ANTROPOLOGÍA DE LA FORMACIÓN CRISTIANA
JUAN LUIS LORDA
1. Bases de la antropología cristiana
Pese a la complejidad que este título puede sugenr por su
formulación abstracta, expresa prácticamente una tautología. En
efecto, si por antropología (léase aquí cristiana o teológica) entendemos lo que la doctrina cristiana enseña a propósito del hombre,
e intentamos dar con lo que es más característico, convendremos
en que, para el cristianismo, el hombre es, antes que nada, un ser
en proceso de formación; «un ser que se hace» 1; un «ser en cammo, un ser de paso» 2 hacia una perfección que todavía no
posee.
El vocabulario de la forma -formación, conformación, deformación, transformación, teforma, etc.- es familiar a la doctrina
cristiana. Basta considerar los cuatro puntos en los que ésta compendia la historia del hombre:
1) El primer hombre -Adán- «formado del barro de la tierra» 3, «fue creado a imagen y semejanza de Dios» 4. Cada hombre, es también llamado al ser mediante un acto creador de Dios,
asociado a la transmisión de la herencia biológica; de este modo
cada hombre es hijo de Dios, hijo de Adán e imagen de Dios.
1. La expresión es de J. PIEPER, Antología, Herder, Barcelona 1984, 17,
Y tiene una perspectiva filosófica. La revelación cristiana añade a esta percepción el horizonte de un proyecto de hombre.
2. J. RATZINGER, Au commencement Dieu créa le cíel et la terre, Fayard,
Paris 1986, 57.
3. Gen 2,7.
4. Gen 1,26.
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2) El hombre ha deformado en parte su semejanza de Dios,
el brillo divino que dimanaba de su naturaleza, por la desfiguración y quiebra del pecado. Con su herencia biológica humana, cada hombre recibe la huella de un misterioso pero eficaz «pecado
original»; y también sus propios pecados dejan huella en él, deformando la imagen divina.
3) Cada hombre es llamado libremente (a veces, de manera
misteriosa) a beneficiarse de la obra redentora de Cristo, nuevo
Adán, que «renueva la imagen del Creador» en nosotros, con los
rasgos del «hombre nuevo» 5 en un proceso de identificación por
el que somos conformados como «hijos de Dios» en Cristo 6.
4) Al final de los tiempos, la imagen de Dios en el hombre,
recreada en Cristo, imagen perfecta del Padre 7, recibirá su forma
plena; así dice San Juan: «sabemos que cuando El se manifieste seremos semejantes a El, porque lo veremos tal cual es» 8; o según
San Pablo: «nos revestiremos del hombre celestial» 9.
La historia del hombre es, por tanto, un camino de formación desde la imagen original de Dios deformada por el pecado
-Adán, hombre viejo- hasta adquirir la imagen del hombre nuevo, nuevo Adán: Jesucristo. y esto se realiza no sin dificultades,
según la notable expresión de San Pablo a los Gálatas: «Hijos míos
por quienes sufro dolores de parto hasta ver a Cristo formado en
vosotros» 10.
Para el cristiano, la llamada a la existencia debe ser considerada ya como una vocación a recorrer este camino. Cada hombre
es «querido por sí mismo» 11, como sujeto de un diálogo existencial que debe conducirle a reproducir la imagen del Dios hecho
hombre.
El hombre es el único ser sobre la tierra para el que su existencia es un camino de perfección hacia una plenitud personal En
todos los seres vivos se da ciertamente un proceso de maduración,
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
Col 3,1.
Rom 8,16; cfr. Gal 4,7; 1 Jn 3,1.
Cfr. Hebr 1,3.
1 Jn 3,2.
1 Cor 15,49.
Gal 4,19.
CONC. VAT. 11, Const. Gaudium et spes (GS), 24.
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pero se trata sólo del desarrollo de las capacidades con que está
dotada su naturaleza, que finalmente se agotan. En cambio en el
hombre se realiza un cambio, un crecimiento en calidad, con la
adquisición progresiva de una forma nueva que en su naturaleza
está sólo incoada, y que es fruto de un diálogo, por decirlo así,
entre la naturaleza y el don de Dios, entre naturaleza y gracia 12.
El hombre acumula en su ser la historia de su relación personal con Dios. Queda en él la huella de cada una de las solicitudes divinas, de cada uno de sus dones; y, en la medida en que corresponde, se va haciendo «partÍcipe de la naturaleza divina» 13,
sin perder por ello su condición humana, sino llevándola a la plenitud del hombre perfecto, Jesucristo 14.
Se da, entonces, la paradoja de que el saber pleno sobre el
hombre no puede encontrarse simplemente mediante el estudio de
su naturaleza, aunque de allí puedan obtenerse tantos conocimientos valiosos, sino que es necesario acudir al hombre perfecto, Jesucristo 15. Por eso se puede decir que «Cristo revela plenamente el
hombre al hombre mismo» 16.
Sólo en Cristo puede conocerse plenamente el designio de
Dios para cada hombre, el hombre plenamente realizado 17.
No extrañará, entonces, que la Iglesia se sienta tan segura del valor de su conocimiento acerca del hombre. Así Pablo
VI en su discurso a las Naciones Unidas, se pudo presentar co12. En ese sentido, la mejor manera de comprender al hombre es desde
la perspectiva de la vocación, de la llamada a un destino personal desde el
momento de venir al ser: «Qué es el hombre ... No podemos separar esta respuesta del problema de su vocación: el hombre manifiesta lo que es aceptando su vocación y realizándola». K. WOJTYLA, La renovación en sus fuentes,
BAC, Madrid 1982, 60. Sobre esto, vid. J.L. ILLANES, Antropocentrismo y
,teocentrismo en la enseñanza de Juan Pablo 1I, ScrTh 20 (1988) 643-655.
13. 2 Pe 1,4.
14. Cfr. Ef 4,13.
15. «L'homme ne peut se comprendre seulement
partir de son ongm,
qui appartient au passé, ou d'un moment isolé que nous appelons présent.
11 est intrinsequement dirigé vers son futur qui seul fait apparaitre ce qu'il
est réellement (cfr. 1 Jn 3,2)>>. J. RATZINGER, o.cit., 57.
16. JUAN PABLO 11, Ene. Redemptor hominis (RH), 10; cfr. GS 22.
17. «La respuesta a la cuestión de la imagen auténtica del hombre cristiano puede concretarse en una frase; más aún, en una palabra: Cristo». J. PIEPER, Las virtudes fundamentales, Rialp, 3 a ed., Madrid 1988, 12.
a
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mo «experto en humanidad» 18 y el Concilio Vaticano II se sintió
urgido a poner ese conocimiento a disposición de todos los hombres 19, consciente de que era la mejor aportación que podía prestar al mundo moderno, porque «el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado» 20.
Por su parte, es bien sabido que el Papa Juan Pablo II ha
hecho de esto eje fundamental de su mensaje. Así en una memorable
homilía dirigida, casi al principio de su pontificado, a un grupo de
universitarios, se expresaba así: «La Iglesia no tiene preparado un
proyecto de escuela universitaria, ni de sociedad, pero tiene un proyecto de hombre, de un hombre nuevo renacido por la gracia» 21.
2. El saber cristiano sobre el hombre
A simple vista, podría parecer que este patrimonio de verdades de fe acerca del hombre es relativamente restringido, al menos
si se lo compara con el inmenso cúmulo de conocimientos que
proporcionan diversas disciplinas cientÍficas. De hecho, las ciencias
naturales, como la medicina o la paleontología, o las ciencias humanas como la lingüística, la psicología, la sociología o la etnología entre otras muchas, proporcionan extensas redes de conocimientos útiles acerca del hombre. En comparación a los copiosos
índices de los tratados de estas materias, el repertorio cristiano de
verdades es relativamente pequeño. La cuestión merece un breve
consideración.
Las ciencias naturales, como la medicina o la paleontología,
proporcionan conocimientos sobre la naturaleza física del hombre
o sobre la historia de esa naturaleza. Tales conocimientos se ajustan -como es lógico- al método positivo con que fueron obteni-
18. PABLO VI, Discurso a la O.N.u., 4.X.1965, 1, en «Insegnamenti ... » 3
(1965) 508.
19. Cfr. GS 3.
20. GS 22. Para L. LADARIA, esta afirmación «es el pnnClplO básico de
la antropología conciliar»; cfr. El hombre a la luz de Cristo en el Concilio Va·
ticano lI,. en R. LA TOURELLE (dir), Vaticano JI. Balance y perspectivas, Sígueme, Salamanca 1985, 705.
21. JUAN PABLO 11, Homilía a los universitarios, 5.1V.1979.
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dos: son conocimientos concretos, objetivos, experimentables e interpretados con arreglo a las leyes necesarias que se supone rigen
la naturaleza material. Sólo nos permiten acceder al hombre en
comparación con el resto de la realidad material, utilizando el mismo lenguaje, los mismos conceptos, aunque en otro nivel de complejidad. Pero sin que se trate de nada que sea específicamente humano, ya que lo que se estudia es, precisamente, lo que el hombre
tiene en común con todo lo demás, que no es humano.
Por su parte, las ciencias humanas, en la medida en que son
capaces de liberarse de los métodos exclusivamente positivos, penetran en lo específicamente humano, en lo distintivo del hombre
recurriendo muchas veces a métodos introspectivos: es decir, mediante el acceso directo e intuitivo de la realidad humana tal como
se nos muestra en la vivencia inmediata (y por tanto evidente).
Esa experiencia necesita ser expresada en conceptos que son irreducibles a las variables de rango físico-químico de las ciencias naturales: la vida intelectual, el actuar libre, las relaciones interpersonales, el lenguaje, el significado, la ética y la estética. Precisamente
en la medida en que esos conocimientos son específicamente humanos resultan menos «objetivos», pero tienen un horizonte de
significado muy amplio y pueden ser comprendidos por el hombre
como realidades que le son adecuadas. Son saberes específicamente
humanos y, con toda propiedad, se les ha llamado «humanísticos»,
porque educan al hombre en lo que le es más propio, le ayudan
a comprenderse y comportarse como un hombre. La cultura cristiana debe mucho a estos saberes, también llamados «humanidades», particularmente en la forma en que los cultivó la antigüedad
clásica» 22.
El saber clásico nos ha transmitido inmensas riquezas espirituales y, entre ellas, también modelos de formación humana. Se
'puede decir que estos modelos oscilan entre el ideal del filósofo o
del sabio y el del hombre virtuoso o buen ciudadano, entre un
ideal intelectual de la perfección humana y un ideal cívico, más
bien moral 23. Una mente cristiana puede posteriormente descubrir
22. Cfr. H.1. MARROU, Historia de la educación en la antigüedad, Akal,
Madrid 1985, 402 ss.
23. El ciudadano u hombre de estado encarna el ideal básico del hombre
griego y romano; el sabio es el ideal del hombre culto, desarrollado alrede-
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que esta oscilaci6n se debe tanto a la ausencia de un ideal trascendente de hombre, que permita conjugar perfectamente lo intelectual y lo
moral, lo personal y lo social, lo permanente y lo hist6rico, como
a la falta de recursos morales para alcanzar cualquier ideal de manera plena. U na reflexi6n teo16gica sabrá además ver en esto los
límites de la naturaleza herida por el pecado, que no ha perdido
la inclinaci6n a la plenitud, pero que no puede alcanzarla.
La plena perfecci6n humana, como hemos dicho, trasciende
a la naturaleza. Por esta raz6n, no es posible descubrir por el estudio de la naturaleza humana contingente (que es, pero que no da
raz6n suficiente de por qué es) la vocaci6n, el fin último al que
ha sido llamado gratuitamente por Dios. El hombre puede llegar
a conocerse como ser perfectible, pero al proponerse él mismo
ideales de perfecci6n tropieza con la propia finitud que hace borroso e irrealizable cualquier ideal. S6lo la revelaci6n del creador
y salvador puede dar al hombre las claves que le permiten comprenderse y las fuerzas que le ayudan a orientarse.
Lo asombroso es que la revelaci6n cristiana sobre el hombre
no es, propiamente hablando, un saber -un contenido
intelectual- sino una persona 24. La verdad definitiva sobre el
hombre no es un conjunto de conocimientos y principios de conducta, sino Cristo mismo, «el Camino, la Verdad y la Vida» 25.
3. «Camino, Verdad y Vida»
Examinemos brevemente este extraordinario testimonio que
San Juan pone en boca del Señor: «Yo soy el Camino, la Verdad
dor de los grandes maestros; además, en la Grecia clásica habría que añadir
un ideal estético del hombre, que es el poeta. Cfr. W. JAEGER, Paideia. Los
ideales de la cultura griega, Fondo de Cultura Económica, México-Madrid
1988/10 a (1933), Introducción, pp. 3-16.
24. «El cristianismo no es, en último término, ni una doctrina de la verdad ni una interpretación de la vida. Es esto también, pero nada de ello
constituye su esencia nuclear. Su esencia está constituida por Jesús de Nazaret, por su existencia, su obra y su destino concretos; es decir, por su personalidad histórica». R. GUARDINI, La esencia del cristianismo, Cristiandad,
Madrid 1984/4 a , 19.
25. Jn 14,6.
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y la Vida». Según la exégesis más extendida y razonable, habría que
entenderla en el sentido de que Cristo es Camino porque es Verdad
y es Vida 26. La frase tiene la preciosa virtualidad de poner de manifiesto la relación estrecha que existe entre el aspecto cognoscitivo
del mensaje cristiano -la verdad- y el aspecto existencial -la vida-;
y también la de señalar su carácter progresivo -el camino-o La
verdad cristiana sobre el hombre tiene, por eso, un acusado carácter sapiencial, al unir Íntimamente verdad y vida 27 •
. Pero no es sólo eso. El cristianismo es profunda y radicalmente cristocéntrico: «No hay ninguna doctrina, ninguna estructura fundamental de valores éticos, ninguna actitud religiosa, ni ningún orden vital que pueda separarse de la persona de Cristo y del
que, después, pueda decirse que es cristiano. Lo cristiano es El
mismo» 28. El contenido mismo de la verdad y de la vida cristianas son Cristo, que «ha sido hecho para nosotros sabiduría de
Dios, justicia y santificación y redención» 29. «Cuando hablamos
de sabiduría, es El; cuando hablamos de virtud, es El; cuando hablamos de justicia, es El, cuando hablamos de paz, es El; cuando
hablamos de verdad y vida y redención, es El» 30. Y cuando hablamos del hombre, es El: sólo «Cristo revela plenamente el hombre al mismo hombre» 31.
26. Así 1. DE LA POTTERIE, «je suis la Voie, la Verité et la Vie» Jn 14,6,
en NRTh 88 (1966) 907-942; recogido y traducido en La verdad de Jesús,
BAC, Madrid 1979, 107-144.
27. Véase el precioso comentario del generalmente considerado capítulo
XI (4-7) de la Epístola a Diogneto: «No hay vida sin ciencia, ni ciencia segura sin vida verdadera ... El que piensa saber algo sin la ciencia verdadera y
atestiguada por la vida nada sabe ... El que con temor ha alcanzado la ciencia
y busca además la vida, ése planta en esperanza y aguarda el fruto. Sea para
ti la ciencia corazón; la vida empero, el Verbo verdadero comprendido», en
D. Rurz BUENO, Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1950, 860. «Je pourrai dire: la vertu contient l'intellectualité en puissance, car, nous menant
notre
fin, qui est intellectuelle, la vertu équivaut au supreme savoir»: A.D. SERTILLANGES trata bellamente de la unidad que debe darse en todo intelectual
cristiano en su preciosa y ya clásica obra La vie intellectuelle, «Revue des Jeunes», Paris 1950/4 a , 39.
28. R. GUARDINI, o.cit., 103.
29. 1 Cor 1, 30-31.
30. S. AMBROSIO, Explanationes psalmorum, Ps. 36,65-66; CSEL
64,123-125
31. RH 10; cfr. GS 22.
a
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Nadie puede dudar de las enormes y misteriosas perspectivas
de esta verdad, que da lugar a que exista lo que con toda propiedad puede llamarse una «Paideia» cristiana o,' con las venerables
palabras de S. Clemente Romano, una «Paideia en Cristo»; es decir, una «formación o educación en Cristo»: un ideal cristiano de
formación 32.
La «Paideia» cnstIana recoge el contenido de la «Paideia» clásica, y la supera cuando es capaz de aunar los ideales del sabio y
del hombre virtuoso, del filósofo y del ciudadano: lo intelectual y
lo moral, lo personal y lo social (la Iglesia, cuerpo de Cristo), lo
permanente y lo histórico (<<Christus heri et hodie, Ipse et in saecula») 33. Pero el camino cristiano no es el de un autoperfeccionamiento; no se trata de un empeño solitario que, al final, se revela
incapaz de alcanzar el ideal propuesto, sino el de una relación personal con la verdad salvadora. Por esto mismo, el ideal cristiano
no es elitista ni aristocrático, como sucedía necesariamente en la
antigüedad 3\ sino que es la Buena Nueva que «ilumina a cada
hombre que viene a este mundo» 35: cada hombre resulta dotado,
por esa relación, de las verdades fundamentales sobre su origen y
destino, y de las energías necesarias para vivir la vida de Cristo.
En el proceso de formación o «Paideia» clásica, se distinguían, generalmente, dos figuras: el maestro (<<didaskalós») y el pe32. La expreSlOn de S. CLEMENTE ROMANO (1 Cor 21,8) constituye ya
un tópico en los tratados de educación cristiana; con toda probabilidad está
inspirada, sin embargo, en Eph 6,4. S. Pablo utiliza otra vez el término «pai.
deia» en 2 Tim 3,16-17. Además, se puede encontrar 4 veces en Heb
12,5.7.8.1l.
33. La cristiandad de los primeros siglos es perfectamente consciente de
esto; así, por ejemplo, CLEMENTE DE ALEJANDRÍA: «No negaréis el hecho
de que somos discípulos de Dios, depositarios de la verdadera sabiduría, esa
que los mayores filósofos sólo oscuramente entrevieron, pero que sólo los
discípulos de Cristo han recibido y predicado». Protreptico XI,112,2, en SC
2,180.
34. «El cristianismo otorga al más humilde de sus fieles, por elemental
que sea su desarrollo intelectual, un nivel equivalente al que la altiva cultura
antigua reservaba a la élite de los filósofos; es decir, una doctrina del ser y
de la vida, una vida interior subordinada a una dirección espiritual. Según
la fórmula estereotipada de nuestros viejos hagiófrafos, la escuela cristiana
provee, al mismo tiempo, litteris et bonis moribus, esto es atiende por igual
'a las letras y a las virtudes'». H. I. MARRO U, o.cit., 432-433.
35. Jn 1,9.
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dagogo O preceptor. El maestro se ocupaba de la instrucción del
niño en la escuela, mientras que el pedagogo se ocupaba en casa,
de la educación en las virtudes viriles y cívicas 36.
En la cristiana, Cristo mismo asume, en cierto modo, ambos
papeles 37.
4. Cristo Maestro 38
Cristo es el Verbo de Dios hecho hombre; es decir, la Palabra o verdad de Dios con la que Dios se conoce a Sí mismo y
crea cuanto existe. La tradición antigua de 'la Iglesia penetró hondamente en el misterio del Verbo que se expresa en la creación,
36. Cfr. H. I. MARROU, ibidem.
37. CLEMENTE DE ALEJANDRÍA esquematiza esta distinción en la introducción de El Pedagogo: «El Logos que enseña tiene por oficio exponer y revelar las verdades doctrinales. El pedagogo, que se ocupa de la vida práctica,
nos ha exhortado primero a llevar una buena vida moral; y ahora nos invita
a cumplir los deberes» (1,1,2,1) SC 70, 112. Esta distinción es prácticamente
ajena, sin embargo, al contexto cultural de los Evangelios. En ellos encontramos continuamente el tÍtulo «didaskalós» (maestro), que es, probablemente
casi siempre, traducción del arameo Rabbí o Rabboni (cfr. Mt 23,8; Jn 1,38;
3,2; 20,16). En cambio, S. Pablo se hace eco de la función clásica del pedagogo en Gal 3,24.26 y más veladamente en 1 Cor 4,15. El tÍtulo Rabbí, que
es el tratamiento ordinario que se da al Señor (y que El acepta cfr. Jn
13,13), no se corresponde bien con la idea clásica del «maestro», ni con la
nuestra actual. Los rabinos ejercían y ejercen una enseñanza peculiar que
consiste en la interpretación minuciosa de la Ley, para vivir bien de acuerdo
con ella: se trata más bien de una doctrina moral, un «camino» o «camino
de Dios» (cfr. Mt 22,16; Mc 12,14). En la misma línea, aunque con enormes
novedades, hay que situar la «enseñanza» del Señor. El contenido de su predicación ordinaria se centra en aspectos morales, es una doctrina de vida;
basta pensar, por ejemplo, en «Sermón de la montaña» (cfr. Mt 5,2-7,28.29);
sus palabras y gestos proféticos revelan, sin embargo, los misterios cristianos:
su relación filial con el Padre, la redención con su sangre, la nueva vida en
el Espíritu Santo, que es el contexto donde se ha de vivir esa vida. En este
sentido puede afirmarse que Cristo es, al mismo tiempo, maestro y pedagogo: nos une a la Verdad y nos ayuda a vivir como hijos de la luz Un 12,36).
38. Todos los aspectos de la consideración de Cristo como Maestro han
sido tratados con singular belleza por S. BUENAVENTURA, en sus discursos
Christus, Unus omnium Magister, que está centrado en Mt 23,16, y De exce-
llentia Magisterii Christi.
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JUAN LUIS LORDA
dando a las cosas su ser y, al mismo tiempo, manifestando en ellas
la gloria de quien las ha creado. En la creación está ya, pero de
un modo velado, la Verdad, la Palabra de Dios.· Además, esa Palabra se ha hecho hombre, abriéndonos el camino para penetrar en
las profundidades del misterio de Dios. La verdad de Dios nos hubiera estado vedada si Dios mismo no la hubiera querido transmi-'
tir gratuitamente en su hijo: «A Dios nadie ha visto nunca, el
Unigénito que está en el seno del Padre, El nos lo ha revelado» 39.
Cristo está en el centro de la verdad cnstIana. El es el cauce
de la verdad y, al mismo tiempo, la verdad misma que nos es revelada. El misterio de Cristo es el nudo de todos los misterios
cristianos: la vida Íntima de Dios se nos manifiesta desde su posición de Hijo; la salvación del hombre se realiza a través de El; la
santificación consiste en conformarse con El por la acción de su
Espíritu; la Iglesia es su cuerpo místico; y los sacramentos, la participación en los misterios de su muerte y resurrección. El criterio
de la verdad cristiana es Cristo, «en el cual están ocultos todos lo
tesoros de la sabiduría y de la ciencia» 40.
Naturalmente, esto trae algunas consecuencias importantes
tanto en cuanto a la enseñanza como al aprendizaje de la verdad
cristiana.
En cuanto a la enseñanza, la enseñanza cristiana (la que ayuda al hombre a formarse intelectualmente como cristiano), ha de
ser cristocéntrica. La unidad de las verdades cristianas debe verte39. Jn 1,18. S. CLEMENTE ROMANO glosa bellamente esta idea: «Este es
el camino, carísimos, en el que hemos hallado nuestra salvación, Jesucristo ... Por El fijamos nuestra mirada en las alturas del cielo; por El contemplamos como en un espejo la faz inmaculada de Dios; por El se nos abrieron
los ojos del corazón; por El nuestra inteligencia, antes insensata y entenebrecida reflorece a su luz admirable; por El quiso el Dueño soberano que gustásemos del conocimiento inmortah,. 1 Cor 36,1·2, en D. RUIZ BUENO, o.cit.,
211. PASCAL se expresa con su fuerza habitual: «No sólo no conocemos a
Dios más que por Jesucristo, sino que no nos conocemos a nosotros mismos
más que por Jesucristo. No conocemos la vida, ni la muerte más que por
Jesucristo. Fuera de Jesucristo no sabemos ni lo que es nuestra vida ni lo
que obscuridad y confusión en la naque es nuestra muerte ... No vemos ュセGウ@
turaleza de Dios y en nuestra propia naturaleza». Pensées, Ed. Brunschvicg,
548, Livre de Poche, Paris 1972,241.
40. Col 2,3.
ANTROPOLOGÍA DE LA FORMACIÓN CRISTIANA
937
brarse en Cristo. Si no se descubre la referencia a. Cristo que tiene
cada misterio de la fe, probablemente no se ha llegado a penetrar suficientemente en él. Este criterio puede ayudar a distinguir lo que es
una penetración en la verdad de la fe, es decir la actividad propiamente teológica, de lo que son actividades auxiliares o preparatorias,
que no tendrían sentido propio si no condujeran efectivamente a
aquélla. A nadie se le oculta la importancia que ha adquirido para
la teología actual el espléndido desarrollo de las disciplinas positivas de la Teología, como son la historia en sus distintas áreas (de
la Iglesia, de la Teología, de los dogmas, hagiografía, etc.), o la exégesis. Pero tampoco se puede dejar de advertir que, ante la abundancia de conocimientos positivos, existe el peligro de que estas disciplinas, y con ella la Teología entera, se conviertan en una muestra
de erudición. A veces, puede haberse perdido la medida, especialmente en la enseñanza superior de la Teología. Algunas verdades
troncales y rotundas de la fe pueden quedar ocultas a los ojos de
los que aprenden, tras el bosque de los conocimientos positivos.
El criterio que permite tender hacia la unidad sistemática de
las distintas disciplinas teológicas es, precisamente, el misterio de
Cristo. En este sentido se puede destacar que la Teología Bíblica
(no simplemente la exégesis) tanto del Nuevo como del Antiguo
Testamento, debe ayudar a penetrar en el misterio del Dios hecho
hombre. Y que la historia de la Iglesia no puede cultivarse, como
disciplina teológica, sin la consideración, al menos implícita, de
que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, de que Cristo por su Espíritu está presente en ella hasta el fin de los tiempos 41. Otro tanto
cabría decir, por ejemplo, a propósito de la historia de los dogmas, donde lo que está en juego, a través de los tiempos, no es
un conjunto de verdades fragmentarias, sino la revelación y salvación obrada por Cristo que alcanza a todas las épocas. Sin referencia a este núcleo, los conocimientos, por su propia naturaleza,
tienden a producir dispersión, más que a favorecer la sabiduría
cristiana, que es -como su nombre indica- inseparable de una VIda, y compromiso con la verdad total, Cristo 42.
41. Mt 28,20.
42. En ese sentido señala IRENEO: «Más vale no buscar otro conocimiento que el de Jesucristo, el Hijo de Dios, que fue crucificado por nosotros,.
que caer en la impiedad por cuestiones sutil.,< y discusiones alambicadas»
938
JUAN LUIS LORDA
En cuanto al modo de aprender o de acercarse a la verdad,
también resulta peculiar. Por su condición de sabiduría, las verdades de la fe sólo pueden ser poseídas en la medida en que son meditadas. El mero conocimiento formal de las fórmulas en que se
expresan, es muy distinto de una auténtica y personal penetración
en la verdad; ésta requiere un proceso de maduración en el que'
se va adquiriendo un conocimiento al mismo tiempo intelectual y
vivencial de la verdad.
Además, la sabiduría que está en juego no es, como hemos
dicho, un simple saber, sino que se trata de una persona; por eso,
no puede manejarse con la frialdad especulativa con que se puede
tratar, por ejemplo, de la esencia de la libertad o de la naturaleza
de los sentimientos. Las verdades sobre Dios son, en cierto modo,
Dios mismo, un ser personal 43 • Pensar en Cristo es, en parte, penetrar en su vida real. Por esta razón, la meditación sapiencial debe ser también oración, trato personal con la verdad. Y en la medida en que Dios quiera, puede llegar a ser contemplación 44; ya
que Dios sólo llega a ser cabalmente poseído por la inteligencia en
la medida en que se otorga: «Dichoso aquel a quien la verdad enseña por sí misma y no por figuras o por palabras que pasan, sino
dándose a conocer tal cual es» 45.
(Adv. Haer. 2,26,1). Se trata probablemente de un eco de 1 Cor 1,22. Por
su parte, ]USTINO, refiriéndose al estilo del Señor, dice: «Sus discursos, empero, son breves y compendiosos, pues El no era ningún sofista, sino que
su palabra era una fuerza de Dios» (Apología 1, 14, 5) en D. RUIZ BUENO,
Padres apologistas griegos, BAC, Madrid 1979/2 3 ,195.
43. La misma idea está bellamente expresada por R. LULL en su Félix de
las Maravillas (LXVIII): «y porque Dios Padre con sabiduría y amor engendra a su Hijo, que es Dios, ha querido que haya sabiduría en el hombre,
que entiende a Dios para que le ame; pero si entiende a Dios y no le ama,
su entender es ocasión de que haya en él ignorancia» en Obras literarias,
BAC, Madrid 1948, 815.
44. Es la conclusión de S. BUENAVENTURA, Unus omnium Magister (XV):
«El orden es que se comience por la autoridad de la fe, y se proceda por
la serenidad de la razón para llegar a la suavidad de la contemplación: y este
orden anunció Cristo cuando dijo: 'yo soy el Camino, la Verdad y la Vida»
en Obras de S. Buenaventura, 1, BAC, Madrid 1945, 15.
45. De Imitatione Christi I1I,l. En toda vida cristiana hay una cierta penetración en los misterios divinos que procede de la acción interna e inmediata
del Espíritu Santo, que es también Espíritu de Cristo: «Hemos recibido... el
Espíritu que es Dios para que conozcamos las cosas que Dios nos ha dado»
ANTROPOLOGÍA
DE
LA FORMACIÓN CRISTIANA
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5. Cristo pedagogo
Es sabido que éste es el tÍtulo que Clemente da a Jesucristo
en el segundo de sus grandes tratados sobre la formación cristiana.
En él nos presenta a Cristo en el papel de formador de la virtud.
La idea actual de lo que la pedagogía es está muy alejada de la de
Clemente, que en este punto está en consonancia con los ideales
clásicos y toma de allí el motivo de su comparación 46.
Probablemente debido a la creciente relevancia que los logros
científicos han adquirido en nuestra cultura, los objetivos de la
educación se han desplazado poco a poco hacia la transmisión de
los conocimientos positivos, especialmente de las Ciencias de la
Naturaleza y de las Ciencias Exactas. Se confunde fácil e inadvertidamente educación con instrucción 47. Parece haberse difuminado
el aspecto moral de la educación -la formación en la virtud- que
era, sin embargo, el más importante en la educación clásica 48. En
este sentido, puede resultar difícil hacerse idea de la anchura de
perspectivas de la tesis de Clemente.
Cristo es pedagogo porque predica una doctrina moral y enseña prácticamente cómo se debe vivir. Al contrario de lo que puede
suceder hoy, el mensaje cristiano fue comprendido en los pri(1Cor 2,10). Ese mismo Espíritu también garantiza a la Iglesia la posesión de
la verdad de Cristo; la Iglesia ha sido conducida por su acción a «la verdad
completa» Un 16,13) y con su ayuda la transmite con autoridad divina a cada uno de sus miembros.
46. «El Pedagogo se ocupa de la educación y no de la instrucción; su fin
es hacer mejor al alma, no enseñarla; El introduce en la vida virtuosa, no
en la ciencia». CLEMENTE DE ALEJANDRÍA, o.cit., 1,1,1,4, p. 110. Y más adelante sigue: «El exhorta al cumplimiento de los deberes: promulga los preceptos y muestra a los hombres los ejemplos memorables de quienes les precedieron», ibidem, 1,1,2,1.
47. A este respecto se puede leer con fruto el artículo, La crise de l'education de H. ARENDT en su libro La crise de la culture, Gallimard, Paris 1972
(orig. Between Past and Future, 1954).
48. La tradición cristiana sigue en esto a la clásica. Así, por ejemplo para
Santo Tomás el fin de la educación es llegar «ad perfectum status hominis
inquantum horno est, qui est status virtutis» (In IV Sent., disto 26, q.1, a.1).
Se trata de desarrollar todas las potencias operativas del hombre -intelectuales y morales- dotándolas de sus correspondientes hábitos; cfr. A. MI·
LLÁN PUELLES, La formación de la personalidad humana, Rialp, Madrid
1988/2 a , 27ss.
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JUAN LUIS LORDA
meros siglos, ante todo como una doctrina práctica, un modo de
vivir 49; aunque evidentemente inseparable de un marco de verdades de gran calado especulativo, como es el caso de la confesión
de que Jesucristo es el Hijo de Dios. El mensaje es concebido como una doctrina de vida, porque la revelación no se ordena a que
nos sepamos hijos de Dios, sino más bien a convertirnos verdade-'
ramente en tales 50. La misión del pedagogo, en este caso de Cristo, es la de introducirnos en esa manera de vivir.
Como bien sabía la antigüedad clásica, el resorte fundamental
de la educación moral es la imitación de un modelo 51. De hecho,
formaba parte muy importante de la enseñanza, el relato de las acciones virtuosas de los grandes hombres del pasado o las que se podían
extraer de la literatura. Las virtudes de los personajes de Homero,
por ejemplo, han servido de modelo durante toda la época clásica.
En el modelo se percibe, de manera intuitiva, la belleza del obrar
recto; y esa belleza atrae y provoca la imitación. La belleza de la
acción ejemplar es el mecanismo básico de la enseñanza moral.
El gran modelo cristiano es Cristo mismo. En este sentido,
la vida cristiana se convierte en una imitatio Christi. La imitación
de Cristo requiere un conocimiento profundo de sus hechos y dichos, tal como nos han sido transmitidos por los Evangelios. Es
necesario frecuentarlos y extraer de sus escenas consecuencias para
la propia vida. Se trata de un manantial inagotable, ya que esos
hechos y dichos se conocen mejor en la medida en que existe una
49. Basta para comprobarlo leer las primeras líneas de la Didaché, en donde se plantea presenta la «doctrina» de los dos caminos, que es eminentemente una doctrina moral; y refuerza esta impresión el paralelo que se puede
leer en la Ep. a Bernabé (cap. XVIII-XX). Por su parte CLEMENTE ROMA·
NO, en el célebre texto ya citado (n. 32), dice: «Que nuestros hijos participen de la educación en Cristo. Aprendan qué fuerza tiene la humildad delante de Dios, cuánto puede ante El el amor casto; cómo el temor de El es
hermoso y grande y salva a todos los que caminan santamente en él con
conciencia pura» (1 Cor 21,8) en D. Rurz BUENO Padres Apostólicos, o.cit.,
199.
50. Cfr. 1 Jn 3,L
5 L «La educación no es posible sin que se ofrezca al espíritu una imagen
del hombre tal como debe ser. En ella la utilidad es indiferente o, por lo
menos, no es esenciaL Lo fundamental en ella es el «Kalón», es decir, la belleza en el sentido normativo de la imagen, imagen anhelada, del ideal». w.
JAEGER, o.cit., 19.
ANTROPOLOGÍA DE LA FORMACIÓN CRISTIANA
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mayor connaturalidad con el modelo. En el conOCImIento moral,
la connaturalidad juega un papel muy relevante; las acciones y las
palabras de Cristo son mejor comprendidas a medida que se realiza una mayor identificaci6n con El.
Además, como toda la vida cristiana se ordena intrínsecamente por la' gracia a la identificaci6n con Cristo, resulta que cada
cristiano es, en cierto modo, un reflejo de su vida; especialmente
reflejan a Cristo quienes han llegado a la perfecci6n cristiana, que
es la santidad. Por esta raz6n, la Iglesia propone a sus santos como modelos de la existencia cristiana. Las «vidas de santos» tienen
un papel importante que cumplir en la formaci6n cristiana, no s6lo para los niños sino también para los adultos, ya que la formaci6n moral no termina nunca. Aunque hay que celebrar algunas
iniciativas editoriales en este sentido, todavía el panorama es escaso; sería muy deseable -es un instrumento difícilmente sustituible- poder contar con un buen conjunto de biografías hechas teniendo en cuenta la sensibilidad de nuestra época.
Se comprenderá también fácilmente la importancia de que,
quienes reciben en la Iglesia la misi6n de formar en cualquier sentido, sean capaces de reflejar a Jesucristo en su conducta.
En todo caso no se debe olvidar que la vida cristiana tiene
mucho de espontaneidad. La imitaci6n de Cristo no es s6lo ni
principalmente el esfuerzo consciente por seguir su modelo de
conducta. La gracia -que es don de Dios gratuitamente
repartido- produce una identificaci6n con Cristo y esto caracteriza el obrar cristiano aunque no siempre se sea consciente de ello.
La pedagogía divina no llega s6lo a través de la enseñanza oral,
ni simplemente proponiendo ejemplos; hay también un proceso de
transformaci6n que acerca al hombre a su modelo. Cristo es pedagogo porque enseña una doctrina moral; además, porque es el
ejemplo que se ha de imitar; pero también porque obra en cierto
modo en el interior de cada cristiano. Con respecto a otros modelos de educaci6n, la «Paideia» cristiana debe ser consciente de esa
acci6n misteriosa de la vida de la gracia. No s6lo se propone un
modelo; se dan también las fuerzas necesarias para alcanzarlo. Y
esas fuerzas nos llegan de manera privilegiada por unos cauces sacramentales: a través de los misterios de Cristo que la Iglesia celebra en su Liturgia.