuando se identifican como ejecuciones
imperfectas de una finalidad preestablecida.
En contraste, en el alma trastornada el individuo no presupone las finalidades sociales como motivaciones de su acción, sino que “se quiebra el yugo
de las leyes éticas que emanan de la auténtica voluntad general” (Enz. § 408 Z).
Como el puer robustus, el loco se ubica en el umbral del orden.8 De allí que la
desunión entre las representaciones del yo y el sistema de las determinaciones
que organiza un contexto de prácticas termine revelándose intolerable. Las
dificultades de conciliar individuo y sociedad se le presentan a la conciencia
anímica como desmesuradas. La locura aparece así como una forma inadecuada
de resolución de esta división. La identidad entre la conciencia racional y su
naturalidad es inmediata, de manera que tanto el sujeto como el objeto quedan
atados a una forma de unificación que deviene opresiva.
La locura expresa la radicalidad de esta oposición en el proceso de desdoblamiento o desarticulación del alma: en una misma subjetividad se desarrollan
dos lados opuestos como “personalidades” cerradas en sí mismas. Por un lado,
aparece un modo de referencialidad al mundo objetivo en la forma de una
conciencia racional. A su vez, aparece un modo de referencialidad al mundo
subjetivo en la forma del sentimiento interno. Cada una de las personalidades
se dirige unilateralmente hacia sus objetos de referencia, pero esto no exime
que “se toquen y sepan” cada uno acerca de su opuesto irreconciliable. Precisociales. Cfr. Pinkard, T., Hegel’s Naturalism. Mind, Nature, and the Final Ends of Life. Oxford:
Oxford University Press, 2012, p. 147 y ss.; y Neuhouser, F., Diagnosing Social Pathology.
Cambridge (MA): Cambridge University Press, 2023, p. 312 y ss..
[6] Prestifilippo, A. L. “Teoría y praxis en el Hegel de Jena”, Antítesis - Revista Iberoamericana De Estudios Hegelianos, (5), 2023, pp. 49–67.
[7] De allí la relevancia sistemática de la temprana imagen de una “tragedia en lo ético”
para su entera filosofía social: Hegel, G.W.F. “Über die wissenschaftlichen Behandlungsarten
des Naturrechts, seine Stelle in der praktischen Philosophie und sein Verhältnis zu den positiven
Rechtswissenschaften”, en: Gesammelte Werke, Band 4, hrsg. von H. Buchner und O. Pöggeler.
Hamburg: Meiner, 1968, p. 458 y ss. Cfr. Menke, Ch., Tragödie im Sittlichen. Gerechtigkeit und
Freiheit nach Hegel. Frankfurt: Suhrkamp, 1996. El “conflicto absoluto” (absoluten Widerstreit)
entre la singularidad individual y la sustancia universal determina la “finitud” de la pretensión
de imparcialidad de los órdenes normativos en la modernidad. Véase al respecto: Siep, L. “Endlichkeit und Unendlichkeit des objektiven Geistes”, en: Aktualität und Grenzen der praktischen
Philosophie Hegels. Aufsätze 1997-2009. München: Wilhelm Fink, 2010, p. 233 y ss.
[8] Thomä, D., Puer robustus. Una filosofía del perturbador, Trad. de Alberto Ciria,
Barcelona: Herder, 2018, p. 28.
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samente es la conciencia de esta división insuperable aquello que lleva al alma
hacia su desintegración (Zerfall):
El sujeto loco está, pues, consigo mismo en lo negativo de sí mismo; es decir, lo
negativo de sí mismo está directamente presente en su conciencia. Este negativo
no es superado (nicht überwunden), la dicotomía en la que se desintegra no es
llevada hacia la unidad. Aunque en sí mismo es uno y el mismo sujeto, el loco,
sin embargo, no se ve como un sujeto que está de acuerdo consigo mismo y es
indiviso en sí mismo, sino como un sujeto que está dividido en dos personalidades
diferentes (Enz. § 408 Z).
En conclusión, la definición hegeliana de la locura distingue no dos, sino
tres formas de conciencia al interior del alma: i) la forma anímica en sentido
estricto o lado subjetivo de la conciencia –la cual se expresa en las diferentes
manifestaciones particulares de la sensación y el sentimiento de sí; ii) la forma racional o lado objetivo de la conciencia –la cual se presenta en calidad
de representante de las expectativas sociales acerca de prácticas orientadas a
fines; iii) la forma trastornada de la conciencia, que refleja la contradicción de
las primeras dos como una división irresoluble. Es precisamente esta tercera
instancia de un saber acerca de lo insuperable de la división interna del alma
la que trastorna al sujeto convirtiéndolo en un perturbador del orden.
IV. Tres tipos ideales
Ahora bien, ¿cómo puede ser explicado esta perversión? Hegel encuentra un
motivo fundamental de esta morbosidad anímica en la modalidad imperfecta
que asume la subjetividad en esta etapa temprana. Precisamente por su cercanía con el sueño de la vida animal, en el alma la elevación del espíritu aun se
encuentra determinada por su pasado reciente, apenas superado en esta forma
rudimentaria de individuación. La locura entonces se explica por el carácter
unilateral que asume la subjetividad en su emergencia. Su unilateralidad es
caracterizada por Hegel como indeterminada, abstracta y vacía.
El alma no se identifica con ningún contenido de sus representaciones en
particular, sino con la mera posibilidad (bloße Möglichkeit) en general, con la
posibilidad de la posibilidad. La subjetividad morbosa asume así una posición
lógicamente anterior a la determinación de la forma, en cuyo proceso la representación adquiere objetividad en una identidad socialmente reconocida. En
lugar de asumir el papel del “genio dominador”, aquel que “subsume cada contenido emergente particular de la sensación, representación, deseo, inclinación”
en su “mundo interior” (Enz. § 408), el alma perturbada se abre pasivamente
ante lo “terrenal” (Irdische) de sus pasiones. La indeterminabilidad que caracteriza su apertura hacia lo posible permite entender también su tendencia a la
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introspección, vale decir, a su desconexión con las exigencias de la realidad.
Hegel distingue tres tipos ideales de la locura.
a) La principal característica que acompaña la indeterminación del alma
trastornada es el ensimismamiento (Insichversunkensein). Hegel diferencia tres
subcategorías en las que el individuo puede sumirse en sí mismo, a expensas
de su relación con la objetividad. El disparate (der Blödsinn), el despiste (die
Zerstreutheit), y el desvarío (die Faselei).
El disparate puede asumir una forma natural, o puede ser el efecto de
causas ajenas a la voluntad. En el primer caso, se trata de una enfermedad
“incurable” que disuelve el límite de lo humano (Hegel habla despectivamente
de “cretinismo” o de sencilla “estupidez”). En el segundo, puede deberse a la
“mala suerte” de haber sido víctima de un estímulo externo que sobrecarga al
individuo excesivamente. Aquí, el sujeto queda preso de una sobreabundancia
de demandas sensoriales que lo ubica en el extremo de la pura pasividad. Hegel
da distintos ejemplos al respecto, desde el caso de una persona cuya madre se
vio estremecida por un gran susto durante su embarazo hasta la epilepsia. A
diferencia del disparate natural, en donde la salud mental del individuo y su
entorno –Hegel refiere a regiones marcadas por “valles estrechos y lugares pantanosos”– da lugar a un tipo de lazo que bordea la indistinción, las formas del
disparate producidas por una causa externa pueden ser tratadas clínicamente
mediante una contraposición de estos estímulos con fuerzas artificiales tanto
o más excesivas que los contrarresten.
El despiste se presenta como una forma del “desconocimiento” (einem Nichtwissen). En tanto tal, no necesariamente da lugar a la locura, sino que puede
ser el corolario de una extrema concentración de la conciencia preocupada por
tareas socialmente útiles. Tal es el caso de aquel que medita o del matemático
absorto en un cálculo. Si la relación reflexiva consigo mismo no da lugar a su
exteriorización, a su realización práctica, en definitiva: a su puesta a prueba con
las demandas sociales, el individuo demasiado centrado en sí mismo termina,
paradójicamente, desprendiéndose de su mundo en una drástica inactividad.
Si el despistado se caracteriza por su “ausencia” (wissenlose Ungegenwarte), aquel que se hunde en el desvarío expresa su perfecto opuesto. Extasiado,
mantiene con todos los objetos de su entorno el mismo grado de atención. Al no
sopesar la significación diferencial de las cosas, el individuo encarna la “imagen perfecta del caos”, tambalea (taumeln) entre las distintas determinaciones
particulares, reemplazando y yuxtaponiendo una por otra, encajonando esta
encima de aquella, como unidades transitorias de una simbiosis indiferenciada
con el ahora de la fenomenalidad. Al desvariado se le presenta en cada representación no la manifestación de algo, sino la misma manifestación en tanto
tal. En la diseminación infinita de su deslizamiento asiste al aparecer del apa-
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recer. El individuo fascinado por los fenómenos termina, paradójicamente, en
un remolino en el que toda determinación fija es arrastrada hacia su inversión
(Verkehrung). Para Hegel, este delirio (Delirium) presenta el lado más extremo
y problemático de la locura porque disuelve la consistencia misma de lo real.
b) Precisamente la indeterminabilidad del alma trastornada es una condición necesaria del segundo tipo de forma que asume la locura, caracterizada
por la fijación. Bajo esta modalidad, el individuo adjudica a una representación
particular el poder de significar la entera realidad, a expensas de toda adecuación
entre la certeza del yo y la verdad de sus saberes. Hegel denomina obstinación a
este segundo tipo de perversión en la cual un elemento se resiste a ser incluido
en el circuito mediador en el que la totalidad de la realidad se reproduce a sí
misma. Si la indeterminación aparece como la base subjetiva de esta forma de
la necedad, su emergencia depende también de la interacción con su realidad
externa. En efecto, la persistencia de un individuo en determinados contenidos
subjetivos es favorecida por un sentimiento, “carente de todo fundamento racional” (ohne allen vernünftigen Grund), de disconformidad con lo existente.
Hegel distingue dos formas en las que se muestra la obstinación, en las
cuales los individuos mantienen una relación opuesta con la vitalidad (Lebendigkeit) del pensamiento y la acción. Por un lado, destaca la declinación
de la obstinación como hastío (Lebensüberdruß). En esta figura específica se
destacan las características de un disgusto infundado con, y una repulsión
innegociable hacia todo aquello que integra la realidad circundante al sujeto.
Por otro lado, subraya la forma contraria, en la cual el individuo se identifica
apasionadamente con una representación particular, la que sostiene con uñas
y dientes independientemente de las inclemencias de la realidad objetiva.
Aún cuando para Hegel este sentimiento nace de la “pasión (Leidenschaft)
de la vanidad y la soberbia”; en otras palabras, de un auto-encumbramiento
injustificable del yo, la desavenencia con lo objetivo revela un patrimonio que
detenta el obstinado, ausente en las figuras del disparate y el desvarío. El obstinado posee la capacidad (Vermögen) de distinguir entre contenidos internos
de su alma y formas sociales establecidas. Los obstinados tienen “una buena y
coherente conciencia, una visión correcta de las cosas y la habilidad (Fähigkeit)
para actuar razonablemente” (Enz. § 408 Z). La locura en estos casos aparece así
como el resultado de un descarrío en donde las pasiones desvían al individuo
que es capaz hacia la noche de la insensatez. El estancamiento en una idea fija,
la tozudez en el posicionamiento, se produce cuando esa capacidad y habilidad
son inoculadas por pasiones contrarias a la razón pública. Precisamente porque aquí la locura es la expresión de una magnitud extrema en una gradiente,
se vuelve difícil establecer el punto de inflexión que separa quien afirma una
convicción con vehemencia legítima y aquel que ha traspasado el umbral de
lo razonable, “recluyéndose” en el trastorno de su terquedad. Por esto, y por
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la “sospechosa reserva” (mißtrauische Zurückhaltung) que suelen asumir, los
obstinados pueden volverse irreconocibles como tales, ocultándose ante el ojo
externo de la clínica.
c) La tercera figura típico-ideal de la locura presenta la particularidad de
que aquí el yo entabla consigo mismo una distancia reflexiva, interpretando sus
tensiones internas como causantes de un sufrimiento ilegítimo. Esta forma de
conocimiento se caracteriza por la desgracia, y lleva al individuo a un estado de
perturbación consciente o, lo que es lo mismo, a una conciencia perturbada. En
esta figura el individuo se siente al mismo tiempo repelido por, y atado a una
configuración actual del mundo, de la que sin embargo no puede desgajarse.
El mundo lo repele puesto que limita sus planes de acción, depotenciándolo.
Pero el saber de esta contradicción no da sitio a resultado alguno, puesto que
viene suplementado por un saber acerca de la propia incapacidad ante lo existente. La disposición infeliz no encuentra un camino de salida a su desgarro,
por lo que puede manifestar intensidades variadas, desde la resignación del
que acepta “tranquilo” su “dolor” hasta la “ferocidad desmesurada” de quien
expresa desesperadamente su “furia” (Wut).
Como puede reconocerse, esta taxonomía es a la vez rigurosa e indulgente.
Rigurosa, puesto que la clasificación hegeliana se organiza por la estructura
lógica de la doctrina del concepto, a saber: concepto (a), juicio (b) y silogismo
(c). Indulgente, puesto que, por un lado, se permiten repeticiones de las especificidades de cada una de las categorías, borrando así la diferencia que justifica
su organización en conceptos distintos (por ejemplo: la rabia (Faselei) puede
aparecer tanto en el subtipo ideal del disparate, como en el subtipo ideal de la
desgracia enfurecida). Pero la taxonomía también es “flexible” pues los matices
que distinguen las magnitudes pueden subdividirse a tal punto que ponen en
riesgo la misma distinción esencial entre lo normal y lo patológico, lo razonable
y lo trastornado; en definitiva, entre la necesidad de la idea y la contingencia
fáctica del acaecer.
Ante este riesgo, la multiplicidad expansiva de los ejemplos apunta a
confirmar que, a pesar de su extensa variedad, la locura debería ser acotada a
casos específicos. Semejante pluralismo controlado, que para Hegel no debería
confundirse con un acopio serial de fenómenos empíricos, involucra toda una
práctica de atribución de identidades, en la que individuos particulares son
etiquetados con predicados tenidos por patológicos, tales como el católicoperegrino, el indígena-nómada, el inglés-abúlico o el inglés-melancólico, la
mujer-pueblerina, el francés-monarquista, el puritano-inseguro, entre otros
(Enz. § 408 Z). Sin esta serie de identificaciones de sujeto y predicado, sustancia
y accidente, el círculo de la “auténtica voluntad general” no lograría cerrarse.
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El privilegio como trastorno
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V. El materialismo de la locura
Para finalizar, quisiera recuperar la pregunta con la que comencé esta indagación, a saber: en qué consiste la necesidad de la locura para las transiciones
hacia el espíritu absoluto.
En la adición al parágrafo 408 Hegel se detiene en la cuestión de por qué
la consideración filosófica comienza con las formas más “inadecuadas” del
espíritu cuando de lo que se trata es de desplegar el concepto en su verdad más
eminente. La cuestión se vuelve todavía más complicada cuando se atiende al
lugar central que la antropología le otorga al concepto de locura. Si el alma es la
figura más abstracta que puede darse el espíritu, y si la locura es el testimonio
más extremo de su condición de no-libertad, ¿a qué responde que la exposición
(Darstellung) comience por ellos? ¿por qué no reducirla sencillamente a un
mero apéndice?9
Hegel propone responder a estas preguntas remitiéndose al vínculo
entre exposición y lógica tal como se estructura en el terreno iusfilosófico. Allí
también la exposición comienza con aquello más abstracto, el concepto de
voluntad, para remontarse hacia lo más concreto, el concepto de eticidad. Y el
mismo ciclo se repite luego en un nivel superior en la realización de la libertad
en la secuencia de la familia, la sociedad burguesa, y finalmente el Estado. Pero
esta secuencialidad expositiva no pretende sugerir que las formas comunitarias
de vida en las que se encarna el concepto de eticidad sean la sumatoria de las
voluntades individuales, o que la institución familiar pueda concebirse independientemente de la realidad estatal. Puesto que la exposición eslabona sus
momentos bajo la lógica del despliegue filosófico de los conceptos, es importante
no confundir la narración filosófica con la sucesión en el tiempo empírico.
De la misma manera en que el Estado completa el desarrollo de aquello que
sólo aparece de forma imperfecta en las fases que le anteceden en la exposición,
revelándose como su fundamento, así también el concepto de conciencia para
la fenomenología, y luego el concepto de espíritu para la psicología completa lo
que aún aparecía como mera posibilidad en sus peldaños más bajos, desplegando
aquello pobremente desarrollado en la antropología. Sólo captamos el contenido del concepto de locura cuando lo entendemos retrospectivamente desde
el punto de vista de su fundamento, el concepto de razón. Primer corolario,
[9] Asumiendo esta centralidad, Hyppolite ha releído las figuras de la conciencia de la
Fenomenología del espíritu de 1807, interpretando a la locura en los términos de una característica “fundamental” o “interna” al ser humano. La locura para Hegel no sería un mero “fenómeno
psicológico en particular”, sino por el contrario una determinación de esencia, algo “interno al
ser humano en sí”. Véase: Hyppolite, J., “Hegel’s Phenomenology and Psychoanalysis”, en: W.
E. Steinkraus. New Studies in Hegel’s Philosophy. New York: Holt, Rinehart and Winston, Inc.,
1971, p. 66.
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pues: la necesidad lógica de la categoría de la locura depende de la conciencia
racional y objetiva, de la que aquella es inferida.
Pero si la locura sólo fuese una derivación lógica del concepto de razón,
entonces no se entiende la necesidad de comenzar por la locura, y no por una
definición del concepto que oficia de su fundamento, a partir del cual, en un
sentido similar al del método analítico, sea posible deducir sus atributos, entre
los cuales se presentaría la locura. El motivo decisivo por el cual la locura antecede en la exposición de la doctrina del espíritu es que modifica aquello que está
implicado en ella, y al hacerlo, lo condiciona de cierta manera. Como sostiene
Hegel a partir de la analogía con la filosofía del derecho, ese condicionamiento
es relativo, pues a su vez se encuentra condicionado por su fundamento, de manera que tampoco podríamos asociar su tránsito hacia la cordura –y el pasaje
general del espíritu natural hacia la fase de la conciencia– como el movimiento
ascendente propio de un método sintético. Sin embargo, no se trata aquí de
una petición de principio, la necesidad de la locura no se justifica en base al
argumento circular de una posición de las propias presuposiciones. Sino que la
justificación de la locura consiste, paradójicamente, en su productividad; vale
decir, en su contribución al proceso de liberación del espíritu.
La explicación de esta paradoja en la que una forma de conciencia nolibre contribuye hacia la liberación del espíritu se encuentra en la función que
la antropología le adjudica a la locura. Aquí Hegel ofrece dos argumentos. El
primero, acaso el más conocido y acorde con la reducción del movimiento del
concepto de Aufhebung a su acepción lineal o ascendente, subraya la función
de relevo que cumple la locura en la formación del espíritu subjetivo como
entidad independiente.
En efecto, al compararla con las formas de dependencia que asume el alma
en las así denominadas “relaciones mágicas” o en las “vidas del sentimiento”
(Gefülsleben) (Enz. § 406),10 Hegel constata que en la locura el sujeto afirma
por primera vez su identidad individual. Visto adecuadamente, esto es: desde
el punto de vista de su resultado, aquello que en un principio evidenciaba la
pasividad del individuo, se revela como una figura temprana de su libertad. La
unilateralidad subjetiva que caracteriza el modo en que el trastornado unifica
subjetividad y objetividad le permite experimentar su inadecuación, abriéndose así para el alma el camino de elevación hacia formas más desarrolladas de
conciencia. La necesidad de la locura podría residir de esta forma en su negatividad, vale decir, en las instancias de desdoblamiento en las que el individuo,
[10] En el parágrafo 406 Hegel ejemplifica de relaciones simbióticas o “mágicas” en los
casos del estado del niño en el vientre y del vínculo entre “amigas afectas de debilidad nerviosa”.
En lo que refiere a los individuos que viven abismados en sus afecciones sensibles, apunta el
hipnotismo, el sonambulismo, la clarividencia, y el entusiasmo en poesía.
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El privilegio como trastorno
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internamente dividido, experimenta su separación de la totalidad social como
desgarro. En su dolor el desgraciado se predispone para la disciplina que le
permitirá su reintegración en la realidad que lo circunda.
La contradicción experimentada como desgarro es el testimonio de la
“vitalidad de la conciencia” (Lebendigkeit des Bewußtseins). Esa vitalidad da
cuenta de un “resto de razón” (Rest von Vernunft) sobre el cual se vuelve justificable trabajar de cara hacia un proceso de cura. Precisamente porque los
locos “continúan siendo esencias éticas” (Enz. § 408 Z), la clínica no podría
operar meramente mediante un tratamiento meramente físico, sin fracasar en
su cometido. Se requiere de un tipo de procedimiento que articule lo físico y lo
psíquico, lo corporal y lo anímico. El tratamiento del trastornado sigue así una
secuencialidad escalonada. Primero, se comienza ejerciendo coerción sobre la
voluntad del individuo, sea mediante el empleo directo de la fuerza contra su
cuerpo o por la impartición de órdenes. El propósito es la influencia, vale decir,
la modificación de la voluntad ajena. El medio más eficaz es que el paciente
se apropie del contenido de la interpelación, padecida en un comienzo como
un poder externo, y la afirme luego al modo de una limitación autoimpuesta.
De allí que el uso de la fuerza nunca debe presentarse sencillamente en
estado “puro”, desprovisto de razones y argumentos justificadores. Siempre debe
ser posible interpretar cada decisión de la autoridad, un movimiento físico o un
mensaje imperativo, como “un castigo justo”. A la vez, sin el empleo de la fuerza
sobre el cuerpo, sin la coacción física de la voluntad del enfermo, tampoco cabe
posibilidad alguna de cura. En consecuencia, es el trabajo (Arbeit) el modelo
paradigmático para una terapéutica del trastorno. Al obligar a los enfermos a
mantenerse ocupados en tareas orientada a fines, se los “empuja hacia lo real”
(zu dem Wirklichen hingetrieben).
La repetición mecánica de un estímulo externo sobre el cuerpo trastornado
moldea no sólo su físico sino también su alma, “expandiendo su mejor sí mismo” (erweitert man ihr besseres Selbst) hacia una forma de la autorreferencia
en la cual el espíritu se libera del condicionamiento de los sentimientos y las
afecciones naturales. En el trabajo impuesto el individuo se ejercita, adquiere
una habilidad, y así se genera un hábito (Enz. § 409 y ss.)11. En el mecanismo
del hábito que impone el trabajo forzado el alma “se contrapone a su ser, lo
supera y lo determina como suyo” (Enz. § 412).
Sin embargo, al explicar la necesidad de la locura en su negatividad, lo que
también nos dice Hegel es que toda determinación espiritual, tanto el “yo con[11] Dice Malabou: “Un cambio venido de afuera se muda, si se repite, en una tendencia
interna del sujeto. (...) A partir de entonces, la voluntad ya no se opone a la efectividad del mundo
exterior, y ella aprende gradualmente a querer lo que es”, en: El porvenir de Hegel: plasticidad,
temporalidad, dialéctica. Trad. de Cristóbal Durán. Buenos Aires: La Cebra, 2013, p. 135.
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creto” como la “infinita mediación” de la “totalidad de la realidad”, es siempre
finita. Aquí aparece el otro argumento sobre la función de la locura. En esto
reside el aspecto materialista de la perspectiva de Hegel.12
El motivo por el cual la locura antecede a las formas más elevadas que se
da a sí mismo el espíritu es que su dinámica interna modifica aquello que la
implica, y al hacerlo, efectúa un condicionamiento insuperable. A la relación
de eficacia que se da entre el alma que (se) siente y el espíritu plenamente desarrollado podría caracterizársela en términos de una relación de inferencia
asimétrica u holismo débil13: la locura, como efecto consecuente de la naturalidad del espíritu, explicita una materialidad irreductible que desmiente la
pretensión infinita de verdad de toda identificación entre sujeto y predicado.
Esta irreductibilidad permite comprender un sentido epistemo-crítico del
juicio que es posible extraer a partir de lo que la locura del alma efectúa en el
espíritu, y que Th. W. Adorno ha formulado brillantemente: “En el fondo de la
salud imperante se halla la muerte”.14
Pero puesto que locura es, asimismo, un estadio de no-libertad de la conciencia, su operatividad no puede afirmarse apologéticamente: la enfermedad
de la locura, también subraya Adorno, “representa el esquema del mismo infortunio en otra forma”.15 La necesidad (crítica) de la locura consistiría por el
contrario en el tipo paradójico de “saber” que agrega al espíritu en el proceso de
su autoconocimiento. Esta extraña visión que añade la locura del alma permite
también entender por qué el concepto más elevado de espíritu la requiere como
su presuposición, enredándose en cada una de sus manifestaciones, sean éstas
individuales o colectivas.
El juicio que permite esgrimir la locura afirma la ilimitada posibilidad de
hundimiento en las formas tempranas de autorrelación del alma, lo que Hegel
caracteriza como un “pozo sin determinaciones en el que todo se conserva,
sin existir” (Enz. § 403). La locura aparece así como la efectividad de un movimiento contrateleológico que acompaña cada una de las fases de la liberación
del espíritu hacia un “universal existente en el que lo distinto no está puesto
aún como discreto” (Enz. § 453). Lo conservado que no existe es la virtual
[12] En lo que sigue me apoyo en las lecturas de Malabou, C., El porvenir de Hegel, op.
cit.; y Žižek, S., “Discipline between Two Freedoms – Madness and Habit in German Idealism”,
en: M. Gabriel y S. Žižek. Mythology, Madness, and Laugher. Subjectivity in German Idealism.
New York: Continuum, 2009, pp. 99 y 107.
[13] Brandom, R. “Holism and Idealism in Hegel’s Phenomenology”, en: Tales of the Mighty
Dead. Cambridge (MA): Harvard University Press, 2002, p. 200.
[14] Adorno, Th. Minima moralia. Trad. de Joaquín Chamorro Mielke. Madrid:
Taurus, 1999, p. 57.
[15] Adorno, Th. Minima moralia, op. cit., p. 58.
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posibilidad de regreso (Rückkehr) al que debe someterse el pensamiento en
cada una de sus realizaciones.16 Puesto que necesita repetir las formas sensibles
de la autorreferencia características del alma, el retroceso hacia las instancias
de su emergencia expone a la conciencia a la interminable limitación de sus
pretensiones infinitas de autosuficiencia. En otras palabras, la locura empuja
la salud imperante hacia lo Real (das Wirkliche).
VI. Conclusión
Permítaseme concluir este escrito con una recapitulación de este argumento
materialista. La necesidad de la locura asume para Hegel un doble registro. A
nivel ontológico, es la inevitable negatividad que impone la finitud constitutiva
del espíritu como un resto indisoluble e intraspasable que parcializa cualquier
narrativa lineal y ascendente sobre la relación entre el ser humano y su inmediatez natural. La infinitud del espíritu no es sinónimo de superación de toda
limitación y condicionamiento humano, sino de “redoblamiento” (Malabou) de
la naturaleza en el sujeto: un interminable movimiento de avance y retroceso
en la que se pone en juego su propia liberación.
Pero el significado de la locura no se termina de comprender hasta que se
atiende a su nivel epistemo-crítico de determinación. En efecto, cuando este proceso es concebido en términos de dominación, vale decir, cuando se interpreta
el autoconocimiento como apropiación o como privilegio, las autoreferencias
reflexivas del espíritu quedan sumidas en un trastorno que invierte el proceso
en su contrario, extremando la esclavización de sí mismo.
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[16] En mi interpretación del lugar y significación de la locura en términos de una efectiva
posibilidad de “reversión” sigo los sugerentes planteos de Berthold-Bond, D., Hegel’s Theory
of Madness, op. cit., p. 25 y ss.
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