Cultura de Guatemala / Universidad Rafael Landívar
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Cultura de Guatemala, cuarta época: año XLIII, vol. I, enero-junio de 2022: 87-117
El post-humanismo antropocentrista de Peter
Sloterdijk
Luisa González-Reiche1
Resumen
La esferología de Peter Sloterdijk, desarrollada principalmente en los tres
volúmenes de su obra Esferas, plantea una rigurosa crítica al humanismo como
sello de la modernidad y del pensamiento occidental. El análisis que realiza,
desde una antropología filosófica y fenomenológica, parte del desafío de
responder a la pregunta sobre dónde está el ser humano más que qué es. Desde
la espacialidad, este planteamiento disloca la posibilidad de un sujeto autónomo
y autorreferencial. Si bien varias de estas ideas encuentran resonancia con las
propuestas de la filosofía posthumanista, otras resultan problemáticas. Este
ensayo busca desarrollar un breve análisis de la esferología para resaltar sus
aportes y limitaciones para una desestabilización del humanismo, entendido
como la lógica dualista y antropocéntrica materializada en la re/producción
problemática de límites: la racialización, la sexualización y la naturalización
de formas de existencia consideradas no-humanas. Se plantea que una visión
post-antropocentrista y pos-dualista, como la que se pone en relieve desde la
ontología relacional a la base del posthumanismo, puede ampliar la noción de
esferas y su potencial generativo o afirmativo.
Palabras clave: esferología, posthumanismo, materialismo, ontología
relacional, ética afirmativa
1
Guatemalteca. Educadora, artista y ensayista. Estudió arte y diseño en el Art Institute of Philadelphia y
un BA en Historia del Arte. Licenciada en Educación por la Universidad Rafael Landívar con Posgrado
en Neurociencia Educativa. Maestrías en Historia y Filosofía. Actualmente es coordinadora editorial de la
Facultad de Humanidades y coordinadora de las maestrías en Filosofía y en Literatura Hispanoamericana
de la Universidad Rafael Landívar.
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Especial sobre Peter Sloterdijk
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Abstract
Peter Sloterdijk’s spherology, developed mainly in the three volumes of his work Spheres,
poses a rigorous critique of humanism, as a feature of modernity and Western thought. His
analysis, developed from a philosophical and phenomenological anthropology point of view,
starts with the challenge of answering the question of where the human being is rather than
what they are. From spatiality, this approach dislocates the possibility of an autonomous and
self-referential subject. Although several of these ideas find resonance with the proposals of
posthumanist philosophy, others are problematic. This essay seeks to develop a brief analysis
of spherology to highlight its contributions and limitations for a destabilization of humanism,
understood as the dualistic and anthropocentric logic materialized in the problematic re/
production of limits: racialization, sexualization, and the naturalization of different
forms of existence considered as non-human. It is proposed that a post-anthropocentrist
and post-dualist vision, such as the one highlighted from a relational ontology at the base of
posthumanism, can expand the notion of spheres and their generative or affirmative potential.
Keywords: spherology, posthumanism, new materialisms, relational ontology, affirmative ethics
Introducción
A lo largo de su obra, el filósofo alemán Peter Sloterdijk ha desarrollado
una fuerte crítica al humanismo y con ello a la cultura occidental. Desde la visión
metafísica que fundamenta el pensamiento de la modernidad, se ha establecido al
humano como centro de todas las cosas. La pregunta por el ser (ya problematizada
por Heidegger) se ha enfocado, así, primero en el qué y luego en el quién, desde una
lógica dualista preocupada por la correspondencia y la búsqueda de una esencia.
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Mientras que el mismo Heidegger, aún desligándose de la palabra ser, no
logra escapar de un entendimiento ontoteológico2 de la realidad,3 Sloterdijk
plantea que los seres humanos son diferentes expresiones de estar-en-el-mundo,
lo que entiende como esferas. Este punto de partida le permite desarrollar
un estudio genealógico de las sociedades occidentales haciendo notar que
los espacios humanos (que distingue de la espacialidad en general) no son
ni contenedores ni productores de subjetividades aisladas, sino sistemas de
inmunidad, a la vez generados con ese mismo propósito, lo que diluye toda
posibilidad de una soledad esencial u originaria.
En su propósito de pensar una ontología, Sloterdijk se encuentra con la
necesidad de considerar la vida desde su inicio, lo que lo coloca en la posición
de plantear el venir-al-mundo como el problema primordial del humano en
lugar de su final (como lo propusiera Heidegger), si bien la búsqueda de sentido,
como origen, ha tendido en la filosofía occidental a convertirse también en
telos. Dicho sentido ha sido colocado necesariamente fuera del mundo4 (lo que
lo distingue de los meros hechos), constituyendo una noción metafísica de la
realidad, lógica de oposiciones que parte de la dualidad existente/no-existente,
presente/ausente. Un primer movimiento para evitar la trampa ontoteológica
que cae en la instauración de una verdad del ser -a más presente, más real- y en
cuya explicación se encuentra ya un rasgo trascendental que identificaría cada
instancia del mismo va a ser, para Sloterdijk, encontrar un punto de partida
no trascendental o dentro de un sistema de valores.
2
3
4
Mientras que la ontología se preocupa por explicar lo que existe, la ontoteología sería el intento de abordar
la existencia desde una visión teológica o de explicación trascendental que parte de la búsqueda de una
primera causa o esencia. Para el mismo Heidegger, este era el rasgo de la metafísica de la presencia que
contribuía al olvido del ser.
Lo analiza así Derrida (1989) en La différance al problematizar la relación entre la presencia y la falta,
características de la representacionalidad persistente en el lenguaje.
Wittgenstein (2009) reproduce la estrategia del alma platónica cuando plantea que el sentido del mundo tiene
que residir fuera de él, pues ningún hecho puede tener sentido en sí mismo. De manera similar, Heidegger
(1995) se refiere al estar-ahí para la muerte como aquello que se distingue de lo que en sí mismo no tiene valor.
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Así, el acontecimiento material de formarse dentro del útero materno,
como espacio íntimo, permite a Sloterdijk desarrollar una microesferología
capaz de mostrar que lo constitutivo del ser humano es el espacio, el dónde más
que el qué o el quién. Es en esa primera experiencia esférica, como experiencia
espacial, que la fenomenología permite dilucidar una situación pre-objetiva y
pre-objetual (lo que implicaría también una condición pre-subjetiva). Este es
un espacio íntimo y bipolar que precede al yo, una condición microesferológica
donde los «comunardos sonoesféricos» (Sloterdijk, 2009, p. 468) se encuentran
en relaciones animadas, aclimatadas y tonalizadas que, a la vez, son frágiles.
En otras palabras, es allí donde se revela que ningún sujeto (u objeto) existe
previo a sus relaciones.
Desde una comprensión antropológica-fenomenológica, este es también el
punto de partida para considerar la manera como los humanos han elaborado, a
lo largo de la historia, los espacios que les han permitido ser quienes son, siendo
su tesis que el ser humano es el que surge de espacios compartidos que también
produce, como envolturas proteicas. Escribe:
Hablar de las esferas no sólo significa, pues, desarrollar una teoría de
la intimidad simbiótica y del surrealismo de la pareja. Es verdad que
la teoría de las esferas comienza, por su objeto, como psicología de la
formación interior de espacio a partir de correlaciones dúplice-únicas,
pero se desarrolla necesariamente hasta convertirse en una teoría general
de los receptáculos autógenos. Esta suministra la forma abstracta de todas las
inmunologías. (Sloterdijk, 2009, p. 64)
Al orientar su análisis hacia el espacio, desde la pregunta por el topos, el
autor busca5 descentrar al humano del drama cósmico, donde una ontología
plural haría posible superar el antropocentrismo moderno. De esta manera,
5
Él mismo subraya que «un autor es el único coloquio, en el que diferentes voces penetran unas en otras y
crean nuevos efectos de resonancia» (Sloterdijk, 2006a, p. 872).
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es posible pensar en una pluralidad de mundos capaz de constituir también
una pluralidad de humanos, siempre en apertura relacional y ya siempre
sumergidos en un espacio íntimo bipolar de protección. Desde esta visión es
el espacio, como regalo fenomenológico, el que produce humanos como «animales
acompañados» (Sloterdijk, 2009, p. 431). Esta ontología pluralista pasa así de
una problematización del sujeto individual a la de las sociedades, que desde
la esferología son entendidas como multiplicidades-espacio o conglomerados
conformados por esferas físicas y psicológicas.
De ese modo, la historia de los globos, como historia de la fascinación de
estar juntos, analiza no solo la tendencia humana a agruparse sino, sobre todo,
los riesgos que ello conlleva. El exceso metafísico-teológico de la modernidad
habría sido una consecuencia de esa tendencia -evidencia temprana de procesos
de descentralización y globalización-, espacio insostenible responsable de la
muerte de Dios con sus respectivas ganancias. «Su esfera ya no puede ser habitada
como esfera íntima por cualquiera» (Sloterdijk, 2014b, p. 479), escribe el filósofo.
A través de los tres tomos de Esferas, Sloterdijk invita a pensar al humano como
producto y productor del espacio. El espacio, como esfera -a veces contenedor,
a veces contenido- se refiere a los sistemas capaces de proteger el equilibrio
psíquico de los grupos humanos, es decir, lugares de coexistencia: «Espacio
humano como ensamblamiento de espacialidades interiores plurales» (Sloterdijk,
2009, p. 94). Su crítica al humanismo y la modernidad versa así, en gran parte,
alrededor del olvido del pensamiento metafísico-esférico, pensamiento que
«huye del origen, que corre siempre hacia delante: un pensamiento que, frente a
la añoranza de lo impeturbable y cobijante, sigue el impulso hacia lo no-atado,
independiente, nunca-todavía-sucedido, hablado-desde-lejos» (Sloterdijk, 2006a,
p. 38). La pérdida de los modernos habría consistido en la de «la imagen de
un universo-contenedor denso» que eventualmente dio paso a una «situación
de aislamiento cosmológico… [sin] el confort del contenedor» (Sloterdijk y
Heinrichs, 2020, p. 152).
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Algunas de estas afirmaciones encuentran resonancia con la filosofía
posthumanista (de base materialista 6), mientras que otras resultan
contradictorias. Desde el posthumanismo, la esferología puede ser entendida
como los procesos en los que diferentes técnicas de espacio-temporalización
producen7 a los sujetos, es decir, generan procesos de humanización y,
por ende, de deshumanización, una reflexión central del posthumanismo
filosófico. En ese sentido, la esferología es un planteamiento post-humanista,8
que puede ser comprendido como un aporte al posthumanismo filosófico.
No obstante, y a pesar del énfasis que hace en un pluralismo espacial, con
distinciones entre lo humano y lo no humano o entre cultura y naturaleza,
donde otras formas de existencia permanecen en un segundo plano o como
materia inerte a la espera de la inscripción de la cultura o de la agencia humana,
parece replicar todavía una lógica dualista de herencia metafísica.
6
7
8
Se trata de los llamados nuevos materialismos o neomaterialismos, planteados por autores como Braidotti
(2000) y De Landa (1996) desde el pensamiento de Deleuze y Guattari, quienes proponen que la filosofía
consiste en la creación de conceptos en un sentido geofilosófico, es decir, desde una posición ambiental.
Deleuze (2019, 2021) parte de la ecología como estudio práctico de las diferentes formas de existencia e
indaga, junto con Spinoza, acerca de lo que estas pueden (las potencias que les son propias) y no sobre
lo que son o su esencia. Los nuevos materialismos consisten principalmente en una metodología de
investigación para abordar el mundo de manera no dualista, desde dentro (no como algo que nos contiene
y de lo que podemos alejarnos para estudiarlo). En cambio, se estudia cómo emergen los dualismos en los
diferentes ambientes naturo-culturales, así como las conclusiones derivadas de la ciencia y la tecnología.
Mientras que parte de su propuesta se presenta como una crítica al giro lingüístico en las ciencias sociales y
las humanidades, autoras como Karen Barad (2003, 2007) subrayan que no se trata de ignorar o abandonar
la dimensión del lenguaje (entendida como representación desde la tradición metafísica), sino comprender
que se trata de un entrelazamiento entre significado y materia.
Sloterdijk se refiere a antropotécnicas sin atender la temporalidad implicada en la espacialidad como lo
hacen los nuevos materialismos, desde los cuales dicha dualidad queda diluida.
El guion en post-humanismo demarca una diferencia entre lo que es solo uno de los aspectos del
posthumanismo como planteamiento filosófico. El post-humanismo (con guion) se refiere a la tendencia a
pensar más allá del humanismo y las humanidades, como se ha recogido por varias autoras como Braidotti
(2013, 2019, 2022) y Ferrando (2019).
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Mientras que el posthumanismo9 filosófico se plantea como la convergencia
del post-humanismo, post-antropocentrismo y pos-dualismo,10 la esferología
de Sloterdijk, como crítica al humanismo, sigue siendo profundamente
antropocéntrica. Este breve análisis de la esferología de Sloterdijk busca, así,
resaltar sus aportes y notar la manera como una visión post-antropocentrista
y pos-dualista puede ampliar la noción de esferas y su crítica al humanismo.
La crítica de Sloterdijk al humanismo
En sus Normas para el parque humano (2006c), Peter Sloterdijk escribe que el
humanismo es telecomunicación fundadora de amistades que se realiza en
el medio del lenguaje escrito. Eso que desde la época de Cicerón venimos
denominando humanistas es, tanto en su sentido más estricto como en el
más amplio, una de las consecuencias de la alfabetización. Desde que existe
como género literario, la filosofía recluta adeptos escribiendo de manera
contagiosa acerca el amor y la amistad. (p. 19)
Luego, agrega: «En el núcleo del humanismo así entendido descubrimos
una fantasía sectaria o de club: el sueño de una solidaridad predestinada
entre aquellos pocos elegidos que saben leer» (Sloterdijk, 2006c, pp. 23-24).
9
10
Sigo también aquí la definición brindada por Karen Barad (2007), quien recuerda que este no deja de ser
un término problemático en gran parte por el uso que se hace del mismo en la literatura actual (desde
planteamientos transhumanistas o antihumanistas). No obstante, el posthumanismo, como se recoge aquí,
se abre a preguntas ligadas a la tecnociencia a la vez que permite desarrollar un abordaje crítico y amplio
al humanismo. Debe evitarse en este contexto una lectura que abogue por un posthumano entendido como
una siguiente etapa del humano o dentro de una política identitaria. Como lo recuerda Preciado (2022),
«la inflación de retóricas identitarias» (p. 207) de la actualidad está «acabando por renaturalizar e incluso
intensificar las diferencias» (p. 208) (diferencia entendida en términos negativos).
Estos, como elementos interrelacionados y en un flujo constante, situados en el capitalismo tardío
caracterizado por la cuarta revolución industrial y la sexta gran extinción (Braidotti, 2019). La condición
posthumana no es, así, una aspiración o un modelo que habría de guiar procesos de subjetivación no
humanistas, dualistas o antropocéntricos (algo con lo que coincide más la visión transhumanista), sino
la problematización de la manera en la que el término «humano» se ha desarrollado y cómo se ha
materializado, señalando, al mismo tiempo, que bajo el capitalismo avanzado ya somos posthumanos.
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En estas líneas, el filósofo alemán comienza a esbozar una crítica al
humanismo como paradigma occidental, señalado sus límites y consecuencias
en la actualidad. Al mismo tiempo, plantea el problema de escribir, de pensar
al sujeto y del papel de la técnica en el mundo de la ingeniería genética y la
virtualidad -«los nuevos medios de desinhibición» (Sloterdijk, 2006c, p. 11)-.
Sloterdijk señala así el problema de seguir pensando desde el humanismo11
en su forma tradicional: una estrategia sectaria de domesticación, o, en otras
palabras, de humanización.
Quien hoy pregunta por el futuro de la humanidad y de los medios de
humanización, lo que en el fondo quiere saber es si sigue habiendo esperanzas
de tomar bajo control las actuales tendencias asilvestradoras del hombre…
El tema latente del humanismo es, pues, la domesticación del hombre; su
tesis latente: una lectura adecuada que amansa. (Sloterdijk, 2006c, pp. 31-32)
Estas afirmaciones fueron las que dieron paso a una agresiva reacción
de los humanistas de la teoría crítica, con Jürgen Habermas a la cabeza (van
Tuinen, como se citó en Schinkel y Noordegraaf-Eelens, 2011). En el mismo
ensayo, el autor subraya que «en las sociedades actuales la coexistencia humana
se ha instaurado sobre fundamentos nuevos. Estos son -como se puede
demostrar sin dificultad- decididamente post-literarios, post-epistolográficos,
y en consecuencia posthumanísticos» (Sloterdijk, 2006c, pp. 27-28).
Sloterdijk ha dedicado años a analizar la cultura occidental y las implicaciones
de los postulados filosóficos que guiaron su desarrollo. De ese modo, ha releído la
historia de la humanidad como una tendiente a la conformación de esferas o distintas
formas de integración social, en la que el pensamiento moderno dio paso a la
pretensión de la totalidad12 (o globalización) de una sola esfera metafísica insostenible,
11
12
El mismo autor apunta que el humanismo se ha convertido en «el fundamentalismo de la cultura
occidental» (van Tuinen, como se citó en Schinkel y Noordegraaf-Eelens, 2011, p. 47).
Uso a propósito el término propuesto por Enrique Dussel (1994) en su lectura de la historia de Occidente
para señalar un paralelismo entre ambos planteamientos.
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lo que habría estado detrás de procesos de colonización desde el siglo XV y la
expansión de los imperialismos durante el siglo XIX. En Esferas I, afirma que:
quien ayuda a construir el invernadero global de la civilización cae en
paradojas termopolíticas: para que su construcción se lleve a cabo -y esta
fantasía espacial está en la base del proyecto de globalización-, ingentes
cantidades de población, tanto en el centro como en la periferia, tienen
que ser evacuadas de sus viejos cobijos de ilusión regional bien temperada
y expuestas a las heladas de la libertad. (Sloterdijk, 2014a, p. 29)
Esta visión supone ya una crítica a la manera como la razón moderna/
colonial, motivada por un pensamiento humanista, justifica la anulación de la
pluralidad (de otros mundos). En su análisis sobre la razón moderna/colonial,
de quien tomo el término, Aura Cumes señala que es precisamente la pretensión
de un mundo del Uno (un dios, una sola noción de humano, una historia, una
verdad, un idioma, una especie dominante, un sexo dominante, etcétera) lo
que mueve la historia de Occidente, una visión biodeterminista, supremacista y
con aspiración de dominio (Cumes y Gil, 2021). El humanismo sería así parte
de esas «falsas alternativas» que llevan a las sociedades a «lanzarse a aventuras
de poder potencialmente mortales» (Sloterdijk, 2014a, p. 437).
El filósofo alemán realiza un recorrido por diferentes mitos que en el mundo
premoderno hicieron sentido del nacimiento, el apego y la pertenencia a una
comunidad y resalta que en diversas sociedades se desarrolló un entendimiento
de la madre como lugar de protección, una esfera íntima que hace posible la
vida. Al mismo tiempo, reflexiona acera de cómo ese espacio seguro, ampliado
en diferentes tradiciones a un entendimiento del mundo (árboles de la vida
o úteros constitutivos de espacios geográficos amplios), se fue clausurando
durante la modernidad y la manera en la que Occidente llegó a construir
la idea de que existía una división entre un mundo interior y otro exterior.
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La modernidad, dice, se caracteriza por el rechazo al espacio íntimo. Desde
esa lógica, se piensa que quien deja el seno materno (o supera a la comunidad)
alcanza su autonomía y es capaz de perseguir su libertad en un mundo exterior
de cosas aisladas entre sí, donde se asume individuo.
Otro elemento central de su crítica va a ser la idea de un sujeto aislado o
individual. En la introducción de Esferas I señala que su lema será: «Manténgase
alejado quien no esté dispuesto a elogiar la transferencia y a rebatir la soledad»
(Sloterdijk, 2014a, p. 16). Desde un extenso análisis sobre la influencia metafísica,
Sloterdijk hace una exploración de la historia del arte occidental para hacer notar la
manera en la que se pasa a una «representación del rostro humano individualizado»,
un camino que describe como «proceso figurativo del criptograma hasta el
antropograma» (Sloterdijk, 2014a, p. 178), evidenciado en el arte renacentista
italiano. Esta es la misma época en la que el hombre de Vitruvio se convierte en
el símbolo del humanismo: el hombre como medida de todas las cosas.
Del lado de la revolución científica y la expansión colonial se da la
coronación de la humanidad, heredera de una escuela de visualidad cristiana que
ahora afirma: «He-aquí-al-hombre» (Sloterdijk, 2014a, p. 179). Como lo establece
el filósofo: «La posibilidad de facialidad va unida al proceso de antropogénesis
mismo» (Sloterdijk, 2014a, p. 181). Esta facialidad se deriva de la rostridad
que, en Deleuze y Guattari (2015), constituye una crítica al sujeto desde la
construcción de un rostro individual, ligada a la producción del rostro de Cristo,
que hace su aparición en el arte occidental con Giotto. Pero mientras los autores
franceses llaman a «perder el rostro», Sloterdijk nos recuerda que dicho rostro
no está nunca solo, más bien, existe siempre dentro de una esfera íntima interfacial:
«El espacio-cuatro-ojos [que] tiene que estar abierto antes de que pueda derivarse
de él la esfera-dos-corazones, radicalmente íntima» (Sloterdijk, 2014a, p. 155).
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Aun si toma una ruta distinta, otro punto de encuentro con los
postestructuralistas franceses y su base spinozista es que Sloterdijk no quiere
quedarse en la crítica, sino tener la buena disposición de volver a leer aquellas
cartas escritas por los pensadores antiguos -y el recorrido histórico de las
sociedades- para establecer nuevas amistades y, quizás, encontrar alternativas más
que humanas para un presente y un futuro menos desolados. En otras palabras,
para afectarse con aquellos antes que restaurar o abandonar por completo
sus ideas, manteniendo intactas sus propuestas, como suele hacerlo la crítica
negativa y la reflexión humanista. Lo expresa así:
Seguiré la huella de las indicaciones platónicas para desarrollar con mayor
tenacidad de lo acostumbrado la tesis de que las historias de amor son
historias de forma y de que toda solidarización es una formación de esferas,
es decir, una creación de espacio interior. (Sloterdijk, 2014a, p. 15)
Deleuze recoge de Spinoza un quehacer filosófico creativo y generativo
que rehúye de una crítica entendida como afectación con ideas inadecuadas,
lo que produciría pasiones tristes y, por ende, una limitación de la capacidad
de obrar para los cuerpos y conceptos implicados en la relación. Una de las
pasiones tristes centrales para Spinoza es el resentimiento, expresado en una
persona «para quien toda felicidad es una ofensa y que hace de la miseria o la
impotencia su única pasión» (Deleuze, 2021, p. 36). En otra obra, Deleuze y
Guattari (2022) escriben que:
Quienes critican sin crear, quienes se limitan a defender lo que se ha
desvanecido sin saber devolverle las fuerzas para que resucite, constituyen
la auténtica plaga de la filosofía. Es el resentimiento lo que anima a todos
esos discutidores, a esos comunicadores. (p. 34)
No es casualidad, entonces, que tanto estos autores como Sloterdijk tengan
en mente a los exponentes de la teoría crítica.
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La performatividad del texto (la afectación que se experimenta en la lectura
de las Esferas de Sloterdijk) toma distancia de la tradición, no solo crítica,
sino también representacional del humanismo. Esta gaia ciencia, que recoge de
Nietzsche, tiene que ver con una apertura que compone lo que podemos llamar
una «práctica afirmativa» (aumento de potencias en Spinoza). La propuesta
de las esferas13 parece derivarse así de una disposición a afectarse-con de un
modo distinto a través de la tradición filosófica. Esta sería una feliz coincidencia
(no necesariamente casual) con el posthumanismo filosófico, heredero de la
ética afirmativa spinozista y deleuziana. Es una práctica que reconoce que
somos parte de aquello que queremos dislocar, que la materialidad con la que
siempre nos relacionamos nos afecta y la afectamos y que la agencia, como
algo generado por dichas relaciones, está distribuida.14
Desde una antropología capaz de ir más allá de lo humano, es posible
partir de la premisa de que el ser humano es un animal doméstico
condenado a la autodomesticación (van Tuinen, como se citó en Schinkel
y Noordegraaf-Eelens, 2011) y, a la vez, no centrar su análisis en este. Al
enfocarse en el espacio, el análisis no solo tiene el potencial de superar
la herencia metafísica, sino también las limitaciones de la subjetividad.
Como escribe Castro-Gómez (2012), «para comprender qué es el hombre,
13
14
Sloterdijk explica: «Trato de ir un poco más lejos de lo que fue la exposición heideggeriana acerca del
problema del espacio… interpretar el lugar del [ser humano] como esfera, puesto que no me siento a
gusto con esa fría y aislada fórmula sonora de estar-en-el-mundo… El concepto de mundo utilizado por
Heidegger todavía se piensa de manera excesivamente metafísica, está saturado de totalidad; por esa razón
he reemplazado dicha expresión por la de esfera… Todos [somos] diferentes formatos de estar-en-el-mundo,
siempre y cuando esto se interprete en un sentido esferológico» (Sloterdijk y Heinrichs, 2020, p. 110).
Comúnmente se ha pensado en la agencia como algo asociado a la intencionalidad, la racionalidad y la voz
(es decir, solo dentro de los límites de la subjetividad y el poder), y, por ende, como algo exclusivamente
humano. Adscribirle «agencia» a alguien es dar a entender que es un actor voluntario, que toma decisiones
que están bajo su control. En el paradigma postestructuralista, la agencia del sujeto yace en su habilidad de
«decodificar y recodificar su identidad dentro de formaciones discursivas y prácticas culturales» (Adams
St. Pierre, 2000). No obstante, sabemos que las cosas hacen cosas y que es posible concebir la materia
como «actantes» (Latour, 2005) con los que compartimos y constituimos el mundo. Desde una perspectiva
posthumanista, la agencia se encuentra distribuida. En otras palabras, la intencionalidad no es atribuible a
los humanos sino, de acuerdo con Karen Barad (2007), es «entendida como atribuible a una red compleja
de agentes humanos y no humanos, incluyendo conjuntos históricamente específicos de condiciones
materiales que exceden la noción tradicional del individuo» (p. 23). La agencia es, entonces, una puesta
en acción (enactment), no algo que un individuo posee.
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se hace necesario ir más allá del humanismo mediante un ejercicio
genealógico que nos remita a su antropogénesis»15 (p. 66). Así, la esferología
de Sloterdijk concibe el espacio como la capacidad humana de generar
contenedores de protección y estímulo que vuelven insostenible la noción de
autonomía. Partiendo de una teoría de pares, un dueto microesferológico, el
filósofo describe la vida uterina como un espacio de cuidado y mecenazgo
que le es innato a los seres humanos y a los mamíferos en general. Escribe:
La teoría de los medios y la teoría de las esferas convergen… En las esferas,
inspiraciones repartidas pasan a ser el fundamento de la asociación de
seres humanos en comunas y pueblos. En ellas se forma en primer lugar
esa fuerte relación entre los seres humanos y sus motivos de animación
-y «animaciones» son visitas que se quedan-, que sienta las bases de la
solidaridad. (Sloterdijk, 2014a, p. 35)
Como se ha planteado, en su exploración ontoantropológica, Peter
Sloterdijk propone que los seres humanos no son seres individuales ni
racionales, como se ha pensado desde la modernidad, sino que son seres
primordialmente coexistenciales y simpatéticos. El filósofo se plantea el
reto de responder a la pregunta de dónde está el ser humano más que qué o
quién es, partiendo del espacio como la posibilidad para estar juntos y al
mismo tiempo proponiendo el estar juntos como la posibilidad del espacio.
Este paso del qué/quién al dónde es un movimiento propio del pensamiento
posthumano, pero el enfoque antropológico de su proyecto esferológico
impide ampliar el análisis a una ontología de procesos o relacional (más que
humana) y, por ende, complica la posibilidad de posicionarlo como un pensador
posthumanista en el sentido del posthumanismo filosófico, si bien se le ha
catalogado como tal en numerosas publicaciones. Como lo subrayó Edward
Said (1994), se puede criticar al humanismo en nombre del humanismo.
15
Énfasis agregado.
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La esfera como proceso de humanización
El análisis esferológico de Sloterdijk, motivado por una reevaluación
post-humanista de la antropología, también puede ser entendido como la manera
en que diferentes técnicas de espaciotemporalización producen al humano o,
en otras palabras, la manera como arreglos sociotécnicos y naturoculturales16
producen límites problemáticos. Estos serían procesos de humanización
entendidos desde la premisa de la ontología relacional de que ningún sujeto u
objeto preexiste sus relaciones. Esta lectura se abre desde el planteamiento de
que lo humano es un proceso más que una esencia o cualidad fija, el cual se ha
desarrollado desde la genealogía del género. Como subraya Donna Haraway (2004):
el género es un verbo, no un sustantivo. El género es siempre acerca de
la producción de sujetos en relación con otros sujetos, y con relación a
artefactos. El género es acerca de la producción material-semiótica de estos
ensamblajes, estos ensamblajes humano-artefacto que son las personas…
Es una distribución obligatoria de sujetos en relaciones desiguales, donde
algunos tienen propiedad sobre otros. (p. 329)17
De la misma manera, se deviene humano a través de la experiencia, la socialización
y las normas humanas; ejercicios materiales-discursivos de crianza y domesticación
guiados por la negación ontológica de lo no humano -la atribución de su ausencia.
16
17
«Naturocultura» es una noción desarrollada por los estudios ecofeministas y antirracistas, así como en los
abordajes actuales de tecnociencia, que resalta la naturaleza relacional. Desde este concepto, se da prioridad
al estudio de cómo, dónde y para quién se trazan los límites y cómo se producen las diferencias más que
asumir que dichas diferencias existen de antemano. Los límites entre sujetos y objetos, cultura y naturaleza,
más bien, son resultado de relaciones complejas. La mayoría de las veces, estas relaciones emergen de
manera jerárquica. Por lo tanto, las naturoculturas tienen que ver con la ontología, la epistemología y la ética.
La suposición moderna de la Gran División entre la naturaleza y la cultura no solo es lógicamente falsa,
sino también tiene implicaciones éticas, como los efectos de generalización, racialización y colonización
(Haraway, 2003; Latour, 2007). Este planteamiento se desarrolla de manera similar en el concepto del «Buen
Vivir» (Confluencia Nuevo B’aqtun, 2014), que entiende la comunidad no solo como una estructura social y
política, sino como una estructura de vida, conformada por lo que posibilita la existencia en todas sus formas.
«Gender is a verb, not a noun. Gender is always about the production of subjects in relation to other
subjects, and in relation to artifacts. Gender is about material-semiotic production of these assemblages,
these human -artifact assemblages that are people… It is an obligatory distribution of subjects in unequal
relationships, where some have property in others».
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Para Sloterdijk (2006a), también la manera como se ha definido al humano, desde
una noción metafísica, es problemática y propone que el «concepto fundamental que
se ramifica en aspectos significativos tipológicos, antropológicos, inmunológicos y
semiológicos» (p. 6), capaces de explicar al humano, es el de la esfera. De este modo, se
deriva una noción de lo humano como aquello que se constituye en esferas, un espacio
común (que parte siempre de dos y que no está conformado exclusivamente por
humanos) que en su naturaleza acarrea una demanda ética, una inclinación relacional
al centro del topos humano, entendida como lujo y mimo (Sloterdijk, 2006a). Desde un
enfoque situacional, «el ser humano es el genio de la vecindad» (Sloterdijk, 2006a, p. 7)
y la vida es una cuestión de forma. Esto mismo explicaría el éxito del terrorismo
iniciado en el siglo XX, enfocado ya no en atacar a los sujetos, sino sus atmósferas.
El espacio es para Sloterdijk, más que un lugar concreto o real, una condición
anímica: un espacio surrealista.18 Por esta razón, explica el filósofo, existe un
«paralelismo entre las explicaciones atmoterroristas del clima y los golpes
“revolucionarios”-culturales contra la mentalidad de un público burgués del arte»
(Sloterdijk, 2006a, p. 141), propiciados por los surrealistas, quienes hacen uso de
una agresión simbólica para «hacer saltar las conexiones, protegidas latentemente,
entre armadura y edificación» (Sloterdijk, 2006a, p. 143).19
Si «los seres humanos son básica y exclusivamente criaturas de su interior
y productos de sus trabajos en la forma de inmanencia que les pertenece
inseparablemente» y «sólo crecen en el invernadero de su atmósfera autógena»
(Sloterdijk, 2014a, p. 50), estos pueden ser entendidos como proceso y,
podemos decir, también como ensamblajes humano-artefacto. En otras palabras,
lo humano no precede sus relaciones, que incluyen su relación con otras
formas de materialidad. «La teoría de las esferas», subraya Sloterdijk (2014a),
18
En Esferas I, apunta: «La intimidad es el reino de los receptáculos autógenos surreales» (Sloterdijk, 2014a, p. 95).
19
Sloterdijk (2006a) agrega que «la llamada posmodernidad no estaba tan equivocada al articularse como
reacción contra-explícita, contra-extremista y parcialmente anti-bárbara al terrorismo estético y analítico
de la Modernidad» (p. 148).
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«es un instrumento morfológico que permite reconstruir el éxodo del ser
humano de la simbiosis primitiva al tráfico histórico-universal en imperios y
sistemas globales como una historia casi coherente de extroversiones» (p. 72). Se
describe así un devenir (no temporal sino espacial, reproducidos por Sloterdijk
como dimensiones separadas20) no individualista que aborda al humano como
inclinación al cobijo, la protección y el aligeramiento. Sin embargo, dicha
inclinación no resulta siempre exitosa en el sentido de dar paso a espacios
de inmunidad. Esto se debe a que, si bien los «comunardos sonoesféricos»
(Sloterdijk, 2014a, p. 468) son partners dispuestos a crear espacios, estos espacios
configuran a sus habitantes de maneras impredecibles y diversas.
La conformación de espacios a la que tiende el humano se convierte así tanto
en una tecnología del yo como en dispositivos biopolíticos.21 El diseño positivo
de la espacialidad del ser-ahí como acercamiento y orientación se materializa en
arreglos irresponsables. La cultura, entendida como técnicas de distanciamiento
de la naturaleza, se convierte en el motor que produce al humano,
20
21
A partir de la física cuántica, el materialismo entiende el espacio-tiempo como un fenómeno y no como
un parámetro externo o una dimensión fija. La física del siglo XX disloca ya la comprensión newtoniana
del tiempo como series de momentos igualmente espaciados y avanzando linealmente y su concepción
similar del espacio como contenedor, algo uniforme y fijo. Mientras que la teoría de la relatividad entiende
el tiempo como una cuarta dimensión espacial (de donde se deriva el término espacio-tiempo), la teoría de
la relatividad general estudia las relaciones espaciotemporales dinámicas. Ambas teorías, no obstante, se
construyen sobre la física clásica y no cuestionan su concepción de la materia como sustancias compuestas
de entidades discretas con propiedades inherentes. Karen Barad (2007) subraya desde el realismo agencial
(su ontología relacional derivada de la física cuántica) que las nociones de causalidad, agencia, espacio,
tiempo y materia necesitan ser repensadas, pues las dinámicas de materialización (la materia es siempre
fenómeno) no están marcadas por un parámetro externo (como ha sido entendido el tiempo) ni ocurren
en un contenedor (como se ha pensado el espacio). «Las intra-acciones iterativas son las dinámicas por
medio de las cuales la temporalidad y la espacialidad son producidas e iterativamente reconfiguradas en
la materialización de fenómenos y la (re)producción de fronteras material-discursivas y sus exclusiones
constitutivas» (Barad, 2007, p. 179). En este sentido, el espacio no consiste en puntos establecidos por una
geometría fija (o euclidiana) o un contenedor, materia habitable o situada, sino parte de la materialización
del mundo. Es en esta dinámica que los límites o la interioridad y exterioridad pueden ser producidos, pero
estos se reconfiguran continuamente. Barad (2007) agrega que los límites «no son delineados abstractos
sino demarcaciones materiales específicas no en el espacio sino del espacio… Por lo tanto la espacialidad
es definida no solo en términos de límites sino también en términos de exclusiones. Es espacio, el tiempo
y la materia se constituyen mutuamente por medio de la dinámica de la infra-actividad iterativa» (p. 181).
Estas nociones, centrales en el pensamiento de Michel Foucault, serán retomadas por Sloterdijk en obras
posteriores desde su concepto de «antropotécnica».
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la activación de un proceso de humanización, como lo describe de alguna
manera Agamben (2002) al señalar que el humano es una construcción
histórica: el «homo sapiens no es, por lo tanto, ni una sustancia ni una especie
claramente definida; es, más bien, una máquina o un artificio para producir el
reconocimiento de lo humano» (p. 62). Para el filósofo italiano, una máquina
antropológica habría sido la responsable de la división entre lo humano y lo
animal, propuesta que, si bien activa un análisis valioso acerca del humano
como proceso, no deja de mantener una noción universal de animalidad,
mientras que su figura de la máquina sugiere todavía una abstracción, una fuerza
desencarnada. El mismo Sloterdijk recuerda que el proceso de humanización es
también un proyecto y que este proceso es activado también por humanos. «Las
hordas», escribe, «son grupos de seres humanos criadores de seres humanos»
(Sloterdijk, 2006b, p. 27) y, como subraya Castro-Gómez (2012), «la horda
es una máquina esférica de producción de hombres que en virtud de viejas y
nuevas destrezas alimentan a su vez la autorreproducción de la horda» (p. 67).
Las fronteras que se fueron estableciendo con lo considerado no-humano
se organizaron por subjetividades que han hecho uso de su supremacía
epistémica para mantener sus privilegios sociopolíticos. Este es un proyecto
de humanización que se activa y reactiva constantemente, de acuerdo con
modos culturales específicos y normas sociales que se reconstituyen en el
proceso (Ferrando, 2019).
Lo humano es, así, como el mismo Sloterdijk lo muestra, el tropo occidental
de los proyectos de totalización y domesticación (territorialización y proceso
civilizatorio entendido como superación de la naturaleza y todo lo que se asocia a
ella; la ciudad y la casa -junto con las normas sociales racionalmente establecidasson la evidencia de logro por excelencia humana). A ello se refiere Said (1994)
cuando cuestiona los planteamientos postcoloniales que reclaman el reconocimiento
de lo humano y escribe: «Qué extraña suena la palabra “humanismo”
en este contexto, donde se encuentra libre del individualismo narcisista,
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el divisionismo y el egoísmo colonialista del imperialismo que justificó el dominio
del hombre blanco»22 (p. 501). Todo proceso de humanización va de la mano de
un proceso de deshumanización. Agamben (2002) apunta: «tal vez también los
campos de concentración y de exterminio sean un experimento de este género, una
tentativa extrema y monstruosa de decidir entre lo humano y lo no humano» (p. 53).
La visión ontoteológica de la modernidad desarrolló aparatos complejos
de conformación de espaciotemporalidades, o antiesferas, humanizantes y
deshumanizantes -des/humanizantes, como un mismo movimiento-, ligados a la
re/producción de dualismos (humano/máquina, hombre/mujer, blanco/negro…).
Un proceso donde lo animal ha sido colocado como parte de una gradiente de orden
jerárquico donde se organizan también los cuerpos no blancos y no masculinos, la
enfermedad mental, la discapacidad, la transexualidad, la homosexualidad, etcétera,
entendidos como fallas ontológicas, aquello a lo que no se atribuye un lenguaje, una voz
propia y por ende está condenado a la representación.23 Se trata de antiesferas que,
bajo el modelo de las esferas,24 funcionan como el infierno cristiano, «el campo
de exterminio para disidentes del primer amor» (Sloterdijk, 2014b, p. 517). La
humanización del hombre moderno existe solo a costa de la deshumanización de
lo otro (de la mera producción de un otro, la diferencia como apartheid); como
dice el filósofo, un proceso «calidad made in heaven» (Sloterdijk, 2014b, p. 518).
De esta manera, la conformación de esferas también se daría a costa de la
conformación de antiesferas -anti/esferas, como un solo movimiento o corte.
«Cada rincón del infierno se arredonda o aboveda en torno a sus prisioneros»
22
23
24
En el mismo texto, Said (1994) agrega: «Fanon va aún más lejos cuando invierte el paradigma aceptado hasta
ahora por el cual Europa le dio a las colonias su modernidad y argumenta en cambio que no solo eran “el
bienestar y el progreso de Europa... Construido con el sudor y los cadáveres de los negros, árabes, indios y
las razas amarillas” pero “Europa es literalmente la creación del Tercer Mundo”» (p. 377). Citando a Sartre,
que hace eco de Fanon, apunta: «No hay nada más consistente que un humanismo racista, ya que el europeo
sólo ha podido hacerse hombre creando esclavos y monstruos» (Said, 2004, pp. 377-378).
Como escribe Braidotti (2022), el modelo de representación reduce todas las diferencias -biológicas,
físicas, sociales, económicas y técnicas- «al orden universal de la significación lingüística constituido por
oposiciones binarias donde un término niega la existencia de otro» (p. 109).
«Existe también una redondez de la desesperanza encerrada en sí misma y autorrefluyente»
(Sloterdijk, 2014b, p. 517).
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(Sloterdijk, 2014b, p. 517) apunta el autor, describiendo de forma original y
precisa los procesos de colonización y de totalización de la razón moderna. «Se
pone en evidencia lo que costó a la fracción católica de la humanidad imponer
su concepto de Dios como el inmunizador absoluto», apunta, y agrega que
«quien quería prometer el cielo tenía que poder amenazar con el infierno… el
círculo» (Sloterdijk, 2014b, p. 520).
La conformación de espacios o técnicas de espaciotemporalización (su
materialización) es siempre re/producción de mundos y de fines de mundo.
Y es en esos mundos en los que las relaciones pueden darse de una u otra
manera. Estas formas de relacionalidad pueden producir cortes, exclusiones,
replicar y reforzar la producción de fronteras, como aquellas entre lo humano
y lo no humano. Sloterdijk (2014b) agrega:
Cada condenado se halla hundido en su propio entorno, que se forma
de negaciones penetrantes. Llamar un mundo a ese entorno sería una
exageración maliciosa, pues la eterna presencia actual del oprimido,
constreñido, parodia el dato de un universo despejado, que brinda
espacio… El cuerpo es el minimal world que se utiliza para la reclusión de
seres humanos en receptáculos de tormento… Sin torturología falta a las
ciencias del ser humano una rama esencial. (p. 527)
Si dicha torturología está ligada a la humanización y producción de
exclusiones (donde no solo algunos humanos -necesariamente entendidos
como menos-que-humanos- se encuentran en receptáculos de tormento,
sino también lo no-humano), de lo anterior se deriva la necesidad de pensar
desde una posición posthumanista. No obstante, para ello es preciso intentar
ampliar el post-humanismo de Sloterdijk con prácticas post-antropocentristas
y pos-dualistas.
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De un post-humanismo al posthumanismo
Como señala Braidotti (2019), la oposición binaria entre humano y no-humano
ha sido central para el pensamiento europeo, la cual dio paso a una definición en
negativo de lo humano, es decir, a partir de lo que no se es: ser «humano» significa
no ser animal o cosa. Esta distinción produce ya no solo procesos de humanización,
cuyo análisis pone en evidencia la manera como históricamente no todos los
humanos han sido considerados como tales, sino también da paso al especismo
y a un entendimiento de la realidad desde el excepcionalismo humano (y desde el
binarismo). Es decir, ya no solo la producción de una alteridad, sino la ausencia
de un reconocimiento de una alteridad encarnada (interna25) y de una pluralidad
onto-epistemológica.26 La autora italiana dice que «a no ser que la crítica del humanismo
se ejerza sobre el desplazamiento del antropocentrismo y viceversa, corremos el
riesgo de erigir nuevas jerarquías y nuevas exclusiones» (Braidotti, 2019, p. 17).
Se trata de cuestionar el excepcionalismo humano y al mismo tiempo ser
responsables del papel que desempeñamos en la constitución y el posicionamiento
diferencial del ser humano entre otras criaturas (vivas y no vivas) (Barad, 2007).
Ello requiere, por un lado, superar nuestros hábitos humanistas para ya no dar
por sentado al ser humano (o la humanidad) como término neutral y su implicación
en nociones hegemónicas de poder, derecho, visibilidad, normas y privilegios,
y, al mismo tiempo, comprometerse con un análisis de la época actual,27 en la
que los límites de lo humano también son desterritorializados por el capitalismo.
25
26
27
La alteridad interna permite un juego de in/determinación que desajusta el binario yo-otro y la noción del
yo como unidad. Para la ontología relacional, no somos entes separados que interactúan constantemente,
sino que es por medio de las intra-acciones con efectos de difracción (producción de interfencias) que, como
multiplicidades, nos constituimos como sujetos u objetos. Dicha multiplicidad implica ya una superposición
(no oposición) «de seres, devenires, aquís, allá, ahora y entonces» («The self is itself a multiplicity, a
superposition of beings, becomings, here and there’s, now and then’s») (Barad, 2014, p. 176).
Esta integración se explica más adelante con la problematización del representacionalismo.
Como lo plantean Deleuze y Guattari (2022), un quehacer filosófico como «devenir-revolucionario»
tendría que ver con «diagnosticar nuestros devenires actuales» para dar paso a «nuevos modos de
existencia inmanente» (p. 114).
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Esta es la razón por la que, para Braidotti (2019), lo posthumano es
también una figuración teórica que sirve como «herramienta de navegación
que nos permite sondear las manifestaciones materiales y discursivas de las
mutaciones que engendra el desarrollo tecnológico más avanzado…, el cambio
climático…, y el capitalismo» (p. 7). Por ello, la condición posthumana se
refiere a la convergencia del post-humanismo y el post-antropocentrismo en
el capitalismo avanzado. Dicha condición no es generalizada ni de ella puede
derivarse una sola definición de posthumano, como tampoco se podría hacer de
humano. Se trata más bien de pensar lo humano como noción plural,28 partir de
una «sinfonía compuesta de voces plurales que son necesarias para dar cuenta
de manera amplia de lo humano» (Ferrando, 2019, p. 164).
Como se ha esbozado, la esferología de Sloterdijk apunta a pensar la
pluralidad, una pluralidad espacial (de mundos) de la que dependen los seres
humanos y que determina su integración con otres, asegurando -al menos
provisionalmente- inmunidad o cobijo. Esta propuesta se construye, y a la
vez complejiza, sobre la ontología pluralista de Uexküll, lo que el filósofo
alemán plantea con mayor detalle en el tercer volumen de su trilogía. Esta
es, según lo afirma:
una teoría espacial de las multiplicidades, que aborda el enigma de la síntesis
social con un arsenal situacionista, pluralista, morfológico y, ante todo,
psico-topológico de medios de descripción… [Lo que] significaría no buscar
ya su modelo en la unidad ontológica de los seres vivos individuados […],
sino en la unidad poliperspectivista de la situación común, vivida a la vez
por inteligencias diversas, pero siempre simbolizadas de modo diferente.
(Sloterdijk, 2006a, p. 261)
28
A diferencia del posthumanismo, algunas propuestas neomaterialistas, como la ontología orientada a objetos,
trabajada por autores como Jane Bennett, Manuel de Landa e incluso Bruno Latour, si bien reconocen la
relacionalidad y la agencialidad de la materia, no se comprometen con una deconstrucción de lo humano y,
por ende, no abordan el problema de la racialización y sexualización de cuerpos determinados.
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No obstante, su pretensión de seguir una «teoría más radical de la
coexistencia y de la asociación» (Sloterdijk, 2006a, p. 263) parece aún
limitada si consideramos que, a lo largo de los tres volúmenes de Esferas,
el autor no atiende a la materialidad que también constituye los espacios
(como espacio-temporalización), o el hecho de que toda relacionalidad
implica corporalidades tanto humanas como no humanas, si bien en Esferas
I se refiere a nobjetos29 y en Esferas III dice, en referencia a la técnica, que:
hay que subrayar que este hacer que algo se dé no puede mantener para
siempre el carácter de una altiva arrogancia sobre los objetos; precisamente
las nuevas ciencias de la vida permiten prever cómo la investigación será
penetrada cada vez más por la conciencia de la importancia creciente del
objeto. (Sloterdijk, 2014a, p. 78)
Dicha conciencia es poseída por un sujeto que hace uso de los
objetos o que se relaciona con estos, como entidad ontológicamente
separada de la materia. Empero, una crítica al humanismo y una
deconstrucción de lo humano, que lo entiende como fenómeno o proceso
y es capaz de identificar las técnicas de humanización, también pone
en relieve el problema de hacer una distinción ontológica de este tipo.
De lo contrario, sigue primando una visión representacionalista, que crea
una desarticulación entre un mundo de las palabras y un mundo de las cosas; el
supuesto metafísico de que existen entidades, como individuos, con atributos
inherentes, previos a su representación (Barad, 2003, 2007), ignorando que nada
preexiste a sus relaciones (Haraway, 2019). El realismo agencial recuerda que los
sujetos no se encuentran fuera de los objetos o aparatos con los que se relacionan ni
son independientes a estos, así como tampoco el producto de tecnologías sociales.
29
En Esferas I, Sloterdijk (2014a) se refiere a la placenta, compañía originaria en la microesfera, como un
nobjeto: «ningún en-frente subjetivo… co-datos estéticamente circundantes, que, al modo de una presencia
no-confrontadora, rondan o flotan ante una identidad que tampoco está enfrente» (p. 343). Dicha noción ignora
la multiplicidad del mundo material y su agencialidad. Así, propone una pareja originaria (placenta-feto) que
olvida, por ejemplo, que el mero organismo está poblado de múltiples microorganismos.
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La visión dualista mantiene que existen objetos discretos con
características inherentes que interactúan entre sí, como lo sugiere Sloterdijk
al referirse a aquello con lo que se relaciona el ser humano. Como lo expresa
Barad (2007), el representacionalismo, el individualismo metafísico y el
humanismo colaboran manteniendo esta cosmovisión en su lugar. «Estas
fuerzas tienen un control tan poderoso sobre los patrones de pensamiento
contemporáneos que incluso algunos de los esfuerzos más concertados
para escapar del control de estas fuerzas antropocéntricas han fracasado»
(Barad, 2007, p. 137). Mientras que la pluralidad de Sloterdijk contempla
una multiplicidad humana que puede entenderse como post-humanista,
la distinción ontológica entre lo humano y lo no humano no le permiten
todavía colocarse en una posición post-antropocéntrica ni pos-dualista. Las
tres serían condiciones de una perspectiva filosófica posthumanista.30
Pensar una ontología relacional capaz de diluir la distinción sujeto/
objeto sin darle prioridad a uno sobre el otro requiere, entonces, partir
de nociones distintas de relacionalidad y, con ello, de causalidad, agencia,
materia, tiempo y espacio (Barad, 2007). Desde una perspectiva materialista
y posthumanista, considerar procesos y técnicas de espacio-temporalización
implica considerar la manera como la materia, en su activación agencial31 como
fenómeno, produce determinados límites.32 A partir de ello, es posible notar
que «el devenir no es el despliegue del tiempo sino el dinamismo inagotable
del despliegue de la materialización» (Barad, 2007, p. 180). Esto problematiza
también una noción simbólica o no material de espacio, pues todo proceso de
discursividad es ya siempre materialización y viceversa. En el caso de Sloterdijk,
30
31
32
El prefijo post (cuyo significado es detrás, relacionado al espacio, y después, relacionado al tiempo),
a diferencia de anti, no consiente ontologías oposicionales y busca superar los dualismos. El
prefijo post no marca una ruptura radical sino establece una continuidad, una discontinuidad y una
trascendencia (en el sentido literal de exceder) del término al cual se le coloca el prefijo, con el cual
mantiene una relación simbiótica (Ferrando, 2019).
El realismo agencial como ontología relacional, propuesto por Barad (2007), entiende la agencia como
dinamismo, no como atributo. «El universo es infra-actividad agencial en su devenir» (Barad, 2007, p. 141).
Dicha agencia está distribuida, no es algo que un sujeto posee. La materia, en ese sentido, es agencial.
Lo que Karen Barad (2007) llama espaciotempomaterialización.
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se percibe todavía una distinción entre estas dimensiones, que, por uno u otro
lado, constituyen la intimidad compartida. Para él, son los seres humanos los
que, desde un lugar privilegiado, se convierten en «guardianes, reconstructores
y re-inventores de lo que hasta entonces era sólo algo dado por supuesto»
(Sloterdijk, 2006a, p. 56) y son amenazados por catástrofes ecológicas y
militares que dan paso a la instalación de «entornos atmosféricos humanamente
respirables» (Sloterdijk, 2006a, p. 57).
Un análisis no antropocentrista señalaría, por ejemplo, que las atmósferas
atacadas y diezmadas con los gases y las bombas atómicas (como ensamblajes
naturoculturales) no solo tienen consecuencias para los seres humanos, sino
también para otras especies y el planeta en general, ya no desde una lógica
solamente cultural, sino desde la crítica al «violento imperio del Anthropos
soberano» (Braidotti, 2019, p. 19). Desde un abordaje realista agencial, es
posible reconocer a la materialidad en la plenitud de su devenir sin la necesidad
de recurrir a la óptica de la transparencia o de la opacidad, la geometría de la
exterioridad o la interioridad absolutas y la teorización del humano como causa
o como efecto puro, «mientras que, al mismo tiempo, permanecer resueltamente
responsables por el papel que “nosotros” jugamos en las prácticas entrelazadas
de conocer y llegar a ser» (Barad, 2003, p. 812). Esta responsabilidad no se
sostiene tampoco de una noción antropocéntrica, pues la agencia:
es un espacio mucho más amplio de posibilidades de lo que generalmente
se considera. La reelaboración de las exclusiones conlleva posibilidades
para cambios (discontinuos) en la topología del devenir el mundo.
Pero no todo es posible en todo momento. Interior y exterior, pasado,
presente y futuro, son desplegados y reelaboramos de manera iterativa,
pero nunca eliminados (y nunca fijados)… Las intra-acciones no sólo
reconfiguran la espaciotiempomateria sino que reconfiguran lo que es
posible. La ética es parte del tejido del mundo; el llamado a responder y
a ser responsable es parte de lo que es. No existe un dominio espaciotemporal que sea excluido de la ética de lo que importa/se materializa.
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Cuestiones acerca de la responsabilidad y la imputabilidad se presentan por
ellas mismas con cada posibilidad; cada momento está vivo con diferentes
posibilidades para el devenir del mundo y diferentes reconfiguraciones de
lo que todavía puede ser posible. (Barad, 2007 p. 182)33
El mismo Sloterdijk (2014c) sugiere que el arca, como prototipo de sistema
de inmunidad artificial, «elige a unos y pasa por alto a los otros […], tampoco
disimula la situación de que sólo encontrará salvación quien haya podido conseguir
uno de los pocos billetes de embarque para el vehículo elegido» (p. 228). El
posthumanismo rechaza la idea de una división natural (o, para el caso, puramente
cultural) entre naturaleza y cultura, y exige una explicación de cómo este límite
se configura y reconfigura activamente (Barad, 2007, p. 136).
Desde un punto de vista posthumanista, las preguntas del quién y el qué no
pueden ser abordadas en disyunción de dónde, cuándo y cómo (Ferrando, 2019).
Esto es así pues las unidades ontológicas primarias, como lo muestra la física
cuántica, no son entes, sino fenómenos: «reconfiguraciones/ entrelazamientos/
relacionalidades/ (re)articulaciones dinámicas y topológicas del mundo», mientras
que «las unidades semánticas no son “palabras” sino prácticas material-discursivas
por medio de las cuales son constituidas las fronteras (ónticas y semánticas)»
(Barad, 2007, p. 141). De ese modo, la física cuántica permite comprender el
universo sin determinismo, donde el presente no es el efecto de su pasado ni la
causa de su futuro, como lo plantea Alastair Rae (como se citó por Ferrando,
2019). Esto muestra que nada puede ser medido u observado sin ser disturbado,
33
«Agency is the space of possibilities opened up by the indeterminacies entailed in exclusions. And agency, in
this account, is a much larger space of possibilities than that generally considered. The reworking of exclusions
entails possibilities for (discontinuous) changes in the topology of the world’s becoming. But not everything is
possible at every moment. Interior and exterior, past, present, and future, are iteratively enfolded and reworked,
but never eliminated (and never fixed)… Intra-actions not only reconfigure spacetimematter but reconfigure
what is possible. Ethicality is part of the fabric of the world; the call to respond and be responsible is part of
what is. There is no spatial-temporal domain that is excluded from the ethicality of what matters. Questions of
responsibility and accountability present themselves with every possibility; each moment is alive with different
possibilities for the world’s becoming and different reconfigurings of what may yet be possible».
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algo en lo que Niels Bohr hizo énfasis a lo largo de su trabajo, especialmente en
sus aportes sobre la dinámica onda-partícula.34 De ello se sigue una ontología
relacional en la que existe una relación inextricable entre sujeto y objeto, así como
una naturocultura dinámica y plural de la materia. Así, la visión posthumanista
entiende al humano no como un sistema suplementario alrededor del cual gira
la teoría, sino «como un fenómeno… del que se necesita dar cuenta desde
dentro de los términos de esta ontología relacional» (Barad, 2007, p. 352).
La ontología relacional (como ontología posthumanista) encuentra
insostenible el dualismo entre sujeto y objeto, pues estos se demuestran
como relacionales, constituyéndose uno al otro de manera recíproca (lo
que Barad describe como intra-acción). Al mismo tiempo, la relacionalidad
intrínseca de la materia deslegitima cualquier abordaje reduccionista35
que vuelva a una ontología de la sustancia, en la base de las dicotomías.
Estar entrelazades, subraya Barad (2007), «no significa simplemente estar
enredades unes con otres, como en la unión de entidades separadas, sino carecer
de una existencia independiente, autocontenida» (p. X).
Así, las esferas, además de ser espacios de humanización y/o conformación
de formas humanas plurales de acogida, podrían ser también entendidas como
prácticas abiertas que involucran intra-acciones específicas entre humanos y
no humanos, donde las constituciones diferenciales de humano y no humano
designan fenómenos particulares que se encuentran implicados en dinámicas
de intra-actividad, incluyendo su desenvolvimiento y reconstitución en la
reconfiguración de la materia (Barad, 2007).
34
35
Barad (2007) deriva de los planteamientos de Bohr que problematizan la distinción entre epistemología y
ontología su propuesta de realismo agencial, como ontología relacional u ontoepistemología, más adelante
en su trabajo también ontoeticoepistemología.
Desde la teoría de cuerdas, se ha demostrado que las cuerdas no están hechas de átomos, que a su vez están
conformados por electrones y nucleones compuestos por quarks, sino que todo, incluyendo los electrones
y los quarks, consisten en las oscilaciones de cuerdas. Como lo plantea Lisa Randall (como se citó en
Ferrando, 2019), la hipótesis de esta teoría es que las partículas surgen de modos de oscilación resonante de
cuerdas. En este sentido, la materia está en relación con y al mismo tiempo se manifiesta como vibraciones.
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Dicha apertura (pues las esferas no podrían ya estar cerradas ni mantener
un límite fijo entre interioridad y exterioridad) ampliaría una crítica creativa
necesaria y la posibilidad de colaborar en la generación de mundos distintos
(espaciotemporalizaciones materiales en las que otras formas de relacionalidad
sean posibles) a aquellos producidos por la razón moderna/colonial/
patriarcal y el capitalismo avanzado. Atender, así, las consecuencias que hoy
amenazan la vida en todas sus formas en el planeta, especialmente en aquellos
lugares configurados como antiesferas, resultantes de arreglos sociotécnicos y
configuraciones naturoculturales irresponsables.
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