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Lesbianas : movimiento social y aportes teoricos

Hay que alegrarnos de la actual multiplicación de los movimientos y de las investigaciones sobre la /las sexualidades: [...]. Sin embargo, al concentrarse casi exclusivamente en la sexualidad como un conjunto de prácticas sexuales y/o deseantes individuales, y al darle una considerable importancia a la intervención sobre el cuerpo y su apariencia —aquí también, una intervención principalmente individual—, me parece que la corriente dominante dentro de estos movimientos no consigue plenamente alcanzar su meta. Efectivamente, si se trata de cuestionar la binaridad de los géneros o de los sexos y sobre todo su supuesta naturalidad —lo que han estado haciendo amplias capas del movimiento feminista y lésbico desde hace más de treinta años— la focalización en la identidad personal y las prácticas cotidianas puede llevarnos a un callejón sin salida.

B. El marco analítico de Mathieu

El marco analítico que propone NicoleClaude Mathieu es especialmente interesante ya que abarca a la vez sociedades no occidentales y occidentales, actuales y pasadas, a las que aplica una doble mirada sociológica y antropológica. El meollo de su pensamiento sobre la articulación entre sexo, género y sexualidad aparece en su artículo « Identidad sexual/sexuada/de sexo? Tres modos de conceptualización de la relación entre sexo y género » 6 . Allí responde a una hipótesis de Saladin d' Anglure (1985), quien piensa que en la sociedad Inuit del Ártico existe un « tercer sexo », lo que según él cuestionaría profundamente la binaridad de los géneros y de los sexos. Según Mathieu, esta hipótesis viene sobre todo a debilitar la teoría de la opresión de las « mujeres », ya que desde el pensamiento feminista materialista, la binaridad de los sexos y géneros no es nada natural (y no tiene que ver con ninguna cuestión corporal), sino que es precisamente el resultado de la opresión social. En este artículo, Mathieu analiza un conjunto de prácticas en torno a la sexualidad, al género o al sexo que el pensamiento occidental actual bien podría llamar de queer. Más precisamente, trabaja sobre: (Mathieu, 1991(Mathieu, [1989, p 230; para la versión en español, 2005, p 133).

Al estudiar estas « desviaciones » en las más variadas sociedades, Mathieu demuestra (1) que en realidad la mayoría constituyen mecanismos institucionalizados de ajuste al sistema social considerado y/o le son funcionales o funcionalizados y sobre todo (2) que no existe sólo una manera de creer (o no) en la naturalidad del sexo y del género. El artículo de Mathieu es especialmente interesante en la medida en que evidencia los límites de la vulgata sexogénero que, a partir de los años ochenta, ha tendido a sustituirse a los análisis propiamente feministas: no se entiende porqué ni cómo se construyen socialmente el género y el sexo, si no se entiende cómo cada sociedad construye la sexualidad y organiza la reproducción física, material y cultural. Pero sobre todo, como lo pone de manifiesto Mathieu, la mayoría de las sexualidades y/o los géneros "extraños" no constituyen ninguna alternativa radical a las relaciones sociales de sexo: apenas permiten develar el pilar fundamental, tanto del sexo como del género, que es la institución hegemónica de la heterosexualidad -que ronda cual espectro en la « teoría de género ». Así, al desenmascarar bajo sus diversas manifestaciones la heterosexualidad como institución política central (y no como "simple" práctica sexual, menos aún como práctica sexual "natural" o "innata") en muchas sociedades, Mathieu consigue evidenciar no sólo uno, sino tres modos de articulación del sexo, del género y de la sexualidad: (Mathieu, 1991(Mathieu, [1989, p 231; para la versión en español, 2005, p 134).

Esta tipología permite tomar distancia con el etnocentrismo y el universalismo errado que caracterizan la mirada y las creencias occidentales contemporáneas dominantes relativas a la sexualidad y a las identidades de sexo. Este descentramiento desvela el carácter eminentemente relativo, histórico y cultural del sexo, del género y de la sexualidad. Asimismo, Mathieu aporta elementos muy útiles para entender que gran parte de las personas heterosexuales en el mundo occidental, pero también amplias franjas de los movimientos gays, queer y trans mundializados que se desarrollan hoy día, en realidad se adhieren al modo I y a veces al modo II de articulación sexogénerosexualidad.

Por el contrario, lo que propongo en este artículo, es volver a los análisis de otras corrientes que adhieren desde hace tiempo, al igual que la propia Mathieu, a lo que ella llama modo III, antinaturalista y materialista. Lo define de la siguiente manera : « En el modo III de conceptualización de la relación entre sexo y género, la bipartición del género es concebida como ajena a la « realidad » biológica del sexo (que de hecho se vuelve cada vez más compleja de delimitar), pero no, como lo veremos, a la eficiencia de su definición ideológica. Y es precisamente la idea de esta heterogeneidad entre sexo y género (de su naturaleza diferente) que lleva a pensar, ya no que la diferencia de sexos es « traducida » (modo I) o « expresada » o « simbolizada » (modo II) a través del género, sino que el género construye el sexo. Entre sexo y género, se establece una correspondencia sociológica, y política. Se trata de una lógica antinaturalista y de un análisis materialista de las relaciones sociales de sexos. » (Mathieu, 1991, para la versión en español: 2005, p. 157).

Antes de proseguir, es necesario aún aportar algunas precisiones importantes sobre el contexto material y conceptual en el que se sitúan estos análisis.

Los tres modos de conceptualización de las relaciones entre sexo, género y sexualidad descritos por Mathieu se inscriben en el marco de una neta predominancia (numérica y política) de las sociedades organizadas a favor de las personas consideradas como « hombres » y como « machos », que se observa casi en todo el mundo para los períodos históricamente documentados. Funciona gracias a una estrecha combinación entre (1) unas relaciones sociales de sexo variadas pero patriarcales 7 y (2) una organización particular de la sexualidad, que toma varias formas también pero que implica para las « mujeres », la imposición generalizada de la heterosexualidad reproductiva y sobre todo la estricta prohibición e invisibilización de la homosexualidad femenina exclusiva.

Por supuesto, existen excepciones. Como lo ilustra un conjunto de investigaciones recientes reunidas por la misma Mathieu (2007), algunas sociedades matrilineares y sobre todo uxorilocales 8 están basadas en relaciones sociales de sexo muchos menos desiguales que las que la mayoría de nosotr@s conocemos. En cuanto a la sexualidad, es relativamente frecuente que la homosexualidad masculina (ciertas prácticas sexuales, en ciertos períodos de la vida), y sobre todo la homosocialidad, sean integradas a los dispositivos de poder patriarcales --por ejemplo, entre l@s antigu@s Grieg@s, l@s Azande, l@s Baruya o en los clubes gays de muchas metrópolis actuales, como muy bien lo recuerda Mathieu (1991). En cambio, en general, las prácticas sexuales entre « mujeres » son toleradas apenas si son estrictamente privadas, invisibles y claramente separadas de prácticas homosociales y/o de solidaridad (moral, material), y/o de alianzas (matrimoniales, políticas) visibles 9 entre « mujeres ». Precisamente, al hacer coincidir deliberada y colectivamente las prácticas sexualesamorosas y las alianzas materialespolíticas entre « mujeres », en detrimiento de las relaciones obligatorias con los « hombres », es decir, a partir del lesbianismo como movimiento político, pudieron tener lugar las verdaderas revoluciones teóricas, prácticas y políticas que a continuación presentaré.

El lesbianismo como movimiento social y su teorización política

A. Aparición de un movimiento social autónomo y crítica a los demás movimientos sociales La existencia semipública de colectividades lésbicas en diferentes países es muy anterior al desarrollo del movimiento feminista llamado "de la segunda ola", como lo atestigua por ejemplo el estudio de Davies y Kennedy (1989) en la pequeña ciudad de Vietnam, los movimientos feministas y homosexuales, constituyen « escuelas » políticas para toda una generación de militantes. Sin embargo, por variados motivos, estos movimientos dejan insatisfechas a muchas « mujeres » y lesbianas. Es precisamente la crítica de las insuficiencias, contradicciones y vacíos de estos movimientos, lo que las lleva a tomar su autonomía organizativa y sobre todo teórica.

En lo que a las lesbianas se refiere, la primera expresión bastante visible de esta necesidad de autonomía fue formulada por la norteamericana blanca Jill Johnston, quien se hacía eco de las críticas, tanto hacia el movimiento gay dominado por hombres, como hacia el movimiento feminista dominado por mujeres heterosexistas y a menudo heterosexuales. Reunió las columnas que había escrito para el Village Voice entre 1969 y 1972, en un libro titulado (por su editor) Lesbian Nation: the Feminist Solution. Publicado en 1973 en los circuitos editoriales clásicos, el libro se vuelve rápidamente un bestseller. Más globalmente, se asiste a lo largo de los años setenta y no sin conflictos, al desarrollo de un verdadero movimiento lésbico, con grupos que brotan por todas partes, autonomizándose tanto del feminismo como del movimiento homosexual mixto, y más generalmente, del conjunto de las organizaciones « progresistas » de donde provenían muchas militantes.

Así es como el primer aporte del movimiento lésbico a los demás movimientos sociales, es ofrecerles la oportunidad de cuestionarse sobre sus límites y tabúes, tanto en sus prácticas cotidianas como en sus objetivos políticos -especialmente en el campo de la sexualidad, de la familia, de la división sexual del trabajo o de la definición de los roles femeninos y masculinos. Las innumerables críticas formuladas al respecto por el movimiento lésbico, muchas de las cuales también han sido formuladas por el movimiento feminista, constituyen un espejo volteado hacia los diferentes movimientos sociales y sus activistas, que podría permitirles reflexividad y por tanto, dar realmente a sus proyectos toda la amplitud política que pretenden tener.

B. Teorización de la imbricación de las relaciones de poder y de la necesidad de las alianzas

En este mismo proceso de autonomización y profundización de la reflexión sobre los objetivos a largo plazo y la cotidianidad de los movimientos sociales, aparece en 1974 en Boston el Combahee River Collective, uno de los grupos feministas negros pionero. Nace de una cuádruple crítica: al sexismo y a la dimensión pequeño burguesa del movimiento negro, al racismo y a las perspectivas pequeño burguesas del movimiento feminista y lésbico, al carácter reformista de la National Black Feminist Organization 12 , y a la ceguera de las feministas socialistas frente a las cuestiones de « raza ». Frente a todas estas insuficiencias, el Combahee River Collective afirma por primera vez, en un manifiesto que se volvió clásico, la inseparabilidad de las opresiones y por tanto de las luchas en contra del racismo, del patriarcado, del capitalismo y de la heterosexualidad : « La definición más general de nuestra política actual puede resumirse de la siguiente manera: estamos activamente comprometidas en la lucha en contra de la opresión racista, sexual, heterosexual y de clase y nos damos como tarea especial desarrollar un análisis y una práctica integradas, basadas en el hecho 11 Utilizo aqui el término Negro por corresponderse al término Black, que fue usado mayoritariamente en los Estados Unidos en aquella época. 12 Fundada en 1973, se trata de la primera organización feminista negra de carácter nacional en Estados Unidos.

de que los principales sistemas de opresión están imbricados [interlocking]. La síntesis de estas opresiones crea las condiciones en las que vivimos. Como feministas Negras, vemos el feminismo Negro como el movimiento político lógico para combatir las opresiones múltiples y simultáneas que enfrentan el conjunto de mujeres de color. » (Combahee River Collective, 2007[1979). Rápidamente, les hacen eco numerosas lesbianas y feministas « de color ». Entre las iniciativas más significativas figuran la de dos lesbianas chicanas, Gloria Anzaldúa y Cherríe Moraga, que reúnen en un libro pionero las voces de un conjunto de feministas y lesbianas Negras, Indígenas, Asiáticas, Latinas, migrantes y refugiadas. En This Bridge Called my Back/ Esta puenta mi espalda, afirman que les es imposible escoger entre su identidad como mujeres y su identidad en cuanto personas « de color » (Moraga & Anzaldúa, 1981).

Desde un punto de vista teórico, las perspectivas abiertas por estas activistas marcan un verdadero cambio de paradigma, con la formulación pionera por el Combahee River Collective del concepto de imbricación [interlocking] 13 de cuatro relaciones sociales de poder (de sexo, clase, "raza" y sexualidad) (Combahee River Collective, 1979). Notemos que esta contribución fundamental a las ciencias sociales es inseparable de su ubicación social como mujeres, Negras, lesbianas y proletarias, es decir, de su standpoint 14 . Su capacidad para ver y enunciar esta imbricación también es fruto de su experiencia colectiva y de activistas. Se trata de un aporte adicional: si tomamos en serio la teoría del standpoint (punto de vista situado), en la recepción que se hace de una teoría, conviene tomar en cuenta al menos tres elementos. Son determinantes no sólo la posición social ocupada por la(s) persona(s) que la formulan, sino también el carácter más o menos colectivo del pensamiento, y su tipo de inserción en los proyectos de transformación social.

En el plano político, los aportes de un grupo como el Combahee también son considerables. Primero, las militantes del Combahee afirmaron de forma pionera la ineluctabilidad de la lucha simultánea en varios frentes. Luego, insistieron en la necesidad de que todo el mundo se encargue de las diversas luchas. Combatir el racismo, por ejemplo, es una responsabilidad de las personas blancas como de las demás, y les toca tanto a los hombres como a las mujeres oponerse a las relaciones sociales de sexo patriarcales. Sin embargo, y he allí otro punto central, subrayaron que la organización de estas luchas debería respetar ciertas reglas. La meta no es que cada grupo se encierre y aísle en sus luchas, así como le explica Barbara Smith, una

de las militantes clave del Combahee : « A menudo he criticado las trampas del separatismo Lésbico, practicado sobre todo por mujeres blancas […] Pero estoy aún más desorientada por el separatismo racial de algunas mujeres Negras. […] En vez de trabajar para desafiar al sistema y transformarlo, muchas separatistas se lavan las manos y el sistema sigue en pie. […]

La autonomía y el separatismo son fundamentalmente diferentes » (Smith, 2000(Smith, [1983: xliii). La distinción que propone Smith entre separatismo y autonomía es bastante útil. Al igual que el separatismo, la autonomía implica la libre decisión de cada grupo sobre los criterios de inclusión de l@s militantes y las maneras de trabajar. En cambio, a diferencia del separatismo, permite, y debe desembocar en la creación de espacios de encuentro y de alianzas: « Las mujeres Negras pueden legítimamente escoger no trabajar con las mujeres blancas; lo que no es legítimo, es condenar al ostracismo a las mujeres Negras que no toman la misma decisión. El peor problema del separatismo, no es a quienes definimos como 'enemigo', sino el hecho de que nos aísla unas de las otras » (Smith, 2000(Smith, [1983 : xliii). Finalmente, y se trata de una consecuencia lógica y particularmente importante de todo lo que precede, frente a la simultaneidad de las opresiones y en el marco de la autonomía política, la estrategia que defiende el Combahee es la búsqueda y construcción activa de coaliciones, pero no sobre la base de una adición de identidades y organizaciones infinitamente fragmentadas, sino a partir de acciones concretas y en vista a formular colectivamente un proyecto político (Smith, 2000).

C. Desnaturalización de la heterosexualidad y del sexo

El tercer gran aporte de las lesbianas (feministas y radicales) es el haberle dado la vuelta completa a la perspectiva naturalista del sentido común sobre la sexualidad, el género y sobre todo sobre el sexo. Lo han hecho, cuestionando la idea aparentemente simple e inocente de que la heterosexualidad sería algo meramente sexual ligado a un mecanismo natural de atracción entre los dos sexos (implicando asimismo la existencia de dos, y solamente dos, sexos, además "naturales"). 15

El primer cuestionamiento contra la supuesta naturalidad de la sexualidad heterosexual, del género y del sexo, es llevada a cabo desde 1975 por la antropóloga blanca Gayle Rubin en su ensayo « The traffic in women. Notes on the "political economy" of sex » (1999 [1975]). En este trabajo audaz, Rubin demuestra el carácter profundamente social de la heterosexualidad. Subraya que el propio Levi Strauss estuvo 'peligrosamente cerca' de decir que la heterosexualidad era un proceso socialmente instituido, al afirmar que era la división sexual del trabajo, socialmente construida, la que obligaba a la formación de unidades « familiares » que incluyeran al menos una « mujer » y un « hombre ». Más precisamente, lo que la antropología constata, es que con miras a la reproducción biológica y social, hay que obligar a l@s individu@s a formar unidades sociales que incluyan al menos una « hembra » y un « macho » -ya que empíricamente se observa que no se forman espontáneamente. Siguiendo los pasos de Levi Strauss y profundizando sus intuiciones, Rubin demuestra que allí radica el papel de la división sexual del trabajo, entendida en esta perspectiva como una prohibición para cada sexo de saber/poder realizar el conjunto de tareas necesarias a su sobrevivencia, lo que lo vuelve materialmente y simbólicamente dependiente del otro. También y sobre todo, tal como lo explica Rubin, es la razón de ser del tabú de la similitud entre « hombres » y « mujeres », íntimamente vinculado al tabú de la homosexualidadanteriores al tabú del incesto y más fundamentales que éste (1998 [1975]) 16 .

Algunos años más tarde, al colocar por fin el lesbianismo en el corazón de su razonamiento, otras dos escritoras y militantes feministas blancas, Monique Wittig y Adrienne Rich, logran llevar el análisis más lejos. A menudo se presentan estas dos teóricas 15 Otras lesbianas han cuestionado, a su vez, la monogamia, como institución que une a dos, y solamente dos personas y que se opone a otras formas de organización y alianzas, como pueden ser las comunidades de todo tipo : Falquet (2006), Mogrovejo et Al. (2009). 16 A partir des los años ochenta, Rubin desarrolla análisis que se alejan de la corriente teórica aquí presentada, al reducir el lesbianismo a una simple sexualidad entre otras muchas. como opuestas 17 , sin embargo, ambas realizaron un reposicionamiento particularmente heurístico del lesbianismo, por medio de una triple operación. Primero, sacaron al lesbianismo del estrecho campo de las prácticas estrictamente sexuales. Luego, desplazaron la atención de esta práctica « minoritaria » (siempre sospechosa) hacia la práctica « mayoritaria » 18 (que nunca se puede poner en tela de juicio), es decir: enfocaron los proyectores sobre la heterosexualidad. Finalmente y sobre todo, demostraron que lo que está en juego tanto en el lesbianismo como en la heterosexualidad no radica tanto en el campo de la sexualidad como en el del poder. Para ambas, la heterosexualidad no es una simple sexualidad basada en una supuesta inclinación sexual natural en el ser humano. Al contrario, es impuesta a las « mujeres » por la fuerza, es decir: por medio de la violencia física y material, incluyendo la violencia económica, a la vez que por medio de un férreo control ideológico, simbólico y político, movilizando para tales fines un conjunto de dispositivos que van desde la pornografía hasta el psicoanálisis.

Así es como en su artículo « Compulsory Heterosexuality and Lesbian Existence » 19 , Rich denuncia la heterosexualidad obligatoria como una norma social e incluso como una institución política construida por medio de la invisibilización del deseo y de la misma existencia lésbica -incluso en el movimiento feminista. Ubica el lesbianismo en la perspectiva de un « continuo lésbico » que, más allá de su sexualidad, une a todas las mujeres que se alejan de una u otra forma de la heterosexualidad obligatoria e intentan desarrollar vínculos entre sí para luchar en contra de la opresión de las mujeres. Rich critica ciertos aspectos esencialistas del concepto que se había propuesto antes, de « mujer identificada con mujeres » (Koedt (ed.), 1970). Enfatiza en cambio la existencia de prácticas de solidaridad entre mujeres, como las que describen la escritora Negra Toni Morrisson o la primera antropóloga Negra y también escritora Zora Neale Hurston. Retomando estos ejemplos, propone desarrollar una verdadera solidaridad política entre mujeres, nada « natural » ni romántica o ingenua, sino que voluntaria y claramente política, que dé cabida a todas en la lucha por la liberación común. Afirma en un trabajo posterior : « Es fundamental que entendamos el feminismo lesbiano en su sentido más profundo y radical, como es el amor por nosotras mismas y por otras mujeres, como el compromiso con la libertad de todas nosotras, que trasciende la categoría de "preferencia sexual" y la de derechos civiles, para volverse una política de formular preguntas de mujeres que luchan por un mundo en el cual la integridad de todas -no de unas pocas elegidas-sea reconocida y considerada en cada aspecto de la cultura. » (Rich, 1983).

Un poco antes, Monique Wittig había ido más allá de Rich, ya que desconectaba por completo el lesbianismo de las prácticas sexuales para encararlo en su dimensión meramente política. La elaboración teórica de Wittig se basa en una de las principales propuestas del feminismo materialista 20 : las « mujeres » y los « hombres » no se definen por su « sexo » ni por ninguna referencia naturalista al cuerpo, sino por la posición que ocupan en la relación social de clase que los une y opone, y que ha sido conceptualizada por Colette Guillaumin como la relacion de sexaje (1978 [1992]). El sexaje se caracteriza por una relación social de apropiación física directa de l@s miembr@s de la clase dominada por los miembr@s de la clase dominante -a l@s que se les llama respectivamente "mujeres" y "hombres", independientement de sus caractérísticas físicas. Estas relaciones sociales materiales de sexaje tienen una vertiente ideológica: la naturalización de l@s dominad@s. Según Wittig, « lo que constituye una mujer, es una relación social específica a un hombre, relación que otrora hemos llamado sexaje, relación que implica obligaciones personales y físicas, tanto como obligaciones económicas ("asignación a residencia", tediosas tareas domésticas, deber conyugal, producción ilimitada de hijos e hijas, etc.) » (Wittig, [2001) Las « mujeres » y los « hombres » no existen en la Naturaleza, fuera de la sociedad: son categorías políticas que no pueden existir una sin la otra. Las lesbianas, « al negarse a volverse o a seguir siendo heterosexuales », más que rechazar meramente las relaciones sexuales con los "hombres", se niegan a entrar o a quedarse en las relaciones de obligaciones personales y físicas hacia ellos, es decir, rechazan la relación que las crea como "mujeres" y por tanto, cuestionan la misma existencia de las « mujeres » y de los « hombres ». Pero no basta con huir individualmente del mundo heterosexual (de las relaciones de sexaje), ya que fuera de las novelas y de la literatura, no hay ningún « exterior » : para existir, las lesbianas deben llevar a cabo una lucha política de vida o muerte para la desaparición de las « mujeres » como clase, para destruir el « mito de la Mujer » y para abolir la heterosexualidad : « nuestra sobrevivencia nos exige contribuir con todas nuestras fuerzas a la destrucción de la clase -las mujeres-en la cual los hombres se apropian de las mujeres. Y esto sólo se puede lograr a través de la destrucción de la heterosexualidad como sistema social, basado en la opresión y apropiación de las mujeres por los hombres, la cual produce un cuerpo de doctrinas sobre la diferencia de los sexos 21 para justificar esta opresión. » (Wittig, [2001).

Lo que demuestra Wittig entonces, es que la heterosexualidad (1) no es natural sino social (2) no es una práctica sexual sino una ideología, que ella llama « el pensamiento straight » y sobre todo, (3) que esta ideología, que fundamenta la opresión patriarcal de las « mujeres » y de su apropiación por la clase de los « hombres », se basa en la ferviente y perpetuamente renovada creencia en que existe una diferencia de los sexos. Wittig muestra cómo esta « diferencia de los sexos » constituye un postulado subyacente no sólo al sentido común, sino al conjunto de las « ciencias » occidentales, desde el psicoanálisis hasta la antropología. Sin embargo, esta hipótesis oculta nunca se busca probar, ni siquiera está 20 El feminismo materialista francés se desarrollaba en aquel momento alrededor de la revista Questions Féministes, en la que fueron publicados (antes de su estallido) sus dos artículos « On ne naît pas femme » y « La pensée straight », frutos de un trabajo presentado primero en inglés durante una conferencia realizada en 1978 en Estados Unidos y publicados en francés en 1980 (Questions Féministes, 7 y 8). 21 El énfasis es mío. sometida al análisis; pero asi cómo lo remarca Wittig, la desmiente, día tras día, la existencia política de las lesbianas y de sus movimientos.