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FACSÍMIL. ILUSTRACIÓN DE LA PÁGINA 2. FOTOGRAFÍA DE GUILLERMO KAHLO
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FACSÍMIL. PORTADILLA
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FACSÍMIL. PÁGINA LEGAL
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FACSÍMIL. PRIMERA PÁGINA DEL ÍNDICE DE LA EDICIÓN ORIGINAL
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FACSÍMIL. SEGUNDA PÁGINA DEL ÍNDICE DE LA EDICIÓN ORIGINAL
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LA PROFESA
Crónica de un estudio histórico
Primer capítulo del libro La Profesa. Patrimonio histórico y cultural.
Estudio histórico del período 1572-1767, elaborado1 y digitalizado
por Rafael Rodríguez Castañeda. Edición de la SEDUE, México, 1988.
En 1987 era asesor en la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología cuando el arquitecto
Francisco Covarrubias, a la sazón, subsecretario de Desarrollo Urbano, me encargó que revisara
La Profesa, una tesis que en 1973 elaboraron tres egresadas de la Universidad Iberoamericana
para obtener el grado de maestría en Historia del Arte. Mi revisión tuvo como propósito evaluar
la posibilidad de publicar esa tesis como un libro que complementara la restauración del templo
que la SEDUE había realizado en 1983.
La tesis constaba de tres estudios: el primero, de carácter histórico; el segundo, arquitectónico,
y el tercero, pictórico. La autora del primero fue Lorenza Autrey Maza; el estudio arquitectónico
sobre el templo jesuita lo hizo Karen Christianson de Casas, y el tercero, que constaba de un
inventario sobre la pinacoteca que albergan los muros adyacentes a la nave del templo fue obra
de María del Carmen Pérez Lizaur.
El estudio más afín a mi formación e intereses fue el histórico. Me pareció que era demasiado
breve, comparado con la amplitud del tema. Así se lo comuniqué a Lorenza Autrey, la autora,
quien aceptó la propuesta de que yo lo ampliara. Con esa finalidad me puso en contacto con el
padre Manuel Ignacio Pérez Alonso (1917-2007), historiador jesuita, quien gentilmente me dio
acceso a la biblioteca de la Provincia de la Compañía de Jesús en México, donde tuve
oportunidad de consultar una amplia bibliografía en la que destacó una obra esencial: los
volúmenes de la Monumenta Mexicana Societatis Iesu, obra en progreso cuyos más recientes tomos
habían aparecido después de 1973, año de la tesis original sobre la Profesa.
Hablar de la Profesa como la principal institución jesuita de la Ciudad de México implica referirse
a la presencia de la Compañía de Jesús en la Nueva España desde su llegada, en 1572, hasta 1767,
el año de la expulsión. El tema es vasto y complejo, y consecuentemente, el estudio histórico
que contiene el libro de la SEDUE se extendió de manera considerable. Calculo que el capítulo
que escribió Lorenza Autrey creció alrededor de 300%.
Para la SEDUE, el libro sobre La Profesa constituyó la continuación de la serie Patrimonio Artístico
y Cultural2. La edición de mil ejemplares apareció en noviembre de 1988, último mes del sexenio
1982-1988. El tiraje fue insuficiente para alcanzar una distribución comercial, abierta al público
interesado en estos temas.
1.
2.
En colaboración con Lorenza Autrey Maza.
El primer volumen fue La Catedral de México. SEDUE, 1986, México. ISBN 968 838 130 6
7
Esta versión digitalizada del estudio histórico del período 1572-1767 en formato digital, contiene
únicamente el texto y prescinde de las ilustraciones. No obstante, reproduce en forma facsimilar
la portada, inclusive con el reflejo de la cubierta plástica que lleva impresa la restitución de la
fachada, la portadilla, la página legal y el índice, que da una idea del contenido del libro,
inconseguible hoy.
Rafael Rodríguez Castañeda
Abril de 2023
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La Profesa
ESTUDIO HISTÓRICO
Período 1572 – 1767
LORENZA AUTREY MAZA Y RAFAEL RODRÍGUEZ CASTAÑEDA
Los padres de la Compañía de Jesús desembarcaron por primera vez en la Ciudad de México el
28 de septiembre de 1572. un año después que la Nueva España cumplió medio siglo. La capital
novohispana estaba rodeada de lagos y los viajeros que venían por el oriente solían recorrer el
último tramo en barca, sobre las aguas del Lago de Texcoco, hasta el Puente del Palacio de la
Ciudad de México.
Los quince jesuitas fueron hospedados en el Hospital de la Purísima Concepción, según unas
versiones y en el Hospital de Jesús, según otras. Durante su reposo todos cayeron enfermos, lo
que era común después de la travesía, que en su caso fue de tres meses y medio. Fue un viaje
más prolongado de lo normal, que era dos meses y tres semanas. Habían zarpado el 13 de junio
de 1572 de Sanlúcar de Barrameda y llegaron a Veracruz el 19 de septiembre, de modo que
navegaron bajo temperaturas tropicales prácticamente todo el verano.1
Los recién llegados tenían una aguda conciencia de ser los primeros representantes de la
Compañía en la Nueva España y un vivo interés por iniciar su misión evangelizadora, educativa
y predicadora, así que desde los primeros días comenzaron a observar el medio en que habrían
de desenvolverse.
Más adelante referiremos los antecedentes políticos de esta misión, los pormenores del
recibimiento a la Orden fundadora de la Profesa y sus primeros pasos en tierras novohispanas,
para describir antes la situación que encontraron en la Ciudad y en la Colonia.
El séptimo decenio del siglo XVI en la Nueva España fue un periodo de crecimiento económico
constante cuyo mayor impulso era la extracción de plata de las minas de Zacatecas, intensificada
con los rendimientos que proporcionaba el sistema de amalgamación inaugurado en Pachuca en
1555. Este crecimiento se apreciaba en una febril actividad de reconstrucción por todos los
rumbos de la capital.
La Ciudad de México sufría estragos recurrentes, como los sismos y las inundaciones de efectos
prolongados. Sin embargo, el peor asolamiento que habían padecido Ciudad y Colonia fue el
cocoliztli de los años 1545-1548, devastadora epidemia que redujo a menos de una cuarta parte
la población indígena, y con ésta, la mano de obra y las actividades productivas.2
Con todo y la enorme mortandad que la peste causó entre los indios, carentes de defensas
biológicas contra los virus europeos, los españoles siguieron disponiendo de su fuerza de trabajo
para toda suerte de tareas. De hecho, estaba legalizada la explotación mediante el sistema llamado
repartimiento.3 Los indígenas en general eran sumisos por entonces, pero en particular, a los
frailes de las órdenes mendicantes solían ofrecerles una colaboración mayor.
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Por el tiempo en que llegaron los jesuitas, los indios se iban recuperando de la apatía en que los
sumió el cocoliztli, y los religiosos luchaban contra el desdén de los sentimientos cristianos, que
los había alejado de las iglesias.
Salvo la relación sin turbulencias entre los indígenas y los frailes, la tónica del trato en la sociedad
novohispana parecía ser el conflicto: existía un complejo sistema de rivalidades y alianzas entre
los habitantes a causa del linaje, los puestos públicos, privilegios y canonjías; la antigüedad en la
Nueva España, la pertenencia a un grupo o actividad, la condición seglar o religiosa y el origen
racial.
Había una nobleza constituida por los familiares de nobles peninsulares y por los descendientes
de conquistadores, quienes se disputaban entre sí los puestos públicos de una creciente
burocracia. Entre los segundos se destacaba el grupo de encomenderos, resentidos por la derrota
de su intento separatista y la consecuente represión; hechos ocurridos en 1564, a la muerte del
virrey Luis de Velasco, y porque la encomienda fue sustituida por los repartimientos, sistema de
explotación de la fuerza de trabajo indígena monopolizado por el gobierno virreinal. 4
El interés por ocupar cargos en el gobierno tenía móviles económicos, de ambición política y
consolidación de status social. Además de las disputas por los puestos, en el gobierno virreinal
había también problemas de organización y de distribución de competencias.
Pero no sólo los nobles competían por los cargos públicos. La gran mayoría de los colonizadores,
también españoles, aunque fueran criollos comunes, se sentían con derechos a medida que
aumentaba su antigüedad, su conocimiento y su experiencia de vida colonial y por lo mismo,
estaban en guardia frente a los constantes nuevos avecindados.
Cada flota que desembarcaba en Veracruz influía en la población con efectos cualitativos más
que cuantitativos. De los recién llegados, los menos se incorporaban a la élite y los más a una
masa pobre, ociosa y descontenta, porque con frecuencia era gente con pretensiones de hidalguía
que se negaba a trabajar y vivía de despojar a los indios. A la postre resultaban ser vagabundos
o aventureros cuya presencia y comportamiento llegaron a constituir una amenaza para la
estabilidad del virreinato.
Por entonces salían hacía España constantes cartas dirigidas al rey, Felipe II, y a sus ministros,
para recomendar que se cuidara el tipo de gente que venía. Se necesitaban brazos para trabajar,
colonos activos y no los que arribaban, quienes pretendían convertirse en señores y dedicarse a
la holganza.
Para librar al virreinato del peligro que representaban estos migrantes, el segundo virrey, Luis de
Velasco (1550-1564), llegó a plantear la disyuntiva entre ocupar a muchos vagabundos,
organizando una nueva conquista en otra región, o detener la migración española.5 Los
“españoles ruines y facciosos” eran vistos con franco desagrado por la “sociedad respetable” de
la Nueva España, donde constituyeron un problema social de la mitad del siglo XVI y durante
todo el siglo XVII.
Entre las observaciones que fray Juan de Zumárraga, primer arzobispo de la Nueva España,
consignó antes de su muerte, ocurrida en 1548, le preocupaba que, en lugar de edificar a los
indígenas con buenas obras, muchos, con malos ejemplos los pervirtieran. 6
A pesar de las prohibiciones y la inspección de las naves próximas a zarpar, que efectuaban los
oficiales de la Casa de Contratación y los comisarios de la Inquisición, vagabundos, malvivientes
y prostitutas ingeniaban tretas para cruzar el Atlántico, ya fuera como polizones o mediante
10
arreglos con la tripulación. La migración de los pícaros españoles hacia América se explica en
gran medida por la decadencia de la agricultura y las actividades productivas en su tierra.7
Los peninsulares en la Nueva España, por tanto, estaban lejos de constituir una clase homogénea.
Simplemente habían traspuesto la estructura social española con sus mismas diferencias, por
mucho que los aventureros creyeran que la migración al nuevo continente iba a darles la
oportunidad de enriquecerse. A pesar de los riesgos que entrañaba cruzar el Atlántico en esas
condiciones, los atractivos eran ciertos: la aventura de internarse por territorios desconocidos
con la esperanza de vivir mejor valía la pena sobre el temor a ser deportados a Manila —otra
aventura más lejana— o de caer en prisión.
11
La organización social
Con la Audiencia, en 1528, llegó la burocracia formada, en principio, por peninsulares, mas hacia
el medio siglo, las primeras generaciones de criollos ya competían por los puestos públicos
menores.
Los salarios de los corregidores eran miserables, 200 a 300 pesos anuales; pero lo importante no
era el salario, sino el aprovechamiento de las influencias que otorgaba el cargo para buscar
enriquecimiento por medios obviamente fraudulentos. Los jueces estaban en una situación
semejante. A lo largo de los tres siglos de vida colonial tuvieron el mismo salario, sin
modificación a pesar del aumento de los precios. Su ganancia, sin embargo, no provenía del
salario, sino de la influencia del cargo y de un proceder abiertamente arbitrario, en el que
incurrían a sabiendas de que nadie se enfrentaría con ellos.8
Los puestos de mayor jerarquía civil y eclesiástica eran los de virrey y arzobispo, respectivamente.
Estos, sin discusión, eran asignados a españoles peninsulares. La tercera institución en orden de
importancia era la Audiencia de México, formada por seis y ocho oidores, algunos de cuyos
cargos eran los más altos a que un criollo podía aspirar. Esta aspiración, por cierto, fue satisfecha
en muy pocas ocasiones y siempre en una de las tres audiencias menores.
Era política de la Corona asignar en un puesto a alguien que no tuviera nexos con la región
donde se desempeñaba. Esta práctica en la Nueva España tenía su contrapeso con el
compadrazgo político o la posterior llegada de hermanos, hijos y demás descendientes del
designado, quien repartía los puestos bajo su control entre ellos.
A la llegada de los jesuitas, al frente del gobierno virreinal estaba don Martín Enríquez de
Almansa, cuarto virrey, a quien habían antecedido ocho gobiernos, a saber: Hernán Cortés,
capitán general de los conquistadores; tres audiencias gobernadoras, la primera encabezada por
un soldado cuya crueldad hizo famoso: Ñuño de Guzmán, la segunda, por el obispo Sebastián
Ramírez de Fuenleal, a quien siguieron don Antonio de Mendoza y don Luis de Velasco, los
primeros virreyes. Ambos gobernaron 29 de los 51 años transcurridos hasta entonces. Siguieron
una tercera Audiencia gobernadora, el marqués de Falces, tercer virrey; los pesquisidores, doctor
Luis Carrillo y licenciado Alonso Muñoz, quienes estuvieron un año a cargo del gobierno antes
de la llegada del virrey De Almansa, en 1568.9
Con todo y ser los representantes del rey de España, los virreyes no ejercían un poder absoluto,
ajeno a otras fuerzas reales. Durante varios decenios, los virreyes se enfrentaron a los antiguos
conquistadores, quienes habían sido los primeros detentadores del poder, y a los encomenderos,
sus descendientes. Hubo también rivalidades más o menos agudas con el clero, que llegaron a
causar fricciones y aún luchas violentas. Las órdenes religiosas, según las circunstancias, se
ponían del lado del virrey o del arzobispo. Finalmente, la burocracia y los diferentes estamentos
de la sociedad que jugaban un papel en la economía y en la política eran más o menos
considerables, según su número y la cohesión de las organizaciones que formaban para defender
sus intereses.
Hacia el séptimo decenio del siglo, el gobierno virreinal estaba suficientemente consolidado tras
dominar plenamente a los encomenderos. Estos se enriquecieron mediante el saqueo posterior
12
a la consumación de la Conquista y sentaron sus reales aprovechando la estructura tributaria de
la sociedad indígena que habían implantado los aztecas, situación que los llevó en último término
a someter a los pobladores de extensas zonas mediante la encomienda.
Cada encomienda obligaba a los indios a prestar trabajo esclavo en haciendas, minas, refinerías
de azúcar y más tarde, en centros artesanales como los textiles. El interés primordial de los
encomenderos era la extracción de los productos, cuya venta capitalizaban.
La actitud de las autoridades españolas hacia la esclavitud fue cambiante y contradictoria. Una
temporada la prohibían y otra la autorizaban, hasta que se perfiló un motivo claro de
enfrentamiento con los encomenderos: el tributo. Entonces se planteó en definitiva la
prohibición de la esclavitud y de la encomienda, para sustituirlas por el repartimiento.10
Hacia mediados del siglo XVI la población indígena corrió el riesgo de extinguirse por causa del
cocoliztli, pero además por la miseria en que la dejaban los tributos y los diezmos. Esta situación
indujo a fray Domingo de La Asunción a observar que “nunca en tiempos de la infidelidad
tuvieron tan excesivos tributos como ahora que son cristianos”.11 La gravedad de tanta
explotación fue tal que una cédula real, firmada en 1533, unificó en una sola tasación los tributos
del encomendero, el cacique indio, los gobernadores, justicias, alcaldes, clérigos, monasterios e
iglesias. De esta manera la institución del virreinato asumió la regulación de la economía y
consolidó su fuerza hegemónica.
Esta capacidad para regular la economía explica, en parte, el incremento de los envíos de fondos
a España. Durante el gobierno del virrey Martín Enríquez de Almansa (1568-1580), el valor de
la plata, oro y joyas enviadas a la Corona desde Nueva España fue semejante al de todos los años
anteriores juntos. El promedio del valor anual de los envíos, a partir de entonces, fue creciente,
en relación con los años anteriores: 797,190 pesos entre 1570 y 1580, y salvo un ligero descenso
en los tres años que gobernó el virrey, conde de la Coruña (1581-1583), el tributo en metales
preciosos de la Colonia mantuvo su tendencia a crecer hasta los primeros decenios del siguiente
siglo, en que la economía alcanzó la bonanza. El noveno virrey, conde de Monterrey, por
ejemplo, envió entre 1595 y 1601 un promedio anual de 1’36,794 pesos.12
La aristocracia de la Nueva España, por su parte, también estaba compuesta por diversos
elementos propensos a entrar en conflicto por sus intereses, opuestos entre sí, o en competencia
por los mismos privilegios.
Los parientes de nobles españoles solían llegar con el título para ocupar puestos en el gobierno
virreinal, ya fuera en la Ciudad de México o en las capitales de provincia.
Entre los peninsulares había muchos que dejaron mujeres e hijos en Castilla, y aunque hubo
presiones para obligarlos a ir por sus esposas, en la Nueva España vivían amancebados.
Conforme pasaban los años se fue acentuando la importancia de los mestizos, cuya
proporción iba en aumento y rebasó el número de criollos y de peninsulares juntos. Hacia 1540,
cuando la primera generación mestiza fue adulta y era inminente su participación en la vida
política, la Corona dio instrucciones de que no se permitiera ocupar cargos públicos a ningún
mestizo nacido ilegítimamente, a sabiendas de que tal era la situación de la gran mayoría.
La nobleza indígena fue un factor para extender la hegemonía del gobierno español mediante
la utilización de sus conocimientos, su capacidad de comunicación y su afán por ganar la
confianza de los españoles. Nobles y funcionarios menores indígenas representaban del 5 al 10
por ciento de la población india de México durante el siglo XVII, y fueron en declive conforme
13
el dominio español se consolidaba. Entre la población indígena se fue conformando también un
nuevo tipo, influido por la lengua y la cultura españolas, llamado «ladino» cuyos modelos de vida
y comportamiento eran los españoles y los mestizos.
14
Las deficiencias de la educación en la Nueva España
Existe un amplio consenso entre los historiadores para aseverar que en relación con la gran
empresa evangelizadora de la población indígena, los jesuitas llegaron tarde.
Esta obra, que constituyó la primera fase de la conquista espiritual de México (Ricard), la
realizaron los franciscanos, los agustinos y los dominicos. Los jesuitas fueron, en efecto, la cuarta
orden religiosa que llegó a la Nueva España. Los 12 primeros —y famosos— franciscos llegaron
tres años después de la Conquista, en 1524; los dominicos llegaron dos años más tarde, y los
agustinos, el 7 de junio de 1533.
Un serio problema de los primeros años de la Colonia fueron las deficiencias de la educación.
Instructores o pedagogos, propiamente, no había.
Los frailes de las tres órdenes que evangelizaron a los indios fueron los primeros que se
empeñaron en fundar escuelas de primeras letras, y en cuanto edificaban monasterios destinaban
aposentos a ese fin.
El Colegio Imperial de Santa Cruz en Tlatelolco, fundado en 1537, fue originalmente un modesto
colegio establecido por los franciscanos en su convento que en un principio reunió “poco menos
de cien niños mozuelos”, indígenas entre los diez y doce años, hijos de señores principales de
los mayores pueblos y provincias.13
Fue tan grande la demanda educativa de los r rimeros años que en julio de 1529 —antes que el
Colegio de Santiago Tlatelolco se instituyera normalmente como Colegio Imperial— el
Ayuntamiento hizo la merced de un sitio cercano a la Casa del Señor San Francisco para que
fuera residencia y sanatorio para “los muchachos curarles desta tierra”. Esta casa de recogimiento
de niños, como fue conocida, se convirtió al poco tiempo en el Colegio de San Juan de Letrán.14
Conforme la vida de los criollos en la Ciudad de México tendió a volverse familiar y fue
escarneciendo rutinas urbanas, se dejó sentir la necesidad de educación para las nuevas
generaciones. Resulta explicable que al mediar el siglo. coincidieran en reconocer esta necesidad
lo mismo las autoridades civiles que las eclesiásticas.
Un valor de esa época era juzgar impropio que trabajaran los hijos de conquistadores o de ricos
o comerciantes (lo mismo ocurría en Europa). Además, no sentían la necesidad de hacerlo,
considerando la costumbre de explotar la fuerza de trabajo indígena. Estos jóvenes pudieron
dedicarse a las letras desde 1553, en que se instituyó la Universidad. Pero como no había quien
enseñara a la niñez, por falta de buenas bases la juventud de la Nueva España acusaba una triste
impreparación, con dolor de los maestros y temor de los españoles cuerdos.15
15
La Compañía de Jesús
En más de un sentido vale decir que el origen de la orden jesuita estuvo en los campos de batalla
de España: la vocación inicial de Iñigo de Loyola fue la milicia.
El curso de su vida cambió el 20 de mayo de 1521, a sus treinta años, cuando el disparo de un
cañón francés en el sitio de Pamplona le hirió ambas piernas —la derecha, con una fractura
grave—. Es preciso imaginarlo durante la convalecencia de ese accidente, que estuvo a punto de
ser fatal, y ponderar su energía, porfiada en la lectura de la vida de Cristo y de un libro escrito
por un monje cisterciense que concebía el servicio a Dios como una profesión de caballería
sagrada, tesis que ejemplificaba con biografías de santos. Entonces Loyola revisó el sentido de
su vida, renunció a las armas y eligió la austeridad como penitencia por sus pecados anteriores,
porque se reconocía como un hombre sensual y orgulloso.16
Testimonian esta decisión sus Ejercicios espirituales, que comenzó a escribir en la Santa Cueva de
Manresa, en marzo de 1522. Al año siguiente inició una peregrinación cuyo destino fue la Tierra
Santa, donde intentó quedarse, sin conseguirlo.
Iñigo de Loyola volvió a España en 1524, resuelto a ser sacerdote. A este objetivo dedicó doce
años de estudio, no por pereza ni negligencia, sino porque tenía la convicción de que una
preparación concienzuda facilitaría las tareas que se proponía realizar. Estudió sucesivamente en
Alcalá y en Salamanca, donde sus ideas y su capacidad de liderazgo agruparon discípulos. En
ambos lugares enfrentó acusaciones y padeció encarcelamientos por ese motivo. Para concluir
su carrera llegó a París el 2 de febrero de 1528. Allí también se formó un grupo en torno a él,
pero procedió con mayor prudencia.17
Las costumbres que por entonces difundían las doctrinas protestantes recién surgidas de la
Reforma y las noticias del relajamiento de la fe causaron tal efecto en un hombre religioso y
disciplinado como Iñigo de Loyola que probablemente colmaron el contraste intolerable entre
su devoción y las manifestaciones de desobediencia al Papa. En París, las evidencias de la
indisciplina, la corrupción del clero y las interpretaciones aberrantes de las Sagradas Escrituras
fueron decisivas para que concibiera una orden religiosa integrada por clérigos regulares. Los
primeros pasos hacia ese fin los dio el 15 de agosto de 1534, en que condujo al grupo de siete
compañeros que entonces tenia hacia las cercanías de Montmartre, donde por su cuenta hicieron
votos de pobreza, castidad y obediencia. De esta manera, trece años después de su retiro militar,
Iñigo de Loyola instituyó la milicia del espíritu: ése fue el grupo fundador de la Compañía de
Jesús.18
Los integrantes de la naciente Compañía se trasladaron posteriormente a Venecia, donde fueron
ordenados sacerdotes el 24 de junio de 1537, entre sus primeras tareas se dedicaron a formular
el plan de la orden.
El principio cardinal que establecieron fue la obediencia al Papa; su objetivo, encabezar al
catolicismo para oponerse a la expansión reformista protestante por medio de la prédica, las
misiones y la enseñanza de materias teológicas. En los primeros planteamientos no fue
considerada la actividad educativa que a la postre se convertiría en la aportación capital de la
Compañía a la Reforma Católica.
16
La Orden se fundó con la solidez piramidal de las organizaciones verticales. A la cabeza
propusieron un jefe, llamado «Prepósito General», cuya designación, como la del sumo pontífice,
fuera vitalicia.19
La estructura jerárquica constaría de cuatro grados: en la base, los novicios; enseguida los
coadjutores temporales, quienes harían votos simples; luego los coadjutores espirituales cuyos
votos para alcanzar este grado serían perpetuos, y finalmente los profesos, quienes formularían
un voto especial de obediencia al Romano Pontífice en materia de misiones. Esta organización
quedaría coronada con la potestad legislativa plena de la Congregación General.20
En 1540 Paulo III aprobó el plan de la Orden y le otorgó reconocimiento. Ignacio de Loyola
fue escogido como general.
En las Constituciones de la Compañía de Jesús, Ignacio de Loyola plasmó su concepción del
ejército al servicio del Señor: “como los que han de hallarse en la milicia temporal, si son buenos
soldados, procurarán ejercitarse y hacerse diestros en las armas que han de usar, así los que
pretenden servir a Cristo Nuestro Señor, en la milicia espiritual en esta Compañía, deben,
acabando el estudio especulativo en los colegios (si antes no lo han hecho) comenzar a hacerse
a las armas espirituales, de que suele aprovechar la Compañía para ayudar a los prójimos a bien
vivir y bien morir, a mayor gloria de Dios”.21
Para cumplir esta finalidad era “necesaria doctrina y modo de proponerla” por tanto, “después
de que se viere en ellos (los padres de la Compañía) el fundamento debido de la abnegación de
sí mismos... será de procurarse el edificio de las letras, y el modo de usar de ellas”.22 Y como “los
hombres letrados no van a querer entrar (en la Compañía) por los grandes trabajos y por mucha
abnegación que de sí mismos ésta requiere”, como recurso alternativo propuso “admitir
mancebos que diesen esperanzas de ser juntamente virtuosos y doctos”23 y darles preparación
profunda “para ayudar más a conocer y servir a Dios”24
Formuló, además, un claro programa de estudios: “Letras de Humanidad, Lógica, Filosofía
natural y moral, Metafísica y Teología escolástica y la Sagrada Escritura. ...y si sobrase tiempo,
algo positivo: conciliar decretos, doctores santos y otras cosas morales, que para ayudar al
prójimo son muy necesarias”.25
La significación que la Orden adquirió a menos de diez años de su fundación se explica en el
contexto de los acontecimientos que repercutieron entonces en la conciencia de la civilización
occidental; los cismas religiosos del movimiento de Reforma; la lucha del Emperador contra los
protestantes; la sorprendente ampliación de horizontes del mundo conocido, conforme
avanzaban las exploraciones y descubrimientos, y desde luego, sus propios méritos en el campo
de la educación, que convenían a las corrientes del pensamiento religioso y a las políticas del
Papa y de Carlos V.
Sin embargo, el papel más relevante de la Compañía estaba por surgir: en 1545 los obispos de
toda la cristiandad se reunieron en el 19 Concilio Ecuménico, convocado en la ciudad de Trento.
Los jesuitas fueron invitados a asistir y el prepósito general, Ignacio de Loyola, sabía el objetivo
de esta participación, según lo comunicó a la comisión designada: “A mayor gloria de Dios... lo
que principalmente en esta jornada de Trento se pretende por nosotros, procurando estar juntos
en alguna honesta parte es predicar, confesar y leer, enseñando a muchachos, dando ejercicios,
visitando hospitales, exhortando prójimos...”26
17
Y efectivamente, en el Concilio Tridentino, en respuesta al interés por reforzar a la Iglesia
Romana en el combate a la Reforma Protestante, la Compañía contrajo la obligación de fundar
colegios y educar.
Ignacio de Loyola y la Compañía de Jesús condujeron un disciplinado movimiento educativo
cuyo rigor obtuvo en el campo de la educación el más significativo desarrollo de los que
promovió la Reforma Católica.
El enfoque educativo de los jesuitas consistió en buscar la formación integral del hombre —
mente, cuerpo y espíritu— bajo el control de la fe y de la Iglesia.
Se esforzaron, además, por ajustar los métodos y contenidos de la educación cristiana a la
securalizada cultura occidental.
Con este fin desarrollaron un sistema educativo religioso y secular sin precedente en la historia
cristiana.
A partir de entonces, la iglesia, por su cuenta, estableció una extensa red de centros de enseñanza
orientada ideológicamente por las encíclicas papales y empeñada en asegurar la fidelidad de su
feligresía.
Cinco años después que recibieron el reconocimiento papal, los jesuitas comenzaron a destacarse
en España por la calidad de su docencia. Esta fama trascendió a América magnificada por el
contraste con las carencias que los peninsulares resentían de instituciones de enseñanza para los
jóvenes criollos, a quienes veían entregarse al ocio y disfrute de las riquezas paternas, sin ningún
estímulo para el estudio.
Las inquietudes por conseguir medios para educar a la juventud novohispana se expresaron en
diversas gestiones. En 1547 un grupo de personas prominentes encabezadas por el virrey, don
Antonio de Mendoza; el inquisidor mayor, don Pedro Moya de Contreras; don Vasco de
Quiroga, los miembros de la Audiencia y don Alonso de Villaseca, el hombre más rico de la
Colonia durante el siglo XVI, solicitaron a Carlos V el envío de padres jesuitas.27
Por otra parte, el propio Virrey, el Ayuntamiento de la Ciudad de México y el obispo, fray Juan
de Zumárraga, solicitaron el establecimiento de una universidad como la de Salamanca. Esta
solicitud fue atendida primero.
Tocó al príncipe don Felipe —quien cinco años más tarde sería Felipe II— expedir la Real
Cédula del 21 de septiembre de 1551 para que “se fundase un Estudio e Universidad de todas
las ciencias, donde los naturales y los hijos de españoles fueren industriados en las cosas de
Nuestra Santa Fe Católica y en las demás facultades...”28
De esta manera, la primera cátedra de la Universidad se impartió el 5 de junio de 1553. El interés
de las colonias españolas en América por ampliar sus instituciones educativas coincidió con la
expansión misionera. Hacia 1559, en México había 380 franciscanos, 210 dominicos y 212
agustinos. De España salían hacia las colonias 110 religiosos por año, en promedio, pero hubo
algunos en que salieron cinco veces más como en 1572.29
En 1566 el Consejo de Indias autorizó el establecimiento de los jesuitas en América y en 1568
fundaron su primera casa en Lima, desde donde comenzaron a desplazarse hacia Quito, por el
norte, y Tucumán y Chile, por el sur.30
18
Es probable que la fama de estas misiones haya trascendido a la Nueva España para reforzar una
corriente de insistencia hacia Felipe II, en solicitud de educadores. En 1563, un franciscano, el
obispo de Yucatán, fray Francisco del Toral habló de la necesidad de que vinieran los padres de
la Compañía a educar; un planteamiento análogo hicieron el licenciado Jerónimo de Valderrama,
segundo visitador general, cuyos poderes de visita incluían la Universidad, y don Martín Cortés,
segundo Marqués del Valle, ex-novicio de Francisco de Borja y a la sazón, futuro jefe del connato
de conspiración de los encomenderos. En 1567, desde Michoacán despachó una solicitud
semejante el padre agustino Diego Chávez, y finalmente, don Alonso de Villaseca no sólo reiteró
su solicitud de dos decenios atrás; mandó dos mil ducados para sufragar el viaje.
Estas evidencias de interés sintieron efecto en el ánimo del rey don Felipe II, así como las cartas
que en 1571 le escribieron el virrey del Perú y la Audiencia de Lima, para reconocer “de cuánto
fruto fuesen los trabajos de los de la Compañía de Jesús para todo género de gentes y estados de
personas”.
Estas apreciaciones las conoció cuando ya había autorizado la presencia de los jesuitas en la
Nueva España.
Por instancias de Francisco de Borja, más tarde santificado y entonces tercer general de la
Compañía de Jesús, el Rey expidió la cédula donde pedía que atendiesen la solicitud de la Nueva
España. Esta cédula real coincidió con una antigua recomendación que Ignacio de Loyola había
escrito desde Roma a los padres Estrada y Torres: “Al México inbíen, si le parece, haziendo que
sean pedidos, o sin serlo”.31
19
Viaje y arribo a la Nueva España
En 1570, Francisco de Borja asignó trece jesuitas a la primera misión destinada a la Nueva
España. Como primer provincial nombró al doctor en Teología, Pedro Sánchez, quien había
sido rector del Colegio de la Compañía en Salamanca, catedrático de Filosofía y rector de la
Universidad de Alcalá de Henares, donde obtuvo su doctorado.
Una Relación breve de la venida de los jesuitas que se atribuye al padre Pedro Díaz informa que “señaló
nuestro padre (Francisco de Borja) otros doce compañeros, a los cuales todos mandó el Rey, por
sus provisiones, se les diese todo lo necesario para el viaje...”32
Felipe II firmó una “cédula de grande estimación”, expresión que hoy llamaríamos carta de
presentación, o de recomendación, dirigida al virrey don Martín Enríquez de Almansa, cuyo
texto medular es el siguiente:
Sabéis, pues, cómo Nos tenemos gran devoción a la Compañía de Jesús, y a esta causa, y por grande estima que
de la vida ejemplar y santas costumbres de sus religiosos tenemos, habernos determinado enviar algunos escogidos
varones de ella a nuestras Indias Occidentales, porque esperamos que su doctrina y ejemplo haya de ser de gran
fruto para nuestros súbditos y vasallos, y que hayan de ayudar grandemente a la instrucción y conversión de los
Indios. Por lo cual de presente os enviamos y encomendamos encarecidamente al Padre Doctor Pedro Sánchez,
provincial, y a otros doce compañeros suyos de la dicha Compañía, que van a echar los primeros fundamentos de
su religión en esos nuestros reinos.33
Aunque originalmente fueron designados trece, hicieron el viaje quince jesuitas: el padre doctor
Pedro Sánchez, primer provincial en la Nueva España; los padres Francisco Bazán, Diego López,
Diego López de Meza, Pedro López de la Parra y Hernando Suárez de la Cámara; los estudiantes
teólogos Juan Curiel, Juan Sánchez Baquero y Pedro de Mercado —hijo de un conquistador y
originario de la Nueva España—, y los coadjutores temporales, teólogos Martín González,
Bartolomé Larios, Martín de Motilla y Lope Navarro.34
La propia Relación anónima relata que una vez que contó con la cédula real, el P. doctor Sánchez
dispuso la salida del grupo rumbo a Sevilla, más a
pesar de la premura no alcanzaron la flota en que se proponían embarcar. Este retraso fue
considerado como providencia celestial “para que los nuestros no perecieran con los muchos
que aquel año —1571— se perdieron en la mar”.35
De esta manera la salida se aplazó hasta el año siguiente. La espera sirvió “para que convaleciesen
los más de ellos, que por ocasión de la priesa y calores enfermaron peligrosamente”, así como
“para que las cosas de esta Provincia (de Nueva España) quedasen mejoradas”36 y Francisco de
Borja acrecentara hasta quince el número de operarios de la misión.
Finalmente partieron el 13 de junio de 1572 de Sanlúcar de Barrameda, puerto de pescadores
situado a las orillas del estuario del río de Sevilla. Iban repartidos en las carabelas capitana y
almiranta de la flota. Desde la misma embarcación los jesuitas comenzaron a ejercer su ministerio
e impartir la confesión y la comunión. En las Canarias, ocho días después, los viajeros de las
otras dos naves que componían la flota los instaron a repartirse entre las cuatro naves para que
predicaran y condujeran semejantes ejercicios espirituales. En la escala de las Canarias
20
habitualmente la flota se abastecía de agua, pan, carne salada y vino. Allí abordaban también
pasajeros de última hora y el comercio de contrabando.
La descripción de lo que seguía en uno de esos viajes la sintetiza admirablemente Georges
Baudot: “Después, por casi cinco mil kilómetros, durante más de treinta días, era el océano
inmenso, el cielo y el mar casi confundidos y una espera que no transcurría sin angustias. La vida
a bordo de los galeones o de las carabelas es fácil de imaginar y todos los testimonios concuerdan
en la descripción de su monotonía y a la vez de sus tensiones; comidas insípidas, una agobiante
promiscuidad en todo momento, la inseguridad omnipresente, interminables rezos y otras
muestras de piedad más espectaculares, en suma, el tedio, el miedo y la espera reunidos en una
superficie restringida, rechinante y agitada que trazaba una ruta interminable sobre un mundo
líquido uniforme”.37
En la flota donde los jesuitas viajaron “hizose gran fruto en la extirpación de juramentos, juegos,
enemistades y otros vicios tales comunes entre soldados”.38
Desembarcaron en San Juan de Ulúa el 19 de septiembre, donde los esperaba una inusitada
recepción, debida a una fama de la cual se sorprendieron. El P. provincial predicó en el templo
mayor de Veracruz y fue sujeto de tales alabanzas que la mejor fórmula para librarse de ellas fue
apurar el viaje hacia Puebla, y aún así, se vio obligado a rechazar un ofrecimiento de caballos que
estimó excesivo.
“Sobremanera cansados por las lluvias y el sol , el 21 de septiembre llegaron a Puebla, donde
fueron repartidos en varios monasterios para oír y decir misa, pero don Fernando Pacheco,
arcediano del templo de Tlaxcala persuadió al P. Pedro Sánchez de que se hospedaran en su casa.
Don Fernando Pacheco quintaesenció la estima predispuesta en favor de los jesuitas: dispuso
una bienvenida que significó preparar una casa, mandada construir especialmente para ellos; hizo
inscribir en el frontispicio de la portada el lema JUSTI INTRABUNT PER EAM (Los justos entrarán
por ella); pretendió lavar los pies a los de la Compañía “con tanta fuerza de razones que fue
menester mucho para hacerle desistir de su determinación”; dio grandes muestras de alegría por
ver cumplido el anhelado día del hospedaje; insistió en que algún padre se quedara allí, en un
ofrecimiento que de momento declinaron, pero que más adelante aceptaron para fundar un
colegio, y contribuyó al aparato de la recepción, propiciando un “concurso público de hombres
y mujeres que nos venían a dar la bienvenida tan frecuentemente y a todas horas que ya parecían
extremo de gusto de vernos en su tierra”.39
Estas manifestaciones hicieron que unos jesuitas quedaran espantados “y los demás de buen
entendimiento edificados y agradados” de eludirlas. En la madrugada del 27 de septiembre
emprendieron la penúltima jomada.
Su primera visión del Valle de México fue desde el lugar hoy llamado Paso de Cortés, en medio
de los volcanes, de donde descendieron para embarcarse en Ayotzingo. Para no ser sentidos y
evitar otro recibimiento mundano, desembarcaron de noche en la Ciudad de México y se
hospedaron “con recato y silencio”. A consecuencia de los trastornos del viaje todos enfermaron.
Durante los primeros días en la capital del virreinato los jesuitas recibieron bienvenidas y elogios
por su modestia y proceder. Los visitaron el Virrey, el Inquisidor, los jefes del regimiento y de
las diferentes órdenes religiosas, quienes entraron en franca competencia para ofrecerles
hospedaje y halagos. Los jesuitas estuvieron precedidos por un prestigio que había sido
acrecentado por todos los medios, el púlpito entre ellos. En la tarea de encomiarlos como forma
21
de preparar su llegada y de venerarlos después que estuvieron allí descolló el padre agustino
Melchor de los Reyes, quien estimuló de tal manera el ánimo popular que ...cuando ya nos vio,
no se podían oír las exageraciones que usaban, llamándonos reformadores del mundo,
renovadores del espíritu religioso, en quienes reconocían a la guarda puntual y observante de la
vida eremítica y monacal, renuevos de la Viña del Señor, sobre quien(es) descendía el riego
temprano y tardío de sus gracias”.40
Independientemente de los efectos que tales alabanzas hayan producido en el ánimo de los recién
llegados, lo cierto fue que no los distrajeron para poner manos a la obra que se proponían realizar.
Tras despedir los restos mortales del P. Francisco Bazán, quien murió el 28 de octubre, al mes
exacto de la llegada a la ciudad, los catorce supervivientes se dedicaron a la búsqueda y obtención
de los predios para efectuar la fundación de colegios.
Este asunto de auxiliarlos a establecerse concernía en buena parte al Virrey, a quien Felipe II
ordenaba en la cédula-carta de presentación que portaron los jesuitas:
Siendo, pues, nuestra resolución ayudarles en todo, os mando que, habiendo de ser esta obra para servicio
de Dios y exaltación de su Santa Fe Católica, que luego que los dichos religiosos llegaren a esa tierra los
recibáis bien, y con amor, y les déis y hagáis dar todo el valor y ayuda que viéredes convenir para la
fundación de la dicha religión; porque mediante lo dicho hagan el fruto que esperamos. Y para que mejor
lo sepan hacer, vos los advertiréis de lo que os pareciere, como persona que entiende las cosas de esa tierra,
señalándoles sitios y puestos donde puedan hacer casas e iglesias a propósito.41
Cuando el Virrey asistió a darles la bienvenida, relata la Relación breve..., “nos prometió su Señoría
de no dejar piedra por mover, ni pensamiento acordado por ejecutar, ni diligencia que le
pareciese a propósito para el acrecentamiento de nuestra Compañía”.42
Por esos días había casas disponibles que lindaban con el ayuntamiento, pero el Virrey,
aduciendo órdenes de su Majestad, el 20 de octubre mandó al Cabildo de la Ciudad que las
pusiera en venta en vez de entregárselas a los jesuitas.43
Ignoramos si las promesas de don Martín Enríquez de Almansa eran falsas o si se cuidó de no
herir la susceptibilidad de los dominicos y agustinos con una actitud de preferencia a los recién
llegados que contrastara con la reconvención que debieron recibir ese mismo día. En efecto, el
tesorero alcaide propuso amonestar a estos religiosos por su desobediencia a una disposición
real, según la cual las dos órdenes no debían tener más bienes propios que los necesarios para el
sustento de sus casas, pues tuvo noticias “que los dichos religiosos, sin guardar esta orden, van
comprando en mucha cantidad, lo cual es daño de la república”.44
No sólo había casas vacantes; también solares despoblados cuyos propietarios fueron
conminados a cercarlos, so pena de perderlos. La propia ciudad tenía uno bastante céntrico, en
la calle de San Francisco (hoy Madero), que también debió cercarse “conforme a lo proveído”.
Los jesuitas predicaban exhortando a los vecinos a contribuir en la empresa de fundar colegios.
Para hacer posible la tarea que los había traído se dirigían preferentemente a los ricos sin
herederos, para que juntos o cada uno por su cuenta sostuviesen becas. En respuesta a las
prédicas, los vecinos que tantas expectativas cifraron en la Compañía, empezaron a entregar
donaciones.
La primera aportación significativa que recibieron provino de don Alonso de Villaseca, quien
hacía un lustro había enviado dinero para sufragar su viaje. Les donó cinco solares en un sitio
22
que había sido paradero de las recuas procedentes de Veracruz. El generoso minero y
comerciante entregó esos predios, cuyo valor aproximado era de 2,500 pesos, en noviembre o
diciembre de 1572 y los escrituró el día de Reyes del año siguiente, 6 de enero de 1573.45
Ese terreno fue un verdadero sitio de fundación para los jesuitas. Durante el resto del siglo sirvió,
por lo menos, para cinco finalidades. Allí estuvo la residencia del Provincial de la Orden hasta
1592 en que se fundó la casa profesa; fue la primera casa de novicios, júniores y tercerones
(tercera probación); fue también centro de ministros, de congregaciones, misiones y doctrinas
del primitivo templo para españoles e indios.46
Inicialmente establecieron un jacal con gran incomodidad. Para efectuar sus oficios tuvieron que
instalar el Santísimo Sacramento debajo de una escalera. “En esa habitación —informan los
apuntes anónimos de otro jesuita historiador— formaron un oratorio y en una noche colocaron
una campana para llamar a la asistencia de su predicación y demás ministerios; como se verificó
en los numerosos concursos que se siguieron a esta novedad, divulgándose la fama por todo el
reino y siendo incapaz el oratorio dicho para la asistencia de los que frecuentaban a oír a los
regulares y asistir a sus ejercicios y sus misas”.47
En referencia directa a los indígenas que se acercaban al llamado de la campana, la Relación breve...
asienta que “al principio no era posible atender a estos pobrecitos que de todas partes venían a
nos ver y saludar... solamente nos les podíamos mostrar agradables por medio de intérpretes y
deseosos de aprender su lengua para les ayudar”.48
Efectivamente, los jesuitas se valieron de intérpretes en sus primeros tratos con los indígenas; al
poco tiempo se internaron en las comunidades para aprender a hablar el náhuatl y el otomí, y
unos años después fue prácticamente una obligación para todo operario de la Compañía
aprender una lengua indígena que lo capacitara para cumplir su misión.
En un principio, al impartir oficios no establecían distingos entre indígenas, hijos de españoles y
la llamada —gente ruda— (negros, criados, etc.); convocaban constantemente a todos por igual
a la doctrina “para que aprendiesen a ser cristianos” y a la confesión, “que estaba en esta tierra
poco usada y mal recibida, pareciendo doctrina peligrosa el confesar y comulgar a menudo”.49
En los albores del siguiente siglo las cosas habrían de cambiar: el nuevo templo de San Pedro y
San Pablo fue para los españoles y el templo y colegio de San Gregorio, para los indios.
La culminación de lo que se puede considerar la primera fase del establecimiento de instituciones
religiosas de los jesuitas en la Ciudad de México y sus inmediaciones está narrada por el mismo
historiador anónimo que refirió la instalación del primer oratorio:
Vino después de haber pasado un año don Antonio Cortés, cacique y señor de Tacuba, en nombre de su
nación a estar con el P. Pedro Sánchez, fundador y primer provincial de su religión en este reino para
ofrecerle construir una iglesia de tres naves, capaz en que se ejerciesen sus ministerios, y admitida esta oferta
por dicho padre trazaron un cuerpo de iglesia con 150 pies en cuadro y empezaron a trabajarla abriendo
sus cimientos. En cuya obra se dice que trabajaban diariamente más de tres mil indios y que concluida a
fines de abril del año siguiente del 74 la fábrica, la cubrieron con paja y por eso se le dio el nombre de
Jacalteopan en el mismo lugar donde hoy está la Iglesia del Colegio seminario a quien se dio después.
A la dedicación de esta iglesia asistió el Excmo. Virrey Martín Enríquez (a quien habían venido
recomendados del señor Felipe II), la real Audiencia, el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral, el de la
Nobilísima Ciudad, las sagradas religiones de San Francisco, Santo Domingo y San Agustín, la nobleza
y los indios de las comarcas convidados por el cacique de Tacuba. En esta Iglesia ejercitaron sus ministerios
23
los regulares, hasta que fueron extendiendo su Colegio Máximo con las limosnas de Don Alonso de
Villaseca y otros bienhechores, y entonces destinaron su primer templo, llamado en mexicano Jacalteopan,
para la educación y crianza de los hijos de los indios de Tacuba y demás comarcanos de México, en
reconocimiento de la liberalidad de su cacique, don Antonio Cortés.50
Los padres de la Compañía alternaban las diligencias para ampliar sus establecimientos, la prédica
y los servicios propiamente religiosos con la enseñanza. La primera gran oportunidad para darse
a conocer en la ciudad fue la cuaresma de 1573, en que se dirigieron a la población desde los
pulpitos de otros templos célebres. El provincial, doctor Sánchez, habló a la gente desde
Catedral.
La tarea propiamente educativa de los jesuitas en la Nueva España comenzó a menos de tres
meses de llegada, el 12 de diciembre de 1572, cuando rondaron su primer colegio, con la
pretensión de convertirlo en poco tiempo en el máximo.
Un colegio máximo, según Clementina Díaz y de Ovando, era “indispensable en toda provincia
de la Compañía... como la matriz de los demás colegios; el centro educacional por excelencia”.51
Era el colegio más importante de la Compañía porque podía conferir, con el permiso papal,
grados teológicos análogos a los que otorgaban las universidades pontificias.
En México se le llamó indistintamente Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, Colegio Máximo de
México, Colegio de México o Colegio de San Pedro y San Pablo. Fue una especie de universidad jesuítica
donde se formaban maestros de la Compañía y en cuyas aulas se admitían también gratuitamente
estudiantes seglares.
Fue “lo que pudiera llamarse —al decir del historiador jesuita Gerardo Decorme— Escuela
Normal de Profesores y Maestros de la Compañía; filtro intelectual de ministros de donde irradiaron
jesuitas a través de toda la Nueva España.52 El Provincial de la Orden designó al P. Diego López
como primer rector.
Aunque comenzara a funcionar en condiciones precarias e impartiera conocimientos elementales
para alumnos que nunca antes habían tenido instrucción formal, la existencia del Colegio
Máximo ñas el prestigio que precedió a los jesuitas multiplicaron las solicitudes para que abrieran
escuelas. Con todo y que trabajaban intensamente, natas solicitudes rebasaban las posibilidades
de un romero relativamente reducido de operarios, pero la estrategia que llevaron a la práctica
para solventar esta escasez fue solicitar más profesores a Roma y formar jóvenes que se
encargaran de multiplicar su capacidad docente.
Por lo pronto muchas gestiones quedaron sin educación, lo mismo por falta de maestros que
por una prohibición del Prepósito General, a quien le pareció prudente que no dieran la
impresión de abarcar demasiado.
Con el afán de facilitar a los jesuitas la impartición de enseñanza, los novohispanos les ofrecieron
apoyo de diversa índole, pero la Orden procedía selectivamente. Entre las proposiciones que
rehusaron estuvo una que les formuló el arzobispo Moya de Contreras, quien consideró
oportuno que la Compañía se hiciera cargo del Colegio de San Juan de Letrán. El Provincial no
aceptó arguyendo que esta incorporación contravenía las costumbres de la Orden. Varios años
después —1585— el Prepósito General, desde Roma, emitió una indicación en el mismo
sentido: la provincia debía evitar compromisos en empresas ligadas a sacerdotes seculares no
jesuitas, considerando que carecían del celo espiritual y la disciplina intelectual, esenciales para la
buena formación de los estudiantes.
24
Este proceder fue una constante de los jesuitas, quienes mostraron independencia de criterio,
superioridad y autosuficiencia intelectual. Se condujeron con la idea de que solamente los
formados en la disciplina jesuítica eran capaces de desempeñar de manera apropiada la tarea
educativa. Más aún, tenían la convicción de que su misión como orden dependía del éxito o
fracaso de la evangelización en estas tierras, y a su vez, esta tarea dependía de la eficacia de sus
colegios en el adiestramiento de sacerdotes.
Hacia el mes de abril de 1573 las prédicas y exhortaciones de los padres de la Compañía ya habían
conquistado el favor de vecinos devotos, quienes les compraron un solar cultivado.
Considerando que era un lugar propio “para edificar y hacer una casa y una huerta donde los
enfermos e indispuestos de la dicha orden pudieran ir a convalecer y tomar algo de recreación”
para volver “con mayor hervor a ...las obras de caridad y espirituales”,53 el 20 del mismo mes, el
doctor Pedro Sánchez solicitó al Ayuntamiento de la Ciudad la merced de un predio adyacente
para ampliar el del regalo. El ayuntamiento buscó donde hacer la merced “con menos perjuizio
de los exidos”,54 pero acordó que en lo sucesivo no se diera ningún otro sitio cercano a la huerta
de la Compañía, en previsión de ampliaciones que afectaran más ejidos.
El 15 de agosto de 1573 el Provincial obtuvo la licencia de fundación del Colegio Máximo en la
Nueva España y el 1o de noviembre iniciaron estudios ocho colegiales. Al mismo tiempo que
firmó la licencia, el Virrey autorizó la formación de un patronato que creó ocho becas. Los
patronos fueron personas prominentes y los colegiales, casi todos hijos de patronos, a excepción
del sobrino de uno, Agustín Cano, quien llegó a ser un ilustre jesuita.
Las Facultades Menores, primeros estudios propios de un colegio máximo, se pusieron en
marcha el 8 de octubre de 1574, cuando esta institución funcionaba todavía en sus instalaciones
primitivas. Uno de los primeros catedráticos de estas materias fue el P. Juan Sánchez Baquero,
cofundador de la Compañía, quien más tarde intervino también en las obras del canal de desagüe
de la Ciudad.
A partir del establecimiento de las Facultades Menores, el sitio de fundación jesuita fue, además,
residencia ordinaria de profesores, así como de teólogos y filósofos, hasta 1625, cuando estos
últimos se trasladaron a Puebla. La instalación de este noviciado —grado académico modesto
en comparación con los que impartirían mas tarde fue una forma de impulsar el proyecto de
erigir un edificio digno del Colegio, y con esta finalidad mantuvieron una campaña para obtener
contribuciones.
En medio de este clima y aprovechando otro predio que recibieron en donación, el 29 de enero
de 1575 fundaron un segundo colegio, el de San Gregorio, prácticamente al lado del Colegio de
San Pedro y San Pablo. Esta nueva institución educativa aumentó al mismo tiempo la capacidad
de matricular alumnos y el estímulo para contribuir a la causa educativa entre los vecinos de la
ciudad. De esta manera comenzó un doble proceso de consolidación de los jesuitas: el
reconocimiento social como educadores y el incremento de su patrimonio.
Para los padres jesuitas que permanecieron en la Ciudad de México y sus inmediaciones, la
actividad misionera, evangelizadora, dejó de ser la tarea principal; centraron su esfuerzo en la
educación con el propósito de formar un clero indígena; posteriormente dirigieron la atención
educativa a los colegiales en edad de recibir lo que hoy llamaríamos enseñanza media, anterior al
seminario, “donde espiritual e intelectualmente podían formar a los jóvenes estudiantes a su
propia imagen”.55
25
El segundo proceso se debió, en primer término, a las donaciones que recibieron, y después, a
sus inversiones en bienes raíces. Según lo sintetiza Chevalier: “los elevados principios de la
Sociedad (de Jesús) y la innegable superioridad de su sistema educativo le hicieron ganar
poderosos amigos entre la nobleza y los ricos mineros y comerciantes criollos y españoles, cuyos
hijos asistían a sus escuelas. Veinte a treinta años después de la llegada de los jesuitas, pocas
voluntades habían sido conquistadas que no los abastecieran generosamente; sus novicios eran
reclutados entre las familias mas acaudaladas, e innumerables donaciones y regalos de gran
magnitud les proporcionaban considerables sumas de dinero .56
El labrador Llorente López regaló a la Compañía una hacienda que el doctor Sánchez llamó
“Jesús del Monte”. En este lugar había un bosque que sirvió como centro vacacional para
colegiales y como proveedor de madera para la construcción del edificio del Colegio Máximo.
Melchor de Chávez donó un horno de cal; el virrey Enríquez de Almansa, una cantera y don
Alonso de Villaseca, varios documentos cobrables por la suma de veinte mil pesos.
Posteriormente la Compañía habría de recibir otras donaciones de este minero y comerciante,
quien, según cálculos de un sobrino suyo, llegó a aportarle más de 230,000 pesos.57
Por otra parte, en ese mismo año reforzaron la planta docente de los dos colegios con cuatro jesuitas que
llegaron de España y un maestro de latín que trajo consigo el P. Antonio Sedeño, a su regreso de un viaje
que hizo a Florida y a La Habana.
En el mes de junio de 1575, el doctor Sánchez y Gerónimo López Ponce, administrador de los colegios
Máximo y de San Gregorio, solicitaron al Ayuntamiento la merced de sendas extensiones de tierra,
adyacentes a ambos colegios, para instalar huertas.58
La argumentación para fundamentar este “pedimento y suplicación” revela un aspecto de la
concepción que los jesuitas tenían de la enseñanza —concepción notablemente avanzada para su
tiempo—: “...y la utilidad que se sigue a los colegiales, hijos de esta república, para su recreación, es de
gran importancia, y tanta que no tiene comparación a otro aprovechamiento alguno” (de esos predios).59
Recibieron la merced que solicitaron en agosto del mismo año. Gracias a los numerosos predios que
obtuvieron de los vecinos de la Ciudad, los siguientes colegios que fundaron fueron los de San Bernardo
y San Miguel, el 28 de noviembre de 1576.
Sin embargo, estas contribuciones no eran las adecuadas para cubrir el costo de la obra del Colegio
Máximo, “fábrica la más suntuosa y capaz que hubo entonces en México”,60 al decir del P. Alegre.
Tampoco eran suficientes para financiar el funcionamiento del Colegio y del noviciado, y en esta agónica
empresa concluyeron aquel año y continuaron el siguiente.
El 17 de agosto de 1576 los jesuitas llevaron a la práctica otro recurso para aumentar su valía e incrementar
las contribuciones: el P. Vicencio se presentó en el Ayuntamiento y a nombre del Provincial de la Orden,
refirió que tenían fundados dos colegios “donde se leía y daba estudio a todas las personas que lo querían
ir a oír, y que de éstos iban en mucho número y tenían en ello muchos hijos de esta república que
industriaban y doctrinaban”; dijo, además “que dos veces al año se harían actos públicos donde ...los
estudiantes se animaban a estudiar cosas buenas y santas para procurar con roda virtud irse mejorando
en su estudio y letras, y para los animar más a ello se les ponían premios de breviarios y otros libros a
ellos competentes. Y la dicha Compañía, en los que hasta aquí se habían hecho, ayudado con lo que para
ello había podido, como se había visto...”
“Y que como constaba claro, ellos eran pobres y tenían necesidad y leían sin premio alguno. Y pues es
justo que tan buenos principios vayan en crecimiento y aumento porque más se animen los dichos
colegiales...”
26
En seguida formuló la súplica en nombre del Padre Provincial: “...que esta Ciudad, como madre de esta
república sea servido ayudar... a dichos colegios y estudiantes con algunas cosas y libros de virtud que
sean anexos a su estudio.”61
La petición fue tan insólita para el Ayuntamiento que enviaron al escribano a solicitar antecedentes Id
caso “y de la orden que acerca de ello se tiene en los reinos de España”.62
De esta forma el Ayuntamiento se enteró de los métodos de enseñanza de los jesuitas, cuya eficacia los
había hecho famosos: Los maestros exponían un tema mediante el método silogístico; después
preguntaban a los alumnos, quienes contestaban verbalmente o por escrito. Posteriormente los alumnos
argüían en el patio, es decir, discutían el tema en repeticiones libres que reforzaban el aprendizaje. La
semana concluía con una repetición general de los temas aprendidos, llamada sabatina.
Esta práctica constante hacia innecesarios los exámenes parciales. Los jesuitas consideraban que sólo
servían para atormentar a los colegiales. En cambio, al final del curso hacían exámenes públicos y
solemnes previamente preparados y en ocasiones ensayados. Aquí es donde jugaba un papel relevante el
estímulo al aprovechamiento, mediante la competencia y premiación. Además, el nombre de los
estudiantes aplicados se inscribía en un catálogo que estaba a la vista de todos.
La solicitud explícita al Ayuntamiento era de premios y estímulos para los colegiales destacados; la
implícita significaba algo más que los premios: la Compañía obtendría el reconocimiento y sanción para
efectuar demostraciones públicas del aprovechamiento de los estudiosos y la virtud docente de los
Colegios.
Como la respuesta del Ayuntamiento no fue inmediata, el provincial de la Orden, doctor Sánchez, recurrió
nuevamente a su más constante patrocinador, don Alonso de Villaseca, a quien fue a visitar hasta
Ixmiquilpan, donde don Alfonso atendía negocios de minas. La respuesta que obtuvo fue muy
considerable para la Compañía y la mejor para el prestigio del hombre más rico de la Colonia:
“He dado lo que hasta ahora me ha parecido conveniente, en intención de dar más en tiempo oportuno.
Este ha llegado para mí y así declaro que es mi ánimo fundar en México el Colegio que ha de ser el
principal y como la matriz de toda la Provincia (jesuita), si a vuestra reverencia pareciere aceptarlo…”63
Antes de admitir que se constituyera una fundación individual en favor del Colegio, el doctor Sánchez
consideró que debía deliberar el asunto con los demás miembros de la Orden y volvió a México. Los
jesuitas aceptaron y el Provincial fue nuevamente a Ixmiquilpan, donde Alonso de Villaseca, ante un
escribano otorgó una herencia al Colegio el 29 de agosto de 1576.
“...Y ahora entiendo que convenía dar asiento a la fundación de dicha casa y colegio, ha comunicado con
el muy ilustre y reverendo Sr.
Dr. Pedro Sánchez, provincial, de fundar el dicho colegio de la Compañía en la Ciudad de México, y con
deliberado acuerdo y consejo, habiéndolo encomendado a Dios Nuestro Señor, con algunos sufragios,
suplicándole tuviese bien de alumbrar encaminándole a efecto de hacerle fundador, queriendo pagar en
alguna parte a nuestro Señor las mercedes que de su mano ha recibido y espera recibir, pidió al dicho Sr.
Dr. Pedro Sánchez le admitiese fundador de dicho Colegio, obra y sustento de los religiosos que hay y
hubiere de aquí en adelante, 4,000 pesos de oro común, en plata diesmada; los que les tiene para dicho
efecto y está presto a entregar... ”64
Entonces “se pudo dar más prisa a la fábrica sumamente necesaria, así para la comunidad del
noviciado y los estudios, como para la habitación de los sujetos, cuyo número se acrecentaba
más cada día”.65
Pero eso no fue todo: cinco días después que don Alonso firmó la fundación en Ixmiquilpan, el
Ayuntamiento de la Ciudad de México dio respuesta a la solicitud del 7 de agosto anterior y
27
entregó cien pesos de oro “para que en los autos que se han de hacer este año se distribuyan en
libros para premios”. Además, nombraron al corregidor, don García de Albornoz para asistir a
los actos y premiar a los triunfadores en nombre de la Ciudad.66
En opinión de J. Jacobson, “el Colegio Máximo se convirtió en el centro no sólo de la educación,
adiestramiento y administración jesuita, sino también de toda la educación pública de la Nueva
España”.67 Esta primacía la disputó, desde luego, con la Universidad.
Por otra parte, don Alonso de Villaseca no solamente estableció una fundación en favor del
Colegio Máximo; también asesoró a la Compañía sobre la forma de aumentar el capital para
sostener los gastos del Colegio, y como la disposición de una base económica era esencial para
que el Colegio se manejara como institución libre, la visión financiera del benefactor se avenía al
propósito de nombrar un administrador general para los colegios, cuya función esencial era
diferente de la rectoría académica; su deber era procurar fondos y administrar los bienes del
Colegio. Esta administración era supervisada periódicamente por el Provincial de la Orden.
El consejo de don Alonso fue que compraran propiedades semidesarrolladas, considerando que
este tipo de tierra brindaba las mayores oportunidades de aumento al capital. A las propiedades
suburbanas sumaron después propiedades urbanas de renta e hipotecas. Por otra parte,
donaciones como la hacienda de Jesús del Monte sentaron el precedente para que el patrimonio
del Colegio Máximo de San Pedro y San
Pablo se incrementara con las utilidades de tierras productivas y los jesuitas se desempeñaran
como administradores y empresarios agropecuarios.68
El enriquecimiento consecuente, que incluía bienes de tipo francamente especulativo, dio pie a
críticas externas y cuestionamientos y opiniones encontradas dentro de la propia Compañía.
Unos consideraban inmoral la actividad económica y pensaban que la Orden debía limitarla en
lo posible. Otros, más pragmáticos, sostenían que los recursos que la Provincia necesitaba eran
tantos como los que pudieran proporcionarle las actividades económicas —inversiones,
producción, hipotecas— y que con ellos podría expandir sus actividades en el vasto territorio de
la Nueva España.69
El primer resultado de este debate, que ocurrió en 1583, fue un triunfo circunstancial de los
idealistas, quienes propusieron la venta de las dos haciendas que soportaban buena parte de la
economía del Colegio Máximo —Jesús del Monte, donada, y Santa Lucía, comprada en 1576—
.70 El provincial,
P. Juan de la Plaza, que era partidario de esa posición, argumentó que las haciendas no producían
ganancias significativas y que el tamaño de las fincas era motivo de preocupación y riesgos para
los jesuitas que las administraban. Sin embargo, el grupo asesor de consulta provincial opuso
enérgicas objeciones mediante un razonamiento que a la postre sirvió para fundamentar la
economía jesuita en el futuro: En primer término observó que en las investigaciones sobre el
proceder de los jesuitas que administraban las haciendas no había descubierto un sólo caso de
relajamiento moral. En segundo término, advirtió que la prohibición de invertir en inmuebles
iba a significar el estancamiento de la Compañía, puesto que dependería de donaciones y
herencias para extender sus actividades.71 Depender de personas ajenas a la Compañía significaría
exponer la misión jesuita a un riesgo mayor del que pudiera representar la propiedad de bienes
raíces.
28
Fundación de la Casa Profesa
La actividad jesuítica se desplegaba en tres grandes campos: el eclesial, el misionero y el de índole
pastoral, cultural y docente. La política de envío de misiones hacia varias regiones del orbe —
África, América y Asia— más las reiteraciones escritas de los primeros generales de la Compañía
revelan que de estos tres campos, las misiones era el que más les importaba. Desde un principio
el propio Ignacio de Loyola envió misiones a la India, al Congo y a Etiopía.
Con la constancia de esta política, antes de que cumpliera su quinto decenio, la Compañía había
establecido tres provincias en Italia, tres en España, dos en Alemania, una en Francia y otra en
Portugal. Allende Europa, había fundado provincias en las colonias portuguesas de la India y
Brasil, y en las españolas de Perú y la Nueva España, mediante la cual impulsaba la sub-provincia
de Filipinas.
En la Nueva España, los misioneros jesuitas se dirigieron hacia el sureste y hacia el norte; región
cuya vastedad requirió más tiempo y operarios. La calidad expresa de las misiones era “la
defensión de la Santa Fe Católica contra herejes y la propagación della entre gentiles”, y en el
Nuevo Mundo, particularmente, “la conversión de naturales”.72
Organizar misiones constituía una ambiciosa empresa que exigía la cobertura de una serie de
requisitos; los más elementales eran la autorización, permiso y apoyo del gobierno local; el
conocimiento básico de la geografía, lengua y costumbres de la gente; el establecimiento de
residencias seguras, como base de excursiones misionales y punto de contacto con la provincia
y con Roma, y ante la imposibilidad de concebir empresas evangelizadoras de tales dimensiones
con operarios europeos exclusivamente, la formación de misioneros del lugar. Formar
misioneros suponía una estrecha colaboración de la sociedad provincial o colonial.
Estos requisitos implicaban el cumplimiento pleno de la docencia, así como de las actividades
eclesial y pastoral.
Para desarrollar la docencia en la Nueva España, a Compañía instituyó un sistema de colegios
que atendían a la jerarquía o a la especialidad de los estudios, desde los novicios—o bien, las
escuelas para menores en algunos casos, como en Oaxaca— hasta el Colegio Máximo, seminario
donde se formaban los operarios jesuitas, la actividad eclesial suponía la erección de templos,
que adicionalmente servían de soporte y extensión a las actividades pastorales. Ya vivieran en
ciudades o establecieran misiones en lugares distantes, los miembros de la Compañía necesitaban
residencias y albergues para habitar y dar alojamiento a profesores y estudiantes. La sede
provincial y lugar de recogimiento para los profesos cuatro votos era la casa profesa, la residencia
de mayor jerarquía. Asimismo, fundaban un templo contiguo a esta casa.
Considerando que los profesos de cuatro votos eran a quienes más obligaba la disciplina jesuítica,
la pobreza de las casas profesas debía ser más estricta que en las demás de la Compañía. Por
ende, las casas profesas, de acuerdo con las Constituciones se debían sustentar únicamente de
limosnas; no podían tener “ni réditos, ni posesiones, ni en particular ni en común”; tampoco
podían beneficiarse de rentas.73
La actividad de sus ocupantes regulares, por tanto, era esencialmente urbana y debía ser
apostólica y eclesial; exigía la dedicación de todo el tiempo de los mejores operarios. No era
29
concebible el establecimiento de casas profesas sino en ciudades de cierto tamaño. En una urbe
de composición social tan diferenciada como la capital de la Nueva España, la actividad de los
profesos no podía desatender a la población española, única cuyos recursos harían factible el
sostenimiento de casa y templo, para ocuparse exclusivamente de la población indígena. El hecho
de que la casa profesa fuera residencia del provincial la convertía igualmente en centro de muy
diversas actividades: solía funcionar como casa de huéspedes, de los que llegaban de ultramar o
volvían de misiones; servía como lugar de estudio y reflexión, como almacén y resguardo de
provisiones que debían distribuirse en la provincia y como punto de encuentro para tratar toda
suerte de negocios. También servía como hospital o lugar de convalecencia.
De acuerdo con la concepción original para fundar provincias de la Compañía, cada uno de los
establecimientos urbanos debía procurarse el apoyo de la población a la cual servía, y la operación
económica de éstos, con excepción de la ayuda inicial, se planteaba con relativa independencia
entre unos y otros. Debían, por tanto, edificar nuevas instalaciones sin contraer deudas, a base
de limosnas y donaciones, poco a poco hasta que consiguieran desarrollarse plenamente y operar
con autosuficiencia. Por esta razón cada nuevo establecimiento en la misma ciudad debía
condicionarse a la consolidación del preexistente.
Los jesuitas de las provincias estaban sujetos a un plan docente y misional claramente definido
en las instrucciones que el provincial recibía. Adicionalmente, mantenían constante
comunicación con el general de la Compañía, en Roma, a quien informaban y pedían
autorización para proceder, mediante una sistemática correspondencia que aprovechaba el
correo de cada flota trasatlántica —una o dos veces por año— e incluía las epístolas personales,
las cartas anuas, verdaderos informes de actividades que se referían ordenadamente a cada uno de
los establecimientos y misiones que integraban la provincia, y las actas de las congregaciones
provinciales que se efectuaban cuatrienal o quinquenalmente. La irregular periodicidad con que
se efectuaron las primeras congregaciones en la Provincia mexicana se redujo a partir de la
novena, cuando comenzaron a efectuarse sexenalmente.
A las congregaciones, que eran presididas por el provincial de la Orden, debían asistir los
profesos, los rectores de los colegios y sus respectivos consultores. En estas reuniones se
efectuaba la evaluación general de las actividades, se obtenía una visión integradora del trabajo
de los operarios en todos los campos y se renovaba el sprit de corps de la Orden.
La primera Congregación de la Provincia mexicana de la Compañía de Jesús se efectuó en la
residencia del Colegio Máximo, del 5 al 15 de octubre de 1577. De los 66 jesuitas que había
entonces en la Nueva España 27 eran sacerdotes, pero los calificados para asistir fueron sólo
cuatro; dos profesos y dos consultores: el provincial, doctor Pedro Sánchez y el P. Pedro Díaz,
profesos, y los consultores Alonso Camargo y Pedro de Morales. Todos estaban de duelo por la
muerte reciente de un tercer profeso de cuatro votos y cofundador de la provincia, el P. Diego
López.74
El acta de esta congregación revela con claridad la visión que los jesuitas tenían del panorama
novohispano para proyectar el desarrollo de la misión tras cinco años de experiencia. Con todo
y reconocer la vastedad del campo y sus posibilidades de desenvolvimiento, se expresaron con
las reservas que les causaba tener presentes los preceptos de la Compañía sobre la manera de
sufragar su manutención:
Con las cosas temporales hay razonable comodidad para poder pasar la vida por ser tierra abundante,
aunque en el modo de tener la hacienda haya alguna dificultad.75
30
La experiencia de un lustro había comprobado dos hechos: que las características
socioeconómicas de la Colonia diferían notablemente de las imperantes en la Europa de los años
en que fueron redactadas las Constituciones de la Compañía y que no era fácil adaptarlas. La
Congregación cuestiona:
... qué modo convenga tener para la substentación, y en los edificios materiales tan bien. Por ser agora los
principios de la Compañía por acá no están bien adelante, lo cual todo constará en lo que se sigue.76
Esta pregunta, dirigida a Roma, obedecía a la preocupación que les causaban las estrictas normas
que disponían que las fundaciones subsistieran a base de donaciones y limosnas.
En cuanto a las necesidades de la Colonia y a las posibilidades de crecimiento concomitantes que
la Orden tenía, he aquí lo que planteaba el acta:
El Colegio de México, como es madre de lo que acá se fundare en todas estas partes, y la ciudad sea tan
grande y de donde depende todo el gobierno de la Nueva España, así conviene que sea bien poblado y
suficiente para proveer a todas partes, y por haber aquí universidad, conviene que aquí haya noviciado y
estudios generales y casa de profesos.77
Es decir, la dimensión y complejidad de la Colonia justificaban: a) ampliar la presencia de la
Compañía para proveer, desde la Ciudad de México, misiones hacia varias regiones; b) preparar
novicios; c) establecer estudios no exclusivamente religiosos, preparatorios al ingreso a la
Universidad y d) fundar una casa profesa, propia de la dimensión y jerarquía de una provincia
que estaba llamada a desarrollarse con plenitud.
Mas ante los legítimos, deseables proyectos para fundar instituciones, edificar y ampliar sus
actividades, se erigían estrictos reglamentos que salvaguardaban el voto de pobreza.
... Y así que haya mucha gente, por lo cual es menester buena renta y substentación, y júzgase por necesaria
substentación 100 pesos de 8 reales cada uno para cada persona por año.78
Obsérvese el cálculo económico que sirve de corolario a esta exposición, porque se convierte en
factor determinante del criterio para tomar futuras decisiones, porque
... hay un inconveniente en esta tierra, que acá no hay rentas eclesiásticas ni laicas, sino casas o censos, los
cuales es la más mala renta de todas y muy peligrosa en esta tierra, porque no se cobran en muchos años o
se levantan y hacen muchos fraudes y, en fin, es cobrar un enemigo con cada censo. Y la renta no crece, sino
que antes se pierde, de manera que así todos juzguen (como) el mejor modo de tener tierras de pan y
estancias de ganado maior o menor.79
Los jesuitas en Nueva España se vieron ante la disyuntiva de vivir estrictamente con los recursos
provenientes de donaciones y limosnas, en cuyo caso no podían corresponder a la magnitud de
la posible misión, ni atender las llamadas de la sociedad novohispana, o bien, desarrollar la
provincia a la necesidades de la población, lo cual exigía aceptar las condiciones de la economía,
y con ello, entrar en posesión de haciendas, como bienes ¡Je capital productivos. Los colegios,
cuyos servicios educativos eran totalmente gratuitos, no podían depender de los aleatorios
ingresos de las limosnas, sino de un capital que asegurara su funcionamiento y supervivencia. La
fuente segura de ingresos para los colegios fueron las haciendas. Las circunstancias y la entusiasta
disposición de los jesuitas hacia el ministerio los inclinaron por la segunda opción, que se
concretó muy lentamente, en un proceso gradual de informes y peticiones a Roma y de las
autorizaciones respectivas, muchas veces condicionadas y otras, denegadas.
31
Una de estas peticiones fue formulada el cuarto día de la Primera Congregación Provincial;
durante la mañana del martes 8 de octubre, el P. provincial, doctor Pedro Sánchez propuso
... si sería conveniente pedir a Nuestro Padre General que se fundase en esta Ciudad de México, por ser
la cabeza de toda esta tierra una casa de profesos. Y respondióse por todos que sí aunque la execución se
dilate por algún tiempo.80
32
El diálogo con Roma
La solicitud de licencia que la Primera Congregación Provincial planteó para fundar la Casa
Profesa recibió el siguiente comentario de Roma:
Bueno es el deseño que se propone hacer adelante en México casa profesa, fundado ya el collegio. Adviértase
que la iglesia que se ha de edificar en el collegio, sea como del collegio, de manera que no impida adelante
los ministerios de la casa.81
Esta nota, asentada en 1578, tiene la virtud de resumir el criterio que rigió las respuestas de los
generales de la Compañía Everardo Mercuriano (1573-1580) y Claudio Acquaviva (1581-1615),
a quienes correspondió ponderar las reiteradas solicitudes que la Provincia planteó durante más
de catorce años.
Una explicación breve de la reticencia a autorizar el establecimiento de la casa profesa en México
es que Roma conocía la experiencia de otras provincias, donde hubo fundaciones precarias y
precipitación al establecer nuevas, sin haber consolidado las anteriores.82 Consecuentemente
hubo también clausuras no deseadas, que sirvieron de ejemplo para recomendar prudencia. En
todo caso, los jesuitas novohispanos dejaron pasar un lustro después de su primera solicitud.
En la flota que salió rumbo a Europa hacia fines de 1582 se embarcó el padre Francisco Váez,
quien iba como procurador de la Provincia. Fue a España a solicitar al Rey ayuda económica
para el Colegio Máximo y a Roma, a argumentar detalladamente al General de la Compañía la
necesidad de contar con una casa profesa en la Ciudad de México.83
Con esta finalidad, el P. Váez preparó el siguiente memorial el 24 de mayo de 1583.
Conviene y se desea mucho en México, con brevedad, se hiciese casa profesa. Primero, porque allí, como
cabeza de todo aquel reino se entienda y vea por los ojos lo más propio de nuestro Instituto y Compañía,
de lo cual se seguirá no pequeña edificación en todo y es necesario dar este ejemplo de pobreza por haber
habido alguna nota demasiada de codicia.
Segundo, porque el colegio se descargue de alguna gente y de costa y podrá vivir con lo que al presente tiene
descansadamente. Tercero, porque está el Colegio muy apartado de la ciudad para los ministerios de los
próximos y ansí conviene poner casa profesa dentro de la ciudad. Cuarto, porque el pueblo es muy grande,
muy largo en limosnas y sustentará muy bien la casa profesa y si pareciere a V. P. la merced que se ha
pedido a Su Majestad para el Colegio, se puede aplicar para labrar y hacer la casa profesa y el Rey lo
terná por bien, atento que para el Colegio es necesario la iglesia pequeña que la podrá ir haciendo poco a
poco con alguna parte de la renta y habiéndose de hacer casa profesa, será necesario declare V.P. si podrá
el Colegio dar algunas alhajas a la casa, especialmente algunas reliquias de las que tiene, o si ahora se
llevasen algunas, que vayan señaladamente para la casa profesa.84
La respuesta del P. Acquaviva, de gran significación para la Provincia, quedó asentada en la
misma fecha:
El deseo de hacer casa profesa nos es grato, mas no conviene que ésta se haga hasta que el Colegio tenga
mediana sostentación, a lo menos de cinco mil pesos de renta. Entre tanto, por ventura, Nuestro Señor
moverá el corazón de alguno que quiera ser fundador de la casa profesa y se podrá también esto proponer
a quien el padre provincial pareciere.85
19
33
La siguiente solicitud documentada fue fechada en México el 20 de octubre de 1583. Es una
insistencia del provincial Juan de la Plaza al general, Claudio Acquaviva, que alude a una serie de
peticiones anteriores que se han perdido.
En las pasadas he escrito a V.P. que me parece importante para el buen concierto sosiego de los nuestros
en esta provincia, que se funde casa profesa en esta ciudad con brevedad porque los colegios son pequeños y
los antiguos y profesos son más de los que cómodamente pueden estar en los colegios; porque todos desean
predicar y pocos oír confesiones y con esto hay sobra de predicadores y falta de confesores. Recogiéndose estos
padres en casa profesa estarán como en la propia y de ahí se podrán repartir por la ciudad y las misiones.
Y con esto estarán bien ocupados y en parte se quitará el apetito de volver a Castilla, con achaque de que
no tienen en qué ocuparse.86
Consciente de que no bastaba argumentar la necesidad del nuevo establecimiento, sino que se
precisaba también satisfacer requisitos cuya gestión era responsabilidad suya, tales como obtener
la autorización real y elegir un sitio que no objetaran las demás órdenes religiosas, Juan de la
Plaza concluyó su carta con estas observaciones:
Para esto será menester la licencia de N.P. y también del Rey, para que (la casa profesa) se funde con más
sosiego, sin contradicción de las canas, aunque yo ando mirando lugar que esté fuera de todas ellas.87
En el siglo XVI la Corona ejercía una autoridad absoluta en materia de fundaciones religiosas.
Para tal efecto, el Código de las Indias prescribía: “Mandamos no se erija, instituya, funde ni
construya iglesia, catedral ni parroquial; monasterios, hospitales, iglesias votivas ni otro lugar pío
ni religioso sin licencia nuestra”.88
El asunto de las canas, es decir, de la distancia medida en canas que debiera separar a un edificio
religioso de otro en la misma ciudad, originó un extenso litigio que está expuesto más adelante.
Por el momento es preciso detenerse en la preocupación de los jesuitas por localizar un sitio
adecuado para establecer la casa profesa.
La experiencia había enseñado a los jesuitas que las funciones eclesial y docente que
desempeñaban en la Capital estaban teñidas de una ineludible connotación política en medio de
la sociedad novohispana. entre la cual convivían y de la que ya
formaban parte. Tomar en cuenta este valor resultaba imprescindible, y de la misma forma que
debían buscar un punto de conciliación entre los preceptos de las Constituciones que
reglamentaban la economía de una provincia y los procedimientos reales para allegarse de
recursos en la Nueva España, era preciso que su ubicación en la ciudad denotara el grado de
importancia que la población les reconocía.
Pronto descubrieron que la ubicación de la casa adyacente al Colegio Máximo, su única residencia
en la Ciudad de México, no correspondía al status que se habían ganado como preceptores de
los hijos de la nobleza local. La oportunidad de buscar esta correspondencia estaba precisamente
en la localización de la residencia del provincial y los profesos designados en exclusiva para
desempeñar su ministerio entre los españoles, así como en el templo que debían construir
adjunto.89
La casa profesa, por tanto, debía estar en el centro de la ciudad. Pero había un problema: todos
los predios céntricos de la Capital tenían dueño. Pertenecían a los descendientes de los
conquistadores o a las órdenes monásticas, y lo que probablemente era más grave: las áreas
céntricas estaban dentro del ámbito considerado exclusivo para la operación y recaudación de
limosnas de alguna de las tres órdenes religiosas que los antecedieron.
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Este ámbito equivalía al círculo comprendido en una circunferencia imaginaria cuyo radio medía
300 canas a partir de un punto central, que era la puerta del templo o convento establecido.90
Tales inquietudes estaban latentes cuando el provincial, Juan de la Plaza, volvió a dirigirse al
general, Claudio Acquaviva, el 6 de abril de 1584:
Diversas veces he escrito a V.P. después que partió el P. Váez cuánto importaría que en México hubiese
casa profesa, ansí para el sosiego de los nuestros como para el fruto de nuestros ministerios porque este
Colegio está muy apartado de la común habitación de la ciudad, y la casa profesa se podrá poner en medio
de la ciudad.
Con su venida espero la resolución de V.P. y conforme a ella se hará lo que V.P. ordenare.91
A Dios rogando y con el mazo dando: Como el P. Diego de Mercado era novohispano y el único
que hasta entonces tenía familiares en la localidad, fue quien consiguió un terreno apropiado
para la casa profesa.
El mismo comunicó al general de la Compañía este logro, en medio de un entusiasmo tal que
comenzaba dando por supuesta la licencia para construir. El 29 de octubre de 1584 escribió al
P. Acquaviva:
Creo que el Padre Antonio de Mendoza dará particular relación a V.P. de la Casa Profesa para la cual
V.P. dio licencia.92
En realidad, no existía ninguna autorización expresa; seguramente interpretaba como tal la
respuesta del P. Acquaviva al memorial del P. Váez, fechado en mayo del año anterior.
Esta ciudad es muy rica y entiendo convendría grandemente que V.P. dé calor a que se haga, que se seguirá
grande edificación porque les parece que nos pueden notar de cudicia por ver que el Colegio tiene ya 10,000
pesos de renta, yo he procurado ayudar con mi cornadillo porque a un primo mío le hice dejase para este
fin 4,000 pesos, los cuales voy cobrando y hice a mis padres vendiesen las casas principales de su morada,
las cuales están en el corazón de la ciudad, casi igualmente distantes de los monasterios de monjas y frailes
de esta ciudad y muy cercanas al bullicio y contratación de los mercaderes para sus negocios. Y creo nos
ofrecerá presto nuestro señor fundador para ella.93
Al tiempo que el P. de Mercado rezumaba un entusiasmo que pretendía contagiar al General de
la Compañía, el P. Antonio de Mendoza, quien . ababa de llegar a la Nueva España para asumir
el cargo de provincial a partir del mes siguiente —noviembre de 1584— escrutaba el proyecto y
las adiciones que lo rodeaban.
El 17 de enero de 1585 dirigió a Roma el siguiente informe:
Acerca de la casa profesa que se pidió licencia a V.P. para hacerse aquí en México, diré lo que se me
ofrece. Yo hallé compradas ya unas casas por 7.000 pesos y en muy buen puesto y el negocio ya muy
adelante y con persuasión que, en llegando yo. se había de concluir.
He entretenido el negocio hasta ver y entender la disposición de las cosas y he hallado dos grandes
inconvenientes en hacerse aquí por ahora. Uno es que este colegio no tiene hecha casa ni iglesia ni renta que
le sobre. Antes le falta, y tiene deudas, y así parece que empezar otra obra tan grande como casa profesa
antes de acabar esta del colegio sería muy pesada sobrecarga para maestros amigos y devotos. Y que sería
abarcar mucho y apretar poco. como se experimenta en otras partes de la Compañía.
Pero el mayor inconveniente para sus intentos de V.P. en estas partes y para los que todos debemos tener
es que, si se hace casa profesa, nos ha de gastar toda la gente y no tenemos que dar a los indios. En México
35
hay muchas casas de religión, muy pobladas de religiosas y otros muchos clérigos.
Este colegio tiene aquí 5 ó 6 obreros que bastan y sobran para con españoles y así, si no es para obligarnos
todos a tratar con españoles, no veo que haya necesidad de hacer por ahora casa profesa.94
Como se puede apreciar contrastan dos puntos de vista sobre el mismo proyecto. En la visión
de Roma predominaba una lógica estricta y la intención clara de dirigir los operarios hacia la
misión primordial que la Compañía se había trazado. Desde la óptica novohispana, en cambio,
pesaban más el sentido práctico y el propósito de adaptarse a las circunstancias como medio para
alcanzar los mismos fines, óptica donde ciertamente variaban los estilos, el sentido de la
disciplina y de la economía.
El primo del P. Mercado que testó en favor de la casa profesa mucho antes que se fundara fue
Hernando Núñez de Obregón.95 El arzobispo Pedro Núñez de Contreras, gobernador en
ausencia de un virrey entre 1583 y 1585, gran amigo de la Compañía y en lo personal del P. Pedro
Sánchez, dio licencia para la compra de las casas vecinas a las cedidas por los padres del P. Diego
de Mercado.
Los promotores de la fundación de la casa profesa debieron confrontar la opinión del nuevo
provincial, pero tuvieron que esperar un año, hasta noviembre de 1585, para discutir el asunto
en la Segunda Congregación que se efectuó entonces.
Quienes estaban por fundar la casa profesa tenían elementos para argumentar que debía hacerse
sin mayores trámites: Poseían las casas, habían avisado al General; la respuesta de éste, con todo
y ser condicional, decía claramente “El deseo de hacer casa profesa nos es grato”; contaban con
la licencia del arzobispo y virrey; la condición de que el Colegio Máximo tuviera 5,000 pesos de
renta estaba sobradamente satisfecha y en la Provincia había 144 jesuitas, 20 más que cuando el
padre Acquaviva dio su respuesta.96
Por su parte, el P. Antonio de Mendoza y quienes hayan compartido su opinión, probablemente
insistieron en que no había una autorización expresa de Roma y en que subsistía la escasez de
operarios para las misiones.
El lunes 4 de noviembre de 1585 acordaron asentar en el acta de la Congregación el siguiente
texto:
Porque hay duda en la respuesta primera que dio N.P. al memorial del P. Váez sobre el haberse de hacer
casa profesa en México, porque dice que no se haga hasta que el colegio tenga mediana sustentación, como
serían 5,000 pesos de renta, y no se declara si se puede hacer sin otra licencia de nuevo, sería bien pedir a
N.P. conceda dicha licencia para que se pueda hacer la casa profesa sin que haya necesidad de tornar a
pedirla. Respondieron que conviene dar a entender a N.P. el deseo que la provincia tiene de que se haga y
cuán conveniente sería...
Y con esto se pida que se dé la licencia claramente, dando también a entender la falta de subietos que
habría para acudir a lo de los indios, si, de los pocos que acá están se fundase la casa, pero que de allá se
provean subietos bastantes para lo uno y lo otro.97
Resulta admirable el respeto del Provincial a la expresión de ideas que no compartía, más aun
teniendo noticia de su fama de persona estricta. A la sazón, el P. Antonio de Mendoza llevaba
ya un año en el cargo sin recibir respuesta de Roma a sus diversos informes; entre ellos, el citado
informe de enero sobre el proyecto de la casa profesa.
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Aproximadamente un año después tuvo en sus manos la carta del General de la Compañía que
convalidaba sus opiniones: “En México, me parece bien que no se trate, por ahora, de casa
profesa, por las razones que V.R. dice” —comentó el P. Acquaviva el 24 de febrero de 1586.98
Todo parecía indicar que este criterio prevalecería mientras fuera provincial el P. Antonio de
Mendoza, sin embargo, la experiencia de los primeros dos años pareció modificar su opinión,
que pudiera llamarse ortodoxa, por otra, más próxima a los partidarios por edificar la casa.
Ciertamente el P. de Mendoza gobernó con rigor las instituciones de la Provincia jesuítica, a tal
grado que en ese período fueron frecuentes los salidos o despedidos de la Orden, particularmente
criollos.
Durante el provincialato del P. de Mendoza (1584-1590) aumentó la importancia de la actividad
de los colegios. Se destacaron no sólo los de la Ciudad de México, sino también los de Puebla.
En 1586 se erigieron el Seminario de San Gregorio, para los hijos de los caciques mexicanos y
otomíes y de principales, y una capilla para negros. El noviciado de México fue trasladado a
Tepotzotlán.99
Al año siguiente se fundó un colegio en Guadalajara y se aseguró el funcionamiento del colegio
poblano del Espíritu Santo mediante el patrocinio de don Melchor Covarrubias.100
En julio de 1588 se fundó en la Capital el Seminario que inicialmente se llamó de San Bernardo
y San Ildefonso, con una matrícula en el primer año de más de 100 alumnos procedentes de
varias regiones del virreinato.101
Tales ampliaciones de las instituciones docentes, respaldadas con la llegada de alrededor de 50
jesuitas de Europa durante el período y con las constantes exhortaciones del General para que
consideraran la conversión de los naturales como el fin principal de las misiones, produjo, entre
otros efectos, beneficios perceptibles en los obispados, como lo reconocieron expresamente los
de Tlaxcala. Oaxaca y Michoacán, donde además, los jesuitas establecieron una colaboración
docente con el Colegio de San Nicolás, fundado por Vasco de Quiroga, a falta de estudiantes a
quienes atender en su propio colegio, el de Valladolid. 102
Igualmente, ampliaron la labor sacerdotal y apostólica que desde el principio ejercían en iglesias,
calles, plazas, hospitales y cárceles. En la actividad misional tuvieron sus primeros contactos con
los belicosos chichimecas en las zonas mineras de Guanajuato y Zacatecas.103
La intensa actividad del P. de Mendoza fue fructífera y debió compenetrarlo con los operarios,
por mucho que su rigor disciplinario como Provincial fuera grande.
Acaso en el primer bienio haya experimentado en carne propia las incomodidades de la residencia
anexa al Colegio Máximo o la insuficiencia de este sitio para alojar a maestros, confesores,
predicadores, rectores y en fin, gente que desempeñaba muy diversas actividades en la ciudad y
fuera de ella. En todo caso, a principios de 1587 ocurrió un hecho que el propio Provincial juzgó
determinante para reconsiderar la fundación de la casa profesa:
Los partidarios del proyecto, quienes se prendieron de las frases esperanzadoras de aquella
respuesta del P. Acquaviva —“Entretanto, por ventura, Nuestro Señor moverá el corazón de
alguno que quiera ser fundador”—, debieron realizar una labor de persuasión, de exhortaciones
y búsqueda que entonces fructificó: el tesorero de la Casa de Moneda de la Ciudad de México
ofreció 50,000 pesos, pagaderos en cinco años, para fundar la casa profesa.104
37
El mismo P. de Mendoza escribió al General el 22 de abril de 1587 para dar esta noticia y,
presumiblemente, para solicitar la licencia respectiva.
Lamentablemente la lentitud e irregularidad a que estaba sujeta la comunicación epistolar entre
los dos continentes, cruzaron mensajes contrarios y extemporáneos: los colaboradores del
General de la Compañía, en Roma, por esas fechas estaban enterándose de las propuestas y
peticiones de la Segunda Congregación, ocurrida en México hacía año y medio, y en relación a
las dudas que había suscitado la respuesta del P. Acquaviva al memorial del P. Váez, el 9 de mayo
emitieron la siguiente respuesta:
La experiencia enseña ser de no pequeño inconveniente instituirse y hacerse casas profesas en ciudades a
donde los colegios no están muy suficientemente fundados; y así, por no lo estar el de México, se dio la
respuesta que llevó el padre Váez como suficiente para el tiempo presente; y, presuponiendo que, en
cualquier otro que se hubiese de asentar allí casa, se nos daría, primero, cuenta de ello. Pues hay otras
razones, no menos, en qué reparar; y, especialmente, porque siendo el principal fin de enviar la Compañía
sus operarios fuera de Europa, la conversión de gentiles y infieles, para la cual se ve en todas las Indias la
gran penuria y demandas que cada día nos vienen de más operarios; está claro que, si al presente se
instituyese casa profesa en México, no sería sino ocupar esos pocos y los mejores, en ella; y no para indios
principalmente, pues la multitud dellos ni acude ni puede acudir a México; y impedir las misiones entre
indios, que es el fin por el cual allá se va. De donde se sigue que, hasta que el Colegio esté muy bien
fundado, y la provincia bien proveída de operarios para las misiones, y para proveer la casa profesa, no
sólo no conviene dar licencia para asentarla, pero ni tratarse de ello.105
Aunque fue escrita 17 días antes de esta nota, la noticia de la oferta que hizo el Tesorero de la
Casa de Moneda llegó a Roma casi un año después. Para abordar nuevamente el tema, el P.
Acquaviva debió revisar los antecedentes, con objeto de explicarse con la amplitud y
consideración que lo hizo.
En la respuesta al Provincial de la Nueva España del 18 de abril de 1588, el asunto que nos ocupa
era uno entre varios —y en modo alguno el de mayor importancia—, sin embargo, lo trató
extensamente en los párrafos octavo y undécimo:
Por la de V.R. del 22 de abril del año pasado he entendido el buen ánimo que Dios Nuestro Señor ha
dado al señor tesorero Juan Luis de Rivera, de ofrecer a su divina majestad cincuenta mil pesos pagados
en cinco años para fundar de una casa profesa de la Compañía, en esa ciudad, por lo cual hago gracias a
la divina y liberal mano del mismo Señor que le ha comunicado Su Santa Gracia y el don de la misericordia
tan copioso y reconozco la mucha obligación que el señor tesorero nos ha puesto a todos de rogar a su Divina
Majestad que le retribuya el ciento doblado en la vida eterna. Para aceptarse, dende luego, esta limosna
que su merced hace a la Compañía hay dos dificultades que tocamos en la respuesta que dimos a la segunda
demanda... desa provincia del año de 1585... la principal dellas es la que hemos experimentado en Goa
(India), a donde... dimos licencia tres años ha para que se pudiese fundar y erigir casa profesa.
Y luego que fue hecha, sintieron algunos ser verdadera dificultad... siendo llamada del Señor la Compañía
principalmente para la defensión de la Santa Fee Católica contra herejes y propagación della entre gentiles,
el principal fin o el total porque los religiosos della son enviados a esas partes, es la conversión de los
naturales dellas, la cual no hay mejor modo de procurar que el de nuestras misiones, las cuales, es cierto,
que se impedirían si en este tiempo se fundase casa profesa, pues que sería necesario poner en ella los mejores
operarios de los pocos que hay en esa provincia, los cuales en México, se ocuparían, necesariamente, todo
lo más del tiempo con los de la nación española, que es contra el fin dicho y, por este respecto, seña necesario
aguardar algunos años hasta que la provincia tuviese más número de sujetos hechos con que, suficientemente,
38
pudiese proveer a la casa y las misiones. La otra dificultad nos ha también enseñado la experiencia y es
que no conviene fundar casas profesas a donde los colegios no están bien fundados. Lo uno, porque no
estándolo no pueden crear los sujetos para ser operarios en ellas. Lo otro, porque como la casa ha de vivir
necesariamente de limosna, por una parte y el colegio mal fundado, por la otra, va buscando empréstitos o
limosnas, viénense a encontrar el colegio con la casa y a cansarse los devotos por lo mucho que los agravamos,
de manera que, no conviene levantar la casa en México, hasta que el colegio esté bien fundado...
...la casa no se puede poblar, por algunos años, no sólo por las dificultades ya dichas, más bien porque
conviene que sea fabricada y alhajada para poderse habitar y se aseguraría que la fábrica y habitación se
haría sin tanta graveza de la ciudad y a gusto del fundador y de la Compañía y que se gastaría en ella
más de lo que su merced da. Y de esta manera sería participante n o sólo de los sufragios de la Compañía,
como fundador de la casa, mas juntamente como insigne benefactor del colegio...106
A partir de este punto, el P. Acquaviva elaboró una argumentación que estimó útil para persuadir
al Tesorero a que donara los fondos al Colegio Máximo.
Don Juan Luis de Rivera
El hombre interesado en fundar, junto con su esposa, la
casa profesa, había protagonizado en el Cabildo de la
Ciudad de México un episodio que revela el
procedimiento para obtener cargos en el gobierno virreinal
y de paso, el estilo de mando del arzobispo Moya de
Contreras, durante los años que fue prelado y gobernador
—prácticamente el virrey (1583-1585)-—, hasta la llegada
del Marqués de Villamanrique.
Desde su fundación, el Cabildo de la Ciudad había
luchado por mantener su autonomía. Con frecuencia
padecía el efecto de las cédulas reales que otorgaban el
cargo vitalicio de regidor, con voz y voto, a inesperados
personajes.1
Hacia fines de 1584 estaban por cumplirse 9 años sin
incrustación de nuevos miembros nombrados a
perpetuidad ni intromisiones reales cuando, el 24 de
diciembre, los concejales fueron convocados a un Cabildo
extraordinario a las seis de la mañana del día siguiente
para “recibir a Juan Luis de Rivera porque así lo manda su
señoría ylustrísima”. 2
39
En este caso, el arzobispo y gobernador, Pedro Moya de
Contreras había nombrado como regidor extra a quien
sacó el oficio de tesorero de la Casa de Moneda en
almoneda pública, mediante el pago de 150,500 pesos,
bajo la condición de tener asiento, voz y voto en el Cabildo
de la Ciudad, como lo tenían desde 1538 los oficiales de la
Real Hacienda.
En esa agitada sesión del 25 de diciembre la mayoría de
los concejales se opuso a recibir a don Juan Luis de Rivera,
a pesar de la doble amenaza del teniente corregidor,
licenciado Francisco Manjarrez, de dejar presos en las
casas del Cabildo a quienes se abstuvieran de votar, y de
multar con diez mil pesos a favor de la cámara del rey y
suspender del oficio a quienes quebrantaran la prisión. Los
disidentes apelaron al castigo por injusto.
El 31 de diciembre, cuando se efectuó el siguiente Cabildo,
los concejales rechazaron nuevamente a don Juan Luis.
Entonces Manjarrez les impuso a cada uno de ellos un par
de grilletes en ambos tobillos más dos alguaciles de guarda
a su costa. La persuasión surtió efecto y el Cabildo aceptó
al Tesorero como nuevo regidor, a quien se le dio “una de
las sillas de Cabildo más moderno”.3
En vista de tales acontecimientos, en su informe, don Pedro
Moya de Contreras pidió al rey que en lo sucesivo se
vendiera la plaza de tesorero con derecho a entrada, voz
y voto en el Cabildo de México.4
Cuando se empeñó en ser el fundador de la casa profesa,
don Juan Luis de Rivera llevaba más de dos años
detentando el doble cargo de tesorero y regidor. Ofreció
su donativo como un acto de retribución y gratitud por “los
bienes temporales que Dios le había dado”, pero había,
por lo menos, dos motivos adicionales: el interés por los
merecimientos e indulgencias espirituales que solían recibir
los fundadores, más el derecho a tener su escudo de armas
y ser sepultado en el templo; motivos que daban lustre y
coronaban su status social.
1.
2.
3.
4.
Ibid, p. 324.
MM-III. Doc. 124. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, al P. Antonio de
Mendoza, provincial. Roma, 15 de mayo de 1589, p. 368.
MM-III. Doc. 144. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, a Juan Luis de
Rivera. Roma, 15 de diciembre de 1589, p. 406.
MM-IV. Doc. 48. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, al P. Juan de la
Plaza, Roma, 20 de enero de 1592, p. 127.
La visión del General de la Compañía sobre las provincias no dependía de una sola fuente de
información. Los datos que recibía del provincial se complementaban y diversificaban con la
40
opinión de rectores, predicadores y misioneros, quienes también solían escribirle.
En el caso de Nueva España, su preocupación por la escasez de operarios para las misiones
como razón para no conceder la anhelada licencia la había compartido tres meses antes con el
P. Juan Díaz,
misionero de otomíes, quien anteriormente comentó al General la desproporción entre el
número de misioneros y la población indígena.
Sin embargo, con ser tan concluyente la argumentación que expuso, antes de despedirse, el P.
Acquaviva dejó un resquicio a las esperanzas de los profesos que deseaban la fundación de la
casa: “Cierto, si no fuesen tan evidentes y experimentados los inconvenientes dichos, yo no
hiciera dificultad en complacerle...”107
Hubo ocasiones en que la lentitud del correo y el consecuente cruce de mensajes que se volvían
a referir a los mismos asuntos debieron producir la impresión de insistencias necias, por una
parte, y por la otra, de respuestas tajantes: En 1588, sin enterarse aún de la “dificultad” opuesta
por el General, todavía abogaron por su causa en sendas cartas el P. de Mendoza y el propio
oferente de los dineros para la fundación. Al año siguiente el P. Acquaviva tuvo que volver a
referirse al tema en dos ocasiones: en mayo dirigió al Provincial esta confirmación sumaria: “A
lo de la casa profesa respondí el año pasado con el P. Hortigosa, a aquéllo me remito”,108 y en
diciembre envió a don Juan Luis de Rivera una comedida respuesta donde expuso, resumidas,
idénticas razones.109
41
El establecimiento definitivo
En marzo de 1590 el P. Acquaviva estimó conveniente enviar como visitador a la Nueva España
al P. Diego de Avellaneda —a quien correspondió jugar un papel protagónico en la conclusión
de este asunto— y en noviembre designó como nuevo provincial al P. Pedro Díaz.
1590 fue un año de conmoción para el Vaticano. El 27 de agosto murió Sixto V, el papa que
durante cinco años había dado ejemplo de disciplina y severidad para combatir la corrupción de
la Iglesia. Su muerte ocurrió cuando acababa de publicar la Vulgata, única edición latina
autorizada de la Biblia.
El cónclave cardenalicio tardó más en organizarse y elegir al nuevo papa —19 días— que Urbano
VII en ocupar el solio pontificio: murió 12 días después, al mes exacto de la muerte de su
antecesor. De esta manera, con el nombramiento de Gregorio XIV, el 5 de diciembre, la Iglesia
Católica y la Compañía de Jesús tuvieron, nominalmente al menos, tres jefes el mismo año.
En 1591 se repitió la historia: Gregorio XIV murió el 16 de octubre. El trono de San Pedro
estuvo vacante 13 días. Lo ocupó Inocencio IX, “en quien la Compañía tenía todo lo que podía
desear”110 pero sólo sobrevivió dos meses: murió el 30 de diciembre. Esta muerte fue
particularmente sentida por los jesuitas.
Fue durante este interregno cuando el P. Acquaviva se dio tiempo de escribir a la Provincia de
la Nueva España. Entre sus diversas epístolas, la que envió al Provincial tenía como fin esencial
confirmar una política y un estado de cosas allende el mundo cambiante del Vaticano: “...de su
buen zelo espero con cuydado atenderá lo que, en la missión de estas partes es lo principal y más
pretendido de la Compañía, que es la ayuda de los naturales... y acuérdese V.R. que una de las
principales razones por que nos pareció no convenir que huviese casa profesa, fue porque, a
título de tener bien poblada y proveída la casa de operarios, no havría gente para las
missiones...”111
La política y el estado de cosas que el General procuraba mientras el cónclave elegía al nuevo
papa habrían de modificarse al día siguiente: en efecto: el P. Acquaviva escribió sus
recomendaciones el 20 de enero de 1592 y el día 21, en el Seminario de San Ildefonso de la
Ciudad de México dio principio la Tercera Congregación Provincial Mexicana que habría de
proponer cambios sustanciales en los procedimientos y modos de operación de la Provincia, y
de manera inmediata, obtendría la licencia de fundación de la casa profesa.
La Tercera Congregación se efectuó entre el 21 y el 29 de enero. Participaron 26 de los 27
profesos que entonces había en la Provincia, más los consultores de rigor.
La experiencia de los congregados durante los dos últimos años les otorgaba una notable
sensación de seguridad y dominio sobre la evolución de la Provincia, seguridad que acaso sin
percibirlo, proyectaron en la forma de abordar la agenda de los nueve días.
Entre sus logros más recientes contaba la ampliación de su posición geográfica con el
establecimiento de puestos misionales en la región de Sinaloa y la fundación de la misión de
Zacatecas, ésta última, llamada a jugar un papel fundamental en medio del trasiego de
mercaderes, mineros y oficiales que recorrían las zonas mineras con fines preferentemente
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lucrativos. Zacatecas y Sinaloa eran dos puertos secos de acceso a los reinos de Nueva Galicia y
Nueva Vizcaya.112
Además de la geografía, habían ampliado su dominio de lenguas indígenas y consecuentemente,
la eficiencia en la difusión de la doctrina. Muchos jesuitas hablaban uno o dos idiomas, entre el
náhuatl, el otomí, el mazahua y el tarasco, y otros aprendían la lengua zapoteca. La función
docente se mantenía y consolidaba, y en la Ciudad de México, los nativos comenzaron a oír
prédicas en náhuatl en la capilla del Colegio Máximo. El acontecimiento atraía a tanta gente, que
la capilla y el patio que le servía de atrio resultaban insuficientes. Se reunían de dos a tres mil
indígenas, y otros muchos tenían que volverse a sus casas. Los predicadores en náhuatl
adoptaron la práctica de salir a calles y plazas donde los indios acostumbraban reunirse.113
El primero de los asuntos sustanciales que consignó la Tercera Congregación fue una declaración
formal del deseo y voluntad de todos los operarios por trabajar con indios, como fin principal
de la misión de la Compañía. Igualmente confirmaron su disposición a aprender alguna lengua
indígena. Inclusive, agregaron que este empeño era el motivo de haber descuidado a los
españoles. Esta declaración iba expresamente dirigida al Padre General.114
Después justificaron el avance “no tan grande en la labor indígena” con un motivo que les
causaba penuria: la obligación de atender a españoles dadores de limosnas, en vista del mandato
de no aceptar nada de los indios.115
De esta manera, a quince años de distancia de la Primera Congregación, pero de una manera
quizás más sutil, se volvía a esgrimir el trasfondo económico que condicionaba la operación de
la Provincia. Nuevamente ponían en evidencia el planteamiento ideal, quijotesco casi, de Roma
frente a la realidad y la experiencia cotidianas.
El último tema discutido y consignado por la tarde del tercer día de congregación fue un recuento
de los operarios externos formados en colegios jesuíticos que trabajaban con indios, con el cual
se revisaba el aspecto cuantitativo; la consideración de jesuitas de grandes cualidades dedicados
a los indios, y como conclusión, la escasez de rectores y docentes en los colegios.
A posteriori, el tratamiento de estos temas da la impresión de ser preparatorio al asunto que la
Tercera Congregación trató el 24 de enero:
...La Congregación de la mañana propuso al P. Provincial si sería conveniente pedir a Nuestro Padre que,
en esta Ciudad de México, cabeza de la Nueva España, se hiciese casa profesa y, después de haber leído
las ordenaciones y respuestas que sobre esto ha habido de nuestro Padre General, y por el peligro notable
que hay en la tardanza, se pide al P. Visitador, que está en su lugar acá, se acepte luego así por las
razones generales que al principio se ponen para ver la dicha casa profesa en México como por las urgentes
particulares que después se añaden. (...)
La primera, que sería de mucha edificación en todo este reino ver casa profesa, con la pobreza y ministerios
de la Compañía, con que cesarían murmuraciones de codicia, viendo que lo que es la mata de la Compañía
vive con tanta pobreza.
La segunda, porque hay en esta provincia veinte y siete profesos de cuatro votos y otros muchos padres de
tres, y coadjutores formados, que están divididos por los colegios y no ocupados en ministerios necesarios a
ellos, de gobernar y leer, sino en ministerios propios de casa profesa, y habiendo quien nos dé casa profesa
en que vivamos, parece que estamos obligados a admitirla para descargar los colegios y vivir conforme pide
nuestro Instituto.
43
La tercera, porque uno de los medios más eficaces para desempeñarse de las deudas que tiene este Colegio
de México, es éste, porque haciéndose casa profesa se descargaría de muchos sujetos que, agora sustenta...
La cuarta, porque en la casa profesa estarían los ministerios de la Compañía en su entereza y perfección
así para los españoles como para indios y ahí habrá iglesias y patios distintos para los unos y para los
otros y saldrán las misiones para todos estados de gente y los estudios irían en mayor augmento, quedando
en casa distinta donde sólo se atendiese a esto.
La quinta, ya que no menos principalmente se debe atender es porque ofreciendo agora como con tanta
liberalidad ofrece el señor tesorero Juan Luis de Rivera cincuenta mil pesos para fundación de la casa
profesa, no se debe perder tan buena ocasión, que no se hallará otra fácilmente... sabemos de cierto que si
no acepta agora la Compañía los dichos cincuenta mil pesos para la casa profesa, está determinado el señor
tesorero, Juan Luis de Rivera, de emplearlos luego en otra obra pía fuera de la Compañía...
Por lo cual se resolvió toda la Congregación en que se propusiese a Nuestro Padre General y que atento el
peligro grande que se sabe hay en la dilación, por haber tantos días que espera resolución el señor tesorero...
pareció a toda la Congregación se propusiese de parte de ella al P. Visitador... por las razones referidas.
Y que, aunque es verdad que, por una de Nuestro Padre General de veinte y cuatro de hebrero de mil y
quinientos y ochenta y seis, parece prohibirse que por agora no se trate de fundar casa profesa, pero, por
otra de diez y ocho de abril de mil y quinientos y ochenta y ocho abre la puerta por estas palabras: “cierto,
si los inconvenientes dichos no fueran tan evidentes, yo no hiciera dificultad de complacer desde luego al
señor tesorero...” ...los cuales inconvenientes... parece han cesado agora..., voy a pedir a V.R. se funde casa
profesa. Es que hay peligro de aguardar la respuesta de Nuestro Padre General...
así ordenó la Congregación al padre secretario diese testimonio dello y lo firmase. Fecho en México ut
supra. Por comisión del Padre Provincial y de la Congregación, Francisco Ramírez, secretario. (Sello)116
El asunto de la fundación de la casa profesa recobró fuerza y en tal estado de latencia quedó en
manos del Visitador. Los congregados tuvieron todavía cinco días para discutir y proponer
cambios a prácticas vigentes que restringían su margen de maniobra y limitaban el desarrollo de
la Provincia.
Consideraron que había llegado el tiempo en que el provincial novohispano tuviera facultades
para hacer contratos y disponer de las legítimas de los que entraban a la Compañía, que habían
quedado expresamente prohibidas desde hacía veinte años por el P. Everardo Mercuriano.
Desde luego, para que Roma los eximiera de tal restricción argumentaron las condiciones que
imperaban en la Nueva España en ese momento, cuando se cumplía el primer decenio de los
cuatro que duró el auge económico.117 El cuarto general de la Compañía había establecido otra
limitación en el orden económico que también cuestionó la Congregación: el empleo del dinero
de los censos.
Finalmente, para adecuarse a la economía del virreinato solicitaron la ampliación de facultades
del provincial y de los rectores, para que pudieran enajenar bienes raíces y muebles, especificando
cantidades y calidad del dinero que manejarían.
Aparte de estas cuestiones económicas, la Tercera Congregación abordó también otros temas de
importancia para la Provincia, unos se referían a las políticas de admisión en la Orden; otros a
las facultades docentes —pidieron, por ejemplo, licencia para impartir la lección pública de
Sagrada Escritura—. y algunos más, al reglamento interno y a las obligaciones
correspondientes.118
44
Hay que destacar el tono de firmeza de las argumentaciones de la Tercera Congregación, y el
hecho de que ingeniara un tratamiento de excepción para el asunto urgente de la casa profesa,
que fue resuelto a los pocos días. El resto de la agenda, como era costumbre, quedó en vilo,
hasta que el correo trasatlántico fuera y volviera. Y en efecto, las respuestas a los demás
planteamientos y peticiones fueron dadas en Roma hasta enero de 1594, de tal forma que las
recibieron en México hasta el fin de ese año.119
Un día después del término de la Tercera Congregación —30 de enero— se produjo en Roma
una noticia cuyo viaje sencillo permitió a los jesuitas novohispanos conocerla mucho antes: el
ascenso de Clemente VIII al solio pontificio: un Papa a quien también tocó intervenir en la
existencia de la casa profesa.
Mientras tanto Diego de Avellaneda, el visitador, deliberó qué respuesta dar a la insistencia de la
oferta de fondos para la fundación en términos perentorios. Esta elucidación, como él mismo
informaría después al General de la Compañía —“yo tuve singular dificultad en admitir esta casa
profesa”—,120 no era fácil. Dos días después que acabó la Congregación, cuando los profesos
observaron la dubitación del Visitador, se reunieron nuevamente y resolvieron aliviarle el peso
de una decisión tan grave mediante la siguiente petición:
El P. Pedro Díaz, provincial de la Compañía de Jesús de la Nueva España, P. Juan de la Plaza, P.
Pedro Sánchez, P. Francisco Váez, rector del Colegio de México; el P. Pedro de Hortigosa, consultores
señalados de esta provincia y el P. Esteban Páez, compañero del P. Visitador; P. Pedro de Morales, rector
del Colegio de la Puebla, P. Antonio Rubio, P. Juan de Loaysa y el P. Diego García, compañero del P.
Provincial que fueron llamados para la consulta, decimos y proponemos al P. Diego de Avellaneda,
visitador de esta Provincia, que en la Congregación Provincial que se acabó de hacer en este mes de enero
de noventa y dos pareció a todos los padres della sin discrepar ninguno, que por ser tan importante que en
esta ciudad y reino de la Nueva España haya casa profesa y que el tesorero Juan Luis de Rivera ha
ofrecido con mucha liberalidad cincuenta mil pesos para la fundación della con que luego se le acepten,
porque no haciéndose luego la aceptación dice que está determinado a emplear la dicha cantidad en otra
obra pía fuera de la Compañía, se le propusiese a Su Reverencia que use de la plena potestad que tiene
conforme a la patente de Nuestro Padre General, en que le da todas sus veces y, por el peligro manifiesto
que hay de la tardanza, acepte desde luego, la dicha fundación, concediéndole lo que pide en que la
Compañía no haga menos con él que, lo que acostumbra hacer con los fundadores de colegios, especialmente
en lo tocante a los sufragios en vida y en muerte por toda la universal Compañía y en que se le dé vela el
día de la fundación, que es lo que expresamente pide sin otro gravamen ni condición.
Para lo cual es necesario que Su Reverencia dispense en el decreto décimo octavo de la Tercera Congregación,
pues dando él como de tanta cantidad que fuera bastante para fundación de dos collegios, es justo que la
Compañía le corresponda con gratitud a lo que pide...121
Evidentemente, una petición unánime de diez de los más connotados profesos de la Provincia
era, al mismo tiempo, un respaldo pleno a la aceptación del Visitador, quien dio una respuesta
positiva.
Por fin, el 2 de febrero de 1592 se llevó a efecto la firma de la escritura. Este documento consignó
la donación del Tesorero y la finalidad de la dote. He aquí un extracto de la escritura:
Don Juan Luis de Rivera y Juana Gutiérrez, su mujer, que desde hace mucho tiempo habían deseado por
muchos hacer, de los bienes temporales que Dios les había dado, alguna obra que le fuese agradable y a la
salud de sus prójimos saludables…0 que en este nuevo mundo se hiciese y fundase en México una casa
profesa de la Compañía de Jesús. Dotándola con 50,000 pesos, oro común por dote y fundación para
45
edificar la dicha casa profesa y iglesia de ella y para las alhajas, sacristía y librería. Y lo restante hasta los
dichos 50,000 pesos de oro común irán dando al dicho P. Prepósito Pedro Díaz o a quien su poder hubiere,
150 pesos cada semana del año para la obra y costo del edificio de la dicha casa e iglesia hasta que
enteramente haya dado y pagado 50,000.122
Más adelante el mismo documento consigna los beneficios que corresponderían al matrimonio
fundador: “Con las calidades de gozar de todos los merecimientos, misas, oraciones, ayunos,
penitencias y frutos que en vida y muerte hacían a los fundadores de colegios y casas de ellos”.
De acuerdo con la concepción de Ignacio de Loyola, estos beneficios eran de sumo valor. Son
perceptibles las reminiscencias de la profesión de caballería al servicio divino en aspectos tales
como el derecho del fundador a tener su escudo de armas y su tumba en el templo erigido
mediante su sufragio.
Al día siguiente se instituyó la casa de profesos con un acto ceremonial, lleno de formalidades
desusadas que a la postre fueron esenciales para la subsistencia de la casa como tal y de la
ubicación del templo.123
En el edificio que habían comprado desde 1584 se instaló un templo provisional, significado
externamente por la colocación de una campana, e internamente, por el altar, donde “se puso el
Santísimo Sacramento de prestado”.124
Además de la ceremonia religiosa que solemnizó la fundación, el maestrescuela y gobernador del
Arzobispado, Sancho Sánchez Muñoz, pidió al Virrey se sirviese aprobar lo hecho y mandase
dar a la Compañía posesión del sitio y casa. Previamente, el virrey Luis de Velasco había
confirmado la licencia que ocho años antes otorgó el arzobispo y gobernador Moya de Contreras.
Más allá de su convicción individual, el Virrey convalidaba un acto ejecutado por quien ocupaba
el cargo de Presidente del Consejo de Indias, en España. Con todo y su significación, debieron
estimar que este acto sólo cubría el aspecto político porque el 15 de febrero, el Gobernador
Eclesiástico promovió una diligencia adicional: autorizó al promotor fiscal, licenciado Pablo
Mateo, para que efectuara una ceremonia protocolaria de entrega. A las diez de la mañana de ese
día, en presencia del notario Pedro Díaz, el licenciado Mateo estuvo en la casa profesa y
jurídicamente la dio a los jesuitas una vez más.125
El P. Pedro Sánchez fue designado como prepósito “por ser tan conocido y amado de todos”,
y junto con él inauguraron la fundación los padres Pedro Morales, Juan Loaysa, Alonso Guillén
y un hermano coadjutor. Sin embargo, estos ocupantes atendieron a una elección provisional: el
censo levantado dos meses después registró, además del P. Pedro Sánchez, prepósito de la casa
y consultor de la Provincia, al P. Francisco Váez, predicador y prefector espiritual, al P. Francisco
Majano y a los hermanos Hernando Escudero, Juan de Mirueña y Miguel de Bolinaga.126
46
Litigio contra la Casa Profesa
Viniendo a visitar esta Provincia con el beneplácito de Vuestra Magestad y orden de mi General, entre
otras cosas que, en esta ciubdad de México he hallado, por mayor servicio de Nuestro Señor, ha sido un
deseo grande y general de los moradores della de que la Compañía fundase casa profesa, en lugar
acomodado, para acudir a gozar de la predicación y administración de sacramentos que, en nuestra religión
se frecuentan. Porque el collegio nuestro que aquí se fundó, habrá casi veinte años, está tan apartado de la
común habitación, que acuden pocos a él y con mucho trabajo y habiéndose con este mismo deseo, habrá
ocho o diez años comprado una casa de cierta limosna que un hombre, Hernán Núñez, dio para este efecto,
teniendo de tal manera consideración a que estuviese en el comercio de la ciubdad que juntamente fuese en
el lugar más apartado de las otras religiones, y así está distante de el convento de Sancto Domingo trescientas
y ochenta canas y del de Sana Francisco más de trescientas y de el de Sanct Agustín doscientas y noventa.
El Arzobispo que agora es Praesidente de V.M. en su Consejo de indias…127
Con la misma fecha —lo. de marzo de 1592— el P. Diego de Avellaneda, visitador de la
Provincia, escribió dos cartas: una fue su informe al General de la Compañía; la otra, la
notificación arriba transcrita al rey, Felipe II, sobre la fundación que se había efectuado el mes
anterior.
Es obvia la intención política de esta carta, pero además, en el contexto de todos los actos
encaminados a legitimar y confirmar el establecimiento de la casa profesa mediante todas las
formalidades habidas, revela la clara preocupación que los jesuitas tenían ante la previsible
reacción de las demás órdenes tras su hábil —y en cierta manera, súbita incrustación en un sitio
más cercano a la catedral y al palacio virreinal del que hubiera dispuesto cualquier institución
religiosa ubicada con anterioridad.
Desconocemos con precisión si los jesuitas tenían indicios del litigio que se entablaría en su
contra. En todo caso, los documentos transcritos o citados en páginas anteriores revelan la
existencia de dos clases de personas o grupos en la sociedad novohispana: unos eran
simpatizantes o más todavía, devotos de su causa, y otros, declarados críticos (“es necesario dar
este ejemplo de pobreza por haber habido alguna nota demasiada de codicia”, “...nos pueden
notar de cudicia por ver que el Colegio tiene ya 10,000 pesos de renta”, ‘... sería de mucha
edificación en todo este reino ver casa profesa, con la pobreza y ministerios de la Compañía, con
lo que cesarían murmuraciones de codicia.”) de los bienes materiales que poseían, por mucho
que los productos y utilidades de éstos sirvieran para cubrir los costos de las misiones, y
principalmente los servicios educativos y eclesiales a la población de la propia ciudad, que eran
gratuitos.
Había, ciertamente, el antecedente de la oposición que los monasterios manifestaron en 1584,
cuando los jesuitas compraron los inmuebles donde a la postre se instalaría la casa profesa,
aunque en ese tiempo el desagrado no tuvo consecuencias en vista del largo impasse que precedió
a la ocupación efectiva del edificio.
El ámbito exclusivo de 300 canas se había establecido por elementales razones de territorialidad
y economía, para que los conventos no se perjudicaran entre sí.
47
La cana era una medida de longitud que equivalía aproximadamente a dos varas. La vara medía
835.9 mm.128
La práctica usual a la hora de fincar era que una orden religiosa huyera de la vecindad de otras
órdenes para evitar la disminución de las limosnas que podían recaudar, pero los antecedentes
explican con elocuencia por qué los jesuitas no adoptaron este comportamiento.
Además del servicio docente y la política excepcional con que lo prestigiaban en la esfera
virreinal, —factores objetivamente confiables para proceder con la resolución e independencia
que solían, para establecerse en el lugar que habían adquirido— los jesuitas contaban con el
respaldo de la bula Er si ex debito (y si es debido), firmada por Pío IV, mediante la cual el sumo
pontífice concedió a la Compañía la facultad de edificar sus monasterios y casas dentro de las
140 canas, como les pareciera.129 De esta manera le facilitó el cumplimiento de la misión
educativa que le encargó el Concilio de Trento, considerando la forma de sustentación prevista
para los colegios, que serían rentas y no limosnas. A mayor abundamiento, esta bula tenía un
antecedente y una confirmación: Al aprobar las Constituciones Paulo III faculté a la Compañía para
recibir inmuebles y construir intracanas. Esta misma prerrogativa revalidé Gregorio XIII (15721585).
Con advertencia o sin ella sobrevino el pleito. En su carta-informe al General de la Compañía
del 2 de marzo, el P. Diego de Avellaneda consigna el principio en los siguiente términos:
Aviendo escrito a V. paternidad el buen suceso de asentarse la casa profesa, con tan extraordinario aplauso
y agrado de toda la ciubdad, clérigos y seglares, y procediendo las justificaciones de licencias del virrey
presente, y el que aora es presidente del Consejo de Indias, estando aquí, la cual dio como Arzobispo y
como governador, y para aceptarla yo, en nombre de V.P., concurrir las precisas causas que tengo escritas
ansí de parte del fundador, como de parte de todos los padres de la congregación provincial que, con tanta
instancia me pidieron esto mismo, tomando a su cargo que V. paternidad lo tendría por bien, ecce in pace
amaritudo sed non amarissima de los benditos padres franciscos y dominicos que casi, por fuerza, se
juntaron, así a los agustinos que, primero no quiesieron y después, como fueron en número más los mozos
dellos contra el parecer de sus ancianos, vinieron a hacernos contradicción, tratando con la Audiencia que
revocasse la licencia que el Virrey había dado, y el dicho señor Arzobispo, cosa inaudita y en tanta
desautoridad del Virrey, y dixe “non amarissima” porque aunque los dichos padres en vezes han solicitado
ansí a los prebendados de la Iglesia Catedral como a los regidores del Cabildo de la ciubdad para que
saliesen por ellos contra nosotros nihil obtinuerunt, respondióles que de la dicha casa profesa en donde está,
espera la ciubdad y clerecía mucho bien para sus almas y que no es con perjuicio delios por la tan gran
distancia que hay de la dicha casa profesa a sus casas y que, aunque está su iglesia más cercana que
ninguna dellas a la nuestra, no se agravian sino que se consuelan y favorecen.130
La opinión de la clerecía de Catedral no cambió, pero el 21 de marzo siguiente la Ciudad salió al
pleito por su propio interés y coadyuvando al derecho de los religiosos de Santo Domingo, San
Francisco y San Agustín.
Un acta asentada en el Ayuntamiento narra como se sumó la Ciudad al pleito contra la casa
profesa: unos frailes —probablemente los agustinos mozos— asistieron al Cabildo a pedir que
tomaran partido contra los jesuitas para que movieran su casa a otro lado. Conviene recordar
que veinte años atrás agustinos y dominicos recibieron una amonestación del Cabildo por
desobedecer una cédula real y excederse en la posesión de inmuebles urbanos, con lo cual “questa
rrepóblica rrecibía agrabio e daño”.131 Desde el punto de vista de los querellantes, con parecida
lógica, esta vez eran los jesuitas quienes se habían excedido. Se organizó gran discusión. Cuatro
48
regidores se declararon a favor de los jesuitas, pero cinco en contra. El corregidor, licenciado
Vivero, había votado a favor y pretendió inclinar la balanza en el sentido de su voto, haciendo
caso omiso de la mayoría. Agriamente le recordaron que desde 1575 los votos eran de igual
calidad y el fallo debía ser al revés, de manera que el Corregidor tuvo que fallar contra su propia
opinión.132
En su afán por impugnar la ubicación de la casa profesa, las tres órdenes que promovían el litigio
consiguieron que el convento de Santa Clara se sumara a su causa el 9 de abril. De esta manera
fueron cinco los demandantes, aunque la participación de las monjas, como la de la Ciudad, fue
tangencial.
El pleito tuvo tres etapas principales: la que se libró en México y dos más, radicadas en el Real
Consejo de Indias y en la Nunciatura Apostólica en España, en su papel de jurado eclesiástico,
donde finalmente se dictó sentencia.133
La primera etapa tuvo, a su vez, diversas fases que volvieron el pleito engorroso y prolongado
en la medida que se intensificó la contienda. Esta etapa, librada ante la Audiencia de México, es
la que conocemos con mayor detalle gracias a un Memorial del pleito que probablemente haya sido
preparado para remitir los autos a ultramar. La previsión de otra instancia para el pleito, así como
algunas diligencias iniciales de los jesuitas y sus partidarios se aprecian todavía en la misma cartainforme del 2 de marzo de 1592, del P. Avellaneda:
Ya dixe a V.P. en la que va con ésta las canas que hay, pues midiéndolas después el architecto mayor de
esta ciubdad con un hermano de los nuestros inteligente (alude, acaso, al hermano Bartolomé Larios,
sotoministro, architecto y maestro de escuela de otros oficios de coadjutor) se han hallado más canas de las
que yo escrebí, porque el monasterio de Santo Domingo dista de la casa profesa trescientas y ochenta canas
justas, y San Francisco más de trescientas, pocas más, como cinco o seis: San Agustín, doscientas ochenta,
de manera que, aunque no tuviera la Compañía el privilegio de Gregorio XIII, tan favorable en esto de
las canas, sin perjuicio dellos podríamos fundar a donde estamos.
Y es su calor ahora un privilegio que los franciscos alegan de Clemente IV que dentro de trescientas canas
a ellos no se puede fundar otro monesterio y que, por la comunicación gozan deste los dominicos y agustinos
y que las canas medidas por el aire hacen menos su número del que ahora se halla por tierra y que Sixto
V les confirmó a los franciscos todos sus privilegios y ansí el dicho de las trescientas y que por él se deroga
el nuestro de Gregorio, que fue antes, aunque en el dicho su privilegio no hacen ni mención de canas ni
derogan ningún otro en particular sino por cláusulas generales, de manera que no es sino una simple
confirmación de sus privilegios que no nos perjudica...
…si perseveran en su contradicción habrá que ir a Roma el negocio y estos señores oidores, por atajar el
ruido de jueces conservadores de la una o otra parte, querrán que nosotros continuemos nuestra posesión
sin que edifiquemos ni compremos nuevas casas en aquel sitio en el interim que, en España o Roma, se
resuelve como antiyer se nos notificó de parte de la Audiencia, dándosenos traslado de las peticiones de los
dichos religiosos. Y fue la gracia que, antes que por la tarde se notificase este auto en la dicha casa profesa,
nuestro fundador, por la mañana compró unas casas junto a la nuestra en que viven los profesos, que le
costó diez y seis mil y quinientos pesos, y se hizo la escritura de compra y traspaso della a la Compañía
donde hay habitación para veinte de los nuestros y iglesia aunque de prestado, bien suficiente para los
ministerios de confesar y predicar...’’134
En la fase inicial del pleito —marzo y abril de 1592— se verificaron las distancias entre la casa
profesa y los conventos. Mientras tanto, los jesuitas seguían construyendo, hecho que causaba
irritación a las órdenes y varias veces fue motivo de queja ante la Audiencia.
49
A partir de mayo siguió una fase que se caracterizó por la exhibición de documentos en favor de
las causas en litigio. Estos alegatos evidencian la molestia de “las religiones que van a fundar en
aquella ciudad y en toda la Nueva España”135 porque la cuarta orden en llegar ocupó el sitio más
céntrico. Mientras presentaban en la Audiencia las cédulas reales que amparaban antiguos
derechos —los más de ellos caducos—, agustinos, dominicos y franciscanos hacían cartas para
apelar al Arzobispo y al Rey, en vista de que el Virrey había confirmado la licencia en favor de
los jesuitas.
Consecuentemente, enviaron emisarios a Europa con la esperanza de conseguir apoyo. En una
gestión equivalente, los jesuitas aprovecharon el viaje a Roma previsto en la Tercera
Congregación, tal como lo anuncia el P. Avellaneda en su misma carta-informe:
Y cuando en buen hora el P. Pedro de Morales, rector del Collegio de Puebla que fue elegido procurador
vaya a Roma, llevará a V.P. los dichos recaudos de todo; y si la buena memoria de Gregorio XIV no con
firmó nuestros privilegios que los confirme, o el sucesor, porque ha venido nueva acá de que pasó desta vida;
para que los padres franciscos no nos opongan su confirmación de los suyos por Sixto V diciendo que, por
él se derogan los nuestros aunque yo espero en Nuestro Señor que, según es la paz que hay deste negocio en
la ciubdad y persuación de nuestra justicia en los que bien entienden, se sosegarán nuestros padres y
hermanos mayores viendo el poco perjuicio que les hacemos que su amor todo es, y así lo dicen, que les
habremos de quitar la gente con haber la distancia que se ha dicho...136
El pleito en la Audiencia de México puso de relieve la fuerza y el sentido de las actas de entrega
y toma de posesión, la licencia de fundación y la revalidación de ésta, la escritura de donación y
demás documentos que los jesuitas acumularon y en principio parecían excesivos.
En esta fase, el pleito revela cómo funcionaban en la práctica colonial los mecanismos políticos
para influir sobre las decisiones de los órganos encargados de administrar justicia. Los jesuitas
promovieron el envío de cartas a la Audiencia de cuantos dignatarios civiles y eclesiásticos
pudieran tener peso y significación. Regidores y funcionarios, obispos y canónigos escribieron
que les “parece que la Compañía no ha excedido en nada”, que “tomó posesión de la casa profesa
con harto contento de los vecinos que saben el bien que la Compañía ha hecho y hace siempre,”
etc.
Por supuesto, los jesuitas esgrimieron el breve de Gregorio XIII que confirmaba su facultad de
edificar dentro de las canas concedidas a otras religiones y el breve de Pío IV, que los favorecía
con la misma facultad, aún dentro del límite de las 140 canas. Esta fase la culminaron con la
presentación de cartas a su favor escritas por algunos regidores en funciones, con lo cual, al
menos subjetivamente, quedaba neutralizada la querella de la Ciudad.
Las órdenes antagónicas tuvieron un indicio esperanzador de su posible éxito hasta el 25 de
febrero de 1593, cuando se confirmó un auto de la Audiencia que negó a la Compañía licencia
para edificar. Esta suspensión significó una traba que los jesuitas trataron de zanjar, sin
conseguirlo, en sus diligencias posteriores.
En la siguiente fase —fines de 1593— los franciscanos se dedicaron a presentar documentos
reales y pontificios que les concedían privilegios, algunos tan obsoletos como el “capítulo de una
carta de Su Magestad, siendo príncipe,” donde ordenaba “que a los religiosos que estuvieron
entre los indios (…) en lo que toca al edificio de monasterios (...) cinco leguas a la redonda no
se puede edificar otro.” Se trató del resultado de una acuciosa investigación documental, de tal
manera que llevaron a la Audiencia documentos de 1534, 1538, 1549, 1550 y algunos de años
más recientes, conforme los fueron exhumando.137
50
Desconocemos las formalidades del traslado de la causa al Real Consejo de Indias, pero está
claro que el pleito fue visto simultáneamente en tres instancias, aunque este hecho haya sido
fortuito. El Memorial del pleito citado registra actuaciones en la Audiencia de México todavía hacia
fines de diciembre de 1594, cuando el litigio tenía ya casi un año que había salido de la
incumbencia del Real Consejo de Indias y de “otros cinco jueces del Consejo Real que el
Monarca había convocado”. Mediante un auto formal del 22 de diciembre de 1593, el Consejo
de Indias y los jueces especiales se declararon incompetentes en el citado pleito y lo remitieron
al juez eclesiástico. Sabemos que el Rey tenía antecedentes de la controversia mediante la carta
del P. Avellaneda, quien en octubre de 1592, al término de su visita a la Nueva España, residió
un tiempo en Madrid, donde pudo verse con Felipe II.138
Por otra parte, el P. Pedro de Morales, rector del Colegio de Puebla, quien fue elegido por la
Tercera Congregación como procurador de la Provincia jesuítica de Nueva España, llevó el
asunto del pleito a Roma, donde eran ya varios los litigios por invasión de canas que se
presentaban. El papa era considerado supremo juez en causas eclesiásticas. En este caso,
Clemente VIII remitió el asunto al nuncio apostólico residente en España, el ilustrísimo y
reverendísimo don Camilo Gaetano, patriarca de Alejandría, quien “vistas las dichas letras y
petición las obedeció y acebtó la jurisdicción que su Santidad le comete (...) a 11 de las calendas
de hebrero, año de la Encarnación del Señor, de mil y quinientos y noventa y tres (...) y mandó
citar las partes para que por sí o sus procuradores pareciesen ante él en seguimiento de este dicho
pleito y causa...139
El Nuncio Apostólico dictó sentencia el 21 de junio de 1595. Esta sentencia, plenamente
favorable a los jesuitas, daba licencia explícita a los padres de la Compañía para proseguir en la
obra de la casa profesa, licencia respaldada por penas que se antojan desproporcionadas para
quien se opusiere. Se apelaba a acatarla “... en virtud de santa obediencia y so pena de ingreso de
su iglesia y de mil ducados de oro aplicados a pobres.” El caso de que fuere un particular quien
se opusiere, la pena sería “de excomunión mayor y doscientos ducados de oro.” 140
La noticia de la sentencia por el litigio de las canas debió llegar a la Nueva España, en el mejor
de los casos, a fines de 1595, pero desde el año anterior se habían aplacado los ánimos de los
querellantes.
La carta anua de la Provincia jesuítica correspondiente a 1594 da cuenta de la reconciliación de
la Compañía con las demás órdenes en vista de que la vida cotidiana demostró que no resultaban
afectados sus templos ni sus recaudaciones. A los jesuitas, por su parte, debió tranquilizarlos el
feliz retorno de su procurador, el P. Morales. He aquí el informe que presenta respecto de la
casa.
La casa profesa, probada y ejercitada con contradicciones y persecuciones ha ido siempre echando mayores
raíces y de sus buenos fundamentos de humildad y paciencia, con perseverancia en acudir a nuestros
ministerios, se espera ha de ir siempre creciendo para mayor gloria divina y bien de las almas, como lo va
experimentando toda la ciudad con grande consuelo suyo, concediendo ya las demás religiones con la caridad
y amor de verdaderos hermanos, celosos de la honra y gloria de nuestro común padre el Señor, habiendo
vuelto a la comunicación y hermandad antigua con nosotros.
Háse esforzado más este año de 94 el número de obreros que ha sido mayor porque han residido
comúnmente ocho sacerdotes y siete hermanos. Y así se ha acudido mejor a nuestros ministerios y a las
necesidades esperituales de esta ciudad. Hánse visitado de ordinario cárceles y hospitales donde ha habido
51
buena compasión. Los sentenciados a muerte se han visto ayudados y se han visto muchas buenas muertes
de los tales y con edificación...
Por ser la iglesia muy pequeña y estrecha, no se podía dar tan buen recado ni acudía tanta gente. Este año
se ha ensanchado y se ha hecho una iglesia capaz y graciosa, de lo cual toda la ciudad se ha alegrado y
mucho, y ha sido y es mucho el concurso de gente que a ella viene, para lo cual ayuda la mucha acepción
que el predicador nuestro tiene de esta ciudad y en las demás partes donde ha predicado con mucho fructo.
Para la nueva iglesia dio uno una lámpara de plata grande para delante del Santísimo Sacramento, que
vale casi doscientos pesos.
Y toda la ciudad acude muy liberalmente a sustentarnos y como va creciendo el número de los sujetos, va
Nuestro Señor proveyendo de más socorro. Y sí, conforme a la mucha mies que hay y concurso de nuestra
casa se hubieran de poner los obreros, fuera necesario añadir muchos. Más, por no faltar al principal
intento de nuestra venida a estas partes, que es la enseñanza y ayuda a los indios, no se ponen más.141
52
La etapa constructiva
La consolidación de la casa profesa y del templo en el centro de la ciudad correspondió a una
etapa de consolidación general de la Provincia, y ésta, a su vez, ocurrió en la plenitud de los
cuatro decenios de auge económico (1581-1620).142
La atención que la Corona y el gobierno virreinal ponían en las minas de plata, su mayor fuente
de riqueza, no les hacia perder de vista la actividad misionera de los jesuitas en las regiones
norteñas donde constituían una avanzada del proceso progresivo de colonización de nuevas
tierras, cuyo potencial despertaba nuevas expectativas.
Durante los últimos años del siglo los jesuitas extendieron sus misiones en Guadiana, Durango;
Laguna Grande, Santa María de las Parras y Sinaloa.143
En noviembre de 1596 se efectuó la Cuarta Congregación Provincial, que envió al P. Pedro Díaz
a Roma, como procurador.144
En atención a solicitudes de las congregaciones y en concordancia con el dinamismo de la
economía novohispana —mayor que el de la europea— Roma había concedido que el provincial
de la Nueva España pudiera enajenar bienes por una cantidad determinada, aunque todo
movimiento de compraventa de propiedades de alguna consideración, así como la recepción de
testamentos, herencias, donaciones y limosnas debía ser informado al Padre General, quien por
este medio supervisaba el cumplimiento del voto de pobreza.
Sobre la casa profesa regía una limitación para que no fueran más de seis sus ocupantes, para no
privar a las misiones de operarios. Sin embargo, en respuestas a la Congregación, el Padre
Acquaviva admitió que fueran ocho, “pero con todo eso nos parece bien que haya en ella seis
operarios útiles, ultra de los viejos y achacosos que en ella residirán, que éstos no harán falta en
las misiones”.145
El gobierno jesuítico provincial estuvo a cargo del P. Esteban Páez entre 1594-1597. El P. Páez
tuvo la ventaja de conocer la provincia y a la mayor parte de los jesuitas con quienes trataría
directamente cuando acompañó al visitador Avellaneda. Lo sucedió el P. Francisco Váez (15971602). Cuando el P. Acquaviva designó como provincial al P. Váez, en su decisión contaron la
confianza y la estima personal que le tenía, a pesar de la reserva hacia su carácter suave, que podía
propiciar una conducción excesivamente condescendiente.146
El P. Váez ocupó su cargo en la Ciudad de México el 10 de octubre de 1597 y al mes siguiente
se llevó a efecto la Quinta Congregación Provincial,
cuya agenda de peticiones dirigidas a Roma confirman el periodo de expansión de la Provincia
hacia el final del siglo: pidieron por ejemplo, autorización para celebrar congregaciones con
mayor frecuencia (les fue denegada); el envío de más jesuitas, una docena para Nueva España y
media más, para Filipinas; por otra parte, propusieron promover la misión de San Luis de la Paz
y las residencias de Guadiana y Sinaloa. Roma aceptó con gusto tales propuestas, así como la
presencia de dos maestros de Gramática en la residencia de Zacatecas, dada la importancia que
había cobrado, y la erección de residencias en las misiones donde hubiere profesos.147
53
Las instrucciones y recomendaciones que recibió el P. Váez revelan también que el P. Acquaviva
era consciente de las limitaciones de la provincia ante las demandas que recibía para ejercer sus
ministerios, sin que por ello dejara de lado su mayor misión: “por amor del Señor, ponga el
ánimo de ayudar a los indios, cuando se pudiere...” Por otra parte, debía contentarse “con abrazar
lo que buenamente pudiere, y no todo lo que se ofreciere o descubriere, pues del, cuán contados
son los sujetos que hay y con cuánta dificultad se pueden sacar de las provincias de Europa”.148
En medio de este mundo en expansión resultaban explicables las muestras de comportamiento
fuera de las normas que tuvieron algunos jesuitas, aunque desconozcamos si a tales conductas
contribuyó el condescendiente estilo de gobernar del P. Váez.
Los jesuitas docentes comenzaron a admitir que los llamaran “doctores”, y los estudiantes, el
título inmerecido de “reverendo”. Los más recientes procuradores enviados a Roma habían
adoptado el papel de gestores de asuntos de “forasteros”, es decir, personas ajenas al Orden149
sin permiso ni instrucciones del Provincial. Comenzaron a presentarse indicios de división entre
los jesuitas criollos y los españoles, y de manera más evidente, hubo desunión entre el prepósito
y los subalternos de la casa profesa, y entre las comunidades jesuíticas de ésta y del Colegio
Máximo. Las residencias en las giras comenzaron a extenderse más allá de lo necesario, y con
mayor frecuencia, lo cual se prestaba a tomarlas como pretexto de paseo. Se comenzaron a
suscitar pleitos sobre diezmos, y en las tareas rutinarias de las sacristías, los jesuitas tendieron a
servirse en demasía de los niños indios, hecho que desvirtuaba el propósito de “criarlos y
ayudarlos en letras y virtud”.150 Los jesuitas comenzaron a preferir en su vestimenta el paño que
iba de España, que era más costoso. Por otra parte, se aficionaron al abuso del chocolate, cuyo
consumo había de ser por prescripción médica. Desviaciones y faltas de este tipo debieron ser
corregidas por el Provincial a recomendación expresa del General, quien se enteraba de ellas por
todo miembro de la Orden que las observaba y cuya conciencia autocrítica lo inducía a escribir
la denuncia.
En el control remoto —epistolar— que Roma tenía de la Provincia durante esta etapa, con
frecuencia debía calificar la corrección o improcedencia de las circunstancias que emergían en
materia económica. El criterio cardinal era cuidar la observancia exacta del voto y la virtud de
pobreza y, como apunta Zubillaga, la importancia de este factor en la estructura de la Provincia.
Lo más frecuente era la necesidad de calificar la licitud de los ingresos de cualesquiera de las
instituciones establecidas, “para evitar toda especie de granjería”. La extracción y venta de piedra
de cerro y de madera o lefia de Jesús del Monte fueron consideradas “justas, sin resabio de
negociación”.
En cambio, la cal de la calera fue calificada en Roma “clara mercancía y como tal se debe dexar”.
Un ingenio de azúcar fue admitido como soporte económico del Colegio de Oaxaca solamente
durante cierto tiempo, lo mismo que la posesión de una hacienda de yeguas. La venta de trigo
hecho harina, en beneficio del Colegio de Tepotzotlán fue considerada “granjería inadmisible”.
No es factible poner en claro el criterio dictaminador, antes al contrario, se evidencia la
contradicción ante situaciones nuevas que inferían ingresos igualmente imprevistos.151
El siguiente provincial, primero en recibir la designación en el siglo XVII, Ildefonso de Castro
(1602-1608), quien asumió su cargo en octubre, llegó con la instrucción de poner muchas de las
haciendas en manos de administradores y mayordomos externos, aún a costa de la disminución
de alguna ganancia. Un mes después, cuando se dio cuenta que no era un asunto sencillo, el P.
Castro informó a Roma que sobre la dificultad que veía en nombrar mayordomos a seglares, se
54
informaría mientras visitara las casas novohispanas y procuraría cumplir la voluntad del Padre
General.152
En cuanto a la casa profesa, cuyos servicios se regularizaron y mantuvieron en medio de una
creciente aceptación durante los trece años que se prolongó la fábrica del templo, los tópicos
más sobresalientes fueron dos: Las reiteradas instrucciones del Padre General de que los
servicios eclesiásticos fueran retirados paulatinamente del Colegio Máximo, para que en el
mediano plazo se prestaran únicamente en el templo adjunto a la casa profesa, y la fundación,
hacia el fin del siglo, de la Congregación de El Salvador, hecha por el prepósito P. Pedro
Sánchez.153
En efecto uno de los planteamientos más álgidos del memorial del P. Martín Peláez, procurador
de la Provincia de México nombrado por la Sexta Congregación Provincial (octubre de 1603)
ante Roma, fue el siguiente: “¿Qué forma se ha de guardar en los ministerios del Colegio de
México para quitar desunión entre él y la casa profesa?”, la respuesta fue clara:
Execútese lo que muchas vezes se ha escrito a los provinciales, principalmente en una de 20 de septiembre
de 1599 del tenor siguiente: Bien me parece que los ministerios se vayan poco a poco quitando del collegio,
para que sea con más suavidad, pero con tal que, con effecto, se vaya haziendo, etc. Y en otra de 16 de
abril de 1601, en que se dize: Yo e escrito que, poco a poco, se vayan quitando los ministerios del collegio
y lo mismo digo aora, pero sea de manera que con effecto se quiten, quedándose allí algunos devotos de
aquellos que están cerca, y podrán acudir fácilmente a la Casa. Iten, en una de 10 de febrero de 1603. Se
escribe al provincial: Procure V.R. que nuestros ministerios de confesar y predicar, etc. se vayan quitando
del collegio pero procure hazello poco a poco y sin offensión, haziendo capazes de nuestro modo a los que
juzgase convenir; y finalmente, en una del 30 de junio del mismo año (1603) se dize al mismo Provincial:
lo poco que en el collegio queda de nuestros ministerios, desseo que se vaya pasando a la Casa, pues aquel
es su propio puesto, según tengo avisado en otras. Sí, con effecto, se procura executar lo que tantas vezes se
ha avisado, no abrá entre la Casa y collegio ocasión ninguna de menos unión de lo que conviene.154
Por otra parte, Ignacio de Loyola había prescrito que en las casas de la Compañía, además de
dispensar los sacramentos, “...se emplearán en obras de misericordia temporales, ayudando
enfermos, visitándolos, pacificando discordias, haciendo por los pobres prisioneros de las
cárceles lo que pudieren...”155 En estas obras era factible contar con la colaboración organizada
de congregaciones y cofradías de seglares, que eran grupos afiliados bajo el amparo de un santo,
sujetos a reglas y a lo que se denominaba una ‘patente’. La patente consistía en hojas impresas
con las obligaciones de los congregantes.
Estos asistían a misas, efectuaban juntas un día fijo de cada semana, donde leían algún libro santo
y escuchaban una prédica del prepósito de la congregación, quien solía explicar la doctrina.
Gracias a las gestiones del P. Sánchez, los congregantes de El Salvador obtuvieron los mismos
privilegios que la Congregación de la Annunciata en Roma, que consistían en indulgencia
plenaria.
Grandes personalidades de la sociedad novohispana se afiliaron a esta Congregación, y mediante
ella fueron inducidos a practicar las obras de piedad que había propuesto el Fundador de la
Orden con el patrocinio de sus contribuciones pecuniarias.
Las limosnas que aportaban se reunían en un cofre de tres llaves, que se abría a condición de que
estuvieran presentes el Presidente, el Secretario y el Tesorero de la Congregación. Solían reunir
fondos para un fin determinado, y mientras se completaba el monto, el cofre quedaba bajo la
custodia del prepósito.
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La Congregación de El Salvador llegó a ser muy rica. Mantenía un hospital para mujeres
dementes, dotaba a dos huérfanos al año y daba de cenar a niños pobres.156
El dinero que periódicamente aportaban los congregantes, en ocasiones cumplía una promesa
temporal, vigente durante un cierto número de años, o vitalicia y hereditaria a los descendientes
del congregante. Hubo numerosos casos de herederos que incumplieron esta obligación y en
consecuencia, afrontaron litigios, cuyos testimonios subsisten.
Al frente de la Congregación de El Salvador estuvieron jesuitas famosos, como Bartolomé
Castaño, Juan Martínez de la Parra (1655-1701) y Nicolás de Segura (1676-1743).
Los sucesivos prepósitos orientaban los empeños de la Congregación de acuerdo con la política
de la provincia en la Ciudad. Es muy probable que de esta manera los congregantes hayan
obtenido la satisfacción de aportar algo, al lado del fundador, para la fábrica del templo.
56
El primer templo, 1610
La primera piedra del templo que hubo en el sitio donde se encuentra el actual se colocó el 29
de julio de 1597 en una ceremonia a la que concurrieron el fundador, don Juan Luis de Rivera,
los padres y hermanos de la casa y del Colegio Máximo y muy probablemente doña Juana
Gutiérrez, la esposa del fundador.
Según la Carta Anua de ese año el proyecto era el que “se deseava edificar, con puertas a dos
calles de las más principales de la ciudad y con traza bien acomodada a nuestros
ministerios”.1157Al año siguiente los cimientos ya rebasaban el nivel del suelo. La fábrica duró
trece años por la dimensión del proyecto y porque durante el segundo año se cometieron
“algunos yerros notables en architectura” que fue necesario corregir.158
Mientras tanto, los padres de la casa profesa, los más directamente interesados en la obra,
redoblaron su empeño por conseguir recursos adicionales para la fábrica del templo. Este
empeño tuvo resultados halagüeños: mientras la edificación avanzaba tuvieron que agrandar el
templo provisional y colocar el púlpito a la puerta porque la gente que asistía rebasaba su
capacidad. El Virrey y la Audiencia seguían el sermón desde una tribuna.159
La catequesis se difundió de manera que en escuelas, calles y plazas se enseñaba y cantaba la
doctrina y los predicadores jesuitas encontraban público aún en los portales de la plaza. Además,
la asistencia material y espiritual que prestaban a encarcelados y ajusticiados, la abogacía y la
gestión en las causas judiciales y la doctrina que mantuvieron para esclavos y negros les hicieron
ganar el respeto y el aprecio de otros estratos de la sociedad novohispana.160
Un innegable antecedente de las bibliotecas públicas en la Ciudad de México fue una iniciativa
puesta en práctica en el templo provisional, que consistió en colocar un estante de libros de
lectura para los visitantes en la portería del edificio, recurso que aumentó sensiblemente la
concurrencia.161
En cuanto a las aportaciones para la obra, el donativo original sirvió para comprar las casas
vecinas, y el mismo Fundador mandó 50 pesos a la semana, y a veces más, durante todo el tiempo
de construcción.
Entre los bienhechores que más contribuyeron en los primeros años de la fábrica estuvieron los
habitantes ilustres de la ciudad. Uno de ellos fue el virrey, conde de Monterrey, quien guardaba
a la Compañía gratitud por haber formado a sus tres hijos. Echó mano de la administración de
repartimientos y mandó indios de los pueblos cercanos para sacar piedra de las canteras y trabajar
en la obra.162
Hubo, además, varias contribuciones complementarias: Juan Luis de Rivera dejó 6,000 pesos
para su entierro y doña Juana Gutiérrez dejó 20,000 —la pareja no tuvo descendencia—. Esta
última cantidad fue motivo de un litigio porque doña Juana, a la sazón viuda de don Juan Luis,
casó con Diego de Avendaño, oidor de la Audiencia de México y, en 1615, rector de la
Universidad. Al morir ella, su segundo esposo se resistió a cumplir la ejecución de los bienes en
favor de la casa profesa, hasta que afrontó una demanda.163
57
El P. Pedro Sánchez, primer provincial en la Nueva España y primer prepósito de la casa profesa,
tampoco vio terminada la obra. Murió el 15 de julio de 1609. Esta pérdida pesó doblemente en
el ánimo de los jesuitas porque parecía inevitable que cubriera de luto la cercana inauguración.
Por fortuna, al poco tiempo llegó de Roma el anuncio de la beatificación de Ignacio de Loyola,
prevista para el 31 de julio de 1610, fecha que consideraron muy propia para inaugurar el templo.
De acuerdo con estimaciones sensatas, la obra difícilmente se terminaría, a menos que se
realizaran esfuerzos extraordinarios. Gracias a la intervención del Marqués de Salinas, don Luis
de Velasco II, virrey en el segundo periodo, (1607-1611) la fábrica del templo dispuso de 200
hombres extra para intensificar los trabajos. De esta manera quedó concluida puntualmente.164
La ceremonia para dedicar el primer templo al fundador de la Compañía el preciso día de su
beatificación vistió de fiesta a toda la Ciudad. Desde la víspera cinco carros alegóricos salieron
por las calles. Representaban los cinco triunfos de San Ignacio: sobre la juventud perdida, la
ignorancia, la herejía, la gentilidad y la Reforma. Setenta y dos niños, “la flor de la juventud
mexicana y de nuestros estudios” (Alegre), representaban las alegorías. Al paso de los carros por
las cuadras se repartían versos en tarjas y carteles; versos para dar gracias por las victorias de San
Ignacio. El paseo duró hasta el anochecer y terminó con repiques de campanas y fuegos
artificiales.
Al día siguiente, 31 de julio, en la misa inaugural, el arzobispo, fray García Guerra, hizo una
prédica para la ocasión. Inicialmente salió una gran procesión de Catedral, con un gran castillo
tirado por 24 indígenas.
Al llegar a la puerta del templo de la Profesa los esperaban 12 sacerdotes que llevaban al
Santísimo bajo palio. Desde el castillo se hizo una salva con 44 piezas. Luego, rasgándose un
globo enorme en que remataba, apareció la Santísima Virgen con San Ignacio. Después de una
breve representación, hecha por uno de los indígenas, otros doce salieron en vistosa danza.
Un poco más atrás se veía un elefante muy grande del que salieron hombres, cohetes e inventos
de fuego. En el Cabildo estaba un cuerpo gigante con cuatro horribles cabezas que representaban
a los alemanes Martín Lutero y su colaborador, Felipe Melanchthon; al francés Juan Calvino y al
suizo Ulrico Zwinglo, símbolos de la herejía; y desde la azotea vecina, una estatua de San Ignacio
disparó un rayo de fuego que prendió al monstruo y lo hizo estallar en mil pedazos.
Los detalles de esta descripción de los festejos con motivo de la dedicación del templo de la
Profesa, que debemos a Francisco Xavier Alegre, revelan cuán vistosas e importantes eran las
celebraciones religiosas. La vida se movía alrededor de ellas. Este antecedente histórico que tuvo
vigencia durante más de dos siglos explica, al menos parcialmente, que en muchos lugares de
provincia, las principales fiestas populares todavía sean las de carácter religioso: el día del santo
patrón, la Semana Santa, el día de muertos y el día de la Virgen de Guadalupe, por lo menos.
Durante casi todo el periodo colonial el teatro estuvo al servicio de la propagación de la fe. Autos
sacramentales, danzas y pantomimas formaron parte de la instrucción religiosa, y el gusto e
interés que despertaron en los indios explica su arraigo, así como el surgimiento de un teatro
mestizo. Este tipo de manifestaciones contó con el patrocinio español hasta dos años antes de
la expulsión de los jesuitas: el día 11 de junio de 1765 las representaciones fueron prohibidas por
real cédula.165
Algo similar ocurría con la riqueza y el lujo en los templos. El hombre cristiano, habitante de la
Ciudad de México durante la Colonia, estaba convencido que lo mejor y más precioso del
58
universo debía pertenecer a su Creador. Lo enorgullecía, por ejemplo, que la custodia para el
templo de la Profesa hubiera costado 25,000 pesos. Los copones, blandones, relicarios y joyería
de los santos fueron donaciones en épocas de fe y riqueza pública. Todo el pueblo gozaba con
el estrépito y derroche de las fiestas y jubileos, con la Semana Santa y otras fiestas, que rompían
la monotonía de la vida y lo unía en una misma creencia.
Con todo y que los compromisos económicos contravenían las Constituciones, en 1610 la casa
profesa estaba gravada con 9,000 pesos que tomó a rédito para culminar la fábrica del templo,
más 2,000 para la fiesta. Tal había significado el compromiso de conmemorar ia beatificación de
Ignacio de Loyola. Esta deuda no duró mucho tiempo: por coincidencia, en esos días murió don
Juan de Villaseca, secretario del virrey Luis de Velasco, quien legó los 11,000 que hacían falta
para redimirla.166
59
Ministerios y vida pública
El primero de enero de 1607, tres años y medio antes de la inauguración del templo narrada en
el apartado anterior, se llevó a efecto una ceremonia solemne de acción de gracias en la capilla
provisional de la casa profesa a la que asistieron el Virrey y los miembros de la Audiencia, entre
otros dignatarios eclesiásticos y seglares.
Correspondió al Rector del Colegio Máximo hacer la prédica de la ceremonia. El rector era el P.
Martín Peláez, manchego de 48 años, vecino de la ciudad desde los 25, en que llegó como escolar
teólogo de la Compañía. La significación de la fecha y la jerarquía de los asistentes permiten
suponer que el P. Peláez se preparó para la ocasión y predicó con esmero, más aún porque no
era habitual que lo hiciera en una capilla diferente a la suya.
Después de esta ceremonia alguien contó una versión distorsionada de la prédica a un personaje
que no estuvo presente: el visitador de la Real Audiencia, licenciado Diego Landeras de Velasco.
Su informante le hizo creer que el discurso del P. Peláez había sido afrentoso a su persona y al
cargo que había comenzado a desempeñar tras su llegada, entre septiembre y octubre del año
anterior.
Con la prepotencia de su elevado cargo, el Visitador premeditó un plan para utilizar uno de los
recursos excepcionales de autoridad de que estaba investido en contra del P. Martín Peláez.
Semanas después, mediante una aparente invitación de cortesía hizo asistir al Rector del Colegio
Máximo a un sitio donde lo aprehendió. Enseguida ordenó su inmediato destierro. El P. Peláez
fue sacado de la Ciudad de México esa misma noche. Permanecería preso en Veracruz mientras
saliera la primera flota rumbo a España.167
Estupefactos, los testigos de lo que realmente había dicho el P. Peláez protestaron de inmediato
y consiguieron que el Visitador ordenara detener el viaje al tercer día de marcha hacia Veracruz.
Mientras se aclaraban las cosas, el Rector del Colegio Máximo soportó fuera de la ciudad un
destierro de treinta días, entre enero y febrero de 1607, y posteriormente un arraigo en el Colegio.
Este incidente revela, por una parte, el autoritarismo de alguien que fue denunciado ante Felipe
III como “inexorable, colérico, arrojado y malcriado” que acusaba y condenaba “sin pies ni
cabeza y con gran malicia.”168 Por otra parte, evidencia la significación política de los jesuitas,
cuya prédica atendían las máximas autoridades de la sociedad novohispana. En último término
el incidente es un indicio de los frecuentes conflictos que ocurrieron en la capital de la Colonia
durante el siglo XVII entre autoridades civiles y eclesiásticas donde hubo jesuitas involucrados,
unas veces, de manera tan accidental o aleatoria como ésta; otras, con un grado de participación
mayor.
El estilo de don Diego Landeras para ejercer su cargo fue tan conflictivo que el Rey lo sustituyó
al año siguiente y revocó el nombramiento en el Consejo de Indias que lo esperaba en Madrid,
cuando concluyera la visita.
De esta manera las noticias sobre el templo y la casa profesa se entretejen con la política de la
Compañía en su constante relación con las autoridades virreinales. Recurrentemente, los
informes y referencias a la casa profesa en las cartas anuas dan cuenta de acontecimientos
similares: la asistencia del Virrey, la Audiencia y las noblezas peninsular y criolla a los oficios y
60
ceremonias; la solemne celebración de jubileos y fiestas principales, especialmente las de Nuestra
Señora.”169
Por ese tiempo, aunque la presencia de los feligreses era constante, los operarios de la casa
profesa realizaban también misiones breves a sitios relativamente cercanos a la ciudad capital,
como Pachuca, San Juan del Río, Sultepec y Taxco.170
“Es ya tanta la afluencia en los días ordinarios de trabajo entre semana que hay muy buena
ocupación para los que acuden a este ministerio... estando esta casa en el centro de la ciudad,
vienen muchos hombres y mujeres de ordinario desde los extremos de ella... dejando otros
muchos conventos que tienen a mano”, informaba el P. Nicolás de Amaya hacia 1616, año en
que se fundó la Congregación de los Clérigos de la Casa Profesa, con erección de capilla y altar.171
No obstante, el principal apoyo al crecimiento de la casa “en lo temporal y ministerios”, según
lo reconocían los propios jesuitas, siguió siendo la Congregación de El Salvador.
Esta congregación se estableció en el segundo altar de la nave sin, dedicado a El Salvador y
adornado con un retablo “en que están engastadas innumerables reliquias que sólo se descubrían
el día de Todos Santos. El resto del año estaban cubiertas de muy buenas pinturas y sobrepuestos
de talla dorada que adorna el retablo sin que se conozca lo que cubren, de suerte que el día que
se manifiestan parece retablo enteramente distinto. Ese mismo altar servía de sagrario cuando
estaba embarazado el principal por razón del monumento o alguna otra causa. Servía de altar
mayor.”172
El funcionamiento de este tipo de grupos, cuyo eje de actividad social era la vida religiosa, fue
uno de los medios que la nobleza criolla puso en práctica para significarse ante los peninsulares
y hacer valer su derecho a participar, en igualdad de circunstancias, en el gobierno virreinal. En
términos generales, la obra de los jesuitas contribuyó en esa tendencia pro-criolla, que se
expresaba en el reconocimiento de méritos y valores locales y que usaba con frecuencia creciente
los gentilicios ‘indiano’ y ‘mexicano’.173
Sin embargo, dentro de sus propias filas, los jesuitas tuvieron manifestaciones opuestas a esta
corriente pro-criolla: El 13 de agosto de 1618, el P. Cristóbal Gómez, predicador originario de
Fregenal de la Sierra, pronunció un violento sermón en la capilla del templo de San Hipólito para
criticar la medida del virrey, Diego Fernández de Córdoba, marqués de Guadalcázar, de vender
puestos públicos a criollos. Influido por su celo peninsular, el P. Gómez denigró a los criollos, a
quienes lo menos que les dijo fue incompetentes para manejar nada.174
La irritación que produjo este sermón llevó al arzobispo Juan Pérez de la Serna a dar una severa
reprimenda al P. Gómez y prohibirle predicar. Los jesuitas se sintieron insultados, defendieron
al predicador y cuestionaron la legalidad de su sanción.
Otro efecto fue el enfriamiento de la simpatía y la disminución de los donativos de los criollos a
los jesuitas. El incidente fue el primer gran revés que sufrió la Compañía en la Nueva España.175
Al año siguiente, 1619, debieron afrontar otra vergüenza: dos jesuitas fueron acusados ante la
Inquisición de faltas de carácter sexual. La más notoria fue la del P. Gaspar de Villerías, quien
aprovechó el ámbito del confesonario durante ocho años, lo mismo en México que en Puebla,
para hacer proposiciones a 97 mujeres, muchachas y monjas —inclusive— de las cuales una
tercera parte tuvo relaciones ilícitas con él, en algunos casos, dentro del templo.176
Aunque este tipo de faltas de religiosos eran tratadas con suma discreción por el Santo Oficio,
el golpe al prestigio de la Compañía fue ineludible.
61
Gaspar de Villerías era novohispano. Había profesado votos solemnes en 1608, en Puebla, a la
edad de 32 años. Dos años después inició el comportamiento por el que fue acusado en 1619,
expulsado de la Compañía en 1620177 y sometido a juicio inquisitorial en 1621.178 Su caso fue tal
vez el más flagrante, pero de ningún modo el único en este orden de faltas: precisamente en 1621
decenas de sacerdotes fueron acusados de intentos de seducción de mujeres en el
confesonario.179
Años después, cuando el P. general Mucio Vitelleschi recapituló el asunto, escribió al Provincial:
“Deseo que el triste caso del P. Gaspar de Villerías nos sirva a todos de humillación, y proceder
con muy grande recato y circunspección, y de que los superiores velen sobre los que están a su
cargo, y prevengan con el tiempo los daños e inconvenientes que con fundamento se pueden
tomar”.180
Conforme avanzó el siglo se intensificaron los actos de indisciplina o negligencia de los
religiosos. Todas las órdenes resintieron esta tendencia con manifestaciones más o menos
preocupantes que frecuentemente ocasionaban divisiones internas.181 Donde menos efectos
secundarios produjeron fue en las casas jesuitas; ciertamente, allí las faltas leves y de poca monta
se hicieron notorias en función del espíritu autocrítico de la Compañía y del celo de los generales
por señalarlas y corregirlas. En este aspecto ninguna otra orden en la Nueva España dio muestras
de un afán de control tan estricto.
Durante su primer medio siglo (1572-1622) el gobierno de la Provincia Mexicana se debatió bajo
el control de dos criterios no del todo coincidentes: el punto de vista del P. General, regido por
la ortodoxia, y el P. Provincial, necesariamente determinado por una realidad imprevisible desde
Roma.
La riqueza y vastedad del territorio, la confluencia de gente de diverso origen étnico y cultural
en el crisol de la Colonia, la explotación del oro y la plata y el intenso comercio de gran variedad
de bienes fueron algunos de los factores que generaban un estilo y un ritmo de vida que no se
avenían a la parsimonia y gravedad disciplinaria de una orden religiosa concebida en un mundo
feudal.
Tuvieron que mediar los arduos diálogos epistolares entablados desde México para que Roma
admitiera, en el curso de los años, algunos cambios y adaptaciones que exigían las circunstancias
novohispanas.
Estas diferencias se acentuaron inicialmente en la administración y, sobre todo, en la economía
de la Provincia. Como éstos eran aspectos generales de la institución jesuítica, para Roma fue
relativamente fácil mantener el control mediante el simple expediente de ordenar e instruir al
Provincial. Pero medio siglo después, conforme la Compañía se asentó y creció con un número
considerable de sujetos nacidos en México, las diferencias emergieron en el comportamiento de
los individuos, según se percibe en la agenda epistolar de los sucesivos generales.
En sus mensajes aumenta la proporción de recomendaciones sobre la conducta, las referencias
a personas y la apelación a cuidar su recto proceder. El texto destinado a tales preocupaciones
matiza las referencias a la política de conducción de establecimientos y misiones. Mantener el
control de la Provincia Mexicana por medios epistolares fue un asunto gradualmente más difícil
y complejo. Hubo correos que llegaron con una decena de cartas o más numeradas ordinalmente
y fechadas el mismo día, indicio que permite suponer un cuidadoso estudio de los asuntos que
ameritaban respuesta y comentarios, y por ende, la preparación de sucesivas cartas con antelación
al día en que serían despachadas. La fecha tal vez haya correspondido al día del despacho.
62
Las cartas romanas proponían un ideal, pero el contraste entre el modo de ser del operario
prototípico y el de los jesuitas novohispanos se hacía patente en la vida cotidiana, que comenzaba
a establecer sus propias pautas en casas que habían dejado de ser nuevas y en establecimientos
que ya no eran novedad, sino parte del mundo colonial.
En la Nueva España, además, imperaba un clima enormemente más benigno, donde se
desconocían los rigores de los solsticios; la diversidad de comestibles y frutos era grande y las
motivaciones de la naturaleza para llevar una vida mas placentera, aun para quienes habían
elegido la disciplina religiosa, eran mayores.
Este contraste inefable fue, no obstante, claramente percibido. Desde las postrimerías del siglo
anterior, cuando ya se habían presentado “dolorosas y numerosas defecciones182 Roma insistía
en una selección cuidadosa al admitir criollos en la Compañía. Pedía que fueran pocos y
escogidos.
Entre los ejemplos reveladores de este contraste entre la realidad y las normas, en 1592 surgió la
solicitud de dispensa de la Regla 12 de los Comunes, para poder dormir con las ventanas abiertas
en Filipinas y en Veracruz. Un asunto que pudo dejarse al criterio del prepósito de cada
establecimiento fue materia del memorial de la Tercera Congregación para consultarlo con
Roma.183
Mas si este asunto Roma lo resolvió con una respuesta de una palabra —‘hágase’—, otros,
relacionados igualmente con el comportamiento cotidiano en otra latitud y virtualmente, en otro
mundo, los tuvo que recordar una y otra vez porque sencillamente había incumplimientos o
reincidencias.
Uno de estos asuntos fue el consumo del chocolate: bebida que para los criollos era alimento
básico, pero que en Europa fue considerada afrodisíaco y, en algunos casos, medicinal, ingerible,
literalmente, cuando no hubiera más remedio. Es decir, lo deseable era que no se consumiera.
Pudo ser su sabor o su carácter prohibido, pero los jesuitas lo apetecían como los demás
novohispanos, lo que motivó constantes recomendaciones “para reprimir el abuso” del consumo
o bien, para que no hubiera “demasía en dar licencia para el chocolate, sino por causa muy
urgente”.184
A los pocos años, a la lucha contra esta apetencia se sumó otra similar respecto del tabaco.
También tuvieron gran recurrencia las faltas de carácter económico, las cuales, sin distinción,
contravenían disposiciones de la Orden; sin embargo, es posible separarlas en dos grandes
grupos, aquellas donde los operarios procedían por iniciativa propia, para especular, y en las que
incurrían por el sólo hecho de convivir en una sociedad cuya economía ponía dinero en sus
manos con relativa facilidad.
En el primer caso estaban, por ejemplo, los aludidos por el P. General en 1625, cuando ordena:
“Quítense de las misiones los que se divierten a mercancías, demasía en ganado, etc., y vaya quien
visite los excesos en esto”.185 En cambio, en 1639 escribe: “...que se ven algunos defectos, como
tener casi todos, hasta los hermanos estudiantes, dinero en su poder, y en cantidad muy
considerable para comprar y tener chocolate, como no lo da la comunidad...”186 Éticamente, las
faltas pasivas se emparentaban, en el fondo, con las activas: ...se ha sabido que tres en un colegio
jugaban a los naipes con seglares, fruto de tener en su poder dineros...”, hechos que explican la
consideración del P. General, “...el noviciado ha estado estragado en materia de costumbres... y
desta mala educación se teme se ocasione algún daño irreparable de la provincia”.187
63
Otro asunto de recomendación constante, mayormente referido a la disciplina de la Orden, fue
el que derivaba de la Regla 18 de los Sacerdotes, quienes, para asistir a confesar o visitar mujeres
debían llevar un compañero designado por el superior. La recordación de la regla a los
provinciales obedeció a las frecuentes denuncias de los sacerdotes y hermanos que la
desobedecían.
La vergüenza a que fueron expuestos en 1620 indujo a los jesuitas a reconocer varios errores, los
políticos entre ellos, como haber lastimado el amor propio de los criollos, yendo contra su actitud
tradicional y contra la influencia de la Compañía, por un incidente sin importancia intrínseca. El
propio Arzobispo al poco tiempo levantó la prohibición de predicar que había impuesto al P.
Cristóbal Gómez.188
A principios de 1621 los jesuitas restablecieron su actitud de respaldo a los criollos y se aliaron
al arzobispo Pérez de la Serna en su enfrentamiento con el Virrey, quien el mes de marzo recibió
instrucciones de abandonar el cargo para dirigirse al Perú.
A partir de entonces se manifestaron dos preocupaciones complementarias: una, por restablecer
el buen nombre y popularidad de la Compañía mediante la activación del servicio a los indios;
otra, vigilar y corregir la conducta de los operarios. Tal era uno de los objetivos de la visita del
P. Agustín de Quirós, comisionado el 28 de abril de 1622, al mismo tiempo que fue nombrado
el nuevo provincial, Juan de Laurencio.
El P. Quirós no tuvo oportunidad de desempeñarse como Visitador: murió al llegar a Puebla, a
la edad de 52 años. Sin saber que había muerto, el P. General le escribió en agosto de 1622 y
abril de 1623 algunas instrucciones extra entre las cuales había las siguientes: “Remédiese el pedir
y recibir para sí en la Casa Profesa. De los canceles y alcobas de la casa profesa. Chocolate, de
ninguna manera se permita, sino en caso de verdadera necesidad y a juicio de médico”.189
La casa profesa contaba entonces con 29 sacerdotes y 18 hermanos coadjutores.
La orientación pro-criolla de los jesuitas se sumó en los mejores términos a la política auspiciada
por el virrey, marqués de Gelves. El nuevo Virrey había llegado a la Nueva España en 1621,
dispuesto a implantar un programa de reformas económicas, sociales y morales que debían
modificar vicios practicados en 100 años de vida colonial.
En efecto, en cuestión de semanas acabó con la especulación de cereales y bajó a más de la mitad
el precio del maíz y de otros productos alimenticios básicos. Mediante sus reformas económicas
consiguió incrementar también la recaudación y ampliar las remesas a la Corona.190
En el plano de las reformas sociales y morales inició una batida contra garitos y prostíbulos,
ladrones y malhechores. Según la Ceuta Anua de 1622, en relación a las visitas de cárceles que
hacían los ministerios de la casa profesa era común el auxilio “a los que mueren ajusticiados de
cualquier condición que sean, principalmente este año, en que habiendo muchos delincuentes de
grandes delitos, nuestros operarios han tenido bien que hacer con edificación del Sr. Virrey”.191
Esta política hizo ganar al marqués de Gelves la simpatía de algunos grupos sociales, pero lo
enemistó con otros, cuyos intereses se vieron fuertemente afectados. Tuvo en su contra a los
corregidores del Ayuntamiento, al presidente de la Audiencia, al Consulado de México y a los
comerciantes; a ellos se sumó el arzobispo Pérez de la Serna después que sufrió, por orden del
Virrey, el cierre de la carnicería que tenía anexa a la residencia arzobispal.192
64
El marqués de Gelves era autoritario y tajante. Suspendió a muchos funcionarios cuya
corrupción era evidente a pesar de su elevada posición y sus relaciones. Los cesantes desafiaron
de diversas maneras la autoridad del Virrey. Pedro de Vergara Gabiria, depuesto presidente de
la Audiencia, por ejemplo, hizo soltar a muchos prisioneros del Virrey.
Fueron diversos y muy complejos los factores que deterioraron y pusieron en tensión las
relaciones entre el Arzobispo y el Virrey, hasta que llegaron a un punto en que éste ordenó la
deportación del Arzobispo a España y aquél, la excomunión del Virrey. Fue el primer virrey que
resultó excomulgado.
En medio de los mutuos cuestionamientos de la autoridad que cada quién tenía para aplicar
sanciones al otro, el marqués de Gelves reunió un grupo escogido de clérigos y catedráticos
universitarios para que deliberaran la legitimidad o ilegitimidad de la excomunión dictada por el
Arzobispo. El portavoz de la Compañía en esa comisión fue el P. Juan de Ledesma, uno de los
jesuitas criollos más prestigiados.
El grupo negó la legitimidad del decreto arzobispal de excomunión, pero el dictamen no fue
unánime. Lo apoyaron los franciscanos, los dominicos, los agustinos y el vicario general de los
mercedarios. La opinión opuesta, aunque minoritaria, reconocía la primacía absoluta de la rama
eclesiástica sobre la secular y la sustentaron los representantes del clero diocesano, los carmelitas
descalzos y los jesuitas.193
En opinión de J. I. Israel, la Compañía militó resueltamente en contra del virrey en esa ocasión,
como volvió a hacerlo en otros casos, inclusive, durante el siglo XVIII, por razones económicas.
El marqués de Gelves había hecho cumplir órdenes llegadas de Madrid que prohibían a la
Compañía la adquisición de más tierras y había ordenado investigar los métodos con que los
jesuitas obtenían mano de obra indígena y limitaban los desplazamientos de algunos indios a su
servicio.194
Estos antecedentes explican también el apoyo jesuita al arzobispo Pérez de la Serna y su
participación en el levantamiento del 15 de enero de 1624, provocado en gran medida por el
Arzobispo, quien se detuvo en Teotihuacan, tras su expulsión, y desde allí ordenó suspender el
culto en la Ciudad de México para enardecer a la población contra el Virrey.
La mañana del 15 de enero ocurrió una escaramuza en la plaza mayor, frente al palacio virreinal,
que horas después cobró proporciones de tumulto y de rebelión. El resultado fue el
derrocamiento del Virrey y la suspensión de su programa de reformas.
Un año después, cuando llegó el visitador Martín Carrillo y Alderete a efectuar el juicio de
residencia al marqués de Gelves, entre los 450 implicados en los disturbios, en medio de
corregidores, oidores, regidores, eclesiásticos seglares y frailes, se encontraron ocho jesuitas,
entre ellos Juan de Ledesma y Guillermo de los Ríos. Dada la significación de los implicados, el
Visitador sugirió a la Corona que los amnistiara para calmar a los criollos y evitar complicaciones
mayores.195
Durante ocho meses después del día siguiente al motín, el 16 de enero de 1624, gobernó el
virreinato la sexta Audiencia, presidida por Pedro de Vergara Gabiria.
El provincial jesuita durante el sexenio 1622-1628, el P. Juan de Laurencio, fue, además, un
cuidadoso cronista en las cartas anuas que preparó y envió a Roma en esos años. Respecto del
motín del 15 de enero de 1624, escribió:
65
... en el negocio más grave que ha sucedido en esta ciudad, que fue en la alteración que la plebe levantó
contra el marqués de Gelves, virrey de esta Nueva España; en la cual, siendo los alterados más de 20,000
personas, siendo de una y otra parte muchos los muertos y heridos, salieron a las plazas todos los de esta
casa (no con pequeño peligro de sus vidas, y aún siendo uno de los nuestros herido de una bala), procurando
apaciguar a la gente y quietarla...196
Posteriormente, el P. Juan de Laurencio consignó una espléndida descripción de importantes
mejoras que se hicieron al templo y a la casa:
Lo temporal de esta iglesia y sacristía se ha aumentado algo este año, porque en una ventana grande que
estaba en medio del coro se ha puesto una muy vistosa vidriera que costó 300 pesos, con que ha quedado
la iglesia con mucha luz, de que antes tenía falta. Esta alegría concuerda grandemente con el dorado del
techo todo en redondo de la nave de en medio que sólo faltaba por dorar, para lo cual da un devoto nuestro
una limosna de mil pesos. En la sacristía se puso también otra vidriera, y lo que más la adorna es haberse
alargado, con ocasión de un cajón nuevo que se hizo para los ornamentos, que coge todo el tesero de la
sacristía, y costó cerca de mil pesos, y vale mucho más, por ser todo el frontispicio de nogal y cedro embutido,
de marfil, ébano y otras maderas preciosas con mucho erraje dorado y pabonado.
Otros mil pesos dio de limosna la ciudad a esta casa, para que logre bien la merced que le hizo del agua
los años pasados, y con ellos se hizo una alta caja de ladrillo de donde va encañada el agua con caños de
plomo a una fuente nueva a un patio interior, y a la sacristía, cocina y demás oficinas, con que toda la casa
quedó abastada de agua de pie con mucha comodidad.197
En su carta anua de ese año el Provincial informó respecto de los operarios de la casa profesa:
a todas horas de día y de noche acuden cuando son llamados, ya para enfermos, ya para conventos de
religiosas, ya para hospitales, ya para cárceles y ajusticiados, ya para obrajes de indios, mestizos, negros y
mulatos, que es otro género de cárceles aún más necesitadas y asquerosas que las de la ciudad. Y no por
esto se olvidan las escuelas de los niños...198
El 14 de septiembre de 1624 llegó don Rodrigo Pacheco y Osorio, marqués de Cerralvo,
decimocuarto virrey, quien gobernó durante once años a partir del mes de noviembre.
El nuevo Virrey estuvo estrechamente aliado a los jesuitas —su confesor era el P. Guillermo de
los Ríos—. Fue un entusiasta promotor del jubileo de las 40 horas, instaurado dos decenios atrás.
Sin embargo, el provincial Juan de Laurencio le atribuyó el mérito de “...continuar esta loable
costumbre... con toda la Real Audiencia, ciudad y otros tribunales, cuyo ejemplo siguió este y los
demás días el resto de la ciudad”.199
En 1625 había en la provincia 366 jesuitas divididos en 28 puestos: la casa profesa, 15 colegios,
2 noviciados, 4 residencias, 2 seminarios y 15 misiones perpetuas. En la casa profesa había 20
padres y 17 hermanos “fuera del P. Procurador de Provincia y el compañero, y el P. Provincial
y sus dos compañeros que residen aquí la mayor parte del año, y dos hermanos coadjutores.” Al
año siguiente el censo informa la disminución de dos padres y un hermano coadjutor, sin
embargo, los ministerios no sufren mengua y “crece la devoción por los de esta casa ”.200
En 1627 ocurrieron dos acontecimientos memorables: una inundación que fue anticipo del
anegamiento que se inició dos años después y mantuvo a la ciudad hundida en un metro de agua
durante cinco años y el término de una ampliación en la casa profesa.
Cuando la ciudad se inundó, los padres de la Compañía recibieron con gran satisfacción la
solicitud de colaboración del Virrey, quien pidió al Provincial que administraran y supervisaran
66
las obras de restauración que se hicieron en varios sitios. Dos sacerdotes y cuatro hermanos se
repartieron en cinco puestos; el restante fungió como supervisor de los demás. Les confiaron el
pago de los oficiales a cargo de las obras y de los materiales que utilizaron. Según el informe del
provincial, P. Juan de Laurencio, después de esta comisión “su Excelencia, el señor Virrey... salió
con unos señores de la Real Audiencia, con los maestros artífices de este reino y proveer de
remedio así para lo presente por estar toda la ciudad tan llena de agua”.201
La inundación fue atribuida a la falta de desazolve de los canales de desagüe, y ésta negligencia,
al marqués de Cerralvo, a quien además acusaron del despilfarro de 100 mil pesos en planes
erróneos que habían beneficiado, entre otros, a los jesuitas.202
La terminación de la casa profesa durante ese año ocasionó un informe singular en la carta anua
correspondiente: en vez de la reiterada relación de predicaciones y auxilios espirituales por calles,
prisiones y hospitales, el Provincial informó:
Parecerá género de encarecimiento y modo de decir el de todos los años que cada año se va adelantando más
la casa así en ministerios como en concurso y devoción a la Compañía de aquéllos que acuden a ella, pues
mientras es cierto que con mucha verdad y sin ningún encarecimiento se puede decir y ya se ha hecho los 37
años que ha se fundó, porque cada año se ha ido aumentando en esta ciudad de México y a este mismo
paso lo espiritual y lo temporal de esta casa profesa, que como también se ha dicho, está en el centro y
corazón de la ciudad, lo cual no tiene ninguna de las demás iglesias ni religiones fuera de la catedral; pues
están todas algo más lejos y apartadas de la Plaza y concurso y comercio de ella. Así por eso cada año se
va verificando más y viniendo gente a tratar de pedirnos el remedio y bien de sus almas.
Comenzando, pues, por lo general, este año se comenzó a habitar el cuarto que se avisó el año pasado,
acabando para que quedase perfecto y acabado el que se había comenzado el año de 1610, el cual quedaba
imperfecto, y ahora son cinco aposentos que se acabaron, muy buenos y capaces. Por dar al oriente quedó
el cuarto lindo y perfecto, con que están los obreros de esta casa con mayor comodidad y descanso. Llevó
éste y los demás del edificio más de 6,000 pesos que se allegaron de las limosnas ordinarias y
extraordinarias que comúnmente se hacen a esta casa, con que no falta para el sustento de los obreros de
ella, los cuales hacen de muy buena gana porque ven cuán bien los emplean en hombres —como dicen ellos
mismos— que los gastan en bien y útil de la república.203
La segunda parte describe algunas innovaciones en el templo:
...se estrenó este año uno de los más ricos y lucidos monumentos que hay en toda esta ciudad y que es de
valor de 6,000 pesos que también se han juntado de limosnas y que se han hecho unas vidrieras para las
ventanas altas de la iglesia de cuatro varas de alto y tres de ancho y otras más pequeñas que llegarían a
costar más de 500 pesos. Otros 600 se han empleado en telas para doseles que faltaban por toda la iglesia,
con que no tendrá esta casa qué pedir prestadas colgaduras para el adorno de su iglesia y solemnidad de
sus fiestas.
Pero más interesante aún resulta la última parte, que se refiere a doce pinturas, a su valor
testimonial y al efecto que causaron entre los habitantes de la ciudad, al grado de volverse objeto
de una especie de exposición itinerante que recorrió varios templos.
También se han hecho 12 cuadros grandes, de dos varas y media de largo y una y media de ancho, de
extremado pincel, que llegan al valor de más de 300 pesos. Son de los padres de nuestra Compañía que
en traje peregrino andan por tierras extrañas, vestidos al uso de aquellas tierras en que andan, por agradar
mejor, ganar voluntades y al más de aquéllos con quienes tratan para Dios. Han salido tan vistosos y han
cuadrado tanto el pensamiento a los de la ciudad que no acaban de admirarse viéndolos y alabando a
67
Nuestro Señor por las trazas e invenciones que la Compañía ha buscado y hallado para atraer a las almas
al conocimiento de su verdadero Dios y Señor. La importunidad de los vecinos y devotos en pedirlos
prestados para verlos y adornar las iglesias de las religiones es tan grande que no se les puede negar por la
afición y devoción que muestran en pedirlos.204
A partir de 1628, el P. general, Mucio Vitelleschi, comenzó a nombrar provincial en Nueva
España cada tres años. Para que esta medida fuera efectiva, lo hacía por anticipado, en un pliego
sellado que sólo debía abrirse en una fecha preestablecida. La nominación del 28 de marzo
correspondió al P. Jerónimo Diez. Esta vez fue nombrado en la misma fecha como visitador de
la Provincia el P. Diego de Sosa.
Correspondió al nuevo provincial afrontar la inundación que comenzó en 1629. Las estimaciones de este
tiempo señalan que causó 4 mil muertos, principalmente a consecuencia del cocoliztli que conllevó la
insalubridad reinante, así como la destrucción de 8 mil casas.205
Los jesuitas, los frailes de las demás órdenes y el clero secular se afanaron en aliviar los
sufrimientos de los damnificados, pero sólo podían mitigarlos parcialmente. Hay memorias que
refieren el caso del P. Juan de Ledesma, quien salía lo mismo a pie que en canoa e iba de jacal en
jacal, repartiendo alimentos espirituales y materiales.206
Los servicios religiosos se celebraban en las azoteas de los templos y conventos inundados,
donde imploraban por el descenso de las aguas. Desconocemos si la elevación del terreno de la
casa profesa y del templo los salvó de los efectos más severos del deterioro, pero es probable
que así haya ocurrido en tanto que no hay menciones de daños mayores en los informes de esos
años, salvo efectos parcialmente atribuibles a la humedad. “En la casa profesa de México —informa
una nota de 1631— padecen desconsuelo los enfermos y achacosos porque no se acaba de entablar lo que el P.
Visitador (Diego de Sosa) encomendó, que haya enfermero de propósito”.207
En enero de 1630, cuando las poblaciones cercanas a la capital estaban sujetas a la presión de
miles de nuevos avecindados que tuvieron que abandonar la ciudad inundada y se agudizó el
sentido de dominio territorial, en Coyoacán ocurrió un incidente entre un sacerdote del clero
secular, el P. Esteban Riofrío, y cinco dominicos, quienes lo interrumpieron y desalojaron con
lujo de violencia del templo donde oficiaba.
En este incidente, uno de tantos en el reavivamiento de la rivalidad entre el clero diocesano y el
clero secular, los jesuitas tomaron partido por los dominicos y prepararon dos opúsculos para
defenderlos contra el arzobispo Manso y Zúfiiga, que los había excomulgado.208
En el fondo se planteó un nuevo enfrentamiento entre el Virrey —con quien los jesuitas estaban
estrechamente aliados— y el Arzobispo. Del lado del primero estuvieron las órdenes
mendicantes y la mayor parte de la Audiencia, y con el segundo, el clero secular y un número
minoritario de oidores. La política eclesiástica —observa J.I. Israel— actuaba desde entonces
como sustituto del enfrentamiento directo sobre problemas sociales y económicos.
Esta nueva fricción llegó al conocimiento de la Corona y del Consejo de Indias, donde se
acumuló a otros motivos para recomendar la pronta sustitución del Virrey. Sin embargo, el
marqués de Cerralvo hizo remisiones extraordinarias de plata a la corona y envió sobornos a
personajes de la Corte para permanecer cinco años más en el cargo donde se enriquecía tan
fácilmente.209
Por otra parte, para afirmar su autoridad en el siguiente lustro que duró su sorda disputa con el
Virrey, el arzobispo Manso y Zúñiga se empeñó en hacer válida la jurisdicción eclesiástica que
68
facultaba a los obispos a calificar la capacidad y aptitud de los aspirantes a los curatos de los
naturales, planteada en una cédula real de septiembre de 1624.
De esta manera, hacia septiembre de 1632 había inspeccionado más de 40 parroquias donde
examinó y declaró incompetentes a los frailes de las órdenes mendicantes que las ocupaban.210
Este tipo de fricciones propició un fenómeno cuyas proporciones y efectos fueron en aumento:
que la religión se esgrimiera como arma política. “Los símbolos de la autoridad religiosa —
observa Pablo González Casanova— fueron usados así contra la autoridad civil con una dosis
de hipocresía que no puede desconocerse” lo mismo por religiosos que por profanos
descontentos.211
Los opúsculos políticos aderezados con argumentaciones religiosas derivaron en libelos, y éstos,
en sátiras. Tales recursos, que en un principio fueron arma exclusiva de los detentadores del
discurso religioso, poco a poco pasaron a manos de quienes habían sido tradicionalmente
dominados mediante él.
La publicación y circulación —anónima la mayoría de las veces— de papeles satíricos cada vez
que se agudizaba un conflicto político-religioso o político a secas fue una manifestación nueva
en la sociedad colonial, y hacia 1634 se significó de tal modo que ocasionó un primer edicto para
prohibirla.212
1634 fue también el año del descenso de las aguas que inundaron la ciudad, donde quedó una
secuela de daños que repercutieron todavía en la salud y en la economía novohispanas.
Es probable que inmediatamente se hayan reparado deterioros causados por el agua, y que éstas
hayan sido las obras aludidas en 1635: “No se adelantaron menos las fábricas de la casa profesa
al cuidado del P. prepósito Luis Bonifaz y en el Colegio Máximo, por el P. Andrés Pérez de
Ribas”.213
Por cierto, el P. General había designado como Provincial de la Nueva España, a partir del 30
de noviembre de 1634, al P. Luis Bonifaz. El hecho de que éste apareciera como prepósito de la
casa profesa se debió a un acto de indisciplina del provincial anterior, P. Florián de Ayerve, quien
al abrir el pliego que lo enteró del nombre de su sucesor detuvo la patente porque estimó que el
P. Bonifaz no convenía como provincial.214
Esta decisión creó situaciones que pudieron complicarse gravemente cuando varios padres de la
Nueva España comenzaron a recibir correspondencia del P. General donde se refería al P.
Bonifaz como el Provincial.
Mientras viajaron a Roma las noticias del extrañamiento por esta incongruencia y llegó la
respuesta pasaron dos años. La carta del P. General al P. Ayerve fue una orden terminante para
que reconociera al Provincial que había designado, de manera que el P. Luis Bonifaz asumió la
conducción de la Provincia por primera vez en 1636 y desempeñó el cargo, de facto, escasamente
un año, hasta el 30 de octubre de 1637.
En septiembre de 1635 llegó a México don Lope Diez de Armendáriz, marqués de Cadereita, el
decimoquinto virrey, natural de Quito; hombre de 60 años a quien tocó enfrentar un ambiente de
pesimismo y desaliento debido a la mortandad indígena causada por el cocoliztli; a la dificultad
para obtener el mercurio, indispensable para la explotación de plata; a la prohibición de comerciar
con Perú, a la desorganización del comercio del Caribe por la irrupción de los holandeses y al
malestar general ocasionado por el descrédito del gobierno del marqués de Cerralvo.
69
España vivía tiempos de guerra y exigía contribuciones extraordinarias de la Colonia en un
momento crítico para la economía novohispana. Ante la dificultad evidente para imponer las
nuevas cargas fiscales, el marqués de Cadereita adoptó una política negociadora, a sabiendas que
los criollos condicionarían la aportación que les pidiera.
El Virrey decidió dialogar primero con los Ayuntamientos de México y de Puebla, que agrupaban
la mayor representación de la población criolla.
Planteó uno de los gastos mayores y más necesarios: para detener la amenaza de los holandeses
y los franceses en el Caribe, era preciso construir y mantener la Armada de Barlovento.
El costo aproximado de este proyecto lo estimó en 500 mil pesos.
El Ayuntamiento de México, primero en ser interpelado, reconoció la necesidad de la Armada
para la seguridad del Reino y manifestó su disposición de contribuir con 200 mil pesos anuales
para mantenerla, pero adujo la necesidad de activar la economía para reunir tal cantidad, así como
una lista de peticiones largamente insatisfechas.
Entre otras cosas pidió la ampliación de la jurisdicción de la ciudad y la reducción de los
corregimientos, la reanudación del comercio con Perú; los comerciantes demandaron la
concesión para suministrar provisiones a la nueva Armada, puestos para los criollos en el mando
oficial de los barcos y el establecimiento de una bolsa de cacao para estabilizar el mercado y
combatir el acaparamiento de este producto básico.
En materia política los miembros del ayuntamiento pidieron ser reconocidos como la tercera
autoridad secular, después del Virrey y de la Audiencia, así como el trato de señoría, incluso de
parte del Virrey, y en materia eclesiástica, la reducción de las celebraciones a cargo del
Ayuntamiento, y en vista de la reciente muerte de tantos indios, la reducción del excesivo número
de frailes residentes en la Nueva España, así como el freno a la expansión económica de las
órdenes religiosas y a su apetito de haciendas, especialmente el de los jesuitas. Las peticiones de
los poblanos fueron similares.215
Las concesiones del marqués de Cadereita fueron muy limitadas; se opuso resueltamente a
algunas peticiones, como la de ampliar la jurisdicción territorial de la Ciudad de México. Entre
los pocos logros que los criollos obtuvieron a raíz de esa negociación estuvo una prohibición
real, emitida en 1638, para evitar la construcción de nuevos edificios eclesiásticos en la colonia y
la adquisición de más tierras a manos de las órdenes religiosas.
Los novohispanos tuvieron que entregar sus aportaciones en efectivo a fines de 1636, en medio
de un clima de descontento que pronto configuró una clara oposición hacia la persona del Virrey,
oposición que el marqués de Cadereita trató de reprimir con cárcel y destierros.
A fines de 1638 la Corona decidió cambiar al Virrey a partir de consideraciones que iban de su
propia solicitud, presentada prácticamente desde que llegó a la Nueva España, para ser relevado
del cargo, hasta sus conflictos con los novohispanos, que parecían insalvables, a pesar de que
durante su gobierno no había tenido que alternar con el arzobispo designado para sustituir a
Manso y Zúñiga. El nuevo arzobispo murió antes de zarpar.
En junio de 1640 llegaron a México el decimosexto virrey, don Diego López Pacheco y
Bobadilla, marqués de Villena y duque de Escalona, y el visitador general, Juan de Palafox y
Mendoza, quien además traía un segundo nombramiento como obispo de Puebla. Este personaje
habría de desempeñar un papel protagónico en la vida de la Colonia durante nueve años,
70
proyectaría los efectos de su política el resto del siglo y habría de erigirse como enconado
adversario de los jesuitas.
En 1636 se había intensificado la disputa de los cabildos diocesanos por el pago de los diezmos,
es decir, los impuestos eclesiásticos a la producción agrícola. Como las órdenes mendicantes
tenían el privilegio de no pagar impuestos diocesanos, cada nueva adquisición suya de un predio,
fuera por donación o por compra, significaba una reducción de los diezmos eclesiásticos.
Al principio este hecho no tuvo mayores efectos, pero los fue causando conforme aumentaban
las extensiones bajo propiedad de las órdenes en la región central del virreinato.
Desde 1624, los cabildos diocesanos de Nueva España y del Perú habían entablado en Madrid
un pleito judicial para obligar a las órdenes religiosas de las Indias a pagar diezmos, y en 1636 los
cabildos catedralicios de México y Lima enviaron representantes a la Corte para exponer sus
argumentos en la parte crítica del largo proceso judicial.216
En 1639, antes de la llegada de Palafox al obispado poblano había ocurrido un primer choque
entre los jesuitas y el cabildo diocesano de Puebla por los diezmos de una hacienda de ganado
lanar que don Hernando de la Serna iba a donar a la Compañía para patrocinar un nuevo colegio
jesuita en Veracruz.217
Como el donador no tomó en cuenta, a la hora de firmar la cesión, la advertencia de que
estipulara como obligación real de la hacienda el pago de los diezmos, las arcas diocesanas
perdieron un considerable ingreso anual. En represalia, Juan de Merlo, el administrador
diocesano, declaró al donador responsable de los diezmos perdidos y le embargó sus demás
bienes como garantía de pago.
Los jesuitas acudieron a los tribunales en defensa de su benefactor, y cuando el litigio aún no se
resolvía llegó el nuevo Obispo de Puebla.
Un testimonio del P. Andrés Pérez de Ribas cuenta los primeros momentos de la relación entre
los jesuitas y el Obispo de Puebla:
Luego que de los reinos de España vino a éstos y tuvo noticia de dicha fundación de nuestro Colegio de
Veracruz, que caía en el distrito de su diócesis, hizo la estimación justa de obra de tan servicio de Dios,
alabándola y engrandeciéndola y juzgándola por aumento de su obispado (...) pidiendo juntamente a la
Compañía que para mayor consuelo suyo y bien de su clero se leyese una cátedra de Teología Moral... pero
mudándose después el afecto del Sr. Obispo y convirtiéndose en los molestos y pesados pleitos contra la
Compañía y contra el doctor D. Fernando de la Serna y Valdéz por haber hecho la dicha donación sin
sujetarla a paga de diezmos...218
Partiendo de sus concepciones puritanas de carácter social y político, el obispo Palafox criticó a
las órdenes regulares por detentar bienes, riqueza e influencia. Una razón objetiva de su crítica
fue encontrar que la mayor parte de su diócesis estuviera encomendada a monjes mendicantes
mientras los 600 sacerdotes seculares del obispado carecían de medios para subsistir.
Rápidamente planeó una medida similar a la del arzobispo Manso y Zúñiga diez años atrás, para
someter a los curas de 37 parroquias indígenas a examen lingüístico y moral en fecha fija. Sólo
uno cumplió y de esta manera tomó 31 parroquias franciscanas, tres dominicas y dos agustinas,
que de inmediato fueron declaradas “de españoles”, pasaron al control de la diócesis y sirvieron
para ubicar a 150 sacerdotes seculares. De diciembre de 1640 a febrero de 1641 Palafox aumentó
su grado de influencia en Cholula, Huejotzingo, Orizaba, Tehuacán, Tepeaca y Tlaxcala, aunque
71
también propició una secuela de conflictos interclericales con amenazas a indígenas, sobresaltos
a la fidelidad y pleitos, que se prolongó todo el año y produjo el disgusto y las consecuentes
quejas del Virrey.
Para desgracia del virrey, duque de Escalona, su estrella política, que hasta diciembre de 1640 lo
favoreció por haber sido cufiado del duque de Braganza, a partir de esa fecha cambió de signo,
aunque él lo supo hasta abril de 1641: el duque de Braganza encabezó la sublevación de los
portugueses contra la dominación española; a la edad de 36 años que entonces tenía fue
proclamado jefe de la aristocracia portuguesa y nombrado rey de Portugal, con el nombre de
Juan IV.
El halo de desconfianza que rodeó al duque de Escalona fue disimulado por algunos, pero no
por el obispo y visitador general Juan de Palafox, quien recordó a la Corona el parentesco del
Virrey con la naciente dinastía Braganza y al duque, directamente, lo acusó de no tomar medidas
que previeran en la Nueva España la propagación de la insurrección portuguesa.
El conde-duque de Olivares, protector de Palafox y miembro prominente de la corte de Felipe
V, promovió la destitución del duque de Escalona y el nombramiento del Obispo Palafox como
virrey y como arzobispo de México, cargos que le transmitió mediante cédulas reales secretas.
Palafox las exhibió en cuanto las tuvo en sus manos, el 9 de junio de 1642. El día 10 tomó
posesión del palacio como decimoséptimo virrey y tercer prelado-virrey. El cargo de virrey lo
ocupó de junio a noviembre.
Jonathan I. Israel ha analizado con amplitud la política del prelado-virrey Juan de Palafox y
observa su consistente disposición de satisfacer los deseos de los criollos: les asignó puestos en
la milicia de la ciudad y en las corregidurías; expresó simpatía a su intención por obtener
contratos de construcción y mantenimiento, así como puestos oficiales en la Brigada de
Barlovento y favoreció a los terratenientes interesados en ampliar el peonaje por deudas para
aumentar la fuerza de trabajo indígena en sus haciendas. De esta manera se granjeó el
ayuntamiento de México.219
Esta consolidación de fuerza política de los criollos y del clero secular frente a las burocracias
española e indígena y a las órdenes mendicantes, en opinión de Israel, constituye el trasfondo
del conflicto que agitó durante un lustro la vida del virreinato, cuyos protagonistas conspicuos
fueron el obispo Palafox y los jesuitas.
La confrontación, no obstante, tuvo auténticos motivos directos. Uno fue el asunto de los
diezmos; otro, el hecho de que Palafox impulsara en Puebla la fundación del colegio y seminario
de San Pablo y San Juan, que significó la ruptura del monopolio jesuita en materia de educación
superior, hasta entonces vigente en casi toda la Nueva España.
El 23 de noviembre de 1642 el Obispo Palafox fue relevado del cargo de virrey por don García
Sarmiento de Sotomayor, conde de Salvatierra y marqués de Sobroso. Como el Obispo había
declinado ser arzobispo de México, concentró nuevamente su energía en procurar los intereses
del clero diocesano en Puebla, donde llegó a enfrentar una demanda que los jesuitas acababan
de entablar ante la Audiencia contra el cabildo de la catedral de Puebla para eludir el pago de los
diezmos y dilucidar jurídicamente el asunto.
Esta demanda derivó en una lucha entre el obispo de Puebla y los jesuitas por ver quién influía
más en los miembros de la Audiencia. Frente a los recursos y al prestigio de educadores que
respaldaban a los jesuitas, Palafox tenía atribuciones reales como visitador que lo facultaban no
72
sólo a investigar el funcionamiento de la Audiencia, sino a reformarla.
Los oidores se dividieron en dos bandos, palafoxianos y pro-jesuitas, exactamente iguales en
número que trataron el caso en acaloradas e infructuosas discusiones. Palafox publicó un folleto
donde exponía sus argumentos en favor del cobro de diezmos. El P. Andrés Pérez de Ribas —
quien fue provincial de 1637 a 1641, año en que entregó el cargo al P. Luis de Bonifaz, nombrado
por segunda vez— y el P. Francisco Calderón refutaron los argumentos del obispo. Los
opúsculos de uno y otros revelan que los puntos de controversia en esta fase del enfrentamiento
se reducían prácticamente al problema de los diezmos y no tocaban cuestiones filosóficas ni de
otra índole.220
En realidad, era un hecho que las órdenes religiosas, con la excepción de los franciscanos y la
distinción de los jesuitas, seguían adquiriendo tierras. En el caso de los jesuitas, las rentas y
productos de predios urbanos y haciendas servían para mantener y ampliar el sistema educativo
gratuito y las misiones en el territorio de la Nueva España, pero la concentración de bienes raíces
_ molestaba a los criollos, reducía los diezmos a favor de la Iglesia y agudizaba el contraste social
entre el valor de las propiedades de los jesuitas y los bienes contiguos, porque los jesuitas lo
incrementaban invariablemente gracias a sus métodos de producción y a sus sistemas
administrativos.
Los jesuitas —dice Israel— no sólo constituían la orden más rica de la Colonia, sino también la
que rechazaba con mayor energía las críticas de colonizadores y obispos. No se avergonzaban
de sus bienes en lo más mínimo, pues pensaban que la riqueza de la Compañía no sólo se
justificaba, sino que era positivamente necesaria y esencial. La Compañía había sido fundada con
la finalidad de reforzar a la Iglesia, hacer más estricta la moral de los fieles y dirigir el contraataque
frente a los herejes, y para desempeñar esta función se precisaban las armas del mundo, es decir,
la influencia y el dinero.221
Si la riqueza era poseída en común y no se gastaba en adquirir comodidades para sus miembros
individuales, afirmaban, estaba plenamente justificado que la Compañía tratara de incrementar
sus bienes. Si no fueran acaudalados, se preguntaban, ¿cómo podrían sostener sus colegios,
escuelas y misiones?
Finalmente, con la ayuda de varios oidores que intervinieron en el caso, la Audiencia falló en
favor del Obispo Palafox. La sentencia conllevó una derrota política, además del revés
económico, y fueron acatadas con la inconformidad total de la Compañía. De momento no
tuvieron otro recurso que soportar la potencia del Obispo hasta 1646.
En la relativa tranquilidad que hubo durante el periodo que fue de 1642 a 1646 influyeron varios
factores: la formidable fuerza del Obispo Palafox, conformada por tantos poderes que le sirvieron
para establecer una hegemonía directamente proporcional a las tensiones que ocasionó y que se
desatarían después; la opción del General de la Compañía por una actitud conciliatoria con el
Visitador General de la Nueva España (“Y encargo señaladamente a V. R., padre Bonifaz, ante
todas las cosas, y será la primera, que procure que todos los de esa provincia hablen, como es
razón, de este prelado, llevando con paciencia y silencio las ocasiones de mortificación.”)222; la
designación del P. Juan de Bueras como sucesor del P. Bonifaz, en reconocimiento a su proceder
sereno y conciliador en Filipinas, y al hecho de que el Obispo de Puebla y Visitador General tuviera
un ámbito de acción tan grande que varios asuntos le reclamaron atención durante esos años.
73
GENERALES DE LA COMPAÑÍA
Tiempo de gobierno
De
Ignacio de Loyola (n.1491)
Diego Lainez (n.1512)
Francisco de Borja (n.1510)
Everardo Mercuriano (n.1514)
Claudio Aquaviva (n.1543)
Mucio Vitelleschi (n.1563)
Vicente Carafa (n.15S5)
Francisco Piccolomini (n.1582)
Alejandro Gottifredi (n.1595)
Goswino Nickel (n.1582)
Juan Pablo Oliva (n.1600)
(Vicario general)
Carlos de Noyelle (n.1615)
Tirso González (n.1624)
Miguel Angel Tamborini (n.1648)
Francisco Retz (n.1689)
Ignacio Visconti (n.1682)
Luis Centurione (n.1686)
Lorenzo Ricci (n.1703)
Hasta
19 Abr. 1541 — 31 Jul 1556
2 Jul. 1558 — 19 Ene 1565
2 Jul. 1565 — 1º Oct 1572
23 Abr. 1573 — 1º Ago 1580
19 Feb. 1581 — 31 Ene 1615
15 Nov. 1615 — 9 Ene 1645*
7 Ene. 1646 — 8 Jun 1649
21 Dic. 1649 — 17 Jun 1651
21 Ene. 1652 — 12 Mar 1652
17 Mar 1652 — 31 Jul 1664
31 Jul. 1664 — 26 Nov 1681
7 Jun. 1661
5 Jul. 1682 — 12 Dic 1686
6 Jul. 1687 — 27 Mar 1705
31 Ene. 1706 — 20 Feb 1730
30 Nov. 1730 — 19 Nov 1750
4 Jul. 1751 — 4 May 1755
30 Nov. 1755 — 2 Oct 1757
21 May. 1758 — 16 Ago 1773
(El Padre Ricci murió el 24 de noviembre de 1775) •Vicario, Carlos Sangríus
En efecto, Palafox volvió a la Ciudad de México en 1644 para continuar su visita. La presencia
del Visitador en la capital acentuó sus enfrentamiento con el conde de Salvatierra y nuevamente
se alinearon grupos a favor y en contra de cada personaje.
En febrero del mismo año —1644— el P. Bonifaz, “delgado y achacoso”, murió cuando visitaba
el Colegio de Valladolid. Como a la hora de su muerte aún no llegaba de Filipinas el P. Juan de
Bueras ni la Provincia mexicana tenía noticias de los designios del P. General, asumió el cargo
de provincial el P. Francisco Calderón, quien al año siguiente sufrió la doble contrariedad de
saber que el P. Juan de Bueras llegaba para sustituirlo y que continuaría la actitud de resistencia
pasiva hacia Palafox.
Otro cambio cualitativo en el escenario político de la ciudad de México que ocurrió en el año
fue la llegada del nuevo arzobispo de México, Juan de Mañozca, a quien Palafox recibió y
consagró en su sitial.
En un principio se estableció una alianza entre ambos prelados, pero al poco tiempo ocurrieron
divergencias y un enfrentamiento cuyas causas se ignoran, aunque hay suficientes indicios para
explicarlo, como el carácter autoritario, con formación de inquisidor, del nuevo arzobispo, a
quien debió molestar que Palafox fuera la cabeza del clero secular en la Colonia, o el hecho de
que Palafox criticara la corrupción de la Inquisición, más interesada en arrestar y confiscar bienes
a los judíos que en cumplir su deber de vigilancia de la fe. A fin de cuentas, Mañozca se adhirió
al bando burocrático, con lo cual, políticamente, la Inquisición estuvo del lado del Virrey.
74
Cuando los funcionarios administrativos de la Ciudad de México se vieron amenazados por la
presencia del Visitador General, buscaron la protección del Virrey. El tono de su llamado fue un
buen pretexto para que el conde de Salvatierra escribiera a Madrid, pidiendo la suspensión de la
visita de Palafox.
Para reforzar la credibilidad de su carta, el conde de Salvatierra consideró que debía estar apoyada
por otros mensajes en el mismo sentido: críticas contra el Visitador escritas por personas
eminentes. Entonces recurrió a la presión, los sobornos y la intimidación para que el
ayuntamiento de México impugnara a Palafox y solicitara su retiro. La misma petición fue
apoyada de buen grado por las órdenes religiosas, con excepción de los carmelitas.
Cuando se declaró esta enemistad, el Obispo de Puebla también escribo al Consejo de Indias
para pedir el retiro del conde de Salvatierra del gobierno de Nueva España. Sus argumentos
trascendían los ataques a base de adjetivos: se refirió a la incompetencia del conde de Salvatierra,
a su falta de respeto a las disposiciones reales y al dominio que su esposa ejercía sobre él;
describió los mecanismos de corrupción, el pésimo sistema de nombramientos administrativos
y de corregidores, que eran en la práctica un negocio del Virrey y una forma de opresión al
pueblo. Propuso eliminar este sistema y recomendaba dejar los gobiernos locales en manos de
alcaldes ordinarios y regidores mayores de los ayuntamientos, que debían ser designados por
elección.223
El 19 de febrero de 1646 murió el provincial de la Compañía P. Juan de Bueras, y de acuerdo
con el pliego sellado casu mortis que Roma enviaba en previsión de tal eventualidad, lo sucedió el
P. Pedro de Velasco, primer provincial criollo, sobrino de don Luis de Velasco II, quien asumió
el cargo dos días después. El nuevo Provincial cambió la actitud de prudencia hacia el Obispo
de Puebla y las relaciones con éste comenzaron a deteriorarse.228
Tanto la Compañía como el bando del Virrey sabían que tenían un adversario común, pero
ambos esperaban que el otro iniciara una ofensiva abierta. Sin recurrir a la apertura total, los
jesuitas desde el pulpito atacaban a Palafox con frecuentes y virulentos sermones.
Prosperó nuevamente la guerra de palabras, folletos impresos, coplas y epigramas que aparecían
en volantes anónimos. Su virulencia fue tal que enfurecieron al arzobispo Mañozca, quien el 3
de marzo de 1647 hizo publicar un edicto que condenaba a los críticos de la Inquisición y del
gobierno. Varias personas fueron detenidas como sospechosas de haber compuesto las coplas
ofensivas. Bajo este clima de persecución, la tensión fue en aumento.
El 6 de marzo de 1647, miércoles de ceniza, Palafox abrió fuego: exigió a los jesuitas, de Puebla
que exhibieran la documentación que los autorizaba a predicar en público. Los jesuitas alegaron
que gozaban de un privilegio especial. Un pasaje del P. Alegre describe la mortificación con que
vivieron esta fase de pleito, tras la publicación del edicto de Palafox que les prohibió predicar sin
licencia. Los padres,
por no parecer desobedientes al edicto, se abstuvieron al día siguiente, 7 de marzo y jueves primero de
cuaresma, de salir con la procesión de la doctrina cristiana y de predicar en la plaza los dos sermones que
se hacían en castellano y mexicano. Instaba el viernes, para el cual se había promulgado ya sermón desde
algunos días antes, en cuya atención, después de larga deliberación y consulta, se resolvió que los padres
Pedro Valencia y Luis de Legazpi que había de predicar el día siguiente, pasasen a ver a su Ilustrísima,
como efectivamente pasaron, dentro del término señalado de las 24 horas, suplicándole humildemente que
en atención a su privilegio y al escándalo que podría ocasionarse de cesar la Compañía en sus ministerios
en el tiempo santo de la cuaresma en que a todo mundo son tan públicos, se dignase sobreseer en el asunto
75
y no actuar jurídicamente contra los padres rectores, que no eran parte legítima, a lo menos mientras venía
la resolución del P. Provincial, que no podía tardar; que la Compañía no ignoraba los derechos de la mitra,
en esta parte, ni quería desobedecerle, sino sólo proceder de acuerdo y con la dirección de su Provincial.
A esta representación respondió su lima, con muchas quejas de la Compañía y de algunos religiosos de los
colegios de Puebla, negándose redondamente a la súplica de los padres y concluyendo con que se le mostrasen
las licencias o privilegios. Instaron los padres en que Su Señoría se dignase esperar la resolución del P.
Provincial. Estuvo firme en su resolución el Sr. Obispo diciendo que la Compañía siguiera en su derecho
que él seguiría el suyo... 224
Dos días después, Palafox les planteó un ultimátum y el día 10 les prohibió desempeñar sus
funciones sacerdotales en la diócesis de Puebla.
Esta medida del arzobispo fue detonadora del conflicto. El provincial, P. Pedro de Velasco
convocó a una serie de reuniones para utilizar .un privilegio de las órdenes en estos casos, que
consistía en nombrar “jueces conservadores”, esto es, jueces eclesiásticos especiales encargados
de mediar en la disputa. Nombraron a los ilustres dominicos, fray Agustín de Godínez y fray
Juan de Paredes. Los dominicos, a quienes en 1641 Palafox había quitado tres parroquias
indígenas, veían en el Obispo de Puebla y en su alianza con el Obispo de Oaxaca una amenaza
respecto de sus establecimientos en aquella región. A petición de los jesuitas, el Virrey reconoció
la validez de la elección mediante un fallo, para evitar que Palafox tratara de anularla con ayuda
de la Audiencia.
Esta alianza de los jesuitas con los dominicos, órdenes que tradicionalmente pugnaban entre sí,
irritó profundamente a Palafox; le pareció hipócrita y oportunista. Igual impresión causó al
provincial y a los padres de la Compañía en Castilla, según lo hicieron saber en una grave carta
que enviaron a la Provincia de la Nueva España.225
Los jueces eclesiásticos especiales fallaron en favor de los jesuitas el 2 de abril de 1647 y dieron
a Palafox un plazo de seis días para suspender sanciones y revocar sus penas de excomunión y
multas. Palafox sólo se tomó cuatro días en contestar: en una solemne ceremonia efectuada en
la catedral de Puebla excomulgó a los jueces conservadores y amenazó con excomunión a quien
los reconociera como tales, leyera o escuchara sus proclamas. De paso, excomulgó a varios de
los jesuitas más distinguidos de Puebla. En ese clima, su exhortación a los padres de familia para
que retiraran a sus hijos de las escuelas jesuitas y los mandaran a las del obispado fue una
verdadera conminación y un ataque más.
Estas pugnas entre pastores espirituales produjeron serias crisis de conciencia y de fidelidad entre
la población, así como en las religiosas de los conventos de Puebla y México y tuvieron un costo
muy alto en la credibilidad posterior a los sermones y a la figura de los propios pastores.
En una réplica todavía más diligente, el 8 de abril los jueces también excomulgaron a Palafox y
a Merlo y amenazaron con excomulgar a quien dudara de su autoridad. Estas
contraexcomuniones, a pesar de su inmediatez, no surtieron el efecto que los jueces
conservadores hubieran deseado debido a las limitaciones que tuvieron para difundirlas. Para
corregir tal ineficacia, diez días después llegó a Puebla una comisión especial de la Inquisición
con el fin de hacer que se acataran todas las disposiciones de los jueces especiales.
Desde el convento agustino que tomaron por cuartel, salieron los comisionados a leer en voz
alta por calles y conventos y a fijar en puertas y muros el decreto de los jueces y las advertencias
especiales de la Inquisición contra quienes se atrevieran a causarles daño. El decreto declaraba
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pecados las burlas contra los jesuitas, suspendía la actividad tipográfica de Puebla durante cuatro
años y prohibía poner en duda las disposiciones que dictaba.
A pesar del ambiente represivo y tenso, los carteles de los dominicos y de los inquisidores fueron
arrancados y ensuciados. Abundaron las pintas obscenas en los muros de los conventos y arreció
la tempestad de versos y coplas virulentas. Varios opositores de las medidas inquisitoriales y
partidarios de Palafox comenzaron a ser encarcelados, en medio de connatos de tumulto,
insultos, amenazas e inculpaciones.
Ante la evidencia de las fuerzas en su contra, el Obispo Palafox recurrió al Papa Inocencio X
para acusar a los jesuitas. Evidentemente Palafox sabía que la respuesta de Roma tardaría, por lo
menos, un año, y que mientras tanto debía enfrentar el hostigamiento de las fuerzas del Virrey,
la Inquisición, los jesuitas, los jueces conservadores y las órdenes mendicantes presentes en
Puebla, pero la utilización de este recurso revela que el Obispo entendía que había entablado un
pleito de largo alcance.
En ésa, que era su segunda carta al Papa, Palafox transcendió el miope tema de los diezmos y
atacó prácticas de la Compañía con que estaba en desacuerdo; su enorme riqueza y la manera en
que los jesuitas se reservaban en exclusiva la grey espiritual de sus trabajadores en haciendas y
fábricas, a quienes no permitían acercarse a los templos parroquiales.226
Del siguiente acontecimiento significativo en el conflicto, ocurrido el 7 de junio de 1647, existen
dos versiones contrapuestas. He aquí el resumen de una
y otra: En la plaza mayor de Puebla se celebró una manifestación popular de apoyo a Palafox.
Cuando el Obispo se presentó ante una gran multitud, las campanas de la catedral repicaron y
surgió la expresión espontánea del amor y afecto que el pueblo sentía por él.227
En la plaza mayor de Puebla, Palafox organizó un acto para impresionar a sus enemigos con el
poder que tenía, capaz de trastornar la estabilidad del virreinato. Se paseó por la ciudad en un
magnífico carruaje, entre aclamaciones que lo pedían por virrey.228
Según esta última, la Inquisición confirmó una imagen de Palafox, amenazadora contra el orden
público, capaz de encabezar un alzamiento con el respaldo de armas de fuego, pólvora y
disposiciones tales, como el hecho de que todos sus criados, negros en su mayoría, cargaran
pistolas.
La manifestación fue suficiente para que el Virrey preparara una fuerza expedicionaria con
destino a Puebla, donde el día 9 se promulgó un edicto con apariencia de cédula real, que
anunciaba el reconocimiento del Rey y del Consejo de Indias en favor de los jueces
conservadores, así como severos castigos para quienes cuestionaran la legitimidad de sus actos.
La fuerza de este mensaje fue tal que Palafox, el cabildo catedralicio y el ayuntamiento de Puebla
enviaron representantes para negociar un acuerdo con el Virrey, pero el conde de Salvatierra se
negó a recibirlos.
Fue el momento más difícil para el Obispo de Puebla, según lo deliberaría en sus escritos.229 La
alternativa era ceder o presentar resistencia al virrey, en cuyo caso se convertiría en un traidor
que amenazaba la estabilidad de la Colonia, arriesgaría aquello por lo que había luchado y
arruinaría su propia carrera política. Someterse, en cambio, daría pábulo a la destrucción de su
obra y defraudaría a su rebaño criollo al negarle —según razonaba— la ayuda del Omnipresente.
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Ante este dilema, Palafox prefirió desaparecer. El 14 de junio por la noche abandonó Puebla. El
día 15, desde Tepeaca, dejó una nota al Cabildo para exponer sus motivos de huida y se internó
en la sierra y el misterio.
Los efectos visibles de esta ausencia súbita son imaginables: desconcierto de los partidarios de
Palafox y júbilo del bando virreinal; ocupación de Puebla por las fuerzas del conde de Salvatierra,
y en seguida, entrada triunfal de jesuitas y dominicos, encabezados por los dos jueces
conservadores sobre un carruaje adornado y escoltado; persecución rigurosa de los palafoxianos;
ocupación y saqueo del palacio episcopal; alivio de las monjas poco adictas a la disciplina
palafoxiana; muros pintados con insultos contra el obispo sobre los insultos pintados contra los
jesuitas y los inquisidores; retorno de las prostitutas; fiestas y banquetes para celebrar el fin de la
austeridad palafoxiana; cateo de casas en busca de pistas de Palafox; elegantes meriendas en la
alameda poblana, con bailes de muchachas mulatas en honor de los triunfadores; desaliento de
la población negra y mulata y suspensión de sus bailes y juegos en días festivos, como señal de
duelo.
Una observación de los palafoxianos, hecha por esos días, que entonces les sirvió de consuelo y
ahora nos revela la composición de los grupos sociales en pugna, fue ver que entre los enemigos
que festinaron la desaparición del Obispo muy pocos eran nativos de Nueva España.
No obstante, hubo otros efectos no evidentes: La negativa de Palafox a enfrentarse al virrey e
inducir a sus partidarios a la rebelión, lo mismo que a rendirse, lo protegía, al mismo tiempo que
colocaba en una posición incómoda a sus detractores.
Pero la evasión de Palafox también tuvo efectos de acción retardada y en favor de su causa. Al
eludir la provocación de mayores disturbios en desafío al virrey y al mismo tiempo, no deponer
públicamente su posición, quedó a salvo de una condena fácil. De ahí que el Virrey pusiera gente
en búsqueda de pruebas que demostraran planes de rebelión de Palafox. Tales pruebas, en
realidad no existían y fueron fabricadas con tortura, amenazas y soborno. Este último recurso,
según algunos miembros del ayuntamiento poblano, lo utilizaron los jesuitas con algunos
regidores.230
En prevención de un eventual regreso de Palafox, el cabildo diocesano declaró vacante el
obispado de Puebla. Esta declaración la consiguieron los partidarios del virrey intimidando y
haciendo encarcelar a los canónigos poblanos.
Los siguientes meses continuaron las manifestaciones hostiles al ex-obispo. El 21 de julio, en
una ceremonia ante representantes del Virrey, el .Arzobispo, la Audiencia y las órdenes
mendicantes, el provincial, P. Pedro de Velasco, y los jueces conservadores devolvieron a los
jesuitas poblanos sus licencias para predicar, y 10 días después, con motivo de la fiesta de San
Ignacio de Loyola, se organizó una procesión de enmascarados que causó _in escándalo cuyas
resonancias duraron hasta el siguiente siglo.
Fue un desfile por las calles céntricas de la ciudad, de estudiantes, esclavos negros y personas
contratadas por la Compañía, todos enmascarados, y ¿ escolta de soldados del Virrey. Llevaban
una representación de Palafox tan caricaturesca como el monstruo de cuatro cabezas heréticas
de la fiesta inaugural del primer templo de la casa profesa exactamente 37 años atrás, a la cual
seguía un carro triunfal con la imagen de San Ignacio, y a éste, un segundo grupo de
enmascarados, con vestimenta de sacerdotes seculares, cuyas máscaras hacían mofa de los
allegados al ex-obispo.
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Según versiones de los palafoxianos, algunos enmascarados llevaban “instrumentos indecentes”
y hacían señas groseras a las mujeres y jóvenes que presenciaban el desfile desde ventanas y
balcones. Las mismas versiones relatan que como castigo divino, a la imagen de San Ignacio se
le cayó la cabeza poco antes que terminara la procesión.231
Fueron tan afrentosos el desfile y la hostilidad de aquellos meses, que los palafoxianos
contestaron con algunas manifestaciones. Las más virulentas derivaron en cuatro días de
disturbios a partir del 24 de septiembre. En un ambiente de manifestación callejera alentado por
el repique de campanas, varios grupos de amotinados apedrearon casas de enemigos mientras
gritaban “¡Viva Palafox, virrey y visitador general!” (versión de testigos ante la Inquisición);
insultaban a los jesuitas (“perros herejes luteranos”) y a los agustinos (“chismosos y carceleros
de la Inquisición”). También dañaron el coro del colegio jesuita del Espíritu Santo. Por supuesto,
estos disturbios fueron magnificados en los informes del Virrey y la Inquisición.
A fines de octubre de 1647, la flota que llegó de España trajo órdenes reales que daban la razón
a Palafox, desplazaban al conde de Salvatierra al virreinato de Perú y nombraban para sustituirlo
provisionalmente al Obispo de Yucatán, Marcos de Torres y Rueda. Tales noticias transformaron
el ánimo de los desconsolados poblanos y amagaron a los comisarios de la Inquisición en Puebla,
quienes regresaron discretamente a la Ciudad de México.
El 10 de noviembre por la noche Palafox volvió a Puebla, entre precauciones y discreción que
le dieron el tiempo indispensable para enterarse del estado de cosas y contener la exultación
popular hasta el día 25, en una fiesta religiosa y secular que se celebró con “música, bailes e
iluminaciones”.232
Los siguientes seis meses transcurrieron en una especie de armisticio, hasta mayo de 1648 en que
llegaron de España órdenes terminantes al conde de Salvatierra para que entregara el gobierno
al Obispo Torres y Rueda, a quien había hecho esperar desde enero, en una demora que tuvo
como pretexto la preparación de su salida. La cédula para Torres y Rueda le ordenaba evitar
represalias contra la gente que había estado en el bando del ex-virrey y facilitar el viaje del conde
de Salvatierra a Acapulco.
Las cédulas reales dirigidas al arzobispo Mañozca y a los provinciales jesuita y dominico
ordenaban la inmediata suspensión de toda actividad de los jueces conservadores, más una franca
amonestación por su proceder en el conflicto. Palafox recibió órdenes de no interferir en la
actividad docente de los jesuitas poblanos y de cooperar para que acabaran las dificultades.
Por su parte, los jesuitas recibieron una reprensión del general de la Orden, P. Vicente Carafa,
entre la serie de cartas fechadas el 30 de enero de 1648, que también reprobaba los
acontecimientos del año anterior.233
Pero las cosas en Nueva España no estaban para conseguir la paz mediante amonestaciones y
cédulas reales. Sobrevino la purga implacable contra los partidarios y simpatizantes del ex-virrey,
lo mismo en México que en Puebla. Unos fueron multados y depuestos de los cargos que
recibieron, otros juzgados. Algunos más, obligados a huir y refugiarse con los jesuitas.
Palafox, por supuesto, tampoco hizo caso de las órdenes reales y reanudó su hostigamiento a los
colegios jesuitas, al punto de negarse a aceptar en el clero secular a los sacerdotes formados por
ellos.
En septiembre de 1648 un grupo de eclesiásticos partidarios del Obispo Palafox volvió de Roma
con una bula de Inocencio X en sus manos, fechada el 14 de mayo, donde el sumo Pontífice
79
fallaba en favor del Obispo la mayor parte de los puntos en disputa con los jesuitas.
La decisión jesuita —temeraria, a la luz del voto de obediencia— fue negarse a aceptar el fallo
del Pontífice, arguyendo que le faltaba la ratificación del Consejo de Indias.
PONTÍFICES
Tiempo de gobierno
De
Hasta
Pío V. (n. 1504)
7 Ene. 1566 — 1º May 1572
Gregorio XIII (n.1502) 13 May. 1572 — 10 Abr 1585
Sixto V (n.1521)
24 Abr. 1585 — 27 Ago 1590
Urbano VIl (n.1521)
15 Sep. 1590 — 27 Sep 1590
Gregorio XIV (n.1535) 5 Dic. 1590 — 16 Oct 1591
Inocencio IX (n.1519) 29 Oct. 1591 — 30 Dic 1591
Clemente VIII (n.1536) 30 Ene. 1592 — 3 Mar 1605
León IX (n.1535)
10 Abr. 1605 — 27 Abr 1605
Paulo V (n.1550)
16 May. 1605 — 28 Ene 1621
Gregorio XV (n.1554) 9 Feb. 1621 — 8 Jul 1623
Urbano VIII (n.1568)
6 Ago. 1623 — 29 Jul 1644
Inocencio X (n.1574) 15 Sep. 1644 — 7 Ene 1655
Alejandro VIl (n.1599) 7 Abr. 1655 — 22 May 1667
Clemente IX (n.1600) 20 Jun. 1667 — 9 Dic 1669
Clemente X (n.1590) 29 Abr. 1670 — 22 Jul 1676
Inocencio XI (n.1611) 21 Sep. 1676 — 12 Ago 1689
Alejandro VIII (n.1610) 6 Oct. 1689 — 1º Feb 1691
Inocencio XII (n.1615) 12 Jul. 1691 — 27 Sep 1700
Clemente XI (n.1649) 23 Nov. 1700 — 19 Mar 1721
Inocencio XIII (n.1655) 8 May. 1721 — 7 Mar 1724
Benedicto XIII (n.1649) 29 May. 1724 — 21 Feb 1730
Clemente XII (n.1652) 12 Jul. 1730 — 6 Feb 1740
Benedicto XIV (n.1675) 17 Ago. 1740 — 3 May 1758
Clemente XIII (n.1693) 6 Jul. 1758 — 2 Feb 1769
Entonces ocurrió la etapa más encarnizada del pleito. La elocuencia de los predicadores de la
Compañía condenaba a Palafox, pero en el ámbito de la jurisdicción episcopal poblana, la
feligresía de los templos jesuitas no podía asistir sin sobresaltos, lo mismo por la reprobación a
su fidelidad que por las exhortaciones a cambiarse a las parroquias seculares.
Durante el verano de 1648, España tuvo noticias de la continuación de las hostilidades, lo cual
irritó a Felipe IV, cuyas disposiciones para aplacar el conflicto habían sido terminantes. Ordenó
el inmediato retorno de Palafox, y para asegurar el cumplimiento de sus cédulas envió otro
ejemplar de ellas a los jesuitas, con la orden de que se publicaran, de manera que nadie pudiera
alegar ignorancia. Con gran consternación, en otoño de 1648 Palafox recibió la noticia de que
debía embarcarse a España en la primera flota de 1649 pero reaccionó pronto: calculó que
disponía todavía de algunos meses para impulsar, hasta donde fuera posible, sus proyectos
constructivos y destructivos:
Con todos los recursos disponibles aceleró la fábrica de la catedral de Puebla, monumento y
símbolo de su obra reformista. El esfuerzo consistía en cerrar la techumbre y hacer la cúpula del
crucero. Puso en manos de mosen Pedro García Ferrer la dirección de la obra; en los empeños
de cabildo secular de Puebla, la aportación del dinero necesario, y en un ejército de obreros, el
trabajo de día y de noche. El acicate para todos era adelantarse a la Ciudad de México, cuya
catedral tenía mucho tiempo en construcción a partir de un proyecto varias veces modificado,
80
donde intervino también el arzobispo Mañozca. La carrera hacia la consagración de la catedral
tuvo una meta: el 18 de abril de 1649.
Toda la Colonia conoció los empeños de Palafox y los poblanos por consagrar la catedral en
abril.
De inmediato, los enemigos de Palafox quisieron opacar su previsible ceremonia culminante con
otra que la superara en efectismo y magnificencia. En vista de que era impensable concluir antes
la fábrica de la catedral metropolitana, el Arzobispo, la Inquisición y los jesuitas debieron recurrir
a otro tipo de acontecimiento que se pudiera anticipar al estreno de la catedral poblana: el 11 de
enero de 1649, el arzobispo Mañozca, los inquisidores, el ayuntamiento de la Ciudad de México
y la nobleza desfilaron por las calles del centro de la ciudad para anunciar un gigantesco auto de
fe que se habría de celebrar una semana antes que la fiesta palafoxiana: el domingo 11 de abril.
Esta suma de fuerzas políticas en oposición al Obispo de Puebla no significa que existiera plena
armonía: En los tres meses que mediaban para la celebración del auto de fe, el afán de
enriquecimiento del obispo-gobernador, su estilo de gobierno, su corrupción inocultable y su
rigidez en el pleito con Palafox hicieron que los criollos, el ayuntamiento de México, el arzobispo
Mañozca y la Inquisición rompieran con él.
El principal proyecto destructivo de Palafox tuvo la ambiciosa mira de aniquilar a la Compañía
de Jesús. Si él habría de salir de Nueva España lo menos que podía desear era que los jesuitas no
quedaran indemnes: el 8 de enero de 1649 volvió a escribir a Inocencio X, esta vez para
cuestionar el sentido general de la vida pública de la Compañía: “¿Qué otra religión, Inocencio
Santísimo, ha sido de tanto estorbo a la Iglesia universal y ha llenado de tantas discordias el orbe
cristiano?”234 Los jesuitas, decía, eran una amenaza para la administración diocesana porque
usurpaban las funciones del clero secular y porque eludían los objetivos del claustro, la
mortificación de la carne y la pobreza de espíritu. —Observaciones cuyos atisbos de certeza
revelan la contribución de los jesuitas a la evolución de la mentalidad de una época hacia la
modernidad y la ilustración.
Entre otros cuestionamientos del mismo calibre, Palafox afirmaba que como consecuencia de
sus extrañas nociones, el predominio de la Compañía en el campo de la educación católica había
llegado a ser uno de los mayores peligros que enfrentaba la iglesia porque minaba tanto la fe
como la moral de la juventud.
Como recapitulación, Palafox afirmaba que las doctrinas jesuitas no sólo eran nulas, sino
sumamente peligrosas y perjudiciales para la comunidad cristiana y concluía con la solicitud de
supresión de la Compañía de Jesús, ya fuera disolviéndola en el resto del clero regular, mediante
el cambio de sus Constituciones o bien, con el sometimiento de sus miembros a la jurisdicción
de los obispos.
Así como los escritos de Palafox revelan su habilidad para esgrimir argumentos, las fechas en
que los suscribió evidencian el doblez de su proceder: el 10 de enero lanzó el anterior ataque a
los jesuitas sin que ellos lo supieran, y el 12 de abril escribió al provincial de la Compañía para
proponerle una especie de reconciliación pública mediante el acto formal de levantamiento de
las penas que había impuesto a los jesuitas poblanos.
La aceptación de esta propuesta supondría, por lo menos, la legitimación de dos situaciones: su
autoridad moral para excomulgar y perdonar a los jesuitas y el hecho de que éstos lo admitieran
públicamente, de tal manera que Palafox pudiera exhibir en España esta muestra de su habilidad
81
diplomática y negociadora.
Sin embargo, la maniobra era tan obvia que el P. Andrés de Rada, quien había asumido el cargo
de provincial el 19 de febrero, en una carta llena de comedimiento e ironía, escrita el 14 de abril
refutó, punto por punto, los argumentos de Palafox. Para declinar su propuesta le recordó que
el Rey no había aprobado sus excomuniones, que no era ésa la única razón para alegar su nulidad
y además, que había recibido la orden real de dejar correr los estudios de gramática jesuitas como
antes del pleito, sin poner a esto estorbo ni impedimento.235
El auto de fe del 11 de abril se llevó a efecto en la Plaza del Volador. Fue el más solemne de los
celebrados por la Inquisición en la Nueva España. “El tablado de extraordinaria magnitud y
riqueza se erigió contiguo a la fachada principal del Colegio de Dominicos de Portacoelli, que da
a la Plaza del Volador y comunicado con él por una ventana convertida en puerta —la versión
es de García Icazbalceta—. Costó la fábrica 7 mil pesos, y el estrado que lo cubría, 2,880. Tenía
ésta ochenta varas de largo por cincuenta de ancho.
“Los reos de ese Auto General fueron 109: 74 hombres y 35 mujeres...”236 Entre ellos había
sospechosos de las sectas de Lutero y Calvino; observadores de la Ley de Moisén y sospechosos
de guardarla; judaizantes reconciliados y relajados; judíos relapsos, fictos, simulados confidentes
y penitentes.
Los nobles llegaron en 500 carruajes, en medio de la multitud que presenciaría el espectáculo de
trece quemados en la hoguera, doce sometidos a garrote vil y uno quemado vivo, entre los
ejecutados. Fue, según J. I. Israel, el auto de fe más memorable de los celebrados fuera de la
península. El gran ausente fue el prelado-gobernador, Torres y Rueda, y no por sus malas
relaciones con la nobleza, sino porque la víspera cayó mortalmente enfermo, aunque su muerte
ocurrió doce días después.
A la semana de aquella fecha, las celebraciones de consagración de la catedral de Puebla que
presidió Palafox comenzaron a las seis de la mañana y duraron todo el día. Además de las
ceremonias religiosas de rigor hubo danzas indígenas y de negros, juegos y un concierto de
música coral bajo la dirección de Juan Gutiérrez Padilla, el más ilustre compositor novohispano.
Palafox partió a España en la flota que zarpó el 10 de junio de Veracruz. Al despedirse de sus
amigos los dejó con la esperanza legendaria de que volvería, pero este anhelo suyo y de quienes
lo esperaron mucho tiempo no se cumplió: murió en 1659 en Osma, uno de los obispados más
pobres de Castilla, en cuya mitra se desempeñó un poco más de un lustro.
Durante este mismo decenio la casa profesa superó una crisis que no tuvo espectacularidad
alguna y que además estuvo eclipsada por la controversia con Palafox, pero que no por ello fue
menos grave: corrió el riesgo teórico de ser transformada en colegio.
El P. general, Mucio Vitelleschi, probablemente agobiado por la humillación del
comportamiento de algunos residentes de la casa profesa en los decenios anteriores haya
percibido con desusada impaciencia o irritación las noticias que recibió en el curso de 1641, de
tal manera que escribió al provincial en turno, P. Andrés Pérez de Ribas, una carta llena de frases
elípticas, fechada en 30 de noviembre. Tras recomendar que no se admitieran dones y regalos de
monjas “sino raros”, preguntar qué ocurriría si se quitara el precepto sobre el chocolate e insistir
que se remediara el consumo de tabaco observaba: “Siento que no se acuda con el vestuario de
la profesa, y si no se remedia, se mude en ser colegio”.237
82
Esta omisión a que alude en el contexto las numerosas conductas que ameritaban amonestación
o corrección, no parece ser tan grave para aplicar la medida que el P. Vitelleschi recomendaba.
Sin embargo, la idea de transformar la casa profesa en colegio la completó con la siguiente
observación: “podría trocar el oficio de rector en prepósito de la casa profesa”.
Otra probabilidad es que al P. General lo preocuparan las angustias económicas que durante
esos años aquejaron a la casa profesa, porque insistió en la misma idea exactamente dos años y
cuatro meses después: en la undécima carta del 30 de marzo de 1644, dirigida, sin saber que había
muerto el mes anterior, al provincial P. Luis de Bonifaz, en medio de recomendaciones habituales
propuso que se llevara a efecto una consulta para considerar la conversión de la casa profesa en
colegio.238
Sabemos que el año anterior —enero de 1643—, en vista de la ominosa actitud del Obispo
Palafox, el P. Luis de Bonifaz convocó a una congregación irregular y extraordinaria, que fue la
décima tercera; que asistieron 27 profesos; que en Roma se impugnó su validez, porque se había
adelantado once meses y que finalmente el P. Vitelleschi la consideró válida. En tal virtud, esta
propuesta, tan próxima a la congregación, tuvo que ser tratada en una consulta extraordinaria,
pero desconocemos el memorial de tal consulta.
El P. Vitelleschi murió el 9 de febrero de 1645, de manera que ya no obtuvo la respuesta. Tras
un interregno de once meses en que atendió los asuntos de la Compañía el vicario general, P.
Carlos Sangráis, en enero de 1646 fue elegido como nuevo general el P. Vicente Carafa.
Correspondió al P. Carafa recapitular este asunto en su carta de fecha 30 de enero de 1648,
cuando escribió al provincial, P. Pedro de Velasco:
La resolución que se tomó en la consulta de no tratar de convertir en colegio la casa profesa fue acertadísima.
Ni yo viniera en la contraria de ninguna suerte, que no porque experimentan algunos efectos de pobreza
en la comida o en el vestido se han de buscar luego semejantes arbitrios habiendo nosotros hecho voto de
pobreza y debiendo (...) estar aparejados para sentir efectos de la santa pobreza y contentarnos con lo peor
y más vil de casa.239
Aún suponiendo que la idea de transformar la casa profesa en colegio haya tenido partidarios
entre los consultores, es probable que en esta deliberación hayan influido las manifestaciones de
afecto y el espíritu reparador que suscitó un sismo ocurrido hacia 1646 —del cual no sabemos
la fecha precisa— en favor del templo afectado, según lo refleja la conclusión de la carta del P.
Carafa:
Y cierto que según lo que se escribe, ésa no la pasa mal y del afecto y devoción que demuestran tener los de
esa ciudad se colige que la asistirán en sus trabajos, como se experimentó en el que tuvo con ocasión de los
temblores de tierra, pues como dice V.R. “dieron luego de limosna el Señor Virrey (conde de Salvatierra)
y otros más de 3000 pesos para el reparo de nuestra torre”.
Con la muerte del obispo Marcos de Torres y Rueda, el gobierno colonial quedó en manos de la
séptima Audiencia gobernadora, circunstancia que la Corona prefería evitar y que se prolongó
poco más de un año, hasta el 28 de jimio de 1650, en que llegó el 19° virrey. Luis Enríquez de
Guzmán. Conde de Alva de Liste y marqués de Villaflor, quien llegó acompañado del nuevo
visitador, Pedro de Gálvez. La primera gestión del visitador fue apagar el fuego recién encendido
por Juan de Merlo, el vicario de Palafox, quien un mes antes había excomulgado a 23 enemigos
suyos, entre jesuitas y dominicos. Gálvez lo instó a que suspendiera sus sentencias.
83
El Virrey mismo procedió en el mismo sentido conciliador, levantó las penas impuestas por
Palafox y Merlo y reinstaló al cabildo eclesiástico depuesto en Puebla.
La labor de pacificación que emprendieron ambos personajes culminó dos años después, en
1652, cuando consiguieron que los jesuitas poblanos acordaran presentar sus licencias de
predicadores ante las autoridades diocesanas de Puebla, a cambio de que Merlo derogara las
restricciones que les había impuesto.
Durante la segunda mitad del Siglo XVII, la historia de la casa profesa y del templo transcurrieron
sin mayores alteraciones que las ocasionadas por la rotación regular de los puestos del provincial
y el prepósito de la casa, cuyo estilo personal de gobierno oscilaba entre la permisividad y el rigor
disciplinarios.
En enero de 1656, gracias al impulso del virrey, duque de Alburquerque, fue terminada la obra
de la Catedral Metropolitana. Entre sus diversas promociones, el Virrey llamó a los prelados de
las religiones y les encomendó a cada uno un altar para celebrar la obra de la catedral. En
representación de los jesuitas asistió el provincial, P. Juan del Real.
Desconocemos el altar que correspondió patrocinar a la Compañía, pero a partir de ese año, la
Catedral debió convertirse en punto de referencia, consciente o inconsciente, para los
responsables del templo de la casa profesa, y para la reedificación que emprenderían medio siglo
después. Por coincidencia, el mismo mes —enero de 1656— el general, P. Goswino Nickel,
recomendaba que a la casa profesa se le dieran buenos obreros, acaso como compensación a la
orden de “que los colegios no den limosna a la casa profesa”,240 que seguramente correspondió
a una de las fluctuaciones de la economía jesuita.
Una muestra significativa del proceder de los jesuitas en la vida pública durante el siguiente
decenio fue su disposición a participar en “aquella natural afición en todas las cosas que son de
la patria”.241 En 1663, el canónigo Francisco de Siles -m prendió una campaña para pedir al
pontífice Alejandro VII que consagrara los días 12 de diciembre como fiestas de guardar y que
hubiera oficio y misa propios de N. S. de Guadalupe.
En el legajo de documentos enviados a Roma, entre una narración histórica, peticiones de los
cabildos, de la Universidad y de las órdenes religiosas, iba un documento conocido como
Instancias a Alejandro VII, que suscribieron veinte jesuitas, entre ellos, los P. P. Tomás
Altamirano, Manuel de Arteaga, Francisco Carbonelli, Andrés Cobián, Francisco Jiménez,
Antonio Núñez de Miranda, Bernardo Pardo, Pedro Valencia y Hernando Cavero. Este último
firmó a nombre de toda la Provincia. Todos los suscritos —el P. Cavero ocupaba el cargo—
llegaron a ser provinciales.242
Una figura ilustre de este grupo fue el P. Antonio Núñez de Miranda (1618-1695). Era originario
de Fresnillo, Zacatecas. Fue un docto gramático y filósofo, “asiduo devorador de libros”, rector
del Colegio Máximo y Provincial, en 1680, tras la muerte del P.- Altamirano.
Cuando era confesor del virrey, Antonio Sebastián de Toledo, marqués de Mancera, en la corte
conoció a una joven de 17 años, de quien también fue confesor y se convirtió en guía espiritual,
en 1668.
En febrero del año siguiente, con ayuda de los consejos del P. Núñez de Miranda, la joven
ingresó al convento de san Jerónimo, donde cambió su nombre secular por el de Sor Juana Inés
de la Cruz.243
84
El P. Núñez de Miranda continuó siendo su confesor y la asistió durante muchos años, aunque
sus admoniciones a la joven monja ocasionaron una ruptura. Se parecían en la insaciable
curiosidad por saber, que los indujo a formar admirables y extensas bibliotecas. Acaso este interés
común contribuyó a reconciliarlos en 1693. Al año siguiente, a la altura de sus 76 años, el P.
Núñez de Miranda se deshizo de sus libros cuando descubrió que irremisiblemente perdía la
vista. Murió el 17 de febrero de 1695 en el Colegio Máximo. Sor Juana murió exactamente dos
meses después.
El mundo cultural de la Colonia durante la segunda mitad del siglo XVII, donde la lengua
castellana jugaba un papel tan importante, dio frutos de calidad excepcional, como la poesía de
Sor Juana Inés de la Cruz. Pero hubo otro tipo de manifestaciones entre quienes trataban los
temas religiosos dentro del barroco, el estilo de la época, que no sólo fueron desafortunados,
sino que incurrieron en excesos que privaron de sentido la lógica escolástica, quitaron fuerza a
laudos y elegías, pervirtieron los valores del cristianismo, manejaron a su antojo virtudes,
exaltaron unos valores en detrimento de otros para brillar en el púlpito y para hacer triunfar su
orden y santos preferidos en batallas imaginarias.244
El discurso religioso, con el cual se cometieron abusos en pleitos donde se dirimían intereses de
otro orden, se fue agotando. “El mal cunde en el mundo hispánico, afirma Pablo González
Casanova, a fines del siglo XVII y principios del XVIII en forma que azoran las impropiedades
e impertinencias a que se entregaron sus predicadores”.245
Los de La Profesa no fueron la excepción: Entre las ordenaciones que el P. Hernando de Cavero
deje en 1662, cuando se desempeñó como visitador, estaba la siguiente:
No se permita que nuestros predicadores usen el estilo culto o afectado por el grande daño que se causa y el
mal ejemplo que se da a nuestros hermanos estudiantes, y el descrédito que se sigue no sólo a la Compañía
sino a los particulares. Les ordeno que, cualquiera que, después de este aviso, cayere en dicha falta, por la
primera vez se le dé en el refectorio penitencia proporcionada a su culpa, y la segunda, se le dará aviso al
Padre Provincial para que provea de remedio más eficaz, hasta retirarle del púlpito.246
La Compañía de Jesús cumplió un centenario en la Nueva España cuando era provincial el P.
Andrés Cobián, quien antes había sido misionero en Pátzcuaro, Oaxaca y Guatemala, de donde
fue llamado para ser Rector del Colegio Máximo y juez conservador en varias causas.
En los primeros decenios del segundo centenario —que la expulsión dejó inconcluso— la
Compañía amplió sus misiones en el norte del país. Allá se presentaron mayores motivos de
inquietud que en la Ciudad de México. Recurrentemente surgían levantamientos de indios y
ataques violentos, en donde no pocos jesuitas perdieron la vida. Hubo también misioneros
exitosos que dejaron honda huella, como el P. Eusebio Francisco Kino, quien llegó a la Nueva
España en 1681 y dos años después salió rumbo al norte, en un viaje misional que fue al mismo
tiempo expedición científica y empresa colonizadora.
La presencia jesuita en colegios y casas en general fundados hasta 1699, se encontraba en
Aguascalientes, Santa Anna, San Andrés, San Gregorio, San Ildefonso y el Colegio de San Pedro
y San Pablo, en la Ciudad de México; Ciudad Real, Chiapas; Granada, Nicaragua; Guadalajara,
donde había un seminario; Guadiana, Durango,
Guatemala; los colegios del Espíritu Santo, San Jerónimo y San Ildefonso, en Puebla; San Luis
de la Paz, San Luis Potosí, Mérida, Oaxaca, el seminario de El Parral; Parras, Pátzcuaro; los
colegios de Querétaro, El Realejo, El Salvador, en Centroamérica, Sinaloa, Tepotzotlán,
85
Valladolid y Zacatecas. Tenían, además, los proyectos de establecimiento en Celaya, La Habana,
Saltillo y Tehuacán.247
Hacia 1690 se estableció en la Ciudad de México el economato de la Provincia. Las
temporalidades de la casa profesa y del templo no variaron en el resto del siglo; las únicas
variaciones que suscitaban inquietud ocurrían en la economía y los relajamientos de conducta de
profesos y de hermanos. Para ilustrar el clima del fin del siglo en la Compañía bastan las citas de
tres cartas del padre general, Tirso González, dirigidas a los provinciales Diego de Almonacir y
Juan de Palacios, respectivamente:
Avísanme que es grandísimo el desorden introducido en toda esa provincia en tomar tabaco en humo. Tanto
que hasta los hermanos estudiantes, a poco tiempo de salir del noviciado toman o chupan, y no pocos de los
padres le toman delante de seglares y en sus casas. Yo no acabo de entender cómo en una provincia como
ésta puede haber cundido tanto ni cómo nuestras casas puedan parecer casas religiosas y no mesones con
semejante frecuencia cuando uno solo que lo tome suele apestar una calle.
V. Reverencia vea si ésta es materia digna de que se ponga precepto de santa obediencia para que ninguno,
sin licencia expresa del P. Provincial y siguiendo el parecer del médico de que es necesario tomar tal
medicamento, lo pueda tomar. Si V. R. le pareciere materia digna del precepto, póngale luego en nombre
mío, y si no le pareciere materia digna de precepto, ordene V.R. sin precepto, lo siguiente:
Lo primero, que ninguno lo tome sin parecer del médico y licencia expresa del P. Provincial; lo segundo,
que el que con licencia lo tomare, no le tome ni en presencia de seglares ni en casas suyas y al que en esto
faltare, además de darle indefectiblemente una penitencia pública, se le quite del todo la licencia. De los
estudiantes, a ninguno se permita en el tiempo de los estudios para tomarle. Cuantos padecen achaques
pasen con ellos y háganse sufrir y no faltarán otros remedios que les puedan servir.248
Esta carta fue fechada en Roma, en 1690. Faltaban 42 años para que en la lengua francesa se
inventara el verbo que significa “tomar tabaco en humo”.249
El 28 de julio de 1696, el P. General escribió al P. Juan de Palacios:
El estado en que vemos la casa profesa es muy bueno para la religiosa observancia, aplicación y frecuencia
de todos nuestros ministerios y puntualidad y número de las congregaciones. Y gruesas limosnas con las que
se ve asistida de la liberal piedad de esa ciudad...250
Finalmente, el día 27 de julio de 1697 le escribió:
... doy a V.R. y a toda la provincia las gracias por el cuidado que han puesto en recoger la limosna que
viene en la flota para la Santa Casa de Loyola, el altar y el sepulcro de N.P. Ignacio, que se fabrica a su
santo cuerpo en esta casa profesa en Roma...251
Es evidente que la Colonia y la casa profesa pasaban por una época espiritualmente satisfactoria
y financieramente bonancible. Por cierto, el segundo párrafo da la primera noticia de una
aportación económica de la Provincia a Roma. Por tanto, la transformación completa del templo
de la casa profesa que habría de ser consagrada en 1720 pudo tener su origen en esta época de
auge, aunque las cartas anuas de la Provincia publicadas hasta hoy no se refieren a este proyecto.
La congregación de la Buena Muerte de Roma tuvo un observador atento en don Fernando
Alencaster Noreña y Silva, duque de Linares y Marqués de Valdefuentes, quien visitó Italia en
1710 y a partir del año siguiente fue virrey de la Nueva España durante cinco años.
86
Una vez en México, el Virrey, duque de Linares, restauró la congregación del mismo nombre en
torno al templo de la casa profesa, a imagen y semejanza de la romana. La Congregación de la
Buena Muerte había sido fundada desde los primeros años de la Provincia, pero no alcanzó la
presencia ni la fama de la de El Salvador. En su restauración se hizo cargo de la Casa Real de los
Hormigos, donde se recogía y daba atención material y espiritual a las “mujeres escandalosas”.252
87
El segundo templo, 1720
Un proceso que hasta ahora no revela ninguna crónica, carta ni memorial, pero del cual
conocemos el resultado, ocurrió con el templo de la casa profesa conforme se acumularon los
años de su primer centenario.
Según parece, en la Colonia no existió la costumbre de evocar el pasado y celebrar aniversarios
al estilo de nuestros días. El sentido de la historia y la percepción del tiempo se regían por otra
concepción, donde eran más significativas las fiestas consagradas que las especulaciones
aritméticas sobre los sucesos.
La contabilidad de pérdidas y ganancias, hábito del presente, nos sirve para aplicarla a otras
épocas: Mucho antes de completar un siglo, el templo de la casa profesa reunió en torno a sí una
verdadera iglesia, es decir, una congregación de fieles, una feligresía integrada por un vecindario
donde estaban representadas todas las clases sociales y cuyas diferencias se borraban, por lo
menos, en el crisol de las ceremonias.
Algo que también ganó el templo en su primer centenario fue un nombre propio: dejó de ser “la
iglesia de la casa profesa” para convertirse en el templo de La Profesa. Con el paso del tiempo,
este nombre designó también a la calle, que se dejó de llamar “de los Oidores”. Iglesia, nombre
propio, vecindario, ceremonias, cofradías, campanas, confesonarios, jubileos, predicaciones y
jesuitas fundaron una tradición, o más bien, un complejo tradicional en el centro de la ciudad.
Por otra parte, en el centenario era ya notorio el deterioro del edificio, según lo expone el
documento notarial suscrito por el provincial, P. Alonso de Arrivillaga y por la marquesa de las
Torres de Rada el 14 de abril de 1714, cuando esta dama se comprometió formalmente a
reconstruirlo.
Un interesante documento del A.H.N. de Madrid refiere las causas de la reconstrucción del
templo de la Casa Profesa hecha entre los años 1714 y 1720.
En la Ciudad de México a 20 y seis días del mes de Abril de mil setezientos y catorce años: Por ante
mí el escribano y testigos, parecieron de la una parte el Reverendísimo Padre Alonso de Arrivillaga de
la Sagrada Compañía de Jesús y su Provincial actual de estas Provincias de Nueva España y de la otra
parte la Sra. Doña Gertrudis de la Peña marquesa de las Torres de Rada, viuda, mujer legítima que
fue del señor Maestro de Campo Don Francisco Lorenzo (o Lorente) de Rada, Caballero que fue del
orden de Santiago gran Chanciller de las Indias y Márquez de las Torres de Rada, ya difunto, a quienes
doi fee que conozco: y dijeron que por quanto hallándose el Templo e Iglecia de la Casa Profesa de la
Sagrada Compañía de esta dicha Ciudad en grave necezidad de su renovación y nueva fábrica así por
lo antigua de ella, como por lo undido que se halla y otras grandez incomodidades que padeze, siendo
dicho templo mas frecuentado, de las principales iglecias de esta Ciudad en cuyo estado, y constándole lo
referido a la dicha Señora Marqueza de las Torres de Rada, con su acostumbrado celo y devoción a la
Sagrada religión de la Compañía de Jesús y su Casa Profesa, deliberó con acuerdo conbeniente el aplicar
de sus Bienes y Caudal la cantidad de pesos que irá mencionada, gratuitamente, para cuyo efecto
haviendo tenido sus Juntas y Acuerdos con dicho Reverendísimo Padre Provincial para con su
Reverendísima Deliniar la Fábrica, modo, forma y costos que pueda tener y que esto fuese con
intervención y planta de Maestro de Arquitectura de la inteligencia necesaria, se eligió para este efecto
88
por parte de dicho Reverendísimo Padre Provincial mediante sus consultas que para ello tuvo, al Maestro
Pedro de Arrieta que lo es de Arquitectura,
Alarife de esta Ciudad, el qual procedió a hacer y formar sus líneas y plantas y a el cálculo que con poca
diferencia puede tener dicha obra y fábrica y su perfección se necesitavan precizamente cantidad de cien mil
pesos en reales y en esta conformidad la dicha señora Marqueza con su gran magnificencia, piedad y celo
Santo del Culto Divino y las consecuencias que de ello resultan en el Sagrado y servicio de Dios nuestro
Señor en que tenga efecto tan santa obra deliberó el aplicar y dar y donar de sus Bienes y Caudal para la
referida fábrica los dichos cien mil pesos...
“firman el documento los testigos Gabriel Fernando Navarro Escribano Real, Antonio de Urrutia y Juan
Manuel Orti de Sanirrana presentes vecinos de México —Alonso de Arrivillaga— La Marquesa de las
Torres de Rada ante mí Juan Clemente Guerrero Escribano Real y Público ’’. 253
En resumen, las razones expuestas para la reconstrucción fueron lo anticuado del edificio, el
hundimiento que había sufrido y “otras grandes incomodidades” que padecía. Sin embargo, la
primera razón parece ser la importante y, por tanto, la que decidió en última instancia la obra.
Los otros dos motivos no parecen tener gran peso: por causa de las inundaciones —ya se hizo
alusión a este hecho—, el templo actual se encuentra también en un nivel más bajo que el de la
calle; y esto no parece que sea razón suficiente para plantear una reconstrucción total del edificio.
El texto habla de “lo undido que se halla y otras grandez incomodidades que padeze”.254 Luego,
es posible inferir que el piso estaba disparejo, debido a los desniveles cercanos a los muros de
carga. En cuanto a las “grandes incomodidades”, podemos imaginar grietas en la techumbre, que
ocasionaban chiflones y goteras; inclinación de muros y columnas que afectaban la serenidad del
ánimo y el aspecto del recinto. Esta breve descripción del documento notarial sirve de
antecedente para explicar la “grave necezidad de su renovación y nueva fábrica”, cuyo costo la
Marquesa estaba dispuesta a sufragar, y cuya supervisión contaría con la experiencia del
provincial. P. Alonso de Arrivillaga, quien había cuidado la erección del templo del Colegio de
Valladolid, donde fue rector, a fines del siglo XVII.255
En la decisión de reconstruir el templo de La Profesa también influyeron el gusto y las
necesidades de la época, que eran diferentes a las del siglo anterior. El estilo arquitectónico de
moda era otro. Frente a estos valores, resultaban inadmisibles las deficiencias en el templo más
frecuentado de la ciudad.
La obra de reedificación del templo fue encargada a Pedro de Arrieta, el más importante
arquitecto novohispano de entonces, contemporáneo del español José de Churriguera. En 1691,
Arrieta había culminado sus estudios en España, de donde volvió para convertirse en el iniciador
de la primera etapa del Barroco.
Cuatro años después habla realizado una obra que le dio fama y autoridad. El estilo plasmado
en el edificio de la Santa Inquisición (mejor conocido como la antigua Escuela Nacional de
Medicina) le mereció ser nombrado Maestro Mayor por el tribunal inquisitorial.
Según el cálculo de Arrieta, para el templo de La Profesa “se necesitavan precisamente cantidad
de cien mil pesos en reales” que la Marquesa donó en el término de 5 años; 25,000 anuales; 400
a la semana para pagar materiales y operarios.
El documento sirvió para fijar su compromiso por el límite de esa suma precisamente, ni más ni
menos, con lo cual ella y sus herederos merecieron los honores y beneficios como patronos del
templo: presencia de su escudo de armas en la fachada y sepultura en el interior de la nave.256
89
Doña Gertrudis de la Peña, marquesa de las Torres de Rada, cumplió su compromiso en cuatro
años, tres meses. El finiquito del contrato lo suscribió el 16 de julio de 1718 el P. Arrivillaga,257
quien siguió a cargo de la supervisión de la obra después de haber sido Provincial, en marzo de
1715.
Otros fieles contribuyeron con limosnas de diversa monta para culminar la fábrica. El mercader
Andrés Pérez de Benabia y su esposa, Rosa María Canzeno, devotos de la Virgen de San Ignacio,
por ejemplo, se comprometieron a aportar un peso a la semana durante el tiempo que durase la
construcción, más cinco pesos adicionales para cada una de las bóvedas del templo, en honor de
Jesús, María, José, Joaquín, Ana y las ánimas del Purgatorio.258
Una vez cumplido su compromiso formal, doña Gertrudis de la Peña, la Marquesa, hizo una
donación adicional de 20 mil pesos. Posteriormente testó en favor del templo de La Profesa
todas sus alhajas personales y las de su recámara, para que con ellas se hiciese un cáliz a San Juan
Francisco de Regis. La muerte de la Marquesa ocurrió en 1738.
Mientras se reconstruía el templo, también la casa profesa fue restaurada con obras tales como
la nivelación de los pisos hundidos, la sustitución de vigas podridas y la tapa de goteras, gracias
a donativos como el de Juan Antonio Tresviñas, quien aportó 40 mil pesos para este fin.259
La fábrica del nuevo templo duró tan sólo seis años. La estatura de las torres y la cúpula
transformaron el paisaje urbano y la belleza de la fachada barroca debió satisfacer a los feligreses
lo mismo que a Pedro de Arrieta: el curriculum vitae del arquitecto para ser nombrado Maestro
Mayor de la Catedral y del Real Palacio, en 1720, contenía la mención del templo de La Profesa
entre sus obras.
El nuevo templo fue dedicado el 28 de abril de 1720 en una ceremonia de la cual no se ha hallado
una crónica tan prolija como la que mereció la dedicación del primero, en 1610, pero que
seguramente fue también magnífica.
Sabemos que el arzobispo José Lanciego estuvo en la ceremonia, y según la versión del P.
Astráin, fue quien predicó. Lazcano, en cambio, asegura que el predicador en esa ocasión fue el
P. Juan Antonio Oviedo (1670-1757), quien a la sazón era rector del Colegio del Espíritu Santo
de Puebla, pero había estado al tanto de la fábrica en el tiempo que fue confesor de la Marquesa.
Es probable que en esa ceremonia hayan intervenido dos predicadores.260
En 1726 el P. Juan Antonio Oviedo fue operador de la casa profesa y en 1729, provincial durante
un periodo de tres años exactos, que terminaron el 4 de noviembre de 1732. En seguida fue
prepósito de la misma casa y tres años después, consultor de Provincia, designación que el padre
general hacía en quienes acumulaban experiencia. El provincial, P. Antonio de Peralta, murió el
29 de octubre de 1736 y por segunda vez, a los cinco días, el P. Oviedo asumió el cargo vacante.
La muerte de la Marquesa, en abril de 1738, produjo la coincidencia de que el P. Oviedo predicara
en sus exequias el mismo día que se cumplían 18 años de la dedicación del segundo templo.261
En 1743 la Casa Profesa fue escenario de dos homicidios, cometidos con cinco días de
diferencia.262 Según los escasos indicios que se registraron entonces, entre ambos hubo relación
causal, pero el móvil de la segunda muerte aún es materia de conjetura: pudo ser la desconfianza
o el remordimiento.
La primera víctima fue el P. Nicolás Segura, a la sazón, prepósito de la casa profesa, quien fue
golpeado y estrangulado en su lecho durante la noche del 7 de marzo de 1743.
90
El escándalo del día siguiente no lo produjo el crimen, que era bastante común, sino el lugar y
los protagonistas: estaba claro que sólo jesuitas habitaban la casa profesa.
Cuando las pesquisas aún no terminaban, un segundo homicidio ejecutado en circunstancias
similares estremeció a la casa profesa y a la ciudad: esta vez fue el hermano portero, Juan Ramos,
quien amaneció ahorcado en su aposento y con un cordel al cuello.
Febriles investigaciones incriminaron al hermano coadjutor, José Villaseñor. La hipótesis fue que
al P. Segura le habían dado muerte Villaseñor y Ramos al fin de una larga enemistad y que tal
complicidad engendró en el coadjutor, muy pronto, desconfianza y temor de ser delatado por el
torpe portero.
El reo se mantuvo inconfeso durante el juicio. Su condena consistió en la expulsión de la
Compañía y en diez años de trabajos forzados como galeote en las galeras de Su Santidad, pero
no tuvo tiempo de purgarla: murió al llegar a Cádiz, a manos de un marino armado de un puñal.263
Aún no se discierne si antes del puñal, José Villaseñor también fue víctima de una sentencia, un
proceso y una acusación injustas. Habría que comprobar la otra hipótesis, según la cual el portero
Juan Ramos fue el único asesino del P. Segura y cinco días después, como a Judas, su culpa
insoportable lo indujo a ahorcarse.
91
La Expulsión
1740: Sin mencionar otros progresos, la Compañía de Jesús, pequeña planta en 1540 ha venido a ser un
árbol frondosísimo cuyas ramas cubrían a todo el mundo. En la época de que hablamos el gobierno de la
Compañía de Jesús se dividía en 5 asistencias que comprendían 39 provincias, 24 casas profesas, 669
colegios, 64 noviciados, 176 seminarios, 335 residencias, 223 misiones, 22,787 jesuitas entre los cuales
había 11,010 sacerdotes, número muy considerable si se atiende a las circunstancias de aquel tiempo tan
poco favorables a los institutos religiosos no menos que las continuas persecuciones de que había sido
blanco la nueva Orden desde su nacimiento.
Tal era el panorama de la Orden al término de su segundo siglo de vida, como lo presenta la
Continuación de la historia de la Compañía de Jesús en la Nueva España del P. Francisco Javier Alegre, escrita por
el P. José Mariano Dávila y Arrillaga.264
En el contexto de todas las provincias, el tamaño de la mexicana era muy representativo,
considerando que en promedio, cada una de las 39 tendría entonces 582 operarios, y que según
el censo de 1741 —el más cercano al bicentenario— en México había 586. En cambio, cuando
a cada provincia debieran corresponder, en promedio, 282 sacerdotes, en la Nueva España había
363, 28 por ciento arriba de la media. Esto significa que en ese momento, en la Provincia de la
Nueva España la proporción de sacerdotes era de 61 por ciento, cuando en la Compañía era del
48 por ciento.
Pero este “árbol frondosísimo cuyas ramas cubrían a todo el mundo” se sustentaba
principalmente en sus raíces europeas, y durante la primera mitad del siglo XVIII la situación
política de Europa sufrió un cambio radical. Las potencias católicas —España, Francia y
Polonia— tendieron a adoptar posturas independientes y a emanciparse de toda preocupación
por la política papal. El efecto inmediato de esta tendencia fue la reducción de la hegemonía y la
influencia de Roma.265 Como la Compañía estaba tan estrechamente ligada al Papa fue víctima
de tales cambios.
En cuanto a la actitud ante la religión, el asunto no estribaba únicamente en que la mitad de la
población europea católica perdiera o ganara adeptos en relación con la mitad protestante; esta
controversia se había desplazado del campo del dogma religioso al de los desarrollos nacionales
fundados sobre otros factores: los rusos, sobre el sentido monárquico; los ingleses, sobre la
industria, el sentido práctico y el talento marinero; los prusianos, sobre la organización y la
disciplina militar.
Estos rasgos predominantes no tenían relación directa con el aspecto eclesiástico, pero
repercutieron en él porque aumentó la tolerancia a las sectas religiosas y por ende, las misiones
católicas perdían terreno y eficacia.266
Las tendencias rigurosamente monárquicas y militar-mercantiles que impulsaron la prosperidad
de los países no católicos de Europa, según apreciación de Von Ranke, fueron observadas por
los estados católicos desde la posición de desventaja en que habían quedado y las adoptaron para
recuperar competitividad.267
92
Las cortes católicas que en gran medida sustentaban la fuerza política del Pontífice asumieron
posiciones de autoafirmación frente a él, sobre todo en el plano económico, y Benedicto XIV,
Papa durante un período de 18 años (1740-1758) tuvo la sensibilidad de acordar significativas
concesiones en favor de España, Portugal, Cerdeña y Nápoles, para mantener un clima de paz y
de estabilidad.
Pero la nueva actitud implicó un cambio de mentalidad y de orientación espiritual que coincidió
en el momento que se reavivaron otras agitaciones en el campo de la fe, como las disputas entre
jesuitas y jansenistas en Francia y con los febronianistas en Alemania.
La primer discusión tuvo efectos de gran alcance porque para zanjarla, Benedicto XIV publicó
la bula Unigenitus, que condenó no sólo las doctrinas jansenistas sobre el pecado, la gracia, la
justificación y la Iglesia, sino también los términos literales en que estos temas están referidos en
los textos de San Agustín que sirvieron de fundamento a Cornelius Jansen (1585-1638), cuando
elaboró Agustinus, la tesis de la cual deriva la doctrina que lleva su nombre, y que expresaba, al
mismo tiempo, una tendencia teológica rigorista, una franca oposición al absolutismo de
Richelieu y de Luis XIV, y por la forma represiva en que éstos imponían el catolicismo, un
rechazo al Papado y a quienes tan fielmente lo representaban en Francia, los jesuitas.
El pronunciamiento papal contenido en la bula Unigenitus fue considerado como última resolución
de una disputa teológica iniciada desde fines del siglo XVI,268 cuando los PP. Antonio Escobar
y Mendoza (1589-1669), Juan de Mariana (1535-1624) y otros jesuitas representantes de la
tendencia racionalista elaboraron varias tesis, entre ellas las doctrinas de la casuística, la soberanía
popular y la del tiranicidio como derecho del hombre común.
Tal disputa, cuyos inicios suscitó acaloradas discusiones con los teólogos dominicos y delicadas
situaciones políticas con los reinos de Francia y España, había quedado en suspenso. El asunto
fue sometido a la instancia de Clemente VIII, pero el Papa, por una parte, no podía descalificar
a la Orden que tanto y tan bien contribuía al ensanchamiento y afirmación del catolicismo, y por
otra, no quería herir susceptibilidades —y menos tener problemas— reales.
Considerando la significación de una bula tan favorable en un asunto cuyos antecedentes se
remontaban siglo y medio, los jesuitas correspondieron con la vehemente defensa de las
posiciones y opiniones de la Santa Sede, pero a cambio de tal convalidación quedaron expuestos
a una oposición mayor de los eruditos y de las órdenes que seguían a San Agustín y a Santo
Tomás de Aquino; de los jansenistas y del parlamento francés, que radicalizaron su defensa de
las libertades galicanas frente a Roma.
La persecución de los jansenistas surgida de la ortodoxia católica de Luis XIV primero, y después
de la bula Unigenitus, incubaron una profunda reacción inmediata y otra futura. Por lo pronto su
doctrina proliferó de todas formas, abierta y clandestinamente, por la cristiandad católica; a largo
plazo, contribuyó a la transformación de las mentalidades y las actitudes ante la religión.
La represión que Luis XIV (1643-1715) ejerció sobre el pensamiento había sido tan marcada que
a raíz de su muerte se desató un movimiento antirreligioso que no se oponía a una doctrina en
particular, sino al sistema filosófico religioso por entero; un movimiento que comprendía las
concepciones de la divinidad, del mundo, del Estado, la sociedad y el hombre. Esta corriente
influyó todas las ciencias y se atrajo adeptos en todos los países, y fue el gran impulso del que
surgió lo que se ha llamado con diferencias de matiz y de lugar El Siglo de las Luces, la Ilustración
o el Iluminismo.269
93
La ebullición de ideas e inquietudes durante la primera mitad del siglo XVIII desafía cualquier
intento de síntesis. Asombra, por ejemplo, que los jesuitas hayan contribuido con su obra
educativa, su metodología científica y aún con las tesis resultantes de sus especulaciones
filosóficas a impulsar el movimiento que entonces se les oponía.
En algún momento del siglo anterior comenzaron a aplicar a las ciencias y a las artes la
exploración precisa y disciplinada por medio de los sentidos que los Ejercicios espirituales proponían
para avivar los misterios de la fe. Con este método fue posible llegar al racionalismo; el
empirismo y el afán por investigar fueron consecuentes.
En la literatura abonaron el conceptismo, esa rama del arte barroco que en otra de sus
manifestaciones difundieron hasta los más recónditos lugares de América y de Asia en las
fachadas y altares de sus templos.270 El amaneramiento expresivo y sus excesos verbales
entrañaban peligros de los que se dieron cuenta antes que otros, y por ende, trataron de
erradicarlo.
Un profesor de Sagradas Escrituras en los colegios españoles de la Compañía, el P. José
Francisco de Isla (1703-1781) escribió Fray Gerundio, novela satírica que se convirtió en éxito
rotundo porque puso en el mayor de los ridículos la barroca oratoria sagrada de la época.
Lamentablemente, su agudeza crítica se convirtió en un despropósito y consecuentemente, en
otra fuente de ataques contra la Compañía. El hecho de que el protagonista fuera un fraile fue
interpretado como la pretensión de ridiculizar la vida monástica, de tal forma que sin
proponérselo, el Fray Gerundio contribuía a la corriente volteriana de quienes hacía mofa de las
instituciones religiosas y sus miembros.271
Si las reacciones ante las manifestaciones artísticas fueron difícilmente previsibles, menos aún lo
fueron los resultados del margen de libertad del pensamiento y de la conciencia que los jesuitas
propiciaron para sus alumnos y que muchos doctores practicaron en su trabajo filosófico.
Varias de sus tesis, la de la soberanía popular, por ejemplo, indefectiblemente tendían a
contradecir la ortodoxia. Tales contradicciones fueron insalvables conforme se desarrollaban
varias ramas de la filosofía que tenían influencia inmediata en la realidad, la ciencia política entre
ellas.
A medida que avanzaba el siglo XVIII los tratados políticos y sociales circulaban y eran leídos
ávidamente, lo mismo en Europa que en América, a pesar de que estuvieran prohibidos por el
Santo Oficio272 —o tal vez precisamente por eso—. Las obras de Buffon, Espinoza, Voltaire,
Rousseau y Hobbes, y posteriormente, los tomos de la Encyclopedie, atacaban los dogmas religiosos
por la vía de la ciencia lo mismo que por el ejercicio de la razón.
El enorme interés que suscitaron los autores franceses del Siglo de las Luces en España y en sus
provincias tenía antecedentes en inquietudes que surgieron más de un siglo atrás en las
universidades de Salamanca y Alcalá, donde se originó una rica y diversa corriente de
pensamiento filosófico entre los eruditos de diversas órdenes. Además de la casuística jesuítica
y de la doctrina de la soberanía popular, de allí procede la doctrina del probabilismo atribuida al
dominico Bartolomé de Medina (1527-1580).
Los efectos de esta nueva temática en la literatura tendían a cuestionar patrones de conducta
individuales y colectivos. Todas las cortes europeas se polarizaron entre los reformistas,
patrocinadores de la Ilustración, y los conservadores que trataban de mantener intactas las
instituciones hegemónicas y las prerrogativas que disfrutaban.
94
Entre estos últimos estuvieron los jesuitas, cuyo poder y beligerancia destacaba, con mucho,
sobre otras instituciones. Su presencia se significaba desde la cúspide hasta la base de las
sociedades. Eran los confesores de los magnates y los educadores de la juventud. Estaban en los
centros de poder y en los dominios más remotos, donde sus misiones fueron, muchas veces, la
vanguardia; tenían figuras con autoridad en cada rama de la ciencia; se expresaban con dominio
en todas las lenguas. Sus instituciones, ya fueran de carácter educativo, económico o religioso,
seguían abarcando al mundo entero.
Este papel activo y de tan enérgico perfil explica, en parte, que hayan sido blanco de los ataques
reformistas dirigidos contra los valores hegemónicos.
La primera gran embestida ocurrió en el campo de las opiniones. Sus opositores fueron diversos
y heterogéneos y su crítica configuraba parte del clima y el ánimo del siglo, donde el
conservadurismo, la tradición e instituciones tales como el Papado estaban a la defensiva. Von
Ranke observa que apenas sí se puede comprender que ni entre los jesuitas, como tampoco entre
otros fieles amigos suyos se haya elaborado una sola obra original y eficaz en su defensa, mientras
que las obras de sus enemigos inundaban el mundo y se ganaban la opinión pública.273
Esta ausencia de una defensa eficaz no puede ser sino materia de conjeturas: acaso la autocrítica
interna, inherente a la orden, que señalaba y combatía la relajación de la disciplina religiosa, en
ocasiones coincidió con el cerco de observaciones externas: los criticaban si cumplían sus
ministerios o dejaban de hacerlo; si se divertían, asistían a comedias, fumaban o jugaban naipes;
si faltaban a la caridad o a la hora de dispensarla privilegiaban o descuidaban a determinado
grupo social; si vestían con más o menos lujo; si tenían deudas o las pagaban; si dedicaban
demasiado tiempo a confesar mujeres; si decían demasiadas misas o dejaban de hacerlo, et
caetera. Con variaciones locales, este desconfiado comportamiento humedeció el trato hacia la
Compañía en varios lugares.
Precisa recordar hechos de dos siglos atrás: Los elogios desmedidos que los jesuitas recibieron a
su llegada a la Nueva España, en la insinceridad inherente a una sociedad cuyo pensamiento
estaba vigilado por la Inquisición, tenían un revés imaginable en la envidia y los ataques francos
o velados que desde entonces les lanzaban.
Acontecimientos como la controversia frontal que entablaron en Nueva España contra el
Obispo Palafox ocasionaron acusaciones, fundadas e infundadas, veraces o calumniosas, que
alcanzaron suficiente difusión en Europa. Hacia 1698 esta controversia tuvo una prolongación
igualmente desgastante, cuando en el Vaticano se trató la “causa de la beatificación del señor
don Juan de Palafox”. A la Compañía, “por defensa de su honor le fue preciso hacer
oposición”274 y el asunto concluyó en la clausura de la causa, aunque los postuladores de la
beatificación guardaron un profundo resentimiento que desahogaron a mediados del siglo
XVIII.
Otro motivo de controversia que se reavivó durante la carga general contra la Compañía se fundó
en la doctrina del tiranicidio. Tras su publicación, este tema motivó sucesivos tratados en pro y
en contra que a través del tiempo contribuyeron a mantener la atención sobre la idea misma de
la eliminación física del monarca, independientemente del sentido de las argumentaciones.
No fue suficiente que en su momento el P. Acquaviva emitiera un decreto en contra de tal
doctrina;275 cada nuevo incidente atraía inevitablemente la asociación de la Compañía en general,
y no del P. Mariana en particular, como autora no sólo de la doctrina, sino del atentado. Así
ocurrió el 5 de enero de 1757, con el cometido contra la vida de Luis XV. Fueran o no los jesuitas
95
sus instigadores, por tratarse de su real vida, los monarcas franceses y sus cortes tendieron a
mirar con mayor recelo a quienes habían tenido el mal gusto de disertar sobre el regicidio.
Una coincidencia ominosa más a la mitad del siglo fue el arribo al poder en las cortes de España,
Francia, Nápoles y Portugal de ministros con tendencias reformistas, quienes se empeñaron en
desplazar a los religiosos de los puestos eminentes.
En todos los casos se entablaron luchas personales donde seglares reformistas y jesuitas trataron
de hacer valer su influencia en los círculos superiores; empeño no exento de intrigas y
comentarios descalificadores.276
En Portugal, primer país donde ocurrió la expulsión, el propósito inicial fue alejar a la Compañía
de la corte, desacreditarla y, si era posible, confiscarle sus bienes.
Quien realmente gobernaba el país era precisamente primer ministro, Sebastiao José de Carvalho,
marqués de Pombal, un personaje que enfrentó la rivalidad de los demás allegados a la corte y
de los jesuitas debido a su poder sobre la voluntad real. Cuando sintió la presión de la Orden se
dirigió a Benedicto XIV para pedir que la reformara.
En realidad, deseaba acabar con la competencia que los negocios jesuíticos hacían a sus empresas
mercantiles, y si bien no obtuvo el primer propósito, al menos consiguió que el cardenal
portugués Saldanha fuera nombrado visitador de la Compañía y decretara la prohibición de que
interviniera en actividades mercantiles, so pena de confiscación de las mercancías que les
pertenecieran.277 El 7 de junio de 1758, dos días después de la prohibición, les suspendió la
facultad de predicar y oír confesiones, según parece, a instancias del marqués de Pombal, quien
de esta manera quiso evitar el influjo que ejercían en el confesonario para aumentar el número
de descontentos.
En tales circunstancias llegó el verano de 1758, cargado de acontecimientos: mimó Benedicto
XIV y fue sucedido por Clemente XIII. Este cambio hizo sentir al marqués de Pombal que no
obtendría el mismo apoyo de la curia romana en su enfrentamiento con la Compañía, mas a
favor de su empeño, el 3 de septiembre siguiente ocurrió un atentado contra José I, rey de
Portugal. La oportunidad fue excelente para que Pombal inculpara con dudosas pruebas a sus
enemigos más próximos: varios nobles y los jesuitas. Entre los primeros, unos fueron a dar a los
calabozos y otros al cadalso; tres jesuitas fueron remitidos a juicio y castigo inquisitorial, y en el
primer aniversario del atentado, la totalidad de la Compañía fue expulsada. La medida se
fundamentó en su infidelidad contra las reglas y constituciones del soberano; en su
responsabilidad en la guerra del Paraguay y en el atentado.278 El 17 de septiembre de 1759, de
Lisboa zarparon 133 jesuitas hacia el destierro. Todos sus bienes fueron confiscados.279
La supresión de la Compañía en Francia fue el efecto final de una sucesión de ataques que se
produjeron en un clima general de hostilidad.
Los principales ingredientes de esta actitud generalizada en Francia no sólo fueron la
irreligiosidad de la época y la oposición de los jansenistas; desde el siglo anterior se había
acentuado la desconfianza y rechazo de los parlamentos provinciales, reductos de una forma de
nacionalismo donde había arraigado el celo de independencia de la Iglesia francesa con respecto
al Papa. Esta posición se cifraba en los cuatro principios del galicanismo: independencia del
poder secular con respecto al espiritual; superioridad del Concilio sobre el Papa; inviolabilidad
de las costumbres galicanas y condicionamiento de las decisiones papales en cuestiones de fe al
asentimiento de la Iglesia. Como cuestión de principio, el cuarto voto de la Orden jesuítica la
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convertía en opositora automática del galicanismo y esta enemistad total entre jansenistas y
jesuitas se profundizó y mantuvo viva a través del tiempo.
El mismo año de la expulsión en Portugal, en Francia se agudizó la crisis económica de una casa
comercial de Marsella acreedora de Antonio Lavalette, procurador jesuita de la misión de
Martinica, donde por más de un decenio había tratado de impulsar grandes negocios comerciales
de casas de alquiler y de cultivo de extensas plantaciones.280
En algunos casos con autorización superior y en otros, en franca contravención de
recomendaciones de los superiores de la Orden, Lavalette había contratado fuertes préstamos
para tales negocios, que fracasaron por diversas causas.
En vista de la insolvencia de Lavalette, los acreedores demandaron a la Compañía y se entabló
un complicado juicio en varias instancias, la última de las cuales fue el Parlamento de París, que
el 18 de mayo de 1761 condenó al general de la Orden, como representante general, supremo
administrador y único propietario de los bienes de la Orden, y en su persona a toda la Compañía,
a pagar a la casa comercial Lioncy y Gouffre más de millón y medio de libras, más costas e
intereses.
La noticia de la condena fue recibida por la muchedumbre expectante con aplausos y
demostraciones de alegría;281 hecho revelador del clima social francés de 1761, año en cuyos
meses restantes continuaron en ascenso los ataques a la Compañía.
En el propio Parlamento se puso en duda la legalidad de la permanencia de la Orden en el reino
bajo dos argumentos principales: la resistencia de los jesuitas a los cuatro principios galicanos y
el poder absoluto del general. Hacia el mes de noviembre, se deliberaba si los jesuitas eran útiles
a Francia, y qué ventajas y desventajas reportaba su actividad en el país. Tales deliberaciones
derivaron en varias propuestas para condicionar la presencia de la Orden en Francia, entre las
cuales destacaron dos: La exigencia de una nueva declaración del General, más enfática, de
repudio a la doctrina del tiranicidio y el nombramiento de un vicario de la Orden para Francia,
con sede en el país, que se obligaría a respetar las leyes del reino.
El general, Lorenzo Ricci, estuvo dispuesto a considerar los términos de la primera, pero se
opuso rotundamente a la segunda.
El ataque francés no estuvo constituido por un frente único; se volvió una moda entre la
generalidad de las cámaras provinciales someter a examen los fundamentos de la Orden en su
territorio. Los cuestionamientos y resoluciones parciales y sus engorrosas instancias acordaron,
por fin, unificarse en una resolución definitiva. Esta discusión ocurrió en las cámaras de París,
en agosto de 1762 y el fallo fue emitido el día 11. Se declaró a la llamada Compañía de Jesús, por
su naturaleza y su realidad, incompatible con todo Estado bien organizado porque se oponía al
Derecho Natural, por ser lesiva para todo poder tanto religioso como temporal y porque bajo el
velo de un instituto religioso pretendía introducir una corporación política que tendía por todos
los medios a la plena independencia y luego a la usurpación del poder, secuestrando el legítimo
y elevando a dogma el fanatismo.
Tras declarar su incompatibilidad con la libertad de la iglesia galicana y formular más
reprobaciones morales, se ordenaba a los jesuitas a dejar libres sus casas y establecimientos en
ocho días, a quitarse los hábitos, suprimir la vida en comunidad, renunciar a la obediencia de
las Constituciones y del general y en una palabra, a disolver la Orden. Se decidía incautar todas las
casas y bienes de la institución, emplear parte de su valor en pensionar a los profesos; otra en
97
pagar deudas y el resto, dejarla en favor del monarca.282
Durante los dos años posteriores siguió una agónica serie de gestiones de defensa legal y
diplomática, llevada por los representantes de la Compañía, en vista de que la resolución de los
parlamentos no había incluido a toda Francia y de que quedaba la instancia de la autoridad real.
Se efectuó también una serie de negociaciones para conseguir respeto a los jesuitas leales a sus
votos, formas de subsistencia para unos y refugio para otros. Muchos fueron asilados en España,
de donde habrían de ser radicalmente expulsados, cinco años después.
La indecisión terminó el 1º de diciembre de 1764 en la asamblea plenaria de todos los
parlamentos, donde se leyó el decreto en que Luis XV declaró que la Compañía dejaba de existir
en Francia; a los miembros se les permitía permanecer como simples particulares y todos los
procesos pendientes relacionados con la Orden quedaban sobreseídos.
Desde que se conoció el intento francés de modificar las Constituciones de la Compañía y hacer
que se nombrara un vicario en Francia el Papa sospechó que los diversos reinos pretendían
emanciparse de la férula general de la Iglesia y que el condicionamiento a la Compañía estaba
relacionado con ese propósito.283
Con tal antecedente y después del decreto de disolución de la Compañía en Francia, Clemente
XIII expidió una bula para confirmar a la Compañía de Jesús. La Apostolicum pascendi fue
publicada el 7 de enero de 1765. Su texto rechazaba los intentos por limitar el ejercicio del
supremo deber pastoral de la Santa Sede y de sus corporaciones religiosas, entre las cuales la
Compañía ocupaba un puesto relevante. En seguida ponderaba el origen y los méritos de la
orden, como razones para defenderla de los ataques de que era víctima y confirmarla.
Esta defensa fue divulgada en el curso del año, pero no produjo el efecto que Clemente XIII
esperaba. La generalidad de los reinos católicos de Europa la recibieron con frialdad; varios
parlamentos franceses la prohibieron despectivamente, y en el ánimo del Papa prevaleció esta
impresión, a pesar de las 51 cartas de adhesión que también recibió en respuesta.
En España, la bula causó cierta irritación, en la medida que chocaba con la política que Carlos
III instrumentaba desde el 9 de diciembre de 1759, en que fue entronizado.
Carlos III de España tenía 25 años de experiencia regia, pues desde 1734 había heredado la
corona de Nápoles de su madre, Isabela de Parma. A la muerte de su medio hermano, el rey
Fernando VI, renunció a ese trono en favor de Fernando I, su tercer hijo, y llegó a Madrid con
un ímpetu reformista dirigido a recuperar el opacado brillo del imperio español. Conseguir este
objetivo en el exterior suponía comenzar por casa, afirmando su supremacía por encima del
Vaticano, la iglesia y la Inquisición.
Tanto Carlos III como su corte estaban influidos por el pensamiento político francés que
entrañaba el ideal del buen gobierno y proponía innovaciones administrativas. Fueron
representantes típicos del despotismo ilustrado.
Las primeras innovaciones que el Rey introdujo fueron la definición de claras líneas de política
y el nombramiento de ministros con amplitud de facultades para emprender iniciativas y tomar
decisiones. Entre sus ministros destacaron el conde de Floridablanca, coordinador de varios
ministerios y de una consejo de Estado que se reunía regularmente y producía una política
concertada, y el duque de Alba.
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El duque de Alba había sido embajador de Fernando VI en Francia durante tres años. En aquella
oportunidad estuvo en contacto con la cultura en boga y admiró grandemente a Rousseau.
Posteriormente habría de volver a Versalles, donde conoció a Voltaire, Diderot y D’Alembert.284
La situación política de los jesuitas se agravó en la corte española en marzo de 1766 a raíz de un
tumulto en contra del marqués de Esquilache, ministro de Hacienda y Guerra que Carlos III
había llevado de Italia, cuyo afán reformista lo indujo a prohibir el uso de capas largas y de
chambergos.
Hay versiones del incidente que describen a un rey indeciso y temeroso ante la turbamulta; otras,
en cambio, refieren su actitud resuelta y encolerizada.
En todo caso, el pueblo madrileño obligó a Carlos III a destituir a Esquilache como condición
para aplacar la revuelta. Sin embargo, en enero de 1767 corrieron rumores de que estallaría una
nueva sublevación en el aniversario del motín triunfante.
Las pesquisas que el gobierno efectuó para dar con la fuente de los rumores recogieron escritos
subversivos y pasquines anónimos. El fiscal del Consejo de Castilla, don Pedro Rodríguez de
Campomanes, sostuvo que la circulación clandestina de papeles y la agitación procedían de la
misma fuente: los jesuitas.
En la sesión de consejo de Estado del 29 de enero, el Rey consideró que la situación era grave y
temió que tales provocaciones causaran una revolución en España o en las Indias. El Consejo
analizó dos opciones, la reforma o el extrañamiento de la Compañía. Ponderaron que el intento
de reforma irritaría a los jesuitas sin desarmarlos, lo cual representaba grandes peligros para la
monarquía. Entonces concluyó en la expulsión total de los dominios españoles. En sesiones
extraordinarias posteriores, el Consejo instrumentó la estrategia de expulsión.
Una de sus primeras medidas fue preparar una amplia exposición de motivos que un ministro
de Estado llevó a Roma para entregarla a Clemente XIII. Posteriormente, este documento se
perdió; sin embargo, dos años después, Clemente XIV hizo redactar una nueva versión, llamada
Exposición sumaría de los excesos cometidos por los jesuitas, que fue un compendio de la primera.285
Aun siendo un compendio, se trató de un extenso documento de 63 párrafos, y salvo el
introductorio y una decena más que sirvieron para recapitular y concluir en la expulsión, los
demás contenían acusaciones contra los representantes de la Compañía. Si así fue el original,
resumió un ajuste de cuentas total, que incluyó asuntos pendientes de variada monta. He aquí
algunos abstractos:
“Desde la gloriosa exaltación del rey al trono de España y de las Indias manifestaron los jesuitas una
aversión decidida a la sagrada persona de S.M. y su feliz gobierno.
“Acostumbrados estos regulares al despotismo que habían ejercido en estos reinos por medio del confesonario
del monarca, y de las innumerables hechuras que pusieron en los mayores empleos de la corona, no podían
ver sin despecho que la ilustración y entereza de S.M. y su inalterable justicia de que ya tenían bastante
conocimiento en su reinado de las Dos Sicilias, ni se había de dejar sorprender de los jesuitas y sus fautores
para que continuase la intolerable autoridad de que habían abusado por tantos tiempos, ni podría menos
de prestarse a oír las quejas de sus vasallos agraviados contra la Compañía.
“Las iglesias de Indias se quejaron de la usurpación de sus diezmos y de la inaudita violencia conque los
jesuitas los despojaron de ellos...
99
“Los postuladores de la causa de beatificación del venerable Obispo don Juan de Palafox llevaron también
a los pies del trono sus amargas quejas contra los jesuitas...
“Al mismo tiempo se empezó a descubrir con evidencia por una feliz casualidad la soberanía que los
jesuitas tenían usurpada en el Paraguay, su rebelión e ingratitud...
“Como por la muerte del P. Francisco Rábago, inquisidor de la suprema Inquisición, hubiese provisto
S.M. esta plaza en su confesor actual, miró la Compañía este golpe como un despojo de sus honores y de
los medios de hacerse respetable y temible, y por otra parte fue conociendo cuán lejos estaba de reponerse
algún día en el confesonario y en su despotismo.
“Pero la Compañía, a quien nada podía contentar, según el sistema de su relajado gobierno, que no fuese
restituirse al grado de poder arbitrario en que se había visto, trazó para lograrlo el plan de conmover toda
la monarquía,...
“Empezó aquel plan por el medio astuto, aunque practicado, de desacreditar muy de antemano la real
personal de S.M. y su ministerio (...) tomaron los jesuitas desde la venida del rey el inicuo partido de
sembrar las calumniosas e indignas voces de que el rey y sus ministros eran herejes, que estaba decadente
la religión, y que dentro de pocos años se mudaría ésta en España.
“A esta perversa máxima agregaron la de difundir misteriosas predicciones contra la duración del reinado
de S.M. y de su preciosa vida: y así desde el año de 1760 esparcieron que el rey moriría antes de seis años...
“Tradujeron al idioma español innumerables papeles y libelos contra su expulsión de Portugal y Francia,
imprimiéndolos clandestinamente, y expidiéndolos por toda España...
“Introdujeron la desconfianza y el disgusto en cuerpos y personas respetables de la nación, tratando de
formar una coligación reservada y peligrosa a todos.
“Preparados así los ánimos por largo tiempo tuvieron los jesuitas más principales e intrigantes sus juntas
secretas hasta en la misma corte de S.M. que se hallaba en el real sitio del Pardo, por los meses de febrero
y marzo de 1766, y de resultas prorrumpió esta cábala en el horrible motín de Madrid, principiando en
la tarde del 23 del mismo mes de marzo...
“Los jesuitas en sus correspondencias de palabra y por escrito procuraron no sólo disculpar los excesos de
la plebe, sino darle el aspecto de un movimiento heroico.
“Enviaron ellos mismos la relación del motín al gacetero de Holanda, en que referían con aplauso lo
ocurrido, para que circulando así la noticia por todas las naciones...
“Otro medio fue encender el fuego de la sedición por todo el reino, continuando las calumnias y detracciones...
“Escribieron echando la voz de que venían diputados de Londres al pueblo de Madrid: esparcieron por
muchas partes en conversaciones y cartas que esto no se hallaba seguro: sembraron falsedades y
ponderaciones en sus correspondencias de unas provincias a otras del continente de España y de las Indias,
y de aquellas regiones a éstas exagerando disgustos para ponerlo todo en combustión.
“... Predijeron en Gerona la muerte del rey con motivo del cometa que se vio por aquel tiempo, y renovaron
en Madrid, Valladolid y otras partes las susurraciones entre sus devotos y devotas contra la religión del
rey y sus ministros.
“Salió de esta escuela del fanatismo y de las máximas del regicidio y tiranicidio vertidas y apoyadas por
los jesuitas en aquellos tiempos, el monstruoso capricho de un hombre alborotado y criminoso de quitar la
preciosa vida de S.M. (...) Por la justicia ejecutada en este hombre, que constó ser discípulo y protegido de
100
los jesuitas, manifestaron éstos gran resentimiento en sus correspondencias, como también por la situación
de otras personas que les eran adictas.
“... infinitos papeles anónimos, amenazando por una parte, ya con motines, y ya con diferentes excesos
personales...
“... intentaron los jesuitas por medio de los superiores de sus casas y colegios de Madrid sorprender el
ánimo del mismo presidente del Consejo, conde de Aranda a quien se presentaron anunciándole nuevo
motín para los principios de noviembre del citado año de 1766, señalándole varías medidas que habían
tomado los sediciosos, que se justificó completamente ser inciertas.
“Siguieron esparciendo estos temores en sus correspondencias de España y de las Indias; y manifestando
su desafecto a las providencias del gobierno.
“Pero luego que llegaron a transpirar, o presumir las averiguaciones que se hacían para justificar los autores
de tantos escándalos y conmociones, fue notable la inquietud de los jesuitas. Se avisaron para cortar sus
correspondencias y quemar sus papeles, y se valieron del inicuo artificio de calumniar a personas y cuerpos
inocentes para desviar de sí y de sus adictos el objeto de las pesquisas.
“En sus misiones del Paraguay se descubrió enteramente por sus mismos documentos la monarquía
absoluta que habían establecido...
“... y en todas sus misiones de ambas Américas se comprobó una soberanía sin límites en lo espiritual y
temporal.
“En Nueva España se han visto las conmociones como resultas del poder jesuítico, habiéndolas anunciado
y divulgado estos regulares mucho antes de su expulsión.
“Finalmente, para no detenerse en cosas menores, se halló que intentaban someter a una potencia extranjera
cierta porción de la América Septentrional...
“En tal general consternación de estos reinos y los de Indias, y en los riesgos inminentes en que se veían, se
tocó con la mayor evidencia ser absolutamente imposible hallar remedio a tanta cadena de males que no
fuese arrojar del seno de la nación a los crueles enemigos de su quietud y felicidad.
“Así el rey no ha tratado de castigar delitos personales, sino de defenderse de una invasión general conque
estaba devastando la monarquía el cuerpo de estos regulares.
“... si este cuerpo incorregible, acabando de experimentar su expulsión de los dominios de Francia y
Portugal, no sólo no se humilló ni enmendó, sino que se precipitó en mayores delitos, ¿qué esperanza podía
haber ya de reformarle?
“Todo consta muy bien al padre común de los fieles, y aún le consta más. Dentro de Roma y de sus archivos
tiene S.S. las pruebas de la obstinación de los jesuitas y de sus inobediencias a la Santa Sede cuando no
se ha conformado ésta con sus opiniones y designios... ”
El mensaje al Papa concluía con un largo párrafo cuyas líneas iniciales y finales son las siguientes:
“Si esta sociedad fue conveniente, si fue útil en sus principios a la edificación cristiana, ya está visto que ha
degenerado y que sólo camina a la destrucción. (...) Y el rey, como protector e hijo el más reverente de la
misma Iglesia, no podrá menos que clamar incesantemente hasta que el sucesor de san Pedro consuele a la
cristiandad con el día sereno de la extinción de las inquietudes y turbaciones, que parece haberse reservado
para su tiempo, y gloria inmortal de su pontificado”.286
101
Con todo y haber sido redactada a posteriori, esta argumentación no podía revelar todos los
motivos de la expulsión. Omitía, al menos, los de carácter económico. En cuanto a la Nueva
España, Lafaye conjetura que la influencia de los jesuitas sobre la élite criolla urbana y sobre los
indios de las misiones fue considerada como obstáculo a la voluntad reformadora y autocrática
de un déspota ilustrado como Carlos III. Madrid había conocido la preocupación de los virreyes
sobre los frecuentes conflictos entre los jefes militares encargados de presidios y los misioneros
de las «Provincias internas».287
El decreto de expulsión fue firmado por el Rey el 27 de febrero. He aquí algunos párrafos
ilustrativos del texto:
I.
Habiéndome conformado con el parecer de los de mi Consejo Real en el extraordinario que se celebra con
motivo de las resultas de las concurrencias pasadas en consulta del 29 de enero próximo, y de las que sobre
ella, conviniendo en el mismo dictamen, me han expuesto personas del más elevado carácter y acreditada
experiencia estimulado de gravísimas causas, relativas a la obligación en que me hallo constituido de
mantener en subordinación, tranquilidad y justicia mis pueblos, y otras urgentes, justas y necesarias, que
reservo en mi Real ánimo; usando la suprema autoridad económica, que el Todo Poderoso ha depositado
en mis manos, para la protección de mis vasallos y respecto de mi corona: he venido en mandar extrañar
de todos mis dominios de España e Indias, Islas Filipinas, y demás adyacentes, a los religiosos de la
Compañía, así sacerdotes como coadjutores, o legos, que hayan hecho la primera profesión y a los novicios
que quisieren seguirles, y que se ocupen todas las temporalidades de la Compañía en mis dominios: y para
su ejecución uniforme en todos ellos he dado plena y privativa comisión y autoridad por otro mi Real decreto
de 27 de febrero, al Conde de Aranda, Presidente del Consejo, con facultad de proceder desde luego a tomar
las providencias correspondientes.
II.
Al tiempo que el Consejo haga notoria en todos estos Reinos la citada mi Real determinación manifestará
a las demás órdenes religiosas la confianza, satisfacción y aprecio que me merecen por su fidelidad y doctrina,
observancia de vida monástica, exemplar servicio de la Iglesia, acreditada instrucción de sus estudios, y
suficiente número de individuos para ayudar a los obispos y párrocos en el pastoreo! espiritual ¡de las almas
y por su abstracción de negocios del Gobierno, como agenos y distantes de la vida abstética y monacal.
IV. Declaro, que en la ocupación de temporalidades de la Compañía, se comprenden los bienes y efectos, así
muebles como raíces, o rentas eclesiásticas, que lexítimamente posean en el Reino, sin perjuicio de sus
Cargas, mente de los fundadores y alimentos vitalicios de los individuos que serán de 100 pesos durante su
vida a los sacerdotes, y 30 a los legos pagaderos de la masa general que se forma de los bienes de la
Compañía.
VIII. De seis en seis meses se entregará la mitad de la Pensión anual a los Jesuitas por el Banco del Jiro con
intervención de mi ministro en Roma, que tendrá particular cuidado de saber los que fallecen, o decaen por
su culpa de la Pensión para rebatir su importe.
X.
Prohíbo por vía de Ley y regla General que jamás pueda volver a admitirse en todos mis Reinos en
particular a ningún individuo de la Compañía, ni en cuerpo de comunidad con ningún pretexto ni colorido
que sea ni sobre ello admitirá mi Consejo, ni otro tribunal instancia alguna, antes bien tomarán a
prevención las justicias las más severas providencias contra los infractores, auxiliadores y cooperantes de
semejante intento castigándolos como perturbadores de el sosiego público.
XI.
Ninguno de los actuales jesuitas profesos, aunque salga de la orden con licencia formal del Papa y quede
secular o clérigo, o pase a otra orden, no podrá volver a estos reinos sin obtener especial permiso mío.
102
XVII. Prohíbo expresamente que nadie pueda escribir, declamar o conmover con pretexto de estas providencias
en pro ni en contra de ellas, antes impongo silencio en esta materia a todos mis vasallos, y mando que a los
contraventores se les castigue como a reos de Lesa Magestad.
XVIII. Para apartar alteraciones o malas inteligencias entre los particulares a quienes no incumbe juzgar ni
interpretar las órdenes del Soberano: mando expresamente, que nadie escriba, imprima, ni expenda papeles
o obras concernientes a la expulsión de los jesuitas de mis dominios, no teniendo especial licencia del
Gobierno: e inhivo al Juez de Imprentas, a sus subdelegados y a todas las justicias de mis Reinos de
conceder tales permisos o licencias para deber correr todo esto bajo las órdenes del Presidente, y Ministros
del Consejo, con noticia de mi Fiscal.
XXI. Tendráse entendido en el Consejo para su puntual, pronto e inviolable cumplimiento y dará a este fin todas
las órdenes necesarias con preferencia a otro cualquier negocio, por lo que interesa mi Real servicio: en
inteligencia de que a los Consejos de Inquisición, Indias, Ordenes, y Hacienda, he mandado remitir copia
de este decreto para su respectiva inteligencia y cumplimiento.- Rubricado de la Real mano en el Pardo, a
27 de Marzo de 1767.- Al Conde de Aranda, Presidente del Consejo.
Rubricado de la Real Mano.
El Pardo 27 de febrero de 1767288
Con el decreto en sus manos, el Conde de Aranda procedió a medir los puntos geográficos y el
tiempo que tardaban los correos para empezar por el más lejano, con la idea de que la expulsión
fuera simultánea en todo el reino.
La expulsión de España se efectuó entre el lo. y el 3 de abril.
El correo ultramarino fue enviado, en conjunto, a Cuba. En La Habana, el gobernador, don
Antonio María Bucareli, recibió el encargo de enviar primero las cartas destinadas a los sitios
más lejanos y posteriormente a Nueva España. La carta del Rey decía lo siguiente:
“Os revisto de toda mi autoridad y de todo mi real poder para que de inmediato os dirijáis a mano armada
a las casas de los jesuitas. Que os apoderéis de todas sus personas y los remiréis como prisioneros en el
término de 24 horas al puerto de Veracruz. Así serán embarcados al efecto. En el momento mismo de la
ejecución habéis de sellar los archivos de las casas y los papeles de los individuos, sin permitir a ninguno
otra cosa que su libro de rezo, la ropa absolutamente necesaria para la travesía, y el dinero que acreditaren
ser de su personal propiedad. Si después de la ejecución quedara en ese distrito un solo jesuita, y aunque
fuese enfermo o moribundo, seréis castigados con pena de la vida”.
Yo, El Rey289
El conde de Aranda preparó una carta circular complementaria para los virreyes de Nueva
España, del Perú y de Santa Fe, para los gobernadores de Buenos Aires y Filipinas y para el
comandante de Chile, donde destacaba la gravedad de la misión que se les confiaba: “honra que
el Rey hace a Ud. de su Real puño”. “Concibo —decía más adelante— que la perspicacia y
madurez de Ud. dispondrá tranquilamente la obediencia de la Real determinación”.
Recomendaba, si fuere necesario el auxilio de la fuerza, la persuasión para tranquilizar a las otras
órdenes religiosas: la noticia de las resultas, sin preguntar duda alguna: toda incidencia debía ser
resuelta por el espíritu e idea del Real Decreto de expulsión.290
El tercer documento cerrado y secreto de este excepcional correo fue la instrucción general para
instrumentar la expulsión en todos los reinos de España e Indias, que constaba de 29 artículos,
más trece artículos extra con instrucciones especiales para las Indias y las Filipinas. En síntesis,
103
la instrucción general indicaba lo siguiente:
La víspera del día designado para el cumplimiento, el ejecutor echaría mano de la tropa, y
procediendo con presencia de ánimo, frescura y precaución debía tomar las avenidas del colegio
o colegios. Sus fines los revelaría hasta por la mañana temprano. Debía presentarse a la casa
jesuítica antes de que se abrieran las puertas. Templos, colegios y casas debían quedar cerrados
todo el día y los siguientes.
La primera diligencia en el interior era juntar a toda la comunidad mediante el toque de la
campana privada, en nombre de S.M., y en presencia de un escribano actuante y testigos, leer el
Real decreto de extrañamiento y ocupación de temporalidades y registrar nombres y clases de
todos los jesuitas concurrentes.
Todos debían permanecer en la sala capitular, sin dejar salir unos ni entrar otros “sin gravísima
causa”. Si alguno había fuera, se requeriría al superior enviarlo a llamar instantáneamente,
mediante carta abierta, sin otra expresión. El ejecutor la remitiría por persona segura, sin pérdida
de tiempo.
Enseguida, se procedería a la ocupación de archivos, papeles de toda especie, biblioteca común,
libros y escritorios de aposentos. Todo se guardaría y las llaves se entregarían al juez de la
comisión.
En semejantes términos seguiría la ocupación de caudales y demás efectos de importancia; las
alhajas de sacristía e iglesia bastaba con encerrarlas para inventariarlas después.
No obstante la prisa, no debía faltar la más cómoda y puntual asistencia a los religiosos, como el
descanso a sus regulares horas, reuniendo camas en parajes convenientes para que no estuvieran
muy dispersos. En ese momento los novicios tenían la opción de decidir con plena libertad y
conocimiento de la perpetua expatriación la suerte que preferían.
A las veinticuatro horas desde la intimación del extrañamiento, como máximo, se les conduciría
a los parajes de reunión, escoltados, rumbo al destierro. Había advertencias particulares para
conducirlos con sumo cuidado, sin el menor insulto so pena de castigos. Los jesuitas se
consideraban bajo protección de S.M.
Sólo portarían sus pertenencias personales, toda su ropa, sin disminución, cajas, pañuelos,
tabaco, chocolate y utensilios, breviarios y libros portátiles de oraciones.
Seguía la remisión a su embarco.
El instructivo preveía que el procurador de cada colegio se quedara por el término de dos meses
en casa de otra religión para pormenorizar la entrega de haciendas, papeles, ajuste de cuentas,
caudales y régimen interior. Preveía también el caso de los viejos de edad muy crecida o enfermos
que no fuera posible remover en el momento, en espera de tiempo más benigno.291
El correo destinado al Virrey de Nueva España llegó por la mañana del 30 de mayo a sus manos.
El virrey comprendió que debía hacer los preparativos dentro del mayor secreto.
Desde el 25 de agosto de 1766 gobernaba en la Nueva España Carlos Francisco de Croix,
marqués de Croix, tercer virrey enviado bajo el régimen de Carlos III, en plena etapa reformista.
Una de las instrucciones que recibió en Madrid fue mejorar la organización militar, en previsión
de los amagos ingleses.
104
Un año antes que el virrey de Croix, llegó a Nueva España como visitador general José Bernardo
Gálvez Gallardo, un talentoso abogado cuyo dominio del francés lo acercó a la corte de Carlos
III. Sus aptitudes le hicieron ganar, sucesivamente, la amistad del embajador francés, el puesto
de secretario del marqués de Grimaldi, primer ministro de estado de Carlos III, el nombramiento
como alcalde de casa y corte, y por ende, la confianza del Rey. Como el designio, principal del
Visitador sería reformar la administración para incrementar los ingresos que correspondían a las
arcas reales, para conferirle mayor autoridad en la Colonia fue nombrado también miembro
honorario del Consejo de Indias e intendente del ejército.292
105
Contribución de la Compañía
a la vida cultural y literaria de la Colonia
La presencia de la Compañía fue un factor esencial para superar la restricción
a la vida intelectual de la sociedad novohispana que la teología y la filosofía
impusieron durante el virreinato, mediante el escrutinio que efectuaba la
Inquisición. Renovó el ambiente espiritual de la Ciudad de México al poco
tiempo de su llegada y lo mantuvo en constante actualización en los 195 años
de su primera estancia. Prácticamente durante todo ese tiempo, observa el P.
Pérez Alonso, sostuvo el sistema educativo gratuito más grande que jamás tuvo
la Nueva España.
Su actividad docente influyó todos los campos del saber y de las letras. La ratio
studiorum, método con que innovó la enseñanza, sintetizaba el modus
parisiensis, la experiencia del Colegio Romano y los mejores recursos
didácticos de las universidades de Salamanca y Alcalá. Los jesuitas
dominaron, en un principio, la Gramática, la Filosofía y la Teología, y más
adelante la Botánica, la Medicina, y las crónicas históricas. En sus colegios
fueron los introductores de Horacio, Ovidio y Virgilio, los autores latinos
profanos, portadores de las mitologías mediterráneas, que en alguna medida
sirvieron para atenuar la actitud represiva hacia las mitologías de los pueblos
conquistados.
Fueron también los primeros en introducir los conceptos de la Gramática de la
Lengua Castellana, obra pionera de Antonio de Nebrija, publicada el mismo año
en que Colón desembarcó en América. Los estudiantes inscritos en sus cursos
de Gramática llegaron a ser 500, hecho que indujo a la Universidad a
suspender sus clases de esta materia. Desconocemos si esta suspensión fue un
desdoro para la Universidad; en todo caso, en las postrimerías del siglo XVI y
principios del XVII la beneficiaron los efectos del trabajo docente del Colegio
Máximo, que se reflejó en el aumento de inscripciones en sus aulas y en la
presentación de maestros, doctores y alumnos de jesuitas a las oposiciones de
las cátedras universitarias. En 1723, la Universidad Real y Pontificia solicitó
que los jesuitas explicaran una de las cátedras de Teología.
Hacia 1744, la Compañía de Jesús mantenía 19 colegios y 8 seminarios en México,
Puebla, Querétaro, San Luis de la Paz, San Luis Potosí, Zacatecas,
Guadalajara, Guatemala, Veracruz, Mérida, Valladolid, Pátzcuaro,
Antequera de Oaxaca, Celaya, Ciudad Real de Chiapas y Durango.
En el conjunto de obras publicadas en México durante la Colonia destacan
los autores que tuvieron nexos con el Colegio Máximo, quienes elevaron el
nivel cultural y enriquecieron la producción literaria fe la Nueva España. Esta
elevación favoreció directamente al clero desde los primeros años. El Colegio
Máximo tuvo imprenta desde 1S78, y en 1748, ésa u otra prensa diferente
comenzó a funcionar en el Colegio de San Ildefonso. Este fue un importante
instrumento de la influencia jesuita.
106
Durante la segunda mitad del siglo XVIII, las innovaciones en la Filosofía y
en la Física, así como la noticia de los descubrimientos e invenciones fueron
difundidas en México en las aulas de sus colegios, donde los jóvenes
novohispanos conocieron a autores como Bacon, Descartes, Gassendi,
Newton, Galileo, Torricelli, Boyle, Guericke y Franklin, y estudiaron temas
tales como la mecánica v las propiedades físicas de los cuerpos; las leyes
newtonianas del movimiento; la hidrostática, termometría, acústica, óptica,
electrostática, astronomía y sistemas del mundo. Según Trabulse, la
modernidad académica y científica de los jesuitas era tal que no hay rama de
la física de la época que no haya sido tratada en sus instituciones docentes.
Hacia el fin de su estadía de casi dos siglos, la introducción de libros de los
enciclopedistas y en general, de las obras de la Ilustración —muchas de las
cuales, a pesar de estar prohibidas por la Inquisición, poseían en virtud de su
autoridad— convirtió a los jesuitas en pioneros de la Filosofía moderna en
México. Sin que se lo hayan propuesto, contribuyeron a diseminar las ideas
políticas que fermentaron el movimiento independentista.
El virrey, marqués de Croix, comprendió que en el cumplimiento de las órdenes reales podía
contar con la colaboración de su sobrino, Teodoro de Croix, y del Visitador, las únicas personas
en quienes podía confiar sin que transpiraran la noticia.293
Los tres prepararon las disposiciones, escribieron de propia mano todas las órdenes que debían
despachar a todos los puntos de la Colonia para que se cumpliera el mismo día y a la misma hora.
Entre los tres nombraron los comisionados para las diferentes ciudades, casas y colegios.
Como ejecutor en La Profesa nombraron al doctor Domingo Valcárcel, quien se negó
rotundamente a ser cómplice de algo que le parecía una enorme injusticia. El Virrey lo mandó
callar diciendo “Así lo manda el Rey, mi amo, y así se ha de cumplir.” Valcárcel fue arrestado y
el ejecutor del mandato en la casa profesa fue José Antonio de Areche. Con su franca negativa,
Valcárcel puso en peligro su vida, pero no le aplicaron el rigor de la Ley. Areche, como
consecuencia de esa comisión tuvo trabajo por el resto de su vida.294
Era José Antonio de Areche uno de los tres oidores asignados a la audiencia de Manila que se
encontraban en México en espera de embarcarse a Filipinas, cuando enfermó don Miguel José
de Rojas, fiscal del crimen, de la Audiencia de la Ciudad de México. El Marqués de Croix nombró
a Areche interinamente. La Audiencia de México, que tenía muchos roces con el Virrey, por su
despotismo e inflexibilidad, protestó la ilegalidad de tal designación, pues a defecto del fiscal del
crimen debía sustituirlo el de lo civil. Croix sostuvo su decisión y Areche la aceptó gustosamente.
Por fin, juró ante el oidor semanero, el 29 de diciembre de 1766.295 Por tanto, Areche, también
era hombre de confianza, capaz de cumplir al pie de la letra.
El 14 de junio, unos días antes de la expulsión, como medida de prudencia, el virrey, marqués
de Croix, celebró asamblea de dos unidades nuevas del ejército; el segundo Batallón de Infantería
de la Corona y el Batallón de Pardos. El Arzobispo bendijo las banderas. Desde ese día las tropas
se mantuvieron listas, y en la fiesta de Corpus Christi se juntaron con el Regimiento de América,
los Dragones de España, a más de las Compañías de Plateros, Panaderos y Tocineros, en un
vistoso desfile que todo el mundo disfrutó, incluso los padres jesuitas.296
107
El 25 de junio las milicias entraron en servicio, “para que en la ejecución de las órdenes de Su
Majestad no se experimentase inquietud alguna”.
Tal y como lo disponían las instrucciones a las 5 a.m. del 25 de junio de 1767, el fiscal José
Antonio de Areche mandó llamar al prepósito y a los religiosos de la casa profesa para enterarlos
de su expulsión. “Juntos los Padres en la capilla interior, lugar donde acostumbraban tener sus
actos, y único capaz de tener toda la comunidad. Recibidos sus nombres y tomadas las llaves de
los aposentos (con nota), se les previo por el Sr. Juez Comisionado (Areche) que quedaban
arrestados de orden de Su Majestad y privados de comunicación con el exterior (de palabra y por
escrito). Que de lo contrario se les trataría con el mayor rigor; a cuyo fin puso su señoría a las 10
horas a la frente de esta capilla al Regimiento de América”. Luego “fueron por todas partes,
hasta el cuarto detrás de la cocina, donde encontraron tres criados y doce más que encerraron”.
“Su Señoría pasó a reconocer a toda la casa. En las calles pusieron centinelas de las milicias
Pardos. Revisaron todo para que nadie pudiera salir... recogieron los papeles del cuarto del
Provincial” (a quien la expulsión sorprendió en Querétaro) y sacaron un inventario de cada
habitación”.297
El fiscal pidió a los padres que consumieran todas las hostias, para inventariar los copones y
ornamentos y para acomodar a la tropa en la capilla. Los padres, muy sorprendidos, acataron las
órdenes del fiscal y no opusieron resistencia alguna. Ningún padre pudo salir. Ahí se les trajeron
camas, pues ni a sus cuartos regresaron.298
La extrañeza que causó la ausencia de los jesuitas por la ciudad, así como el cierre de sus colegios
y templos no duró mucho tiempo. El Virrey hizo publicar un bando acorde a las circunstancias.
Bajo su nombre, apellido y sus catorce títulos nobiliarios y cargos en el gobierno, declaraba:
“Hago saber a todos los habitantes de este Imperio, que el Rey, nuestro Señor...”, anunciaba la
expulsión de los jesuitas y la ocupación de sus bienes, y después advertía: “... con la prevención
de que, estando estrechamente obligados todos los vasallos de cualquiera dignidad, clase y condición que
sean, a respetar y obedecer las siempre justas resoluciones de su Soberano, deben venerar, auxiliar y cumplir
ésta con la mayor exactitud, y fidelidad; porque S.M. declara incursos en su Real indignación a los
inobedientes, o remisos en coadyuvar a su cumplimiento, y me veré precisado a usar el último rigor, o de
ejecución Militar contra los que en público, o secreto hicieren con este motivo, conversaciones, juntas,
asambleas, corrillos, o discursos de palabra o por escrito; pues de una vez para lo venidero deben saber los
súbditos de el gran Monarca que ocupa el trono de España, que nacieron para callar, y obedecer, y no para
discurrir, ni opinar en los altos asumptos del Govierno. México, veinte y cinco de Junio de mil setesientos
sesenta y siete.
EL MARQUÉS DE CROIX”.299
El día 26 hicieron la cuenta de lo que cada quien tenía en su cuarto. El fiscal preguntó qué alhajas
tenían de gente de fuera, para dejarlas con nota. Igualmente objetos y papeles que estuvieran en
su custodia. Al terminar el día, Areche fue a dar parte a su Señoría.300
“El 27 de junio empacaron y cerraron los baúles con el nombre de cada uno. Artefactos de
cocina, comida necesaria. Todo lo dejaron a punto para salir al día siguiente”.301
El 28 de junio “A las tres de la mañana, después de desayunar, llegaron siete coches y en ellos se
fueron colocando, por su orden 28 religiosos, ropa de cama y petacas, pan, vino, queso y jamón.
Otras cuatro cargas salieron a las dos de la mañana, todos bien guardados por la tropa de
Dragones”.302
108
PONTÍFICES
Tiempo de gobierno
De
Hasta
Pío V. (n. 1504)
7 Ene. 1566 — 1º May 1572
Gregorio XIII (n.1502) 13 May. 1572 — 10 Abr 1585
Sixto V (n.1521)
24 Abr. 1585 — 27 Ago 1590
Urbano VIl (n.1521)
15 Sep. 1590 — 27 Sep 1590
Gregorio XIV (n.1535) 5 Dic. 1590 — 16 Oct 1591
Inocencio IX (n.1519) 29 Oct. 1591 — 30 Dic 1591
Clemente VIII (n.1536) 30 Ene. 1592 — 3 Mar 1605
León IX (n.1535)
10 Abr. 1605 — 27 Abr 1605
Paulo V (n.1550)
16 May. 1605 — 28 Ene 1621
Gregorio XV (n.1554) 9 Feb. 1621 — 8 Jul 1623
Urbano VIII (n.1568)
6 Ago. 1623 — 29 Jul 1644
Inocencio X (n.1574) 15 Sep. 1644 — 7 Ene 1655
Alejandro VIl (n.1599) 7 Abr. 1655 — 22 May 1667
Clemente IX (n.1600) 20 Jun. 1667 — 9 Dic 1669
Clemente X (n.1590) 29 Abr. 1670 — 22 Jul 1676
Inocencio XI (n.1611) 21 Sep. 1676 — 12 Ago 1689
Alejandro VIII (n.1610) 6 Oct. 1689 — 1º Feb 1691
Inocencio XII (n.1615) 12 Jul. 1691 — 27 Sep 1700
Clemente XI (n.1649) 23 Nov. 1700 — 19 Mar 1721
Inocencio XIII (n.1655) 8 May. 1721 — 7 Mar 1724
Benedicto XIII (n.1649) 29 May. 1724 — 21 Feb 1730
Clemente XII (n.1652) 12 Jul. 1730 — 6 Feb 1740
Benedicto XIV (n.1675) 17 Ago. 1740 — 3 May 1758
Clemente XIII (n.1693) 6 Jul. 1758 — 2 Feb 1769
De los padres salieron todos menos tres, dos
por estar gravemente enfermos, (el P. Ignacio
Calderón y el P. Francisco Pérez), quienes
fueron depositados en el Hospital de
Pretelemitas; el P. Francisco Iragory se quedó
para el arreglo de cuentas y dependencias.303
Alegre relata cómo el pueblo derramaba
lágrimas a su paso, ya que la decisión del Rey
no correspondía a la realidad de Nueva
España. Dice Alegre que la tropa tenía que
abrirse paso a culatazos, tal era el número de
gente que se arremolinaba alrededor de los
carros para despedirse.304
El 24 de octubre zarparon de Veracruz a La
Habana. En esa etapa del viaje murieron
muchos, pues no salieron rumbo a Cádiz hasta
el 23 de diciembre. Llegaron el 30 de marzo y
hasta junio, un año después de haber salido,
por fin arribaron a Italia, donde los repartieron
en varios colegios. Alegre dijo, con amargura,
que los de América ya no podrían regresar a su
patria. Sin embargo, algunos volvieron casi 50 años después: en el segundo grupo de 40 jesuitas
que abordó en Veracruz la fragata “La Juno” el 19 de noviembre salieron, entre otros, el P.
Salvador de la Gándara, último provincial; el P. Diego José Abad y el joven escolar Pedro Cantón.
Este último fue uno de los restauradores de la Provincia Mexicana en 1816.305
La orden de destierro se cumplió plenamente hasta tres años después. Los últimos grupos de
jesuitas anduvieron grandes distancias desde las misiones más recónditas del norte hasta
Veracruz, flanqueados por tropas; otros sólo cruzaron del Pacífico al golfo de México,
procedentes de Filipinas.306
La expulsión de los jesuitas tuvo efectos inmediatos y de largo alcance en el ánimo y la vida
económica, cultural y política de Nueva España.
En Guanajuato, Pátzcuaro, San Luis de la Paz, San Luis Potosí y Uruapan hubo tumultos, pero
el visitador José de Gálvez los reprimió al frente del ejército. En Guanajuato el Visitador sentó
el precedente de hacer decapitar y exhibir las cabezas de los impulsores del tumulto; recurso que
se repetiría cuatro decenios después en el mismo lugar con los jefes insurgentes.307
El propio Virrey dejó un testimonio de las reacciones por la súbita ausencia de los jesuitas: “Todo
el mundo los llora todavía y no hay que asombrarse de ello; eran dueños absolutos de los
corazones y de las conciencias de ese vasto imperio”.308
A pesar de la fuerza intimidatoria de las advertencias del decreto real que trató de ahogar las
manifestaciones de duelo y descontento, en la Nueva España se desató una ola de mensajes
anónimos, coplas, canciones y críticas expresadas con agudeza e ingenio contra la expulsión.
109
El marqués de Croix solicitó la intervención de la Santa Inquisición para prohibir tales
expresiones y castigar a los culpables, pero los inquisidores se excusaron alegando impedimentos
formales. La verdad fue que no les agradó el tono de lo que fue casi una orden virreinal.
GENERALES DE LA COMPAÑÍA
Tiempo de gobierno
De
Hasta
Ignacio de Loyola (n.1491)
Diego Lainez (n.1512)
Francisco de Borja (n.1510)
Everardo Mercuriano (n.1514)
Claudio Aquavlva (n.1543)
Mucio Vitelleschi (n.1563)
Vicente Carafa (n.15S5)
Francisco Piccolomini (n.1582)
Alejandro Gottifredi (n.1595)
Goswino Nickel (n.1582)
Juan Pablo Oliva (n.1600)
(Vicario general)
Carlos de Noyelle (n.1615)
Tirso González (n.1624)
Miguel Angel Tamborini (n.1648)
Francisco Retz (n.1689)
Ignacio Visconti (n.1682)
Luis Centurione (n.1686)
Lorenzo Ricci (n.1703)
19 Abr. 1541
2 Jul. 1558
2 Jul. 1565
23 Abr. 1573
19 Feb. 1581
15 Nov. 1615
7 Ene. 1646
21 Dic. 1649
21 Ene. 1652
17 Mar 1652
31 Jul. 1664
7 Jun. 1661
5 Jul. 1682
6 Jul. 1687
31 Ene. 1706
30 Nov. 1730
4 Jul. 1751
30 Nov. 1755
21 May. 1758
31 Jul. 1556
19 Ene. 1565
1º Oct. 1572
1º Ago. 1580
31 Ene. 1615
9 Ene. 1645*
8 Jun. 1649
17 Jun. 1651
12 Mar. 1652
31 Jul. 1664
26 Nov. 1681
12 Dic. 1686
27 Mar 1705
20 Feb. 1730
19 Nov. 1750
4 May. 1755
2 Oct. 1757
16 Ago. 1773
(El Padre Ricci murió el 24 de noviembre de 1775) •Vicario, Carlos Sangríus
El Virrey suplió la omisión inquisitorial mediante un edicto que declaraba reos de lesa majestad
a los autores y propaladores de libelos y notificó el incidente a Madrid.
En esos momentos, el Consejo de la Inquisición española estaba ya sometido a la férula real y
en respuesta dirigió tal desaprobación y reprimenda a los inquisidores de Nueva España que el
decano inquisidor tuvo que presentar ante el Virrey una humilde satisfacción y publicar el edicto
que había omitido medio año antes.309
Nada volvió a ser igual después de la expulsión, pero la presencia jesuítica de casi dos siglos
marcó para siempre la vida cultural de la Nueva España, según lo resume el recuadro de la
contribución de la Compañía a la vida cultural y literaria de la Colonia.
La efervescencia social de la súbita forma en que fueron expulsados y las consecuencias culturales
y políticas de sus interrumpidas lecciones, así como de las obras que dejaron en sus bibliotecas,
crearon un sustrato de inconformidad y rebeldía que abonó el movimiento de independencia del
primer decenio del siguiente siglo.310
110
PROVINCIALES DE MÉXICO EN EL SIGLO XVI
Tiempo de Gobierno
Pedro Sánchez
Juan de la Plaza (Visitador)
(Provincial)
Antonio de Mendoza
Diego de Avellaneda (Vis.)
Pedro Díaz
Esteban Páez
Francisco Váez
15 Jul 1571
15 Feb 1580
11 Nov 1580
4 Nov 1584
24 Mar 1590
2 Nov 1590
Feb 1594
10 Oct 1597
PROVINCIALES DE MÉXICO EN EL SIGLO XVII
Tiempo de Gobierno
De
Hasta
1600
Ildefonso de Castro
15 Mar 1602
Martín Peláez (Viceprov.)
23 Ene 1608
Rodrigo de Cabredo (Visitador) 30 Jun 1609
(Provincial)
26 Jun 1611
Nicolás de Arnaya
8 Abr 1616
Agustín de Quirós (Visitador)
18 Abr 1622
Juan de Lorencio
18 Abr 1622
Jerónimo Diez
28 Mar 1628
Diego de Sosa (Visitador)
28 Mar 1628
Florián de Ayerve
25 Abr 1631
Luis Bonifaz
30 Nov 1634
Andrés Pérez de Rivas
30 Oct 1637
Luis Bonifaz (2a. vez)
Feb 1641
Francisco Calderón
16 Mar 1644
Juan de Bueras (Aviso)
30 Oct 1640
19 Feb 1646 †
Pedro de Velasco
21 Feb 1646
Andrés de Rada
19 Feb 1649
Francisco Calderón (2a. vez)
3 Ene 1653
Diego de Molina (Viceprov. por
renuncia del P. Calderón)
3 Nov 1653
Juan del Real
4 Jul 1654
Alonso de Bonifaz (Bonifacio)
4 Jul 1657
Antonio Díaz
8 Dic 1660
Hernando Cavero (Visitador)
1661
(Provincial) 3 Jul 1664
Francisco Carboneli
25 Abr 1665
Pedro de Valencia
25 Abr 1668
Andrés Cobián
25 Abr 1671
Manuel de Arteaga
4 Jun 1673
Francisco Jiménez
22 Ago 1674
Virgilio Máez (Aviso)
28 Feb 1675 (Renunció)
Tomás Altamirano (Aviso)
20 Jul 1676
31 Ene 1680 †
Antonio Núñez de Miranda
2 Feb 1680
20 Sep 1680
Bernardo Pardo
20 Sep 1680
11 Sep 1683
Luis del Canto (Aviso)
2 Ene 1683
1 Sep 1683
Fines 1686
Bernabé de Soto (Aviso)
3 Nov 1685
Fines 1686
3 Oct 1689
Ambrosio Odón
23 Oct 1689
8 Ene 1693
Diego de Almonacir
8 Ene 1693
8 Ene 1696
Juan de Palacios
8 Ene 1696
8 Ene 1699
111
PROVINCIALES DE MÉXICO EN EL SIGLO XVIII
Tiempo de Gobierno
De
Hasta
1700
Francisco de Arteaga
Ambrosio Odón (2a. vez)
Manuel Piñeiro (Visitador provincial)
Juan María Salvatierra
Bernardo Rolandegui
Juan de Estrada
Juan de Palacios (Viceprov.)
Antonio Jardón
Alonso de Arrivillaga
Andrés Luque (visitador)
Ignacio Loyola
Gaspar Rodero
Alejandro Romano
José de Arjo
Gaspar Rodero (2a vez)
8 Ene 1699
8 Ene 1702
1703
21 Oct 1704
17 Sep 1706
4 Nov 1707
2 Oct 1707
Abr 1708
Abr 1711
Ago 1711
14 Oct 1715
21 Nov 1715
7 Ene 1719
1722
Med 1725
8 Ene 1702
1703
21 Oct 1704 †
17 Sep 1706
3 Nov 1707 †
Abr 1708
4 Nov 1707
Abr 1711
14 Oct 1715
4 Mar 1715
21 Nov 1715
7 Ene 1719
1722
Med 1725
13 Jun 1726
13 Jun 1726
4 Nov 1729
4 Nov 1732
24 Feb 1736
3 Nov 1736
25 Jun 1739
Princ 1743
Princ 1747
Mar 1747
31 Ago 1750
31 Ago 1753
Ene 1755
Princ 1760
19 May 1763
19 May 1766
4 Nov 1729
4 Nov 1732
24 Feb 1736
29 Oct 1736 †
25 Jun 1739
Princ 1743
Princ 1747
Mar 1747
Ago 1750
31 Ago 1753
Princ 1755
Princ 1760
19 May 1763
19 May 1766
1769
(Nombrado Procurador General de Indias)
Andrés Nieto
Juan Antonio de Oviedo
José Barba
Antonio Peralta
Juan Antonio de Oviedo (2a. ve
Mateo Ansaldo
Cristóbal Escobar y Llamas
Juan María Casati
Andrés Javier García
Juan Antonio Baltasar
Juan Ignacio Calderón
Agustín Carta
Pedro Reales
Francisco de Ceballos
Salvador de la Gándara
112
Bibliografía
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115
Relación de notas
1. Rubio Mañé, José Ignacio. El Virreinato IV (Obras públicas y educación universitaria), p. 222.
2. I. Israel, Jonathan. Razas, clases y vida política en el México Colonial 1610-1670, p. 22.
3. Ibid, p. 43.
4. Ibid, p. 25.
5. Ibid, p. 23.
6. Cuevas, Mariano. Historia de la Iglesia en México, II, 24 Vasconcelos, José. Breve historia de
México, p. 234.
7. Baudot, Georges. La vida cotidiana en la América Española en tiempos de Felipe II, siglo X V I , p.
39.
8. I. Israel, op. cit., p. 45 Arregui Zamorano, Pilar. La Audiencia de México según los visitadores, siglos
XVI y X V I I , p. 269.
9. I. Israel, op. cit., p. 9.
10 M. Soria, Víctor. Crecimiento económico, regulación y crisis en la Nueva España, 1521-1810, pp. 87-89.
11 Ibid, pp. 86-87.
12 Ibid, p. 97.
13. Rubio, Mañé. op. cit., p. 268.
14. Ibid, p. 273.
15. Alegre-Burrus-Zubillaga. Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús en Nueva España. I, 35.
16. Encic. Brit. Ed. 1982 11, 165.
17. Ibidem.
18. Ibidem.
19. Ibidem.
20. Societatis lesu Constitutiones Matriti, 1964 Stierli, Los jesuitas, p. 127
21. Constitutiones Societatis lesu (CSJ). Part. IV, Cap. 7. Monumenta Ignaciana (MI) II, 188.
22. CSJ Part. IV, Cap. 99 (MI-II,188).
23. CSJ Part. IV, Cap. 1 (MI-II,171).
24. CSJ Part. IV, Cap. 99 (MI,II, 383).
25. CSJ Part. IV, Cap. 5 (MI-II, 180).
26 Díaz y de Ovando, Clementina. El Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, p. 7.
27. Ibid, p. 9.
28. Rubio, Mañé, op. cit., p. 239.
29. Baudot, Georges, op. cit., p. 289.
30. Ibidem.
31 Monumenta Mexicana Societatis lesu (MM), I, p. VII.
32 González, Luis. El entuerto de la Conquista (setenta testimonios), p. 183.
33. Ibidem.
34. Rubio, Mañé, op. cit., p. 221.
35. González, Luis, op. cit., p. 183.
36. Ibidem.
37. Baudot, Georges, op. cit., p. 40.
38. González, Luis, op. cit., p. 184.
39. Ibid, p. 186.
40. Ibid, p. 187.
41. Ibid, p. 183.
42. Ibid, p. 186.
43. AGN, Actas de Cabildo, Libro VIII, 20 de octubre de 1572, p. 36.
116
44. Ibid, 14 de noviembre de 1572, p. 38.
45. Díaz y de Ovando, op. cit., p. 12.
46. Decorme, Gerard. La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial, pp. 5 y 6.
47. AHN Md. Jes. Lib. 368. Alegre- Burrus-Zubillaga. Historia de la Compañía de Jesús. I, 213.
48. Anónimo. Crónica de la Compañía de Jesús en Nueva España, p. 17.
49. Ibidem.
50 AHN. Md. Jes. Lib. 368. Alegre- Burrus-Zubillaga, op. cit., I, 126.
51. Díaz y de Ovando, op. cit., p. 11.
52. Ibidem.
53. AGN, Actas de Cabildo, Libro VIII, 20 de abril de 1573, p. 60.
54. Ibidem.
55. Denson, Riley, James. Hacendados Jesuitas en México. El Colegio de San Pedro y San Pablo, 16851767, p. 15.
56. Ibid, p. 23.
57. Zubillaga, Félix. Donaciones de Bienes a la Compañía de Jesús en el siglo XVI. p. 32. Cit. pos.
Denson Riley, op. cit., p. 23.
58. AGN, Actas de Cabildo, Lib. VIII, 8 de julio de 1575, p. 187.
59. Ibidem.
60. Díaz y de Ovando, op. cit., p. 13.
61. AGN, Actas de Cabildo, Lib. VIII, 17 de agosto de 1576, p. 246.
62. Ibid, p. 247.
63. Díaz y de Ovando, op. cit., p. 13.
64. Ibid, pp. 13-14.
65. Ibid, p. 14.
66. AGN, op. cit., 3 de septiembre de 1576, p. 248.
67. Denson Riley, op. cit., p. 20.
68. Ibid, p. 32.
69. Ibid, p. 17.
70. Ibid, p. 18.
71. Ibidem.
72. Son incontables los documentos que con diferentes frases reiteran esta determinación. Entre
los que la expresan en estos términos, v. MM-III, Doc. 112. Carta del P. Claudio Acquaviva,
general, al P. Antonio de Mendoza, provincial. Roma, 18 de abril de 1588, p. 322, párrafo 8,
de otra manera, asevera lo mismo. MM-V Doc. 15, p. 41.
73 CSJ Part. VI. Cap. II (MI-II, 203).
74. MM-I Doc. 112. Congregación provincial de la Compañía de Jesús de la Nueva Hespafia
para Roma, p. 291.
75. MM I Doc. 112 Acta de la Primera Congregación de la Provincia Mexicana, 5- 15 de octubre
de 1577, p. 297 y s.
76. Ibidem.
77. Ibid, p. 298.
78. Ibidem.
79. Ibidem.
80. Ibid, p. 304.
81. Ibid. Addenda 18 m. p. 304.
82. MM-III, doc. 112. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, al P. Antonio de Mendoza,
provincial. Roma, 18 de abril de 1588, p. 322. La principal experiencia fue en Goa, India, en
1585.
83. MM-IV. Doc. 7 del Apéndice. Memorial del P. Francisco Váez y respuestas del P.
Acquaviva, 24 de mayo de 1583. Nota 6, p. 673.
84. Ibidem.
85. Ibidem.
86. MM-II Doc. 58. Carta del P. Juan de la Plaza, provincial, al P. Claudio Acquaviva, general.
México, 20 de octubre de 1583, p. 175.
87. Ibidem.
88. Cuevas, op. cit., II, 50 (Felipe II, San Lorenzo, lo. de junio de 1574).
117
89. La preferencia de los jesuitas por construir su principal templo en un sitio próximo a la plaza
mayor de las capitales virreinales —donde existe la referencia de la catedral— y en las
ciudades principales es constante en toda América Latina.
90. Decorme, op. cit. I, 359.
91. MM-II, Doc. 115. Carta del P. Juan de la Plaza, provincial, al P. Claudio Acquaviva, general.
Oaxaca, 6 de abril de 1584, pp. 310-311.
92. MM-II, Doc. 142. Carta autógrafa del P. Diego de Mercado al P. Claudio Acquaviva, general.
México, 29 de octubre de 1584, pp. 403-404.
93. Ibidem.
94. MM-II, Doc. 151. Carta del P. Antonio de Mendoza, provincial, al P. Claudio Acquaviva,
general. México, 17 de enero de 1585, pp. 436-437.
95. Alegre-Burrus-Zubillaga, op. cit. I, 373.
96. MM-IV Apéndice 7. Memorial del P. Francisco Váez y respuestas del P. Acquaviva. Roma,
24 de mayo de 1583, p. 673.
97 MM-II. Doc. 200. Segunda Congregación Provincial Mexicana. México 29 de noviembre de
1585, (lunes 4 de noviembre), pp. 634-635.
98. MM-III. Doc. 32. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, al P. Antonio de Mendoza,
provincial. Roma, 24 de febrero de 1586, p. 149.
99. MM-III. Introducción General. Artículo I, La provincia geográfica. Colegios y casas de la
Compañía, pp. 39-40.
100. Ibidem.
101. Ibidem.
102. Ibid, p. 41.
103. Ibidem.
104. MM-IV. Doc. 66. Tercera Congregación Provincial. México, del 21 al 29 de enero de 1592,
p. 160.
105. MM-II. Doc. 202. Respuesta al memorial de la 2a. Congregación Provincial hecha en
México, 2 de noviembre de 1585, dada en Roma, 9 de mayo de 1587, p. 647.
106. MM-III. Doc. 112. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, al P. Antonio de Mendoza,
provincial. Roma, 18 de abril de 1588, pp. 321-323.
107. Ibid, p. 324.
108. MM-III. Doc. 124. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, al P. Antonio de Mendoza,
provincial. Roma, 15 de mayo de 1589, p. 368.
109. MM-III. Doc. 144. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, a Juan Luis de Rivera. Roma,
15 de diciembre de 1589, p. 406.
110. MM-IV. Doc. 48. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, al P. Juan de la Plaza, Roma, 20
de enero de 1592, p. 127.
111. MM-IV. Doc. 44. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, al P. Pedro Díaz, provincial.
Roma, 20 de enero de 1592, p. 121.
112. MM-IV. Introducción general. Cap. I Artículo 1. La provincia geográfica. Colegios y casas
de la Compañía, p. 1*
113. Ibid, p. 2*
114. MM-IV. Doc. 66. Tercera Congregación Provincial. México, del 21 al 29 de enero de 1592,
pp. 158-159.
115. Ibidem.
116. MM-IV. Doc. 69. Oferta de fundación para casa profesa en México, 24 de enero de 1592,
pp. 190-194.
117. I. Israel, op. cit., pp. 30-31.
118. MM-IV Doc. 66, pp. 158-159.
119. MM-V. Doc. 128. Anua de la Provincia de la Nueva España del año de 1594. México, 1º. de
noviembre de 1595. El 1er. párrafo consigna el retomo del P. Morales, procurador designado
por la 3a. Congregación, p. 394.
120. MM-IV. Doc. 80. Carta del P. Diego de Avellaneda, visitador, al P. Claudio Acquaviva,
general. México, 1º de marzo de 1592, p. 252.
121. MM-IV. Doc. 73. Los jesuitas de Nueva España piden al padre Visitador acepte la fundación
de la casa profesa mexicana. México, 31 de enero de 1592, p. 226 y ss.
118
122. MM-IV. Doc. 74. Fundación de la casa profesa de México. 3 de febrero de 1592, p. 228.
AHN Md. Jes. Leg. 248-9 y Lib. 365.
123 Alegre-Burrus-Zubillaga. I, 373. Refrendo de la licencia por Luis de Velasco. México, 3 de
febrero de 1592. Arch. Prov. Méx. Merid. Acta de posesión de la casa. México, 5 de febrero
de 1592. Decorme, op. cit. I, 42.
124. MM-IV. Doc. 80, p. 252.
125. Alegre-Burrus-Zubillaga, op. cit. I, 374. Zambrano-Gutiérrez Casillas. Diccionario BioBibliográfico de la Compañía de Jesús en México (DBB) I, 308 Toma de posesión conforme a
derecho.
126. MM-IV, Doc. 91. Catálogo de la casa profesa (1ª Sección del catálogo de la Provincia de
México), hacia abril de 1592, pp. 365-371.
127. MM-IV. Doc. 81. Carta del P. Diego de Avellaneda, visitador, a Felipe II, rey. México, 1º de
marzo de 1592, pp. 257-258.
128. MM-IV. Doc. 80. Nota 45 a la carta del P. Diego de Avellaneda, visitador, al P. Claudio
Acquaviva, general, 1º de marzo de 1592, p. 252.
129. DBB I, 298. Letras apostólicas en que se confirman privilegios de la Compañía. MM-V. Doc. 4 del
Apéndice. Memorial del Pleito entre religiosos y la Compañía de Jesús sobre la casa profesa en México
1592-1594, Párrafo 52, p. 594.
130 MM-IV. Doc. 82. Carta del P. Diego de Avellaneda, visitador, al P. Claudio Acquaviva,
general. México, 2 de marzo de 1592, pp. 262-263.
131. AGN Actas de Cabildo. Lib. VIII, 14 de noviembre de 1572, p. 38.
132. AGN Ramo Clero Regular y Secular. Tomo 202.
133. MM-V. Doc. 4 del Apéndice Memorial del Pleito, p. 573.
134. MM-IV. Doc. 82, pp. 263-264.
135. MM-V. Doc. 4 del Apéndice Memorial del Pleito. Párrafo 34, p. 588.
136. MM-IV. Doc. 82, p. 266.
137. MM-V. Doc. 4 del Apéndice Memorial del Pleito. Párrafos 87 a 94, pp. 608-610.
138. MM-IV. Doc. 81. Nota 28 a la Carta del P. Diego de Avellaneda, p. 261.
139. MM-V. Doc. 122. Testimonio del Secretario del Nuncio. Madrid, 22 de abril de 1595, p.
375.
140. MM-V. Doc. 126. Sentencia dada por el Nuncio de su Santidad. Madrid, 26 de junio de
1595, p. 383.
141 MM-V. Doc. 128. Anua de la Provincia de la Nueva España del año de 1594. México, lo, de
noviembre de 1595. Párrafos 8, 9, 10, 15 y 16, pp. 397 y 399.
142. I. Israel, op. cit., pp. 30-31.
143. MM-VI. Introducción general. Artículo 1. La provincia geográfica...p. 3*.
144. MM-VI. Introducción general. Artículo 3. Régimen de la provincia novohispana, p. 8*.
145. Ibidem.
146. Ibid, p. 9*.
147. Ibidem.
148. Ibidem.
149. Ibidem.
150. Ibidem.
151. MM-VI. Artículo 4. Desarrollo gradual de la provincia novohispana, pp. 15* y 10*.
152. MM-VII. Artículo 3. Régimen de la provincia novohispana, p. 9*.
153. Decorme, op. cit. I, 318.
154. Alegre-Burrus-Zubillaga, op. cit. II, 611. Respuestas dadas en Roma al memorial del P. Martín
Peláez, procurador de la Provincia de México, 20 de abril de 1605.
155. CSJ. Part. VII. Cap. 4 (MI-II, 225).
156. Dávila y Arrillaga. Continuación de la Historia de la Compañía... I, 247.
157. MM-IV. Doc. 109. Carta Anua de la Provincia de México de 1597, p. 362.
158. MM-VI. Doc. 207. Carta del P. Claudio Acquaviva, general, al P. Francisco Váez, provincial. Roma,
20 de septiembre de 1599, p. 581.
159. MM-VII. Introducción. Artículo 4. Desarrollo gradual de la provincia novohispana, p. 13*.
160. Ibidem.
161. Ibidem.
119
162. MM-VII. Doc. 13. Carta Anua de la Provincia de México de 1599, p.142.
163. AGN Ramo Tierras. Vol. 2964, 33.2
164. Alegre-Burrus-Zubillaga, op. cit. II, 188.
165. González Casanova, Pablo. La literatura perseguida en la crisis de la Colonia, pp. 46-47.
166. Alegre-Burrus-Zubillaga, op. cit. II, 193.
167. DBB XI, 255-258.
168. Arregui Zamorano, Pilar. La Audiencia de México según los visitadores. Siglos XVI y XVII, p. 90.
169. V. El apartado relativo a la casa profesa en las Cartas Anuas los años 1622 a 1627.
Testimonios típicos de la vida pública en relación con el templo. DBB VIII, 329 y ss.
170. DBB III, 580-582 Carta Anua de 1616.
171. Ibid, p. 578.
172. DBB IV, 378-379.
173. Lafaye. Quetzalcóatl y Guadalupe, pp. 43-44 y 147-149.
174. I. Israel, op. cit., p. 91.
175. Ibid, p. 150.
176. AGN Inquisición, 330. cit. pos. I. Israel, op. cit., p. 131.
177. MM-I. Introductio Generalis. Cap. VI. Historiographia provinciae Novae Hispaniae, p. 14*.
178. I. Israel, op. cit., p. 131.
179. Ibid, p. 130, nota 60 cf. AGN Inquisición, 334 y 337, año 1621.
180. DBB XIV, 840. Carta del P. Mucio Vitelleschi, general, al P. Juan de Laurendo, provincial.
Roma, 6 de marzo de 1626.
181. I. Israel, op. cit., pp, 93 y 109.
182. MM-VII. Artículo 3. Régimen de la provincia novohispana, p. 7*.
183. MM-IV. Doc. 67. Memorial de la Tercera Congregación de la Provincia Mexicana, p. 183.
184. DBB VII, 426. 5a. Carta del P. Mucio Vitelleschi, general, al P. Juan de Laurencio,
provincial. Roma, 16 de marzo de 1625.
185. DBB VIII, 428. 10a. Carta del P. Mucio Vitelleschi, general, al P. Juan de Laurencio,
provincial. Roma 16 de marzo de 1625.
186. DBB XI, 383. 5a. Carta del P. Mucio Vitelleschi, general, al P. Andrés Pérez de Ribas,
provincial. Roma, 30 de octubre de 1639.
187. Ibid, p. 382.
188. I. Israel, op. cit., p. 92.
189. DBB XII, 157. Cartas del P. Mucio Vitelleschi, general, al P. Agustín de Quirós, visitador.
Roma, 8 de agosto de 1622 y 22 de abril de 1623.
190. I. Israel, op. cit., p. 142.
191. DBB VIII, 341. Carta Anua de 1622, firmada por el P. Juan de Laurencio, provincial.
192. I. Israel, op. cit., p. 144.
193. Ibid, p. 149.
194. Ibid, p. 150.
195. Ibid, pp. 174-176.
196. DBB VIII, 374.
197. DBB VIII, 404.
198. DBB VIII, 401. Carta Anua de 1624, fechada y firmada en México por el P. Juan de
Laurencio, provincial, el 20 de mayo de 1625. AGN. Colee. Misiones, t. 25, pp. 197-246.
199. Ibidem.
200. Ibidem.
201. DBB VIII, 480. Carta Anua de 1627, preparada por el P. Juan de Laurencio, provincial.
202. I. Israel, op. cit., p. 184.
203. DBB VIII. 480 y 481. Carta Anua de la Provincia Mexicana del afio 1627.
204. Ibidem.
205. I. Israel, op. cit., p. 183 n. 59.
206. Pérez de Ribas, Triunfos II, 261 cit. pos. DBB VIII, 527 y 528.
207. DBB VIII, 492. Memorial del P. Tomás Domínguez No. 3, 1631.
208. I. Israel, op. cit., pp. 185-186.
209. Ibid, p. 187.
210. Ibid, p. 190.
120
211. González Casanova, op. cit., p. 90.
212. Ibid, p. 75.
213. Alegre-Burrus-Zubillaga, op. cit II, 439. DBB V, 489-490.
214. DBB, III, 784 y ss.
215. I. Israel, op. cit., pp. 199 y 221.
216. Ibid, p. 222.
217. Ibidem.
218. Pérez de Ribas, Crónica II, 204, cit., pos. DBB XI, 376 y 377.
219. I. Israel, op. cit., 218-219.
220. Ibid, p. 225.
221. Ibid, p. 222.
222. DBB IV, 254. 9a. Carta del P. Mucio Vitelleschi, general, al P. Luis de Bonifaz, visitador
(muerto en febrero). Roma, 30 de marzo de 1644.
223. I. Israel, op. cit., p. 230.
224. DBB IV, 315-317. Ficha del P. Juan de Bueras. I. Israel, op. cit., p. 231. Astráin, op. cit. V,
364 y ss.
225. Copia de una carta que el padre provincial y los padres de la Compañía de Jesús de Castilla
escribieron al padre provincial y Compañía de la Nueva España (1647), García, Don Juan de
Palafox, p. 304 cit. pos. I. Israel, op. cit., p. 234.
226. Ibid, p. 245.
227. Ibid, p. 237.
228. Ibidem.
229. Biblioteca Nacional de México 1216, Palafox. “Quejas contra Salvatierra”, fols. 28-40; Juan
de Palafox, Cargos y Satisfacciones, en Obras, XI, pp. 231-233; Razón que da a vuestra majestad el
Obispo visitador don Juan de Palafox, fols. 16-19. cit. pos. I. Israel, op. cit., p. 239.
230. Ibid, pp. 240-241.
231. Ibid, pp. 241-242
232. Ibid, p. 242.
233. Documentos inéditos o muy raros para la historia de México, ed. Genaro García y Carlos Pereyra.
Carta de reprensión que el R.P. Vicencio Caraffa, prepósito general de la Compañía de Jesús,
dirigió al P. Pedro de Velasco, provincial de la misma en la Nueva España. Roma, 30 de
enero de 1648. En el Vol. VIL cit. pos. Israel, op. cit., p. 246.
234. Carta del venerable siervo de Dios don Juan de Palafox y Mendoza al Sumo Pontífice,
Inocencio Décimo, 8 de enero de 1649, 3a. Ed. Madrid, 1768, p. 141, cit. pos I. Israel, op.
cit., p. 245.
235. DBB XII, 170-175. Carta del P. Andrés de Rada, provincial, al limo, y Excmo. Juan de
Palafox, México, 14 de abril de 1649.
236 González Obregón, Luis. México Viejo, pp. 701-702. En el apéndice I “Los sambenitos
penitenciarios”, cita la descripción de Joaquín García Icazbalceta.
237. DBB XI, 390. Carta del P. Mucio Vitelleschi, general, al P. Andrés Pérez de Ribas,
provincial. Roma, 30 de noviembre de 1641.
238. DBB IV. 256. lia. Carta del P. Mucio Vitelleschi, general, al P. Luis Bonifaz, provincial.
Roma, 30 de marzo de 1644.
239. DBB XIV, 621. Carta del P. Vicente Caraffa, general, al P. Pedro de Velasco, provincial.
Roma, 30 de enero de 1648.
240. DBB XII, 417. Carta del P. Goswino Nickel, general, al P. Juan del Real, provincial. Roma,
30 de enero de 1656, recibida en México el 26 de marzo de 1658.
241. De la Maza, Francisco. El guadalupanismo mexicano, p. 90. Cita del libro del jesuita Francisco
de Florencia La Estrella del Norte de México aparecida al rayar el día de la luz evangélica en este Nuevo
Mundo en la cumbre del cerro del Tepeyac, orilla del mar tezcucano...
242. Ibid. op. cit., pp. 97-98.
243. Trabulse, Elías. Florilegio de Sor Juana Inés de la Cruz. Prólogo, p. XXXIV.
244. González Casanova, op. cit, pp. 36-39.
245. Ibid, p. 32.
246. DBB V, 120. Ordenanzas que el P. Hernando de Cavero dejó a la Provincia del año de
1662.
121
247. DBB V, 279. Colegios y casas en general, de 1600 a 1699.
248. DBB XV, 106-107. Carta del P. Tirso González, general, al P. Diego de Almonacir,
provincial, Roma, 19 de agosto de 1695.
249. Corominas, Joan. Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, p. 328.
250. DBB XVI, 279. 3a. Carta del P. Tirso González, general, al P. Juan de Palacios, provincial,
Roma, 28 de julio de 1696.
251. DBB XVI, 301. 5a. Carta del P. Tirso González, general, al P. Juan de Palacios, provincial.
Roma, 27 de julio de 1697.
252. Alegre-Burrus-Zubillaga op. cit. IV 226-227 y 343.
253. A.H.N. Md. Jes. Lib. 365 (inédito). Arch. De Nots. J.F. Navarro 457 (inédito) A.G.N.R.
Temporalidades. T. 197. En la edición de la SEDUE este documento aparece en la p. 137.
254. DBB XV, 201. Ficha del P. Alonso de Arrivillaga.
255. AGN R. Temporalidades, T-197. Arch. de Nots. J.C. Guerrero, 254. Lazcano, Feo. Javier
op. cit., p. 324. Decorme, op. cit. 1-113.
256. AGN R. Temporalidades, T-197. Arch. de Nots. J.C. Guerrero, 254. Lazcano, Feo. Javier
op. cit., p. 324. Decorme, op. cit. 1-113.
257 Arch. de Nots. J.C. Guerrero, 254.
258. Arch. de Nots. G.F. Navarro, 677.
259. Astráin, op. cit. VII, 240.
260. Astráin, op. cit. VII, 240. Decorme, op. cit. I, 113. Lazcano, op. cit. 331.
261. Dávila y Arrillaga, op. cit. I, 72.
262. González Obregón, op. cit, pp. 481-485.
263. Decorme, op. cit. I, 359.
264. Dávila y Arrillaga, op. cit. I, 13.
265. Von Ranke. Historia de los Papas en la época moderna, pp. 563 y ss.
266. Ibid, p. 563.
267 Ibid, p. 563.
268. Ibidem.
269. Ibid, p. 566.
270. Fleming, William, Arte, música e ideas, p. 228.
271. Pastor Ludovico. Historia de los Papas en la época de la monarquía absoluta XXXVI, 306. El titulo
completo de la obra del P. Isla es Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias
Zotes.
272. Ress Jones, Ricardo. El despotismo ilustrado y los intendentes de la Nueva España, pp. 31-38.
273. Von Ranke, op. cit., p. 566.
274. DBB XVI, 301-302. Carta del P. Tirso González, general, al P. Juan de Palacios, provincial.
Roma, 3 de mayo de 1698.
275. Pastor, L., op. cit., p. 242.
276. Von Ranke, op. cit., p. 597.
277. Pastor, L. op. cit., p. 130 y ss.
278 Ibid, p. 153.
279 Ibid, p. 160.
280. Ibid, p. 205.
281 Ibid, p. 215.
282. Ibid, pp. 260-261.
283. Von Ranke, op. cit., p. 569.
284. Rees Jones, op. cit., p. 37.
285. Pastor, L., op. cit., p. 378.
286. Riva Palacio, Vicente, México a través de los siglos IV, 375-378. Un resumen del mismo
documento aparece en Pastor, L., op. cit., pp. 378-383.
287. Lafaye, J., op. cit., p. 165.
288. Riva Palacio, op. cit. IV, 384-386.
289. Dávila y Arrillaga, op. cit. I. 286.
290. Riva Palacio, op. cit. IV, 381.
291. Ibid. IV, 382-383.
122
292. Ingram Priestley, Herbert. José Gélvez, Visitor General of New Spain (1765-1771), p. 4. Rees
Jones, op. cit., p. 81.
293. Riva Palacio, op. cit. IV, 381.
294. Calderón Quijano, op. cit. I, 262. Dávila y Arrillaga, op. cit. I. 288.
295. Calderón Quijano, op. cit. I, 251.
296. Ibid. I, 266.
297. AHN Md. Jes. Lib. 365. Firma Areche ante Montealbán, 25 de junio, 1767.
298. Dávila y Arrillaga, op. cit. I, 248.
299. Riva Palacio, op. cit. IV, 386.
300. AHN Md. Jes. Lib. 365, 28 de junio de 1767.
301. Ibidem.
302 Ibidem.
303. Ibid. Leg. 89-9.
304. Dávila y Arrillaga, op. cit. I, 303.
305. DBB XV, 32. Ficha del P. Diego José Abad.
306. Lafaye, J., op. cit., p. 157.
307. Riva Palacio, op. cit. IV, 386.
308. Ibidem.
309. Ibid, op. cit. IV, 389-390.
310. González Casanova, op. cit., p. 155.
123