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Reseña. Dos libros sobre molinos

MOLINO LAVAGNA. 130 AÑOS DE HISTORIA. Federico Olascuaga. Montevideo. Fin de Siglo. 2015, 147 páginas. MOLINO QUEMADO. Omar Moreira. Nueva Helvecia. De esta Banda. 2015, 61 páginas. La historia de la industria en el Uruguay, desde los trabajos pioneros de Raúl Jacob, ha tenido un marcado desarrollo en las últimas décadas. Sin embargo, una industria tan particular como la molinera, aún se encuentra descuidada en la agenda de los investigadores vernáculos. Estos dos libros, escritos desde la perspectiva de la historia local y/o regional, brindan insumos para comenzar a perfilar este tipo de historia. Y dado que al hablar de molinos, también debemos enfocarnos en la agricultura, sobre todo en la triguera, estas obras colaboran al estimulo de otro campo historiográfico, como son los estudios agrarios (que han merecido aportes recientes de parte de Alcides Beretta Curi y María Inés Moraes, entre algunos otros).

1 Reseña. Dos libros sobre molinos MOLINO LAVAGNA. 130 AÑOS DE HISTORIA. Federico Olascuaga. Montevideo. Fin de Siglo. 2015, 147 páginas. MOLINO QUEMADO. Omar Moreira. Nueva Helvecia. De esta Banda. 2015, 61 páginas. La historia de la industria en el Uruguay, desde los trabajos pioneros de Raúl Jacob, ha tenido un marcado desarrollo en las últimas décadas. Sin embargo, una industria tan particular como la molinera, aún se encuentra descuidada en la agenda de los investigadores vernáculos. Estos dos libros, escritos desde la perspectiva de la historia local y/o regional, brindan insumos para comenzar a perfilar este tipo de historia. Y dado que al hablar de molinos, también debemos enfocarnos en la agricultura, sobre todo en la triguera, estas obras colaboran al estimulo de otro campo 2 historiográfico, como son los estudios agrarios (que han merecido aportes recientes de parte de Alcides Beretta Curi y María Inés Moraes, entre algunos otros). El primer libro, de Federico Olascuaga, hace foco en la historia del molino Lavagna, ubicado en San Carlos (Maldonado). El autor rescata la pertinencia de construir historias locales que, sin embargo, no olviden el diálogo con lo universal. La “interrelación” de los “sucesos del escenario internacional” con la “realidad nacional, regional y local” (p. 13). Esa relación, en este caso, está marcada por la irrupción de la modernización en el país y en el mundo, en un proceso acelerado de expansión del capitalismo. El agro y la industria locales se pliegan a esta dinámica. El italiano Ignacio Lavagna funda en 1884, a orillas del arroyo Maldonado, al oeste de San Carlos, un molino harinero. Lavagna había nacido en 1841 en Savona (Italia), siendo molineros su padre y su abuelo. En 1870 emigra al Uruguay, ingresando en la carrera comercial. Más tarde, ya en San Carlos, se desempeña en el molino de los Perdomos. Con el capital ahorrado establece en 1884 su propia empresa harinera. Fue también masón y un referente destacado de la sociedad carolina. De este modo conformó, junto a otros inmigrantes, una nueva clase hegemónica que operó el remplazo del antiguo patriciado vecinal. El molino, en un principio, era movido exclusivamente con fuerza hidráulica mediante ruedas de madera, incorporándose luego máquinas modernas traídas desde Italia. En 1889 participa con sus productos en la Exposición Universal de París. Para potenciar el rendimiento triguero les proporciona a los labradores circunvecinos semillas mejoradas de otros departamentos y de la República Argentina. Numerosos empresarios, sobre todo molineros, incentivaban de este modo a la agricultura, brindándoles a los productores tecnologías, créditos, semillas y mercaderías. Esta conducta, según destaca la historiografía nacional, fue corriente en los departamentos 3 agrícolas a finales del mil ochocientos. Empresarios progresistas, como Lavagna, desempeñarán así un papel fundamental en el adelanto de la agricultura. En 1915 se produce el cambio generacional en la conducción del molino, cuando Ignacio Lavagna vende su parte a sus hijos Carlos e Ignacio. Fallecería en 1928 a los 86 años. Las reformas realizadas por Carlos lo posicionan como un destacado industrial en el país y la región. Diversificó, además, sus explotaciones, manteniendo una granja, fabricando quesos y manteca, y dedicándose a la vitivinicultura. Esta expansión económica se corresponde con una renovada prosperidad vivida por Maldonado y el país entre 1925 y 1930. En ese marco, afirma el autor que: “Maldonado era la capital administrativa [del departamento] pero San Carlos el núcleo urbano de mayor vida comercial e industrial, junto a un peso demográfico superior y un nivel cultural que le distinguía.” (p. 94). El avance de la población, según la prensa del momento, se vincula al molino Lavagna. En 1925 el molino producía 400 bolsas de harina diarias, de 60 kilogramos cada una, acaparando el 60 % del trigo cosechado en Maldonado. Este potencial quedó interrumpido al incendiarse el molino en abril de 1928. Especula Olascuaga que el incendio pudo ser intencional, motivado por competidores poco escrupulosos. “No cabe duda alguna de que el Molino Lavagna, con una producción diaria de 48 toneladas, era un gran competidor para Bunge y Born en su objetivo de dominar el mercado uruguayo de harinas.” (p. 113). Sin embargo, a fines de 1928, con maquinaria traída de Alemania, el molino reconstruido volvía a operar. Esta etapa, que se prolongaría hasta 1939, sería la “época dorada” del molino Lavagna. Después sobrevendría el cierre definitivo y la venta por los sucesores. En 1998 el terreno y molino fueron expropiados por la intendencia de Maldonado, declarándose en 2005 monumento histórico nacional. Las instalaciones, sin embargo, continúan en mal estado. Al respecto, afirma el autor: “se ha condenado al olvido y la desaparición al Molino 4 Lavagna, verdadero símbolo representativo de lo mejor de la historia carolina.” (p. 139). Una importante labor memorialista y patrimonial queda aquí pendiente. En relación al “Molino Quemado” –objeto del libro de Omar Moreira– también se echa en falta una tarea mayor de rescate y valorización. Moreira viene realizando desde hace años un importante trabajo en la historia regional referido al departamento de Colonia y en especial a Nueva Helvecia. El presente texto –que ahora ha sido ampliado y mejorado– apareció en el año 1982 como folleto. El molino del título está ubicado sobre el Paso de la Tranquera, arroyo Rosario, próximo a Nueva Helvecia. Fue construido por Luis Vigny, comenzando a funcionar en 1876. El departamento de Colonia pasaba entonces por un proceso particular, al haberse establecido colonias agrícolas de inmigrantes (suizos y valdenses) desde 1858. A la vez que florecía la agricultura, también despegaban el comercio y la industria. Refiere Moreira: “En esos tiempos nacía y se conformaba toda una constelación de comerciantes e industriales que 5 “hacían” el departamento que se desarrollaba con el impulso de la colonización./ A la cadena de la piedra y la arena se sumaba la del trigo: los hermanos Bonjour –barco, gran comercio, molino harinero–; la actividad del comercio de Garat Hermanos en barraca y compraventa de los frutos del país; Juan Teófilo Karlen, quien producía, reunía y comercializaba los productos lácteos hacia Montevideo. Agréguense las herrerías y las fábricas de rodados, con clientes en todo el país.” (p. 13). En ese entorno de expansión agrícola, comercial e industrial, el piamontés Luis Vigny (que se decía pariente del poeta Alfred Vigny) establece su molino harinero. Vigny estaba allegado al gobierno nacional, ocupando diversos cargos (como el de alcalde), además de ser persona de confianza entre el comercio francés de Montevideo. Su prestigio de industrial y hombre público no impidieron que se granjeara la enemistad del vecindario de Colonia Suiza, que lo acusaba de arbitrariedades. En 1881, inmerso en estos conflictos, se incendió su molino. El episodio fue trágico, estando envuelto en el misterio. Al mismo tiempo la esposa del capataz se ahogó y éste se suicidó. Sus muertes nunca se esclarecieron del todo. Afirma el autor: “Muchos aspectos permanecen velados, desconocidos, dando lugar a conjeturas que pueden ser fantasiosas, gratuitas, de un colectivo con el cual su dueño estaba en conflicto y del cual era su alcalde.” (p. 25). Se llegó a susurrar la existencia de un seguro, lo que habría estimulado el incendio… El episodio fue recogido y convertido en novela por Antonio Soto (Boy) y publicado en “El Plata” en 1920 bajo el título “El Molino Quemado”. El texto de Moreira, mucho mejor documentado desde lo histórico, conserva, sin embargo, un cierto aire novelesco, por la agilidad y el suspenso que otorga a la narrativa. Después cayó sobre el molino “un silencio fantasmal”. Un “todo cargado de recuerdos, de memorias, a pocas de las cuales podemos acceder” (p. 48) pasó al olvido. 6 Los dos libros reseñados ayudan a rescatar estos espacios y sus memorias. Historias tal vez humildes, aportan desde lo “micro” insumos y puntos de vista para relatos mayores (de historias seccionales o nacionales). Son además, excusas útiles para el diálogo entre lo local y lo universal, entre una historia próxima y al alcance de la gente y otra (quizás mayor) de la academia y los especialistas. Sebastián Rivero Scirgalea