Sociología de la salud laboral
BERNANDO MORENO-JIMÉNEZ
RAQUEL RODRÍGUEZ-CARVAJAL
1. INTRODUCCIÓN
La Salud Laboral no es una cuestión exclusiva
de las organizaciones o los trabajadores sino
de toda la sociedad. De la misma forma que la
salud de las poblaciones depende de la sociología y la economía (Donati, 1994; Gimeno Ullastres, Rubio Cebrián, Tamayo Lorenzo, 2006), factores generales que determinan el nivel de salud,
existen también factores sociales y económicos en
la salud laboral no determinados por la voluntad
directa de sus protagonistas, trabajadores, empleadores y organizaciones. Ni la capacidad de
acción depende exclusivamente de la organización, ni las demandas y expectativas laborales dependen de la población trabajadora. Los marcos
sociales y económicos con sus ciclos son el subsuelo en que aparecen unas y otras.
En la actualidad, hay dos contextos generales
que determinan el marco de la salud laboral posible: la globalización y la recesión económica occidental de los años 2007-2012. Ambos procesos
son las placas tectónicas que determinan los movimientos de superficie de la salud laboral que se
están produciendo a nivel mundial, a nivel europeo y a nivel occidental en general.
2. LOS CAMBIOS SOCIALES ACTUALES
El cambio en nuestra sociedad es un tema
generalizado en casi todas las aéreas. La historia
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de la humanidad ha conocido largas épocas de
estabilidad y otras de cambio frenético. Sin
duda, hoy estamos viviendo una época de cambio generalizado (Toffler, 1995). La naturaleza
del cambio actual resulta más problemática y
conflictiva que nunca pues es la misma naturaleza del cambio la que está cambiando. Hasta
ahora, los cambios en la historia habían sido
principalmente incrementales o decrementales,
pero los cambios actuales se caracterizan por la
discontinuidad, por la emergencia de novedades
que cambian cualitativamente la situación y generan contextos de discontinuidad como hasta
ahora no se habían conocido. Los cambios que
actualmente se están produciendo son discontinuos, abruptos y no lineales (Cascio, 2010). Un
ejemplo puede bastar para ilustrar el proceso.
Hasta ahora los cambios consistían básicamente
en tener más o menos cosas, en tener cosas con
mayor o menor valor, cualitativamente más consideradas, pero los cambios actuales no se caracterizan tanto por tener como por acceder a las
cosas. La riqueza, la consideración y el poder no
consisten en la posesión, sino en la capacidad
para acceder a estados, situaciones, información
y capacidad de control. El estatus social actual
se mide por la capacidad de acción, por el acceso a la información, a la relación y a la capacidad de decisión. Es lo que se ha llamado «la era
del acceso» (Rifkin, 2000).
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2.1. La globalización
Castells (1997) define la globalización como
el conjunto de interdependencias y flujo de comunicaciones que se ha creado a nivel mundial. Cuatro son los aspectos que la caracterizan según este
autor. El primero, la existencia de mercados financieros conectados en tiempo real de forma inmediata y que permite la transacción inmediata
de cantidades económicas ingentes durante las
veinticuatro horas del día (Hernández Vigueras,
2012). Un segundo aspecto, es el comercio internacional de bienes y servicios entre todos los países y regiones del planeta, especialmente de materias primas y bienes manufacturados. Un tercer
componente es la internacionalización de los sistemas de producción, de forma que un alto porcentaje de los bienes comerciales constan de materias primas de diversos países, manufacturas
confeccionadas en regiones diferentes, montaje
final de todas las piezas en otros lugares y finalmente su comercialización mundial. El cuarto aspecto, mucho más selectivo, es la dispersión planetaria de los logros y desarrollos científicos y
tecnológicos.
El flujo económico generado es básicamente
lo que se ha llamado un «sistema de economía
ingrávida» (Quah, 1999), de bienes no materiales,
es decir un sistema básicamente financiero en el
que los bienes reales son el referente último pero
no el directo. Las transacciones se ejercen principalmente sobre derivados de los mismos, y derivados de los derivados, lo que convierte la economía en un ejercicio incierto sobre valores opacos,
aunque afecta a los bienes raíces básicos que constituyen la riqueza y la pobreza de las personas.
La globalización tiene consecuencias directas
e indirectas, y no siempre las indirectas son de
menor importancia. Una consecuencia derivada
de la globalización ha sido la aparición de la sociedad del riesgo (Beck, 2006). Los cambios de
todo tipo en nuestra sociedad, a nivel social, económico, laboral y tecnológico se han efectuado
de forma tan rápida que su asimilación, control
y gestión no ha sido posible. La globalización se
ha hecho tan grande que nadie puede controlarla.
Como en otros momentos de la historia, las transformaciones de la sociedad se han producido sin
un gestor y mediante mecanismos para los que no
existen instancias gestoras eficaces. Los estadosnación han perdido capacidades de gestión interna de los propios asuntos, y carecen claramente
de mecanismos para el control global. Con los
nuevos cambios sociales no sólo se han perdido
tradiciones y prácticas, también se han perdido
los elementos de control.
Esta situación supone la inmersión en una sociedad global real en la que se carece de elementos
de control e instituciones eficaces de gestión del
riesgo global. Se ha entrado en una sociedad «del
riesgo mundial» (Beck, 2008), una sociedad dominada por la incertidumbre del futuro inmediato. Los riesgos se han hecho mundiales debido a
que los conflictos locales traspasan inmediatamente sus propias fronteras y se convierten en
problemas mundiales. Los problemas de un país
o de una región no son solo suyos, sino que afectan a la gran sociedad global. Eso supone inevitablemente una multiplicación de los riesgos y
una proliferación de todo tipo de riesgos. Un dato
de nuestra actualidad es que los riesgos han dejado de ser exclusivamente locales. Por información
o influencia directa, ningún riesgo se circunscribe
a la propia localidad.
Los efectos de la globalización sobre las condiciones de trabajo son difíciles de determinar a
nivel general por su variabilidad y complejidad
(Robertson, 2007). Son diferentes en función del
nivel de desarrollo económico, y no son los mismos en países de economías avanzadas, en países
emergentes o en países en vías de desarrollo (McCann, 2008). Por otra parte, los efectos son desiguales en función de los aspectos considerados y
de las condiciones de trabajo examinadas. Difieren cuando se consideran las condiciones contractuales o las condiciones ambientales y de seguridad (Hogstedt, Wegman y Kjellstrom, 2007).
Igualmente hay grandes diferencias si se atiende
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al nivel de empleo, al nivel de seguridad en el empleo o al nivel de los salarios. Son igualmente diferentes en función del sector productivo. En general, los efectos de la globalización sobre el
trabajo ni son uniformes ni tienen un sentido único (Flanagan, 2006). Por ejemplo, a nivel europeo,
la deslocalización producida por la globalización
ha aumentado el desempleo en algunos países,
facilitando el traslado de no pocas industrias a
lugares con mano de obra más barata, sin embargo a nivel de condiciones de trabajo ha mejorado
las condiciones ambientales uniformando los criterios para todos los países, especialmente mediante la directiva europea (89/391/EEC) y ha
producido una homogeneización de los derechos
de los trabajadores.
2.2. La crisis económica
Pero la globalización por sí sola no explica
suficientemente la situación actual laboral, para
describirla sociológicamente es necesario referirse a la recesión económica producida a partir
de 2007 que en no pocos aspectos colinda y aúna
sinergias con los efectos de la globalización
(Krugman, 2012).
El complejo proceso de la crisis económica ha
supuesto, en un largo proceso de complicaciones,
la pérdida de liquidez económica de los bancos y
la incapacidad de las empresas para obtener créditos que financien su desarrollo e inversiones,
especialmente de las pequeñas y medianas empresas que suponen un 70 por 100 de la capacidad
de empleo de las economías (Krugman, 2012). La
consecuencia ha sido la disminución de la capacidad de inversión, la restricción de la actividad
económica, la disminución de las condiciones laborales, la brusca caída del empleo y, en general,
el aumento de la desigualdad (Stiglitz, 2012).
Aunque la recesión económica ha afectado de
forma directa a la calidad de vida general y al
estado social y de bienestar, su repercusión más
clara se ha manifestado en el mundo del trabajo,
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un área especialmente sensible en las situaciones
de crisis económica. Dos suelen ser las principales
consecuencias negativas de las crisis económicas
en los países: la disminución del empleo y la pérdida del valor adquisitivo de los salarios, o directamente la devaluación interna de los mismos
(Harrison, 2002).
A nivel mundial, la OIT (2012) considera que
la crisis económica mundial ha supuesto el aumento de millones de personas desempleadas,
afectando principalmente a las nuevas generaciones que debían incorporarse al empleo, de forma
que entre 2007 y 2011 se ha producido un incremento de 4 millones de jóvenes en el paro. Un
dato básico de la recesión es la caída en picado
de la relación empleo-población durante la crisis
con una caída del 61,2 por 100 en 2007 al 60,2
por 100en 2010 a nivel mundial. A nivel mundial,
el número de trabajadores en situación de vulnerabilidad ha aumentado en 136 millones desde el
año 2000 y 23 millones desde 2009.
En España, según el informe del INE (2012),
la crisis económica ha tenido consecuencias altamente negativas, con una 21,1 por 100 de la población por debajo del umbral de riesgo de pobreza, y una caída importante en la renta de las
familias a su peor nivel desde 2006.
3. EL CAMBIANTE MUNDO
DE LAS ORGANIZACIONES
Las organizaciones actuales están cambiando
en muchas direcciones y lo están haciendo al mismo tiempo en todas ellas (Peiró, Prieto y Roe,
1996). Una de las características actuales más sobresalientes de las organizaciones es el aumento
y el desarrollo de las tecnologías, de todo tipo de
tecnologías, pero especialmente de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC)
que han cambiado el panorama interno de las organizaciones y el mismo panorama social global
(Prieto, Zornoza, Orengo y Peiró, 1996). La aparición y el desarrollo de las TIC ha generado el
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cierre de muchas empresas obsoletas y la aparición de otras muchas. Schumpeter (1975) aludía
a este tipo de procesos cuando se refería a la destrucción creativa a la que estaban abocadas las
organizaciones.
El nuevo paradigma tecnoeconómico ha supuesto una radical transformación de los sistemas
de producción, distribución, económico y del mismo sistema de gestión de las empresas. Las consecuencias han sido un aumento de la productividad y una disminución del empleo hasta el punto
de que se haya hablado del fin del empleo (Rifkin,
1996; Tezanos, 2001). Consecuencia importante
ha sido el cambio del tipo de riesgos laborales al
desaparecer riesgos laborales de seguridad, higiene y ergono-mía debido a las nuevas tecnologías,
y al aparecer nuevos riesgos de tipo psicosocial,
basados principalmente en aumento de la interacción entre personas con sus dificultades y problemas (Salanova, Llorens, Cifre y Nogareda, 2007).
Los factores de globalización descritos han
dado lugar a las empresas multinacionales que a
su vez ellas mismas han sido protagonistas del
proceso. Sin las multinacionales no puede entenderse ni la economía ni el comercio mundial (Sachs, 2012). Las empresas multinacionales realizan
dos tercios del comercio mundial y son los ejes
centrales de la economía actual (Held, McGrew,
Goldblatt y Perraton, 1999). En 2001 había unas
500 multinacionales que facturaban más de 10.000
millones de dólares, cifra superior al PIB de gran
parte de las naciones. Giddens (2010), refiere que
en esa fecha, las cinco primeras multinacionales
facturaron por un valor de 14,1 billones de dólares, aproximadamente la mitad de bienes y servicios de todo el mundo. Tales datos indican el poder directo e indirecto de las multinacionales,
también en salud laboral. Sin ellas no puede explicarse la economía mundial actual (UNCTAD,
2010). A nivel del comercio suponen al menos un
tercio del comercio mundial. A nivel de economía, la Inversión Extranjera Directa (IED) es una
de las preocupaciones actuales de países desarrollados y en vías de desarrollo. Los flujos de inver-
sión económica de las multinacionales en 2009
supusieron 1,1 billones de dólares, con una disminución del 39 por 100 con respecto al año anterior
(UNCTAD, 2010). A nivel de empleo, según la
OIT (OIT, 2006) las empresas multinacionales
ofertaban unos 100 millones de puestos de trabajo, lo que representa aproximadamente un 3,4 por
100 de la fuerza de trabajo mundial, aunque se ha
hecho constar la alta tasa de trabajo cualificado
asociada, mientras que su aportación al mercado
general de trabajo es menor.
Esta relevancia, tiene también sus sombras.
La gran preocupación de los estados por la IED
ha supuesto en buena medida una desregulación
de mercados y sus prácticas (Klein, 2001). Su flexibilidad de implantación a nivel mundial ha facilitado los procesos de deslocalización y las migraciones de millares de puestos de trabajo
(Gómez Sanz, López Santiago y Tobarra Gómez,
2006), y su alto nivel de competitividad ha facilitado los procesos de externali-zación (Mayhew,
Quintan y Ferris, 1997). Condiciones de trabajo
desreguladas, deslocalización y subcontratación
son factores reconocidos de disminución de la seguridad y la salud en el trabajo (Tombs, 1996). La
situación global a nivel mundial de la salud laboral no puede entenderse sin la presencia e influencia de las multinacionales, con sus luces y sus
sombras.
Desde la perspectiva de la salud laboral, la
actuación de las multinacionales es marcadamente diferente en los países desarrollados y en vías
de desarrollo. En los países desarrollados, las condiciones de trabajo, principalmente ambientales,
son adecuadas para la salud del trabajador, sin
embargo, las habituales prácticas de externalización, la deriva de tareas y responsabilidades, suele suponer una merma del control de la ejecución,
con repercusiones negativas sobre la salud en el
trabajo. Por el contrario, los efectos en los países
en vías de desarrollo se centran en las condiciones
contractuales, horarios y condiciones ambientales, habitualmente sometidas a las leyes de la demanda y a las tradiciones locales que no suelen
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garantizar condiciones saludables de trabajo
(Klein, 2001; Rugman y Doh (2008).
Otros efectos sobre la salud laboral provienen
del cambiante mundo de las organizaciones, con
una alta interdependencia entre ellas que suele
llevar frecuentemente a fusiones y adquisiciones,
a la redefinición de los nuevos objetivos y estrategias centrales de las empresas y, en la mayoría
de los casos, al redimensionamiento de las organizaciones. Las reestructuraciones de plantillas
(downsizing) suelen suponer en general un riesgo
para la salud del trabajador, aunque el riesgo varía en función de la edad, el estado socioeconómico, y el lugar de trabajo (Kivimaki, Vahtera,
Penti y Ferrie, 2000). Los datos encontrados tienden a asociarlas significativamente a bajas médicas, tasa de absentismo y niveles de estrés (Jiménez Jiménez y Sánchez Laguna, 2006). Estos
datos se han mantenido prácticamente hasta inmediatamente antes de 2007. Con el comienzo de
la crisis económica, los datos de absentismo, por
ejemplo, se han invertido para dar lugar al fenómeno opuesto de «presentismo» o presencia en el
lugar de trabajo, incluso en condiciones de baja
eficiencia laboral (de Antonio García, 2011).
Desde la perspectiva estrictamente del cambio
organizacional, la EU-OSHA (2002) considera
que el cambio más importante que se ha producido en las nuevas organizaciones ha sido su descentralización, acudiendo para ello a formulas
tan diversas como la creación de grupos de trabajo en sus diferentes modalidades, a los sistemas
de gestión integrados tales como la gestión de la
calidad o de producción a demanda (just in time).
Estas formas de descentralización son vías para
aumentar la flexibilidad interna de las propias organizaciones, de la capacidad de toma de decisiones y de su propia eficacia. El objetivo básico de
todo este proceso ha sido evitar la redundancia
de estructuras y aumentar la eficiencia final de la
organización en su totalidad.
Un elemento importante en el panorama actual de las organizaciones ha sido el aumento espectacular del sector servicios en el mundo del
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trabajo a partir de los años sesenta en todo Occidente (Lucas Marin, 2006), lo que ha supuesto un
cambio importante en la organización del trabajo.
En el nuevo mercado de servicios, la interacción
con el cliente, la atención a sus demandas y necesidades, se convierte en el principal objetivo de la
organización, lo que supone una gran flexibilidad
de servicios, competencias y recursos. En este nuevo mercado de trabajo, aunque las condiciones de
trabajo mantengan toda su importancia, los factores psicosociales interactivos sobresalen como
las demandas y los riesgos que requieren una
atención más directa.
4. LOS RIESGOS PSICOSOCIALES
EMERGENTES
En el marco de las organizaciones y del trabajo existen actualmente procesos profundos de
cambio, rápidos y ampliamente extendidos. En el
marco de la salud laboral preocupan especialmente los llamados riesgos emergentes provenientes
de múltiples campos, como las nuevas tecnologías, los nuevos sistemas de producción, las nuevas materias primas y los nuevos compuestos químicos y biológicos (OIT, 2010). En este apartado
una preocupación especial la suscita el mundo
cambiante de las organizaciones, las fluctuaciones
económicas rápidas, los nuevos sistemas de trabajo, la nueva sociodemografía del mercado laboral,
las nuevas formas de contratación, y en general,
las nuevas formulaciones de las relaciones laborales, es decir lo que se ha denominado riesgos
psicosociales emergentes (EU-OSHA, 2007; EUOSHA, 2010).
El concepto de riesgo psicosocial emergente
engloba riesgos actuales, frecuentemente de reciente aparición, debidos a cambios económicos,
sociales, organizacionales o laborales y que están
experimentando un cambio importante en su extensión o en su intensidad. Un estudio de la
Agencia Europea para la Seguridad y la Salud
Laboral (EU-OSHA, 2007) ha listado a 42 de es-
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tos tipos de riesgos, diez de ellos considerados
como claramente emergentes por su extensión o
efectos actuales: contratos precarios, vulnerabilidad debida a la globalización, nuevas formas de
contratación laboral, inseguridad contractual, envejecimiento de la población trabajadora, extensión de las jornadas, intensificación del trabajo,
subcontratación, trabajo emocional y conflictotrabajo familia. Gran parte de estos nuevos riesgos psicosociales están causados por la expansión
del sector de servicios y el proceso de la globalización.
5.
SOCIOLOGÍA DE LOS NUEVOS
PUESTOS DE TRABAJO
Hay dos grandes tendencias en la actualidad
en el mercado laboral: la flexibilización de los
puestos de trabajo y la transformación de los mismos en tareas basadas en el conocimiento y la
información.
5.1. La flexibilidad de los puestos
de trabajo
La situación productiva mundial ha flexibilizado las formas de producción y las normas de
relación laboral (Carnoy, 2001), de forma que incluso se ha hecho más difícil identificar si hay
contrato de trabajo. Existe hoy una amplia zona
gris entre el trabajo independiente y el dependiente, especialmente en las economías avanzadas, que
hace mucho más difícil establecer obligaciones y
derechos de una parte y la otra. En la actualidad,
las prácticas laborales cambiantes en el sistema
de servicios y de producción dificultan una clasificación rigurosa del trabajo dependiente e independiente. Las formas de relación de trabajo se
han multiplicado, especialmente en los mercados
laborales más dinámicos e innovadores, y si bien
han favorecido la flexibilidad contractual, también han perjudicado la protección de seguridad
del contrato en cualquiera de sus formas, por lo
que no es fácil deslindar flexibilidad y precariedad, otra de las notas de los puestos de trabajo
hoy día (EU-OSHA, 2009). Los datos parecen
indicar la dificultad real de deslindar la flexibilidad de la inseguridad e incertidumbre en un mercado de desempleo (Stauber, Kovacheva y van
Lieshout, 2004). En el mercado actual, flexibilidad y desempleo se presenta como un binomio
conjunto (Santos Ortega, 2006). La constatación
de que la búsqueda de flexibilidad entraña riesgos
de seguridad y salud ha llevado incluso a acuñar
el término flexicurity en un intento de combinar
ambas necesidades (Andersen, 2012).
Aunque la flexibilidad en la contratación ha
sido presentada como una forma de aumentar el
mercado laboral (Brodsky, 1994) y disminuir el
desempleo, los datos recogidos hasta 2002 no lo
confirman, sino más bien todo lo contrario (EUOSHA, 2002), lo que parece confirmarse en la
actual situación de recesión económica y las reformas de flexibilidad del mercado laboral emprendidas en la actual crisis económica. Mientras
que la flexibilidad en tiempos de crecimiento económico actúa favoreciendo el contrato, en tiempos de crisis actúa provocando drásticos aumentos del desempleo, especialmente del temporal.
La flexibilidad de los tiempos de trabajo parece otra característica propia del trabajo postindustrial (Kossek y Michel, 2011). En el trabajo
actual, principalmente en el sector servicios, es
habitual la continua diversificación y variabilidad
de los horarios de trabajo. La flexibilidad de trabajo buscada por las empresas suele suponer en
no pocos casos el alargamiento de jornadas y la
ampliación del número de horas de trabajo semanales (OIT, 2006). La demanda de adaptación
funcional a la demanda del mercado tiende a producir tanto un aumento considerable del número
de horas como su acortamiento (Messenger,
2004). La llamada «sociedad de 24 horas» ha ampliado los horarios de servicios a lo largo de todo
el día y los fines de semana, así como el aumento
de horarios irregulares e impredecibles a requeri© Ediciones Pirámide
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miento directo. Por ejemplo, la llamada «jornada
anualizada» tiene como criterio central el número
de horas anuales, al margen de los horarios de las
prestaciones. Apenas si existen estudios sobre estos nuevos horarios de trabajo y sus repercusiones
sobre la seguridad y la salud en el trabajo (EUOSHA, 2002), aunque parecen ser objeto de descontento, malestar y rechazo (Lusa García, Martínez Costa y Olivella Nadal, 2007).
Otra modalidad de la flexibilidad laboral es la
flexibilidad acerca del lugar de trabajo (Doral,
2004; FUE, 1999; BBVA, 2012), aunque ello no
suponga necesariamente el propio hogar personal. El teletrabajo se ha saludado como una promesa que podría permitir a los trabajadores un
mayor nivel de conciliación familiar y flexibilidad
personal. Aún reconociendo las ventajas que su
aplicación puede proporcionar, sus resultados no
pueden ser sino limitados y comportan la paradoja de suponer la invasión del ámbito personal.
Flexibilidad igualmente en los salarios percibidos. Los minijobs son contratos de baja remuneración que cuentan con cotizaciones voluntarias a la seguridad social respectiva, que tienen la
ventaja de suponer un ingreso económico oficial
y seguir vinculado a la estructura productiva del
país (Steiner y Wrohlich, 2005). Suelen suponer
un tipo de trabajo no cualificado por un número
de horas habitualmente inferior a 15 horas a la
semana. Suelen ser aceptados como soluciones
perentorias ante situaciones críticas. En Alemania
existen actualmente unos siete millones setecientos mil trabajadores en estas condiciones. Como
el contrato temporal y a tiempo parcial, sociológica y económicamente es una opción de incremento del empleo posible, especialmente en época de crisis.
5.2. El trabajo del conocimiento
La segunda característica de los puestos de
trabajo actuales es el aumento de los componentes
cognitivos y de aprendizaje. Las «organizaciones
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del conocimiento» (Senge, 1990) suponen un desarrollo organizacional importante y de la valoración de los recursos humanos, pero tienen también contraprestaciones negativas, una de ellas es
el nivel de exigencia continuo que fácilmente se
convierte en una fuente de estrés crónico. En la
actualidad, y cada vez de forma más generalizada,
se está produciendo un tránsito del trabajo basado en la fuerza al trabajo basado en el conocimiento y la formación, lo que suele significar que
las principales demandas actuales son mentales y
emocionales. El trabajo de conocimiento y esfuerzo cognitivo conlleva habitualmente el aumento
de la fatiga mental y el cansancio emocional
(González Gutiérrez, Moreno-Jiménez y Garrosa
Hernández, 2005) y una larga serie de secuelas
mentales.
Los trabajadores del conocimiento (Knowledge workers) (von Gizycki, Ulrici y Rojo, 1998) son
trabajadores cuyo principal activo es la información, lo que no supone necesariamente un marco
estrictamente tecnológico. Implica un tipo de trabajo basado en el conocimiento, la formación y
la experiencia, lo que suele ir unido a años de
formación previa. No obstante, no existe acuerdo
sobre la posible delimitación del concepto (Pyöria,
2005), aunque se asocia a la actividad profesional
de quienes necesitan ejercer aptitudes y actitudes
cognitivas continuamente en su trabajo, a pensar
para trabajar (Davenport, 2005).
Los trabajadores del conocimiento tienen características provenientes de la misma naturaleza
de su trabajo, básicamente intelectual y no rutinario (Reinhardt, Schmidt, Sloep, y Drachsler,
2011), consistente en la ejecución de tareas frecuentemente poco estructuradas que suponen
amplitud de información y experiencia en la resolución de problemas mal definidos. Suelen suponer igualmente una disponibilidad de dedicación temporal amplia, frecuentemente intensa y
al mismo tiempo poco definida por horarios oficiales. Una frecuente paradoja de este tipo de trabajadores es la naturaleza singular e individualizada de su trabajo y la necesidad de una conexión
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alta de información y contactos profesionales
constante, pues gran parte de su trabajo es la misma difusión de la información y el conocimiento.
En este sentido son puestos laborales caracterizados por la Sociedad del Conocimiento y la Información en continuo crecimiento (Liu, 2004).
El énfasis de la sociedad actual en la investigación, el desarrollo y la innovación ha subrayado la importancia de las empresas del conocimiento, empresas en la que la gestión del
conocimiento y su trasvase a la sociedad forman
parte de sus objetivos estratégicos (Noya, Rodríguez Camaño y Romero Ramos, 2008). El supuesto más directo de este tipo de empresa consiste en
el trabajo como gestión de la información y el
conocimiento, lo que tiene sus propios riesgos psicosociales basados en la interacción, el trabajo
cognitivo y la adquisición continua de nueva información. Los tres tipos de riesgo suelen conllevar el desgaste profesional (Dariusz, 2012).
Uno de los elementos característicos de los
nuevos puestos de trabajo es el desarrollo continuo y cambiante de la tecnología. La tecnología
ha sido siempre un factor de estrés al exigir nuevos procedimientos, nueva información y nuevos
esfuerzos de adaptación. El progreso constante en
la tecnología, en sus muchas formas, está haciendo imposible la rutinización del puesto de trabajo provocando tecnoestrés (Martínez Selva, 2011),
o estrés generado en la interacción con la interfaz
técnica del puesto de trabajo, un área de estudio
largamente insuficiente en la actualidad (LanganFox, 2001).
6. SOCIOLOGÍA DE LA POBLACIÓN
TRABAJADORA
Se están produciendo actualmente cambios
notables en la población trabajadora, probablemente los dos más importantes son la presencia
de la mujer en el trabajo, prácticamente en todos
los puestos de trabajo y en todos los niveles de los
mismos, y el desequilibrio creciente de las tasas
de empleo de jóvenes y mayores. Un tercer componente importante, aunque varía de país a país,
es la heterogeneidad nacional y étnica de la población trabajadora, siendo muy importante en
algunos países la proporción de trabajadores inmigrantes. Los trabajadores con alguna discapacidad es otro de los grupos que necesita atención
específica.
La Directiva Marco 89/391 /ECC establece la
necesidad de atender a los grupos de trabajadores
especialmente sensibles a los riesgos laborales o a
algunos de ellos. Aunque la Directiva Marco no
establece cuáles sean estos grupos, un documento
ulterior (EU-OSHA, 2009) recoge y propone algunos de los más importantes relacionados con
la mayor vulnerabilidad y desprotección social.
En cualquier caso, la población laboralmente vulnerable no puede reducirse a los grupos más reconocidos, sino que tiene que incluir variantes
complejas con frecuencia difíciles de acotar, como
puede ser la religión practicada, la orientación
sexual, la identidad de género, la lengua vernácula, el color de la piel y una mezcla indefinida de
todos ellos (Paludi, Paludi y DeSouza (2011). Lamentablemente, las conductas de discriminación
laboral necesitan muy pocos estímulos.
6.1. El factor edad
Actualmente en el mercado laboral hay tres
generaciones. La generación del baby boom, nacida entre los años 1946-64, que tuvo su infancia
en los años más duros de la postguerra civil española y que creció en situaciones de pobreza, en
los años del estraperlo y las restricciones, pero que
ha vivido también los años de la transición y la
experiencia de un sistema democrático. La generación X, nacida entre los años 65- 80, la generación que creció en los últimos años del franquismo y que como adolescente vivió el transito al
sistema de partidos políticos y una nueva constitución democrática, y que se ha desarrollado en
una sociedad de consumo, hipoteca y medios de
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comunicación cada vez más creciente. La generación Y nacida a partir entre los años 80-2000 y
que ha crecido en los albores de una nueva sociedad de la comunicación y las redes sociales,
Internet, los teléfonos inteligentes, y también con
la eclosión de la crisis económica europea y española que ha impuesto la austeridad y los recortes
generalizados a las economías empresariales, a las
familiares y a las personales. Como puede entenderse, las características laborales de cada una de
ellas son claramente diferentes, y tienen expectativas, valores y reclamaciones diferentes en el trabajo.
6.1.1. El trabajo de los mayores
A nivel europeo, suele reconocerse como trabajadores mayores al grupo comprendido entre
55 y 64 años, lo que corresponde a la generación
de los baby boom, la que tiene actualmente más
de 55 años de edad. En la Europa actual de los
27, este grupo se ampliará en los próximos años
hasta alcanzar un 16,2 por 100, unos 9,9 millones
en total, debido a la mejora de la esperanza de
vida y a las bajas tasas de fertilidad (European
Commission, 2012). Eso supondrá la población
laboral con mayor edad que Europa haya tenido
nunca. En algunos países la tasa superará el 30
por 100 o más de la población trabajadora, lo que
puede llegar a suponer una disminución importante de la productividad global. En España,
mientras que la tasa de empleo de trabajadores
de más edad (55 a 64 años) ha crecido desde el
39,2 por 100 en 2001 al 43,6 por 100 en 2010,
todavía se encuentra por debajo de la media de la
UE27.
En el grupo de trabajadores mayores, la recesión económica ha creado algunos problemas
nuevos añadidos, como es el retraso continuado
de la jubilación y los problemas derivados de la
población laboral por encima de los 65 años.
Como se desprende de la Encuesta Europea sobre
Fuerza de Trabajo (OIT, 2012), la tasa de empleo
de la población de entre 65 y 69 años en la EU27
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ha pasado del 8,8 por 100 en 2005 al 10,5 por 100
en 2011; en España las cifras se sitúan en 4,5 por
100 y 5 por 100, en el mismo período, un margen
de crecimiento importante. La edad media efectiva de salida en España del mercado de trabajo en
2010 fue de 62,9 años, superior a la media de la
UE27 (62,1 años).
6.1.2. El trabajo de los jóvenes
En el año 2005, en la EU-25 estaban empleados 20,4 millones de jóvenes menores de 24 años,
lo que correspondería a una tasa de trabajo del
10,4 por 100 representando una tasa de empleo
del 36,4 por 100 cuando la tasa general de la población era de 63,6 por 100 (EU-OSHA, 2007b).
A partir de esos momentos, debido a la crisis económica occidental y europea, la tasa de empleo
ha disminuido en todos los países miembros, lo
que indica un alto nivel de vulnerabilidad del grupo poblacional a las crisis económicas.
A partir de los comienzos del siglo XXI, especialmente en la Europa sudoriental se comenzó a hablar de los jóvenes «nini», aquellos que
ni estudian ni trabajan y que se describen como
jóvenes desanimados para emprender cualquier
tipo de tarea que comprometa un futuro ante la
falta de expectativas y esperanza de cualquier
resultado prometedor (Kolev y Saget, 2005). En
2008 suponían el 13,9 por 100 de los europeos
de 18 a 24 años y en 2010 eran ya el 16,5 por
100, según el Centro Europeo para el Desarrollo
de la Formación Profesional (Cedefop). En España, la categorización llegó unos años más tarde para describir a los jóvenes que no podían
obtener ningún trabajo ni tenían medios para
poder seguir unos estudios que mejorasen sus
competencias profesionales. En 2011 se daba una
tasa del 22,4 por 100 de los jóvenes ocupando el
quinto puesto de la Unión Europea. El mantenimiento de esta situación tiene el riesgo de llevar estos jóvenes a la exclusión social, a una posición antisistema y a su pérdida como fuerza
laboral de futuro.
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Uno de cada cuatro trabajadores jóvenes de
Europa lo son a tiempo parcial, con puestos de
trabajo que suelen tener peores condiciones ambientales, un horario irregular con fines de semana
y horas nocturnas. Sólo el 3,7 por 100 de los trabajadores autónomos en Europa eran jóvenes trabajadores, no pasando en ningún país la tasa del
7 por 100. Las encuestas Europeas suelen indicar
que los trabajadores jóvenes tienen en general peores condiciones físicas, tales como ruido, temperatura, vibraciones y manejo de sustancias tóxicas.
En cuanto a los riesgos psicosociales, los jóvenes trabajadores suelen estar más expuestos debido a su menor seguridad contractual y a su menor autonomía y ascendencia laboral, lo que los
hace especialmente susceptibles de incidentes relacionados con el acoso, laboral y sexual. Una
población de alto riesgo suelen ser mujeres jóvenes trabajando en hoteles y restaurantes. Otro
riesgo de alta probabilidad en esta población es
la violencia en sus diferentes formas.
Los planteamientos laborales de los más jóvenes con preparación y algún tipo de formación
académica han cambiado. Sus exigencias ante el
trabajo han aumentado, especialmente ante los
contenidos del trabajo y su marco laboral y social.
Las expectativas ante lo que las organizaciones
pueden ofrecerle se han hecho mayores y ha aumentado la renuencia a aceptar puestos que no
satisfagan tales condiciones. Según Twenge y
Campbel (2010) los jóvenes actuales requieren
puestos de trabajo en los que puedan sentirse
miembros de un grupo, que le permitan alguna
autonomía y con capacidad de desarrollo profesional. No obstante, esta tendencia que se había
mostrado consistente hasta 2010 parece haber sufrido variaciones como consecuencia de la crisis
laboral generalizada.
6.2. Trabajadores con discapacidad
La discapacidad, en cualquiera de sus formas
se ha utilizado frecuentemente como un factor de
discriminación, no obstante en los últimos años,
la consideración del derecho al trabajo como un
derecho universal, la reevaluación positiva de los
RRHH y la relativización de las discapacidades
ha replanteado el tema (Alcover de las Heras y
Pérez Torres, 2011). La OIT define al trabajador
discapacitado como toda persona cuyas posibilidades de conseguir, recuperar y avanzar en el empleo se hallen realmente reducidas a causa de una
deficiencia física debidamente reconocida, sensorial, intelectual o mental.
Las tasas habituales de desempleo de las personas con discapacidad suelen ser llamativamente más altas que las tasas de la población general,
al margen de las posibles tareas y del nivel de discapacidad, sin duda alguna por el estigma social
asociado a cualquier forma de discapacidad. A
nivel mundial, en 2005 la tasa de personas con
discapacidades empleadas era del 38 por 100 frente a un 78 por 100 de empleo de las personas sin
discapacidades. Otro elemento de discriminación
es el salario que suele ser marcadamente inferior
al de otros trabajadores en el mismo puesto de
trabajo. Un tercer factor de discriminación son
los prejuicios acerca de su productividad.
La discriminación varía en función del tipo de
discapacidad. Los datos parecen indicar que la
discriminación más alta se da en las discapacidades psiquiátricas en las que la tasa de de-sempleo
alcanza hasta un 90 por 100 (Larson et al., 2011),
siendo menor en discapacidades motoras y en discapacidades mentales leves. No obstante, las tasas
varían en función del tipo de ocupación. Un supuesto generalizado es que la discapacidad va
asociada a menores competencias técnicas y profesionales.
Los datos disponibles de la Encuesta sobre
Discapacidad Autonomía Personal y Situaciones
de Dependencia (EDAD, 2008) proporcionan una
tasa de paro de la población con alguna discapacidad del 20,3 por 100 frente al 10,6 por 100 de
la población general en ese momento. El Informe
Olivenza de 2010 consideraba que el empleo de la
población con discapacidad se asociaba al contra© Ediciones Pirámide
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to indefinido en un 25,95 por 100 y el 74,05 por
100 a contratos temporales, lo que suponía una
disminución notable de los indefinidos y un aumento de los temporales, lo que indicaría la vulnerabilidad de esta población a las situaciones de
crisis.
Según Alcover de la Hera y Pérez Torres
(2011), los riesgos psicosociales en esta población
pueden ser superiores a la población general debido a los posibles elementos de discriminación,
infravaloración y desarrollo de conductas de abuso. No obstante, lamentablemente, apenas si existen estudios sobre estos aspectos. La OIT (2003)
reconoce que las mujeres con discapacidades sufren mayores tasas de violencia y abusos sexuales.
6.3. El trabajo de los inmigrantes
La inmigración ha supuesto para Europa, y
especialmente para España, el factor más importante de crecimiento demográfico (EU-OSHA,
2007b). Aunque la procedencia puede ser muy
diversa, la fuente de origen de la inmigración tiene dos parámetros básicos: las antiguas colonias
de los países europeos y las latitudes geográficas
más próximas. Un factor de gran importancia
desde la perspectiva de Salud Laboral es el nivel
de cualificación de los trabajadores inmigrantes.
Aunque la diversidad puede ser muy grande, en
la mayoría de los trabajadores la cualificación es
básica y suelen incorporarse al trabajo de mano
de obra no cualificada.
Tal como han recogido Gálvez Herrer, Gutiérrez García y Zapico Martínez (2011), existe una
progresiva feminización de los flujos migratorios,
concretamente en España este aspecto es especialmente claro entre el colectivo de nacionalidades
iberoamericanas. Por el contrario, hay más varones en la mayoría de las nacionalidades africanas
y asiáticas. Según las mismas autoras, existen claras variaciones en la ocupación en función de la
nacionalidad; mientras los residentes comunitarios estarían más presentes en profesiones libera-
/ 53
les en sus diferentes modalidades, los inmigrantes
de los países del este estarían más presentes en las
tareas de construcción y los inmigrantes procedentes de América latina estarían más presentes
en la hostelería y en el sector doméstico. Los marroquíes serían una población ocupada básicamente en el sector primario.
Las condiciones de trabajo suelen ser marcadamente diferentes para los trabajadores inmigrantes, empezando por las condiciones contractuales (Tezanos y Díaz, 2008). Por ejemplo en
España en 2007, mientras que solo un 27 por 100
de españoles tenían contrato temporal, este era el
tipo de contrato prevalente en los inmigrantes, un
52,6 por 100. El marco social del contrato laboral
tiene caracteres diferentes en la población nacional y en la población inmigrante. En la población
nacional la opción de un contrato laboral es sopesada y valorada comparativamente con el resto
de la población, mientras que en la inmigración
suele ser aceptada al margen de sus condiciones,
considerándola como un valor primario, como
fuente necesaria de ingresos para la subsistencia
personal y para la remesa de apoyo económico
familiar. Este contexto favorece las prácticas abusivas.
Aunque las condiciones ambientales de trabajo son compartidas con el resto de la población
trabajadora, las condiciones reales suelen ser habitualmente menos favorables al ocupar frecuentemente los lugares menos deseados y atender las
tareas más exigentes y peligrosas. Tezanos y Diaz
(2008) consideran que los trabajadores inmigrantes tienen mayor tasa de accidentabilidad. El INSHT (2008) confirma tasas más altas de accidentabilidad en inmigrantes que en nacionales, tanto
por lo que respecta a la tasa total como a la tasa
de accidentes graves. A nivel europeo, los datos
de algunos países muestran que la percepción de
las condiciones de trabajo es peor en los trabajadores inmigrantes, así en Austria un 37 por 100
de inmigrantes consideran amenazantes las condiciones de trabajo, mientas que solo lo consideran amenazantes el 16 por 100 de trabajadores
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austríacos. En España, según datos del Ministerio
de Trabajo, un 8,4 por 100 de cada 100.000 trabajadores inmigrantes tienen accidentes mortales,
lo que sólo ocurre con el 6,3 de los trabajadores
nacionales. (EU-OSHA, 2009).
El patrón general del trabajador inmigrante se
caracteriza por tener malas condiciones contractuales y ambientales y un perfil de mayor discriminación social y laboral. En el trabajador inmigrante suelen darse tanto la discriminación
relacionada con las condiciones contractuales,
ambientales y físicas, como la relacionada con la
discriminación psicosocial. Efecto de una y otra,
y resultado de los problemas generales de adaptación, no es extraño la aparición de problemas
de aculturación social y laboral (Bhagat, Davis y
London, 2009).
7. EL TRABAJO INFORMAL
Con frecuencia el trabajo informal supone un
recurso de supervivencia, es lo que permite a algunos grupos laborales niveles mínimos de subsistencia. Desde esta perspectiva este tipo de trabajo
tiene una función social y no puede suprimirse sin
ser sustituido por otras formas de trabajo de mayor consistencia y estabilidad. Como trabajo informal supone no pocos problemas para la salud
laboral. Según el informe de la OMC y la OIT
(2009), la crisis económica mundial actual ha supuesto el desplazamiento de masas enormes de
trabajadores al empleo informal.
Las consecuencias del empleo informal son
nocivas. En primer lugar las condiciones de trabajo carecen de todo tipo de control, de forma
que se organizan sin atender a la seguridad y a la
salud en el trabajo, sino exclusivamente al resultado y al ciclo productivo. Las condiciones ambientales de trabajo son descuidadas, relegadas
como elementos irrelevantes, y las horas de trabajo aumentadas desconsideradamente, incluso
sin remuneración económica compensatoria. Las
consecuencias para la seguridad y la salud de los
trabajadores son altas, afectando tanto a la multiplicación de accidentes como a la morbilidad
laboral, física y mental, sin que haya ningún tipo
de contraprestación y atención sanitaria. Por otra
parte, la necesidad de mantener el puesto de trabajo a pesar de las molestias y problemas que se
puedan resentir, hace difícil la prevención pues el
daño a la salud sólo se hace evidente cuando se
convierte en un problema para la continuidad de
la cadena productiva.
Pero los problemas no son solo individuales,
son también nacionales, no sólo por el coste de la
población que resulta afectada, sino por la inevitable reducción de la calidad del producto y la
disminución de la capacidad de exportación del
país. Según OMC y OIT un 10 por 100 de mercado informal supone un descenso del 10 por 100
de la capacidad de exportación. Igualmente la
vulnerabilidad macroeconómica del país aumenta
(OMC y OIT, 2009).
El subempleo es otro problema no siempre
menor. Aunque no existe una clara delimitación
conceptual, es el empleo a tiempo parcial de forma no voluntaria por un número de horas inferior
al querido por la persona. Se suele también incluir
como subempleo al trabajo que es inferior a la
cualificación profesional del trabajador. En primer lugar, es un tema al que se ha prestado escasa atención, tanto a sus causas como a sus consecuencias (Prouse y Doodley, 1997). Tanto el
subempleo como el sobreempleo tienen efectos
perniciosos sobre la salud. Sokejima y Kagamimor (1998) han encontrado que existe una mayor
probabilidad de tener problemas cardiovasculares
graves como el infarto cardiaco en situaciones de
sobreempleo laboral manifiesto.
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Sociología de la salud laboral
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CONCLUSIONES
Partiendo del punto de vista inicial de este trabajo, las perspectivas no pueden ser voluntaristas,
no pueden depender sólo de sus protagonistas,
trabajadores, empleadores y organizaciones, sino
que dependen del desarrollo económico y social,
local y global, a pesar de que en los momentos
actuales las perspectivas son como mínimo inciertas. Pero el futuro posible de la salud laboral no
depende exclusivamente de los vaivenes económicos sino que pasa necesariamente por la voluntad
política organizacional y social.
La tendencia continua manifestada en los últimos años a acentuar la flexibilidad de las organizaciones puede llevar a la pérdida de la propia
identidad organizacional y al abandono de la relación contractual psicológica. Hay datos constantes de una merma progresiva del contrato psicológico entre empresas y trabajadores (Robinson
y Rousseau, 2008). Si se mantiene la tendencia, se
corre el riesgo de perder el verdadero motor de la
dinámica organizacional y se pierde con ello una
de las motivaciones más centrales de la persona
(Jacoby, 2008), la capacidad para la acción conjunta organizacional.
Las organizaciones y su acción son demasiado
importantes para depender solo de ellas mismas,
necesitan del marco de la sociedad civil y sus instituciones como contrapunto de su actividad. La
Responsabilidad Social Corporativa no consiste
en un simple alargamiento de la actividad económica de la organización, sino en una interacción
necesaria para gestionar sus propios objetivos.
Parte de esa interacción viene dada por la actividad jurídica y legislativa del mismo estado (Leka,
Jain, Zwetsloot, Vartía y Pahkin, 2008).
Finalmente, el futuro social de la Salud Laboral depende en gran medida de la perspectiva cívica y social que adopte el mercado del trabajo.
Adoptando la perspectiva de la obra de Richard
Sennett (1978, 2000, 2003,) habría que reivindicar
la necesidad de recuperar la dimensión pública y
social del trabajo, lo que implica la justicia organizacional (Colquitt, 2001) y el criterio ético en
su ejercicio (Cortina, 1994).
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