JOSÉ MARÍA LUENGO
Y LA ARQUITECTURA POPULAR
DE LA MARAGATERÍA
Javier Pérez Gil
Universidad de valladolid
José María Luengo y Martínez (1896-1991), arqueólogo, historiador y literato, es una de las iguras
descollantes en el panorama cultural leonés del siglo
XX. A pesar de haber pasado la mayor parte de su
vida fuera de León, su incansable actividad y la ligazón afectiva que siempre profesó a la provincia y
a su Astorga natal le ijaron como un referente para
las mismas. Su formación y desempeño profesional
estuvieron enfocados a la Administración, pero sus
tempranas inquietudes culturales le llevaron a ocupar distintos cargos relacionados con el Patrimonio,
como el de secretario de la Comisión provincial de
monumentos de León o el de comisario y delegado
de Excavaciones de la provincia de La Coruña, así
como a llevar a cabo una amplia labor como historiador –fue correspondiente de la Academia de la Historia desde 1929– y arqueólogo (trabajos en Valderas,
Elviña, Meirás, Astorga…).
Precisamente como consecuencia de esta conluencia de aiciones y querencias –por la Arqueología, por
el Patrimonio, por su tierra– desarrolló también una
destacada labor en relación a la Arquitectura popular, labor que nos proponemos ahora analizar en su
propio contexto, para aquilatarla; y en relación a las
perspectivas patrimoniales actuales, para reconocer la
radical evolución experimentada por la disciplina en
las últimas décadas.
LA ARQUITECTURA POPULAR DE LA MARAGATERÍA (1923-1995)
Aunque póstuma, La arquitectura popular de La
Maragatería (1995) es la obra de toda una vida. Iniciada en la década de 1920, consiguió el segundo premio al mejor libro leonés en el concurso organizado
por la Diputación Provincial con motivo de la Fiesta
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del libro leonés celebrada el 20 de enero de 1936. La
presentó bajo el lema “Do mis armas se posieron /
movella jamás podieron”, tomado de los Osorio, marqueses de Astorga. Sin embargo, aunque el galardón
conllevaba su publicación –sujeta a una serie de cambios formales1– el obligado lapso de la Guerra Civil,
su nombramiento como Comisario de Excavaciones
arqueológicas en la provincia de La Coruña (1939)
y la necesidad que él mismo reconocía de actualizar ciertas partes a la luz de las últimas publicaciones sobre Arqueología, Etnografía y los maragatos,
le disuadieron de hacerlo en aquellos momentos. El
estudio quedó así inédito aunque preparado para incorporar los nuevos datos e ideas que su autor siguió
recolectando a lo largo de su vida. Finalmente, ya octogenario y liberado de otras obligaciones, pudo concluir aquel proyecto de juventud, que sin embargo no
se llevaría a imprenta hasta cuatro años después de su
fallecimiento2.
Si bien la redacción discontinua –mejor que dilatada– de la obra no permite atribuir toda su estructura y
contenido a la base inicial presentada al concurso de
1936, los aspectos que más nos interesan de aquélla
(concepto, objetivos, metodología) pueden extraerse
sin diicultad del resultado inal. A través de su identiicación podemos advertir tanto el valor y características de la obra, como el sustancial cambio que media
o debería mediar entre la concepción del objeto de
estudio en aquellos tiempos y la que, en nuestra opinión, debería aplicarse en la actualidad; un cambio
tan diferente y cierto como las ocho décadas que las
separan y que en absoluto pretende establecer aquí
juicios postergados, sino más bien dejar constancia de
esa distancia temporal y de la consiguiente e irremediable evolución que ha experimentado el moderno
concepto de Patrimonio Cultural3.
Las dos décadas previas al estallido de la Guerra
Civil fueron sin duda propicias para la aparición de
estudios sobre Arquitectura popular leonesa. En un
contexto provincial marcado por la exaltación regionalista de los valores autóctonos y en el marco del descubrimiento y creciente interés por las construcciones
tradicionales, León contaba además con una magníica generación de intelectuales dispuesta al estudio de
esas obras hasta entonces ignoradas, por no decir que
denostadas, como dejó bien claro Joaquín de Ciria y
Vinent al referirse en 1908 a las casas de Foncebadón:
“La impresión que en nuestro ánimo produjo la vista
de aquellas míseras viviendas, no pudo ser más desagradable. ¡Cómo vive aquella pobre gente! ¡Luego
nos extrañaremos de que emigren!”4.
Las causas de esa inédita aición por la arquitectura popular –así denominada con preferencia por
considerarse emanación directa del Pueblo– eran
variadas y respondían a objetivos igualmente heterogéneos, lo que explica su difusión y éxito. Nosotros
hemos identiicado de manera general dos corrientes
de aproximación: una que consideraba esta arquitectura como in u objeto de estudio y otra que la veía
como un medio5. La primera englobaría los enfoques
etnográico-folclóricos y geográicos, y entendía las
construcciones como un testimonio que había que
estudiar; la segunda estaba principalmente integrada por arquitectos (también presentes en la anterior),
desde historicistas hasta modernos, interesados en las
enseñanzas que aquéllas podían proporcionar para el
campo de la Arquitectura contemporánea.
El origen de este interés por lo popular habría que
remontarlo al siglo XIX, cuando surgió al amparo de
las escuelas regionales de folcloristas, especialmente preocupados por las tradiciones literarias y musicales6. Sin embargo, quizás haya que reconocer con
García Mercadal que los estudios sobre la materia no
alcanzaron cierta madurez hasta inales del primer
tercio de siglo: “todo lo anteriormente escrito sobre
este tema es de un carácter fragmentario; breves artículos o ensayos… que se encuentran diseminados en
folletos o revistas”7.
Fue, efectivamente, en esos años cuando vieron la luz
algunas de las obras más importantes de la bibliografía
española sobre Arquitectura popular. Tal fue el caso de
La vivienda popular en España (1934)8 de Leopoldo
Torres Balbás, la cual había presentado diez años antes
con el título La arquitectura popular en las distintas
regiones de España al premio Charro-Hidalgo del Ateneo de Madrid (1923). El texto tuvo una gran difusión
y trascendencia incluso con anterioridad a su publicación, pues su manuscrito circuló entre otros investigadores, como el citado García Mercadal, que lo consultó
para su obra La casa popular en España (1930).
La obra de Luengo, su estudio originario, surge,
pues, en ese preciso contexto. En su introducción,
el autor coniesa que empezó a esbozarlo en 1923 y
1933, cuando pudo estudiar, “casa por casa, los más
interesantes poblados de la Alta Maragatería, con las
zonas a ésta allegadas, que es donde se conservan
con mayor pureza las características constructivas de
los remotos aborígenes, y, por lo tanto, en las que se
puede apreciar con claridad el desarrollo evolutivo de
las formas y accesorios, pudiéndose así rastrear los
arquetipos originarios”9.
Tal advertencia y declaración de intenciones revela
algunas de las claves de su obra. En primer lugar, sus
objetivos, que tienen un marcado enfoque arqueológico. Luengo entendía la arquitectura vernácula ante
todo como un documento, impregnado sin duda de
ese sentido étnico de la expresión “popular”, donde
podía reconocerse el espíritu de aquellos “aborígenes” (razón por la que dedica una atención destacada a los astures), pero especialmente como vestigio
válido para llegar a los “remotos” precedentes, a los
“arquetipos originarios”. Con un cierto sentido evolucionista, atribuye a los objetos arquitectónicos ese
valor testimonial como eslabones de una secuencia
continuada de formas que es posible y preciso determinar.
Rabanal del Camino. A la derecha, casa arriera con restos de las
pilastras del piso noble. Dibujo de J. Mª. Luengo (La Arquitectura, p. 181).
Para ello llevó a cabo un profundo trabajo de campo, centrado en clave difusionista en la Alta Maragatería y aledaños por conservar “con mayor pureza” las
características constructivas. “Casa por casa”, ese exhaustivo reconocimiento presencial, al que no podía
sustraerse por su iliación arqueológica, fundamentó
su metodología, y suponemos que lo desarrolló de
manera acertada, habida cuenta de su relación de paisanaje con aquellas comunidades (lo que facilitaría
tanto los accesos a las casas como la interacción con
sus propietarios) y a la luz también de los resultados
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gráicos aportados. Por lo demás, sospechamos que
Luengo debió estar bastante inluido por la obra Hórreos y palaitos de la Península Ibérica (1918) que el
antropólogo polaco Eugeniusz Frankowski publicase
unos pocos años antes. Frankowski estudió dichas
construcciones con el mismo espíritu arqueológico
evolucionista, de manera diacrónica y relacionada
aunque considerando los hórreos como “reliquias”
de estadios primitivos, emparentándolos incluso con
“el arte de rellenar las paredes de varas entrelazadas
usado por los salvajes habitantes de ciertas partes del
mundo”10 e identiicándolos, pues, como eslabones
consecutivos a la célebre cabaña caribeña del positivista G. Semper. En este sentido, la obra de Luengo
presenta indudables paralelismos con la de Frankowski, tanto metodológicos como en el seguimiento que
hace de su teoría de la arquitectura palafítica a la hora
de proponer la inluencia arquitectónica berciana sobre las casas altas maragatas11; e incluso llegó a dedicar sendos apartados de su libro Esquema de la Arquitectura civil en El Bierzo (1967) al “palaito” –así
denominado para referirse a un pajar en Folgoso de la
Ribera y a los hórreos– y a las casas “semipalafíticas”
o casas de corredor12.
la arquitectura maragata13. En efecto, aunque Torres
Balbás recorrió buena parte del territorio español para
conocer de primera mano las construcciones que iba
a analizar, pasó prácticamente por alto las maragatas.
En su lugar, despachó toda la arquitectura de la meseta leonesa remitiendo al lector al artículo de su íntimo
y malogrado amigo Gustavo Fernández Balbuena “La
arquitectura humilde de un pueblo del páramo leonés”
(1922)14, por considerar que “aunque este trabajo se
reiere tan sólo a un pueblo, pueden hacerse extensivas las descripciones a todos ellos”. Sin embargo, esa
generalización no era pertinente y suponía equiparar
comarcas tan variadas como la Cabrera Alta, el Páramo, Omaña, la Sobarriba, la ribera del Valderaduey o
la propia Maragatería, algo con lo que el astorgano no
podía estar de acuerdo.
El libro se estructura en tres partes principales. La
primera –“prolegómenos”– abarca cuatro capítulos
con una contextualización geográica e histórica especialmente atenta, como hemos dicho, al periodo astur
por considerarlo el origen ancestral de la arquitectura
somozana. La segunda parte se dedica a “las casas
de La Maragatería” a través de una serie de capítulos
que enuncian 19 tipos arquitectónicos, así como una
descripción de elementos, mobiliario y construcciones auxiliares. Y la tercera, por último, incluye unos
comentarios inales y un nutrido cuerpo de apéndices
temáticos y documentales.
DE LO POPULAR A LO VERNÁCULO
Castrillo de los Polvazares. Vista del conjunto desde la calle Real.
(Foto: autor)
Sí puede extrañar, sin embargo, la omisión de Luengo a la obra de Torres Balbás, publicada en 1934 y
siendo como probablemente es la más trascendental
de la bibliografía española sobre Arquitectura popular
del siglo XX. En un plano académico y metodológico, que es el único que somos capaces de valorar,
es posible que ello se deba al enfoque más arquitectónico del estudio del madrileño y quizás también
por el tratamiento vago e incorrecto que éste dio a
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Compuesta la obra según ese orden, todo su discurso se caracteriza por un peril analítico arqueológico
especialmente interesado en la construcción como
documento material, documento cuyo principal valor
radicaría precisamente en su capacidad de explicar
una determinada evolución histórica y formal. Se trata, pues, de un discurso coherente con los objetivos
investigadores de su autor y perfectamente contextualizable en esas primeras décadas del siglo XX como
herederas de la tradición del XIX. Sin embargo, por
más que esa concepción formalista (al menos en su
vertiente más arquitectónica-constructiva) haya sido
unánimemente mantenida hasta nuestros días, creemos que hoy podrían hacerse algunas observaciones
que dejarían en evidencia su validez actual en virtud
del radical cambio experimentado tras el paso del
paradigma del “monumento histórico-artístico” (en
el que la Arquitectura popular se incluyó a través de
sus valores documentales y pintorescos) al de “Patrimonio Cultural”, que posee una caracterización más
compleja y amplia y donde la Arquitectura vernácula
está en disposición de reivindicar un sitio propio que
hasta el momento no se le ha dado15.
La secular concepción formalista, que considera el
resultado material como in de la investigación, se
maniiesta en el trabajo de Luengo en su afán analítico y clasiicador, afán común en la tradición de la
disciplina, que históricamente ha buscado reducir a
categorías y tipos todo el heterogéneo universo de
las obras populares. Se pretendía así dotar de lógica
y orden a un conjunto que de otra manera sería más
difícilmente aprehensible, y dicho orden se realizaba
por medio de un criterio formal, pretendidamente evidente. En el caso de Luengo, su iliación arqueológica
se aprecia en este respecto a través de su interés por
determinar los caracteres evolutivos de los distintos
tipos y elementos, así como en el detalle gráico de
algunas de sus láminas.
Tipos de ventanas. Permeabilidad cultural de la arquitectura vernácula histórica. Dibujo de J. Mª. Luengo (La Arquitectura, p.
199).
Sin embargo, ese entendimiento formalista o materialista de las construcciones tradicionales obvia, en
nuestra opinión, el carácter deinitorio de las mismas
como testimonios culturales especíicos. Nos estamos reiriendo a su valor antropológico, valor que
trasciende dichos formalismos por conllevar un paradigma muy diferente, centrado en el proceso, que
considera esas obras como resultado de la Cultura
de una comunidad, como expresiones materiales que
nos informan sobre esos otros valores culturales, y
no como meras expresiones materiales con valor en
sí mismas, aunque también tengan su importancia arquitectónica.
Esa clasiicación tipológica, tan propia de las Ciencias como imposible en las Humanidades, tiene en
Luengo el referido carácter evolucionista. Sus tipos
arquitectónicos, más que modelos, son secuencias de
un mismo proceso, aunque éste no sea único y universal, sino condicionado por cada medio geográico:
“mientras que en El Bierzo es posible el desenvolvimiento sobre un origen palafítico, dado su clima
húmedo… no lo es, sin embargo, en La Maragatería,
de tierra, permanentemente, seca, de antigua zona
esteparia, donde, por mucha sequedad de su suelo,
jamás debió sentirse la necesidad de la erección de
palaitos”16.
El discurso de Luengo se desarrolla así a través
de los diferentes tipos evolutivos de la arquitectura
maragata: desde las viviendas de tipo conglomerado
–que no duda en considerar reliquias célticas– a las
casas bloque con piso alto –“de oriundo carácter protohistórico”–, y hasta las casas de arrieros, que considera ya de tipo romano. Sin embargo, dicha evolución se detiene en un momento impreciso cercano
a los tiempos del autor: “La Maragatería, por varias
motivaciones, se está perdiendo lamentablemente, y
malísimos augurios se presentan para la conservación
de la arquitectura rural de esta típica zona leonesa,
cuyos pueblecitos se van despoblando, lo que origina
el consiguiente derrumbamiento de sus abandonados
ediicios”17.
Esta convicción en la irremediable pérdida de un
legado valioso es común a la inmensa mayoría de
investigadores que se han aproximado a la arquitectura vernácula desde hace más de un siglo –a toda,
no sólo a la maragata–, y en último término es también la razón principal que consolidó el progresivo
interés social e institucional por las construcciones
tradicionales, pues las políticas de conservación –en
Patrimonio y tantos otros ámbitos de la vida– suelen
activarse especialmente ante la advertencia de un peligro inminente de pérdida. Así, el astorgano caliicaba de “perentoria necesidad” la catalogación de una
arquitectura en peligro de extinción y que él mismo
pretendía ayudar a documentar, como efectivamente
hizo: “dentro de poco tiempo, no quedará más que
los nombres, como referencias de que dichos pueblos
existieron, y de algunos de ellos se tendrá idea de su
coniguración gracias a la información recogida en
este libro”.
Sin embargo, habría que preguntarse si lo que estaba
desapareciendo era la arquitectura vernácula maragaArgutorio 36 - II s em es t r e 2 0 1 6 -
25
ta o la arquitectura vernácula maragata de los (ya desaparecidos) tiempos pretéritos, esto es, lo que nosotros denominamos vernáculo histórico18. Esto último,
sin ser positivo, no debería llevar a unas conclusiones
tales, pues es lógico que a cada tiempo corresponda su cultura y sociedad, y que cada una plasme sus
consecuentes expresiones culturales, pues reproducir
otras precedentes y ajenas resultaría extemporáneo.
Ahora bien, eso no signiica que haya desaparecido
ni la Maragatería, ni su cultura (los maragatos), ni sus
expresiones arquitectónicas.
Val de San Lorenzo. Casa con el sedimento de sus sucesivos estratos históricos. (Foto: autor)
Los valores de la arquitectura vernácula, antes que
materiales y formales, son antropológicos, culturales. Las viviendas y el resto de construcciones de una
comunidad contienen signiicados valiosos para comprender la misma y deinir su identidad. Obviamente,
cuanto más cerrada en sí misma viva esa comunidad
menos relación tendrá con el resto y más diferente y
especíica será percibida, entre otras razones porque la
identidad es un proceso que tiene mucho que ver con
la diferenciación (nos identiicamos en contraposición a
otro término). En este sentido, la comarca maragata forjó una caracterización claramente deinida que el propio
Luengo no dudaba en resaltar19 y que parecía difuminarse ya en su época a medida que lo que hoy denominamos Globalización tendía a homogeneizar los comportamientos de todo el planeta. Pero eso no signiica
que hasta entonces se hubiese conservado incólume, tan
prístina como algunos podían entenderla desde tiempos
remotos, ni mucho menos que desapareciese. Es más,
según sus mismos principios evolucionistas, ¿no habría
que entender la nueva situación como un estadio más en
ese proceso natural de continua transformación?
26
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La principal razón que ha motivado la consideración generalizada de la desaparición de la arquitectura vernácula (popular, tradicional) estriba en la falta
de conceptualización de que adolece ese Patrimonio
especíico. Tradicionalmente se ha dado un valor determinante a los valores formales, al resultado material, siguiendo los mismos criterios del decimonónico
concepto de “monumento” (histórico y artístico), del
que paradójicamente se suponía que la obra popular
era antagonista. Según ese planteamiento, el material
–preindustrial– adquirió un protagonismo máximo a
la hora de identiicar lo que era y no era vernáculo,
pero este argumento tan supericial amenazó toda la
interpretación del sistema tan pronto como los materiales preindustriales comenzaron a desaparecer
de unas sociedades que ya no eran preindustriales.
Luengo participa de esta consideración que, por otra
parte, ha sido asumida o incuestionada por la mayoría de investigadores hasta nuestros días, pero en su
caso el interés, así por el material como por los tipos,
estaba además reforzado por su enfoque arqueológico. Entendidas las obras como eslabones directos
de aquella secuencia evolutiva, como reliquias materiales, un cambio formal tan radical como el que
experimentaba la arquitectura maragata del siglo XX
amenazaba el futuro rastreo de los “arquetipos originarios”. Su interés por la arquitectura vernácula, legítimo en cualquier caso, estaba más enfocado hacia
el conocimiento del pasado que hacia la interpretación del presente.
En 1951 Luengo publicó un artículo en el que manifestaba muy bien esas convicciones e intereses, su
despreocupación por las nuevas expresiones arquitectónicas y aun su desdén hacia ellas, por considerar
que conllevaban la pérdida del “alma de los pueblos
viejos”. Lo hizo de la mejor forma que hubiera podido hacerse, con una impecable prosa intimista que
impregnaba de sentimiento una idea, la de Arquitectura popular, igualmente asociada a las representaciones simbólicas.
Como los seres humanos, los pueblos tienen
también un cuerpo y un alma, con los cuales,
nos atraen o nos repelen, produciéndonos esas
sensaciones de simpatía o de antipatía que son
los nuncios del afecto o del despego. Como hay
seres acicalados y petimetres que nos empalagan, así acontece con los pueblos muy arregladitos, muy nuevecitos, con sus casas geométricas, como amontonamientos de cajas de pasas,
sus calles rectas, con la monotonía de todas las
producciones en serie, en las que se adivina una
alma turbia, digna, por supuesto, de caparazón
de cemento armado que le sirve de externo
continente, y que trasciende a adocenamiento
espiritual… A un pueblo de esos mal puede ha-
cérsele conidente de nuestras sensaciones espirituales, es un pueblo niño que nada sabe de
afectos ni de dolores y que sólo atiende de interés y comodidad física: ¡Sólo es material! Mal
pueblo para hacer amistad con él, sólo es aceptable como punto de paso, pues no ha de dejar en
nuestra subconsciencia ninguna huella que nos
lo recuerde: ¡carece de personalidad, como los
trajes de almacén!20
Sin embargo, y a pesar de la legitimidad de sus objetivos especíicos, el discurso de Luengo, como el de
buena parte de la bibliografía sobre el tema, presenta
ciertos conlictos que, en este caso, se pueden entender incluso como contradicciones latentes. En efecto,
como base de su propia interpretación, airma que las
arquitecturas han evolucionado, recibiendo modiicaciones “al adaptarlas a las necesidades de los diferentes modos de vida”21. Ni siquiera los materiales han
sido siempre los mismos, como él mismo advierte al
citar la existencia de casas de paja en la ciudad de Astorga en el siglo XVI, paja que con el tiempo dio paso
a la teja y que a principios del siglo XX sólo encontraba en los arrabales. Ni la sociedad del siglo XVI y
su arquitectura (como testimonio cultural suyo) era
como la de principios del XX… ni la de ésta como la
de un siglo después.
Brazuelo. Adaptación a las nuevas necesidades y tiempos.
(Foto: autor)
Por otra parte, la preeminencia otorgada a los materiales favorece en la obra del astorgano (como en tantas otras) la inclusión de determinadas arquitecturas
que según ese peculiar criterio resultan conlictivas
a la hora incluso de determinar si forman parte del
repertorio de lo “popular” o de aquel otro grupo que
se consideraba irreconciliable antagonista: lo culto.
Así, Luengo obvia cualquier deuda cultista en la casa
arriera, más allá de su “oriundez romana” e incluye
entre sus ejemplos las de Castrillo de los Polvazares
y algunas tan destacadas como la de Santiago Alonso Cordero en Santiago Millas; e igualmente dedica
el capítulo IV a los elementos arquitectónicos, los
cuales en muchas ocasiones responden a una evidente factura culta. El origen de conlictos de este tipo,
tan frecuentes en el ámbito de la disciplina, parte en
nuestra opinión de esa falta de conceptualización de
la misma. Podrían evitarse si las obras se interpretasen en orden a su especiicidad –en nuestra opinión,
cultural–, como testimonios culturales complejos y
no como elementos al servicio de la clasiicación del
investigador.
En el caso de Luengo, él mismo reconoce la presencia de elementos procedentes del ámbito culto,
por ejemplo al referirse a la ventana de una casa en
Rabanal del Camino: “su inspiración barroca hay que
darla por descontada… pero a pesar de las inluencias
artísticas que sobre este tipo pesan, se estereotipan en
él los procedimientos arraigados en el país, y tanto en
su parte inferior, como en dinteles, continuaron poniéndose piedras de una sola pieza, como si al obrero le repugnaran, o los ignorara, los procedimientos
estereotómicos”22. Señala, pues, el elemento como
ajeno e interpreta dos realidades simultáneas, cuando
podría ver una única y congruente expresión cultural.
Esta visión integrada que proponemos, más atenta a los valores culturales, no ha sido frecuente en
nuestra tradición bibliográica, siendo los enfoques
etnográicos, como los pioneros de Luis y Nieves
de Hoyos23, los que más se han aproximado a los
mismos. Luengo también lo hizo, aunque muy tímidamente, en la obra que ahora tratamos al describir
la vivienda arriera, o en el capítulo VI, cuando aborda el mobiliario. No cabe duda de que su capacidad
y trabajo le hubieran permitido alcanzar un mayor
recorrido en este sentido, el cual, incluso desde un
planteamiento etnográico tradicional, hubiera sido
sumamente valioso para documentar unos usos que
ya pertenecen al pasado histórico. Sin embargo sus
objetivos y métodos eran otros, como bien demostró en su Esquema de la Arquitectura civil en El
Bierzo (1967). En esta obra compartimenta la Arquitectura en dos esferas estancas –rural y estilística– siguiendo la propuesta de otro positivista como
Lampérez24, y vuelve a dedicar sus esfuerzos a establecer tipos, arquetipos y paralelos según el citado
método arqueológico, aunque, como señaló Egido
Orué, sin “ninguna referencia de las gentes que habitan estas viviendas, ni tan siquiera de la sociedad
que produjo los distintos tipos arquitectónicos de la
comarca”25.
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Con todo, la contribución de José María Luengo al
conocimiento de la arquitectura vernácula maragata
es sin duda muy valiosa. Su actividad y activismo a
este respecto, materializado en numerosos artículos,
conferencias y, inalmente, en su Arquitectura popular de La Maragatería, publicada en 1995 pero forjada más de seis décadas antes, cuando el panorama
de la arquitectura vernácula maragata era bien otro,
sirvieron para ir tomando conciencia de su valor y
documentar un legado que hoy merece una especial
atención por su condición de histórico. Asimismo,
hay que destacar sus esfuerzos por reivindicar el amplio espectro de la arquitectura maragata, más allá del
modelo de casa arriera, que tan a menudo se había
considerado como único representativo de la comarca26.
El eminente enfoque arqueológico que aplicó en sus
investigaciones, marcado por un principio evolucionista de la arquitectura, le llevó a buscar en los ejemplares presentes vestigios de los “arquetipos originarios”, planteamiento que, como él mismo reconoce,
constituye la tesis de sus estudios27. Como evidencia
de esa evolución airma incluso que los maragatos,
lejos de ser conservadores, “han tendido a introducir
cosas de fuera, incluso en las casas, destruyendo su
prístino aspecto hasta con galerías de tipo coruñés”28.
Se caracterizarían así por un espíritu renovador que
el astorgano ejempliica incluso en la oposición de la
Junta Vecinal de Castrillo de los Polvazares a la declaración en 1980 del pueblo como conjunto histórico-artístico29, si bien en este caso creemos que quizás
dicha negativa respondiese más a la precaución sobre
posibles perjuicios administrativos futuros que a la
voluntad de una próxima transformación radical30.
Sin embargo, ese convencimiento en la evolución
continua de la arquitectura entra en conlicto con su
desazón por la inminente extinción de la misma y aun
de lo maragato31. Parece que Luengo reconoce y admite la evolución de la arquitectura maragata en tanto
que ésta siga conservando los vestigios en los que el
arqueólogo puede reconocer los “arquetipos originarios”, pero esto suponía el mantenimiento de los tipos
tradicionales y sus materiales preindustriales. De esta
forma, aunque reconocía que al presente la evolución
seguía su curso a través de la innovación (“las galerías gallegas, el ladrillo astorgano, el espantoso y
antiestético cemento…”32), entendía que el resultado
no era otro que la transformación de “aquellos antes
típicos lugares, en indeinidos y atípicos barrios de
arrabales ciudadanos”; en otras palabras, su desaparición misma, el in de una secuencia iniciada en la
Edad del Hierro y de la que “dentro de pocos años
sólo será testigo… las fotografías y gráicos que en
este libro se han recogido, acaso oportunamente”.
28
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Esa labor de documentación resulta hoy, efectivamente, útil y necesaria, como lo son todos los esfuerzos por salvaguardar los ejemplares que nos han
llegado de nuestros antepasados. Pero, en nuestra opinión, estos últimos quedan referidos a un vernáculo
histórico, tan valioso, concluido y digno de conservación como el Barroco para la Historia de la Arquitectura; no al in de la Historia.
El jurado hizo constar que “la parte gráica de este trabajo debe aligerarse en una medida discrecional que evite
repeticiones y suprima grabados ajenos a la zona objeto
primordial del trabajo, coordinando el texto con estas omisiones” (La Diputación provincial de León en el año 1936,
León, 1939, pp. 26-27).
2
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La Arquitectura popular
de La Maragatería, Ayuntamiento de Astorga, 1995.
3
Un compendio de nuestra fundamentación teórica a este
respecto puede consultarse en J. PÉREZ GIL, ¿Qué es la
Arquitectura vernácula? Historia y concepto de un Patrimonio Cultural especíico, Universidad de Valladolid,
2016.
4
J. DE CIRIA Y VINENT, Excursiones en la provincia
de León. El país de los “maragatos”; las montañas del
“Teleno”; las antiguas minas romanas, Madrid, 1909, pp.
17-18; O. PÉREZ ALIJA, “Las excursiones de la Real Sociedad Geográica de España en las provincias de León y
Zamora (I)”, Argutorio, nº 31 (2014), pp. 4-14.
5
J. PÉREZ GIL, Op. cit., pp. 67-85.
6
J. Mª DE NAVASCUÉS, “El folklore español”, Folklore
y costumbres de España (C. Carreras y Candi, dir.), t. I,
Barcelona, 1931, pp. 1-164; L. DE HOYOS SÁINZ y N.
DE HOYOS SANCHO, Manual de folklore, Madrid, 1947,
pp. 3-18.
7
F. GARCÍA MERCADAL, La casa popular en España,
Madrid, 1930, p. 11.
8
L. TORRES BALBÁS, “La vivienda popular en España”,
Folklore y costumbres de España (C. Carreras y Candi,
dir.), t. III, Barcelona, 1934, pp. 139-502.
9
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, Op. cit., p. 11.
10
E. FRANKOWSKI, Hórreos y palaitos de la Península
Ibérica, Madrid, 1918, pp. 142-143.
11
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La arquitectura, p. 139.
12
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, Esquema de la Arquitectura civil en El Bierzo, León, 1967, pp. 12-15.
13
L. TORRES BALBÁS, Op. cit., p. 393 y ss.
14
G. FERNÁNDEZ BALBUENA, “La arquitectura humilde de un pueblo del páramo leonés”, Arquitectura, nº 38
(1922), pp. 225-246.
15
J. PÉREZ GIL, Op. cit.
1
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La arquitectura, p. 139.
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La arquitectura, p. 12.
18
J. PÉREZ GIL, Op. cit.
19
“Es tristísimo el panorama que se presenta en el futuro
para esta región, que, durante largos años, ha sido la que
con más fortuna, conservó su carácter etnográico, haciéndose la más popular y destacada del Noroeste de la provincia, y cuyo nombre, tipos y costumbres, han roto las fronteras… anulando, con su recia personalidad, la difusión de
los modos de ser y de vivir de las otras circunscripciones
leonesas, pues, para la totalidad hispana el ser “leonés” y
“maragato” era sinónimo” (J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La arquitectura, p. 12).
20
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, “El alma de los pueblos viejos”, El Pensamiento Astorgano, 27 de septiembre
de 1951, reeditado en Evocaciones astorganas (recuerdos,
historias y costumbres de una ciudad con alma, Astorga,
1990, pp. 7-9.
21
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La arquitectura, pp.
13-14.
22
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La arquitectura, pp.
187-188.
23
L. DE HOYOS SÁINZ y N. DE HOYOS SANCHO, Op.
cit.
24
Éste compartimentó su obra “atendiendo al destino o
clase de los ediicios” en Arquitectura privada y pública,
constando a su vez la primera de “Arquitectura rústica y
popular y Arquitectura urbana y señorial” (V. LAMPÉREZ
Y ROMEA, Arquitectura civil española de los siglos I al
XVIII, t. I, Madrid, 1922, p. 15).
25
C. EGIDO ORÚE, “Comentario bibliográico del libro
de J. M. Luego Esquema de la Arquitectura civil en El
Bierzo”, Narria: estudios de artes y costumbres populares, nº 4 (1976), p. 34, realizó una recensión de este libro inusualmente vehemente, aunque más coherente con
un planteamiento antropológico de la disciplina. Concluyó
su comentario con un deseo que, sin embargo, no tendría
demasiado eco en las décadas sucesivas: “Es de esperar
que el estudio de estas disciplinas cambie de metodología,
no sólo en cuanto a la consideración fundamental de que
la arquitectura es producto de una sociedad, sino y sobre
todo, que aporte a esta sociedad, en este caso la rural, un
análisis que le posibilite la comprensión de los mecanismos que le llevan a su emigración a centros industriales, al
abandono total de sus tierras de origen, para que sean ellos
quienes elaboren una alternativa y no personas alejadas de
su problemática en virtud de criterios de un coleccionismo
arqueológico desfasado o de un interés histórico-artístico
que únicamente conduce a la salvación de unos cuantos
ediicios, al margen del valor que éstos puedan tener”.
26
R. GARCÍA ESCUDERO, Por tierras maragatas, Astorga, 1954, pp. 36-40; J. L. MARTÍN GALINDO, Arrieros maragatos en el siglo XVIII, Universidad de Valladolid,
1956, pp. 21-23.
27
En la década de 1930 otro maragato amigo de Luengo, el
médico Julio Carro (1884-1976), excavó el yacimiento de
El Soldán en Santa Colomba de Somoza (J. CARRO, En
la enigmática Maragatería, Madrid, 1934). Sin embargo,
aunque su magníico legado etnográico sirvió para constituir el Museo Etnográico de León, su trabajo amateur
16
17
como arqueólogo no resultó destacable en ninguno de los
dos campos.
28
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La arquitectura, pp.
13-14.
29
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La arquitectura, pp.
14-17.
30
Situación ésta que tiene en nuestra región una problemática seria y todavía irresuelta. J. L. LALANA SOTO y V.
PÉREZ EGUÍLUZ, “Could ‘standard protection’ become a
problem itself? Safeguarding Historic Areas in a context of
economically limited resources”, Preventive and Planned
Conservation Conference 2014, PRECOM3OS, en prensa.
31
Esta percepción, habitual en los estudios sobre arquitectura vernácula, suele entonar un llanto que pocas veces
se acompaña de un diagnóstico crítico. Más valiosas nos
parecen otras relexiones como la de F. BENITO, La Arquitectura Tradicional de Castilla y León, t. II, Salamanca,
2003, p. 726, para quien “lo más característico de este proceso no es que corresponda a una etapa más en la evolución de las culturas tradicionales, sino que se han alterado
radicalmente las pautas de regeneración de estos modelos;
es decir, ya no derivan de un marco geográico en el que
se inscribe la evolución temporal, sino que las referencias
a este marco desaparecen casi por completo y las técnicas
constructivas y, sobre todo, los modelos arquitectónicos
(que surgen de los nuevos programas de necesidades) escapan de esas coordenadas y obedecen a una nueva cultura,
universal y homogeneizada… No estamos, pues, ante una
nueva etapa histórica en la evolución de las arquitecturas
populares o tradicionales… Se trata de una nueva situación
cultural en la que las coordenadas locales han cedido casi
toda su vigencia como generadoras de modelos de asentamiento y ediicaciones.”. Coincidimos básicamente con
esa observación, pues la secular evolución parece que dio
paso a una revolución (cuando no a la desaparición directa
en nuestro contexto leonés). Sin embargo, se trata de un
hecho que hay que asumir social y culturalmente, y además
no implica necesariamente la erradicación de lo vernáculo,
aunque las diferencias aparentes sean cada vez menos evidentes (J. PÉREZ GIL, Op. cit., pp. 141-165).
32
J. Mª. LUENGO Y MARTÍNEZ, La arquitectura, p. 289.
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