La Europa de Hitler 1933-1945 Volumen II
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La Esquina de la Historia
Atenas Editores Asociados 1998-2016
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La Europa de Hitler 1933-1945 Volumen II
© Atenas Editores Asociados 1998-2016
© Gustavo Urueña A
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Primera Edicion: Marzo 2012
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Hitler en la Prision de Landsberg
Adolf Hitler
Fechas: Braunau, Bohemia, 1889 - Berlín, 1945
Aunque nunca se ha podido determinar la fecha exacta, se supone que hacia fines de 1876 apareció en Dollersheim, localidad de la Baja Austria, un tal Johann Nepomuk Hiedler, al
que acompañaban tres de sus familiares. Procedían de Spital,
pueblo situado a unos veinte kilómetros de aquella localidad.
Se presentó en la parroquia y manifestó que deseaba legitimar al hijastro de su hermano, Johann Georg, quien ya contaba cinco años de edad cuando éste contrajo matrimonio con
Anna Schicklgruber, madre del niño. Tal vez el buen párroco
quedó convencido con unos cuantos embustes. El caso es que
procedió a efectuar en el Registro Civil la enmienda solicitada, por lo cual a petición, claro está , el apellido anterior, de rancio regusto campesino, se transformó en Hitler,
de diferente grafía y mayor sonoridad. Lo que el párroco
ignoraba o acaso pretendió ignorar , es que el supuesto padre había dejado de existir veinte años atrás y que la madre
también había fallecido, haría unos treinta. Tan singular legitimación, del todo improcedente a tenor de lo prescrito por
las leyes, constituía, pues, una manifiesta falsedad.
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Hitler vestido de sacoleva antes de una reunion en el Reichstag
Hijo de un aduanero austriaco, su infancia transcurrió en
Linz y su juventud en Viena. La formación de Adolf Hitler fue
escasa y autodidacta, pues apenas recibió educación. En Viena (1907-13) fracasó en su vocación de pintor, malvivió como
vagabundo y vio crecer sus prejuicios racistas ante el espectáculo de una ciudad cosmopolita, cuya vitalidad intelectual y
multicultural le era por completo incomprensible. De esa época data su conversión al nacionalismo germánico y al antisemitismo.
En 1913 Adolf Hitler huyó del Imperio Austro-Húngaro para
no prestar servicio militar; se refugió en Múnich y se enroló
en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial
(1914-18). La derrota le hizo pasar a la política, enarbolando
un ideario de reacción nacionalista, marcado por el rechazo
al nuevo régimen democrático de la República de Weimar, a
cuyos políticos acusaba de haber traicionado a Alemania
aceptando las humillantes condiciones de paz del Tratado de
Versalles (1919).
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Klara Hitler (Spital, Austria; 12 de agosto de 1860 Linz,
21 de diciembre de 1907), de nacimiento Klara Pölzl, fue la
madre de Adolf Hitler.
Klara Pölzl nació en 1860 en Spital, una pequeña localidad al
norte de Austria. Sus padres eran Johann Baptist Pölzl, un
pequeño granjero, y Johanna Hiedler, matrimonio que tuvo
once hijos de los cuales solo sobrevivieron tres a la infancia:
Klara, la mayor, Johanna y Theresia. El abuelo materno de
Klara era Johann Nepomuk Hiedler (o Hüttler, el apellido
significa «pequeño propietario rural» y se encuentra en la documentación de la época con diferentes grafías) cuyo hermano, Johann Georg Hiedler, se había casado con Maria Anna
Schicklgruber, la madre de Alois Hitler y, por tanto, abuela
del propio Adolf Hitler. Dado que en el registro bautismal de
Alois aparece en blanco el nombre del padre, no está claro
que este fuera el propio Georg sino Nepomuk, quien al poco
de morir Maria Anna se llevó a Alois a vivir a su granja. En
cualquier caso Klara y Alois estaban estrechamente emparentados y esta inseguridad sobre la identidad de uno de sus
abuelos dio pie a especulaciones sin fundamento sobre la posible ascendencia judía de Adolf Hitler.
Klara se casó con Alois Hitler el 17 de enero de 1885 y en mayo nació su primer hijo, Gustav. Al año siguiente tuvieron a
su segunda hija, Ida, y en 1887 a Otto, que murió a los pocos
días de nacer. Gustav e Ida también fallecieron de difteria
unos meses después que Otto.
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Alois Hitler (nacido Alois Schicklgruber; Strones, Municipio de Döllersheim, Bezirk Zwettl, Niederösterreich; 7 de junio de 1837 Leonding, cerca de Linz; 3 de enero de 1903)
fue un funcionario de aduanas austriaco, conocido por ser el
padre de Adolf Hitler.
El 7 de enero de 1885 contrajo matrimonio con su sobrina o
sobrina segunda (dependiendo de si el padre de Alois fue Johann Georg o Johann von Nepomuk) Klara Pölzl, con quien
tuvo seis hijos, de los cuales solo dos de ellos llegaron a la
edad adulta: Adolf y Paula Hitler.
Alois Schicklgruber nació en el pueblo de Strones en Waldviertel, una zona de colinas boscosas en el noroeste de Baja
Austria, al norte de Viena, como hijo de una campesina soltera de 42 años de edad, Maria Anna Schicklgruber, cuya familia había vivido en esa zona por generaciones. Después de haber sido bautizado en la cercana aldea de Döllersheim, el espacio para el nombre de su padre en el certificado de bautismo se dejó en blanco y el sacerdote escribió Ilegítimo. Alois
fue cuidadosamente criado por su madre en una casa que
compartía en Strones con su anciano padre, Johannes
Schicklgruber.
Algún tiempo después, Johann Georg Hiedler se fue a vivir
con los Schicklgrubers y se casó con María cuando Alois tenía
5 años. A la edad de 10 años, Alois había sido enviado a vivir
con el hermano de Hiedler, Johann Nepomuk Hüttler, que
era dueño de una granja en la cercana aldea de Spital. Alois
asistió a la escuela primaria y tomó clases en la fabricación de
zapatos de un local de zapatero. Cuando tenía 13 años, salió
de la granja en Spital y se fue a Viena como un aprendiz de
zapatería, trabajando allí durante unos cinco años. En respuesta a una campaña de reclutamiento de la oferta de empleo en el gobierno de Austria en la administración pública a
las personas de las zonas rurales, Alois se unió a los guardias
fronterizos (Aduanas de servicio) del Ministerio de Hacienda
Austriaca en 1855 a la edad de 18 años.
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Testamento político de Adolf Hitler, del 29 de abril de 1945 15
Proclamacion a los soldados del Frente del Este Abril 13,
1945 ........................................................................................23
Capitulo I La Barrera Polaca..................................................25
Capitulo II La estructura Económica de la Europa de Hitler....
85
Capitulo III La estructura de los controles económicos en Europa ....................................................................................... 99
Capitulo IV La industria y las materias primas ................. 121
Capitulo V Alimentación y Agricultura................................ 153
Capitulo VI El Trabajo ......................................................... 177
Capitulo VII Los Transportes .............................................. 217
Capitulo VIII Las Finanzas ................................................. 229
Capitulo IX El Nacimiento del III Reich .............................257
Biografia Adolfo Hitler.........................................................437
Anexos................................................................................. 465
Bibliografia.......................................................................... 549
Indice ................................................................................... 561
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Testamento político de Adolf Hitler, del 29
de abril de 1945
Mi Testamento Político
Desde que, en 1914, puse mis modestas tuerzas como voluntario al servicio de la Primera Guerra Mundial impuesta al
Reich, han transcurrido más de treinta años.
Durante estos tres decenios, en todos mis pensamientos, actos y en toda mi vida sólo me han movido el amor y la lealtad
hacia mi pueblo. Ellos me han dado la fuerza necesaria para
tomar las más difíciles decisiones que haya tenido que tomar
cualquier mortal. Durante estos tres decenios, he gastado mi
tiempo, mi energía y mi salud.
Es falso que yo o cualquier otra persona en Alemania quisiera
la guerra en 1939. La querían y la instigaban exclusivamente
los estadistas internacionales que, o bien eran de ascendencia
judía o trabajaban a favor de los judíos. Son demasiados los
ofrecimientos de limitación de armamento que hice y que el
mundo no podrá seguir desmintiendo durante toda la eternidad, para que deba recaer sobre mí la responsabilidad por el
desencadenamiento de esta guerra. Nunca deseé que, después de la primera y funesta Guerra Mundial, hubiera otra
contra Inglaterra o contra Norteamérica. Pasarán siglos, pero
de las ruinas de nuestras ciudades y monumentos seguirá
brotando, renovado, el odio contra el pueblo que, en última
instancia, es el responsable de todo esto: |el judaísmo internacional y sus secuaces!
Tres días antes de que estallara la guerra germano-polaca,
propuse al embajador británico en Berlín una solución de los
problemas germano-polacos: similar a la del Sarre, bajo control internacional. Tampoco este ofrecimiento puede ser desmentido. Fue rechazado, porque las altas esferas de la política inglesa querían la guerra, debido, en parte, a los grandes
negocios que esperaban realizar y, en parte, a la propaganda
montada por el judaísmo internacional.
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No he dejado lugar a dudas de que si los pueblos de Europa
vuelven a ser considerados 1 sólo como paquetes de acciones
de estos conjurados de las finanzas internacionales, la responsabilidad será también de ese pueblo que en realidad es el
culpable de esta criminal refriega: los judíos. Tampoco he dejado a nadie en la duda de que esta vez no sólo morirán de
Hitler ultimo de izquierda a derecha con sus compañeros en la I
Guerra Mundial
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hambre millones de niños europeos de los pueblos arios, no
sólo sufrirán la muerte millones de hombres adultos y no sólo
arderían y morirían destrozados por las bombas cientos de
miles de mujeres y niños en nuestras ciudades sin que el verdadero culpable pague su culpa, aunque por medios más humanos.
Después de una lucha de seis años que, a pesar de todos los
contratiempos, pasará a la Historia como el más glorioso y
valeroso exponente de la voluntad de supervivencia de un
pueblo, no puedo abandonar la ciudad que es la capital de este Imperio. Dado que las fuerzas son ya muy escasas para seguir resistiendo el asalto enemigo en este punto y la resistencia propia está siendo progresivamente deteriorada por el elementos tan obcecados como inconsistentes, quisiera unir mi
suerte a la que han seguido millones de seres, quedándome
en esta ciudad. Por otra parte, no quiero caer en manos de los
enemigos que, para divertir a sus masas soliviantadas, necesitan un nuevo espectáculo montado por los judíos.
Por lo tanto, he decidido permanecer en Berlín y buscar la
muerte en el momento en que crea que la sed del Führer y
Canciller no puede seguir siendo defendida. Muero contento,
pensando en las inconmensurables gestas realizadas por
nuestros soldados en el frente, por nuestras mujeres en el hogar, las hazañas de nuestros campesinos y trabajadores y el
arrojo de nuestras Juventudes, que llevan mi nombre, sin parangón en la Historia.
El que yo les dé las gracias de todo corazón es algo tan natural como mi deseo de que en modo alguno abandonen la lucha sino que dondequiera que sea la continúen, contra el enemigo de la patria, fieles a los principios de un gran Clausewitz. Del sacrificio de nuestros soldados y de mi propia comunión con ellos hasta la muerte, ha de germinar un día en la
Historia alemana la semilla de un esplendoroso renacer del
movimiento nacionalsocialista y, con él, la realización de una
verdadera comunidad de pueblos.
Muchos hombres y mujeres valerosos han decidido unir su
destino al mío hasta el final. Yo les he rogado y, finalmente,
ordenado que no lo hagan y que sigan empeñados en la lucha
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de la nación. Pido a los jefes de los Ejércitos, la Marina y la
Luftwaffe que consoliden por todos los medios el espíritu de
resistencia de nuestros soldados, en el sentido nacionalsocialista y recalquen especialmente que yo mismo, fundador y
creador de este movimiento, he preferido la muerte a una cobarde claudicación e, incluso, a una capitulación. Ojalá un día
forme parte del concepto del honor del oficial alemán como
sucede ya en nuestra Marina el que la cesión de un territorio o una ciudad es imposible y que los jefes deben ir delante,
dando brillante ejemplo en cumplimiento fiel de su deber,
hasta la muerte.
Segunda parte del testamento político
Antes de morir, expulso del Partido al antiguo Mariscal del
Reich Hermann Goring y le despojo de todos los derechos
que pudieran derivarse del decreto de 29 de junio de 1941, así
como de mi declaración hecha en el Reichstag el 1° de septiembre de 1939. Nombro en su lugar al gran almirante Donitz presidente del Reich y jefe supremo de la Wehrmacht.
Antes de morir, expulso del Partido y de todos sus cargos oficiales al antiguo Jefe de la SS y Ministro del Interior, Heinrich Himmler. Nombro en su lugar al Jefe provincial Karl
Hanke, jefe de la SS y de la Policía alemana y al jefe provincial Paul Giesler, ministro del Interior. Goring y Himmler,
con negociaciones secretas con el enemigo, realizadas sin mi
conocimiento y contra mi voluntad, así como con el intento,
contrario a la ley, de hacerse con el poder del Estado, han
ocasionado al país y a todo el pueblo alemán daños incalculables, aparte de la deslealtad que su proceder supone hacia mi
persona.
A fin de dar al pueblo alemán un Gobierno compuesto por
hombres honorables, que cumpla con la obligación de continuar la guerra por todos los medios, nombro jefes de la nación a los siguientes miembros del nuevo gabinete:
Presidente del Reich: Donitz
Canciller del Reich: Doctor Goebbels
Ministro del Partido: Bormann
Ministro de Asuntos Exteriores: Seyss-Inquart
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Ministro del Interior: jefe provincial Giesler
Ministro de la Guerra: Donitz
Jefe supremo del Ejército: Schorner
Jefe supremo de la Kriegsmarine: Donitz
Jefe supremo de la Luftwaffe: Greim
Jefe de la SS y de la Policía Alemana: jefe provincial Hanke
Economía: Funk
Agricultura: Backe
Justicia: Thierack
Cultura: Doctor Scheel
Propaganda: Doctor Naumann
Finanzas: Schwerin-Crossigk
Trabajo: Doctor Hupfauer Armamento: Saur
Jefe del Frente de Trabajo Alemán y miembro del gabinete
del Reich: ministro del Reich doctor Ley.
Aunque muchos de estos hombres, como Martin Bormann, el
doctor Goebbels, etcétera, con sus esposas, por propia voluntad, se han congregado en torno a mí y bajo ningún concepto
querían abandonar la capital del Reich sino que estaban
dispuestos a sucumbir conmigo, tengo que pedirles que obedezcan mi requerimiento y en este caso pongan el interés de
la nación por encima de sus propios sentimientos. Con su trabajo y su lealtad seguirán estando tan cerca dé mí después de
la muerte como espero que mi espíritu lo esté de ellos y los
acompañe siempre. Deseo que sean estrictos pero nunca injustos, que nunca tomen al temor por consejero de sus actos y
que pongan el honor de la nación por encima de todo lo que
hay en el mundo. Que entiendan que nuestra misión de construir un Estado nacionalsocialista representa el trabajo de siglos venideros, que obliga a cada uno a servir el interés común y supeditar a éste sus propias conveniencias. A todos los
alemanes, a todos los nacionalsocialistas, hombres y mujeres
y a todos los soldados de la Wehrmacht les pido que sean fíeles al nuevo Gobierno y a su Presidente hasta la muerte.
Ante todo, comprometo al Gobierno de la nación y a todos los
compañeros al estricto mantenimiento de las leyes raciales y
a la implacable resistencia contra el veneno de todos los pueblos, el judaísmo internacional.
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Dado en Berlín, a 29 de abril de 1945, 4:00 horas.
Adolf Hitler
Testigos;
Doctor Joseph Goebbels
Wilhelm Burgdorf
Martin Bonnann
Hans Krebs
Apéndice al Testamento de Adolf Hitler, redactado por el doctor Joseph Goebbels 29 de abril de 1945
El Führer me ha ordenado que, en el caso del derrumbamiento de la defensa de la capital del Reich, abandone Berlín y forme parte de un Gobierno nombrado por él, en calidad de
miembro rector.
Por primera vez en mi vida, he de negarme categóricamente a
obedecer una orden del Führer. Mi esposa y mis hijos se adhieren a mi negativa. De lo contrario y sin contar con que
por causas humanas y de lealtad personal, nunca seríamos
capaces de dejar solo al Führer en su hora más difícil, durante el resto de mi vida me consideraría un vil desertor y un
rufián que perdería no sólo el respeto de sí mismo sino también el de su pueblo, el cual debería ser requisito indispensable para el ulterior servicio de mi persona a la futura configuración de la nación alemana y del Reich alemán.
En medio del delirio de traiciones que durante estos días críticos de la guerra rodea al Führer, tiene que haber por lo menos algunos que se mantengan incondicionalmente a su lado
hasta la muerte, aunque ello sea contrario a una orden formal
expresada en su testamento político y fundada en consideraciones de carácter práctico.
Creo que de este modo presto al pueblo alemán el mejor servicio para su futuro, ya que para los difíciles tiempos que se
avecinan los ejemplos son más importantes que los hombres.
Siempre habrá hombres que señalen a la nación el camino de
la libertad. Pero la reconstitución de nuestra vida nacional sería imposible si no partiera de la base de unos ejemplos claros y comprensibles para todos. Por esta razón, expreso en
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nombre propio, en el de mi esposa y en el de mis hijos, demasiado jóvenes aún para poder manifestarse por sí mismos pero que, de tener la edad suficiente para ello, se adherirían incondicionalmente a esta decisión, el propósito irrevocable de
no abandonar la capital del Reich, aun en el caso de que caiga
y poner fin al lado del Führer a una vida que para mí personalmente no tiene valor alguno si no puedo dedicarla al servicio del Führer, a su lado.
Dado en Berlín a 29 de abril de 1945, 5:30 horas.
Doctor Goebbels
Noticia oficial de la muerte de Hitler, del 1 de mayo de 1945
(Información radiada)
Se informa del Cuartel General del Führer que esta tarde, en
su puesto de mando de la Cancillería del Reich, nuestro Führer Adolf Hitler, ha caído por Alemania, luchando hasta el último aliento contra el bolchevismo. El 30 de abril, el Führer
nombró sucesor suyo al gran almirante Donitz.
Discurso radiado, dirigido por el gran almirante Donitz al
pueblo alemán el 1° de Mayo de 1945
Hombres y mujeres alemanes, soldados de la Wehrmacht:
Nuestro Führer Adolf Hitler ha caído. El pueblo alemán se inclina con el más profundo dolor y respeto. Él advirtió pronto
el terrible peligro del bolchevismo y consagró su vida a combatirlo. Al término de este su combate y de la trayectoria recta y firme de su vida está su muerte heroica en la capital del
Reich. Su vida fue un continuo servicio a Alemania. Su entrega a la lucha contra la gran marea bolchevique iba también
en interés de Europa y de todo el mundo civilizado.
El Führer me designó su sucesor. Consciente de la responsabilidad, asumo el gobierno del pueblo alemán en esta hora fatídica. Mi primera misión es salvar vidas alemanas de la destrucción a manos del enemigo bolchevique. Sólo con este objeto prosiguen las operaciones militares. Mientras británicos
y norteamericanos impidan el logro de este objetivo, tendremos que seguir combatiendo contra ellos. Porque los anglonorteamericanos no continúan la guerra no por sus pueblos,
sino únicamente para la difusión del bolchevismo en Europa.
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Lo que el pueblo alemán consiguió en el combate y lo que soportó en el suelo patrio durante esta guerra es algo único en
la Historia. Durante los duros tiempos que se avecinan, procuraré crear condiciones de vida soportables para nuestras
valientes mujeres, hombres y niños, dentro de mis posibilidades. Para ello necesito vuestra ayuda. Dadme vuestra confianza, pues vuestro camino es también mi camino. Mantened el
orden y la disciplina en la ciudad y en el campo y que cada
uno en su puesto cumpla con su deber. Sólo así podremos mitigar los sufrimientos que el futuro ha de depararnos a cada
uno de nosotros y evitar el derrumbamiento. Si hacemos lo
que está en nuestra mano. Dios no nos abandonará, después
de tanto dolor y sacrificios.
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Proclamacion a los soldados del Frente del
Este Abril 13, 1945
Soldados alemanes del Frente del Este
Por última vez, nuestro mortal enemigo judeo-bolchevique
ha alineado sus masas para el ataque. Él está tratando de
aplastar a Alemania y exterminar a nuestro Pueblo. Los soldados del Frente del Este saben lo que el destino está amenazando todos los alemanes de las mujeres, niñas y niños.
Mientras se asesinaron a los ancianos y los niños, las mujeres
y las niñas serán degradados a putas de cuartel. El resto va a
marchar a Siberia.
Hemos esperado esta hora. Desde enero, todo lo posible se ha
hecho con el fin de erigir un frente fuerte. Nuestra poderosa
artillería saluda al enemigo.
Las pérdidas de nuestra infantería han sido satisfechos por
incontables nuevas unidades. Unidades de la alerta, unidades
recién activados y el Ejercito del Pueblo refuerza nuestro
frente. El bolchevique va a cumplir con el viejo destino de
Asia, es decir, debe y va a sangrar hasta la muerte delante de
la capital del Reich alemán.
El que deja de cumplir con su deber en este momento comete
traición a nuestro Pueblo.
Cualquier regimiento o división que abandone su posición actúa de manera vergonzosa y debería avergonzarse ante las
mujeres y los niños que están soportando el bombardeo de terror contra nuestras ciudades.
Por encima de todo, hay que tener cuidado con los pocos oficiales traidores y soldados que, con el fin de salvar sus propias vidas, lucharán contra nosotros, pagado por los rusos, tal
vez incluso con uniformes alemanes. Quien les ordene retirarse deben ser arrestados inmediatamente y, si es necesario,
ejecutados en el acto, no importa cuál sea su rango.
Si, en los próximos días y semanas, cada soldado cumple con
su deber en el frente oriental, a continuación, el último ataque de Asia se romperá, al igual que la invasión de nuestros
enemigos en el oeste se romperá a pesar de todo.
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Berlin permanecerá alemán. Viena volverá a ser alemán, y
Europa nunca se convertirá en rusa.
Formar una comunidad con jurado no en el concepto vacío
de una "patria", pero para la defensa de su patria, sus mujeres, sus hijos, y por lo tanto nuestro futuro.
En esta hora, todo el Pueblo alemán confia en ustedes, mis
combatientes en el este, y espera que, a través de su firmeza,
el celo, los brazos, y el liderazgo, el ataque bolchevique se
ahogará en un baño de sangre. En este momento, en que la
Providencia ha eliminado el mayor criminal de guerra de todos tiempos de esta tierra, se está decidiendo el punto de inflexión de esta guerra.
Adolf Hitler
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Capitulo I La Barrera Polaca
"La mayoría de los ingleses no se dan cuenta de que, habiendo hecho su trabajo para el círculo gobernante judío, deben
ahora desaparecer como poder mundial".
General Luddendorff: The Coming War.
El Pacto de Munich era, en cierto modo, la prolongación del
Tratado de Locarno, y tenía por principio fundamental el revisionismo y por método la colaboración organizada y permanente de las cuatro grandes potencias europeas: Gran Bretaña, Francia, Italia y Alemania. Deliberadamente, se dejaba al
margen de los asuntos europeos a la U.R.S.S. y se sustraían
las decisiones y los movimientos de las grandes potencias responsables a las peligrosas presiones de los pequeños intereses irresponsables.
Munich consagraba, de hecho, la división del mundo en zonas de influencia, con su centro geopolítico en Europa.
Reconocía, también, la legitimidad de la expansión alemana
hacia el Este y el Sudeste de Europa; expansión marcada por
la Naturaleza: el Danubio corre en dirección Oeste-Este. El ni
Reich emprendía el camino tomado cinco siglos atrás por los
caballeros teutónicos de la Orden Hanseática; dos siglos atrás
por los Habsburgos austríacos y treinta años antes por el kaiser Guillermo u. Ya en Locarno, el canciller Stressemann, que
había aceptado como definitivas las fronteras Occidentales
del Reich, rehusaba hacer lo mismo con las Orientales. En
"Mein Kampf', Hitler hablaba de detener, definitivamente, la
marcha de los germanos hacia Occidente, para dirigirse hacia
el Oriente, hacia la Rusia soviética y los pueblos colocados bajo su dependencia. Alemania buscaría su espacio vital en el
Este, engrandeciendo a Europa, y liquidando la amenaza bolchevique. Éste era el espíritu de Munich, que sólo beneficios
podía reportar a los pueblos europeos, incluyendo a Inglaterra y a la propia Rusia, que sería liberada de la tiranía soviética y volvería a formar parte del concierto de los países libres.
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Los acuerdos de Munich, fueron, pues, algo infinitamente
más importante que la solución del problema de las minorías
nacionales en Checoslovaquia. 2 Significaba la ruptura de los
Cuatro Grandes del Continente con la URSS y por consiguiente, la desaprobación del pacto francosoviético. Europa, para
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Hitler y el canciller von Hindenburg
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los europeos, y el bolchevismo en cuarentena.
Ilya Ehrenbourg acusó, en un violento editorial de la Pravda,
a «ciertos miembros del Gabinete inglés, incluyendo a su presidente, Chamberlain de haber dado carta blanca a Alemania
para que atacara a la U.R.S.S.
El Partido de la Guerra
Pero las fuerzas que, desde Occidente, habían contribuido a
instaurar el bolchevismo en Rusia no podían permitir que los
acuerdos de Munich y, sobre todo, su espíritu, prevalecieran.
En Inglaterra, una importante fracción del Partido conservador, encabezada por Churchill, secundado a su vez por Edén,
Halifax, Lord Vansittart, Duff Cooper y Hore Belisha, más el
pleno de los Partidos laborista y liberal; todos los Partidos de
extrema izquierda, la mayoría de los socialistas, y una buena
parte de los «chauvins» girondinos y de la extrema derecha
de Maurras, convencidos de que la misión histórica de Francia consiste en poner trabas al germanismo; toda la masonería continental y la mayoría de las casas reales, fuertemente
infiltradas por la masonería y enlazadas con la familia real
británica... Y, por encima de todas estas fuerzas e influencias,
encauzándolas o dirigiéndolas abiertamente en muchos casos, el judaísmo -sionista o no-. Éstos fueron los abanderados
del Partido de la guerra, que disponía de formidables recursos financieros y políticos, y estaba respaldado por Wall
Street y su «fondé de pouvoirs», Roosevelt.
Ese «Partido de la guerra» consiguió sembrar la nerviosidad
y el confusionismo entre las masas desorientadas agitando
ante los ojos de éstas el espantajo de un Hitler traicionero
que se preparaba a reconquistar la Alsacia-Lorena (1) y a
arrebatarle a Inglaterra su inmenso imperio colonial. Dos
días después de firmados los acuerdos de Munich, Duff Cooper, ministro de la Guerra del Gabinete Chamberlain atacaba,
violentisimamente, en los Comunes, a su Primer Ministro,
acusándole de haber sufrido la mayor derrota diplomática de
toda la historia del imperio. Chamberlain, atacado por toda
una ala de su propio Partido, se vio obligado a ceder terreno y
a recomendar el rearme intensivo. Poco después, Runciman,
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el pacifista que acompañó a Chamberlain en Munich, era «dimitido». El Partido de la guerra marcaba punto tras punto,
no sólo en Inglaterra, sino también en Francia. Una formidable campaña de Prensa o, más exactamente, de noticias tergiversadas, contribuyó a envenenar el ambiente entre la opinión publica. El conservador The Daily Telegraph, de Londres, que pasa habitualmente por un periódico serio, informó, el 17 de septiembre de 1938 que Hitler financiaba la carrera política de Georges Bonnet, el líder de los "munichois".
Tres días después, el Daily Telegraph publicaba una minúscula rectificación en un rincón de la última página, pero el efecto de la calumnia ya se había conseguido. A partir de entonces, todo ministro pacifista será tratado de «agente de Hitler». El 4 de octubre, Daladier sustituirá a Francois-Poncet,
embajador en Berlín, por Coulondre. Esto es un deliberado
bofetón diplomático a Hitler. Coulondre es un marxista público y notorio que, antes de ser enviado al Reich, había sido
embajador en Moscú. Su adjunto, Dejean, es un francmasón
de alto rango que hará cuanto estará de su mano para envenenar las relaciones francogermanas.
Del otro lado del Canal de la Mancha, el desarrollo de los
acontecimientos es singularmente idéntico. Chamberlain,
atacado desde todas partes y boicoteado por su propio Partido, si bien defiende en los Comunes no sólo el Pacto de Munich sino también su espíritu, por otra parte ha proclamado
la necesidad de acelerar la cadencia del rearme. La respuesta
de Hitler llega casi de inmediato. En un discurso pronunciado en Saarbrucken, manifiesta que si hombres como Churchill, Edén, o los judíos Cooper y Belisha suceden en el poder
a Chamberlain, «una nueva guerra mundial puede venir en
cualquier momento».
Y añade:
«Nosotros queremos la paz. Estamos prestos a mejorar nuestras relaciones con Inglaterra pero sería conveniente que Inglaterra abandone ciertas actitudes del pasado. Alemania no
necesita una institutriz inglesa.»
El Führer afirma, así, netamente, su intención de «arreglar
los problemas del Este de Europa», o, mas concretamente, de
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llegar a su ansiado choque con la U.R.S.S., y que, en tal circunstancia, Inglaterra no tiene ninguna razón de intervenir.
Quince días después de firmado el Pacto de Munich, su espíritu había muerto. El Partido de la guerra había conseguido
hacer aceptar la tesis de que para Occidente era imprescindible exterminar a la Alemania Nacionalsocialista, y que dejarle
manos libres para que atacara a la U.R.S.S. era contrario a los
intereses europeos.
El propósito evidente era colocar a Occidente entre Hitler y
Stalin, aún a riesgo de atraer sobre aquél el formidable rayo
de la guerra alemán. Francia e Inglaterra, según confiesa el
propio Sir Winston Churchill, en sus «Memorias», intentaron, a finales de 1938, concluir una alianza ofensiva-defensiva con la U.R.S.S. (2). Esa tentativa no cristalizó porque desde el mismo Kremlin la torpedearon. En efecto, Stalin presentó unas demandas calculadamente desmesuradas (carta blanca para la anexión de los países bálticos, Finlandia, Besarabia, media Polonia, Irán y control de los estrechos del mar
Negro) con la idea de que Londres y París se vieran obligados
a rechazarlas. El zar rojo tenía un doble motivo para obrar
así:
a) Sabía que el potencial bélico con que contaban, entonces,
los anglofranceses. era notoriamente insuficiente para enfrentarse con la Wehrmacht, y le constaba que la moral bélica
de las democracias occidentales dejaba mucho que desear.
b) Le constaba que se estaba tramando una conjura para lanzar a Inglaterra, Francia y sus satélites europeos contra Alemania. Una vez mutuamente debilitadas democracias y fascismo, el Ejército rojo intervendría para "restablecer el orden".
En Berlín están al corriente de que desde Londres y París se
está resucitando la política del cerco diplomático de Alemania, tal como ocurrió en los años anteriores al estallido de
1914. Hitler hace una nueva tentativa el 24 de noviembre de
1938, fecha de la redacción de un documento por el que Alemania se compromete a «trabajar para el desarrollo de relaciones pacificas con Francia», reconoce, solemnemente, como definitivas las fronteras francoalemanas trazadas en Ver-
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salles, y se declara resuelta a «consultar con Francia en el caso de que la evolución de las cuestiones interesando a ambos
países amenazaran ser causa de dificultades internacionales». Ese pacto francoalemán había sido ya ideado en Munich, y fue firmado por Ribbentrop y Bonnet el 6 de diciembre en París. No era sólo Alemania la que se comprometía a
consultar sus diferencias con Francia sino ésta, también, las
suyas con Alemania. Tácitamente, pues, a cambio de la renuncia definitiva del Reich a Alsacia-Lorena, Francia daba un
paso hacia el abandono de su política con respecto a Alemania desde los tiempos de Richelieu. Tener las espaldas libres
para su ataque contra la URSS. Hitler no pedía ni había pedido jamás otra cosa a Francia.
El Pacto de París, que hubiera podido ser el preludio de un
franco entendimiento entre los países civilizados y el punto
de partida de la exterminación del bolchevismo, fue boicoteado por el cada día más poderoso clan belicista.
Al día siguiente de la firma del pacto, y en el mismo momento
en que Ribbentrop era agasajado por el «Comité Francia-Alemania», Duff Cooper, del Gabinete británico y germanófobo
empedernido, se dirigía, en un banquete
dado en su honor en París, a una asistencia entre la que se
contaban los principales hombres políticos franceses, que le
ovacionaban clamorosamente. Cooper denunció la política de
Munich, rindió vibrante homenaje «a la raza que había traído
el Cristianismo al Mundo» y calificó de «papelucho sin valor»
el pacto firmado la víspera en el Quai dí Orsay
El judío Cooper, después de echarse incienso sobre su propia
cabeza con lo de «la raza que trajo el Cristianismo al Mundo», califica un pacto firmado libremente por Francia de «papelucho sin valor», pero en el curso del mismo Parlamento
criticará violentamente a Hitler por haber violado el Tratado
de Versalles, que Alemania fue forzada a firmar, bajo chantaje. ¡Admirable lógica talmúdica!
Entre tanto, la estrella de Paul Reynaud, el campeón de Moscú y de los grandes trusts sube tanto en Francia como la de
Churchill en Inglaterra. El belicismo va viento en popa.
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El caso de Ucrana y la Drangnach Osten
Después de Munich, el problema ucraniano se convierte en el
problema capital de la política europea. Preciso será, antes de
seguir adelante, examinar, someramente al menos, en qué
consiste tal problema.
Ucrania es una realidad étnica y nacional: es el país de los rutenos, que hablan el idioma ruteno, llamado también «pequeño ruso». Limita, al Norte, por una línea que va de Brest-Litovsk a Nowo-Khopersk, extendiéndose, por Oriente, desde
Nowo-Khopersk a Rostov; por el Sur, sigue las costas del mar
de Azov y del mar Negro, hasta llegar al delta del Danubio; al
Oeste, sigue una línea que, partiendo del delta del Danubio,
sigue el curso del Dniéster, cruza los Cárpatos al Sur de Czernovitz y llega a Brest-Litovsk. Es uno de los países más ricos
del mundo; no es solamente el granero de Europa; posee también minas de carbón y yacimientos petrolíferos en Galitzia,
mineral de hierro en Poltawa, aluminio y manganeso en Yekaterinoslaw y, sobre todo, la inmensa riqueza de la cuenca
hullera del Donetz.
Los ucranianos poseen una literatura abundante y una rica
música folklórica; su cultura nacional está netamente diferenciada con relación a la rusa. Constituidos como nación independiente desde mediados del siglo IX, los ucranianos fueron, hasta la mitad del siglo XIV el baluarte del Sudeste europeo contra las hordas del Asia. La invasión de Gengis-Khan
arrasó el país, pero al cabo de unos cincuenta años los ucranianos recobraron su independencia para convenirse en vasallos, primero del rey de Lituania, y luego del de Polonia, a
principios del siglo XV. Una parte de Ucrania, no obstante -la
zona oriental que se extendía desde Czernikow hasta Braclaw, con capital en Kiev había conseguido mantenerse independiente. Esa independencia sería reconocida por el zar Alexis y el rey Juan-Casimiro de Polonia, en 1654. Pero, en 1667,
polacos y rusos incumplían su palabra y se repartían ese territorio. Durante un siglo, tres grandes insurrecciones ucranianas -las de Steppa, Pougatchew y Stenka Razine provocarán
otras tantas brutales represiones rusopolacas.
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En el siglo XVIII, el primer reparto de Polonia hace pasar la
Galitzia (Ucrania Occidental) bajo soberanía austrohúngara.
Los repartos segundo y tercero aumentarán el territorio ucraniano sometido a Rusia con las provincias de Polonia y Volynia. Los zares poseen, entonces, más de las tres cuartas partes de Ucrania, de la que desaparece hasta el nombre; para
transformarse, por decreto zarista, en "pequeña Rusia".
Durante un siglo y medio, numerosas sublevaciones contra la
dominación rusa y polaca estallarán a ambos lados de la frontera. En febrero de 1917, inmediatamente después de la abdicación de Nicolás II los ucranianos reclaman la autonomía
que les garantiza, verbalmente, al menos, la propaganda bolchevique que busca, en aquellos momentos, debilitar al Gobierno provisional de Kerensky y reúnen en Kiev la Rada, o
Asamblea Nacional de Ucrania. El 7 de noviembre, la Rada
anuncia la creación de la República de Ucrania, que es inmediatamente reconocida por Inglaterra y Francia, que acreditan sendos embajadores en Kiev, confiando en que los ucranianos combatirán a su lado contra los imperios centrales.
Pero el martirizado pueblo ucraniano prefiere conservar su
neutralidad, lo que motiva el cese de la ayuda francobritánica. El 9 de febrero de 1918, las tropas rojas se apoderan de
Kiev, y cuando todo parece perdido para los nacionalistas
ucranianos, la intervención de las tropas alemanas y austrohúngaras estabiliza nuevamente la situación. Por el Tratado
de Paz de Brest-Litovsk, la Rusia soviética debe reconocer,
bajo presión alemana, la independencia de Ucrania, la cual es
inmediatamente reconocida por Alemania, Austna-Hungría,
Bulgaria y Turquía.
En diciembre de 1918, los rutenos proclaman, en Lwow, la
República Occidental de Ucrania, y el 22 de enero de 1919,
con la unión de ambas porciones, la Rada proclama en Kiev
la unificación nacional ucraniana. El Estado ucraniano, ese
sueño de cuarenta y tres millones de personas, se ha convertido en una realidad. Pero poco tiempo durará la independencia ucraniana. Después de la derrota de los imperios centrales, y abandonada por la Entente, será atacada, a la vez, por
los rusos blancos de Denikin -cuya estupidez política es pro-
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verbial- los rojos de Trotsky y Gamarnik, y los polacos de Pilsudski, que reclaman la Ucrania Occidental. Los anarquistas
ucranianos, a las órdenes de Mahkno, combatirán con la misma energía a los rojos, a los blancos, a los nacionalistas ucranianos y a los polacos de Pilsudski. Durante dos años y medio, Ucrania será pasto de unos y otros, mientras la Sociedad
de Naciones hará el poco airoso papel de Poncio Pilatos.
He aquí los principales episodios que se irán sucediendo paulatinamente:
a) Conquista de la Galitzia por Polonia, y ejecución de la élite
nacional oesteucraniana a manos de los verdugos de Pilsudski.
b) Aplastamiento del Ejército ucraniano de Petliura por los
rusos blancos de Denikin, instrumento inconsciente del bolchevismo al que tanto pretendía combatir.
c) Derrota de Denikin y de su sucesor, Wrangel, a manos de
los comunistas soviéticos y de los anarquistas de Mahkno.
d) Guerra rusopolaca por la posesión de Ucrania Occidental,
finalizada por el Tratado de Riga 18 de mayo de 1921 que consagra el reparto de esos territorios, otorgando la Galitzia a Polonia y el resto de la Ucrania del Oeste a la Rusia soviética.
e) Aplastamiento de las bandas anarquistas de Mahkno por el
Ejército rojo.
f) Entrada en vigor de dos cláusulas de los Tratados de Versalles y Saint-Germain, que adjudican la Bukovina a Rumania,
y la Rutenia Transcarpática a Checoslovaquia.
El resultado final de todas esas guerras, «tratados» y celestinos es el reparto de Ucrania entre cuatro potencias: la
U.R.S.S., que reina despóticamente sobre 35.000000 de
ucranianos habitantes de la llamada «pequeña Rusia».
Polonia, que se queda con la Galitzia, poblada por 6.500.000
de ucranianos. Rumania, con la Bukovina, cuya población es
de 1.300.000 habitantes, y Checoslovaquia, con la Rutenia
Transcarpática, poblada por 500.000 ucranianos y 100.000
alemanes, húngaros, eslovacos y polacos.
No puede decirse que el caso ucraniano fuera menospreciado
en las discusiones de Versalles y Saint-German. Una activa
delegación rutena había, incluso, obtenido ciertas no negli-
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bles satisfacciones de principio. Por ejemplo, el Tratado de
Saint-German estipulaba (articulo 10°): «Checoslovaquia se
compromete a organizar el territorio de los rutenos al Sur de
los Cárpatos en las fronteras fijadas por las ponencias aliadas
y asociadas, bajo la forma de una unidad autónoma en el interior del Estado de Checoslovaquia.»
El mismo Tratado, que atribuía la Bukovina a Rumania, imponía a los gobernantes de Bucarest idénticas obligaciones.
Con referencia a Polonia, el Consejo Supremo de la Sociedad
de Naciones la autorizaba a ocupar militarmente la Galitzia...
«con objeto de garantizar la protección de las personas y los
bienes de la población contra los peligros a que les someten
las bandas bolcheviques... » La Sociedad de Naciones, además, estipulaba que esa autorización no prejuzgaba en absoluto las decisiones que el Consejo tomaría ulteriormente a
propósito de esos territorios. El 27 de septiembre de 1921, la
Asamblea de Ginebra votaba la resolución siguiente:
«Polonia es solamente el ocupante militar y provisional de
Galitzia, cuya soberanía es reservada a la Entente.»
Si las disposiciones del Tratado de Saint-Germain relativas a
Ucrania Occidental hubieran sido respetadas, los ucranianos
sometidos al dominio centralista de Varsovia, Praga y Bucarest hubieran conocido una sensible mejora de sus condiciones de vida y de su dignidad nacional. Pero ni Polonia, Checoslovaquia, ni Rumania respetaron sus compromisos, y las
platónicas recomendaciones de la Sociedad de Naciones no
surtieron el menor efecto. Al contrario, checos, polacos y rumanos hicieron cuanto estuvo de su mano para impedir cualquier manifestación de la personalidad ucraniana. Sin duda
alguna, Polonia fue la más brutal en su represión: campesinos expropiados, maestros ucranianos apaleados, bibliotecas
incendiadas deportaciones masivas de la población; centros
de estudios ucranianos dispersados por agentes provocadores
a sueldo de la policía polaca, etc.
Y eso no es nada, comparado con lo que deben sufrir los ucranianos del Este: disolución de todos los organismos locales;
ejecuciones de kulaks por decenas de millares, requisas de
pequeñas propiedades rurales. Cuando, en 1932, «el año del
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hambre», miles de familias ucranianas intentan huir a Rumania, Stalin coloca la frontera en Estado de sitio; durante meses el Dniéster acarreará cadáveres de fugitivos abatidos por
las patrullas del Ejército rojo. Georges Champeaux reproduce
(3) ciertas cifras y datos facilitados en el VHI Congreso del
Partido comunista.
Según ellos, de los 5.618.000 kulaks que existían en 1928, no
quedaban el 1° de enero de 1934, más que 149.000 individuos
despojados de todos sus derechos y propiedades. De los
5.469.000 que faltaban, 1.500.000 habían muerto de hambre
o habían sido sumariamente ejecutados. Los otros, habían sido deportados, a Siberia o trabajaban en condiciones infrahumanas, en la construcción del Canal Moscú-Volga. Una última prueba les reserva Stalin a los ucranianos en 1935: en previsión de un ataque alemán, y desconfiando de la lealtad a los
soviéticos de los habitantes de Ucrania, hace arrasar cuatrocientos pueblos de las cercanías de las fronteras de Ucrania
con Polonia y Rumania, y ordena la deportación al interior de
Rusia, de trescientas mil personas.
Lejos de descorazonar al patriotismo ucraniano las persecuciones polaca y soviética no hacen más que exasperarlo.
El coronel Konovaletz, que dirigía la «Organización militar
ucraniana» que combatía, en lucha de guerrillas contra polacos y soviéticos a la vez, se convirtió en un personaje de leyenda. En 1929, Konovaletz crea otra organización, la «Liga de
nacionalistas ucranianos». Estos movimientos actúan sobre
la masa del pueblo ruteno, llegando a constituir un serio pro-
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blema para Moscú. La G.P.U. 3 consigue infiltrar a uno de sus
elementos el judío Wallach, dentro de la organización de Konovaletz hasta conseguir ganarse la confianza de éste. Wallach asesinará a Konovaletz en abril de 1938.
Otro judío, Schwartz-Bart, había asesinado, en París, en mayo de 1926, al predecesor de Konovaletz y héroe de la independencia ucraniana. Petliura.
Todos los patriotas ucranianos siguieron la crisis germanocheca a propósito de los Súdeles con apasionada atención.
Lógicamente, la sacudida que conmovía a la creación artificial de Benes y Massaryk debía repercutir en beneficio de las
aspiraciones nacionales de los ucranianos de la Rutenia
Transcarpática. Como sabemos una parte de los territorios
La OGPU o Directorio Político Unificado del Estado fue la policía
secreta de la RSFSR y de la URSS hasta 1934- Se formó de la Checa
el 6 de febrero de 1922 con el nombre inicial de GPU, Gosudárstvennoye Politícheskoye Upravlénie del NKVD de la RSFSR . Con el
establecimiento de la URSS en 1922, se vio la necesidad de una organización unificada que ejerza el control sobre la seguridad del
Estado en toda la nueva Unión. Por ello, el 15 de noviembre de
1923, por decisión del VTsIK, el GPU se transforma en el Directorio Unificado Político del Estado del Sovnarkom (SNK) de la URSS
( - Obedinyónnoye Gosudárstvennoye Politícheskoye
Upravlénie) o OGPU (
). El 9 de mayo de 1924, el VTsIK de la
URSS toma la decisión de extender las funciones del OGPU a la lucha contra el gansterismo, con la subordinación los órganos de policía e investigación criminal. Con esta decisión, se expande significativamente la autoridad de los órganos del OGPU en la esfera de
la represión extrajudicial, iniciándose una confluencia entre los órganos de la seguridad nacional y los órganos de interior. El 15 de
diciembre de 1930, ligado a la liquidación del Comisariado del Pueblo de Interior de la URSS y de las Repúblicas Autónomas, el
VTsIK, faculta al OGPU para administrar la actividad policial e investigación criminal, con la potestad de destituir a los encargados
de la misma, y el uso de estos órganos para sus funciones abiertas
o encubiertas. El OGPU es reincorporado al NKVD de la URSS en
julio de 1934, convirtiéndose en el GUGB, Administración Principal de la Seguridad del Estado. En 1941 se incorporaría en la formación de la KGB.
3
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ucranianos sometidos a Praga, la comarca de Téscheno, fue
reivindicada por Polonia. Daladier aconsejó a Benes de no
oponerse a la invasión de ese territorio por las tropas polacas.
Benes obedecerá. A las fuerzas que mandan en Benes les interesa conservar y si es posible, fortalecer, la barrera polaca,
que preserva a Stalin del ataque frontal alemán.
Hitler y Mussolini intentaron en Munich hacer reconocer el
derecho de los ucranianos de Checoslovaquia a su autogobierno. La idea maestra del Führer era crear una Ucrania autónoma, bajo soberanía alemana, que serviría de canal para la invasión de la Rusia soviética. El núcleo de esa nueva Ucrania
lo constituirla la Rutenia Transcarpática.
Pero esa idea hitleriana será ferozmente combatida, no solamente por Londres y París, sino por Beck, ministro de Asuntos Exteriores de Polonia y sucesor de Benes como campeón
de las pequeñas naciones».
Beck prometió al conde Csaki, jefe del Gabinete del Ministerio de Asuntos Exteriores de Hungría, todo su apoyo para las
reivindicaciones húngaras a Checoslovaquia. El Gobierno de
Imredy, como sabemos, se limitó a pedir, en una nota conjunta enviada a Londres, París, Roma, Praga y Berlín, la devolución de los territorios húngaros colocados bajo soberanía checoslovaca en 1919, pero Beck insistió en que Hungría se anexionara todo el territorio ruteno. De esta manera, Polonia y
Hungría tendrían una frontera común. Los motivos de Beck
para mostrarse tan sospechosamente generoso hacia Budapest eran:
a) Constituir entre Alemania y la U.R.S.S. una especie de Osten-Europa de la que él hubiera sido el líder.
b) Hacer salir a Hungría de la zona de influencia alemana.
c) Impedir la liberación de los ucranianos de la Rutenia
Transcarpática, lo que no hubiera dejado de excitar el irredentismo de los ucranianos de Galitzia.
Estos tres objetivos coincidían plenamente con el interés del
"Partido de la guerra" afincado en Occidente, del que ya hemos hablado, y de cuya composición y objetivos hablamos al
final del presente capitulo. Dicho Partido de la guerra buscaba apuntalar la barrera polaca, que impedía el choque, que
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quería evitarse a toda costa, entre Hitler y Stalin. El interés
del Nacionalsocialismo alemán y de Hitler, apóstol de la
«Drang Nach Osten» -la marcha hacia el Este- consistían en
ganarse el favor del pueblo ucraniano. Si Alemania conseguía
liberar a los rutenos, suscitaba entre los demás ucranianos
una doble esperanza: el fin de la tiranía soviética y la posterior creación de una Ucrania autónoma bajo soberanía del
Reich. La independencia, o, cuando menos, la autonomía de
Rutenia, significaba ganar las simpatías de cuarenta y tres
millones de ucranianos. Por otra parte, la importancia estratégica de la Rutenia Transcarpática la convierte en el centro
de la política europea de aquel momento. Rutenia es el camino ideal para un ejército que, partiendo de Viena, y a través
de Eslovaquia, bajo influencia alemana, se dirigiera hacia la
Ucrania dominada por los soviéticos. Su extremo oriental está a sólo 135 kilómetros de los puestos fronterizos avanzados
de la U.R.S.S. Por lo tanto, el llamado "Plan Beck", consistente en establecer una frontera polacomagiar, equivalía a cerrar
el paso natural de la «Drang Nach Osten».
Como hemos visto en el precedente capitulo, Hungría se negará a entrar en las combinaciones de Beck, y someterá su caso a una Comisión de Arbitraje germanoitaliana. Evidentemente, las decisiones del arbitraje de Viena son acogidas con
satisfacción por el pueblo ucraniano. Una parte de la patria
ha logrado la autonomía; los militantes de la Gran Ucrania
podrán organizarse legalmente desde allí. Un Partido de tendencia nacionalsocialista, el «Partido Nacional Ucraniano» se
constituye en Chust, capital de Rutenia. Entre tanto, la agitación irredentista estalla no sólo en Galitzia, sino en Kiev.
Medio centenar de oficiales ucranianos del Ejército rojo son
deportados a Siberia bajo la inculpación de complot contra la
unidad de la patria soviética.
Las maniobras de Beck
El arbitraje de Viena causa gran decepción en Varsovia. La
autonomía de Rutenia ha redoblado las esperanzas de los
ucranianos de Galitzia, y estudiantes ucranianos y polacos
han llegado a las manos en Lwow. La ley marcial es declarada
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en Lemberg. La Prensa anglofrancesa acusa a Alemania de
sostener a los «separatistas» ucranianos.
Desde Nueva York, se azuza a Beck y a su presidente, Moscicki, contra Alemania. El 19 de noviembre, el conde Potocki,
embajador polaco en Washington, se entrevista con William
C. Bullitt, ex embajador de Roosevelt en Moscú y miembro
del poderoso «Brains Trust» que gobierna en la Casa Blanca.
Bullit asegura a Potocki que, en caso de guerra entre Alemania y Polonia, los Estados Unidos estarán al lado de Varsovia.
Como Potocki objetara que Alemania no ha presentado, aún,
ninguna reclamación a Polonia, Bullitt, habló de la cuestión
ucraniana y de las tentativas alemanas en Ucrania. Confirmó
que Alemania dispone de un personal ucraniano completo,
preparado para la futura administración de Ucrania, donde
los alemanes pensaban fundar un Estado autónomo, bajo dependencia alemana. Una tal Ucrania sería muy peligrosa para
Polonia, pues haría sentir necesariamente su influencia sobre
los ucranianos de Galitzia... Por esta razón la propaganda del
doctor Goebbels se orienta en el sentido del nacionalismo
ucraniano, y Rutenia Transcarpática, cuya existencia es vital
para Alemania por razones de orden estratégico, debe servir
de punto de partida de esa futura empresa.
Por mediación de Potocki, Beck responde a Bullitt asegurándole que Polonia está dispuesta a oponerse por todos los medios a la expansión alemana hacia el Este.
El 26 de noviembre de 1938, un comunicado oficial, publicado simultáneamente en Moscú y Varsovia confirma, con toda
solemnidad, el pacto de no agresión polacosoviético (5). Todas las convenciones polacosoviéticas existentes, incluyendo
el pacto de amistad y no agresión de 1932 continúan siendo,
en toda su extensión, la base de las relaciones entre Polonia y
la U.R.S.S.» Beck ha sido el artífice de esa nueva maniobra.
Dos días después, en una entrevista concedida a un reportero
del Times, el ministro de Asuntos Exteriores polaco confirmará que, con tal de impedir la realización de los planes alemanes en Ucrania, Polonia se aliará con quien sea. «Tenemos intereses comunes con la U.R.S.S.», dirá Beck.
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Los gobernantes de Varsovia tienen mala memoria; una mala
memoria que corre parejas, en el caso ucraniano, con la mala
fe. 4 Han pretendido olvidar que, en noviembre de 1919, el héroe nacional de Ucrania, Petliura, refugiado en Polonia, había
concluido un acuerdo con Pilsudski, tendente a la liberación
de la Ucrania Oriental del yugo bolchevique, a cambio de lo
cual, los ucranianos renunciaban a Galitzia en favor de Polonia, y que, a pesar de esos acuerdos, Polonia firmó con la
U.R.S.S., el 18 de marzo de 1921, el Tratado de Riga, 5 por el
cual ambos países se repartían Ucrania. La declaración conEl Tratado de Andrúsovo fue una tregua de trece años y medio, firmada en 1667 entre Moscovia y la Mancomunidad PolacoLituana, que estaban en guerra desde 1654 en los territorios de las
actuales Ucrania y Bielorrusia. Fue firmado el 30 de enero por Afanasi Ordín-Nashchokin por la parte rusa, y por los voivodas de
Chernígov, donde se reconoce el control ruso sobre el margen izquierdo de Ucrania. El margen derecho de Ucrania y Bielorrusia
4
.
permanecían bajo control polaco La ciudad de Kiev debía permanecer bajo control ruso solo hasta 1669, pero Rusia consiguió mantenerla con la firma del Tratado de Paz Eterna con Polonia en
1686. La región de la Sich de Zaporozhia fue declarada a permanecer bajo un condominio ruso-polaco. El tratado también obligó a
ambas partes a una defensa común contra el Imperio otomano. En
Rusia, el Tratado de Andrúsovo fue considerado un importante paso para la reunificación de los eslavo-orientales (ucranianos, bielorrusos y rusos) en un mismo estado, el Imperio ruso. En Ucrania,
el tratado se veía frecuentemente como la partición de la nación
ucraniana entre dos estados vecinos más poderosos.
5 La paz de Riga (también conocida como el Tratado de Riga) firmado en Riga el 18 de marzo de 1921, entre Polonia en un lado, y la
RSFS de Rusia y la RSS de Ucrania por el otro, con este tratado se
dio término a la guerra polaco-soviética. Las negociaciones de paz
dieron comienzo el 17 de agosto de 1920 en Minsk pero, como las
unidades polacas durante la contraofensiva polaca se encontraban
cerca, las conversaciones se trasladaron a Riga y se retomaron el 21
de septiembre. Ese mismo mes, en Riga, los soviéticos realizaron
dos ofertas, el 21 y 28 de septiembre. La delegación polaca hizo una
contrapropuesta el 2 de octubre. El quinto día de octubre, los soviéticos ofrecieron enmiendas a la oferta polaca y éstos las aceptaron.
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junta polacosoviética del 26 de noviembre de 1938 es una repetición del Tratado de Riga el cual, a su vez, es la moderna
versión del Tratado de Andrusovo.
En Andrusovo, Juan-Casimiro de Polonia y el zar Alejandro
traicionaron sus acuerdos con los cosacos para repartirse
Ucrania. En Riga, Pilsudski traicionaría sus acuerdos con Petliura para hacerse confirmar por Lenin la posesión de Galitzia. En noviembre de 1938, Beck se entiende con Stalin contra los nacionalistas ucranianos y su campeón del momento,
Hitler. Es una ley de la Historia: para mantener a Ucrania bajo su dominación común, Polonia y Rusia siempre han estado
y siempre estarán de acuerdo. Pero lo que olvidan los megalómanos de Varsovia es que existe otra ley histórica, según la
cual, Rusia, blanca o roja, siempre estará de acuerdo con Alemania, con Austria-Hungría, con Lituania, con Suecia o con
quien sea, para presidir el reparto de Polonia...
El Polvorin Polaco
La «Drang Nach Osten» había conseguido, con la liberación
de Rutenia Transcarpática, una vía de acceso. Pero tal vía de
acceso era insuficiente para la campaña de Rusia que Hitler y
el Alto Estado Mayor de la Wehrmacht preparaban. La Alemania de 1938 no tenía fronteras comunes con la U.R.S.S.
Prusia Oriental se hallaba cerca de la Unión Soviética y era,
juntamente con la Rutenia recientemente liberada, otro camino natural de la marcha hacia el Este, pero se encontraba artificialmente separaba del resto de Alemania por el titulado
«Corredor» polaco, que los nefastos estadistas de Versalles
adjudicaron a Polonia contra toda noción de derecho. El ataque a Rusia sólo podía realizarse en la zona del Báltico, si se
atendían las demandas de Hitler a Polonia. El Führer pedía:
a) Que Danzig, ciudad indiscutiblemente alemana y, teóricamente, libre, fuera devuelta al Reich.
b) Que se permitiera construir a Alemania, a través del «Corredor», un ferrocarril y una carretera que permitiera unas
comunicaciones normales con su provincia de Prusia Oriental.
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A cambio de la devolución de Danzig y su puerto, y la autorización a construir un ferrocarril y una autopista - condiciones
sine qua non para la organización del ataque contra la
U.R.S.S.- Alemania ofrecía renunciar a los territorios alemanes que en Versalles habían sido adjudicados a Polonia y reconocer las fronteras de 1919 y, además, garantizar el libre acceso de Polonia báltica. Pero antes de seguir adelante, consideramos necesario un análisis del caso del «Corredor» y la
nueva Polonia, creada en Versalles como un «contrapeso contra la influencia y el poderío germánicos».
El nuevo Estado polaco, después de casi un siglo y medio de
eclipse, reaparece a consecuencia del Punto XIII de Wilson,
redactado así:
«Se formará un Estado polaco independiente, englobando todos los territorios indiscutiblemente polacos, que tendrá asegurado su libre acceso al mar, y cuya independencia política,
así como su integridad nacional, deberán ser garantizadas
por un tratado internacional.»
A pesar de que los mismos vencedores acordaron en Versalles
que por «territorios indiscutiblemente polacos» se entendían
las comarcas donde la población fuera polaca al menos en un
51 %, se adjudicaron al nuevo Estado inmensas regiones donde la población era mayoritariamente alemana, rusa, ucraniana, lituana, bielorrusa y hebrea. La llamada «Polonia» reconstruida en Versalles, abarcaba una población de unos
32.000.000 de habitantes que, atendiendo a su origen étnico,
se distribuían así:
Polacos
18.000.000
Ucranianos
6.500.000
Alemanes
4.500.000
Judíos
1.500.000
Lituanos
800.000
Rusos
700.000
Es decir, que los polacos representaban aproximadamente el
56% de la población total del Estado. Añadiéndoles los ju-
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díos, apenas el 61%.
El Punto XIII de Wilson 6 aseguraba a Polonia el «libre acceso al mar». Exceptuando a Clemenceau, obsesionado con la
idea de fortalecer al máximo al gendarme polaco, cuya misión
era vigilar a Alemania, todos los estadistas de Versalles estuvieron de acuerdo en que el acceso al mar debía proporcionarse a Polonia, bien mediante la internacionalización del
Vístula, bien mediante la creación de un puerto franco internacional en Danzig, Koenigsberg o Stettin. Así lograría Polonia su salida al Báltico sin atropellar ninguna ley natural o
histórica.
El mariscal Foch dijo, en cierta ocasión, que el «Corredor» de
Danzig, creado en Versalles, sería motivo de una Segunda
Guerra Mundial, propósito recogido por el historiador francés Bainville en la obra citada anteriormente. A la luz de los
acontecimientos posteriores creemos que, de hecho Danzig
fue el polvorín colocado adrede por la «fuerza secreta e inidentificable» en uno, de los caminos naturales de Alemania
hacia Rusia. Esa «fuerza» a que se refería Wilson utilizó, en
su provecho, la germanofobia enfermiza de Clemenceau, la ignorancia supina de la delegación americana en Versalles y la
xenofobia patriotera de los polacos. Así se creó, despreciando
el «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos», el «Corredor» que convertía a la Prusia Oriental, con Koemgsberg,
en un islote separado del resto de Alemania.
Que la célebre «salida al mar» no era más que un pretexto cómodo para dividir a Alemania, fortalecer a Polonia y crear
Los Catorce Puntos fueron una serie de propuestas realizadas el
8 de enero de 1918 por el presidente estadounidense Woodrow Wilson para crear unos nuevos objetivos bélicos defendibles moralmente para la Triple Entente que pudiesen servir de base para negociaciones de paz con los Imperios Centrales. Hacia el final de la
Gran Guerra, el 8 de enero de 1918, el presidente de los Estados
Unidos, Woodrow Wilson hizo una llamada a las naciones europeas en conflicto para que detuvieran el fuego y dieran paso a la reconstrucción del continente sus sentimientos y el principio de nacionalidad. De aquí sale la iniciativa para la conformación de una
Sociedad de Naciones, antecedente de la Naciones Unidas.
6
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una psicosis de guerra permanente, y no una necesidad vital
polaca, como pretendían Dmowski y demás líderes del nuevo
Estado lo demuestra el hecho de que, en 1939, el comercio
marítimo de Polonia representaba, sólo, el 6% del comercio
exterior del país, y estaba casi exclusivamente alimentado por
la exportación del carbón de la Alta Silesia; es decir que provenía de un territorio que el Tratado de Versalles arrebató a
Alemania.
El derecho de plebiscito no se aplicó en Danzig, a pesar de haberse comprometido a ello, los vencedores, pues es evidente
que, de haberse consultado a la población, jamás ésta hubiera
aceptado ser puesta bajo la soberanía polaca.
Danzig es una ciudad alemana desde su fundación -fue construida por los caballeros teutónicos en el siglo XI - y su población, en 1919, era alemana en un 96,5%, contando solamente
con un 3,5% de polacos y judíos. La Prusia Occidental del
«Corredor» estaba, así mismo, habitada por una mayoría de
alemanes - 903.000 - y una relativamente importante minoría de polacos, judíos y cachubes (eslavos oriundos de Pomerania y feroces rivales de los polacos) cuyo total se acercaba al
medio millón de personas. El 11 de julio de 1920 se celebraron plebiscitos en las ciudades de Allenstein y Marienwerder,
en la Prusia Occidental adjudicada a Polonia, consultando a
la población si deseaban la anexión a Polonia o formar parte
del Reich. De 475.925 votos emitidos, 460.054, o sea un
96,6% votaron a favor de Alemania, pero las autoridades locales impidieron la celebración de nuevos plebiscitos. Jacques Bainville explicaba así la inviabilidad del «Corredor» polaco:
«Imaginemos, por un momento, que Francia ha sido vencida
y que, por una razón cualquiera, el vencedor ha considerado
necesario ceder a España un corredor que llega hasta Burdeos, dejándonos el departamento de los Bajos Pirineos y Bayona. ¿Cuánto tiempo soportaría Francia una tal situación?»
Y el mismo Bainville responde:
«La soportaría todo el tiempo que el vencedor conservara su
superioridad militar y España pudiera conservar el «Corredor». Lo mismo sucederá, fatalmente, con el «Corredor» de
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Danzig y la Prusia Occidental Sería un milagro que Alemania
consintiera en considerar sus fronteras del Este como definitivas».
Otro historiador francés, Alcide Ebray, comentaba así el peligro que representaba para la paz el creciente apetito de Polonia:
«Si quiere justipreciarse exactamente lo que representa la solución dada al problema del acceso polaco al mar, hay que
pensar, sobre todo, en el futuro. Es preciso contemplar el mapa de esas regiones y reflexionar. Se comprenderá entonces
que la Ciudad Libre de Danzig y la Prusia Oriental forman,
ahora, un enclave en territorio polaco, y que Polonia, con el
paso del tiempo, tendrá, necesariamente, una tendencia a
apoderarse del mismo».
Una verdadera legión de historiadores y publicistas no alemanes reconocieron, en su día, que, no ya la artificiosa solución
del «Corredor», sino la misma resurrección de Polonia - al
menos en la forma que se había hecho en Versalles - era un
error y un verdadero crimen político. «Se ha creado una Polonia artificial que, con su «Corredor» cortando en dos a Prusia, y su frontera de Silesia para favorecer los intereses polacos; con sus treinta y dos millones de habitantes, de los cuales casi el cuarenta y cinco por ciento son alógenos hostiles,
no es viable. Esa importante minoría de ucranianos, alemanes, rusos blancos y lituanos, está siendo salvajemente oprimida... Los ucranianos de Galitzia han perdido todos los derechos de que gozaban cuando dependían de la soberanía austrohúngara, bajo cuyo régimen poseían sus propias escuelas y
varías cátedras en la Universidad de Lemberg. Toda protesta
cerca de la Sociedad de Naciones provoca la persecución de la
policía polaca. Un verdadero terrorismo organizado reina en
el país».
La ciudad de Danzig había sido declarada "libre" en el Tratado de París (15 de noviembre de 1920) pero, en la práctica,
se concedían al Gobierno polaco todos los resortes del mando
y de la administración. Las relaciones de Danzig con el exterior eran aseguradas por Varsovia, de la que dependían también el puerto, los ferrocarriles, los servicios postales, telegrá-
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ficos y telefónicos, la emisora de radio, los servicios de Aduanas, los canales, el uso del río Vístula dentro de los limites de
la ciudad, y las carreteras. En realidad, pues, Danzig no era
«libre» más que en teoría. Huelga decir que los habitantes de
Danzig no tenían, tampoco, derecho a la libre determinación
es decir, no podían renunciar a su pretendida «libertad» optando, democráticamente, por el retorno a la soberanía alemana.
Pero a Polonia no le bastaba con la «colonia» de Danzig ni
con oprimir a sus minorías; quería forzar a los alemanes de la
ciudad «libre» a emigrar, para repoblarla con polacos. Para
ello, el Gobierno de Varsovia tomó una serie de medidas que
contravenían el espíritu y la letra del Tratado de París; desvió
su tráfico naval hacia el puerto de Gdynia, cuya construcción
fue encomendada a un consorcio francés, destinado a arruinar Danzig y obligar a sus moradores a emigrar a Alemania.
Toda clase de trabas burocráticas, impuestos «especiales» y
medidas discriminatorias arbitradas por Varsovia hicieron
descender las actividades de Danzig y su puerto en un 84%
con relación a 1914.
Las relaciones entre Polonia y Alemania, como ya hemos visto en los capítulos I y ni, debían resentirse, lógicamente, de la
creación del «Corredor»; agravando la situación las incursiones de Korfanty en Silesia, el intento de invasión de la Prusia
Oriental por Pilsudski y el Tratado polaco-soviético de 1932.
Sólo después de la elección de Hitler como canciller del Reich
se apaciguaron los ánimos. El Führer había comprendido que
una discusión constante sobre la cuestión germanopolaca significaría una permanente inquietud para Europa. Él dio,
pues, el primer paso hacia Polonia y se esforzó en encontrar
con Pilsudski un arreglo entre los dos países, un status quo
temporal que, así lo esperaba Hitler, crearía relaciones más
amistosas y confiables entre Polonia y Alemania, y finalmente conduciría a una solución pacífica de las cuestiones territoriales. Así se concluyó a Convención germano-polaca de 1934,
que dejaba los límites fronterizos entre ambos países tal como estaban, durante diez años, al cabo de los cuales se volvería a estudiar la cuestión.
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Las proposiciones de Hitler a finales de 1938, pidiendo la libre determinación para Danzig que, al fin y al cabo, era una
ciudad «libre», y la construcción de un ferrocarril y una autorruta extraterritorial, no afectaban para nada a las fronteras
de Polonia. Pero el realista Pilsudski había muerto sin poder
terminar su obra - consolidar la nueva Polonia y aliarse con
Alemania contra la U.R.S.S. - y en su lugar se encontraban
ahora políticos como Beck, Smigly-Ridz y Moscicki, cuya
orientación era más «democrática» que polaca. Y las propuestas de Hitler, que incluso en Inglaterra y Francia fueron
consideradas moderadas fueron rechazadas por Varsovia bajo el pretexto de que «las dificultades políticas interiores impedían tomarlas en consideración».
En febrero de 1939, las relaciones entre los dos países empeoraron aún más, a causa de las manifestaciones antialemanas
ocurridas en Varsovia. Berlín acusó a Varsovia de haber fomentado discretamente tales «manifestaciones espontáneas». Un mes más tarde, Polonia movilizaba a cuatro reemplazos. Y, el 31 de marzo, Inglaterra le da un cheque en blanco a Polonia. No le promete una simple ayuda militar o económica: le promete, por boca de Chamberlain - ya definitivamente arrastrado por el clan belicista - nada menos que:
«En el caso de una acción que amenazara claramente la independencia polaca y que el Gobierno polaco consideran necesario combatir con sus fuerzas armadas, Inglaterra y Francia
les prestarán toda la ayuda que permitan sus fuerzas.
Es decir que, según esa «garantía» anglofrancesa. Polonia tiene toda latitud para interpretar a su conveniencia cualquier
actitud alemana o no alemana; y puede responder a toda acción «agresiva» (sin molestarse en precisar, exactamente,
qué se entiende, exactamente, por «acción agresiva») contra
sí misma o contra terceros que directa o indirectamente puedan afectarla - o crea ella que puedan afectarla -, con el uso
de sus fuerzas armadas, las cuales serán inmediatamente
asistidas «por toda la ayuda que permitan las fuerzas de Inglaterra y Francia» .
Jamás, en todo el transcurso de la historia de los hombres,
un Estado soberano se ha atado de tal manera a otro. Jamás
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un Estado realmente soberano ha ido a la guerra por defender los intereses de otro. Y menos que nadie, Inglaterra.
Posteriormente se sabría que Chamberlain - constitucionalmente, ya que no realmente - la primera autoridad política
del imperio británico, se avino a otorgar la famosa «garantía»
a Polonia basándose en una falsa información de las agencias
de noticias internacionales 7 según la cual los alemanes habían enviado un ultimátum de 48 horas a Varsovia. Una vez
dada su «garantía», Chamberlain no podía volverse atrás sin
firmar el decreto de su muerte política 8. El clan belicista, con
Churchill y Edén a la cabeza, había ido ganando posiciones
hasta llegar a imponerse totalmente a un Chamberlain engañado, traicionado por su propio Partido, y enfermo.
El cheque en blanco dado a Varsovia representaba, jurídicamente hablando, una violación anglofrancesa al espíritu ya la
letra de los acuerdos de Munich, donde se había decidido que
las futuras diferencias entre los cuatro firmantes o que afectaran a la paz de Europa, serían discutidas en conferencias internacionales. Hitler hizo una propuesta concreta, a propósito del «Corredor», a Polonia e, ipso facto, sugirió a Inglaterra, Francia e Italia, que intervinieran como mediadores. La
respuesta anglofrancesa consistió, prácticamente, en aconsejar a los belicistas de Varsovia una política de intransigencia
que hacía inútil todo diálogo.
Es una tragedia que un conflicto mundial hubiera de estallar,
nominalmente al menos, a pretexto de. un caso tan diáfano
como el del «Corredor». Wladimir d'Ormesson, escritor y critico francés, que no puede ser calificado de «nazi» escribía,
en 1932:
«La verdad es que el «Corredor» representa una mancha sobre el mapa de Alemania, y que tal mancha corta en dos al territorio nacional; algo que un párvulo de cinco años, en la escuela de su pueblo, es capaz de comprender. Esa es, justamente, la única cosa que él puede comprender en política exSegún Henry Ford (en The International Jew), todas las grandes
agencias de noticias mundiales son judías. (N. del A.)
8 A. H. M. Ramsay: The Nameless War, pág. 60.
7
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tranjera. En suma, se trata de una simple «cuestión visual».9
De una mancha de color sobre un mapa. He aquí el prototipo
de una clásica cuestión de prestigio, con todo lo que esa palabra comporta de peligroso» La garantía francobritánica, en
realidad, sólo tendía a consagrar a Polonia como barrera que
impedía el mortal ataque de Hitler a Stalin. Y prueba de ello
es que, unos meses más tarde, cuando la U.R.S.S. apuñalaría
por la espalda a Polonia, la famosa garantía de Londres y París no sería aplicada. El curioso redactado de la misma, demás, no sólo cortaba el paso hacia Rusia por el sector Norte
utilizando Danzig como base de tránsito hacia la Prusia
Oriental, sino que establecía otra barrera en el Sur, donde la
cuña rutena quedaba definitivamente bloqueada, toda, vez
que Polonia no dejaría de aplicar la garantía en el caso de
Ucrania.
Pero el chauvinismo polaco recibiría todavía, nuevos alientos
esta vez desde Washington. El embajador conde Jerzy Potocki informó a Beck, por aquél entonces, de que «...el ambiente que reina en los Estados Unidos se caracteriza por el odio
contra el fascismo y el nacionalsocialismo, especialmente
contra el canciller Hitler... La propaganda se halla en manos
de los judíos, los cuales controlan casi totalmente el Cine, la
Radio y la Prensa. A pesar de que esta propaganda se hace
muy groseramente, tiene muy profundos efectos, ya que el
público de este país no tiene la menor idea de la situación
real de Europa» 10
En el mismo informe, el conde Potocki citaba a los intelectuales judíos que estaban al frente de la campaña ¡ antialemana
y propugnaban la mayor ayuda posible a Polonia: Bernard M.
Baruch, Félix Frankfurter, Louis D. Brandéis, Herbert H.
Lehmann, el secretario de Estado Morgenthau, el alcalde de
Nueva York, Fiorello La Guardia, Harold Ickes, Harry Hopkins y otros amigos íntimos del presidente Roosevelt.
Wladimir dOrmesson: A propros du Corridor de Danzig
Report del conde Potocki a su Gobierno, el 16-1-1939. Reproducido en documento l-F-10. febrero 1939, del embajador Lukasiewicz,
en París, a su Gobierno.
9
10
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Ya a principios de 1939, Roosevelt había iniciado los preparativos para una futura guerra contra Alemania, si bien con la
idea de «no tomar parte en la misma al principio, sino bastante tiempo después de que Inglaterra y Francia la hubieran
iniciado» 11 La razón es obvia: Roosevelt no intervendrá al
principio por que prefiere dejar que los europeos se despedacen entre sí; luego ya vendrá él a «salvarlos». William C. Bullitt, embajador en Moscú y su colega Joseph P. Kennedy en
Londres, recibieron instrucciones en el sentido de presionar a
los Gobiernos francés e inglés para que «pusieran fin a toda
política de compromiso con los estados totalitarios y no admitir con ellos ninguna discusión tendente a provocar modificaciones fronterizas ni cambios territoriales»12 Bullit y Kennedy, además informaron a París y Londres de que «los Estados Unidos abandonaban definitivamente su política aislacionista y estaban preparados, en caso de guerra, a sostener a
Inglaterra y Francia poniendo todo su dinero y materias primas a su disposición» 13
La tensión entre Alemania y Polonia hubiera sido fácilmente
eliminada de no haber intervenido Inglaterra y Francia, empujadas por los Estados Unidos. Es un hecho corrientemente
admitido, hoy en día, que Varsovia estaba dispuesta a permitir la construcción de la autorruta y del ferrocarril extraterritorial y a no poner obstáculos a la libre disposición de los habitantes de la «Ciudad Libre» de Danzig 14. En un report enviado por Raczynski, embajador polaco en Londres, a su Gobierno, el 29 de marzo de 1939 el Gobierno británico le dio,
verbalmente una garantía de ayuda en caso de ataque alemán
a Polonia, garantía que sería confirmada y ampliada oficialmente, unos días después.
Amparándose en la garantía anglo-francesa, en las promesas
de Washington y en su pacto de amistad con la U.R.S.S., el
Gobierno de Varsovia creyó llegado el momento de pasar a la
Report 3/SZ tjn 4, 16-1-1939, despachado por la Embajada polaca
en Washington.
12 Ibid. Id.
13 Ibid. Id.
14 J. von Ribbentrop: Zwischen London und Moskau, págs. 155-156.
11
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contraofensiva diplomática.
En un memorándum entregado por Lipski, embajador polaco
en Berlín, a Von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores
del Reich, Polonia rehusaba todas las sugerencias de Alemania con respecto al «Corredor> Danzig, y la participación o,
al menos, la benévola neutralidad de Polonia con relación al
proyectado ataque alemán contra la U.R.S.S. «Cualquier intento de llevar a la práctica los planes alemanes y, especialmente incorporar Danzig al Reich, significará la guerra con
Polonia» añadió Lipski 15.
En Varsovia y Cracovia se organizan manifestaciones espontáneas» contra Alemania. Resuenan gritos de «¡A Danzig!» y
«¡A Berlín!» Violando su propia constitución - que le obliga a
respetar las instituciones docentes de sus minorías nacionales -, el Gobierno polaco confisca docenas de asociaciones culturales alemanas; de las 500 escuelas alemanas que hay en
Polonia 320 son cerradas. Se producen detenciones arbitrarias de alemanes residentes en Polonia, y la opresión alcanza
su punto álgido precisamente en Danzig Paisanos de Silesia
cruzan todos los días la frontera con dirección a Alemania
pues nadie les protege contra las vejaciones de que les hacen
objeto los polacos.
La situación internacional ha llegado a su punto culminante.
Ya no se trata de Danzig, ni del «Corredor»; se trata de la
consolidación de una política de fuerza dirigida contra el núcleo principal de Europa; política alimentada por la xenofobia francesa, el imperialismo yanki que ve en el suicidio europeo la premisa para su posterior hegemonía mundial, el deseo de Stalin de desviar la amenaza alemana sobre la
U.R.S.S., el miedo inglés a perder sus mercados tradicionales
en el continente ante la formidable expansión comercial de
Alemania, y, sobre todo, el furor racial del judaísmo internacional. Sobre la influencia capital de este último factor convendrá hacer un inciso.
15
Ibid. íd. págs. 162-163.
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Cruz Gamada y Estrella Judia
Los judíos siempre han estado en guerra con los gentiles. No
en guerra abierta desde luego, pero puede hallarse confirmación de este estado de beligerancia permanente en los libros
«sagrados» del judaísmo empezando por el Talmud. Incluso
la Biblia testimonia de ese estado de guerra constante en que
se halla el pueblo judío con relación a todos los demás. Benjamín Disraeli, el judaico Premier británico, nos facilita un testimonio de parte contraria de incalculable valor, a propósito
de esa constante y no declarada guerra del judío contra la civilización. Occidental el Cristianismo y, en todo caso, contra
el Mundo Blanco:
«La influencia de los judíos puede ser hallada en la última
aparición de principios disolventes que están conmoviendo a
Europa. Se está desarrollando una insurrección contra toda
tradición y contra la aristocracia... La igualdad natural de los
hombres y la derogación del principio de propiedad son proclamadas por las sociedades secretas que forman los Gobiernos provisionales, y hombres de raza judía se encuentran al
frente de cada uno de ellos. El pueblo elegido de Dios coopera
con los ateos: los mayores acumuladores de propiedad se
alían con los comunistas: la raza elegida se da la mano con
las más bajas castas de Europa: y todo ello por que deseamos
destruir a esa Cristiandad ingrata, que nos debe hasta su
nombre y cuya tiranía no podemos soportar por más tiempo.»
En la misma obra 16 Disraeli afirma que la raza judía es la superior y que, por lo tanto está destinada a gobernar el mundo.
Ochenta años después de haber escrito lo que antecede Disraeli, y de haberse vanagloriado de que su raza estaba en el
origen de la mayoría de los conflictos sangrientos desatados
entre los pueblos cristianos17, el judaísmo organizaba, para
Benjamín Disraeli: Life of Lord George Bentick, Londres, 1852.
pág. 496.
17 Benjamin Disraeli: Conníngsby. Nueva York. Ed. Century, págs.
231-252.
16
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salvar a su criatura, la Unión Soviética, y destruir a Alemania
y a Europa, el mayor cataclismo bélico de todos los tiempos.
El 2 de enero de 1938, el Sunday Chronicle, de Londres, publicaba un artículo titulado: «JUDEA DECLARA LA GUERRA A ALEMANIA» en el que, entre otras cosas, se decía: "El
judío se encuentra ante una de las crisis más graves de su historia. En Polonia, Rumania, Austria, Alemania, se halla de espaldas a la pared. Pero ya se prepara a devolver golpe por golpe.
Esta semana, los líderes del judaísmo internacional se reúnen
en un pueblecito cerca de Ginebra para preparar una contraofensiva.
Un frente unido, compuesto de todas las secciones de los Partidos judíos se ha formado, para demostrar a los pueblos antisemitas de Europa que el judío insiste en conservar sus derechos.
Los grandes financieros internacionales judíos han contribuido con una cantidad que se aproxima a los quinientos millones de libras esterlinas. Esa suma fabulosa será utilizada en
la lucha contra los estados persecutores. Un boicot contra la
exportación europea causará, ciertamente, el colapso de esos
estados antisemitas"
El 3 de junio de 1938, el muy influyente The American Hebrew, portavoz del judaísmo norteamericano escribía, en un
editorial:
"Las fuerzas de la reacción contra Hitler están siendo movilizadas. Una alianza entre Inglaterra, Francia y Rusia derrotará más pronto o más tarde, a Hitler. Ya sea por accidente ya
por designio, un judío ha llegado a la posición de la máxima
influencia en cada uno de esos países... León Blum es un prominente judío con el que hay que contar. Él puede ser el Moisés que conduzca a nuestro lado a la nación francesa. ¿Y Litvinoff? El gran judío que se sienta al lado de Stalin inteligente
culto, capaz, promotor del pacto francorruso gran amigo del
presidente Roosevelt: él (Litvinoff) ha logrado lo que parecía
increíble en los anales de la diplomacia: mantener a la Inglaterra conservadora en los términos más amigables con los rojos de Rusia. ¿Y Hore Belisha? Suave, listo, inteligente, ambi-
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cioso y competente... su estrella sube sin cesar...
Esos tres grandes hijos de Israel anudarán la alianza que,
pronto enviará al frenético dictador, el más grande enemigo
de los judíos en los tiempos modernos al infierno al que él
quiere enviar a los nuestros.
Es cierto que esas tres naciones, relacionadas por numerosas
acuerdos y en un estado de alianza virtual aunque no declarada, se opondrán a la proyectada marcha hitleriana hacia el
Este y le destruirán (a Hitler).
Y cuando el humo de la batalla se disipe podrá contemplarse
una curiosa escena, representando al hombre que quiso
imitar a Dios, el Cristo de la svástica, sepultado en un agujero
mientras un trío de no arios entona un extraño réquiem que
recuerda, a la vez a "La Marsellesa" al "Dios salve al rey" y a
"La Internacional", terminando con un agresivo ¡Eli, Eli, Eli!"
Lo menos que puede decirse al comentar este texto es que, según la autorizada opinión del órgano oficial de la judería
americana, un alto funcionario inglés, francés o ruso es, ante
todo judío y está dispuesto a envolver a «su» patria oficial -en
este caso Inglaterra, Francia o Rusia- en una guerra mundial
con el exclusivo objeto de librar al pueblo judío de su mayor
enemigo. ¡Pero si un ruso, inglés o francés auténtico osa pretender, públicamente, que el judío independientemente del
lugar de su nacimiento es, antes que nada, judío, se va a la
cárcel, por «difamación!»
Hay que insistir en el hecho de que el judaísmo -o, si se prefiere, el movimiento político internacional que se arroga la representación de los judíos, haciendo abstracción de sus "patrias" de nacimiento- había declarado la guerra a Alemania
antes de la llegada de Hitler al poder. En efecto, el boicot
antialemán empezó en Norteamérica en 1932 (es decir un
año antes de la elección de Hitler como canciller del Reich).
Por aquella época, el New York Times -diario propiedad de
judíos y editado por judíos- publicaba anuncios que ocupaban una página entera: «BOICOTEEMOS A LA ALEMANIA
ANTISEMITA!»
Samuel Fried, conocido sionista escribió en 1932: «La gente
no tiene por qué temer la restauración del poderío alemán.
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Nosotros, judíos aplastaremos todo intento que se haga en
ese sentido y si el peligro persiste destruiremos esa nación
odiada y la desmembraremos »
Unos días después de la subida de Hitler al poder, el judío
Morgenthau, secretario del Tesoro de los Estados Unidos declaró que «América acababa de entrar en la primera fase de la
Segunda Guerra Mundial»18. Por su parte, el rabino Stephen
Wise, miembro prominente del «Brains Trust» de Roosevelt
anunció, por la radio, la «guerra judía contra Alemania» 19
También por aquellas fechas, el editor del New York Morning
Freiheit, un periódico comunista escrito en yiddisch, dirigió
un llamamiento a los judíos del mundo entero para unirles en
la lucha contra el nazismo.
En el verano de 1933 se reunió en Holanda la «Conferencia
judía internacional del boicot» bajo la presidencia del famoso
sionista Samuel Untermeyer -que a su vez era presidente de
la «Federación mundial económica Judía» y miembro del
«Brains Trust» de Roosevelt- y acordó el boicot contra Alemania y contra las empresas no alemanas que comerciaran
con Alemania. A su regreso a América, Untermeyer declaró
en nombre de los organismos que representaba, la «guerra
santa» a Alemania, desde las antenas de la estación de radio
W. A.B.C. el 7 de agosto de 1933. En el curso del mismo año
fundó otra entidad, la «Non Sectarian Boicott League of América» cuya misión era vigilar a los americanos que comerciaban con Alemania 20
En enero de 1934, Jabotinsky, el fundador del titulado «Sionismo Revisionista» escribió en Nacha Recht: «La lucha contra Alemania ha sido llevada a cabo desde hace varios meses
por cada comunidad, conferencia y organización comercial
judía en el mundo. Vamos a desencadenar una guerra espiritual y material de todo el mundo contra Alemania».
Herbert Morrisson, que fue secretario general del Partido laEfectivamente, al cabo de un mes, el Gobierno de Octavian Goga,
en Rumania cayó a causa de una crisis económica causada por el
boicot exterior. (N. del A.)
19 Robert Edward Edmondsson: I Testify.
20 Arnold S. Léese: «The Jewish war of Survival?»
18
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borista británico y sionista convencido, habló en 1934 en un
mitin celebrado para recaudar fondos para el titulado: «Consejo representativo judío para el boicot de los bienes y los servicios alemanes». Y dijo: «Es un deber de todos los ciudadanos británicos amantes de la libertad colaborar con los judíos
en el boicot de los bienes y los servicios alemanes y hacer el
vacío comercial a aquellos ingleses que quisieran comerciar
con la Alemania antisemita. Precisamente, para boicotear a
los ingleses que quisieran comprar o vender mercancías alemanas, dos judíos, Alfred Mond, Lord Melchett, presidente
del trust «Imperial Chemical Industries», y Lord Nathan, de
la Cámara de los Lores crearon una entidad que llegó a ser terriblemente eficaz en la guerra económica contra Alemania:
la «Joint Council of Trades and Industries». También se creó
una «Womens Shoppers League» que boicoteaba especialmente los productos agrícolas alemanes, y una «Bntish Boycot Organization», dirigida por el hebreo capitán Webber,
que organizaba la guerra económica en los dominios del imperio británico».
Todos estos actos de guerra económica y de boicot ilegal fueron permitidos y hasta alentados por los Gobiernos de la
Gran Bretaña y los Estados Unidos de cuya composición hablamos más adelante.
Algo parecido ocurría en Francia. El hebreo Emil Ludwig,
emigrado de Alemania vertía su hiel en los diarios franceses
de todas las tendencias. En el ejemplar de junio de Les Añiles, Ludwig escribió que «Hitler no declarará nunca la guerra,
pero será obligado a guerrear; no este año, pero más tarde.
No pasarán cinco años sin que esto ocurra».
Otro exilado, Thomas Mann, escribía en La Depeche de Hiel,
el 31 de marzo de 1936: «Hay que acabar con Hitler y su régimen. Las democracias que desean salvaguardar la civilización
no pueden escoger: Que Hitler desaparezca!» Y citamos a
Mann y a Ludwig como botones de muestra de un extensísimo repertorio de escritores judíos que llevaban a cabo una
guerra propagandística contra Alemania. Arnold Zweig, Remarque, Thomas Mann, el físico y matemático Albert Einstein, criptocomunista notorio, Julien Benda y otros muchos
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participaron en esa campaña de injurias exageraciones y falsos infundios. La Lumiere, periódico oficial de la francmasonería francesa era el campeón del clan antialemán, igual que
en su día, lo había sido de los políticos «sancionistas» antiitalianos.
Dirigía ese periódico de enorme influencia, el judío Georges
Boris y eran sus principales colaboradores Georges Gombault
Weisskopf, Saloman Grumbach y Emile Khan, correligionarios suyos, y Albert Bayet, presidente del Sindicato de periodistas. Otro periódico que participó vivamente en la campaña
fue Le Droit de Vivre, órgano de los sionistas franceses. Bernard Lecache (Lekah) director de esa publicación y presidente de la L.I.C.A. -"Liga Internacional Contra el Antisemitismo" 21 escribió el 19 de noviembre de 1933: "Es obligación de
todos los judíos declarar a Alemania una guerra sin cuartel".
El Gobierno francés no tomó ninguna medida contra esos israelitas a pesar de que al atacar a una potencia extranjera con
la que Francia mantenía relaciones diplomáticas normales, se
situaba al margen de la ley. Tampoco había tomado ninguna
medida cuando, el 3 de abril de 1933 y en señal de protesta
por que Hitler había prohibido a los hebreos alemanes dedicarse a las profesiones de periodismo abogacía y banca, el
«Comité francés para el Congreso Mundial judío» la
«L.I.C.A.», la «Asociación de antiguos combatientes voluntarios judíos» y el «Comité de defensa de los judíos perseguidos
en Alemania» mandaron un telegrama a Hitler anunciándole
el boicot de los productos alemanes en Francia y su imperio
colonial.
Los judíos americanos, por su parte fueron los provocadores
del incidente del Bremen, paquebote alemán cuya tripulación
fue abucheada y apedreada en el puerto de Nueva York, por
un millar de jóvenes hebreos, el 27 de julio de 1935. Los manifestantes pudieron llegar hasta el buque y, apoderándose
L.I.C.A.: Ligue International Contre le Racisme et l'Antisemitisme, con sede en París. La mayor parte de sus i dirigentes son comunistas, criptocomunistas o socialistas de extrema izquierda. (N. del
A.)
21
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de la bandera alemana, la arrojaron al agua. El incidente fue
causa de la inculpación de cinco personas las cuales fueron
absueltas por el juez Brodsky - judío también - que prácticamente felicitó a los delincuentes. El embajador del Reich en
Washington, Herr Luther protestó oficialmente cerca de Cordell Hull. secretario de Estado que, oficialmente, presentó las
excusas de su Gobierno por el incidente.
Las excusas de Hull fueron presentadas el 16 de septiembre,
pero tres días antes el mismo Hull había anunciado a Luther
que a partir del 15 de octubre de 1935, el gobierno americano
aumentaría las tarifas aduaneras contra las mercancías alemanas, en señal de represalia por el trato dado por los alemanes a los judíos alemanes. Esto era una intolerable injerencia
americana, bajo presión del judaísmo en los asuntos internos
de otro país. Al mismo tiempo que Hitler dictaba medidas de
orden interno contra los judíos alemanes, la G.P.U. desataba
una campaña de terrorismo en Ucrania y Georgia, cuyas víctimas se contaban por decenas de millares. Esto era discretamente silenciado por la «Prensa libre» de América que, mientras encontraba normal la segregación racial en los Estados
de la Unión, se irrogaba el derecho de encontrarla detestable
en Europa.
En marzo de 1937 en una Asamblea del «Congreso judío americano», celebrada en Nueva York, el alcalde, Fiorello La
Guardia, un judío oriundo de Fiume, insultó groseramente a
Hitler. El citado «Congreso» votó, por unanimidad, el boicot
contra Alemania e Italia (a pesar de que ésta última nunca tomó medidas especiales contra sus judíos). Los insultos de La
Guardia motivaron una nueva protesta diplomática de Berlín,
nuevamente atendida por Cordell Hull, bien que sin tomar
medida especial alguna contra los provocadores 22
Seis meses después (septiembre de 1937), se celebra en París
el 1er Congreso de la Unión Mundial contra el racismo y el
antisemitismo. Toman la palabra, entre otros los judíos BerEl Congreso Judío Americano y el Congreso Mundial Judío que
se adhirió, decían representar, juntos, a siete millones de israelitas
diseminados en treinta y tres países. (Nota del Autor.)
22
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nard Lecache, Heinrich Mann y Emil Ludwig, que se distinguen, juntamente con el «hermano» Campinchi, en el torneo
de violencias verbales contra Alemania, el nacionalsocialismo
y Hitler.
A principios de 1938, tenía un redoblado impulso la campaña
antialemana en Francia. El israelita Louis Louis-Dreyfus, el
«rey del trigo», financia generosamente los periódicos belicistas de París. Varias publicaciones que, hasta entonces, habían
sido partidarias de una Entente con Alemania cambian súbitamente de parecer... «L'argent na pas d'odeur...»
Un periodista judío (¡no un «nazi»!), Emmanuel Berl, publicaba una revista, Pavés de París, en la cual denunciaba la
existencia de un «Sindicato de la Guerra». Citaba nombres y
cifras. Decía abiertamente que Robert Bollack, director de la
Agencia Fournier y de la Agencia Económica y Financiera, había recibido varios millones de dólares, enviados desde América para «regar» a la Prensa francesa. «La acción de la alta
fmanza en el empeoramiento de las relaciones diplomáticas
es demasiado evidente para que pueda ser disimulada 23».
El semanario Le Porc Epic acusaba, entre tanto, a la «Union
et Sauvegarde Israélite», a nombre de la cual se reunían sumas importantes que luego se destinaban a «acondicionar» a
la Prensa 24.
También Charles Maurras afirmaba en L'Action Fran9aise
que los fondos de Nueva York para el «Comité de la Guerra»
en Francia y Bélgica, los había traído el financiero Fierre David-Weill, de la Banca Lazard. Precisaba que tales fondos
eran distribuidos por Raymond Philippe, antiguo director de
la Banca precitada y por Robert Bollack. Maurras hablaba de
tres millones de dólares y acusaba formalmente a las diversas
ramas de la familia Rothschild de participar en el movimiento 25
Los judíos más representativos y prominentes confirmaron a
Pavés de París, 3-11-1939,
Le Porc Epic, 3-X11-1938. Citado por Henry Costón en Les Financiers qui menent le monde.
25 Henry Costón: Op. cit.
23
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posteriori y en plena guerra, que ellos la habían declarado antes que nadie 26 y que ellos eran los causantes de la misma. El
rabino M. Perlzweig jefe de la Sección británica del Congreso
Mundial judío declaró, en 1940: «El judaísmo está en guerra
con Alemania desde hace siete años. 27. Otro rabino Stephen
Wise, presidente del Comité ejecutivo del Congreso Mundial
judío escribió: «La guerra europea es asunto que nos concierne directamente»28. Por su parte, el oficioso Jewish Chronicle, escribió, en un editorial (8 de mayo de 1942) que «... hemos estado en guerra con él (Hitler) desde el primer día que
subió al poder».
El Chicago Jewish Sentinel, órgano de la judería de la segunda ciudad americana descubrió, el 8 de octubre de 1942 que
«la Segunda Guerra Mundial es la lucha por la defensa de los
intereses del judaísmo Todas las demás explicaciones no son
más que excusas».
Moshe Shertok que en 1948 sería jefe del Gobierno del Estado de Israel declaró (enero de 1943 ante la Conferencia sionista británica que el sionismo declaró la guerra a Hitler mucho antes de que lo hicieran Inglaterra, Francia y América,
"porque esta guerra es nuestra 29 guerra". Y Chaim Weizzmann apóstol del sionismo ofreció antes de la declaración formal de guerra de Inglaterra y Francia al Reich, la ayuda de todas las comunidades judías esparcidas por el mundo y hasta
propuso la creación de un Ejército judío que lucharía bajo pabellón inglés.
Pero la mejor prueba de que la guerra fue provocada deliberadamente por el judaísmo, nos la da el propio Sir Neville
Chamberlain, el hombre que firmó la declaración de guerra
de la Gran Bretaña al Reich, arrastrando, tras sí al satélite
francés.
Chaim Weizzmann famoso sionista que sería el primer presidente del Estado de Israel, declaró, en nombre del Pueblo judío, la guerra a Alemania. (Robert H. Kettels: Revisión des Idees. Souvenits.
pág. 69.)
27 Toronto Evening Telegram, 26-11-1940.
28 Stephen Wise: Defense for América, Nueva York 1940, pág. 135.
29 Subrayado por el autor. Jewish Chronicle, 22-1-1943.
26
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James V. Forrestal, secretado de Estado para la marina,
anotó en su diario con fecha de 27 de diciembre de 1945 lo siguiente: «Hoy he jugado al golf con Joe Kennedy 30. Le he
preguntado sobre la conversación sostenida con Roosevelt y
Chamberlain en 1938. Me ha dicho que la posición de Chamberlain era entonces, la de que Inglaterra no tenía ningún
motivo para luchar y que no debía arriesgarse a entrar en
guerra con Hitler. Opinión de Kennedy: Hitler habría combatido contra la URSS sin ningún conflicto posterior con Inglaterra de no haber mediado la instigación de Bullitt sobre Roosevelt, en el verano de 1939 para que hiciese frente a los alemanes en Polonia, pues ni los franceses ni los ingleses hubieran considerado a Polonia como causa suficiente de una guerra de no haber sido por la constante, y fortísima presión de
Washington en ese sentido. Bullitt dijo que debía informar a
Roosevelt de que los alemanes no lucharían. Kennedy replicó
que lo harían y que invadirían Europa. CHAMBERLAIN Declaró QUE AMÉRICA Y EL MUNDO JUDÍO HABÍAN FORZADO A INGLATERRA A ENTRAR EN LA GUERRA.»
Las Memorias de Forrestal fueron publicadas con el título
The Forrestal Diaries. El párrafo citado aparece en las páginas 121-122. Ninguno de los personajes aludidos por Forrestal desmintió una sola de sus manifestaciones.
Forrestal se refería a «América y el mundo judío».... Bien, pero ¿que «América»? En una encuesta realizada por el Instituto Gallup en 1940, el 83,5% de ciudadanos americanos consultados habianse mostrado contrarios a la idea de ver a su
país mezclado en una nueva guerra mundial. Al lado de un
12,5% de respuesta vagas sólo un 4% de consultados se mostraron partidarios de la entrada en la guerra. El presidente
Roosevelt fue reelegido precisamente por que acentuó, aún
más que el otro candidato, su propaganda pacifista, con una
serie de promesas que luego incumpliría.
Luego cuando Chamberlain decía que «América» fue uno de
los factores que forzaron» a Inglaterra a declarar una guerra
contraria a sus intereses se refería, sin duda posible, al Go30
Padre del futuro presidente John F. Kennedy
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bierno de la Casa Blanca, y no al pueblo americano.
Analicemos, brevemente, la composición del Gobierno americano en la época azarosa que precede a la entrada de los Estados Unidos en la guerra mundial.
El presidente Roosevelt había sido elegido, por vez primera,
en 1932. Su campaña electoral - un torrente de ruidosa propaganda que arrastró todo lo que se puso por delante - fue financiada por los siguientes personajes y entidades:
Bernard M. Baruch y su hermano Hermann;
William Randolph Hearst, el magnate de la Prensa;
El banquero Edward A. Guggenheim;
Los hermanos Percy y Jesse Strauss, de los almacenes Macyís;
Harry Warner, de la compañía cinematográfica Warner Bros;
John J. Raskab, bien conocido sionista;
Joseph P. Kennedy;
Morton L. Schwartz;
Joseph E. Davies, de la General Motors Co..;
Las hermanas Schenck, de la Loeb Cansolidated Enterprises;
La R. J. Reynolds Tobacco;
El banquero Cornelius Vanderbilt Whitney;
James D. Mooney, presidente de la General Motors Co.;
La United States Steel: la familia Morgenthau;
Averell Harrimann y otros personajes y entidades de menor
relieve.
Las mismas personas y entidades apoyarían a Roosevelt en
1936 y 1940 31
¿Quién era Roosevelt? Según las investigaciones llevadas a
cabo por el doctor Laughlin, del Instituto Carnegie, Franklin
Delano Roosevelt pertenecía a la séptima generación del hebreo Claes Martenszen van Roasenvelt, expulsada de España
en 1620 y refugiada en Holanda, de donde emigró, en 1650 1651, a las colonias inglesas de América. El publicista judío
Abraham Slomovitz publicó en el Detroit Jewish Chronicle
que los antepasados judíos de Roosevelt residían en España
en el siglo XVI y se apellidaban Rosacampo. Robert Edward
31
Henry Coston: La haute banque et les trusts
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Edmondsson, que estudió el árbol genealógico de las Roosevelt - Martenszen - Roosevelt, dice que desde su llegada a
América tal familia apenas se mezcló con elementos anglosajones puros, abundando sus alianzas matrimoniales con Jacobs, Isaacs, Abrahams y Samuel 32
Cuando murió la madre del presidente, Sarah Delano, el
Washington Star publicó una crónica sobre las actividades de
la familia Roosevelt desde su llegada a América que coincidía
plenamente con los testimonios precitados. El New York Times del 4 de marzo de 1935, recogía unas manifestaciones de
Roosevelt en las que reconocía su origen hebreo. A mayor
abundancia de detalles, la esposa del presidente Eleanor Roosevelt prima suya, era igualmente judía y fervorosa sionista.
Roosevelt se rodeó desde el primer momento de una serie de
personajes dudosos que, con el tiempo, llegarían a formar el
verdadero Gobierno de las Estados Unidos; ellos constituyeron lo que se llamó el «Brains, Trust», o "Trust de los Cerebros" que aconsejaba al presidente. Algunos de las miembros
de dicho Brains Trust eran, al mismo, tiempo, secretarios de
Estado (ministros).
El Brains Trust original fue fundado por el profesor Raymond
Moley y el juez Samuel Rosenman, que organizaron los fundamentos legales del mismo. Con ellos, formaban parte de tal
organización - que, recordémoslo, nunca fue votada por el
pueblo norteamericano - Louis D. Brandéis, del Tribunal Supremo; Félix Frankfurter, ministro de Justicia; Jerome N.
Frank; Mordekai Ezekiel; Donald Richberg, de la Comisión
de Inmigración; Harold Ickes, ministro del Interior; Henry
Morgenthau. Jr. secretario del Tesoro; Ben Cohén; David Lilienthal; Herbert Feís; el gobernador del Estado de Nueva
York, y poderoso banquero, Herbert U. Lehmann; Nathan
Margold; Isador Lubin; Gerard Swaape; E. A. Goldenweiser;
el juez Cardozo, del Tribunal Supremo; David K. Niles; Joseph E. Davies y L. A. Strauss,todos ellos judíos. Entre los
gentiles del Brains Trust formaban Miss Francés Perkins,
32
Robert Edward Edmmondsson: I Testify.
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criptocomunista 33 y ministro de Trabajo; el general Hugh S.
Johnson; el secretario de Estado, Cordell Hull (44); George
E. Warren y el vicepresidente Henry Wallace. Más adelante
ingresarían los prominentes banqueros Warburg, de la casa
bancaria Kuhn, Loeb & Co., Weinberg y Dillan (Lapawsky) y
su correligionario Fiorello La Guardia, alcalde de Nueva
York.
Por encima del Brains Trust estaba, sin duda, el todopoderoso Bernard Mannes Baruch, consejero, sucesivamente, de
Wilson, Hoover, Roosevelt, Truman y Eisenhower y llamado
"The Unofficial President of the United States".
Mención a parte merece Harry Hopkins, personaje que, sin
ser jamás elegido ni votado para cargo alguno por el pueblo
norteamericano ocupó, permanentemente, junto a Roosevelt,
el lugar de «consejero adjunto». La reputación de Hopkins
era tan mala que el historiador Sherwood califica su nombramiento coma «el acto más incomprensible de toda la gestión
presidencial» 34. Hopkins llegó a tener más influencia y poderío que cualquier favorito real en la Edad Media. El mismo
general de Estado Mayor George Cattlett Marshall confesó al
historiador y panegirista rooseveltiano, Sherwood, que debía
su nombramiento a Hopkins 35. Según una información del
«James True Industrial Control Report» 36 «un persistente
rumor señala que Hopkins y Tugwell tienen sangre judía 37.
Sus actividades, aspecto físico y creencias así lo hacen suponer». También es bien sabido que Hopkins debía su formación política a las enseñanzas del profesor Steiner, judío vienes. Cuando, en 1935, y ante la sorpresa general, fue nombrado por Roosevelt secretario de Comercio, las relaciones ecoSegún A. N. Field en All these things.
Hall estaba casado con la hermana del millonario judío Julius
Witz. (N. del A.)
35 Ibid. Id. Op. cit.
36 National Press Bdg., 21-XÜ-1935.
37 Rexford Tugwell había escrito diversos libros filocomunistas y
era miembro influyente del A.C.L.U. (American Civil Liberties
Union), entidad especializada en la protección legal de los bolcheviques americanos. (N. del A.)
33
34
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nómicas de los Estados Unidos con la U.R.S.S. experimentaron una gran mejora 38
A propuesta de Hopkins ingresarán, más tarde, en el Brains
Trust, Tom Corcoran, un aventurero irlandés; Maurice Karp,
un multimillonario judío, cuñado del famoso comisario soviético Molotoff; el bien conocido sionista Samuel Untermeyer;
Samuel Dickstein, un hebreo ruso que dirigía, prácticamente
el Departamento de Inmigración, y James M. Landis, que,
más tarde, llegaría a secretario de Agricultura, en tiempos de
Kennedy 39.
No obstante Hopkins no pasaba de ser un eslabón, aunque
muy importante. El auténtico poder radicaba en el triángulo
Baruch - Frankfurter - Morgenthau, no sólo por la personalidad y méritos de sus tres componentes, sino por el hecho de
estar relacionados o emparentados con las principales familias de la alta fínanza internacional. Así, por ejemplo, Morgenthau, Sr., secretario del Tesoro de los Estados Unidos, estaba emparentado con Herbert U. Lebmann, gobernador del
Estado de Nueva York y poderoso banquero; con los Seligmann, de la Banca «J. & W. Seligmann»; con los Warburg, de
la «Kuhn, Loeb & Co.», del «Bank of Mannhattan» y del «International Acceptance Bank»; con los Strauss, propietarios
de las almacenes «R & U. Macys» y con los banqueros Lewissohn, controladores, con sus correligionarios Guggenheim,
del mercado mundial del cobre. Morgenthau llevó al Departamento del Tesoro a una legión de correligionarios suyos,
nombrando su primer secretario a Earl Beillie, antiguo alto
empleado de la Banca J. & W. Seligmann».
Cuando Chamberlain acusaba al "mundo judío" de haber forzado a Inglaterra a declarar la guerra a Alemania, no solamente se refería a la talmúdica administración rooseveltiana,
sino que aludía, igualmente, al clan belicista de Londres, cuya
cabeza visible y líder indiscutido era Winston Churchill.
Churchill era hijo de una norteamericana. Su familia ha mantenido siempre, estrechísimas relaciones amistosas y econó38
39
John C. Sherwood: Roosevelt & Hopkins.
Louis Marschalsko: World Conquerors.
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micas con judíos. El padre de Sir Winston, Lord Randolph,
estaba asociado con Lord Rosebery, marido de una Rothschild. En cierta apurada ocasión. Lord Rosebery le hizo un
préstamo de cinco mil libras esterlinas a Lord Randolph. Recibir dinero de los judíos es una vieja tradición en la familia
Churchill. Uno de sus antepasados, Lord Marlborough, cobraba seis mil libras esterlinas anuales del financiero Salomón
Medina, a cambio de información confidencial sobre la alta
política inglesa y continental 40 August Belmont, el agente de
la dinastía Rothschild en Nueva York era íntimo amigo y asociado del abuelo materno de Sir Winston41. Según Henry Costón42. Winston Churchill debe su carrera política a Sir Ernest
Cassel, el riquísimo israelita que fue confidente de Eduardo
VII; Sir Ernest le ayudó no sólo políticamente, sino que incluso financió sus primeras campañas electorales. Un hermano
de Churchill era alto empleado de la firma de agentes de Bolsa "Vickers Da Costa", empresa judía que trabaja para los
Rothschild de Londres. Una hija de Churchill, Diana, se casó
con el actor judío Vic Oliver. Su hijo, Randolph, fue secretario
de la "Young Mens Comittee of the British Association of
Maccabees", una entidad filojudía. Una nieta de Churchill se
casó con el judío D'Erlanger, director de la empresa de navegación aérea, B.E. A. El mejor amigo de Sir Winston fue -de
toda notoriedad- nada menos que Bernard Baruch.
Par otra parte, según el Boletín de la Sociedad Histórica del
Estado de Wisconsin (septiembre de 1924), la familia de la
madre de Churchill era parcialmente judía. En efecto, Pally
Carpus van Schneidau, una dama sueca, se casó con el judío
Fraecken Jacobson. El matrimonio emigró a los Estados Unidos, y una hija suya, Pauline, fue adoptada por el mayor Ogden. Pauline van Schneidau se casó con Leonard Jerome; su
hija, Jennie Jerome, fue la madre de Churchill. Leonard Jerome, abuelo del futuro Sir Winston, tenía sangre india43. La
Leonard Young: Deadlier than the H Bomb.
Arnold Léese: The Jewish War of Survival, pág. 92.
42 Henry Costón: Les Financiera qui ménent le monde. |
43 «Nationalist News», Dublín, enero 1965.
40
41
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Prensa específicamente judía, ha mimado, más que nadie, a
Sir Winston, lo cual no es de extrañar si tenemos en cuenta
que durante todo el transcurso de su larga carrera política ha
servido con celo los intereses de Sión, y se ha manifestado
sionista en diversas ocasiones.
Pero he aquí los miembros componentes del Gabinete Chamberlain que declaró la guerra, el 3 de septiembre de 1939:
Lord Halifax, ministro de Asuntos Exteriores. Masón de alta
graduación. Su hija y heredera estaba casada con una nieta
de los Rothschild.
Sir John Simón, canciller del "Exchequer". Intimo amigo y
protegido político del financiero Sir Philip Sassoon, uno de
los prohombres del sionismo británico. Estaba casado con
una judía.
Sir Samuel Hoare, ministro del Interior. Masón.
Lord Hore Belisha, ministro de la Guerra. Judío. Llevó infinidad de correligionarios suyos a su Ministerio, siendo de destacar Sir Isador Salmón, consejero adjunto, y Sir E. Bovenschen, subsecretario, así como Humbert Wolfe, que se encargó
del Departamento de Reclutamiento.
Lord Stanhope. Primer Lord del Almirantazgo, judío.
Runciman. "Lord presidente del Consejo." Uno de los pocos
partidarios auténticos de Chamberlain. Pacifista.
Un hijo suyo estaba casado con una Glass, judía.
Sir Malcolm McDonald. Secretario de Colonias. Asociado con
el prominente industrial y financiero judío. Israel M. Sieff 44.
El duque de Devonshire. Subsecretario de los Dominios. En
el Consejo de Administración de la "Alliance Assurance Co."
tenía como asociados a los judíos Rothschild, Rosebery y
Bearsted.
El marqués de Zetland. Secretario de Estado para la India.
Francmasón prominente, tenía lazos familiares con judíos a
Israel Mosca Sieff era el fundador y «alma mater» del P.E.P. (Political aid Eco-nomical Planning), entidad cuyo objetivo era la creación de un racket gigantesco de monopolios y trusts que, bajo la
egida de la «planificación», ahoguen toda iniciativa - y toda propiedad privada. A. N. Field ha definido el P.E.P. como «la implantación del bolchevismo desde arriba». (N. del A.)
44
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través de su matrimonio. Su adjunto era Sir Cecil Kisch, y su
consejero financiero, Sir Henry Strakosch, ambos judíos.
El consejero económico del llamado "Gobierno indio" era T.
E. Gregory, un israelita cuya verdadero nombre era Guggenheim.
Sir Kingsly Wood, secretario del Aire, y el conde De la Warr,
ministro de Educación, eran asociados del P.E.P., entidad definida coma «vivero de marxistas» por el propio Churchill.
Oswald Stanley. Ministro de Comercio. Emparentado, por su
matrimonio, con los Rothschild de Londres.
Lord Maugham. Presidente de la Cámara de los Lores. Casado con una judía. Su secretario permanente era el israelita Sir
Claude Schuster.
E. L. Burgin. Ministro de Transportes y Comunicaciones. Director de una empresa de abogados, que defendía los intereses de la poderosa Banca judía «Lazard Bros».
H. H. Ramsbotham. Ministro de Obras Públicas. Casado con
una judía De Stein, cuyo padre es uno de los prohombres de
la City.
Lord Woolton. Ministro de Abastecimientos. Ex director general y miembro del Consejo de Administración de la firma
judía Lewis Ltd.
Sir Adair Hore. Secretario de Pensiones Sociales. Judío. Padrastro del ministro de la Guerra, Hore-Belisha.
Sir J. Reith. Ministro de Información. Casado con una judía
de la familia Oldhams, propietarios del importante rotativo
laborista Daily Herald.
Lord Hankey. Ministro sin Cartera. Judío.
Según Henry Costón 45 en el momento de estallar la guerra,
181 de los 415 diputados de la Cámara de las Comunes eran
directores, accionistas, notarios o administradores de sociedades financieras o comerciales. Estos 181 "padres de la Patria" ocupaban, en total, 775 lugares de miembros de los consejos de administración y de dirección en los 700 Bancos,
grandes empresas industriales, sociedades navieras, compaHenry Gastan: Les financien qui ménent le monde, págs. 292293.
45
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ñías aseguradoras y casas exportadoras más importantes del
imperio británico. Al menos, las tres cuartas partes de tales
empresas eran judías 46
No es, pues, de extrañar, que Chamberlain, a pesar de su voluntad de oponerse a la guerra -voluntad que, de todos modos, cedió notablemente al consumarse los tratados comerciales de Alemania con Yugoslavia, Turquía, Bulgaria y México, clientes tradicionales de Inglaterra fuera progresivamente
arrastrada a la misma, dada la calidad del clan belicista que
le hacía frente, con Churchill a la cabeza. El pueblo inglés había dado sus votos al Partido conservador, y a Chamberlain,
es decir, a la política que éste representaba, pero, tal como
suele suceder muy frecuentemente en las democracias, la voluntad del pueblo fue suplantada por la de una minoría de políticos profesionales e intrigantes.
El almirante Sir Barry Domvile, héroe de la Primera Guerra
Mundial cuenta que "en el Hotel Savoy se reunían a menudo,
en un cuarto reservado, Lord Southwood (né Elias, de la Oldbams Press), Lord Bearsted (né Samuel, del Oil Trust), Sir
John Ellerman (asociado de Lord Rothschild), Israel Moses
Sieff (del "Political & Economical Planning" y de los almacenes "Marks & Spencer") y Sir Winston Churchill. Posiblemente, una gran parte de la intrahistoria de estos azarosos tiempos se ha escrito en esas cordiales reuniones de prohombres
británicos» 47
A pesar del oro y la influencia judías, del belicismo declarado
de toda la masonería continental, del malestar de la City por
la creciente competencia comercial alemana, y de la presión
de Wall Street, vía Casa Blanca. Chamberlain aún intentó un
último esfuerzo para salvar la paz, enviando, extraoficialmente, cerca de Hitler, a Sir Oswald Piraw, ministro de Defensa
de la Unión Sudafricana y uno de los más prestigiosas polítiGitshelher Wirsing escribió que «los banqueros son las verdaderas dueños y gobernantes del Imperio británico». Las grandes dinastías políticas de los Dominios estaban igualmente Infeudadas al
gran capital. (N. del A.)
47 Barry Domvile: From Admiral to Cabin Boy. Londres, 1948, pág.
39.
46
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cos del imperio británico. La misión de Piraw consistía en
arreglar una nueva entrevista entre Chamberlain y Hitler,
con objeto de tratar de hallar una nueva solución a la cuestión polaca, artificialmente envenenada por unos y otros. Piraw escribió la siguiente a este propósito: «Chamberlain estaba animado de los mejores deseos, pues había hecho depender el futuro de su carrera política de un entendimiento duradero entre el imperio británico y el Reich. Pero entre la buena
voluntad de Chamberlain y la realidad positiva se erguía, firme como una roca, la cuestión judía. El Premier británico debía batallar con un Partido -su propio Partido conservador- y
con un electorado que la propaganda mundial israelita había
influenciado al máximo... Los factores que hicieron fracasar
la política pacifista de Chamberlain y, en consecuencia, mi
misión de paz en Berlín fueron: la propaganda judaica, llevada a escala mundial y concebida de manera inconmensurablemente odiosa; el egoísmo político de Churchill y sus secuaces; las tendencias semicomunistas del Partido laborista y el
belicismo de los "chauvinistas" británicos, apoyados por ciertos traidores alemanes»48
Piraw hacía ciertamente alusión a algunos grupos antmazis,
polarizados en torno al general Beck, a Von Witzleben, al almirante Canaris y a otros militares de alto rango que conspiraron activamente contra Hitler antes y después de estallar la
guerra. Estos grupos, de escasa importancia por sí mismos,
consiguieron hacer creer a los viejos imperialistas británicos
que ellos representaban una fuerza decisiva en Alemania, y
que, en caso de guerra, Hitler y su régimen se desmoronarían.
Para todo aquél que conserve intactas sus facultades de análisis y no se deje engatusar por la engañosa propaganda sostenida a escala mundial por la Gran Prensa, la Radio, el Cine y
la Televisión, ha de resultar forzosamente evidente que la Segunda Guerra Mundial fue provocada esencialmente, sino exclusivamente, por el movimiento político judío y las fuerzas a
él tradicionalmente infeudadas, y que Danzig no fue más que
48
Oswald Pirow: Was the Second World War Unavoidable?
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un burdo pretexto; un capotazo dado al toro alemán para impedir su embestida contra la U.R.S.S. a costa de lanzarlo, por
fuerza, contra Occidente y causar el suicidio de Europa. Así
se salvaba al bolchevismo y se le brindaba en bandeja una
ubérrima cosecha. Kaganovich. el secretario general del Partido comunista de la U.R.S.S y cuñado de Stalin había dicho,
en 1934: «Un conflicto entre Alemania y los anglofranceses
mejoraría extraordinariamente nuestra situación en Europa,
y daría un renovado impulso a la Revolución mundial» 49
Que la apreciación de Kaganovich era exacta resulta incontestable. Para comprobarlo, basta con echar una ojeada al mapa
mundial de 1939 y compararlo con el de hoy.
El papel jugado por los judíos alemanes en la «Revolución social» de Alemania y Austria en 1918, causa del hundimiento
de las potencias centrales, fue decisivo. No lo dijo solamente
Hitler; docenas de testimonios de calidad dieron fe de ello.
Los mismos judíos se ufanarán, vanagloriándose, de tal hecho históricamente indiscutible. Como también es indiscutible que el papel jugado, individualmente, por ciertos judíos,
en la ignominia de Versalles, fue importantísimo. Hitler fue
repetida y democráticamente votado por el pueblo alemán,
habiéndose siempre presentado a la arena electoral con un
mismo programa en la que se refiere a la cuestión judía. Se
proponía acabar con las actividades del judaísmo políticamente organizado y de sus «instrumentos», comunismo y
masonería. Quería romper las cadenas de la alta finanza, que
esclavizan a los pueblos. Y además, y como medida de seguridad, se proponía prohibir el acceso de los hebreos a determinadas profesiones y cargos públicos. El 15 de septiembre de
1935, el Reichstag sancionó la "Ley de Ciudadanía del Reich",
según la cual sólo serían considerados subditos alemanes los
hijos de padres arios. El 21 de diciembre de 1935 fue promulgado un decreto reglamentando la Ley de Ciudadanía. Los
funcionarios públicos de raza judía eran separados de sus cargos, pasando a la situación de retiro y cobrando íntegramente
sus pensiones. Los judíos que pudieran acreditar que habían
49
Izvestia, 24-1-1934.
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combatido en la pasada guerra encuadrados en la Wehrmacht tenían asignada una pensión especial. Más tarde se
prohibiría a los judíos el ejercicio de ciertas profesiones: empleados de Banca, médicos, abogados y periodistas.
La Gran Prensa mundial gritó, inmediatamente, que los judíos eran objeto de persecuciones en Alemania, cuando lo
cierto es que éstas aún no habían empezado.
El hecho de prohibir ciertas actividades a una comunidad residente en Alemania, que acumulaba, ella sola, una cuarta
parte de la renta nacional cuando representaba, numéricamente, el 0,9 % de la población del país fue presentado por
las grandes agencias informativas mundiales como una terrible persecución.
Resulta por demás curioso que hablara de persecuciones el
talmúdico New York Times o el arzobispo católico Mundelein, de Chicago, que, entonces, silenciaban cuidadosamente
la discriminación racial contra los negros y los indios americanos. Que en la remota Europa, a siete mil kilómetros de distancia, un Estado soberano dictara ciertas medidas interiores
que afectaban a seiscientos mil miembros de una riquísima
comunidad, y esa era una cruel persecución. Pero que en la
democrática América, en la cristiana América de los arzobispos Mundelein y Spellman, seiscientos mil indios expoliados,
supervivientes del mayor genocidio que registra la Historia
Universal fueran aparcados en «reservas» y quince millones
de negros no pudieran mandar a sus hijos a la Universidad,
ni votar ni ser elegidos, eso era, entonces, perfectamente normal y moral.
También era sorprendente que protestara contra las medidas
tomadas por el Gobierno alemán contra los judíos alemanes
el muy oficioso The Times londinense que, en cambio, guardaba distraído silencio a propósito de ciertas medidas discriminatorias de la nunca bien ponderada democracia británica
que, como es bien sabido, es el «non plus ultra» de todas las
democracias habidas y por haber. Rarísimo era que, en vez de
preocuparse tanto por las medidas tomadas por un país extranjero contra sus propios ciudadanos, el Times no hubiera
dedicado, al menos, uno de sus sesudos editoriales a criticar
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la discriminación religiosa existente en tan calificada democracia como es Inglaterra, donde un católico no puede ser coronado rey ni investido del cargo de Primer Ministro.
La maquinaria propagandística mundial presentó las medidas «antisemitas» de la Alemania nacionalsocialista como
una rareza; bestial y fanática, de sus dirigentes. Soslayó el hecho innegable de que el llamado «antisemitismo»
existe desde hace seis mil años, es decir, desde que el pueblo
judío aparece entre las primeras brumas de la Historia, y que
su causa es la idiosincrasia especial y la conducta de los propios judíos hacia los demás pueblos, según reconoce el padre
del sionismo moderno, Theodor Herzl: «La cuestión judía sigue en pie; sería necio negarlo. Existe prácticamente doquiera existen judíos en número perceptible. Donde aún no existiera, es impuesta por los propios judíos a causa de sus peculiares actividades. Naturalmente, nos trasladamos a sitios
donde no se nos persigue pero, una vez allí instalados, nuestra presencia provoca inmediatamente nuevas persecuciones.
El infausto judaísmo introduce ahora en Inglaterra y los Estados Unidos el antisemitismo» 50
Medidas tanto más drásticas que las adoptadas por Hitler
contra los judíos fueron tomadas por San Luis y Napoleón
Bonaparte, en Francia, por los Reyes Católicos en España, y
por el rey Eduardo el confesor en Inglaterra. Hojéese la Biblia
y se comprobará que el pueblo judío ha sido «perseguido» o, en otros términos, los demás pueblos se han visto obligados a tomar medidas de autodefensa en contra suya - desde
los albores de la Historia.
Hombres de todas razas y religiones han debido tomar medidas especiales contra los judíos. Los Papas no han sido una
excepción a esta regla, antes al contrario. Nada menas que
veintiocho Soberanos Pontífices dictaron cincuenta y siete
50
Theodor Herzl: A Jewish State, pág. 4.
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bulas y edictos 51 que la conciencia universal calificaría, hoy,
de racistas, antisemitas y neonazis. Algunas de tales bulas
obligaban a los judíos residentes en países cristianos a lucir
un distintivo especial 52; otras, les prohibían el ejercicio de
cargos públicos (64); de la industria, de vivir cerca de los cristianos 53, de poseer tierras 54 , o de dedicarse a la venta de objetos nuevos 55. El Papa Pía V ordenó la expulsión de los judíos de los Estados Pontificios 56 exceptuando los residentes
en las ciudades de Roma y Ancona.
Si bien es históricamente irrefutable que sólo gracias a la protección especial de las Sumos Pontífices no fue el pueblo judío exterminado de la faz de la tierra, no es menos cierto que
la Iglesia Católica, en general, ha considerado siempre a los
judíos como individuos especiales, estableciendo a su intención una serie de medidas discriminatorias que no somos
quien para calificar.
Desde la "Sicut Judaeis non esset licentia", de Honorio III (I-XI1217) hasta la «Beatus Andreu», de Benedicto XIV (22-11-1755).
Los Soberanos Pontífices que dictaron bulas relativas al judaísmo
fueron: Honorio III, Gregorio IX, Inocencio IV, Clemente IV, Gregorio X, Nicolás III, Nicolás IV. Juan XXII, Urbano V. Martín V,
Eugenio IV, Calixto III, Pablo V, Julio III, Pablo IV, Pío V, Gregorio
XIII, Sixto V, Clemente VIII, Pablo V, Urbano VIII, Alejandro VII,
Alejandro VIII, Inocencio II. Clemente XI, Inocencio XIII. Benedicto XII y Benedicto XIV.
52 Honorio III: «Ad nostram noveritis audientiam», 29-IV-1291.
Martín V: «Sedaes Apostólica», 3-VI-1425.
53 Paulo IV: «Cum nimis absurdum. 8-VIII-1555. Calixto III». Si ad
reprimendos 28-V-1456,
54 Eugenio IV: «Dudum ad noatram audientiam», 8-VIII-I442. Calixto III: «Si ad reprimendos», 28-V-1456.
55 Clemente VIII «Cum saepe accidere», 28-11-1592.
56 Pío V: «Hebraeorum Gens», 26-11-1569. Clemente VIH: «Caece
et obdurata», 25-11-1593.
51
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Muchas de esas medidas fueron, posteriormente, adoptadas
por diversos estadistas 57, entre ellos, Hitler.58 El mal llamado
«antisemitismo» no es una creación hitleriana, sino judía.
La Gran Prensa Mundial no se contentó con denigrar sistemáticamente a Alemania y a su régimen político de entonces
sino que, además, silenció con sospechoso pudor una serie de
hechos que, de haber sido divulgados, hubieran permitido a
los pueblos europeos comprender mejor el problema. Por
ejemplo, cuando el 4 de febrero de 1936, Wilhem Gustloff, jefe del grupo Nacionalsocialista de alemanes residentes en
Suiza fue asesinado por el hebreo Frankfurter, sólo dos de los
diecisiete diarios parisinos publicaron la noticia, y aún sin
mencionar la extracción racial del autor del crimen.
El 7 de noviembre de 1938, un incidente aparentemente inesperado, pero de hecho cuidadosamente preparado de antemano, motivó la ansiada reacción popular alemana-. El agregado
consular alemán en París, Von Rath, fue asesinado por un joven hebreo, emigrado de Alemania, Herschel Grynzspan. Esta clásica provocación fue seguida de un clamor de indignación que conmovió todo el III Reich; algunos dé los líderes
más exaltados de las unidades de combate del Partido nacionalsocialista organizaron, la noche del 8 al 9 de noviembre,
bajo la dirección del doctor Goebbels, una verdadera orgía de
antisemitismo, que sería conocida con el nombre de «Kristallnacht» (la noche de cristal): escaparates de tiendas judías
apedreados, quema de sinagogas y algún que otro puntapié.
Ninguna persona en su sano juicio podrá encontrar loables
Por ejemplo, la tan criticada medida hitleriana prohibiendo a los
no judíos de servir como domésticos a los judíos tuvo su precedente en la Encíclica «Impía Judaeorum Perfidia», del Papa Inocencio
IV (9-V-1244). Diversos Papas recordaron a los cristianos tal prohibición, Eugenio IV con especial severidad. («Dudum ad nostram
audientiam», 8-VIII-1442). (N. del A).
58 Nos estamos refiriendo, ahora, a las medidas tomadas en tiempos de paz, entre 1933 y 1939. Una vez en marcha la guerra empezaron las deportaciones, campos de concentración, etc. De todo
ello, así como de la fábula de los «seis millones de gaseados» hablamos en el capitulo VIII (N. del A.)
57
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los excesos de la Kristallnacht. Pera tampoco pueden olvidarse las constantes provocaciones judías; después de la campaña mundial propagandística y del boicot económico empezaban los asesinatos de funcionarios alemanes en el extranjero
esto fue la gota de agua que hizo derramar el vaso.
Se sabe que la mayoría de altas jerarquías nazis criticaron
acerbamente a Goebbeis por haber apadrinado la idea de las
represalias antijudías 59. Pero la campaña antialemana que siguió en toda Europa y América hizo aún más difícil la situación de los judíos alemanes.
En efecto, manifestaciones antialemanas fueron organizadas
en varias ciudades europeas, sobre todo en Francia. No obstante, no era la primera vez en la Historia que el asesinato de
un alto funcionarioó en este caso de dos altos funcionarios,
Gustloff y Von Rath, a manos de un extranjero provocaba
enérgicas represalias contra los compatriotas del asesino 60.
Pero si en los otros casos la Prensa Mundial se había limitado
a mencionar el incidente, en esta ocasión se cargaron de tal
manera las tintas, que el lector de periódicos de juicio imparcial debió admitir implícitamente que una cosa es ejercer represalias contra italianos, españoles o chinos y otra cosa muy
diferente apedrear el escaparate de un judío berlinés.
El caso fue que a consciencia - o a pretexto - de la Kristallnacht las relaciones angloalemanas empeoraron ostensiblemente. El embajador británico en Berlín fue llamado a Londres para "informar sobre los acontecimientos del 8 de noviembre". El presidente Roosevelt por su parte, rompió las relaciones diplomáticas con Alemania el 13 de noviembre Pocos
días después, aquél siniestro personaje declaraba, en un discurso radiado a todo el país, que "apenas podía creer que tales cosas" - es decir, apedrear escaparates y quemar unas
Según K. Hierl (In Dienst für Deutschland, pag. 138), los excesos
de la Kristallnacht indignaronprofundamente al Führer que dijo
abruptamente a Goebbels: "Con esta necedad, con esta inútil violencia, habéis estropeado un trabajo de muchos años".
60 Por los abusos cometidos contra los italianos de Lyon y Marsella,
después de que un italiano, Casserio, asesinara al presidente Carnot, en 1905. (N. del A.)
59
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cuantas sinagogas- "puedan suceder en el siglo XX".
Cosas mas graves estaban sucediendo entonces, en pleno siglo XX, en España, donde también se quemaban templos,
también se apedreaban escaparates e -incidentalmente- un
millón de personas perecían. También en Rusia, en pleno siglo XX, el camarada Stalin se libraba a una auténtica cacería
humana de la que eran víctimas no sólo muchos rusos decentes, sino hasta la flor y nata de la vieja guardia bolchevique,
todo ello aliñado con refinamientos de asiática crueldad.
Todas estas cosas sucedían también en pleno siglo XX, pero
ni la Gran Bretaña llamó a Londres a sus embajadores en Madrid y Moscú, para informar sobre los acontecimientos, ni
Roosevelt rompió las relaciones con España ni con la
U.R.S.S. Para Roosevelt. Churchill y todo clan belicista, evidentemente era mas grave arrasar las tiendas de unos cuantos judíos de Berlín, que asesinar a dos funcionarios alemanes, a unos de miles de españoles o a una cifra indeterminable de rusos.
Cruz gamada y estrella judía: he aquí los dos símbolos que se
enfrentan. Los términos del problema eran sencillos. Alemania esquilmada en Versalles sin colonias y con un territorio
insuficiente para su población estaba decidida a aumentar espacio vital. No pedía nada ni a Francia, ni a la Gran Bretaña,
ni, menos aún, a los Estados Unidos de Roosevelt y su Brains
Trust. Pero se disponía a crecer territorialmente a costa de la
U.R.S.S., a la que se eliminaría como peligro mundial contando, si no con la ayuda de las democracias occidentales si, al
menos, con su benévola neutralidad. Una vez eliminado el
"portaaviones", checoslovaco, sólo Polonia se interponía entre Hitler y Stalin.
La maniobra concebida inicialmente por aquél, consistente
en sortear el obstáculo polaco por Ucrania y los Países Bálticos, fue hecha imposible por Beck, que se negó a continuar la
política del viejo Pilsudski, partidario de una alianza de Alemania contra la U.R.S.S. Polonia se convirtió, así en barrera
entre los dos colosos y en excusa para lanzar a Occidente a
una guerra con Alemania, perjudicial para sus propios intereses.
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Tratado de Locarno
Los tratados de Locarno, comúnmente denominados Acuerdos de Locarno, es el nombre que recibieron los ocho pactos
destinados a reforzar la paz en Europa después de la I Guerra
Mundial firmados por los representantes de Bélgica, Checoslovaquia, Francia, Alemania, Reino Unido, Reino de Italia y
Polonia en la ciudad suiza de Locarno (cantón del Tesino o
Ticino), el 16 de octubre de 1925.
Fueron el fruto de una serie de reuniones a las que asistieron,
entre otros, los ministros de Asuntos Exteriores alemán (Gustav Stresemann), francés (Aristide Briand) y británico (Joseph Austen Chamberlain), así como el jefe de gobierno italiano Benito Mussolini.
Los ocho documentos incluían:
1. Un acuerdo de garantías mutuas entre Francia, Reino Unido, Alemania, Italia y Bélgica.
2. Un acuerdo de arbitraje entre Bélgica y Alemania.
3. Un acuerdo de arbitraje entre Francia y Alemania.
4. Un acuerdo de arbitraje entre Alemania y Polonia.
5. Un acuerdo de arbitraje entre Alemania y Checoslovaquia.
6. Una propuesta de alianza entre Francia y Polonia.
7. Otra entre Francia y Checoslovaquia.
8. Una declaración de los firmantes del acuerdo de garantías
mutuas (véase el primer punto) sobre la manera de interpretar ciertos puntos de la carta de la Sociedad de Naciones.
Significado de los acuerdos
En el primero de los acuerdos, Francia, Alemania y Bélgica
reconocían mutuamente sus fronteras y se comprometían a
respetarlas. Se estableció que Renania, una región histórica
cuyo territorio formaba parte de estos tres países, se consideraría zona neutral desmilitarizada. Los británicos e italianos
actuaron como garantes de tal compromiso, pero no contrajeron obligaciones militares que les comprometieran a su cumplimiento. Aunque Francia firmó convenios de seguridad con
Polonia y Checoslovaquia, estos documentos no ofrecían el
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mismo reconocimiento fronterizo para los países limítrofes
con el margen oriental de Alemania. No obstante, se acordó
el arbitraje obligatorio en el caso de conflictos entre Alemania
y Francia, Bélgica, Polonia y Checoslovaquia. Los tratados debían aplicarse dentro del marco de la Sociedad de Naciones,
en la que en 1926 fue admitida Alemania. En un principio, el
espíritu que guio estos compromisos contribuyó a mejorar las
relaciones entre Francia y Alemania, pero la situación empeoró en la década de 1930. El dictador alemán Adolf Hitler denunció el principal Tratado de Locarno cuando ordenó la remilitarización de Renania en 1936, iniciando una política
agresiva en Europa central, que al no recibir respuesta por
parte de los otros signatarios de los Acuerdos condujo tres
años más tarde a la II Guerra Mundial.
Notas
(1) Los belicistas franceses recordaban que el Mein Kampf
contenía diversas alusiones poco amables para Francia. Pero
olvidaban que tal obra fue escrita en plena ocupación francesa de Renania. (N. del A.)
(2) Recordemos que Francia ya había suscrito un Pacto de
Amistad con la U.R.S.S., en 1934. valedero por diez años, y
que Londres y París estaban ligados, asimismo, por un pacto
de ayuda mutua. (N. del A.)
(3) G. Champeaux: Ibid. id.
(4) Es curioso que ese nuevo defensor de la ideología democrática sea, igual que su predecesor Benes. el portavoz de un
Estado construido sobre el principio de la opresión de las minorías. Según el periódico londinense Jewish Daily Post, de
28 de julio de 1935: «... El ministro de Asuntos Exteriores de
Polonia, coronel Joseph Beck, es de origen parcialmente judío... Su padre es un judío converso de Galitzia.. (N. del A.)
(5) Paul Rassinier: Les Responsables de la Seconde Guerre
Mondiale.
(6) Jacques Rainville: Les conséquences politiques de la Paix.
(7) Friedrich Grimm: Francia y el Corredor Polaco.
(8) Jacques Baioville: Op. cit, pág. 80.
(9) Alcide Ebray: La Paix Malprope págs. 137-138.
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(10) Georges Michon: Clemenceau, pág. 234.
(11) La misma mala fe se advierte en los convenios de París a
propósito del acceso de la Prusia Oriental al Vístula. Los diques de ese río, que protegen las tierras bajas de Prusia
Oriental, habían sido colocados bajo control polaco. Ello
equivalía a dejar la seguridad de miles de familias alemanas
en manos de un vecino agresivo y rencoroso. En el Tratado de
Versalles se había prometido a la Prusia Oriental un acceso al
Vístula, pero al llevar a la práctica esa promesa de los Aliados
y los polacos parecieron mofarse del pueblo alemán. Ese «acceso al Vístula» se situó cerca del pueblecito de Kurzebrack:
se trataba de un caminito de cuatro metros de anchura. Por
esos cuatro metros debían circular las mercancías de toda la
Prusia Oriental para llegar al Vístula. Ese camino estaba, además, interceptado por una barrera aduanera polaca, que ponía toda clase de obstáculos burocráticos al tráfico. El comercio de la Prusia Oriental bajó, a consecuencia de la incomunicación con el resto de Alemania, provocada por el «Corredor», en un
35 %, y más de la mitad de las industrias de la región debieron cerrar sus puertas. (Vide J. Tourly: Le Conflit de démain,
París, 1928, págs. 118-119.)
(12) Fnedereich Grimm: Op. Cit.
(13) Un primer ministro inglés comunica a la Cámara de loa
Comunes que Inglaterra y Francia han dado una garantía a
un tercer país, cuando el francés de la calle aún no ha sido informado de nada... ¡Oh, manes de Juana de Arco! (N. del A.)
(14) Según Henry Ford (en The International Jew), todas las
grandes agencias de noticias mundiales son judías. (N. del A.)
(15) A. H. M. Ramsay: The Nameless War, pág. 60.
(16) Wladimir díOrmesson: A propros du Corridor de Danzig
(17) Report del conde Potocki a su Gobierno, el 16-1-1939. Reproducido en documento l-F-10. febrero 1939, del embajador
Lukasiewicz, en París, a su Gobierno.
(18) Report 3/SZ tjn 4, 16-1-1939, despachado por la Embajada polaca en Washington.
(20) Ibid. íd.
(21) J. von Ribbentrop: Zwischen London und Moskau, págs.
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155-156.
(22) Ibid. íd. págs. 162-163.
(23) El 30 de noviembre de 1938. el ministro de Economía
del Reich. Walter Funk sale de Berlín para emprender, viaje
sucesivamente a Belgrado, Sofía y Ankara. Yugoslavia, Bulgaria y Turquía concluyen tratados comerciales con el Reich,
que se compromete a absorber toda su producción, pagándola a precios superiores a los que pueda ofrecer cualquier concurrente. Un acuerdo similar se concluye con el nuevo estado
eslovaco. El ministro inglés Robert Spears Hudson declara la
guerra económica a Alemania: «... u os comprometéis a vender vuestros productos a precios razonables (sic) u os aplastaremos con vuestras propias armas». Pero la irritación de la
City llegará a su colmo el 10 de diciembre, cuando Berlín firma un acuerdo comercial con México, en virtud del cual, y
por el sistema del trueque - tan odiado por la City - Alemania
absorberá todo el petróleo mexicano a cambio de maquinaria
agrícola y aparatos de irrigación. Así, no sólo Alemania tendrá su petróleo sin necesidad de pasar por la Royal Dutch, sino que la City no percibirá ni un chelín sobre operaciones de
crédito, fletes o seguros. Esa ofensa no será perdonada por la
plutocracia londinense. (N. del A.)
(24) Benjamín Disraeli: Life of Lord George Bentick, Londres, 1852. pág. 496.
(25) Benjamín Disraeli: Conníngsby. Nueva York. Ed. Century, págs. 231-252.
(28) Efectivamente, al cabo de un mes, el Gobierno de Octavian Goga, en Rumania cayó a causa de una crisis económica
causada por el boicot exterior. (N. del A.)
(27) citado por Louis Marschalsko en The World Conquerors
pág. 104.
(28) Según el Portland Journal (12-11-1933).
(29) Robert Edward Edmondsson: I Testify.
(30) Arnold S. Léese: «The Jewish war of Survival?»
(31) L.I.C.A.: Ligue International Contre le Racisme et Antisemitisme, con sede en París. La mayor parte de sus dirigentes
son comunistas, criptocomunistas o socialistas de extrema izquierda. (N. del A.)
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(32) El Congreso Judío Americano y el Congreso Mundial Judío que se adhirió, decían representar, juntos, a siete millones de israelitas diseminados en treinta y tres países. (Nota
del Autor.)
(33) Pavés de París, 3-11-1939,
(34 Le Porc Epic, 3-X11-1938. Citado por Henry Costón en
Les Financiers qui menent le monde.
(35) Henry Costón: Op. cit.
(36) Chaim Weizzmann famoso sionista que sería el primer
presidente del Estado de Israel, declaró, en nombre del Pueblo judío, la guerra a Alemania. (Robert H. Kettels: Revisión... des Idees. Souvenits. pág. 69.)
(37) Toronto Evenmg Telegram, 26-11-1940.
(38) Stephen Wise: Defense for América, Nueva York 1940,
pág. 135.
(39) Subrayado por el autor. Jewish Chronicle, 22-1-1943.
(40) Padre del futuro presidente.
(41)Henry Costón: La haute banque et les trusts.
(42) Robert Edward Edmondsson: I Testify.
(43) Según A. N. Field en All these things.
(44) Hall estaba casado con la hermana del millonario judío
Julius Witz. (N. del A.)
(45) John C. Sherwood: Roosevelt & Hopkins.
(46) Ibid. Id. Op. cit.
(47) National Press Bdg., 21-XH-1935.
(48) Rexford Tugwell había escrito diversos libros fílocomunistas y era miembro in-fluyente del A.C.L.U. (American
Civil Liberties Union), entidad especializada en la protección
legal de los bolcheviques americanos. (N. del A.)
(49) John C. Sherwood: Roosevelt & Hopkins.
(50) Louis Marschalsko: World Conquerors.
(51) Leonard Young: Deadlier than the H Bomb.
(52) Arnold Léese: The Jewish War of Survival, pág. 92.
(53) Henry Costón: Les Financiera qui ménent le monde.
(54) «Nationalist News», Dublín, enero 1965.
(55) Israel Mosca Sieff era el fundador y «alma mater» del
P.E.P. (Political aid Economical Planning), entidad cuyo objetivo era la creación de un racket gigantesco de monopolios y
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trusts que, bajo la egida de la «planificación», ahoguen toda
iniciativa - y toda propiedad privada. A. N. Field ha definido
el P.E.P. como «la implantación del bolchevismo desde arriba». (N. del A.)
(56) Henry Gastan: Les financien qui ménent le monde, págs.
292-293.
(57 Gitshelher Wirsing escribió que «los banqueros son las
verdaderas dueños y gobernantes del Imperio británico». (Vide Cien Familias dominan el Imperio.) Las grandes dinastías
políticas de los Dominios estaban igualmente Infeudadas al
gran capital. (N. del A.)
(58) Barry Domvile: From Admiral to Cabin Boy. Londres,
1948, pág. 39.
(59) Oswald Pirow: Was the Second World War Unavoidable?
(60) Izvestia, 24-1-1934.
(61) Theodor Herzl: A Jewish State, pág. 4.
(62) Desde la "Sicut Judaeis non esset licentia", de Honorio
ni (I-XI-1217) hasta la «Beatus Andreu», de Benedicto XIV
(22-11-1755). Los Soberanos Pontífices que dic-taron bulas
relativas al judaísmo fueron: Honorio El, Gregorio IX, Inocencio IV, Clemente IV, Gregorio X, Nicolás III, Nicolás IV.
Juan XXn, Urbano V. Martín V, Eugenio IV, Calixto XI, Pablo
I, Julio m, Pablo IV, Pío V, Gregorio Xm, Sixto V, Cle-mente
Vm, Pablo V, Urbano VIII, Alejandro VII, Alejandro VII, Inocencio II Clemente XI, Inocencio XIII, Benedicto XIII y Benedicto XIV.
(63) Honorio DI: «Ad nostram noveritis audientiam», 29TV-1291. Martín V: «Sedaes Apostólica», 3-VI-1425.
(64) Eugenio IV: «Dudum ad noatram audientiam», 8-VTIII442. Calixto IH: «Si ad reprimendos», 28-V-1456.
(66) Pablo IV: «Cum nimis absurdum». Pío V: «Cum nos nuper», 19-1-1567.
(65) Paulo IV: «Cum nimis absurdum. 8-VDI-1555. Calixto
m». Si ad reprimendos 28-V-1456,
(67) Clemente VÜI: «CuM saepe accidere», 28-11-1592.
(68) Pío V: «Hebraeorum Gens», 26-11-1569. Clemente VIH:
«Caece et obdurata», 25-11-1593.
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(69) Por ejemplo, la tan criticada medida hitleriana prohibiendo a los no judíos de servir como domésticos a los judíos
tuvo su precedente en la Encíclica «Impía Judaeorum Perfidia», del Papa Inocencio IV (9-V-1244). Diversos Papas recordaron a los cristianos tal prohibición, Eugenio IV con especial severidad. («Dudum ad nostram audientiam» 8-VDI1442). (N. del A).
(70) Nos estamos refiriendo, ahora, a las medidas tomadas
en tiempos de paz, entre 1933 y 1939. Una vez en marcha la
guerra empezaron las deportaciones, campos de concentración, etc. De todo ello, así como de la fábula de los ¿ «seis millones de gaseados» hablamos en el capitulo VHL (N. del A.)
(71) Según K. Hierl (In Dienst für Deutschland, pag. 138), los
excesos de la Kristallnacht indignaron profundamente al Führer que dijo abruptamente a Goebbels: "Con esta necedad,
con esta inútil violencia, habéis estropeado un trabajo de muchos años".
(72)Por los abusos cometidos contra los italianos de Lyon y
Marsella, después de que un italiano, Casserio, asesinara al
presidente Carnet, en 1905. (N. del A.)
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Capitulo II La estructura Económica de la Europa de Hitler
La planificacion del Orden Nuevo en 1940
El verano de 1940 no sólo vio la ocupación por tropas alemanas de la mayor parte del continente europeo, desde la costa
del Atlántico hasta las fronteras de la URSS, sino también la
publicación de los planes alemanes para la reorganización
económica de Europa después de la conclusión de las hostilidades. Hasta aquel momento los escritores y los oradores alemanes se habían ocupado principalmente de hacer protestas,
primero contra las disposiciones del Tratado de Versalles y
luego contra el hecho de que su pueblo no tuviese el espacio
vital adecuado. Pero al terminar la campaña en Europa Occidental, se había convertido en realidad el sueño, largo tiempo
acariciado, de una Europa controlada por los alemanes y de
esta forma empezaba una fase en la propaganda alemana.
Las conquistas de Alemania no eran más que el primer paso
necesario para el establecimiento de un «Orden Nuevo» en
Europa, un Orden Nuevo que daría comienzo a otra nueva
edad de oro. La bancarrota completa del liberalismo económico había quedado demostrada en el período comprendido
entre las dos guerras y sólo los Estados fascistas habían conseguido encontrar un camino que condujese a la prosperidad.
Alemania estaba dispuesta a compartir esta solución con
otros Estados, pero, para conseguir éxito, Europa tenía que
unirse bajo la dirección alemana. Europa era demasiado limitada por su tamaño para verse dividida en un gran número de
pequeños Estados artificiales y, a pesar de las razones sentimentales que pudiesen aducir los pequeños Estados para desear el continuar con una independencia completa, tendrían
que darse cuenta de que su destino estaba unido al del Gran
Reich Alemán.
«Es comprensible (decía Rosenberg) y parece incluso justo
que una nación pequeña no desee verse gobernada por otra
nación del mismo tamaño. Sin embargo estamos convencidos
de que una nación pequeña no ve reducido su honor al poner-
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La Europa de Hitler 1933-1945 Volumen II
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se bajo la protección de una gran nación, de un gran Reich...
El reconocer la grandeza de un imperio como el alemán, que
al cabo de mil años de la máximas tribulaciones, se alza de
nuevo en' pie con toda su fuerza, ante los ojos de todos, no es
un síntoma de voluntad débil o de actitud deshonrosa, sino
que es el reconocimiento de una ley vital, de las exigencias
del destino para la existencia europea.»
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Siempre que las naciones de Europa estuviesen dispuestas a
aceptar su destino «no habría crisis económicas destructoras
de la propiedad, que entrañan, a su vez, paro obrero y unas
terribles enfermedades sociales y morales». 61
Nunca llegó a publicarse un plan completo y comprensivo de
la organización del Orden Nuevo. Diferentes personas en diversas ocasiones, hicieron una serie de declaraciones y quedaron muchas lagunas sin explicar y muchas contradicciones
sin aclarar. Lo que más se aproximaba a una declaración oficial y completa de las intenciones alemanas, fue lo dicho por
Waltlier Funk, Ministro de Economía del Reich, que era el
Ministro encargado por Goring de formar los planes para el
Orden Nuevo, el 25 de julio de 1940, pero incluso entonces,
Frank negó la existencia de un plan concreto y definitivo. No
obstante, de las diversas fuentes disponibles, ha sido posible
sacar cierto cuadro general de la Europa que los nazis pensaban crear después de haber llevado a una feliz conclusión la
guerra.
La base del nuevo orden económico sería la formación en Europa de una sola comunidad económica que funcionaría bajo
la dirección de los alemanes. La planificación centralizada
ocuparía el puesto del liberalismo anárquico y se aseguraría
en toda Europa un alto nivel de empleo, mediante la correspondiente institución del crédito.
Se fomentaría, en la medida de lo posible, la división del trabajo. Los beneficios que se obtendrían con esta política habían sido puestos ya de manifiesto por las relaciones que se
habían establecido entre Alemania y los países clel Sudeste
de Europa en el período comprendido entre las dos guerras y
serían aún mayores en el área más grande de la nueva Europa. Funk dijo en la Feria Oficial de Viena, de septiembre de
1940, que era una verdadera locura que cada país produjese
de todo, desde botones hasta locomotoras, aunque para ello
fuera necesario elevar los costos de la industria pesada que
sólo podía subsistir mediante aranceles, subsidios y restricciones en las importaciones; en lugar de esto, debía desarro61
Foto de Hitler en la I Guerra Mundial
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llarse la especialización entre los Estados europeos, en beneficio de todos. Sin embargo, ninguno de los escritores ni de los
oradores alemanes explicaban por qué medios se iba a establecer esa especialización. No cabe duda que se pensaba
establecer un control gubernamental de la industria, lo mismo que se había hecho en el Reich y se sugirió incluso que los
carteles internacionales, a los que se debía ya gran parte de la
valiosa obra preparatoria, fuesen ampliados y fortalecidos, al
mismo tiempo que quedaban bajo la supervisión del alguna
autoridad central. Se reconocía que los problemas de la división del trabajo en todo un continente diferían de los cíe un
país aislado y se declaraba que sería necesario destruir industrias nacionalmente provechosas en interés del conjunto. De
esto se deducía, aunque no se declaraba abiertamente, que
con toda probabilidad habría de surgir un conflicto de intereses entre el Reich y los otros países europeos, y que los deseos del primero serían objeto de un trato de favor.
Según cabe deducir, en la Europa no alemana se tenía la tendencia a una desindustrialización parcial. Europa, vista en su
conjunto, era deficitaria de artículos alimenticios y piensos;
era de desear un incremento de la producción agrícola y en
vista del hecho de que la agricultura europea era en su conjunto menos provechosa que la industria, lo más probable era
que los alemanes prefiriesen que la vuelta a la agricultura se
realizase en otros países que no fuesen los del Reich. La política de incremento de la producción agrícola en el Sudeste de
Europa sería continuada, pero esta región no conservaría la
industria de armamento y auxiliares (como por ejemplo maquinaria y locomotoras) para cuyos productos no había demanda; la industria textil yugoslava era calificada también
por un escritor de «irracional desde el punto de vista europeo». En la Europa occidental, aunque no podría pensarse en
modo alguno en una desindustrialízación completa, se habían
proyectado ciertos cambios. En el futuro, Dinamarca habría
de reducir su produción ganadera y lechera para incrementar
su producción de cereales y piensos; Noruega tendría que intentar conseguir la autosuficiencia agrícola, e incluso Francia
habría de ser considerada en el futuro como un país de econo-
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mía primordialmente agrícola, exportador de artículos alimenticios valiosos.
La reorganización de la economía europea se vería ayudada
por la conclusión de acuerdos a largo plazo entre Alemania y
los países miembros de ella, garantizando a estos últimos una
colocación segura de sus exportaciones en los años venideros.
A base de estos acuerdos, sería posible ajustur las estructuras
de exportación de los países interesados a las necesidades de
la gran Alemania y a las de los otros países europeos, y esos
acuerdos serían de importancia particular para los países
agrícolas, por lo necesaria que es la planificación a largo plazo en este campo. Al ampliarse el ámbito cíe las relaciones
económicas, aumentarían también las ventajas que habrían
de conseguir los países participantes.
El comercio entre los Estados miembros de la Nueva Europa
se vería ayudado también por la abolición de los males de las
fluctuaciones de los cambios que, de continuar, reducirían el
valor de los acuerdos a largo plazo mencionados en el párrafo
anterior. Las monedas europeas ya no estarían ligadas al oro,
como en el pasado; su valor sería fijado por el sistema económico controlado por el Estado. «Nunca deberemos seguir
una política monetaria que nos haga depender en modo alguno del oro, ya que no podemos ligarnos a un medio de cambio cuyo valor no estamos en .condiciones de determinar.»
Después de un período preliminar de reajuste, las
transacciones entre los países miembros serían realizadas a
base de los tipos de cambios fijados. El mantenimiento de estos tipos de cambio dependería, desde luego, de la institución
eu los países miembros de un control y de una supervisión rígida de los precios, conforme a las directrices adoptadas en
Alemania antes de la guerra. Respecto a la liquidación de las
cuentas comerciales, el sistema de atcuerdos bilaterales montado por Alemania desde 1943, cedería el puesto con el tiempo a un sistema de intercambio multilateral en el que todos
los países europeos contabilizarían sus cuentas en marcos del
Reich a través de una casa central de clearing en Berlín. Alemania, decía Lanbfried (Secretario de Estado del Ministerio
de Economía), en la inauguración de la Feria Comercial de
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Colonia, en septiembre de 1940, trabajaba por la vuelta al
antiguo sistema de clearing 62multilateral con Berlín como
centro financiero de Europa y las barreras comerciales reducidas al mínimo. «Las restricciones internacionales de las exportaciones y del comercio exterior que separan hoy todavía
unas de otras a las naciones europeas, tienen que ser abolidas
con la máxima rapidez.»
Las relaciones entre la nueva Europa y el resto del mundo
constituían tema de discusiones constantes. La división internacional del trabajo combinada con el desarrollo de la agricultura y de la producción mineral, libraría a Europa de la dependencia del suministro de productos esenciales del resto
del mundo. De hecho, la cantidad de comercio que tendría lugar con el mundo exterior, dependería de cierto número de
factores, concretamente la extensión territorial exacta de la
nueva Europa y el nivel de vida que en él se exigiría. Nunca se
trazó un cuadro claro del área que cubriría la Nueva Europa,
pero en conjunto parece que en 1940 se pensó que comprendería toda la Europa Continental desde la costa atlántica hasta las fronteras de la URSS, con la probable inclusión del área
del Mediterráneo e incluso de todo el Continente africano.10
Según un escrito, se reconocía cada vez más que la Europa
que habría de ser reformada por Alemania e Italia incluiría
El International Clearing Union era la institución propuesta
por el economista británico John Maynard Keynes como alternativa mundial al sistema de Bretton Woods propuesto por los Estados
Unidos para la estabilización y control de riesgo de los sistemas de
tipo de cambio a nivel mundial. Estas funciones acabaron siendo
cubiertas por el Fondo Monetario Internacional (FMI). Finalmente, y dado que la conferencia se llevó a cabo en los Estados Unidos
y cerca del final de la Segunda Guerra Mundial, la propuesta keynesiana no tuvo éxito y la institución nunca fue creada. El International Clearing Union emitiría una moneda internacional (Bancor)
que tuviese respaldo en las monedas más fuertes y por medio de la
cual se lograría la transferencia de excedentes de los países superavitarios a los países deficitarios, logrando un crecimiento del comercio mundial, pero evitando la deflación y generando así un mayor nivel de bienestar para los países participantes.
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toda África. Europa, con un fuerte centro y una región mediterránea resucitada, tendría que unirse a África para formar
un solo continente político. También se hicieron algunas sugestiones respecto a la formación final de una asociación entre Alemania e Italia, Rusia y Japón para el control de toda la
masa de tierra comprendida entre los océanos Atlántico y Pacifico.
Dentro de una zona más pequeña, la plena autarquía significaría ciertas restricciones en el nivel de vida. La Europa continental, con exclusión de la URSS, podría existir sin suministros de otros países, pero eso significaría ciertas privaciones;
habría que olvidarse del café, del té y del «cacao, y la producción de tabaco sólo satisfaría el 50% de las necesidades normales; la escasez de grasa constituiría un grave problema a
corto plazo, pero con el tiempo sería posible enjugar el déficit
por medio de una intensificación del cultivo de las plantas
oleaginosas; la escasez de piensos probablemente reduciría el
número del ganado que se podría alimentar; el consumo de
algodón tendría que ser reducido en dos tercios y el de seda a
la mitad, mientras que no se podría obtener nada de yute. A
la larga, el problema más grave sería probablemente la falta
de metales tales como cobre, plomo, estaño, níquel y cinc.
Alemania no se proponía, sin embargo, convertirse en una
economía perfectamente autosuficiente. Funk resumía la situación del siguiente modo:
«No es una cuestión de autarquía o exportación, sino de autarquía y exportación, y esto requiere una comprensión exacta de los términos. Habremos de considerar importante el
cambiar nuestros productos industriales de alta calidad por
materias primas en los mercados del mundo. Pero, en esto,
hacemos una reserva. Tenemos que procurar que haya un suministro suficiente en el área económica europea de todos los
artículos que hacen esa zona económicamente independiente
de las otras. Tenemos pues que garantizar su libertad económica. Se trata, en gran parte, de una cuestión de nivel de vida. Por ejemplo, en el futuro no hemos de necesitar importar
una sola tonelada de petróleo de los mercados ultramarinos
si reducimos el consumo de productos petrolíferos por medio
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del racionamiento. Pero si todo el mundo tiene libertad para
conducir un coche siempre que le venga en gana y si se producen todos los automóviles que se puedan producir, entonces nada impedirá que importemos esta ración extraordinaria
de petróleo de los mercados mundiales, ya que en caso de necesidad el consumo podrá ser reducido a la cantidad que nosotros mismos podamos producir. Esto es especialmente cierto por lo que respe.cta al consumo de mercancías tales como
café, té, cacao, etc. Tenemos que tener cuidado para que en
momentos de necesidad el área económica de la Gran Alemania no llegue a depender, en las cosas que pueda producir por
sí misma, de fuerzas y potencias que estén fuera del alcance
de su control.»
A primera vista los planes alemanes para la reorganización
económica de Europa parecían tener ciertas ventajas incluso
desde un punto de vista no alemán. Los beneficios prometidos a las naciones europeas que cooperasen en el Orden Nuevo, sonaban de una manera impresionante. El liberalismo había fracasado durante el período comprendido entre las dos
guerras y no había sido capaz de proporcionar los medios de
combatir la depresión y asegurar un nivel razonable de empleo y la introducción de cierta íorma de control estatal y de
planificación era una de las soluciones posibles. El interés
por las posibilidades de la cooperación entre los Estados europeos se incrementó después de la primera Guerra Mundial
y los años comprendidos entre la fundación de la Unión PanEuropea por el Conde Coudenhove-Kalergi en 1923 y el estallido de la segunda Guerra Mundial, estaban marcados por
una serie de conferencias y planes destinados a fomentar la
colaboración económica europea, incluidos los llamados planes Briand y Van Zeeland y el establecimiento de una Comisión de Encuesta para la Unión Europea encargada de elaborar la estructura de la Liga de Naciones. A primera vista, el
Orden Nuevo podía parecer un intento más, esta vez patrocinado por Alemania e Italia, de conseguir la cooperación internacional dentro del continente europeo.
Sin embargo, fijándose con más detalle, la situación resulta
algo diferente. Una Europa unida puede obtener beneficios
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de la cooperación entre los Estados miembros, pero los beneficios principales eran logrados por la misma Alemania. «La
futura economía de tiempos de paz», decía Funk, «debe garantizar a la Gran Alemania un máximo de seguridad económica, y a la nación alemana un máximo de artículos de consumo para elevar el nivel del bienestar de la nación. La economía europea tiene que adaptarse para lograr este objetivo».
Las perspectivas para los Estados más industrializados y para
los que dependían en un grado considerable del comercio
ultramarino, no eran muy halagüeñas ya que los alemanes declaraban explícitamente que esos países tendrían que hacer
cambios radicales en sus estructuras económicas. Los países
que dependiesen únicamente de la agricultura y de la minería, estaban en una posición distinta. El disponer de un gran
mercado alemán seguro por un largo período merced a los
prometidos acuerdos a largo plazo, eliminaría la ansiedad
que es consecuencia de la competencia ultramarina más eficaz. Pero, a juzgar por el ¡curso de los acontecimientos en el
Sudeste de Europa en los años que precedieron a la segunda
Guerra Mundial, la situación no sería plenamente favorable a
pesar de lo que decían los alemanes respecto al éxito de la política comercial alemana en aquella región. Es cierto que Alemania pagaba elevados precios por sus importaciones agrícolas del Sudeste de Europa, pero los países en cuestión se
veían obligados, a su vez, a pagar elevados precios por sus importaciones de Alemania y el funcionamiento de los acuerdos
de clearing negociados con el Reich les impedía hacer sus
compras en cualquier otra parte. Otro problema que habría
que afrontar a la larga y para el que el Orden Nuevo necesidad el área económica de la Gran Alemania no llegue a depender, en las cosas que pueda producir por sí misma, de
fuerzas y potencias que estén fuera del alcance de su control.»
A primera vista los planes alemanes para la reorganización
económica de Europa parecían tener ciertas ventajas incluso
desde un punto de vista no alemán. Los beneficios prometidos a las naciones europeas que cooperasen en el Orden Nuevo, sonaban de una manera impresionante. El liberalismo ha-
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bía fracasado durante el período comprendido entre las dos
guerras y no había sido capaz de proporcionar los medios de
combatir la depresión y asegurar un nivel razonable de empleo y la introducción de cierta íorma de control estatal y de
planificación era una de las soluciones posibles. El interés
por las posibilidades de la cooperación entre los Estados europeos se incrementó después de la primera Guerra Mundial
y los años comprendidos entre la fundación de la Unión PanEuropea por el Conde Coudenhove-Kalergi en 1923 y el estallido de la segunda Guerra Mundial, estaban marcados por
una serie de conferencias y planes destinados a fomentar la
colaboración económica europea, incluidos los llamados planes Briand y Van Zeeland y el establecimiento de una Comisión de Encuesta para la Unión Europea encargada de elaborar la estructura de la Liga de Naciones. A primera vista, el
Orden Nuevo podía parecer un intento más, esta vez patrocinado por Alemania e Italia, de conseguir la cooperación internacional dentro del continente europeo.
Sin embargo, fijándose con más detalle, la situación resulta
algo diferente. Una Europa unida puede obtener beneficios
de la cooperación entre los Estados miembros, pero los beneficios principales eran logrados por la misma Alemania. «La
futura economía de tiempos de paz», decía Funk, «debe garantizar a la Gran Alemania un máximo de seguridad económica, y a la nación alemana un máximo de artículos de consumo para elevar el nivel del bienestar de la nación. La economía europea tiene que adaptarse para lograr este objetivo».
Las perspectivas para los Estados más industrializados y para
los que dependían en un grado considerable del comercio
ultramarino, no eran muy halagüeñas ya que los alemanes declaraban explícitamente que esos países tendrían que hacer
cambios radicales en sus estructuras económicas. Los países
que dependiesen únicamente de la agricultura y de la minería, estaban en una posición distinta. El disponer de un gran
mercado alemán seguro por un largo período merced a los
prometidos acuerdos a largo plazo, eliminaría la ansiedad
que es consecuencia de la competencia ultramarina más eficaz. Pero, a juzgar por el curso de los acontecimientos en el
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Sudeste de Europa en los años que precedieron a la segunda
Guerra Mundial, la situación no sería plenamente favorable a
pesar de lo que decían los alemanes respecto al éxito de la política comercial alemana en aquella región. Es cierto que Alemania pagaba elevados precios por sus importaciones agrícolas del Sudeste de Europa, pero los países en cuestión se
veían obligados, a su vez, a pagar elevados precios por sus importaciones de Alemania y el funcionamiento de los acuerdos
de clearing negociados con el Reich les impedía hacer sus
compras en cualquier otra parte. Otro problema que habría
que afrontar a la larga y para el que el Orden Nuevo no ofrecía solución, era el del excedente de población en las regiones
agrícolas del Sudeste de Europa.
También fuera de Europa era probable que el Orden Nuevo
tuviese efectos desfavorables sobre los antiguos socios comerciales de Alemania. Según Funk y otros escritores y oradores
alemanes, la Nueva Europa estaría en perfectas condiciones
para comerciar con otras regiones, aunque sólo en determinadas condiciones. El monopolio del comercio mundial
por parte de Gran Bretaña y los Estados Unidos tendría que
acabarse, y la Nueva Europa se negaría a seguir «sometida a
las condiciones políticas y económicas dictadas por cualquier
entidad extraeuropea." Europa estaría dispuesta a comerciar
con las naciones individualmente, pero se negaría a entrar en
negociaciones con ninguna combinación de naciones. «No
necesitamos a Norteamérica como intermediario para comerciar con los países de América del Sur», decía Funk. «O bien
comercia Alemania con Sudamérica a base de acuerdos libres
con Estados soberanos, o no comercia nada en absoluto con
Sudamérica.» La Europa alemana, por otra parte, sólo comerciaría con otras naciones como una sola unidad; la Nueva Europa podría existir, si fuese necesario, sin relaciones comerciales exteriores, mientras que las demás naciones se verían
obligadas, por su necesidad de artículos industriales, a buscar
las relaciones comerciales con Europa.
La indicación más clara de la verdadera naturaleza del Orden
Nuevo propuesto es proporcionada, sin embargo, por las acciones llevadas a cabo por Alemania en los países que ya se
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encontraban bajo su control antes de la publicación de los
planes para la reorganización de Europa. Los países ultramarinos y los de la Europa Occidental, en el verano de 1940, podían prepararse a escuchar los grandiosos planes alemanes
para la introducción de una nueva edad de oro. Austríacos,
checos y polacos estaban sufriendo ya el régimen alemán.
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Capitulo III La estructura de los controles
económicos en Europa
Los controles económicos en el Reich
La importancia de Alemania en la estructura económica de
Europa durante la guerra, era suprema. No sólo era, junto
con las regiones que incorporó dentro de sus propias fronteras, la unidad económica más fuerte, con gran diferencia, sino que eran sus decisiones las que, por lo menos a partir de
1940, determinaban exclusivamente la distribución de los factores de producción a través de toda la Europa dominada por
el Eje. Los métodos escogidos para poner en práctica esas decisiones variaban considerablemente tanto dentro de las zonas en las que se tenían que aplicar, como por lo que respecta
a la situación militar en cada momento, pero el objetivo final
en todo instante fue el mismo, concretamente, sacar los mayores beneficios para Alemania y para el esfuerzo de guerra
alemán. En vista de la posición de Alemania como piedra angular del Orden Nuevo y como el planificador central de toda
la zona que estaba bajo su control y en vista también del hecho de que los métodos elegidos para imponer su voluntad al
resto de Europa fueron en su mayor parte ampliaciones o
adaptaciones de los que se emplearon en el mismo Reich, debemos pasar revista a esos métodos, antes de ocuparnos de
las técnicas adoptadas en el intento de moldear la producción
de los países que quedaron bajo su control.
La organización corporativa de la vida económica
Desde su llegada al poder y especialmente a partir de 1936, el
partido nazi persiguió continuamente una política destinada
a preparar para la guerra a la economía de su país. Esta política exigía un control completo por el Estado de todos los sectores de la vida económica y los nazis procedieron a asegurarse esto mediante la organización de la población trabajadora
de acuerdo con sus profesiones, para formar gigantescos estratos o Stande, cada uno de los cuales quedaba sometido a
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un estricto control gubernamental por medio del principio
del «caudillaje». Estos cuatro estamentos eran el Estamento
Nacional de la Alimentación (Reichsnahrstand}, que incluía
a todos los agricultores, sus familias, braceros del campo y
primeros transformadores o comerciantes de los productos
agrícolas; el Estamento de la Industria y del comercio (Organisation der geiverblichen Witeschaft) en el que estaban
agrupados todos los hombres de negocios y los que trabajaban en manufacturas; el Frente del Trabajo (Deutsche Arbeitsfront) formado por empleados de toda clase de actividades; y la Cámara Nacional de Cultura (Reichskulturkammer)
a la que pertenecían todos los autores, artistas, etc., así como
los periódicos, los teatros y otras organizaciones semejantes.
Como la estructura de estos estratos era muy similar, bastará
con que hagamos la descripción de uno de ellos, el Estamento
de la Industria y el Comercio.
Los nazis, durante su campaña para la consolidación posterior del poder, buscaron continuamente la cooperación de los
hombres de negocios y subrayaron las ventajas que estos últimos sacarían de semejante cooperación. Desde luego, las ventajas no habrían de serlo únicamente para uno de los bandos,
porque el deseo de los dirigentes de las empresas de negocio
de trabajar con el Gobierno simplificaba de manera considerable la tarea del control económico, al mismo tiempo que incrementaba la eficacia del sistema productivo a causa del conocimiento, la iniciativa y el espíritu emprendedor de estos
dirigentes, que quedaban a disposición del Gobierno. Sobre
esta base de cooperación entre los hombres de negocios y el
Gobierno, se construyó toda la estructura del control industrial.
La organización autónoma industrial en Alemania tuvo sus
orígenes a principios del siglo XIX y se había ido haciendo cada vez más compleja desde la primera Guerra Mundial. En
1933, la vida económica del país estaba organizada tanto sobre una base territorial como sobre una base funcional. Las
unidades territoriales eran las Cámaras de Industria y de Comercio y las Cámaras Artesanas, cuyas funciones consistían
en representar los intereses comunes de todas las empresas
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industriales y comerciales dentro de una zona determinada.
Sin embargo, fueron más importantes las organizaciones funcionales en las que participaban todos los que se dedicaban a
trabajar en una rama específica de actividades económicas.
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Al frente del sistema había siete Grupos Nacionales que representaban a la industria, al comercio, la banca, los servicios
públicos, el turismo y la artesanía; estos grupos nacionales estaban divididos en grupos económicos y éstos a su vez estaban divididos en grupos mercantiles y submercantiles. El
más influyente de estos grupos nacionales, con gran ventaja
sobre todos los demás, era la Unión Nacional de la Industria
Alemana, que fue formada en 1919 mediante la fusión de dos
organismos nacionales que representaban a la industria ligera y a la industria pesada. Todas las asociaciones individuales y funcionales de la minería y de la manufactura eran
miembros de la Unión Nacional, que proporcionaba cierto
número de servicios para sus hombres que se ocupaban de
cuestiones de política económica, aranceles, importaciones y
exportaciones y que asesoraban en la formación y en el funcionamiento de los carteles.
Por lo tanto, en 1933 existía un sistema muy complicado de
organización económica que, con muy pocas dificultades, habría podido quedar bajo un control estatal efectivo. Se mantuvo gran parte de la vieja estructura de las organizaciones tanto territoriales como funcionales, pero se introdujeron ciertas
modificaciones. La primera de éstas fue el principio del «caudillaje»; hasta aquellos momentos los funcionarios de las organizaciones de negocios habían sido elegidos por los métodos normales de votación, pero, según el nuevo sistema, los
presidentes de los Grupos y Cámaras Nacionales eran nombrados y depuestos por el Ministro de Economía, mientras
que los presidentes de las organizaciones más pequeñas eran
a su vez nombrados por los presidentes de los Grupos o de las
Cámaras. La introducción de otra disposición que hacía obligatoria la afiliación a las organizaciones tanto funcionales como territoriales para todos los empresarios, aseguraba la dirección de la vida económica del país «de acuerdo con los
principios del Estado Nacionalsocialista». En teoría, el Gobierno no tenía más que dar las órdenes que luego eran ejecutadas por las organizaciones autónomas de la industria. En la
práctica, sin embargo, la jerarquía de los controles económicos no funcionó tan suavemente ya que los intereses propios
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de los carteles solían estar con frecuencia en conflicto con los
intereses comunales que defendían los Grupos y las Cámaras.
Organismos gubernamentales
Los principales organismos gubernamentales interesados en
la regulación de la producción en los años que precedieron inmediatamente y que siguieron al estallido de la guerra, eran
el Ministerio de Economía del Reich, la Oficina de la Organización del Plan Cuatrienal, la Oficina de Economía de Guerra
y Armamento del Mando Supremo de las Fuerzas Armadas y
el Ministerio de Armamento y Municiones del Reich.
El Ministerio de Economía, creado en 1919, al que se concedieron mayores poderes en 1933, era una reliquia de la república de Weimnr. Entre sus funciones figuraban la supervisión de la política comercial y del comercio internacional, la
moneda, la banca v el control de los cambios exteriores y actuaba como asesor del Gobierno del Reich en todos los problemas de carácter económico. Según se ha mencionado ya,
el Ministro de Economía era también responsable del nombramiento y en caso necesario de la deposición, de los presidentes de los grupos nacionales y de las cámaras. El Ministro,
nombrado en asrosto de 1943, era Hialmar Schacht. que combinaba con su puesto la presidencia del Reíchsbank, para la
que había sido designado en marzo de 1933 y el cargo de Plenipotenciario General de Economía de Guerra, para el que
fue nombrado en mayo de 1935.
La idea de la creación de una Organización del Plan Cuatrienal, originada durante la crisis alimenticia alemana del otoño
de 1935, no se puso en práctica hasta el 18 de octubre de
1936, cuando Hitler publicó un decreto en el que nombraba a
Goring. Delegado del Plan Cuatrienal.
Aunque en aquella época no se hicieron públicos los objetivos
de dicha Organización, a continuación se puso de manifiesto
que sus fines principales consistían en preparar la economía
alemana para cualquier crisis y proporcionar un alto mando
económico similar al Mando Supremo de las fuerzas armadas, que fuese capaz de dar una dirección unificada a la económica del país, preparando a éste para la guerra. En vista
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del enorme alcance de esta tarea, la organización tuvo forzosamente que entrar en conflicto con las instituciones existentes, concretamente con el Ministerio de Economía. Poco después riel nombramiento de Goring empezaron a surgir dificultades entre éste y Schacht por lo que respecta a las directrices de la política económica que se debía seguir, y estas dificultades culminaron en noviembre de 1937 con la dimisión
de Schacht de sus cargos de Ministro de Economía y de
Plenipotenciario General para la Economía de Guerra. Después de la dimisión de Schacht se hizo un intento de eliminar
las dificultades inherentes a la existencia simultánea de dos
organismos con funciones que se entrecruzaban en medida
considerable. El mismo Goring se hizo cargo durante dos meses del Ministerio de Economía, con el fin de integrar en él
gran parte de la Organización del Plan Cuatrienal que sólo
contaba con un pequeño grupo de personal. El propósito de
la reorganización, según Funk, el nuevo Ministro de Economía y Plenipotenciario para la Economía, nombrado en febrero de 1938, era que «el Mariscal del Reich se íeservase para sí mismo la dirección y control de la política económica en
las cuestiones más decisivas e importantes, dándome a mí
(Funk) las instrucciones correspondientes, aunque la ejecución de estas instrucciones quedaba naturalmente en manos
del Ministerio y de sus organizaciones». Sin embargo, parece
que existen algunas dudas respecto a la claridad conseguida
en la división de la responsabilidad de la planificación económica, a pesar de la referencia hecha por Goring, durante la celebración de su juicio, a la «actitud irreprochable de Funk
respecto a él, por comparación con sus relaciones con el predecesor de Funk, o sea Schacht.
La responsabilidad principal por la supervisión de la producción de armamentos durante los años que precedieron inmediatamente al estallido de la guerra pesaba sobre las autoridades militares. El Decreto de 4 de febrero de 1939 transformaba el Ministerio de la Guerra del Reich en el Oberkommando
der Wehrmacht (OKW), de tal modo que aquél dejó de existir. Dentro del OKW se estableció una Oficina de Economía
de Guerra (Amtsgruppe Wehrtvirtschaftsstab) y más tarde
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se transformó, el 22 de noviembre de 1939, en la Oficina de
Economía tic Guerra y Armamentos (Wehrwirtschafts und
Rüstungsamt) bajo la dirección del General Thomas. Las funciones de esta oficina fueron creciendo considerablemente
hasta que llegó a ser virtualmente responsable de todo el sector bélico de la economía en el período que precedió de manera inmediata a la reorganización administrativa de 1942. En
1942 se dividió en la Oficina de Economía de Guerra (Wehrwitschaftsamt) que siguió bajo el control del OKW y la Oficina de Armamentos (Rüstungsamt), que se trasladó al Ministerio de Armamentos y Municiones. El General Thomas siguió presidiendo las dos ramas de la antigua Oficina de Economía de Guerra y de Armamentos y quedó por lo tanto subordinado al OKW para algunas de sus funciones, mientras
que estaba subordinado a Speer respecto a las demás. Los órganos más importantes de la Wehrwitschafts uncí Rüstungsamt eran las Inspecciones de Armamentos, que pasaron al
control del Ministerio de Speer en 1942, que tenían una organización regional que abarcaba todo el territorio alemán y
más tarde también todo el territorio de la Europa ocupada.
Tenían a su cargo la producción de material de combate y fijaban los plazos de entrega y los términos de los contratos.
Otra autoridad que tenía ciertos poderes sobre la producción
de armamentos en la primera época fue el Plenipotenciario
General de Economía de Guerra. Sus funciones consistían en
la coordinación de los departamentos económicos civiles para
preparar la guerra. Bajo la dirección de Schacht existía una
oficina y se estableció un comité formado por representantes
de los diversos departamentos económicos así como por el
Ministerio del Interior, el Plenipotenciario de la Administración, el OKW y posteriormente, como elementos más importantes, la Oficina del Plan Cuatrienal. Después de la dimisión
de Schacht y del nombramiento de Funk, sin embargo, las
funciones del Plenipotenciario General para la Economía sólo
siguieron existiendo en teoría, mientras que el verdadero control se encontraba en manos del Delegado para la organización del Plan Cuatrienal; el poder fue oficialmente transferido por una disposición de Hitler publicada en diciembre de
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1939.
Al estallar la guerra hubo muy poca reorganización en el mecanismo de la administración, ya que éste había sido constituido con la finalidad de que sirviese como instrumento para
la dirección de la economía en caso de guerra. Hasta el invierno de 1941-42, no se produjo ningún cambio importante. Por
entonces se habían planteado las primeras dudas respecto al
éxito final de la guerra relámpago y se pensó que hacía falta
una organización más centralizada y eficaz para proporcionar
una cantidad suficiente de medios para llevar a cabo una guerra de larga duración. En la primavera de 1942 surgieron dos
nuevas personalidades. Una de ellas era la de Fritz Sauckel,
Gauleiter de Turingia, que fue nombrado Plenipotenciario
General para la Distribución del Trabajo, dentro del marco de
la Organización del Plan Cuatrienal, y la otra era la de Albert
Speer, que, al morir Fritz Todt fue nombrado para el cargo de
Ministro de Armamentos y Municiones y para los demás cargos que había ostentado Todt, Los poderes que ostentaba
Speer fueron mucho mayores que los de su predecesor, debido al hecho de que era totalmente diferente el concepto mismo de su nombramiento. «Hasta ese momento decía Speer
Hitler consideró que la actividad principal de Todt se refería a la esfera de la construcción y ese es el motivo de que me
eligiese a mí como su sucesor... Inmediatamente después de
asumir el cargo, pudo verse que mi tarea principal consistiría
no en la construcción, sino en la intensificación de los armamentos». Sin embargo, los poderes conferidos a Speer seguían siendo insuficientes para permitirle llevar a cabo una
reorganización en gran escala de los sectores bélicos de la
economía. Sólo el departamento de armamentos del ejército
estaba situado bajo su control, mientras que los de la marina
y los de la aviación quedaban, de momento, formando parte
de administraciones independientes y, además, el Ministro
de Economía seguía supervisando la producción de materiales básicos tales como cuero y textiles, que eran de importancia vital para las fuerzas armadas.
El aumento de las demandas como consecuencia de la situación militar en los años 1942 y 43, condujo en el otoño de
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1943 a nuevos cambios administrativos, esta vez de un carácter más severo. Ya no se podía trazar una clara distinción entre el sector militar de la economía bajo la dirección de Speer
y el sector civil bajo la dirección de Funk. Había que dar preferencia a uno o a otro.
«Las contingencias de la guerra exigen una nueva concentración y unificación del control y de la organización de la economía de guerra, con el fin de utilizar de manera avin más eficaz que hasta ahora la fuerza Económica del pueblo alemán
para los fines de guerra. La capacidad productiva total y toda
la mano de obra, en el futuro, tendrán que utilizarse en mayor medida y de manera más amplia para lograr un incremento de la producción de armamentos. Con este fin, la producción de guerra alemana debe estar dirigida desde un solo
puesto, conforme a una dirección uniforme.»
Para fomentar esta política se publicó el 2 de septiembre de
1943 un decreto que confería nuevos poderes a Speer. En virtud de este decreto el Ministro de Economía del Reich era
responsable de la política económica general, de las cuestiones relativas al comercio exterior, de suministrar a la población artículos de consumo y cíe financiar la economía. Se concedían plenos poderes sobre la producción a Speer que, a partir de aquel momento, se convirtió en la personalidad dominante en la vida económica alemana.
Las funciones del Ministro de Economía del Reich en el campo de las materias primas y en el de la producción, la industria y el comercio deben ser transferidas al Ministro de Armamento y Municiones del Reich. «El Ministro de Armamento y
Municiones ostentará el título de «Ministro de Armamento y
Producción de Guerra del Reich», en vista de esta ampliación
de la esfera de sus actividades.»
Los organismos del Reich responsables de la coordinacion de
la politica Económica en los paises ocupados
Las decisiones respecto a las líneas generales de la política
económica que se había de seguir en los países ocupados eran
tomadas por los mismos organismos responsables de decisiones similares dentro del mismo Reich, o sea la Oficina del
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Plan Cuatrienal, el Ministerio de Armamento v Producción de
Guerra, el Ministerio de Economía, la Oficina de Economía
de Guerra del Alto Mando Alemán y el Ministerio de Alimentación y Agricultura. La puesta en práctica cotidiana de esta
política solía confiarse a las autoridades territoriales, tanto
militares como civiles. Las leyes promulgadas en el Reich no
solían ser de aplicación en los países ocupados y las autoridades territoriales, cuando era necesario, publicaban decretos
de contenido análogo con el fin de que sus medidas se amoldasen a las que estaban en vigor en el Reich.
La coordinación en un nivel más bajo se lograba por el hecho
de qne muchos departamentos o secciones de los órganos
centrales del Reich y de las organizaciones cooperativas de
negocios se ocupaban de los problemas económicos de los
países ocupados. Además se establecieron muchos organismos especiales sometidos a las autoridades centrales que
entendían exclusivamente en las cuestiones de los países ocupados. Los órganos más importantes de coordinación de la
política industrial en toda Alemania y en los países ocupados
eran las Inspecciones de Armamento y los Comandos, cuyo
control fue confiado por la Oficina de Economía de Guerra
del Alto Mando al Ministerio de Armamento y Municiones en
1942. Las Inspecciones de Armamento fueron establecidas en
todos los países ocupados que tenían instalaciones industriales importantes. Su tarea consistía en explotar la capacidad
industrial de los países ocupados, vigilar el almacenamiento
de material de guerra, controlar a las empresas que trabajaban por cuenta de los alemanes y, en caso de una retirada alemana, inspeccionar el traslado de materiales y maquinaria
importante. Antes de establecer las Inspecciones cíe Armamento se tomaban las medidas preliminares por medio de
destacamentos y Comandos económicos de la Oficina de Economía de Guerra y de Armamentos. Estas unidades estaban
formadas por tropas especialmente entrenadas para sus tareas económicas diversas y estaban adscritas al Alto Mando
del Ejército, dirigiéndose a las zonas recién conquistadas junto con las tropas combatientes. Sus tareas principales consistían en identificar y salvaguardar suministros de, mercancías
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y maquinarias importantes y también iniciar o reemprender
la producción en aquellas fábricas cuyos productos fueran de
importancia para el esfuerzo de guerra alemán. En las zonas
ocupadas, al contrario de lo que ocurría en las incorporadas,
les incumbía también la tarea de preparar el transporte al
Reich de todos los artículos y la maquinaria que pudiese hacer falta allí.
La importancia de esta misión se pone de manifiesto en las
instrucciones dadas a finales de mayo de 1940 al «Destacamento Económico J» estacionado en aauella época en Amberes:
«Su tarea consiste en obtener información rápida y completa
en los respectivos distritos de las mercancías escasas y racionadas (materias primas, productos semielaborados, petróleo,
etc.) y máquinas de gran importancia vital para los fines de la
defensa nacional y ocuparse de salvaguardar debidamente
esos almacenes; además los destacamentos económicos tienen el deber de preparar y, previa orden del Grupo de Ejércitos, llevar a cabo el envío de materiales escasos y racionados,
aceites minerales y las máquinas más importantes. Esbis tareas son de la responsabilidad exclusiva de los destacamentos
económicos.»
Otros organismos que ayudaban en la coordinación de la política económica en los países ocunados eran las Oficinas Centrales de Ordenes (Zenfralauftragstéllen), establecidas en los
países occidentales ocunados para coordinar las compras alemanas y las cámaras de comercio en el extranjero nue fueron
establecidas para que actuasen como centros de información
de las empresas de negocios alemanas que deseasen extender
sus actividades a los países ocupados.
La administracion del control economico en los paises ocupados
No se adoptó en todos los países ocupados por Alemania un
mecanismo unificado de control. Cada tipo particular de control aplicado dependía en primer lugar del estatuto político
que en definitiva se pensaba adjudicar a cada uno de los países ocupados dentro del Orden Nuevo. En términos generales
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cabía distinguir tres tipos principales: el de los controles eme
se aplicaban en las zonas que quedaban legalmérite incorporadas al Beich o que estaban probablemente destinadas a una
eventual incorporación, el de los que se empleaban en zonas
destinadas a ser territorios «coloniales» y, finalmente, el de
aquellos que entraron en vigor en los países ocupados de la
Europa occidental. Las dos últimas categorías son objeto de
estudio a continuación; de la primera basta con decir que se
trataba de una plena incorporación al mecanismo administrativo del Reich.
Los países ocupados bajo control económico alemán directo
El plan alemán, a largo plazo, para la organización de Europa
no sólo preveía la incorporación de ciertos territorios a las
fronteras del Reich, sino también la ocupación permanente
de otras zonas, bien como territorios adjuntos (Nebenlander)
o bien como zonas para la expansión colonial. En esas zonas
el Protectorado de Bohemia-Moravia, las partes ocupadas
de la URSS y el llamado Gobierno General de Polonia = los
alemanes se hicieron cargo del control directo de la vida económica con el fin de amoldar sus economías a las del Reich y
asegurar, desde el punto de vista alemán, el mejor uso posible de los elementos de producción. En las partes ocupadas
del Sudeste de Europa, se hizo lo mismo, aunque no se pensaba en estas zonas como objeto de una ocupación permanente.
Sus sistemas económicos quedaron bajo el control directo del
Reich.
Aunque todos estos países se asemejaban en el sentido de
que tenían su vida económica gobernada directamente por
Alemania, las diferencias en la administración del control
eran muy grandes. En el Protectorado, por ejemplo, se dejó
cierto grado de autoridad ejecutiva en manos de la
administración indígena, mientras que en las partes ocupadas de la URSS toda la estructura gubernamental quedó virtualmente sustituida e incluso se confiaron los puestos menores a alemanes.
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El Protectorado de Bohemia-Moravia
En el Protectorado se estableció una doble administración; a
los checos se les permitió que se ocuparan de los principales
controles económicos de detalle y, con pocas excepciones,
eran responsables de la aplicación de las medidas económicas, aunque todo esto se hizo bajo la supervisión directa y a
veces bajo el control directo de los alemanes. En virtud de los
términos del Decreto de 16 de marzo de 1939 el Protectorado
habría de ser autónomo y administrarse por sí mismo y tenía
que u ejercer sus derechos soberanos dentro del ámbito del
Protectorado, de acuerdo con la importancia política, militar
y económica del Reich»; el protector del Reich podía, sin embargo, «poner objeciones a medidas destinadas a perjudicar
al Reich y, en caso de peligro, podía dictar las órdenes que
fuesen necesarias para el interés común». El poder de Alemania se vio fortalecido además al asumir ésta el control de los
transportes, correos y telégrafos y el de las relaciones económicas exteriores del país, así como por la inclusión del Protectorado dentro de la zona aduanera del Reich.
Los órganos principales de control económico alemán en el
Protectorado eran el Ministerio de Armamentos y Municiones del Reich (trabajaba a través de Jas Inspecciones de Armamentos) que ejercía el control de la producción de material de guerra y a partir de 1940 también el de la producción
industrial de artículos de consumo y el Ministerio de Estado
alemán, que era el órgano local más importante. Este último
estaba dividido en departamentos, algunos de los cuales se
ocupaban de cuestiones económicas y vigilaban a la administración económica autónoma. Además había varios delegados
especiales, directamente responsables ante el Ministro de Estado, que se ocupaban de cuestiones tales como carbón, petróleo, vehículos a motor y producción de maquinaria. Los órganos autónomos checos se encontraban subordinados a la
administración alemana, a los Ministerios de Economía y
Trabajo, de Agricultura y Bosques y de Finanzas, y a la Oficina Suprema de Control de Precios. Estos organismos estaban
presididos por alemanes o se encontraban bajo la dirección y
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supervisión alemana a través del Ministro de Estado.
Grandes sectores de la industria checa se encontraban bajo el
control de Alemania a través de las actividades del Ministerio
de Armamentos y Producción de Guerra y a través de la formación se supercarteles en las industrias del vidrio y del calzado. La dominación alemana del resto de la economía estaba
asegurada por la formación de organizaciones corporativas
obligatorias que se atenían al modelo alemán y que solían
estar presididas por ciudadanos alemanes domiciliados en el
Protectorado.
El Gobierno General
La administración económica del Gobierno General era casi
totalmente alemana y sólo empleaba a polacos en cargos y tareas de alcance puramente local. Las directrices principales
de la política que había que seguir eran establecidas por Góring en su calidad de Jefe de la Organización del Plan Cuatrienal y para la puesta en práctica de esta política nombró adjunto suyo al Gobernador General, Hans Frank. Frank, en
enero de 1940, estableció una oficina para el Plan Cuatrienal
en el Gobierno General que estaba totalmente separada de la
administración ordinaria. Sin embargo, una vez determinadas las directrices principales de la política económica, esa
oficina fue abolida y sus funciones fueron transferidas a los
departamentos de la administración central que se ocupaba
de cuestiones económicas, la alimentación y la agricultura,
los bosques y las finanzas.
Las facultades de supervisión de la producción de armamentos correspondían al Ministerio de Armamentos y Producción
de Guerra del Reich a través de sus Inspecciones de Armamentos, mientras que se crearon oficinas para regular la producción y adjudicación de las principales materias primas de
los productos industriales. Todas las antiguas cámaras económicas polacas y las asociaciones mercantiles fueron disueltas
o pasaron al control alemán y en marzo de 1941 se estableció
una Cámara Central de Toda la Economía (Zentralkammer
fürdle Gesamtwirtschaft) para que actuase como único medio a través del cual las empresas de negocios habrían de coo-
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perar con la administración alemana en la regulación y planificación de la producción y en la distribución de mercancías y
servicios.
Los Territorios ocupados del Este
La evacuación del personal administrativo de esta zona y la
decisión de los alemanes de que la población local no era de
confianza, sirvieron de justificación para que se negase toda
forma de gobierno autónomo a los habitantes de los Territorios Ocupados del Este y para la sustitución, con escasas excepciones de pequeña importancia, de todos los funcionarios
locales por funcionarios alemanes, en los antiguos Estados
Bálticos. Los Territorios Ocupados del Este estaban administrados de hecho, en la medida de lo posible, como una parte
integrante de la economía del Reich y el modelo de organización que surgió se parecía en gran parte al que estaba en vigor en el Reich mismo.
Las directrices principales de la política de explotación económica de los Territorios Ocupados del Este eran formuladas
por los organismos centrales principales del Reich, concretamente por la Organización del Plan Cuatrienal, el Ministerio
de Economía del Reich y el Ministerio de Speer, juntamente
con las organizaciones corporativas de las empresas alemanas que desde los primeros momentos desempeñaron un papel importante. En los mismos Territorios Ocupados del Este
la explotación económica fue organizada conjuntamente por
estas autoridades centrales y por las administraciones territoriales. En el caso de las zonas sometidas a administración militar, eran los comandantes militares los que, a través de los
jefes de sus departamentos económicos, informaban y recibían órdenes de la sección económica del OKW que a su mez
mantenía estrecho contacto con la Organización del Plan
Cuatrienal y con otros organismos civiles del Reich. En 1942,
el OKW estableció en Berlín una Sección Económica del Este
encargada de las cuestiones económicas en las zonas sometidas a control militar de los Territorios Ocupados del Este. En
las zonas sometidas a control civil, la administración de ía política económica fue incumbencia de la Sección de Planifica-
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ción Económica del Este, centro del Ministerio del Reich para
los Territorios Ocupados del Este, cuyo jefe era al mismo
tiempo el Jefe del Departamento de Asuntos Económicos del
Este Ocupado en el Ministerio de Economía. La estrecha cooperación entre las autoridades civiles y militares quedó asegurada por el hecho de que la sección económica del Este y la
Sección de Planificación Económica del Este estaban regidas
en gran parte por los mismos funcionarios.
La ejecución cotidiana de los planes económicos tanto en las
zonas civiles como militares de los Territorios Ocupados del
Este, fue confiada a una serie de funcionarios de compañías
de monopolios (Ostgesellschaften], que reunían la autoridad
de los organismos centrales del Reich y de las administraciones territoriales. El elemento privado se incrementó aún más
por medio de la introducción en la Zona Ocupada del Este de
empresas particulares alemanas que trabajaban bajo la supervisión de las compañías de monopolios de tal modo que aunque el sistema estaba oficialmente dirigido por el Gobierno
del Reich, los grandes negocios alemanes tenían una posición
dominante.
Los Balcanes
El método de control económico adoptado por Alemania en
las diversas partes de los Balcanes ocupadas por ella era algo
similar al que se empleaba en el Protectorado de BohemiaMoravia; poco después de la ocupación se establecieron regímenes marionetas pero, de todas formas, estos regímenes estaban estrechamente vigilados por las administraciones militares alemanas. En Grecia, la autoridad sobre el Gobierno
marioneta era compartida en teoría por Italia, pero desde los
primeros momentos fue Alemania quien tomó todas las decisiones importantes; en Servia, Alemania tenía el control exclusivo desde los primeros momentos. Después del armisticio
italiano en 1943, las zonas de los Balcanes que anteriormente
estuvieron sometidas al control italiano fueron absorbidas
también por las autoridades militares alemanas.
Los productos agrícolas y minerales de los Balcanes fueron
de gran importancia para la economía de guerra alemana, y,
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como consecuencia de esto, en aquella región fueron elegidos
técnicos económicos para los cargos más importantes. Hermann Neubacher, un antiguo técnico financiero de la I. G.
Farben fue nombrado Enviado Especial en Grecia en 1941-42
y Enviado Especial del Ministerio alemán de Asuntos Exteriores, en los Balcanes, en 1943, mientras que el control de las
cuestiones económicas de Servia fue confiado a Franz Neuhausen, el Plenipotenciario General de Economía, que además ostentaba muchos cargos importantes, tales como Presidente de la Junta de Directores de la Asociación Bancaria de
Servia y de las Minas de Bor.
La administración en Servia constituía un ejemplo típico de
la técnica alemana de control económico en los Balcanes. Bajo la dirección de Neuhausen, los alemanes se dedicaban a supervisar la administración indígena, a representar a los intereses alemanes en todas las empresas importantes e incluso a
regir directamente ciertas ramas de la economía, concretamente, a importantes empresas mineras y la recogida de los
productos agrícolas. De hecho, los alemanes controlaban todas las actividades económicas servias que pudieran tener la
más ligera importancia para la economía de guerra alemana.
Los países ocupados bajo control económico alemán indirecto
En las regiones que no fueron destinadas por Alemania a una
incorporación permanente al Reich o como zonas de colonización, existía la tendencia a dejar, en la medida de lo posible,
la dirección cotidiana de la vida económica en manos de la
administración indígena, al mismo tiempo que se aseguraba
el control alemán de las directrices principales de la política
económica que habían de seguir aquellos sectores de la economía que eran de interés vital para el esfuerzo de guerra alemán.
Las ventajas para Alemania de este sistema de control indirecto eran considerables. Con el enorme incremento de la zona que había quedado bajo dominación alemana se había producido una gran escasez de personal especializado en cuestiones administrativas y en la dirección de las actividades econó-
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micas y esta situación se agravó con la movilización de nuevos reclutas para las fuerzas armadas. Además de constituir
un ahorro de personal alemán, el empleo de administradores
indígenas y de hombres de negocios del país, tenía otras ventajas. La cooperación de los funcionarios locales con conocimiento de las condiciones y de los métodos locales empleados en los puestos de inspección, mientras que el hecho de
que las funciones administrativas y empresariales siguiesen
siendo ejercidas por ciudadanos de los países en cuestión, reducía la fricción que tendría que haberse producido entre los
vencedores y vencidos si los primeros se hubiesen hecho
notar en el control cotidiano. También eran muy grandes las
posibilidades de asegurar la cooperación. Aparte de los miembros de los partidos nazis o de organizaciones similares en los
países correspondientes que, por razones diversas, estaban
dispuestos a unir su suerte a la de los conquistadores alemanes, había otros muchos que por una serie de razones económicas perentorias consideraban que lo mejor que podían hacer era prestar, por lo menos, cierto grado cíe cooperación.
En la mayoría de los casos, las administraciones locales no
eran totalmente adecuadas para servir de instrumentos de la
política alemana. Había que hacer muchos cambios de personal y había muchos manejos y maniobras entre los partidos y
los individuos. Pero también había que hacer cambios en la
forma de las administraciones. Para asegurar un funcionamiento eficaz de toda la máquina alemana para la explotación
de Europa había que reforzar los poderes de control existentes y amoldarlos más a los que se encontraban en vigor en el
Reich. Con ese fin se ampliaron y centralizaron las facultades
de las administraciones indígenas sobre las empresas de negocios del país. Los principios generales de esta reorganización eran siempre los mismos, pero el modelo resultante difería de un país a otro. El método principal elegido para crear
una máquina de control eficaz era la formación o desarrollo
de corporaciones de empresas de negocios en los territorios
ocupados, siguiendo las directrices de las organizaciones
autónomas del mismo Reich, con la única diferencia de que
sus funciones eran puramente consultivas. El éxito de esta
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política fue muy diverso, obteniéndose los mejores resultados
en Holanda donde ya existía una base para la evolución en
ese sentido57 y en la Francia de Vichy. Por encima de los órganos reorganizados del control indígena se encontraban los administradores alemanes cuya responsabilidad en cuestiones
económicas difería muy poco en las zonas sometidas a gobierno militar o a gobierno civil. Por lo general, la administración
alemana estaba organizada de tal forma que duplicaba las ramas superiores de la administración indígena. Se mantenía el
más estrecho contacto entre las dos oficinas similares que,
con frecuencia, estaban alojadas en el mismo edificio. Además de esta duplicidad de las ramas superiores de la administración, los alemanes tenían el control directo de ciertos
organismos que ocupaban posiciones estratégicas en la vida
económica, como por ejemplo los que se ocupaban en la distribución de materias primas y los órganos semi-oficiales tales como los Bancos Nacionales, en los que se designaban asesores o comisarios alemanes. También había ejemplos de
control directo de empresas de negocios, en los casos en que
los alemanes se habían hecho cargo de propiedades de judíos,
extranjeros enemigos o naciónales que figuraban en las listas
negras y en algunos casos, había empresas aue trabajaban
por cuenta de los alemanes.
Al lado de la administración central en las zonas sometidas a
control indirecto alemán, había también algunos organismos
del Reich que ejercían controles económicos y que estaban representados directamente por medio de oficinas de campaña,
algunas de las cuales estaban subordinadas a las autoridades
territoriales, mientras que otras eran independientes. La mayor parte de estas últimas estaban constituidas por las Inspecciones de Armamento y los Comandos y en la Francia de
Vichy por la Comisión Alemana de Armisticio. Los organismos subordinados incluían a representantes de la Organización del Plan Cuatrienal y de las Reichskreditkasenn (Cajas
de Crédito del Reich).
La influencia alemana sobre otros paises europeos
La influencia de Alemania sobre la vida económica de otros
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países no se limitaba en modo alguno a aquéllos en los que tenía órganos de control oficialmente establecidos. La amenaza
siempre presente de una acción militar, combinada con el
bloqueo del continente y el control por parte de Alemania de
las principales fuentes de materias primas de dentro de Europa, permitiría a ésta imponer sus deseos, hasta cierto punto
en todo el Continente. En algunos casos esta influencia se vio
fortalecida por la participación en empresas o propiedad de
las mismas en países que, al menos nominalmente, eran independientes del Reich.
El control de las economías de los países del Sudeste de Europa había sido uno de los principales objetivos de la política
exterior alemana durante los años anteriores al estallido de la
guerra y, en 1939, Alemania había conseguido, por medio de
la creación de un sistema de clearing, acuerdos comerciales
bilaterales y otras diversas medidas, no sólo asumir el papel
principal en el comercio exterior de esas naciones, sino también modificar la producción en favor de esos artículos por
ejemplo fibras textiles y semillas oleaginosas que era probable que tuviesen el máximo empleo en el Reich, en caso de
una guerra. El estallido de la guerra y el bloqueo en el Continente europeo por parte de los enemigos de Alemania, a partir del verano de 1940, incrementó enormemente las posibilidades de Alemania en relación con sus vecinos, no sólo de los
países del Sudeste de Europa, sino también de los neutrales
restantes. Alemania, junto con los países que estaban bajo su
control, se había convertido en único abastecedor posible de
ciertas materias primas de importancia vital. Quizá el más
importante de estos productos fuese el carbón. Una vez interrumpidos los suministros ultramarinos, Alemania, juntamente con los países que había incorporado al Reich, era la
única nación que poseía reservas de carbón que rebasaban
con mucho sus necesidades.
En contraste con esto, países tales como Italia, Suecia y Suiza
se encontraban con que tenían que depender totalmente, o en
gran parte, de las importaciones y para conseguir el carbón
necesario para seguir adelante su vida económica se veían
obligados, en diverso grado, a proporcionar a cambio los pro-
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ductos que Alemania necesitaba para el mantenimiento de su
esfuerzo de guerra.
En los países satélites y en los llamados estados «independientes» de Eslovaquia y Croacia, que fueron creados por los
nazis, se fortaleció el control por medio de la manipulación
de las relaciones mercantiles a través de la participación activa alemana en las empresas locales. En Eslovaquia, por ejemplo, muchas de las empresas industriales, comerciales y financieras más importantes eran de propiedad alemana,
mientras que las industrias del vidrio y del cemento estaban
controladas por los correspondientes carteles alemanes. También en Rumania y Bulgaria era considerable la penetración
del capital alemán. El grado de control alemán, de los Estados satélites e «independientes» era casi completo algún
tiempo antes de que consideraciones de carácter militar exigiesen la ocupación por parte de las tropas del Eje de grandes
zonas del Sudeste de Europa.
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Capitulo IV La industria y las materias
primas
Estudio general de la evolucion industrial del Reich 19391945
La situación al estallar la guerra
Desde varios años antes de estallar las hostilidades el objetivo de la política industrial alemana había sido la preparación
para la guerra. Pero las medidas adoptadas para lograr este
fin y el estado de preparación alcanzado estaban regidos, en
gran medida, por el concepto que de la futura guerra tenían
Hitler y sus colaboradores. Hitler creía que sus objetivos podían ganarse, bien por medio de ofensivas diplomáticas o, en
caso de fallar éstas, por medio de acciones aisladas de «policía» emprendidas contra enemigos que serían incapaces de
resistir al poderío militar alemán y cuya conquista reforzaría
la posición económica de Alemania. No creía que hubiese
verdadero peligro, al menos en un futuro próximo, de que
Alemania entrase en conflicto con una combinación de grandes potencias mundiales, viéndose obligada, por lo tanto, a
tomar parte en una guerra larga. Incluso aunque, a la larga,
se viese Alemania enfrentada a una combinación semejante,
para entonces habría alcanzado una posición inexpugnable,
como consecuencia de sus conquistas anteriores. Con este fin
había que desestimar grandemente la producción futura en
favor de la producción presente y tenía que ser desechado todo gasto de trabajo y material en proyectos que no diesen un
resultado inmediato. A pesar de la oposición de muchos de
los consejeros de Hitler, entre los que destacaban los miembros del Wehrwirtschaftsstab (Sección de Economía de Guerra) del OKW, bajo la dirección del General Thomas, que
creían que Alemania debía prepararse para una guerra
prolongada, se aceptó esta opinión como base de la política
alemana.
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Como consecuencia de esta decisión, el rearme alemán adoptó la forma de constitución de depósitos de armas y municiones en la medida que se creía necesaria para abastecer a sus
fuerzas armadas en campañas de breve duración, que era todo lo que se había previsto. Esta política pareció estar justifi-
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cada por el éxito de los ataques contra Austria y Checoslovaquia, que ocasionaron costos insignificantes y dieron por resultado adiciones sustanciales al potencial económico de Alemania.
Esta forma de rearme encajaba perfectamente en las posibilidades de la economía alemana. Mediante el uso de los recursos antes no empleados, los nazis lograron un incremento de
la producción total que, a falta de gastos grandes en nuevos
proyectos productivos, era suficiente para mantener más o
menos sin alteración el consumo interior, a pesar de la expansión de la producción de armamentos. Había suficiente cantidad de fábricas y máquinas-herramientas, e incluso durante
la guerra estuvo generalizado el trabajo en un solo turno.
Esta aparente abundancia de equipo o incluso de materiales
fue acompañada de un sistema de medidas detalladas de control que, aunque era complejo, no por eso dejó de funcionar
con plena eficacia. La administración cotidiana de la industria se encontraba en manos de los Grupos y de las Cámaras,
supervisados, de lejos, por el Ministerio de la Economía. En
líneas generales, se introdujeron medidas para afrontar los
problemas específicos a medida que surgían, pero no hubo
una autoridad coordinadora encargada de poner en pie de
guerra toda la economía del país. En relación con el acero,
por ejemplo, la creencia de que se trataría de una guerra de
corta duración, juntamente con el hecho de que por razones
políticas no se quería reducir el consumo civil, o dieron como
resultado, en 1939, la situación curiosa de que había acero
disponible para una serie de fines que nada tenían que ver
con el esfuerzo de guerra, aunque se les negaba el acero a empresas que habrían sido capaces, al cabo de unos años, de ampliar el potencial bélico de Alemania».
Como consecuencia de la larga lucha que se produjo, el punto
débil de la economía industrial, al estallar la guerra, fue la escasez de materias primas básicas. Con excepción del Japón,
el Eje era deficitario de las materias primas estratégicas más
importantes, necesarias para mantener a un elevado nivel la
producción de armamentos. Su situación empeoró aún más
por el hecho de que en los años comprendidos entre 1930 y
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1940 las fuentes principales de abastecimientos de esos materiales, con excepción del material de hierro y la bauxita, se
encontraban fuera del continente europeo. Alemania trató de
mejorar esta situación constituyendo depósitos de materias
primas importadas, incrementando sus fuentes internas de
abastecimiento y desarrollando la producción de artículos
sintéticos. Durante los últimos años de esa década Alemania
consiguió incrementar de manera sustancial sus importaciones de materias estratégicas, pero gran parte de este incremento quedó compensado por la intensificación de la producción de armamento. En conjunto, además, el incremento de
las importaciones fue bastante menor que lo deseado, a causa
de la escasez de divisas extranjeras. Se hicieron considerables
progresos en el desarrollo de las fuentes internas de abastecimiento, siendo uno de los ejemplos más notables en este sentido la construcción de los Talleres Hermann Goring, en Salzgitter, para la explotación de los minerales de hierro de baja
ley de aquella zona, así como la producción de materiales sintéticos, principalmente petróleo y caucho. Pero el desarrollo
de estas actividades se vio entorpecido por el hecho de que
Hitler no quería gastar materiales ni mano de obra en proyectos que no diesen un resultado inmediato.
Las medidas descritas hasta ahora sólo se esperaba que sirviesen para superar en Alemania un breve período de dificultades. Se habían hecho otros planes para asegurar el suministro a largo plazo de materiales de importancia vital para Alemania. Esos planes eran la conquista de aquellos territorios
que podían suministrar una gran parte de sus necesidades.
Alemania estaba dispuesta a consumir las reservas que tenía
bajo su control inmediato, dando por supuesto que esas reservas podrían ser compensadas con los depósitos capturados en los países ocupados, o por la producción interior. Alemania podía esperar la satisfacción de la mayoría de sus necesidades por medio de las regiones que probablemente quedarían bajo su futuro control. La Europa continental, con exclusión de la URSS, se esperaba que cubriese sus necesidades de
plomo y cinc (Yugoslavia), bauxita (Hungría, Yugoslavia y
Noruega), mineral de hierro (Suecia y Lorena), antimonio
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(Yugoslavia), sulfuro de piritas (Italia y Noruega), mercurio
(Italia), lino (los Estados Bálticos y Polonia), cáñamo (Yugoslavia e Italia) y madera (Polonia, Escandinavia y el Sudeste
de Europa); además era muy probable que Rumania proporcionase suministros de petróleo extremadamente útiles,
aunque no muy amplios. La conquista de Ucrania y del Cáucaso sería de vital importancia para la economía alemana ya
que aseguraría petróleo en abundancia, así como cantidades
importantes de níquel y manganeso. Lo único que seguiría estando escaso sería el cobre que en muchos casos podría ser
sustituido por otros minerales y del que había grandes depósitos en los países de Europa Occidental, y estaño y caucho,
cuyo suministro tendría que depender át> que se pudiesen
mantener abiertas las rutas comerciales con Extremo Oriente.
Los primeros años de la guerra
Los dos primeros años de la guerra fueron testigos de un
enorme incremento del potencial económico alemán. La táctica de la guerra relámpago tuvo éxito continuo no sólo contra
Polonia, el primero de los países atacados, sino también de
manera aún más sorprendente, contra Noruega, Francia y los
Países Bajos. La conquista de Polonia dio a Alemania el control de todo el distrito industrial de la Alta Silesia. El éxito de
la campaña de Noruega, al reducir los contactos de Suecia
con los aliados occidentales, aseguró el mantenimiento de los
suministros de mineral de hierro sueco, valioso sobre todo
por su gran riqueza metálica, además de dar a Alemania acceso a importantes fuentes de materias primas dentro de la misma Noruega. La ocupación de la Europa Occidental y la subyugación de la Francia de Vichy no sólo pusieron a disposición de Alemania la gran capacidad industrial de esos países,
sino también los importantes almacenes de materias primas,
especialmente cobre, para aumentar las reservas inadecuadas
de Alemania. También hacia el Este se extendió rápidamente
la zona situada bajo el control alemán. La conquista de Yugoslavia y su consiguiente desmembramiento dejó bajo el dominio alemán nuevos recursos de materias primas, siendo el
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ejemplo más importante de éstas el cobre de las minas de
Bor, Y además se aumentó el servilismo de los países satélites
a Alemania. Lo más importante de todo fue que los éxitos iniciales en Rusia indujeron a Alemania a pensar que tendría fin
su ansiedad por la escasez de materias primas. Nikopol, con
sus ricos yacimientos de manganeso se encontraba seguro en
manos de los alemanes, mientras que los ejércitos germanos
en Rostov se encontraban a un paso del Cáucaso.
Alemania avanzaba en todas partes y aunque en esa época todavía habría podido ampliar la base de su economía y rearmarse por lo tanto en «profundidad», la capacidad industrial
existente era, en opinión de los alemanes, más que suficiente
para las demandas que probablemente se le ha-rían. Ciertamente, el período comprendido entre la caída la Francia y el
ataque contra Rusia, íué una época de «economía de guerra
como en tiempos de paz», durante el cual la producción civil
se mantuvo casi invariable. Incluso después de la invasión de
Rusia se permitió que disminuyese la producción de armamentos, en la creencia de que los depósitos de armas y municiones ya constituidos bastarían para hacer frente a las necesidades de las fuerzas armadas en la guerra contra la URSS,
que los alemanes creían firmemente que terminaría con éxito
en un futuro muy próximo.
Fin del período de la guerra relámpago
La primera indicación de que la política de la guerra relámpago podía no resultar siempre un éxito, llegó con el fracaso de
Rusia en el invierno de 1941-42. Tuvieron que ser revisados a
toda prisa los cálculos alemanes respecto a la cantidad de
equipo necesario para las fuerzas armadas y hubo que cambiar la tendencia a la reducción en la producción de armamentos. Pero los alemanes rio habían renunciado, ni mucho
menos, a su confianza en el éxito final de la guerra relámpago. El contraataque alemán en los primeros meses de 1942,
fue seguido por la ofensiva alemana de verano que dio por resultado la ocupación por parte de las tropas alemanas de
grandes zonas del Cáucaso, concretamente de los campos petrolíferos de Maikop. Por fin, Alemania había tomado pose-
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sión de gran parte de la zona petrolífera rusa y sólo hacia falta un poco de tiempo para reparar las destrucciones causadas
por los rusos en su retirada. Hubo que tomar algunas medidas en el interior para asegurar el incremento de la producción de material de guerra, pero la administración consideraba que no era necesario hacer grandes alteraciones de la estructura económica del Reich, Se confió la responsabilidad
por la puesta en práctica del aumento de la producción de
armamentos a Albert Speer, que fue nombrado Ministro de
Armamentos y Municiones en febrero de 1942, a la muerte de
Fritz Todt.67 Pero el hecho de que la tarea de Speer se limitase a la supervisión de la producción de armamento en sí misma y que no se encargase plenamente de ella, demuestra que
no se pensó en una reorganización a fondo para poner la economía en pie de guerra. Continuó la administración general y
algo ineficaz de la industria por parte de los grupos industriales y mercantiles, bajo la dirección del Ministerio de Economía y la distribución de materias primas siguió realizándose
bajo la dirección de Funk, Ministro de Economía, y de sus organismos subordinados.
A pesar de esta situación, Speer consiguió elevar la producción de armamentos en un 55 por 100 entre febrero y julio de
1942. A falta de planes para la reorganización de la economía,
el único método para conseguir este incremento consistía en
elevar el nivel de eficacia de la misma industria. Speer trató
de hacer esto sustituyendo a las autoridades más pequeñas
con controles generales que lo integraban todo, dotados de
responsabilidades definidas con más precisión. Eran estas
autoridades las llamadas Comisiones Principales (Hauptausschüsse) y los Círculos Industriales (Industrieringe). Las
Comisiones Principales se establecieron para todos los materiales de guerra importantes producidos en masa, tales como
municiones, motores de aviación y de vehículos, y sólo se ocupaban de los productos ya fabricados. Los Círculos Industriales, por otra parte, se encargaban de las materias primas, artículos semielaborados y también de los accesorios que entraban en la producción de más de un tipo de armamento ya
terminado y se encargaban individualmente de cosas tales co-
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mo los productos electrotécnicos, metales no ferrosos y vidrio
industrial y cerámica. Tanto las Comisiones como los Círculos estaban subdivididos en cierto número de organizaciones
más pequeñas que estaban aún más especializadas en su responsabilidad. Por ejemplo, la Comisión principal de vehículos a motor estaba dividida en 16 Comités Especiales que
se ocupaban de cosas tales como motocicletas, camiones ligeros y pesados, tractores y reparación de automóviles. Estos
comités especiales estaban divididos a su vez en pequeños
Comités de Taller. Los Círculos Industriales estaban divididos en Círculos Especiales y éstos a su vez en Círculos de Taller. Todas estas organizaciones estaban dotadas de un personal compuesto exclusivamente de técnicos, ingenieros y constructores, y se lograba el enlace más estrecho por el hecho de
que estos técnicos eran miembros simultáneamente de las
comisiones y de los círculos. Estos organismos tenían la responsabilidad de asegurar el empleo de los métodos de producción más eficaces en toda la industria de armamentos,
simplificar los diseños de producción, incrementar el grado
de especialización de las distintas fábricas y reducir en general los costos de material y de trabajo.
A lo largo del año 1942, la producción siguió aumentando
grandemente y se redujo considerablemente el consumo civil
que había permanecido más o menos estable durante los
años 1940 y 1941. Sin embargo, el curso de la guerra seguía
siendo todavía favorable a Alemania. Con la excepción, por el
momento, de Rusia, se podía lanzar a la ofensiva en todas
partes. Tenía a su disposición enormes recursos, tanto humanos como materiales, proporcionados por la mayor parte de
la Europa Continental. Y seguía £ provechando los depósitos
de valiosas materias primas que había capturado en los países ocupados.
El punto de inflexión en la política industrial alemana: Stalingrado
Las primeras dudas respecto a la infabilidad de la guerra relámpago surgieron durante el invierno de 1941-42. La derrota
de Stalingrado demostró de una vez para siempre que esas
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tácticas no les permitirían ganar la guerra. La guerra larga y
costosa de desgastes en la que Hitler no había querido creer y
para la que se habían querido preparar el Alto Mando Alemán, se había convertido en una realidad. La situación de
Alemania era peor por el hecho de que ya no podía esperar
una serie de fáciles y ricas ganancias como las que había obtenido durante los primeros años de la guerra y que tanto habían contribuido a reforzar su esfuerzo de guerra. Quizá lo
peor de todo fuese que había perdido la esperanza de capturar en un futuro próximo los pozos petrolíferos del Cáucaso.
Había que hacer algún cambio fundamental en la política económica alemana. La demanda de armamentos era mayor que
nunca hasta entonces desde que empezó la guerra y era muy
probable que se mantuviese así durante un período considerable, si es que incluso no aumentaba. Pero ya hacía tiempo
que se había dejado perder la oportunidad para ampliar la
base industrial de la economía. La necesidad de armamentos
era urgente y acuciante, y ahora no se podía destinar trabajo
ni materiales para proyectos que no diesen un fruto inmediato. Alemania se veía obligada por la necesidad, y no ya por
una libre decisión, a seguir el mismo camino de tratar de elevar la producción de material de guerra exprimiendo al máximo la capacidad existente. Por último, se comprendió la necesidad de que una autoridad única dirigiese toda la economía
de guerra alemana y en septiembre de 1943 Speer fue nombrado Ministro de Armamentos y Producción de Guerra con
poderes no sólo sobre los sectores militares de la economía,
sino también sobre los civiles.
En vista de la imposibilidad de gastar los escasos recursos en
proyectos de inversión capital, que con el tiempo pudiesen
elevar la capacidad productiva de la economía, el único método para aumentar la producción de los armamentos era la reducción de la producción de mercancías civiles y la intensificación del uso que se hiciera de los medios disponibles de pro
ducción. En la primera de estas direcciones, Speer avanzó poco. De hecho, el índice del consumo civil sólo descendió del
81,5 en 1942 al 80,2 en 1943, tomando como índice 100 el
consumo correspondiente al año 1939. Una razón de esto fue
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lo impopulares que eran las medidas tendientes a la reducción del consumo civil. Por temor a la impopularidad, Hitler y sus Gauleiter no apoyaron estas medidas que fueron
ineficaces incluso en el período que siguió al desastre de Stalingrado. Sin embargo, una razón aún más importante por la
que Speer fracasó en sus intentos en ese sentido, fue la intensificación de los ataques, cada vez mayores, realizados por
la aviación de los aliados occidentales contra objetivos situados dentro del Reich, que dio como resultado la destrucción
de cantidades enormes de artículos de consumo que, por lo
menos en parte, tuvieron que ser reemplazados. La mayoría
de los incrementos en la producción de armamentos tuvo que
conseguirse mediante la racionalización y el empleo al máximo de los elementos disponibles y en este sentido concentró
Speer sus esfuerzos. Al poner en marcha a pleno rendimiento
las reservas de herramientas y máquinas que aún quedaban
en el Reich, cerrando sin la menor consideración las muchas
fábricas que no estaban consagradas a una producción vital
de guerra, incrementando el uso de la especialización e iniciando por último un sistema de planificación general, Speer
consiguió obtener resultados notables. A pesar de que cada
vez pesaban más los bombardeos sobre Alemania, la producción de armamentos, en el año 1943, fue superior por término medio en un 56 por 100 a la de 1942, y más del doble que
la de 1941.
La fase final
La expansión de la producción de armamentos se mantuvo
hasta muy avanzado el año 1944. Durante su juicio en Nuremberg, Speer hizo la siguiente descripción de su situación:
«Hasta aquella época (otoño de 1944) a pesar de los bombardeos, conseguí mantener un aumento constante de la producción. Si se me permite expresarlo en cifras, este aumento fue
tan grande que en el año 1944 pude re-equipar por completo
a 130 divisiones de infantería y a 40 divisiones acorazadas.
Esto representaba equipos nuevos para dos millones de hombres. Esta cifra habría sido superior en un 30 por 100 si no
hubiese sido por los bombardeos aéreos. Alcanzamos el pun-
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to máximo de nuestra producción durante toda la guerra, en
el mes de agosto de 1944, por lo que respecta a las municiones; en septiembre de 1944 respecto a la producción de aviones y en diciembre de 1944 por lo que respecta a la producción de barcos y nuevos submarinos».
Pero mucho antes de que se hubiese alcanzado el punto máximo en la producción de los armamentos alemanes se iba reduciendo continuamente y esto no sólo significaba una pérdida de la capacidad de fabricación, sino también, lo que es aún
más importante, la pérdida de fuentes vitales de materias primas. También los ataques aéreos empezaban a desempeñar
un papel cada vez más importante en el entorpecimiento del
esfuerzo de guerra alemán; a partir de mayo de 1944, los pesados y continuos ataques de la aviación aliada fueron dirigidos contra los recursos petrolíferos alemanes y se redujo en
un 90 por 100 el carburante disponible, dejando así inútiles a
los nuevos tanques y a los nuevos aviones a reacción que estaban siendo producidos.74 En el otoño de 1944, todas las personas interesadas comprendían que, desde el punto de vista
económico, la guerra no podría sostenerse durante mucho
tiempo. En un memorándum fechado el 11 de noviembre de
1944, Speer escribió:
«De conformidad con la estructura total de la economía del
Reich, resulta evidente que a la larga no podrá ser soportada
por la economía alemana la pérdida de la zona de la industria
de Renania-Westfalia, ni podrá tampoco continuar la guerra
con éxito, con excepción de los productos que se fabrican
dentro del sector, es una pérdida total para la economía alemana.»
A principios de la primavera de 1945, la situación se había hecho desesperada.
«En un plazo de cuatro a ocho semanas (escribió Speer a Hitler el 15 de marzo), tendremos que contar con la seguridad
de un colapso final de la economía alemana. Ni se podrá garantizar la producción de armamentos, ni los ferrocarriles ni
la navegación marítima estarán en condiciones ele efectuar
los transportes que se les asignen, quizá con la única excepción de los transportes de tropas. Después de ese colapso,
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tampoco podrá continuarse por más tiempo la guerra en el
sentido militar del término.»
La rendición incondicional de Alemania a los aliados occidentales y a Rusia se produjo el día 7 de mayo.
La Politica alemana respecto a la industria en el resto de Europa
Los planes a largo plazo de Alemania para la reorganización
económica de Europa, según los cuales ésta iba a convertirse
en el corazón industrial del continente, rodeado de un círculo
de Estados organizados para suministrarle los productos agrícolas y minerales de que carecía, han sido descritos ya anteriormente. Sin embargo, las necesidades de la guerra impusieron ciertas modificaciones a estos planes. Era más importante el objetivo a corto plazo de terminar victoriosamente la
guerra y para lograr este objetivo hubo que prescindir de muchas consideraciones ideológicas comprendidas dentro del
Orden Nuevo. Allí donde la capacidad industrial de los países
ocupados y dominados podía ser empleada útilmente en favor de los objetivos de guerra de Alemania, se mantuvo la
producción y a veces incluso se aumentó. Pero la producción
industrial de la Europa dominada por los alemanes era considerada como algo subsidiario y complementario de la producción del Reich. En vista del carácter industrializado de muchos de los países ocupados, de la escasez de materias primas
y del concepto limitado que tenían los alemanes de las necesidades de la guerra durante los primeros años de ésta, así como de la poca importancia que daban los alemanes al mantenimiento del nivel de vida en los países ocupados, habían de
presentarse excedentes de capacidad y Alemania decidió que
habría que realizar las reducciones necesarias en las economías de los países ocupados y dominados, y no llevar a cabo
esos cortes en la economía del Reich. En la medida de lo posible, cualquier escasez de trabajo, materias primas y maquinaria que sufriese el Reich tendría que ser compensada
mediante el traslado de estos elementos de la producción desde otros países a Alemania. Las ramas de la producción a las
que se permitía continuar en los países ocupados estaban de-
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terminadas casi exclusivamente por las necesidades alemanas de guerra. Así, la producción de armamentos y la de materias primas que hacían falta en Alemania se incrementaron
siempre que fue posible, mientras que se dejó que fuesen languideciendo las industrias textiles, las del vidrio y las de
aquellas materias primas que no escaseaban en Alemania.
Por ejemplo, en Bélgica, de un total de 2.164 empresas textiles, durante la ocupación alemana fueron cerradas 1.360.
Aunque hubo que dejar a un lado el plan alemán a largo plazo
para la concentración de la industria dentro del Reich, las
consideraciones de tipo ideológico no dejaron sin embargo de
ser tenidas en cuenta, en cierto modo, en la formulación de la
política de Alemania respecto a la industria de las diversas
partes de Europa que caían bajo su control. En cada uno de
los países que fueron cayendo sucesivamente bajo su dominación, fueron muy similares las medidas iniciales. Los comandos económicos agregados a las tropas de combate se encargaron en todas partes de volver a poner en marcha la producción de importancia vital y los servicios públicos, al mismo
tiempo que se ocupaban de salvaguardar los depósitos de materias primas y artículos semielaborados y elaborados de importancia. Pero en muchos casos, la semejanza entre los diversos territorios no pasaba de ahí.
El comortamiento subsiguiente con la industria de los países
ocupados puede dividirse, «grosso modo», en tres categorías.
En primer lugar nos encontramos con las zonas incorporadas
o destinadas a ser incorporadas al Feich, tales como AlsaciaLorena, Luxemburgo, el Protectorado de Bohemia-Moravia,
la Alta Silesia polaca y Austria. En segundo lugar, las zonas
consideradas como territorios coloniales, o sea el Gobierno
General de Polonia, los Estados Bálticos y las partes ocupadas de la URSS. En tercer lugar encontramos los países ocupados de la Europa Occidental, además de la Francia de
Vichy.
Los distritos incorporados o destinados a la incorporación
dentro del Reich eran, por lo general, zonas de industria pesada, cuya producción era de importancia inmediata para el
esfuerzo de guerra alemán y cuya inclusión dentro de las
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fronteras del Reich era necesaria para el cumplimiento del
plan a largo plazo de hacer de Alemania el corazón industrial
de Europa. La política alemana respecto a esas zonas consistía en absorberlas por completo dentro del sistema industrial
del Reich y se salvaron de gran parte del saqueo en gran escala a que se vieron sometidos otros países ocupados. Durante
su juicio en Nuremberg, el 14 de marzo de 1946, Goring hizo
un informe de la política alemana en las zonas incorporadas,
cuando esbozó las medidas adoptadas después de la entrada
en Checoslovaquia:
«Antes de la guerra no se llevó a cabo en Checoslovaquia ninguna confiscación, o sea que no fueron tomados bienes económicos de ninguna clase. Por el contrario, la vigorosa y gran
capacidad económica de Checoslovaquia fue ajustada, en toda su amplitud, a la capacidad económica'de Alemania. O sea
que nos interesaba por encima de todo, el hecho de que, una
vez establecido el Protectorado y llevada a cabo nuestra acción, los talleres Skoda y las fábricas de armamentos, quedasen naturalmente incluidas en el potencial de armamento de
Alemania. Esto significaba que se hacían a esas fábricas bastantes pedidos. Además, creamos incluso nuevas industrias
allí, y concedimos nuestro apoyo a la creación de otras... después de la creación del Protectorado, la capacidad económica
total de esa zona quedó, desde luego, fusionada a la capacidad económica total de Alemania».
Otra zona que quedó sometida a un intenso desarrollo industrial, durante la guerra, fue la Alta Silesia, tanto la parte alemana como la que antes había sido polaca. Esta zona gozaba
de una relativa inmunidad frente a los ataques aéreos. Se aumentó grandemente su producción de carbón, se construyeron fábricas de petróleo sintético y se explotó plenamente su capacidad para la producción de máquinas y armamentos, de tal modo que al ser conquistada por los rusos se había
convertido en el centro más valioso de toda la Alemania
Oriental y de todo el frente ruso.
La política alemana respecto a la industria en las zonas «coloniales» era muy diversa. Así lo demuestra claramente una directriz publicada por Goring el 19 de octubre de 1939 en rela-
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ción con la política que había de ser adoptada en diversas
partes de Polonia.
«Los objetivos del trato económico que se ha de dar a las diversas zonas administrativas difieren según que la región en
cuestión vaya a quedar políticamente incorporada al Reich
alemán o que pertenezca al Gobierno General que, probablemente, no será incorporado. En las regiones primeramenté citadas, habrá que fomentar la reconstrucción y la expansión
de su economía, así como la salvaguardia de su producción y
de sus abastecimientos, con vista a una absorción completa,
lo más pronto posible, dentro del sistema económico alemán.
Por otra parte, en el Gobierno General habrá que sacar del territorio todas las materias primas, la chatarra, la maquinaria,
etc., que puedan utilizarse para la economía de guerra alemana. Las empresas que no sean absolutamente esenciales para
el mantenimiento, a un bajo nivel, de la mera existencia de
los habitantes, habrán de ser trasladadas a Alemania, a menos que ese traslado requiera un tiempo desproporcionadamente largo, y que resulte más práctico hacer
encargos alemanes a estas fábricas tal como ahora se encuentran».
Durante todo el período de la ocupación alemana la industria
en los países ocupados situados al Este de Alemania, se limitó
a la adquisición, elaboración y transporte de materias primas,
a la producción de los artículos necesarios para el sostenimiento de la administración y el abastecimiento de las fuerzas armadas, a la producción de armamentos y a la satisfacción de las necesidades más elementales de las poblaciones
indígenas. Se tiene la prueba de esto en una serie de documentos entre los cuales figura un informe de la Oficina de Enlace del Cuartel General Supremo de la Oficina de Suministro
de Armamentos (Wehrwirtschafts und Rüstengsamt) de fecha 25 de noviembre de 1941, sobre los principios generales
de la política económica que habría de ser adoptada en los Territorios Ocupados del Este:
«La fabricación en los territorios ocupados del Este sólo se
podrá poner en práctica si es absolutamente necesaria:
a) Para reducir el volumen de los transportes (por ejemplo,
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procesos de elaboración de lingotes de acero o de aluminio).
b) Para atender a las necesidades urgentes de reparaciones
dentro del país.
c) Para aprovechar todas las facilidades disponibles en el
sector de los armamentos en tiempo de guerra.
Habrá que decidir hasta qué grado podrá llevarse a cabo la
reanudación de la producción de camiones y tractores durante la guerra (en vista de lo recargada que está la capacidad industrial europea).
En los territorios ocupados del Este no se permitirá el dasarrollo de bastantes industrias de artículos de consumo y de
productos elaborados. Mas bien es misión de la industria europea, y especialmente de la alemana, la elaboración de las
materias primas y de los productos semielaborados producidos en las zonas orientales ocupadas, así como el atender a
las necesidades más urgentes de productos industriales de
consumo y de medios de producción de esas zonas orientales
que habrán de ser explotadas como una colonia.»
La política alemana respecto a la industria en los países ocupados de la Europa occidental, representaba una posición
más o menos intermedia entre la que se adoptaba en las zonas incorporadas y la que regía en las zonas coloniales. Los
países de Europa occidental estaban mucho más industrializados que los situados al Este de Alemania, pero, por
otra parte, según los datos que se tienen, parece que no existía la intención de incorporarlos todos al Reich. El ataque
triunfal de los alemanes en el Oeste fue seguido de un período de vasto saqueo de los depósitos de productos y equipos,
pero este período sólo duró el verano y la primera parte del
otoño de 1940. El objetivo que se perseguía durante este período ha sido puesto de manifiesto en el siguiente párrafo relativo a Francia: «La tarea consiste, primordialmente, en recoger botín. En estos tiempos no se observaron con mucha rigidez los conceptos legales en las disposiciones de La Haya
respecto a la guerra en tierra. El fin principal consiste en sacar de Francia, mediante la incautación o la compra a precios
infinitesimales, los materiales útiles para los armamentos alemanes.»
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Sin embargo, en septiembre de 1940, se dieron ya cuenta los
alemanes de las ventajas de utilizar por lo menos paite de los
vastos recursos industriales de la Europa occidental y la fase
de saqueo fue sustituida por otra de explotación mediante el
aprovechamiento de la capacidad existente. El 14 de septiembre fueron enviadas las siguientes instrucciones por la Sección de Pedidos del Ejército, a sus formaciones subordinadas:
«Considero de la mayor importancia que las fábricas de los
territorios occidentales ocupados de Holanda, Bélgica y Francia sean utilizadas, en la medida de lo posible, para aliviar el
esfuerzo de la producción alemana de armamento y para incrementar el potencial de guerra. También se utilizarán, en
mayor medida, para la ejecución de subcontratos, las empresas situadas en Dinamarca.»
Sin embargo, sólo se permitía la producción industrial dentro
de los límites impuestos por las demandas alemanas. Si los
productos de una industria no eran importantes para el esfuerzo de guerra alemán, o si había escasez de materias primas, se cortaba drásticamente la producción, o se paralizaba
por completo. La maquinaria, si se consideraba que podía
servir para algo, era enviada a Alemania y la mano de obra
era trasladada a las industrias de guerra de los países ocupados, para que trabajase para la Organización Todt, o los obreros eran transladados directamente al Reich. En las industrias a las que se permitía seguir la producción, un porcentaje
muy elevado de ésta era reservado para Alemania. Las siguientes cifras oficiales francesas muestran la amplitud de las
exacciones alemanas en aquel país:
El porcentaje de las incautaciones de materias primas en relación con la producción francesa fue el siguiente: carbón 29 %;
energía eléctrica 22 %; petróleo y carburante de motores,
80%; mineral cíe hierro, 74%; productos de acero en bruto y
semielaborados 51%; cobres 75% plomo 43% de acero en bruto y semielaborados 51%; cobres 75 %; plomo 43%; cinc 38
%; estaño 67 %; níquel 64 %; mercurio 50 %; platino 76 %;
bauxita 40 %: aluminio 75 %; magnesio 100 %; carbonato
sulfúrico 80 %; jabón industrial 67%; aceite vegetal 40 %;
carbosol 100 %; papel y cartón 16 %; lana 59%; algodón 53%;
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lino 65%; cuero 67%; cemento '55%; arcilla 20%; acetona
21%.
Las incautaciones de productos manufacturados y de productos de la industria minera fueron tan elevados como las de
materias primas:
Construcción de automóviles, 70%; construcciones eléctricas
y de radio 45 %; piezas de precisión para la industria 100 %;
fundición en gran tamaño 100 %; productos de fundición
46%; industrias químicas 43 %; industrias del caucho 60%;
pinturas y barnices 60%; perfumes 33 %; industrias cíe la lana 28%; tejidos de algodón 15% ; tejidos de hilo y de algodón
12 %; cueros industriales 20 % ; edificios y obras públicas
75% ; trabajos en madera y muebles 50 %; yeso y cemento 68
%; construcciones navales 79%; construcciones aeronáuticas
90%.
Al intensificarse la guerra y verse los centros industriales del
Reich sometidos a graves ataques desde el aire, los alemanes
trataron de hacer cada vez más encargos a las fábricas de los
países ocupados, tanto en las zonas relativamente seguras del
Protectorado y de Silesia, como en la Europa occidental.
Mientras que en los primeros años de la guerra se había acentuado principalmente la producción de materias primas y armamento, de construcciones navales y trabajos de reparación, al intensificarse la producción puramente de guerra
dentro del Reich, a partir de finales de 1943, se dispuso que
otras muchas mercancías fuesen producidas en los países
ocupados. Respecto al comienzo de esta evolución, durante
su juicio en Nuremberg, Speer dijo el 20 de junio de 1946:
«En aquella época (el verano de 1943), ya había yo elaborado
el, plan siguiente: Una gran parte de la industria de Alemania
producía los llamados artículos de consumo. Artículos de
consumo eran, por ejemplo, zapatos, ropa, muebles y otros
objetos necesarios para las fuerzas armadas y para la demanda civil. Sin embargo, en los territorios occidentales ocupados
las industrias que suministraban estos productos se encontraban paradas ya que no había materias primas. Pero, sin embargo, tenían un gran potencial. Al llevar a cabo este plan pri-
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vé a las industrias alemanas de las materias primas que eran
producidas en Alemania tales como la lana sintética y las envié al Oeste. De esta manera, a la larga, se pudo proporcionar
trabajo dentro del mismo país a un millón más de trabajadores y así logré ahorrar un millón de obreros alemanes que podían pasar a los armamentos... Por medio de este plan pude
cerrar fábricas enteras de Alemania para dedicar a los hombres a la fabricación de armamentos. De esta forma no sólo
gané trabajadores, sino también espacio de fábricas y personal administrativo. También constituía esto un ahorro de
electricidad y de medios de transporte.»
Los metodos alemanes para controlar la industrai en toda Europa
Alemania pudo dirigir por diversos medios la producción industrial, no sólo de los países que se encontraban bajo su control inmediato, sino de aquellos que eran sus aliados. En grado menor pudo influir en la producción incluso de los países
neutrales. La elección de los métodos que se habían de aplicar en cada caso dependía de cierto número de factores, entre
los que destacaba la posición que cada país estaba destinado
a ocupar dentro del Orden Nuevo, así como las posibilidades
de asegurarse una cola-poración eficaz de los industriales indígenas y la importancia de determinadas ramas de la industria para la economía de guerra alemana. En términos generales los métodos alemanes para dirigir la producción industrial pueden dividirse en tres grupos: en primer lugar, el control de los factores de producción; en segundo lugar, el empleo de empresas indígenas bajo dirección indígena, trabajando por cuenta de los alemanes y, en tercer lugar, el control directo por Alemania, bien financiero o de dirección de la industria de los países aliados y ocupados. Cualquiera que fuese el método empleado, el resultado era el mismo, concretamente, la dominación completa por Alemania de la industria
de los Estados ocupados y aliados.
Era completo el control alemán de la distribución de materias
primas y carburantes en los países ocupados. La confiscación
inmediata o el bloqueo de los depósitos de materiales estraté-
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gicos iba seguido de la introducción de un rígido sistema de
control, análogo al que regía en el mismo Reich.
Hacían falta licencias especiales para la venía, adquisición y
transformación de las materias primas vitales y se creaban órganos especiales para dirigir la distribución. Solían adoptar la
forma de oficinas de control de un determinado producto, establecidas por las autoridades militares para todos y cada uno
de los productos importantes. Encontramos una descripción
de sus funciones en un «Decreto sobre el Control Gubernamental de Artículos industriales» «o Decreto de Control Gubernamental», de 1940.
«Las oficinas de Productos tienen la misión de regular la producción dentro del marco de las instrucciones dadas por el
Grupo del Ejército, por medio de normas generales o de decretos por separado a cada una de las empresas que producen, comercian o utilizan de cualquiera otra forma los productos controlados, al mismo tiempo que velarán por una distribución justa y una utilización razonable, con la mayor seguridad posible, en los lugares de trabajo.
«Los Grupos de Ejércitos y las Oficinas de Productos pueden
tomar decisiones, dentro del marco de las instrucciones que
se les hayan dado, respecto a la obtención, distribución, almacenaje, venta, utilización y notificación. Particularmente pueden:
a) Controlar la venta de artículos a ciertos clientes o la obtención de éstos de ciertos abastecedores.
b) Prohibir o exigir la fabricación de materias primas o artículos semi-elaborados y su transformación en otros artículos semielaborados o elaborados.
c) Efectuar ventas o compras de artículos en general o al por
menor, con su previo consentimiento.»
En las países ocupados de Europa Occidental las funciones de
esas oficinas fueron transferidas a los organismos indígenas
tan pronto como pudo llegarse a una fórmula satisfactoria de
colaboración. Estos organismos trabajaban bajo la estrecha
supervisión y dirección alemana y eran responsables de la
distribución de las materias primas conforme a los planes
que les eran fijados por los organismos alemanes que funcio-
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naban en aquella zona, que a su vez eran responsables de la
integración de estos planes en los generales del Reich. Con algunos artículos, por ejemplo el hierro y el acero, el mismo
mecanismo de control quedaba integrado en el sistema de cupos del Reich, que eran distribuidos a los países ocupados a
base de certificados similares a los que se daban en el Reich.
La existencia de un rígido sistema de controles dentro de los
países ocupados, junto con el absoluto control alemán del comercio internacional, permitían a Alemania asegurarse las
materias primas escasas disponibles y enviarlas a las fábricas
dedicadas a la producción de artículos importantes para el esfuerzo de guerra alemán. La supervisión del comercio internacional de la Europa controlada por los alemanes hacía que
la influencia de Alemania fuese casi igualmente poderosa en
relación con los suministros de materias primas de los países
aliados y neutrales, ya que todos ellos dependían, al menos
en algunas materias primas necesarias, de las importaciones
del exterior.
La capacidad alemana para controlar la distribución de materias primas fue una de las razones que obligaron a muchas fábricas de Europa occidental, a pesar de que seguían bajo el
control de los propietarios de antes de la guerra, a concentrarse exclusivamente en la producción de artículos por cuenta de los alemanes. Esta forma de control tenía muchas ventajas desde el punto de vista alemán, ya que al mismo tiempo
que permitía ahorrar personal alemán, era totalmente eficaz
gracias a las amenazas e incentivos que podían ofrecer a los
industriales de los países ocupados. Las posibilidades de ejercer presión sobre los hombres de negocios indígenas eran
ciertamente muy grandes. Del lado positivo, los alemanes,
mediante el empleo de vastas sumas sacadas de los países
ocupados en forma de gastos de ocupación, deudas de cuentas de clearíng no enjugadas, etc., podían ofrecer los precios
más atractivos por las mercancías que se les suministrasen,
ya que, en último término no era el Reieh quien lo pagaba sino el propio país en cuestión. También estaban en condiciones de suministrar materias primas sin las cuales habría resultado imposible mantener la producción y con ella la posi-
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bilidad de que se ganaran la vida los empresarios y sus empleados. Del lado negativo, los alemanes podían amenazar
con desmantelar las fábricas, confiscar la maquinaria que no
se utilizase y trasladar a los obreros al Reich. Así, muchos industriales, cualesquiera que fuesen sus simpatías políticas, se
veían obligados a satisfacer las demandas alemanas.
Luego, los alemanes procedían a coordinar y hacer más eficaz
todo el negocio del subcontrato. Para impedir la competencia
entre los diversos organismos del Reich que podían hacer pedidos a las fábricas de los países ocupados y para dar a las
empresas alemanas mayores oportunidades para actuar, las
Oficinas Centrales de Pedidos (Zentralauftragstdlen) fueron
establecidas con la misión de coordinar las compras en la Europa Occidental, lodos los contratos por un valor superior a
5.000 RM. tenían que ser remitidos a esas oficinas, y si no se
hacía esto, la empresa en cuestión no recibiría el cupo de materias primas." Aunque estas oficinas no tenían facultades de
control, adquirieron una importancia considerable, por la posición central que ocupaban. Durante la última parte de la
guerra, sus funciones fueron absorbidas, en gran parte, por el
Ministerio de Armamentos y Producción de Guerra del Reich
que hacía sus pedidos directamente a las fábricas interesadas. Otras medidas adoptadas para hacer más eficaz el sistema, fueron la delegación de especialistas del Reich para que
asesorasen respecto a la organización de la producción en los
países ocupados e incluso en los aliados y la creación de oficinas para inspeccionar la producción de piezas y accesorios
para los armamentos que se fabricasen dentro del Reich.
Sin embargo, en muchos casos, los alemanes no se contentaban con ejercer solamente el control indirecto. Desde luego,
uno de los objetivos de guerra francamente confesados por
Alemania era que el Reich incrementase su dominio de la industria de los países extranjeros. Incluso antes de la guerra
las empresas alemanas se habían dedicado a ir penetrando en
la industria europea, especialmente en el Sudeste, y el estallido de la guerra y la consiguiente ampliación del control territorial alemán, facilitaron grandemente el cumplimiento de este programa.
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«Uno de los objetivos de la política económica alemana es el
incremento de la influencia alemana en las empresas extranjeras. Todavía no puede saberse si el Tratado de Paz se ocupará o no de la posible transferencia de acciones, etc., pero a
partir de ahora hay que aprovechar todas las oportunidades
para que la economía alemana pueda lograr acceso, incluso
durante la guerra, a los intereses materiales de los países ocupados y para impedir cualquier medida que pueda hacer más
difícil el logro del objetivo antes mencionado.»
Se inició una enorme expansión de las participaciones industriales alemanas. Por toda Europa trabajaban los órganos del
Gobierno del Reich, los bancos alemanes y las empresas particulares conjuntamente para asegurarse el control de un número cada vez mayor de empresas extranjeras, utilizando métodos que iban desde la franca confiscación de propiedades
sin pago ni compensación hasta las llamadas prácticas financieras «normales». La magnitud de la penetración directa variaba considerablemente de un país a otro, siendo mucho mayor en las zonas incorporadas y en los países ocupados de la
Europa Oriental, e incluso en algunos países satélites del
Sudeste de Europa que en los territorios occidentales ocupados.
El método más directo de asumir el control de empresas extranjeras consistía en su simple confiscación o secuestro por
toda la duración de la guerra. El secuestro por toda la duración de la guerra, aunque teóricamente no hacía más que restringir el derecho del propietario a disponer de sus bienes \
no cancelaba la propiedad, equivalía a la confiscación, ya que
a los propietarios no se les solía dejar participar ni en la administración ni en los beneficios de la compañía y su única
esperanza de volver a tener la posesión radicaba en la de la
derrota de la potencia ocupante.
La URSS fue la zona donde se llevaron a cabo mayores confiscaciones. Allí, el Gobierno del Reich se atribuyó el papel de
sucesor del Estado soviético y, por lo tanto, propietario de todas las propiedades del Estado. Los decretos iniciales por medio de los cuales asumieron los Comisarios del Reich el control administrativo civil en sus respectivas zonas, declaraba
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que «la administración civil alemana se hace cargo... de todas
las propiedades, muebles e inmuebles de la URSS, sus Estados miembros, corporaciones públicas, asociaciones y dependencias, con todas sus propiedades, acciones, derechos e intereses, de conformidad con las condiciones del 20 de junio de
1941.» La propiedad incautada incluía no sólo toda la del Estado soviético, sino también la del Partido Comunista y la de
todas las asociaciones políticas. Una vez efectuada esta incautación, estas propiedades quedaban confiadas a unos fideicomisos que eran nombrados y, si era necesario destituidos, por
los Comisarios del Reich. La dirección general de la economía
fue encomendada a una serie de compañías oficiales de monopolios (Ostgesellschaften) que fueron creadas mediante ia
acción conjuma üe las autoridades centrales üe planificación
del Reich y las organizaciones corporativas de las empresas
alemanas que actuaban como agentes de las autoridades centrales del Keich. En esta estructura quedaban incluidas empresas privadas alemanas que se encargaban oficialmente de
desempeñar determinadas tareas en la industria y en el comercio. La posición de estas empresas obtuvo pleno reconocimiento en septiembre de 1942 con la introducción del truco
de las Patenfirmen. Eran estas empresas industriales alemanas a las que les eran confiadas, en calidad de fideicomiso,
empresas de los territorios orientales ocupados. Las empresas alemanas tenían que suministrar directores, personal técnico, máquinas, herramientas y materiales; al principio trabajaban para obtener una «compensación adecuada», pero más
adelante, a las más eficaces se les permitió que arrendasen
las táuricas en las que tenían el fideicomiso, advirtiéndolas
que después de la guerra les permitirían su compra directa.
Destacaron entre las Patenfirmen entidades tan importantes
como los Talleres Hennann Goring, Mannesmann y la Casa
Siemens.
En los Estados Bálticos, los alemanes siguieron el mismo procedimiento, aunque ímbo dos excepciones respecto a la incautación de ia propiedad, fueron éstas, en primer lugar, los
trabajos de artesanía, las pequeñas empresas industriales y
las tiendas al por menor a las que se permitió que siguiesen
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siendo propiedad de los habitantes locales, siempre que los
propietarios fuesen personal y protesionalmente de confianza
y en segundo lugar las empresas agrícolas y forestales. La razón de esta decisión era que la URSS no había llevado a cabo
la nacionalización para que se pudiese usar el truco del fideicomiso y que ninguna de estas ramas de la economía era suficientemente rentable para atraer a las empresas particulares
alemanas. Sin embargo, con estas excepciones menores, se
hicieron muy pocos intentos para llevar a cabo el cacareado
programa de devolución a sus antiguos propietarios de las
propiedades nacionalizadas por Rusia.
También se llevaron a cabo numerosas confiscaciones y bastantes secuestros en el Gobierno General, en Yugoslavia y en
las regiones incorporadas de Polonia, Alsacia-Lorena y Luxemburgo. En el Gobierno General, por ejemplo, un Decreto
del 15 de noviembre de Í9o9, ordenaba la confiscación de las
propiedades del antiguo Estado polaco, mientras que en la zona incorporada de Polonia se creó especialmente una compañía alemana, la Haupttreuhandstelle-Ost G.m.b.H., para privar a los polacos de sus propiedades, sin pagar ninguna compensación, «vendiéndose» esta propiedad a los alemanes a
precios puramente nominales.
Las propiedades .de judíos, subditos de países enemigos y las
de aquellos que se considerase que la continuación del derecho de propiedad era perjudicial para el cumplimiento de los
objetivos alemanes, quedaban sometidas a la dirección de los
alemanes en todas las zonas que caían bajo el control del
Reich. A causa de la amplia interpretación dada a estos términos, fue considerable la expansión de la propiedad alemana.
Por ejemplo una empresa era considerada judía si sus propietarios o sus acreedores eran:
a) Judíos.
b) Asociados con un socio judío.
c) Una sociedad limitada en la que más de un tercio de los
socios fuesen judíos o más de un tercio de las acciones estuviesen en poder de socios judíos, o si el director es judío o
más de un tercio del consejo de dirección fuesen judíos,
d) Las corporaciones en las que el presidente del consejo de
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dirección o los funcionarios directivos fuesen judíos, o en las
que un tercio del consejo de directores fuesen judíos.
Los motivos para emprender una acción contra las propiedades de los enemigos del Reich eran igualmente amplios. Por
ejemplo, un Decreto publicado por Seyss-Inquart, el 4 de julio de 1940 para los territorios holandeses ocupados, contenía el siguiente párrafo: «Podrán ser confiscadas, totalmente
o en parte, las propiedades de las personas o de las asociaciones que hayan ayudado, estén ayudando, o que se suponga
que ayudan a los esfuerzos antialemanes y en contra del
Reich».
Después de adueñarse del control de las empresas industriales, los alemanes procedían a instalar directores en los que
podían confiar para que cumpliesen sus instrucciones. Pero
también se nombraban inspectores en las empresas que no
habían sido incautadas. Estas empresas eran las que los alemanes consideraban que no tenían una dirección adecuada,
cuando se consideraba que el director era inelegible o cuando
estimaban que se trataba de empresas de importancia vital
para el esfuerzo de guerra alemán. Los comisarios (Betriebsbevollmachtigte) eran alemanes residentes en los países ocupados, personas del propio país de filiación nazi, o alemanes
del Jieich. Solían ocuparse de la inspección general de las empresas industriales y no se encargaban de la dirección cotidiana de los asuntos. Sin embargo estaban en condiciones de adquirir pleno conocimiento del negocio, secretos mercantiles,
planes de producción, etc. Un Decreto publicado por el Comandante Militar de Bélgica y del Norte de Francia, el día 1.°
de febrero de 1940, pone de manifiesto la situación y los poderes de estos comisarios:
«Sec. 1.
»1. Para salvaguardar la producción industrial, el Comandante Militar o el organismo autorizado por él, pueden nombrar
comisarios (Betríebsbevollmaechtigte) para las fábricas industriales. Los comisarios pueden ser simples individuos. En
cualquier momento pueden ser depuestos.
»2. Los comisarios recibirán un certificado de nombramiento
del organismo que los nombre, así como las directrices relati-
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vas a su tarea y están obligados a ejecutar concienzudamente
los deberes que les incumben y a guardar el secreto.
»Sec. 2.
»1. El comisario tendrá que cuidarse de poner en marcha o
cuidar del funcionamiento de la fábrica que administre, de
ejecutar las órdenes conforme a un plan, así como de poner
en práctica todas las medidas que tiendan a incrementar la
capacidad de la fábrica.
»2. El comisario tendrá que decidir en relación con las visitas
de las personas extrañas.
»Sec. 3.
»1. La actividad del comisario no afecta a la dirección responsable ni al derecho de representación de la dirección del negocio. La dirección del negocio, sin embargo, está obligada a
permitir al comisario la inspección de la fábrica, de las actividades del negocio y de los archivos de éste, así como a facilitarle toda la información que solicite y a seguir sus
instrucciones dentro del ámbito de sus deberes. El comisario
está facultado para asistir a todas las conferencias del negocio y a todas las reuniones de los que dirijan la fábrica.
»2. El comisario no podrá actuar como representante de la
empresa.
»Sec. 4.
«Todos los gastos ocasionados por el nombramiento del comisario serán soportados por la empresa, a menos que decida
otra cosa la autoridad que haga el nombramiento. La compensación que habrá de pagarse al comisario estará determinada por la autoridad que haga el nombramiento.»
El control alemán de la industria europea se extendió aún
más por medio de lo que pudiéramos llamar métodos más
«normales», o sea por medio de la adquisición de acciones de
compañías extranjeras, previo pago, mediante el uso hábil de
los paquetes de acciones minoritarios y mediante la creación
de compañías mixtas, así como por medio del establecimiento de sucursales y agencias de fábricas. Pero, aunque los métodos empleados pudieran tener un parecido superficial con
los que se emplean en la práctica comercial normal, los resultados estaban muy lejos de ser normales, ya que Alemania
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aprovechó su posición dominante para lograr sus ambiciones,
sin cnmolir con sus obligaciones. Esos métodos «normales»
eran empleados principalmente en los territorios occidentales ocupados y en los países aliados del Sudeste de Europa,
donde los alemanes preferían, en general, utilizar métodos
que no fuesen la confiscación y el secuestro, para adquirir la
propiedad de las empresas industriales. Varía enormemente
de un país a otro la cuantía de capital alemán invertido en el
extranjero, bien mediante la compra de acciones ya existentes o mediante la ampliación del capital, con el fin de obtener
el control. En Dinamarca, por ejemplo, se situó poco capital
alemán, mientras que en Holanda, quizá a causa de la supresión de las barreras de cambio, la penetración fue considerable. En el Sudeste de Europa tuvo lugar una expansión importante de las inversiones alemanas. En esta zona se hicieron
inversiones de capital francés, belga y holandés, en cantidad
considerable y los alemanes aprovecharon la ocupación de la
Europa Occidental como una oportunidad para asumir la posición que antes habían ocupado allí otras potencias occidentales y consolidar su predominio en la región por la que siempre habían mostrado interés.105 En todos los países ocupados
se publicaron decretos por los que se prohibía la venta sin
autorización de valores extranjeros, dejando por lo tanto el
campo libre a los alemanes para apoderarse de esas acciones
cuando lo desearan. La fuerza de la posición alemana puede
deducirse del hecho de las alternativas que eran planteadas a
los propietarios de acciones de empresas deseadas por Alemania. O accedían a la venta a precios fijados por el comprador, o tenían que ser testigos de una expropiación sin compensación. El ejemplo más notable de una empresa incautada
de esta forma por Alemania fue la de la Société des Mines de
Bor en Yugoslavia. Estas minas que antes estaban controladas por la Banca Mirabeau de París, fueron incautadas
después por el Banco del Estado de Prusia.
Otros métodos utilizados para incrementa!' el control alemán
de la industria adoptaron la forma de ampliaciones obligatorias del capital de diversas empresas, siendo suscrito este
nuevo capital por alemanes que, así, eran capaces de influir
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en la dirección de los negocios; la creación de compañías mixtas, tales como la Francolor (Industria de los colorantes de
Francia) cuyo capital fue suscrito por la I. G. Farben (51 %) y
por otras empresas alemanas (49%); el establecimiento de sucursales y agencias en los países ocupados y dominados, y la
integración obligatoria dentro de los carteles alemanes, como
ocurrió con la industria del vidrio de Bohemia, que se vio
obligada a trabajar bajo el control del cártel alemán del vidrio.
El pago de los intereses así adquiridos no ofrecía dificultades
y ni siquiera constituía una sangría para los recursos alemanes ya que se disponía de fondos en abundancia. Muchas de
las compras fueron hechas con el dinero que Alemania había
conseguido en forma de gastos de ocupación y otras con el dinero de las cuentas de clearíng que tenía Alemania en todos
los países europeos. Además se podía ejercer presión sobre
los bancos locales para que concediesen grandes créditos a
las empresas alemanas para la adquisición de acciones de los
negocios nacionales.
Aún no ha sido mencionado un nvétodo importante por medio del cual los alemanes incrementaron su predominio sobre
la industria europea. Era la adquisición de establecimientos
bancarios extranjeros, con grandes intereses industriales. Se
realizó esto principalmente por medio de los grandes bancos
alemanes, particularmente el Deutsche Bank y el Dresdner
Bank. Estos bancos habían logrado, mediante trucos tales como directores inter-dependientes, propiedad de acciones, votación delegada y dirección de la nueva financiación, desempeñar un importante papel en la industria alemana y durante
la expansión territorial del III Reich participaron en la explotación económica de los territorios que quedaban bajo control alemán. Su objetivo principal era adueñarse del control
de los principales bancos comerciales en los países en cuestión, que a su vez les proporcionaban el control de las participaciones industriales de esos bancos, participaciones que, al
menos en la Europa central del sudeste, eran muy considerables. En Checoslovaquia, por ejemplo, al adueñarse del Bohmische Union-Bank y del Bohmische Escompte Bank, los dos
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bancos alemanes antes citados, el Deutsche Bank y el Dresdner Bank respectivamente, dieron a Alemania el control de
las fundiciones Poldinar, de la fábrica de cemento Kralodovor, la primera fábrica de máquinas de Brno (Prvni Brenska
Strojirna), la fundición de cobre de Bohemia, el monopolio de
cerillas Solo, la fábrica Carborundum y otras varias empresas
industriales. Puede verse lo extensos que eran los intereses
del Deutsche Bank y del Dresdner Bank por el hecho de que
entre los dos adquirieron subsidiarios o afiliados en Austria,
Bélgica, Bulgaria, Checoslovaquia, Grecia, Hungría, Letonia,
Luxemburgo, Holanda, Polonia, Rumania y Yugoslavia.
Además de las actividades que llevaban a cabo por su propia
cuenta, estos bancos actuaban con frecuencia como intermediarios de grandes empresas alemanas tales como los Talleres
Hermann Goring, la I. G. Farben y la Mannesmann, para la
penetración en la industria europea. De hecho, la combinación de los dos grandes bancos citados y de las grandes empresas industriales alemanas era uno de los instrumentos
principales para subyugar a la industria europea. Una idea
del papel principal que desempeñaron las grandes empresas
industriales alemanas en la explotación de la industria europea puede sacarse de un breve estudio de algunas de las actividades de las más importantes, los Talleres Hermann Goring. La empresa Hermann Goring de minería y fundición fue
fundada en 1937 con un capital nominal de cinco millones de
RM., con el fin de incrementar la producción de mineral de
hierro de Alemania por medio de la explotación de los minerales de baja ley de la región de Salzgitter. Sin embargo, al
año siguiente, su capital se había incrementado a 400 millones de RM. y sus intereses se habían extendido mucho más
allá de la producción de mineral de hierro y comprendían la
producción de petróleo y magnesita, la navegación y la construcción.
La primera oportunidad para extender sus intereses más allá
de las fronteras del Reich llegó con la entrada de Alemania en
Austria en 1938, cuando la empresa de Goring se hizo cargo
de muchas empresas austríacas, de las cuales era la más importante la Alpine Montangesellschaft, la mayor productora
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de mineral de hierro del país. A partir de ese momento, todo
avance territorial alemán con éxito significaba un incremento
del poderío de los Talleres Hermann Goring; en Checoslovaquia fueron incautados los Talleres Skoda y la fábrica de armas de Brno; en Polonia la empresa de Goring actuó como fideicomisario de toda la industria pesada de Silesia; en Rumania obtuvo el control de los talleres Resitza, que producían
cuatro quintas partes del acero del país; en el oeste, la conquista de Lorena y Luxemburgo condujo al establecimiento
de un departamento lorenés para controlar las fábricas de
hierro de aquella región; mientras que en los territorios ocupados del Este, los Talleres Hermann Goring ocupaban el
puesto principal entre las empresas alemanas que se adueñaron del control.
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Capitulo V Alimentación y Agricultura
Introducción
Al estallar la guerra, la producción agrícola europea proporcionaba, por lo que a calorías se refiere, el 90% aproximadamente de las necesidades del Continente. Esta cifra general
comprendía, sin embargo, grandes variaciones respecto a los
diferentes tipos de alimentos. Mientras que el continente casi
se bastaba a sí mismo en lo que respecta a cereales panificables, patatas, azúcar y leche, dependía de los suministros de
fuera para una parte de sus demandas de carne y casi la mitad de sus necesidades de aceites y grasas, así como para el
10% aproximadamente de sus artículos alimenticios. También había variaciones regionales por lo que respecta al autoabastecimiento agrícola, que iban desde el déficit de más del
50 %, como ocurría en Noruega, hasta un superávit de más
del 20% como ocurría en Hungría. La dependencia de los suministros exteriores de alimentos alcanzaba el máximo grado
en la Europa septentrional y occidental, mientras que en el
Este y en el Sudeste de Europa se registraba un excedente.
Durante la guerra, la cantidad de alimentos disponibles en la
Europa continental disminuyó de manera considerable. Las
importaciones se redujeron continuamente como consecuencia de la eficacia creciente del bloqueo aliado y la producción
interior se redujo a causa de la escasez de mano de obra, equipos agrícolas y abonos. Resultó particularmente afectada la
producción de alimentos de origen animal y fos consumidores europeos se vieron obligados a alimentarse de una dieta
exclusivamente vegetal. Hizo su aparición el hambre, en algunos casos hasta mortal, pero en el año 1945 esto se limitaba a
la población no alemana de Europa. Sin tener en cuenta cual
era la situación de los países ocupados, Alemania requisó
grandes cantidades de alimentos, bien para enviarlos al
Reich, o bien para alimentar a las fuerzas de ocupación.
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La actitud alemana respecto al problema de la distribución de
los artículos alimenticios disponibles en Europa, fue claramente puesta de manifiesto por Goring en un discurso que
pronunció el 4 de octubre de 1942, con ocasión de las fiestas
de la recolección:
«Es mi deseo dijo que la población de los territorios que
han sido conquistados por nosotros y que han quedado bajo
nuestra protección, no sufra hambre. Sin embargo, si las medidas adoptadas por el enemigo hiciesen aparecer dificultades en el suministro, entonces todos deberán saber que podrá
producirse el hambre en cualquier otro sitio, pero nunca en
Alemania
La Alimentación y la agricultura en Alemania
Situación al estallar la guerra
Los preparativos alemanes para la guerra, en la esfera de la
agricultura, fueron completos. La lección de los resultados
desastrosos ocasionados por el bloqueo durante la primera
Guerra Mundial había sido tenida en cuenta.114 Los seis años
que precedieron al estallido de la segunda Guerra Mundial se
dedicaron a reducir la dependencia de Alemania de los suministros agrícolas ultramarinos. Para conseguir esto se aumentó la producción interior, el comercio exterior fue desviado lo
más posible hacia aquellos países con los que Alemania esperaba seguir en contacto, se incrementaron los depósitos y se
reforzó el control de la agricultura y la maquinaria agrícola.
El efecto de estas medidas fue una reducción en la dependencia de los abastecimientos exteriores que alcanzó aproximadamente de un 25 a un 15 %. En el otoño de 1939, Alemania
se abastecía suficientemente por sí misma de pan, patatas,
azúcar, leche, carne y verduras secas, aunque todavía tenía
un déficit de ciertos alimentos, los más importantes entre
ellos grasas y aceites. jAproxímadamente el 10 % de las necesidades de proteínas de piensos de Alemania tenían que ser
importadas. Casi la mitad de las importaciones alemanas de
artículos alimenticios procedían de países situados fuera de
la Europa continental.
Durante los años de 1933 a 1939, la producción agrícola inter-
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na se elevó casi en un 15%. Dado el breve espacio de tiempo
en el que se consiguió esto, la ganancia era impresionante.
Parte de esta ganancia era consecuencia de auténticas medidas de racionalización, el incremento en el uso de la maquinaria agrícola y de los abonos, pero la reducción en la dependencia de los abastecimientos exteriores tuvo que conseguirse a costa de algo. Hubo que proporcionar subsidios y otros
incentivos de diversas clases a la comunidad de los agricultores. Se introdujeron prácticas agrícolas menos económicas tales como el incremento de la producción de semillas oleaginosas para substituir importaciones más baratas, y el consumo
tuvo que ser desviado en cierto grado de las grasas animales y
de las proteínas de origen animal a los productos vegetales.
Sólo el 30% del consumo total de alimentos de Alemania procedía de fuentes de origen animal, frente a un 40% en otros
países industrializados y la mayor parte del consumo de proteínas procedía de alimentos vegetales, mientras que en otros
países industrializados la mayor parte de las proteínas procedían de alimentos de origen animal.
Por lo demás, la mayor producción interior y la reducción de
la dependencia de suministros de fuentes extranjeras se lograron por medio de un sistema eficaz y completo de controles que fueron establecidos bastante antes de que estallase la
guerra. En el centro de este sistema se encontraba la oficina
de alimentación del Reich, uno de los grandes organismos
creados por la administración nazi. Se encargaba de controlar
todas las actividades políticas y económicas relacionadas con
la agricultura. Todas las personas dedicadas a la agricultura,
la horticultura, la pesca y las explotaciones forestales, así como los fabricantes, mayoristas y minoristas de productos
agrícolas y de instrumentos agrícolas se veían obligados a
pertenecer a esa organización.
Las asociaciones de mercados, formadas por productores, fabricantes y distribuidores, fueron creadas para que se encargasen de regular la circulación de los productos agrícolas domésticos. El comercio exterior estaba controlarlo por las oficinas del Reich que se ocupaban de los cereales y artículos alimenticios, ganado y productos ganaderos, grasas y aceites,
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huevos y vino. Los agricultores estaban organizados dentro
de la oficina de alimentación del Reich por medio de asociaciones locales, de distrito y regionales que estaban dirigidas
por jefes agricultores, nombrados y depuestos por el jefe de la
Oficina de Alimentación del Reich. Se llevaba a cabo el control por medio de un sistema de expedientes escritos, o sea el
historial agrícola y el certificado comercial que daban una información al día de todas las existencias agrícolas y mostraban el movimiento de los productos agrícolas.
Los controles alimenticios y la Administración de Alimentos
Fueron tan completos los preparativos realizados en los años
que precedieron a la guerra que poca cosa quedaba por hacer
al estallar las hostilidades, para poner en pie de guerra la administración de la alimentación de Alemania. Las medidas
que fueron necesarias se adoptaron casi inmediatamente,
después de lo cual, la estructura administrativa apenas cambió durante toda la guerra.
Fue conservado el antiguo mecanismo del Ministerio de Alimentación y Agricultura del Reich, pero sus funciones quedaron severamente limitadas y apenas si rebasaban el puro asesoramiento y el control oficial del presupuesto de la Oficina
de Alimentación del Reich. La fricción entre los dos organismos rara vez surgió, ya que el Ministro de Alimentación y
Agricultura era al mismo tiempo jefe de la Oficina de Alimentación del Reich. Para evitar la duplicidad de organismos, la
Oficina de Alimentación del Reich, fue oficialmente sometida
al control del Ministerio, aúneme funcionaba como órgano
ejecutivo de la administración oficial del Estado.
Con el fin de garantizar los suministros adecuados de alimentos para la población civil y para las fuerzas armadas, fue establecido el control público de todos los productos agrícolas.
En principio, todos los productos sometidos a control público
podían ser objeto de confiscación en favor de la administración y la tarea del Ministro consistía en regular su destino
posterior, en particular la distribución a los agricultores y a
los habitantes de las poblaciones pequeñas. Para llevar a cabo
la política oficial, se crearon oficinas regionales y locales en
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toda Alemania y en los territorios incorporados y en cada oficina de alimentación había dos secciones, una que se ocupaba
de la producción recogida y suministro de alimentos y artículos agrícolas, y otra que se ocupaba de la distribución de
alimentos a los minoristas.
El reforzamiento de los controles suscitó la irritación de los
agricultores, pero, en su conjunto, el sistema funcionó satisfactoriamente. La administración no olvidó jamás la lección
de la primera Guerra Mundial, o sea, que los controles de la
alimentación no pueden funcionar sin el consentimiento, tácito al menos, si es que no con la cooperación activa del productor. Un sistema de producción y órdenes de entrega combinado con incentivos en metálico y en especie estaba destinado a hacer frente a las exigencias de las dos partes y durante toda la guerra se mantuvo la semi-verdad de que, contrariamente al sistema que e,staba en vigor en la Rusia Soviética, la administración nunca interfería la iniciativa del agricultor, ni sus planes para la cosecha, sino que, únicamente, regulaba la entrega y el uso de su cosecha. Ciertamente aunque en
el caso de los cereales panificables y en el de otras importantes cosechas de tipo alimenticio se fijaron objetivos respecto
al área a cultivar y prácticamente había que poner toda la cosecha a disposición de la administración, nunca llegó a ser
muy estricto el control de la cosecha de piensos que sólo entró en vigor de manera severa cuando las cosechas escasas de
cereales panificables hizo necesaria la adición de harina de
centeno y de patata a los panecillos nacionales. El menos eficaz de todos fue el control de los productos animales, pero incluso en este campo se registró relativamente muy poca evasión.
Estrechamente relacionado con la supervisión administrativa
de la producción agrícola y de las entregas, estaba el control
de los instrumentos agrícolas. El trabajo agrícola, lo mismo
que las otras formas de trabajo, estuvo sometido al control de
Sauckel, desde 1942. El suministro de maquinaria agrícola y
de abonos planteaba grandes dificultades. Hubo maquinaría
agrícola disponible hasta la época del ataque contra Rusia,
pero a partir de entonces fue haciéndose cada vez más escasa
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y hubo que introducir permisos de compra que sólo se concedían en casos de urgente necesidad y a cambio de una entrega satisfactoria de las cosechas. Los abonos estuvieron sometidos a un severo control desde que estalló la guerra y los cupos fueron reduciéndose continuamente mediante el sistema
de cuotas. Sin embargo, se hacían concesiones de tipos especiales en determinadas circunstancias, especialmente para incrementar la producción de semillas oleaginosas y de verduras.
El control de la producción de alimentos y de su entrega no
habría tenido éxito, sin embargo, si no hubiera habido un sistema eficaz de racionamiento. El primer racionamiento provisional de los alimentos fue introducido el 27 de agosto de
1939 mediante una orden ejecutiva del Ministerio de Alimentación y Agricultura y cuatro semanas más tarde fue sustituido por un plan nuevo de carácter permanente. Prácticamente
estaban racionados todos los artículos alimenticios, bien sobre una base nacional, o bien mediante el control de la distribución local. El pan, la harina y otros productos similares, la
carne, las grasas y los productos lecheros, el azúcar, el jamón
y los sustitutivos del café, quedaron racionados mediante un
plan que abarcaba a toda la nación, mientras que las mercancías racionadas con carácter local eran las patatas, las verduras, la fruta, la pesca, la caza, y las aves de corral. Los tenderos obtenían sus cupos con arreglo al número de cupones que
entregaban a la Oficina de la Alimentación, correspondientes
a la ración del período anterior y la inscripción de los clientes
en las tiendas de los minoristas sólo se exigía en el caso de algunos artículos, mientras que para todos los demás el consumidor tenía libertad para ir a otra tienda y cambiar de abastecedor siempre que quisieran. A los hoteles y restaurantes se
les suministraban cantidades limitadas de azúcar, jamón,
huevos y sustitutivos del café, por lo demás, ningún otro artículo alimenticio podía ser obtenido sin la previa entrega de
cupones.
Como todos los artículos alimenticios vitales, incluidos el pan
v las patatas, figuraban dentro del plan de racionamiento, hubo que introducir un sistema de racionamiento diferencial en
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virtud del cual podían satisfacerse las necesidades de las distintas categorías de consumidores. Los obreros de la industria que realizaban trabajos pesados, incluido los mineros y
los soldados, tenían raciones mayores, especialmente en forma de suplementos de pan. patatas, carne y grasas, mientras
que toda la leche (con un contenido reducido de grasa del
2,5%) quedaba reservada a los niños, madres lactantes y
obreros que trabajasen en sitios malsanos. Sin embargo, no
sólo había discriminación en relación con las necesidades sino también por motivos raciales y nacionales. Las tarjetas de
racionamiento fueron utilizadas como medio para ligar a los
trabajadores extranjeros a sus puestos de trabajo y Is raciones que se daban a ciertas clases de trabajadores extranjeros
dependían del trabajo que realizaban. En conjunto, a los trabajadores extranjeros y a los prisioneros de guerra les eran
pegados alimentos de mayor valor nutritivo. Se les daba comida de baja calidad y con frecuencia se les negaba el racionamiento suplementario a que les daba derecho su trabajo, o
se les entregaban cantidades mucho menores. Las tarjetas de
racionamiento facilitadas a los prisioneros de guerra rusos y
a los llamados «obreros del Este» proporcionaban mayores
cantidades de alimentos ligeros y cantidades más pequeñas
de alimentos más nutritivos que las raciones que se daban a
los prisioneros no rusos y a los trabajadores civiles de la Europa occidental y del Sudeste. Las raciones complementarías
a que tenían derecho los prisioneros de guerra y los trabajadores civiles de nacionalidad extranjera por realizar trabajos
pesados, eran más pequeñas que las que se daban a los obreros alemanes con las mismas ocupaciones.
Se practicaba la más severa discriminación contra los judíos.
A partir de septiembre de 1942 no se permitió que los judíos
recibiesen la menor cantidad de carne, productos de carne,
huevos, bollos, pan blanco, leche con nata, leche desnatada,
ninguno de los artículos alimenticios que se distribuían con
permisos especiales. Las tarjetas del pan que se daban a los
judíos sólo les daban derecho a pan de centeno. Los niños y
los adolescentes judíos sólo recibían la ración de pan de los
consumidores normales, no tenían nada de miel sintética,
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polvo de cacao ni raciones complementarias de jamón y no tenían derecho a recibir leche sin desnatar. Todas las raciones
complementarias les eran también negadas a aquellos judíos
que por su trabajo deberían haber recibido lo mismo que sus
colegas alemanes.
En términos generales, el sistema alemán de racionamiento
logró lo que se proponía, o sea distribuir unos suministros de
alimentos no demasiado adecuados de tal forma que quedasen satisfechas las necesidades auténticamente especiales de
los diferentes grupos de consumidores, con excepción de
aquellos contra los que se empleaba la discriminación de manera deliberada.
La agricultura y los suministros de alimentos
Al estallar la guerra, la agricultura alemana se encontraba en
una situación muy saludable y en el otoño de 1939 hubo muy
poco qué hacer para que los trabajos agrícolas se amoldasen a
las necesidades de tiempo de guerra. Los reajustes principales tuvieron lugar en la producción de grasas y de verduras,
que se incrementaron grandemente a expensas de las cosechas de piensos. La producción de aceite vegetal pasó de
40.000 toneladas en 1939, a 240.000 toneladas en 1944. Al
mismo tiempo se hicieron grandes economías en el empleo
de la leche. Como el consumo de leche completa se limitó a
los niños, a las madres y a los obreros con puestos insalubres,
quedó la mayor parte de la producción lechera disponible para la fabricación de mantequilla. Aunque esco no modificaba
la cantidad total de grasa disponible procedente de la leche,
incrementaba el abastecimiento visible de grasas y de esta
manera se aseguraba una ración bastante satisfactoria de grasas durante toda la guerra.
El incremento de las cosechas de tierras arables, tales como
semillas oleaginosas, patatas y verduras, afectó a la población
ganadera de Alemania, tanto más puesto que se suspendieron
los suministros de concentrados de pienso de ultramar a causa del bloqueo y se redujeron en gran medida los suministros
interiores. El ganado lechero se sostuvo principalmente a base de piensos de desperdicios domésticos y los suministros de
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leche se mantuvieron pues a un nivel elevado, pero hubo que
reducir la población porcina. Al final de la guerra se había reducido a un 60% del nivel de antes de la guerra. La producción de tocino y manteca de cerdo se redujo aún más que el
número de cerdos, ya aue el peso al efectuarse la matanza y el
contenido de grasa de los animales sacrificados eran menores
por falta de piensos y de patatas. Lo mismo que en otros países que se encontraban pn en erra, los agricultores no llevaron estadísticas exactas de las áreas cultivadas, las cosechas y
los rendimientos y así, calculando por bajo, se considera que
la producción total se redujo en un 15% aproximadamente
!por debajo de la cifra de antes de la guerra, en los dos años
anteriores al colapso de Alemania. Sin embargo, se consiguieron economías considerables en la utilización de las cosechas,
de tal modo que la producción total de artículos alimenticios
domésticos disponibles para el consumo humano sólo se redujo en un 10% por comparación con el nivel de antes de la
guerra. El descenso habría sido aún mayor si no hubiera sido
por el mantenimiento a un elevado nivel de los suministros
de mano de obra agrícola y de instrumentos agrícolas. Los
agricultores y braceros movilizados en el ejército fueron ampliamente sustituidos por trabajadores extranjeros que, aunque no eran tan eficaces como la mano de obra indígena, ayudaban a mantener la producción interior. También hubo disponibilidades suficientes de equipos agrícolas, fuerza de tracción, nitrógeno y potasa, por lo menos hasta la época del ataque contra Rusia. La falta de abonos fosfatados, que se hizo
aguda después del desembarco aliado en el Norte de África,
no se dejó sentir hasta 1943-44.
Mientras que los suministros no se vinieron abajo de una manera tan rotunda como durante la primera Guerra Mundial,
las demandas se incrementaron continuamente. Cuando estalló la guerra, Alemania tenía que alimentar aproximadamente
a unos 80 millones de personias. En el curso de la guerra fueron movilizados más de 12 millones de hombres y aunque no
contribuían a la producción industrial ni agrícola, tenían que
recibir un racionamiento que oscilarjfan entre 2.750 y 3.550
calorías. Siete millones de estos movilizados fueron sustitui-
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dos por trabajadores extranjeros y prisioneros de guerra que,
aunque se mantenían por lo general a base de una dieta escasa y monótona, tenían que recibir raciones adecuadas de alimentos de baja caloria para poder llevar a cabo trabajos pesados en las fábricas industriales (y en las granjas. Así, en el
curso de la guerra, las necesidades totales de alimentos para
la producción civil y para las fuerzas armadas, aumentaron
por lo menos en un 20 % por encima del nivel de antes de la
guerra. El déficit entre los suministros domésticos y las necesidades totales fue compensado mediante requisas importantes en los territorios ocupados.
Probablemente nunca será posible calcular con completa
exactitud la cantidad total requisada por el ejército alemán y
por la administración alemana en la Europa ocupada. Los datos comerciales industriales muestran un cuadro totalmente
falso, pero los archivos de la Oficina del Plan Cuatrienal y los
del Ministerio de Alimentación y Agricultura parecen bastante exactos. A base de estas fuentes parece que durante los cinco años de guerra y ocupación, se sacaron de los territorios de
la Europa continental y de Rusia aproximadamente 25 millones de toneladas (o su equivalente por lo que respecta a la harina). Una parte de esta cantidad fue importada mediante
acuerdos comerciales normales y pagada por medio de exportaciones de maquinaria agrícola, abonos y otros artículos industriales, pero particularmente en Rusia y en Polonia
grandes cantidades fueron requisadas y consumidas por las
fuerzas armadas, o enviadas a Alemania sin compensación.
Durante los dos primeros años, desde la invlasión de Rusia,
los suministros extranjeros proporcionaron una quinta parte
o una cuarta parte del consumo total de alimentos de Alemania. De esta forma se mantuvo en Alemania durante toda la
guerra un elevado nivel del consumo.
Durante gran parte de la guerra, la fuente principal de abastecimientos de productos agrícolas fue el territorio soviético
ocupado. La importancia de estas zonas fue evidente y las posibilidades de asegurarse la alimentación üllí habían sido discutidas a fondo antes de que atacasen los ejércitos alemanes.
Propuestas fechadas el 23 de mayo de 1941 por la Oficina
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Económica del Este, Grupo de Agricultura, sobre la política
económica que habría de adoptarse en aquellas partes de Rusia que pasasen a quedar bajo el control alemán, resumen del
siguiente modo la situación:
«La situación alimenticia de Alemania en el tercer año de
guerra exige de manera imperativa que la Wehrmacht, en todos sus aprovisionamientos no deba vivir a costa de los territorios de la gran Alemania, ni a costa de las zonas incorporadas o amigas de donde este territorio recibe importaciones.
Habrá que alcanzar a toda costa el objetivo mínimo de aprovisionar a la Wehrmacht a costa del territorio enemigo durante
el tercer año y si fuese necesario durante los años siguientes.
Esto significa que una tercera parte de la Wehrmacht tiene
que ser abastecida totalmente por las entregas francesas al
ejército de ocupación. Las dos terceras partes restantes (e incluso un poco más en vista del tamaño actual de la Wehrmacht) tendrán que aprovisionarse, sin excepción, en el espacio oriental... aproximadamente un millón de toneladas de cereales panificables, 1.2 millones de toneladas de cereales para
piensos, 2,4 millones de toneladas de cereales para la
producción de carne, o un total de 4,5 millones a 5 millones
de toneladas de granos, habrán de ser suministrados por los
territorios orientales para las necesidades del ejército, además de los envíos de heno, paja, grasas, huevos, etc.»
La contribución hecha por los suministros de alimentos de
los territorios ocupados a la dieta alemana fue reconocida por
el doctor Backe, Ministro de Alimentación y Agricultura,
cuando dijo en su discurso del 13 de mayo de 1944:
«Lo conseguido en el Este durante los dos primeros años de
ocupación nos ha compensado de las cosechas alemanas relativamente malas y nos ha permitido la necesaria libertad de
movimientos. El hecho de que esos territorios no estén actualmente a nuestra disposición, nos obliga a abandonar el
proyectado incremento de algunas raciones alimenticias.»
El N. S. Landpost, el órgano oficial de la Oficina de Alimentación del Reich decía a finales de diciembre de 1943: «Ganamos raciones de granos para dos meses para las fuerzas armadas y para el Reich, más un mes de ración de carne y casi
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la ración de grasas de todo un mes. Sería erróneo decir que
las zonas que nos hemos visto obligados a ceder en el Este
carecían de importancia para nosotros».
Antes de evacuar los territorios ocupados, las fuerzas armadas alemanas y las autoridades civiles de ocupación trasladaron con frecuencia cantidades considerables de artículos alimenticios. El 21 de diciembre de 1943, un corresponsal de
guerra decía desde el frente del Este: «En un solo sector del
frente meridional se llevaba a cabo la evacuación de 80 trenes diarios al mismo tiempo que se hacía la retirada. En total
se sacaron 198.000 cabezas de ganado, 200.000 corderos y
128.000 caballos. En gran parte éstas no eran operaciones
militares en un sentido estricto.»
Hasta la última fase de la guerra, los consumidores alemanes
se vieron más protegidos contra la necesidad que los pueblos
de los territorios ocupados, pero no se encontraban en modo
alguno libres de sentir las fluctuaciones que se registraban
con la producción de alimentos. Al principio, las raciones
eran razonablemente generosas, pero las reducciones pequeñas en 1940 y 1941, fueron seguidas de un corte severo en la
ración de pan en la primavera de 1942. Cuando fueron arrolladas las zonas del Esté ricas en la producción de alimentos,
se incrementaron las raciones de comida. En 1944 y 1945,
cuando fueron abandonados estos territorios, las raciones
fueron reducidas varias veces, cada vez en mayor medida. En
el año 1944, los suministros de alimentos se habían reducido
menos del 10 %, pero en el último año anterior al colapso de
Alemania el descenso fue mucho más acusado.
A pesar de los cambios en los racionamientos, puede decirse
que el sistema de distribución logró dividir un suministro
más bien inadecuado de alimentos, de una manera razonable
y satisfactoria. Con pocas excepciones, se entregaron siempre
las raciones anunciadas y, por consiguiente, hubo menos delitos contra las disposiciones del racionamiento en Alemania
que en ningún otro país de la Europa Continental. Son algo
contradictorios los cálculos de los suministros totales hechos
por diversos autores. Si se incluye en el cálculo el consumo de
artículos alimenticios no racionados, las calorías totales inje-
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ridas por la pobación civil total se redujeron de 2.700 diarias
en 1939-40 a 2.450 calorías en 1944-45. Durante los primeros meses de 1945 se descendió a 2.100 calorías. El consumo
de la población no agrícola se redujo por primera vez a 2.000
calorías y menos y la ración del consumidor normal, o sea
uno de cada tres miembros de la comunidad, se redujo sustancialmente por debajo de ese nivel antes de la rendición
alemana. Llegó a menos de 1.600 calorías diarias.
Durante los cinco primeros años de guerra, la dieta alemana
fue monótona y no muy agradable, recargada de una masa general de artículos productores de energía, pero carentes de
proteínas y minerales de alto grado, aunque no carecía gravemente de ningún elemento nutritivo vital. En los últimos
años de la guerra, las proteínas animales de la dieta alemana
se redujeron a tres cuartas partes del nivel de antes de la guerra y las grasas visibles e invisibles a dos tercios.
El suministro al consumidor normal nunca fue lo suficientemente adecuado, pero para el conjunto de las familias, la dieta solía proporcionar, por lo menos, la cantidad mínima esencial.
El estado sanitario del pueblo alemán no se vio amenazado
por falta de alimentos. La incidencia de enfermedades y el absentismo en las fábricas no fueron indebidamente elevados;
si ocurrió esto, se debió más bien a exceso de trabajo y al empeoramiento general de las condiciones de vida a causa de los
grandes ataques aéreos, que a falta de nutrición suficiente.
En el invierno de 1943-44 se extendió por Alemania una epidemia de gripe y al final de la guerra se observaron algunos
trastornos ligeros de piel. Por lo demás, el estado sanitario y
la nutrición del pueblo alemán, se mantuvieron a un nivel notable durante toda la guerra. Incluso durante la prueba terrible del colapso del ejército alemán, estaba asegurado un suministro mínimo de alimentos, gracias a las distribuciones locales de emergencia y se pudieron evitar los disturbios.
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La Alimentación y la agricultura en el resto de Europa
La situación al estallar la guerra
En la mayoría de los países europeos, la agricultura se encontraba en una situación saludable al estallar la guerra. Por todo el continente, la depresión económica de los años veintitantos indujo a los Gobiernos a ayudar a la agricultura y la década que precedió al estallido de la guerra fue un período de
aumento continuo de la producción de alimentos. La mayor
parte de los incrementos se debieron a la intensificación de la
producción más que al aumento del área cultivada; se aplicaban con más intensidad los abonos, se empleaban cada vez
más las máquinas agrícolas, mejoraban las cosechas y aumentaba la cantidad de animales criados. Como consecuencia de
esto, la Europa continental, en su conjunto, producía casi el
noventa por ciento de sus alimentos en lo que a calorías se refiere, con un déficit del diez por ciento de alimentos y del cuarenta y cinco por ciento de grasas y aceites. Lo mismo que
Alemania, casi se autoabastecía de cereales panificables, patatas y leche, pero dependía de los suministros ultramarinos
para el quince por ciento de su carne. En vista de la situación
de emergencia que se veía venir, en la mayoría de los países
se incrementaron los almacenes, se preparó la legislación para el control de los alimentos y se mantenía preparado un
cuadro elemental de personal especializado. En septiembre
de 1939 se consideró que eran necesarios únicamente unos
cambios de menor importancia, pero, en realidad, estos preparativos resultaron insuficientes en más de un país del continente europeo.
Los controles de la alimentación y la administración de la alimentación
Fuera del Reich sólo se habían hecho preparativos muy limitados antes de que estallase la guerra, para el control de la
producción, recogida, precios y distribución de los artículos
alimenticios y en la mayoría de los países el sistema de controles de los alimentos sólo fue introducido o completado después de la ocupación por parte de Alemania. El principio ge-
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neral de la política alemana en los primeros momentos era
adscribir los controles a los órganos administrativos ya existentes y establecer asociaciones de agricultores y de comerciantes. Sin embargo, en muchos casos, estas asociaciones
fueron disueltas luego o reorganizadas y, a la larga, acabó copiándose hasta en sus más mínimos detalles el sistema alemán. Esto tendía en primer lugar a facilitar el control de la recogida y distribución de los alimentos, aunque también se hicieron intentos en todas parte de imponer el modelo ideológico del sistema alemán.
Por toda la Europa continental se introdujeron cuotas de producción y entrega, se fijaron los porcentajes de simiente y
pienso y se regularon los precios y los subsidios. Los instrumentos principales de control de la producción y de la distribución eran el expediente agrícola y el certificado comercial,
pero en las últimas fases de la guerra, estos expedientes resultaban muchas veces inexactos. Para remediar esto se propuso
el establecimiento de «triángulos de aldeas» unos órganos locales de control formados por el alcalde del pueblo, un representante de los labradores y el jefe local del partido político
colaboracionista.130 Parece, sin embargo, que estos organismos apenas llegaron a funcionar en la práctica.
En los territorios incorporados fue impuesto el sistema alemán en su totalidad y todos los puestos importantes fueron
confiados a alemanes del Reich o a Volksdeutsche (alemanes
étnicos). En otros países sometidos a la dominación alemana,
el sistema variaba respecto a la agricultura, lo mismo que en
los demás campos, pero en todas partes era evidente la influencia alemana. Por toda la Europa occidental (con excepción de Dinamarca, que fue al único país que. se le permitió
conservar sin modificaciones la administración existente) se
establecieron organizaciones corporativas similares a la Oficina de Alimentación del Reich y se reforzaron los poderes de
los Ministerios relacionados con la agricultura. La determinación final de la política a seguir estaba reservada a los alemanes, pero, por lo demás, la administración fue dejada en manos de los nacionales de cada país.
En Italia se hizo muy poco para introducir y poner en vigor
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controles, antes de finales de 1940, época en la que la distribución dejó de estar en manos del Ministerio de Corporaciones, para pasar a las del Ministro de Agricultura. Como la situación seguía muy confusa en el nivel administrativo inferior, hubo que tomar nuevas medidas para reducir la ineficacia burocrática. En 1941 se reforzaron los controles y quedaron sometidos a entregas forzosas varios artículos que anteriormente no habían estado controlados. A principios del año
1942 un Comité Interministerial de abastecimientos, Distribución y Precios, se encargó de simplificar la administración
y de ampliar el sistema de controles. A pesar de que se observó alguna mejoría, ei campesino italiano siempre encontró la
manera de ocultar a ios controles oficiales cantidades considerables de productos.
Lo mismo puede decirse de Francia, donde la administración
no fue nunca capaz de resolver el problema. Hasta que se
efectuó la ocupación de toda Francia no se intentó siquiera
crear una administración realmente eficaz de la alimentación. Como no existía la menor organización en el nivel administrativo inferior, se fundaron «sindicatos comunales» en
más de 30.000 aldeas, que se agrupaban luego en uniones
campesinas regionales. Lo mismo que en Alemania, el jefe de
la Corporation Paysanne era, al mismo tiempo, Ministro de
Agricultura.; el Ministerio estaba directamente encargado de
abastecer a las regiones industriales, mientras que en las zonas rurales los Prefectos eran los responsables de todas las
cuestiones relativas al abastecimiento. La circulación interior
de los cereales era regulada por la Oficina Nacional de los Cereales, que habían venido a sustituir a la Oficina del Trigo,
mientras que los productos de origen animal eran supervisados por el Comité Central de la Leche y el Comité Nacional de la Carne.
En la Bélgica ocupada, los dos Ministerios que se ocupaban
de los abastecimientos alimenticios fueron fusionados para
formar el Ministére del Agrículture et du Ravitaillement y se
estableció una corporación nacional, según el modelo alemán, que reunió a todas las organizaciones agrícolas existentes. En Holanda, la administración de la alimentación de
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tiempos de guerra, establecida en 1939, fue aceptada al principio por la autoridades alemanas de ocupación, pero más
tarde fue reemplazada por la acostumbrada oficina nacional
de la alimentación. Sin embargo, como se habían echado los
cimientos del control estatal mucho antes de la invasión alemana, el sistema holandés siguió funcionando sin gran interferencia de los alemanes, con el resultado de que incluso en
la última fase de la guerra, cuando los combates interrumpieron las comunicaciones y los controles, siguió siendo razonablemente buena la distribución de los alimentos.
Después de la invasión alemana de Noruega, fue suprimida la
Unión Nacional de Agricultores y se creó la Bondesamband,
pero no se la concedieron poderes ejecutivos y el control de la
producción y de la distribución fue ejercido por los Ministerios correspondientes. Dinamarca, como ya hemos indicado,
fue el único país ocupado en el que las autoridades alemanas
no interfirieron las actividades de la administración existente.
En la Europa del Este y del Sudeste, como consecuencia de su
desmembramiento, el sistema de controles variaba de una región a otra y en algunos casos de una localidad a otra, a causa
de la guerra de los partisanos. Como las zonas rurales se bastaban a sí mismas, la tarea principal de la administración de
los alimentos consistía en proporcionar suministros para las
ciudades y para las autoridades militares y civiles de ocupación.
Además de tijar las cuotas de producción y de entrega y ios
porcentajes de siembra y de piensos, en todas partes se hizo
el intento de introducir los controles de precios que se practicaban en Alemania. Pero en ningún caso funcionaron estos
controles con tanta eficacia como en el Reich y el resultado
fue que en toda Europa subieron mucho los precios de los
artículos alimenticios. En conjunto, estos aumentos fueron
relativamente pequeños en las zonas incorporadas y anexionadas, ligeramente mayores en Es-candinavia, mayores aún
en la Europa occidental y meridional y más grandes todavía
en el Sudeste de Europa.
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Respecto al racionamiento, lo mismo que en relación con los
controles de los alimentos, se había hecho muy poco en la
mayoría de los países europeos antes de que estallase la guerra. En algunos países se hicieron algunos preparativos preliminares, pero, por lo general, sólo estaban racionados en el
momento de estallar la guerra el azúcar, el café y el té. La
distribución controlada de los principales artículos alimenticios no fue organizada hasta después de la intervención de las
autoridades alemanas de ocupación, con el resultado de que
en todo el continente, los controles de racionamiento seguían
el modelo alemán con bastante uniformidad. Una de las características principales fue el racionamiento completo prácticamente de todos los artículos alimenticios, con inclusión
del pan, la harina y los cereales y finalmente también de las
patatas. En la mayoría de los países sólo quedaron libres de
racionamiento la fruta y las verduras, el pescado y la caza.
Los artículos alimenticios básicos solían estar controlados
por medio del racionamiento en escala nacional, pero algunos artículos estaban racionados sobre una base regional, o
su distribución quedaba confiada a los diversos planes de carácter local. En Francia y en Italia se practicó ampliamente el
racionamiento de carácter regional y local y era común en
muchas partes del Sudeste de Europa la diferencia de racionamiento entre las zonas urbanas y las rurales.
Como estaban racionados los principales artículos alimenticios hubo que introducir escalas diferenciales. A los adultos
se les entregaba una ración básica de «consumidores normales», mientras que los consumidores que tenían prioridad, como por ejemplo los trabajadores manuales, las madres gestantes y lactantes y los internados en los hospitales, tenían
derecho a un cupo adicional de alimentos. La leche completa
y la corriente (con un contenido de 2,5 por ciento de grasa)
estaba reservada a los obreros que trabajasen en lugares malsanos, a las madres y a los niños pequeños. Los demás consumidores no tenían derecho más que a leche muy desvirtuada.
La rigidez del sistema de racionamiento variaba de un país a
otro. En Dinamarca, donde no había ninguna escasez grave,
el racionamiento nunca fué muy severo. En términos genera-
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les, el racionamiento fue más eficaz en la Europa del Norte y
del Noroeste, no lo fue tanto en Francia e Italia y lo fue mucho menos en el Sudeste de Europa donde sólo fue puesto en
vigor en las zonas urbanas y gran parte de los alimentos eran
desviados por conductos ilegales.
Con excepción de Dinamarca, la ración básica de la mayoría
de los países y las raciones complementarias eran inferiores a
las de Alemania. Sin embargo, esto no refleja necesariamente
los niveles de consumo, ya que la composición de la población consumidora variaba mucho de un país a otro. Donde
los controles no eran plenamente eficaces las raciones eran
menos representativas del consumo total que en los países en
los que los controles eran rígidos y estaban racionados todos
los artículos alimenticios de importancia vital.
La agricultura y los suministros de alimentos
La situación de la agricultura y de los suministros de alimentos era menos satisfactoria en el resto de Europa que dentro
del Reich, pero el empeoramiento no fue tan grave como habían esperado algunos observadores. Se debía esto en parte a
la importancia de unas industrias agrícolas muy saludables
que habían proporcionado suministros adecuados de alimentos desde la primera Guerra Mundial y antes de que estallase la segunda, se tomaron medidas para asegurar una elevada producción interna y una distribución equitativa de los
alimentos. Las mejoras en la aplicación de métodos científicos en la agricultura y la técnica de la planificación de los
mercados habían desempeñado también un importante papel. En el período comprendido entre las dos guerras fue notable el continuo incremento en el uso de abonos artificiales
en las tierras arables y en Jos prados y como consecuencia de
esto, hubo una dependencia mucho menor de los concentrados de importación.
Al estallar la guerra, la agricultura se encontraba en una situación muy saludable en la mayoría de los países europeos,
con las tierras bien abastecidas de elementos nutritivos y las
granjas bien provistas de animales. La gran población ganadera fue una gran ventaja en los primeros años de la guerra
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cuando la intensificación de la carnización dejaba disponible
una serie de suministros vegetales que, normalmente, habrían hecho falta para piensos. Al mismo tiempo se obtenían
cantidades considerables de productos animales hasta que el
número de cabezas de ganado se redujo tanto que el ritmo
anual de reproducción no bastaba para hacer frente a las necesidades de alimentos de origen animal de los consumidores.
Algunos observadores interpretaban el sacrificio sistemático
del ganado como prueba de grandes dificultades en el suministro de alimentos. De hecho, como hemos visto, salvó a muchas personas del hambre y dejó más disponibilidades de pan
y de mezclas de harinas que, con el tiempo, llegaron a constituir el 20 % y más, de las necesidades totales. Al elevarse el
índice de extracción de harina al 90 % y más, el pan se hizo
pesado y de mal sabor, pero había con él un suministro bastante estable y suficientemente amplio de hidratos de carbono y proteínas vegetales para la gran masa de consumidores,
impidiendo así que se extendiese la desnutrición.
La dieta se hizo cada vez más vegetariana al elevarse la producción cíe patatas, verduras y semillas oleaginosas a expensas de los cereales para pienso y de los tubérculos para forraje. En algunos países se roturaron con el arado algunos prados y algunas tierras baldías, pero en el continente no se pudo hacer esto con tanta amplitud como en Gran Bretaña.
Mientras que la ganadería sufrió una severa reducción en toda Europa, las tierras arables sufrieron relativamente poco y
su cultivo se intensificó incluso en algunos países. En términos generales, el suministro de mano de obra para la agricultura fue más bien satisfactorio en la mayoría de las zonas de
Europa, aunque en Francia y en la Europa Oriental los cultivos sufrieron las consecuencias de la movilización forzosa de
trabajadores para el Reich. Hasta que se produjo el ataque
alemán contra Rusia, fue también bastante satisfactorio el suministro de maquinaria agrícola y hasta que desembarcaron
los aliados en el Norte de África no se hizo aguda la escasez
de abonos. En algunos territorios sometidos a la dominación
alemana, las existencias de tractores y de abonos nitrogena-
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dos eran incluso mejores que antes de la guerra.
Sin embargo, cuanto más duraba la guerra, más se sentía la
sangría en las reservas de todas clases y como consecuencia
de esto disminuía continuamente la producción agrícola. Las
condiciones climáticas también desempeñaban su papel en la
fluctuación anual de las cosechas, pero si se considera el período de la guerra en su conjunto, el descenso de la producción doméstica cíe alimentos alcanzó el 10 % durante la
primera mitad de la guerra y llegó al 20 ó al 25 % al. final de
la guerra. Hubo disminuciones algo más pequeñas de determinadas cosechas, especialmente cereales panificables y una
reducción mayor en los productos animales, particularmente
la carne.1En algunos países hubo una ligera mejoría en la producción agrícola a partir de 1943, cuando el impacto de la
guerra empezó a notarse en el centro más que en los bordes
del Continente. La primera cosecha realmente desastrosa fue
únicamente la que se recogió al final de la guerra, en el otoño
de 1945.
Al terminar la guerra, el descenso de la producción de alimentos era aproximadamente de la misma magnitud que durante la primera Guerra Mundial, pero los reducidos recursos
eran manejados mejor que entre 1914 y 1918. Las economías
sustanciales introducidas en la utilización, como la molturación total y los porcentajes reducidos de pienso, hizo que los
suministros totales de artículos alimenticios de fuentes domésticas se mantuviesen aproximadamente al 90 % del nivel
de antes de la guerra. Para compensar la pérdida de los alimentos importados, el valor en calorías de los suministros de
alimentos se elevó por término medio en cuatro quintas partes, pero a veces se redujo a un cuarto del nivel de antes de la
guerra. Por lo que se refiere a calorías, esto significaba un
descenso de 2.900 calorías a 2.200 calorías por cabeza y por
día.
Las cifras por término medio pueden resultar engañosas en
determinados aspectos. La composición de la dieta fue empeorando y afectó al bienestar y a la capacidad de trabajo del
consumidor. Más importante era el apartamiento del término
medio, que era la suerte que corría una gran parte de la po-
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blación consumidora. En general los agricultores y braceros
del campo siguieron comiendo tan bien como antes de la guerra y los inconvenientes de la escasa producción fueron soportados por la población no agrícola. Como los trabajadores
de las industrias de guerra tenían derecho a raciones complementarias, la reducción de los suministros de alimentos recaía principal, si es que no exclusivamente, sobre los habitantes de las ciudades que no eran trabajadores manuales, o sea
sobre los empleados y las amas de casa, los adolescentes y los
ancianos. Así, millones de consumidores tenían que subsistir
con menos de 2.000 calorías diarias durante gran parte del
período de la guerra. En la Europa continental, un consumidor sí y otro no tuvieron solo de dos a tres cuartas partes de
su comida de antes de la guerra durante la mayoría de los
años üel conflicto. Las reducciones fueron mayores en lo que
respecta a grasas y proteínas animales, más pequeñas en lo
que respecta a hidratos de carbono y proteínas vegetales.
En Polonia, durante el último año de la guerra, los consumidores pobres de las ciudades no obtenían mucho más de la
mitad de los alimentos que recibían en Alemania las categorías equivalentes de consumidores. En la región de Atenas y
del Píreo, la comida diaria de la mayoría de la población se
calculaba que tenía de 600 a 800 calorías durante los años
1941 y 1942. Muchos murieron de hambre antes de que se pusiera en práctica un plan de ayuda en el otoño de 1942, bajo
la supervisión de la Cruz Roja. La situación habría sido menos desastrosa si no hubiese sido por los alimentos requisados por las fuerzas armadas y por la administración civil de
ios alemanes. Por toda Europa, sufrió algo el estado sanitario
de la población. Era corriente entre los adultos la pérdida de
peso y en los niños se retrasaba el crecimiento. Los trastornos
gastrointestinales fueron en aumento y en las zonas peores
aparecieron casos de edema producido por el hambre. Se elevó la mortalidad infantil y la mortalidad y el número de casos
de tuberculosis aumentaron de manera importante en ios territorios en los que el consumo de alimentos era particularmente bajo. Pero la mejora de la atención médica y del tratamiento hizo que la mayoría de la gente pasase la guerra en
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mejores condiciones que la generación anterior durante la
primera Guerra Mundial. En la mayoría de los casos, los daños fueron menos duraderos de lo que esperaban, en aquella
época, los que tenían que pasar por tan dura prueba.
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Capitulo VI El Trabajo
La escasez de mano de obra fue uno de los problemas principales con que se enfrentó Alemania al estallar la guerra. En
1936, la movilización económica había producido la absorción de gran número de parados, existentes en Alemania desde 1933, y la llamada a filas de los hombres redujo aún más
los recursos disponibles. Sin embargo, los dirigentes del
Reich habían elaborado planes para hacer frente a esta situación. Podía escasear la mano de obra alemana, pero podía ser
sustituida en gran medida por mano de obra extranjera. Ya el
23 de mayo de 1933, al discutir su proyectado ataque contra
Polonia, Hitler dijo: «Si el destino nos lleva a un conflicto con
el Oeste, será ventajosa la posesión de más espacio en el
Este... La población de las zonas no alemanas no tendrá que
prestar servicio militar y quedará disponible como fuente para el suministro de mano de obra». Casi inmediatamente después del ataque contra Polonia, los alemanes iniciaron una
política de traslado de trabajadores al Reich y esta política
fue desarrollada durante la guerra hasta el punto de que en
1944 había más de siete millones de extranjeros empleados
en el Reich, frente a una población trabajadora civil alemana
de unos 28 millones y medio de personas. El empleo de extranjeros por parte de los alemanes no se limitó en modo alguno a las personas que servían dentro del mismo Reich.
Aunque no disponemos de cifras, puede asegurarse que el número de los que trabajaban para Alemania en los países no
alemanes, rebasaba con mucho al de los que trabajaban dentro del Reich. La importancia que tenía ésto para el esfuerzo
de guerra alemán, es evidente.
La evaluacion del trabajo en el Reich alemän
La situación al estallar la guerra
Según se ha dicho en el párrafo anterior, el paro obrero en
gran escala con que se encontró Hitler al llegar al poder, había sido transformado en una escasez de mano de obra, poco
antes de que estallase la guerra. 63
63
Entrada de la Cancilleria del Reich en Berlin
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Había pasado la necesidad de planes que proporcionasen trabajo, tales como la construcción de oficinas del partido y la
construcción de grandes carreteras (Autoobahnen) y en su lugar ias autoridades alemanas tenían que intensificar las medidas de control que fueron una parte integrante de la política
económica nazi, desde los primeros momentos del régimen.
El trabajo, lo mismo oue los otros factores de la producción,
estaba destinado a desempeñar su papel en la creación de la
máquina de guerra nazi y cuando estalló la guerra había sido
sometido a una serie de controles que le tenían totalmente al
servicio de las demandas del Gobierno. La estructura normal
de las relaciones entre patronos y obreros había sido destruida por la disolución de los sindicatos y las medidas destinadas a que la contratación de obreros dependiese de permisos
específicos del Gobierno. También las restricciones en los salarios impedían que los patronos se hiciesen la competencia
entre sí, con el fin de atender a las necesidades cada vez mayores de mano de obra.
Persistía la escasez de trabajadores a pesar de la introducción
de controles y de medidas destinadas a incrementar la mano
de obra doméstica total y a finales de 1938 el problema empezó a alcanzar graves proporciones. A finales de aquel año, el
déficit en el suministro de mano de obra se calculaba en unos
clos millones de personas y aunque existían ciertas reservas
de mano de obra, particularmente femenina, todo incremento sustancial de la mano de obra civil sacada de las reservas
domésticas habría requerido un reajuste considerable, y por
lo tanto fatigoso, de la estructura del empleo de trabajadores.
En vista de los preparativos bélicos alemanes, había eme encontrar otras fuentes de mano de obra, fuera de las fronteras
del Reich, para incrementar el suministro total de trabajadores.
El Gobierno alemán, que se daba cuenta del cambio que se estalla operando para pasar de una situación de paro obrero a
otra de escasez de obra, decidió ya en 1937 abrir de nuevo sus
fronteras a los obreros extranjeros. Empezaron a afluir trabajadores al Reich, principalmente desde Polonia e Italia y la
expansión territorial posterior facilitó estos traslados. En el
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verano de 1939 había más de 300.000 141 extranjeros, sin
contar a los austríacos ni a los alemanes de los sudetas empleados en el antiguo Reich, frente a una mano de obra civil
total de unas 34.269.000 personas.142 Sin embargo, estos trabajadores adicionales no eran más que un incremento pequeño ante las necesidades alemanas e inmediatamente después del ataque contra Polonia se completó la inmigración
voluntaria de trabajadores con traslados a la fuerza.
Los efectos de la campaña polaca
El estallido de la guerra planteó nuevas exigencias inmediatas a los recursos de mano de obra de Alemania, exigencias
que se dejaron sentir principalmente en la agricultura. Sin
embargo, no se perdió el tiempo para llevar a cabo los planes
de explotación de los trabajadores extranjeros. Los agentes
reclutadores seguían de cerca a las tropas alemanas que avanzaban por Polonia. Miles de personas civiles polacas, en particular obreros agrícolas, fueron deportados al Reich143 y, además, de 200.000 a 300.000 prisioneros de guerra fueron dejados en Alemania para trabajar. A principios de 1940 se decidió elevar el número cíe las personas civiles polacas que habían de ser llevadas a trabajar a Alemania, por lo menos a un
millón, de las cuales 750.000 serían empleadas en la agricultura.
El compás de espera en las hostilidades que siguió a la conclusión de la guerra en Polonia hizo posible la consolidación
de la posición de Alemania respecto a la mano de obra. Se hizo frente a la urgente necesidad de mano de obra agrícola mediante la importación de polacos. La movilización para las
fuerzas armadas había significado la retirada de hombres de
la mano de obra civil, pero después de la reorganización inmediata ocasionada por el estallido de las hostilidades, la situación se había estabilizado. A finales de 1939 se suprimieron muchas de las restricciones impuestas contra las vacaciones y contra la concesión de pagas por horas extraordinarias,
en virtud de una Orden de 1.° de septiembre de 1939.
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La expansión territorial posterior alemana
La campaña en la Europa occidental aumentó grandemente
los recursos de mano de obra sometidos a control alemán.
Las pérdidas militares eran ligeras y se vieron más que compensadas con las ganancias de mano de mano de obra de los
países ocupados. Fueron cogidos cerca de dos millones de prisioneros de guerra y muchos de ellos fueron puestos a trabajar para el Reich, principalmente en la agricultura. Además la
destrucción material y la consiguiente dislocación económica,
causaron mucho paro obrero en la Europa occidental y esto
proporcionaba una nueva fuente de trabajadores que podían
ser llevados a Alemania. No era necesario ejercer mucha presión para asegurarse el número de reclutas civiles necesarios
para mantener la producción industrial y agrícola alemana.
Ciertamente, durante los meses del otoño de 1940 la cantidad
de trabajadores que se encontraban bajo el control alemán
era más que suficiente para satisfacer las necesidades de Alemania. Esta tenía incluso donde elegir. En algunas zonas se
suspendió temporalmente el reclutamiento y no se hizo el
menor intento de movilizar a los trabajadores civiles en Francia, a pesar de que en ese país seguía habiendo paro obrero.
El reclutamiento de trabajadores extranjeros continuó sin interrupción a lo largo del invierno y de la primavera de 194041 y el número de trabajadores extranjeros empleados en Alemania se elevó de unos 2.200.000 en octubre de 1940 a
3.033.000 el 31 de mayo de 1941. La preparación para el ataque contra Rusia y la llamada a filas de más hombres, incrementó la demanda de trabajadores extranjeros, pero todavía
había un número suficiente de obreros disponibles. Se sacó
más mano de obra de la Europa occidental y, además, el fortalecimiento del control alemán, bien por acción militar directa o por medio de presiones políticas, facilitó el reclutamiento en el Sudeste de Europa. También de Italia fueron llevados más trabajadores a Alemania y fue firmado un nuevo
acuerdo entre las autoridades alemanas e italianas a principios de febrero de 1941 en el que se estipulaba el incremento
de los trabajadores italianos empleados en la industria ale-
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mana. El 25 de septiembre de 1941, el número de extranjeros,
tanto personas civiles como prisioneros de guerra empleados
en el Reich, había aumentado a unos 3.700.000.
Durante el período comprendido entre el comienzo de la guerra y la primavera de 1942, tuvieron lugar cambios considerables en la estructura del empleo de trabajadores dentro de
Alemania. El 31 de mayo de 1941, unos 5.808.000 hombres
habían sido llamados a filas y sacados de la mano de obra civil y un año más tarde esta cifra se había elevado a
7.805.000. Como el primero de trabajadores extranjeros empleados sólo se había elevado de 301.000 en 1939 a
3.033.000 en mayo de 1941 y a 4.224.000 en mayo de 1942,
los extranjeros habían pasado, de ser una fuerza laboral
insignificante en 1939, a constituir el 8,4 % del número total
de personas empleadas cri mayo de 1941, y el 11,7% en mayo
cíe 1942. La contracción de algo menos cíe cuatro millones de
la mano de obra durante los tres años que terminaron el 31
de mayo de 1942, se debió a una reducción del número de
personas dedicadas a las actividades de distribución y a la artesanía (1,4 millones y 1,8 millones de personas respectivamente). La inclusión de tantos extranjeros hizo necesaria una
amplia redistribución de la población trabajadora alemana y
una movilización en gran escala de las mujeres. De hecho, el
número total de mujeres pertenecientes a la mano de obra civil se redujo en 249.000 personas, mientras que el número
de criadas sólo se redujo en 165.000. El hecho de que hubiese
mano de obra suficiente hizo innecesario también incrementos, que tuviesen un carácter no temporal, en la prolongación
de la jornada laboral semanal.
La reorganización de la administración del trabajo
A principios de 1942, se produjo un cambio significativo en la
situación del trabajo. El éxito del contraataque ruso no sólo
destruyó las esperanzas de un período de atrincheramiento,
como había sido posible en inviernos anteriores, sino que exigió un aumento inmediato del número total de hombres bajo
las armas. También las pérdidas de la Wehrmacht tuvieron
por primera vez serias proporciones.
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La creciente gravedad cíe la situación se reflejaba en los cambios introducidos en el control administrativo. El primer
cambio se produjo con el nombramiento de Werner Mansfelcl, antiguo jefe de uno de los Grupos del Ministerio del Trabajo del Reich, para controlar el Departamento de Distribución del Trabajo, dentro de la Organización del Plan
Cuatrienal, en sustitución de Friederich Syrup que se dijo que
estaba gravemente enfermo. A Mansfeld se le confirieron poderes considerables para la dirección del trabajo y se empezó
por reforzar el mecanismo de control de la mano de obra. Pero al cabo de un período de seis semanas, fue reemplazado
por Fritz Sauckel, Gauleiter de Turingia y uno de los más firmes defensores de Hitler dentro del Partido. Hubo que tomar
medidas severas y la responsabilidad por la ejecución de esta
política no fue confiada a los funcionarios del Ministerio del
Trabajo, sino a un hombre con un historial de primera categoría dentro del Partido que, sin embargo, carecía de previa
experiencia en cuestiones laborales.
En virtud de los términos de este nombramiento, a Sauckel se
le confirieron poderes casi ilimitados para el reclutamiento,
la utilización y la distribución de la mano de obra, siendo su
único superior Goring, como Co-misario del Plan Cuatrienal.
El alcance de la tarea de Sauckel era descrito de la siguiente
manera:
«Con el fin de asegurar la mano de obra necesaria para toda
la economia de guerra, especialmente para los armamentos,
es necesario establecer un sistema uniforme para dirigir la
distribución de los recursos disponibles de mano de obra, incluidos los extranjeros que han sido traídos para trabajar y
los prisioneros de guerra y para movilizar toda la mano de
obra que aún no haya sido movilizada en el Gran Reich alemán, incluidos el Protectorado, el Gobierno General y los Territorios Ocupados.»
Uno de los factores que influyeron en la tarea de Sauckel fue
la creciente demanda de hombres para servir en las fuerzas
armadas. Alemania trató de convencer a sus aliados para que
aumentasen el número de tropas disponibles para su servicio
en el frente oriental, pero estos refuerzos tenían que ser for-
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zosamente pequeños en relación con las necesidades de Alemania. Alemania tampoco podía confiar en modo alguno en
los trabajadores forzados de los territorios ocupados por sus
fuerzas armadas. Según dijo más tarde Jodl:
«La cuestión del reclutamiento de personas extranjeras como
combatientes tenía que ser considerada con la mayor prevención y con el mayor escepticismo. Hubo una época en que se
produjo una especie de neurosis que tenía su origen en el
frente del Este con el latiguillo de que «Rusia puede ser conquistada por los rusos». Pero muchos mostraban su suspicacia ante la idea de un inmenso ejército de Vlasov. En aquella
época recluíamos más de 160 batallones. La experiencia dio
buenos resultados mientras nosotros mismos atacábamos
con éxito. Pero los resultados fueron malos cuando empezó a
empeorar la situación y nos vimos obligados a retirarnos.»
El núcleo principal de los nuevos reclutas tenía que ser sacado, por lo tanto, de la mano de obra alemana.
Como se habían agotado virtualmente las reservas de mano
de obra alemana, por lo menos las de hombres, la llamada a
filas de un número mayor de jóvenes sólo podía llevarse a cabo a expensas de la industria. Pero la producción industrial,
por lo menos en el sector bélico, tenía que ser mantenida a toda costa e incluso aumentada para satisfacer las crecientes
demandas de armamentos. Se introdujeron varias medidas
para tratar de remediar esta situación. La producción industrial se concentró aún más en aquellas empresas que se consideraban que eran de importancia para el esfuerzo de guerra y
las demás fueron parcial o totalmente cerradas. Una campaña de propaganda con el latiguillo de «Dos por tres» encarecía la necesidad de intensificar el esfuerzo industrial y el deber de los obreros en el frente interior de hacer su aportación
en apoyo de las fuerzas armadas que se enfrentaban con «la
situación más dura y gigantesca con que se había tenido que
enfrentar el soldado alemán en toda la Historia». Se ampliaron los planes de entrenamiento para ayudar en la sustitución de los obreros especializados que eran llamados a filas y
se intentó exprimir aún más las reservas de mano de obra alemana. Pero cualquiera que fuese el éxito alcanzado, estas me-
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didas no podían proporcionar toda la mano de obra que hacía
falta para satisfacer las necesidades alemanas. Una explotación plena de la mano de obra extranjera era el único medio
de aumentar de manera sustancial el número de trabajadores.
Este fue el objetivo principal de Sauckel.
«El objetivo principal de esta nueva y gigantesca movilización
de la mano de obra, consiste en utilizar todas las fuentes conquistadas y aseguradas para nosotros por nuestras fuerzas armadas que luchan bajo la dirección de Adolf Hitler, para armar a las fuerzas armadas y también para alimentar al frente
interior. Las materias primas, así como la fertilidad de los territorios conquistados y su potencial humano, habrán de ser
utilizados de manera completa y consciente en beneficio de
Alemania y de sus aliados.»
Sin embargo, ya no había tantas posibilidades de reclutamiento como había habido durante la primera parte de la
guerra. En Polonia, donde se había llevado a cabo una despiadada política laboral desde el comienzo de la ocupación alemana, era imposible llevar a cabo nuevos traslados en la escala de los anteriores. En el Sudeste de Europa, dada la importancia que tenía esta región como productora de artículos
agrícolas para Alemania, habia que dejar a los trabajadores
que quedaban. Y en la Europa occidental el extenso paro
obrero que había prevalecido después de la ocupación, había
dejado de existir en la mayoría de los casos.
Este último cambio se debió a una serie de motivos entre los
cuales figuraba el traslado a Alemania de todos los que podían ser convencidos por métodos más o menos pacíficos, la
ejecución de encargos alemanes por parte de empresas de los
países ocupados y la acción emprendida por muchos gobiernos para distribuir el trabajo existente entre todos los que
buscaban empleo. Sólo en las partes ocupadas de la U.R.S.S.
quedaban aún fuentes de trabajadores todavía intactas e incluso allí estuvo limitado el traslado de trabajadores a Alemania por ciertas consideraciones, entre las cuales figuraba el
hecho de que Rusia se había llevado a sus obreros especializados junto con sus tropas en la retirada, y el deseo de mante-
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ner la producción de las zonas que se encontraban sometidas
al control alemán.
La importancia de las zonas ocupadas de la URSS como fuente de trabajo fue subrayada por Sauckel en su Programa de
Movilización del Trabajo : «Hay que subrayar, sin embargo,
que una cantidad adicional tremenda de trabajadores extranjeros ha podido ser encontrada para el Reich. La fuente mayor para este fin está constituida por los territorios ocupados
del Este. Por consiguiente es una necesidad inmediata el utilizar las reservas humanas de los territorios soviéticos conquistados, hasta el máximo posible». La movilización en el Oeste
no fue dejada en olvido, sin embargo: «Por otra parte una
cuarta parte de las necesidades totales de trabajadores extranjeros puede ser proporcionada por los territorios ocupados de Europa al oeste de Alemania, de conformidad con las
posibilidades existentes». No obstante, «la obtención de trabajadores de países amigos v también de países neutrales, sólo podrá cubrir una parte de las necesidades totales. En este
caso sólo se podrá tener en cuenta a los especialistas y obreros especializados».
La política más despiadada de reclutamiento iniciada por
Sauckel logró un éxito considerable, por lo menos en el período que siguió inmediatamente a su nombramiento. Los métodos variaban desde los incentivos hasta el traslado forzoso y
de esta forma fueron llevados a Alemania numerosos extranjeros. En una carta fechada el 23 de junio de 1943, Sauckel afirmaba que durante los doce primeros meses de su administración, 3.638.056 extranjeros habían sido puestos a
trabajar para la economía alemana y aunque esto no representaba una ganancia igual en el número total de extranjeros
empleados en el Reich (ya que se habían perdido muchos que
habían vuelto a su casa, que habían enfermado, o por otras
causas) el número de extranjeros empleados pasó de
4.224.000 a finales de mayo de 1942, a 6.260.000 un año
más tarde. El avance continuo de las tropas alemanas por el
territorio de la URSS durante la primavera y el verano de
1942 facilitó el reclutamiento de trabajadores rusos, de tal
forma que en la primavera de 1942 sólo había un número in-
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significante de rusos empleados en el Reich, mientras que a
principios de 1943 se calculaba que trabajaban allí millón y
medio de rusos aproximadamente. El éxito general de la política de Sauckel puede verse por las cifras que se consignan
en la Tabla II, que se da más adelante. La mano de obra civil
total, que so había reducirlo en medio millón durante el año
que terminó el 31 de mayo de 1942, aumentó aproximadamente en un millón de personas en los doce meses siguientes,
a pesar de que continuó la movilización de hombres para las
fuerzas armadas.
Empeora la situación laboral alemana
A principios de 1943 la mano de obra alemana había alcanzado su punto culminante. Es cierto que a partir del invierno de
1941-42, la demanda de mano de obra mostraba ya la tendencia a rebasar las posibilidades de oferta, pero a pesar de todo,
gracias al empleo de trabajadores extranjeros, la mano de
obra total, tanto en el sector militar como en el civil, fue en
aumento. A partir de 1943, el número total de personas civiles empleadas en el Reich disminuyó continuamente. Los alemanes se enfrentaron entonces con el problema de tener que
mantener la producción con menos recursos. Este problema
se vio agravado por otros varios factores, siendo uno de los
más importantes la pérdida de la iniciativa militar y el aumento del número de empresas de las países ocupados que
trabajaban por cuenta de los alemanes. Los últimos meses del
año 1942, marcaron el punto de máxima expansión del poderío militar alemán; hasta aquel momento, constantemente se
había ido agrandando el territorio sometido a control alemán
y, por consiguiente, cada vez había mayores áreas disponibles
para llevar a cabo el reclutamiento. A partir de esa fecha, sin
embargo, ocurrió todo lo contrario. El territorio controlado
por los alemanes se fue reduciendo y las primeras zonas que
se perdieron fueron precisamente aquellas partes de Rusia
que en 1942 habían demostrado ser fuente abundante de trabajadores. El aumento de la fabricación por cuenta de los alemanes en los países ocupados planteaba un problema algo
distinto al reducir el número de trabajadores que podían ser
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sacados de su país para ser enviados al Reich sin ocasionar
perjuicio a los intereses alemanes. Continuó el reclutamiento
de mano de obra extranjera para trabajar en Alemania, pero
en una escala considerablemente menor que en el año anterior. Durante los doce meses que terminaron el 31 de mayo
de 1944, el número de extranjeros empleados en el Reich sólo
aumentó en 866.000 personas, frente a más de dos millones
en el año anterior.
La creciente demanda de mano de obra, junto con las dificultades con que se tropezaba para mantener el reclutamiento
en gran escala de trabajadores extranjeros habían hecho ya
imposible el aplazar por más tiempo una reorganización a
fondo de la mano de obra doméstica. La legislación laboral,
que prácticamente no había sufrido alteración desde que estalló la guerra, se hizo más severa con el objeto de poder sacar
hasta las últimas reservas y asegurar la mejor distribución posible de las que ya estaban empleadas. Se introdujo el control
de la movilidad de la mano de obra por medio de un Decreto
promulgado por Góring el 13 de junio de 1942, en el que se
prohibían los cambios de empleo que no se efectuasen por orden de las Oficinas de Trabajo y el servicio obligatorio de trabajo, que antes se efectuaba en virtud de un Decreto de 13 de
febrero de 1939 fue reforzado con gran severidad por medio
de un Decreto de 27 de enero de 1943 en virtud del cual todos
los hombres comprendidos entre los 16 y los 75 años de edad
y todas las mujeres, con excepción de ciertas categorías de
mujeres casadas, entre los 17 y los 45 años de edad, tenían
que inscribirse para realizar trabajos de importancia nacional. Los resultados de esta medida fueron, sin embargo, desalentadores; se registraron unos tres millones y medio de personas más, pero la gran mayoría eran mujeres, muchas de las
cuales eran incapaces de trabajar una jornada completa de
cuarenta y ocho horas semanales.
En vista, por una parte, de las dificultades que había para incrementar de manera sustancial la mano de obra total y de la
necesidad, de otra, de más hombres, tanto en las fuerzas armadas como en las industrias dedicadas a la fabricación de
municiones, la única política que se podía poner en práctica
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era una nueva concentración de los trabajadores disponibles
en el sector de guerra. Con este fin, un Decreto publicado en
marzo de 1943 exigía que todas las empresas que no estuvieran directamente relacionadas con el esfuerzo de guerra fuesen cerradas por completo o concentradas de una manera severa. Durante cierto tiempo, los trabajadores empleados en
las industrias de guerra quedaron exceptuados de servicio en
las fuerzas armadas, pero en el otoño de 1943 las demandas
de la Wehrmacht se hicieron tan perentorias que quedaron
movilizados incluso los trabajadores especializados más jóvenes.
Sin embargo, por lo general, hasta mediados de 1944 hubo
trabajadores suficientes en las industrias de guerra para que
éstas pudiesen mantener e incluso incrementar su producción. Pero los desembarcos hechos por los enemigos de Alemania en Normandía en el verano de 1944 marcaron el comienzo de una nueva fase en la movilización de los trabajadores alemanes. A partir de esa fecha se veía claramente que
Alemania tendría que enfrentarse con una guerra de asedio.
El nombramiento de Goebbels como Plenipotenciario para la
Guerra Total en julio de 1944 fue seguido por la proclamación de una serie de órdenes. Se hicieron intentos de última
hora para movilizar todas las reservas posibles para las fuerzas armadas, la producción de guerra y la construcción de fortificaciones. El límite de edad para la entrada en quintas, que
en el verano de 1942 había sido rebajado de los 18 a los 17
años, fue rebajado una vez más hasta los 16. El límite de edad
máxima para la movilización de las mujeres fue elevado de 45
a 50 años y la jornada semanal de trabajo se incrementó de
48 a 60 horas. Además se introdujeron muchas medidas destinadas a poner fin a todas las actividades que no constituyesen una contribución directa e inmediata a la continuación de
la guerra. Se prohibieron todos los espectáculos, incluidos los
teatros, se redujo severamente el número de periódicos publicados, los servicios postales se redujeron a la mitad y se redujeron los servicios ferroviarios. Sin embargo, en el otoño de
1944, la dislocación causada por el bombardeo y la consiguiente pérdida de movilidad, tanto de los suministros como
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de la mano de obra, fueron un nuevo entorpecimiento para la
producción, que venía a sumarse a la escasez de trabajadores,
aunque todavía habían de producirse nuevas dificultades aún
mayores con la formación, en el mes de octubre, del Volkssturm (Ejército Popular) en el que existía la obligación de servir con carácter casi universal. Se había hecho imposible la
redistribución cuidadosa de la mano de obra en el conjunto
cíe Alemania y empezaron a hacer su aparición sectores en
los que se registraba paro obrero.
El empleo aleman de mano de obra en el resto de Europa
El empleo y la explotación por parte de los alemanes de la
mano de obra europea no se limitaba en modo alguno a las
personas que eran trasladadas para trabajar en el mismo
Reich. En un discurso pronunciado el 9 de noviembre de
1941, Hitler dijo: «Por lo que se refiere al territorio alemán, al
territorio ocupado por nosotros y al que se encuentra sometido a nuestra administración, no cabe duda de que lograremos
dotar a todos los hombres de los instrumentos necesarios para su trabajo». Se subordinaron todas las demás consideraciones a las necesidades alemanas y el hecho de que un hombre fuese empleado en su región misma, en otra parte de su
propio país, en el Reich o en algún otro lugar de la Europa
ocupada, dependía en último término de su relativa utilidad
en cada uno de esos puntos para secundar el esfuerzo de guerra alemán. Incluso los países aliados y satélites fueron obligados, por medio del control alemán de las materias primas y
de diversos trucos de carácter financiero, a emplear una parte
considerable de su mano de obra de acuerdo con las necesidades alemanas, sin recibir por ello una recompensa financiera
adecuada.
El empleo de una persona en su propio país no significaba
que ese trabajador estuviese produciendo artículos nara ser
distribuidos en ese país, ni tampoco que su trabajo beneficiase en modo alguno a su país. Esto se pone claramente de manifiesto en una Orden publicada por Sauckel el 22 de agosto
de 1942, en la que se daban las siguientes instrucciones:
«La mano de obra disponible en los territorios ocupados de-
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be ser empleada en primer lugar, para satisfacer las necesidades de guerra de la misma Alemania.
»Esta mano de obra debe ser utilizada en los territorios ocupados, con arreglo al siguiente orden:
a) Para trabajos esenciales para el ejército, las oficinas de
ocupación y los organismos civiles.
b) Para el programa de armamentos alemán.
c) Para las tareas relacionadas con los suministros alimenticios y la agricultura.
d) Para las tareas industriales que interesen a la nación alemana, que no sean la industria de los armamentos.
e) Para tareas industriales en interés de la población del territorio en cuestión.»
Así, sólo una vez que se hubiesen satisfecho todas las necesidades alemanas posibles, podían satisfacerse las demandas
de artículos industriales de los mismos países ocupados.
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1. El empleo en la construcción de obras de defensa
Además del empleo en la tierra había otros dos medios principales para que las poblaciones de los países ocupados pudieran ser empleadas en beneficio del esfuerzo de guerra alemán. El primero de estos medios era la construcción de fortificaciones y otras obras de defensa y el segundo la producción
de artículos necesarios, bien para las fuerzas armadas o para
la economía de guerra alemana en general.
El control de la mayor parte del trabajo realizado en las fortificaciones estaba en manos de la Organización Todt. Fue fundada el 28 de mayo de 1938 por Fritz Todt con el objetivo primordial de acelerar la terminación de la Muralla Occidental.
Al estallar la guerra y después dei avance territorial alemán,
se extendió considerablemente el trabajo de la Organización
Todt. Quedó encargada de la construcción de carreteras, ferrocarriles, puentes y blocaos para el emplazamiento de cañones, así corno de cavar trincheras y de la construcción de
grandes obras tales como la Muralla del Atlántico, que se extendía desde el Norte de Noruega hasta la frontera española y
la Muralla Ligúrica, un sistema de defensas costeras empezado en septiembre de 1943 con objeto de cubrir la línea comprendida entre Tolón y Spezia. Aparte de sus funciones estrictamente militares, la Organización Todt se encargó también
de la construcción de puertos y fábricas de armamentos y en
algunos casos se encargó incluso de desarrollar el trabajo en
las minas.
El personal de la Organización Todt estaba formado por alemanes y por extranjeros. Como en todas partes, los .alemanes
eran allí objeto de un trato preferente, especialmente por lo
que respecta a sus uniformes especiales, a la paga y a los beneficios que se concedían por el carácter peligroso de los trabajos de fortificación y construcción que se realizaban coa frecuencia a muy poca distancia de la línea del frente. Al aumentar el número de trabajadores extranjeros, los alemanes
fueron empleados cada vez más en calidad de capataces. El
reclutamiento de extranjeros se llevaba a cabo en la misma
forma que los trabajadores que eran reclutados para ser trasladados a Alemania, sustituyéndose la persuación, en caso ne-
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cesario, con la franca coerción.195 Se dispone de pocas estadísticas respecto al número de trabajadores, tanto alemanes como extranjeros, empleados en la Organización Todt; según
un informe presentado por Sauckel a Hitler el 17 de mayo de
1943, el número total de empleados se había elevado de
270.969 a finales de marzo de 1942, a 696.003 doce meses
más tarde; sin embargo, siguió el reclutamiento hasta muy
entrado el año 1945, con el fin de satisfacer las necesidades
alemanas en las últimas fases desesperadas de la lucha, de tal
modo que la cifra final probablemente sería considerablemente mayor que la de marzo de 1943.
2. La producción por cuenta de los alemanes
En principio, los alemanes tuvieron la idea de concentrar una
gran parte de la producción industrial, particularmente la de
armamento y municiones, dentro de las fronteras del Reich.
Pero al aumentar la intensidad de la guerra se puso más de
relieve la ventaja de hacer encargos a fábricas situadas en los
países ocupados. En estas fábricas hacían falta gran número
de trabajadores, que fueron oportunamente reclutados y la
producción de los países ocupados adquirió una importancia
considerable dentro del esfuerzo de guerra alemán.
Sin embargo, empezaron a surgir dificultades para el reclutamiento. A finales de 1942, ya no bastaban las reservas de mano de obra para satisfacer todas las demandas; el reclutamiento de trabajadores para las fábricas de los países ocupados empezó a chocar con el reclutamiento de trabajadores para su traslado al Reich. Este conflicto adquirió un aspecto
personal por el hecho de que Sauckel, como Plenipotenciaro
General de Distribución del Trabajo, estaba encargado de
proporcionar trabajadores a Alemania, mientras que las fábricas de los países ocupados se encontraban al margen de su
control y en cambio, estaban bajo la dirección de Speer en su
calidad de Ministro de Armamentos y Municiones del Reich.
El desacuerdo en torno al reclutamiento se fue agudizando
mucho más a partir del otoño de 1942. Cada vez más, los trabajadores eran desviados hacia las fábricas que trabajaban
por cuenta de los alemanes en los países ocupados y Sauckel
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se quejaba de los nocivos efectos que esto tenía sobre su programa de reclutamiento. Continuó sin embargo el reclutamiento de trabajadores para las fábricas de los países ocupados y en el otoño de 1943 se creó el nuevo concepto de «empresas bloqueadas». Estaba esto destinado a salvaguardar el
suministro de mano de obra a las empresas consideradas como esenciales para la producción de armamentos y de guerra
y estipulaba que los trabajadores de las industrias de armamentos y de producción de guerra no podían ser trasladados
sin el previo consentimiento de Speer. Las quejas de Sauckel
se hicieron más fuertes. En una reunión de la Oficina Central
de Planificación, celebrada el 1 de marzo de 1944, al describir
sus esfuerzos de reclutamiento en el otoño anterior, Sauckel
dijo:
«El programa ha sido destrozado. La gente de Francia, Bélgica y Holanda pensó que los trabajadores ya 10 tendrían que
marchar de esos países a Alemania porque ahora había que
efectuar trabajos dentro de esos mismos países. Durante meses a veces visité esos países dos veces en un solo mes
me han tenido por un loco que, contra toda razón, recorría
esos países con el fin de sacar trabajadores. Puedo asegurarles que se llegó incluso a registrar el hecho de que todas las
Prefecturas de Francia tenían orden de no atender mis demandas ya que incluso las autoridades alemanas disputaban
entre sí por si Sauckel estaba loco o no.»
Más adelante, en ese mismo discurso, añadió:
«Deseo declarar francamente y sin temor: El uso exagerado
de la idea de las fábricas protegidas en relación con el suministro de mano de obra de Francia en mi misión implica un
grave peligro para el suministro de mano de obra alemana.
Como no es posible que yo mismo con mis ayudantes llenemos todas las fábricas, no se deberá cerrar también en el
futuro esta fuente de trabajadores para Alemania, pues de lo
contrario el programa que me ha encargado el Führer habrá
de fracasar. Lo mismo puede decirse de Italia.»
Esta disputa fue planteada ante Hitler. En un memorándum
fechado el 17 de marzo de 1944, Sauckel reiteraba sus quejas
y afirmaba que todo su programa para 1944 se veía en peligro
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por la amplitud de la reserva de obreros en los países ocupados. «El nombramiento de empresas protegidas con el fin de
salvaguardar el cumplimiento de los encargos de fabricación
de armamentos y para impedir el traslado de personas civiles
se ha extendido de tal modo en los territorios ocupados del
Oeste y en una forma tal que es imposible contratar de manera continua y sistemática a nuevos trabajadores.» El reverso
de la medalla fue presentado en un memorándum que, como
réplica, presentó Speer el día 5 de abril. La producción de los
países ocupados decía es esencial para el esfuerzo de guerra
alemán., por lo tanto las demandas de reserva de mano de
obra no eran excesivas y pensaba que podría salir adelante
con todo. Parece que la disputa se resolvió en favor de Speer,
en vista de la declaración que hizo en una conferencia celebrada el 11 de julio.
«El Ministro del Reich, Speer, declaró que estaba interesado
en mantener e incrementar el reclutamiento de mano de obra
para el Reich y también en el mantenimiento de la producción en los territorios situados fuera del Reich. Hasta el momento, del 25 al 30 % de la producción de guerra alemana ha
sido proporcionado por los territorios ocupados del oeste y
por Italia. Italia sola ha proporcionado el 12,5%. El Führer
decidió recientemente que había que mantener durante todo
el tiempo que fuese posible esa producción, a pesar de las dificultades ya existentes, especialmente en el campo de los
transportes.»
Poco después de esto, el avance de las tropas de los Aliados
occidentales hizo inútil esta controversia, ya que a partir de
entonces la producción se tuvo que mantener en la medida de
lo posible y de cualquier forma.
Extensión del empleo alemán de mano de obra fuera del
Reich
No se ha hecho ningún cálculo general del número de personas dedicadas a trabajar para el esfuerzo de guerra alemán,
aparte de las que trabajaban en el Reich. A lo largo de toda la
guerra hubo un continuo desplazamiento de poblaciones y
«por muy grande que fuese el número de personas traslada-
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das a Alemania, era probablemente mayor el de las personas
deportadas no a Alemania, sino a otras partes de su propio
país, o a otros territorios ocupados».
Sin embargo, podemos hacernos una idea de la escala en que
los alemanes emplearon a los trabajadores extranjeros en sus
propios países a base de las cifras facilitadas en un informe
oficial del Gobierno francés sobre el empleo de roano de obra
francesa por Alemania. Los trabajadores franceses en Alemania, incluidos los que trabajaban como prisioneros de guerra,
representaron una pérdida de 7.748.568.000 horas por cabeza para Francia; el número de personas empleadas directamente por Alemania en Francia contribuyó con
5.136.346.000 hombres-horas al esfuerzo de guerra alemán.,
y los empleados indirectamente por Alemania en Francia
aportaron otras 9.917.640 hombres-horas. Puede decirse, por
lo tanto, que los alemanes obtuvieron 15.053.989.000 hombres-horas de los trabajadores franceses en Francia, frente a
sólo 7.748.568.000 hombres-horas de los franceses que trabajaban en Alemania.
El trato aleman a los trabajadores extranjeros
Principios fundamentales
El principio básico fundamental del trato alemán a los trabajadores extranjeros era la doctrina de la superioridad racial
de la nación alemana. Esta teoría de la «raza superior» fue
expresada por Erich Koch, Comisario del Reich en Ucrania,
en los términos siguientes: «Somos una raza superior que tiene que recordar que el más humilde de los trabajadores alemanes es racial y biológicamente mil veces más valioso que la
población de aquí». La aplicación práctica de esta política entrañaba la subordinación completa de los derechos e intereses de la población no alemana de Europa a los .de sus amos
alemanes.
«Lo que le ocurra a un ruso, a un checo, no me interesa lo
más mínimo. Cogeremos lo que las naciones puedan ofrecer
de sangre buena de nuestro tipo, si es preciso secuestrando a
sus niños y educándolos aquí con nosotros. Si las naciones vi-
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ven con prosperidad o si se mueren de hambre como perros
sólo me interesa en la medida en que necesitemos a sus pueblos como esclavos para nuestra Kultur; por lo demás, no me
interesa lo más mínimo. Si 10.000 mujeres rusas se caen exhaustas mientras cavan un foso antitanque, sólo me interesa
en la medida en que pueda o no quedar terminado para Alemania ese foso antitanque. Está claro que nunca seremos duros ni despiadados cuando no sea necesario... pero es un crimen contra nuestra propia sangre preocuparse por ellos y
proporcionarles ideales, haciendo así que nuestros hijos y
nuestros nietos tengan más dificultades con ellos.»
La política de discriminación racial afectaba a casi todos los
aspectos del trato alemán a los trabajadores extranjeros: métodos de reclutamiento, condiciones de vida y condiciones de
empleo. Además de esta discriminación general, había más
discriminaciones entre los diferentes grupos de trabajadores
extranjeros. En términos generales, los extranjeros estaban
divididos, a este respecto, en tres grupos. En el escalón más
bajo se encontraban los judíos a los que, como política general, se consideraba aconsejable exterminar, cualquiera que
fuese la contribución posible de su trabajo para la economía
de guerra alemana. Luego venían los llamados trabajadores
«orientales», un grupo en el que figuraban los de Polonia, los
de los Estados Bálticos y los de las zonas ocupadas de Rusia.
Dentro de este grupo había ciertas diferencias y los rusos
eran considerados como menos dignos de consideración, seguidos por los polacos, mientras que los antiguos subditos de
los Estados Bálticos tenían ciertos privilegios. También había
diferencias respecto a los miembros del tercer grupo en el
que figuraban las personas procedentes de los Estados aliados y neutrales y de los países ocupados de la Europa occidental. En este caso, sin embargo, la discriminación se basaba en gran parte en motivos de especialidad para el trabajo, o
de nacionalidad, de tal forma que en general los húngaros,
los suizos, los daneses y los flamencos, si eran obreros especializados, recibían el trato más favorable e incluso los franceses y los holandeses, que políticamente eran considerados como dignos de menos confianza, vivían mejor que los obreros
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menos especializados de Italia, Bulgaria, Rumania y España.
Otro factor que contribuyó a que fuese duro el trato dado por
Alemania a los trabajadores extranjeros, fue la contradicción
que representaba el empleo de gran número de extranjeros
en el Reich y el declarado objetivo a largo plazo de crear
«unas fronteras raciales claras». La existencia de esta contradicción tenía dos resultados principales. El primero de ellos
era que los dirigentes nazis, a lo largo de toda la guerra, insistían en el carácter temporal de este empleo, y de ahí que no
proporcionase a esos trabajadores los elementos necesarios
para su adecuado alojamiento ni para su alimentación. El segundo era que constantemente se sentía la necesidad, por
parte de la administración, de hacer notar ante el pueblo alemán que los extranjeros ocupaban una posición inferior. Por
causa de esto, a los trabajadores extranjeros no se les concedía la menor forma de derechos civiles, aunque trabajasen en
Alemania, y se subrayaba la necesidad de separar a los extranjeros cíe los alemanes con el fin de cumplir con los principios de las doctrinas racistas del nacionalsocialismo.
La mano de obra civil
La dependencia de Alemania de los suministros adicionales
de mano de obra para mantener su esfuerzo de guerra ha sido
ya explicada anteriormente.218 Dentro del área sometida a su
control había tres grupos principales de personas que podían
servirle para completar sus escasos recursos laborales domésticos. Se trataba de los prisioneros de guerra, los internados
en los campos de concentración (algunos de los cuales eran
alemanes) y, los más importantes de todos, los trabajadores
civiles extranjeros.
El reclutamiento
Alemania siguió una política uniforme de reclutamiento respecto a los trabajadores civiles extranjeros durante el curso
de la guerra. El método particular empleado en cada país y en
cada momento dependía de múltiples factores, siendo el más
importante de todos el tipo de relaciones políticas entre Alemania y el país de origen de los trabajadores, así como la ur-
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gencia en la demanda de mano de obra en aquellos momentos y la aplicación del concepto de inferioridad racial. Los métodos variaban desde el alistamiento voluntario hasta la deportación por la fuerza y el cuadro se veía complicado aún
más por el hecho de que en una sola región se empleaban a
veces simultáneamente varios métodos de reclutamiento. Sin
embargo, la tendencia general era la siguiente poco más o
menos: en los países situados al Este de Alemania se introducía el reclutamiento obligatorio inmediatamente después de
que las fuerzas ocupantes se adueñaban del control, pero en
el Oeste, la introducción de este sistema se aplazó hasta después de que empeoró la situación laboral, o sea hasta 1942.
La falta de coerción directa en algunas regiones antes de
1942, no significa, sin embargo, que la mayoría de los obreros
marchasen a Alemania por medio de una elección totalmente
libre. Según una declaración hecha por Sauckel a la Oficina
Central de Planificación el 1.° de marzo de 1944, «de los cinco
millones de obreros extranjeros llegados a Alemania, ni siquiera 200.000 habían sido voluntarios.»
Siempre que era posible, se encargaba cíe proporcionar el número deseado de reclutas para su traslado a Alemania la administración respectiva del país de origen de los trabajadores, con lo cual se descargaba la labor de la organización alemana del trabajo. La medida en que esto era posible dependía, sin embargo, de que esas administraciones estuviesen
dispuestas o no a cooperar. En algunos de los países aliados y
neutrales fueron favorablemente recibidas las peticiones alemanas de trabajadores, especialmente durante los primeros
años de la guerra. Para algunos, la emigración de sus trabajadores a Alemania era una política tradicional, que resultaba
tanto más deseable en vista del descenso del empleo ocasionado por la suspensión de las actividades económicas normales al estallar la guerra. Con esos países fueron firmados
acuerdos bilaterales que establecían el traslado de obreros,
con carácter estacional o permanente, al Reich. En virtud de
la mayoría de esos acuerdos, los socios de Alemania se comprometían a hacer una selección preliminar de los reclutas y
la elección final era determinada ñor los representantes de la
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administración alemana del trabajo.
Sin embargo, en la mayoría de los países, Alemania jio podía
esperar mucho apoyo para su política de reclutamiento por
parte de la población local y se veía obligada a establecer sus
propios organismos para el reclutamiento de los trabajadores. En algunos casos estos organismos trabajaban paralelamente a los ya existentes, y en otros, los sustituían por completo. En las zonas incorporadas, las organizaciones de trabajadores fueron absorbidas por el sistema laboral alemán y el
reclutamiento seguía aproximadamente las viejas normas del
antiguo Reich.
Durante la última fase de la guerra, los métodos alemanes de
reclutamiento eran muy similares en toda la Europa ocupada; se había hecho normal el alistamiento obligatorio, ejecutado a veces por la violencia. Sin embargo, en los territorios
ocupados del Oeste, la introducción del reclutamiento obligatorio fue precedida del empleo de otras medidas menos duras
y sólo se emplearon métodos brutales cuando la situación laboral se hizo desesperada. Hasta esos momentos los métodos
brutales habían sido considerados aconsejables únicamente
para las razas orientales «inferiores», pero luego se emplearon mucho en el Oeste.
El método más fácil de reclutamiento, que se empleó por primera vez en Europa occidental, fue la persuasión de los trabajadores para que emigrasen voluntariamente al Reich: Se inició una intensa campaña de propaganda en la que se subrayaban los beneficios que podrían obtenerse, no sólo para el mismo trabajador, sino también para sus familiares, si se decidía
a trabajar en el Reich. Por medio de la prensa y la radio, de la
distribución de folletos atractivos y de la celebración de mítines de masas, los alemanes trataron de inducir a hombres y
mujeres para que se presentasen voluntarios para trabajar en
el Reich. A los que se presentaban voluntarios se les prometían elevados salarios o facilidades para enviar cantidades
sustanciales de esos salarios a sus familiares, buenas condiciones de vida, vacaciones regulares en su propia casa con todo el sueldo y participación en los planes alemanes de seguridad social que eran los más avanzados de aquella época.
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Las condiciones imperantes al principio contribuyeron al éxito de esta política. En la Europa occidental, la campaña militar, a pesar de su brevedad, había causado grandes destrucciones de recursos productivos y una dislocación económica
general. Esta situación se agravó con la política inmediata de
saqueo llevada a cabo por los invasores alemanes. Se extendió el paro obrero y las ofertas alemanas de salarios elevados
y condiciones favorables resultaban atractivas.
Sin embargo, casi inmediatamente se puso claramente de manifiesto que el alistamiento voluntario tenía muy pocas probabilidades de proporcionar el número o el tipo de trabajadores que hacían falta en el Reich. La necesidad creciente de
mano de obra, unida a la información que empezó a circular
sobre las condiciones de verdad en Alemania, obligó a introducir otros métodos de reclutamiento en la Europa occidental. Se emplearon varias medidas para ayudar indirectamente, siendo la más común la abolición del subsidio de paro
obrero a aquellas personas declaradas físicamente aptas, pero
que se negasen a presentarse voluntarias para trabajar en el
Reich. También eran retiradas las tarjetas de racionamiento
de alimentos, o se despedía a trabajadores de ciertas categoría o grupos de edades que después eran registrados para su
envío a Alemania. La política alemana de cierre de fábricas y
prolongación de la jornada de trabajo en los países ocupados
incrementaba el número de parados y de esta forma incrementaba también el número de los que, de esta manera, se
podían ver obligados a trasladarse a Alemania.
En la Europa oriental ocupada, mientras tanto, el enrolamiento obligatorio había sido lo normal desde el principio. El
primer día del establecimiento de una administración civil en
el Gobierno General, fue introducida la obligación del trabajo
para los polaco y de los trabajos forzados para los judíos,
mientras que un nuevo decreto de febrero de 1940 establecía
que los movilizados en virtud del primer decreto podían ser
deportados a Alemania para realizar trabajos agrícolas o de
otra naturaleza. Un decreto similar publicado por el Ministro
del Reich para los Territorios Ocupados del Este, de 19 de diciembre de 1941, introducía el trabajo obligatorio en los anti-
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guos Estados Bálticos y en las zonas ocupadas de la URSS.
Era tan grande la demanda alemana primero de trabajadores
polacos y luego de trabajadores del Este, que se hizo inevitable la introducción de métodos forzosos de reclutamiento.
Ya el 10 de mayo de 1940 aparece la siguiente anotación en el
diario de Frank: «Conforme a las demandas del Reich se ha
decretado ahora que se ejercerá la coerción en vista del hecho
de que no se dispone voluntariamente de mano de obra suficiente para servir dentro del Reich. Esta coerción significa la
posibilidad de detener a los polacos, hombres y mujeres». En
todos los territorios ocupados situados al Este de Alemania,
se emplearon el terror, la violencia y el engaño para tratar de
suministrar al Reich un número cada vez mayor de trabajadores. Fueron incendiadas las fincas de los que se resistían al reclutamiento, sus parientes fueron detenidos y encerrados en
campos de trabajo y se llevaron a cabo incursiones no sólo
por las calles, sino también por las casas y los templos, con el
fin de hacer redadas. Un memorándum fechado el 25 de octubre de 1942, hace la siguiente descripción general de los métodos de reclutamiento en la Rusia ocupada:
«Dado el abuso ilimitado que imperaba contra las personas
eslavas, se usaban métodos de «reclutamiento» que probablemente tenían su origen en los períodos más negros del comercio de esclavos. Empezó una cacería regular de hombres. Sin
la menor consideración respecto a la salud o la edad, las personas eran enviadas a Alemania, donde resultó que
inmediatamente después, más des 100.000 tuvieron que ser
devueltas a su origen porque se encontraban gravemente enfermas o incapaces para trabajar.»
El reclutamiento continuó al mismo ritmo durante todo el
tiempo que Alemania conservó el control de las zonas situadas al Este del Reich. Desde luego, el avance ruso impulsó a
los alemanes a intentar una última redada de las reservas finales de trabajadores, antes de abandonar éstos al enemigo.
El grave empeoramiento de la situación laboral alemana, a
partir del invierno de 1941-42, llevó a la introducción del servicio obligatorio de trabajo en toda la Europa occidental y no
sólo en la Europa oriental principalmente, como se había he-
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cho hasta entonces. En Bélgica, por ejemplo, una orden promulgada por el Comandante Militar el 6 de octubre de 1942
especificaba que todos los hombres comprendidos entre los
18 y los 50 años de edad y todas las mujeres solteras entre los
21 y los 25 años podían ser obligados a trabajar y trasladados
a Alemania.También en Holanda, a partir de marzo de 1942,
se podía exigir a todos los habitantes el servicio de trabajo,
tanto en su propio país como en el extranjero. En el otoño de
1942, el servicio obligatorio de trabajo se había hecho cosa
normal en la mayoría de los países ocupados y dominados,
aunque en los países dominados se dirigía principalmente a
la provisión de trabajadores para la construcción y otros trabajos por cuenta de las autoridades alemanas, al sostenimiento de los medios de transporte y a la agricultura y sólo de manera secundaria se efectuaba algún traslado al Reich. Fue una
excepción Dinamarca que, hasta la revuelta de agosto de
1943, recibió un trato preferente como protectorado «modelo» de Alemania. A partir de esa fecha, la pérdida de territorio en el Este fue seguida de la intensificación del reclutamiento en todas partes, especialmente en Francia y en aquella parte de Italia que seguía bajo el control alemán, donde se
consideraba que quedaban reservas importantes de mano de
obra. Los desembarcos hechos por los aliados occidentales en
Nortnandía, en el verano de 1944, dieron lugar a una fase aún
más desesperada del reclutamiento, que culminó con las redadas de todos los hombres que no estuviesen impedidos físicamente y que pudieron ser encontrados.
Los condiciones de vida
El trato que se dispensaba a los extranjeros a su llegada a Alemania solía ser igual a la dureza de los métodos con que muchos de ellos habían sido reclutados. Con la excepción de una
pequeña minoría, formada principalmente por obreros especializados de los países occidentales europeos, los (trabajadores esclavos eran sometidos a un trato increíblemente brutal
y degradante por parte de sus captores). La gran mayoría de
ellos estaban mal alojados, mal alimentados y tenían poca o
ninguna libertad de movimientos. La línea oficial de la políti-
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ca adoptada respecto a los trabajadores extranjeros es puesta
de relieve por un párrafo del Programa de Movilización del
Trabajo, de Sauckel, fechado el 20 de abril de 1942: «Todos
los hombres habrán de ser alimentados, alojados y tratados
de tal modo que produzcan lo más posible con el menor grado concebible de gastos». Pero ni siquiera se mantenía ese nivel mínimo. Muchos trabajadores extranjeros, particularmente los de los territorios ocupados del Este, se veían obligados
a vivir en condiciones que entorpecían grandemente su capacidad de trabajo, por lo que, a pesar de los castigos
extraordinariamente severos que sufrían los llamados holgazanes, se produjo un descenso considerable de la producción.
La mayoría de los trabajadores agrícolas eran alojados, porque así convenía, por sus mismos patronos, pero la mayoría
de los trabajadores industriales vivían en barracas, con campamentos separados o por lo menos chozas separadas para
las diversas nacionalidades. Desde el punto de vista alemán,
este sistema tenía grandes ventajas. No sólo era más barato,
sino que disminuía los problemas de vigilancia y además separaba a los trabajadores extranjeros de los alemanes. Aunque en teoría estas barracas debían proporcionar alojamiento
satisfactorio a los trabajadores extranjeros, el hecho real era
que tenían muchísimos defectos. En su mayoría habían sido
construidas mal y apresuradamente; no había muebles
suficientes, ni siquiera los más esenciales, o sean sillas y mesas. Tampoco había servicio de retretes. Estaban abarrotadas
v en invierno eran extremadamente frías como consecuencia
del cupo totalmente inadecuado de carbón o leña. En la última parte de la guerra empeoraron aún más las condiciones:
no sólo fueron llevados al Reich mayor número de extranjeros, sino oue además la escasez de materiales de todas clases
significó que no se pudieran llevar a cabo ni siquiera las reparaciones más esenciales.
La situación alimenticia era igualmente poco satisfactoria.
Aunque los extranjeros, con excepción de los procedentes de
los Territorios Ocupados del Este, tenían derecho a raciones
ecmivalentes a las de los alemanes que estaban realizando un
trabajo similar, la realidad es que sufrieron grandes desventa-
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jas. Mientras que los trabajadores alemanes podían comprar
con sus cupones en el sitio donde querían, los extranjeros se
veían obligados a entregar sus cupones a los comandantes de
los campos, donde recibían luego las comidas en unas cantinas comunales. «Las cantidades distribuidas a las cantinas de
los campos donde los trabajadores se veían obligados a tomar
sus comidas eran muy inferiores a lo que les daba derecho su
cartilla de racionamiento». También tenían los extranjeros
otros entorpecimientos en lo que se refiere a la adquisición
de artículos alimenticios no racionados. «Las autoridades alemanas limitaban la venta de alimentos temporal o permanentemente libres de racionamiento mediante otras medidas de
control, tales como tarjetas de identificación de los
consumidores, expedientes de éstos, permisos domésticos
(Kundenausweise, Kundenlisten, Haushaltsausweisé), etc. A
los tenderos se les prohibía, bajo amenaza de castigos, vender
artículos que no estuviesen racionados a clientes que no figurasen oficialmente en las listas o que no estuviesen provistos
de determinados documentos». Como eran muy pocos los extranjeros que de hecho tenían en su poder sus cartillas de
abastecimiento, es evidente que no podían completar de esta
forma sus raciones.
Estaban particularmente mal servidos por lo que respecta a
los suministros alimenticios los trabajadores extranjeros procedentes de las zonas ocupadas orientales, concretamente los
rusos y en menor grado los ucranianos, bálticos y polacos.
Los demás extranjeros tenían, por lo menos, derecho a las
mismas raciones que las personas civiles alemanas, mientras
que los trabajadores del Este estaban específicamente excluidos de esas raciones. «El ruso se conforma con poco. Por lo
tanto hay que alimentarles ligeramente y sin que constituya
una carga grave para nuestra balanza alimenticia. No se le debe acostumbrar a la comida alemana pero se le debe dar lo
suficiente para que conserve la capacidad productiva que corresponde a su puesto.» El suministro de comida era malo
por lo que respecta a la calidad e insuficiente- por lo que respecta a la cantidad y con frecuencia estaba constituido por
pequeñas cantidades del llamado «pan ruso», hecho con cas-
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carrilla de centeno, melaza de azúcar y polvo de paja, o una
sopa muy aguada con unas pocas hojas de col y algunos pedazos de nabo. Esta dieta produjo un incremento terrible del índice de enfermedades, y los encargados del cuidado de los
trabajadores orientales hicieron una serie de protestas. A pesar de esas protestas y de que las autoridades nacionalsocialistas reconocieron que estaban justificadas. el suministro de
alimentos a los trabajadores orientales no experimentó ningún aumento apreciable.
Las condiciones de empleo
Buenos salarios, una jornada razonable de trabajo y vacaciones regulares constituían las promesas hechas por las autoridades alemanas a las personas que se presentaban voluntariamente para trabajar en el Reich. Estas promesas no fueron
cumplidas, y aquellos a quienes se les había ofrecido un trato
igual al de los obreros alemanes se encontraron con una situación muy diferente. Aun cuando su situación material hubiese sido la misma, que no lo era, había ciertas desventajas
para todos los trabajadores extranjeros que prestaban servicio en el Reich, concretamente que los que trabajaban en un
país extraño o tenían que manejarse en una lengua extraña,
muchas veces tenían que tener la sensación de que se les obligaba a contribuir n una guerra que solía ir dirigida contra sus
propios conciudadanos. Por muy poco satisfactorias que fuesen las condiciones de los trabajadores voluntarios de la Europa occidental, mucho peores eran las de los obreros procedentes de la Europa oriental a los que, de manera explícita, se
les negaba la igualdad de trato con los alemanes.
Todos los extranjeros, con excepción de los que se encontraban explícitamente excluidos, tenían derecho a recibir los
mismos salarios que los trabajadores alemanes. Pero el pago
de salarios iguales por el mismo tipo de trabajo no era en modo alguno garantía de que un obrero especializado extranjero
recibiese la misma remuneración que un obrero alemán
igualmente especializado. Era bastante frecuente que, por
ejemplo, los extranjeros fuesen empleados en un trabajo de
grado inferior al que estaban acostumbrados en su propio
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país y se les pagaba con arreglo a los salarios aplicados al tipo
de ese trabajo menos especializado. La gran mayoría de los
trabajadores de la Europa occidental y central estaban sometidos también a los mismos impuestos y tributos para los planes de seguridad social de los que era muy poco probable que
obtuviesen jamás el menor beneficio. Otra causa de descontento que cundió mucho durante la guerra se refería al envío
de dinero a los familiares que seguían en su país. En la mavoría de los países ocupados se produjo una inflación bastante
grande, pero los tipos de cambio para estas transferencias no
fueron alterados sustan-cialmente, con el resultado de que el
poder adquisitivo de los envíos disminuía enormemente.
Los trabajadores del Este y los judíos eran tratados de distinta forma. Se había dispuesto oficialmente que el Código Alemán del Trabajo y las regulaciones para la protección laboral,
no serían de aplicación para rusos, polacos ni indios, mientras no se declarase específicamente lo contrario. No sólo se
les fijaban unos salarios especialmente bajos, sino que además se les imponían unos impuestos mucho más elevados.
Los trabajadores rusos se veían sometidos a la mayor discriminación, teniendo que pagar un «impuesto oriental» (Ostarbeiterabgabe) que creaba una situación en la que un obrero
que ganase un salario comprendido entre 10 y 70 RM por semana, sólo percibía una parte, mientras que el resto era deducido como impuestos para el Reich. El tipo de impuestos era
tal aue ningún obrero, cualquiera que fuese su salario, podía
recibir más del 17 RM por semana, de los cuales, 10,50 RM
eran deducidos por el patrono para gastos de alimentación y
alojamiento. Eran tan malas las condiciones en que se encontraban los trabajadores del Este que, a partir del verano de
1942, se hicieron algunos intentos para mejorar las cosas.
Fue abolido el límite máximo de 17 RM por semana, se elevaron algo las escalas de salarios y se redujeron de manera similar los «impuestos orientales». Finalmente, en virtud de una
orden de 25 de marzo de 1944 fue abolido el sistema especial
de salarios de los obreros orientales.
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Sin embargo, en términos generales parece que los obreros
orientales sólo recibieron, de hecho, muy pocos beneficios
prácticos con todos estos cambios.
Todos los trabajadores extranjero, excepto los de las regiones
ocupadas de la URSS y de los antiguos Estados Bálticos, habían recibido la promesa de poder disfrutar de vacaciones regulares en sus casas. En el caso de los polacos, sólo tenían derecho legalmente a esto los trabajadores industriales, pero las
peticiones de permiso de estos hombres fueron suspendidas
durante casi toda la duración de la guerra. A cierto número
de obreros de la Europa occidental, se les concedió permiso
durante la primera fase de la guerra, pero las dificultades para la concesión de los papeles necesarios y para el transporte,
juntamente con el poco deseo que tenían las autoridades alemanas de perder a ningún trabajador, aunque sólo fuese por
un breve período de tiempo, hicieron que la concesión de permisos a extranjeros fuese cada vez menos frecuente.
En las fábricas y en el campo, los trabajadores extranjeros en
el Reich tenían muchas horas, rara vez menos de 60 por semana, a pesar del hecho de que al ir avanzando la guerra se
fue estrechando la relación entre la duración de la jornada de
trabajo y la productividad por hombre-hora. Para remediar
esta situación, las autoridades alemanas trataron de recurrir
a cierto número de medidas eme variaban desde la franca
coerción hasta las promesas de mejores condiciones y mayor
paga. Al final de la guerra se empleó cada vez más la coerción
y se aumentaron las horas de trabajo, de tal modo que en el
otoño de 1944 se exigía a los extranjeros que trabajasen por
lo menos doce horas diarias con una sola interrupción de una
hora.
Los prisioneros de guerra
Algún tiempo antes de que estallase la guerra, Alemania se
dio cuenta de la importancia potencial de los prisioneros de
guerra como fuente de trabajo. Se dictaron disposiciones para el empleo de los prisioneros como trabajadores en caso de
guerra y se subrayó la necesidad de una estrecha coordinación con las autoridades encargadas del reclutamiento ci-
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vil.
De acuerdo con las disposiciones de la Convención de Ginebra de 27 de julio de 1929 (sobre los prisioneros de guerra),
estaba permitido el empleo de los prisioneros, pero se establecían estrictas regulaciones respecto al tipo de prisioneros
que podían ser empleados y a la clase de trabajo que se les podía exigir que realizaran.
«Los beligerantes pueden emplear como trabajadores a los
prisioneros de guerra físicamente aptos que no sean oficiales
ni personas con un estatuto equivalente, según su rango y su
capacidad. No obstante, si los oficiales o personas con estatuto equivalente solicitasen un trabajo adecuado, deberá proporcionárseles, en la medida de lo posible. Los oficiales
inferiores que se encuentren prisioneros de guerra sólo podrán ser obligados a realizar trabajos de inspección, a menos
que de una manera expresa soliciten una ocupación remuneradora.»
El tipo de trabajo que se puede realizar, es definitivamente de
la siguiente forma:
«El trabajo realizado por los prisioneros de guerra no deberá
tener conexión con las operaciones de guerra. De manera narticular está prohibido emplear a los prisioneros en la fabricación o en el transporte de armas o municiones de ninguna
clase, o en el transporte de materiales destinados a las unidades combatientes.»
Estas regulaciones fueron transgredidas continuamente por
los alemanes en su intento de obtener el máximo beneficio de
los prisioneros que se encontraban bajo su control. Los prisioneros rusos fueron víctimas de un trato particularmente
brutal, basándose en que la URSS no se había adherida a la
Convención de Ginebra, por lo que las autoridades alemanas
no estaban obligadas a respetar sus disposiciones en el trato a
los subditos rusos. Los oficiales de graduación inferior de muchas naciones y en el caso de los rusos incluso los oficiales superiores, fueron obligados a trabajar. El empleo de los oficiales rusos había sido ordenado de manera específica, según demuestra una orden de fecha 24 de marzo de 1942 del OKW,
que decía: «Como consecuencia de la situación laboral gene-
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ral, el empleo de prisioneros de guerra soviéticos, incluidos
los oficiales, tiene una importancia decisiva. En principio se
permite en todas partes a menos que haya objeciones por razones de defensa en casos individuales». A los prisioneros de
todas las nacionalidades se les obligó a trabajar en fábricas de
municiones; fueron empleados para cargar bombas en los
aviones, para reparar los aeródromos y para construir fortificaciones.
La importancia de los prisioneros de guerra como fuente de
mano de obra, es mostrada por la tabla siguiente:
El empleo de prisioneros de guerra (el 31 de mayo)
1940...................................................348.000
1941..................................................1,316.000
1942.......... .......................................1.489.000
1943..................................................1.623.000
1944..................................................1.831.000
Las disposiciones relativas a las condiciones de vida de los
prisioneros fueron transgredidas lo misino que las relativas al
empleo y, una vez más, los rusos fueron los peor tratados.
«Ya no es un secreto para amigos ni enemigos que centenares
de miles de ellos han muerto literalmente de hambre o de frío
en nuestros campos. Se dice que no había suministros suficientes de alimentos para ellos. Es peculiar el hecho de que
los suministros de alimentos sólo escasean para los prisioneros de guerra de la Unión Soviética, mientras que no han sido
tan fuertes las quejas en relación con el trato que se dispensa
a otros prisioneros de guerra, polacos, servios, franceses e ingleses.»
Sin embargo, en muchos casos los prisioneros de guerra de
otras nacionalidades recibían un trato que no se ajustaba en
modo alguno a las normas mínimas establecidas por la Convención de Ginebra.
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El trabajo en los campos de concentración
La existencia de un gran contingente de personas paradas
aunque se encontraban sometidas al más estrecho confinamiento., iba evidentemente contra los intereses alemanes a
causa de la aguda escasez de mano de obra que se produjo en
el Reich durante la guerra. En vista de eso, en la primavera
de 1942, Himmler 268 decidió movilizar, en el mayor grado
posible, la mano de obra existente en los campos de concentración.
«La guerra ha provocado un cambio notable en la estructura
de los campos de concentración y ha cambiado la misión de
éstos respecto al empleo de los prisioneros. La custodia de los
prisioneros, exclusivamente por razones de seguridad, educación o prevención, ya no es la consideración principal. Cada
vez más va ocupando el primer puesto la movilización de todos los prisioneros aptos para trabajar para los íines de guerra y para los unes de la construcción en la futura paz. Por lo
tanto, se imponen ciertas medidas para transformar los campos de concentración en organizaciones más adecuadas a las
tareas económicas, mientras que antes sólo tenían un interés
meramente político».
En el empleo de los internados en los campos de concentración no se tenía en cuenta ninguna consideración como no
fuese relacionada con el deseo de sacar de los prisioneros la
mayor cantidad posible de trabajo.
«Este empleo debe ser exhaustivo en el verdadero significado
del término, con el fin de obtener el mayor trabajo posible...
No hay límites en las ñoras de trabajo. Su duración dependerá de la clase de establecimientos de trabajo que haya en los
campos y de la clase de trabajo que se realice. Será fijada única y exclusivamente por los comandantes de los campos. Por
lo tanto, habrá que restringir al mínimo todas aquellas circunstancias que puedan producir un acortamiento de la jornada de trabajo (por ejemplo las comidas, pasar lista) hasta
que ya no se pueda condensar más su ejecución. Está prohibido realizar grandes marchas hasta el lugar de trabajo y sólo
habrá una pausa a las doce del día, para comer.»
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No se hizo el menor intento de mantener a los prisioneros en
un estado, sanitario que les permitiese continuar el trabajo
durante un largo período. Desde luego, el exterminio de los
llamados elementos «antisociales» formaba parte de un franco programa, tal como se demuestra en un memorándum sobre un acuerdo alcanzado el 18 de septiembre de 1942 entre
Himmler y el Ministro de Justicia, Thierack:
«Las personas antisociales, en lugar de cumplir sus sentencias, serán entregadas al Reichsführer-SS para hacerles trabajar hasta morir. Las personas que se encuentren bajo arresto
de protección, judíos, gitanos, rusos y ucranianos, polacos
con sentencias superiores a tres años, checos y alemanes con
sentencias superiores a ocho años, serán entregados, de
acuerdo con las decisiones adoptadas por el Ministro de Justicia del Reich.»
El efecto de las jornadas de trabajo excesivamente largas se
vio aumentado por las terribles condiciones en que se veían
obligados a vivir los prisioneros. Los campos estaban abarrotados, había pocos muebles o ningunos y ni siquiera había camas. Las instalaciones sanitarias, en la mayoría de los casos,
no existían. En el Campo de la Humboltstrasse, agregado a
las fábricas Krupp de Essen, las mujeres judías «no tenían zapatos y andaban descalzas. La única ropa que usaban estaba
formada por un saco con unos agujeros para sacar los brazos
y la cabeza» Los suministros de comida eran totalmente inadecuados. «En Buchenwald, la ración era de 600 a 700 calorías diarias y solía estar formada por una sopa muy aguada de
coles y otras verduras y un pedazo pequeño de pan por las
mañanas y otro por las tardes.»
La responsabilidad por el empleo de los internados en los
campos de concentración fue asumida primeramente por
Himmler, en su calidad de Reichführer-SS, pero en el otoño
de 1942 Speer se las arregló para que esta fuente de mano de
obra quedase bajo su control. El objetivo de esta medida era
incrementar la producción empleando a los prisioneros en las
fabricas que se encontraban bajo la dirección de Speer, en las
que se había podido asegurar el suministro de herramientas y
equipos. Para compensar esta pérdida, se acordó que Himm-
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ler recibiese una participación en la producción de armamentos para las SS. Estos acuerdos iniciaron una expto tación en
gran escala del trabajo de los campos de concentración; el suministro de víctimas era asegurado por Himmler que sustituyó, siempre que fue necesario, las medidas de carácter general por otras medidas especiales destinadas a las personas
que, de lo contrario, no habrían podido sei enviadas a campos
de concentración, mientras se elevaba la producción mediante la construcción de campos pequeños en las proximidades
de las fabricas importantes.
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Capitulo VII Los Transportes
Durante la guerra era de urgente necesidad para Alemania el
disponer de un sistema eficaz de transportes y los transportes
europeos, lo mismo que los demás recursos de Europa, fueron puestos al servicio de las necesidades alemanas. Con este
fin, todos los sistemas nacionales de transporte, no sólo de
los países ocupados, sino también los de los aliados de Alemania, quedaron sometidos a un sistema de control que, aunque a veces era manejado de manera sólo indirecta, en todos
los casos era prácticamente completo. La tarea de los transportes en Alemania era enorme. El bloque de sus enemigos y
la hostilidad de un número creciente de países ultramarinos
redujo considerablemente su comercio con ultramar y con él,
su problema naval, pero, por otra parte, aumentó continuamente la demanda de transportes dentro de Europa. Durante
la primera época de la guerra, el territorio bajo su control se
fue extendiendo, lo mismo que sus tareas militares; la escasez
de materiales de vital importancia entorpeció toda medida en
gran escala de reequipamiento y más tarde el efecto creciente
de los bombardeos sobre los territorios controlados por los
alemanes ocasionó una severa dislocación que culminó con la
interrupción casi completa de los servicios de transporte, en
el otoño de 1944. Hasta esa fecha Alemania fue capaz de hacer frente a sus necesidades más vitales de transportes. Esto
es una prueba de la forma despiadada de actuar y de la eficacia de la organización de los transportes alemanes.
La situacion de los transportes alemanes al estallar la guerra
Incluso antes de estallar la guerra aumentaron seriamente las
demandas planteadas al sistema alemán de transportes. En el
año 1937 se había alcanzado un estado de pleno empleo, con
la consiguiente elevación de la demanda en los transportes y
a esto había venido a sumarse la demanda ocasionada por
proyectos militares tales como la construcción de la Línea
Sigfrido y por el aumento de la producción de materiales sintéticos.
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El Anschluss con Austria y la ocupación de Bohemia y Moravia, aumentaron el número de vehículos bajo control alemán,
pero en conjunto, las ganancias no fueron realmente suficientes para compensar los nuevos compromisos contraídos en
esos países. 64
El núcleo principal del tránsito dentro del Reich se basaba en
los servicios ferroviarios de la Reichsbahn que, en 1937 transportaba aproximadamente dos terceras partes del tonelaje to64
Adolf Hitler con Goebbels, su esposa y sus tres hijos
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tal de mercancías movidas dentro de Alemania. Una quinta
parte aproximadamente era transportada por las líneas de navegación interiores, tanto ríos como canales, y el resto era
transportados por carretera o por ferrocarriles particulares.
El tránsito de cabotaje en Alemania tenía una importancia secundaria, pero incluso en tiempos normales se utilizaba para
completar otros medios de transportes. La mayoría de los medios de transporte resultaron afectados adversamente por la
depresión de los primeros años de la cuarta década, que produjo una reducción en la demanda de transportes, un aumento de la competencia y la consiguiente reducción del desarrollo de los medios de transporte. El número de vehículos propiedad de la Reichsbahn disminuyó durante los años comprendidos entre 1929 y 1937, pero esta disminución fue compensada, en gran parte, por la mayor eficacia de los nuevos
vehículos. La navegación interior aumentó y mejoró algo, pero la paralización de las nuevas construcciones, impuesta como consecuencia de la crisis de la navegación durante la época de la depresión, no fue suprimida hasta 1937, época en la
que era ya imposible iniciar ningún programa de construcciones en gran escala. La red alemana de carreteras mejoró grandemente como consecuencia de las medidas tomadas por Hitler contra el paro obrero, pero este incremento no tuvo aplicación respecto a camionetas y camiones, ya que el transporte de mercancías por carretera estaba sometido a un severo
sistema de licencias, para impedir que hiciese una seria
competencia a la Reichsbahn. La navegación mercante se encontraba en una situación algo distinta, porque durante todo
el período comprendido entre las dos guerras, Alemania se
dedicó a reconstruir su flota después de su confiscación al terminar la primera Guerra Mundial y en 1939, Alemania poseía
una flota mercante eficaz y moderna.
Los efectos de la situacion militar cambainte sobre los transportes alemanes
Aparte de las demandas ocasionadas por el ataque militar
contra Polonia, el estallido de la guerra produjo cambios inmediatos en la situación de los transportes alemanes.
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El cambio más notable tuvo lugar en las funciones relativas
de los sistemas de transportes ultramarino e interior. A partir
de septiembre de 1939, cambió radicalmente todo el conjunto
de las funciones de la marina mercante. Se abandonaron todas las travesías al extranjero, a gran distancia, con excepción
de unos pocos barcos capaces, por su velocidad, de escapar al
bloqueo impuesto por los enemigos de Alemania, en un intento para transportar suministros de importancia vital al Reich.
Durante el resto de la guerra, la navegación mercante se limitó, más o menos, al suministro de ciertos materiales escasos
procedentes de España y Suecia, al transporte de suministros
militares y al mantenimiento, en la medida de lo posible, del
comercio de cabotaje, con el fin de limitar la carga impuesta a
los sistemas interiores de transporte. Para estas misiones, la
flota mercante, reforzada con los barcos capturados en los
países ocupados, tenía fuerzas suficientes.
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La situación de los transportes interiores era muy diferente.
El aumento de la actividad militar incrementó de manera
automática las demandas planteadas al sistema de transportes y además recayeron sobre él nuevas demandas por la necesidad de encontrar un sustitutivo por las rutas terrestres
para las muchas mercancías que antes habían sido transportadas por mar de y hasta los puertos del Norte de Alemania.
Las exportaciones de carbón a Italia, por ejemplo, que en una
gran parte habían sido transportadas anteriormente por mar,
tuvieron que ser enviadas durante ciertas fases de la guerra
por las rutas ferroviarias ya congestionadas, a través de Suiza. Las importaciones alemanas del Sudeste de Europa también tenían que ser transportadas por las rutas interiores, en
parte por ríos y canales, pero en su mayoría por ferrocarril.
Estas demandas crecientes tenían que ser satisfechas a pesar
de las dificultades en los suministros, ya que el bloqueo había
ocasionado una escasez inmediata de ciertas materias primas, de las cuales las más importantes eran el aceite pesado y
el caucho. La escasez de estos productos se dejó sentir con
mayor intensidad en la esfera de los transportes por carretera
y dio como resultado la introducción de restricciones en el
uso civil de vehículos a motor, lo cual vino a aumentar aún
más la carga que tenía ya que soportar la Reichsbahn.
Durante la primera parte de la guerra aumentaron continuamente las tareas de los transportes alemanes, pero en general
esto iba acompañado de un incremento equivalente o más
que equivalente en los recursos. Aunque ni la ocupación de
Polonia ni la de algunas partes del Sudeste de Europa añadieron mucho a los recursos alemanes, como consecuencia de
las extensas destrucciones y del estado relativamente atrasado de los medios de transportes en aquellas regiones, la campaña de la Europa occidental produjo ganancias. En esos países, especialmente en Francia y Bélgica, estaban altamente
desarrollados los sistemas de transportes que eran eficaces y
que fueron puestos al servicio de los alemanes, con gran cantidad de equipos. Un ejemplo de la amplitud de las requisas
alemanas nos lo facilitan las cifras oficiales proporcionadas
por el Gobierno de Holanda en los juicios de Nuremberg:
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«Ferrocarriles: de un total de 890 locomotoras, 490 fueron
requisadas; de un total de 30.000 vagones de mercancías
28.950 fueron requisados; de un total de 1.750 coches de viajeros, 1.446 fueron requisados; de un total de 300 trenes eléctricos, 215 fueron requisados; de un total de 37 trenes con
máquina Diesel, 36 fueron requisados. En general, el poco
material que dejaron los alemanes estaba muy estropeado,
por el uso, por las operaciones militares o por actos de sabotaje. Además del parque rodante, los alemanes enviaron al
Reich cantidades considerables de railes, grúas, plataformas
giratorias, vagones de reparaciones, etc.»
Las requisas alemanas de medios de transporte extranjeros
no se limitó en modo alguno a los vehículos y equipos ferroviarios. Gabarras, vehículos a motor, navios de cabotaje y
transatlánticos e incluso tranvías, fueron utilizados por los
alemanes para aumentar sus propios recursos domésticos.
El ataque alemán y la penetración en la URSS marcaron el comienzo de una nueva fase. En la Europa occidental, una gran
parte de los medios de transporte existentes habían caído intactos en manos de los alemanes. Esto había permitido a Alemania aumentar considerablemente sus reservas de vehículos de todas clases. En cambio, la ocupación de grandes
zonas de la Unión Soviética provocó el comienzo de una nueva carga muy severa sobre los transportes alemanes. Los rusos practicaron la política de tierra calcinada y por lo que se
refiere al transporte lo hicieron de manera muy severa. No sólo se llevaron al interior de Rusia todas las locomotoras y vagones de ferrocarril, los vehículos de motor y las gabarras, sino que además destrozaron grandes trozos de líneas férreas,
se llevaron los railes o los dejaron inservibles. Otra complicación fue que Rusia no utilizaba el ancho de vía normal de Europa, sino otro considerablemente mayor, con lo que resultaba imposible para los alemanes el utilizar sus máquinas y sus
vagones propios, o los capturados en los países ocupados, sin
llevar a cabo alteraciones sustanciales. Estas dificultades fueron particularmente graves en vista de la enorme cantidad de
material que había que transportar a grandes distancias con
el fin de llevar adelante una campaña de la amplitud del ata-
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que contra Rusia, y también por el hecho de que ya no era posible ninguna política de reconstrucción o sustitución de vehículos o equipos en gran escala.
Hasta cierto punto, el problema de los transportes alemanes
se vio facilitado a partir de 1943, como consecuencia de la retirada gradual de las fuerzas armadas alemanas hacia las
fronteras del Reich, con lo que iba disminuyendo la longitud
de los transportes. Pero surgieron otras dificultades. Él empeoramoento de la situación militar significaba, entre otras
cosas, la interrupción del comercio naval por el Mediterráneo, mientras que el creciente poderío naval de los enemigos
de Alemania redujo aún más la seguridad del comercio por el
Atlántico. Además, los neutrales empezaron a mostrarse reacios a comerciar y el resultado fue que Suecia canceló, en
agosto de 1943, el acuerdo que permitía el paso de soldados
sin armas y de material de guerra a través de su territorio.
El problema más grave con que se tuvo que enfrentar el sistema alemán de transportes durante la última parte de la guerra fue, sin embargo, el efecto causado por los crecientes
bombardeos realizados contra el Reich por sus enemigos. El
intenso bombardeo de las zonas industriales impuso la necesidad de trasladar a zonas más seguras algunas fábricas y
gran número de personas, al mismo tiempo que el sistema de
transportes se veía directamente afectado por el bombardeo
de puentes y vías férreas, la destrucción de talleres y centros
de reparación y fabricación de eqviipos ferroviarios. Durante
toña la guerra fue arrojado un número considerable de toneladas de bombas sobre los objetivos de los transportes de Alemania y de los territorios en poder de los alemanes, pero esta
forma de ataque se intensificó en los meses que precedieron
al Día D, singularmente en el último período de 1944, ciando
por resultado una dislocación casi completa de todos los medios de transporte.
Los metodos alemanes de control de los transportes en toda
Europa
El control alemán de los transportes en Europa fue eficaz no
sólo en los territorios ocupados, sino también en los territo-
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rios de sus aliados, e incluso, en cierto grado, en los países
neutrales. Pero variaban mucho los métodos por medio de los
cuales se lograba ese control, lo mismo que ocurría con los
métodos empleados para controlar otras esferas de la economía europea. Una vez más, en la medida en que era posible, se dejaba la administración cotidiana en manos cíe las
autoridades locales. El personal alemán sólo desempeñaba
puestos de supervisión.
Sin embargo, en ciertas zonas, los alemanes creyeron más
aconsejable poner los medios de transporte bajo el control directo del Reich. Estas zonas podían dividirse, en términos generales, en dos categorías: las que estaban incorporadas al
Reich o que estaban destinadas a ser incorporadas, y las que
eran importantes desde el punto de vista estratégico. Entre
las primeras se encontraban Austria y Luxemburgo, juntamente con algunas partes de Checoslovaquia, Polonia, Bélgica, Francia, Yugoslavia y Lituania, mientras que la segunda
incluía zonas tales como la costa atlántica de Francia y Bélgica y gran parte de la Rusia ocupada. En las primeras regiones, todos los ferrocarriles fueron absorbidos por la Reichsbahn, mientras que en las Segundas estuvieron dirigidos por
el ejército o por la Reichsbahn. Los ferrocarriles de los antiguos Estados Bálticos estuvieron también dirigidos durante
un breve período por el ejército, pero su control fue transferido a las administraciones indígenas en la primavera de 1942.
Los alemanes crearon varias unidades administrativas nuevas para los transportes, como consecuencia de los cambios
territoriales y aunque todas ellas eran nominalmente independientes, de hecho estaban estrechamente controladas por
alemanes. De estas unidades, la que estaba controlada de una
manera más evidente era la Ostbahn, que fue creada en el Gobierno General de Polonia para asumir en aquella región las
funciones de los Antiguos Ferrocarriles del Estado polaco.
Tanto la administración como las finanzas de la Ostbahn quedaban específicamente separadas de las de la Reichsbahn, pero los altos funcionarios eran alemanes que en muchos casos
eran ayudados por personal de la Reichsbahn.
Por lo demás, los antiguos ferrocarriles checos, con exclusión
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de aquellas partes que habían sido anexionadas al Reich, se
encontraban divididos en dos unidades dirigidas respectivamente por las administraciones de Bohemia-Moravia y de Eslovaquia, mientras que en Yugoslavia se siguió poco más o
menos la misma política, quedando dividido el control entre
los Gobiernos de Eslovenia y Croacia. En todas estas zonas la
administración de los ferrocarriles se encontraba teóricamente en manos del Estado, pero siempre bajo la estrecha vigilancia de los funcionarios alemanes.
En la Europa occidental y septentrional, con exclusión de las
zonas antes mencionadas, los alemanes preferían dejar la estructura administrativa más o menos inalterada. Pero en todas partes, a los alemanes se les conferían facultades de inspección para tener la seguridad de que se atendían plenamente las necesidades del tránsito y que se les daba prioridad
frente al tránsito no alemán. En Francia, por ejemplo, seguía
funcionando la Sacíete Nationale des Chemins de Fer pero el
control final de los ferrocarriles era ejercido por la dirección
de tránsito del ejército (Wehrmachtverkehrsdirektion, que
más tarde cambió este nombre por el de Hauptverkehrsdirektion). Una de estas direcciones se encontraba en Bruselas
para controlar los ferrocarriles de Bélgica y de algunas partes
del Norte y del Este de Francia y otra en París, que controlaba los ferrocarriles del resto de la Francia ocupada. Estas dos
direcciones tenían sucursales responsables de sectores particulares dentro de la zona principal. Cualesquiera que fuesen
los títulos precisos de estas oficinas, sus funciones eran siempre las mismas, concretamente dar instrucciones a las administraciones interesadas con el fin de asegurar la más absoluta prioridad para las necesidades alemanas de tránsito.
Ni siquiera los aliados de Alemania escaparon a cierto grado
de control de sus sistemas de transportes. Ya en 1941 había
informes de que funcionarios de la Reichsbahn controlaban
las principales estaciones ferro- viarias de Italia, mientras
que la importancia del Sudeste de Europa tanto como abastecedor de artículos alimenticios y materias primas de importancia vital, como más tarde en su calidad de base de operaciones contra la Unión Soviética, significó que Alemania es-
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tableció en la primera fase de la guerra, una situación en la
que actuaba como arbitro de todas las cuestiones relativas a
los transportes en aquella región. También los neutrales, aunque no estaban sujetos a una dirección detallada por parte de
los transportes alemanes, se vieron obligados, como consecuencia de su estado de dependencia de los suministros alemanes, a satisfacer la mayor parte de las demandas alemanas
de transportes durante la mayor parte de la guerra.
La organizacion alemana de los transportes europeos
El control de los sistemas de transporte de la mayoría de los
países europeos dio a Alemania la posibilidad de imponer sus
deseos en todo el continente. Como este control funcionaba
en la mayoría de los casos indirectamente, los alemanes lograron conseguir la mayoría de sus objetivos mediante la simultánea publicación de órdenes en los diferentes países, sin
necesidad de dar decretos desde el Reich. De hecho, con excepción de algunas oficinas encargadas de dirigir los fletes,
no se crearon en la Europa controlada por las alemanes, autoridades supranacionales de transportes.
El objetivo que perseguía el control alemán de los medios europeos de transporte, consistía en asegurar, dentro de lo posible, la satisfacción de las necesidades alemanas de transporte, aunque fuese preciso hacerlo así a costa de otras naciones.
Para conseguirlo era necesario disponer de vehículos y equipos siempre que surgiera una gran necesidad de ellos, sin tener en cuenta si se obtenían en el propio país o no y, al mismo tiempo, procurar que se hiciera el mejor uso posible de
los vehículos disponibles.
Ya se ha hecho alguna indicación respecto a la amplitud de
las requisas alemanas de medios de transporte extranjeros. A
lo largo de toda la guerra hubo un continuo desplazamiento
de una parte a otra y estos desplazamientos se incrementaron
después del ataque alemán contra Rusia. Al trasladarse los
vehículos alemanes hacia el frente oriental, otros vehículos
eran traídos de la Europa occidental, particularmente de
Francia y Bélgica, para ocupar su puesto en Alemania.
Se introdujeron varias medidas para asegurar el mejor em-
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pleo posible de los transportes existentes. En todas partes se
introdujo un estricto sistema de prioridad en virtud del cual
se redujo todo transporte que no fuese esencial, particularmente los servicios de pasajeros, y las necesidades de los
transportes civiles quedaron subordinadas a las de las mercancías esenciales de guerra. Siempre que era posible se desplazaban los envíos de los medios de transporte más agobiados, hacia los menos agobiados, de tal modo que la tendencia
era a llevar los transportes de los ferrocarriles hacia las líneas
de navegación interior, aunque el alcance de estas desviaciones estaba limitado por el mayor tiempo que exigían los
transportes fluviales.
Por toda Europa se promulgaron disposiciones para asegurar
la carga plena de los vagones y el uso al máximo de la fuerza
de las locomotoras y se realizaron intentos para acelerar la
circulación del parque rodante, elevando las tarifas de estacionamiento. También se realizó otro intento para limitar las
demandas planteadas al sistema de transportes mediante la
introducción de medidas destinadas a reducir las distancias
de los envíos, exigiendo a las empresas que no comprasen
más que a los abastecedores más próximos.
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Capitulo VIII Las Finanzas
La financiacion interior de guerra alemana
Dadas las condiciones cíe la guerra moderna, en cualquier
país las finanzas se convierten en una consideración secundaria. La producción está exclusivamente limitada por las disponibilidades de recursos, tanto humanos como materiales y la
necesidad de encontrar fondos adicionales para la adquisición por el Estado de una cantidad creciente de la producción
nacional nunca llega a ser un factor de limitación. El mecanismo normal de los precios deja de regular la vida económica
del país y es sustituido por un sistema de controles directos
de la producción y del consumo. De hecho, la técnica de financiación de la guerra a base cíe recursos interiores en la
Alemania nazi, se diferenciaba muy poco de la adoptada en
cualquiera de los grandes países beligerantes, y lo único especial que había en el caso de Alemania era que las medidas introducidas por las democracias después de estallar la guerra
ya habían estado en vigor en Alemania desde unos años antes. Los preparativos prebélicos ya lian sido descritos
anteriormente, y ahora basta con que demos cuenta brevemente de los más importantes.
Preparativos financieros de anteguerra
La política financiera adoptada por el Gobierno nazi a partir
de 1933 no sólo se amoldaba bien a su finalidad inmediata cíe
contrarrestar la depresión, sino también a los preparativos
necesarios para la guerra. El sistema financiero del país quedó totalmente sometido a los objetivos políticos del Partido y
para conseguir esto hubo que cumplir con ciertos requisitos.
Había que satisfacer plenamente las demandas de créditos
del Gobierno, mientras que, por otra parte, las demandas privadas de capital tenían que ser cuidadosamente seleccionadas para asegurarse de que el propósito perseguido estaba
plenamente de acuerdo con el programa general gubernamental. Había que mantener una economía estable para que
el público no mostrase ansiedad por la inflación, cuyos efec-
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tos desastrosos recientes estaban todavía vivos en la memoria
de todos y, por lo tanto no debía elevarse el precio de los materiales y de los artículos que necesitaba el Gobierno. Finalmente, había que impedir que aumentase el consumo privado desviando de esta forma trabajo y materiales que necesitaba el Gobierno para la producción de mercancías de guerra.
La provisión de créditos adecuados y su encauzamiento por
los conductos deseados, fueron cosas que se lograron por medio de la ampliación del control estatal de los bancos y del
mercado de capital. Por medio de una serie de medidas, iniciadas en 1933, el Gobierno se adueñó del control completo
del Reichsbank, introduciendo el «principio del caudillaje»
en virtud del cual el Presidente del banco y los miembros de
la Oficina de Directores eran nombrados por el Presidente
del Keich. Una vez asegurado el control gubernamental fueron ampliados los poderes del Reichsbank de tal modo que
pudiese proporcionar crédito público hasta una cuantía fijada
por Hitler y sus consejeros. En 1939 no había límite legal a la
facultad de crear crédito por parte del Reichsbank: podía incluso emitir moneda para el pago de cuentas comerciales y de
Tesorería, o para el pago de artículos y luego utilizar estas
cuentas como valores para cubrir la emisión fiduciaria, o sea
los mismos billetes que habían servido para el pago. Este mecanismo no tenía límites.
AI mismo tiempo que se hacía con el control del banco central, el Gobierno ampliaba sus poderes sobre los bancos comerciales. La Ley de Crédito alemana de 5 de diciembre de
1934, facultaba al Gobierno para supervisar cualquier fase de
las actividades bancarias, mientras que la Ley Preparatoria
para la Reconstrucción de la Economía Alemana, de 27 de febrero de 1934, y su primer Reglamento Administrativo, de 27
de noviembre de 1943, introdujeron el «principio del caudillaje». En virtud de la Ley de Crédito, el Gobierno no sólo podía exigir toda clase de detalles sobre los procedimientos bancarios, sino también ejercer un estricto control de la concesión de préstamos de cuantía importante a los clientes de los
bancos.
Para asegurar el control completo de la vida financiera del
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país, el Gobierno tenía que someter a su influencia el mercado de capitales v amoldarle a su propósito de absorber una
cantidad siempre creciente de valores del Tesoro. Entre las
medidas adoptadas figuraban la limitación de los dividendos,
la reducción de los tipos de interés de los valores que de otro
modo habrían constituido una tentación para que el capital
no acudiese a los valores del Gobierno y, lo más importante,
una drástica limitación de las nuevas emisiones de capital.
Con este último fin, se constituyó un comité especial encargado de examinar todos los proyectos de emisión de capital y se
le concedió plena autoridad para decidir si cualquier emisión
particular habría de servir probablemente o no a los intereses
de la nación.
El problema complementario de la regulación del flujo de inversiones era el de limitar la cantidad de dinero que quedaba
en manos de los particulares para gastos en artículos que no
eran considerados necesarios desde el punto de vista del Gobierno y el impedir la elevación general de los precios que se
habría producido dejando una cantidad mayor de dinero para
poder comprar libremente una cantidad de artículos de consumo que no había sufrido variación. En vista del enorme incremento de los gastos gubernamentales en armamentos y en
otros proyectos durante las años que precedieron de manera
inmediata al estallido de la guerra, este problema adquiría un
aspecto muy real. La manera más decidida e importante de
afrontar estos problemas era la elevación de los impuestos. El
partido nazi tuvo la suerte de encontrarse en Alemania, en el
momento de su acceso al poder, con un sistema impositivo
muy eficiente y completo. Este sistema basado en la llamada
Reforma de los Impuestos de Erzberger de 1919-20, había sido inaugurado en la época en que Alemania se enfrentaba
con grandes demandas de reparaciones y estaba destinado a
recoger una proporción considerable de los ingresos nacionales para satisfacer esas demandas. Fue adoptado, con muy
pocas alteraciones, por el partido nazi.
Para completar los elevados impuestos y el control de pago
de dividendos como medio de reducir la compra de artículos
de consumo e impedir la inflación, había varias regulaciones
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de precios y salarios. El control de precios como arma principal de la política deflacionista del Gobierno de Brüning, durante la depresión, pero bajo el régimen de los nazis, sus funciones fueron transformadas y ampliadas. El problema había
dejado de referirse a la reducción de los niveles de precios
existentes, para estar constituido por el deseo de impedir los
aumentos en la medida de lo posible, mientras que las funciones de las autoridades encargadas del control de los precios,
en vez de ser principalmente supervisoras, se convirtieron en
la activa fijación y formación de los precios. La creciente
prosperidad de los años de la cuarta década del siglo, combinada, especialmente a partir de 1936, con el rearme en gran
escala, hizo que la demanda superase a la oferta en casi todas
las esferas de la economía. El temor por el programa de rearme indujo al Gobierno alemán, en el otoño de 1936, a reforzar aún más todo el mecanismo de control de precios. Un
Decreto de 29 de octubre de 1936, creaba un nuevo puesto de
Comisario de Precios que quedaba directamente bajo la autoridad de la Organización del Plan Cuatrienal. Al Comisario de
precios le fue transferida toda la autoridad que anteriormente tenían los diversos departamentos gubernamentales para
la supervisión, aprobación o formación de precios y se le confirió autoridad sobre las mercancías y servicios de todas clases, con excepción de sueldos y salarios. No sólo era responsable de la fijación de los precios de los artículos que llegaban
en su forma final al consumidor, sino también de la supervisión de los precios durante las fases intermedias de la producción.
La base de la política alemana de precios, a partir de 1936,
fue el Decreto de Contención de Precios de 26 de noviembre
de 1936, en virtud del cual, el Comisario de Precios prohibió
todos los aumentos por encima del nivel alcanzado el 17 de
octubre de 1936, como no fuera con su autorización expresa.
Como la contención de precios no sólo congeló los precios individuales sino también la relación entre los diversos precios,
el número de excepciones que se demostró que eran necesarias resultó muy grande en los años siguientes y a mediados
de 1940 alcanzaba la cifra de 7.000. Pero, en general, el nivel
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de precios se mantuvo relativamente estable, y el índice de
los precios de mayorista (1913 = 100) se elevó de 104,1 en
1936 a 106,9 en 1939.
La necesidad de controles de salarios se hizo evidente mucho
más tarde que la de los controles de precios, a causa del extenso paro obrero que había sido consecuencia de la depresión. Mucho antes de que fuese ejercido, el Gobierno disponía ya de los poderes necesarios. La Ley de Regulación Laboral de 20 de enero de 1934, produjo el efecto de situar la organización de las relaciones industriales directamente en manos del Gobierno se crearon comisiones laborales que fueron
facultadas para dictar disposiciones colectivas» respecto a los
salarios y condiciones de empleo, en sustitución de los antiguos acuerdos colectivos entre patronos y obreros. Al agudizarse la escasez de mano de obra en la primera parte del año
1938 y generalizarse la tendencia al alza de los salarios, los
comités laborales recibieron poderes, por un Decreto de 25
de junio de 1938, para fijar salarios máximos en las industrias específicamente determinadas por el Ministerio del Trabajo, y se exigió a los patronos que obtuviesen el previo consentimiento del comité laboral, antes de mejorar las condiciones de empleo. A pesar de que la urgente demanda de mano
de obra impulsaba a intentar eludir esta disposición mediante el pago de subsidios de alojamiento, aumento de los subsidios familiares y otras medidas, los salarios se mantuvieron
prácticamente estables durante el período comprendido entre 1933 y 1939.
Medidas de tiempo de guerra
Como hemos visto anteriormente, todo mecanismo de financiación de guerra existía ya mucho antes del ataque contra
Polonia. El estallido de la guerra no produjo ningún cambio
radical en la política financiera, sino, únicamente, un reforzamiento de las restricciones y una nueva sustitución de los
controles financieros por controles directos de la producción
y del consumo.
Durante el curso de la guerra se añadieron pocos métodos impositivos nuevos y la proporción de gastos del Reich cubier-
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tos por los impuestos disminuyó continuamente.303 Los primeros cambios en la legislación relativa a los impuestos se
produjeron con el Decreto de Economía de guerra del 4 de
septiembre de 1939 que introdujo tres nuevas medidas: una
sobretasa que gravaba todos los ingresos superiores a 2.400
RM.; un recargo especial de guerra del 20 por 100 en la venta
de tabaco y de bebidas alcohólicas, y una contribución de guerra que tenía que ser pagadas por las asociaciones, las autoridades locales y otros organismos públicos y semi-públicos.
No se hicieron nuevos cambios hasta el verano de 1941, fecha
en la que se elevó el recargo del tabaco y las bebidas alcohólicas al 50 por ciento, se introdujo un impuesto sobre los dividendos y se añadió un recargo de guerra del 25 por 100 a los
impuestos de las compañías anónimas. No hubo ningún otro
cambio de importancia más que la acumulación del impuesto
de 1924 que se obligaba a pagar a los propietarios de casas
para compensar la desvalorización, por inflación, de las hipotecas de sus casas. En virtud de la nueva disposición, los propietarios de casas tenían que pagar una suma igual a diez veces la cuantía del pago final.
Como el incremento de los impuestos no mantuvo el ritmo
del aumento de los gastos del Gobierno, hubo que buscar
otros medios de financiación. Parte del déficit fue enjugado
con las incautaciones efectuadas en los países ocupados, pero
la fuente principal de ingresos estuvo constituida por los empréstitos dentro del Reich. Este método se basaba principalmente en lo que el Gobierno del Reich llamaba la «financiación silenciosa», o sea que el Estado tomaba los préstamos directamente de las instituciones de crédito y de los bancos. No
se hacían llamamientos generales al público para que suscribiera empréstitos de guerra: de hecho no se hizo el menor intento de sacar dinero de los ingresos individuales hasta el tercer año de guerra, cuando se introdujo un plan de «ahorros
de hierro». Sin embargo, este proyecto fue de alcance muy limitado ya que la participación era voluntaria y los ahorros
mensuales se limitaban, al principio, a 26 marcos y más adelante a 39 RM.
En una economía normal, la «financiación silenciosa» habría
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tenido probablemente unos efectos inflacionistas desastrosos
pero, en Alemania, esas tendencias inflacionistas eran tenidas a raya con firmeza. Las exacciones efectuadas en los países extranjeros redujeron considerablemente las tendencias
inflacionistas dentro del mismo Reich, al incrementar la cantidad de mercancías disponibles sin el menor aumento correspondiente en la circulación del dinero. En su conjunto,
los controles de precios y salarios conservaron su eficacia a lo
largo de toda la guerra. El Decreto de Contención de Precios
de 1936 siguió constituyendo la base de la política de precios,
pero se introdujeron algunos rasgos nuevos: el no reducir los
precios en la mayor cuantía posible fue considerado como un
delito punible y el Decreto de Economía de Guerra del 4 de
septiembre de 1939 prohibió que se efectuase repercusión,
medíante la elevación de los precios, del aumento de los costos a causa de riesgos de guerra e incluso a causa de pérdidas
ocasionadas por la guerra. También se desarrollaron nuevos
métodos de fijación de los precios en relación con los precios
de los carteles y los que se pagaban por la ejecución de contratos gubernamentales. A pesar de la considerable presión
ejercida por los círculos financieros se mantuvieron dentro
de límites muy estrechos los aumentos de precios, aumentando la cifra índice de los precios de mayoristas (1936100) de
102,7 en 1939, a 109,9 en 1942 y a 113 en 1944. También los
salarios permanecieron en general relativamente estables.
Los salarios nominales aumentaron ligeramente, pero, por
otra parte, los salarios reales mostraron cierta tendencia a
disminuir.
Durante la guerra fueron reforzados cada vez más los controles financieros e incluso fueron sustituidos por controles directos de todos los sectores de la economía. Para el individuo,
el amplio sistema de controles significaba que el dinero, por
sí solo, no confería ya a su poseedor el derecho a comprar artículos. Si no iba acompañado de permisos de una u otra clase, lo único que se podía hacer con el dinero era ahorrarle y
de esa forma quedaba automáticamente a disposición del Estado, a través de las instituciones de crédito o de los bancos.
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La explotacion alemana de los paises extranjeros
Alemania, al contrario de lo que ocurría con la mayoría de
sus enemigos, entró en la segunda Guerra Mundial sin poseer inversiones sustanciales propias en el extranjero en los
que poder apoyarse para completar su esfuerzo de guerra interior. Pero, merced a una serie de trucos, consiguió sacar
mucho provecho de los recursos de otros países. Ya antes de
la guerra, mediante la introducción de acuerdos de mercado
bloqueado y de clearing había establecido los fundamentos
de un sistema de explotación, pero la ruptura de las hostilidades y la consiguiente expansión del control territorial alemán
de Europa, incrementaron enormemente sus oportunidades.
En los países ocupados, las técnicas financieras no constituían más que uno de los medios de que disponía Alemania
para adquirir lo que quería; en la mayoría de los casos habría
sido perfectamente posible llevarse cualquier cosa que pudiera ser útil para el esfuerzo de guerra alemán. Pero los métodos financieros tenían algunas ventajas bien definidas. Hacían más fácil el proceso de explotación arrojando un velo de
legalidad sobre los procedimientos, por lo menos en la primera época, antes de que se comprendiesen plenamente las intenciones alemanas; aseguraban el control mayor posible y la
supervisión con todo detalle y proporcionaban un medio para
volver a ajustar los sistemas bancarios de Europa a las necesidades del Reich, Al mismo tiempo, estas medidas no costaban nada a Alemania, ya que el control estaba, en todos los
casos, financiado con el dinero de los países conquistados, satélites y neutrales.
Los métodos de explotación financiera empleados por los alemanes eran muchos y muy variados, desde la incautación y
venta forzosa del oro y los valores extranjeros que hubiese en
los países ocupados, hasta la acumulación de grandes deudas
de cuentas de clearing en los países tanto neutrales como
aliados. Además de estas ya mencionadas, las restantes
medidas importantes consistían en la intervención de las divisas domésticas de los países ocupados, la fijación de tipos de
cambio artificialmente bajos para esas monedas en compara-
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ción con el Reichsmark alemán, la imposición de cargas de
ocupación, el percibo de multas y la transformación y control
minucioso de los sistemas bancarios de los países ocupados.
Las Reichskreditkassen
La primera necesidad financiera de los alemanes después de
la ocupación sucesiva de los países europeos era el disponer
de medios de pago para satisfacer las demandas de las tropas
de ocupación y de las organizaciones administrativas. En las
guerras anteriores, las fuerzas de ocupación solían servirse de
su propia moneda o de la moneda local, pero se podían poner
objeciones a estos dos sistemas y los alemanes decidieron
emitir un medio nuevo de cambio, los billetes de las Reichskreditkassen (Cajas de Crédito del Reich), para hacer írente a
las necesidades hasta que se pudiese organizar otro sistema
de carácter más permanente. Los billetes de las Reichskreditkassen (Reichskredítkassenscheine) circulaban por los países
ocupados juntamente con la moneda indígena, a un tipo de
cambio fijo, que generalmente solía corresponder poco más o
menos al tipo de cambio de antes de la invasión. No se podían cambiar libremente por por billetes del Banco del Reich,
medida esta que resultaba necesaria para impedir que los
efectos inflacionistas de la emisión de grandes cantidades de
billetes de las Reichskreditkassen pasasen también al Reich,
Las Reichskreditkassen fueron creadas por primera vez en
Polonia por un Decreto de 23 de septiembre de 1939 310 y
luego en los demás países ocupados, e incluso en los aliados,
por medio de nuevos decretos. Las diversas cajas regionales
estaban sometidas a una oficina administrativa de Berlín formada por miembros designados por el Presidente del Banco
del Reich, los Ministros de Hacienda y Economía, el Alto
Mando de las Fuerzas Armadas y el Comandante en Jefe del
Ejército, pero gozaban de considerable autonomía local. Por
un Decreto de 23 de septiembre de 1939 se confirió poderes a
las Cajas para hacer anticipos al Reich de hasta mil millones
cié RM. para que los empleasen en los territorios ocupados
para hacer préstamos a corto plazo con garantía y para emitir
billetes desde cincuenta céntimos de marco hasta de 50 RM.
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La cobertura de los billetes se decía que estaba constituida
por los fondos de las Reichskreditkassen procedentes de los
descuentos de letras y facturas, sus reservas de moneda alemana, sus cuentas de crédito en el Reichsbank y en las Oficinas de Clearing, las reservas de cuentas de Tesorería del
Reich y los empréstitos hechos al Reich.
En la práctica, los billetes de las Reichskreditkassen solían tener un carácter temporal, excepto en el territorio ruso sometido a ocupación alemana. Tan pronto como era posible se llegaba a un acuerdo con los Gobiernos locales para el suministro de una cantidad adecuada de moneda del país y los billetes iban siendo retirados gradualmente. El hecho de que las
Cajas fuesen liquidadas o no, a continuación, dependía de la
región donde estuviesen establecidas. En las zonas incorporadas se conviritieron en sucursales del Banco del Reich y sus
billetes fueron cambiados por marcos del Reich. En los territorios ocupados del Oeste, Grecia, Servia y Francia, los bancos fueron liquidados. En el Gobierno General, Ucrania y Ostland, donde la estructura bancaria normal quedó completamente dislocada, se establecieron algunos bancos de emisión
y las Cajas fueron convertidas en sucursales de esos bancos.
En cambio en Rumania y Bulgaria, donde las necesidades de
dinero para las tropas alemanas fueron satisíe-cnas iiuneüíaiauíeiite en virtud de acuerdos con los respectivos Gobiernos, no fueron emitidos billetes de las Reichscreditkassen
y éstas limitaron sus actividades a servir de oficinas de cambio y de clearing y a servir de enluce t-utre los alemanes y los
Gobiernos locales. En Hungría los billetes de las Reicliskreditkassen fueron utilizados durante una breve temporada en
la primavera de 1944.
El número de las Reichskreditkassen existentes en cada momento, variaba considerablemente. A finales de 1942 había
52, pero durante el año siguiente 20 fueron cerradas y 16 se
convirtieron en sucursales del Banco Central de Otsland
mientras que se abrieron 23 Cajas nuevas en Italia, Dalmacia,
Albania y Montenegro.
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La incautación del oro y de los bienes extranjeros
Otra medida adoptada por los alemanes inmediatamente después de la ocupación de un país, era la confiscación del oro y
de los bienes extranjeros que hubiese en el Banco Central del
país en cuestión y la reducción o abolición del derecho a disponer del oro y de los bienes extranjeros que tuviesen otros
bancos o los individuos particulares. Estos bienes eran utilizados luego por Alemania para financiar compras en los países aliados y neutrales que podían pedir e insistían en pedir
el pago en monedas que pudieran ser negociadas.
Las cantidades incautadas en los bancos centrales dependían
en gran parte de que esos bancos hubiesen sido capaces o no
de trasladar una parte de sus depósitos a lugar seguro antes
de que las fuerzas ocupantes alemanas entrasen en el país.
En Austria, el oro y los valores extranjeros incautados ascendían a unos 450 millones de schillings y constituyeron una
contribución muy útil para el pago de importaciones esenciales durante el verano de 1938. Los alemanes pudieron adueñarse más adelante de parte de las reservas de oro de Checoslovaquia, Francia y Bélgica. La historia del oro belga incautado por los alemanes es algo complicada. Después de la invasión de Bélgica, parte de las reservas de oro fueron confiadas
al Banco Nacional de Francia; cuando era inminente la caída
de Francia, Bélgica pidió que el oro belga que había en Francia fuese enviado a los Estados Unidos. Sin embargo, el oro
sólo fue enviado hasta Dakar, desde donde los alemanes
después de la ocupación de Francia pidieron y finalmente
lograron sus traslado, primero a Marsella, y luego a Berlín.
Con el oro y los bienes extranjeros en poder de particulares,
los alemanes seguían inmediatamente después de la ocupación el procedimiento de prohibir todas las operaciones de
cambio de moneda. Pedían también que se hiciese una declaración del oro y las divisas extranjeras y se dejaban bloqueadas las cuentas enemigas. Finalmente pedían a los particulares que entregasen el oro y las divisas para venderlas al Banco Central al tipo de cambio oficial. Un ejemplo de esto nos lo
da la disposición dictada en Berlín el 2 de agosto de 1940:
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«Los residentes en Bélgica... tendrán que presentar cuando
se les pida para su venta y transferencia, los valores siguientes a una de las sucursales del Banco de Emisión de Bruselas,
antes del 31 de agosto de 1940:
a) Billetes de dólares U.S.A., billetes de trancos suizos,
billetes de coronas suecas, billetes de francos franceses.
b) Monedas de oro, oro fino, aleaciones bajas de oro, en bruto o semi-elaborado».
En la mayoría de los países ocupados se publicaron decretos
similares.
No sólo el oro y las divisas extranjeras, sino a veces también
otros metales valiosos fueron sacados de los países ocupados,
donde habían formado parte de la moneda propia. En Yugoslavia, por ejemplo, fueron retiradas las monedas que contenían un determinado porcentaje de plata y bronce, y fueron
sustituidas por monedas con una aleación de metal muy pobre. Naturalmente, los alemanes se llevaron a Alemania una
gran cantidad de las monedas yugoslavas más valiosas.
3. Los costos de ocupación y otras exacciones de tributos
Tan pronto como les fue posible, los alemanes empezaron a
organizar sobre una base regular las contribuciones financieras de los países ocupados. La forma adoptada por estas contribuciones dependía en gran parte Ue la zona donde fuesen
percibidas, pero su propósito era siempre el mismo, o sea la
provisión cié los fondos que necesitaban los conquistadores
alemanes, no sólo para el sostenimiento de ios ejércitos de
ocupación, sino también para otras compras.
Las fuentes más importantes de contribuciones fueron las llamadas cargas de ocupación impuestas en Francia, Bélgica,
Holanda, Noruega, Grecia y Yugoslavia y otras cargas similares, aunque de nombre diferente, fueron impuestas en el Protectorado, en el Gobierno General y en Dinamarca. Como Dinamarca,, técnicamente, no estaba ocupada, no podía pagar
gastos de ocupación, pero en su lugar tuvo que poner lo;s fondos requeridos a disposición del jefe de la administración de
las Reichskreditkassen; en el Protectorado, la contribución
llevaba el título de «Matrikularbeitrag» (tributo) y en el Go-
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bierno General se llamaba «Wehrbeitrag» (contribución a la
defensa).
El ritmo con que se hacía la exacción de las cargas de ocupación dependía teóricamente de los gastos que tuviese Alemania para mantener el ejército de ocupación en el país en cuestión De hecho, sin embargo, la cantidad estaba determinada
más bien por el nivel de las necesidades alemanas y la capacidad de pago de cada uno de los países. En este sentido., los
alemanes llegaron mucho más alia de los limites establecidos
en la Convención de La Haya de 1907, cuyas disposiciones
más importantes eran las siguientes.
«Artículo 48
»Si en el territorio ocupado percibe impuestos el ocupante,
tributos o exacciones pagaderas al Estado, deberá hacerlo, en
la medida de lo posible, de acuerdo con la base legal que se
encontrase en vigor en aquella época y por consiguiente estará obligado a limitar los gastos de administración del territorio ocupado en la misma forma en que habría estado obligado
a hacerlo el Gobierno nacional.
«Artículo 49
»Si además de los impuestos mencionados en el artículo anterior, el ocupante hace exacciones de otras contribuciones en
dinero en el territorio ocupado, éstas sólo deberán aplicarse a
las necesidades del ejército o de la administración del territorio en cuestión.»
Se ha probado claramente que estas exacciones no se usaban
únicamente para el mantenimiento de las fuerzas de ocupación. En Bélgica, el Comandante militar declaró francamente
en una carta al Ministro de Hacienda, fechada el 2 de marzo
de 1942, que «durante el período comprendido entre el 1 y el
31 de enero de 1942, los gastos de ocupación belgas habían
proporcionado un total de 25.803.899.99 marcos que sirvieron desde el primer momento para cubrir las necesidades de
tuerzas armadas situadas tue-ra de Bélgica costos que no son
de ocupación)». Pruebas detalladas relativas a Francia figuran en un informe de Walter V. Ostrow, fechado el 29 de septiembre de 1945, basado en los archivos de las Reichskreditkassen y en el interrogatorio de Antón Wilz, uno de los dos
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directores del Reichsbank que dirigía las Reichskreditkassen
en Berlín;
«La Francia derrotada hizo contribuciones para cubrir gastos
de ocupación que se usaron para pagar materias primas, alimentos y otras mercancías llevadas de Francia a Alemania.
Los organismos de compras especiales del Gobierno se establecieron con ese fin.
»De esta fuente se usaron fondos también para la adquisición
de valo-res, pinturas y otros objetos de arte; para la compra
de material de radio para Alemania, de oro capturado por los
alemanes en Francia, de moneda rumana para ser utilizada
por la Wehrmacht en Rumania y de libros para las bibliotecas
del Reich destruidas por los ataques aéreos. Los fondos de
ocupación se utilizaron también para sufragar el costo de los
riesgos de guerra en los seguros de las exportaciones a Alemania, para el pago de subsidios a los familiares de trabajadores reclutados en Francia para prestar servicio en Alemania, para financiar las operaciones de las SS y el servicio alemán de aduanas en Francia y para fines de propaganda del
Ministerio de Asuntos Exteriores.»
Las sumas recibidas por Alemania en concepto de gastos de
ocupación fueron enormes. El Ministro de Finanzas del
Reich, Schwerin von Krosigk, en un informe fechado el 15 de
abril de 1944 calculaba que, hasta finales de febrero de 1944,
Alemania había recibido pagos de ocupación por valor de
47.663.100.000 de RM. La distribución de estos pagos puede
verse en la tabla siguiente, sacado del citado informe.
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Los pagos de ocupación a partir de esa fecha fueron de escala
más reducida a causa de las pérdidas territoriales de los alemanes, y se calcula que durante toda la guerra, la cantidad
percibida por Alemania fue algo superior a los 60.000 millones de RM. Sin embargo, esta suma no incluye la contribución., que asciende a una suma comprendida entre 6.000 y
los, 8.000 millones de RM sacada del Protectorado de Bohemia y Moravia bajo el título de «Matrikularbeitrag», ni tampoco incluye las cifras cobradas por acuartelamiento de tropas o por requisas. En algunas partes de Polonia, los .Balcanes y la Rusia ocupada, no se creó ningún sistema de «clearing» ni de percepción de gastos de ocupación y las tropas
alemanas recibieron en su lugar orden de coger directamente
lo que necesitasen de la zona en donde se encontraran estacionadas.
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Además de los pagos regulares antes descritos, los alemanes
adquirieron de vez en cuando más fondos por medio de multas impuestas en los países ocupados, por causas reales o
imaginarias. Así, por ejemplo, sólo la Feldkommunclantur de
Belgrado, en 1943, impuso multas en metálico por valor de
48.818.068 dinares 326 en Noruega fueron impuestas una serie de multas, incluidas varias por valor de 60.000, 50.000 y
100.000 coronas a Trondheim, Stavanger y Vest-Opland respectivamente, en enero de 1941, mientras que en septiembre
de aquel mismo año el Ayuntamiento de Stavanger se vio
obligado a pagar otros dos millones de coronas por supuestos
sabotajes en las líneas telegráficas; en Holanda, sólo las multas impuestas a 62 municipios totalizaban por lo menos
20.243.024 guilders;" y en Francia la suma de las multas colectivas fue, por lo menos, de 412.636.550 francos.
Los acuerdos de «clearing»
La negociación y la manipulación posterior de los acuerdos
de clearing, proporcionó a Alemania un método mediante el
cual pudo sacar contribuciones financieras, no sólo de los países ocupados, sino también de sus aliados e incluso de algunos países neutrales. En circunstancias normales, el comercio
entre los miembros de un acuerdo de clearing tiene que equilibrarse poco más o menos al cabo de un determinado período, a menos que el acreedor esté dispuesto a prestar dinero
de manera continua al deudor. Sin embargo, a partir de mayo
de 1940, Alemania pudo, merced a su aplastante superioridad política, militar y económica, obligar a la concesión de
créditos que rebasaban con mucho la cantidad que hubiera
deseado el acreedor. Europa, en su conjunto, se vio obligada
a seguir suministrando a Alemania todas las mercancías que
solicitase y a aceptar a cambio de ello saldos acreedores en
las cuentas de clearing con Alemania, que sólo serían abonados después de terminada la guerra. Los alemanes contrajeron deudas en las cuentas de clearing, no sólo por la adquisición de mercancías, sino también por transportes y servicios
de tránsito, por la ejecución de encargos alemanes en el extranjero, y por la transferencia de ahorros hecha por trabaja-
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dores extranjeros en el Reich.
El sistema de acuerdos de clearing establecido por Alemania
fue de extraordinaria amplitud. A finales de 1941 Alemania
había negociado acuerdos de clearing con todos los países de
la Europa continental y había hecho que otros países ultimasen acuerdos entre sí. Algunos de estos acuerdos plumos eran
realizados a través de la Oficina Central de Clearing de Berlín, y Alemania no vacilaba en llevar a cabo manejos con estas
cuentas en su propio provecho, congelando créditos ingresados en favor de un bando y utilizando esos créditos para compensar sus propias transacciones.
Las cantidades recibidas por Alemania en forma de deudas
de su cuenta de clearing fueron muy considerables, alcanzando un total aproximado de 36.000 millones de RM en el mes
de septiembre de 1944, Se hicieron esfuerzos, particularmente por parte de los países satélites del Sudeste de Europa, para reducir sus saldos acreedores de Reichsmark por medios
tales, como la compra de oro, repatriación de valores que se
encontraban en manos alemanas, e incluso haciendo encargos que habían de ser entregados después de la guerra, pero
con excepción de Noruega y Turquía, todos los países con los
que Alemania tenía acuerdos de clearing poseían saldos
acreedores apreciables en el Reich al terminar la guerra.
El sistema de acuerdos de clearing establecido por Alemania
durante la guerra era notable por constituir la única verdadera medida hacia la creación del Orden Nuevo en Europa. Como ya se ha mencionado, el plan preveía la expansión del sistema de acuerdos bilaterales de clearing de antes de la guerra
entre Alemania y sus socios comerciales., para constituir un
sistema multilateral en el que el comercio exterior de Europa
sería realizado a través de una casa central de clearing en
Berlín. Sin embargo, es significativo que ningún país situado
fuera de la esfera de influencia alemana quiso dirigir sus transacciones financieras a través de Berlín.
La manipulación de los tipos de cambio
La explotación financiera alemana de los otros países europeos, por lo menos durante la primera parte de la guerra, fue
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de mucho más alcance merced a su habilidad para fijar tipos
de cambio muy favorables para el marco del Reich. En algunas zonas que fueron incorporadas o en cuya incorporación
se pensaba, los nuevos tipos de cambio respresentaban una
singular apreciación de la moneda local y esta medida perseguía la finalidad de que los niveles de precios y salarios de
esas zonas se amoldasen a los que prevalecían en el Reich, pero en todos los demás puntos, los nuevos tipos de cambio significaban una depreciación considerable de la moneda local
por comparación con el marco del Reich.
Al incrementar el valor del marco del Reich por comparación
con las monedas de sus socios comerciales, Alemania aumentaba su poder adquisitivo en aquellos países, y su capacidad
para mantener esta ventaja dependía de la situación inmejorable que ostentaba en Europa en aquella época. En circunstancias normales, la fijación de un tipo de cambio elevado significa la disminución automática de las exportaciones y el
incremento de las importaciones, y la consiguiente aparición
de dificultades de cambio con el país en cuestión. El mantenimiento de un tipo de cambia semejante sólo es posible si los
socios comerciales del país cuya moneda es sobrevalorada, están dispuestos a prestar a ese país las cantidades correspondientes al exceso de las importaciones sobre las exportaciones, situación que tiene muy pocas probabilidades de durar mucho tiempo. En Europa, durante la segunda Guerra
Mundial, los socios comerciales de Alemania, aunque no tuviesen deseos de concederle ningún crédito, se veían obligados a hacerlo como consecuencia de su relativa debilidad
frente a las demandas alemanas, y los déficits alemanes eran
cubiertos por las exacciones de ocupación o por la acumulación de las deudas de clearing.
En las últimas fases de la guerra se redujeron considerablemente las ventajas ganadas por Alemania con la sobrevaloración del marco del Reich a causa de la gran inflación en Europa que incrementó enormemente el precio de las importaciones alemanas.
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El control alemán de la banca europea
El perfecto funcionamiento de la explotación financiera alemana de Europa fue logrado a través de la adquisición por
Alemania del control de los sistemas bancarios de los países
ocupados, y su reconstrucción o adaptación para que sirviesen de instrumento a la administración de las directrices
alemanas en las zonas en que servían.
La primera medida adoptada por los alemanes consistió en
asumir el control de los bancos emisores de billetes de los
países que quedaban bajo su dominación, o crearlos nuevos,
cuando no existían esos bancos. Se crearon Bancos nuevos en
el Gobierno General, en Eslovaquia, Servia, Croacia, Ostland,
Ucrania y Bélgica, mientras que en los demás sitios, a los
alemanes les fue posible utilizar las instituciones existentes.
Bélgica fue un caso especial, porque durante la ocupación
existieron dos Bancos Centrales uno al lado del otro. Se debía
esto al hecho de que poco antes de la caída del país, huyeron
los directores del Banco Nacional, que regresaron poco después de haber empezado la ocupación. Sin embargo, mientras tanto, los alemanes habían establecido un nuevo banco
belga de emisión, en Bruselas, llamado Emissionsbank. Se
permitió que funcionasen los dos bancos, dedicándose el Banco Nacional a emitir billetes y a conceder créditos a los organismos gubernamentales, mientras que el Emissionsbank se
dedicaba a las operaciones de clearing y de cambios extranjeros. A pesar de la división de responsabilidades, se aseguraba
la unanimidad de la política bancaria por medio de la unión
personal de la dirección del banco y de todos los funcionarios
del Banco Nacional y del Emissionsbank.
La política general consistía en dejar la administración cotidiana de los bancos en manos de los nacionales del país en
cuestión, y colocar, una vez más, a alemanes o a individuos
patrocinados por los alemanes, como inspectores. Solían llamarse estos últimos, en la mayoría de los casos, comisarios
de bancos (Bankdirigenten), aunque en los Estados marioneta, nominalmente independientes, de Croacia y de Eslovaquia
se les llamaba únicamente asesores. En Dinamarca, que no-
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minalmente era también un Estado independiente, el control
no era ejercido a través de un comisario bancario, sino de los
funcionarios de la Cancillería de la Legación Alemana y de los
asesores que hacían visitas desde el Reich. En Holanda, la tarea de los Comisarios del Banco se vio considerablemente
simplificada por el nombramiento de Rost van Tonningen, el
nazi holandés, como Presidente del Banco de Holanda. Fuesen o no de nueva creación y cualquiera que fuese la relación
nominal existente entre esos bancos y los representantes del
Reich, las demandas alemanas resultaban igualmente obligatorias. En todos los casos los representantes alemanes estaban autorizados para exigir cualquier información que deseasen respecto al funcionamiento de los bancos, había que cumplir sus órdenes y tenían derecho de veto contra cualquier
medida si no la aprobaban. Las disposiciones siguientes fueron dictadas, por ejemplo, para el Banco Nacional de Bélgica:
«1. El Comisario del Banco Nacional deberá ser informado
continuamente de todas las medidas que adopte el banco. Podrá obtener información de cualquier negocio del Banco...
2. Todas las medidas importantes del presidente, los directores ejecutivos y el Consejo de Administración, particularmente la concesión de créditos, así como la fijación de los
tipos de interés que se habrán de aplicar a los negocios realizados con el banco, requieren la aprobación del Comisario
del Banco Nacional de Bélgica. El Comisario puede dar
permisos de carácter general para determinados grupos de
transacciones; puede revocar esta autorización en cualquier
momento.
3. El Comisario está facultado para dar órdenes (Weisungen) que sirvan al cumplimiento de las tareas del Banco.»
Bajo el control alemán, las facultades de los bancos centrales
quedaban, pues, ajustadas para amoldarse a las necesidades
del esfuerzo de guerra alemán. Las restricciones en la emisión de billetes y en la concesión de créditos fueron suprimidas y los bancos eran entonces capaces de financiar el pago
de los gastos de ocupación y de los gastos militares directos
alemanes en los países ocupados. Otra medida consistió en
reducir el tipo del interés abonado por los créditos, fomentan-
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do de esta manera la producción que en su mayor parte estaba al servicio de los fines alemanes.
El control alemán de los sistemas bancarios de los países ocupados no se limitó a los bancos centrales, sino que se extendió hasta abarcar igualmente a los bancos comerciales y otros
bancos particulares. En muchos países, siendo las excepciones más notables Francia y Holanda, existía ya una supervisión bancaria de alguna clase y en muchos casos los alemanes
se limitaron a trabajar a través de esos organismos indígenas.
En otros países se crearon oficinas alemanas para el control
bancarío, presididas con frecuencia por el Comisario del banco. Una vez más, Bélgica fuégun caso especial ya que se conservó la autónoma Commission Bancaire belga, al mismo
tiempo que se creaba una oficina alemana.
El control de la banca privada tenía muchas finalidades. Además de poner en práctica la política financiera de los bancos
centrales, facilitaba de manera considerable la tarea de explotar los países, especialmente en la esfera de la producción
por cuenta cíe los alemanes, y ayudaba a crear oportunidades
para la participación alemana en las empresas locales. En este sentido, la acción puramente gubernamental se veía apoyada por la participación de los bancos particulares alemanes
que se mostraban activos en su deseo de asegurarse las posiciones clave en la banca de los países ocupados, e incluso de
los países aliados.
Los efectos de la politica aleman en el resto de Europa
Los efectos de la política financiera alemana en los países
ocupados, y en grado mucho menor también en los países dominados, fueron desastrosos. Por una parte, a lo largo de toda la guerra, Alemania se adjudicó una proporción creciente
de la producción total de los diversos países, mientras que,
por otra parte, sus acciones incrementaron enormemente los
medios de pago, creando por tanto una situación altamente
inflacionista.
Algunas medidas alemanas, singularmente la emisión de billetes de las Reichiskreditkassen, eran de efectos directamente inflacionistas, representando una adición inmediata a la
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cantidad de dinero en circulación. Ni siquiera su posterior retirada evitaba esta presión, ya que esos billetes eran meramente sustituidos por una cantidad equivalente de dinero del
propio país. La acumulación de créditos en la Oficina alemana de Clearing de Berlín, también tenía graves efectos inflacionistas. En primer lugar representaba una retirada unilateral de mercancías y, en segundo lugar, aunque los alemanes
no hacían pagos por los artículos que recibían, los distintos
Gobiernos, con el fin de evitar la ruina de sus exportadores,
se veían obligados a anticipar el dinero de los acreedores de
la cuenta de clearing También internamente, las alteraciones
de las normas bancarias para hacer posible la concesión de
créditos sin limitación, significaban la eliminación de otra
salvaguardia contra la inflación.
El gran incremento en la circulación del dinero, acompañado
de la disminución del suministro de artículos, conducía a una
huida del dinero y al aumento de las operaciones del mercado
negro en toda Europa. Esta situación era explotada por los
alemanes, que, con suministros ilimitados de dinero, podían
utilizar y utilizaban éste para obtener las mercancías que necesitaban. Las compras en el mercado negro estaban oficialmente controladas y centralizadas, especialmente en la Europa occidental, y constituyeron una fuente importante de abastecimiento, por lo menos hasta el 15 de marzo de 1943, fecha
en que oficialmente fueron suspendidas.
Conclusiones
Los intentos realizados por Alemania para establecer un nuevo orden económico en Europa terminaron en un fracaso.
Ciertamente hubo grandes cambios como resultado de la intervención alemana, pero, en conjunto, estos cambios se debieron más bien a las exigencias de la guerra que a ninguna
medida específica destinada a crear un Orden Nuevo. La falta
de un pensamiento concreto sobre esta materia y la falta de
tiempo también, impidieron la puesta en práctica de los grandiosos proyectos hechos durante el verano de 1940. Algunas
características del Orden Nuevo se pusieron claramente de
manifiesto como consecuencia de las acciones alemanas, pero
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la ejecución completa de esta política fue aplazada por los alemanes hasta que llegase el momento en que fuesen dueños
indiscutibles de Europa. Ese momento no llegó nunca.
Una de las características del Orden Nuevo que se hizo más o
menos aparente a través de las acciones alemanas, fue la futura estructura administrativa de aquella región. Al ir cayendo
uno tras otro los países extranjeros bajo la dominación alemana se creaba una forma de administración con arreglo al
puesto definitivo que habían de ocupar en el Orden Nuevo.
Así, el núcleo central industrial de Europa fue sometido a un
control unificado mediante la incorporación al Reich alemán
de zonas tales como Alsacia-Lorena, Luxemburgo y la Alta Silesia polaca. Otras zonas menos industrializadas, incluido el
resto de la Europa occidental, quedaron sometidas únicamente a un control indirecto, mientras que las regiones consideradas como territorios «coloniales», concretamente las
partes ocupadas de la U.R.S.S. y el Gobierno General de Polonia, aunque estaban separadas del mismo Reich, se hallaban
directamente controladas desde Alemania y no tenían la menor intervención en su propia administración.
Aparte de determinar la estructura del Orden Nuevo, la única
medida verdadera tomada por los alemanes para poner en
práctica sus planes para una nueva Europa, tuvo lugar en la
esfera de las finanzas. Puede decirse que Berlín se convirtió
durante una temporada en el centro financiero del continente
europeo. El marco del Reich se convirtió en la moneda dominante y muchos países empezaron a realizar sus transacciones comerciales en marcos del Reich y a través de Berlín; pero, es notable el hecho de que todos esos países se encontraban sometidos a dominación directa alemana. Todas las naciones que conservaban cierta posibilidad de elección, preferían permanecer, por lo menos parcialmente, al margen del
sistema multilateral de clearing centrado en Berlín.
Es sintomático que la propaganda alemana, que durante
1940 había subrayado tanto las ventajas del Orden Nuevo, se
quedase silenciosa dos años más tarde respecto a este tema y
en su lugar se dedicase a subrayar la ne eesidad de que todas
las naciones europeas se uniesen en la lucha contra el bolche-
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vismo. La concepción alemana de la guerra y por lo tanto de
las posibilidades de establecer un Orden Nuevo, se había basado en la creencia de que las hostilidades no se prolongarían
en ningún momento. Mediante unas cuantas campañas breves, Alemania sería capaz de asegurarse la base física del Orden Nuevo y sobre esta base consolidaría su posición y determinaría su actitud respecto a las zonas que quedaban fuera.
El ataque contra Rusia y la consiguiente comprobación de
que ese país no podría ser aplastado de un solo golpe, lo mismo que los anteriores contrincantes de Alemania, cambió de
repente y por completo la situación.
A partir de entonces. Alemania se enfrentaba con la perspectiva de una guerra prolongada para la que no se había preparado. No podía malgastar tiempo ni energías en fomentar el
Orden Nuevo, únicamente por poner en práctica una teoría.
Tenía que hacer frente a una lucha enconada por su propia
supervivencia y para llevarla adelante tuvo que abandonar los
planes a largo plazo y asegurarse los medios de llevar adelante la lucha lo mejor posible. Hubo un momento en que esto
pareció estar al alcance de su mano, v las tropas alemanas
continuaron la ofensiva. Pero desde principios de 1943, cambió la situación. Los enemigos de Alemania habían pasado a
la ofensiva y el Reich tenía que atender cada vez a compromisos mayores, mientras eme al mismo tiempo se reducían continuamente sus recursos. Es una prueba de la eficacia alemana, tanto en el interior como en la explotación de los países
ocupados, el hecho de eme la producción de guerra siguió aumentando hasta muy entrado el año 1944. Sin embargo, este
incremento no era más que un supremo esfuerzo final, ya que
por aquella época los recursos exteriores de Alemania y sus
fuentes de abastecimiento se habían reducido casi a la nada,
y resultaba imposible todo esfuerzo prolongado.
Sin embargo, aunque fuese pequeño, el éxito alemán al establecer un orden económico nuevo en Europa, no cabe duda
de que logró obtener enormes beneficios materiales del resto
de Europa durante la guerra, Aunque a la larga, Europa, con
exclusión de la U.R.S.S., no habría podido proporcionar a
Alemania todos los materiales que necesitaba, en plazo corto
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la producción de artículos y los almacenes de los países ocupados v dominados fueron de inmenso valor v, con excepción
del petróleo, bastaron liara aplazar toda escasez grave hasta
una época tal en la que intervinieron va otros factores. La capacidad industrial de los países ocupados fue también de
gran importancia, por lo menos durante la mitad de la guerra. Así, Speer en una conferencia celebrada el 11 de julio de
1944. dijo: «Hasta estos momentos, del 25 al 30 % de la producción de guerra alemana ha sido suministrada por los territorios occidentales ocupados v por Italia, correspondiendo
sólo a Italia el 12,5%». Sin embargo, quizá fuese aún más útil
tiara Alemania el suministro de mano de obra adicional de
los países no alemanes. Antes de la guerra era aguda en el
Reich la escasez de mano de obra y era probable que empeorase la situación rápidamente después de empezar la movilización en gran escala de las fuerzas armadas. Pero, medíante
la explotación sin escrúpulos de la mano de obra extranjera,
tanto en el mismo Reich como en toda la Europa ocupada y
dominada, Alemania se aseguró amplias fuentes de suministro de mano de obra durante la mayor parte de la guerra. La
escala de estas operaciones fue tan grande que sólo en Alemania había más de siete millones de extranjeros empleados durante la primavera de 1944 y constituían casi el 20 % de la
mano de obra civil total.
Es imposible hacer un cálculo total aproximado, en términos
monetarios, de las ganancias obtenidas por Alemania a costa
de los países ocupados y dominados durante la guerra. No
pueden contarse algunas cosas tales como los artículos de
consumo y los servicios utilizados por las tropas y por los funcionarios alemanes estacionados fuera del Reich, así como
tampoco los materiales que se llevaron directamente al Reich
sin pagar nada por ellos. También es imposible valorar con
ninguna precisión el traba'o realizado por los extranjeros en
el Reich o al servicio de las fuerzas armadas alemanas. Sin
embargo, el Estudio del Bombardeo Estratégico de los Estados Unidos (U. S, Strategic Bombing Survey) ha tratado de
evaluar la contribución que hicieron otros países al esfuerzo
de guerra alemán, teniendo en cuenta únicamente aquellas
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partidas que puedan ser valoradas de una manera razonable.
Se incluyen en esta categoría las cargas de ocupación sacadas
de Francia, Holanda, Noruega, Bohemia-Moravia y Polonia,
el déficit neto de la balanza del comercio exterior de Alemania, 'as compras realizadas con la moneda de invasión y producción neta de las zonas anexionadas, después cíe deducir el
consumo y la formación de capital dentro de esas zonas. Según esos cálculos, las contribuciones extranjeras durante los
cinco años comprendidos entre 1940 y 1944, ambos inclusive,
calculadas a base de los precios de 1939, ascendían a unos
104 mil millones de marcos del Reich, o sea el 14 % de la renta nacional bru a de Alemania durante este período. La importancia de esas contribuciones se pone claramente de manifiesto por el hecho de que elevaron los medios disponibles
para que el Gobierno comprase armas y equipos, o sea los
medios que quedaban después de hacer frente a las necesidades del consumo civil, los gastos administrativos, el pago de
las fuerzas armadas, los intereses administrativos, el pago de
las fuerzas armadas, los intereses de la Deuda Nacional y los
desgastes necesarios de capital. Esta elevación de medios disponibles fue del 57 % durante el período citado.
La exacción de contribuciones en una escala semejante tenía
naturalmente graves consecuencias en los países ocupados y
dominados. En muchos países, la devastación causada por las
operaciones militares fue seguida de la retirada en masa de
las mercancías que podían ser útiles para el Reich. En diversos grados, hubo incautaciones de materias primas, alimentos, ganado, fábricas y maquinaria y enuipos de transporte.
La producción fue severamente reducida, y aquellas fábricas
a las que se permitió oue siguieran produciendo, tuvieron que
dedicarse únicamente a elaborar prn-duetos que los elementos necesitaban para sus propios fines. La cuantía de las exacciones alemanas, varió considerablemente de un país a otro
dentro de Europa, puede afirmarse que en todas partes se redujo de manera apreciable el nivel de vida y surgieron grandes escaseces de todas clases. La situación se vio agravada
por la política financiara seguida por Alemania. Las compras
realizadas con moneda de ocupación y la acumulación de
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grandes deudas en las cuentas de clearing, tuvieron grandes
efectos inflacionistas en los países no alemanes, y la disminución de los suministros de artículos fue acompañada de un
mayor volumen en la circulación dineraria. Aunque la inflación causó una interrupción completa de la vida financiera de
algunos países, sólo, concretamente a Grecia, sus efectos nocivos se dejaron sentir en todo el continente europeo.
El objetivo principal de la política económica alemana en Europa a través de toda la guerra, siguió siendo el mismo: sacar
los mayores beneficios posibles para Alemania sin consideración para los intereses de los demás países.
«Está claro que el potencial económico del Protectorado y de
otros territorios que puedan adquirirse, tendrá que ser completamente agotado en beneficio de la conducción de la guerra. Sin embargo, es claro y justo que estos territorios no podrán obtener ninguna compensación de la economía de la
Gran Alemania por los productos que tendrán que
proporcionarnos durante la guerra, ya que su potencial tendrá que ser utilizado plenamente para la guerra y para suministrar a la propia población civil.»
Esta declaración de política fue hecha como resultado de una
conferencia celebrada en mayo de 1939, y siguió siendo el
principio rector de las acciones alemanas a lo largo de los cinco años siguientes.
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Capitulo IX El Nacimiento del III Reich
Juventud sin Meta
Aunque nunca se ha podido determinar la fecha exacta, se supone que hacia fines de 1876 apareció en Dollersheim, localidad de la Baja Austria, un tal Johann Nepomuk Hiedler, al
que acompañaban tres de sus familiares. Procedían de Spital,
pueblo situado a unos veinte kilómetros de aquella localidad.
Se presentó en la parroquia y manifestó que deseaba legitimar al hijastro de su hermano, Johann Georg, quien ya contaba cinco años de edad cuando éste contrajo matrimonio con
Anna Schicklgruber, madre del niño. Tal vez el buen párroco
quedó convencido con unos cuantos embustes. El caso es que
procedió a efectuar en el Registro Civil la enmienda solicitada, por lo cual a petición, claro está, el apellido anterior, de rancio regusto campesino, se transformó en Hitler,
de diferente grafía y mayor sonoridad. Lo que el párroco
ignoraba o acaso pretendió ignorar, es que el supuesto padre había dejado de existir veinte años atrás y que la madre
también había fallecido, haría unos treinta. Tan singular legitimación, del todo improcedente a tenor de lo prescrito por
las leyes, constituía, pues, una manifiesta falsedad.
El muchacho, de nombre Alois, era hijo natural de aquella
campesina llamada Anna Schicklgruber, quien durante más
de veinte años se había ganado el pan sirviendo como doméstica en diversas ciudades de la comarca, hasta que un buen
día regresó a su villa natal, en estado interesante. Grande fue
su alegría al poder casarse con un tal Hiedler, peón molinero
sin ocupación o, muy probablemente, alérgico al trabajo.
Alois, entretanto, había sentado plaza de funcionario en el
Cuerpo de Aduanas. Contaba entonces alrededor de cuarenta
años y llevaba cinco de servicio en la Aduana de Brauna localidad de la Alta Austria. De súbito, el hombre decide dar un
paso sensacional: renuncia a su apellido, al que sustituye por
el de Hitler.
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Aún hoy, sus motivos permanecen un tanto oscuros, si bien
se ha querido establecer como base el orgullo de su tío adopti-
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vo Johann Nepomuk, en cuyo hogar había crecido Alois, el
reputado funcionario alcabalero. Sea como fuere, ello no
constituye, como es obvio, un argumento convincente. Asimismo es superfluo el intento de probar, como ya se ha
ensayado, que Alois Schicklgruber hubiera estado recluido en
un sanatorio mental. El origen de tal rumor es también problemático.
Lo único cierto es que el padre de Alois Hitler resulta un personaje absolutamente desconocido, muy al contrario que el
nieto Adolf, cuarto hijo de su tercer matrimonio, el cual vio la
luz el 20 de abril de 1889. A fin de adquirir la nacionalidad
alemana, Adolf Hitler consiguió, en febrero de 1932, que se le
nombrara miembro del Consejo de Gobierno de Brunswick.
Sólo un par de meses más tarde, con la entrada en vigor de
las disposiciones promulgadas por el Consejo de que formaba
parte, no hubiese podido escalar la altura que alcanzó, puesto
que no habría podido justificar cumplidamente la «"mínima"
pureza aria» requerida. Tampoco puede afirmarse categóricamente que el abuelo desconocido del Führer haya sido el hijo
de un comerciante llamado Frankenberger, último amo a
quien la abuela Schicklgruber había servido y del que se aseguraba una ascendencia judía.
Lo que, desde luego, no puede ponerse en duda, es que Frankenberger se hizo cargo de la manutención de Alois por un
período de catorce años, como Hans Frank, abogado de Hitler, averiguó en 1931 cuando hubo que poner la cuestión racial sobre el tapete ante el jerarca del Partido. El asunto quedó reducido a que un familiar con residencia en el extranjero,
cuya posición económica era opulenta, ayudaba a sus parientes menos favorecidos. Sin embargo, el Gobierno austríaco
consagró mucho tiempo y esfuerzo en profundizar en el tema,
si bien no pudo conseguir más que una información de
segunda o tercera mano. Así, pues, las supuestas pruebas
acerca del «abuelo judío» de Hitler no pueden ser tomadas sino con gran circunspección. Lo único que aparece claro en todo este embrollo, es que la capacidad y la carrera del padre
apuntan a un nuevo injerto en la estirpe, que, afincada en el
distrito forestal de la Baja Austria, se extinguía por los largos
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años de consanguinidad.
La localidad de Braunau, donde el funcionario Hitler prestaba servicio en el Cuerpo de Aduanas, se halla situada en las
márgenes del Inn, en la frontera bávara. El «distrito del Inn»,
salvo un breve lapso de tiempo, había pertenecido a Baviera
hasta el año 1816. Este hecho pareció quedar ignorado, y hasta el propio Hindenburg y sus acólitos confundían Braunau
con su homónima del territorio de los sudetes, lo cual dio lugar a la arrogante designación de «cabo bohemio» que recibió Hitler, aunque éste jamás había pisado Bohemia por
aquel entonces. Al parecer, el padre de Hitler no gozaba de
muy buen predicamento en la villa natal de su vastago Adolf.
Al año de nacer éste, la familia abandonó Braunau. El cabeza
de la misma fue a desempeñar su cometido público en el distrito forestal de Passau, en Baviera, hasta que se le concedió
la jubilación, dos años después. A partir de entonces, el funcionario retirado probó fortuna, con escasos resultados, en la
administración de una finca que adquirió en el distrito de
Trauntal, en la Alta Austria. Más tarde se mudó a una casa de
alquiler sita en los alrededores, y finalmente en 1898 compró
una casita en Leonding, población próxima a Linz.
La capital de la Alta Austria se convirtió, pues, en la auténtica
patria de Adolf Hitler, si es que puede utilizarse un concepto
semejante para referirnos a un sujeto de temperamento tan
inestable. En ella recibió las primeras impresiones de su existencia y en ella vivió los años más decisivos para la formación
de su carácter. A partir de 1900 asistió a la Escuela Profesional de Linz, ciudad donde murieron sus padres y adonde solía volver a menudo, si es que para él regía el concepto de regreso. La villa de Braunau del Inn, que visitaba rara vez, se
convirtió en la «villa natal del Führer», cuando su exaltación
al poder. Sin embargo, fue en Linz y en Leonding donde hizo
un alto en su marcha triunfal de marzo de 1938, y en ambas
transcurrió su mocedad, con sus extravíos, antes de trasladarse a la Viena hostil. Linz fue siempre el lugar favorito de Hitler, y en sus delirios de grandeza concibió gigantescos planes
de reconstrucción para después de que hubiese terminado la
guerra.
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Para nutrir el enorme museo de dicha ciudad, reunió gran número de cuadros, arrebatados de Europa entera, con los que
sustituyó a otros que, a su juicio, representaban el «arte
degenerado». Incluso a la hora de redactar testamento, se
acordó de su «ciudad natal».
Alois Hitler falleció dos días después del Año Nuevo de 1903.
En su obra Mein Kampf, el hijo describe al padre como un
funcionario escrupuloso y un excelente cabeza de familia. Por
el contrario, en sus charlas con personas allegadas lo señala
como un borracho empedernido, a quien a duras penas era
capaz de arrancar de las tabernas para conducirlo hasta el hogar, hecho que le valía recibir como pago soberanas palizas
administradas con regularidad. Lo único cierto de todo esto
es la indudable sagacidad de Alois, que le permitió, no obstante haberse visto sorprendido por la muerte frente a un vaso de vino, en la fonda que solía frecuentar, no ser tildado de
beodo. Sus convecinos le tenían en gran estima, pese a sus
opiniones liberales y a que alguna que otra vez regresaba a casa con paso vacilante. A ello hay que añadir su severidad casi
patriarcal respecto a los suyos, de cuya educación no se ocupaba con demasiado ahínco. En cuanto a sus aventuras galantes, era evidente que habían cesado casi por completo, no por
obra de su tercer matrimonio, sino seguramente por sentirse
sin demasiadas energías para seguir en pos de las damas.
Por lo que respecta a su posición económica, los Hitler pertenecían a la baja burguesía. Durante los lustros anterior y posterior a la muerte de su padre, no puede hablarse en absoluto
de «necesidad». Cuanto se ha dicho al respecto no es sino pura fantasía. Hacia mediados de 1905, antes de trasladarse a
Linz, la madre de Hitler vendió la casa que poseía en Leonding. Percibió por ella la bonita suma de diez mil coronas, a
lo que hay que añadir una cifra algo superior a la mitad de
aquélla, procedente de la decorosa pensión de viudedad que
le correspondía por su difunto esposo. Éste había llegado a alcanzar el noveno grado en el escalafón, categoría tope en consonancia a sus conocimientos.
Si comparamos las calificaciones que obtuvo Adolf Hitler en
la Escuela Profesional de Linz con las logradas en la enseñan-
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za primaria, notaremos que sus progresos no son muy brillantes. No es tonto, ni mucho menos, pero sí un haragán incurable. Se ve obligado a repetir el primer curso; aprueba el segundo, pero es requerido a pasar un nuevo examen para demostrar su suficiencia en determinada disciplina. Lo mismo
le acontece con el tercero. Esta vez, por lo visto, le llaman ya
la atención y se establecen ciertas condiciones para su asistencia. Entonces, Hitler abandona la escuela. Sigue el cuarto
curso en la vecina Steyr, pero el resultado es mucho peor: le
declaran «no apto» en gramática y en matemáticas. En el verano de 1905, pone punto final a sus estudios lo que al parecer ya se le había insinuado y abandona definitivamente la
escuela.
Si se tiene en cuenta la abundancia de errores ortográficos
que comete el educando a los pocos años de dejar la escuela,
es difícil prestar crédito a su afirmación de que sólo «saboteaba» las asignaturas que le parecían estériles. Asimismo, la
«grave enfermedad pulmonar» a que alude en Mein Kampf
como la causante de su incompare-cencia escolar, constituye
evidentemente una exageración y forma parte de la larga serie de sus muchas patrañas. Y si se piensa que en la escuela
primaria mostró afición por el estudio, como lo prueba el hecho de que obtuviera en ella excelentes calificaciones, además
de haber llegado a ser una especie de jefecillo en el círculo de
sus condiscípulos y amigos, resulta doblemente desconcertante su definitivo fracaso como alumno de enseñanza media.
Como tal no destacó entre sus camaradas - ni en lo bueno ni
en lo malo -, sino que se mantuvo dentro de una discreta mediocridad, aunque su natural despótico y egoísta constituía la
nota más característica de su persona. Por lo demás, no se
distinguió por ningún mérito especial, ni en el ámbito escolar, ni fuera de él. Su prematura madurez política, lo mismo
que su supuesta crueldad manifestada en la mutilación de ranas e insectos, pertenece al campo de la leyenda.
Los dos años y medio que siguieron son altamente interesantes en el curso de la existencia de Hitler. El adolescente que
al comenzar los estudios secundarios contaba alrededor de
dieciséis años y, ahora, en la época a que nos referimos, fri-
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saba en los diecinueve no hizo nada en absoluto, salvo acogerse a la protección de su madre, quien le mimaba hasta la
idolatría, y dejar pasar los días sin provecho alguno. Rompió
todo vínculo con sus antiguos compañeros de colegio, o, por
mejor decir, comenzó a huir materialmente de ellos, puesto
que tras su paso por el Instituto de Steyr tenía buenas razones para que todo encuentro con sus camaradas le resultase
particularmente penoso. Para llenar en parte su soledad ya
que, por lo general, los jóvenes suelen mostrarse muy ávidos
de compañía, Hitler trabó conocimiento en el sector de las
localidades del paraíso del teatro de Linz con un joven algunos meses mayor, cuyo padre era tapicero. El muchacho tenía
un espíritu muy apocado; era, por tanto, el amigo apropiado
para Hitler. Durante las tardes, éste le mantenía alejado del
taller paterno, en el que trabajaba como aprendiz. Ambos solían dar largos paseos por la ciudad y sus alrededores. En el
curso de ellos, Hitler acostumbraba a expansionarse a su antojo al narrar sus quimeras y pormenorizar las sensaciones de
la jornada. Su amigo le escuchaba sin atajarle, con paciencia
infinita, modelo de correcto auditorio del que sólo se espera
la total aquiescencia y ante el cual no era nada difícil lucirse,
puesto que el buen amigo oía por primera vez casi todo cuanto le refería el antiguo alumno del Instituto.
Para Hitler, esa amistad constituía su única relación. Por entonces se había convertido en un joven solitario. Aparte de
los paseos, consumía un material de lectura en extremo heterogéneo: el que podían ofrecer las bibliotecas públicas y las
circulantes de instrucción popular (las epopeyas y las obras
de Karl May eran los temas predilectos del futuro incondicional de Wagner). También se consagraba al dibujo de modelos
de arquitectura, o al diseño de intrincados esbozos para una
fabulosa remoción de la ciudad de Linz. Durante cierto tiempo tomó lecciones de piano; su madre no tardó entonces en
procurarle el instrumento adecuado para sus prácticas. A veces intentaba componer algunos versos, que, por desgracia,
no se han conservado. El joven vagabundo, que según se ha
comprobado tuvo que empezar a ganarse el pan a los diecisiete años, vivió durante dos con la mentalidad de un rentis-
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ta, que ocultaba bajo su formación de autodidacta. Esta actitud le aprovechó mucho más que el sordo rencor experimentado a raíz de su fracaso en la enseñanza. Sin embargo, la altanería inherente al «señor estudiante» no le abandonó, aun
cuando ahora según comentaba él mismo un tanto despectivamente ese estudiante hubiera tenido que transformarse
en ganapán. Ahora bien, «él», huelga decirlo, «trabajaba» en
un plano superior. Por lo tanto, sólo manifestaba su desprecio hacia «otros» holgazanes, aunque él, tanto a la sazón como en años posteriores, lo fue siempre de modo singular.
Hemos de conceptuar en sus justas proporciones la estancia
de Hitler en la ciudad de Linz. De ningún modo transcurrió
su existencia en ella como la de un famélico retoño de familia
proletaria, sino más bien como la de hijo de familia acomodada. De acuerdo con los relatos de sus coetáneos, casi puede
afirmarse que era poco menos que un petimetre, a juzgar por
su atuendo, que consistía en sombrero negro de ala ancha,
sempiternos guantes oscuros de cabritilla, bastón negro con
puño de marfil, y levita negra. En invierno se cubría con un
abrigo negro forrado de seda. ¡Qué extraordinaria diferencia
con el Hitler que, dos años después, vivía casi al aire libre en
la urbe vienesa! No obstante, la cómoda época de Linz no iba
a prolongarse Indefinidamente. En 1907, cuando contaba dieciocho años, el «hijito de mamá», como él mismo se caracterizó más tarde, recibió la parte que le correspondía de la herencia paterna y en el otoño del iiiiamo año partió para Viena
con un baúl repleto de dibujos y la cabeza henchida de ilusiones de triunfar. Acariciaba el proyecto de recibir en la capital
las enseñanzas de la Academia en las artes plásticas para convertirse en un «pintor académico», si bien en parte, su afán
de residir en la ciudad obedecía al deseo de sustraerse al yugo
fa miliar. Sin embargo, bien pronto licenció su vida de holganza y se vio impelido a buscar empleo con que ganar su
sustento. A mediados de setiembre fue convocado a efectuar
la prueba de suficiencia necesaria para ingresar en la Academia. Con gran estupor de su parte, sucumbió entre el clamor
de trompetas y atabales.
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Es probable que para consolar al joven aspirante, el rector de
la Academia asegurase al mozo no carecer de talento, pero
«le convenía proyectarlo en el campo de la arquitectura».
Ahora, Hitler ya estaba enterado: llegaría a ser un buen arquitecto. 65
Por desdicha, para tomar este nuevo camino se requería una
formación escolar a nivel de enseñanza media y, naturalmente, el certificado acreditativo de hallarse en posesión del correspondiente diploma, que por desidia no había llegado a
obtener. La nueva ocupación que pretendía implicaba intensos estudios preliminares, y eso era tanto como decir adiós a
sus más caras ilusiones, amén de tener que bregar con regularidad una vez terminada la carrera, cosas ambas a las que el
joven vago y soñador no estaba dispuesto a acceder. De todos
modos, la barrera que se alzaba ahora en su nueva ruta, es decir, la carencia de los estudios necesarios para ser admitido
en la Academia, le llevó a exacerbar su inquina por la «Escuela», ya que ésta se negaba a reconocer su talento. No tardó en
encontrar una justificación para proseguir su existencia hara65
Hitler y su sobrina Geli Rabaul
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gana: él mismo, «estudiando por su cuenta», se «procuraría»
la instrucción suficiente para convertirse en arquitecto, exactamente como había hecho con sus estudios de arte. No obstante, consideró discreto ocultar a la familia sus andanzas en
Viena y, en especial, todo lo relacionado con las de la época
«anterior» a su pretendido ingreso en la Academia de Arte.
Por el contrario, alardeaba de su condición de estudiante de
arte y futuro pintor académico.
Así rodaron las cosas hasta que en 1907, cuatro días antes de
Navidad, su madre falleció a consecuencia de un cáncer de
pecho, del que había sido intervenida sin éxito a comienzos
del mismo año. Adolf Hitler acudió a Linz para asistir al entierro de su madre. Permaneció en el hogar hasta mediados
de febrero de 1908, mes en el que partió para establecerse en
Viena, por un período de cinco años. Más tarde, en su obra
Mein Kampf, habla de «las necesidades y de la dura realidad», que le obligaron a adoptar prontas medidas para poder
sobrevivir de uno u otro modo.
No puede decirse en verdad que al principio le fuera mal del
todo. Pese a los gastos que le ocasionó su intervención quirúrgica, la madre legó a sus dos hijos unas tres mil coronas en total, de las cuales el favorito Adolf se llevó la parte más sustanciosa. A ello había que añadir la pensión de orfandad,
unas cincuenta coronas mensuales, a que tenían derecho ambos hermanos hasta alcanzar su mayoría de edad. Dicho importe tenía por objeto prestarles una ayuda para la educación
o el aprendizaje del oficio que desearan. Con la fábula de sus
estudios en la Academia de Arte de Viena, Adolf supo asegurarse la mitad de la suma que le correspondía todos los meses, hasta que la familia llegó a descubrir la añagaza. Durante
dicho tiempo, entre el legado y la pensión, Adolf Hitler pudo
disponer de unas cien coronas al mes, cifra que le permitía vivir sin arrimar el hombro. Con semejante cantidad se las podía arreglar muy decentemente. Sin embargo, al poco tiempo
comenzó a pasar ciertas estrecheces, en parte porque había
adquirido el hábito de asistir todas las noches al teatro y, claro está, nunca acudía a las localidades más módicas. Además
de las dos fuentes de ingresos mencionadas, se ha comproba-
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do que su tía materna le suministró fondos en varias ocasiones, hasta un importe global de unas dos mil coronas.
Con parecida economía, cualquier otro que no fuese Adolf Hitler hubiera echado los cimientos de una sólida existencia.
Mas él prefirió perder el tiempo y consumir su dinero en dramáticos proyectos y quiméricas construcciones. Aspiraba nada menos que a la total reconstrucción de Linz y del Palacio
Imperial vienes cuyos ladrillos no le agradaban y se imaginaba poder amasar una inmensa fortuna con la creación de
un drama musical al modelo de Wieland dem Schmied. Solía
entonces levantarse al filo de mediodía, hábito que mantuvo
años después, allá en su «guarida del lobo», aunque miles de
hombres perecieran sólo porque nadie osaba perturbar al
Führer en su sueño, ni siquiera en el caso de tener que
adoptar una resolución trascendental y urgente. Más tarde,
después de su cómoda existencia en la prisión de Landsberg,
Hitler se vio obligado a trabajar para obtener «una paga bien
mezquina», aunque durante ese período «le fue dado leer en
abundancia y con gran fruto». El hecho de que hubo de afanarse para atender a su sustento ha sido probado sin lugar a
dudas; en cuanto a las lecturas, es cosa más problemática, según el testimonio de su amigo y compañero de cuarto, al menos en lo que atañe a la abundancia y fruto que él pretende.
Lo cierto es que consumía muchas horas en las bibliotecas
públicas, labor que consideraba como una prórroga a sus «estudios», y que le condujo a la adquisición de unos conocimientos básicos, a los cuales según se desprende de su
Mein Kampf hubo de recurrir ulteriormente.
Durante el primer semestre que pasó en Viena, período más
bien oscuro de su vida, Hitler compartía el alojamiento con
su amigo de Linz, el hijo del tapicero. Los padres del muchacho, convencidos por el elocuente amigo de que su hijo tenía
unas peculiares dotes de músico, lo mandaron a Viena. Pero,
según afirman testigos de la época, el joven aprendiz de tapicero regresó al hogar en julio de aquel mismo año, poco después de finalizar el semestre. Durante las primeras semanas
de separación, se cruzaron entre ambos algunas tarjetas y misivas. Las escritas por Adolf muestran una pésima ortografía,
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una iteración de ideas trilladas y un estilo retorcido y atormentado. Al poco tiempo, esa amistad singular se interrumpió por un motivo que se desconoce y aquel muchacho desapareció de la vida de Hitler. Fue sin duda el primero en soportar sus interminables monólogos y también según propia confesión de Hitler el primero entre millones en dar
siempre la razón al futuro Führer, aun cuando la opinión de
su interlocutor difiriese de la suya. Cuando su amigo regresó
a Viena en el mes de noviembre, después de haber cumplido
un período de ocho semanas de instrucción militar, Hitler no
ocupaba ya la misma habitación que habían compartido y,
por supuesto, se había ausentado sin dejar las señas de su
nuevo domicilio. Al parecer, tampoco su antiguo amigo se
preocupó demasiado en averiguar el paradero de Adolf. Éste,
pues, se esfumó por unos años, en los cuales sus correrías se
pierden en la sombra. Existen escasos datos de este período
y ésos sólo pueden extraerse de los archivos, así como pocos testigos dignos de crédito. Ünicamente el comienzo de la
Primera Guerra Mundial pone un broche a tan oscura etapa.
Para comenzar, diremos que a Hitler las cosas no le marchan
del todo mal. Se alojó en un aposento mejor, evidentemente
más caro, y es de suponer que ha seguido con el mismo tren
de vida que de ordinario. El joven dispone ahora de mucho
tiempo libre, que no sabe en qué ocupar. De pronto, cada día
se apasiona más por las cuestiones políticas. Ya en sus años
mozos de Linz se había insinuado en esa dirección. Hitler estableció en Viena su primer contacto con los «ismos», al menos los más destacados, tales como antisemitismo, nacionalismo y marxismo.
En el mes de septiembre, es decir, un año después de su fracasado intento de ingresar en la Academia de Bellas Artes,
volvió a la carga para tratar de ser admitido en dicho centro.
Presentó un gran número de trabajos, pero esta vez ni siquiera fue convocado a efectuar el examen preliminar de aptitud.
Con ello se esfumaron las postreras ilusiones de iniciar una
trayectoria artística. A partir de entonces, Hitler consideró
sus aptitudes para el dibujo y la acuarela como un simple medio de procurarse el sustento. El perezoso hijo de aquel dili-
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gente oficial aduanero, uno de cuyos rasgos más señalados
consistía ya entonces en obtener una cabeza de turco sobre la
que descargar el motivo de sus reveses, sin ocurrírsele achacar a sí mismo la fuente posible de muchos de sus errores,
comenzó a buscar un tipo de vida más propicio a los contactos con otras gentes, pese a que, precisamente entonces,
llevaba en sí un gran resentimiento contra esa misma sociedad que ahora intentaba frecuentar.
Al doblar el nuevo siglo, tanto en Linz como en casi toda la
Austria germana, una gran mayoría perteneciente a la clase
media profesaba abierta simpatía hacia el nacionalismo alemán y, de modo ostensible, dirigía sus ojos allende la frontera. Ese sentimiento se había exteriorizado en más de una ocasión. No obstante, en la familia de Hitler no se había manifestado de forma tan marcada, como era ya el caso de muchos
distritos fronterizos, netamente germanizados, cuya población mostraba desdén hacia gentes de otra procedencia. Es
notorio que los Hitler, tanto el padre Alois como el hijo Adolf,
contaban entre sus amistades a personas de origen checo. Pese a que posteriormente Hitler aseguró que en sus años escolares ya se había destacado como «"fanático" nacionalista alemán», sus condiscípulos atestiguaron que su sentir no era
otro que el de un antisemitismo muy corriente en Austria. La
Escuela de Linz era considerada como el más firme baluarte
de los sentimientos nacionalistas. Se trataba de una conciencia específicamente austríaca, endurecida en la incesante lucha en defensa de sus tradiciones, variante de un nacionalismo cuya forma era poco conocida en la Alemania de entonces. Sin embargo, esta forma no fue del todo ajena a la zona
oriental de Prusia, donde la conciencia popular estaba agitada por una política de claro matiz nacionalista, de tipo agresivo y expansionista y que ponía al descubierto el fanatismo
en que, tarde o temprano, cae todo nacionalismo, aunque al
principio adopte una postura defensiva. Hitler aportó a Alemania la técnica y la orientación austríaca del concepto de socialismo nacional, o nacionalsocialismo, doctrina que en el
Reich sólo profesaban originariamente los radicales derechistas, tal como se ha podido comprobar en numerosos en-
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sayos acerca del tema.
Todo cuanto sucedió más tarde latía ya en estado embrionario en esas peculiaridades provincianas, pese a que rebus
sic stantibus las influencias políticas a las que estuvo sujeto
Adolf Hitler en su juventud fueron absolutamente normales y
no escapaban del marco de lo corriente. 66
Por cierto que en su Mein Kampf alude a la «rígida conciencia nacional» de su padre, si bien existen motivos para dudar
de tal rigidez, pues en otra ocasión nos habla del «viejo» (todavía en el año 1925 Hitler adopta esa actitud típica del estudiante fracasado) en el sentido de que «sus opiniones eran
poco más o menos las de cualquier individuo de conciencia
cosmopolita» y descubría «cierta insuficiencia cultural»
cuando algún conciudadano de creencias sionistas le designaba, expressis verbis, como judío. Pero durante su estancia en
Viena, el hijo de Alois se desprende paulatinamente de semejantes escrúpulos. Es verosímil que, ya en Linz, donde vivían unos cuantos judíos «europeizados y humanizados»
según su propia expresión, comenzase a exteriorizarse des66
Foto en el colegio, Hitler, arriba al centro
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favorablemente respecto a los semitas, aunque todavía no
pueda hablarse de verdadera antipatía o repugnancia. Tampoco puede decirse que en la escuela, a pesar de la fuerte corriente nacionalista que imperaba, se incitara al antisemitismo. En modo alguno puede considerarse ilustrativa la anécdota que nos presenta a Hitler enzarzado en pendencia con
un condiscípulo hebreo, a quien, en el calor de la refriega,
apostrofó de «puerco judío». Sólo puede concederse cierta
importancia a esta expresión si se la considera a la luz de los
acontecimientos posteriores acaecidos bajo el imperio del nacionalsocialismo. Pero carece de fundamento intentar extraer
consecuencias que rebasan la realidad. En una riña entre mozalbetes, resulta muy normal utilizar como insulto cualquier
característica de su rival. En síntesis, su posterior admisión
de considerarse como «un refinado cosmopolita» habría de
tenerse por concluyeme, en contraste con aquella manifestación netamente antijudía.
Sin embargo, de su estancia en Viena, de 1908 a 1909, existen
razones que nos indican que Hitler se iniciaba ya en su desmedido antisemitismo. Según su propio testimonio, fue en la
capital de la monarquía vienesa crisol de razas donde, al
discurrir sin rumbo entre abigarrados grupos de gente, topó
de súbito con una aparición envuelta en un amplio caftán, el
primer judío oriental que jamás habían contemplado sus
ojos, y cuya figura se oponía de modo extraordinario a la de
su congénere europeizado de Linz que él conocía y que asimiló en el texto de los primeros opúsculos antisemitas que cayeron en sus manos. Según se ha podido comprobar, Hitler no
es el fraguador de sus desvarios antihebraicos. Después del
pasmo que le había ocasionado la imagen del judío del caftán,
decide alejar sus dudas mediante la lectura. Se publicaban entonces ciertos folletines quincenales bajo la denominación de
Ostara, dotados de atrayente portada. El título de marras no
es sino el nombre de la diosa de la primavera en la mitología
germánica. El editor de la publicación, un tal doctor Jórg
Lanz von Liebenfels, pomposo alias de su auténtico nombre,
Adolf Lanz, personaje algo extravagante, no pretendía más
que adaptar el formalismo ario a la cuestión antisemita. Este
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caballero, de pretendida alcurnia germánica, aspira a dar
nuevas orientaciones de matiz nórdico a la perdida cristiandad. Publica su obra fundamental, intitulada Teozología, cuyo abstruso contenido devora Hitler con auténtica fruición.
Hecho esto, insiste en obtener una entrevista con el autor. Ni
que decir tiene que aprehende los fundamentos de la obra, y
no cesa en la lectura de los folletines, heraldos de una institución ario-teosófica para el desenvolvimiento racial, siempre sagrado y épico. El entusiasmo por los héroes de las sagas
nórdicas prende fácilmente en el espíritu de nuestro abatido
autodidacta, campo abonado a la nueva doctrina. Treinta
años más tarde, daría forma real a esas enseñanzas.
Hasta cierto punto, es asombroso lo que se descubre leyendo
a Lanz con atención. Junto a la mul-titud de ideas paralelas
que un buen conocedor exhuma entre las mefíticas emanaciones del sumidero nacionalsocialista y los principios del
alborotado publicista (Himmler, en especial, se mostró infatigable al extraer multitud de juicios oscuros a partir de la ideología de Liebenfels), se encuentra asimismo gran cantidad de
conceptos generales de fácil exégesis. El nudo de la cuestión
órbita en torno al Dictaminador viril y rubio que Liebenfels
ensalza como al ario heroico, y los demás, las razas inferiores, los chandalas, los simios, la morralla (!). Se establece la
lucha constante del primero contra los elementos impuros,
puesto que la fusión de razas constituye un grave delito en la
esfera del nuevo orden. Es indispensable alegan diezmar
a los parias; conviene exterminar a la bestia humana corriente y entronizar a un nuevo tipo muy superior. Constituye un
oprobio para la raza el que una mujer aria se contamine con
esos chandalas. Por tal razón, en beneficio de la pureza de la
casta señera, se establece la poligamia entre los arios y se propone la fundación de instituciones de «fecundación pura»,
servidas por «auxiliares conyugales», donde madres escogidas concebirán de padres no menos seleccionados. No podría
faltar el correspondiente estímulo de los premios a la
«laboriosidad» en las tareas fecundadoras. Treinta años más
tarde, se descubren indicios elocuentes de la admisión de tales principios en los organismos de las SS, en los escritos de
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Hitler y en la correspondencia que su lugarteniente Martin
Bormann sostuvo con su esposa. Por último, Lanz propugnaba la esterilización, los trabajos forzados y la deportación de
los elementos inferiores al «Desierto de los Chacales», o al
«Bosque de los Monos», y procura la receta para que el heroico ario acelere la extinción de las castas inferiores, mediante
«pogromos» y liquidaciones, ya expuestos en los diferentes
números de Ostara: «¡Ofrendad sacrificios a Frauja (el Cristo
nórdico), hijo de los dioses! ¡Levantaos y llevadle los vastagos
de la morralla!» No existe siquiera una sola de las muchas extravagancias y atrocidades del nacionalsocialismo que no haya sido gestada en teoría, si bien de modo eufemísti-co, en el
contenido de las publicaciones de Lanz.
Es obvio, pues, que, a los veinte años, Adolf Hit-ler se empapó de las enfermizas utopías de aquel personaje de espíritu
tan perverso. Debió de introducir en su casa cantidades ingentes de dicha literatura y consumirla con avidez, aunque
posiblemente no se imaginara aún las cámaras de gas del
campo de concentración de Auschwitz, que mandó instalar
años después. Pero el veneno de dichas utopías, filtrando con
lentitud, llegó a destruir la conciencia del joven inmaduro y
socialmente desarraigado. En su obra capital afirma que al
principio se echa atrás repetidas veces, pues el tema, al igual
que los métodos, le parecen monstruosos. No obstante, cuanto más se contiene en sus deseos, mayor es el ímpetu con que
acaba por entregarse a la nueva doctrina. La tradición mesocrática de la estirpe pesa a veces en su espíritu; de ahí la pugna entablada en su interior. La razón y el sentimiento sostienen encarnizada lid, que se prolonga durante semanas y meses, hasta que dos años más tarde la razón se impone a los
sentimientos.
Adoptando un criterio" más ecléctico, diremos que tal vez los
«sentimientos» de Hitler no eran en un principio de un matiz
tan liberal y tolerante como él quiso dar a entender, ni que las
nuevas doctrinas que descubrió en Viena le impresionaran a
tal extremo que «el tiempo transcurrido en la dura escuela de
la calle» convirtieran al inofensivo poltrón en un elemento de
exaltado y peligroso fanatismo. Es indudable que tal proceso
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mutacional coincidió con uno de los períodos críticos de su
existencia. En la primavera de 1909, sus disponibilidades económicas eran exiguas; un año de permanencia en Viena había
dado al traste con los legados paterno y materno. Sólo disponía ya de la pensión de orfandad, agenciada con más o menos
fraudulencia, y de alguna que otra suma que arrancaba a su
tía materna. En todo caso, puede afirmarse que, por primera
vez, nuestro joven pasaba dificultades económicas. No es cierta su pretensión de que su orgullo no le permitía aceptar ayuda pecuniaria. De todos modos, su pereza le impedía solicitar
trabajo. También ha de ponerse en tela de juicio la afirmación que hizo en Mein Kampf de que durante dos semanas
trabajó en una obra como peón, hasta ser despedido por orden del sindicato local. Hitler mudó repetidas veces de residencia, verdaderas «covachas», como él las denominaba sin
mucha razón. Incluso llegó el día en que el hijo del oficial
aduanero no pudo disponer siquiera del más ínfimo alojamiento; en más de una ocasión se vio precisado a recogerse
en un portal o a tumbarse en algún banco del parque público.
De tal existencia de auténtico «clochard» puede colegirse el
estado de ánimo que embargaría al joven Hitler, cuyo aspecto
externo debía por fuerza mostrar las huellas de su calamitosa
situación. Probablemente aparecía cubierto de suciedad, desharrapado y hasta con algún que otro parásito. En otoño de
1909, al comenzar las noches a ser menos benignas, buscó refugio en un albergue nocturno de Meidling, suburbio vienes,
donde por lo menos disponía de un jergón en el que yacer, y
así aprestarse a callejear en pleno día. Hasta es probable que
Hitler hubiese intentado practicar la mendicidad, ocupación
con la que sus cofrades de madriguera alcanzaban pingües
ganancias. Hitler debió de recibir preceptos de tan duchos
mangantes, pero es indudable que no adquirió suficiente
maestría en el arte de sangrar al prójimo. En presencia de los
demás se sentía muy tímido; parecía estar sobrado de complejos. Por esta causa fracasó en los años que siguieron al intentar vender su producción artística por los cafés o de puerta en puerta; era incapaz de abrir brecha en el ánimo ajeno
para iniciar el diálogo imprescindible que podría rematar la
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venta. Experimentaba un apocamiento insólito frente a las
personas. No había trazas del «superhombre» futuro, del
gran dictador, del tirano que habría de regir a capricho a sus
conciudadanos y a los «infrahombres», o del orador destinado a encandilar a las masas desde el podio. Con el tiempo, sólo parecía estar en su medio ideal cuando se dirigía a las multitudes, amparado por el encumbramiento de la tribuna y enmarcado entre grandes carteles, bajo el emblema de la svástica. Tal vez ese inmenso aparato no era más que una pantalla
tras la que se ocultaba el gran timorato. ¡Qué fenómeno tan
asombroso! Nada más ceñido a la verdad que la confirmación
de esa faceta de su idiosincrasia; Hitler jamás habló al «hombre», sino a la «masa», o a un sector de ella.
E incluso esta comunicación no llegaba a un verdadero diálogo, sino que se reducía a un mero discurseo, al monólogo, a la
pura declamación. Nuestro notable solitario nunca conoció la
verdadera comunión entre los hombres. Temía acercarse al
velador de un café o llamar a una puerta cualquiera para colocar sus dibujos y pinturas de la misma manera que más tarde habría de experimentar un vago recelo a practicar la equitación, el esquí o la natación. Aunque parezca raro, toda su vida estuvo dominada por el temor a caer en el ridículo. Este
complejo de inferioridad le acompañó hasta el fin de sus cincuenta y seis años de existencia; bajo su influencia, se lanzó a
varias contiendas y se negó con terquedad a ceder en batallas
que estaban ya perdidas, sin parar mientes en inmolar
inútilmente a millones de hombres... Y, no obstante, muchos
le tomaron en serio.
En el albergue nocturno de Meidling, Hitler trabó conocimiento con un vagabundo impenitente, quien, al inscribirse,
declaró a la Policía un nombre supuesto. Sólo él conocía el
verdadero motivo para obrar de ese modo. El sujeto en cuestión, vivió lo suficiente como para atraer la atención de elementos extranjeros, a quienes facilitaba información acerca
de lo que acontecía en el Tercer Reich, y, en especial, sobre su
famoso ex compañero de albergue. Más tarde, también se tuvo noticia de otro individuo que Hitler conoció en aquel entonces. Aunando debidamente ambas fuentes de informa-
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ción, junto con los escasos testimonios documentales de que
se dispone, puede establecerse cierta base de partida para conocer tan importante período de la vida de Hitler.
Su compañero de albergue, Hanisch !éste era su verdadero
nombre!, había logrado persuadir al abortado «pintor académico» a formar una sociedad en la cual cada uno de los
miembros desarrollase sus aptitudes más notables: Hitler
aportaría sus acuarelas y dibujos !más o menos afortunados!, de diversas vistas de Viena; Hanisch, de taberna en taberna, intentaría transformar en dinero constante y sonante
las creaciones artísticas de su socio, asaltando para ello al
comprador en potencia hasta provocarle, si era necesario,
una verdadera catarata de lágrimas. Los estatutos de la flamante sociedad preveían un reparto equitativo de los beneficios. Con el concurso de un flaco capital inicial originario,
que Hitler obtuvo mañosamente de su tía, el consocio Hanisch propuso trasladar la sede de la firma, a principios del
verano de 1910, a una residencia para varones enclavada en
el distrito XX de la ciudad. Este nuevo domicilio fue el hogar
de Hitler durante los tres años que siguieron, hasta que se
trasladó a Munich.
La residencia era una especie de hotel de lo más económico;
en él se sintió un tanto cómodo, por primera vez desde hacía
algún tiempo. Aunque dormía en literas que se retiraban durante el día, no por eso los clientes tenían que salir a la calle
si deseaban reunirse. Había en el lugar varias salas, una cantina y cocinas a disposición de los parroquianos. En una de
esas salas, el inepto joven pudo inspirarse lo suficiente como
para pintorrear en paz sus bodegones. Se han conservado algunos de sus trabajos; copias de la realidad, no del todo malas, y reproducciones de fotografías corrientes. La producción
en serie de esos «trabajos» no debió de ofrecerle demasiadas
dificultades. Ahora no se trataba de aquellos malditos retratos ni de las láminas sobre problemas de perspectiva que fueron la causa de que no le admitiesen en la Academia.
Después de algunas semanas, la firma desembocó en la bancarrota; el socio creador, Hitler, sintió repentina desconfianza sobre el socio gestor, afirmándose en la creencia de que és-
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te le explotaba en su función de mercader. Quizá no andaba
del todo descaminado, teniendo en cuenta el ambiente selvático que debía de imperar tanto en el antiguo albergue como en la actual residencia. Sea porque Hitler se creía estafado, o porque sobreestimaba su propia obra, el caso es que la
querella tuvo que dirimirse en la comisaría de Policía. Hanisch, bien por ser declarado culpable de infidelidad para con
su colega, o tal vez por la cuestión del nombre falso, dio con
los huesos en la cárcel por varias semanas, y desapareció así
de la vida de Hitler.
Ésta transcurría exactamente bajo las mismas directrices.
Permaneció en la residencia, frecuentada no sólo por tipos
huraños como él, sino por empleados y obreros. Y, por supuesto, seguía pintando. Quizás estableció contacto con otros
vendedores, o, a falta de ellos, intentó constituirse en su propio agente de ventas, toda vez que al mejorar su guardarropía
pudo comparecer más dignamente ante los posibles compradores. Uno de ellos fue un judío de origen húngaro apellidado
Neumann, quien también era huésped de la residencia. El orgullo artístico de Hitler, o su desconfianza, factores ambos
que condujeron a la liquidación de la sociedad con Hanisch,
fueron asimismo origen de desavenencias con Neumann. Es
posible que sobre esta o parecida base pueda asentarse su futuro odio hacia los judíos. Quizás arranque de ahí su programa antisemita, el verdadero núcleo de su «concepción del
mundo» y el único factor carente de oportunismo. Ésos fueron los únicos años de su vida en los que produjo algo tangible. A sus ojos, la situación era como sigue: por un lado, él, el
hombre productivo; por el otro, un comerciante judío astuto
y experimentado, que le robaba el producto de su bien ganado y merecido esfuerzo.
En esa época, Hitler no se limitó a dibujar y pintar postales y
retratos, sino que trabajó en diversos esbozos publicitarios,
en su mayor parte anuncios de jabones, cremas para el calzado y otros artículos similares. Sin embargo, es dudoso que pudiera vivir decorosamente con el solo producto de su labor.
En las postrimerías de 1910 y comienzos de 1911, tuvo ciertas
diferencias con su tutor y el resto de la familia, a consecuen-
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cias de las cuales hubo de renunciar, de buen o mal grado, a
las veinticinco coronas procedentes de la parte de la pensión
de orfandad que correspondía a su hermana menor, cantidad
que él había estado usufructuando desde hacía algún tiempo.
Pero, según parece, Hitler no hizo grandes aspavientos al verse enfrentado con semejante merma de sus ingresos, y la explicación no requiere ulteriores comentarios. Su tía y protectora había fallecido recientemente, y se ha demostrado que
poco antes de su muerte, unos días tan sólo, había retirado
sus ahorros del Banco, cuyo montante, unas tres mil ochocientas coronas, debió de pasar casi íntegro a poder de su
querido sobrino Adolf.
Con tan sabroso bocado, volvieron los buenos tiempos para el
joven Hitler, aunque no por eso dejó sus ocupaciones artísticas, que aumentaban en algo su peculio. No obstante el cambio de fortuna, siguió en la residencia de la Meldemarinsirasse, seguramente porque en ella había una atmósfera de cordial fraternidad que abría genuinas relaciones amistosas entre los huéspedes. Quizá para Hitler esto representaba el sustituto del hogar. El clima multitudinario varonil, como el que
se respira en campamentos, cuarteles, y en las secciones recreativas del Partido, tan frecuente en el régimen nacionalsocialista, produce una exageración torcida y enfermiza, tanto
de las cualidades viriles como de los ideales, con mayor acento en aquéllas, circunstancia que nos puede hacer pensar
abiertamente en la homosexualidad. A este tenor se suscita el
problema de la postura de Hitler respecto a la mujer y, naturalmente, acerca de la sexualidad. Éste es un terreno en el
que, a veces con razón, a veces sin ella, se ha querido ver la
causa de los infames abusos perpetrados en el Tercer Reich.
Hoy apenas puede ponerse en duda que Hitler, desde el punto de vista de la libido, debe ser clasificado en la amplia faja
que se extiende entre lo normal y lo anómalo. En el mejor de
los casos "por así decirlo", debió de ser un sujeto frígido, o
acaso él mismo se impuso una castidad aparente, de modo
que el ascetismo que oficialmente se le imputó en su época de
Führer no hubo de significar demasiado sacrificio para un
hombre habituado a una existencia morigerada. Quizá duran-
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te su mandato, dicho ascetismo se basara en consideraciones
políticas, en una bien meditada postura en aras del ejemplo
dado a las masas, para las que la deshumanización, despersonificación y mitologización del Führer no se circunscribe a la
mera prohibición del contacto 'hombre-mujer. Aparte de esto, cualquier «starlet» de la pantalla sabe de los efectos negativos del matrimonio cuando se quiere ejercer demasiada presión sobre el sexo opuesto. Así lo sabía también «la» mujer
que desde 1932 desempeñó el papel de maitresse en titre en
la corte de Hitler, y con la que pocas horas antes de morir
contrajo matrimonio en una ceremonia mitad macabra, mitad cursi. El «dulce secreto» del dictador era celosamente
mantenido fuera del conocimiento del gran público; sólo los
más allegados cortesanos conocían dicho secreto.
Pero el papel que desempeñó esa Fraülein Braun en la vida
del Führer, no obstante la marea de «revelaciones», es en la
actualidad muy difícil de juzgar. Por lo visto, la capacidad espiritual de la muchacha debió de quedar agotada en su puesto de vendedora en la tienda de Hoffmann, el fotógrafo exclusivo de Hitler. De todos modos, es muy probable que para Hitler esa mujer no significase gran cosa; quizá no era más que
una especie de animalillo doméstico, o una simple coartada
que le servía para ocultar ciertas realidades inconfesables. Si
es que Hitler estuvo enamorado alguna vez, no fue de Eva
Braun, desde luego, a quien con suave burla denominaba
Tschapperl o Patscherl, sino de la hija de Ángela, su hermanastra, de aquella Geli Raubal, compañera inseparable durante seis años, quien en septiembre de 1931 se suicidó en su
apartamento de Munich. El fin dramático de estas relaciones
amorosas levantaron gran escándalo en torno a la figura de
Hitler, ya muy popular en el terreno de la política. Se descubrieron las intimidades de la muchacha con el chófer de su
tío Hitler; se produjeron las consabidas escenas de celos, en
las que el futuro tirano soltó, quizá por primera vez, todas las
perversidades que era capaz de expresar por vía de la palabra; incluso se llegó a poner en duda lo del suicidio. Tal acontecimiento dejó muy abatido a Hitler, antes de que, pasados
los efectos, se entregara de nuevo a la vida pública con reno-
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vado ardor. El cuarto que había ocupado Geli Raubal permaneció intacto, libre de cualquier mirada profanadora. Es asimismo probable que durante esa época, atacado por la fiebre
de un romanticismo vulgar, o acuciado por el despertar de
una pubertad tardía, Hitler se lanzara en pos de alguna hija
de «buena familia» o de alguna viuda acomodada, a fin de paliar sus deseos, cual nuevo Eróstrato saliendo de un baño de
sangre. De todos modos, puede afirmarse que su sobrina Geli
fue quizá la única persona que logró despertar sentimientos
realmente tiernos y humanos a esa caricatura de hombre.
Quizás algún día, en un análisis más exhaustivo de esa alma
torturada, pueda dilucidarse el efecto que le produjeron los
intentos frustrados de establecer contacto con sus semejantes.
Es muy significativo que entre los amigos y conocidos de su
juventud ninguno haya referido nada acerca de las amistades
femeninas del joven Hitler. No obstante, se sabe que en Linz
cortejaba par distance a una muchacha de buena familia, una
belleza rubia de corte germánico, dos años mayor que él. De
su estancia en Viena, se tienen noticias, por mediación de un
tal Greiner, su segundo conocido de la capital #el cual no se
distinguía precisamente por su amor a la verdad#, de que Hitler andaba tras una joven estudiante de música que servía de
modelo a los pintores, y a la que él acechaba como una fiera
lo hace con su presa; pero, a diferencia de la bestia salvaje, él
no se atrevía a atacar. Un fabricante de tejidos de origen judío se «llevó» a la muchacha para casarse con ella. La chica,
para mayor tortura del platónico galanteador, no solamente
se parecía a una típica Margarita germánica, sino que además
éste era su nombre de pila. Es posible que esta segunda «faena» de manos de otro judío tuviera la virtud de arrojar más
leña al fuego de su naciente antisemitismo. Así, pues, a juzgar
por los datos que facilitaron los coetáneos de los años mozos
de Hitler, se colige que sus andanzas eróticas no se vieron
coronadas por el éxito, y que el fenómeno mujer y su lógica
consecuencia, el amor, le fueron casi extraños durante los
años decisivos de su temprana juventud.
Cabe preguntarse a este tenor si un hombre tan sumamente
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superficial tenía las cualidades necesarias para triunfar en tales menesteres. En otras facetas de su carácter se pone asimismo de relieve esa tremenda superficialidad, que nos brinda un claro ejemplo para explicarnos ciertas peculiaridades
de sus años de «lecturas y holganzas». Había a la sazón tres
«espantajos» incipientes, acerca de 'os cuales, cinco lustros
más tarde, fatigó a sus contemporáneos repitiendo machaconamente la misma cantinela: el judaísmo, tema principal, y
sus dos ramificaciones, la democracia $que Hitler conoció en
la República de Weimar$ y el marxismo. 67
Con respecto a este último, es difícil determinar en qué momento Hitler estableció enemistad con esa doctrina. Existen
en Mein Kampf ciertas discrepancias. Por ejemplo, en las páginas 68 y 69 del libro original, Hitler refiere que «en Viena
profundizó en el estudio del marxismo» y que «hizo amistad
con teóricos de esa doctrina», mientras que en la página 228
y siguientes, citando una conferencia que Gottfried Peder, un
importante teórico del Partido Nacionalsocialista, celebró en
1919, escribe: «Por primera vez en mi vida he tenido ocasión
67
Foto Hitler en una concentracion nacionalsocialista
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de asistir a una exposición detallada acerca de la verdadera
índole del capitalismo internacional.» Sin embargo, según
sus más inmediatos colaboradores, el Führer no sabía de las
doctrinas marxistas más que algunos tópicos adocenados.
De todos modos, esa «exploración» no debió de ser tan profunda como pretende hacernos creer. Eso se comprende mejor si nos remitimos a su propio testimonio, cuando nos dice
que «estudiaba esa forma de pensamiento en la literatura
teórica de la Prensa socialdemócrata» y que «la literatura oficial del marxismo» le parecía insulsa y falaz, «conteniendo
gran número de vocablos y expresiones de sentido oscuro»
(es posible que así fuera para el Hitler que a la sazón deambulaba por Viena). Además, según propia confesión, Hitler tenía
ya suficiente con sus «estudios» particulares %los folletines
rocambolescos de Oslara%, que seguía con tanta afición y entusiasmo y que según él le llevaban directamente al objetivo
que deseaba alcanzar, es decir, «el profundo conocimiento de
la cuestión judía». Así, de plano, de un modo inocente %apenas puede llegar a creerse% el joven perezoso se inicia en su
llamada «concepción del mundo» y para completarla, como
escribió más tarde, tenía necesidad de convertir a un pueblo
espiritualmente superior en una masa amorfa de serviles
adoradores, sin el menor derecho a ejercer la crítica.
Hacia fines de mayo de 1913, se desplaza a Munich. Allí le
acompaña su repulsión hacia cualquier actividad metódica;
sigue exactamente el mismo tenor de vida que llevaba en Viena. Posteriormente, para justificar el cambio de residencia,
alegó el creciente odio que sentía hacia la capital de los Habsburgo, y muy particularmente hacia el «crisol» que era la populosa urbe, con su abigarramiento racial, especialmente semita. Por esto quería él, ya desde su más temprana juventud,
«sentirse como en casa en otros lugares del Reich». En efecto, según se desprende de su trayectoria ulterior, es en su
nueva residencia donde comienza a experimentar esa «nostalgia por el Reich», cosa que explica ese anhelo romántico
por el agitado ambiente de la política. En Mein Kampf, Hitler
menciona que había pronosticado su marcha de Viena con un
año de antelación, pues había presentido que en Munich le
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aguardaba una grandiosa labor. El futuro cabo y más tarde
comandante en jefe se convirtió en lo que en su patria llamaban «pájaro migratorio». Desde su más tierna juventud, Hitler se había distinguido por sus manifestaciones despectivas
hacia todo lo militar; y, haciendo honor a sus convicciones,
no se molestó lo más mínimo en acudir a la llamada a las armas cuando su remplazo fue convocado a filas en 1909, ni
tampoco se presentó a alistarse en 1910. A este año siguieron
otros dos sin que nuestro hombre diera señales de vida. El joven alucinado prefería el albergue nocturno y la residencia, la
sopa boba de los conventos o las noches al raso tumbado en
un banco de piedra de cualquier parque público, antes que
someterse a la disciplina militar. Éste es un rasgo muy digno
de ser tenido en cuenta al analizar la futura carrera del hombre que, sin la menor afición por la milicia, despertó el espíritu castrense prusiano para rendirlo al servicio de sus
ambiciones políticas.
Durante bastantes años, a juzgar por el género de existencia
que llevaba, Hitler debió de tener buen cuidado de evitar todo roce con los agentes de la autoridad. Pero ahora, en la
cuestión del servicio militar, no le cabía la menor duda de
que, expirado el plazo para presentarse a filas, la implacable
maquinaria burocrática le buscaría sistemáticamente hasta
obligarle a seguir la ruta inexorable marcada a todo ciudadano. Por lo,tanto, esperó a cumplir los veinticuatro años, edad
en que normalmente caducaba el deber de incorporarse a filas, para cruzar la frontera con absoluta impunidad. La venganza de Austria por lo de 1866, como se decía en son de mofa.
Como medida de precaución, a su llegada a Munich se declaró apatrida. Halló alojamiento en la casa de un sastre, donde
alquiló una buhardilla, modesta y reducida. Vivía con la acostumbrada mezquindad, con unos ingresos que oscilaban en
unos cien marcos mensuales, cifra que le proporcionaban sus
pinturas, ahora de tema muniqués. Le sobraba tiempo para
frecuentar los cafés de la ciudad; durante su llamado «período de lucha», establecimientos varios que van desde el «Neumaier», en las proximidades de la Abacería central, hasta el
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«Heck», de la Odeonplatz, conocieron su asistencia regular.
En ellos encontraba Hitler aquellos pasteles que tanto le agradaban &los cuales, treinta años más tarde, seguía ingiriendo
en gran cantidad en su «bunker» mientras Berlín ardía por
los cuatro costados y la hollaban soldados extranjeros&,
amén de buen número de periódicos. Éstos constituían su alimento espiritual y saciaban su hambre de saber. En aquellos
establecimientos tenía la oportunidad de entablar encendidos
debates sobre política, y eran un escenario ideal para sus interminables discursos demagógicos.
De esa época, concretamente del primer año de estancia en la
ciudad, proviene la extensa carta autógrafa que dirigió a las
autoridades militares de Linz, en la que sus conocimientos de
la lengua alemana, no obstante las cuantiosas horas que pasó
en las bibliotecas públicas, dejan mucho que desear, aun para
el observador más magnánimo, pues se aprecia en el estilo
una notable carencia de instrucción. A pesar de sus afirmaciones, no había adelantado gran cosa desde que abandonó la
escuela. Durante la guerra, no tuvo la oportunidad de proseguir sus lecturas. Más tarde, a medida que se encumbraba en
su trayectoria política, sólo tomaba la pluma cuando debía estampar numerosas firmas; de ahí que el Fiihrer no gozase de
muchas oportunidades para pulir su pésima redacción. Por lo
visto, consideraba la sintaxis como «un lastre inútil», aunque
hemos de reconocer que poseía la inteligencia intuitiva del
enajenado, cosa que se ilustra suficientemente con la sola lectura de Mein Kampf. Hitler sentía aversión por la buena
literatura, como si en ello quisiera expresar su desquite por la
fallida experiencia escolar. Con el tiempo evidenciaría su inquina incluso hacia el saber en general, y su preferencia contra las ramas humanísticas del mismo. Sabido es que gustaba
de la compañía de secretarias, actores de cine, deportistas,
magnates del celuloide e intérpretes de la canción ligera. Pero
respecto a los intelectuales, no le unía más nexo que el frío
apretón de manos ante los fotógrafos de la Prensa, al imponerles la medalla de Goethe, u otra similar, en premio a su labor investigadora. El hombre que tanto trabajó en la deificación de la voluntad no podía sentir ninguna simpatía por los
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dominios del espíritu.
La carta que hemos mencionado, escrita en un estilo lacrimoso que da a entender cualquier cosa menos entereza, la envió
en respuesta a una notificación que le concedía un plazo de
tres días para acudir a un segundo reconocimiento. Eso ocurría en el mes de enero de 1914. Hitler reconoció la gravedad
del caso. Ante la seguridad de que su remisión en servir a la
patria le valdría ser repatriado como extranjero indeseable,
pulsó todos los resortes para solicitar la rescisión del
emplazamiento, a cambio de satisfacer una pequeña multa,
en caso necesario. Las autoridades vienesas, que conocían su
domicilio en Munich, expusieron el problema a la Policía de
la capital. Nuestro hombre es llamado a justificarse ante el
cónsul general austríaco; éste se conmueve al leer la carta
que le dirige el escurridizo recluta, modelo de insuficiencia física, psíquica y ortográfica, impresión que se refuerza, si cabe, tras el examen del sujeto. Tras breve forcejeo, se exime al
solicitante de la comparecencia inmediata, siempre que el famélico «artista pintor» se presente en Salzburgo, a mediatos
de febrero, ante la oportuna comisión reclutadora. Se le declara inútil para todo servicio, y así puede regresar a su domicilio.
Seis meses después, estalla la Primera Guerra Mundial. Análogamente a como lo había hecho el emperador Guillermo el 1
de agosto desde un balcón del Palacio de Berlín, se proclamó
en Munich el estado de guerra. Un fotógrafo, anónimo entonces, apellidado Hoffmann, sacaba instantáneas de la enfebrecida multitud que se agolpaba en la Odeonplatz. Años después, ese fotógrafo, promovido al cargo de reportero gráfico
exclusivo de Hitler, se tomaba el trabajo de demostrar que su
amo no dejó de asistir a la gloriosa jornada. Gracias a una ardua labor técnica, consiguió destacar de entre los incontables
rostros que llenaban la fotografía el del artista pintor Adolf
Hitler... En efecto, allí estaba con su bigotito, la boca abierta
por la emoción, como si celebrara de antemano la hecatombe
que se avecinaba. Este nuevo día le entusiasma de tal modo,
que diez años más tarde se refiere todavía a él, lleno de inspiración lírica. Agradece al Cielo, de todo corazón, el haberle
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concedido el privilegio de vivir en esa época. Parece poseído
de una conciencia mesiánica y seudorreligio-sa, inspiración
fanática que le empuja hacia la cúspide del poder, aun a costa
de millones de cadáveres. Se incorpora como voluntario en la
zona de reclutamiento de Baviera y esta vez supera la inutilidad para el servicio de armas. El 16 de agosto ingresa en el regimiento de Infantería número 16, cuyo jefe le asigna el remoquete de «zorro». Por fin 'según sus propias palabras', la
«Providencia» hubo de ceder el paso a un destino cuyo impulso era ya incontenible; entonces se abalanzó sobre la tierra el primer rayo exterminador, por el que tanto había suspirado el bisoño soldado de veinticinco años. El eterno rebelde
y descontento, el hombre que en su accidentada carrera no
sugerirá ni una sola idea propia, que carece de originalidad,
pero que es un verdadero genio del plagio, ha encontrado al
fin su rumbo verdadero.
Pero, ¿cómo se entiende que, de súbito, el austríaco Hitler,
tan esquivo a la milicia, declarado inútil para todo servicio,
corra a refugiarse bajo el estandarte bávaro, cuando hubiera
podido evitarse tantos sinsabores? ¿Puede creerse tal vez que
el eterno nihilista, a quien repugnaba la atmósfera supranacional que reinaba en Viena, cuna de la monarquía, hubiese
encontrado en el «Reich» un motivo lo bastante fuerte y sincero como para lanzarse al combate en defensa de la patria?
Es posible que eso influyera algo en su decisión, pero existen
otros móviles de mayor profundidad, y uno de ellos, quizás el
más importante, lo tenemos en sus propias declaraciones al
respecto. Le pareció entonces respirar la desolación que hace
presentir la proximidad de la tormenta, que él saluda con júbilo como «una liberación elemental de la juventud, puesto
que al fin se ha desatado la tempestad depuradora». El hasta
entonces bohemio inadaptable percibe al fin la primera ráfaga poderosa que sopla sobre una sociedad caótica, engendradora de ras patológicas capaces de trastornar el esquema social existente por su función catalizadora, al enfocar el destino hacia determinados objetivos al solo ímpetu de su enérgica y perversa voluntad, que impulsa el mecanismo social sobre una nueva isase asentada en las ruinas de la precedente.
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«En los tiempos "fríos" (decía Kretschmer refiriéndose a tales anomalías( solemos luchar contra parecidos elementos,
si bien en períodos "cálidos" ellos acaban por dominarnos.»
En agosto de 1914, la época «fría» tocaba a su fin. Hitler, con
su intuición, barruntó que había llegado su gran oportunidad.
De pronto, se introducen nuevos valores en la escala burguesa, valores que reposan en el capital y el trabajo; él carece del
primero, y no le hace ninguna gracia la :ca del segundo. Es injusto, sin embargo, censurar al joven entusiasta que se deja
arrebatar por la psicosis de guerra. ¿Qué puede importar
eso, si sólo se da la circunstancia desfavorable de fe aquel día
Hitler está presente entre millones de personas y, con tal motivo, el paupérrimo, ¿todo y estrafalario joven, es partícipe de
un fenomeno colectivo? Queda inmerso en la vorágine, toda
la suerte le acompaña y puede contarse entre los supervivientes. La realidad es que entonces, una vez firmado el armisticio, salen a relucir todas sus consecuencias, la entumecida imanación de un Estado imperial y policíaco. No habiendo sido lo bastante fuerte para contener la rversión que
bulle desde hace años, se ha esforzado en interceptar toda comunicación legal entre los dirigentes socialdemócratas y la
masa popular. Ahora, los regueros del descontento y de la
desmoralización fluyen por millares de cauces incontrolables.
En 1918, al terminar la guerra, Hitler no echa en saco roto las
enseñanzas que ha extraído del conflicto. Esto, añadido a sus
experiencias en el albergue nocturno y en la residencia para
solteros, que en un tiempo constituyó su hogar, hace que
aproveche la ocasión, y convierte esa época en la plataforma
para la proyección revolucionaria de su movimiento. En realidad, para él no ha sucedido nada irrevocable ni decisivo; sólo
es trascendental la derrota militar, de la que se derivan sabrosas consecuencias para sus designios.
El año 1914 marca un jalón importante en la vida de Hitler.
No menos lo es el 10 de noviembre de 1918, fecha que merece
ser recordada, pues el cabo, cegado por los gases de combate,
se repone en el hospital militar de Pasewalk, y allí decide
«convertirse en político». Es ciertamente notable el cambio
que ha experimentado su personalidad al conjuro de su aven-
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tura militar. En adelante, jamás vivirá aislado; le acompañará
siempre la cohorte de sus hermanos de sangre y sus superiores, algunos de ellos hasta el amargo final. De sus antiguas
amistades de Linz, Viena o Munich no quedan vestigios; desaparecieron de su camino, si bien en el futuro, algunas de
ellas )en vano, por supuesto) intentarán renovar los lazos
amistosos con el gran triunfador del momento. 68
En relación con sus gestas de campaña, han circulado gran
número de falsos rumores, propalados por sus adversarios
políticos durante su pugna por la supremacía. En verdad, la
aventura militar de Hitler no contiene nada digno de incluirse en el terreno de lo sensacional. Desde fines de octubre de
1914 hasta el 6 de octubre de 1916, Hitler lucha en el frente
francés. Herido en la pierna izquierda, se le traslada al hospital militar de Beelitz, cerca de Berlín. Al darle de alta se le
destina a una unidad de reserva, de guarnición en Munich.
Luego, parte de nuevo al frente, desde el 5 de marzo de 1917
hasta el 15 de octubre de 1918. fecha en que es evacuado en
un tren sanitario debido a pérdida temporal de la visión a
consecuencia de un ataque inglés con gases tóxicos. Su mi68
Foto Los padres de Hitler
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sión en el frente consistió en actuar de enlace entre el mando
de su regimiento y los batallones respectivos, y entre éstos y
sus correspondientes compañías. No se batió en las trincheras, mas ello no es óbice para desmerecer su actuación como
soldado. En su peligroso cometido de enlace, atrajo muchas
vecjes la atención del enemigo, y sostuvo numerosas escaramuzas en las que tuvo la oportunidad de demostrar su audacia y bravura.
Hitler combatió en Ypres y en otros puntos "eurálgicos del
frente flamenco; también lo hizo en el Somme, Camino de las
Damas y en el Aisne. A. principios de diciembre de 1914, se le
concedió la Cruz de Hierro de 2da clase por su heroica actuación ante el enemigo en la batalla de Wytshaete; en setiembre
de 1917, se hizo acreedor a la Medalla Militar de 3ra clase y
poco antes de terminar la guerra, en agosto de 1918, le fue
concedida la Cruz de Hierro de 1ra clase, distinción muy poco
común entonces entre elementos pertenecientes a la clase de
tropa. Algunos cronistas, bajo los auspicios de la posterior coyuntura hitleriana, han relatado hipotéticas proezas del personaje. En realidad, tales autores no pretendían más que
acrecer el prestigio de Hitler y, por lo tanto, sus trabajos no
pasan de ser meros panegíricos que conviene considerar con
alguna discreción. Sin olvidar dicha salvedad, se puede afirmar sin incurrir en la exageración que Hitler demostró un valor a prueba, lejos de lo corriente. Tal vez se salga de lo verosímil la historia del asalto en solitario a quince soldados franceses, a quienes después de hablar en francés (!), persuadió a
rendírsele. La anécdota, sin embargo, no disminuye el valor
que derrochó en multitud de ocasiones. Cuando sus camaradas tuvieron noticia de la supuesta hazaña, se afirmaron más
en su consideración de «lobo solitario» con respecto al compañero de armas, un hombre que ni fumaba, ni bebía, ni se le
conocian aventuras amorosas, no recibía paquete alguno, ni
apenas correspondencia. En cambio, ese raro combatiente no
perdía ocasión para exponer ras ideas políticas, que los otros
escuchaban meneando la cabeza en señal dubitativa. El misógino que trocaba su soldada por raciones de mermelada; el
que con encendida palabra despotricaba contra el judaísmo y
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el marxismo; el que lanzaba feroces invectivas a sus cantaradas cuando éstos se permitían ciertas observaciones obscenas
acerca de las muchachas francesas, o cuando manifestaban
su escepticismo en la victoria final, era ya un sujeto que inspiraba cierta sospecha. Existen multitud de anécdotas en torno
a ese tipo desaliñado y cómico, que en medio de la ruda atmósfera de la soldadesca encajaba tan poco como un fraile en
un garito.
No obstante, la «camaradería» entre combatientes significó
mucho para un hombre de temperamento retraído como
Adolf Hitler. Por primera vez en su vida, había descubierto
una verdadera patria y, a diferencia de los extraños y
superficiales vínculos con sus colegas de infortunio en el albergue nocturno, halló en el Ejército ese sentimiento casi único de solidaridad, que más tarde inculcó a sus lansquenetes
pardos.
En Mein Kampf, Hitler se muestra muy parco al referirse a la
época de la contienda. Las pocas alusiones que se permite se
pierden en el torrente de sus catilinarias políticas. Las escenas que presenció durante su convalecencia en la patria debieron de confundirle tanto, que se reincorporó al servicio activo antes de lo necesario. Lo destinaron a un destacamento
de la reserva, acantonado en Munich. Y cuando se le envió de
nuevo a primera línea, recibió una gran alegría. En el frente
no había tantas complicaciones; la vida discurría por unos
cauces bien delimitados, a diferencia de la retaguardia, donde
no existía ya el aglutinante ni el valladar del orden social burgués bajo el simbolismo de trono y altar, aunque se notara la
falta de una autoridad firme que enderezase el curso de los
acontecimientos.
No es extraño, pues, que el apatrida, al terminar la guerra, a
fines de 1918, no encuentre el modo de ajustarse a la turbulenta vida civil. Permanecía aferrado a su existencia castrense, no obstante la derrota, que llegó a producirse en contra de
sus exaltados vaticinios. Mas no tarda en descubrir la adecuada justificación: es la «puñalada» que los judíos, amos de la
judía retaguardia, han asestado al Ejército victorioso. Tanto
él como otros muchos desengañados no cesan de repetirlo
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hasta la saciedad en la época subsiguiente a la termina-de las
hostilidades. Hacia la última semana de noviembre regresa a
Munich, la más alborotada de todas las ciudades alemanas.
No es posible imaginarse una palestra más incitante para el
novato en política. Hitler solicita destino como vigilante en el
campo de prisioneros, próximo a la localidad de Traunstein.
Al pisar de nuevo la ciudad de Munich en marzo de 1919 a
consecuencia de la clausura del campo, entra de lleno, como
se ha apuntado más arriba, en un terreno abonado para desarrollar sus conncepciones basadas en el sentimiento y el odio,
que constituyen el punto de arranque de su posterior vía
triumphalis.
Al mes siguiente, Hitler celebra su trigésimo iniversario.
Un tal Hitler
Hitler vivía entonces bajo el imperio de la «República Popular de Baviera», que había sido proclamada el 7 de abril de
1919. A los pocos días de aquella efemérides, un grupo de partidarios del nuevo Gobierno se presentó en el cuartel donde
se alojaba, con el propósito de arrestarlo. Hitler, amenazándoles con el fusil, les hizo desistir de su intención, los frustrados captores tuvieron que marcharse tal como habían venido.
Era evidente que el régimen establecido estaba dispuesto a
separar de las unidades del Ejército acantonadas en Munich a
los elementos pertenecientes a la extrema derecha. A este respecto, Hitler ya venía precedido de cierta nombradía *así lo
patentiza su trayectoria* y, a las pocas semanas, es decir, en
ios primeros días de mayo siguiente, las tropas regulares y el
Cuerpo de Voluntarios de la nueva República Popular ya habían sido desplazados de sus posiciones clave.
En este tiempo, Hitler fue llamado a formar parte de la comisión que investigaba el movimiento revolucionario en el segundo regimiento de Infantería. Dicho de otro modo: por primera vez en su vida, participaría en una operación de «limpieza». Su ejecutoria mereció la absoluta aprobación de sus
superiores. A las pocas semanas, participa en un cursillo organizado por la «Reichswehr», para la formación de mandos
militares intermedios. Según los conceptos sustentados por
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las primeras autoridades militares de la guarnición de Munich, entre las que se contaban el general Von Epp y un capitán apellidado Roehm, convenía designar como agitadores
políticos a un cierto número de elementos idóneos, pertenecientes a la baja graduación en el Ejército. La misión primordial de esos agitadores consistiría en el adoctrinamiento de la
tropa, en cuyo seno se infiltraban ideas subversivas de tendencia marxista. Había que hacerla entrar en razón, no en el
sentido de imponer las nuevas doctrinas republicanas, sino
en el ideario «patriótico» conforme al viejo estilo.
Adolf Hitler, ya «instruido», que se había granjeado el beneplácito de sus jefes, a causa de su furibundo antisemitismo,
se vio promovido al grado de «oficial instructor» en el regimiento de la Guardia Bávara, que correspondía al número 41
en la nomenclatura de la «Reichswehr». Desde su nuevo
puesto, similar al de comisario político en el Ejército de la
URSS, aunque sin ostentar el rango y las atribuciones de un
oficial, tuvo por primera vez la oportunidad de «nacionalizar» ex cathedra a sus camaradas, según su propia expresión.
Cierto día recibió la orden de asistir a una reunión del llamado «Partido Obrero Alemán», que debía celebrarse en la noche del 12 de setiembre de 1919 en un salón privado de la cervecería «Stenecker», para informar acerca de la verdadera
naturaleza de dicha organización política.
La impresión que de ella recibió no fue nada halagüeña. El
oficial instructor Hitler la consideró como una parodia burlesca. Se habían congregado allí de veinte a veinticinco personas, en su mayoría pertenecientes a la clase trabajadora, con
el fin de escuchar la disertación de un tal Peder, ingeniero de
profesión, quien desarrolló el tema de cómo eliminar el capitalismo. Durante el cursillo de instrucción que siguió Hitler,
el ingeniero Peder ya había expuesto una cuestión parecida,
por lo que ésta no constituía ninguna novedad para él. Como
quiera que se aburría en extremo, pensó lo mejor sería abandonar el local +según manifestó después+, cuando de pronto se inició un debate sobre el orden del día en la asamblea.
En lo sucesivo, él se apresuraría a remplazar este procedimiento por el de la música marcial y las charlas, con gran
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despliegue de banderas y estandartes). En el desarrollo de la
discusión, Hitler rebatió, con éxito, las teorías de un profesor
de s separatistas. Dicha polémica llamó la atencion de Antón
Drexler,69 un miembro del partido presidía la asamblea.
Drexler era obrero ferroviario. Hombre de gran probidad, había fundado ese grupo nacional en 1918, reclutando a elementos que trabajaban en los talleres de la red de ferrocarriles. El grupo en cuestión era uno de muchos que en aquella
agitada época de transición proliferaron en el territorio alemán, lo mismo que los hongos en el campo al amparo de la
lluvia bienhechora. Drexler entregó al observador ¿en la
«Reichswehr» un folleto de confección casera en el que se resumía su «ideario político». Adolf lo incluyó entre sus lecturas nocturnas, sin dedicarle, empero, poco más que una simAnton Drexler (Múnich, 13 de junio de 1884,ibídem, 24 de febrero de 1942) fue un político alemán, líder del Partido Obrero Alemán (DAP), posteriormente renombrado como el Partido nazi. Fue
mentor político de Adolf Hitler durante sus primeros años.Nacido
en Múnich, Drexler fue mécanico antes de trabajar como ferroviario en Berlín. Durante la Primera Guerra Mundial fue rechazado
por cuestiones de salud para realizar el servicio militar. Fue entonces cuando se unió al Deutsche Vaterlandspartei y se dedicó a las
actividades de agitación política entre los trabajadores. En marzo
de 1918 fundó el llamado "Comité de Trabajadores Libres para una
Buena Paz", opuesto tanto al capitalismo como al comunismo.
Unos meses después, en octubre de 1918 creó el Círculo Político de
Trabajadores (Politischer Arbeiterzirkel) junto a un miembro de la
Sociedad Thule, el periodista Karl Harrer. Nuevamente junto a Harrer, a comienzos de 1919 fundó otro movimiento nacionalista
völkisch llamado Partido Obrero Alemán (DAP). El nuevo partido
fue fundado en el hotel Fürstenfelder Hof de Múnich, el 5 de enero
de 1919. Este grupo tenía cerca de cuarenta miembros, pero Drexler solo se reunía con un pequeño grupo de ellos. Anton Drexler fue
el autor del folleto Mi despertar político, el cual leyó Adolf Hitler
una madrugada en Múnich después de asistir a una reunión del
DAP. Drexler quedó impresionado por la capacidad oratoria de Hi69
tler, y lo invitó a unirse al partido, cosa que Hitler finalmente hizo.
Además del DAP, Drexler también participó en varios movimientos
de tipo völkisch y en la Sociedad Thule.
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ple y amable atención.
La amistad incipiente entre ambos hubiera quedado sin duda
extinguida, de no ser porque la activa dirección del partido
envió al perplejo Hitler una propuesta de afiliación en forma
inusitada: una simple tarjeta postal. Huelga decir que, entonces, Hitler no deseaba verse incluido en ninguna organización política. Hoy podría afirmar -como tantos otros lo han
hecho a partir del año 1945- que se había convertido en
miembro del partido en contra de su voluntad.
Tenemos, pues, a un nuevo militante a la fuerza, a un hombre
que meses atrás había intentado, aunque sin fortuna, instituir un «partido social-revolucionario» entre sus compañeros
de curso, que aceptó la invitación de asistir a una asamblea
con los miembros más relevantes de «su» partido y que, después de esta experiencia como activo participante en aquella
manía asociativa de la época se encontraba tan desorientado
como antes. El motivo por el cual - tras algunas vacilaciones- accedió a formar parte de una organización que le era
ajena, que además carecía de relieve y que no era sino la cristalización de un programa en concordancia con el suyo, lo revela, tal vez sin percatarse, en las páginas de su Mein Kampf.
Uno de los rasgos más curiosos y persistentes de su carácter,
o, por lo menos, el que nos ha sido dable observar más a menudo en él, lo constituye el raro temor de adoptar decisiones
formales.
Por el contrario, esta vez lo consideró como una determinación irrevocable, como si hubiera decidido quemar las naves
y hacer imposible el retroceso. Sin embargo, la realidad es
que se unió a la empresa de Drexler, quizá pensando que, en
el futuro, esos torpes aficionados a la política no le ofrecerían
mucha resistencia en sus planes de reformar la organización
conforme a su propio espíritu. Por otra parte, en el caso de un
posible fracaso, siempre le quedaría el recurso de salirse de
ella. Así fue como el cabo Hitler, con esta reservatio mentalis, se convirtió en el afiliado número 55 del partido, y en el
séptimo miembro de la Junta rectora.
Nuestro errático personaje, que se había mostrado poco menos que inútil y sin talento especial en muchos aspectos, llegó
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a trastocar la organización del partido. Su modo de lograrlo
pertenece al campo de las realizaciones fantásticas de este individuo, de las cuales dio cumplida prueba en los años sucesivos, al desarrollar su labor a un ritmo tan acelerado que el
origen y el fin de la misma debía sucederse en un breve lapso
de tiempo. Al fin había encontrado una ocupación que le parecía digna de él y que, además, le obligaría a poner en liza su
enorme fuerza de voluntad, hasta ahora sólo en estado latente. El 31 de marzo de 1920, pide la baja en el Ejército y se consagra a su nueva tarea. El «artista» incomprendido sustituye
su oficio por el de «escritor» político, él, un hombre que hasta la fecha no había escrito otra cosa que escuetas instancias y
cartas mal redactadas.
En dicha época, sin embargo, 70 el flamante afiliado ya había
imprimido un «sesgo conveniente a la organización». Hitler
se convirtió en el responsable de la sección de propaganda, y
70
Casa de oficinas de las Camisas Pardas o SA
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su primera tarea consistió en remozar los conceptos sustentados por el anterior conventículo. Al llegar el otoño de 1919,
Hitler ya había tenido a oportunidad de hablar en público en
tres ocasiones distintas. No obstante la resistencia que ofrecían los miembros del Comité, consiguió que se convocara la
primera asamblea general. El 24 :ebrero, Hitler dirigió la palabra a unas dos mil personas congregadas en la sala de fiestas de la cervecería «Hofbráuhaus», en Platzl.
La muchedumbre estaba compuesta en su mayoría por personas no muy adictas al partido. El nombre del nuevo orador
era entonces poco menos que desacido, tanto que los organizadores considera-innecesario hacerlo figurar en los carteles
de propaganda. Asimismo, en los informes oficiosos del partido no se mencionaba a Hitler junto al orador principal de la
reunión, un conocido homeópata y experto en el arte de la
oratoria que gozaba del favor popular. En esa fecha (o quizás
algunos días más tarde), el partido tomó su denominación definitiva de Partido Obrero Alemán Nacionalsocialista
(NSDAP). Ante unos oyentes que escuchaban iracundos, agitando los puños en de amenaza, Hitler declaró que, a su juicio, los «veinticinco puntos» del programa no podían considerarse de importancia capital. Posteriormente. la historia
oficial del partido partió de esta manifestación, al basar la solemne fundación del mismo en el importante cambio de rumbo que entrañaba tan decisiva afirmación.
En dichos «puntos», que constituían la esencia i el programa,
se entrelazaban conceptos sobre politica interior e internacional, ideas antisemitas y socializantes, y una implícita cristalización de las aspiraciones de aquellos que constituían la burguesía media. Su contenido condensaba el pensamiento de
Drexler. Peder, Hitler y algunos otros, sólo habían contribuido a su plasmación con escasas sugerencias y aportaciones.
Para Hitler .al contrario de sus colaboradores., todo ese
mosaico de ideas de tan variada índole no era más que un
simple medio publicitario. Después de todo, un partido que
sale a la luz necesita de un programa; ahí estaba, pues, el suyo. Aunque seis años más tarde, sólo por razones de prestigio, Hitler tuvo que declarar que dichos puntos tenían carác-
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ter «inamovible», en la práctica los ignoró por completo. En
numerosas ocasiones llegó a manifestar que no hubiera llevado a cabo dicho programa, de haber podido pronosticar sus
posteriores triunfos políticos. No obstante, tal ideario constituía un buen cebo para los ávidos pobladores de las urbes,
quienes nunca llegarían a convertirse en un obstáculo serio
para el autoritario jerarca y futuro jefe de Estado. En su Tercer Reich, respetó los censos que gravan los inmuebles, se
abstuvo de nacionalizar a las sociedades anónimas /si bien
las «exprimió» a su conveniencia/ y a los grandes almacenes. Tampoco emprendió ninguna reforma agraria sustancial, ni toleró la vigencia de los «derechos cívicos» preestablecidos. El programa, como mero instrumento de propaganda, había cumplido su papel. El resto carecía de importancia. Desde 1934 no era sino un ente empírico, un simple decorado en la trama estructural del partido. A medida que transcurría el tiempo, Hitler se apoyaba cada vez en mayor escala
en los have que en los have not 71. Se mostró lo bastante astuto como para no irritar a sus nuevos favorecedores más allá
de los límites señalados por la prudencia.
Sin embargo, incluso en el período fundacional, el partido
Nacionalsocialista no podía ser propiamente designado como
una organización compuesta en su mayoría de elementos procedentes de las clases obreras. Sólo el treinta y cinco por ciento de sus afiliados pertenecían al proletariado. Más tarde, alrededor de 1930, otros estratos de la población, aparte los
obreros, pasaron a nutrir sus filas, hasta rebasar por un amplio margen el porcentaje representado por las clases trabajadoras. Esta evolución tuvo lugar a raíz de la tremenda
conmoción económica universal, que puso en manos de Hitler a la pequeña burguesía dominada por el pánico.
Además de dicha circunstancia, a partir de 1921 se
unieron a la nueva corriente política otros estamentos superiores de la sociedad, los cuales consideraron al partido como
el fiel portavoz de sus resquemores. Un personaje fundamental en ese aspecto fue el poeta Dietrich Eckart, un hom-bre
71
Have y have not, ricos v pobres, respectivamente.
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que gozaba del favor popular y que se consumía lentamente
por su afición a la morfina. Pertenecía a la nueva tendencia literaria de la «Peer-Gynt» y se había entusiasmado por el nuevo movimiento político, a cuyo favor puso a contribución sus
importantes conexiones con los upper ten 72. Eckart acompañó a Hitler a Berlín en tres ocasiones con motivo de sendos
actos de la «Hofbráu», donde el activo agitador trataba de
pescar en las aguas revueltas del llamado putsch de Kapp.
Ambos viajeros (el tercero, en calidad de piloto del avión, era
el barón Von Greim, que casi veinticinco años más tarde haría el mismo trayecto por última vez), llegaron demasiado tarde para cumplir sus propósitos, pero Hitler, merced a Eckart,
tuvo la oportunidad de conocer a destacados miembros de las
clases elevadas y a representantes populares de la capital. Entre los primeros figuraba el general Ludendorff, víctima de la
«puñalada por la espalda», semidiós de los elementos minados por el descontento y figura señera de las ambiciones nacionalistas.
La labor de proselitismo de Hitler no sólo atrajo al seno del
Partido a los perjudicados por la guerra, a los representantes
de la pequeña burguesía 0a quienes la desastrosa situación
económica por la que atravesaba el país había convertido en
indifentes0, y a las minorías alemanas afincadas en países limítrofes o en ultramar, sino a muchos individuos representativos, si bien un tanto extravagantes, de la «sociedad». Prototipo de este género era un tal Hanfstaengl, segundón de una
antigua familia muniquesa, quien regentaba una conocida
editorial de libros de arte. Hanfstaengl apoyó decisivamente a
Hitler con su prestigio social y con una buena provisión de
dólares. En la segunda mitad de 1922 y durante el año siguiente, secundaron el movimiento importantes financieros sólo citamos entre ellos a Borsig y a Thyssen -, quienes tomaron bajo su protección al nuevo Partido y a su Führer. No
puede olvidarse la importante contribución que en los meses
iniciales tuvieron algunas damas de la alta sociedad, con cuya
habitual intuición femenina adivinaron en el reyezuelo políti72
Las diez primeras figuras.
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co de tendencia izquierdista un halo de salvaje agresividad,
unida al innegable atractivo de su persona. Con su actitud
maternal, o casi maternal, el afecto que le profesaron dichas
damas fue la llave que le abrió las puertas de los salones elegantes, y también la bolsa de muchos personajes. ¡Quién sabe
lo que hubiera sido de Hitler, en un momento tan crítico de
su carrera, de no ser por Frau Bruckmann, allegada a la editora del mismo nombre, o por Frau Bechstein, de la fábrica de
pianos de igual denominación, o por Frau Hofmann, casi la
«madrecita» del Führer...! Si a ello añadimos la entusiasta
cohorte de adeptas que tenía en el extranjero, puede afirmarse que las mujeres actuaron como de apisonadora para allanar la ruta del gran político en cierne. Ellas contribuyeron
también a llenar las urnas con votos favorables o llevar su hálito a los hogares de la «gente bien». Tan fervorosas admiradoras se descomponían al mostrar su entusiasmo mientras el
coche que conducía a Hitler rodaba lentamente por las avenidas urbanas.
El Partido crecía por momentos. Su esfera de influencia se extendió con rapidez desde que el talentoso tamborilero había
asumido la tarea de manejar las baquetas. El 18 de abril de
1920 fue fundado el primer grupo local en Rosenheim, localidad próxima a Munich; el 2 de julio de 1921 nació en Hannover el primer centro de importancia fuera del ámbito de
Baviera. Al terminar el año 1920, el número de afiliados había pasado de sesenta y cuatro a unos tres mil. A finales de
setiembre de este mismo año se crearon las Ligas Nacionalsocialistas y, casi un mes más tarde, el 29 de octubre, el
Partido adquirió plenos derechos de legalidad. Un jalón primordial en la marcha ascendente del mismo fue la adquisión
de su órgano propagandístico, un periódico llamado Volkischer Beobachter, cuya situación económica era tan precaria
que bordeaba la bancarrota. Eso ocurría en diciembre del
mismo año. Dietrich Eckart había contribuido a forjar dicha
pieza maestra, lo mismo que el general Von Epp, éste aportando fondos secretos de la «Reichswehr». No obstante, la
marcha económica del rotativo constituyó durante mucho
tiempo una fuente de inquietudes para Hitler Partido. En el
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mismo año 1920 apareció el emblema de la cruz gamada 1
desde luego con el concurso de Hitler, pero de ningún modo
por su exclusiva decisión1, así como los diversos distintivos
del Partido, el saludo romano y los brazales. Sin embargo, la
camisa parda no formó parte del atuendo oficial hasta 1924,
año en que Hitler sufría condena. Dicha prenda fue introducida sin contar con su asenso. La expresión Heil Hitler!
no se popularizó hasta principios de 1930, aunque este hallazgo de Goebbels no tuvo buena acogida en un principio.
El emblema del Partido adquiría mayor importancia cada día,
en especial cuando gracias a la -fluencia de Hitler comenzó a
adornar los auditorios y a figurar en las manifestaciones callejeras, aunque, al principio, servía más para atraer la
atención de la Policía hacia sus portadores, sobre os que llovían los palos en el curso de las frecuentes refriegas. Estas reyertas 1las SA celebraron el «estreno» en la «Hofbráuhaus»
el 4 de noviembre 19211 estaban a la orden del día desde que
discurseaba de forma incansable en las más imporlantes cervecerías. Su temática no ofrecía ciertamenté una gama demasiado amplia. Se circunscribía a un par de argumentos
que él tenía por básicos: el ataque a los acuerdos de Versalles
y las diatribas contra el judaísmo; el antagonismo entre el
régimen capitalista y el marxismo, las democracias judaizantes y otros temas similares pasaban a segundo término. La
conferencia que se celebró en París para tratar de la cuantía
de as reparaciones de guerra, al fijar éstas en la absurda cifra
de doscientos sesenta y nueve mil millones de marcos oro,
constituyó para Hitler una ocasión propicia. Al no producirse
una manifestacion unánime de protesta por parte de los diversos círculos de la opinión nacional, Hitler se encargó de
organizaría en el marco del «Circo Krone». Muchos de sus correligionarios le tomaron por loco, pero la aventura tuvo éxito. Su activa campaña de propaganda reunió a unas seis mil
quinientas personas, dispuestas a escuchar lo que el escritor
y prosélito tenía que decir acerca del tema: «Un brillante futuro o la ruina.»
¿Prosélito? ¿Acaso no era ya más que eso? De hecho, a partir
de enero de 1921, Hitler ocupaba el lugar prominente 1cuan-
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do menos el segundo2 en las asambleas que se celebraban ya
con toda regularidad. Todavía no considera llegado el mo
mentó de presentar la factura, puesto que aún no había decidido consagrarse a la política, al menos para seguir batiendo
los tambores por cuenta ajena. En el verano de 1921 ya había
llegado el primero a Aquileia. El camino hacia Roma estaba
expedito. Sin embargo, el Partido atravesaba una etapa
crítica. En su seno había surgido un cisma que se expandía
rápidamente, motivado por el problema que suscitaba la asociación con otros grupos populares. De ellos, el más relevante
era el Partido Socialista Alemán. El núcleo de este Partido
gravitaba en el norte del país, con ramificaciones de importancia en las regiones meridionales, por ejemplo en Nuremberg, bajo la égida de Julius Streicher. Esta pretendida unificación contaba con el más enérgico veto de Hitler, quien en
modo alguno transigía en una fusión más o menos democrática, basada en una elección entre los miembros de los respectivos comités, ni siquiera en la admisión corporativa de
otros grupos políticos afines. Antes de tratar de una eventual
unificación, exigía en primer lugar la disolución de dichas facciones políticas. Incluso en las filas del Partido Nacionalsocialista existía entonces una fuerte oposición a Hitler, y
éste, temeroso de que la proyectada unificación aconteciese
sin seguir la pauta que él imponía, el 11 de julio de 1921 anunció su inmediata dimisión. Tres días después, en un escrito
dirigido a la jefatura del Partido, expuso lo que a su juicio
constituían los mayores equívocos en su actuación. Como
condición previa para su reingreso, Hitler exigía la «inamovilidad» de la sede, del programa y de la denominación del Partido; además, reclamó para sí «el puesto supremo con poderes dictatoriales». Si bien la mayor parte de los componentes
del comité aceptaron la propuesta, hubo una minoría que se
negó a aceptar las pretensiones del advenedizo. Entonces surgió la escisión. Se atacó duramente el afán inmoderado de poder, las ambiciones políticas y las aviesas intenciones de! austríaco para con los «parásitos demagogos y los arribistas».
Hitler, con el apoyo de Dietrich Eckart y de una «claque»
bien retribuida, logró salir airoso de la disputa. En las sucesi-
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vas reuniones que se celebraron, tanto en el plano limitado
del comité como en las asambleas generales, se aceptaron las
exigencias de Hitler. Así quedó establecido el principio de
autoridad, aunque con ciertas salvedades que reducían, teóricamente, el poder casi omnímodo del nuevo jefe. El cariz imprimido a la marcha del Partido le permitía mucha mayor libertad de acción que la antigua decisión mayoritaria del comité. El recién ascendido jefe no tardó en designar a su antiguo sargento mayor Amann para el puesto clave de secretario
del cual, Schüssler, furibundo oposicionista, hubo de apearse
a regañadientes. En compensación, le fue asignado el mando
de la Junta de Mutilados. El tamborilero mayor ya había alcanzado otra etapa importante en el camino hacia la cumbre.
El 7 de diciembre de 1921, el Volkischer Beobachter designó a
Hitler como «Führer del Partido Nacionalsocialista» y, casi
un año después, es decir, el 30 de noviembre de 1922, los carteles que anunciaron las cinco primeras asambleas generales
incluían la expresión: «"nuestro Führer" Adolf Hitler».
El año 1922 se considera hoy como el preludio de los acontecimientos subsiguientes a la noche del 8 al 9 de noviembre.
Analizados los mismos detalles, con sus embrollos, sus implicaciones y sus intrigas, se aprecia que no son otra cosa que interioridades políticas específicamente bávaras, que no pueden ser estudiadas con detenimiento en un esbozo como el
que nos ocupa. Baviera, alejada de las regiones centrales del
país que, poco a poco, se habían convertido en zona de influencia comunista, era entonces la encrucijada donde convergían todos aquellos elementos que encabezaban la reacción frente a los sucesos de 1918. Cuantos combatían a la
República, al dominio de los «capitalistas berlineses» y a los
«bolcheviques» sajones y turingios, se habían dado cita en el
crisol bávaro. Los monárquicos partidarios de Wittels-bach,
los adictos a la dinastía de los Hohenzollern, los generales aficionados a la política, el Cuerpo de Voluntarios y otras organizaciones de antiguos combatientes, y los representantes de
los medios conservadores y populistas, so habían congregado
para luchar por sus intereses e intentar mejorar posiciones...
Pero aunque todos comprendiesen que era necesaria una pro-
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funda transformación, eran muy pocos los que tenían una
idea clara de «cómo» había que efectuarla.
Entre ellos, los que tenían cierta noción del «cómo», se encontraban el austríaco Adolf Hitler quien, al frente de su Partido Nacionalsocialista, navegaba tan hábilmente entre
las turbulentas aguas, que sus enemigos llegaron entonces
hasta a exigir su extradición. Mas él sólo pensaba en seguir tirando de la levita a los grandes del momento y en organizar
una «marcha sobre Berlín». Mussolini, en octubre de 1922,
ya había proporcionado la adecuada receta. El tiempo laboraba en favor de Hitler. Los sucesos del Ruhr de 1923 y la
devaluación monetaria decretada por el Gobierno del Reich
ayudaron al «nacionalista» Hitler, así como la resistencia pasiva que recomendó el Gobierno contra las pretensiones de
Francia, que Hitler boicoteó con energía en protesta por la
atomización social y la desmoralización política y psicológica que traía aparejada. La situación ofrecía un campo abonado para la fructificación de la semilla nacionalsocialista. Bien secundado por entusiastas partidarios 3
cuyo número aumentaba progresivamente3 y merced a sus
encendidos discursos en multitud de cervecerías con densa
atmósfera de humo y fuerte olor a lúpulo, y a las patéticas
manifestaciones callejeras, Hitler consiguió situarse en aquel
cúmulo de elementos que pugnaban por mediar, donde cada
uno pretendía utilizar a los demás como vehículo de sus
propias aspiraciones, hasta que al fin el enérgico caudillo del
partido provinciano, secundado por un hombre de la talla de
Ludendorff, reclamó para sí el papel primordial y pudo situarse en la cumbre, la Cancillería del Reich, sin ningún contrincante capaz de hacerle sombra.
En la víspera del suceso que tuvo por marco el «Feldherrenhalle», el Partido Nacionalsocialista contaba con cincuenta y seis mil afiliados, casi el cuadruplo que a principios de
1923, y diez veces más que en enero de 1922. Mientras tanto,
Hitler había desarrollado una actividad febril. En la primera
conmemoración del «Día del Partido del Reich», en enero de 1923, llegaron a Munich seis mil elementos de las SA.
Dos meses antes, el mando de ese ejército privado de Hitler
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había pasado a manos de un aviador llamado Goering, héroe
de la Primera Guerra Mundial que poseía la condecoración
Pour le mérite. 73 Por aquellas fechas, Hitler no sólo se había
permitido honrar públicamente a sus primeros «mártires», sino que presentía muy próxima la llegada de «su
día». La primera exhibición de fuerza tuvo lugar el 1 de mayo
siguiente, con ocasión del «Día del Partido Obrero». Sin embargo, representó un rotundo fracaso, puesto que los camaradas bávaros que ostentaban los puestos clave no contribuyeron en la medida necesaria. Después de largas horas de inactividad en el «Oberwiesenfeld», Hitler, aunque rechinándole
los dientes de ira, tuvo que devolver a los cuarteles de la
«Reichswehr» las armas que se había procurado gracias a un
soberbio bluff. El verano anterior ya se había visto obligado a
cumplir un mes de condena en la prisión de Stadelheim por
disolver violentamente un acto político de sus adversarios,
pero en esta ocasión la justicia bávara se mostró tan ciega en
todo lo concerniente al Partido Nacionalsocialista, que su
nuevo paladín no tuvo que pagar cara su osadía. Esta vez Hitler había amenazado con hablar y el caso se dio por concluido.
La Pour le Mérite, conocida informalmente como el Max Azul o
Blauer Max, era la máxima condecoración militar concedida por
Prusia y luego por Alemania durante la Primera Guerra Mundial.
Esta condecoración fue creada en el Reino de Prusia en 1740 y
nombrada en francés (el lenguaje de la corte real) por el mérito.
Hasta 1810, la condecoración era un honor tanto militar como civil,
pero en enero de ese mismo año, el rey prusiano Federico Guillermo III decretó que sólo podría concederse a personal militar en activo. En 1842, el rey prusiano Federico Guillermo IV creó la llamada clase de paz de la condecoración, la Pour le Mérite für Wissenschaften und Künste (Condecoración Pour le Mérite para las Ciencias y las Artes), con tres secciones: humanidades, ciencias naturales y bellas artes. Una de las más famosas artistas que recibió la clase de paz de la Pour le Mérite fue Käthe Kollwitz (aunque los nazis
se la retiraron posteriormente). Pour le Mérite für Wissenschaft
und Künste, la clase civil de la condecoración. En 1866 se estableció una versión especial militar de Gran Cruz.
73
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Después de un descanso veraniego, que disfruto en Berchtesgaden acompañado de Dietrich Eckart, a quien la activa Policía bávara buscaba sin demasiado celo, Hitler reapareció en
el turbulento escenario político. En los días 1 y 2 de noviembre el Führer celebró en Nuremberg el «Día de Alemania»,
que se convirtió en una nueva exhibición de fuerza. Pero el 26
de septiembre se había proclamado en Baviera el estado de sitio, que, al poco tiempo, se extendió a todo el territorio alemán. Un mes más tarde estalló abiertamente el conflicto entre Munich y Berlín. Hitler, a quien el nuevo comisario general del Estado, Kahr, había prohibido la celebración de una
serie de actos públicos, envió a sus SA a Bayreuth para celebrar su propio «Día de Alemania». En tal ocasión, pudo realizar el sueño dorado de su juventud: con un atuendo compuesto de pantalón corto de cuero, medias de lana y camisa a
cuadros visitó la «Casa Wahnfried». Se mostró muy entusiasmado al conocer a dos parientes de Richard Wagner:su hija
política Winifred y su hijo político Houston Stewart Chamberlain, un fanático nacionalista alemán, profeta de la misión
especial que esparcía por el mundo entero la superioridad de
la raza aria y uno de los padres del nacionalsocialismo.
El siguiente mes de octubre trajo consigo el punto álgido en
la íntima cooperación con las fuerzas conservadoras, junto
con el detenido examen de una acción contra Berlín.
Entretanto, la «Reichswehr» había barrido del centro de
Alemania a los elementos marxistas. La inminente estabilización monetaria amenazaba cortar las especulaciones de
Stinnes y de algunos otros, además de frenar el proceso inflacionario, que había alcanzado su apogeo. En este punto debe
patentizarse la diferencia fundamental entre Hitler y sus camaradas conservadores. En tanto que éstos veían con buenos
ojos la restauración de Wittelsbach y la separación con Berlín
4que más tarde, naturalmente, el propio Hitler hizo resaltar
especialmente4, el agitador e imperialista ponía el ceño hosco ante los acontecimientos. No era posible soñar con otro 1
de mayo. Le constaba que no podría repetir un nuevo acto de
fuerza, toda vez que no deseaba arriesgarse a perder prestigio
ante un fra caso probable. Con el propósito de no perder
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tiempo, en tanto que su estrella le era aún propicia, Hitler escenificó el célebre golpe teatral de la «Burgerbrau», en
la noche del 8 de noviembre (el comandante en jefe de la
fuerza armada, momentáneamente sorprendido por el dilettanti revolucionario Hitler, estuvo preparando su contramina
durante la noche). Al día siguiente, Hitler organizó una marcha hacia el centro de Munich, con la que, por cierto, nadie
sabía hacia dónde quería él ir a parar. Aunque esta manifestación logró levantar los ánimos de la población, el acto terminó en el «Feldherrenhalle»74 con unos cuantos disparos
hechos por nutridas escuadras de la Policía local. Los revolucionarios estaban tan poco convencidos de la finalidad de la
marcha que, excepto Ludendorff, todos emprendieron la huida.
Después de tal desastre, que desde el punto de vista personal
habría podido significar el final de su carrera política y que,
efectivamente, significó un trauma que le afectó durante muchos años, Hitler, consternado por los acontecimientos de la
víspera, huyó de la ciudad en un automóvil de un médico, un
La Feldherrnhalle (Templo de los Generales, a veces también
Feldherrenhalle, traducido como Logia del Mariscal) es una logia
situada en Múnich, Baviera, Alemania. Fue construido entre 1841 y
1844 en el extremo sur de Múnich, junto a la Ludwigstrasse, el Palacio Preysing y al este del Hofgarten. Friedrich von Gärtner construyó el Feldherrnhalle a instancias del rey Luis I de Baviera. El
Feldherrnhalle fue un símbolo de la honra del Ejército bávaro. Contiene estatuas de líderes militares como el Conde de Tilly y Johann
Karl Phillip von Wrede. El grupo escultórico central se añadió en
1882, después de la Guerra franco-prusiana. El viernes 9 de noviembre de 1923, en horas del mediodia, la Feldherrnhalle fue el escenario del enfrentamiento entre la policía bávara y una marcha
ilegalmente organizada por parte de seguidores de Adolf Hitler.
Los policías ordenaron a los manifestantes detenerse, pero estos
continuaron caminando, y la Policía del Estado abrió fuego. Dieciséis manifestantes murieron y varios resultaron heridos, entre ellos
Hermann Göring. Como consecuencia, Hitler fue detenido y condenado a una pena de prisión. Este fue uno de los intentos realizados
por los nazis de hacerse con el control del Estado federado de Baviera, en lo que se conoce comúnmente como el Putsch de Múnich.
74
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tal Bubi Schultze, quien más tarde ocupó un cargo honorífico
en el Ministerio de Educación del Reich. Hitler se ocultó en la
quinta de recreo que Hanfstaengl poseía a orillas del lago
Staffel. Sin embargo, a los dos días de su llegada, la Policía tuvo noticias de su paradero y se presentó a detenerle. El Partido sufrió con ello un duro revés. Por si fuera poco, los «jóvenes turcos» de la «Reichswehr» 75 que simpatizaban
abiertamente con Hitler fueron licenciados dei servicio activo, mientras el tribunal popular de Munich disponía los preparativos para el procesamiento de los ca-ilas responsables
de la algarada del 8 de noviembre. La vista se celebró el 26 de
febrero de 1924: habría de convertirse en un triunfo resonante para los principales encartados.
Hitler supo presentar la poco honorable derrota suifrida en la
Odeonplatz como un símbolo mís-y solemne, de innegable
efecto propagandístico. Incluso se llevó a tales extremos que
se rebasaron los límites impuestos por el buen gusto. Su actitud ante el tribunal no correspondía a la de un acusado. Convirtió el estrado en una tribuna para su propio lucimiento. En
realidad, constituyó su primera aparición pública ante un auditorio silencioso, formado por los más heterogéneos
representantes de los distintos estamentos sociales. No hay
duüa que consiguió un rotundo éxito político. De todos modos, el juego no le resultó demasiado difícil, toda vez que los
más influyentes hombres públicos de la metrópoli del Isar tenían motivos más que suficientes para meditar seriamente sobre tan crítica situación. Pero todavía quedaban muchos que
ocupaban lugares muy destacados. Para éstos, la bomba había estallado en un lugar y en una hora inoportunos.
Hitler, pues, se lanzó al ataque... ¡y de qué modo! Se sentía
dispuesto para cualquier acción y muy lejos de considerarse
culpable, puesto que no podía tomarse como alta traición el
ataque abierto a los políticos de 1918. En enero de 1923, ante
La Reichswehr (en alemán literalmente, defensa nacional) fue el
nombre dado a las fuerzas armadas de Alemania desde 1919 hasta
1935, cuando el gobierno nazi rebautiza a las fuerzas armadas del
país como Wehrmacht.
75
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el vociferante auditorio reunido en el circo «Krone», ya les
había adjudicado el sambenito de «los traidores de noviembre».
Tampoco en esta ocasión faltaron los consabidos puñetazos
sobre la mesa ni las veladas amenazas de un tribunal «propio», en un futuro próximo. Incluso llevó su audacia a acusar
de traidor al magistrado supremo de la República. Atacó con
saña a sus oponentes del 8 de noviembre y se declaró exento
de culpa ante la «eterna Diosa de la Justicia», con tan sentidas frases, que Roehm, otro de los detenidos, aseguraba haber notado lágrimas furtivas en alguno de los componentes
del tribunal. Claro está que no cuesta gran trabajo creerlo.
Cuantos participaron en esta soberbia escenificación del ministro Gürtner, entre ellos Kahr, Lossow y Seisser, por no
mencionar también al príncipe heredero Rupprecht y al cardenal Faulbaber, estaban de parte de los acusados. Eso sin
contar el gran número de seguidores de la «opinión pública»
que se encontraban al otro lado del decorado, como el presidente del tribunal, el comerciante en objetos de escritorio y
los dos empleados de seguros que formaban parte del jurado,
los agentes de seguridad, y hasta los dos representantes del
Ministerio Público.
La farsa terminó al fin 5significativamente el primero de
abril5 con la condena de Hitler y tres de sus compañeros a
cinco años de prisión. Los demás, con ciertas limitaciones,
quedaron absueltos de los cargos que se les imputaban. En
cuanto a Ludendorlf, la condecorada y mitológica figura de la
Primera Guerra Mundial, nadie osó ocasionarle la menor molestia.
Llegó, pues, el día en que las puertas de la prisión se cerraron
tras Hitler y sus correligionarios. Las condiciones del establecimiento distaban mucho de las que él ofreció más tarde a
«sus» adversarios políticos, incluso a aquellos que no habían
emprendido ninguna acción concreta contra su sistema. La
prisión de Landsberg representaba el término medio entre un
balneario y un cuartel. Entre sus muros, la crema de los fieles
lansquenetes llevaba una existencia que, con toda propiedad,
podría denominarse de casino. Todas las dependencias ha-
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bían sido recién pintadas. La intimidad de tan distinguidos
huéspedes quedaba a salvo, puesto que la solícita dirección
del establecimiento dispuso la colocación de unos mamparos
de madera para que los prisioneros quedasen a cubierto de
las miradas indiscretas de los centinelas. Pero, al parecer, eso
no era suficiente. Ante la mirada complaciente del personal
de la prisión, ésta no tardó en convertirse en una especie de
«Hogar Pardo». Las habitaciones de los presos especiales estaban adornadas con insignias del Partido y de uno de los
muros de la sala común pendía una enorme bandera con la
cruz gamada, como para testimoniar la condición ideológica
de los detenidos. En esta sala común se servía a los reclusos
las dos comidas principales del día. Nadie empezaba a probar
bocado hasta que Hitler, acompañado de sus íntimos, efectuaba su entrada en el comedor.
El desayuno se llevaba a sus habitaciones 6estaban lejos de
poder llamarse celdas6, pero a Hitler y a los suyos incluso les
era servido en la cama. Para matar el tiempo jugaban a los
naipes, paseaban por el patio de la cárcel y practicaban varios
deportes y diversiones. Hitler apenas participaba en todo
ello, al parecer a causa de las heridas sufridas el 9 de noviembre, no de bala, por cierto, sino ocasionadas por una caída. Es
más verosímil que la causa real de su inhibición residiera en
el hecho de que en su calidad de Führer no debía participar
en las actividades de sus subordinados, ni siquiera en los juegos de naipes. Recibían numerosas visitas, sin duda para consolar de sus tribulaciones a los mártires nacionales. A ello hay
que añadir un verdadero alud de cartas, ramos de flores, regalos de todo género y, sobre todo, de manifestaciones de adhesión, en especial con motivo del 35 aniversario de Hitler,
que naturalmente se festejó con tanta solemnidad como el
día de su onomástico el 17 de junio, o como el «Día de la Nación». Orquesta, atracciones, veladas festivas en «agradable
camaradería» y hasta un periódico en el que Hitler colaboraba con sus dibujos, contribuían a la recreación de los presos.
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En contraste con la mayor parte de sus bravucones, Hitler se
comportaba como un recluso ejemplar, lo mismo que dondequiera fuese necesario someterse a un esquema disciplinario.
Por lo tanto, se dedicó a espigar en la biblioteca de la penitenciaría. 76
A principios de verano fue desligándose poco a poco de las jocosas actividades de sus compañeros, para recluirse en su celda, desde cuyas ventanas podía admirarse un magnífico paisaje. En su retiro, se consagró al trabajo. Consumía la mayor
parte de su tiempo ocupado en dictar a un joven camarada de
encierro, un hombre que le profesaba ciega admiración y que
más tarde se convirtió en su secretario: Rudolf Hess. Hitler preparó entonces una obra titulada Cuatro años y medio
de lucha contra el engaño, la estupidez, y la cobardía, denominación que habría de llevar luego la más sugestiva de Mein
Kampf. El libro alcanzó una difusión de ocho a diez millones
Instalaciones del Partido donde Hitler redacto sus primeros discursos, la maquina de escribir fue usada por el mismo
76
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de ejemplares y se tradujo a dieciséis idiomas. Resulta difícil
explicarse tamaño éxito en una obra que carece de importantes revelaciones 7como había esperado Amann, editor oficial
del Partido7, y en cuyo texto ni siquiera se había logrado refundir las concepciones universales del autor y con ello la
plasmación de un código político cohesionado. El libro resultó ser una simple ordenación de conceptos, expuestos en un
estilo ampuloso y monótono, salpicado de eventuales citas
autobiográficas.
Resulta delicado hablar de la huella que hayan podido dejar
en la obra capital de Hitler las distintas concepciones del
mundo. En algunos de sus pasajes se advierte la influencia de
personajes a los que, en cierto modo, se considera como precursores del nacionalsocialismo: Schopenhauer, Nietzsche, Lagarde, Chamberlain, Wagner, Spengler, etc. Con todo, la calidad de la obra deja mucho que desear. Los distintos
temas están desarrollados de una manera ambigua; es evidente que el autor no ha conseguido pulir su lenguaje llano, y
ha puesto gran interés en eludir toda clase de citas. Extremo
por demás comprensible, toda vez que el autor no podía improvisar un estilo decente sin los imprescindibles conocimientos literarios. Lo único que nuestro hombre expone con
gran simplicidad es su meta política. De haberse tomado la
molestia de leer la obra o, por lo menos, de haberla considerado con mayor seriedad, más de uno de sus ardientes partidarios no hubiese mostrado tanta extrañeza ante los acontecimientos que habrían de producirse en lo sucesivo. Aunque
entonces, tal vez hubiera sido pedir demasiado la materialización de aquellas fantasías sobre la raza y la cuestión judía, el «espacio vital», la «política en el Este», el nuevo
Estado, la educación nacional, la «visión popular del mundo», etcétera.
Sin embargo, la obra en la que el escritor Adolf Hitler se ocupaba día y noche en su celda de la prisión de Landsberg, requería una cierta metamorfosis antes de poder ofrecerla al
lector. Varias personas se emplearon en la tarea de suprimir
las trivialidades retóricas de que adolecía el texto original.
Entre dichas personas se contaban el crítico musical del Vól-
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kischer Beobachter, y el editor del Miesbacher Anzeiger y un
clérigo de filiación nacionalsocialista llamado Stempfle. Es
muy probable que el íntimo conocimiento que poseía este último del material literario de su Führer, le costara la vida en
la gran purga del 30 de junio de 1934. No obstante, las distintas correcciones no bastaron para ocultar las múltiples lagunas de la obra. Incluso el propio autor, con algo más de madurez, criticó más tarde su opera magnum; algunos de los capítulos los calificó de «horribles» y, lo mismo que había manifestado respecto al programa político del Partido, puede extenderse en relación con el libro que jamás lo habría publicado, de haber podido vaticinar su futura carrera política.
Antes de que Hitler comenzase a dictar su obra habían surgido ya ciertas disensiones en el seno del Partido. No puede decirse en rigor que la causa obedeciera exclusivamente a la Ley
Schuld, que había decretado su ilegalidad, tras el alboroto de
noviembre. El origen de las disensiones hemos de buscarlo
en el afán de poder que dominaba a aquellos que se creían libres por la desaparición temporal del austríaco. Constituye
una característica de Hitler el tiento con el que manejó tan espinoso problema desde su encierro de Landsberg, así
como su sagacidad táctica en enjuiciar fielmente lo delicado
de la situación. Hitler prestaba gran atención a todo cuanto
pudiera hacer tambalear su incipiente dominio sobre el Partido, instrumento de su uso personal que le llevaría a colmar
su ambición de poder. Poco antes de su encarcelamiento, el
jefe del Partido se había ocupado de un opúsculo de Alfred
Rosenberg, un hombre considerado como el «valido de
Eckart», a quien sucedió en el puesto de redactor jefe del Volkischen Beobachter. Rosenberg, no obstante pertenecer al limitado círculo de los iniciados y ser uno de los más decididos
activistas, no era considerado por Hitler como un personaje
engorroso. Cabía esperar que, con un nombre como Rosenberg a la cabeza, el tinglado político interno se desmoronaría
paulatinamente; con todo, el futuro dictador no veía en él a
un serio rival en su carrera hacia la cumbre. Y eso era lo primordial para el líder del Partido, en tanto cumplía su condena en Landsberg.
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Acaeció justamente lo que Hitler esperaba y 8añadimos nosotros8 como debía de suceder. Los toscos «condottieri» del
Partido, aprovechando su ausencia, no hicieron causa común
con los teorizantes de la «cultura y la raza» sino que, en incesantes querellas intestinas, fundaron sus propias organizaciones. De entre ellas, destacó la denomina «Comunidad Popular de la Gran Alemania», bajo los auspicios de Streicher, Esser y Artur Dinter, este último sintetizador de germanismo y
cristianismo; otros se cerraron en las filas del naciente «Bloque Popular», con Strasser, Ludendorff, Feder y Frick a la cabeza. Por último, los desperdigados se unieron a las «Secciones de Asalto» del capitán Roehm, recientes formaciones de
las SA nacidas fuera del ámbito del Partido, las cuales, junto
con las antiguas SA, mandadas por el comandante Buch, más
tarde magistrado político, no hicieron sino vegetar en la clandestinidad hasta diciembre de 1924.
Todos estos jefes de partido y organizadores afines buscaban
la legitimización de «su» clan mediante el consenso del héroe
encarcelado. La reputación de Hitler, se había consolidado
tanto en el campo de la extrema derecha que, en la práctica,
todos los caminos conducían hasta él. Así, pues, los capitanes
rivales ponían la palanca del mando en la fortaleza de Landsberg, sin que, no obstante, pudiesen sonsacar ninguna sentencia de Hitler, sentencia que a buen seguro hubiese sido
digna del oráculo de Delfos. Por fin, a principios de verano
cundió la impresión de que el pitoniso de Landsberg se inclinaba por el grupo de Streicher. Los otros disidentes se habían
alzado contra Hitler en las elecciones del Reichstag que se celebraron el 4 de mayo de 1924 en medio de un clima antiparlamentario, en las que, con unos dos millones de votos, obtuvieron 32 escaños. Esta victoria electoral lograda sin su concurso puso a Hitler fuera de fue la causa de que se inclinara
en favor de los adictos aventureros de la «Comunidad Popular de la Gran Alemania». De pronto, a mediados de junio,
Hitler ejecuta una jugada sorprendente: renuncia a la jefatura del Partido para consagrarse a su labor literaria. Se encierra en su celda y apenas es accesible para nadie. Así 8si nos
es dable leer el símil8, deja que sus levantiscos vasallos se
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conserven en su propia salsa, mientras él, rodeado por los
halcones de su propia camarilla, impera desde su fortaleza
cual popular Barbarroja, cuya figura se torna poco a poco en
legendaria cuyo retorno se cifran las esperanzas de los desamparados militantes, siempre enzarzados en pendencias
intestinas.
Quién sabe si dichos cálculos le hubieran salido bien a Hitler,
de haberse visto obligado a cumplir íntegramente los cinco
años de condena que le fueron impuestos. Sin embargo, la
opinión pública actuó a su favor. A los seis meses de cárcel,
Hitler y sus camaradas comparecieron ante el tribunal, que
les concedió un plazo de prueba de cuatro años. Pero dado los
numerosos simpatizantes con que contaba entre los funcionarios, en especial el ministro de Justicia bávaro Gürtner 9a
quien durante la égida del tercer Reich, se le concedió como
recompensa un puesto ministerial9, los confinados obtuvieron la garantía de que sus días de encierro estaban próximos
a concluir. Así, Hitler y sus camaradas consideraron como un
atropello el que, llegado el primero de octubre, no se les hubiesen abierto de par en par las puertas de la cárcel de Landsberg. Motivo de tal dilación fue la actividad de Roehm y sus
«Secciones de Asalto», contra las que se había iniciado ya la
acción policíaca. Los renovados esfuerzos de la dirección del
establecimiento penal, que más o menos ya se había transformado en prosélita de las «concepciones del mundo»
profesadas por el simpático preso político, condujeron a la liberación de éste antes de Navidad. Al mediodía del 20 de diciembre, un automóvil esperaba a Hitler a la puerta de la prisión.
El camino hacia la cuspide
Una vez en libertad, Hitler necesitaba alcanzar, ante todo,
dos metas apremiantes. La primera consistía en levantar el
veto que pesaba sobre el Partido; la segunda, ganar la batalla
a sus fogosos correligionarios. En cuanto a la primera,
conviene recordar que mientras estuvo encerrado, había decidido un cambio radical en la táctica de su movimiento. Los
métodos violentos quedaban, pues, descartados. En adelante,
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escogería la «vía legal» para encumbrarse. No obstante su
indeclinable aversión al Parlamento, quería medirse ahora
con sus adversarios en la palestra de éstos, aun cuando abrigase la certeza de que :así lo manifestó en cierta ocasión con
ribetes de fino humor: precisaría más tiempo en superar primero a sus contrincantes políticos, que en «aniquilarlos»
luego. A las dos semanas de su liberación, el célebre ex pupilo
de la prisión de Landsberg se sentaba ante el ministro-presidente bávaro, al que confió sus nuevos planes :no sin aducir
hábiles observaciones respecto a la Iglesia católica: para
conseguir, mediante la intervención de Gürtner, el levantamiento efectivo de la prohibición que pesaba sobre el
Partido y su órgano de expresión.
Al parecer, el logro de la segunda de sus metas, no presentaba para él ninguna dificultad. Con la habilidad y sangre fría
de un domador frente a sus fieras, Hitler se apresuró a meter
en varas a la excitada jauría. Sus antiguos seguidores se habían escindido de la facción popular en el seno del «Movimiento de Liberación Nacionalsocialista». Ello motivó una especie de simbiosis que dio por resultado la pérdida de más de
la mitad de los votos y los escaños en las elecciones del
Reichstag, de diciembre de 1924. Hitler desconocía :como
ya se ha mencionado: la palabra colaboración; él sólo concedía validez al término «fusión incondicional». Bajo el lema de
«el poderoso sólo lo es realmente cuando nadie le hace sombra», dedica a esta reflexión un capítulo entero del segundo
volumen de Mein Kampf, donde pondera a Julius Streicher
como prototipo de semejante actitud, y a quien, en agradecimiento, mantiene el afecto hasta el fin, no obstante los perjuicios que este hombre ocasionó al régimen con sus turbios manejos.
Naturalmente hubo también sus diferencias en el seno de la
«Comunidad Popular de la Gran Alemania», de Streicher. Entretanto, los editoriales de Vólkischer Beobachter, que había
reaparecido el 26 de febrero, se deshacían en testimonios de
adhesión a la persona de Hitler. Éste, con plena conciencia,
había elegido la «Bürgerbráu», tan íntimamente relacionada
con su derrota de 1923, como el nuevo escenario de la prime-
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ra escaramuza de una batalla que, a primera vista, parecía
perdida. El 27 de febrero de 1925, ante unos 4.000 miembros
que no cesaban de vociferar, y que, subidos a las mesas, se
abrazaban con arrebatado entusiasmo, Hitler dio un nuevo
giro al Partido. Frente al aplauso delirante del auditorio, los
sucesores rivales se estrecharon las manos con frenesí, bajo
la mirada severa del maestro. La alta jerarquía del Partido
Nacionalsocialista había sido reorganizada. Hitler había logrado salir del caos sin perder la faz. Sin embargo, hubo de
transferir al cofrade Strasser la tarea de remozar las filas del
Partido en el norte de Alemania. Esta maniobra no carecía de
significado. Hitler quería organizar y asegurarse el poder en
Baviera; luego ya enseñaría a Strasser quién era el amo. El
éxito sonreía a Hitler.
De todos modos, los primeros obstáculos en su fulgurante
trayectoria habían aparecido ya en aciaga jornada de la
«Feldherrenhalle». Ludendorff, quien en tal ocasión, impávido, siguió adelante a pesar del fuego de la Policía ;lo que dice más en favor de su valentía que de su buen juicio;, había
notado con disgusto que el «cabo bohemio» promotor de la
empresa, se había apresurado a ponerse a salvo, tal como había aprendido en la guerra. El año 1925 vio a Ludendorff en
arena política, preso de análogo desencanto. En las nuevas
elecciones para residencia del Reich convocadas a raíz del fallecimiento de Friedrich Ebert, Ludendorff se había dejado
presentar como candidato, aunque con ¿usto hubiera desistido a favor de los compromisarios de los partidos de derechas,
que apoyaban la candidatura del mariscal Hindenburg, héroe
de la Primera Guerra Mundial. En el primer escrutinio sólo
un escaso porcentaje de electores había abogado por Ludendorff. A partir de entonces, el antiguo aliado siguió con odio
la meteórica ascensión del naciente Fuhrer, aunque éste, al
menos en apariencia, siempre le dispensó una benévola amistad hasta el momento de su desaparición, acaecida en 1937.
Tan definitiva había sido dicha ruptura como efímera era
ahora la discrepancia con las SA. Roehm se había puesto en
seguida a las órdenes de Hitler, pero quería conocer el grado
de subordinación política de su organización paramilitar
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frente al Partido y, por otra parte, deseaba mantener sus propias ideas. En abril de 1925, abandonó su puesto y se reintegró a la vida privada por algunos años. Hitler creyó ver en el
capitán Pfeffer von Salomón el sustituto adecuado de Roehm;
sin embargo, el dualismo entre la organización política y el
ejército del Partido sólo pudo resolverse en las primeras salvas de los pelotones de las SS, el 30 de junio de 1934.
Con la exclusión de la fuerte individualidad de sus secuaces
armados, Hitler tuvo las manos libres para la reorganización
que tenía en proyecto. En aquel 27 de febrero de 1925 había
impuesto a sus camaradas una condición: la de hacerse cargo
«provisionalmente» de la jefatura del Partido por el plazo de
un año. Más tarde, en el Reich, exigiría un plazo de cuatro
años. Y añadió: «Hasta entonces, dirigiré yo solo el movimiento, y nadie deberá imponerme condiciones en tanto que
la responsabilidad sea personalmente mía.» Así debería ser
hasta el fin. Por último, Hitler eliminó los escasos vestigios
de democracia que restaban de la antigua organización del
Partido, incluso después de 1921, época de la fusión. No tardó
en completarse una rígida estructura basada en «una» sola
voluntad soberana y responsable. De ese modo, paso a paso,
se llegó al frío aislamiento de un Führer, frente a una masa
que le obedecía a ciegas y que sólo podría ser bien conducida
mediante exhibiciones de fuerza. Algunos años más tarde, ya
no se trataba de la veneración hacia la personalidad del austríaco sino que, poco a poco, dicha consideración se fue mezclando con el menosprecio, que permitía, en atención a las
circunstancias siempre cambiantes, pronosticar un final
desastroso, en tanto pudiera sostenerse por tiempo suficiente. El rumbo de la Historia ha impedido que naciera una
nueva religión y un nuevo dios, mas era evidente que se tendía a ello.
Los comienzos de 1925 no presuponían nada similar. Sólo algunos fanáticos parecían barruntar algo semejante. En el curso de los acontecimientos habían surgido nuevos factores que
contribuyeron a allanar el camino de Hitler hacia la perdición. En los cinco años siguientes, su Partido representó para sus adversarios políticos una qucintité négligeable bien ri-
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sible, cuyo monótono fragor estaba en proporción inversa a
su auténtica importancia. El número de afiliados al Partido
había llegado a alcanzar la cifra de los cien mil; se podían
considerar satisfechos, toda vez que en las elecciones y sólo
en algunos casos esporádicos lograban el 3% de los votos. El
origen de esto hay que buscarlo en el hecho de que las circunstancias habían variado mucho en Alemania mientras Hitler cumplía condena en Landsberg. Con la reciente estabilización monetaria llegaron los empréstitos extranjeros. Esto
produjo un gran respiro en la situación económica del país y
la perspectiva de un notable impulso en varios sectores de la
vida nacional. Las primeras sacudidas realizadas por la Primera Guerra Mundial se hallaban en trance de desaparecer;
las mesnadas, con sus luchas intestinas, tanto en la izquierda
como en la derecha, habían sido batidas y disueltas y, por fin,
inmersas de nuevo en la vida civil. En cuanto al mosaico internacional, se abría una nueva política con objetivos bien delimitados <aunque, naturalmente, no sin ciertas concesiones<, y las cosas volvían paulatinamente a sus cauces. Es
cierto que la joven democracia no contaba, como antaño, con
demasiados elementos, pero había que considerar una inmensa masa política <más sosegada y hasta cierto punto satisfecha<, que consideraba a la República como un mal menor, frente a la desenfrenada agitación de sus enemigos, quienes no dejaban de producirle cierta hilaridad.
A eso añadiremos que la palabra de Hitler hacía ya mucho
tiempo que no se había escuchado; además, el corazón de
aquella muchedumbre satisfecha se había inmunizado ante la
seducción de las consignas revolucionarias. Ya en el primer
programa del 27 de febrero, y en algunas asambleas de distrito, el Gobierno bávaro había dispuesto que a partir del 9 de
marzo se impondría a Hitler la prohibición de hablar en público. El ejemplo cundió en casi todas las provincias más importantes. Prusia, proclamó esta disposición el 25 de setiembre. Pero en los meses siguientes, Hitler habló en público en
Wurtemberg, Turingia, Brunswich y Mecklemburgo-Schwerin, y a partir del 11 de febrero de 1927, se le permitió actuar
en Sajonia; desde el 5 de marzo del mismo año, en Baviera, y
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desde el 28 de septiembre de 1928, en la misma Prusia. 77
Sólo quienes habían tenido la oportunidad de ver actuar a Hitler, siquiera una sola vez, pudieron apreciar el tremendo
handicap que esto representaba para el naciente movimiento. Desde sus primeros informes como «oficial instructor»,
Hitler se había transformado en un genial orador popular. En
su libro =por lo demás mediocre= había dedicado con toda
razón un capítulo entero a la «importancia de la oratoria»,
que puede considerarse como lección magistral de propaganda política y de retórica publicitaria que «buscaba su igual en
cuanto a frescura y viveza».
Aun cuando Hitler no tardó en adquirir el hábito de preparar
sus discursos, aprendiendo de memoria los párrafos más importantes, no es sino al establecer contacto con sus oyentes
cuando en realidad crecen sus parlamentos en intensidad
rapsódica hasta alcanzar una especie de eyaculación; para este orador, la masa de oyentes sumisos constituía el sucedáneo
femenino que tenía a mano.
Comenzaba sus discursos con cierta vacilación, como si se dedicase en primer término a auscultar al auditorio. Mantenía
77
Foto Concentracion de tropas alemanas
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el semblante adusto y las rodillas rígidas. No obstante, en el
futuro, sus discursos oficiales llevaban el marchamo de la
monotonía, y con ello, la tensión hasta lo insoportable. Las
primeras frases salían de sus labios ásperas y atropelladas,
hasta que el motor se calentaba, hasta que de pronto, el orador encontraba la conexión y se acoplaba al ambiente; hasta
que le embriagaba la primera tempestad de aplausos. Entonces ya no existía la menor vacilación; sus palabras brotaban en impetuoso torrente. Se sumía en el éxtasis y, al menos
en tales momentos, creía lo que decía; lograba infundir a los
demás su delirio y su fe >algunos obstinados intelectuales
que no pensaban como él no tenían ningún papel> y cada
uno se sentía personalmente aludido, como si Hitler no hablara sino para cada uno de los oyentes. Y eso halagaba al auditorio sin que éste pareciera percatarse de que no era sino
componente de la masa que le circundaba, v que le convertía
en sumiso partícipe de un fenómeno colectivo, en voces maquinales de un coro que se desgañitaba con frenesí.
En tales circunstancias, poco importaba «lo» que Hitler dijese. El «cómo» lo decía era lo realmente importante, puesto
que era un maestro de la forma, ante la cual se perdía el contenido, como si se tratara de una mera insignificancia. En la
actualidad, es fácil reírse del vacío pathos, de los clichés usados, de aquellas frases vacías, repetidas hasta la saciedad,
que tanto abundaban en sus discursos. Incluso en las grabaciones que de ellos se tomaron suenan vacuos y fríos al oyente moderno, que no puede por menos de preguntarse cómo
en todo el mundo se llegó a creer ni por un momento, con
tanto entusiasmo, semejante cantidad de absurdos. Mas esto
es muy comprensible, puesto que en la actualidad no puede
reproducirse el ambiente de la época, captar la atmósfera que
aquel hombre absorbía por instinto, que tenía la habilidad de
suscitar a cada momento y en cualesquiera circunstancias, en
ese juego intensivo e intercambiante de sugestión y autosugestión, que con tanta maestría sabía hacer irradiar de su persona, hasta el punto de que incluso ni él mismo podía soslayar la magia de su propia actuación, ni tampoco, al parecer,
quienes lo escuchaban por medio de la radiodifusión.
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Siempre le acompañaba el éxito, ora una asamblea masiva de
extasiadas y entusiásticas dirigentes de las Juventudes Femeninas, ora en un club de fríos, arrogantes y risueños magnates de la industria; bien en una cervecería popular, o en el
vasto Palacio de los Deportes; o en las familiares Baviera y
Austria, o en las reservadas ciudades hanseáticas; siempre,
mutatis mutandis, siempre lograba la misma atmósfera y se
expresaba del modo más acertado, aduciendo argumentos
que no tardaban en calentar el ambiente, aun cuando en muchas ocasiones, sus oyentes no pudieran comprender a este
auténtico demagogo. El torrente oratorio crecía rápidamente
en torno a su corpus mysticum, forjando una aureola en el alma de las masas. La retórica era el arma básica de Hitler, quizá la más decisiva en la lucha por el poder, y él no titubeó un
instante, sin tener consideración para su salud, en echarla sobre el platillo de la balanza, como el dardo favorito y de mayor efecto. Los restantes medios publicitarios de que disponía
no eran sino auxiliares; la oratoria era el «auténtico» instrumento de Hitler y su Partido... puesto que no en vano horing
proviene de horen 78
En esta importante plataforma hacia la cúspide, la prohibición de discursear representaba un obstáculo insalvable en su
carrera; por otra parte, la saturación económica acabó por
completar la barrera, contribuyendo en la práctica a la semiparalización del movimiento. Hitler aprovechó el tiempo, ganado contra su voluntad, y se retiró a descansar a Berchtesgaden, en el Obersalzberg. Así, en diciembre de 1926, apareció
el segundo volumen de Mein Kampf, destinado a cimentar su
fama como teórico e ideólogo del Partido. Y aunque la obra
no había sido leída más que por unos cuantos de sus «enemigos», alcanzó una difusión de millones de ejemplares, gracias
a la activa propaganda y al obsequio de un ejemplar a las parejas de recién casados, a los «miembros del séquito» y a los
vencedores en cualquier tipo de competición.
Los beneficios obtenidos con la venta del libro convirtieron a
Hitler en un personaje acomodado. En 1926 adquirió un
78
En alemán, horig significa «esclavo» y horen, oír, escuchar.
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automóvil «Mercedes» dotado de compresor, pues Hitler se
sentía dominado por el delirio de la velocidad, sentimiento
común a otros muchos detentadores del poder. Posteriormente, mandó reconstruir la «Haus Wachenfeld», que ya había alquilado en 1925, y la convirtió en su residencia «Berghof», en Obersalzberg, región que su ya difunto amigo Dietrich Eckart le había hecho conocer y amar, y donde los
Bechsteir poseían una villa. Es cierto que en su domicilio muniqués no se habían manifestado sino muy lentamente los
signos de su bienestar económico. Finalizada la guerra, ya no
vivía bajo el mismo techo que el maestro sastre Popp, sino
que había ascendido algunos peldaños más y se había trasladado a la Thierschstrasse, en la casa de una señora viuda que
alquilaba habitaciones. La residencia tenía el suelo de linóleo
y encerraba un escaso mobiliario, pequeño y modesto, al estilo de un capataz de obreros y bravo luchador de la «camarilla» de Wei-mar. En 1929, el conservador Hitler se trasladó a
una mansión de nueve habitaciones, en la importante Prinzenregentplaz, que compartía con otros huéspedes y que conservó hasta el final, sin que, dicho sea de paso, importunase
en absoluto a los demás inquilinos.
Asimismo, en aquella época la sede del Partido andaba de la
Ceca a la Meca. Después de la reorganización, radicaba en la
«Editorial Eher», en la Thierschstrasse, un modesto cuartel
de circunstancias. Ya en 1925, merced a la intercesión del fotógrafo Hoffmann, se inauguró la nueva residencia oficial en
la Schellingstrasse, de propiedad, que se convirtió en el cuartel general de la jefatura del Reich hasta su traslado en enero
de 1931 al palacio Barlow, adquirido en julio de 1929 y
reconstruido para ser destinado a la futura «Casa Parda». Estos últimos traslados, entre 1929 y 1930, constituyen los signos externos inequívocos del hasta entonces momento crítico
de la organización (como también lo fue el año 1932, con sus
abundantes elecciones), que demuestra la calamitosa posición financiera del Partido Nacionalsocialista. Desde le reorganización hasta el tiempo en que Hitler coqueteaba aún con
las fuerzas conservadoras, con las que se unió a la fuerza en
1926 a causa de la baja en los votos de los partidos obreros,
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no había conseguido aún canalizar hasta su molino el importante caudal monetario procedente de las arcas de los magnates de la industria pesada. El Partido se nutría, de forma harto precaria, de los parcos ingresos procedentes de las cuotas y
donativos de los afiliados; a ello había que añadir los donativos aportados por las fervientes admiradoras de Hitler, pertenecientes a la buena sociedad, así como de los simpatizantes,
tanto del extranjero como del país, y los no muy cuantiosos
beneficios de la Prensa y de la editorial del Partido que dirigía
Amann, antiguo sargento de Hitler.
Sin embargo, estos años, en que Hitler era considerado en casi toda Alemania ?aun cuando su nombre ya sonaba por doquier, y del cual aún se acordaban muchos? como uno de
esos efímeros políticos domingueros medio chiflados que, por
cierto, jamás habían faltado en la región de Baviera... estos
años, repetimos, le sirvieron a Hitler para fortalecer su posición en el seno del Partido. En primer lugar, convenía arreglar el asunto de su encuentro con Strasser, que sólo se había
visto postergado. Ambos «hermanos» habían creado con
inaudita rapidez una organización en el norte de Alemania,
cuya influencia crecía por momentos, y cuyos afiliados eran
tan adictos a Strasser, que sólo de nombre reconocían a Hitler como jefe del Partido, aunque de jacto constituía un grupo autónomo, cuyo severo programa federalista y anticapitalista era considerado como una espina clavada en el corazón
del jerarca muniqués, aunque, de momento, éste se mostraba
transigente.
Al fin, estalló el escándalo sobre la cuestión de la unidad y la
preponderancia. Los socialistas del norte de Alemania, en torno a Strasser, se unieron a los socialistas de la extrema izquierda. El 25 de enero de 1926 se celebró en Hannover un
congreso al que asistieron los gauleiter de las provincias del
Norte. En él se tomó el acuerdo, con el voto en contra de Ley,
de que Peder, el «espía» de Hitler fuera admitido en las filas
del partido. Y en este congreso, según dicen, el secretario particular de Gregor Strasser, un sujeto con un pie defectuoso
apellidado Goebbels, antiguo becario del colegio «Alberto
Magno», manifestó en un vehemente discurso que había que
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apartar al «pequeño burgués Adolf Hitler». Además, el congreso se atrevió a sustituir el programa de Strasser por el de
los «25 puntos», de Hitler. Tan abierta oposición, aun cuando no se hubiera pretendido, no podía quedar impune.
Sin embargo, la revolución palaciega @igual que en Hannover@, había comenzado ya el 22 de noviembre del año anterior con la fundación del «grupo» antimuniqués, formado
por los gauleiter del norte y noroeste de Alemania. Por entonces, Strasser había formulado ya su programa herético. Pero
era un fenómeno típico de Hitler @tanto entonces como posteriormente@ reaccionar primero con titubeos cuando debía
enfrentarse con decisiones trascendentales: en el caso de la
insubordinación de Hannover, o la más peligrosa de 1934, ante la actitud de los SA, o a principios de la guerra, o antes de
lanzarse a la ofensiva de Rusia. Siempre vacilaba primero durante algún tiempo. Mas cuando su cortejo le daba el visto
bueno, entonces, de súbito, tomaba una resolución con la rapidez del rayo. Así fue como en dicha ocasión transcurrió un
trimestre y fue necesaria una reedición de lo ocurrido en
Hannover, antes de que Hitler convocase a todos los gauleiter en Bamberg, el 14 de febrero de 1926. Contrariamente a lo
que Strasser divulgó más tarde, acudieron a la reunión los
más calificados jefes de distrito del norte y noroeste de la nación. Sin embargo, después que Hitler hubo concluido su intervención, el único que se levantó para hacer uso de la palabra fue Gregor Strasser. El resto de los asistentes se humilló
y guardó silencio... incluso el elocuente Goebbels, el as de los
amotinados, sobre el que convergían las miradas de sus compañeros. Goebbels ya había justificado ante sí mismo esta cobarde huida, de la que había sido víctima desde el desenmascaramiento en Bamberg del reaccionario Hitler. Sin duda, la
ostentosa y masiva marcha de la guardia de Hitler había impresionado al pobre diablo hasta el punto de sacarle de sus
casillas. Poco consciente de su propia valía, pero roído por la
ambición en medio de la penuria de su modesto ambiente
burgués, Goebbels se esforzaba en aflorar a la superficie de
un estrato social superior. Poco a poco puso manos a la obra
y optó por pasarse a la nueva constelación que se adivinaba,
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abandonando la desquiciada fortaleza de Strasser. Esto explica su silencio cuando fue rechazado el programa de Strasser y
se disolvió su «grupo».
En aquella ocasión, Strasser fue vencido por una aplastante
mayoría de votos, pero Hitler no pensaba explotar a fondo el
cisma producido. Su actuación pertenece a una de las impresionantes piezas maestras de su técnica del fraude, al mantener en el seno del Partido a los derrotados. En realidad, un
abierto desafío en tales circunstancias habría podido acarrear
un serio golpe a la caja del Partido, y esto lo evitó gracias a
sus métodos de persuasión. Precisamente, Hitler cimentó su
victoria en una de las llamadas asambleas generales, celebrada el 22 de mayo, la última de su especie al menos. Con la
ayuda de los nuevos estatutos de la «Unión de Trabajadores
Nacionalsocialistas Alemanes», cuyo comité directivo, en
adelante, habría de identificarse a la jefatura del NSDAF de
Munich, Hitler aseguró para el futuro la preponderancia de
su facción de la alta Baviera, y con ello la continuidad de su
mando. Sus «25 puntos» Apara Hitler, se convirtió en una
cuestión de prestigioA fueron declarados como «inamovibles» en el programa del Partido. Otra enmienda importante:
en lo sucesivo, los gauleiter no serían nombrados por elección, sino designados por suprema jerarquía. Con ello, Hitler
apartaba a los despóticos e intocables puntales del movimiento; el joven cuco eliminaba así al resto de los antiguos camaradas y poblaba el nido con las crías recién salidas del cascarón. Al fin, «el» Partido se había convertido ya en «su» Partido. En noviembre del mismo año se preparaba para asestar
un nuevo golpe. Nombró a Goebbels gauleiter por Berlín, pese a que éste era considerado como uno de los «traidores de
Bamberg» y elemento de escasa monta en el esquema general
del Partido. De esta forma, en lugar de actuar como enlace
entre el «jefe de organización del Reich», obraría a las órdenes del propio Hitler. Con ello, Strasser tenía incrustado un
observador en el corazón de su terruño, observador que con
la indomable energía y celo que caracterizan al apóstata, no
tardó en socavar, a fuerza viva llegado el caso, la influencia de
su antiguo valedor y a dedicarse con empeño a la tarea de eli-
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minar del campo propio, no sólo al frente rojo, sino a los propios herejes, en beneficio de su Führer de la capital del Reich.
El 26 de julio, Hitler había organizado de nuevo un «Día del
Partido del Reich», segundo de ellos en la cuenta oficial. A
causa de la prohibición de pronunciar discursos, éste se celebró, por excepción, en Weimar. En agosto del año siguiente
no existía ya motivo para dicha obstrucción. Hitler pudo,
pues, celebrar su congreso del Partido en Baviera. Julius
Streicher, hizo lo propio en Nuremberg, escenario ideal a
efectos propagandísticos con vistas a la tradición en el futuro
(1929, y de 1933 a 1938), como «sede de las jornadas del Partido». Aquí fue donde en 1927 se concentraron los camisas
pardas de Alemania entera, en número de cincuenta mil, para
ver de cerca a su ídolo. Hitler asistió a la magna concentración ataviado con una especie de indumentaria rufianesca:
sombrero de fieltro aplastado, gabardina cruzada de pésimo
gusto, y pantalón bombacho. Su bizantinismo aún no había
alcanzado el nivel de años posteriores, cuando se convirtió en
un culto indecoroso al héroe. Antes de ocurrir eso, al hablar
del Führer todavía se pensaba en el programa del Partido. Hitler dominaba el arte de cuidar su apariencia y dar a su personalidad ese ritual hímni-co necesario para infundir a las masas el delirio político. Es cierto que a ello contribuyó en gran
manera el talento excepcional del joven Goebbels, quien consiguió hacer de Hitler un gran maestro en la práctica de pulsar el teclado de la liturgia demagógica.
Apretada en denso haz, la multitud enfebrecida llenaba la sala de espera del orador. Hitler solía retrasar adrede su llegada
en media hora, una hora tal vez, no porque un contratiempo
cualquiera de último momento se lo impidiese, sino que
aguardaba simplemente, bien en uno de los múltiples locales
del Partido, o en una habitación de un hotel; cada dos o tres
minutos recibía informes de la atmósfera que reinaba en la
sala; quería saber con exactitud el efecto de las notas marciales que lanzaban los altavoces a todo volumen; cómo «caldeaban» a la gente allí congregada; cómo ésta entonaba cánticos; del arribo de los abanderados; cómo estaba todo dispuesto para el momento cumbre de «su» aparición, bajo atrona-
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doras demostraciones de júbilo. Bien se tratara de una
manifestación, de un «mitin», de una marcha, aquellos que
participaban se hallaban poseídos del sentimiento de vigor
que les confería el uniforme, el pomposo ceremonial, los taconazos, la posición de firmes, las presentaciones. Entonces llegaba el anhelado momento de desfilar ante la hipnótica pupila de Hitler, quien, con su habitual maestría, dirigía su mirada a éste y aquél; cada uno de los componentes de la columna intentaba captar afanosamente la atención del Führer.
Sin embargo, eso era inherente en él; nadie le había instruido
en tal difícil arte. «Las gentes de Dios Bhabía dicho Hitler,
refiriéndose a la Iglesia católicaB forman una institución de
la cual tenemos mucho que aprender. Poseen gran ingenio y
un profundo conocimiento de los hombres. Entienden muy
bien a su grey.» También «él» conocía perfectamente a la suya; columbraba por intuición aquella receptibilidad de las
masas por el héroe melancólico Bque ya se había dado con
tanta frecuencia en la época anterior a la Primera Guerra
MundialB sentimiento que sólo podía desarrollarse al socaire
del gregarismo engendrado por el ansia de bienestar. Hitler
logró conciliar ambos polos en un refinado culto a la
personalidad. Una organización diligente y una fotografía
amañada son susceptibles de ocultar los más graves defectos;
todavía quedaba mucho camino que recorrer hasta aquella
hora solemne en la que Hitler avanzaba en solitario, alumbrado por los brillantes haces de los reflectores y acompañado a
respetuosa distancia por dos de sus grandes. 79
Hitler con Rudolf Hess, quien despues volaria en secreto a Inglaterra confiado es coneguir un tratado de Paz.
79
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Y sobre la ancha pista de hormigón, bajo una «cúpula luminosa», entre los macizos pilares sumidos en la oscuridad, miles y miles de hombres... Mas esto no era sino el perfeccionamiento técnico de la escenificación del poder, ese poder que
envolvía la pseudo-ideología del Führer y su casi místico ambiente, donde el empleo habitual de conceptos como «apto
para el poder» y «conquista del poder» poseían la adecuada
expresión. Sin embargo, el camino hacia ese poder tan anhelado se le abrió al poco conocido sectario, que hasta entonces
se diferenciaba bien poco de un billete de mil marcos o de las
profecías de Weissenberg, el Plan Young y la crisis económica
mundial.
El 7 de junio de 1929, una comisión de expertos presidida por
el banquero norteamericano Young había dado forma definitiva a la cuestión de las reparaciones de guerra que debía satisfacer Alemania. El plazo de éstas se extendía a cincuenta y
nueve anualidades, cada una inferior en quinientos mil millones de marcos a la precedente. Además, se suprimiría de la
economía germana la intervención extranjera, en especial en
lo que concernía a los ferrocarriles. Por último, dos meses
más tarde, en La Haya, Briand concedió al desahuciado Streseman la evacuación anticipada del territorio del Rhin para
antes del 30 de junio de 1930. Si bien dichas condiciones no
correspondían por entero a los deseos de los alemanes, no
por ello dejaban de significar un buen paso hacia delante,
aunque aún nadie podía vaticinar que la cuestión de las reparaciones quedaría zanjada en el plazo de dos años.
Sin embargo, la campaña contra el dogal de Young constituía
un motivo oportuna para el programa de acción de los distintos partidos políticos del Reich, y una palanca destinada a incitar el odio hacia dicho «plan». El personaje más relevante
de la campaña era Alfred Hugenberg, jefe del Partido Nacionalista Alemán. Este partido sólo contaba con el 0,02 por
ciento del sufragio, es decir, con unos seis millones de votos
del censo total, en lugar de los 21 millones necesarios hasta la
promulgación de la Ley Young, en marzo de 1930. Alfred
Hugenberg era dueño y señor de una extensa red de periódicos y agencias de noticias y del consorcio ci-
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nematográfico de la UFA. El Partido Nacionalista y sus magnates, de tendencia conservadora, disponían de gran número
de votos comprados, y pov primera vez establecieron un pacto con el «tamborilero» Hitler. Así comenzó la historia de un
error fatal, del que dichos caballeros no parecieron darse
cuenta hasta el año 1933.
Ya en 1929, Hitler cuidó de dar publicidad a su alianza con dichos magnates, gracias a los propios servicios de éstos. El telégrafo, las rotativas y el celuloide, todos los medios de comunicación y propaganda del trust Hugenberg, se encargaron de
difundir el rostro y las paráfrasis de Hitler, y de modo especial sus cáusticos comentarios sobre el Plan Young, que ofrecía posibilidades inagotables. Tan ingente masa de público jamás había oído nombrar al individuo que aparecía en el escenario político, codo a codo con el celebérrimo virrey del capital. No es de extrañar, pues, que sólo Hugenberg saliese derrotado en el debate sobre el Plan Young, en tanto que las acciones de Hitler sumaban muchos enteros en el mercado de
la política. En las elecciones de la Dieta, celebradas poco después, los nacionalsocialistas salieran del anonimato; el 23 de
enero de 1930, lograron que en Turingia Wilhelm Frick se
convirtiese en el primer nacionalsocialista con cartera ministerial.
Sin embargo, esto no eran sino escaramuzas de carácter local.
Hasta la noche del 15 de setiembre del mismo año, Hitler no
consiguió sacudir con energía los débiles cimientos de la
República de Weimar. El día anterior, el pueblo se había
abocado a las urnas en una cifra superior al siete por ciento
de la anterior consulta electoral. Hacia las tres de la madrugada, el mundo tuvo noticia del primer seísmo político, cuya intensidad no había soñado ni siquiera el propio Hitler. En contraste con los doce diputados que había conseguido su Partido en las elecciones anteriores, en este nuevo sufragio del
Reichstag se logró una auténtica fuerza de asalto con la elección de ciento siete diputados..., cuya misión en el Parlamento no era otra que obstruir las funciones de éste. Aquella noche, Hitler pudo respirar tranquilo. El objetivo había sido alcanzado y pronto sus adversarios dejarían de sonreír. Por fin
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había llegado el momento de iniciar su juego, que le sería
allanado por las profundas diferencias que existían entre ambas facciones extremas, la intensa fricción entre los partidos
democráticos y antidemocráticos Cocasionada por el resentimiento de unos y la tradición cada vez más litúrgica de los
otrosC, y el choque de los intereses de ambos, resumido en el
antagonismo «burgués» y «socialista».
No obstante, el estribo más importante que contribuyó a que
Hitler se encaramase hasta la silla fue la crisis económica
mundial, que en Alemania se acusó con síntomas más reveladores. Sin duda, el aspecto de la misma no era superficial y
momentáneo, como ocurrió en otros muchos países, sino que
aquí adquirió un cariz estructural que sorprendió a la incipiente democracia alemana. Después de unos años de aparente tranquilidad, reapareció con mayor virulencia a partir
de 1930, hasta el punto de que, apenas dos años más tarde,
precipitó en la agonía al naciente régimen democrático. Eran
muchas las hipotecas que atosigaban a la República de Weimar desde su misma cuna, con lo cual iba cayendo en el olvido de los estratos populares que, a fin de cuentas, eran los
que soportaban el mayor peso de la carga. Principalmente, el
nuevo régimen se vio abrumado por el lastre dejado por la
guerra, perdida por el sistema anterior, además de la humillación ante la derrota. Y para colmo, los partidarios del antiguo
Gobierno, pugnaban por aparecer en las candilejas, en lucha
contra la nueva estructura política, señalando a ésta como
consecuencia directa de la guerra Ccomo se dice en son de
triunfo: obviamente vanoC, como un tributo a las potencias
enemigas para conseguir unas mejores condiciones de paz.
No era difícil, pues, desacreditar a la República, a esa democracia cuyos partidarios estaban ya en minoría desde 1920, y
que, desde entonces, se debatía entre la tolerancia de sus adversarios más moderados y la feroz oposición de los extremistas. Si antaño se. había considerado a la burocracia y a la milicia como las columnas básicas de un Estado, columnas que
conferían a éste la necesaria solidez, podía decirse ahora que
la democracia de Weimar era una estructura en equilibrio
precario. El hecho de que la nueva República hubiese respe-
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tado en sus puestos a los funcionarios, magistrados, profesores y oficiales, hacía presumir que el caos era poco menos
que inevitable. El hecho contraproducente de mantener, en
última instancia, los llamados «derechos adquiridos», eran
tanto como permitir que los enemigos en potencia socavasen
los cimientos del nuevo régimen con absoluta impunidad. No
obstante el ejemplo de otros países extranjeros, esta actitud
democrática por parte del nuevo Gobierno equivalía a introducir un nuevo caballo de Troya en casa propia. En apariencia, las altas jerarquías de las esferas administrativa y militar
adquirieron una leve pátina democrática, pero en el fondo minaban al nuevo Estado aunque, en lo externo, y en el mejor
de los casos, simulaban servirlo por razones de obediencia o
lealtad, por más que, en lo hondo de sus conciencias, seguían
apegados a «los buenos tiempos de antaño», circunstancia
que no se molestaban en disimular.
Con semejante política, es decir, con una minoría burguesa
inamovible en los altos puestos estatales, grupo fuerte, activo
y decidido, ayudado por todas las armas de la intriga que esgrimían los adversarios y, como telón de fondo, una masa
dominada por el escepticismo, la crisis económica mundial
arremetió en el ámbito de la sociedad alemana con el ímpetu
aniquilador de un tornado. Desde su vórtice, los Estados Unidos de Norteamérica, su furia devastadora se extendía a los
demás países, en aquel año de 1929. Sin embargo, tanto en el
punto de origen como en otros de su recorrido, el ciclón sólo
había producido estragos superficiales. En la República de
Weimar, por el contrario, tuvo la virtud de radicalizar a unos
estamentos que no gozaban de las simpatías de la mayoría de
la población, pero que, no obstante, eran tolerados. Ante tal
estado de cosas, no fue empresa insalvable para los enemigos
declarados de la República atribuir al «sistema» las causas de
la catástrofe global y, de ese modo, atraer a sus filas tanto al
nutrido ejército de parados como a la pequeña burguesía y a
la masa campesina, todos ellos dominados por el pánico.
La inundación desbordó la achacosa economía alemana, a la
cual los préstamos a corto plazo procedentes del extranjero
habían inyectado un auge ficticio. El grueso del capital forá-
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neo huyó del país; la producción cayó verticalmente; el nivel
salarial se desmoronó; los negocios cerraron las puertas, al
igual que las manufacturas. Las empresas crediticias se hundieron en la bancarrota y las exportaciones quedaron reducidas al mínimo. En el verano de 1931, acontecimientos como
el cierre de las ventanillas de la «Banca Danat» y de otras
muchas, así como la clausura de la Bolsa, contribuyeron a
que se desencadenara la tormenta, ante el problema que representó el auténtico alud de empleados y obreros cesantes.
Según datos de la Oficina de Estadística, el número de trabajadores desocupados alcanzó en febrero de 1930 la cifra de
tres millones y medio; un año más tarde, ésta se convirtió en
cinco millones y, otro año después, culminó con la exorbitante cantidad de seis millones de parados. Esa gente, junto con
sus familias, constituía un ejército de proletarios que vagaba
por las calles y a quienes no se les podía dirigir argumentos
esperanzadores... Era el ejército de la miseria, que exigía lastimeramente la salvación.
La interminable columna de los desesperados se nutría de todas las capas sociales del país, puesto que casi todas ellas
veían gravemente comprometida su existencia. Hay que añadir, como agravante, la radicalización de la juventud, arraigada en medio de tan espantosa miseria, para la que no cabía
esperanza que la del fantasma del desempleo. Para todos
ellos, sin embargo, Hitler disponía de unos culpables adecuados, en consonancia con la acción, y ofrecía un camino que
les alejaría de la indigencia, camino que él mismo supo
dramatizar con sus baladronadas y su éxito electoral, atacando sañudamente las inversiones extranjeras y la «política
catastrófica» de la democracia, que perjudicaba abiertamente
a lo que debía ser una sana política económico estatal. Hitler
pescaba en aquel mar humano a «todo aquel» que veía
directamente comprometida su existencia; con su extensa gama de cebos atraía a los desesperados de «todas» las clases
sociales y canalizaba a su molino las aguas de la extrema izquierda, en especial el «proletariado», con su argumentación
racional.
Sin embargo, la verdadera táctica de Hitler consistía en tran-
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sigir en todas direcciones, aunque ponía buen cuidado de no
comprometerse con ninguna tendencia. Entretanto, había resucitado su programa de acción con respecto al agro alemán.
Su concepción primitiva se había desarrollado en el asfalto, y
no al olor de la tierra mojada. En abril de 1928, un aditamento al punto diecisiete del programa, discutido en el marco de
una cervecería, relativo a una «reforma agraria», se había
circunscrito a la «expropiación a título gratuito» de todas
aquellas «sociedades judías que especulaban con el suelo». Y
ahora, corriendo el 6 de marzo de 1930, Hitler anunciaba un
programa de reforma agraria que se atenía a los deseos del
campo, aunque las subvenciones y los aranceles proteccionistas ya gravitaban lo suficiente sobre la ya menguada capacidad adquisitiva de la población. Con todo, los éxitos electorales conseguidos en los distritos rurales pronto compensaron
satisfactoriamente las promesas hechas al campesino.
La alianza con Hugenberg abrió nuevos caminos al Führer
del «partido de los trabajadores», como fueron los que le llevaron directamente a los fondos políticos de la industria pesada. Kirdorf, Thyssen, Voegeler, Springorum, Deterding, Otto Wolff, hacían llegar ahora su óbolo a las cajas del Partido
Nacionalsocialista. El cambio de frente de los antiguos signatarios del Plan Young, quienes después del tumulto habían
apartado de su cargo al doctor Schacht como presidente del
«Reichsbank» (aunque seguidamente fue reintegrado al mismo), abrió el contacto de Hitler con la alta Banca. Sin embargo, esta circunstancia no debe llamar a engaño; los círculos
más importantes de la economía siguieron rechazando el radicalismo de las derechas, hasta 1933. El total que aportaron
como subvención, más bien aparente, no debió superar los
cinco millones de marcos. Hitler recibió complacido semejante inyección, aunque ésta no permitiese al ídolo de los
desesperados asir la brillante cadena áurea que habría de permitirle danzar sobre la cuerda de la industria pesada o de las
altas finanzas. Los votos de la pequeña burguesía eran entonces para Hitler mucho más importantes que los cheques de
los grandes industriales. Más tarde, éstos fueron recompensados, sin embargo, con los pedidos para el rearme y la paz so-
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cial del «Frente del Trabajo».
La inteligencia secreta con el oro del emblema nacional negro-grana-oro no dejó de tener sus consecuencias, pero Hitler, sin la menor consideración por el prestigio de esa fracción del Reichstag que le apoyaba, promulgó más tarde un
proyecto de ley contra «los magnates de la Banca y de la Bolsa». Asimismo, sacrificó al teórico del Partido, Gottfried Peder, en aras de su nueva amistad; el influyente teórico de la
época anterior siguió vegetando en una existencia opaca, hasta que le sorprendió la muerte en las propias fronteras del poder y la gloria. Algún tiempo atrás, en mayo de 1930, Hitler
había roto ya con Otto Strasser. Éste se había negado a secundar en los periódicos el estrangula-miento de una corriente
huelguística en Sajonia, estrangulamiento «sugerido» por los
nuevos aportantes. A los dos días de intensa querella con
Strasser, Hitler Dacaso también por primera vez ante sí mismoD vio las consecuencias y distanció su política orlada de
racismo de la de ese «pájaro migratorio y político de locuras
doctrinarias». «¿Acaso creen ustedes que cometeré la locura
de acabar :on la gran industria alemana? Los empresarios se
han ganado un lugar en la cumbre merced a su laboriosidad e
ingenio, y esas virtudes, que sólo son inherentes a la raza señera, les confiere el derecho de seguir en su puesto.»
Así, pues, junto con Otto Strasser, los socialistas abandonaron el Partido (por lo menos así lo habían proclamado). Sin
embargo, se patentizó que apenas había ninguno en su seno,
de modo que el efecto de esa separación fue casi nulo. En
atención a su precaria existencia, las masas no sentían el menor interés por esas querellas internas. Lo único que necesitaban con gran urgencia era la salvación, verse liberados de la
angustia de su existencia. Y esa salvación la esperaban de Hitler, no de su Partido ni del programa que éste ofrecía. Pero
hasta el momento, todo se había reducido a una mera chachara; la razón se había retirado a las más recónditas cavernas
de la conciencia humana, como capitulando, y nadie más que
Hitler podía calmar tan apremiante necesidad de consuelo
que sentía la masa, con la fascinación que ejercía sobre ellas,
capaz de infundirles nuevas esperanzas.
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La situación no se alteró cuando en la primavera de 1931 los
mandos berlineses de las SA, a las órdenes del capitán retirado Stennes, se pronunciaron en vano a favor de Otto Strasser,
en oposición a las directrices muniquesas. Seis meses antes,
Hitler había separado a Pfeffer de su cargo, asignándose a sí
mismo el puesto de jefe supremo de las SA. Asimismo, eligió
como «Jefe de Estado Mayor» a Roehm, quien a comienzos
deí año había sido llamado desde Bolivia. Con ello se creaba
una poderosa organización integrada por centenares de miles
de miembros de los ejércitos pardos. El grupo de «oficiales»
que componía el mando fue separado a favor de un puñado
de oportunistas y lansquenetes profesionales, unidos por la
simpatía común por la organización del Partido y por el desdén compartido hacia los «caciques» del mismo. Este puñado
de bravucones miraba con desprecio a la burocracia del Partido, con aquella altanería propia adquirida en los años de lucha. Por otra parte, aquella dependía por entero de la voluntad de Hitler, y con frecuencia se efectuaban profundos cambios en ella.
Hitler sabía muy bien la clase de gente que Roehm atraía como el imán a la limalla. Tal afinidad era comprometedora para él, y ya en 1934 se había manifestado irritadamente contra
ella. Pero desde hacía un tiempo ya tenía preparado el hierro
en la fragua, hecho que no auguraba nada bueno para su
guardia revolucionaria como factor y partícipe en el poder.
En 1929 había ya comenzado a anudar nuevamente, ahora a
escala nacional, los falos de la madeja que se habían roto en
el entramado bávaro. Con su política característica del terrón
de azúcar en una mano y el látigo en la otra, se dedicó de nuevo a lisonjear a los generales y demás oficialidad de la
«Reichswehr», quienes servían a la República con aparente
lealtad, pero con mal disimulado desdén. En un proceso seguido a la «Reichswehr» el 25 de septiembre de 1930, Hitler,
en calidad de testigo, aseguró ante un tribunal del Reich que
él se oponía a la disolución, antes bien, le ofrecía un puesto
privilegiado en su futuro Estado nacionalsocialista. En esta
ocasión confirmó solemnemente su método de lucha Eaquél
que había trazado durante su estancia en la prisión de Lands-
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bergF, y que consistía en no fiarse de los partidarios ni de los
enemigos, sino utilizarlos para conseguir sus fines legalmente, siquiera en apariencia.
Y ése fue en realidad el truco que facilitó a Hitler el camino a
la Wilhelmstrasse. Tal vez las altas jerarquías de la «Reichswehr» habrían decidido pasar a la acción para aplastar un
abierto movimiento contra el régimen, en el caso de que en el
verano de 1930 se hubiese decretado una ley para la defensa
de la República de Weimar, que apenas puede decirse tenía
conciencia de sí misma. Hitler temía tanto esta eventual ley
prohibitiva, como el diablo el agua bendita. Sin embargo, la
gente se mofaba del «bello Adolphe Légalité», al que se tenía
por un «espantajo para las masas», y consideraban mejor no
aumentar las calamidades de la República al apoyar a un
hombre que había prometido lograr sus propósitos con medios «constitucionales», vencer a la Constitución «por» la
Constitución, y aniquilar a la democracia por medio de procedimientos democráticos. Hitler ya había manifestado cuál era
el camino obligado para moldear el Estado «en consonancia
con nuestras ideas», programa que no es difícil extraer de
Mein Kampf. A la vista de tales consideraciones, las falanges
pardas consiguieron en general Fdescontando algunos reveses como la prohibición de usar uniforme, celebrar mítines y
organizar desfilesF salir del marasmo sin mayores contratiempos, y seguir con su tarea de conspirar contra el Estado.
Una de las personalidades más sobresalientes en el Ministerio del Ejército era entonces el general Von Schleicher, hombre quien gustaba de manipular los hilos de la trama (ya
quien iban a parar todos ellos) y, cuyo pensamiento social era
sensible hasta cierto grado; además, después del retiro del
reorganizador Von Seeckt, aquél había decidido abandonar el
axioma de una «Reichswehr» apolítica, en favor de una activa intervención en las cuestiones políticas.
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En esto le pareció que el «tamborilero» Hitler era el hombre
más apropiado para acallar a la masa, cada vez más exigente,
a cuyo efecto este astuto representante, de extraordinaria visión política, puede ser disculpado por haber caído en el mismo error. Todos esos diletantes de la milicia y las finanzas no
podían desempeñar más que un papel secundario allí donde
figurase en escena un individuo como Hitler, dotado de fuerza de voluntad, carencia de escrúpulos y destreza táctico-política. 80
Von Schleicher fue quien preparó el acercamiento del «cabo
bohemio» al senil Hindenburg. El notable encuentro aconteció el 10 de octubre de 1931. El día anterior los cabecillos de
los partidos de derechas se habían reunido en Bad Harzburg
para formar un «frente» común. Hitler participó irritado en
Hitler y dos de sus generales en una demostracion en el campo
de pruebas de Kumersdorf
80
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dicha reunión, aunque con el firme propósito de utilizar a
esos elementos reaccionarios como una plataforma en su
asalto al poder. La culpa del pésimo humor de Hitler la tuvo
el resultado poco favorable de su entrevista con el «mariscalpresidente», a quien Goebbcls, su jefe de propaganda, se había referido públicamente como un infeliz, apenas hacía seis
meses. En dicha entrevista Hitler había soltado uno de sus
interminables monólogos, con lo cual no sólo causó una desfavorable impresión a su interlocutor, sino que probablemente le aburrió (pues éste no sólo era un soldado, sino un soldado anciano, acostumbrado por tanto al lenguaje lacónico y
preciso en vez de la ampulosa palabrería de su visitante, cuyas digresiones le exigían demasiada atención). El «anciano
caballero» debió de pensar que quien así se expresaba llegaría, a lo sumo, a ministro de Correos... Esto ocurría apenas
quinientos días antes del 30 de enero. En principio, el resultado de la entrevista fue un fracaso, pero la audiencia en sí
constituyó un triunfo para Hitler, pues por primera vez se
consideró necesario negociar con él en un plano superior.
El viejo militar y presidente de la República Gen cuyo alto
puesto era obvio que no se había elegido peor republicano
que el mariscal de Guillermo IIG no disimulaba su profundo
afecto a la Monarquía. El anciano mariscal, que veinte años
atrás había obtenido su retiro, y que, al menos nominalmente, había triunfado en la batalla de Tannenberg y algunas
otras, era una institución de alcance nacional y el lugar donde
convergían las aspiraciones de un maltratado aunque inofensivo patriotismo burgués. Por ello no podía ser objeto de alegría que al año siguiente, 1932, el cabo de Braunau subiese al
cuadrilátero a luchar contra ese mito nacional. Éste fue el último año de la República de Weimar, el año de las cinco consultas electorales y de las intrigas, un año en el que Hitler no
tuvo nada que hacer excepto reprimir el nerviosismo y, por
último, guadaña en ristre, aprestarse a la recolección. Por de
pronto, era inminente la celebración de nuevas elecciones para la presidencia del Reich, después que los partidos políticos
habían rechazado una prórroga parlamentaria para un período funcional. El 22 de febrero, Hitler Gdespués de varias se-
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manas de titubeoH dejó que Goebbels anunciase su candidatura en el Palacio de los Deportes. El pequeño obstáculo de su
condición de apátrica (en 1925 Hitler había renunciado a la
nacionalidad austríaca) fue salvado con prontitud.
Para ello, Frick, su socio en la coalición de Turin-gía, había
procurado arreglar las cosas para que en julio de 1930 su
Führer fuese nombrado comisario de Policía en Hildburghausen, cosa que no fue necesaria, puesto que en Brunswick la situación era propicia, por ostentar dos altos cargos los nacionalsocialistas. En esta ocasión, poco faltó para que la Escuela
Técnica de la localidad no recibiese a un tal profesor Hitler
(el cual tenía ya preparada su lección inaugural de pedagogía
política), pero después se pensó en que sería mejor enviar al
ex austríaco como consejero de la legación de Brunswick en
Berlín. El día 26 de febrero, el nuevo funcionario prestó el juramento de fidelidad al cargo. Se dice (por razones obvias no
podía figurar en el acta) que para tan solemne ceremonia, Hitler hizo venir a sus superiores al «Hotel Kaiserhof». El consejero de Hitler, aunque durante el año que duró su «servicio» apenas se personó en su despacho oficial, se creyó, sin
embargo, obligado a servir a los «intereses económicos» de
su patria, por medio de un pedido de camiones para la firma
automovilística «Büssing».
No obstante la intensa lucha electoral, librada en medio de
una gran expectación, el primer escrutinio defraudó un tanto
las esperanzas puestas en él. Hitler no consiguió más que el
treinta por ciento sobre los doce millones de votos; entonces,
derrotado, habló de una «escisión en el movimiento». Pero
Hindenburg tampoco había obtenido la mayoría absoluta necesaria; le faltaba el 0,04% para alcanzarla. Así, pues, fue necesaria una segunda elección; esta vez Hitler consiguió dos
millones más de votos, ya que Duesterberg, del Partido Nacionalista y su más directo rival, había quedado fuera de combate. En esta segunda votación, Hitler había pulsado todos
los registros. Por vez primera hizo uso de un medio muy empleado por los americanos, método que siguió utilizando en
las tres siguientes elecciones del mismo año con un efecto psicológico que iba en aumento: alquiló un avión y con él reco-
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rrió Alemania entera. En sólo media jornada, dirigió la palabra a las masas, no más de quince minutos cada vez, en tres o
cuatro ciudades bastante alejadas entre sí. Logró arrancar el
entusiasmo de la muchedumbre que se agolpaba cerca de las
pistas para presenciar el aterrizaje, el discurso y el subsiguiente despeque. En su primer vuelo, ampliamente comentado y difundido por su Prensa, recorrió veintiuna ciudades
en siete días; en el segundo, veinticinco en el curso de ocho
días; en el tercero, cincuenta en dieciséis jornadas y en el
cuarto también cincuenta ciudades en veintiún días.
Con tan activa propaganda, las elecciones del 24 de abril proporcionaron una gran ventaja a los nacionalsocialistas en
Prusia y otras provincias. Un mes más tarde, en Oldenburg,
lograron alcanzar la mayoría absoluta por primera vez. En
ese mayo de 1932, Schleicher derribó al canciller del centro,
Brüning, en nombre de la «Reichswehr»; éste, con la ayuda
exclusiva del decreto-ley, había gobernado como presidente
del Reich. En las nuevas elecciones no consiguió los votos de
los desdeñados partidos democráticos. A fin de apoyar al nuevo Gabinete presidencial del «aficionado» Von Papen, al que,
erróneamente, suponía bastante estúpido como para ser considerado aprovechable, Schleicher se aseguró la colaboración
de Hitler y su Partido. Para resignación del nuevo canciller,
se ofreció levantar la prohibición de las SA y SS establecida
por Brüning en abril, cosa que a Hitler le resultó muy desagradable, así como la convocatoria de nuevas elecciones. «
¡Elecciones! ¡Elecciones! Iescribió Goebbels en su Diario, el
30 de mayo, al parecer entusiasmadoI ¡Dejad que el pueblo
se acerque! Todos nos sentimos muy contentos.»
Pero en cuanto las SA volvieron a pisar la calle, comenzaron
meses de luchas sangrientas y brutales. Apenas transcurría
una noche sin que sonaran disparos en uno u otro lugar. El 31
de julio Ionce días antes Von Papen había aparecido en el
escenario político prusiano con un imperialismo estatal, arrollando al Gobierno democrático prusiano sin apenas resistenciaI, es elegido el nuevo Reichstag con el siguiente resultado: doscientos treinta de sus seiscientos ocho miembros
vestían camisa parda.
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Representaba el 37,4 por ciento del censo electoral, con 13,8
millones de votantes, 81 que habían concedido el sufragio a
Hitler con sólo la mera promesa de que todo debía y sería
cambiado.
El nuevo Parlamento estaba, pues, incapacitado para maniobrar. Los nacionalsocialistas y los comunistas, juntos, representaban la mayoría absoluta. No obstante, Hitler no había
conseguido todavía su objetivo. Parlamentariamente, podía
participar en las tareas de gobierno juntamente con los centristas, pero tanto Von Papen como Schleicher y Hindenburg
se opusieron a sus aspiraciones a la Cancillería en la primera
quincena de agosto.
Tras la desintegración del Sacro Imperio Romano Germánico en
1806, como consecuencia de las Guerras Napoleónicas, el término
Reich que había sido utilizado en dicho Imperio se usó posteriormente para el parlamento que confeccionó el borrador de la constitución en Fráncfort del Meno (1849), que nunca llegó a ponerse en
práctica. También se usó por el parlamento de la Federación Alemana del Norte de 1867 a 1871 y, por último, en el del Imperio alemán (Segundo Reich).
En los tres casos, fue un parlamento elegido por el pueblo, aunque
con distintos grados de poder. El Imperio era una autocracia en la
que el Reichstag era elegido por sufragio universal (en Prusia y en
otros Estados federados siguió vigente el sufragio censitario).
En la República de Weimar 1919, el pueblo eligió la composición
del Reichstag y éste a su vez a quien sería Canciller de Alemania
(Jefe de Gobierno).
Sin embargo, a partir de 1930, el Reichstag fue prácticamente eludido gracias al uso que el Presidente Paul von Hindenburg hizo de
los extensos poderes que la constitución le otorgaba.
En las séptimas elecciones parlamentarias, celebradas el 31 de julio
de 1932, el NSDAP alcanzó por primera vez la mayoría, pero esta
mayoría no era absoluta. En las octavas elecciones parlamentarias,
ejecutadas en noviembre de ese mismo año, los nacionalsocialistas
continuaron a la cabeza del Parlamento, a pesar de haber perdido
asientos. Estas elecciones son consideradas las últimas elecciones
democráticas de la República de Weimar, ya que las elecciones parlamentarias de 1933 se realizaron bajo una política de represión e
intimidación nacionalsocialista.
81
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Hitler incurrió en la falta de atrapar el «poder» «coram publico», y de igual modo Jya se cuidó de ello Von PapenJ en
aquel negro 13 de agosto tuvo que soportar que el anciano
magistrado imperial le sermonease como a un escolar. Ante
esta vergonzante «trastada», Hitler se dispuso de nuevo a la
lucha, aun cuando sus reservas estaban próximas a agotarse.
En el aspecto financiero se hallaba exhausto, consecuencia de
su aparición un tanto demagógica ante el club de los industriales de Dusseldorf, en el día del aniversario del emperador.
Mucho más temible era, no obstante, el descontento que reinaba en las filas de sus correligionarios, las cuales, hambrientas y ávidas de botín, se habían visto libres de las riendas que
su amo y señor tenia bien firmes. Y ahora, ¿se detendrían
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cuando la meta estaba tan próxima? ¿Seguirían con sus estrecheces por causa de consideraciones y quimeras que no
comprendían? ¿Por qué no poner fin a todos estos remilgos
de legalidad, apoyados por un 40% del voto popular? ¿Por
qué no asestar el golpe definitivo a una República caduca herida de muerte, golpe que causaría su derrumbamiento total?
En tan delicada situación, uno de los más grandes logros de
Hitler consistió en haberse mantenido firme. Sabía muy bien
que aún existían poderosas fuerzas que no se cruzarían de
brazos en tanto siguiera avanzando hacia la cima. Sus numerosos enemigos sólo aguardaban la oportunidad de disponer
de un argumento justificativo lo bastante fuerte como para
aplastar por la fuerza su movimiento, y desembarazar la vía
hacia una dictadura militar y la restauración monárquica.
Así, pues,Hitler se quedó al pairo, en tanto que Von Papen
obligó al movimiento nacionalsocialista, muy poroso, a soportar un nuevo enfrentamiento electoral. (La última sesión
del Reichstag, celebrada bajo la presidencia de Goering, no
había llevado consigo sino una sola y turbulenta sesión.) La
táctica obstruccionista de Von Papen fue coronada por el
triunfo el 6 de noviembre, Hitler perdió dos millones de votos
y treinta y cuatro escaños. Von Papen había conseguido la victoria y roto el hechizo; los desilusionados siguieron con sus
renovadas frustraciones y el movimiento quedó entumecido
bajo la influencia de este nuevo contratiempo. Y en un partido basado en el resentimiento, como el de Hitler, no cabe la
derrota; a un éxito ha de suceder inexorablemente otro. Un
descalabro puede originar una reacción en cadena de consecuencias imprevisibles.
Es conveniente considerar aquí que, de haber resistido la
República un poco más, tal vez hubiera sido posible desbaratar la maniobra de Hitler. Pero, ¿quiénes, por cierto, hubiesen sido los encargados de «resistir»? ¿Los funcionarios, que,
en el mejor de los casos, toleraban al Estado? ¿La fuerza armada que pese a su postura «apolítica» se comportaba de un
modo antidemocrático, con lo cual hacía el juego a los nacionalsocialistas, hasta el punto de que los indecisos conservadores, para obstaculizar la carrera de Hitler hacia la cúspide, tu-
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vieron que desechar interinamente sus planes restaurativos?
¿Tal vez la masa obrera de tendencia socialista, con sus constantes querellas, presa fácil a la penetración nacionalsocialista, y que ni siquiera sabía utilizar el arma de la huelga general
para entablar negociaciones, no obstante el desempleo imperante? ¿O acaso el anciano que manejaba el timón, cuyos resentimientos aristocráticos hacia la plebe estaban más en auge cada día, y que, después de todo, era el que mantenía aún
con vida a la República?
Finalmente, un hecho al margen de su esfera de influencia
apoyó al oriundo de Braunau uno de los principales vencedores en las elecciones del 6 de noviembre fueron los comunistas, que conquistaron en ellas once escaños. Ya poseían unos
cien en total Kaunque noventa y seis menos que sus competidores pardos, pero representaban los suficientes, sin embargo, como para izar la señal de peligro en distintos mástiles. El riesgo era enorme. Se prefirió, pues, aceptar en último
extremo a los nazis, mucho más manejables, que a la grey
comunista, mucho más intransigente y rústica. Así que Von
Schleicher derribó a von Papen del pedestal, a quien había tenido por dócil instrumento unos meses atráSj pero a quien el
éxito parcial había convertido en intransigente. Todo aconteció de un modo terriblemente sencillo: para ello no se necesito ninguna mayoría parlamentaria interina, sino que bastó
con la indecisión momentánea de von Hindenburg, apesadumbrado por su «elección democrática», para que Schleicher se erigiese en figura máxima. Un personaje que hasta entonces había permanecido en la sombra, se hizo cargo de la
situación. Para ello contaba con el apoyo de un amplio frente
formado por los «razonables» social-demócratas y los también «razonables» nacionalsocialistas.
Sólo que, ante la profunda consternación de Schleicher, la razón era mucho más escasa de lo que él había imaginado. Los
socialdemócratas dijeron «no» y Hitler, tras alguna vacilación, respondió de igual modo. El canciller provocó entonces
su peor crisis al partido Nacionalsocialista al tratar de ganar
para su causa al príncipe heredero de las huestes pardas, Gregor Strasser, con la propuesta de convertirlo en su segundo.
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Strasser representaba en cierto modo al genuino socialismo
y, después del fracaso, había considerado apremiante establecer un compromiso. Pero cuando Hitler desautorizó al hombre de «las añoranzas anticapitalistas», los antiguos camaradas dimitieron de sus cargos. Hitler mismo manifestó propósitos suicidas; el partido amenazaba con terminar en medio
del desastre, cosa que es muy probable que hubiese ocurrido,
puesto que en las elecciones municipales de Turingia tuvieron que soportar una nueva y tremenda derrota. Pero Strasser decidió abandonar el escenario y Hitler tuvo la oportunidad de hacer entrar en razones a la oposición. Se produjeron
escenas conmovedoras, en las que los gauleiters ablandaron
el corazón del Führer, quien no pudo soportar las efusiones
lacrimosas de sus esforzados paladines. En aquella ocasión
surgió en la escena política un personaje que hasta entonces
había permanecido en el anonimato, no obstante ser un incondicional de Hitler. El personaje en cuestión, Rudolf Hess,
pasó a heredar el vacío dejado por Strasser; el resto lo recolectó un antiguo renegado, Ley, que se había distinguido por
su acérrima admiración hacia Hitler.
Este incidente, además de la desesperada situación económica, constituyó para Hitler la señal indicadora de que convenía
distender un poco el arco, y le llevó a la decisión de que debía
unirse a von Papen Léste ávido de venganzaL, en oposición
a Schleicher. El 4 de enero, Hitler y von Papen se reunieron
en la casa del banquero colones von Schroeder, donde celebraron los capítulos secretos preliminares de su compromiso,
apartando así «diferencias» pasadas. El fruto inmediato y
oportuno de esa entente fue la eliminación de la catastrófica
carencia de peculio. Los perplejos administradores de los fondos políticos pudieron respirar con tranquilidad, pues, de improviso, un Führer que hasta entonces había estado empeñado hasta la coronilla, disponía de abundantes medios, que no
tardó en utilizar en una empresa un tanto particular. El 15 de
enero de 1933, los cien mil habitantes del Estado libre de Lippe, situado al este de Bielefeld, se disponían a elegir una nueva Dieta. El movimiento tomó a ese pobre gorrión bajo el fuego concentrado de toda su artillería pesada; en un territorio
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de mil doscientos quince kilómetros cuadrados, Hitler habló
en dieciséis ocasiones. También Goebbels recaló en dieciséis
lugares y en todo el territorio apenas quedó un simple caserío
cuyos habitantes, siquiera fuese uno, no hubiera visto a las
notabilidades pardas. Ante tan lisonjera actitud, los conmovidos habitantes de Lippe-Detmolder no pudieron por menos
de conceder al partido Nacionalsocialista treinta y nueve mil
de sus cien mil votos, y nueve escaños de los treinta y uno, en
justa compensación.
Hitler y sus satélites explotaron cumplidamente su «victoria
electoral». 82 El 22 de enero, Hitler inició sus negociaciones
concluyentes con Von Papen y con el hijo ¿ el presidente del
Hitler saludando al Mariscal de Campo von Hindenburg y Presidente del Reich
82
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Reich, «no incluido en la Consejo», las cuales, después de
una semana, desembocaron en una bella armonía. Junto a la
amenaza de la «ayuda al Este» tenemos por último el escarceo de Hitler con los partidarios de la restauración de los Hohenzollern, que tuvo como resultado el que muchos auténticos y fieles monárquicos le abrieran las puertas de su corazón. Los conservadores se sentían muy satisfechos; ahora
creían haber uncido al «espantajo» a su propio carro. Y por
cierto: en la nueva lista de miembros del Gabinete apenas se
descubría a los nacionalsocialistas. Éstos Msegún sentencia
de Hugenberg, que se hizo famosaM quedaban «enmarcados» por los fieles nacionalistas y hombres de su confianza
personal.
Hitler llegaría a la Cancillería; eso era algo que ya se tenía por
seguro. Pero no parecía importar demasiado. No habían indicios de que pudiese hacer sentir su poder con un «Gabinete
fantasma», aunque entre ellos se contara a un Goering como
«ministro sin cartera» supernumerario (si bien no tardó en
obtener una, puesto que fue nombrado ministro del Interior,
lo que le mantuvo bien ocupado), y también a un Wilhelm
Frick, 83 antiguo gobernador civil y conocido entre los miembros del Reichstag como pendenciero impenitente, aunque
por lo menos no era de esos que gustaba de tocarse con gorra
de obrero, sino que lucía el cuello de pajarita con la misma
dignidad que cualquiera de sus colegas; éstos copaban la mayor parte de los restantes Ministerios. Aun descontando el general Von Blomberg, que en su puesto de mando de Prusia
oriental, junto con Von Reichenau, su jefe de E. M, se inclinaban a favor de los nacionalsocialistas, y a quien, bastante preWilhelm Frick (Alsenz, 12 de marzo de 1877 N Núremberg, 16 de
octubre de 1946) fue un abogado, político y destacado líder nazi
que ocupó importantes puestos políticos durante el Régimen nazi.
Hijo de un maestro, se educó en Múnich y estudió jurisprudencia
en Heidelberg, graduándose de abogado en 1901. Se alistó en el servicio civil bávaro en 1903, trabajando como abogado en las sedes
de policía de Múnich. Fue nombrado Bezirksamtassessor en 1907
y ascendió a la posición de Regierungsassessor en 1917, con lo cual
no prestó servicio activo durante la Primera Guerra Mundial.
83
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cipitadamente por lo visto, confiaron la cartera de Defensa,
es decir, el Ministerio de la «Reichswehr», eran siempre nueve votos..., todos ellos de hombres íntegros en quienes se podía confiar plenamente. Muchos procedían del antiguo Gabinete von Papen de «oficiales de la reserva» y en modo alguno
eran demócratas, pero sí gentes todas que no dejarían de oponer resistencia al «pintor de Braunau», si a éste se le ocurría
aparecer demasiado petulante. Es cierto que Hitler quería
convocar nuevas elecciones, para recuperarse del fracaso del
6 de noviembre, pero sólo con la solemne promesa Otan refinadamente se actuabaO de que la composición del Gabinete
no habría de modificarse.
A este punto todos estuvieron conformes un lunes 30 de enero de 1933, cuando el nuevo Gabinete se reunió bajo su presidente, antes de prestar juramento. El viejo Hugenberg habría
dejado a un lado su testarudez peculiar, si en el último minuto hubiera podido, en un instante de lucidez, presentir el futuro desarrollo de los acontecimientos. Pero sus colegas nacionalistas le dejaron en la estacada, y por último hubo de doblegarse ante el argumento de que era imposible hacer esperar por más tiempo al presidente del Reich y mariscal, a causa de semejantes fruslerías.
Así, pues, todo desembocó en un final feliz, y Hitler pudo
«hacerse cargo del poder». Y cuando cerró la noche sobre
Alemania, desde las siete de la tarde hasta la una de la madrugada, una enorme y serpenteante masa humana, provista
de antorchas, avanzaba hacia la Puerta de Brandenbur-go, la
Wilhelmstrasse y calles adyacentes: SA, SS, JH, paisanos, y
gran número de bandas de música. Desde una ventana de la
Cancillería (su palacio había sido ya remozado, ¿por qué
no?), el tembloroso anciano, vencedor en Tannenberg, iba
marcando el compás; un par de ventanas más allá saludaba el
triunfador de Berlín, el antaño huésped de una residencia
masculina en Viena («El resurgimiento de una nación», escribió Goebbels en la página correspondiente de su Diario.) Desde un ventanal de la Cancillería, Hitler juró que «ninguna
fuerza humana podría jamás arrancarlo vivo de allí». Sus ac-
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tuales colegas y amigos, el enervado nieto del «junker» 84
prusiano, así como los fatigados hijos de los tiburones de la
industria y las finanzas de los años fundacionales, los supuestos «jefes del Führer», no tardaron en percatarse de que no
sería tan fácil conseguir que el vigésimo Canciller del Reich
fuese remplazado por el siguiente.
La atraccion del poder
Durante los seis años siguientes, Hitler se afanó n la erección
de su Estado, el cual, por de pronto, denominado el Tercer
Reich en una conocida obra de Moeller van den Brucks. Como una cuenta anejante podía implicar la sustitución del ordinal ¡rimitivo, escatológico, por un cuarto o quinto leich,
más tarde se dio en llamar a éste el «Reich de los Mil Años»,
hasta su denominación definiti-¿ de «Reich Eterno», aun
cuando, en razón a la elemental modestia, tan vasto lapso de
tiempo «es de considerarse más bien risible, desde el punto le
vista de la duración de un mismo imperio. Era pues el «tercero», el «milésimo» o el «eterno...» el caso es que su Führer
apenas pudo disponer más allá de una docena de años para la
creacion de su Estado oligárquico. El 26 de abril de 932, su
llamado Reichstag le declaró exento, leibus solutus, de todo
lazo con las prescripciones vigentes, bajo la consabida «salva
de interminables y estruendosos aplausos». Adolf Hitler se
convirtió, pues, en Führer de la nación y del Partido, magistrado supremo, comandante en jefe de la «Wehrmacht» y
máximo detentador del poder.
Con tal profusión de cargos, se elevaba al fin a la categoría de
ley lo que desde los comienzos había representado una cristaSe denomina Junker a los miembros de la antigua nobleza terrateniente de Prusia que dominó Alemania a lo largo del siglo XIX
y principios del siglo XX. Los Junkers poseían grandes propiedades rurales donde también vivían y trabajaban campesinos con
muy pocos derechos y/o recursos económicos. Originalmente constituían un importante sector político, social y económico en Prusia
y, después de 1871, también en el liderazgo político, militar y diplomático del Imperio Alemán. Uno de los Junkers más famosos fue
el canciller Otto von Bismarck.
84
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lización interna de los principios del Régimen, que ya en 1935
había analizado Konrad Heiden con gran acierto, al escribir
al respecto: «El Führer supremo y absoluto, que en apariencia toma sobre sí toda la responsabilidad, no acepta casi
ninguna en la práctica, puesto que no existe nadie que pueda
obligarle a aceptarla. Surge, así, un sistema de gobierno en el
cual el único riesgo consiste en la lucha por el favor de los influyentes; y un medio seguro para reducir casi a la nada dicho
riesgo consiste en la adulación más absoluta a los de arriba.»
Hitler modeló su movimiento en consonancia con este patrón; así, pues, seguía diseñando la estructura de su Estado,
trazo a trazo, sin salirse de la pauta. Según una conocida expresión suya, era un Estado «mandado por el Partido»; de
ese modo, peldaño a peldaño, el camino conducía hasta la cima. Este ascenso requería el despliegue de mucha violencia,
astucia y habilidad para convencer a los demás, sin olvidar la
cadena de triunfos imprescindibles para impeler la escalada.
Otto Strasser denominó a Hitler «corcho de la revolución», el
que siempre quedaba a flote, pasara lo que pasara. Sin embargo, esto le hubiera sido imposible de conseguir, a no ser
por su innegable maestría en ganarse el favor de la masa. Durante muchos años, no sólo fue el hechizo de su voz ronca y
gritona; ni el movimiento enérgico de sus brazos; ni la mirada hipnotizada de sus célebres ojos, lo que tenía la virtud de
entontecer a las personas; el fenómeno Hitler es mucho más
que todo esto.
El hombre que a partir de la nada luchó duramente por abrirse paso hasta la cumbre; el hombre que. en apariencia, estaba
hecho del mismo material que los demás, que sus rasgos eran
más o menos los de otros muchos Pcomo cualquiera podía
comprobarP, ese hombre fue capaz de canalizar la apremiante necesidad por el heroísmo exaltado, así como el anhelo de
provinciana vanidad, y con mano de virtuoso supo desenraizar el culto por la pareja de conceptos contradictorios, «horrible-bello». Asimismo, en la racionalidad estatal de Weimar,
donde las tradiciones no tenían terreno abonado, supo dotar
a éstas del suelo apto para su medro, y logró elevar la decaída
moralidad burguesa, llenando su vida con otra antinomia:
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amor-odio. En síntesis, él era y quería lo que «ellos» eran y lo
que, por lo menos, querían creer ahora. En la existencia de
ese hombre, la masa amorfa y acéfala, intuía su propia imagen.
Un tal chamán sabía cómo ganarse el favor popular; era un
sismógrafo que registraba el menor temblor en las almas, y
supo montar su pedestal en terreno sólido. Puede que los plebiscitos posteriores ofrezcan pábulo para trascendentales
interpretaciones, o que se hable de mixtificaciones abiertas
en tal o cual distrito; no importa que con el 10 o el 20, o el
obligatorio 99 por ciento del escrutinio. Esto se convierte ya
en un detalle un importancia, que no afecta al cuadro general. Ciertamente que la primera elección, aquella que tuvo lugar el 5 de marzo de 1933, ganada por Hugenberg, y que el 30
de enero del mismo año Hindenburg no había podido esperar
por más tiempo, vio aún algo distinto.
Una semana antes, el Reichstag había sido dañado por las llamas. Durante varios decenios se ha querido ver en ese incendio la mano escondida de los nacionalsocialistas. Sin embargo, hoy día parece admitirse que, en efecto, se trató de un acto debido a la exclusiva voluntad del holandés Van der Lubbe. Sea como fuere, Hitler aprovechó la coyuntura como pretexto para legalizar un programa de acción que sin duda había dispuesto de antemano. Con ira vociferante, las jerarquías
pardas se reunieron en torno al humeante «chiribitil de las
majaderías», como llamaban al Reichstag, el cual les había
inspirado siempre el más hondo desdén (desde luego no consideraban necesario proceder a su reconstrucción). Aquella
misma noche, la Prensa nazi denunciaba la existencia de un
supuesto foco de rebelión marxista. La Policía de Goering detuvo a unos 4.000 funcionarios comunistas y, al día siguiente, 28 de febrero, el presidente del Reích firmaba, rojo
de indignación ante tamaño desafuero ejecutado por los comunistas, un «Decreto-Ley» para la defensa del pueblo y el
Estado, a los que en efecto protegio hasta conducirles hasta
su aniquilamiento.
Con este decreto, Hitler tenía a mano lo que tanto había ansiado: la implantación de la pena capital para los delitos de
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alta traición, y la inhibicion de los Estados Nacionales en varias cuestiones, en especial el levantamiento de los derechos
ciudadanos. Esta circunstancia permitía la libre aplicación
del funesto artículo 48, que confería plenos poderes dictatoriales al presidente del Reich en casos de disturbios graves, o
cualquier otro acto que, a juicio de las autoridades, hiciera peligrar la seguridad pública y del Estado. Dicha orden fue
originariamente redactada por Ebert como remedio a las crisis que minaban la seguridad de la democracia en los años
transcurridos desde su institución hasta 1923, y de nuevo en
1930, pero su aclimatación a la vida democrática tuvo, sin
embargo, un papel funesto.
Este mortal atentado a las normas democráticas fue disimulado, en su manifestación formal, con la pantalla de la Constitución. La declaración de un eventual estado de emergencia era
potestativo del presidente, pero ya desde el comienzo se vio
que Hitler recurriría a otros procedimientos Qcomo se decía
en plan restrictivoQ antes que a las «medidas "necesarias"».
También ofrecía sus dudas la cuestión acerca de cuál era el
juicio o medida a aplicar para declarar un hecho como apto
para ser incluido en el ámbito de dicha Orden. Las autoridades no hacían mención alguna de la probable vigencia de la
supresión de los derechos cívicos, que seguro no obedecía a
un concepto de mera «transitoriedad», aun cuando ya en su
misma redacción incierta tuvieron como motivo ciertas diferencias entre los padres de la Constitución. Por último, según el prólogo del famoso Decreto-Ley, éste era una «protección contra los actos de fuerza "comunistas" que atentaran a
la seguridad del Estado», lo que en la jerga de los nacionalsocialistas indicaba asimismo: «entre otros», esta disposición
será aplicada también a los comunistas. No se puede negar
que la institución de los campos de exterminio, con todas las
perversidades que en ellos se perpetraron, fue horrible bajo la
capa de la Constitución de Weimar.
Hitler utilizó inmediatamente el poder que detentaba para
instaurar un régimen totalitario. La arbitrariedad tenía el
campo libre; los esbirros pardos Qya Goering se había procurado un copia de ejército de Policía, verdaderas mesnadas de
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castigo, con sólo colocarles un brazalR se desparramaban por
la superficie del país y, de un modo provisional y aún desorganizado, cumplían con su tárea a su entero capricho, sin dejar por eso de ajustar cuentas particulares en los improvisados campos de concentración y en las «celdas de los héroes».
Se prohibió toda Prensa de filiación marxista; en cuanto a su
Partido, se le dejó formalmente fuera de combate hasta después de las elecciones, con el fin de obstruir la unidad electoral del bloque socialista. Gracias a esta gran operación de
«limpieza», cuando llegó el día de celebrar unas elecciones,
los nacionalsocialistas pudieron desplegar por primera vez todas las velas del poder y los medios propagandísticos que les
otorgaba su privilegiada posición, y disponer así, dentro de
su propio ambiente, la preparación del plebiscito.
A pesar de tanto aparato, los resultados que se obtuvieron no
guardaban relación con tan fenomenal despliegue de medios.
Hitler obtuvo 288 escaños, y sus colaboradores 52. El nuevo
Gabinete contaba, pues, con la mayoría necesaria, en un Parlamento con un total de 647 diputados. Pero había algo más:
ni Hitler había logrado «solo» la mayoría necesaria, ni su coalición hubiera conseguido la mayoría de dos tercios que preceptuaba la ley. Pero esta consideración carece de importancia. El caso es que Goebbels agüella noche se dejó caer en su
lecho, fatigado, pero muy feliz, y exclamó: «Somos los dueños
del Reich, y todos los demás han tenido que morder el polvo.»
El nuevo Reichstag inició su sombría existencia con un golpe
teatral, una exhibición fulminante. Como escenario de la función, Hitler escogió la villa de Potsdam, plaza de armas y
mausoleo de los monarcas prusianos. Allí, en la cripta, Hitler
convocó al Reichstag (aunque la fracción del Partido hubo de
permanecer en su domicilio, y la comunista era puesta a buen
recaudo en Oranienburg), a cuyos miembros estrechó la mano. El Reichstag, que en dicha jornada no veía el «día del resurgir nacional», tenía que dar como válido el concepto de
«encuadramiento», como así lo dieron a entender los arribistas pardos del nutrido grupo de altezas y excelencias. Parecía
que reservaban al emperador para otra ocasión (el anciano
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mariscal saludó con su bastón la silla vacía), pero, por lo demás, los estamentos más relevantes del país estaban presentes: una verdadera sinfonía de los colores negro, blanco y rojo. Sin embargo, no se tardaría en entonar el responso por todos ellos. Durante los días siguientes, la escena cambió de
decoración: el Reichstag se reunió en el «Opera Kroll» de
Berlín.
Ningún repique de campanas podía pregonar más la fidelidad
y la buena fe, que la ingente masa de frenéticos oyentes que
exigían «muerte y destrucción». En esta oportunidad ya no
había en los alrededores ni excelencias ni altezas imperiales,
sino patrullas de las SA apostadas en los corredores, y otros
grupos armados que velaban por la «tranquila» celebración
de las elecciones. La votación terminó con una «ley de plenos
poderes», que concedía a Hitler un período de cuatro años
para dictar todo género de disposiciones, aun aquellas que
comportasen enmiendas a la Constitución. Hitler, quien, simbólicamente, aún era delegado por el distrito electoral número 24 (Alta Baviera-Suabia), prometió con su estilo inimitable
que «los casos especiales serían limitados»; sin embargo, a
nadie se le ocultaba lo que había detrás de las bambalinas. Lo
que hicieron los partidos burgueses, con los centristas a la cabeza, en el curso de aquellos meses, al dar el beneplácito a los
nuevos amos sellando así su propio destino, pertenece al
campo de lo misterioso. Cierto que la fracción comunista tenía Scomo se decía entoncesS «domicilio desconocido», pero nueve diputados socialistas ya habían ocupado sus puestos, y cabía la posibilidad de que alcanzaran la necesaria mayoría de dos tercios.
Pero por lo visto, esto no había cogido desprevenidas a las derechas Sque «luego» argumentaron cumplidamente acerca
de la situaciónS, sino únicamente a las socialistas, que, no
obstante haber perdido, votaron negativamente. De todos
modos, los actores de la función supieron callar aceca de lo
sucedido; quizá fueron engañados por Hitler y Frick, o amenazados con la suspensión de los derechos cívicos. Pero también es posible que no fuera más que anquilosamiento e inseguridad, y por último un flirteo engañoso para las buenas
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ciencias, ya que después de todo, el Partido Nacionalsocialista era «asimismo burgués...» En breve el Estado autoritario
de Hitler fue aprobado «legalmente» con 444 votos sobre un
total de 538, es decir, 85 más de los que se necesitaban para
ganar. El Reichstag había cumplido, pues, con su misión y,
por lo tanto, podía ya cesar.
En aquella memorable sesión, Goering acalló con violencia alguna exclamación tímida: «¡Silencio! ¡El canciller ajusta las
cuentas!» Y en efecto, esto era lo que hacía. En Prusia, Von
Papen ya había ofrecido un modelo de cómo podían ser
considerados los Gobiernos nacionales, contando con el asenso de la alta magistratura; Hitler no tenía que hacer sino
imitar el ejemplo. Ya a principios de marzo, los Gobiernos nacionales de filiación no nacionalsocialista comenzaron a vislumbrar el panorama que se avecinaba; el día 9 de marzo, en
el propio baluarte del federalismo bávaro tuvo lugar un golpe
de Estado, sin que este hecho provocase otra reacción que un
cúmulo de protestas sobre el papel. Un mes después, las viejas Dietas habían sido suspendidas y, a fines del mismo año,
su existencia se vio seriamente comprometida con el nuevo
resultado de las elecciones en el Reichstag. Los dirigentes hitlerianos, bajo el pomposo título de «gobernadores del
Reich», iban reuniendo en sus manos las riendas del poder.
No fue mejor la suerte que corrieron las agrupaciones obreras, las cuales, fueron disueltas el 1 de mayo, a las pocas horas de haberles sido prohibida la celebración del «Día del Trabajo».
Dichas agrupaciones, con sus afiliados, fueron engullidos por
el recientemente creado «Frente del Trabajo», en tanto que
sus cabecillas «peregrinaban» hacia los campos de concentración. Poco después les llegaba la hora a los partidos políticos.
Sólo le quedaba a Hitler declarar la ilegalidad del Partido Socialista Alemán, lo que efectúo el 22 de junio. En cuanto a los
otros partidos, qiu querían ahorrarse toda demostración de
heroísmo inútil, hicieron mutis por el foro en el más absoluto
silencio. La coalición nacionalista siguió el ejemplo, el 27 de
junio; a continuación, otras minoría-cayeron asimismo del tablado dando trágicas volteretas, y el 5 de julio los centristas
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se unieron a la danza macabra. Nueve días más tarde, mediante un decreto se declaraba como único Partido legal al
Nacionalsocialista, el monstruo abstracto del momento. Los
demás quedaban fuera de la ley, que prometía severas penas
a los contraventores.
Apenas habían transcurrido unos seis meses, y la democracia
había sido pulverizada, junto con los colaboradores no democráticos. Hitler había cumplido su promesa al pie de la letra:
en líneas generales, el Gabinete había sido mantenido incólume. A él se había añadido algunos nazis, como Goebbels, a
quien ocho días después de las elecciones se le había recompensado con el «cargo». Restaron también algunos conservadores, que al fin optaron por desaparecer, como Hugenberg,
quien el 27 de junio arrojó lejos de sí su ridículo papel y. rugiendo de rabia, abandonó el escenario político. Pero todo
aquel que deseaba permanecer en su puesto Tsi bien su esfera de acción iba estrechándose paulatinamenteT, podía hacerlo, hasta su propio final o hasta el ocaso del Reich, en una
situación similar a los puestos remotos que concedía la Emperatriz Catalina. Aparte de todas esas reliquias del emblema
negro-blanco-rojo, todo lo demás fue debidamente «equiparado» o cubierto con espeso barniz pardo. En cualquier dirección que Hitler avanzara, casi todo se desmoronaba sin ofrecer apenas señales de resistencia. La República, que por último había reducido a común denominador a Hindenburg, estaba demasiado madura para Hitler.
Los últimos pilares que restaban aún en pie fueron cayendo
paulatinamente, cosa que antes hubiese sido imposible vaticinar y que ahora, en la primavera de 1934, estaba ya sólidamente al alcance de la mano. En la mañana del 2 de agosto, el
marasmo en que se hallaba atascado el anciano presideme
del Reich tocó a su fin. A los 87 años, Hindenburg cerró unos
ojos que habían visto mucho su dilatada existencia, pero que
en los últimos nipos se habían vuelto ciegos. En esa misma
sera de su óbito, Hitler se convirtió en el supremo director de
los destinos de Alemania, puesto que el mismo día 2 de agosto se promulgó un decreto, que Hitler, lleno de piedad, había
emitido el día anterior, por el que las fuerzas armadas que
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hasta entonces se debían al pueblo y al Estado, pasaban a su
exclusivo control. El objetivo había sido alanzado:los piratas
se habían hecho cargo de la «nave del Estado y los últimos
decorados caducos del nacionalismo alemán habían sido
arrinconados al cuarto trastero. No obstante, el Ejército y
gran porte de la burocracia conservaban todavía, aunque en
secreto, el espíritu de los colores negro-blanco-rojo, pero con
el tiempo pudo subsanarse este capítulo a base de una intensa reeducación y la inclusión en la esfera de los intereses
comunitarios. Por de pronto, hay que admitir que Hitler tuvo
que pagar un precio a su ejercicio final, o si se quiere, efectuar un trueque que inevitablemente tenia que ocurrir un día:
el sacrificio de sus jenízaros pardos en favor de los «Reichswehr».
Las SA eran ya entonces una gravosa hipoteca de los viejos y
heroicos tiempos de las luchas iniciales. En sus filas formaban los radicales desilusionados, los ambiciosos que no se hallaban toda-rá ni medianamente satisfechos, y otros muchos,
auténticos despojos de la sociedad que nunca logran echar
raíces en ninguna parte. Ya en abril de 1933, Hitler había promulgado una grotesca ley inada a reorganizar los cuadros de
la burocracia, aunque su propósito real consistía en dejar
puestos vacantes para sus secuaces: la purga iba dirigida contra los judíos y los marxistas, y contra todos aquellos que no
habían caído en gracia a los nuevos amos o, simplemente,
ocupaban un puesto que ellos apetecían. «Si queremos hacer
grande a Alemania, nos asiste el derecho de pensar también
en nosotros», había manifestado Hitler. Y con este áspero grito, fue dada la orden a su hambrienta tropa para que se precipitase a las gamellas.
Solamente las SA contaban entonces con unos 3 millones de
hombres, que vieron con rabia sorda cómo las «organizaciones políticas» se sentaban en las primeras filas del banquete:
un millón y medio de camaradas estaban afiliados cuando el
Partido llegó a la cumbre del poder, más otro millón que se
alistó en el trimestre siguiente, con el propósito de mantener
el puesto o de recibir otro mejor. No es de extrañar, pues, que
los recién ingresados desearan una «segunda revolución» y
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clamaran por «limpiar la porqueriza», no sólo en las alturas,
sino en el entramado básico de aquel pacto con la antigua
casta, que había enraizado en los suelos más ricos.
Por el contrario, Hitler sólo pretendía consolidar su soberanía, y no pensaba ni remotamente embarcarse en radicales
experimentos económicos, que sin duda llevarían al caos, ni
desmantelar la organización militar antigua, que le serviría
como base para montar la futura «Wehrmacht». Necesitaba,
pues, urgentemente la colaboración de los militares de la vieja escuela, por lo que no podía más que censurar abiertamente los propósitos de las SA de introducirse paulatinamente en
las filas de la «Reichswehr».
Después de que Hitler, tras largas vacilaciones, había recompensado a su «querido Ernst Roehm» con un puesto ministerial, público agradecimiento por los «gloriosos servicios prestados», con lo cual pretendía acallar sus ansias de ambición y
poder, en la primavera de 1934, con la agonía de Hindenburg, era más que aconsejable una pronto solución al problema; en la cuestión sucesoria, Hitler no quería exponerse a tener que enfrentarse con cualquier sorpresa desagradable de
última hora.
Contando con Reichenau y otros aliados rivales de Roehm en
las capas superiores de la «Reichswehr», así como Goering,
ahora jefe de la naciente «Luftwaffe», aún en estado larvario,
además de la colaboración de Himmler, un funcionario de las
SS de tercer rango, Hitler laboraba febrilmente hasta que al
fin se decidió la suerte negra para su segundo: perfeccionó su
asunto con la «Reichswehr» Ues de presumir que se arregló
en Kiel en el mes de abrilU y vendió la cabeza de Roehm por
el «placet» de los generales a su herencia como magistrado
supremo del Estado. El día 30 de junio de 1934 Hitler decidió
dar el golpe personalmente no habría ninguna «noche de San
Bartolomé», como había alardeado el año anterior; todo
discurriría con eficiencia y celeridad. En el bello rincón de
Bad Wiessee, donde Roehm seguía una cura a sus dolencias
reumáticas, habría de celebrarse una asamblea de mandos de
las SA, a la que Hitler había manifestado sus deseos de asistir. Y llegó, en efecto, justamente en las primeras horas de la
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madrugada, por las que al parecer mostraba gran predilección, y en las cuales sacó a Roehm y los demás jefes de
las SA de sus cómodos y cálidos lechos.
Todos los demás segundones de las SA fueron apresados en
sus propios puestos, en la calle, o dondequiera que fueron habidos. Y en esta misma jornada y en la del siguiente domingo,
las SS de Munich, Berlín y todo el ámbito del país, vociferaban contra sus competidores y en particular contra el «querido Ernst Roehm», al tiempo que se disponían a asaltar las
posiciones clave.
Todo aquel que era considerado como poco grato o peligroso,
fue apartado sin miramientos en esa grandiosa purga: todo se
convirtió en una operación de «simple baldeo». Aparte de las
de la SA, las víctimas más prominentes de la limpieza fueron
además de Gregor Strasser y Schleicher, Roehm 85 y sus más
allegados colaboradores, y una lista de nombres que circulaba entre los miembros del «club de los jefes», donde no faltaban en ella nombres ministeriales. A ella había que añadir algunos «conservadores revolucionarios», jóvenes adictos a Papen, que gozaron de la protección de Hindenburg antes de la
victoria. Con alguna malicia se dio a Papen el merecido escarmiento (aunque éste reingresó en las filas de los nuevos amos
Ernst Julius Günther Röhm (Múnich, 28 de noviembre de 1887 ibídem, 1 de julio de 1934) fue un militar alemán, cofundador y comandante de las SA (1931-1934), y ministro sin cartera del gabinete de Adolf Hitler (1933). Ernst Julius Röhm nació en Múnich en
1887, en el seno de una familia de escasos recursos asociada al ámbito ferroviario, siendo el menor de tres hermanos. Su padre, sin
ser un militar de tradición, le impuso una vida de corte castrense
en su hogar con el fin de endurecer su carácter. Lo hizo ingresar en
el 10.º Regimiento Bávaro de Infantería Real Prinz Ludwig en Ingolstadt en 1906, licenciándose en 1908.
Röhm sirvió como teniente primero en las filas bávaras durante la
Primera Guerra Mundial, donde destacó por su valentía en combate, siendo gravemente herido en la cara en 1914 en la Lorena francesa. Posteriormente, en 1917, siendo oficial con el grado de capitán del Estado Mayor recibió un disparo en el pecho en Thiaumont,
Verdún. Al final de la guerra contrajo la temida gripe española a la
cual pudo sobrevivir.
85
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en calidad de vicecanciller el 3 de julio, y posteriormente se
dejó «utilizar» por Hitler en calidad de emisario, primero en
Viena y después en Ankara). 86 Sin embargo, los generales
sonreían con satisfacción: ese diablo de Hitler había actuado
con rapidez y precisión, comprendiendo la dirección que debía tomar Alemania según desde donde soplaba el viento. Y
celebraron solemnemente Vcon cierto tono no exento de agudezaV la victoria sobre los «díscolos jefes de las SA», sin hacer mención de los disparos que pusieron fin a las vidas de
los generales Von Schleicher y Von Bredow, cosa que bien podría significar un ejercicio para el ulterior aniquilamiento de
los demás generales.
Había también muchos que se alegraron sobremanera Vy no
hablemos de los propios beneficiadosV por aquello de que la
revolución devora a sus mismos hijos; con el concurso de los
refranes de virutas y astillas, vieron la brutal ilegalidad de un
sistema de acción, mientras que sus actores decían luchar
«solamente» contra la ilegalidad. Por lo menos se hubiera
respirado con mayor tranquilidad si las «fuerzas buenas» del
movimiento hubiesen triunfado sobre las malas, si el «Führer
honesto» hubiese cortado las lianas de un gangsterismo político, que amenazaba con sofocar al Estado y dejarlo poco menos que exánime. En este sentido, con el adorno de muchos
procesos por alta traición contra el país, Hitler dio a la publicidad unas declaraciones en las que dijo que se hallaba legalmente dispuesto a todo cuanto considerase necesario para
«proteger la integridad del Estado». Blomberg lo agradeció
infinitamente (Hindenburg ya lo había hecho con anterioridad). Así, las SA, que antes habían militado «junto» al Partido, no serían en el futuro sino una masa amorfa, una «orGregor Strasser (también Straßer, ver ß) (Geisenfeld, Baviera,
Alemania; 31 de mayo de 1892 W Berlín, 30 de junio de 1934) fue
un político alemán, Presidente del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP) de 1923 a 1925, con motivo del
encarcelamiento de Hitler a resultas del fracaso del golpe de Estado de la cervecería Burgerbräukeller (Putsch de Múnich), en noviembre de 1923. Fue asesinado en Berlín durante la Noche de los
Cuchillos Largos.
86
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ganización» entre otras muchas y un adorno más en la celebración del «Día del Partido». El resultado total de los crímenes de junio lo resumió Goering al manifestar ante una asamblea de procuradores generales que «el derecho y la voluntad
del Führer eran una sola cosa».
Pero, por de pronto, la organización de justicia no era adecuada para enfrentarse con las consecuencias inevitables que
emanaban del dogma expresado por Goering. Además, desde
el punto de vista de un Estado totalitario, no siempre puede
convenir que ciertos acontecimientos o procesos se incuben y
desarrollen a la luz pública. A tal efecto, Hitler tenía ya dispuesta una institución capaz de llevar a la práctica su voluntad,
palabra que equivalía al derecho en su peculiar terminología.
Comenzó todo con el encumbramiento del veleidoso agronomista Heinrich Himmler y sus SS. Éstas, a partir de Baviera,
habían reunido en sus manos entre abril de 1933 y abril de
1934 a toda la Policía política del resto de las provincias. Una
evolución que no terminó hasta que Himmler fue nombrado
«jefe supremo de la Policía alemana», el 17 de junio de 1936.
La tarea de Himmler no era otra que la de «legalizar» el terror inicial establecido por las SA, y convertirlo en una institución más en el seno de la estructura del Estado. Los cientos
de campos de concentración privados y celdas de castigo diseminadas por el país desaparecieron para dar paso a cinco vastos campos perfectamente organizados. Métodos desconocidos hasta entonces, dotados de «gran capacidad» para poder
efectuar su cometido a gran escala y con la máxima eficiencia,
se pusieron en práctica. Además, estos campos constituían
unos centros ideales para la distribución racional de mano de
obra forzada. Los detenidos, sin selección, eran en parte
liberados, en tanto proseguían implacablemente y con sistemático rigor las acciones de limpieza en los campos de concentración. La escala de las víctimas iba desde investigadores
bíblicos hasta rameras, desde funcionarios del Partido comunista hasta homosexuales, desde «criticastros» hasta los «vagos»; en resumen, todos aquellos que no gozaban del aprecio
de los nuevos amos, o a quienes se tenía por un peligro... Al
nacionalsocialismo nc le importaba hacer la menor discrimi-
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nación; lo mismo le daban los delincuentes «políticos» que
los «comunes».
No es este el lugar apropiado para extendernos en consideraciones sobre el desenvolvimiento de este Estado creado por
las SS, que en su ocaso tenía instalados 20 grandes campos
de exterminio. Y 165 campos de trabajos forzados, donde
«ocupaban» a un ejército de casi medio millón de personas,
eso sin contar con los varios millones de judíos, «comisarios», polacos, prisioneros de guerra rusos y muchos otros,
eliminados por medio de las cámaras de gas y destruidos los
cuerpos en los hornos crematorios, o bien utilizados como
conejillos de Indias por los sádicos «hombres de ciencia», o
bien «muertos de agotamiento por exceso de trabajo». No cabe aquí tampoco limitar o mermar la participación de Hitler
en los excesos del Estado nacionalsocialista, auténtica legalización de la injusticia. No es extraño oír comentarios como
éste: En efecto, el Führer conocía bien la «existencia» de los
campos de concentración, los cuales, «per se», no dejaban de
ser algo razonable y necesario en ciertos aspectos. Sin embargo, de tanta «depravación», y «crueldad» sólo eran
directamente responsables las SS; el Führer desconocía los
métodos. O bien este otro: Es cierto que el Führer menospreciaba profundamente a los judíos (y en esto le sobraba la razón) pero «lo demás» fue sólo obra de Himmler. Pero, ¿era
entonces Himmler o no era más bien «Hitler» quien poseía
aquel fanatismo en su ser X«fanático» era sin duda su palabra favoritaX que al decir de Friedrich Meinecke, tenía la virtud de «secar las almas»?
Un libro extranjero sobre las SS lleva el malicioso subtítulo
de Coartada de una nación. Sería mucho más adecuada la siguiente denominación: «Coartada de Hitler.» Entonces se
tendría el sentido exacto de lo que Himmler y sus lacayos
montaron, desde el jefe hasta el más insignificante de sus carniceros, todos cuantos ejecutaban las sucias y horripilantes
tareas. Salvo raras excepciones, no se trataba de gente sádica
o pervertida, sino que, en su gran mayoría, los que se abalanzaban sobre sus víctimas, eran pequeños burgueses,
«concienzudos» y fieles cumplidores del deber ad majorem
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gloriam de su pueblo y de su Führer, y que a veces, como se
decía, encontraban con dificultad «víctimas que sacrificar a la
buena causa» todos aquellos elementos perjudiciales y demás
sabandijas, a quienes forzadamente había que separar del
cuerpo social. Himmler, primero en Alemania y después en
Europa, imbuido de sus caprichosas ideas acerca del orden,
sus quimeras pseudo-científicas y sus alucinaciones biológicas, aportó su contribución al espantoso aquelarre. Bajo el
despiadado principio de la utilidad, lo mismo cuidaba de una
granja avícola que mandaba aniquilar a seres humanos, con
todo lujo de satánicos desvarios.
Pero la música y el libreto de la función escenificada por
Himmler nacieron de la «inspiración» personal de Hitler.
Existen numerosas pruebas que lo atestiguan; hay vestigios
de ello incluso en la redacción de su testamento, en la organización y principios básicos de ese Estado y, por último, en la
formación del alma himmleriana. No existe duda sobre su
máxima contribución, aun cuando, en apariencia, parecía dejar el quehacer a su subordinado Yno hay el menor titubeo
en cuanto a su íntima y continua colaboración con el «Reichsführer» de las SSY y dejase de firmar de propia mano ninguna especificación por escrito. Puesto que Ysegún manifestación de HimmlerY «la persona del Führer no debe ser involucrada en ningún caso», su fiel ejecutor sólo recabó en un caso único una orden firmada por su superior, en un asunto
que estaba fuera del ámbito de las SS, cuando en 1940 encargó al «reichsleiter» Bouhler de la ejecución del tristemente
célebre programa eutanásico.
Con la sola excepción que acabamos de referir, era siempre el
«Leal Heinrich» y sus pretorianos de negro uniforme quienes, cumpliendo órdenes verbales, llevaban a cabo las misiones más delicadas, las cuales, debido a la receptividad de la
opinión pública, aún descompuesta bajo los efectos del cristianismo y el liberalismo, y a la que había que moldear de
conformidad con los duros principios rectores de la raza nórdica, convenía ejecutar en el más absoluto secreto, o al menos
en la penumbra. Una vez que el pueblo y el mundo se hubiesen convencido de las excelencias del darwinismo social na-
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cionalsocialista, mayor sería la gloria para las SS y su
«Reichsführer». Esa élite obediente no tenía ojos más que para su inmediato superior, y éste, a su vez, sólo para Hitler,
quien debía decidir lo que para el futuro de Alemania era justo o injusto. Y los que de un modo u otro intuían lo que ocurría, se consolaban diciendo que aquello «llegaría a su fin», y
que, después de todo, cuanto de nuevo se alumbra en el mundo, se hace en medio de grandes dolores y torrentes de sangre. Para Hitler, el todo no constituía ningún problema. «Él»,
que no conocía escrúpulos ni limitaciones; que consideraba a
la conciencia como una «invención judía»; que estimaba como paparruchas sentimentaloides todo cuanto de noble existe en el ser humano.
Pues bien, a pesar de ello, se creía un enviado del Cielo que
debía cumplir una misión redentora... y, naturalmente, quedaba fuera del ámbito legal que sujeta al buen burgués, esclavo de su moral clasista. Y de eso, a considerar que el derecho
es apenas otra cosa que un simple concepto, pero muy «útil»
al pueblo y un instrumento de dominio, una serie de ordenanzas recopiladas por quienes ejercen la soberanía. Ya antes de su asalto al poder, Hitler dio claras muestras de su
«respeto» por la ley. En agosto de 1932, cinco sicarios de las
SA dieron muerte en Potempa a un enemigo político, ante la
madre de la propia víctima. Los autores del sangriento delito
recibieron un telegrama en el que Hitler les manifestaba su
«adhesión por tan señalado ejemplo de ilimitada fidelidad».
De vez en cuando, cualquier «reyezuelo-juez» Zque a él le
hubiese caído en gracia, claroZ, podía organizar burdas y
grotescas comedias para poner en ridículo al derecho, cuya
salvaguardia eran impotentes para garantizar los auténticos y
honrados funcionarios del Cuerpo judicial. Sus esbirros de las
SS ejecutaban a sus adversarios a mansalva, fuera de la jurisdicción de los tribunales ordinarios, quedando exentos de toda responsabilidad. Hitler se dedicaba a «enmendar» las sentencias que los periódicos publicaban con poca extensión; y
lo hacía, bien por su libre albedrío, o instigado por su camarilla. En tales «enmiendas» criticaba con acritud a los jueces
«alejados de las realidades de la vida», plagados de «defec-
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tos» y de una naturaleza tan «estúpida», que nadie podía
acercarse a ellos sino «los propios delincuentes». No obstante, el terreno de la justicia era sólo uno de los varios en el que
Hitler [después de las debidas rectificaciones[ deseaba conservar las antiguas formas, una vez privadas éstas de
determinadas funciones, transferidas a organismos especiales. Bien mirado, el armazón del imperio hitleriano está
constituido por un caos de improvisaciones y de medidas
provisionales, una jungla abigarrada de comisarios, delegados especiales y plenipotenciarios generales. Visto en lontananza, dicho armazón adquiere una apariencia de rigorismo
centralizador, de una jerarquía trabada según el molde napoleónico. Pero Hitler estaba lejos de parecerse al gran corso,
aunque, preocupado como éste por la cohesión interna de su
Estado, intentara la codificación de unas leyes con el fin de
evitar a sus sucesores el fermento revolucionario... Y en esto
sí que se dispone a imitarle. Le parece que el sistema es muy
práctico, y le ofrece dos ventajas de singular interés.
Habituado como estaba a abrirse paso a codazos, apartando
los obstáculos que le impedían el avance, Hitler tuvo la idea
«brillante» de un «nuevo» Derecho sin «nueva» Constitución; un Derecho amparado por el «pueblo sano» y sancionado por el Führer. Mas pensó con razón que un engranaje semejante experimentaría una inmensa merma en su prestigio
de modo que se inclinó por la «petrificación de la burocracia»
y la continuidad del «antiguo» Derecho y la «antigua» Constitución, poco menos ésos que amordazados, mientras permitía el brote de organismos concurrentes y gremios representativos dotados de altisonantes nombres, pero sin función específica, y que no hacían sino contribuir al inmenso
caos. Así se organizó una verdadera batahola de luchas competitivas, en las que Hitler actuaba de iniciador, enfrentando
entre sí a sus ministrantes. Tal organizada duplicidad obedecía a un plan preconcebido; el tirano contemplaba con satisfacción la lucha entre sus grandes. No es de extrañar, pues,
que la unidad le produjese verdaderas náuseas.
Semejante desorden subterráneo de jurisdicciones y competencias le permitían [como pudo comprobarlo de cerca su je-
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fe de Prensa, doctor Die-trich\ utilizar esa autoridad por encima de los órganos de mando, en provecho de «su» arbitrario poder. Degradó así a los mismos a la categoría de meros
instrumentos ejecutivos, sin tener en cuenta que enfrentaba a
dichos instrumentos. «Nuestra Constitución \se decía de
fuente autorizada\ es la voluntad del Führer.»
Sin embargo, ese Estado presentaba el siguiente aspecto: en
sus rasgos esenciales, aparecía efectivo y concentrado, incluso genial, pero considerado en conjunto ofrecía un aspecto
confuso y desordenado. Así jugaba él con la personalidad que
había conferido a dicho Estado, que no era sino una copia fiel
de su estilo de vida, la del bohemio frecuentador de los cafés
muniqueses, disimulado bajo la fachada del culto al deber y a
la fraseología prusianos. Únicamente en los meses iniciales,
cuando «el viejo» residía en la misma mansión y Hitler era
nuevo en el cargo \por el que en realidad no se preocupaba
demasiado\ se comportaba como un jefe de gobierno normal. A las diez en punto de la mañana se acomodaba ante su
mesa oficial y mostraba con orgullo a sus visitantes las pilas
enormes de documentos despachados. Sin embargo, este
hábito se esfumó rápidamente; no tardó en acomodar la organización a sus gustos, en lugar de ajustarse él a la rutina.
Como si todavía se alojase en la Stumpergasse vienesa y tuviera ante sí gran cantidad de horas muertas, salía de su dormitorio hacia las doce del mediodía y recibía a los dignatarios
que aguardaban pacientes, y eso cuando le venía en gana hacerlo. A veces olvidaba a éstos para perder el tiempo con gentes de poca monta, gentes que le admiraban sin límites, y de
cuya inferioridad intelectual estaba seguro. Con esas personas departía largas horas, tanto al mediodía, como a la noche,
frente a una buena mesa, aun cuando él era casi completamente vegetariano, no fumaba, y no probaba el alcohol desde
1924. Hitler gozaba con preferencia de las horas nocturnas,
en las que, ostensiblemente temeroso de la soledad, aburría a
sus fatigados contertulios con sus eternos monólogos hasta
altas horas de la madrugada.
En los ratos de descanso de la rutina diaria de un hombre que
ya en su juventud se asustaba ante la sola idea de «sentarse
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ante una mesa de oficina», los asuntos oficiales se despachaban en forma somera, como si todo fuese urgente, como si de
ello dependiese estar en todo momento entre la espada y la
pared (Dietrich y otros así lo referían). En cuanto a las sesiones ministeriales, cada vez más raras ]la última se celebró
en 1937], ya no eran necesarias en realidad en un Estado semejante. La legislación se despachaba por el mismo procedimiento; esto en cuanto a las leyes básicas. El resto lo constituían las innumerables «órdenes del Führer», las cuales se
ejecutaban con la rapidez de costumbre; no se requería ni firma ni sello, ni demás trámites que les confiriesen visos de seriedad. Cualquier aclaración a las mismas era dictada por un
capricho u observación del amo. Lo que el decía, había que
llevarlo a cabo; y los validos estaban siempre a mano para
anotar las exteriori-zaciones espontáneas del dictador y difundirlas luego por el país como decretos con «fuerza irrevocable». Típica de la norma hitleriana de gobierno es una
anécdota que circulaba en aquel entonces: En un viaje a Munich, Hitler tropezó con un montón de adoquines situado
frente a la Iglesia de San Mateo, que afeaban el lugar. Manifestó a sus seguidores que la próxima vez que volviera a visitar el lugar no quería ver «ese montón de adoquines». Por lo
visto, el César no fue bien interpretado; creyeron que se refería a la iglesia... y mandaron derribarla sin contemplaciones.
Se non e vero, é ben trovato. Efectivamente, así funcionaba
ese mecanismo de gobierno, que dirigía a un pueblo de
unos setenta millones de habitantes. Quien deseaba obtener
algo de Hitler, no le quedaba otro recurso que pegarse a su levita durante semanas enteras, o no moverse de su antedespacho... para al fin, como decía su propio ministro de
Asuntos Exteriores en son de queja, hablar durante un par de
minutos con el omnipotente personaje. Todo ese tinglado estaba dirigido por una camarilla de secretarios privados con
categoría de ministro ]«choferesca» denominaba Hanfstaengl a esa turbia selección], la cual, durante la guerra,
Martin Bormann elevó al cúmulo de la perfección en su funcionamiento. Esa masa tenaz y densa no se alejaba del amo,
dispuesta siempre a escuchar su santa palabra e impedir con
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ello que alguien le hablase de cosas serias. Otra circunstancia
que confería a todo ese aparato sus peculiares características,
era el escaso tiempo que Hitler permanecía en Berlín. Una
febril inquietud le llevaba siempre de uno a otro lugar; cambiaba constantemente de residencia: de Berchtesgaden corría
a Berlín, de Berlín a Munich, y de allí a cualquier otra parte
que le dictase su capricho. Este «ahas-vero» antisemita parecía no hallarse a gusto en ningún lugar.
Sin embargo, pese a los chirridos perceptibles en el mecanismo, el conjunto del diabólico artilugio funcionaba de modo
aceptable, no obstante el escepticismo.
Y posiblemente hubiese seguido funcionando del mismo modo durante unos decenios más ^naturalmente con el concurso de la típica inercia burocrática^, al toque suave e intuitivo
de la mano del operador. «Hitler era un genio de la habilidad
^escribió Schacht^: A menudo daba soluciones rápidas, sorprendentes y sencillas, ante la más difícil de las situaciones,
soluciones que a nadie más se le ocurrían.» Tal brillante facultad política tenía por otra parte serios inconvenientes, cual
era el de necesitar un enjambre de obedientes validos, que no
precisaban de ningún consejo por considerarse poco menos
que infalibles. «Camino con la seguridad de un sonámbulo
por la ruta que me ha trazado la Providencia», anunció en
1936 el gran visionario, seguro de su carisma. Pero quien osase dudar de semejante dogma se exponía a ser considerado,
como mal menor, un enemigo en potencia. Así veía Hitler a
los malignos burgueses intelectuales, a quienes mostraba con
toda claridad su absoluta desconfianza, negándoles el acceso
al círculo de los iniciados. El señor de vidas y haciendas vivía
en el constante temor y resentimiento del «sempiterno estudiante», del no graduado, del que había entrado por la puerta
falsa, como él había manifestado en más de una ocasión.
Sin embargo, cara a la masa, Hitler poseía instinto de despertar el entusiasmo y la fe. Y así transformó a ese «pueblo»,
antaño un caos centrífugo, al que supo subyugar con un nuevo credo, credo que irradiaba de él y que supo aglutinar en el
sentido del deber. En comparación, el estado de derecho de
Weimar parecía anodino, como procedente de templos anti-
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guos, representado por sacerdotes que no podían ofrecer nada para alimentar los exaltados sentimientos de sus feligreses. Hitler se valía de la masa como vehículo de su ambición
al poder, como base de una pirámide en cuya cúspide se instalaría él; en algunos períodos críticos, sobre todo en la segunda mitad de la guerra, no se tomó la menor molestia en
disimular. Por lo general, tal menosprecio solía ampararlo
muchas veces en el aparatoso espectáculo con el que solía rodearse siempre.
Los libros que han aparecido con títulos tales como Hitler, tal
como le conozco, Hitler, en su tarea cotidiana, Hitler, en su
rejugio de montaña, La juventud en torno a Hitler, etc., le
describen como un héroe de leyenda, idolatrado por el pueblo. En ellos no sólo consta que el Führer se sentía interesado
por todo («no le era extraño ningún ámbito del saber»), sino
que acompañaban a dichas obras innumerables y bellas fotografías tomadas por Hoffmann («quien veía al Führer por todos»), como la de aquella muchacha rubia y de ojos claros: su
imagen favorita, un tipo nórdico magnífico (aunque más tarde, al descubrirse sus antecedentes judíos, las fotografías hubieron de desaparecer); como cuando conversaba con los productores, o estrechaba la mano a los veteranos (mejor a veces
ambas manos). En otras se le ve departiendo con los campesinos, junto a las viejecitas de rigor; con los deshollinadores;
rodeado de sus perros lobos; con los empleados en vacaciones por medio de la organización «Fuerza por la alegría»,
etcétera. Sonrisas, más sonrisas y siempre sonrisas, tantas
que hasta a los rostros más reacios a las mismas, como los de
su guardia personal, no les quedaba otro remedio que intentar el remedo de su amo.
Naturalmente, esta función circense también constaba de
otros números: el arte de convencer y la hipnosis que se cocían en el puchero propagandístico de Goebbels, y los numerosos tentáculos del pulpo policíaco himmleriano, que extendía sus brazos viscosos y repulsivos a todos los ámbitos de la
vida. Todo ello contribuía a que la gran masa aprobara semejante Estado. De ellos extraía Hitler mucho más capital en
cuanto a confianza y fidelidad que de muchos de sus partida-
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rios, los cuales «debían» proporcionarle ambas en mucha
mayor escala. ¡Qué hubiera sido de él sin ese gran número de
honrados y fieles nacionalsocialistas, que de buena fe y con la
mejor voluntad se consagraban a sus deberes! Después que
hubo sedimentado la turbia catarata de barro de 1933-1934
si, a pesar de los disparos y gritos en sótanos más o menos disimulados, se hubiera molestado en penetrar en ellos, habría
descubierto a un puñado de funcionarios del Partido, incluso
entre los mismos gauleiters, que, correctos y limpios, realizaban lo que consideraban su deber. Por eso, muchas veces se
sentía inclinado a admitir los excesos corrientes. El Führer _
se lamentaban entonces tantos nacionalsocialistas_, hubiera
debido tener en cuenta el celo de buena parte de sus gentes,
en vez de rodearse siempre de los más grandes.
Esto sirve para caracterizar al nuevo régimen que, a pesar de
todo, consiguió impresionantes realizaciones. Por ejemplo,
fue típico en el Tercer Reich que entre grandes períodos de
necesidad surgieran fantásticas ascensiones o islotes de impresionante habilidad _de los cuales el tecnócrata Speer o
los jóvenes al servicio de Goebbels eran expertos en su género_ y desempeñaron una irreprochable labor. Pero las advertencias de Hitler eran positivas, lo cual vinieron a comprobarlo los acontecimientos, que nunca suelen producirse con tanta intensidad en un Estado democrático. En la masa, todas
aquellas medidas y logros de Hitler en el terreno sociopolítico
causaban un efecto espectacular.
Los distintos organismos con los cuales el «socialismo de acción» sustituyó al «socialismo de la frase» son del siguiente
tenor: «préstamos a la nupcialidad», para facilitar la fundación de familias; protección a la madre, educación y esparcimiento de la misma; envío de los niños al campo (370.000
sólo en el primer año), así como la obra auxiliar «Madre e hijo», con sus guarderías infantiles e instalaciones similares,
con el objeto de facilitar la vida familiar. Una «Obra del Hogar» estudiaba y ejecutaba proyectos de alojamientos para
mitigar la triste situación de los que se apiñaban en inmundos cuchitriles. La «Obra de invierno», con su atractivo slogan «Nadie padecerá hambre o frío», atrajo más o menos a la
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población entera, y en los primeros años de grave penuria
constituyó un poderoso alivio a dicha necesidad. No menos
de 354 millones de marcos se reunieron a tal efecto en el invierno de 1933-1934, por medio de un padrón entre los cabezas de familia, con la famosa «aportación voluntaria...» Claro
que de este modo no era difícil remediar las necesidades ajenas. Y ese proceder no era nada singular. Sobre todo, el organismo nacionalsocialista denominado «Fuerza por la Alegría» constituyó para la «comunidad», habituada a los antiguos «ciudadanos», la quintaesencia del nuevo sistema, tan
progresivo y amigo de las fuerzas del trabajo en su proyección
político-social.
No obstante, quienes en verdad más se aprovecharon de la
«alegría» fueron los funcionarios y demás elementos del régimen hitleriano; lo mismo reza con otras organizaciones destinadas en principio al uso de los económicamente débiles. Tales eran, por ejemplo, la «Belleza del Trabajo», con sus cómicas campañas de «Buen Sol», «Aire Sano», «Jardines en las
Fábricas», y otras en que los empresarios `quienes se afanaban para que sus empresas mereciesen el privilegio de
ser consideradas «modelo», con los beneficios consiguientes` se veían obligados a soportar la holganza de todos. Había asimismo una «Obra de Educación Popular» y un «Club
de Fiestas», que excluían todo aspecto cultural: fueron los
llamados viajes y excursiones de la obra «Fuerza por la Alegría». Por la módica suma de 32 marcos, todo incluido, cualquier obrero berlinés (los llamados «especializados» tenían
que abonar un suplemento) podía pasar una semana de vacaciones en las playas del Báltico. Y si elegía cualquier otro lugar menos concurrido y solicitado, una semana de asueto resultaba por 10 ó 15 marcos. El «socialismo de la acción» se
asomó también al extranjero, haciendo ondear sus banderas
por tierras y mares foráneos.
Fueron adquiridos o fletados un total de nueve barcos; se
construyeron dos naves especiales destinadas a efectuar
cruceros por el Mediterráneo, Noruega y, sobre todo, a las islas Madeira, que entonces se convirtió en un símbolo para la organización «Fuerza por la Alegría». Sin embargo, el
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cuadro no era nada parecido a un espectáculo potemkinés para algunos privilegiados y activistas del Partido. De 1934 a
1937, un total de veintidós millones de personas participaron
en dichas excursiones; incluso en 1939, año del comienzo de
las hostilidades, la obra procuró vacaciones económicas a
unos seis millones de personas aen territorio propio, naturaímentea, y a 150.000 <ccamaradas» por las ruta^ de los mares. Todo ello constituye de por sí un mérito... y no solamente
para un individuo que había surgido de la nada, y que en la
época de su juventud había malgastado tiempo y dinero de
un modo atroz. Conviene no perder de vista este detalle, si se
quiere llegar a comprender el «fenómeno» Hitler. Cierto que
existieron otros motivos en juego, que los representados por
los nombres peregrinos que se asignaban a las organizaciones. El excesivo mimo a la familia tenía por objeto el aumento de la tasa de nacimientos (como en efecto sucedió. En
el antiguo Reich, de 971.000 en 1933, se pasó a
1.413.000 nacimientos en 1939); así, quedaban aseguradas
las futuras reservas de trabajadores, soldados y colonos, imprescindibles para sus programas expansionistas; las ventajas sociales aplacarían a la clase obrera y representaban a
mirándolo biena una justa aunque débil participación en los
beneficios de los empresarios, que dicho sea de paso crecían
como la espuma.
En una plena economía autárquica de rearme, la obra de las
organizaciones pro asueto y diversión de la mano de obra aumentaba indirectamente la capacidad adquisitiva del productor; también la obra de «Ayuda invernal» financiaba por último la gran empresa del rearme. Ni siquiera en sueños se les
habían ocurrido a la población las cifras que ahora figuraban
en sus cuentas de ahorro. Así rodaban las cosas (como en
principio, de todos modos, en cualquier otro lugar), en una
situación ciertamente ambigua y de doble filo. Sin embargo,
todo ello presentaba un tremendo éxito sugestivo, cuando
por ejemplo, en los domingos, todo un pueblo ponía su cuchara en el «plato único» asímbolo vivo de aquella quimera
que se llamaba «comunidad popular», que el poco escrupuloso e irreflexivo arribista político convirtió en escanda-
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losa explotación del infinito idealismo de la masa amorfa, a la
que utilizaba para sus propios e inconfesables fines.
La misma doble función ejerció la construcción de las autopistas, uno de los proyectos favoritos de Hitler. De un lado,
constituían la espina dorsal de los planes militares, pero también se logró con él ; empleo de ingentes cantidades de mano de obra, idemás de dejar constancia de una amplitud de
metas de cara al futuro, desde el punto de vista de las comunicaciones terrestres. En este caso particular, Hitler quería
dejar constancia de su genuino interés en un problema técnico, en la creación de una obra gigantesca sin precedentes. El
23 de septiembre de 1933, colocó la primera piedra cerca de
Frankfurt. («¿Os parece bien?», preguntó con inocencia y auténtica emoción a los trabajadores que le rodeaban.) Y tres
años después, el 27 de septiembre de 1936, eran ya un millar
de kilómetros de autopista que se habían construido; el 17 de
diciembre de 1937, fueron abiertos al trafico dos mil kilómetros. ¿Quién se acuerda hoy de sus detractores de entonces,
que consideraron a la empresa como un fracaso, y que hubieran preferido mejorar las demás vías de comunicación del
resto del país en vez de trazar esas «pistas» de 23 metros de
ancho, para unos cuantos «automovilistas deportivos»? Pero
el desarrollo de los acontecimientos en los decenios posteriores han aprobado brillantemente la visión de Hitler en dicho aspecto.
Todo esto bcomo queda dichob hay que verlo, y es inútil silenciarlo o pronunciar acres censuras, pues con ello se limpia
la caricatura de un Estado policíaco, principalmente sostenido por el miedo y el terror. Cierto que eso no era más que
«una» cara, pero no la decisiva; ningún régimen, incluso el
peor que pueda darse, puede permitirse el lujo de imperar
únicamente a punta de bayoneta. Así, pues, debe considerarse serenamente el aspecto positivo del Estado Septiembre, y
para ello basta con proceder a un análisis de conjunto, como
con cualquier otro sistema de gobierno. Es sencillamente imposible formar un Estado teóricamente ideal a partir de los
rasgos positivos de los ya existentes. Los que se han intentado repetidas veces han terminado en lamentables fiascos en
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la práctica. Quien, como en nuestro caso, desea los viajes de
«Fuerza por la Alegría», las autopistas, las obras de ayuda a
la madre, la «comunidad de pueblos», etc., toda una obra de
gran estilo a un tempo rápido, debe estar dispuesto a aceptar
cuantos inconvenientes surjan.
En un Estado donde gobierna uno solo, se consiguen en algunos terrenos ciertos efectos más útiles que en cualquier otro
Estado en que los trámites hayan de pasar a través de diversos organismos, donde en alguno de ellos el asunto de que se
trate queda estancado, sin pasar luego a la publicidad.
Indudablemente es susceptible de perder mucho de útil y de
bueno, si el camino es más tortuoso y si se habla demasiado
de ello en las tertulias. Pero si tomamos el lado positivo, daremos a ambos factores la salvaguardia de la catástrofe, a la
que casi siempre suele abocar una autocracia, donde las múltiples equivocaciones y debilidades del autócrata suelen ir en
aumento. Tanto las dictaduras como muchos «ismos» no serían tan terribles, si el ser humano tampoco lo fuera. Mientras el «is-mo» pretende siempre cambiar el «mundo», el
«hombre» no ha conseguido aún cambiarse a sí mismo, y es
esa la pretensión que se esgrime para lanzarse de nuevo a la
acción.
Muchas veces el mencionado «reverso de la medalla» puede
comprenderse sin necesidad de dar grandes rodeos. Así Hitler, con su política de contención, logró efectivamente hasta
el fin una cierta estabilidad en los precios..., pero asimismo
hizo lo propio con el nivel de las retribuciones... ¿Qué clase
trabajadora organizada se habría hecho de rogar con semejantes beneficios en tantos aspectos? Incluso si tenemos en
cuenta un capítulo tenebroso como es el de la esterilización
obligatoria de todos aquellos afectados de «taras hereditarias», la masa no se deja embaucar por argumentos «razonables». Pero ¿quiénes eran en última instancia, los que
iban a ser esterilizados, o despachados por compasión, y dónde estaba la frontera? Y aun cuando una ley draconiana sobre
el robo, emitida al poco tiempo, devolvió la tranquilidad a
muchos, no tardó mucho en socavarla una disposición sobre
los ladrones de automóviles. Y, ¿quién, en tiempo de guerra,
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se atrevía a retirar de su sótano los objetos de valor, qué mujer a circular sola por las calles al anochecer, qué hubiera ocurrido con los bienes valiosos que quedasen al descubierto en
el caso de los destrozos ocasionados por un ataque aéreo, si
Hitler no hubiera dictado una orden que ponía automáticamente en la guillotina a todo aquel que hurtase un simple cubo de latón? Es cierto que la medida posee una influencia beneficiosa en determinadas circunstancias, pero ocurre que un
hombre que manda a alguien al cadalso por un simple cubo
de latón, ese hombre atenta contra los más sagrados derechos naturales del ser humano. Quien eso hace abre el camino para todo lo demás. Y he aquí que nos hallamos ante el
mismo dilema. Cuando eso se quiere, cuando se aceptan estas
características, entonces se admite tácitamente el uso del tormento en los campos de concentración, las ejecuciones por la
vía administrativa y toda la secuela de monstruosidades que
esto lleva aparejado. Quien de verdad puede estar seguro de
que sólo puede ser el lechero quien llama a la puerta -a las
seis de la mañana, en tal caso no tiene más remedio que soportar otros inconvenientes de menor cuantía.
Además, no conviene llamarse a engaño; más de un trazo que
presenta el Reich de Hitler, era sólo pura ilusión. ¿Quién sueña hoy en sus monumentales edificaciones seudoclásicas, con
las cuales durante su vida entera, ante su desgraciada pasión
por la arquitectura, malogró ciudades como Munich y Berlín?
¿Quién que no pueda ser tildado del nuevo gusto llamado de
«cenador» alabaría esa mescolanza horrible de cuadros que
Hitler reunió para su «Hogar del Arte Alemán»? ¿O quién se
atrevería hoy a sostener que en el Reich, a diferencia del «cenagal» de las democracias, no existía la llamada corrupción?
Es cierto que muchos elementos destacados fueron insobornables, pero mal ejemplo tenían junto a sí cuando nada menos que el segundo de a bordo era el cohecho en persona, para quien cante las propias narices del Führerc las cosas sólo
eran cuestión de precio. Sin embargo, todo esto acontecía sin
grandes alharacas, sin el aparato informativo y sin el molesto
juez de paz... ¡Ésa era la gran ventaja!
Esto sólo es posible comprenderlo ahora, de vuelta de la dolo-
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rosa realidad. Entonces nadie osaba respirar, nadie pronunciaba una palabra que diese al traste con aquellas bambalinas
que ocultaban la podredumbre. Se decía al margen, que no
solamente el «camarada», sino el político extranjero educado
en la dura escuela eran arrastrados por idéntica resaca. Así,
al abrir las fronteras en 1936, no se ofreció al alud de visitantes extranjeros el espectáculo de unos esclavos que se doblegaban bajo los latigazos dcomo muchas veces se representa a
la gente de los Estados totalitarios par excelenced, sino una
masa compacta y jubilosa ante una de esas bambalinas erigidas por Hitler, como esa de «la Juventud del Mundo clama».
¡Y no hablemos del gesto de amistoso entendimiento entre
los pueblos! Pero no todo encajaba en el cuadro daunque
muchos se equivocarond, si bien así lo parecía, contemplado
a cierta distancia. El interés de Hitler por lo deportivo era
más bien mínimo; no se guardó de exteriorizar cínicamente
su desprecio hacia los «trémulos ancianos del Comité Olímpico», en ocasión de un formidable y victorioso espectáculo,
que de todos modos no le agradaba. Pero hizo de tripas corazón, y el espectáculo resultó muy superior a los que se organizaban en el «Día del Partido». Pero... un «espectáculo»
de todos modos, una pantomima de las masas, cara al entendimiento de los pueblos, hecho sin auténtico convencimiento
interno.
Como ya se ha dicho, no era todo decorado lo que este gigante del disimulo organizaba instigado por su demonio interior,
por su incontrolado resentimiento, que.dominaba por entero
su fuerza de voluntad. Lo más notable en cuanto a oscurecer
el buen juicio eran los triunfos que Hitler consiguió en dos
campos que eran de rabiosa actualidad, y que fueron las piezas fundamentales en que se basó la agitación nacionalsocialista contra la República de Weimar. El paro obrero y la
liquidación del Tratado de Versalles. La primera cuestión, especialmente, fue el argumento decisivo para Hitler, aunque la
conexión entre ambos merece ser estudiada con mayor detalle. De ahí que convenga echar una breve ojeada retrospectiva. e ha citado ya en otro lugar la génesis del desempleo y en
qué medida se produjo éste. Pero ¿qué hicieron los políticos
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de Weimar, sometidos omo estaban a la influencia de los distintos grupos de presión, entre lo mucho que «pudieron» hacer? Es interesante recordar aquí el importante papel desempeñado por la desastrosa situación de la agricultura, cuyas tarifas protectoras provocaron un auge en las exportaciones
alemanas, precisamente en una época de contracción en el
intercambio mundial, circunstancia que indujo a las otras naciones a levantar elevadas murallas aduaneras.
Por otra parte, tenemos a los influyentes círculos empresariales, en particular el representante de la industria pesada,
quien no veía con malos ojos el ingente paro obrero reinante;
veían en él un arma eficaz para dominar al ejército de los sin
trabajo, para reedificar las tarifas salariales y quebrantar el
influjo de los sindicatos obreros. A mayor abundamiento, los
círculos empresariales tenían por fin el propósito determinado de no soportar los quebrantos inherentes a la crisis, sino
más bien transferirlos a los ingresos de los trabajadores. La
conducta miópica y antisocial de tal política aparece más que
evidente. Con gentes del espíritu de Hugo Stinnes eque pocos años antes incluso había fomentado irreflexivamente la
inflación, con el fin de mermar a la ya sufrida clase media,
despojándola de sus ahorrose, tal proceder no abarcaba una
visión más allá de su propia faltriquera, y mucho menos implicaba el más mínimo reconocimiento de la verdad social.
El elemento empresarial, debido a su influencia, tenía parte
de culpa en la crisis política del Gabinete Brüning. La realidad es que la deseada reconstrucción de la política social no
era captada en toda su importancia; sólo la industria pesada
vislumbró el problema y se arrojó en brazos de Hitler, o éste
supo captarla en su favor. La fórmula de Brüning consistía en
la deflación, en una política de ahorro, de contención de gastos, de precios y, naturalmente, de salarios, todo ello dentro
del marco de posibilidades del panorama económico nacional. Por ello había que estimular la exportación alemana e interesar al comprador extranjero, operación de gran importancia para reactivar una economía interior que adolecía de escasa animación. Y para acelerar dicha reactivación, la conomía
tenía que verse liberada en lo posible de todos los obstáculos
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que impidieron la esperada acumulación de capitales. Una
elevación de los gastos sociales perjudicaría el camino de dicha acumulación. Por último, Brüning se apegaba a las tendencias cíclicas de la economía capitalista, es decir, al nacimiento y curso ulterior de las crisis, seguido de un período de
retroceso y extinción.
Esta política llevó consigo la aparición de diversos síntomas.
El más importante era el de la financiación, o sea, el problema de los fondos necesarios para cubrir las necesidades más
perentorias del ejército de los sin trabajo, que a diario veía
engrosar sus filas. En el marco de tan precaria economía, el
problema básico lo constituía, no la repetida cuestión del adecuado y productivo empleo de la ingente masa de parados, sino el de la financiación del sostenimiento mínimo de dicha
masa, que se cifraba ya en varios millones. La técnica del pleno empleo que aunque no fue acuñada por Hitler, sí jugó éste
un papel muy importante en ella necesitaba la aportación de
enormes sumas de dinero, o lo que es lo mismo, la institución
de medidas inflacionarias para procurarse los capitales necesarios que no podían extraerse por vía normal en el mercado,
exprimido éste por causa de la también escasa y tambaleante
economía de los círculos privados. Como la experiencia ha
demostrado hasta la saciedad, y por lo que hoy sabemos acerca de dicho candente problema, este arriesgado camino, aplicado en dosis adecuada, hubiese evitado más de un sinsabor
a los políticos de la República de Weimar.
Sin embargo, el antiguo régimen se veía entorpecido por cuatro obstáculos capitales para emprender un camino que le hubiera evitado la derrota. Por una parte, el pueblo alemán
experimentaba un pánico cerval a la inflación, ya desde la
época de 1920 a 1923; la sensibilidad popular a los primeros
síntomas inflacionarios hacía temer una catastrófica reacción
en cadena, de consecuencias imprevisibles. Por otra parte f
así argumentaban algunosf la creación masiva de numerario
y una política generosa de crédito no haría sino transferir las
cargas de la crisis a las futuras generaciones.En tercer lugar,
ciertos círculos industriales temían la creciente competencia
que acarreaban los programas de empleo. Todos aquellos
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trabajos de urgencia eran observados con cierto pesimismo, y
se combatía a los proyectos con gran tesón. Más que la directa financiación del programa de Hitler, los magnates de la industria pesada veían en dichos programas unos incalculables
beneficios, so capa del interés nacional. De ahí reside una de
las causas fundamentales de la caída de la República de Weimar. Y por último, el cuarto obstáculo del que hemos hablado: Brüning pensó que con la ayuda de la crisis se liquidarían
de una vez para siempre las consecuencias económicas que
planteaba el problema de transferir los fondos derivados de
las reparaciones; el estado precario de la economía mundial
sería una buena excusa para ello. Eso exigía ciertas medidas
en la Bolsa, como la especulación a la baja.
Por muy razonable y bien fundado que esto fuera gy no hay
duda, de que era lo más apropiadog, el considerar que si la
reactivación inflacionaria de la economía «antes» de los últimos meses de verano de 1932, aprovechando la crítica situación económica mundial, hubiera logrado un rotundo triunfo
al utilizar sabiamente la coyuntura, hay que decir, sin embargo, que la política seguida por Brüning llevaba anejo un peligro psicológico, no por oculto menos dañino. Si Brüning, en
junio de 1931, antes de declarar la insolvencia del Reich, para
lo cual exigía un duro sacrificio, hubiese establecido ciertas
medidas drásticas, o hubiese actuado con éxito con respecto
al extranjero (la moratoria Hoover y con ello la terminación
práctica de las reparaciones), y en el país se hubiesen dictado
aquellas medidas para cortar la miseria y desesperación de la
masa trabajadora, hubiera podido recoger los frutos de una
política que de otro modo recogieron sus sucesores.
Así, las obras públicas, que en el período comprendido entre
1926 y 1930 importaron mil millones de marcos, bajo Brüning no sólo no se aumentaron, sino que más bien fueron limitadas, lo cual desembocó err la calamidad financiera del
Reich. Los programas de empleo que se presupuestaron bajo
el Gobierno Papen (trescientos cinco mil millones de marcos) y Schleicher (seiscientos mil millones de marcos), entraron en vigor bajo la férula del Tercer Reich, aumentados
por el llamado «Programa Reinhardt». Con su política de
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pleno empleo y creación fiduciaria, Hitler acabó con el paro
de un modo radical, si bien no mediante los procedimientos
normales de producción y constitución de capitales, sino por
la elevación de la capacidad adquisitiva de la masa trabajadora.
Con la construcción de autopistas, con la fabricación directa
de armamentos, 87 con la producción en masa de artículos de
consumo y otros, «impulsó» a la economía, proyectó redes ferroviarias y postales, además de los ya citados préstamos a la
nupcialidad, que tenían la virtud de sacar a las mujeres de las
fábricas y elevar con ello la demanda de bienes de consumo.
De tan activa coyuntura política debían surgir necesariamente las inseparables medidas inflacionarias, pero mediante la
famosa «invención» de Schacht hlas llamadas letras ME-FO
que extendían los correspondientes instrumentos de crédito
garantizados por una empresa creada al efectoh, se conseguía el dinero necesario. Por otra parte, se necesitaba un tal
clima de confianza hacia el nuevo régimen, que osaba exten87
Adolf Hitler y El Duce Benito Mussolinni
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der el crédito hasta límites tan peligrosos, sin incurrir, no
obstante, en la provocación del pánico inflacionario.
Durante los primeros años de existencia del Tercer Reich, la
cifra de parados descendió vertiginosamente. En el invierno
de 1933-1934, el número de ellos rebasaba los cuatro millones; en abril de 1937, y por primera vez desde hacía mucho
tiempo, dicha cifra quedaba ya por debajo del millón. Más
tarde ya no existía el fantasma del paro, sino más bien el problema del adecuado empleo de la mano de obra, dificultad
que se coronó con la ocupación de los ejércitos de trabajadores extranjeros durante la guerra. También en los demás países las frecuentes demandas de empleo ascendieron a gran
ritmo desapareciendo el paro y aumentándose la producción,
ya desde el otoño de 1932, aunque en ninguna parte a la cadencia de la Alemania nacionalsocialista, si bien hay que decir que en este caso, dicha circunstancias se veía directamente favorecida por la cuestión del rearme. No obstante, no era la primera vez en la Historia que el rearme de un
país constituía una productiva vía de escape de una crisis económica, aunque ésta iya que prácticamente había partido de
ceroi, era tan enorme en sus proporciones, que sólo por medio de una guerra se podía tratar de evitar la formidable catástrofe financiera que se avecinaba. En 1939, los gastos de
armamento superaron los sesenta mil millones de marcos; la
deuda del Reich ascendía a 8,5 rnil millones de marcos en
1933, y a 47,3 mil millones de marcos al comenzar las hostilidades (¡trescientos ochenta y siete mil millones al final de la
contienda!).
A fin de cuentas, esta completa y única eliminación del paro,
siempre deprimente, fue saldada por las indecibles torturas
de la guerra y la posguerra, con su secuela de millones y millones de muertos, heridos y mutilados, y la destrucción del
Reich. Éste fue el gran «éxito» que cerró la cuenta del prestigio hitleriano. Pero al principio, este éxito contribuyó precisamente a solidificar su aureola. Óptima había sido la cosecha,
sobre todo en el campo de la política exterior... pero sólo al
principio. En los primeros meses de la subida al poder, la política exterior de Hitler presentaba aquellas características
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dramáticas que ofrecían un acusado contraste con sus histéricos gritos de antaño. En las mesas internacionales de conferencias, los delegados extranjeros apenas vieron nuevos rostros entre sus colegas alemanes, con la excepción de algunos
representantes de Goebbels en Ginebra, cuya conducta produjo cierta sensación en la Prensa extranjera. Y, sin embargo,
la calma aparente era engañosa.
El punto clave de la política internacional de 1933 lo constituía la cuestión del desarme. En ella, Brüning había conseguido de ingleses y americanos la seguridad de duplicar las fuerzas armadas en cien mil hombres más, así como el señuelo de
la limitación y prohibición de ciertos armamentos. En el mismo día de su retirada, Brüning recibió al embajador norteamericano, el cual había sostenido conversaciones previas
con los franceses. También aquí los hombres de Hindenburg
y de Hitler recogieron el fruto de largos años de esfuerzos alemanes, al ganar de nuevo la confianza y el crédito moral de
los demás países. Pero el 10 de diciembre de 1932, cincuenta
días antes del «asalto al poder», las antiguas potencias enemigas, Gran Bretaña, Francia, Italia y los Estados Unidos, reconocieron por medio de una declaración escrita las pretensiones alemanas con respecto a un tratado igual en la cuestión de armamentos. Así, es simplemente falso jcomo Hitler
en su cortante lenguaje había dicho en 1941j que durante los
quince años de la República de Weimar «el camino cuesta
abajo había sido interrumpido».
En 1933 se puso de relieve que Francia no se tomaba demasiado en serio la cuestión del desarme. Y esto dio a Hitler la
ocasión para asestar su primer gran golpe en el tablero internacional: El 14 de octubre de 1933, y con soberbio aplomo,
declaró la retirada de Alemania de la Sociedad de Naciones y
de la Conferencia de desarme. Con mucha astucia, hizo sancionar la decisión mediante un referendum popular, que arrojó un noventa y cinco por ciento de votos positivos. De gran
habilidad también fueron sus patéticas manifestaciones de
paz, con las cuales pretendía jcomo siempre lo hizoj que
acompañaran a su maniobra, apoyadas dichas manifestaciones en la general avidez que los hombres sienten por la paz.
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La reacción de los demás países, que muchos temían o esperaban, brilló por su ausencia. Más bien corrió el rumor de
que la forma de actuar de Hitler estaba en cierto modo justificada. Y esa misma circunstancia fue la que favoreció sus planes hasta el año 1938. De ello se desprende que las demás potencias sólo comprendían el lenguaje hitleriano del fait accompü, el «lamento político del hecho consumado», pero ni
siquiera con un despreciativo encogimiento de hombros. El
clima había mejorado mucho en el largo camino que mediaba
de Versalles a Ginebra y Lausana, ante todo a causa de la firme decisión de Stresemann, y también por la reacción de una
bien llevada campaña, que pronto quedó relegada al olvido.
Entonces se vio que, a fin de cuentas, todo ello no servía sino
para aquella ansia de prestigio que constituía la principal
postura de Hitler, sin la cual hubiese perdido dicha apuesta al
primer envite.
La retirada de las más importantes instituciones paraestatales, y con ello la conclusión paralela de pactos de no agresión,
constituían una nueva táctica. Hitler pensaba hasta entonces
al modo clásico, pero luego consideró como «poco realistas»
los «tratados de seguridad colectiva», este sistema de varios
miembros, pactos poco convenientes en comparación con los
celebrados a doble participación. Para un político revisionista
como él, la cuestión no ofrecía dudas. En el segundo caso era
mucho más fácil someter a cada «miembro» de acuerdo con
las necesidades, en tanto que en los pactos colectivos siempre había que doblegarse ante las exigencias de una superpotencia. Uno de los primeros triunfos en este sentido lo
constituyó el Tratado de Amistad con Polonia, firmado en
enero de 1934. Dicho pacto constituyó un acto sensacional;
con él, Hitler tuvo la osadía de romper un peligroso tabú.
Ningún Gobierno democrático estaba unido por pactos semejantes, descontando a Polonia, en cuanto a relaciones amistosas, tan implícitas como un «Locarno oriental», para reconocer las fronteras orientales alemanas. Pero he aquí que
aparece un hombre, con el pueblo a sus espaldas, que sin más
arriesga un paso tan peligroso y con ello aparta el importante
bloque que se forma alrededor de Alemania, y se dispone a
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descalabrar el sistema de alianza francés. ¿Qué habría pensado Hitler si antes, cualquiera de los llamados «criminales de noviembre» hubiera llevado a cabo una semejante
«venta de los intereses alemanes»? Sin embargo, él hizo algo
parecido. De todos modos, sus más fieles colaboradores sabían exactamente cuan poco consideraba semejantes
pactos, que para él no servían más que para una ocasión pasajera. El convenio con Polonia kasí se consolaba mucha
gentek no era sino una «astucia nórdica» (como se denominaba ahora el «cambio judío»).
En el año 1935, el territorio del Sarre se incorporó a Alemania. Más del noventa por ciento de la población se declaró en
favor de la integración, el 13 de enero de dicho año. Los habitantes del territorio se hubieran pronunciado sin duda de
idéntico modo, si el canciller alemán de turno se hubiese denominado Brüning. Por lo tanto, Hitler no posee mérito alguno, y sin embargo kcosa típica de aquellos primeros añosk,
estaba en el lugar oportuno para recolectar lo que no había
sembrado. Pero cuando el primero de marzo el territorio del
Sarre fue anexionado a Alemania, Hitler no podía ya esperar
las conclusiones de los sucesivos tratados internacionales. El
14 de marzo se creó la «Luftwaffe»; dos días más tarde, con la
reinclusión del servicio militar obligatorio y la proclamación
de la limitación de armamentos, Versalles ya no era más que
una especie de cortina de humo detrás de la cual se ocultaba
el fantasma del rearme. Las potencias occidentales protestaron enérgicamente; la Sociedad de Naciones dictó las sanciones pertinentes, y el 11 de abril de dicho año, en Stresa, los
Gobiernos de Gran Bretaña, Francia e Italia «condenaron»
solemnemente el comportamiento alemán.
A decir verdad, el «frente de Stresa» se presentó muy pronto
como una cuestión sumamente frágil. Mientras que Francia,
por ejemplo, al mes siguiente ky ante la intranquilidad de
muchos de sus amigosk concluyó un tratado de mutuo apoyo
con los soviets (después de la despedida de Alemania en Ginebra, aparecieron allí los rusos, rompiendo el ghetto erigido
por el mundo capitalista burgués), por otra parte los británicos tragaron el anzuelo ofrecido por Hitler en los acuerdos so-
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bre la Marina de guerra, en la relación de treinta y cinco a
cien en paridad con la potencia submarina. El 18 de junio, el
embajador especial Ribbentrop, un nacionalsocialista de última hora lde la casa «Henckell-Trocken»l, con numerosas y
buenas relaciones, muy útiles a Hitler incluso antes de su
asalto al poder, fue enviado a Londres para conseguir la firma
británica, que no era sino el tácito reconocimiento de la liquidación del Tratado de Versalles. Y merced a la influencia del
dictador de la Italia fascista, Benito Mussolini, que bajo los
auspicios de Hitler emprendió su campaña depredadora contra Negus Haile Selassie, de Abisinia, hizo fracasar lo poco
que quedaba de la unidad en Stresa. Aprovechando que en
Alemania, al igual que en todo el mundo, las simpatías de la
gente estaban del lado de los pueblos explotados por los imperios coloniales, Hitler alentó la empresa africana de su
compinche fascista, naturalmente para utilizarla a su favor.
Utilizó de su parte el ruido armado por la maniobra italiana,
y el 7 de marzo de 1936 emprendió uno de los más osados
manejos de su carrera política. Con mucho escándalo y con la
orden de retirada en el bolsillo, por si acaso las cosas tomaban un mal cariz, un puñado de débiles elementos de la nueva «Wehrmacht» irrumpió en la zona desmilitarizada del
Rhin. Esta acción representaba un golpe dirigido contra el
«pacto de la vergüenza», y era además una denuncia que hacía el Gobierno alemán contra el compromiso del Locarno.
En aquellos momentos lcomo más tarde manifestól Hitler
vivió las cuarenta y ocho horas más apasionantes de su existencia.
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El casus foederis 88 estaba claramente planteado; y además,
no fue necesaria ninguna acción común de las potencias signatarias; hubiese bastado una simple oposición por parte de
Francia para hacer que la flamante «Wehrmacht» de Hitler
emprendiese rápidamente la retirada, apenas iniciada su fase
inicial de organización. ¡Cuánto hubiese significado en relación con la política interna del país una acción semejante,
tanto en el pueblo como en los altos mandos, donde los generales de Hitler se habían pronunciado siempre en contra de
tan arriesgadas jugadas! ¿Pero qué ocurrió en realidad? Nada
en absoluto. Todo el mundo se hacía cabalas; muchos protestaron airadamente, pero ninguno dio un paso adelante. Y así
pasó la hora más oportuna para detener a ese neurótico peligroso en sus patentizados deseos de conquista, y para que se
desvaneciera el fantasma pardo con todas sus horrendas caras, todo ello sin derramar una gota de sangre, y borrarlos así
del libro de la Historia. « ¡Dios mío, qué contento estoy de
que todo haya salido tan fácil! mdebió murmurar Hitler aliviadom. Sí, ef mundo pertenece a los valientes.» Y muchos
vieron en ello que el Führer tenía razón a fin de cuentas, que
él sabía cómo había que tratar a esa gente, a esos recalcitrantes y tambaleantes demócratas... Él sabría cómo seguir adelante.
Por otro lado, Hitler ayudó en el África oriental al brillante y
Casus foederis es una expresión latina que significa "motivo de
la alianza". En la terminología diplomática, describe la situación en
la cual entrarán en juego los miembros de una alianza (por ejemplo, "cuando una nación aliada sea atacada por una enemiga"). Así,
en 1879, Perú declaró el casus fnderis por la ocupación chilena de
la entonces ciudad boliviana de Antofagasta en consecuencia con
un tratado secreto de alianza defensiva firmado en 1873. En la Primera Guerra Mundial, los tratados entre el Italia y el Imperio Austrohúngaro, y Rumania, que daban a entender que se exigía a Italia
y Rumania que acudieran en ayuda de Austria si esta era atacada
por otra nación, no fueron honrados ni por Italia ni por Rumania
porque, como escribió Winston Churchill, «no había surgido el casus fnderis», pues los ataques contra Austria no habían sido «no
provocados»
88
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alegre Mussolini, aun cuando sabía que la Sociedad de Naciones propugnaría las sanciones pertinentes al agresor, con la
consiguiente merma de sus energías. Y cuando la débil Abisinia sucumbió al fin, se presentó a Hitler una nueva oportunidad, con el estallido de la guerra civil española. Esto le dio la
ocasión de cimentar una nueva amistad, en forma del eje
«Berlín-Roma», lo que finalmente quedó sellado con la visita
mutua de ambos dictadores (la visita de Mussolini a Alemania en setiembre de 1937, y la de Hitler a Italia en mayo de
1938), y por fin la firma del llamado «Pacto de acero», del 22
de mayo de 1939. Este desgraciado ensayo de coalición entre
la tenebrosa mística germánica y la nítida racionalidad latina
había sido siempre oun rasgo nada austríacoo el objetivo
parcial en el programa de su política exterior. Sin llantos ni
suspiros estaba ya dispuesto en el sur del Tirol, desde 1918, a
sacrificar a Austria oque le producía tantos sinsaboreso, en
aras de su amistad con Mussolini, una prueba más del adorno étnico e irredentista de que su política de fuerza siempre
había hecho gala.
Las concepciones generales de su programa político exterior
aparecen trazadas ya entre 1925 y 1926, en el capítulo XIII de
su obra Mein Kampf. «El enemigo mortal y acérrimo del pueblo alemán es y será siempre Francia», decía allí una frase capital. En primer término, sin embargo, siempre había colocado a Rusia como el «gigante con los pies de barro, listo para
su disgregación». Y así quería él ocomo manifestó en aquel
famoso pasajeo que «los eternos planes germánicos hacia el
sur y el oeste de Europa fuesen detenidos». Su mirada se dirigía ahora hacia la Tierra de Promisión del Este. «Por fin acabaremos con el imperio colonial y mercantil de la época de
anteguerra, y fundaremos una política racional para el futuro, en cuanto a la redistribución de los países de ultramar.
Cuando nosotros, aquí, en Europa, hablamos de nuevas tierras, pensamos en primer lugar en Rusia y en los Estados periféricos bajo su dominio.» Como aliados ideales, Hitler contaba con Inglaterra, Italia, y tal vez el Japón.
Básicamente, al correr el año 1938, las concepciones de política exterior planteadas en 1925 no se habían alterado funda-
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mentalmente. El inmenso territorio ruso seguía siendo su objetivo principal, que desde el punto de vista de las realidades
en cuanto a la relación entre potencias podía tomarse en algún sentido lejano. Francia, a pesar de todas las provocaciones, seguía siendo el enemigo tradicional, ya que a consecuencia de su aventura del Rhin de 1936 perdió el respeto por
su vecino, al que confiaba expulsar sistemáticamente de sus
posiciones en el centro y sureste de Europa por el camino del
hecho consumado. Hitler, hasta el estallido del conflicto,
creía firmemente en la amistad con Italia, o dicho con mayor
exactitud, con Mussolini, quien había jugado un importante
papel tanto en la guerra de Abisinia como en la guerra española. Además, confiaba en una posible alianza con Inglaterra. Descuidó su rearme naval para dedicar sus esfuerzos a
otros cuerpos del Ejército. En 1936 envió a Londres al incompetente Ribben-trop con la urgente misión de « ¡Consiga usted la alianza con Inglaterra! ». Hitler ya se había insinuado
en esta dirección a partir del tratado de 1935 sobre las Marinas de guerra, que él interpretó como el disco verde para circular por el centro y este de Europa, basado en el ingenuo
desconocimiento de un hombre que ya «en la Primera Guerra
Mundial había tenido la ocasión de recorrer tierra extranjera» y formarse un juicio. En sus tiempos de lucha ya había rechazado un viaje a Inglaterra que le había sido propuesto, lo
mismo que rechazó más tarde un encuentro con Churchill, en
ambos casos por miedo a hacer un mal papel y echar por tierra su inmaculado nimbo de Führer.
Y como era de esperar, no se concluyó ninguna alianza con
Inglaterra. Como consolación, en el asunto de Austria llegó la
ayuda del Imperio italiano, en marzo de f938. Hitler había
efectuado precisamente ciertas modificaciones básicas en los
mandos de la «Wehrmacht». El 5 de noviembre de 1937, además del ministro de Asuntos Exteriores, había cuatro militares de alta graduación (el ministro de la Guerra y los tres altos jefes de las distintas ramas de la «Wehrmacht»). En una
reunión de varias horas, se puso a ésto^ al corriente de la política exterior de aquel hombre a quien en 1934 habían prestado juramento de fidelidad. El «espacio vital» alemán pasí
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hizo saberq sólo podía ser adquirido por el camino de la fuerza y, por tanto, había que acelerar el rearme hasta el punto
apropiado para lanzarse a la conquista, entre 1943 y 1945, o
antes de ese período, en caso necesario. De todos modos, lo
primero que procedía era corregir la situación estratégica y,
probablemente en 1938, someter a Austria y a Checoslovaquia.
Hitler manifestó sus planes de primera línea a sus abúlicos
generales, con toda brutalidad, de modo que supiesen claramente que deseaba la guerra, y que todos los preparativos
confluían a la misma meta. El ambiente del régimen, sus
ideales, su símbolo, su atmósfera, todo ello iba dirigido a la
misma finalidad, y a ese efecto lo había él planeado desde
1933. El programa aparece claramente en las páginas de su
Mein Kampf. Pero ¿cómo pudo descuidarse el capítulo XIII
de su obra cumbre? «Desde el abecedario de los niños qdice
élq hasta el último periódico, el teatro y el cine, las inscripciones en las columnas y en todas las vallas, todo ello debe
ponerse al servicio de la gran misión, incluso la plegaria de
nuestros patriotas "¡Líbranos, Señor!". Había que inculcar en
los cerebros infantiles el siguiente ruego: "¡Dios todopoderoso, bendice nuestras armas; Dios, bendice nuestra pelea!"»
Así, cuanto Hitler proclamaba, lo había ya escrito en un principio; poco había de nuevo aquella tarde, sobre todo para
Goering. No obstante, los generales del Ejército y el ministro
de Asuntos Exteriores se quedaron sorprendidos y se atrevieron a exponer ciertos reparos. Al cumplirse poco más o menos un trimestre, los tres habían perdido su jerarquía: Neurath salió con el título decorativo de presidente de un «Gabinete secreto» de poca monta; Fritsch fue inicuamente acusado de homosexualismo y Blomberg se vio casado con una
antigua meretriz. Y Hitler se nombró nuevo generalísimo de
la «Wehrmacht», mientras que para el mando del Ejército
nombró a un general que se dejó financiar un costoso divorcio, y de quien no esperaba una actitud altanera.
Una vez efectuadas estas operaciones de limpieza de tipo personal, tenía la ruta franca para una nueva era de reformas te-
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rritoriales en Europa. Éstas comenzaron con el «Anschluss»,
ayudado por Mussolini, en marzo de 1938, bajo el sentimiento extático de que siete años más tarde, algo inolvidable le iba
a ocurrir al austríaco. En un cortejo triunfal sin precedentes,
Hitler unció su patria al Reich, y con ello llenó un sueño acariciado por los nacionalistas alemanes desde hacía varios decenios. De ese modo, el «Anschluss» fue saludado por el pueblo alemán como un triunfo memorable de Hitler. No hay duda de que el año 1938 le fue favorable; apenas liquidado el caso de Austria, la película seguía en proyección, tal como Hitler había pronosticado a sus generales en noviembre del año
anterior. Sin embargo, más que una liberación por sentirse
satisfecho de que todo le marchara viento en popa, era el miedo a la muerte lo que impulsaba a Hitler. En realidad, su salud dejaba bastante que desear; por ello juzgaba que su vida
no se prolongaría demasiado, y siempre contaba con una
muerte prematura. Pero ¿quién rasí pensaba élr poseía su
genio político, su habilidad y prestigio para rematar la magna
tarea?
La siguiente etapa, la conquista de Checoslovaquia, sería encomendada a los súdeles alemanes, cuyo jefe, Konrad Henlein, había recibido en marzo el camino a seguir. Comenzó
con aquel juego de las cada vez más agudas exigencias de la
política checa frente a los grupos nacionalistas alemanes, que
pronto se convirtieron en sangrientas luchas populares,
acompañadas de serias crisis, tras las cuales se veía claramente la mano del regidor berlinés. Pero ¿dónde estaban los muchos amigos de esta infeliz víctima de las conferencias
preparatorias de París de 1919? Francia tenía puestos sus
ojos en la Unión Soviética, y los soviets, no sin fundamento,
temían a los Estados de Polonia y Rumania por sus platónicas manifestaciones de simpatía hacia Hitler, e Inglaterra,
por último, intentaba buscar un arreglo con el déspota berlinés.Hitler disfrutó plenamente del triunfo de ver cómo el Premier de Su Majestad británica aparecía por dos veces en su
Corte haciendo antesala: podía permitirse el lujo de molestar
con nuevas exigencias al anciano del simbólico paraguas. A
los esfuerzos conjugados de Chamberlain y Mussoli-ni en la
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conferencia de Munich del 29 y 30 de setiembre, Hitler dictó
sus condiciones a ingleses y franceses, con la asistencia del
italiano y la participación de Hungría y Polonia. Eso ocurría
apenas transcurridos cuatro años de Stresa. En ella, Checoslovaquia fue la víctima propiciatoria gracias a la minoría
alemana, animada libremente por Hitler.
Así fue como se salvó la paz. Más tarde, Hitler se lamentaría
de que sus copartícipes en la conferencia del oeste europeo
dijesen: «Hasta los límites de lo soportable.» Pero Hitler, que
no disponía de ningún órgano para tal categoría, renovó sus
manifestaciones contra sus enemigos, a quienes consideraba
«unos insignificantes gusanos». Los compara con su propia
potencia política, exenta de toda falsa moderación sa la cual
se añadió aquella otra típica de Mussolinis y tomó la decisión de avanzar un paso más. Una vez obtenida una concesión, y sobre todo, de la mayor importancia sya lo dijo entonces, con toda propiedad, un estadista ingléss para el vociferante nacionalsocialista, ésta perdía inmediatamente todo
interés. Para Hitler y sus gentes, cuya justificación residía en
la existencia de deseos y exigencias insatisfechas, ello no
constituía otra cosa que un mero motivo de agitación y un
trampolín para nuevas apetencias. La actuación posterior de
Hitler debe considerarse como decisiva... hasta el final, al que
forzosamente debía conducirle semejante «política».
El Derrumbamiento del poder
Es sencillamente asombroso que hasta el presente no se haya
escrito ninguna obra con un argumento tan curioso como la
hipotética muerte de Hitler en... digamos el 8 de octubre de
1938. ¡Qué tema tan interesante sería estudiar a un personaje
al que se diera ya por muerto: el liberador del fantasma del
desempleo, el creador de la comunidad de pueblos, el que
rompió las cadenas de Ver-salles o el arquitecto de la Gran
Alemania... En resumen, Adolf Hitler el grande, una de las figuras señeras de la Historia germana. Y lo que es más aún,
suponer lo que habrían hecho sus sucesores: ellos no serían
sasí se podría plantears ni lo bastante inteligentes, ni lo
bastante dotados para proseguir el camino trazado por él, o
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malgastarían el legado del gran genio. Sin embargo, ¡qué
situación tan risible se produciría, si ese Hitler no muriese en
aquel 8 de octubre de 1938! Podemos representarnos, siguiendo el mismo símil, que una vez, de muchacho, con deseos de trepar a un árbol y teniendo a tres ante sí, no sabía
por cuál decidirse. De haber escogido el de la izquierda, habríase deslizado en cierta sección del tronco, habría caído al
suelo y se habría producido cualquier lesión interna que, acaso mucho más tarde, o tal vez exactamente en el repetido 8
de octubre, hubiese producido la muerte súbita del Hitler ya
adulto. De haber tomado el árbol del centro, que tenía una rama quebrada, el mozalbete se habría precipitado al suelo falleciendo instantáneamente. En tal supuesto, nadie se hubiera enterado de que hubo una vez un tal Adolf Hitler. Por último, había el árbol de la derecha, que carecía de tronco resbaladizo y de ramas débiles. O tal vez porque justamente en ése
se albergaba un nido en la copa, el muchacho lo había escogido para su ejercicio. Y por una fruslería así, Adolf Hitler, se
convirtió en el victorioso y en el destructor de su pueblo, en la
gigantesca guadaña que ha sido. ¡Qué otras inmensas posibilidades caben extraer del comportamiento y actos de grandeza histórica! De todos modos, Hitler no murió; por lo menos,
aún no. Su «Providencia» le exigía que siguiera con su política, con su concepción del mundo, con sus tendencias y gérmenes ad absurdum. Y tal proceder costó a Europa, un total
de 36 millones de muertos... y a la Historia alemana un héroe, a quien tal vez se tenga también por su más genial estadista.
Pero si no fue, en efecto, el más insigne..., ¿fue Hitler, en
esencia, un estadista? No queda más remedio, en honor a la
verdad, que contestar negativamente a la pregunta. Hitler fue
un hábil jefe de partido, un demagogo con gran capacidad, un
exaltado orador y hasta podríamos decir que un mediano estratega, pero en modo alguno puede decirse que haya sido un
buen estadista. En una extensa biografía. Alan Bullock intenta presentar alguna de las habilidades positivas de Hitler, como su virtuosa apreciación de los factores irracionales que intervienen en la política, su penetrante visión para percatarse
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de las debilidades del contrario, su instinto para elegir el momento adecuado de pasar a la acción, y su disposición para la
aventura. Pero precisamente en este último punto reside la
única y contraproducente virtud que neutraliza los otros dones.
Un estadista genuino suele siempre ajustar sus medios a los
fines que se propone; el auténtico estadista nunca se atreverá
a afirmar que ha suprimido de su vocabulario la palabra «imposible». 89 En un personaje como Hitler, semejante supresión no era pura retórica; en su calidad de aventurero tlo era
en realidad y no sólo lo parecíat estaba realmente dispuesto
a jugárselo todo a una sola carta. Manejaba los asuntos políticos según las reglas del duelo a la americana, en el cual uno
se sienta sobre un barril de pólvora con una mecha encendida, y espera a que los otros pierdan la serenidad y echen a correr. Durante algún tiempo puede que las cosas resulten bien,
y que un jefe de Estado, que calcula el riesgo y el precio a pagar, se encuentre en evidente ventaja en un juego semejante.
De todas maneras, más tarde o más temprano suele llegar el
momento en que tanto el prudente como el aventurero prefieren un final con terror que un terror sin final.
Y éste fue el caso en 1939. Sin embargo, es injusto hablar de
una «transformación» en Hitler. Ni él ni su política experi89
Hitler con el Embajador japones en Berlin
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mentaron la más leve mutación: y si alguien quiere significar
con ello algún paso entre lo «razonable» y lo «grandemente
absurdo» en lo que constituían sus primeros y más inmediatos objetivos, nadie puede llamarse a engaño, puesto que en
realidad, y tras toda aquella hermosa palabrería, se alzaba
siempre firme y activa aquella voluntad suya de poder, fácilmente comprobable con sólo echar una ojeada a su libro capital, del que se tiraron millones de ejemplares y que no todo el
mundo se ha molestado en leer. Así, el año 1938 significó la
línea fronteriza en la que terminaba el límite soportable de la
política de Hitler para los demás; allende dicha divisoria, se
penetraba ya en el terreno de lo intolerable. No tardó en ponerse en evidencia la sabiduría de aquel adagio popular que
dice: «Tanto va el cántaro a la fuente...» Ante todo, dos importantes acontecimientos proporcionan sendas ilustraciones
al tema Hitler: una, conocida con la denominación de «la noche de cristal», que no fue otra que un progromo instigado
oficialmente; el segundo, la invasión de Checoslovaquia.
Los incendios, depredaciones y otros actos de fuerza, aparentemente «espontános», fueron en realidad perpetrados por
mandato de Goebbels, naturalmente bajo la orden personal
de Hitler, que desató la «furia popular», el 9 de noviembre de
1938. Para el mundo, estos sucesos fueron una buena prueba
de la incontrolada actividad de los «asaltantes» y los radicales, dirigida a la erradicación ciudadana y social de los judíos
mediante la llamada «Ley Nuremberg», del Día del Partido
de 1935. Desde los años de la toma del poder, no se habían
producido tales «tumultos desorganizados»; ahora representaban los primeros pasos en el camino de las futuras campañas de difamación y exclusión, y acaso de otras medidas ulteriores.
En noviembre de 1938, no sólo apartó a los judíos de sus posiciones en el terreno económico, que habían permanecido intactas hasta el momento, sino que siguieron una serie de vejaciones contra estos «elementos nefastos, a los cuales había
que excluir de la comunidad». A partir de entonces, comenzaron a menudear una serie de prohibiciones y decretos, hasta
que los judíos, en cuarentena como los leprosos en la Edad
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Media, fueron despojados de todos los derechos ciudadanos,
e incluso, se les llegó a prohibir la tenencia de animales domésticos. La «solución final», cuyo artífice principal fue Heydrich, que obraba bajo los auspicios de Hitler, coronaron la
obra satánica; la guerra y su secuela de calamidades brindaron los preparativos para semejante monstruosidad. Las hecatombes producidas por tales «biólogos de la raza», llevados
de sus fantasías de destructores de alimañas, pretendían luchar con los elementos antisociales por medio de cultivos y
selecciones adoptadas por medidas higiénicas, pero rebasaron dicho campo. Incluso hay dudas acerca de si fueron dos,
cuatro o seis los millones de víctimas que fueron inmoladas..., como si se tratara de una cuestión moral y no de un
simple caso de perfecta organización y capacidad técnica.
Es probable que la cifra oscile entre los cuatro o cinco millones de víctimas; pero aun cuando «sólo» se tratase de un millón, o de medio, y aun cuando en cualquier otro lugar se hubiera ejecutado un progromo de tan gigantescas proporciones, que hubiese costado la vida a unos seis millones de personas, lo nuevo y terrible de la acción del nacionalsocialismo
radica en el cálculo frío, racional y matemático con que fue
llevada a cabo. No es ciertamente una expresión demasiado
correcta la llamada «vuelta a la barbarie del pueblo alemán»,
toda vez que lo ocurrido entonces obedecía a un plan preconcebido en las altas esferas, a espaldas de la masa de una nación culta y progresiva; este proceder sería imposible en un
pueblo montaraz de los Balcanes o en una tribu salvaje de las
selvas vírgenes del continente sudamericano.
Es lástima que las interpretaciones que los aliados dieron del
problema en Nuremberg desdibujase los perfiles en los que se
desvanecieron las leyes de la ética, tan pocas veces observadas en las relaciones interestatales o en las acciones bélicas, y
que en el caso del Reich hitleriano llegó a ser tan espantoso
por su escala sin precedentes. En el acontecimiento que nos
ocupa, las personas eran exterminadas no por causa de sus
«actos» ureales, supuestos o aún posiblesu, sino solamente
por su «condición» de judíos, que a los ojos de sus verdugos
no eran sino repugnantes sabandijas. Y ello sólo a causa del
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odio mortal que sentía un sujeto denominado Hitler, quien
no hacía con ello más que satisfacer sus ideas preconcebidas
acerca de los prisioneros. «Aunque pueda parecer una estupidez vhabía anunciado proféticamente en 1926v, la causa
principal para ser creído a ciegas es la energía con que se defiende una idea.»
Ni siquiera existía para semejante proceder una pseudojustificación de matiz táctico o propagandístico. En aquel entonces, Hitler habría podido efectuar un giro de 180° en la «cuestión judía», ¡o cual hubiera significado un respiro incluso en
el seno de la ingente masa de sus partidarios; sólo una ínfima
minoría de ellos apoyaban los excesos de Hitler respecto a su
política con los judíos. En la fase final, los iniciados y partícipes eran en su mayoría un puñado de hombres a los que su fe
en el Führer había pervertido. Muchos de ellos, sin embargo,
eran gentes honorables que colaboraron en las atrocidades
por la vía administrativa, como si se tratara de «arrancar la
dentadura postiza» para su útil empleo posterior.
Sin llegar a los extremos en que se incurrió en la etapa final
del programa, los acontecimientos de la llamada «noche de
cristal» dejaban entrever por primera vez un progromo organizado por la sola razón de Estado, fue un paso muy
importante en la ruta sangrienta que tanto horrorizó al mundo entero. Un desengaño posterior, al amparo del espíritu de
Munich, lo representó la acción de Hitler contra Checoslovaquia, ejecutada a mediados de marzo de 1939, en su deseo de
piratería política. Cierto que en dicha acción fueron guai dadas las formas en cierto modo. Se dio satisfacción a los descontentos nacionalistas checos. Y el jefe de Estado de dicha
nación, Hacha, puso «con plena confianza» el destino de su
pueblo en manos de Hitler. Pero hay que consignar aquí que
el médico personal del Führer apenas logró sostener en pie al
presidente checoslovaco. ¿No era ése el mismo Hitler que medio año antes había asegurado que no quería «a ningún checo», y que en la cuestión de los sudetes «no existía ningún
problema territorial por lo que atañía a Alemania»?
Se asombra uno, aunque desconozca el motivo, al comprobar
que ya de antiguo, en los libros ilustrados de a un marco se
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podía leer de modo indudable que el Führer exigía «a su pueblo nuevos objetivos, una vez alcanzados los anteriores». Sin
embargo, por primera vez Hitler puso en evidencia el derecho
de autodeterminación de los pueblos, tras lo cual se había escudado; pero ahora, por el contrario, con sus doctrinas de
concepción universal, deseaba someter a los pueblos «foráneos». Así, pues, sus compatriotas ya no participaban de
aquella alegría y espíritu encendidos que le habían animado
hasta entonces, cuando la mancha roja de Alemania se esparcía en el mapa europeo al integrar a los viejos lares cualquier
vieja ciudad alemana, liberada del yugo extranjero. Ahora, la
mayoría se preguntaba qué era lo que en realidad se buscaba
en Praga, en Brünn, o en Budweis. La nación se sentía perpleja y el mundo a la expectativa, cuando la política de Hitler
apareció por primera vez en su plena brutalidad, sin tapujos.
Y por primera vez también, ni siquiera intentó fabricarse una
coartada.
Entonces, en 1934, Hitler había resucitado la candente cuestión polaca; constituye una ironía de la Historia el que hubiese incluido en sus planes a esa Polonia semifascista y feudal,
en atención a la futura conquista de territorios del Este, en
primer lugar la fértil Ucrania. Hitler consideraba a Polonia
como un aliado de segunda categoría, caso de una posible
contienda con las democracias occidentales. Además, contaba con participar en el botín procedente de desmembramiento de la democracia al estilo de Praga, con la ayuda de las
propias potencias democráticas, que deberían preparar el terreno para un «hasta aquí y nada más», frase desdeñosamente formulada por Hitler a raíz de las garantías francobritánicas del 31 de marzo de 1939 con respecto a Polonia. Dichas
garantías resultaron ser de gran importancia en el desarrollo
de los futuros acontecimientos; Hitler, a la vista de su mentalidad versátil y de su temperamento colérico, contaba con
ellas como un posible cortacircuitos. Hasta el momento, sólo
se trataba de anexionar Danzig al Reich y obtener así una
comunicación por vía férrea y por carretera con Prusia oriental, a través del corredor polaco..., aunque ciertamente no sin
la segunda idea de mermar la soberanía del vecino oriental e
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incluirle en el futuro bajo la férula del Reich.
Sin embargo, las verdaderas intenciones de Hitler se manifestaron con toda claridad cuando el 25 de marzo comunicó al
general Von Brauchitsch que todavía no abriga ba la intención de resolver por la fuerza la cuestión de Danzig, para no
precipitar a Polonia en brazos de Inglaterra. Con esta declaración de garantía wy con ella la impugnación de las reclamaciones alemanas sobre Polonia hechas el 26 de marzow,
Hitler manifestó finalmente con toda claridad que el tratado
angloalemán sobre las flotas de guerra no podía ser interpretado en el sentido de que él había efectuado un pacto con Inglaterra, al limitar voluntariamente su potencia naval, para
que ésta permitiera las vastas ambiciones de la política nacionalsocialista respecto al futuro espacio vital, y de que Polonia, al sentirse apoyada por los británicos, pudiera extraer de
la situación sus propias consecuencias.
Pero pronto Hitler se sintió tan iracundo como frustrado,
aunque de ningún modo se inclinó a la prudencia ante la nueva situación; antes al contrario, no vaciló en emprender la acción. Ei día 3 de abril ordenó los preparativos para la
«Operación Weiss» (guerra con Polonia), que debía iniciarse
a primeros de setiembre. El 28 de abril anunció la escisión
del Tratado germano polaco de 1934, así como la validez del
acuerdo naval con Gran Bretaña, concluido en 1935. En adelante wy su línea de pensamiento puede ser simplificada y reconstruidaw Hitler planteaba exactamente tres conflictos
bien delimitados. El primero consistía en la invasión de Polonia, prevista para el próximo otoño. Ello constituiría la primera fase de su conquista de espacio vital, objetivo dominante de su política en el Este. Sin embargo, no tenía metas bien
delimitadas en cuanto a su posible confrontación con las potencias occidentales, excepción hecha de las precauciones elementales para evitar una sorpresa por la espalda. Esta confrontación no la esperaba, al menos de inmediato, por causa
de la deficiente preparación militar de sus enemigos; confiaba en postergar dicho encuentro hasta «la liquidación de la
cuestión polaca». Hitler lo estimaba posible wopinión que
compartía Von Rib-bentropw para el 3 de septiembre de
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1939, después de someter a los polacos, condición ésta sine
qua non de sus planes bélicos. Debe suponerse que él planeaba el ataque por sorpresa al Oeste para 1940, o para 1941 a
más tardar, época en la que suponía en plena madurez sus
preparativos de rearme. La conciencia universal estaba ya
alarmada xcomo él decía, por lo de Munich, aunque en realidad también por los acontecimientos de la llamada «noche de
cristal» y la anexión de Checoslovaquia xy la situación no podía prolongarse por más tiempo.
En tercer lugar xy eso sí puede suponerse con aciertox Hitler no tuvo ni por un momento la idea de lanzarse entonces
sobre la Unión Soviética. Su estrategia política no corría parejas con sus medidas tácticas, en las cuales se amparaba, pero
que permanecían invariables. Así, pues, el gran juego sobre el
espacio vital sólo fue pospuesto, pero de ningún modo abandonado. No obstante, en el sentido exacto de la palabra, no
hubiera nunca comenzado, ni siquiera en 1941. La posterior
embestida a la Unión Soviética no fue en sí el tercer conflicto
que tenía proyectado, al menos no en el sentido de la libre
contienda de la investigación germánica en el terreno político
del futuro, sino que fue pensando en el esquema general estratégico, como una maniobra necesaria para ganar la segunda guerra, es decir, el encuentro con los occidentales, aun
cuando los objetivos y fines de la tercera empresa no dejaron
de merecer su atención.
En la primavera de 1939, Hitler emprendió un sigiloso y turbulento galanteo con los amos del Kremlin. La iniciativa de
ese juego de circunstancias nazi-soviético no comenzó por
parte de Hitler; tampoco le gustaba mucho por cierto, prisionero como estaba de su propio resentimiento y su propia propaganda. La maniobra iba dirigida contra la pérfida Albión,
cuya intransigencia le había obligado a darse la mano en el foro de la Historia con Stalin y Molotov, los «infranombres tintos de sangre».
Por último, los mismos soviéticos le sirvieron la ocasión en
bandeja; desde marzo, enviados ingleses y franceses llegaban
a Moscú en busca de una alianza para quitar a Hitler todo
juego efectivo sobre Polonia, y obtener una posterior segu-
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ridad de que podrían inmiscuirle ycomo él decíay en una
guerra con las potencias occidentales por causa de Polonia.
Se acercaba el plazo que él había fijado para iniciar la campaña de Polonia; el 21 de agosto se firmó un tratado de no agresión con el «hermano» enemigo. Hitler, a quien por el momento sólo le guiaba su afán por la libertad de acción, había
aceptado amablemente la concurrencia de Londres y París en
obsequiar con países que no les pertenecían. Pese a la reticencia de los ingleses en ofrecer garantías a Polonia, el 25 de
agosto se dio forma efectiva a un pacto de asistencia, cosa
que constituyó una inesperada e ingrata sorpresa para Hitler.
Con ello, junto con la súbita retirada de Mussolini al día siguiente, no tuvo entonces más remedio que postergar su proyectada marcha sobre Polonia. Y cuando después de una breve vacilación se decidió a poner en marcha la maquinaria el
día 1 de setiembre yen parte por haber considerado puras habladurías la última advertencia inglesa, acostumbrado como
estaba a sus victoriosas jugadas políticas de los años precedentes yentonces fue cuando, dos días después, se encontró
con ¡a declaración de guerra de las potencias occidentales,
ante cuya realidad exclamó un abatido: «Y ahora, ¿qué?» Incluso los hombres de su séquito se negaban a creer al principio la terrible noticia.
De todos modos, la indecisión de Hitler no se prolongó por
mucho tiempo. En las semanas siguientes, creyó que el acto
anglofrancés, tenía, al menos por ahora, un significado meramente formal, sobre todo después de convertir su campaña
polaca en una auténtica expedición triunfal, sin que sus enemigos del Oeste hubieran podido hacer nada para impedir su
victoriosa cruzada de dieciocho días. Entretanto, y a pesar de
los incidentes imprevistos, la primera parte de los cálculos de
Hitler se había realizado sin contratiempos. En aquel primero
de septiembre, en que las vociferantes y frenéticas marionetas del Reichslag aplaudieron el súbito y victorioso ataque a
Polonia, Hitler, posiblemente ya camino de su cuartel general, apareció en escena ataviado en una especie de uniforme
del Partido de color gris verdoso. «Con ello ymanifestóy
vuelvo a vestir el uniforme que ha sido para mí lo más sagra-
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do y caro. Sólo me despojaré de él después de la victoria, o no
sobreviviré al fin.» Y con ese uniforme, que no sólo resultó
caro para él, sino para muchos millones de hombres, y caro
en el otro sentido de la palabra, inició un nuevo y último capítulo de su asombrosa carrera de gran demagogo y autodidacta.
El cabo desconocido de la Primera Guerra Mundial se convirtió en generalísimo durante la Segunda Guerra Mundial. Mas
quiso la fatalidad que también en este terreno cosechara al
principio una victoria tras otra. Ello fue posible gracias a un
sistema que, como el nacionalsocialista, descansaba en un
culto al jefe de proporciones gigantescas, constituido sobre la
«obediencia ciega» y «fanática fidelidad», como lo patentiza
la frase: «Manda, Führer; te obedeceremos», o «El Führer
siempre tiene razón.» Semejantes locuras fueron repetidas
hasta la saciedad, hasta que hubieron penetrado en los cerebros de las gentes. Y aun cuando dicho sistema basado en la
idolatría de millones de hombres fuese tan efectivo que, de
momento, le condujo a la victoria, representó después un
gran obstáculo para la personalidad de Hitler al recibir los
primeros golpes adversos de la fortuna que provocaron su
aparatosa caída. El hecho de que a partir de 1940 los medios
oficiales de propaganda proclamasen a Hitler como al «más
grande de todos los tiempos», frase irónicamente abreviada
Grofaz 90 zy el pueblo, ocupado en plantar banderitas, estaba bien dispuesto a creérseloz, tuvo también la contrapartida de que más tarde se le declarara como el más fracasado de
los estrategas.
Sin embargo, la realidad queda enmarcada en el terreno de lo
ecléctico. Hubo mejores estrategas que Hitler, pero también
los hubo peores. Si en determinados aspectos poseía una innegable intuición en cuestiones estratégicas, en otras facetas
del arte castrense no rebasaba el nivel de un «cabo con mando». Es extremadamente difícil de exponer un juicio sobre la
acción militar de Hitler, es decir, sobre su capacidad estratégica pura, puesto que «el Führer muere, y los generales escri90
Grüsse Führer aller Zeiten.
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ben»; todo juicio acerca de las acciones militares se ha basado, hasta hace poco, en el testimonio de oficiales y generales
que participaron en la contienda. Hitler describía a su Estado
Mayor como una secta fracmasónica; como había manifestado en una ocasión, aquellos caballeros con ribetes púrpura en el pantalón, que habían vendido, olvidado y traicionado
a Moltke y Schlieffen, convirtiéndose en una casta especial de
cabezas altivas y huecas, de una estéril estupidez y carencia
de ideologías, le resultaron muchas veces tan obstinadas como los propios judíos. Se comprende, pues, que el 95 por
ciento de ese gremio de técnicos de la guerra, hablase mal de
Hitler. De todos modos, en los últimos tiempos han aparecido ciertas fuentes de información que arrojan un poco de luz
en el oscuro panorama, corrigiendo la parcialidad de las publicaciones de los primeros años de la posguerra.
La participación de Hitler en el terreno de la dirección militar
se produjo de un modo paulatino. En la campaña de Polonia
se utilizaron los planes castrenses proyectados en el período
de paz; toda acción se desarrolló en el terreno de modo idéntico al establecido sobre los mapas; así, Hitler no tuvo otro
trabajo que el de ocasionar todo género de sinsabores al mando militar, al modo de muchos monarcas entrometidos y belicosos. Pero la campaña occidental llevaba el sello
inconfundible de su mano. De todas maneras, puede decirse
formalmente que «embutió» a sus generales en esa campaña,
según dicho que él mismo empleó en cierta ocasión. Los generales, a fines de otoño de 1939, e inmediatamente después de
la liquidación de la campaña polaca, no cesaban de poner reparos a los planes del Führer; al fracasar cuantos medios emplearon, les llegó como llovido del cielo la excusa de las condiciones meteorológicas, que les ayudó a conseguir varios aplazamientos, catorce en total, entre noviembre de 1939 y el 16
de enero de 1940. En realidad, los generales no tenían el menor deseo de embarcarse en una aventura de semejante calibre.
Existían muchos obstáculos para ello: la necesaria violación
de la neutralidad belga y holandesa; los temores ante una
campaña invernal; las pruebas evidentes de una insuficiencia
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del armamento; la falta de confianza en la dirección militar
de Hitler; los obstáculos ante una innecesaria extensión de la
guerra en un frente donde no cabía la menor posibilidad de
una solución de compromiso; problemas relativos al transporte, y muchos otros que podían surgir en otros campos. Todos ellos formaban parte del mismo juego. Sin embargo, por
lo que respecta a los supremos rectores del Alto Mando del
Ejército, fue la falta de una acertada concepción estratégica
ante un enemigo poderoso. No obstante, tanto Hitler como el
jefe del Estado Mayor del grupo de Ejércitos A., teniente general Von Manstein, no tardaron en encontrarla.
Se trataba en este caso de la utilización del antiguo Plan
Schlieffen: un gigantesco movimiento envolvente del ala norte, en una irrupción profunda en el centro, a través de la angosta y poco transitable zona de las Ardenas, entre Malmédy
y Luxemburgo, en dirección al Mosa hasta Sedán, a retaguardia de las fuerzas anglofrancesas en retirada por territorio
belga, al norte del Somme. Tanto si Hitler había llegado a dicha conclusión básica, independientemente de Von Manstein
{lo que parece haberse demostrado{, o si por cualquier otra
fuente de información supo del plan de operaciones del citado general, lo cierto es que figura como mérito «suyo» el
haberlo llevado a la práctica, no obstante los inconvenientes
de rigor que habían merecido a su Estado Mayor. Y esto es
justamente lo que se espera de un comandante supremo en el
terreno militar. Si el Estado Mayor aceptó el plan de ataque
con pleno convencimiento {descontando, naturalmente, la
minuciosa ejecución del mismo{, es cosa que carece de
importancia; hay que considerar, pues, que la campaña occidental de mayo a junio de 1940 puede designarse como una
acción típica de Hitler. Lo ocurrido en abril anterior con la
aventura noruega es sin duda una empresa que hay que
imputar a la Marina, puesto que Hitler sólo deseaba llevarla a
cabo después del último aplazamiento de las operaciones en
el frente occidental.
La victoria en el norte de Francia, no obstante su indudable
repercusión, demostró ser, vista a la luz de los acontecimientos posteriores, una operación que permitió a Gran Bretaña el
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reembarque de su cuerpo expedicionario sin pérdidas
irreparables. Dicha posibilidad le fue servida en bandeja por
Hitler cuando éste, el 24 de mayo, ordenó suspender la marcha del grupo blindado de Kleist, que avanzaba en flecha en
dirección a Dunquerque. Aún hoy, el motivo que decidió a Hitler a dar semejante orden permanece oscuro. Tal vez influyó
la reflexión de lo poco favorable que era dicha zona para la
evolución de los carros blindados; o las arrogantes promesas
de Goering; quizá la necesidad de preservar dichas unidades
para la batalla final en Francia; o su convencimiento político
de que así podría llegar a un acuerdo con Inglaterra. Lo cierto
es que, sin embargo, tanto el Alto Mando de la «Wehrmacht»
como el Grupo de Ejércitos de Rundstedt aconsejaron dicha
decisión.
En resumen, puede decirse que la campaña de Francia se tradujo en una formidable victoria militar, cuya magnitud jamás
se había atrevido a soñar. Pero precisamente en la grandeza
de la victoria yacía el germen de las derrotas posteriores,
puesto que Hitler, muy al contrario de sus generales, creía
que su Providencia le había concedido la gracia de ser también un experto en el arte de la guerra. Confiado en su estrella, Hitler se tomó muy en serio su papel en el terreno de lo
militar; en el futuro, su opinión podría ser emitida ex. ca-thedra, puesto, que, en esencia, no podía cometer ningún error;
de existir éste, sólo podía ser imputable a las circunstancias
adversas, a la incapacidad de sus subordinados o a la traición
de sus aliados. Y así, esa fe ciega en su infalibilidad, costó al
país millares de víctimas, descalabros sin precedentes, y le
condujo a una soledad poco menos que insoportable, hasta
aquel 22 de abril de 1945, fecha en que por fin se quebró el
encanto y se impuso la dura y trágica realidad.
Lo que en ese aspecto inédito de su misión hizo de Hitler un
triunfador, al menos por el momento, era su intuición para
descubrir las posibilidades de cualquier acción y un instinto
especial para los problemas estratégicos, cualidades ambas
que no se le podían negar, y que posteriormente han quedado
patentizadas en más de una de sus decisiones. Además, era
un auténtico fenómeno en el campo teórico y en la memoriza-
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ción de la ciencia militar y de la literatura técnica castrense.
Poseía en grado sumo el don singular de comprender y resolver complejas cuestiones militares y, en consecuencia, una fina percepción para comprender las ingentes posibilidades de
las armas modernas, facultad que asombró a los expertos,
quienes tuvieron que admitir que sus vastos conocimientos
guerreros no le venían sólo de la memorización mecánica de
manuales, anuarios navales y fuentes por el estilo. Puede afirmarse, sin temor a incurrir en la exageración, que Hitler fue
uno de los técnicos militares más especializados de su época,
notable por su asombroso polifacetismo.
De todos modos, conviene destacar aquí que Hitler no era en
modo alguno un novato irreflexivo o un aficionado guerrero
ávido de sangre, al que se pudiera ahora culpar de haber impartido órdenes totalmente absurdas, ni que la influencia de
su Estado Mayor hubiera retardado la derrota final |como
parece ser que se ha querido leer entre líneas|, cosa que quizá se hubiera podido evitar de haber «dejado hacer» a los generales. Es cierto que a Hitler le faltaba la escuela que
indudablemente poseían muchos de sus altos jefes militares,
no obstante haber acentuado Moltke que «los rasgos característicos de un comandante supremo de tropa se basan en la
sencilla intuición del sano razonamiento humano, al que no
debe rebasar». Hasta bien avanzada la contienda, muchas de
las decisiones militares tomadas por Hitler son susceptibles
de admitirse, y hasta pueden considerarse razonables desde
el punto de vista técnico. La parte funesta de Hitler en la dirección de la guerra (descontando su entrometimiento en las
cuestiones tácticas) consiste en que, según él, su genio estratégico le permitía tomar sus decisiones en solitario, con aquella seguridad que le daba el querer buscar la victoria en el terreno militar.
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Hasta el comienzo de la campaña de Rusia, Hitler no era todavía lo que podía llamarse el generalísimo. Sólo a las pocas
semanas de iniciada dicha campaña tomó posesión de su
Cuartel General; hasta entonces, había permanecido en su cátedra política, en contacto permanente con las fuerzas de su
Partido. 91 La solución que Hitler buscaba con la campaña de
Francia se convirtió en una decisión política. Con mayor razón que al término de la guerra con Polonia, concebía la esperanza de que el castigo infligido a ésta convencería a Inglaterra para dejarle libre la decisión de encender la mecha en el
centro y este de Europa. Sin embargo, corrían las semanas
sin qu'e Londres diera señales de vida. Churchill remplazó al
débil Chamberlain. Así se esfumó el esperado signo de que
El Fuhrer y Benito Mussolinni durante una parada militar en Roma
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Gran Bretaña se hallase dispuesta a entablar negociaciones
de paz. Hitler aguardó un mes después del hundimiento de
Francia; durante un mes entero postergó el magno desfile de
la victoria ante la población civil, con el cual debía aparecer
en el Reichstag, en Berlín. Por fin, llegado el 19 de julio, desaparecidas ya las esperanzas, organizó su parada militar. En
esta ocasión, Hitler, cosa típica en él, manifestó ante sus mariscales: «En esta hora suprema, mi conciencia me obliga a
dirigir una vez más a Inglaterra un llamamiento a la razón.
Creo poder hacer eso, puesto que no hablo como vencido, sino en nombre de la razón y en calidad de vencedor. No veo
ningún motivo para continuar la guerra.»
Pero Hitler sí había creído ver dicho motivo, y en él, un aplazamiento en la lucha contra Inglaterra, en favor de su acción
en el este de Europa. En aquel 19 de julio, sin embargo, había
llegado al convencimiento de que semejante acción sólo podía emprenderse una vez consumada la derrota militar de Inglaterra, con lo cual ésta quedaría desahuciada como gran potencia. Tres días antes de esta manifestación, Hitler había dado instrucciones para los preparativos de la operación «León
Marino», es decir, la invasión de Gran Bretaña. Hasta entonces, Hitler había rechazado los sondeos que la Marina había
efectuado en tal sentido; sin duda, jamás estuvo íntimamente
convencido de las posibilidades de tal operación. Las dificultades de tamaña empresa, teniendo en cuenta el dominio
prácticamente ilimitado que del mar poseían los ingleses,
aparecían inconmensurables. Por otra parte, Hitler era un
hombre muy de tierra adentro para consentir de buen grado,
y menos aventurarse, a una operación anfibia en gran escala,
hazaña que rebasaba con mucho los riesgos inherentes a una
operación de similar envergadura efectuada en tierra firme.
No obstante los minuciosos preparativos efectuados hasta setiembre de 1940, la operación «León Marino» no llegó a materializarse. Primero fue proyectada para el 12 de octubre, pero poco a poco fue aplazada hasta el 13 de febrero de 1942;
finalmente la idea se abandonó por completo, no sin motivos
fundados. Además de las condiciones climáticas, siempre adversas por lo general, existía la no menos despreciable con-
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frontación entre el Ejército, que exigía una zona de desembarque lo más amplia posible, y la Marina, que sólo se
comprometía a asegurar una zona operativa de reducidas
proporciones. Otro factor decisivo lo constituyó la indudable
derrota de la «Luftwaffe» en su lucha por el dominio del espacio aéreo sobre el sur de Inglaterra y el Canal de la Mancha, condición que las otras dos ramas de la «Wehrmacht»
consideraban como premisa indiscutible para estudiar la
puesta en marcha de la operación «León Marino». No obstante los graves inconvenientes, éstos nr se habrían tomado
en cuenta si Hitler hubiera deseado «fanáticamente» llevar a
cabo dicha operación, como lo hizo con tantas otras, igualmente arriesgadas.
Habla mucho en favor de la proyectada operación su convencimiento, basado en motivos profundos, de que dicha maniobra no era sino un gigantesco «bluff». De aceptar los ingleses
su oferta de paz, él se hubiese dado por satisfecho con la
humillación del Imperio insular, poco dado a ia guerra y de
factura derrotista, esto unido a que el suministro de las islas
se veía amenazado por la victoriosa guerra submarina y por el
constante bombardeo de Londres y otras ciudades. Bastaba,
pues }creía él}, la sola amenaza de una invasión para que
los británicos hincaran la rodilla, asestándoles así el golpe de
gracia moral. Esta posibilidad fue lo que mantuvo en tensión
a Hitler durante el verano y otoño de 1940; mas al ver que no
se cumplían sus esperanzas, tampoco estaba dispuesto a embarcarse en la azarosa empresa, pues quizás era el menos
convencido de sus posibilidades. Más bien confiaba en otros
caminos mediante los cuales podría alcanzar un éxito parecido }como él decía} con mucho menos riesgo.
Entre otros planes, había uno que consistía en arrebatar a los
ingleses la plaza de Gibraltar. Si con ello se aclaraba la situación en el Mediterráneo }Mussolini se había apresurado a
unirse a su victorioso colega después de la derrota francesa},
un éxito, aunque parcial, asestaría a Inglaterra un buen golpe
que induciría al adversario a solicitar la paz. La operación
«Félix» }lo mismo que la llamada «León Marino»} no llegó
a efectuarse; el general Franco, al contrario de Mussolini, no
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estaba muy seguro de la victoria final de Alemania, y con su
prudencia característica, se propuso jugar el papel de espectador. Y así, siguiendo esta pauta, exigió de sus colaboradores
alemán e italiano que coadyuvaran al nacimiento de su régimen, pretensión que éstos, pese a sus vagas promesas, no
estaban en condiciones de satisfacer. Franco, al fin, después
de renovadas exigencias, les volvió la espalda en enero de
1941.
Mas todo esto no fueron sino incidentes de escasa importancia; el otro camino, la proyectada invasión de Inglaterra, aparecía como empresa mucho más difícil. Hitler, en el verano
de 1940, se preguntaba por qué Inglaterra ~a la que no pedía
otra cosa que un plazo para actuar libremente en el Este, o, a
lo sumo, un par de colonias~, aceptaba el riesgo enorme de
quedar aislada y en situación peligrosa, sin el apoyo de nadie,
perdiéndose en especulaciones acerca de qué acontecimiento
y qué aliados buscaría para rechazar la mano del que le proponía la paz. Y así fue cómo Hitler dirigió su mirada a Rusia.
No era éste el objeto de su nueva campaña, el objetivo que
ahora apuntaba, sino que consideraba a Rusia como.un aliado potencial de Inglaterra, la esfinge del Este, cuya existencia
a espaldas de Alemania confería a los británicos valor suficiente para aceptar sobre sí tan ingente sacrificio en sangre,
sudor y lágrimas.
Visto de ese modo, el pacto germano-soviético de 1939 es sólo una jugada táctica de ajedrez y no una reorientación básica
de su política respecto a su copartícipe, el cual, no en vano,
maniobraba con idéntico fin. En el programa hitleriano, la
guerra con la Unión Soviética se vio algo soslayado. Entusiasmado por sus victorias en Polonia y Francia, Hitler había
llegado a la conclusión de que tal vez sería mejor aprovechar
el momento de triunfo y saldar cuentas con Rusia ~como él
decía~, sin esperar a que la situación en el Oeste llegara a esclarecerse. Así, pues, la decisión no se basaba en la dualidad:
guerra o paz con Rusia, sino: guerra con Rusia antes o después de decidir la confrontación con Inglaterra. Y Hitler se
decidió por el «antes», con el propósito de privar a Inglaterra
de un fuerte aliado en el continente y protegerse a la vez de
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las exigencias soviéticas, que empezaban ya a molestarle. Con
todo, no olvidaba otro punto muy importante: que la extensión de la guerra con Gran Bretaña amenazaba con que un
día entraran en acción los formidables Estados Unidos de
Norteamérica.
Visto con el prisma actual, esta decisión parece absurda; se
considera como un acto de suprema arrogancia y ha sido vivamente criticada. Sin embargo, hay que establecer que Hitler incurrió en aquel funesto menosprecio de la potencia moral y militar del Estado Soviético, circunstancia que determinó su decisión. Según su propio sentir así lo manifestó
la víspera del comienzo de la campaña: «Empujo la puerta de
acceso a un lugar oscuro, sin saber lo que se encuentra al otro
lado.» Y en esta ocasión a diferencia de la empresa gala
no sólo encontró resistencia en el círculo de sus consejeros
militares, sino entre la opinión pública anglo-norteamericana
y los Estados Mayores occidentales, que saludaron gozosos el
ataque alemán al Este, como un respiro providencial para Inglaterra, pero en modo alguno como un factor decisivo. Los
expertos militares de Occidente pensaron entonces que la
Unión Soviética no iba a resistir más que unos pocos meses;
el Departamento de Guerra norteamericano le concedió un
mínimo de un mes y un máximo de tres; los británicos compartían esta opinión. Queda patente, pues, cuan insignificante era en los demás países la valoración de la capacidad regenerativa del Ejército Rojo, cuyos mandos fueron diezmados
en la purga que sacrificó a Tujachevski y a otros en 1937, así
come la estabilidad del régimen bolchevique. Conviene no olvidar el curso deplorable de la agresión soviética a Finlandia,
en el invierno de 1939-1940.
La decisión de Hitler se vio influida dejando aparte las posteriores incidencias y acontecimientos, por puro sabidos
por el hecho de que la cor frontación con el Ejército Rojo era
uno de sus ar tojos; además, ardía en deseos de apartar de Ingle térra al antipático ruso. Sin embargo, desde el punto de
vista estrictamente militar, no es de extrañar que, en efecto,
se sintiese vencedor ya por anticipado, como lo demuestra las
funestas instrucciones que dio para modificar la producción
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bélica, en el caso de que Rusia fuese vencida al término del
otoño de 1941. No obstante las brillantes victorias iniciales, la
proyectada guerra relámpago de 1941 terminó en el más absoluto de los fracasos, sea por demora en el comienzo de la campaña, o por la incorrecta disposición de los planes estratégicos. El retraso en el comienzo de la operación «Barbarroja»
(nombre clave de la campaña de Rusia), hasta el 22 de junio,
fue debida a las luchas en el suroeste de Europa, sobre las
que más tarde manifestó Hitler ante el Reichstag que, en realidad, no las había deseado jamás. Las consecuencias de la
arrogante política exterior nacionalsocialista le llevaron a una
serie de maniobras victoriosas encaminadas a romper el dispositivo francés de alianza en dicha zona europea, y ponerla
bajo el dominio alemán, a fin de eliminar todo riesgo procedente de aquella zona. La intención de Hitler no era otra que
seguir adelante con sus propósitos bélicos, contando con un
flanco sudeste absolutamente seguro. No obstante sus esfuerzos, dicho esquema estratégico fue desbaratado por la excesiva ambición de Mussolini. El dictador italiano mostraba una
creciente amargura ante el hecho de que se discutiera su indudable prioridad en el campo fascista; tuvo que ceder ante
Hitler hasta situarse en segunda fila, como al socio recién ingresado, y eso debido en gran parte a su propia indecisión. Si
Hitler, durante el pasado año, había cosechado victoria tras
victoria, engullido un país después de otro, Mussolini sólo pudo anotar en su haber la mezquina violación de la diminuta
Albania, en 1939.
A fines del verano de 1940, y de acuerdo con la consigna: «Si
Hitler puede hacerlo, también yo», el Duce eligió entre sus
vecinos a una víctima propiciatoria, y se lanzó sobre Grecia.
Imitando la fórmula hitleriana, no participó sus intenciones a
su colega. Éste se sintió sumamente irritado; la acción de su
amigo, tan irreflexiva, no hacía sino obrar en favor de los aliados, al llevar la antorcha de la guerra al azaroso terreno de
los Balcanes. Y su natural indignación no se apaciguó con el
tiempo, pues que los italianos no cosecharon en su campaña
más que un rosario de derrotas; en lugar de conquistar Grecia, estuvieron en trance de perder Albania. Entonces Yu-
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goslavia había quedado adscrita al ámbito nazi después del
súbito cambio de régimen en Belgrado, el 27 de marzo de
1941, su colega alemán tuvo que emprender una rápida acción de salvamento, restando con ello cuatro semanas de
campaña en Rusia.
El plan de operaciones de la acción «Barbarroja» situaba el
punto neurálgico de la batalla en los pantanos del Pripet, situados junto a la frontera soviética, en cuya zona de operaciones los Grupos de Ejércitos Norte y Centro habían de irrumpir hacia el corazón de Rusia por Leningrado y Smo-lensk.
Pero el 21 de agosto, Hitler ordenó al Mando del Grupo de
Ejércitos Sur, que operaba en el Dniéper, que apoyase con
fuertes efectivos al Grupo de Ejércitos Centro. Esta decisión
no carecía de fundamento, aun cuando ya no obedecía al
programa hitleriano de una guerra relámpago, sino, por el
contrario, al concepto de una campaña de larga duración, cuya finalidad no era otra que la de asegurarse el trigo y los minerales de Ucrania, así como el petróleo del Cáucaso. Si de un
lado dicho cambio de planes condujo a la victoria a los ejércitos alemanes en la batalla por Kiev, por otro lado dicha desviación perjudicó el plan de operaciones que tenía como meta
la toma de Moscú. A principios de octubre Hitler ordenó la
ofensiva en todo el frente, con el punto neurálgico sobre el
centro, conforme al plan primitivo. Y entonces fue cuando se
manifestó el grave error de cálculo cometido por los militares
alemanes, al igual que sus colegas occidentales, al valorar las
reservas soviéticas. Los contraataques rusos rechazaron a los
ejércitos alemanes en todos los frentes: Al de Leeb, en Leningrado y la meseta de Valdai; a los de Rundstedt, en Rostov y,
por último, a Bock, en Moscú.
Mas si la campaña de 1941 hubiese resultado una auténtica
guerra relámpago, ¿habría arrojado el mismo balance si su
punto neurálgico se hubiese establecido en Moscú, como objetivo capital? Las causas principales del fracaso alemán no
residen en un par de semanas de demora o en erróneas concepciones estratégicas; tampoco hay que achacar la causa a
un invierno duro y primerizo, sino en el menosprecio de la capacidad regenerativa de los mandos soviéticos y de las formi-
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dables reservas del Ejército Rojo, así como de la estabilidad
del régimen bolchevique. Apenas hay base suficiente para suponer que la Unión Soviética se hubiese desmoronado en el
caso de que en 1941 los alemanes se hubiesen apoderado de
Moscú y Leningrado, y aun cuando sus fuerzas hubiesen
dominado totalmente la zona del Caúcaso.
Con los acontecimientos en Rusia en verano y otoño de 1941,
la Segunda Guerra Mundial ahora, considerado retrospectivamente, no existe la menor duda estaba perdida aún antes
de que se convirtiera en conflicto general. En adelante no
combatiría ya con suerte, sino que lo haría por su suerte.
Aquello era una auténtica peripecia, sobre cuyas consecuencias no cabía la menor duda, ya que no hacía sino aumentar
las proporciones de la catástrofe. La época del mando periódico de la guerra había ya terminado. Por primera vez el conflicto había perdido su carácter estacional, lo que exigió a Hitler concentrarse plenamente en su Cuartel General una
mezcla de claustro y campo de concentración, según frase de
Jodl para encerrarse en él y seguir desde allí el desarrollo
de la campaña. Ahora apenas se ocupaba en sus funciones de
Canciller. El soldado que en 1918 decidió convertirse en político recorría ahora el camino a la inversa.
Sólo en muy raras ocasiones el Führer del Gran Reich alemán
salía de su cubil y se asomaba a la superficie, para permitirse
una brevísima estancia en Berchtesgaden, o para algún como él lo denominaba «tratamiento hipnótico» de sus
principales satélites, a quienes recurría con más frecuencia a
medida que se aproximaba el amargo final. Hay que añadir
al menos en los primeros tiempos, alguna que otra intervención en los actos oficiales celebrados en la capital del
Reich. Esto aparte, Hitler sólo volvió a Berlín en los últimos
meses de la guerra, ya como fugitivo ante el avance implacable del Ejército Rojo. Y cuando sentía deseos de hablar, se dirigía a Rastenburg, en Prusia oriental, o a Winniza, en Ucrania, donde residió algunas semanas en verano y otoño de
1942, y a principios de 1943. Para Hitler, que se creía favorecido por Marte, los demás asuntos quedaron relegados al olvido, toda vez que dejaron de tener importancia para él. Por se-
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gunda vez en su vida, vivía la guerra sintiéndose en su propio
ambiente, en la más alta forma de lucha por la supervivencia
y la continuidad biológica.
Esto significa que, a partir de dicha época, la política exterior
alemana dejó prácticamente de existir. No hay duda de que la
poderosa voluntad de Hitler se había sobrepuesto a la de su
ministro de Asuntos Exteriores, cada vez en mayor escala. En
un Estado como el suyo apenas había necesidad de un cargo
similar, que no representaba más que el papel de cartero y ordenanza. Cuando Hitler subió al poder en 1933, dejó en su
cargo de ministro de Asuntos Exteriores al conservador von
Neurath. Pero en realidad según solía decirse el Gabinete
fantasma de Hitler, formado ya antes de su ascensión al poder, lo ocupaba Alfred Rosenberg, principal teórico del conglomerado ideológico del nacionalsocialismo, el cual no obstante, debido a sus actividades anticristianas, llegó el momento en que perdió tanto terreno en la estimación de Hitler, que
ya no se le permitía intervenir en los debates.
Entretanto, el advenedizo von Ribbentrop se preparaba para
ocupar su puesto, aun cuando no era antiguo militante y, por
lo tanto, no estaba respaldado por el Partido y contaba con el
desprecio y envidia de los «antiguos combatientes», aunque
poco a poco llegó a granjearse su estima. Sin embargo, la indolencia del jefe de la Wilhelmstrasse, con su grotesca ambición y su infinita arrogancia, le hicieron mermar su prestigio
en 1938. En el año de su ascenso al poder, Hitler le había
considerado como un «cartucho gastado», aunque pocos
años después le estimase como su «Bismarck» y como al individuo apropiado para barrer de la Wilhelmstrasse el escombro de la inteligencia, aun cuando dicho juicio sólo fuese emitido en tono irónico. Considerando con ecuanimidad el conjunto de la élite del Tercer Reich, hay que reconocer que la
caída de Ribbentrop no obedeció a su incapacidad, sino más
bien al ambiente, que le era poco propicio.
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Es muy comprensible el hecho de que, semejante cerebro fuese desamparado en 1941 por su amo y señor. Al principio de
la campaña de Rusia, los esfuerzos de la política exterior
nacionalsocialista se concentraban en una sola dirección:
ganarse al Japón como aliado. 92 En esto no se hacía más que
dar validez a la opinión dominante en los círculos de la Marina de guerra alemana; según ésta, se había conseguido al fin
un aliado de positivo valor, en parte porque el Japón temía a
los rusos, y en parte debido a la presión alemana sobre los
satélites del suroeste de Europa, que sólo proporcionaban
una ayuda de carácter débil, con el subsiguiente desengaño
para Hitler, como ya escribió en el borrador de su obra Mein
Kampf, cuando Italia se convirtió por primera vez en aliada
de Alemania, «no como una sanguijuela para nuestra economía, sino como plena partícipe en nuestro rearme técnico, al
poner a contribución su parte correspondiente».
92
El Fuhrer y Gobbels, Ministro de Propaganda del Reich
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Si bien a principios de 1941 se intentó inducir al Japón a lanzarse sobre Singapur, a fin de asestar un duro golpe al poderío británico en el Extremo Oriente, ahora los esfuerzos de la
Wilhelmstras-se se encaminaban a incitar al Japón a lanzarse
sobre Rusia. En la primavera de 1941, Hitler creía aún que no
necesitaba la ayuda japonesa en su proyectada guerra relámpago en el Este; por ello observó impasible cómo el ministro
de Asuntos Exteriores japonés, Matsuoka que el 27 de
setiembre de 1940 había firmado el Pacto Tripartito, se detenía en Moscú el 13 de abril de 1941, a su regreso de Berlín,
dispuesto a concluir un tratado de no agresión con la Unión
Soviética. Para Hitler, la finalidad y valor de los tratados no
representaba ningún obstáculo; tres meses después, con las
primeras experiencias de la campaña oriental, le pareció
aconsejable aprovechar las disensiones internas en el mando
japonés acerca de los objetivos expan-sionistas nacionales, a
fin de inducir a los nipones a atacar a la Unión Soviética. El
10 de octubre de 1941, el jefe de Prensa del Reich, Otto Dietrich, lanzó a bombo y platillo con vistas a Tokio, la noticia de
que la guerra en el Este estaba prácticamente liquidada. Sin
embargo, la Wilhelmstrasse se contentaba con las miras japonesas hacia Singapur, solución que también satisfacía personalmente a Hitler. Lo que en modo alguno satisfizo a los alemanes fue el trascendental acontecimiento que tuvo lugar el 7
de diciembre: el ataque japonés a Pearl Harbour, y, con él, a
los Estados Unidos de Norteamérica.
A pesar de todo, Berlín recibió con grandes muestras de júbilo el audaz golpe de mano japonés. Por un momento, Hitler
dejó de pensar en las consecuencias que implicaba una declaración de guerra a los Estados Unidos; en el fondo, no dejó de
alegrarse, convencido como estaba de la relativa superioridad
del Japón. El nacionalsocialismo, ya desde su período fundacional, sentía gran inclinación hacia este país a través de Rudolf Hess y del profesor Karl Hausofer, experto en geopolítica
y apasionado admirador del Japón. Y en aras de este nuevo
afecto, el régimen sacrificó la tradicional amistad alemana
con China. Hasta el momento, si bien con evidente pena y sin
consideración a su hipersensible prestigio, Hitler había hecho
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lo posible para no incomodar al presidente Roosevelt, partidario de la intervención, a fin de no servirle una razón fundada para meter baza en el conflicto, cual era la opinión de la
mayoría de los norteamericanos, es decir, tomar parte en la
contienda al lado de los ingleses. No tardaron en transcurrir
aquellos días de jubilosa alegría ante el paso fatal dado por
los japoneses, que significaba la guerra con los Estados Unidos en un plazo inmediato, y amenazaba con destruir el espíritu que hizo posible el Pacto Tripartito. Por otra parte, sin
embargo, la sobre-valoración inicial del poderío japonés quedaba completada, y aun superada, por el correspondiente menosprecio de la potencia norteamericana.
En aquel cañamazo de alianzas y enemistades, tejido en las
páginas de Mein Kampf, los Estados Unidos apenas representaban un papel de importancia. No se tenía en cuenta el cambio decisivo que se operó en 1918 con la aparición de las tropas norteamericanas en el campo de batalla galo. El resultado
adverso de las armas alemanas en la Primera Guerra Mundial
se imputó a la tradicional «puñalada por la espalda»; según
esta versión los ejércitos alemanes no fueron derrotados en el
campo de batalla sino en la retaguardia. En la Segunda Guerra Mundial, Hitler disponía de gran cantidad de datos relativos al potencial norteamericano, pero siempre tomó a broma
esas cifras tan increíbles y fantásticas. Su error fue considerar
a los Estados Unidos al menos de cara al exterior , como
una quantité négligeable; el éxito de la invasión al continente
europeo le demostró todo lo contrario. A fines de 1941, al adquirir el conflicto proporciones a escala mundial así había
llegado, «su guerra» , significó un golpe para su giganto-manía, en todos los terrenos, como manifestó en el Reichstag el
11 de diciembre, con motivo de la declaración de guerra. Sin
embargo, siguió dando gracias a la Providencia por haberle
deparado la suerte de vivir este momento decisivo para el
próximo milenio de la Historia Mundial.
El año 1941 representó el punto álgido del drama; así lo demostró el desarrollo de los acontecimientos, puesto que su
prolongación no influyó en el epílogo, planteado ya en dicho
año crucial. El primer invierno de la campaña rusa (1941-
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1942), trajo kas primeras derrotas para los hasta entonces invictos ejércitos alemanes; con todo, para el generalísimo Hitler representó el triunfo absoluto sobre sus generales. En la
actualidad no se pone en duda cuan grande fue la decepción
del soldado alemán ante la marcha de la campaña y su temor
al invierno ruso, para el que no se hallaba debidamente preparado; la dura e inesperada ofensiva enemiga amenazaba
con derrumbar al Führer, tanto física como moralmente. Por
ello, la mayor parte de los altos jefes militares exigían una inmediata rectificación en el frente oriental.
De ordinario suele ponerse en duda teniendo en cuenta el
referido estado físico y anímico de la tropa, si la posibilidad
de tal rectificación del frente hubiera sido posible, caso de haberse ordenado. No obstante, Hitler, procedió con energía;
separó de sus cargos a algunos de sus altos jefes militares, y
tomó el mando absoluto del Ejército,en la esperanza de ahuyentar el fantasma amenazador de la «Grande Armée» de Napoleón, de 1812. Ante el influjo de su descomunal y sugestiva
fuerza de voluntad, y con evidente menosprecio de las más
elementales reglas de la estrategia, se opuso a la retirada voluntaria; ordenó mantener el frente oriental a toda costa, evitando con ello que éste se derrumbase entre la nieve y el hielo, para lo cual no vaciló hacer dimitar a expertos jefes militares, sin la menor consideración. Sin embargo, se imputa a Hitler y en gran parte con razón, que haya acaparado dicho
éxito, aplicándolo de continuo como un remedio eficaz, cuando los ejércitos alemanes, después de las resonantes victorias
de 1942, comenzaron a batirse en retirada en todos los frentes de combate.
De todos modos, es evidente que al terminar el verano de
1942, Hitler se encontraba en la cúspide de su poder. Pero,
¿de qué modo en esa época se barruntaba la catástrofe inminente? Las anteriores victorias de Hitler se convirtieron en algo irreal y superfluo. Desde los Pirineos al Cáucaso, desde el
Cabo Norte hasta el Nilo, su voluntad era ley suprema. Pero,
¿qué quedaba de ese nuevo orden de Europa, el que habría de
aplicarse una vez alcanzada la victoria? ¿Dónde queda un
«Code Napoleón», por ejemplo, que un siglo después pudiera
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atestiguar la buena disposición del vencedor? No se produjo
nada parecido, toda vez que sus planes respecto a la conquistada Europa reposaban en tres puntos: desmembración, dominación y depredación. «En la actualidad, las apariencias se
han humanizado.decía el segundo de a bordo. Sin embargo, sólo pienso en saquear, y a fondo...»
Con esta idea, Europa no era para Hitler sino un gigantesco
depósito de materias primas y hombres, depósito que él dispondría a su conveniencia y en determinadas formas de dominación. Nadie quedaba exento de temor. Dicha escala variaba desde la «sangrienta represión», y con ella la «anexión» al Reich de acuerdo con los postulados nazis de los
pueblos catalogados en diferentes estadios, el último de los
cuales, los «infrahombres», se condenaría a trabajos forzados
y, en el mejor de los casos, a ser diezmados. El estrato inferior lo constituirían los pueblos del Este, para los que preparaba una dominación colonial a la antigua usanza.
La línea hitleriana era tan sencilla como brutal. No se trataba
aquí decía él de intentar la ger-manización de los pueblos
sometidos, pues los «infrahombres» eran considerados como
auténtica basura. Buen ejemplo de ello lo constituye el hecho
de suprimir los indicadores de pasos a nivel; y cuanto más
afectados de enfermedades se viesen dichos habitantes, mayores bajas habría entre ellos, con el consiguiente júbilo del
vencedor. Pues el conocimiento de las señales de tráfico, los
rudimentos de la cultura y por último el temor al amo alemán, eran condiciones indispensables. En las escuelas, la enseñanza no rebasaría el nivel más elemental. Prestar demasiada atención hacia los habitantes y al fárrago cultural era
ostensiblemente absurdo. Planteada así la receta, no quedaba
más que su puesta en práctica. A este tenor, los pueblos serían colonizados, descolonizados, aniquilados, desmembrados; los pequeños sátrapas construirían su propia política
y se enzarzarían en sus querellas particulares. Rosenberg, el
ministro del Este, era débil y sería rebasado por todos, pero el
Führer, ocu-padp sólo en las grandes cosas, seguiría la política en sus líneas generales. Así entendía Hitler ese caos. De
vez en cuando efectuaría breve visita de inspección, para
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comprobar que su política no se apartaba de las líneas trazadas, líneas que tendían a procurar para el Reich la mayor
cantidad posible de víveres, materias 'primas y mano de obra.
Al intentar analizar detenidamente la situación desde el punto de vista hitleriano, se ha llegado a la conclusión de que el
dictador tenía planteado ante sí un auténtico dilema; de un
lado existía la política oriental, y de otro, la política de erigir
una Gran Alemania. Para ello, se procedió a la caza de millones y millones de trabajadores forzados, con destino a la industria de armamento, que llegó a cifras fantásticas en el año
1944, no obstante las tremendas destrucciones diarias que le
infligía la guerra aérea. Y de este análisis se desprende la verdad incontrastable de que Hitler no tenía plena conciencia en
decidirse a resolver el dilema. Toda su fraseología acerca de
una nueva Europa no eran sino discursos del momento, o en
todo caso una cortina tras la que ocultar sus fracasos militares.
Así, la dominación hitleriana pasó por Europa como un espectro, sin dejar otro rastro que un fanatismo exacerbado en
algunos cerebros fantasiosos; es la historia de los acontecimientos del devenir alemán en los dos años y medio que van
desde otoño de 1942 a la primavera de 1945. Mientras tanto,
su sistema se hundía en un inmenso caos sangriento; fueron
años de apatía para Hitler llenos de inacción en cuanto a
asuntos de envergadura; años que, de otra parte, vieron su intromisión en ridiculas cuestiones de detalle. Básicamente, Hitler ya no actuaba; se limitaba a esperar a que algo importante aconteciese, a que su Providencia le sacase del atolladero.
Su estrategia de ganar tiempo seguía reclamando incontables
víctimas, aunque visto desde el ángulo técnico, no sea el número tan importante corno se ha querido demostrar a los
pocos años del hundimiento, siempre que sólo se tenga en
consideración la referida táctica de ganar tiempo.
Si leemos entre líneas la esencia del mito hitleriano, observamos que la guerra no podía haberse perdido, si el Führer, con
sus ideas confusas, no se hubiera inmiscuido en los planes de
su Estado Mayor. Con sus absurdas intromisiones, convertía
dichos planes en poco menos que inutilizables, o los demora-
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ba y ese es otro aspecto de la cuestión al denunciar la traición de sus aliados o de elementos de sus propias filas. Porque una cosa aparece clara: la culpa siempre era de sus aliados y colaboradores, los cuales traicionaban o saboteaban lo
que según él era una acertada dirección de la guerra. Pero militarmente hablando, a partir de 1941 la guerra no podía ganarse; bajo el mismo aspecto, tampoco fue posible antes, no
obstante la serie de triunfos. La guerra, y sus consecuencias,
eran el resultado de su política, y sólo por los caminos de la
política hubiera podido intentarse en 1941 salir del caos.
No existe duda acerca de la urgente necesidad de ello. Un motivo para tal proceder lo ofrecía la campaña de Rusia en verano y otoño de 1941, tal vez el primer acontecimiento definitivo que señaló la cima del poder político-militar del Reich,
que se prolongó hasta fines de 1942, fecha ya en la que no cabía hacer marcha atrás. En noviembre de este mismo año,
tres acontecimientos importantes señalaron el indudable
cambio de signo de la contienda. En el Mediterráneo (donde
Hitler, después de su doloroso fracaso en Creta, se pronunció
con mayor empeño contra la proyectada operación anfibia para la conquista de Malta, en oposición a muchos de sus generales, y en particular de sus almirantes, que tenían confianza
en sus planes bélicos), el 4 de noviembre, el mariscal Rommel había llegado a El Alamein, a 80 kilómetros de Alejandría y el Nilo, pero fue rechazado y tuvo que emprender la
retirada hacia el Oeste. Cuatro días más tarde, las fuerzas
aliadas ponían pie en el norte del continente africano, iniciando con ello la guerra terrestre. Y por último, el 22 de noviembre, los rusos cercaron en el Volga al 6." Ejército alemán, y no
tardaron en romper el frente del Don, circunstancia que, a
dos meses vista, debido a la terquedad de Hitler, condujo a
las tropas alemanas a la hecatombe de Stalingrado.
A ello hay que añadir otros acontecimientos no menos decisivos. Tenemos, por ejemplo, la actuación de la «Luftwaffe», y
sus errores básicos en 1937, cuando planteó el empleo exclusivamente táctico de sus efectivos, sin montar sus operaciones desde el ángulo estratégico, cosa que se probó ya al iniciarse las hostilidades. En el frente del Oeste, la «Luftwaffe»
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desapareció prácticamente del espacio aéreo; en el Este, consumía sus escasas fuerzas en la jactanciosa promesa de Goering de abastecer a los combatientes de Stalingrado y de otras
grandes bolsas. En el mismo año, tuvo lugar en el territorio
del Reich el primer ataque aéreo enemigo, con la participación de más de un millar de bombarderos; con ello comenzaba la danza macabra de las ciudades alemanas, que Hitler se
negó obstinadamente a admitir hasta el mismo fin. El ritmo
de la caída hacia el abismo se aceleró a pasos agigantados,
una vez consumada la derrota alemana en el terreno científico, en especial en la cuestión del radar, que probó sus efectos
contundentes tanto en el mar como en el aire.
En 1939, la lucha contra la Marina mercante británica estaba
en su apogeo, pero no se contaba con el suficiente número de
sumergibles, al menos en la cantidad requerida para remachar la victoria y convertirla en decisiva. Entretantp, y no obstante esa deficiencia, las cifras de hundimientos seguían su
curso ascendente más de seis millones de toneladas de registro bruto en 1942, pero era ya demasiado tarde; las pérdidas de submarinos iban también en aumento, tanto que el
año siguiente representó prácticamente la estrangulación de
la flota submarina alemana. Las cosas no andaban mejor en
el Lejano Oriente, muy distintas, desde luego, a como habían
imaginado los fervientes admiradores del Japón.
Tanto en el Indico como en el Pacífico, la situación se había
equilibrado en abril de 1942, después de cinco meses de sorprendentes y victoriosas operaciones niponas. Los Estados
Unidos, con sus batallas aeronavales en el mar de Coral y las
islas Midway, de mayo a junio, detuvieron el avance japonés
a las puertas del continente australiano y del archipiélago de
las Hawai. 93
Sin embargo, Hitler (que desde entonces sólo pensaba en
operaciones locales limitadas, excepción hecha de la emprendida en Kursk), ni en 1943, ni por descontado en 1944, contaba con un plan ofensivo. No hacía sino esperar.
Hitler con Heinrich Himmler, Jefe de las SS, en los ultimos dias
paseando por el Obersalzberg
93
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Y sin embargo, hasta en un cerebro tan rudimentario como el
de Heinrich Himmler, brillaba la idea de que debía existir un
camino para salir de este conflicto. Pero el orgullo y la confianza de Hitler en su misión, no permitían a los demás la menor iniciativa en este sentido, cosa que llevó a la castración
más completa de la política exterior alemana. No contento
con su inactividad, impedía también la de sus colaboradores,
con la altivez propia del pobre que rechaza la mano que se le
tiende. Cualquier trato con el adversario sólo podía pensarse
en dirección Este.
Sólo allí lo mismo que en la Alemania de Hitler, ya lo habían puesto en práctica varias veces, se podía imprimir al timón un giro de 180 grados. Sin embargo, no cabía duda de
que el mando soviético, desde el invierno de 1942-1943 y de
nuevo en el verano de 1943, exploró el terreno para unas posibles negociaciones con Alemania. Las bases parí este insólito acercamiento eran, por una parte, el deseo de los rusos de
salir lo antes posible del conflicto, para prepararse en el inevitable enfrentamiento con las potencias capitalistas; y por
otra, el temor a la creciente amenaza china, cuyo pujante aumento demográfico amenazaba las fronteras asiáticas de la
Unión Soviética.
Pero Hitler no supo tejer la trama. Pensaba en la empresa
con demasiada cautela y temía los posibles riesgos que de ella
podrían derivarse.
De un lado bien podría tratarse de una simple provocación,
con el objetivo de enfocar en el presente estado de cosas
las conversaciones contando con la debilidad de la situación
alemana, y comprometer a Hitler a una paz. Por otro lado, el
dictador alemán pensaba que los soviets, al obtener sin lucha
las zonas dominadas aún por los alemanes, asestarían desde
una posición más favorable el golpe de gracia al Reich. Había
otra cosa a considerar: Las relaciones entre los aliados a fines
de noviembre y principios de diciembre de 1943, manifestadas en la Conferenca de Teherán. Hitler, aun cuando
confiaba en que surgiera entre ellos la chispa de la disidencia,
se dio cuenta de que de ella no resultaría otra cosa que el
hundimiento definitivo del pueblo alemán. Renunció, pues, a
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efectuar un sondeo en este sentido para averiguar si este camino de la paz podía ser transitable. Sin embargo, su orgullo
recalcitrante y sus imaginarias esperanzas de un triunfo militar que le situara en condiciones más favorables para la negociación se lo prohibían. Se ha dicho ya que Hitler no era un
auténtico estadista, sino un aventurero, un jugador que exponía su caudal consistente en la vida y bienes ajenos en el
juego de la ruleta mundial, obsesionado con la esperanza de
que el azar le deparase la suerte en la última tirada.
Así, del fracaso de la anunciada invasión en un frente que
se extendía desde el golfo de Vizcaya al cabo Norte. Hitler
esperaba el hundimiento del espíritu combativo anglosajón.
Su obstinación en mantenerse en Túnez terminó en una catástrofe, cuya magnitud corre parejas con la de Stalingrado.
Los anglonorteamericanos pusieron pie en Sicilia y luego en
la bota italiana. En el Este, los ejércitos alemanes tuvieron
que pasar de nuevo en su retirada el Donetz, el Dniéper, el
Bug y el Dniéster y abandonar Polonia oriental y Rumania.
En el Oeste, las tropas se consumían en la espera del desembarco aliado. Y, naturalmente, Hitler también aguardaba. La
invasión aliada, planeada desde 1942, se materializó por fin
en junio de 1944. Constituyó un éxito en las cuatro zonas
donde tomaron tierra las tropas de desembarco. Y si éstas no
obtuvieron, de momento, los triunfos que cosecharon más
tarde, ello se debió de nuevo a la intuición estratégica de Hitler, quien, dos meses antes de producirse el desembarco, lo
había previsto en la zona de Norman-día, mientras que Rommel y Rundstedt, de acuerdo con los servicios de información, se inclinaban por la zona del Paso de Calais (ante la
cual, por cierto se produjo la gran maniobra diversiva de los
aliados). Aun cuando se tomaron las medidas defensivas pertinentes, éstas se mostraron ya algo tardías. La espera nerviosa en el Paso de Calais, así como el menosprecio a la potencia
de las fuerzas aliadas, hicieron que el mando alemán conside
rase la empresa de Normandía como una finta, se siguió esperando la embestida principal entré Calais y El Havre, zona defendida por el 15.° Ejército en peso, que aguardaba, inactivo,
el momento de entrar en combate.
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Es necesario destacar que se cometieron diversos errores tácticos al plantear la defensa contra la invasión, aunque no puede descartarse la posibilidad de un caso ideal en el que, no
obstante el dominio marítimo y aéreo del enemigo, fuera posible el triunfo de las armas germanas. Sin embargo, un comandante en jefe no debe contar con dicha posibilidad; en segundo lugar, cuesta creer que los angloamericanos, con su
enorme despliegue de medios, no tuviesen adoptadas las medidas pertinentes, caso de fracasar la operación de desembarco. Y en tercer lugar incluso después del triunfo dela empresa de sus adversarios, Hitler no estaba dispuesto a abandonar la partida, aun cuando, a juicio de todos, la tuviera perdida.
Por cierto que en el curso de la batalla por la cabeza de puente aliada en Normandía, el 20 de julio, se produjo el atentado
frustrado contra Hitler. Tal vez no haya sido una ocurrencia
muy feliz el pensar que dicho golpe, si bien puso en grave
aprieto la vida del tirano, representaba el símbolo de la resistencia alemana contra su dictadura. Si analizamos a fondo la
cuestión, descubriremos que es difícil escindir del auténtico
sentimiento de resistencia de numerosas figuras descollantes
Stauffenberg, autor del atentado, era una de ellas otros
motivos menos nobles, nacidos del resentimiento personal,
de las deficiencias humanas y de un hacer o no hacer. Al estudiar las concepciones políticas de algunos de dichos personajes, se hace muy difícil comprender por qué sus pensamientos no se tradujeron en actos mucho antes de esa fecha.
A ello hay que añadir la leve desazón que se siente, aunque
diluida en ditirambos más o menos ampulosos, al saber que
hasta julio de 1944 en el sector de la «oposición militar» figuraban en puestos clave hombres que hubieran podido eliminar a Hitler con toda comodidad, siempre y cuando estuviesen dispuestos a dejar la propia vida en el intento. Pero
existe el hecho incontrovertible de que, al parecer, ninguno
estaba dispuesto a llevar a cabo la acción, no obstante sentir
su necesidad, hasta que se produjo en forma de una bomba
introducida clandestinamente, que por una de aquellas casualidades tampoco completó su tarea. Hubo de ser un lisiado
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quien se convirtiera en el auténtico motor de la empresa, y
además en el ejecutor práctico, aunque por desdicha le fallase
la segunda, última y decisiva mitad del plan. Sobre tal hecho
se proyecta una sombra que lo oscurece, y que no dejó de tener su efecto en el sentimiento de seguridad del tirano.
Por desdicha, detrás del agitado carácter simbólico del 20 de
julio, mucho que merecía salir a escena quedó entre bastidores. Tenemos como ejemplo la resistencia de los trabajadores
alemanes, que aún en la actualidad es casi desconocida en
amplios sectores de la opinión pública. Algo similar parece
haber sucedido en la oposición de la juventud alemana, que
se ha librado del olvido absoluto gracias a la entusiasta acción de los hermanos Scholl. Y no es menos digno de atención el celo de ambas partes, las primeras en constituir un
bloque de oposición ante el conformismo y oportunismo reinantes, y a las que Hitler quería «unificar» hasta que, con el
tiempo, llegase la coyuntura favorable para «ajustar» cuentas. ¿Quién recuerda ahora al cardenal, conde Galen, o los
más jóvenes y al pastor Niemóller, tan discutido en la posguerra?
Sin embargo, el 20 de julio ofrece otras facetas interesantes.
¿Cómo habría tomado Hitler se preguntarán muchos la
irrupción de los americanos en Avranches en los últimos días
de julio y su expansión por la inerme Francia, a partir de las
cabezas de puente, si el fracaso del atentado contra su vida no
le hubiese conferido aquella «seguridad indestructible» en el
cumplimiento de la misión que le había confiado la «Providencia»? En cierto modo, Hitler era supersticioso, o mejor dicho, creía en la fatalidad del destino. Por ello, sólo alquiló doce de los trece apartamentos libres del edificio de la Schellingstrasse muniquesa que desdestinó a oficinas del Partido;
hacía caso de la «voz interior», o lanzaba una moneda al aire
antes de iniciar un viaje o de tomar una decisión trascendental. Para él no cabía ningún pretexto ante las «decisiones del destino».
Conviene no perder de vista que Hitler era una especie de dominguillo, que aun sin la aparente legitimación por parte de
su «Providencia», se agarraba a cualquier clavo ardiendo,
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pues no quería ni oír hablar de la realidad. Vivía en una sutil
atmósfera de engaño consciente, en el mundo ilusorio de sus
inacabables monólogos. Si uno se pregunta, por ejemplo, qué
esperaba el nuevo trato con tratar de ganar tiempo, cuando a
diario se consumían miles y miles de vidas humanas, sólo
existe una respuesta fulminante para ese hombre y su sistema: nada.
Frente a la piedra de toque del programa aliado, la rendición
incondicional nacida en la mesa de desayuno de Roosevelt, las armas V-l y V-2 constituían las ballenas más sólidas en el corsé propagandístico del doctor Goebbels. Pero nadie mejor que el propio Hitler sabía que tanto las V-l como
las V-2 se hallaban en estado de experimentación y que, pese
al barullo de la propaganda, no pasaban de ser simples juguetes peligrosos. Igual consideración merecen el electro-submarino y el caza a reacción por importantes que sean como
descubrimientos en sí, surgidos en una etapa de la contienda en la que la limitada producción de dichos elementos impedía equilibrar el fiel de la balanza. Por último, consideraba
imposible cualquier oportuna ruptura en la coalición enemiga, cual reedición del milagro de la Casa de Brandeburgo, milagro en que creían algunos de sus colaboradores, y que Hitler, algunas veces, trataba de difundir en sus «tratamientos
hipnóticos». No; no había nada en los últimos meses que diese un atisbo de sentido a su comportamiento... a no ser el goce de la destrucción, el deseo de que con él se hundiera lo
más posible, y su alborozo ante el espectáculo del pavoroso
infierno europeo.
El 20 de noviembre de 1944, Hitler abandonó su «guarida del
lobo» en Rastenburg. El Ejército Rojo se hallaba ya desde hacía unos meses, no en el Vístula, sino en las fronteras de Prusia oriental. Ante esta situación, Hitler ordenó la ofensiva de
las Ardenas el 16 de diciembre, la primera de una serie de maniobras similares. Desde el punto de vista del equilibrio de
fuerzas, la operación no podía ser más grotesca, aun cuando,
de momento, surtió cierto efecto, que al fin se convirtió en un
simple alfilerazo para las fuerzas angloamericanas; éstos,
frente a Stalin, sólo pudieron jugar en Yalta cartas de escaso
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valor. Sin embargo, la situación quedó restablecida antes de
un mes, y el siguiente empujón hitleriano de Noche Vieja, por
insignificante, apenas dio que hablar.
El 12 de enero, los soviéticos partieron de sus posiciones del
Vístula para iniciar su grandioso salto hasta el Oder, que efectuaron en once jornadas llevándose por delante no sólo el
ejército alemán oriental, sino a millones de desesperados fugitivos civiles. El Ejército Rojo tomó cumplida venganza por
los años de crueldad sufridos durante la ocupación alemana.
Hitler titubeó aún algún tiempo antes de admitir la realidad;
después, cual moderno Job, ya no podía rechazar las calamitosas noticias que le llegaban. El eterno viajero abordó por última vez su tren especial, camino de Berlín, adonde llegó el 16
de enero. En un tiempo quiso sustituir por «Germania» el
nombre de la metrópoli de su Gran Reich alemán; ahora, tanto el Reich como su capital eran un informe montón de escombros. Organizó su Cuartel General en la Cancillería, donde una docena de años atrás había penetrado como triunfador. Excepto un corto viaje en automóvil a mediados de marzo, y algunas visitas a la casa de Goebbels, ya no abandonaría
jamás el edificio.
Quien entonces hubiera visto a Hitler por primera vez desde
los últimos cuatro años, le habría resultado difícil reconocerle. Se había convertido en una auténtica ruina. Hitler era un
hombre enfermo de gravedad. Desde hacía algún tiempo padecía de insomnio y de trastornos intestinales; en la primavera de 1942 aparecieron los primeros síntomas de paralysis
agitans, o enfermedad de Par-kinson. En su caso se trataba
de una dolencia degenerativa de ciertas zonas del cerebro
que no hay que confundir con la parálisis progresiva de origen sifilítico, que se manifestó en forma de agudas crisis
nerviosas de la voluntad y úe la vida afectiva, que degeneraron en figuraciones de tipo paranoico.
Los síntomas iniciales de su dolencia se patentizaron a principios de 1942. a raíz de las primeras derrotas, por medio de
una intensa sensación de vértigo. A principios de 1943 - despues de la batalla de Stalingrado (los componentes afectivos e
histéricos de la enfermedad se aprecian claramente) co-
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mienza el débil, pero progresivo, temblor de ambas extremidades del costado izquierdo, hasta que dejó de utilizar el brazo que mantenía rígido junto al cuerpo, o que intentaba sujetar con la mano derecha. La bomba del 20 de julio, que le
produjo leves heridas en las extremidades del lado derecho,
ocasionó una sorprendente mejoría en el costado enfermo,
mejoría que apenas duró un par de meses. En el invierno de
1944-1945, se reprodujeron los antiguos dolores; el brazo y la
pierna izquierdos eran poco menos que inútiles. El ánimo del
dictador acusaba claramente las huellas de la dolencia: le fallaba la memoria, muchas veces no acababa de captar determinado problema, y su conversación privada se volvía cada
vez más monótona e insustancial, limitándose en su mayor
parte a temas como el adiestramiento de perros y cuestiones
dietéticas.
Aparecía encorvado, la cabeza vacilante y temblorosas las extremidades; la piel color ceniza, el rostro hinchado, el cuerpo
aletargado... Así paseaba ahora el Führer del Gran Reich alemán, con movimiento torpe y retardado, por el fantasmagórico escenario de la semiderruida Cancillería. En las pocas
publicaciones que aún aparecían, las fotografías del Führer
eran de tiempos pasados, cuando aún estaba en la plenitud
de sus energías. Sin embargo, al igual que antaño se mostraba sin las gafas que siempre había empleado para leer,
ahora debía aparecer sin las muletas que le permitían sostenerse. Y por extraño que parezca: aún anidaba en esa ruina el
famoso magnetismo personal que tantas personas había
atraído a su senda. Todo aquel que en las postreras semanas
acudía a verle para intentar convencerle de la necesidad de
poner punto final a la guerra aun cuando, a su juicio, sabía
que la victoria era un sueño regresaba a ocupar su puesto
para seguir adelante.
Entretanto, esas posiciones ya se habían perdido. El 23 de
marzo las tropas angloamericanas cruzaron el Alto y Bajo
Rhin, en su última ofensiva. A estas alturas nadie sentía el
menor deseo de exponer la vida, de modo que avanzaban con
todo lujo de precauciones, procurando respetar en lo posible
los tesoros culturales y las vidas humanas. Sin embargo, el
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pueblo alemán sentía terror ante el futuro y ante los restos
del hechizo del brujo. Los aliados del Tercer Reich, comenzando por Italia, habían caído ya uno tras otro, avergonzados
del Hitler que veinte años atrás se había mofado del «fantástico sentimentalismo de la unión de los Nibelungos con el cadáver estatal habsburgués». Ahora, los últimos regímenes
emigrantes huían de una ruarte a otra de Alemania, ante el
avance victorioso de los aliados occidentales y del Ejército
Rojo.
Hitler se encontraba solo, a excepción de unos cuantos cortesanos y de Goebbels, el gran demagogo profesional, a quien
no le quedaban ya demasiadas ideas. El Führer había dicho
adiós a la vida y ahora sólo se ocupaba en fabricar su gloria
postuma. Los hombres de primera fila se habían separado ya
de él: Goering, el ambicioso y saciado mercenario de los primeros tiempos, trataba de eludir el inevitable final, y sus funestas consecuencias; el «fiel Heinrich» buscaba ahora establecer contacto con el adversario, sin preocuparle el hecho de
que, durante muchos años, representó la coartada de su Führer. Hitler permanecía fiel a lo anunciado en el del 1 septiembre de 1939: que había «una» palabra que no se había molestado jamás en aprender: capitulación.
El viernes, 13 de abril, Hitler recibió la noticia de la muerte
de Roosevelt, su más encarnizado enemigo. Goebbels la celebró bebiendo champaña. ¿Significaría esa muerte para Hitler,
lo mismo que para Federico el Grande la desaparición de la
zarina Isabel? Si el milagro se produjese... Pero el reloj se había detenido ya. Tres días después, el mariscal Zukov puso en
marcha a sus hombres, iniciando la gran tenaza desde el
Oder, mientras los americanos llegaban al Elba por Magdeburgo el 2 de abril. Se iban cerrando así las pinzas envolventes. El 20 de abril, el rodillo ruso se ponía en marcha sobre la capital alemana, pero el pueblo en tanto le fuese posible, debía celebrar el último «cumpleaños del Führer»: su
56.° aniversario.
Ya no se organizaban desfiles; bastaba con una simple «fiesta
en privado». Entretanto, el infatigable Goebbels se desgañitaba ante el micrófono, y declaraba a «Hitler» como al «hom-
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bre del siglo» y «único representante digno de su época»; el
«hombre de verdadera grandeza secular que seguiría su camino hasta el fin», aun cuando dicho camino ya no fuera muy
claro para el homenajeado. Se hablaba de buscar cobijo en los
Alpes y, desde allí, proseguir la lucha. Dos días después de su
cumpleaños, Hitler sorprendió a su cortejo al poner las cartas
boca arriba y anunciar que el juego había terminado.
¿Qué había sucedido? ¿Sofocó tal vez un motín entre sus desilusionados cortesanos? Fuera de su alcance, en Baviera y en
Schleswig-Holstein, dos de sus más fieles servidores se habían retirado a escape; pero en la Corte sucedía justamente lo
contrario. Cuantos le rodeaban, asustados y con el petate liado, pululaban en torno al grande. ¿Qué haría el Führer?
¿Pensaba arrastrar a todos en su caída? Esto no era posible. Y
todos le suplicaban que lo mejor sería largarse al sur del país
y buscar refugio en el formidable reducto alpino, pues una
vez allí todo marcharía bien... Federico el Grande en la Guerra de los Siete Años, la zarina muerta a tiempo...
Pero Hitler rehusó. Le había tomado mucho tiempo decidirse
y debía permanecer fiel a sí mismo. Llegado ya el fin de la carrera se disponía a tomar medidas de cara al futuro histórico.
Llamó a un escribano y contrajo matrimonio con su Tschapperl en la mañana del 29 de abril. La situación podía ser tenebrosa, pero todo quedaba resuelto con un bello desenlace
burgués. Después de la ceremonia, el flamante novio tomó
asiento y dictó su testamento.
El texto del documento a menos que se atribuya al espíritu
trastornado de su autor constituye el mejor argumento en
contra de cualquier neonazismo. Cuando el propio Hitler
abandonó el juego, ese absurdo póquer de un poseso
irreflexivo, lo hizo bajo la antigua máxima del «ancien ré-gime»; «Después de mí, el Diluvio»; con una catarata de frases
ampulosas a una «resistencia implacable». Pero ese mismo
pueblo le importaba un comino como había manifestado
más de una vez, puesto que había demostrado su debilidad
y debía desaparecer; era digno de ser aniquilado. Así veía el
final este ínclito patriota y nacionalista, este apasionado ídolo
de una nación, al que por último, con su orden de destrucción
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de 19 de marzo de 1945, privaba deliberadamente de los
«elementos básicos para la más primitiva subsistencia».
Y en aquel 29 de abril Hitler había recibido ya la noticia del
trágico fin de Mussolini, mandó llamar a un veterinario para que envenenase a Blondi, su perra pastor. Al día siguiente
inició las despedidas. Y a las tres de la tarde sonó un disparo
en el apartamento de Hitler del llamado «bunker del Führer», detrás de la vieja Cancillería. Sentado en un sofá, el
oriundo de Braunau se había disparado un tiro en la boca; su
mujer, muerta por envenenamiento, yacía junto a él. Sólo el
corpulento Friedrich fue testigo del fin de ese nihilista, que
doce años antes, precisamente encima de su sarcófago actual,
la Cancillería, había jurado consagrarse a la empresa que ahora había tocado a su fin.
Envuelto en una manta, el cuerpo de Hitler fue llevado al jardín. Allí, a la salida del «bunker», cerca de una hormigonera,
había una poza donde días atrás se preparaba el material que
se emplearía en reforzar la cubierta del «bunker». En ese sucio agujero se arrojó el cuerpo de Adolf Hitler, junto con el de
su esposa. A continuación se les roció con un centenar de litros de gasolina (en vida había mandado producirla por millones de litros; ahora hubo dificultades en reunir tan parca
cantidad), hasta constituir una minúscula laguna con el combustible. Y Goebbels, servicial como de costumbre, sacó una
caja de cerillas y prendió fuego a un trapo viejo, que fue arrojado a guisa de tea.
Los pocos asistentes al entierro de su Führer (los miles y decenas de miles del «Circo Krone», el Palacio de los Deportes,
del Día del Partido, habían muerto o estaban muy ocupados),
levantaron el brazo derecho en un saludo que se ha dado en
llamar «alemán», cuando lo cierto es que fue importado de
Italia. Acto seguido se apresuraron a volver al «bunker». Era
cuestión de salvar el pellejo; los «buenos tiempos» se habían
ido para siempre. Además, la estancia en el jardín, mejor dicho, en el «antiguo» jardín, no era muy grata, a causa de las
granadas que estallaban por doquier. La linca principal de defensa discurría ya por la Potsdamer Platz. La artillería rusa,
emplazada en el Zoológico, parecía saludar con sus salvas los
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funerales de Adolf Hitler.
Dos jornadas más, y todo quedaría en silencio, hasta la aparición de las vanguardias victoriosas, el estrépito de las orugas
de sus carros de combate, las monótonas pisadas de las columnas de prisioneros en marcha hacia el Este, camino del
cautiverio; hasta los gritos de terror de las mujeres, y el derribo de las ruinas... De todos modos, Hitler había cumplido
una de sus promesas: «Alemania quedará desconocida.»
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Biografia Adolfo Hitler
Fechas: Braunau, Bohemia, 1889 - Berlín, 1945
Máximo dirigente de la Alemania nazi. Tras ser nombrado
canciller en 1933, liquidó las instituciones democráticas de la
república e instauró una dictadura de partido único (el partido nazi, apócope de Partido Nacionalsocialista), desde la que
reprimió brutalmente toda oposición e impulsó un formidable aparato propagandístico al servicio de sus ideas: superioridad de la raza aria, exaltación nacionalista y pangermánica,
militarismo revanchista, anticomunismo y antisemitismo. 94
La doctrina del «espacio vital» y el ideal pangermánico de
unir los pueblos de lengua alemana lo llevarían a un agresivo
expansionismo; en apoyo de su política beligerante, Hitler
rearmó Alemania y reorganizó y modernizó su ejército hasta
convertirlo en una maquinaria temible. Francia y Gran Bretaña consintieron la anexión de Austria y la ocupación de Checoslovaquia, pero la invasión alemana de Polonia desencadenó finalmente la Segunda Guerra Mundial (1939-45), cuya
94
Foto Adolf Hitler
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primera fase dio a Hitler el control de toda Europa, excepto
Gran Bretaña. La fallida invasión de Rusia y la intervención
de Estados Unidos invirtió el curso de la contienda; pese a la
inevitable derrota, Hitler rechazó toda negociación, arrastró a
Alemania a una desesperada resistencia y se suicidó en su
búnker pocos días antes de la caída de Berlín.
Hijo de un aduanero austriaco, su infancia transcurrió en
Linz y su juventud en Viena. La formación de Adolf Hitler fue
escasa y autodidacta, pues apenas recibió educación. En Viena (1907-13) fracasó en su vocación de pintor, malvivió como
vagabundo y vio crecer sus prejuicios racistas ante el espectáculo de una ciudad cosmopolita, cuya vitalidad intelectual y
multicultural le era por completo incomprensible. De esa época data su conversión al nacionalismo germánico y al antisemitismo. 95
En 1913 Adolf Hitler huyó del Imperio Austro-Húngaro para
no prestar servicio militar; se refugió en Múnich y se enroló
95
Foto Hitler hacia 1933
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en el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial
(1914-18). La derrota le hizo pasar a la política, enarbolando
un ideario de reacción nacionalista, marcado por el rechazo
al nuevo régimen democrático de la República de Weimar, a
cuyos políticos acusaba de haber traicionado a Alemania
aceptando las humillantes condiciones de paz del Tratado de
Versalles (1919).
De vuelta a Múnich Hitler ingresó en un pequeño partido ultraderechista, del que pronto se convertiría en dirigente principal, rebautizándolo como Partido Nacionalsocialista de los
Trabajadores Alemanes (NSDAP). Dicho partido se declaraba
nacionalista, antisemita, anticomunista, antiliberal, antidemócrata, antipacifista y anticapitalista, aunque este último
componente revolucionario de carácter social quedaría pronto en el olvido; tal abigarrado conglomerado ideológico, fundamentalmente negativo, se alimentaba de los temores de las
clases medias alemanas ante las incertidumbres del mundo
moderno. Influido por el fascismo de Mussolini, este movimiento, adverso tanto a lo existente como a toda tendencia de
progreso, representaba la respuesta reaccionaria a la crisis
del Estado liberal que la guerra había acelerado.
Sin embargo, Hitler tardaría en hacer oír su propaganda. En
1923 fracasó en un primer intento de tomar el poder desde
Múnich, apoyándose en las milicias armadas de Ludendorff
(«Putsch de la Cervecería»). Fue detenido, juzgado y encarcelado, aunque tan sólo pasó en la cárcel nueve meses, tiempo
que aprovechó para plasmar sus ideas políticas extremistas
en un libro que tituló Mi lucha y que diseñaba las grandes líneas de su actuación posterior.
A partir de 1925, ya puesto en libertad, Hitler reconstituyó el
Partido Nacionalsocialista expulsando a los posibles rivales y
se rodeó de un grupo de colaboradores fieles como Goering,
Himmler y Goebbels. La profunda crisis económica desatada
desde 1929 y las dificultades políticas de la República de Weimar le proporcionaron una audiencia creciente entre las legiones de parados y descontentos dispuestos a escuchar su
propaganda demagógica, envuelta en una parafernalia de
desfiles, banderas, himnos y uniformes.
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El Tercer Reich
Combinando hábilmente la lucha política legal con el uso ilegítimo de la violencia en las calles, los nacionalsocialistas o
nazis fueron ganando peso electoral hasta que Hitler (que
nunca había obtenido mayoría) fue nombrado jefe del gobierno por el presidente Hindenburg en 1933. Desde la Cancillería, Hitler destruyó el régimen constitucional y lo sustituyó
por una dictadura de partido único basada en su poder personal. Se iniciaba así el llamado Tercer Reich (el Tercer Imperio
alemán, tras el Sacro Imperio del medievo y el Imperio de
1871, desaparecido con la Primer Guerra Mundial), que no
fue sino un régimen totalitario basado en un nacionalismo
exacerbado y en la exaltación de una superioridad racial sin
fundamento científico alguno (basado en estereotipos que
contrastaban con la ridícula figura del propio Hitler).
Tras la muerte de Hindenburg, Hitler se proclamó Führer o
«caudillo» de Alemania y sometió al ejército a un juramento
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de fidelidad. La sangrienta represión contra los disidentes
culminó en la purga de las propias filas nazis durante la «Noche de los Cuchillos Largos» (1934) y la instauración de un
control policial total de la sociedad, mientras que la persecución contra los judíos, iniciada con las racistas Leyes de Núremberg (1935) y con el pogromo conocido como la «Noche
de los Cristales Rotos» (1938), conduciría al exterminio sistemático de los judíos europeos a partir de 1939 (la «Solución
Final»).
La política internacional de Hitler fue la clave de su prometida reconstitución de Alemania, basada en desviar la atención
de los conflictos internos hacia una acción exterior agresiva.
Se alineó con la dictadura fascista italiana, con la que intervino en auxilio de Franco en la Guerra Civil española (193639), ensayo general para la posterior contienda mundial; y
completó sus alianzas con la incorporación del Japón en una
alianza antisoviética (Pacto Antikomintern, 1936) hasta formar el Eje Berlín-Roma-Tokyo (1937).
Militarista convencido, Hitler empezó por rearmar al país para hacer respetar sus demandas por la fuerza (restauración
del servicio militar obligatorio en 1935, remilitarización de
Renania en 1936); con ello reactivó la industria alemana, redujo el paro y prácticamente superó la depresión económica
que le había llevado al poder.
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Luego, apoyándose en el ideal 96pangermanista, reclamó la
unión de todos los territorios de habla alemana: primero se
retiró de la Sociedad de Naciones, rechazando sus métodos
de arbitraje pacífico (1933); luego forzó el asesinato del presidente austriaco Dollfuss (1934) y el Anschluss o anexión de
Austria (1938); a continuación reivindicó la región checa de
los Sudetes y, tras engañar a la diplomacia occidental prometiendo no tener más ambiciones (Conferencia de Múnich,
1938), ocupó el resto de Checoslovaquia, la dividió en dos y la
sometió a un protectorado; aún se permitió arrebatar a Lituania el territorio de Memel (1939).
La Segunda Guerra Mundial
Cuando el conflicto en torno a la ciudad libre de Danzig le llevó a invadir Polonia, Francia y Gran Bretaña reaccionaron y
estalló la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Adolf Hitler
había preparado sus fuerzas para esta gran confrontación,
que según él habría de permitir la expansión de Alemania
hasta lograr la hegemonía mundial (Protocolo Hossbach,
1937); en previsión del estallido bélico había reforzado su
96
Foto Mussolini y Hitler (Múnich, 1940)
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alianza con Italia (Pacto de Acero, 1939) y, sobre todo, había
concluido un Pacto de no agresión con la Unión Soviética
(1939), acordando con Stalin el reparto de Polonia. 97
El moderno ejército que había preparado obtuvo brillantes
victorias en todos los frentes durante los dos primeros años
de la guerra, haciendo a Hitler dueño de casi toda Europa mediante una «guerra relámpago»: ocupó Dinamarca, Noruega,
Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y Grecia
(mientras que Italia, España, Hungría, Rumania, Bulgaria y
Finlandia eran sus aliadas, y países como Suecia y Suiza declaraban una neutralidad benévola).
Sólo la Gran Bretaña de Churchill resistió el intento de invasión (batalla aérea de Inglaterra, 1940); pero la suerte de Hitler empezó a cambiar cuando lanzó la invasión de Rusia
(1941), respondiendo tanto al ideal anticomunista básico del
nazismo como al proyecto de arrebatar a la «inferior» raza eslava del este el «espacio vital» que soñaba para engrandecer a
Alemania. A partir de la batalla de Stalingrado (1943), el curEl monasterio de Lambach, donde Adolf Hitler recibió clases de
canto en 1897/98.
97
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so de la guerra se invirtió, y las fuerzas soviéticas comenzaron
una contraofensiva que no se detendría hasta tomar Berlín en
1945; simultáneamente, se reabrió el frente occidental con el
aporte masivo en hombres y armas procedente de Estados
Unidos (involucrados en la guerra desde 1941), que permitió
el desembarco de Normandía (1944).
Derrotado y fracasados todos sus proyectos, Hitler vio cómo
empezaban a abandonarle sus colaboradores mientras la propia Alemania era acosada por los ejércitos aliados; en su limitada visión del mundo no había sitio para el compromiso o la
rendición, de manera que arrastró a su país hasta la catástrofe. Después de haber sacudido al mundo con su sueño de hegemonía mundial de la «raza» alemana, provocando una guerra total a escala planetaria y un genocidio sin precedentes en
los campos de concentración, Hitler se suicidó en el búnker
de la Cancillería donde se había refugiado, pocos días después de la entrada de los rusos en Berlín.
La Primera Guerra Mundial dejó una Alemania derrotada política y económicamente. El antiguo Imperio alemán, prácticamente desmantelado, había dado paso a la República de
Weimar, pero la inoperancia de aquel sistema liberal sólo
causaría frustración, especialmente tras la crisis económica
de 1929. Las onerosas reparaciones de guerra y demás condiciones humillantes del Tratado de Versalles alimentaban en
la población un sentimiento revanchista. Todo ello, unido al
arraigo de su tradición militar y del nacionalismo romántico
según el cual el Estado era la encarnación del espíritu del
pueblo, así como ciertos hábitos autoritarios de la sociedad
alemana, constituía un excelente caldo de cultivo para la
emergencia de los nuevos totalitarismos que empezaban a imponerse en la Europa de entreguerras, como el fascismo italiano.
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Adolf Hitler 98 añadió al fascismo el orgullo racial para formar la mezcla explosiva y paranoica que galvanizaría a toda
una nación. Consiguió el apoyo de un ejército herido en su
honor; de los industriales enfrentados a los sindicatos y temerosos de la ideología marxista; de una frustrada clase media y
del proletariado «víctima de los sindicatos y de los partidos
políticos». Supo proponerles a todos la superioridad de la raza aria, única legitimada para dominar el mundo, y también
concitar en todos el odio a los judíos como elemento cohesionador. Su obra Mein Kampf (Mi lucha) se convirtió en evangelio de masas, sin ser un tratado de política, y en el libro santo de la vida e ideas del jefe supremo, sin ser ninguna confesión del autor, a pesar del título. Según lo expuesto en él, la
raza aria es superior por naturaleza; el Estado es la unidad de
«sangre y suelo»; el «Führer» (caudillo) es la encarnación del
Estado y por tanto del pueblo... Ninguna de estas ideas era
nueva, pero igualmente acabaron ocasionando la devastación
de Europa, la más cruel derrota del pueblo que las abrazó y el
98
Foto Adolf Hitler en la Cancilleria
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mayor genocidio de la historia.
Lazos de sangre
La búsqueda de unos antecedentes familiares que pudieran
justificar el desequilibrio de Hitler indujo a la construcción
de diversas historias acerca de sus orígenes. La oscuridad de
los pocos datos reales y la escasa fiabilidad de algunos de los
vertidos por él mismo en su libro Mein Kampf contribuyeron
a suscitarlas. Así, se ha especulado sobre el posible alcoholismo de su padre, sobre que éste murió confinado en un manicomio, o que su madre fue una prostituta y tuvo un abuelo judío. Ninguna de estas hipótesis ha podido probarse; sólo se
puede afirmar con absoluta certeza que Adolf Hitler nació el
20 de abril de 1889 en Braunau am Inn, pueblo fronterizo de
la Alta Austria, y que fue el tercer hijo del matrimonio formado por el inspector de aduanas Alois Hitler y su tercera esposa, Klara Pólzl.
Se supone que su abuelo paterno fue Johann-Georg Hiedler,
molinero de la Baja Austria que en 1842 se casó con una campesina, Maria Anna Schicklgruber, quien ya tenía un hijo natural de cinco años, Alois, cuyo padre no era otro, al parecer,
que el propio Hiedler, aunque no le dio su apellido. Casi cuarenta años más tarde, en 1876, Johann-Nepomuk Hiedler,
hermano del anterior, se presentó con Alois ante el párroco
de Dóllersheim y le pidió que borrase del registro la palabra
«ilegítimo» y lo inscribiera como Alois Hiedler por deseo expreso del padre. Johann-Georg Hiedler llevaba veinte años
enterrado y la madre treinta, pero el cura accedió. Al año siguiente de su legitimación, Alois cambió su apellido Hiedler,
de origen checo, por el de Hitler, de grafía similar a su fonética.
Alois Hitler había ingresado a los dieciocho años en el Servicio Imperial de Aduanas y hasta 1895 trabajó como oficial en
distintos pueblos de la frontera austrobávara. Había contraído matrimonio en 1864 con Anna Glass, mujer mucho mayor
que él que murió sin haberle dado descendencia en 1883. Un
mes después, Alois Hitler se casaba con Franziska Matzelberger, quien ya le había dado un hijo, Alois, y tres meses des-
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pués de la boda le dio una hija, Angela, la única con quien
Adolf Hitler había de mantener relación durante toda su vida,
y de cuya hija Geli Raubal llegó a enamorarse. Esta segunda
esposa fallecería también poco más tarde de una tuberculosis.
En enero de 1885, Alois Hitler 99se casó con Klara Pólzl en
terceras nupcias. En mayo nacía Gustav; tanto Gustav como
99
Foto Hitler hacia 1920
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una hija nacida en 1887 murieron en la infancia. En 1889 nació Adolf, y más tarde Paula. Adolf Hitler tenía seis años
cuando su padre se jubiló. La familia dejó entonces Passau
(su último destino), se mudó a Hafeld-am-Traun, luego a
Lambach y por último compraron una casa en Leonding, aldea en las afueras de Linz. Allí pasó Hitler su infancia, razón
por la que Linz fue considerada la «ciudad natal del Führer»
y se convirtió en centro de peregrinación nazi. Su padre murió el 3 de enero de 1903, dejando una pensión a su viuda.
Dos años después, la madre vendió la casa por diez mil coronas y se establecieron en Linz.
En el verano de 1905, el joven Adolf abandonó la enseñanza
secundaria sin pena ni gloria: su mediocre rendimiento en la
Realschule le había valido la expulsión antes de conseguir título alguno. Cuando su madre murió en 1907, se trasladó a
Viena con el dinero de la herencia. Dibujaba por afición y esperaba convertirse en un pintor académico. Se inscribió para
las pruebas de acceso en la Academia de Artes Plásticas, pero
fracasó en el examen de ingreso. Al año siguiente reunió sus
dibujos y volvió a presentarse en la Academia, pero esta vez
la institución, tras observarlos, ni siquiera lo admitió a examen.
De la milicia a la política
Fue entonces, a finales del año 1908, cuando Adolf Hitler entró en contacto con el antisemitismo a través de las teorías de
Jörg Lanz von Liebenfels. En los textos de este monje austriaco se vislumbra ya el germen de su ideología posterior: Liebenfels llamaba Arioheroiker ('héroes arios') a la raza rubia
de los señores, y los enfrentaba a los seres inferiores, los Affingen ('simiescos'), para concluir que la necesidad de diezmar a estos últimos estaba biológicamente justificada, pues
acabaría con el engendro del mestizaje.
Durante todo el año siguiente Hitler consumió una gran cantidad de esos panfletos racistas. Ya entonces vivía miserablemente, había agotado su herencia y no trabajaba; se alojaba
en una residencia para indigentes y pasaba hambre en sus vagabundeos por Viena. Desatendió los reiterados llamamien-
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tos para cumplir el servicio militar, y a los veinticuatro años
(edad en la que cesaba la obligación de ingresar a filas), cruzó
la frontera alemana, instalándose en Múnich. Ese mismo año
(1913) las autoridades austriacas averiguaron su paradero y
lo obligaron a comparecer primero en su consulado en Múnich y luego ante la comisión de reclutamiento de Salzburgo.
Allí, dado su débil estado físico, fue declarado no apto e inútil
para la milicia.
La paulatina gestación de su ideario había llevado al joven Hitler a sentir un profundo desprecio por el ejército de su Austria natal, al que juzgaba débil e irrelevante en la Europa de
aquel tiempo; admiraba, en cambio, el vigor y pujanza de las
guarniciones alemanas. 100Por ello no debe sorprender que,
tras haber eludido durante tres años el servicio militar austriaco, se enrolase voluntariamente en el ejército alemán el 16
de agosto de 1914, al poco de iniciarse la Primera Guerra
Foto Hitler (derecha) con sus compañeros de armas en la Primera Guerra Mundial
100
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Mundial.
Herido y gaseado en el frente, fue condecorado con sendas
cruces de hierro al mérito militar de segunda y de primera
clase, honor este último muy raramente concedido en un rango como el de sargento, que Hitler había alcanzado. Según
testimonios, fue un soldado valiente y se ganó pronto la simpatía de sus superiores gracias a su marcado antisemitismo.
Acabada la guerra con la humillante derrota de Alemania, Hitler vio desvanecerse la soñada grandeza de su patria adoptiva y la camaradería y demás alicientes de su vida aventurera
de soldado. Todavía permanecería dos años en los cuarteles:
fue nombrado oficial de propaganda del Reichswehr, el ejército regular, y se dedicó a predicar el ideal nacionalista y la lucha contra los bolcheviques entre los soldados, impartiendo
numerosas conferencias.
El 12 de septiembre de 1919 fue comisionado para asistir a
una asamblea del incipiente Partido Obrero Alemán (DAP)
con el objeto de recabar información sobre dicha asociación.
Hitler intercambió impresiones con el presidente del DAP,
Anton Drexler, y todo habría terminado allí, quizá, si no hubiese recibido poco después una tarjeta postal en que la dirección del partido (el cual no contaba entonces con más de cincuenta afiliados) le comunicaba su ingreso en el mismo. Notable era sin duda su afinidad con aquella pequeña formación
ultraderechista, que incluía entre sus orientaciones ideológicas el ideal expansionista pangermánico, el racismo antisemita y el rechazo frontal a las imposiciones del Tratado de Versalles.
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En marzo del año siguiente abandonó la milicia para dedicarse por entero a su actividad política. 101 Fue entonces cuando
el partido añadió «nacionalsocialista» a su denominación
(convirtiéndose en el Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei, Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, de cuya
abreviatura surgiría la palabra «nazi») y Hitler se convirtió
en su jefe de propaganda. Como tal consiguió reclutar a personajes destacados de la sociedad muniquesa, esencialmente
nacionalistas, y también a trabajadores, contribuyendo al por
entonces modesto crecimiento del grupo. En 1921, Hitler se
hizo con la presidencia del NSDAP, tras eliminar a Drexler;
pronto instauró en el partido algunos de sus rasgos más visibles: el culto a la personalidad del «Führer» («líder» o «caudillo», es decir, el propio Hitler), la cruz gamada y el saludo
con el brazo en alto.
En noviembre de 1923, siguiendo el ejemplo de Benito Mussolini en Italia, Adolf Hitler intentó el golpe de Estado conocido como el putsch de Múnich. Los dos cabecillas de la intentona, Hitler y Erich Ludendorff, fueron detenidos y juzgados;
su fracaso le valió una sentencia de cinco años de prisión, de
los que sólo cumplió once meses gracias a la presión de sus
Foto Ludendorff (centro) y Hitler junto a otros protagonistas del
putsch de Múnich
101
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camaradas. De esa estancia en la cárcel de Landsberg surgió
la primera redacción de Mein Kampf, dictada a Rudolf Hess,
compañero de celda también condenado por la tentativa golpista que desempeñaría altos cargos en la Alemania nazi. Una
vez puesto en libertad, y pese a las ideas expresadas en el libro (el expansionismo pangermánico, la doctrina del «espacio vital», la superioridad de la raza aria y el exterminio de
las razas «inferiores»), nadie impidió a Hitler reorganizar su
partido y continuar su incesante labor propagandística; era
solamente otro ultranacionalista exaltado al frente de un grupo marginal.
El ascenso al poder
Pero la crisis económica de 1929 y su reguero de paro, privaciones y descontento entre las clases medias y bajas permitieron al partido nazi un desarrollo más que considerable: de un
2,6% de votos en 1928 pasó a obtener el 18,3% (seis millones
de papeletas) y 107 diputados en los comicios de 1930. A partir de ese momento el partido comenzó a recibir ayudas de los
magnates del Ruhr (Von Thyssen, Otto Wolff, Voegeler) y de
otros grandes grupos industriales, los cuales, como había sucedido en Italia, vieron en el virulento anticomunismo y antisindicalismo de los nazis un instrumento que podía alejar
una revolución obrera y disuadir a los sindicatos de sus reivindicaciones. En los dos procesos electorales de 1932, el Partido Nacionalsocialista no llegó a conseguir suficientes diputados para gobernar en solitario, pero se convirtió en la fuerza más votada (37,3 y 33,1%). En enero de 1933, presionado
por el ejército y los sectores conservadores, el presidente de
la República, Paul von Hindenburg, nombró a Hitler canciller.
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Ya en el poder, Hitler procedió sistemáticamente a la liquidación del sistema parlamentario y de toda posible oposición
política fuera y dentro de las filas de su partido, apoyándose
especialmente en la violencia de las Schutz Staffel102 (las «Escuadras de Defensa», más conocidas por las siglas SS, la policía militarizada del partido nazi). Primeramente, acusándolo
de la autoría del incendio del Reichstag (27 de febrero de
1933), declaró ilegal al partido comunista, y tras salir reforzado de las elecciones de marzo de 1933, en que las obtuvo el
43,9% de los votos, exigió al Reichstag plenos poderes por
cuatro años, que le fueron concedidos con la oposición del
partido socialista.
El parlamento ya no volvería a reflejar la pluralidad ideológica, ni se convocarían nuevas elecciones: Hitler suprimió de
inmediato los sindicatos obreros y las restantes formaciones
políticas. Siguiendo los pasos necesarios para acabar con sus
oponentes, promulgó una ley destinada vagamente a restablecer «el funcionamiento de carrera», pero que sirvió en realidad para depurar de judíos y marxistas los servicios del Estado, y en general para apartar a todo aquel que ocupase un
102
En una marcha del partido en Weimar (octubre de 1930)
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puesto codiciado por los nuevos jefes nazis.
Tras su primer encuentro con Mussolini (el 14 de junio de
1934, en Venecia), 103Hitler y la jefatura del nacionalsocialismo (Joseph Goebbels, Hermann Göring, Reinhard Heydrich
y Heinrich Himmler) se deshicieron de su otrora apreciado
Ernst Röhm y de otros opositores al régimen (Gregor Strasser, Kurt von Schleicher, Gustav von Kahr, a la cabeza de un
centenar). Todos ellos fueron ejecutados a quemarropa en la
llamada «Noche de los cuchillos largos» (30 de junio de
Hitler con Paul von Hindenburg, presidente de la República
(agosto de 1933)
103
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1934). El vicecanciller Franz von Papen se libró de la quema
gracias a la protección del mariscal Paul von Hindenburg, todavía presidente de la República; no obstante, se aprestó a dimitir de su cargo, partió a Viena como embajador y más tarde
siguió sirviendo a Hitler en Ankara.
El 2 de agosto de 1934 murió el anciano Paul von Hindenburg, presidente de la República. Hitler promulgó al instante
una ley que unificaba ambos ministerios (presidencia y cancillería) y se convirtió en jefe supremo del Estado; el ejército juró fidelidad al «Führer y canciller Adolf Hitler». En ese momento las SS contaban con más de cien mil hombres dirigidos por un ex agricultor fanático que, según algunos, superó
en temeridad al propio Führer: Heinrich Himmler.
El Tercer Reich
Bajo la finta del culto al deber y la jerga prusiana, el nuevo régimen reflejaba los rasgos de su creador: desordenado pero
eficaz, enérgico y centralizado. Hitler fue fiel a sus costumbres vienesas: se levantaba a las doce, y amparado por un
gran número de secretarios privados con rango ministerial
que filtraban a sus visitantes, recibía únicamente a quien le
apetecía y sólo por un par de minutos. Su vitalidad aparecía
durante la noche, cuando su terror a la soledad le conducía a
mantener extensos monólogos hasta la madrugada.
No existían reuniones de gobierno. Las leyes se promulgaban
mediante sus escuetas órdenes, y más tarde bastaría sólo con
una observación caprichosa. Sus incondicionales anotaban
todas sus ocurrencias espontáneas y las transmitían a la nación como órdenes del Führer. Existe una anécdota a este respecto que, fundada o no, resulta sin duda ilustrativa: frente a
la iglesia de San Mateo de Múnich, Hitler advirtió a sus acompañantes que la próxima vez no quería ver «esa pila de piedras». El Führer se refería a un montón de adoquines que estaban apilados cerca de la entrada, pero su observación se interpretó como una alusión a la iglesia, que fue demolida sin
más al día siguiente.
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Así funcionaban los mecanismos de gobierno de una nación
de setenta millones de habitantes, y a pesar de todo, funcionaban; gracias a su intuición, a su olfato y a su elección sistemática de soluciones viables. Su política social surtía un efecto extraordinario sobre las masas.104 Ordenaba medidas que,
según él, contraponían al «socialismo teórico» el «socialismo
de los hechos»: préstamos «al matrimonio» que impulsaban
la creación de nuevas familias; protección y descanso a las
madres; envío masivo de niños (el primer año 370.000) a colonias de vacaciones; casas-cuna, guarderías; obras con denominaciones tan extrañas como «de socorro invernal», «del
hogar», «fortaleza mediante la alegría», y campañas con títulos como «buena iluminación», «zonas verdes en la empresa», «educación popular», «departamento del ocio» o «belleza del trabajo», todas ellas pensadas con una estratégica visión de futuro y para un pueblo que salía de la miseria.
Entretanto, Heinrich Himmler recluía a medio millón de personas en los veinte campos de concentración y los ciento seHitler en su primer encuentro con Mussolini (Venecia, junio de
1934)
104
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senta campos de trabajo. Posteriormente, millones de judíos,
polacos, prisioneros de guerra soviéticos, sospechosos de semitismo y subversivos pasarían por los campos para perecer
en las cámaras de gas o ser aniquilados por el trabajo. Primero de forma clandestina, luego más abierta, el exterminio respondía a los objetivos expuestos en Mein Kampf. Y también
su política exterior; como Mussolini, Hitler ayudó al general
golpista Francisco Franco en su lucha contra la República española. Luego camufló, con el nombre de «lucha contra el
bolchevismo», la alianza con los dictadores. Lograda con la
constitución del Eje Berlín-Roma-Tokio la adhesión del Japón, pudo amenazar la retaguardia de la Unión Soviética,
que, con Francia, eran sus mayores amenazas.
Decidido a realizar por la fuerza el ideal pangermánico, Hitler
había retirado a Alemania de la Sociedad de Naciones en
1933 e impulsado el fortalecimiento 105 y modernización del
Retrato Adolf Hitler (detalle de un retrato de Heinrich Knirr,
1937)
105
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ejército, ignorando las limitaciones impuestas unilateralmente por los vencedores en el Tratado de Versalles; a fines de
1937 resolvió reunir todos los países y territorios de lengua
alemana antes de que las potencias occidentales acabasen de
rearmarse. Ante la alarma del ala más conservadora del ejército, hostil a las SS, se deshizo de Blomberg y de Von Neurath
y destituyó al comandante en jefe de la Wehrmacht, Werner
von Fritsch, acusándolo de homosexual, y al jefe del estado
mayor Ludwig Beck, asumiendo él mismo el mando.
Seguro de la adhesión del Duce, en marzo de 1938 se apoderó
de Austria. En septiembre, contando a su favor con el miedo
a la guerra y al comunismo de las democracias occidentales,
obtuvo la firma del Acuerdo de Múnich, con el cual ganó una
cuarta parte de Checoslovaquia. El 15 de marzo de 1939, ya
organizada la secesión eslovaca, Hitler ignoró los acuerdos y
ocupó no solamente la región de los Sudetes, sino también el
resto de Checoslovaquia, donde instauró el Protectorado alemán de Bohemia y Moravia. Invadió asimismo el territorio de
Memel (Lituania) y a partir de abril reclamó los distritos alemanes de Polonia. Al mismo tiempo reforzó su alianza con
Italia mediante el Pacto de Acero del 22 de mayo y firmó con
la Unión Soviética el acuerdo Ribbentrop-Molotov (23 de
agosto de 1939), un pacto de no agresión que aseguraba la no
intervención de los rusos a cambio del reparto de Polonia. El
1 de septiembre de 1939, Hitler ordenó la invasión de Polonia, desencadenando la Segunda Guerra Mundial.
La Segunda Guerra Mundial
La primera fase de la contienda, conocida como la «guerra relámpago» (desde septiembre de 1939 hasta mayo de 1941),
reveló no solamente el poderío armamentístico alemán, sino
también la superioridad de la estrategia que le dio ese nombre: en lugar de movilizar pesadamente grandes contingentes
de soldados hacia el frente, la aviación, los tanques y los carros de combate alemanes penetraban como armas de choque
decisivas en territorio enemigo, abriendo paso a la infantería
y avanzando velozmente por la desprotegida retaguardia hacia sus objetivos finales. En menos de dos años toda Europa,
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incluida Francia, se sometió al dominio de Hitler: Polonia,
Dinamarca, Noruega, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, Francia, Yugoslavia y Grecia cayeron sucesivamente en manos del
Reich; los restantes países eran aliados de Alemania o neutrales. Después de una batalla aérea que no había dado los frutos esperados, sólo Inglaterra resistía. Hitler cometió entonces el error de volver los ojos hacia Rusia.
Violando el pacto de no agresión firmado con Stalin, el 22 de
junio de 1941 atacó la Unión Soviética; tras un vertiginoso
avance, el fracaso frente a Moscú lo condujo a tomar él mismo el mando del ejército de tierra.
Con la campaña rusa y el bombardeo de Pearl Harbour, que
supuso la entrada en la guerra de Estados Unidos y Japón, se
iniciaba la «guerra total»106 (de junio de 1941 a junio de
1943). Todavía a fines de 1942 su empresa era exitosa. Ese
año ya se había anunciado, aunque veladamente, la «solución
final a la cuestión judía», y se sucedían los asesinatos masivos de judíos en toda Europa. En Polonia acababan de consHiltler anuncia en el Reichstag la declaración de guerra a Estados Unidos (diciembre de 1941)
106
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truirse nuevos campos: Auschwitz-Birkenau, Chelmno, Majdanek, Treblinka, Sobibor, Belzec. Incluidos los judíos rusos,
los cálculos menos pesimistas estiman las víctimas en más de
cuatro millones de personas.
El 10 de septiembre de 1942 se había conseguido la expansión máxima de los alemanes en la Unión Soviética. En noviembre las fuerzas aliadas desembarcaban en Marruecos y
Argelia, y en enero de 1943 la Conferencia Angloamericana
de Casablanca exigía la capitulación incondicional. Un mes
después, el 2 de febrero de 1943, el ejército alemán debía rendirse en Stalingrado; esta derrota, que certificaba el fracaso
de la campaña rusa, invirtió el curso de la contienda. Con la
incorporación del formidable potencial industrial y militar de
Estados Unidos y la URSS, el tiempo corría a favor de los aliados; perdida la oportunidad de una victoria rápida, los alemanes ya no tenían ninguna opción. La fase final de la guerra
(de julio de 1943 hasta 1945) fue la del retroceso y hundimiento de las potencias del Eje en todos los frentes.
Durante los meses siguientes, en efecto, el poder alemán fue
decayendo abrumado por diferentes acontecimientos. En
abril y mayo de 1943 la resistencia se rebeló en el gueto de
Varsovia y el Afrika Korps capituló en Túnez. En julio los aliados entraron en la fase de bombardeos masivos sobre Hamburgo y destruyeron gran parte de la ciudad; el día 10 de julio
los ingleses y norteamericanos desembarcaron en Sicilia, y el
25 de julio de 1943 cayó Mussolini. Italia declaró entonces la
guerra a Alemania. El 1 de diciembre, el máximo dirigente soviético, Iosif Stalin, el primer ministro británico Winston
Churchill y el presidente norteamericano Franklin D. Roosevelt, reunidos en la Conferencia de Teherán, coordinaron sus
estrategias bélicas y empezaron a diseñar el nuevo mapa de
Europa. En junio de 1944 los aliados desembarcaron en Normandía.
Hitler, acosado, sufrió además un atentado planeado por un
grupo de oficiales cuando se encontraba en su cuartel general
de Rastenburg (Prusia Oriental) y resultó con heridas leves.
En venganza, hizo ajusticiar por lo menos a doscientos resistentes de la élite político-militar; Günther von Kluge y Erwin
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Rommel se suicidaron. El 25 de septiembre de 1944 hizo un
llamamiento a las fuerzas populares como último intento de
resguardar el Reich. Desgastado por las derrotas, ya era sólo
un enfermo mental. No obstante, creía todavía en el triunfo,
que esperaba obtener mediante armas secretas en proceso de
preparación, y supervisó aún una última y desesperada ofensiva alemana en las Ardenas, desactivada por los aliados tras
seis semanas de duros combates (25 de enero de 1945). Luego regresó al búnker de la cancillería.
Totalmente aislado, 107 con la excepción de Joseph Goebbels,
de su amante Eva Braun y de una reducida corte de aduladores, en abril de 1945 Adolf Hitler contempló cómo sus otrora
fieles servidores intentaban abandonarlo: Hermann Göring,
que trataba de acelerar el inevitable final; Heinrich Himmler,
que incluso intentó contactar con el enemigo... Fiel a sí mismo, como expresó en 1939, jamás pronunciaría la palabra
107
Tras el atentado de Rastenburg (20 de julio de 1944)
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«capitulación». El día 13 de abril brindó con Göring por la
muerte de su despreciado Roosevelt. El 20 volvió a brindar
con sus pocos adeptos por su quincuagésimo sexto aniversario.
Las tropas rusas, mientras tanto, proseguían su inexorable
avance hacia Berlín.
En la madrugada del 29 de abril de 1945, Hitler ordenó que
se presentase ante él un funcionario del registro civil y contrajo enlace con Eva Braun, su «fiel alumna». La había conocido cuando era empleada de la tienda de Hoffmann, su fotógrafo, en 1929, dos años antes de que su primer amor, Geli
Raubal, hija de su hermanastro, se suicidara en el domicilio
particular de Hitler en Múnich. Hitler y Eva Braun ya tenían
previsto quitarse la vida cuando decidieron su unión. El Führer acababa de recibir hacía unas horas la noticia de la ejecución de Benito Mussolini frente al lago Como. Luego había ordenado que envenenasen a Blondi, su pastor alemán. Al acabar la ceremonia dictó un testamento político en el que nombraba al almirante Karl Dönitz presidente del Reich y jefe supremo del ejército. Al día siguiente, hacia las tres de la tarde,
se oyó un disparo: Adolf Hitler y Eva Braun habían muerto, él
de un tiro en la boca, ella por ingestión de una cápsula de cianuro.
Mientras en cumplimiento de sus disposiciones los dos cadáveres eran consumidos por las llamas en el jardín del búnker,
Martin Bormann comunicó por radio a Dönitz que Hitler lo
había designado su sucesor, pero ocultó la muerte del Führer
aún veinticuatro horas más. En ese lapso, Bormann y Goebbels intentaron una nueva negociación con los soviéticos; pero fue un esfuerzo inútil. Entonces telegrafiaron otra vez a
Dönitz comunicándole la muerte de Hitler. La noticia se dio
por la radio el 1 de mayo con música de fondo de Wagner y
Bruckner, dando a entender que el Führer había sido un héroe que había caído luchando hasta el final contra el bolchevismo. Esa misma noche dirigentes y altos cargos nazis emprendieron una huida masiva; fueron muchos los que lograron fugarse de Berlín. Goebbels prefirió, tras envenenar a sus
hijos, matar a su mujer de un balazo y suicidarse de un tiro.
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El 7 de mayo de 1945 se firmó la capitulación en Reims, y el
día 9 se repitió la firma en Berlín. En la misma fecha se suspendieron todas las hostilidades en los frentes europeos. El
Tercer Reich había sobrevivido a su creador exactamente siete días.
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Anexos
Nacionalismo
El nacionalismo es una ideología y un movimiento social y
político que surgió junto con el concepto de nación propio de
la Edad Contemporánea en las circunstancias históricas de la
Era de las Revoluciones (Revolución industrial, Revolución
burguesa, Revolución liberal) desde finales del siglo XVIII.
También puede designar al sentimiento nacionalista y a la
época del nacionalismo.
Como ideología, el nacionalismo pone a una determinada nación como el único referente identitario, dentro de una comunidad política; y parte de dos principios básicos con respecto
a la relación entre la nación y el Estado.
El principio de la soberanía nacional: que mantendría que la
nación es la única base legítima para el Estado.
El principio de nacionalidad: que mantendría que cada nación debe formar su propio Estado, y que las fronteras del Estado deberían coincidir con las de la nación.
El término nacionalismo se aplica tanto a las doctrinas políticas como a los movimientos nacionalistas: las acciones colectivas de movimientos sociales y políticos tendentes a lograr
las reclamaciones nacionalistas. En ocasiones también se llama nacionalismo al sentimiento de pertenencia a la nación
propia, algo en principio identificable con el patriotismo, pero distinto si va más allá del mero sentimiento e incorpora
contenido doctrinal o acción política en un sentido concreto.
La historiografía también usa el término nacionalismo para
referirse la época del nacionalismo: el periodo histórico de
formación de las naciones y el surgimiento de la ideología y
movimientos nacionalistas, lo que ocurrió en torno al siglo
XIX, coincidiendo con las revoluciones liberales o revoluciones burguesas. En el siglo XX se produce una renovación del
nacionalismo, en el periodo de entreguerras vinculado al fascismo, y tras la Segunda Guerra Mundial vinculado al proceso de descolonización y al tercermundismo, cuando surgen
numerosos grupos denominados Movimiento de Liberación
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Nacional.
Se habla también del nacionalismo musical, expresión artística de la segunda mitad del siglo XIX que coincide con el nacionalismo político en la valoración de la etnicidad (folclore),
y que deriva del anterior romanticismo, movimiento intelectual y artístico también muy vinculado con el nacionalismo
romántico, aunque sea de más amplia extensión temporal y
conceptual que éste.
El nacionalismo podría entenderse como un concepto de
identidad experimentado colectivamente por miembros de
un gobierno, una nación, una sociedad o un territorio en particular. Los nacionalistas se esfuerzan en crear o sustentar
una nación basada en varias nociones de legitimación política. Muchas ideologías nacionalistas derivan su desarrollo de
la teoría romántica de la "identidad cultural", mientras que
otros se basan en el argumento liberal de que la legitimidad
política deriva del consenso de la población de una región.
Ha sido duramente criticado por personajes históricos tan diferentes como Charles de Gaulle, Albert Einstein, Albert Camus o François Mitterrand.
Los primeros precedentes del nacionalismo comienzan a aparecer en el siglo XVIII, pues hasta ese momento, la idea de
nación, tal y como se concibe en la actualidad, no se había
formulado. Hasta ese momento, las identidades colectivas basadas en la religión o en ser súbditos de un mismo rey, prevalecían sobre las étnicas. En la Revolución francesa se utilizará
el término nación como sinónimo de ciudadano, es decir, la
nación ya no está personificada en la figura del monarca,
pues la nobleza es un cuerpo ajeno a la nación: la nación es el
tercer Estado.
Ciertos teóricos, como Benedict Anderson, han afirmado que
las condiciones necesarias para el nacionalismo incluyen el
desarrollo de la prensa y el capitalismo. Anderson también
afirma que los conceptos de nación y nacionalismo son fenómenos construidos dentro de la sociedad, llamándolos comunidades imaginarias. Ernest Gellner añade al concepto: "el
nacionalismo no es el despertar de las naciones hacia su conciencia propia: inventa naciones donde no las hay".
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Evolucion
El Estado Nación surgió en Europa con el tratado de Westfalia (1648). El nacionalismo continuó siendo un fenómeno elitista durante una parte de siglos tras el tratado, pero fue durante el siglo XIX cuando se propagó ampliamente por toda
Europa y ganó popularidad. Desde entonces, el nacionalismo
ha dominado las políticas europeas y mundiales. Muchas de
las políticas europeas del siglo XIX pueden ser vistas como
luchas entre antiguos regímenes.
A finales del siglo XIX las ideas nacionalistas habían comenzado a expandirse por toda Asia. En la India el nacionalismo
incentivó el fin del dominio británico. En China el nacionalismo dio una justificación para el Estado chino, que se encontraba enemistado con la idea de un imperio universal. En Japón el nacionalismo fue combinado con el excepcionalismo
japonés.
La I Guerra Mundial marcó la destrucción definitiva de varios Estados multinacionales (el Imperio otomano, el Imperio
austrohúngaro y, en cierta medida, el ruso). El tratado de
Versalles fue establecido como un intento por reconocer el
principio de nacionalismo, ya que gran parte de Europa fue
dividida en naciones-Estado en un intento por mantener la
paz. Sin embargo, muchos Estados multinacionales e imperios sobrevivieron. El siglo XX fue también marcado por la
lenta adopción del nacionalismo por todo el mundo con la
destrucción de los imperios coloniales europeos, la Unión Soviética y varios otros Estados multinacionales menores.
Simultáneamente, particularmente en la segunda mitad del
siglo, fuertes tendencias antinacionalistas han tenido lugar,
siendo en general destacables las manejadas por élites. La actual Unión Europea está actualmente transfiriendo poder del
nivel nacional a entidades locales y continentales. Acuerdos
de comercio, tales como NAFTA y GATT, y la creciente internacionalización de mercados de comercio debilitan también
la soberanía del Estado-nación.
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Nacionalismo Economico
Se concentra sobre los mecanismos de dependencia económica o neocolonialismo. Sostiene la necesidad de que sectores y
empresas básicas de la economía permanezcan en manos de
capitales nacionales, muchas veces estatales, cuando el sector
privado no está en condiciones.
Los orígenes del nacionalismo económico pueden encontrarse en la creación de empresas estatales para explotar productos estratégicos como la creación de YPF para el petróleo en
Argentina en 1922 y luego en las políticas de nacionalizaciones implementadas por gran cantidad de países entre los que
se destacan: la nacionalización del petróleo en México en
1938, la nacionalización del petróleo en Irán en 1951, la nacionalización del Canal de Suez en 1956 y la nacionalización
del cobre en Chile en 1971.
El nacionalismo económico está también íntimamente relacionado con la Teoría de la Dependencia elaborada por la escuela desarrollista latinoamericana que sostiene que el sistema económico mundial ha establecido una división internacional del trabajo que atribuye a los países centrales la producción industrial, de alto valor agregado, y a los países periféricos la producción de materias primas, de bajo valor agregado. El desarrollismo sostiene que existe una tendencia general al deterioro de los términos de intercambio en perjuicio
de la producción agrícola-primaria, y que los países periféricos necesitan impulsar agresivas políticas industriales para
romper el círculo vicioso del subdesarrollo.
La política de privatizaciones sugerida por el Consenso de
Washington a partir de la década del 90 tuvo como objetivo
principal, y lo logró en gran parte, revertir las medidas nacionalistas tomadas por la mayor parte de los países periféricos
durante la mayor parte del siglo XX.
A partir de los últimos años de la década del 90 parece haber
un importante resurgimiento del nacionalismo económico en
varias partes del mundo, ahora en un entorno global, relacionado con acuerdos de integración regional. Una de sus manifestaciones más importantes ha sido la nacionalización de los
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hidrocarburos en Bolivia en 2006, bajo el gobierno de Evo
Morales y los acuerdos de infraestructura y desarrollo subregional tomados en el marco del Mercosur y la Comunidad
Sudamericana de Naciones.
Muchas de estas experiencias nacionalistas están estrechamente relacionadas con las reivindicaciones sindicales y otras
organizaciones sociales, adoptando la forma de un nacionalismo popular expresado en movimientos políticos con amplio apoyo de la población. Formas de socialismo y de fascismo
comparten también el proyecto del nacionalismo económico.
Nacionalismo Racial
Define la nación en términos de etnicidad, lo cual siempre incluye algunos elementos descendientes de las generaciones
previas. También incluye ideas de una conexión cultural entre los miembros de la nación y sus antepasados, y frecuentemente un lenguaje común. La nacionalidad es hereditaria. El
Estado deriva la legitimidad política de su estatus como hogar del grupo étnico, y de su función de protección del grupo
nacional y la facilitación de una vida social y cultural para el
grupo. Las ideas sobre etnicidad son muy antiguas, pero el
nacionalismo étnico moderno está fuertemente influido por
Johann Gottfried von Herder, quien promovió el concepto de
Volk, y Johann Gottlieb Fichte.
El fascismo es generalmente clasificado como nacionalismo
étnico, habiendo sido su caso más extremo el nacional socialismo de la Alemania Nazi.
Anthony D. Smith ha señalado que no existe un nexo claro
entre el nacionalismo étnico y factores económicos.
Nacionalismo religioso
Es la forma de nacionalismo según la que el Estado deriva su
legitimidad política en consecuencia de una religión común.
Sin embargo, buena parte de las formas de nacionalismo étnico son también en gran medida formas de nacionalismo religioso. Por ejemplo, el nacionalismo irlandés es generalmente
asociado al catolicismo; el nacionalismo indio se asocia con el
hinduismo, etc. El nacionalismo religioso es generalmente
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visto como una forma de nacionalismo étnico.
En algunos casos, sin embargo, la componente religiosa es
más una etiqueta que la verdadera motivación del nacionalismo de un grupo. Por ejemplo, aunque la mayoría de los líderes nacionalistas irlandeses del último siglo fueron católicos,
durante el siglo XIX, y especialmente en el XVIII, muchos líderes nacionalistas fueron protestantes. Los nacionalistas irlandeses no luchan por distinciones teológicas, sino por una
ideología que identifica a la isla de Irlanda con una visión
particular de la cultura irlandesa, que para muchos nacionalistas incluye al catolicismo aunque no como elemento predominante. Para muchas naciones que se vieron obligadas a luchar contra las consecuencias del imperialismo de otra nación, el nacionalismo fue asociado a la búsqueda de un ideal
de libertad.
El islam se opone fuertemente a todo tipo de nacionalismo,
tribalismo, racismo u otra clasificación de la gente no basada
en las creencias propias. Sin embargo, ciertos grupos islámicos pueden ser considerados racistas y nacionalistas (así, para algunos, no pueden considerarse verdaderos islámicos). La
creación de Pakistán es un ejemplo de nacionalismo religioso
de base islámica en la medida en que tomaba como nación a
los musulmanes de la India. sin embargo, muchos de sus
creadores -como los del Estado de Israel- eran laicos y consideraban la pertenencia a una misma tradición religiosa como
elemento generador de identidad al margen de la práctica religiosa en sí. Un ejemplo similar es el de los musulmanes de
Bosnia, considerados como etnia en la antigua Yugoslavia y
que en su mayor parte eran no creyentes o no practicantes.
Algunos autores, además, han señalado que el nacionalismo
es más una religión política que una ideología política, un
sustituto de la religión. En ese sentido se ha pronunciado Roberto Augusto, que ha afirmado que "creer que una determinada comunidad es una «nación» tiene que ver más con la fe
que con la razón; es una creencia individual que puede ser
compartida con otros y que está más cerca del pensamiento
religioso que del científico, de ahí la dificultad de intentar rebatirla racionalmente".
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Nazismo
Nazismo es la contracción de la palabra alemana Nationalsozialismus, que significa nacionalsocialismo, y hace referencia
a todo lo relacionado con la ideología y el régimen que gobernó Alemania de 1933 a 1945 con la llegada al poder del Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP,
Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei), el autoproclamado Tercer Reich y Austria a partir de la Anschluss, así
como los demás territorios que lo conformaron (Sudetes, Memel, Danzig y otras tierras en Polonia, Francia, Checoslovaquia, Hungría, Holanda, Dinamarca y Noruega). La Alemania
de este período se conoce como la Alemania nazi.
El término "Nazi" deriva de las primeras dos sílabas del nombre oficial del partido: Nationalsozialistische Deutsche Arbeiterpartei o "NSDAP". Los miembros del partido se identificaban a sí mismos generalmente como "Nationalsozialisten"
(Nacional socialistas) y solo raramente como "nazis". El origen y uso de "nazi" es similar al de "Sozi", palabra del lenguaje diario para designar a los miembros del Sozialdemokratische Partei Deutschlands (Partido Socialdemócrata de Alemania). En 1933, cuando Hitler asumió poder en el gobierno alemán, el uso del término disminuyó en Alemania, aunque en
Austria sus oponentes lo continuaron usando con una connotación despectiva. A partir de eso, el término ha adquirido
una connotación crecientemente peyorativa.
El nazismo es una ideología alemana gestada en los años 20
pero que no alcanzará importancia hasta los años 30, momento en que las duras condiciones de paz impuestas en el
Tratado de Versalles (1919) se juntan con la grave crisis mundial del Jueves Negro en 1929 (ver Gran Depresión). En Alemania la situación es más acuciante aún, ya que a los devastadores efectos económicos se sumaba la obligación de pagar el
tributo de la derrota en la Primera Guerra Mundial, y el descontento popular ante la injusta situación que hacía que las
calles se llenaran de manifestaciones extremistas de toda índole, tanto de izquierda como de derecha.
Esta situación culmina con el fuerte descrédito de las demo-
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cracias liberales, dado que las dictaduras que surgieron demostraron ser capaces de controlar y resolver las crisis más
efectivamente que las democracias. Tanto la URSS, como la
Italia de Mussolini (quien fue elogiado por "hacer que los trenes corrieran a tiempo", es decir, por poner fin a las huelgas y
caos económico que había dominado a ese país) y el Japón
Imperial, países todos en los que se impusieron "gobiernos
fuertes", no sólo resolvieron la crisis a mediados de los 30 sino que fueron percibidas como restaurando el orden social
aún con anterioridad a esa solución a problemas económicos.
A esa crisis político económica hay que agregar una crisis
ideológica aún anterior que se ha sugerido se extiende desde
1890 a 1930 y que ha sido caracterizado como una revolución contra el positivismo (Hughes, op. cit). Tanto los valores como las aproximaciones a la sociedad y la política que
formaban la base de la civilización occidental fueron percibidas como superadas reliquias del racionalismo proveniente
de la ilustración. Específicamente tanto el fascismo como los
desarrollos intelectuales que lo antecedieron buscaron transcender lo que se percibía como la decadencia del occidente.
Consecuentemente el Zeitgeist de esa época puede ser descrito como una amalgama o mezcla de ideas caracterizado por
un rechazo al racionalismo, proceso que es generalmente percibido como iniciándose con Nietzsche, junto a tentativas de
incorporar "explicaciones científicas" a preconcepciones o incluso prejuicios explicativos del mundo, por ejemplo, un racismo latente, que dieron origen a propuestas tales como las
de la eugenesia, etc, y en lo político, bajo la influencia de pensadores tales como Georges Sorel, Vilfredo Pareto. Martin
Heidegger (supuestamente), Gaetano Mosca, y, especialmente, Robert Michels; a percepciones político elitistas basadas
en un culto del héroe y la fuerza que culminan en una versión
del darwinismo social. Percepciones que adquieren connotaciones más extremas en su divulgación y vulgarización.
Como influencia importante en el desarrollo de ese Zeitgeist
se puede mencionar la obra de Arthur de Gobineau, quien
propuso que en cada nación hay una diferencia racial entre
los comunes y las clases dirigentes. Estos últimos serían to-
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dos miembros de la raza aria, quienes son no solo la raza dominante pero también la creativa. Posteriormente Houston
Stewart Chamberlain identifica «los arios» con los teutones.
En adición a tratar de demostrar que todos los grandes personajes de la historia (incluido Jesús, Julio César, Voltaire, etc)
fueron realmente arios agrega: «Los teutones son el alma de
nuestra civilización. La importancia de cualquier nación, en
la medida que es un poder actual, está en relación directa a la
genuina sangre teutona presente en su población».
También de importancia fueron percepciones que se pueden
ver ejemplificadas en la obra de, por ejemplo Benjamin Kidd,
quien propuso: «Nuestra civilización ha sido dada a luz como
resultado de un proceso de fuerza sin paralelos en la historia
de la raza.. Por épocas incontables el combativo macho europeo se ha desbordado a través de Europa en sucesivas olas de
avance y conquista, venciendo, exterminando, aplastando,
dominando, tomando posesión. Los más aptos, que han sobrevivido esas sucesivas olas de conquista, son los más aptos
por el derecho de la fuerza y en virtud de un proceso de selección militar, probablemente el más largo en la historia, el
más duro, probablemente el más elevante al que la raza ha sido sometida» (p 4-5). Para Kidd el combativo macho europeo
es un pagano -que a rinde homenaje pero no entiende ni
acepta en su corazón la validez de «una religión que es la total negación de la fuerza». Ese macho europeo ha introducido
el «espíritu de la guerra» en «todas las instituciones que ha
creado» y «la creencia que la fuerza es el principio último del
mundo». Ese «macho de la civilización occidental ha llegado
a ser por la fuerza de las circunstancias el supremo animal de
combate de la creación. La Historia y la Selección Natural lo
han hecho lo que es» ( p 7). «por la fuerza ha conquistado el
mundo y por la fuerza lo controla».
Otros visiones de influencia en esa percepción son los de Oswald Spengler, para quien Benito Mussolini era el parangón
del nuevo César, que se levantará del occidente en ruinas para reinar en la "era de la civilización avanzada", por analogía
a los cesares de la Antigüedad.
En Alemania específicamente esa rebelión contra el raciona-
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lismo dio origen, entre otras cosas, a una variedad de asociaciones que promovían un retorno a visiones romantizadas del
pasado alemán (ver Völkisch) en lo cual Richard Wagner tuvo
alguna influencia - y una sociedad ocultista y semi secreta, la
Thule-Gesellschaft (Sociedad Thule) -basada en la ariosofía y
primeros en usar la esvástica en el contexto de la época- que
patrocinó al Deutsche Arbeiterpartei (DAP), más tarde transformado por Adolf Hitler en el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores.
A lo anterior se ha sugerido que hay que agregar factores específicamente alemanes. A pesar que Maurice Duverger considera tales consideraciones pocos convincentes a fin de explicar el desarrollo del nazismo se ha afirmado que no se puede explicar el nazismo sin considerar su origen y que entre
los factores que explican ese origen se debe mencionar una
tradición cultural ("volkgeist" o espíritu alemán) -que se remonta a personajes tales Lorenz von Stein y Bismarck (ver
Estado Social)- en la cual el Estado adquiría poderes dictatoriales, demandando orden, disciplina y control social estricto
a fin de de garantizar crecimiento y el bienestar económico de
la población.
Esa tradición se transforma, bajo la influencia de personajes
tales como Ernst Forsthoff (jurista conservador de gran influencia), quien, a partir del periodo de la República de Weimar, postula que los individuos están subordinados ya sea al
«Estado absoluto» o al «Volk», bajo la dirección de un Líder
o Führer.
El nazismo transforma, sin mucha dificultad, ese culto a la
fuerza del más fuerte que es el ario en un antisemitismo puro
y simple, utilizando la preexistente leyenda de una conspiración judía para hacerse con el control mundial (ver Nuevo Orden Mundial (conspiración) y Los protocolos de los sabios de
Sion) para explicar la derrota alemana en la Primera Guerra
Mundial: el ejército de ese país fue traicionado y "apuñalado
en la espalda" -ver Dolchstosslegende - por los bolcheviques
y judíos. Esa traición se extiende al gobierno (social demócrata) de la República de Weimar que permite ahora que esos
mismos judíos y otros financieros profiten de la inflación, y
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otros problemas que afectan a los alemanes. Aduciendo además que muchos de los principales líderes comunistas son
también judíos asimilan ambos conceptos en una gran «conspiración judeo-marxista». 108
El nazismo se concreta como una ideología totalitario de tipo
fascista en la medida en que se caracteriza por dar una importancia central y absoluta al estado -a partir del cual se debe
organizar toda actividad nacional (ver Gleichschaltung) representado o encarnado y bajo la dirección o liderazgo de un
caudillo supremo, en este caso Hitler, y por proponer un racismo, nacionalismo e imperialismo visceral que debe llevar a
conquistar los pueblos que se consideren inferiores. (ver Lebensraum). A partir de 1926, Hitler centralizo incrementalmente la capacidad de decisiones en el partido. Los dirigentes
Volkgeist: El Espíritu del pueblo (en alemán, Volksgeist) es un
concepto propio del nacionalismo romántico, que consiste en atribuir a cada nación unos rasgos comunes e inmutables a lo largo de
la historia. Aunque algunos pensadores ilustrados compartían la
idea de que distintas naciones tienen distintas personalidades, el
origen del concepto de Volksgeist nace con el prerromanticismo
alemán, en especial en las obras de Johann Gottlieb Fichte y sobre
todo de Johann Gottfried Herder. Frente al cosmopolitismo ilustrado, Herder defiende la existencia de naciones independientes y diferenciadas, a cada una de las cuales les corresponden unos rasgos
constitutivos inmutables (culturales, raciales, psicológicos...) que
por lo tanto son ahistóricos, anteriores y superiores a las personas
que forman la nación en un momento determinado. La idea del
Volksgeist de Herder fue posteriormente adoptada por el movimiento romántico, en especial por los hermanos Friedrich y Wilhelm von Schlegel, quienes adaptaron esta idea al estudio de las
lenguas, la literatura y el arte. Como resultado, los hermanos Schlegel negaron la existencia de unas normas artísticas y literarias universales, como defendía el Neoclasicismo, y dieron importancia a
aquellos géneros y elementos en los que, según su punto de vista,
se observaba con mayor claridad el espíritu propio de cada nación.
A ellos se debe, por ejemplo, la revalorización de la épica medieval,
así como del teatro de Shakespeare o Calderón de la Barca, rechazados durante el siglo anterior por no atenerse a las normas aristotélicas.
108
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locales y regionales, etc, no eran electos, sino nombrados, de
acuerdo al Führerprinzip (principio del Líder) directamente
por Hitler, y a él respondían, demandando, a su vez, obediencia absoluta de sus subordinados. El poder y autoridad emanaba del líder, no de la base.
Nazismo y Hitler
Se ha sugerido que Hitler "es uno de esos pocos individuos de
los cuales se puede decir con absoluta certeza que: sin él, el
curso de la historia habría sido diferente", o, que sin él, las cosas habrían sido muy diferentes.
Hay poca duda que Hitler poseía un carisma y capacidad oratoria, pero también una ambición excepcional. Alguien quien
-con una falta de escrúpulos absoluta- estaba dispuesto a sacrificar lo que fuera considerara necesario en aras de sus objetivos. Pero tampoco hay duda que tanto los objetivos como
los medios eran avalados por el zeitgeist, y que Hitler encapsuló -voluntaria o accidentalmente- lo peor de ese espíritu de
su época. Si bien es posiblemente correcto que sin Hitler el
nazismo no habría sido lo que fue, no es menos cierto que sin
ese Zeitgeist Hitler no habría sido lo que fue.
Hitler conoció ese Zeitgeist cuando vivió en Viena, entre 1908
y 1913, tratando de ganarse la vida como pintor. La Viena que
Hitler conoció no solo era la ciudad culta y cosmopolita de la
visión general sino también la que ha sido descrita como un
cloaca de antisemitismo, racismo y políticas corruptas, con
un parlamento -que Hitler visitó numerosas veces- paralizado por disensiones raciales y sectoriales intransigentes. Es
ahí -se ha aducido- que Hitler adquirió su desprecio por la democracia, ahí donde vio por primera vez el saludo "heil" -entre los seguidores del pangermanista y antisemita radical
Georg von Schönerer- y ahí adonde aprendió acerca de la propuesta de la eugenesia.
Después de la Gran Guerra Hitler permaneció en el ejército
donde fue asignado a una unidad especial -el "Departamento
de Educación y Propaganda" - del Ejército de Baviera, bajo el
comando del capitán Karl Mayr. Una función importante de
ese departamento era dar a los soldados una razón aceptable
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-desde el punto de vista del ejército- de su derrota en la guerra. Esa razón se encontró fácilmente, dado el "espíritu de la
época" y el del ejército, en "la traición de los judíos y comunistas".
En julio de 1919, Hitler fue asignado a un "Comando de Inteligencia" y ordenado espiar un pequeño grupo -autodenominado "Partido de los Obreros Alemanes" (DAP por sus siglas
en alemán)- bajo sospecha de ser marxista o, por lo menos,
socialista - Hitler se impresionó con la visión nacionalista y
de solidaridad entre todos los miembros de la sociedad -pero
anticomunista y antisemita- de Anton Drexler -fundador del
grupo - quien a su vez, fue impresionado por la oratoria de
Hitler: cuando uno de los miembros sugirió separar Baviera
de Alemania y unificarla con Austria, Hitler pronunció un discurso oponiéndose y llamando en su lugar a "engrandecer a
Alemania". Consecuentemente Dressler le ofreció al espía
que se hiciera miembro de la organización, lo que Hitler hizo
el 12 de diciembre de 1919, convirtiéndose en el 55º individuo
a ingresar. Al mismo tiempo se integró al Comité Ejecutivo
del Partido, como séptimo integrante. Años después Hitler
proclamó haber sido el séptimo en unirse al partido, afirmación que se ha demostrado ser falsa.
Hitler llegó a ser el protegido de Dietrich Eckart, otro de los
fundadores y miembro de la Sociedad Thule, quien -junto con
el resto de esa sociedad- creían en la llegada inminente de un
"Mesías alemán" Eckart -con ambiciones de poeta- había escrito acerca del "El Sin nombre", "El que todos sienten pero
ninguno ha visto" y en Hitler creyó encontrarlo, lo que se vio
reforzado por su éxito como orador, pero el resto de los directores "del partido" lo encontraban prepotente y egoísta. Hitler reaccionó -julio de 1921- ofreciendo dimitir o ser nombrado jefe del partido (reemplazando a Drexler) con poderes ilimitados. El asunto fue finalmente puesto a una reunión general. La propuesta de Hitler fue aprobada por 543 votos a favor y uno en contra. En la reunión siguiente (29 de julio de
1921) del recientemente renombrado Partido Nacional Socialista de los Trabajadores Alemanes, Hitler fue introducido
-por primera vez- como Führer.
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Esa posición fue conveniente para Hitler y su personalidad o
estilo, librándolo de la obligación de tener que seguir cualquier programa o compromiso que no fuera conveniente en el
momento, incluyendo las propuestas por él mismo. Pero de
nuevo, no vemos la acción de un genio político, sino el resultado de, por un lado, el de la ilusión de personajes tales como
Eckart y, por el otro, de la propuesta de sectores conservadores y nacionalista -tales como la de Führer - que fueron utilizadas para producir una situación tal que le permiten proclamar: "Yo soy el partido"
Así, los principales ideólogos del partido cuando éste llega al
poder - Walter Darré, Dietrich Eckart,Hans Frank,Rudolf
Hess, Heinrich Himmler, Robert Ley, Julius Streicher, Alfred
Rosenberg, etc- muestran, entre los elementos que los caracterizan, una fe ciega en un líder, Hitler, quien es concebido
como encarnando todas las calidades y Voluntad de poder o
vida de "la nación" y -como tal, el único que puede determinar que es y no correcto, aceptable o incluso ético. En las palabras de un jerarca nazi: "Si el pueblo tiene confianza, y si la
verdadera dirección popular esta presente, el Führer será capaz de hacer lo que desee con la nación... la gente le obedecerá ciegamente y ciegamente lo seguirán. El Führer siempre
tiene la razón. Cada uno y hasta el último ciudadano debe decirlo (...) Sí, Uds. que nos llamaban sin dios, hemos encontrado nuestra fe en Adolf Hitler y a través de él hemos encontrado a Dios una vez más. Esa es la grandeza de nuestro día. Y
esa es nuestra buena fortuna»
Poseen también un enemigo mortal, responsable de todos los
problemas que han afectado a los arios a través de la historia:
las razas inferiores o Untermensch - (tales como los eslavos,
los gitanos, y, especialmente, los judíos, responsables de la
Conspiración judeo-masónico-comunista-internacional).
Enemigos no solo mortales pero ineludibles, no solo porque
así lo determina las leyes biológicas mismas, sino porque así
lo determina el único que puede determinar esas cosas: Hitler, el Führer que nunca se equivoca, en su Mein Kampf. Los
arios, como Raza superior es de donde viene el hombre creador, viril y guerrero. De esa raza proceden todos los triunfos
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de la especie humana. Sin embargo, también creen, como
Spengler, que las civilizaciones creadas por los arios decaían
y morían una vez sus elementos representativos se mezclaban
racialmente con miembros de esas otras razas: "El resultado
de todo cruce racial es, brevemente, siempre el siguiente: (a)
descenso de la raza más alta. (b) regresión física e intelectual
y consecuentemente el comienzo de una lenta pero inevitable
enfermedad. Causar tal desarrollo es, entonces, nada pero un
pecado contra el creador eterno. Y como pecado será tratado"
Una de las primeras medidas de Hitler como 'Führer' de los
nazis fue organizar un grupo selecto, las Grupos de Asalto o
SA -bajo control de uno de sus incondicionales, el ex oficial
de ejército Ernst Röhm - y ordenarles "confrontar" socialistas
en las calles. Esto llevó a un incremento en la popularidad del
partido nazi entre sectores más extremos en los bares y cantinas en los que los nazis organizaban sus reuniones y de ahí,
entre los "nacionalistas extremos" de la población general.
Entre las figuras que se unieron a los nazis se puede destacar
a Heinrich Himmler; Hermann Göring y Joseph Goebbels.
Las SA crecieron rápidamente, atrayendo miles de reclutas al
punto que -en 1922- se hizo posible y necesario crear una división para "novatos" de 14 a 18 años - la Jugendbund o Hermandad de los jóvenes- que eventualmente se transformó en
las Juventudes Hitlerianas.
Tras encabezar un fallido intento de golpe de Estado en 1923,
contra la República de Weimar, Hitler es condenado a prisión
y recluido en un castillo. Una condena de 5 años, de la que finalmente solo cumplió once meses, le permitió escribir el libro semiautobiográfico Mein Kampf '(Mi lucha)' que pronto
se convierte en el elemento que le faltaba al colectivo, un libro casi sagrado. En él declara firmemente su antisemitismo
y su anticomunismo y deja claro que los arios son una raza
superior a todas las demás.
En febrero de 1926 Hitler -en un discurso frente alrededor de
sesenta de sus seguidores más selectos, incluyendo los gauleiteres- repudió las posiciones "socialistas" anteriores del partido, enfatizando que "el verdadero enemigo son los judíos", y
que tanto el socialismo como la URSS -como creaciones ju-
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días- debían ser destruidas y que la propiedad privada debía
ser respetada por los nazis. Esto horrorizó a algunos de sus
seguidores más cercanos y llevó al comienzo de una ruptura
con la facción de Gregor Strasser, pero posibilitaba un acuerdo con sectores derechistas en el gobierno. Uno de los resultados inmediatos de ese vuelco a la derecha fue que en 1927
Wilhelm Keppler -un empresario- se unió al partido nazi. Y a
través de él algunos otros -tales como Hjalmar Schacht (más
tarde, ministro de economía de los nazis), Fritz Thyssen y el
banquero Kurt von Schroeder- aceptaron financiar al partido.
Esto se vio facilitado por la llegada de la crisis de 1929, lo que
aumentó el caudal electoral nazi, llegando éste a obtener el
37% del voto popular (abril de 1932), con un aumento en la
membresía de 27.000 en 1925 a más de 800.000 en 1931.
El gobierno de la República de Weimar fue un gobierno en
crisis constante, con frecuentes divisiones de alianzas faccionales formadas alrededor de personalidades. Desgraciadamente ni la mayoría de los políticos -con la excepción de los
social demócratas- ni los industrialistas, ni el ejército, ni el
pequeño sector de clases medias ni la aristocracia ni muchos
sectores populares tenían interés en la democracia. En las palabras de una declaración del Partido Conservador Alemán:
"Odiamos con todo nuestro corazón la presente forma del Estado Alemán porque nos niega la esperanza de rescatar nuestra esclavizada patria, de purificar del pueblo alemán la mentira de la guerra y de ganar el necesario Lebensraum en el Este".
Una de los principales personalidades de la época -Franz von
Papen- perdió posición frente a la facción de Kurt von Schleicher, quien, nuevamente fue incapaz de obtener apoyo mayoritario. Von Papen concibió reemplazarlo con "una cara nueva", la de Hitler, que sería -en la opinión de Papen- fácil de
manipular: el partido nazi comenzaba a mostrar desgaste
electoral, perdiendo -julio de 1932- 34 escaños, reduciendo a
196 "diputados" sobre un total de 608. Adicionalmente, el
partido estaba quedando sin fondos. Aparentemente el plan
de von Papen era promover una dictadura mediante de un
golpe de estado que -en su opinión - sería inevitable siguien-
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do el caos que el gobierno de Hitler produciría (dado que no
solo una vez más el gobierno sería incapaz de funcionar sino
que el uso de confrontación y violencia por "el incapaz" Hitler
produciría una demanda popular por la restauración del orden). Como se ha observado "Estupideces de ese tamaño son
raras en cualquier país o época". Von Papen arreglo una reunión con Hitler a través de los buenos oficios del banquero
von Schroeder, lo que se concreto -el 4 de enero de 1933 en la
casa de este último, llegando a un acuerdo. Hitler fue nombrado Canciller de Alemania el 30 de enero de 1933. (la fecha
es conocida como Machtergreifung). Sin embargo, la coalición que "apoyaba" al nuevo canciller era minoritaria, contando con solo 247 escaños.
Con posterioridad a su nombramiento Hitler pidió al anciano
presidente Paul von Hindenburg que disolviera el Reichstag,
lo que fue aceptado y se fijaron elecciones para el 5 de marzo
de 1933. El 27 de febrero ocurrió el Incendio del Reichstag
-posiblemente bajo órdenes de Hitler. Al día siguiente Hitler
declaró el estado de emergencia y demando que Hindenburg
firmara el Decreto del Incendio del Reichstag, aboliendo la
mayoría de las disposiciones de derechos fundamentales de
la constitución de 1919 de la República de Weimar.
Siguiendo lo anterior las elecciones de marzo dieron a los nazis y sus aliados el 44% del voto. Todavía no una mayoría. La
respuesta de Hitler fue demandar que el Reichstag le concediera poderes plenos, en la forma de la Ley habilitante de
1933 -situación permitida por la Constitución de Weimar para darle al Canciller el poder de pasar leyes a decretos, sin la
intervención del Reichstag en casos excepcionales- Los cálculos de von Papen parecía estar concretándose. Sin embargo,
si bien Hitler estaba a favor de una dictadura, no estaba
dispuesto a implementarla a favor de algún otro. El 23 de
marzo de 1933 el parlamento se reunió a discutir la cuestión.
En una atmósfera de creciente intimidación los parlamentarios tuvieron que ingresar cruzando un anillo de SA que gritaban" "Los poderes totales... o fuego y muerte". Solo los social
demócratas se opusieron (los comunistas habían sido arrestados o asesinados en su totalidad). Otto Wels -presidente de
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los socialdemócratas- proclamo: Nosotros los socialdemócratas nos comprometemos en esta hora histórica a los principios de humanidad y justicia, de libertad y socialismo. Ninguna acta habilitante lo habilita a Ud a destruir ideas que son
eternas e indestructible". Mirando directamente a Hitler,
agrego: "Uds. pueden quitarnos la libertad y la vida, pero no
pueden privarnos de nuestro honor. Estamos indefensos, pero no desgraciados" - Hitler se enfureció y respondió gritando:
"Uds. ya no son necesarios.. la estrella de Alemania se alzara
y la de Uds. se hundirá. La hora de su muerte ha sonado"
Esa fue la última sesión de un Reichstag con oposición. Poco
después, el partido social demócrata fue prohibido y el resto
(aparte de los nazis) se disolvieron. Von Papen tuvo que contentarse con el puesto de vicecanciller, desde el cual había esperado poder manipular a Hitler, pero con resultados de tan
poca importancia que fue encontrado inocente en los Juicios
de Núremberg.
De canciller alemán a Führer del Reich de los mil años
El proceso empezó a culminar en la noche de los cuchillos largos (entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934) cuando los últimos elementos que osaban dudar de la infalibilidad de Hitler -aun implícitamente- fueron eliminados Núremberg o
asesinados, incluyendo Kurt von Schleicher -a quien Hitler
había reemplazado como canciller- y asociados de von Papen
-quien fue arrestado. También lo fueron asesinado antiguos
camaradas de Hitler, como Gregor Strasser; Gustav Ritter
von Kahr y Ernst Röhm (este último bajo sospecha de deslealtad y, en todo caso, ya no conveniente para un Hitler en el poder).
Horas tras la muerte del presidente Hindenburg ( 2 de agosto
de 1934), Hitler publicó una ley (fechada el 1ro de agosto)
que establece: `La posición de Presidente del Reich será combinada con la del Canciller. La autoridad del presidente será
por lo tanto transferida al presente canciller y Führer, Adolf
Hitler. El seleccionara su diputado. Esta ley es efectiva a partir de la muerte del Presidente von Hindenburg". Comenzaba
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así el Tercer Reich, que la propaganda afirmaba duraría mil
años.
A continuación se anunció que tendría lugar un plebiscito,
para dar la oportunidad al pueblo alemán de expresar su
aprobación. Éste tomó lugar el 19 de agosto del mismo año, y
Hitler obtuvo un 90% de aprobación -38 millones de votos-.
Al día siguiente se introdujeron a través del Reich juramentos
obligatorios de lealtad personal no al estado o Alemania sino
a Hitler, especialmente en las escuelas, fabricas, servicio público y ejército. Así, la voluntad del Führer se transformaba
en la ley. La aplicación de este principio resultó en formas totalitarias de control y represión, ya que cualquier oposición a
los designios del Führer era, por definición, antinacional.
El programa original del partido nazi - que existía desde su
creación como Partido Obrero Alemán fue mantenido en
principio, pero en realidad la percepción era que "Hitler es el
partido", lo que creó una situación más bien confusa en la
práctica (ver especialmente Economía política de los nazis,
más abajo). Ese programa incluía: Abolición del Tratado de
Versalles. Unificación en un territorio y bajo un gobierno común a todos los alemanes con tierras y territorios (colonias)
suficientes como para mantener a los ciudadanos (La Gran
Alemania). Solo los miembros de "la raza" pueden ser ciudadanos. Expulsar de los territorios alemanes a todos lo no alemanes que hayan llegado desde 1914 y mantención del resto
solo con permiso del gobierno y como huéspedes. Obligación
del Estado de proveer la oportunidad de buena vida para todos los ciudadanos. Obligación de los ciudadanos de trabajar
física y espiritualmente. Abolición de ingresos que no sean
del trabajo. Establecimiento y defensa de un "cristianismo
positivo" gobierno en beneficio del interés nacional sobre el
particular, imponer el orden, etc.
El régimen que se implantó ejerció un fuerte control sobre cada aspecto de la sociedad, mostrando especial interés en la
educación de la juventud alemana. Desde la infancia, se enseña a los niños a ser duros y a sufrir la lucha por ser el más
fuerte, seleccionando poco a poco a unos escogidos que irán
conformando una nueva élite de guerreros sagrados (la SS) a
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modo de una nueva Esparta naciente y victoriosa. La ciencia
tampoco escapa a la influencia de partido que la utiliza para
justificar sus ideas o para buscar nuevas armas para la guerra
que se venía preparando.
En relación a la Europa "no-occidental" o región en la cual "la
raza" podría expandirse, existen documentos que sugieren la
intención era establecer formas de gobierno subservientes al
alemán y basadas sobre un sistema de castas, de acuerdo a
las cuales la función de la población (trabajador (esclavo/campesino/obrero) -supervisor y amo (sacerdote-guerrero) se establecería de acuerdo a su raza, bajo la dirección de
las Schutzstaffel, o SS. (ver Generalplan Ost): los eslavos, polacos, rusos, etc, serían exterminados en su mayoría, y quienes sobrevivieran serían trasladados "al este" donde, tratados
como esclavos (negándoseles toda educación, tratamientos
médicos, etc) eventualmente se extinguirían. Dado que no habían suficientes "arios", miembros de razas "intermedias" (
letones, estonios, checos, ucranianos, etc) continuarían existiendo como campesinos y mano de obra con algunas garantías, bajo control de amos y supervisores alemanes, especialmente miembros de las SS, que recibirían tierras y esclavos
en relación a sus "méritos".
En el caso de gitanos y judíos esos planes de largo plazo con
"razas inferiores" fueron puestos en ejecución incluso durante la guerra misma, en el llamado programa de Solución Final.
Persecución y represión
Hitler aplicó de inmediato la represión contra un amplio espectro de ciudadanos: judíos (definidos como enemigos de la
nación), comunistas, testigos de Jehová, homosexuales y todo aquello que se opusiera a la estrecha definición nazi de la
"nación". La represión la llevaron adelante prioritariamente
la SS, fuerzas paramilitares creadas en 1925 y fortalecidas por
el régimen, y la Gestapo, policía secreta nazi que respondía a
las SS, y que contaba con una densa red de espías y delatores.
El terror se ejercía de forma directa: por medio de la censura,
las agresiones físicas, los arrestos y las detenciones en cam-
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pos de trabajo.
Economia politica nazi
Esta es un área compleja. Los nazis no tenían un programa
económico propiamente tal, lo que creó una confusión en la
práctica (ver Gottfried Feder), especialmente cuando llegaron
al poder. Hitler resume la posición así: "La característica básica de nuestra teoría económica es que no tenemos ninguna
teoría en absoluto". Los nazis consideraban que lo realmente
importante es la "pujanza" o voluntad de las naciones: si esas
tienen espíritu, decisión y dirección adecuada, tendrán éxito,
cualquiera sean las circunstancias, lo que posibilita o demanda que "el líder" tenga la capacidad de tomar las medidas adecuadas en cada situación. Para Hitler en particular, propuestas basadas en la solidaridad son un complot para destruir
esa pujanza entre las razas superiores, por lo cual rechazaba
específicamente la concepción socialista. A partir de eso, la
propuesta nazi acerca de la economía política era una mezcla
imprecisa de darwinismo social con el dirigismo, en la cual el
estado permite tanto la propiedad privada como la competencia -lo que es positivo "porque promueve los más capaces a
posiciones superiores» - pero reserva al Estado el derecho a
establecer el interés nacional.
Cesare Santoro, un fascista que visitó Alemania en la época,
lo pone así: "En la declaración programática, ya citada al
principio de nuestra obra, Adolf Hitler anunció que el nuevo
gobierno se proponía velar por los intereses económicos del
pueblo alemán no por el camino tortuoso de una gran economía burocrática organizada por el Estado sino por el impulso
más fuerte dado a la iniciativa particular sobre la base del reconocimiento de la propiedad privada. El reconocimiento
del principio de que, en contraste con lo que ocurre en la Rusia soviética, el Estado tiene por misión dirigir la economía
pero no administrarla por sí mismo (función que corresponde exclusivamente a la economía misma) no puede ser más
explícitamente expresado. También así ha sido establecido
solemnemente el principio de la propiedad privada con lo
que se estimula al patrono a ensanchar más su empresa para
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alcanzar los mayores resultados posibles. Estos dos principios determinan las normas directivas para la reorganización
nacionalsocialista de la economía industrial; aquellas exigen
una administración autónoma cuya misión consiste en asesorar y tutelar a las asociaciones industriales o a los socios que
forman parte de ella. Esta administración tiene el deber de
transmitir al gobierno los deseos de los patronos que toman
parte en la obra de reconstrucción económica»
Hitler parece entender el papel del estado como dirigiendo
pero también apoyando la industria nacional a través de proporcionar estabilidad económica y diversos programas específicos, tales como proporcionando "mano de obra barata",
como es ilustrado en la famosa película La lista de Schindler.
Sin embargo, lo anterior no produce una propuesta específica
acerca de cómo resolver los problemas económicos de Alemania cuando Hitler llegó al poder. Esto fue resuelto a través del
nombramiento de algunos "profesionales" en posiciones de
responsabilidad. Esto dio a Hitler la oportunidad de poder
elegir entre diferentes y competitivas propuestas, seleccionando la que considerara más adecuada.
A partir de 1933 se implemento el llamado "Programa de
Reinhardt", que era un ambicioso proyecto de fomento económico a través del desarrollo de la infraestructura -con la
construcción directa por el estado de proyectos de obras públicas - tales como autopistas (ver Autopistas de Alemania),
redes de ferrocarriles, canales -tanto de riego como transporte (por ejemplo, reinicio de la construcción del Canal Rin-Meno-Danubio, estadios, etc (ver Arquitectura de la Alemania
nazi)- combinados con incentivos (tales como reducción o eliminación de impuestos a la inversión) y la expansión del gasto militar, etc. En 1936, el gasto estatal en asuntos militares
excedía a los gastos en asuntos civiles y llegaba al 10% del
Producto Nacional Bruto, más que cualquier otra nación europea en la época. A nivel de los trabajadores, el "programa"
significo la eliminación de los sindicatos independientes
(reemplazados por un organismo sindical/patronal único, bajo control nazi- ver Frente Alemán del Trabajo), aproximación que se mantuvo durante todo el gobierno nazi.
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En 1934 Hjalmar Schacht fue nombrado ministro de economía, con la intención (y bajo instrucciones secretas) de lograr
el rearmamento y desarrollar una política que lograra la autarquía o independencia económica de Alemania. Para lograr
eso fines Schacht necesitaba tanto re industrializar Alemania
como poder comprar materias primas en el extranjero, evitando al mismo tiempo una vuelta a la inflación, lo cual a su
vez requería estabilizar la moneda alemana (hacerla aceptable a nivel internacional) y reducción del déficit presupuestario del Estado. Schacht propone en un Nuevo "Plan de cuatro años" basados en el uso de "Billetes Mefo", una especie de
circulante pseudo monetario al estilo de "letras de cambio o
títulos de crédito, teóricamente de una empresa independiente (MEFO) pero que permitían al estado otorgar créditos a industrias sin romper las reglas monetarias aceptada, dado que
esas "letras de cambio" estaban relacionados no con un lapso
de tiempo sino con un resultado económico (por ejemplo, el
valor de un ferrocarril, usina, etc, a ser construida) - y en lograr que países extranjeros -especialmente en América Latina
y sureste de Europa- vendieran sus productos a Alemania pagados ya sea por medio de un intercambio directo con productos manufacturados en Alemania o en "depósitos bancarios en Alemania", que solo podían ser gastados en ese país,
específicamente, que no podían ser retirados en monedas extranjeras. En lo referente al proyecto autárquico, Schacht implemento el desarrollo de productos substitutos o errtaz.
Schacht también creó un sistema financiero que permitió al
estado alemán utilizar el "dinero de extranjeros" depositado
en bancos alemanes. Ese sistema constituyó las bases del utilizado para la administración, primero, de los fondos de judíos y, posteriormente, de los caudales en países conquistados.
En 1935 todo lo anterior lo anterior se combinó en la llamada
"economía de guerra", lo que -a nivel práctico- significó la introducción de medidas "militarizadas" de reducción del desempleo -el llamado Reichsarbeitsdienst (o RAD: Servicio de
Trabajo del Reich, introducido en julio de 1934). Esto a su
vez justifico la expansión del gasto militar bajo la excusa que
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eran medidas de reducción de desempleo.
A partir de 1935-36, se desarrollo un debate entre los encargados de la política económica general. Schacht -junto con
Carl Friedrich Goerdeler, encargado de control de preciosencabezaron una facción "pro mercado libre" que urgía a Hitler a reducir el gasto militar, abandonar el proteccionismo
implícito en el proyecto de autarquía y reducir la intervención estatal en la economía. Esa facción fue opuesta por la encabezada por Hermann Göring, quien proponía mantener
esas posiciones. Eventualmente la posición de Göring se
impuso (lo que llevó a la renuncia de Schacht). Göring tomó
su cargo y en adición a la mantención en general de las políticas descritas, introdujo (julio de 1937) un organismo (el
Reichswerke) dedicado a la promoción y construcción de fabricas y usinas, que eventualmente llegó a ser uno de los complejos industriales más grandes del mundo, empleando medio millón de trabajadores y con un capital de 2400 millones
de marcos
Varios economistas -empezando con Michal Kalecki- han descrito esas políticas económicas como un keynesianismo militar. Si bien es correcto que Alemania Nazi fue uno de los primeros países que -con posterioridad al abandono del patrón
oro- utilizó el déficit fiscal a fin de promover crecimiento económico, conviene recordar no solo que Keynes publicó su
Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero solo en
1936 (después de la implementación de muchas de las políticas delineadas más arriba) sino también las palabras de Hitler mismo respecto a carecer de una política económica. Así,
parece más correcto sugerir que las políticas económicas nazis eran eclécticas, mostrando no solo influencia "keynesiana" sino también las de otras escuelas, por ejemplo, las propuestas económicas de los fascistas italianos, que, a su vez, se
basaban teóricamente en las propuestas de Pareto. Contrastese, por ejemplo, la descripción de las políticas nazis ofrecida
por Santoro con la siguiente de las políticas de Mussolini
-proveniente de Franz Borkenau: "En los primeros años de su
gobierno Mussolini ejecutó literalmente las prescripciones
políticas de Pareto, destruyendo el liberalismo pero al mismo
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tiempo reemplazando en general el manejo estatal de las empresas privadas, disminuyendo los impuestos sobre la propiedad, favoreciendo el desarrollo industrial, imponiendo un
educación (basada en la aceptación ciega de dogmas..."
Lo anterior se ha explicado de la siguiente manera: "La razón
principal por esto fue la percepción generalizada entre los nazis que la economía no era muy importante, y que, en todo caso, estaba subordinada a los intereses del Partido o de la política del Partido. En relación a los individuos y sus visiones,
mientras que el régimen no fuera abiertamente criticado, había un margen considerable para la discusión de economía
política y teoría económica, no habiendo una línea de partido
en asuntos económicos. Segundo, en el campo de la política
(económica) práctica había un profundo nivel de pragmatismo: si las fuerzas del mercado podían lograr objetivos políticos, tanto mejor»
Con posterioridad a la segunda guerra, las políticas de la
"economía de guerra" influyeron tentativas de desarrollo de
países del tercer mundo. Schacht -encontrado inocente en los
juicios de Núremberg- creó un banco - Deutsche Außenhandelsbank Schacht & Co.- y se especializó en dar aviso económico a dirigentes de esos países, especialmente aquellos en
los cuales el ejército llegó a ser el instrumento de "progreso"
(por ejemplo: Egipto, Turquía, Pakistán, etc).
Propaganda
Los nazis fueron unos de los primeros movimientos políticos
que implementaron lo que puede ser llamado la práctica moderna de la propaganda como ingeniería social. En las palabras de Joseph Goebbels, quien llegó a estar a cargo del "Ministerio del Reich para la educación del pueblo y la propaganda" -creado en 1933-: "Hoy podemos decir sin exageración
que Alemania es un modelo de propaganda para el mundo
entero. Hemos compensado por las fallas del pasado y desarrollado el arte de la influencia de masas al punto que avergüenza los esfuerzos de otras naciones. La importancia que la
directiva Nacional Socialista pone en la propaganda quedo
clara cuando estableció un "Ministerio para la educación del
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pueblo y la propaganda" después que tomó el poder. Este ministerio está completamente dentro del espíritu Nacional Socialista y en el se origina. Une todo lo que hemos aprendido
como un movimiento de oposición confrontando el enemigo
y bajo la persecución de un sistema inimico, a veces más de la
necesidad que del deseo. Recientemente algunos han tratado
de imitar este Ministerio y su concentración de todos los medios de influencia sobre la opinión, pero aquí también se aplica el dicho: "a menudo imitado, pero nunca igualado".
La teoría nazi sostenía que entre el Führer y su pueblo existía
una armonía mística, una absoluta comunión -en la medida
que el Führer encarna y dirige todas las aspiraciones y voluntad del pueblo- Pero en la realidad, ese pueblo -como individuos- puede fallar en entender esa voluntad general, así,
esa comprensión y adhesión de esos individuos debían ser logradas: "No es solo un asunto de hacer lo correcto, la gente
debe entender que lo correcto es lo correcto. La propaganda
incluye todo aquello que ayuda a la gente a darse cuenta de
esto"..la Propaganda es un medio para un fin. Su propósito
es llevar a la gente a una comprensión que les permitirá, voluntaria y sin resistencia interna, dedicarse ellos mismos a las
tareas y objetivos de una dirección superior. y "La gente debe compartir las preocupaciones y logros de su gobierno.
Esas preocupaciones y logros, en consecuencia, deben ser
constantemente presentados y forzados sobre la gente de tal
manera que el pueblo considere que esas preocupaciones y logros son sus preocupaciones y logros. Solo un gobierno autoritario, fuertemente ligado al pueblo, puede hacer eso en el
largo plazo. La propaganda política, el arte de basar las cosas
del estado sobre las amplias masas de tal manera que la nación entera se sienta parte de el, no puede por lo tanto, permanecer solo un medio de ganar el poder. Debe ser un medio
de construir y mantener poder".
Desde ese punto de vista, la propaganda política esta dirigida a las masas, habla el lenguaje del pueblo porque desea ser
entendida por el pueblo. Su tarea es el arte más creativo de
poner hechos y eventos a veces complejos en una forma simple, que pueda ser entendida por el hombre en la calle. y La
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propaganda es por lo tanto, una función necesaria del estado
moderno. Sin ella es simplemente imposible, en este siglo de
las masas, aspirar a grandes objetivos. (La propaganda) Se sitúa al comienzo de la actividad política práctica en cada aspecto de la vida pública. Es un requisito importante y necesario¡.
Contrario a lo que algunos creen, la técnica básica de la propaganda no era, para Goebbels, la mentira., lo cual no quiere
decir que no la empleara. - "Sólo la credibilidad debe determinar si lo que la propaganda propone debe ser cierto o falso" y
"Si la propaganda va a ser exitosa, debe saber lo que busca.
Debe mantener clara y constantemente presente su objetivo y
buscar los medios y métodos apropiados para alcanzar ese
objetivo. La propaganda, como tal, no es ni buena ni mala. Su
valor moral es determinado por el objetivo que busca" Lo anterior establece una situación más bien confusa, lo que ha llevado a algunos a sugerir que se pueden derivar cuatro principios de la "propaganda goebbeliana": 1. No hay verdad.- 2.
Toda información (real) es irrelevante.- 3. La historia y los
mensajes de los medios son sólo una narrativa.- 4. La verdad
es lo que se escoge creer. Alternativamente, se proponen los
siguientes principios: Principio de renovación: Hay que emitir constantemente informaciones y argumentos nuevos a un
ritmo tal que, cuando el adversario responda, el público esté
ya interesado en otra cosa. -Principio de la verosimilitud:
Construir argumentos a partir de fuentes diversas. -Principio
de la silenciación: Acallar las cuestiones sobre las que no se
tienen argumentos y disimular las noticias que favorecen el
adversario. -Principio de la transfusión: Por regla general, la
propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y
prejuicios tradicionales. -Principio de la unanimidad: Llegar
a convencer a mucha gente de que piensa ¢como todo el mundo¡, creando una falsa impresión de unanimidad.
Goebbels establece una diferencia entre la propaganda blanca
£ atribuible y dedicada a promover £ y la negra, dedicada a
desprestigiar y no atribuible. La mayoría de las citas de Goebbels generalmente usadas £ por ejemplo: ¢mentir, mentir,
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que algo queda¤ ¥ se refieren a ese tipo de propaganda. Una
vez que un rumor ¥correcto o no ¥ es generalmente aceptado, se puede usar como ¦verdad¤ en la propaganda blanca.
Un ejemplo de su tiempo es la existencia de un putativo ¦problema judío¤. Una vez que se hizo general la percepción que
los ciudadanos alemanes de religión judía no eran alemanes,
la propaganda blanca puede presentar la "solución al problema": "Permitan que de algunos ejemplos recientes. Solo necesito bosquejar los detalles. Están muy frescos en nuestra memoria para requerir elaboración.... El Marxismo no podría
haber sido eliminado por una decisión gubernamental. Su eliminación fue el resultado de un proceso que comenzó con el
pueblo. Pero eso solo fue posible porque nuestra propaganda
le había mostrado a la gente que el Marxismo era un peligro
tanto para el Estado como para la Sociedad. La positiva disciplina nacional de la prensa alemana nunca habría sido posible sin la eliminación completa de la influencia de la prensa
judía-liberal. Eso solo sucedió debido a nuestra propaganda
de años... el hecho que fue eliminada... no es un accidente, sino más bien dependió en las fundaciones psicológicas que
fueron establecidas por nuestra propaganda... Pudimos eliminar el peligro judío en nuestra cultura porque la gente lo reconoció a consecuencia de nuestra propaganda.... el prerrequisito fue y es la propaganda, que aquí también crea y mantiene
la conexión con el pueblo.
Un ejemplo contemporáneo es el uso por ciertos sectores de
la mentira que Barack Obama no es nacido en EEUU y es musulmán. En la medida que el infundo se divulga, personajes
tales como Rand Paul, Glenn Beck, Sarah Palin, etc, sugieren
hay falta de patriotismo de su parte y la necesidad de defender los valores cristianos de los ¦padres fundadores¤. Encontramos un ejemplo concreto de Goebbels en su respuesta a la
reacción internacional a la introducción de legislación antisemita -por ejemplo, las Leyes de Núremberg- Goebbels no busca ocultar o minimizar tal reacción al pueblo alemán, pero la
presenta como ¦campaña de propaganda internacional por
los judíos¤. Y esa reacción ¦a la solución¤ del ¦problema judío¤ por ¦medios legales¤ no afecta el ¦derecho y determina-
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ción del pueblo alemán§ a solucionar sus problemas con ¨su
acostumbrada responsabilidad y seriedad§ © ¨que preferirían
¨las democracias§... que se dejara la solución en las manos
del pueblo?§ pregunta Goebbels © Y concluye: Esa campaña
del judaísmo internacional solo tendrá un resultado: hacer
las cosas aun más difíciles para sus ¨parientes raciales§ en
Alemania.De acuerdo a Goebbels, la planificación de cualquier y todo
acto debe considerar sus implicaciones propagandísticas. Y
todo debe contribuir a los objetivos políticos que la propaganda determina, no en una repetición mecánica, pero para construir una visión general. Consecuentemente, la propaganda
se desarrolló en varias direcciones a través de la totalidad de
la sociedad y vida publica alemana. Se utilizó no solo a los
medios de comunicación masivos © libros, periódicos y afiches que engrandecían a Hitler como salvador y líder de la raza aria cubrieron las ciudades, prohibiéndose cualquier expresión de duda, llegando incluso a la quemas de libros considerados "perniciosos", no tanto como acto de censura sino de
"expurgación pública". Adicionalmente se organizaron grandes actos públicos, manifestaciones y desfiles, que glorificaban un pasado alemán mítico, místico y heroico, junto a la
grandeza de Hitler y la disciplina impecable de su ejército; se
difundieron políticas de bienestar (vacaciones, pensiones,
etc.), todo sugiriendo una nación de guerreros liberados por
un héroe seleccionado e inspirado por el destino, envueltos
en una lucha a muerte no solo por su supervivencia, pero por
todo lo que es justo, bello y de valor, contra las miserables razas inferiores que, motivados por la envidia y la malevolencia, solo saben destruir.
El cine sufrió no sólo la censura, sino además la manipulación. Todas las películas debían contener algún mensaje pronazi. El propio estado se ocupó de producir películas documentales de propaganda, utilizando todos los adelantos de la
técnica y arte. La radio se convirtió en un medio muy importante para el régimen, ya que permitía que la voz del Führer
entrara en los hogares alemanes, del mismo modo que la propaganda nazi.
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La propaganda no buscaba sólo fortalecer la fidelidad al régimen o el odio hacia los judíos, sino también -en una actitud
derivada de la Kulturkampf bismarckiana- difundir formas
culturales consideradas propias o saludables para la nación,
identificadas con la raza aria. De esta manera, se instaba a los
jóvenes sanos a casarse, informándoles previamente de los
antecedentes raciales de su pareja, y a procrear familias numerosas. Las mujeres eran alentadas a permanecer en el hogar y a dedicarse a la crianza de los niños.
Los jóvenes fueron un blanco importante para la propaganda
nazi. Se crearon instituciones destinadas a la socialización de
niños y jóvenes, como las Juventudes Hitlerianas. En ellas los
jóvenes recibían una cuidadosa educación física y adoctrinamiento político. La Liga de Muchachas Alemanas formaba a
las niñas para sus futuras tareas en el hogar, mientras los niños aprendían destrezas militares. No obstante lo anterior,
un gran número de mujeres también formó parte de las Hitlerjugend.
Politica Racial
Los nazis instauran también el control reproductivo de la sociedad alemana. Es imperiosa la necesidad de crear nuevos
arios y de sacar de la circulación aquellos que presenten defectos en nombre de la higiene racial, promoviendo la eugenesia y recurriendo a la eutanasia si hacía falta. Así mismo, se
buscó la fecundación de todas las alemanas de buena sangre
por parte de la élite aria para que poco a poco la raza perdida
recupere su esplendor. El resultado de esto fue el establecimiento de los campos Lebensborn en los cuales mujeres de
origen ario eran inseminadas con padres seleccionados para
la creación de niños racialmente puros.
El nazismo está imbuido de una paranoia racial que le lleva a
tejer todo un entramado científico-místico. Por una parte,
pretende demostrar mediante la moderna ciencia de la biología, la selección natural de Darwin y las leyes de la herencia
de Gregorio Mendel, de modo pseudocientífico la realidad de
la raza pura y, por otro lado, presenta la creencia mística de
que esta debe recuperar unos poderes que se le suponen per-
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didos por los cruces con razas supuestamente degeneradas,
como serían los judíos o, en menor medida, los eslavos. En
los judíos se centra el mal de males y hacia mediados de la Segunda Guerra Mundial empezarán a ser exterminados en los
campos de concentración.
Antisemitismo
Para Hitler, los comunistas eran enemigos de la nación alemana. Pero había un enemigo mayor aún que se fusionaba
con ese y con los otros posibles: los judíos. Partiendo de una
concepción racista, desde principios de los años veinte Hitler
fue reconstruyendo un estereotipo racial del judío, a partir de
las teorías de Walter Darré, Alfred Rosenberg, Spengler (Siglo XX), Houston Stewart Chamberlain y el conde de Gobineau (Siglo XIX).
Los judíos encarnaban, para Hitler, todos los males que aquejaban a la nación alemana (no judía): eran los proletariados
agitadores, los financistas avaros y los grandes industriales
que exprimían al pueblo alemán; eran la prensa que difamaba a la nación, y también los débiles y corruptos parlamentarios cómplices de los humillantes tratados de paz y de la debilidad de la nación. Eran, en síntesis, el enemigo racial, que
desde el interior corrompía y contaminaba a la nación, debilitándola.
El judío era el enemigo absoluto que tanto necesitaba el sistema totalitario para la movilización política y social, así como
para distraer la opinión pública de los propios problemas.
En 1935, las leyes de Núremberg privaron a los judíos de la
ciudadanía alemana y de todo derecho. Se les prohibió el contacto con los arios y se les obligó a portar una identificación.
Las leyes afectaban a todos aquellos a quienes el Estado definía racialmente como judíos. Continuaron la violencia y el
acoso de las SS y de la policía a los judíos, produciéndose masivas emigraciones. Luego siguió una segunda fase de expropiación, caracterizada por la "arianización" de bienes, los despidos y los impuestos especiales. En 1938 se les prohibió a los
abogados y médicos judíos el libre ejercicio de sus profesiones y se obligó a que los que tenían nombres de pila no judíos
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que antepusieran los de "Sara" o "Israel" a los propios, para
la identificación en los campos de trabajo y en los mismos
ghettos). El resultado, distinguirlos.
En noviembre, esgrimiendo como excusa el asesinato de un
diplomático alemán en París a manos de un joven judío, fueron atacados por miembros de las SS, en lo que se llamó la
"noche de los cristales rotos". El resultado fue de tal magnitud que el mismo Estado hubo de restaurar el orden que él
mismo había perturbado.
Los judíos fueron considerados globalmente responsables del
ataque y obligados a reparar los daños, a indemnizar al Estado alemán por los destrozos y a entregar el dinero recibido
a compañías de seguros. Se los excluyó de la vida económica,
se les prohibió el acceso a las universidades, el uso de transportes públicos y el frecuentar lugares públicos como teatros
o jardines. Adicionalmente ese momento marcó el comienzo
de un programa organizado de internamiento de los judíos en
campos de concentración: en un telegrama de instrucciones
firmada por Reinhard Heydrich ª marcado «Urgente y secreto¬ ª en preparación a la Kristalnacht se establece (punto 5):
"Tan pronto como el curso de los eventos durante esta noche
permita el uso de los oficiales de policía asignados para este
propósito, serán arrestados tantos judíos como sea posible
acomodar en los lugares de detención de cada distrito. ªespecialmente judíos ricos. Por el momento solo serán arrestados judíos varones en buen estado de salud, de edad no muy
avanzada. Inmediatamente que el arresto tenga lugar, se contactara el campo de concentración adecuado para ubicar a los
judíos tan rápidamente como sea posible en esos campos....".
ª esos campos en realidad eran «campos de trabajo forzado¬
en los cuales se explotaba a los internados hasta la muerte.
Finalmente, los judíos fueron concentrados en guetos (barrios especiales donde vivían hacinados) o en campos. A esto
seguiría la esclavización y el exterminio durante la guerra.
Los campos de concentración, inicialmente destinados a la
prisión preventiva de "enemigos del estado" (por ejemplo: comunistas y social demócratas), se convirtieron en lugares de
trabajo forzoso, para experimentos médicos y para la elimina-
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ción física de judíos, gitanos, homosexuales y discapacitados.
Sobre este último punto, hay quienes sostienen la inexistencia del holocausto judío, ya sea en su totalidad o en las proporciones que son comúnmente aceptadas, lo que ha dado lugar a algunos juicios. Los principales expositores de esta visión son Robert Faurisson, Paul Rassinier y David Irving, Los
casos más conocido son A) el del Commonwealth de Canadá
contra Ernst Zundel, ciudadano alemán que vivió en Canadá
entre 1958 y el 2000 y quien publicó varios panfletos cuestionando el holocausto, por lo que fue procesado por "publicar
literatura capaz de incitar odio contra un grupo identificable". En dicho proceso, Alfred Leuchter, quien falsamente
proclamó ser ingeniero, el "máximo experto mundial en" y
"constructor" de cámaras de gas para las prisiones de los Estados Unidos evacuó el Informe Leuchter, en el que concluyó
que "no hubo cámaras de gas para la ejecución en ninguno de
esos lugares" y B) el de Irving contra Lipstadt y otros, en el
cual Irving fue encontrado "un activo negador del Holocausto... un antisemita y un racista".
Politica Exterior
El objetivo final de la política exterior nazi era la conquista
del Lebensraum o espacio vital alemán. Su imperialismo era
a la vez económico y racial. Hitler sostenía que el pueblo elegido (la raza superior) debía disponer de suficiente espacio,
definido como una relación entre los recursos (tierras, alimentos) y la población. Su objetivo inmediato eran las tierras
de Europa Oriental, pobladas por razas consideradas inferiores. La política interior totalitaria del Tercer Reich estaba al
servicio de su política exterior expansionista. El totalitarismo
creaba las bases materiales y psíquicas para la conquista exterior y, al mismo tiempo, los grandes éxitos y la conciencia de
la "misión" de la raza distraerían a la población de la represión interna.
Hitler expresó desde un principio su voluntad de rearme a
Alemania. Realizado primero en secreto, se hizo público después de 1935 y fue tolerado por las naciones europeas que estaban más preocupadas por el avance del comunismo que el
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nazismo. La política inglesa y francesa fue la del "apaciguamiento", que consistía en conceder a Hitler aquello que reclamaba y firmar nuevos pactos, apostando con esto a mantener
a los nazis bajo control.
Ejércitos mayores y mejores entrenados, producción de barcos de guerra, aviones, tanques y municiones, e investigación
de nuevos tipos de armamento, absorbieron crecientes recursos estatales. Por otro lado, el rearme permitió llegar al pleno
empleo y dejar atrás la crisis de 1929. Esto reactivó la economía alemana y trajo un nuevo prestigio al reich. En 1936, las
fuerzas militares alemanas reocuparon sorpresivamente Renania. Desde ese momento y hasta 1939, la táctica consistió
en ataques justificados por el derecho alemán al Lebensraum,
seguido por nuevas promesas de paz. Al episodio de Renania
le siguió la intervención en la guerra civil española y la anexión de Austria en 1938. La semidictadura austríaca intentó
en vano impedir la campaña de anexión de los nacionalistas
austríacos y dejó finalmente el poder a los alemanes en 1938.
Un plebiscito a favor de la "Gran Alemania" confirmó luego la
Unión.
El siguiente objetivo fue Checoslovaquia, donde un conflicto
con la minoría alemana de los Sudetes le sirvió de excusa para la anexión de la región en 1938. Inglaterra y Francia accedieron a estas pretensiones alemanas por medio de los Acuerdos de Múnich y Chescolovaquia debió ceder. Pero Hitler invadió el resto de Checoslovaquia en 1939. Esto puso de manifiesto su verdadera intención y el fracaso de la política de
"apaciguamiento" de Inglaterra y Francia. Cuando, tras firmar un pacto de no agresión con la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), Hitler se lanzó en septiembre de
1939 a invadir Polonia, Francia e Inglaterra le declararon la
guerra. Así comenzaba la Segunda Guerra Mundial.
Partido Obrero Alemán (nazi)
El Partido Obrero Alemán (Deutsche Arbeiterpartei) fue fundado el 5 de enero de 1919 en el hotel Fürstenfelder Hof de
Múnich por un cerrajero ferroviario llamado Anton Drexler,
junto con el periodista Karl Harrer y el también cerrajero fe-
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rroviario Michael Lotter. El DAP se identificaba con la corriente nacionalista popular y racista conocida como
völkisch. Durante esos años de posguerra aparecieron muchos grupos de este tipo como resultado de la impotencia generada por la derrota en la Primera Guerra Mundial, siendo
el DAP uno más de ellos, un grupo político pequeño y desconocido que se reunía en cervecerías de la ciudad de Múnich.
Harrer figuraba como el presidente nacional y Drexler como
el presidente del grupo local. El primer gestor de DAP sería
Rudolf Schüssler.
Un joven Adolf Hitler, cumpliendo con sus funciones de informador para el ejército (en el cual se había quedado enrolado tras la guerra), visitó por orden de sus superiores un mitin
del DAP el 16 de septiembre de 1919 en la cervecería Sterneckerbräu, situada en la avenida Tal, 54. A la exposición del
orador de esa noche, Gottfried Feder, le siguió una mesa redonda donde los asistentes, no más de 35, podían discutir sobre asuntos de interés. Uno de los presentes, Baumann, tomó
la palabra y, entre otras cosas, argumentó que Baviera debería separarse de Alemania. Hitler, el observador militar, no
aceptó semejante idea y, con una breve pero tajante intervención en la que tuvo tiempo de mostrar sus dotes para la oratoria y la argumentación, acalló a su interlocutor, sorprendiendo por su forma de expresarse a los dirigentes del partido.
Drexler ofreció rápidamente a Hitler afiliarse. Pasados unos
días, Hitler se unió al partido, recibiendo el número 7 como
miembro del comité de trabajo y el número 555 como militante. Huelga decir que esta numeración no se efectuaría hasta
enero de 1920, ordenándose por orden alfabético los militantes inscritos hasta ese momento y asignándoseles por ese orden un número a partir del 500, para dar la impresión de ser
más cantidad de miembros. Sin mucha demora fue el propio
Hitler nombrado jefe de propaganda. Dio su primer mitin el
16 de octubre de 1919 en la cervecería Hofbräukeller, siempre
en Múnich, ante 300 personas. El comité de trabajo del partido acostumbraba a reunirse en el restaurante Alte Rosenbad
primero, y después en el Cafe Gasteig, hasta que se estableció
la primera sede oficial el 15 de enero de 1920 en una de las
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habitaciones de la vieja Sterneckerbräu. Para ese enero, el
partido tiene 64 miembros inscritos. El día 5 de enero Karl
Harrer había renunciado como presidente aniconal del DAP.
Le sucedió Anton Drexler.
El Partido no tenía programa, sólo una breve "Ley Fundacional". El 24 de febrero de 1920, durante un mitin en la Sala de
Fiestas de la Hofbräuhaus de Múnich, con asistencia de unas
2.000 personas, el DAP cambió su nombre a Partido Nacional Socialista Obrero Alemán (NSDAP) y proclamó el Programa de los 25 puntos que regiran al Partido Nazi hasta su
prohibición. Hitler introdujo en movimiento un grupo paramilitar uniformado, el llamado más tarde Sturmabteilung
(SA), similar al de las Camisas Negras de Mussolini, así como
postulados altamente racistas y antisemitas.
República de Weimar
La República de Weimar (en alemán: Weimarer Republik)
fue el régimen político y, por extensión, el periodo histórico
que tuvo lugar en Alemania tras su derrota al término de la
Primera Guerra Mundial y se extendió entre los años 1919 y
1933. El nombre de República de Weimar es un término aplicado por la historiografía posterior, puesto que el país conservó su nombre de Deutsches Reich («Imperio alemán»). La denominación procede de la ciudad homónima, Weimar, donde
se reunió la Asamblea Nacional constituyente y se proclamó
la nueva constitución, que fue aprobada el 31 de julio y entró
en vigor el 11 de agosto de 1919.
En 1933, la República de Weimar concluye, ya que, si bien la
constitución de 1919 no fue revocada hasta el término de la
Segunda Guerra Mundial, el triunfo de Adolf Hitler y las reformas llevadas a cabo por los nacionalsocialistas (Gleichschaltung) la invalidaron mucho antes, instaurando el denominado Tercer Imperio Alemán.
La Revolución de Noviembre
En los últimos meses de la Primera Guerra Mundial, Alemania se encontraba al borde del colapso militar y económico.
Ante la ofensiva final de los Aliados, el 14 de agosto de 1918,
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el Alto Mando alemán se reunió en su cuartel general de Spa
y reconoció la inutilidad de seguir la guerra. No quería que
los aliados pudieran descubrir el estado real de sus fuerzas, y
menos aún verse en la imposibilidad de detener su avance.
Esperaba salvar el ejército, ya que no el régimen, negociando,
cuando se encontraba aún a cien kilómetros de París. El 27 de
septiembre Paul von Hindenburg y Erich Ludendorff informaron al gobierno imperial y pidieron el armisticio inmediato sobre la base de los famosos 14 puntos de Wilson. Los políticos comprendieron de inmediato que la guerra estaba perdida y que los militares habían intentado ocultarlo. En pocos
días se organizó un nuevo gobierno parlamentario, y el recién
nombrado canciller, el príncipe Maximilian von Baden, conocido liberal y pacifista, procedió a negociar la paz. Woodrow
Wilson, de espaldas a sus aliados, exigía ante todo la transformación de las instituciones políticas y militares del Reich. El
ejército se opuso, y Ludendorff dimitió de manera estrepitosa, alimentando el mito de la «traición» de los civiles para ganarse a la opinión pública. Por su parte, los socialistas instalados en el poder esperaban la abdicación del Kaiser Guillermo II de Alemania para hacerse con el control, si bien sus líderes hicieron esfuerzos desesperados para conservar la forma imperial del Estado. La situación se vio entonces súbitamente interrumpida por los sucesos de Kiel.
Mientras que las tropas y la población, agotadas y desesperanzadas, esperaban el armisticio, en Kiel, el Alto Mando de
la Marina (Marineleitung) al mando del almirante Reinhard
Scheer quería cruzar el fuego por última vez con la Royal
Navy, por lo que anunció a la Flota de Alta Mar (Hochseeflotte) de la Marina Imperial que debía zarpar. Los preparativos
para hacerse a la mar causaron enseguida un motín en Wilhelmshaven, donde la flota alemana había echado el ancla en
espera del ataque. Los marineros amotinados se negaban a
entablar una batalla nada más que por el honor. El Alto Mando de la Marina decidió suspender el ataque y ordenó el retorno a Kiel para procesar a los amotinados en una corte marcial. Los marineros restantes querían evitar el proceso, porque los amotinados también habían actuado en su interés.
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Una delegación sindical solicitó su liberación, pero fue rechazada por el Alto Mando de la Marina. Al día siguiente, la casa
sindical fue cerrada, y el 3 de noviembre las concentraciones
de protesta fueron reprimidas a tiro limpio, causando la
muerte de nueve personas. Cuando un marino respondió al
fuego y mató a un oficial, la manifestación se convirtió en revuelta general
La mañana del 4 de noviembre, los marineros eligieron un
consejo de soldados, desarmaron a sus oficiales, ocuparon los
barcos, liberaron a los presos amotinados y tomaron el control de la base naval de Kiel. A los marineros se unieron trabajadores civiles, en especial los metalúrgicos. Tras fundirse
en un Consejo de soldados y obreros®, similar a un Soviet,
asaltaron los cuarteles y se apoderaron de la ciudad al son de
La Internacional, reivindicando la mejora de la alimentación,
el abandono del proyecto de ofensiva de la flota, la liberación
de los detenidos, el sufragio universal y la abdicación del Emperador. Por la tarde se les unieron soldados del ejército que
el comando local había hecho traer para sofocar la revuelta.
De este modo Kiel estaba firmemente en manos de 40.000
marineros, soldados y trabajadores insurrectos. La noche del
4 de noviembre, el diputado del Partido Socialdemócrata de
Alemania (SPD) Gustav Noske llegó a Kiel en representación
de la dirección del SPD, para controlar la revuelta y evitar
una revolución. El consejo de la ciudad creía estar de parte
del nuevo gobierno y contar con su apoyo. Por esto nombró a
Noske ¯gobernador° esa misma noche y éste efectivamente
terminó la revolución en Kiel al día siguiente
Entretanto, el motín de Kiel había encendido la revolución en
el resto de Alemania. Los cuarteles se levantaron contra la
oficialidad y los mandos fueron relevados de sus funciones.
Las huelgas de solidaridad extendieron la insurrección de la
costa a las ciudades, y de las ciudades al interior. En Brunswick los marinos recién llegados se unieron a los obreros,
obligaron al Gran Duque a abdicar y proclamaron la República Socialista de Brunswick. El proceso de huelga, motín, asalto a las cárceles y proclamación de consejos de obreros y soldados se repitió en todas las ciudades del país. Pero, a dife-
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rencia de los soviets rusos, estos Ratebewegungen emanaban
más de la voluntad de los soldados que de la de los trabajadores. El 6 de noviembre, sabiendo que Guillermo II no podría
conservar su trono, Maximilian von Baden le urgió para que
abdicara en el Kronprinz, y salvar así la Monarquía, sin éxito.
En Múnich, el 7 de noviembre huyó el rey Luis III de Baviera,
y al día siguiente se constituyó un consejo de soldados, obreros y campesinos dirigido por Kurt Eisner, socialista independiente, que proclamó la República de Baviera. El 9 de noviembre la revolución llegó a Berlín, y en pocas horas el Reich
llegaba a su fin cuando el canciller Maximilian von Baden
anunció la abdicación del Kaiser y el Kronprinz y nombró sucesor suyo al socialdemócrata Friedrich Ebert. Sin la menor
resistencia, los príncipes gobernantes de los demás estados
alemanes abdicaron y ese mismo día dos repúblicas fueron
proclamadas: Philipp Scheidemann, ex ministro imperial,
proclamó la República desde el Reichstag, y dos horas después Karl Liebknecht (líder junto a Rosa Luxemburgo de la
Liga Espartaquista) apareció en el Palacio Imperial
(Stadtschloss) y anunció la República Libre y Socialista Alemana.
Partidos Politicos
La toma del poder por las masas tuvo como consecuencia inmediata el hecho de que Alemania entregara el poder político
al socialismo. En noviembre de 1918 la gran mayoría del país
estaba sinceramente dispuesta a apoyar a un gobierno democrático. Como a los socialdemócratas se les consideraba demócratas, y eran el partido parlamentario más numeroso, había casi una absoluta unanimidad para confiarles la dirección
y formación del futuro sistema de gobierno. Sin embargo, los
socialdemócratas se habían escindido; relevantes marxistas
rechazaron la democracia y se manifestaron partidarios de la
dictadura del proletariado. Aparecieron así tres corrientes socialistas...:
La socialdemocracia (SPD): con un 35% de los escaños del
Reichstag en las elecciones de 1912, era la principal representante de la sociedad alemana. Asimismo, gozaba de un ex-
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traordinario predicamento entre las clases populares por su
antigüedad, organización y número de afilados. Obedientes
del régimen imperial, con la caída de éste se proponía sustituir la Alemania militarista y feudal por una democracia parlamentaria, restaurar las libertades cívicas y los derechos del
hombre (suspendidos en el curso de la guerra) y aumentar el
programa de medidas de la sozialpolitik (política de bienestar
social) preexistente. Los socialdemócratas rechazaban completamente el modelo bolchevique de revolución armada y
dictadura del proletariado, y potenciaron la colaboración con
otras fuerzas políticas para democratizar las instituciones.
Los socialistas independientes (USPD): aparecieron en 1917
sin una formulación programática clara, como oposición al
continuismo que la SPD hacía del gobierno imperial en la
guerra. Partidarios de la restauración de la unidad socialista,
defendían tanto el parlamentarismo como los consejos revolucionarios, en la creencia de que éstos últimos debían supervisar al primero. Compartían el deseo de la SPD de potenciar
la política social, y abogaban por la socialización de la economía a través de la nacionalización parcial de determinados
sectores económicos, como parte de las finanzas y la industria pesada, pero manteniendo el comercio interno y externo
en manos privadas. Rechazaban la colectivización de la tierra,
pero proponían una redistribución en favor de los pequeños
agricultores. Se oponían a las autoridades burguesas y rechazaban el burocratismo de las instituciones y los sindicatos, en
contra de la SPD.
La Liga Espartaquista: en un principio parte de la USPD, se
transformó en un partido revolucionario. Rechazaban el revisionismo socialdemócrata y consideraban los acontecimientos de noviembre una etapa en el objetivo final de la revolución socialista y la dictadura del proletariado. Consideraban
la revolución bolchevique un ejemplo a seguir, con ciertos
ajustes y la corrección de los errores de Lenin con respecto al
mantenimiento de las libertades individuales. Creían que los
proletarios debían tomar el control de las instituciones burguesas y suplantarlas con sus propios órganos representativos, exclusivamente formados por miembros de su partido,
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para alcanzar una verdadera democracia, sin que el terror y la
represión entraran en principio en sus fines. Sus 24 proposiciones para la protección de la revolución incluían el desarme
del ejército y la policía, la supresión del régimen parlamentario y la socialización de la economía a través de la confiscación de grandes fortunas, bancos, propiedades y fábricas, de
los transportes y los medios de comunicación y el dirigismo
de la producción. Independientemente de todo ello, vistos
con perspectiva, sus esfuerzos estaban condenados al fracaso
dado su escaso número y al efecto negativo que la Revolución
Bolchevique había producido en la opinión pública, asimilándose los horrores soviéticos a los espartaquistas.
Los socialdemócratas se aliaron con los independientes y se
hicieron hueco en los organismos de la Revolución de Noviembre, articulando una bicefalia entre los representantes
políticos y los de los consejos populares. El 10 de noviembre,
seis comisarios del pueblo (3 socialdemócratas y 3 independientes) formaron el Gobierno Provisional. Al día siguiente
firmaron el armisticio de Compiégne, basándose en los 14
puntos de Wilson, y el 12 promulgaron un programa de actuación política económica de cara a la reconstrucción nacional.
Se creó un Consejo Ejecutivo Provisional completamente dominado por los socialdemócratas, como vínculo entre el gobierno provisional y los consejos. Este Consejo no duda en ratificar la actuación del gobierno, y hace oídos sordos a los espartaquistas. Los Consejos habían perdido su utilidad para
un gobierno cuya mayor preocupación era precisamente
evitar una Revolución, limitándose al cambio pacífico del canciller y la forma del Estado. Finalmente, el Congreso Panalemán de Consejos reunido en Berlín del 16 al 20 de diciembre
apoyó mayoritariamente las tesis socialdemócratas, por lo
que se disolvió y confió el destino de la República a la convocatoria de elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente. Con ello la Revolución terminó antes de empezar, y las
clases populares quedaron marginadas de la política. Esta renuncia voluntaria al poder provocó el estupor y la acción desesperada de la Liga Espartaquista, rechazada por la mayor
parte de la población, que no había obtenido más que 10 dele-
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gados de un total de 489 en el mencionado Congreso.
Para consolidarse, la recién nacida República logró el acuerdo entre sindicatos y patronales (15 de noviembre), tranquilizando así a la burguesía. Los trabajadores obtuvieron garantías como la jornada de ocho horas sin disminución de salarios, la renuncia de los patronos a emprender acciones contra
los sindicatos y la reglamentación del trabajo con convenios
colectivos. Por su parte, los industriales conjuraron el peligro
de la revolución y la socialización de la economía, defendidos
por los espartaquistas. De igual modo, se llegó a un acuerdo
con el ejército monárquico para crear un gobierno de orden y
combatir la amenaza bolchevique. Por su parte, la vieja clase
política imperial se había adaptado a -aunque generalmente
no aceptado- la nueva legalidad en la forma de nuevos partidos de derechas, los llamados populares: los conservadores
antirrepublicanos y pangermanistas en el Deutsche Nationalen Volkspartei (DNVP), mientras que los liberales se escindieron en el derechista Deutsche Volkspartei (DVP) y el izquierdista Deutsche Demokratische Partei (DDP). Tan sólo el
católico y centrista Zentrumspartei (ZP) conservó su denominación anterior. Los partidos de la derecha no liberal estaban
a su vez influidos por las percepciones del llamado Movimiento Revolucionario Conservador.
El levantamiento Espartaquista (Der Spartakusaufstand)
Entre la decisión de transferir el poder a una Asamblea Constituyente, y la fecha de su real aplicación, el 19 de enero, tuvo
lugar la última fase de la Novemberrevolution. Los socialistas
independientes pronto fueron dejados de lado, precisamente
por su carácter conciliador, tachados de traidores por los espartaquistas y de aliados poco sinceros por los socialdemócratas. Aliados con el ejército, los socialdemócratas giraron
hacia posturas más conservadoras y procedieron a la disolución de los consejos, el restablecimiento de la autoridad de
mando de los oficiales y la requisición de las armas en poder
de los civiles.
Por su parte, los espartaquistas se radicalizaron cada vez
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más, en la esperanza de detener la contrarrevolución. Deseosos de enfatizar su preferencia por el modelo soviético, el 30
de diciembre los espartaquistas fundaron el KPD (Kommunistische Partei Deutschlands o Partido Comunista Alemán),
renunciando a participar en las elecciones del 19 de enero y
marcándose metas revolucionarias. Para la opinión pública
resultaba que, como habían dicho siempre los conservadores,
lo que los defensores de la democracia querían establecer era
el gobierno de la turba y la dictadura de los demagogos. La
misma idea de la democracia se hizo sospechosa. Para muchos alemanes el término fue desde entonces sinónimo de
fraude, hecho que posteriormente daría alas al nazismo.
Los nacionalistas se dieron rápidamente cuenta del cambio
de mentalidad y se aprovecharon de la ocasión. Si unas semanas antes se habían sentido desesperados, ahora sabían cómo
volver al poder. Acuñaron la leyenda de la «puñalada por la
espalda», que les devolvió la confianza en sí mismos y el apoyo popular. Pero su primer objetivo fue impedir el establecimiento de un Estado socialista. Para ello, un partido esencialmente antidemocrático como el DVNP presentó al electorado, por razones puramente tácticas, un programa liberal y democrático. Apoyando el régimen parlamentario en el corto
plazo, se proponían acabar con él más tarde.
Por su parte, los comunistas confiaban en conquistar el poder
por la violencia, con ayuda de Rusia o aún sin ella. En la Navidad de 1918 estalló en Berlín un conflicto entre el gobierno
provisional y una belicosa tropa comunista, la "División de
Marinos del Pueblo" (Volksmarinedivision), que se opuso al
gobierno vigente y se atrincheró en el Palacio Imperial, llegando a sitiar al canciller Ebert en su despacho. Éste, presa
del pánico, pidió ayuda a una compañía de caballería desmontada de la antigua Guardia Real, mandada por un general aristocrático, que estaba a las afueras de la capital en espera de ser disuelta. Hubo un combate favorable a la Guardia,
pero el gobierno les ordenó retirarse, ya que desconfiaba de
ellos y no quería luchar contra sus propios camaradas. Esta
escaramuza convenció a los socialistas independientes de que
era imposible evitar el triunfo del comunismo, y para no per-
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der popularidad ni llegar demasiado tarde a participar en el
inminente gobierno comunista, retiraron a sus 3 comisarios,
con lo que el SPD quedó en exclusiva a cargo del gobierno, lo
que acrecentó su inclinación hacia posturas conservadoras.
El 4 de enero de 1919 el socialista independiente Emil Eichhorn cesó como jefe de policía, y ello sirvió de pretexto para
la huelga general, que el 6 paralizó Berlín y se convirtió en
una tentativa de insurrección; comunistas y socialistas independientes iniciaron la batalla en las calles de Berlín y llegaron a dominar en el centro de la capital. El USPD y el KPD
formaron un comité débil e indeciso, y el movimiento se extiendió a Baviera, Bremen, Hamburgo, Sajonia, Magdeburgo
y Sarre. Liebknecht abogaba por derribar cuanto antes el gobierno de Ebert, contra la opinión de Rosa Luxemburgo, y
tras el fracaso de las conversaciones con el gobierno, llamó a
los obreros a tomar las armas.
La situación era desesperada cuando apareció una ayuda
inesperada, al decidir el ministro de defensa Gustav Noske
echar mano de los Freikorps (organizaciones paramilitares
antirrepublicanas, integradas por antiguos soldados) para
acabar con el levantamiento. Entre el 8 y 13 de enero los Freikorps reconquistaron fácilmente la capital y asesinaron a
cientos de revolucionarios, incluyendo a Liebknecht y Luxemburgo. Curiosamente, entre quienes aportaron enormes sumas de dinero para pagar a los Freikorps estuvo, entre otros,
el liberal izquierdista Walther Rathenau, posteriormente asesinado por estos mismos.
Por otra parte, por estas fechas (5 de enero de 1919) se constituyó el Partido Obrero Alemán. Fundado por Anton Drexler y
Karl Harrer, fue en sus inicios un partido pequeño de ideas
contradictorias, hasta que Adolf Hitler se les unió en octubre
de 1919, asumiendo la dirección del movimiento poco más
tarde hasta convertirlo en el Partido Nacional Socialista Alemán de los Trabajadores.
La victoria del gobierno no puso fin a la guerra civil, que aún
duró varios meses en provincias, con la eliminación de islotes
revolucionarios en Bremen y el Ruhr. Con todo, pudieron celebrarse las elecciones, las sesiones de la asamblea constitu-
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yente y la proclamación de la Constitución de Weimar. Hubo
una participación del 82,8%, en las elecciones el SPD obtuvo
el 37,9% de los votos y 165 escaños, seguido del ZP (19,7 y 91
esc.), el DDP (18,6 y 75 y esc.), el DVNP (10,3 y 44 esc.), el
USPD (7,8 y 33 esc.) y el liberal DVP de Gustav Stresemann
(4,4 y 19 escaños). Pese a obtener mayoría, el SPD se vio obligado a pactar con los partidos de centro para poder gobernar.
Se formó así la llamada Coalición de Weimar, y Ebert fue elegido presidente de la república, por 277 votos a favor, 51 en
contra y 51 abstenciones; Scheidemann fue nombrado jefe de
gobierno. El régimen republicano y democrático debió su
existencia a las fuerzas paramilitares y antidemocráticas de
una derecha nacionalista, radicalmente opuesta al parlamentarismo, que esperaba la oportunidad de ponerle fin. Los
marxistas no comunistas reprocharon severamente a Ebert,
Noske y otros dirigentes socialdemócratas su colaboración
con los nacionalistas vencedores de los espartaquistas, si bien
es cierto que les correspondió el mérito de haber evitado la
instauración de un estado socialista, mientras que los socialdemócratas quedaron públicamente desacreditados.
Los socialdemócratas consiguieron formar gobierno en Prusia y otros länder únicamente gracias al apoyo de los nacionalistas, del ejército imperial convertido en Reichswehr y de los
Freikorps, y desde entonces estuvieron a merced de la derecha, cuyo poder iba mucho más allá de lo meramente parlamentario. Las dos grandes facciones en liza, ultranacionalistas y comunistas, consideraban a la República únicamente como un campo de batalla de su lucha por el poder. Pero en esta lucha extraparlamentaria, mientras que los primeros podían actuar libremente y conocían por experiencia los resortes del poder, los segundos no, y ello determinó la victoria ultranacionalista. No había entre esos dos partidos dictatoriales un tercero que defendiera el capitalismo y la democracia.
La única alternativa lógica al nacionalismo y el socialismo beligerantes hubiera sido el liberalismo, pero el único partido
que hubiera podido cambiar la situación, el monárquico y librecambista DVP de Gustav Stresemann, carecía de la base
social y la representación parlamentaria necesarias. Ni los so-
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cialdemócratas, ni el centro católico eran los adecuados para
adoptar la democracia, 109 a la que calificaban de plutocrática, y el republicanismo tildado de burgués, y no estaban
Lebensraum es un término que en alemán significa «espacio vital». Esta expresión fue acuñada por el geógrafo alemán Friedrich
Ratzel (1844-1904), influido por el biologismo y elnaturalismo del siglo XIX. Establecía la relación entre espacio y población,
asegurando que la existencia de un Estado quedaba garantizada
cuando dispusiera del suficiente espacio para atender a las necesidades de la misma. Esta idea es análoga al destino manifiestoestadounidense. Estas ideas empezaron a adquirir un tinte político gracias a los trabajos del politólogoRudolf Kjellén (1864-1922), quien
acuñó el término de geopolítica para señalar la influencia de los
factores geográficos sobre las relaciones de poder en la política internacional y defendió algunas de las concepciones del geógrafo
Sir Halford John Mackinder, referentes a la tesis de que el Asia
central y la Europa del Este eran el centro estratégico del planeta
(corazón del mundo), como consecuencia del decaimiento del poder marítimo radicado en los países situados en torno a aquélla.
Quien dominara dicha región cardial (Heartland), dominaría el
mundo. Inicialmente estas consideraciones se enfocaban a la rivalidad entre Alemania y Gran Bretaña, pero posteriormente se usó
para referir la confrontación entre Alemania y la Unión Soviética,
ya que el régimen nacionalsocialista veía con buenos ojos a los pueblos occidentales, debido a los lazos raciales y culturales. Karl
Haushofer, ex general y geógrafo, aplicó las nociones generalizadoras de Ratzel a la situación concreta en que se encontraba Alemania tras la derrota y los recortes territoriales sufridos en el Tratado
de Versalles (1919). Haushofer adujo que la base de toda política
exterior era el espacio vital de que dispusiese el cuerpo nacional.
La acción del Estado consistía en defender tal espacio y en ampliarlo cuando resultara demasiado angosto. A través de Rudolf Hess,
que era asistente a las clases de Haushofer en la cátedra de geopolítica de la Universidad de Múnich, junto a su hijo Albretch, tomó
contacto con Adolf Hitler, que utilizó la terminología del Lebensraum para describir la necesidad del Tercer Reich de encontrar
nuevos territorios para expandirse, principalmente a costa de
los pueblos eslavos de Europa del este. Sin embargo Haushofer era
eurasiático y pensaba que el Eje debía incluir a Rusia, en lugar
de Italia como aliado natural germano.
109
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dispuestos a renunciar al estatismo y la sozialpolitik. Tras la
experiencia de la guerra, las masas percibían que la autarquía
propugnada por todos ellos era fatal para la economía, y que
los únicos que tenían una idea de cómo afrontarla eran los
partidos nacionalistas de extrema derecha (aunque fuera con
la doctrina expansionista del lebensraum)
La Crisis de Baviera
A partir de la reunión de la Asamblea nacional de Weimar,
Kurt Eisner se había convertido en campeón de los länder
frente al centralismo de Berlín. Su asesinato el 21 de febrero a
manos de un extremista de derechas (el conde Arco-Valley)
tuvo gran repercusión en Múnich, donde el consejismo mantenía aún la vigencia perdida en Berlín. La situación degeneró
rápidamente. La conservadora dieta bávara (Landtag) fue absolutamente marginada por los Consejos, que se radicalizaron rápidamente, proclamando al fin, a instancias de la Rusia
de Lenin y la Hungría de Béla Kun, una República Consejista
Bávara (7 de abril) de clara inspiración anarquista. Ésta rechazó el parlamentarismo e intentó acometer la revolución
social, pero fue un completo fracaso. Los Consejos habían
perdido todo contacto con las masas y la realidad social, y ni
siquiera el nuevo partido comunista apoyaba su línea política.
Fueron los propios comunistas quienes se acabaron alzando
contra la República de Baviera en un intento de salvarla, pero
pronto se organizó la contrarrevolución, dirigida por el primer ministro de la SPD, Hoffmann, que en dos semanas
aplastó totalmente la Revolución (finales de abril-principios
de mayo de 1919). Las ejecuciones se contaron por centenares, y a partir de este momento, Múnich se convirtió en la capital conservadora, contrarrevolucionaria y antirrepublicana,
permitiendo durante muchos años las actividades de los nacionalistas más exalatados, como Hitler y Ludendorff. Cuando, cediendo a la presión de los Aliados, el gobierno promulgó una ley sobre la entrega de armas en poder de los particulares, Baviera se resistió, negándose a desarmar a las milicias
contrarrevolucionarias, lo que provocó una crisis que duró de
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agosto de 1920 hasta 1921.
La Constitución, compuesta por 181 artículos, se discutió de
febrero a julio, y fue aprobada el 31 de julio de 1919 por 262
votos a favor y 72 en contra (socialistas independientes, liberales y nacionales). Rebosaba por sus cuatro costados el espíritu de concordia y mutuo entendimiento, y como tal, la indefinición y ambigüedad. En Weimar no se instauró un Estado
nuevo, sino que simplemente se dio al Deutsche Reich (que
incluso conservó tal denominación) una nueva forma, la
republicana. El pueblo experimentó la decepción de la imposición de una Constitución en la que no participó. Se hizo a la
idea de que, en definitiva, la República había suplantado al
Imperio sin que sus principios de gobierno diferieran. No
obstante lo cual, la de Weimar fue una república democrática
avanzada. A la cabeza de este Estado federal y parlamentario,
se colocó un presidente elegido por sufragio directo para un
mandato de siete años, dotado de fuerte autoridad y del derecho de disolución del Parlamento, lo que recuerda las atribuciones del antiguo emperador y las limitaciones del parlamentarismo bismarckiano. El Parlamento estaba constituido
por una cámara electiva, el Reichstag, y otra territorial, el
Reichsrat. El canciller, nombrado por el presidente, asumía
el poder ejecutivo. La nueva Constitución consagraba el sufragio proporcional (y la consiguiente fragmentación de las cámaras), los poderes de emergencia de los que disponía el presidente y el recurso al plebiscito: por una parte, la posibilidad
para el presidente de someter un texto legislativo al pueblo,
en caso de desacuerdo con el Reichstag; por otra parte, la posibilidad para 1/10 de los electores de formular un proyecto
de ley para someterlo al pueblo, o la facultad de diferir la promulgación de una ley si 1/3 del Reichstag y 1/20 de electores
lo pidiesen. La unidad triunfó sobre los particularismos locales (Reichsrechtbricht Landrecht), pero al igual que en la
época de Bismarck, también en la República de Weimar los
principales poderes de la administración civil eran ejercidos
por los gobiernos de los Estados que lo formaban en lugar del
gobierno del Reich. Prusia era el Estado más extenso y más
rico, el de población más numerosa, y su predominio aplas-
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tante en el Reichsrat: gobernar Prusia era gobernar el Reich,
sin necesidad de tener en cuenta a los demás estados.
Asimismo, el adjetivo ±social² apareció por vez primera en la
Constitución de Weimar, proclamando que el Estado busca
además de la democracia, elemento de las constituciones liberales escritas hasta entonces, la justicia social.
En ocasiones se ha achacado a las deficiencias de esta Constitución los yerros de la República y su caída. No obstante, distintos autores señalan que ninguna Constitución democrática
hubiera podido hacer frente a la falta de apoyo popular al régimen, que desembocó en su crisis final y el ascenso nazi.
Añaden que la constitución weimariana funcionó notablemente bien durante el gobierno de Stresemann, entre 1924 y
1929.
El Tratado de Versalles
El Tratado de Versalles fue un tratado de paz al final de la Primera Guerra Mundial que oficialmente puso fin al estado de
guerra entre Alemania y los Países Aliados. Fue firmado el 28
de junio de 1919 en el Salón de los Espejos del Palacio de Versalles, exactamente 5 años después del asesinato del archiduque Franz Ferdinand, uno de los acontecimientos que desencadenaron el inicio de la Primera Gran Guerra. A pesar de
que el armisticio fue firmado el 11 de noviembre de 1918 para
poner fin a los combates reales, se tardó seis meses de negociaciones en la Conferencia de Paz de París para concluir en
un tratado de paz. El Tratado entró en vigor el 10 de enero de
1920.
De las muchas disposiciones del tratado, una de las más importantes y controvertidas disposiciones requería que Alemania y sus aliados aceptasen toda la responsabilidad de haber
causado la guerra y, bajo los términos de los artículos 231248, desarmarse, realizar importantes concesiones territoriales y pagar indemnizaciones a los estados vencedores. El Tratado fue socavado tempranamente por acontecimientos posteriores a partir de 1922 y fue ampliamente violado en los
años treinta con la llegada al poder del nazismo.
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El Golpe de Kapp
Aprovechándose de la oleada contrarrevolucionaria, la derecha reaccionaria atacó de frente y con una violencia cada vez
más acentuada al régimen republicano; primero a través del
parlamento, esencialmente del DVNP del ex ministro imperial Helfferich. En diciembre de 1919, Helfferich desencadenó
una campaña de inaudita violencia contra el ministro de Finanzas Matthias Erzberger, poniendo en duda hasta su integridad personal y su capacidad política. Se llevó a cabo un
proceso por difamación, que duró de enero a marzo de 1920,
y apasionó a la opinión pública. Erzberger fue víctima de una
tentativa de asesinato por parte de un joven nacionalista, pero, finalmente, el 12 de marzo, el juicio constituyó un éxito
completo para Helfferich, al reconocer el tribunal el fundamento de las acusaciones. Esta victoria de los nacionalistas
contra los republicanos obligó a Erzberger a retirarse temporalmente de la vida política. Al día siguiente del fallo judicial,
el 13 de marzo a las 6 de la mañana estalló el putsch de Kapp,
que canalizó el descontento latente en la Reichswehr, a todo
lo largo del año 1919. La Reichswehr estaba amenazada por
la reducción de tropas fijada por el Tratado de Versalles, así
como por la exigencia de la extradición de ciertos criminales
de guerra y la amenaza de disolución de los cuerpos más
abiertamente antirrepublicanos, como las dos brigadas Erhardt, estacionadas en Silesia, particularmente agitadas y ultranacionalistas, que de hecho llevaban ya la cruz gamada como emblema. El general Walther von Lüttwitz y Wolfgang
Kapp, un alto funcionario prusiano, intentaron organizar este
descontento e imponer una dictadura militar. La brigada de
marina entró en Berlín, ocupando los ministerios y centros
de poder. Noske, al saber lo que ocurría, pidió la intervención
de la Reichswehr, pero Hans von Seeckt, uno de sus jefes, se
negó, alegando que «La Reichswehr no dispara sobre la
Reichswehr». Kapp fue proclamado canciller, mientras el gobierno huyó, refugiándose en Dresde y luego en Stuttgart. La
población acogió con descontento a los ultranacionalistas, organizando rápidamente la resistencia obrera y popular. Esta-
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lló la huelga general, y en pocas horas Berlín quedó completamente paralizada. Al cabo de cuatro días, los golpistas victoriosos desistieron, y se fueron a sus casas, con lo que todo
quedó en un fraude. No así en otras ciudades alemanas, donde hubo hasta 300 muertos. En todo caso, se había demostrado que los socialistas tenían en la huelga general un arma
efectiva, y Noske, el organizador de la represión contrarrevolucionaria, perdió su puesto. Pero el fracaso del putsch Kapp
no significó en modo alguno una victoria del régimen republicano. Muy al contrario, la intentona acabó con una amnistía
general, la promoción de Seeckt al mando supremo del ejército y la negativa de una reestructuración total de la Reichswehr, más que comprometida con los golpistas. Diversos
autores consideran que la indulgencia sistemática con los extremistas de derecha, en la creencia de que eran los únicos capaces de vencer al bolchevismo, fue uno de los elementos capitales del fracaso de la República de Weimar.
El Ascenso del Nazismo
La Gran Depresión (1929-1931)
El 3 de octubre de 1929, Gustav Stresemann fallece, después
de haber trabajado durante seis años para lograr que Alemania recuperase parcialmente su posición en Europa. Sin embargo, sus triunfos políticos fueron opacados, porque tres semanas después de su muerte, la Gran Depresión atacó, los
préstamos provenientes de los Estados Unidos dejaron de llegar y la clase media alemana sufrió de nuevo las consecuencias. Millones de personas quedaron desempleadas, miles de
negocios pequeños cerraron y la producción cayó a la mitad
en tres años. Esta fue la desesperada situación que el Partido
Nazi aprovechó para recuperar la posición que lentamente estaba perdiendo.
En marzo de 1930, la coalición que mantenía el gobierno del
Canciller socialdemócrata Hermann Müller se derrumbó, y
éste tuvo que renunciar. El centrista católico Heinrich Brüning lo sucedió. Brüning había sido nombrado Canciller por
el Presidente Paul von Hindenburg, gracias a una recomenda-
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ción del General Kurt von Schleicher, quien luego también
participaría en su caída.
Al ser incapaz de lograr el apoyo del Reichstag para la aprobación de un programa financiero, Brüning recurrió a Hindenburg, quien respondió utilizando sus poderes constitucionales para aprobar la ley mediante decreto presidencial, sin
pasar por el Reichstag. El Parlamento demandó de inmediato
que el Presidente retirase su decreto, pero a petición de Brüning, Hindenburg lo disolvió en julio de 1930. Nuevas elecciones fueron programadas para el 14 de septiembre, y los nazis
explotaron el descontento popular en la campaña electoral.
Las elecciones parlamentarias de 1930 catapultaron al Partido Nazi de ser el noveno partido en el Reichstag, a convertirse en el segundo, superando incluso las expectativas de Hitler. En la última elección parlamentaria, los nazis habían obtenido unos 810.000 votos, que equivalían a 12 asientos, pero
el 14 de septiembre consiguieron 107 asientos al obtener
6.409.600 votos. Los comunistas también ganaron votantes,
pero los partidos moderados se vieron debilitados al verse
abandonados por la clase media. Después de estas elecciones,
el Partido Nazi encontró industriales que los financiasen con
mayor facilidad, entre los que se encontraba Fritz Thyssen.
Algunas corporaciones también los apoyaron, entre las que
destacan la aseguradora Allianz, y los bancos Deutsche Bank
y Dresdner Bank. Por otro lado, las elecciones acabaron con
la esperanza de Brüning de gobernar a través de la democracia parlamentaria, y se volvió más dependiente de Hindenburg, ya que no podía obtener una mayoría absoluta en el
Reichstag para pasar sus leyes.
Elecciones presidenciales (1931 - 1932)
1931 fue otro año malo para la inestable república, y los desempleados pasaban los cinco millones En mayo, el CreditAnstalt, el principal banco austríaco se declaró en bancarrota,
y dos meses después el Danat-Bank, uno de los principales
bancos alemanes, fue intervenido por el gobierno. Sin embargo, 1931 trajo un problema adicional cuya solución efectiva
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era fundamental para alargar la vida de la República de Weimar. El período presidencial de Hindenburg terminaba en la
primavera de 1932, y aunque Hitler no contaba con el apoyo
mayoritario del pueblo, sus opositores estaban tan divididos
que una victoria del líder nazi parecía inminente. Brüning
trazó un ambicioso plan cuyo objetivo era asegurar su gobierno y neutralizar la amenaza nazi de acabar con la República.
Con el apoyo de las dos terceras partes de las dos casas legislativas, el Reichstag y el Reichsrat, el Canciller suspendería
las elecciones presidenciales, de esta manera, el período de
Hindenburg sería postergado hasta la muerte del mismo, que
ocurriría pronto ya que el Presidente tenía más de 84 años.
Sin embargo, cuando esto finalmente ocurriese, Brüning se
encontraría de nuevo con la amenaza de Hitler aspirando a la
presidencia, así que rápidamente trazó otra solución: propondría al Parlamento transformar la República en una monarquía constitucional, donde Hindenburg sería regente hasta su
muerte, luego uno de los hijos del Príncipe heredero Guillermo, asumiría el trono. Mientras tanto, Brüning negociaría el
cese de los pagos de indemnización con los Aliados, y demandaría que estos se desarmasen al nivel de Alemania, como habían prometido en el Tratado de Versalles. Si los Aliados se
negaban, Alemania iniciaría su propio rearme. Con este plan,
el Canciller pensaba hacer popular a la República, y neutralizar las aspiraciones de Hitler de llegar al poder
El primero en oponerse al plan de Brüning fue Hindenburg.
El Presidente rechazó que otro Hohenzollern, excepto Guillermo II, tomase el trono, y también le molestó que el nuevo
monarca reinase con las limitaciones de una monarquía constitucional. Para empeorar la cosas, Hindenburg le dijo a Brüning que no buscaría la reelección, así que la amenaza de Hitler accediendo a la presidencia se hizo cada vez más latente.
El segundo óbstaculo fueron los nazis y los nacionalistas, estos últimos liderados por Alfred Hugenberg, cuyos asientos
en el Parlamento eran necesarios para que se aprobase la postergación de las elecciones. En los primeros días de enero de
1932, Hitler y Hugenberg tuvieron reuniones separadas con
Brüning. Hugenberg rechazó de plano la proposición, pero
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Hitler escribió una carta directa a Hindenburg, donde le condicionaba la renuncia del Canciller para que accediese, pero
Hindenburg no cedió al chantaje del "cabo bohemio", como
llamaba a Hitler a sus espaldas.
Acorralado, Brüning tuvo que convencer a Hindenburg de
que se postulase. Finalmente, el anciano Mariscal accedió, pero quedó resentido con el Canciller, ya que no sólo lo culpaba
de haber negociado mal con Hitler, sino que en estas elecciones Hindenburg ya no contaría con el apoyo de los nacionalistas, sus aliados naturales, sino que tendría que ser apoyado
por los socialdemócratas, con quienes nunca había simpatizado. Este alejamiento de los sectores conservadores se debía a
unos planes estatales, impulsados por Brüning, de acabar con
las grandes extensiones de terrenos en manos de los junkers,
que no solo se habían vuelto improductivas, sino que generaban deudas al Estado (véase Osthilfe). Además, Brüning también perdió el apoyo de Schleicher, quien empezó a planear
su caída después de las próximas elecciones presidenciales,
ya que el apoyo del Canciller era necesario para asegurar la
reelección del actual Presidente.
En estas nuevas elecciones, Brüning se lanzó de lleno a buscar la reelección de Hindenburg, quien estaba demasiado viejo para realizar una campaña electoral. Hitler también lanzó
su candidatura después de haber dudado durante semanas, y
solamente días después de haberse convertido en un ciudadano alemán. Hitler contaba con el apoyo político de su partido
únicamente, y el financiamiento de Thyssen, entre otros industriales Hindenburg recibió el apoyo de los socialdemócratas y de algunos importantes magnates, entre ellos Carl Friedrich von Siemens (Siemens AG), Carl Bosch (IG Farben) y
Carl Duisberg. Los junkers, los nacionalistas y los monarquistas apoyaron a Theodor Duesterberg, líder del Stahlhelm. Los
comunistas relanzaron a su presidente Ernst Thälmann.
El 13 de marzo se realizó la elección presidencial, y aunque
Hindenburg obtuvo casi 20 puntos porcentuales de diferencia con su principal oponente, Hitler, le faltó 0,4% para obtener la mayoría absoluta necesaria para acceder a la presidencia. El 10 de abril se realizó la segunda vuelta, y esta vez Hin-
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denburg logró obtener más del 50% de los votos, aunque Hitler obtuvo un 37% de los votos. En esta segunda vuelta,
Duesterberg se retiró, pero los sectores conservadores no
apoyaron a Hindenburg, sino a Hitler.
A pesar de que los nazis habían obtenido cinco millones de
votos más que en las elecciones de 1930, Brüning consideró
que este era el momento necesario para ordenar la abolición
de las Sturmabteilung (SA), dirigidas por el nazi Ernst Röhm,
haciendo caso a las peticiones de las policías prusiana y bávara, que aseguraban que Röhm planeaba un golpe de estado.
Hindenburg, asesorado por su Canciller, firmó el decreto ordenando la disolución de las SA el 13 de abril, pero esta nunca se llevó a cabo gracias a la intervención de Schleicher. El
General Schleicher había estado reuniéndose con Röhm, y el
último se había convencido de intentar traspasar el mando de
las SA al Estado. Schleicher le presentó esta idea a su antiguo
tutor, el General Wilhelm Groener, Ministro de Defensa y
aliado de Brüning, pero éste se opuso vehemente, por lo que
Schleicher decidió deshacerse Brüning y Groener.
Disolucion de los partidos marxistas
El 27 de febrero de 1933 el Reichstag fue incendiado por el
comunista holandés Van der Lubbe, un individuo tarado y
medio loco, que había colocado alquitrán en el gran salón de
sesiones y luego le había prendido fuego. El viejo edificio quedó convertido en un montón de ruinas. Pero Van der Lubbe,
sin duda posible, debía tener cómplices. 110 Se acusó a Ernst
Togler, el líder de la fracción comunista en el Parlamento,
que había sido la última persona en abandonarlo la víspera.
También se acusó a los bolcheviques búlgaros Dimitroff, Popof y Taneff, que vivían clandestinamente en Berlín. Los indicios que poseía la policía alemana contra estos individuos
eran anonadantes, pero no existían pruebas materiales. ToLos comunistas pretendieron que el incendio del Reíchstag fue
obra de las SA hitlerianas, por instigación de Goering. Pero ni siquiera en el sedicente «Proceso» de Nuremberg pudo probarse tal
cosa. (N. del A.)
110
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gler fue absuelto y los tres búlgaros expulsados del país, donde habían entrado ilegalmente
Pero Hitler, con pruebas materiales o sin ellas, estaba resuelto a acabar con el marxismo en Alemania. A propuesta suya,
Hindenburg firmó la llamada «Ley para la protección del
pueblo y del Estado», gracias a la cual una serie de artículos
de la Constitución del Reich, que hacían referencia a las libertades de asociación y de Prensa fueron coartados. Podrá evidentemente objetarse que esa medida era antidemocrática,
pero convendrá tener presente que, en su campaña electoral,
Hitler ya había anunciado que, en caso de contar con la confianza del pueblo, la primera medida que tomaría sería reformar la Constitución del Reich en todo aquello que pudiera
afectar a la seguridad del mismo, notablemente si sus garantías podían ser utilizadas por una minoría antinacional en
contra de la colectividad...» 111.
La mayoría del pueblo alemán se había pronunciado por Hitler y su programa, y después de la adopción de tales medidas, siguió otorgándole su confianza. Frick, ministro del Interior, y Goering, ministro comisario del Interior, de Prusia,
aplicaron la nueva ley con particular dureza. Seis mil funcionarios comunistas fueron detenidos e internados, con lo cual
el Partido quedó inmediatamente desarticulado. Casi simultáneamente, los Partidos Comunista y socialdemócrata fueron
disueltos. El marxismo había sido puesto fuera de la ley.
Alemania se retira de la Sociedad de Naciones
El 16 de marzo de 1933, el Premier inglés, Ramsay MacDonald, laborista, presento el enésimo plan a la Conferencia del
Desarme. Proponía que Francia redujera su Ejército a un máximo de 400.000 hombres. A Alemania se le autorizaría a doblar los efectivos de su «Reichswehr», es decir, 200.000
hombres. En cuanto a Polonia, con una población que representaba el 40% de la de Alemania, se le autorizaría una fuerza, también, de 200.000 hombres. Pero hay que tener en
cuenta que el bloque constituido por Francia y sus satélites
111
Hans Grimm: Warum? woher? Aber vohin?
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(Bélgica. Polonia, Rumania, Checoslovaquia y Yugoslavia) representaría una fuerza de 1.100.000 hombres, o sea cinco veces y media más que Alemania. Francia, Bélgica y la pequeña
Entente disponían, entre todas, de una fuerza aérea de casi
cinco mil aviones de combate, mientras Alemania carecía de
arma aérea.
La concesión de MacDonald es, no obstante, apreciada por
Hitler, que da su consentimiento al plan inglés. Pero Francia
no se muestra de acuerdo, y aunque actuando con prudente
discreción en la Sociedad de Naciones, mueve hábilmente a
sus peones, en especial Polonia, para que boicoteen la iniciativa británica 112, que busca restablecer el equilibrio continental.
El grupo francés gana tiempo con sus dilaciones y, mientras
tanto, en los pasillos del Palacio de las Naciones se discute
más que en el hemiciclo. Cuando la Conferencia se vuelve a
reunir, el representante británico, Sir John Simón, anuncia
que el Gobierno inglés va a presentar un nuevo plan que, de
hecho, contradice al primero, en el que se admitía - relativamente - el principio de la igualdad de derechos, reclamado
por Hitler y por todos sus antecesores democráticos, Ebert,
Cuno, Stressemann. Curtius y Bruening. Simón propone un
«plazo de prueba para Alemania», que deberá demostrar ser
digna de la confianza que en ella depositan las grandes democracias y sus satélites. Durante ese plazo, la Reichswehr no
podrá adquirir nuevas armas. Eso equivale a dejar al Reich
con un pequeño ejército de cien mil hombres, provisto de armas cortas y artillería ligera, sin aviación y con una marina
El mariscal Pilsudski, se había erigido dictador de Polonia, y gobernaba despóticamente haciendo la vida imposible a las minorías
nacionales que englobaba su país. La Conciencia Universal se desentendía de ello, lo mismo que del campo de concentración de Bereza-Kartuska, donde se sometía a toda suerte de vejaciones a los
detenidos alemanes y ucranianos. Pilsudski fue el primero en preconizar una «guerra preventiva» contra Hitler para eliminar el
«peligro alemán» y anexionarse la Prusia Oriental. Pero Inglaterra,
a la que no interesaba que los satélites de Francia se fortalecieran
demasiado, torpedeó el plan. (N. del A.)
112
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de guerra de tercer orden, frente a una coalición que cuenta
con más de un millón de hombres en pie de guerra, más una
poderosa aviación, la marina francesa y material moderno 113.
Toda idea de igualdad de derechos - algo tan pulcramente democrático - ha desaparecido del plan inicial; el desarme de
Francia y de los países que rodean a Alemania queda postergado "sine die..." 114
La reacción de Hitler es inmediata. La delegación alemana en
la Conferencia del Desarme se retira, dando un fuerte portazo. Tres días después, el 21 de septiembre; Alemania se retiraba igualmente de la Sociedad de Naciones. El 14 de octubre,
el Gobierno del Reich publicaba un manifiesto a propósito de
la cuestión. Entre otras cosas, se decía: "El Gobierno del
Reich y el pueblo alemán rechazan la violencia como medio
para superar las diferencias existentes entre los pueblos europeos... pero declaran que la aprobación de la igualdad de derechos para Alemania es la condición moral y material para
que nuestro pueblo y su Gobierno formen parte de una institución internacional. El Gobierno ha tomado, pues, la decisión de abandonar la Sociedad de Naciones Y la Conferencia
del Desarme basta que se nos conceda la igualdad de derechos".
Hitler, por su parte, dijo en un discurso electoral: Si el mundo decide que todas las armas sean destruidas, nosotros estamos dispuestos a renunciar a toda clase de armas desde
El Reich no poseía un arma aérea, mientras la pequeña Lituania
disponía de no menos de 150 aviones de combate y 60 bombarderos. Un enjambre de pequeñas «naciones», manipuladas por Francia, que había violado las fronteras alemanas en tiempos de paz siguiendo el ejemplo dado por aquélla con su agresión contra la Renania, podían rearmarse impunemente, durante ocho años - plazo
propuesto por Sir John Simón-, mientras Alemania quedaba a la
merced de unos y otros.
114 Sine die (Lit. Sin día) es una locución latina que significa "sin
plazo, sin fecha" y es muy usada en Derecho y Administración para
decir que algo se pospone indefinidamente. Normalmente se usa
como predicado en expresiones que indican referencia o aplazamiento.
113
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ahora. Pero si el mundo decide que todos los pueblos se pueden armar, menos nosotros, no estamos dispuestos a tolerarlo, porque Alemania no es un pueblo de «parias».
El Führer, por otra parte, recuerda a los estadistas de las democracias occidentales que, tan pronto como ellos estén
dispuestos a cumplir la palabra que empeñaron en Versalles,
relativa al desarme general, o se deciden a aplicar prácticamente la «igualdad democrática» con respecto a Alemania,
ésta estará dispuesta a reingresar en la Sociedad de Naciones.
Se consulta al pueblo alemán, en un plebiscito celebrado el
día 11 de noviembre de 1933, si aprueba la retirada de su patria del areópago ginebrino. El 96,5% del cuerpo electoral
participa en las elecciones; mas del 95 % de los votantes dan
su conformidad con el paso dado por Hitler.
Hitler pacta con Pildsudski
El 26 de enero de 1934, Hitler asestó un golpe mortal a la política de cerco, preconizada y practicada por Francia con respecto a Alemania desde los tiempos del cardenal Richelieu. El
Führer se dirigió a Pilsudski, proponiéndole un pacto de no
agresión, válido por diez años. Pilsudski, hombre realista, se
daba perfecta cuenta que el interés de Francia hacia los polacos era para utilizarlos como carne de cañón en una eventual
guerra contra el Reich. También veía que Polonia, situada entre dos vecinos poderosos debía decidirse por uno de los dos;
el dictador polaco, que nueve meses atrás quería invadir la
Prusia Oriental, aceptó el ofrecimiento que le hacía Hitler de
firmar un pacto que, en realidad, únicamente podía estar dirigido contra la U.R.S.S.
Alemania acababa de abrir una brecha en el cerco francés. A
partir de entonces, Polonia seguiría su propia política durante cuatro años, sin hacer ya caso de los intereses o de los
«complejos» germanófobos de Francia. Este espectacular
"renversement des alliances" sería acompañado de un no menos espectacular cambio de actitud de la Gran Prensa mundial con respecto a Polonia, que sería tildada de reaccionaria
y antisemita. Goering es enviado a Budapest y Goebbels a Ginebra, donde concluyen sendos pactos de amistad con Hung-
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ría y Suiza. Y, el 14 de junio de 1934, Hitler se entrevista, por
primera vez, con el Duce italiano, Benito Mussolini, al que va
a visitar en Venecia .115
La Gran Prensa no se recata en poner de relieve los peligros
que entrañaría un acuerdo entre los dos. Al término de esa
entrevista, los Gobiernos italiano y alemán publican un comunicado conjunto en el que se da a conocer la coincidencia
de los puntos de vista de ambos estadistas sobre la situación
internacional.
Consolidacion del regimen hitleriano
Ciertos elementos de origen sospechoso se habían ido introduciendo en las SA, a las que pretendían dar una orientación
marcadamente izquierdista y, desde luego, opuesta a la política del Führer. Diversos altos jefes de las Secciones de Asalto
querían a toda costa una «segunda revolución», un entendimiento con la U.R.S.S. y una política más agresiva con respecto a las potencias occidentales, especialmente Francia.
La derecha, pretendía apoyarse en Von Papen y en buena parte del Estado Mayor de la Wehrmacht para imponer una restauración de los Habsburgo. El Intelligence Service se movía
detrás de esas fuerzas, no para favorecerlas, evidentemente
sino para crearle problemas al nacionalsocialismo, que había
restablecido la paz interior en Alemania y hecho posible la
reaparición del país en los mercados internacionales convirtiéndolo, nuevamente, en un concurrente peligroso para los
productos ingleses.
Hitler lanza una sería advertencia a Roehm, Obergruppenführer de las SA que, según ha descubierto la Gestapo, piensa
lanzarse a la calle el 30 de junio, en Munich. También de Berlín llegan noticias de que las SA preparan una manifestación
y que ya hay camionetas preparadas para trasladar a los maMussolini y el fascismo habían llegado al poder en Italia mediante el tan alabado «libre juego de los partidos» «La marcha sobre
Roma» de los camisas negras fue, en todo caso, un procedimiento
de obtención -o consolidación- del poder, más humanitario que la
guillotina, madre de la Revolución Francesa. (N. del A).
115
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nifestantes. Hitler, secundado por Goering, Heydrich y Goebbels, entra en acción. Roehm es destituido de su cargo y
reemplazado por Von Lutze. A las dos de la madrugada, Hitler emprende el vuelo hacia Munich, acompañado por Goebbels, Von Lutze y Dietrich jefe de Prensa del Reich. El Führer
se dirige directamente al Ministerio del Interior de Baviera, a
donde son conducidos todos los conjurados. Mientras tanto,
en Berlín, Goering se anticipa a los planes del Obergruppenführer Karl Ernst, le detiene y le hace fusilar. Gregor Strasser,
al que se acusa de «trotskista» es también fusilado. La conjura es aplastada en tres horas.
El Ministerio del Interior publica un comunicado según el
cual los conjurados, no sólo pretendían dar un golpe de Estado, lo que está probado, sino que planeaban dar muerte al
Führer. Se hace saber que «ciertos elementos extranjeros»
han maniobrado a expensas de los altos jefes de las SA Se alude, sin nombrarlos, al Intelligence Service y a la masonería.
Se da a conocer que Roehm y Karl Ernst eran homosexuales,
y que tales individuos anormales abundaban en las altas esferas de las SA. Se especula con la posibilidad de que la masonería haya dirigido en su provecho las actividades de esos tarados bajo la amenaza del chantaje 116.
La Prensa alemana anunció el fusilamiento de cincuenta jefes
de las SA, trece funcionarios de la misma organización, tres
jefes de las S.S. y cinco funcionarios del Partido. En total, setenta y una personas. La Prensa extranjera, por su parte, llegó a hablar de una auténtica sublevación antihitleriana y habló de varios millares de ejecuciones. Le Temps, diario parisién de centro-derecha dio la cifra de trescientos fusilados. La
Pravda se convirtió en el hagiógrafo de los «mártires»...
Muerte de Hindenburg
El 2 de agosto de 1934, falleció el presidente del Reich, Hindenburg. Hitler que ha ahogado en sangre la conjura «de los
Hitler dio órdenes severisimas en el sentido de expulsar de todos
los cargos oficiales a los homosexuales, por considerarlos un peligro para la seguridad del Estado. (N. del A).
116
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altos mandos de la S.A. y ha enviado a Von Papen, la figura
más representativa de los monárquicos, a un destierro de primera clase, como embajador en Viena, quiere reunir en su
mano todos los poderes, y unir el cargo de presidente al de
canciller del Reich. En consecuencia, se convoca en plebiscito. El 91% del cuerpo electoral aprueba la propuesta de Hitler
y su Gobierno. El hijo de Hindenburg había invitado al pueblo a votar esa concesion de plenos poderes.
La U.R.S.S ingresa en la Sociedad de Naciones
Ciertas fuerzas de Occidente que, desde el nacimiento de la
U.R.S.S. la habían apoyado moral y materialmente. iniciaron,
hacia 1931, una campaña político-periodística destinada a patrocinar la admisión de los soviéticos en los grandes organismos internacionales. Los mismos gobiernos de las grandes
democracias, influenciados cuando no dominados por el "Money Power", dan a entender que sería un acto de realismo político admitir a los señores del Kremlin en el diálogo internacional. Así, los soviets toman parte en la Conferencia Económica Mundial de Londres (mayo de 1933). Su delegación la
componen el judío Litvinoff, presidente, sus correligionarios
Maisky y Oaserki. y el letón Meschlauk. Este primer paso será rápidamente seguido de otro, realmente decisivo. Benes,
ministro de Asuntos Exteriores de Checoslovaquia y presidente de la pequeña Entente, es el artífice principal de la admisión , soviética en el Consejo de Ginebra. Por fin, la
U.R.S.S. es admitida en la Sociedad de Naciones y el 18 de
septiembre de 1934 su delegación es recibida con gran pompa. Litvinoff, el "homme á tout faire". del bolchevismo dirige
la representación comunista.
La admisión de la U.R.S.S. en la Sociedad de Naciones es un
auténtico bofetón diplomático dado a Alemania, a la que se
ha forzado, prácticamente, a abandonar su puesto en tal
Asamblea Internacional al negarle la concesión de la igualdad
de derechos; igualdad que se reconoce graciosamente a los
bolcheviques que poseen, según es público y notorio - el mayor Ejército del mundo en efectivos humanos-. Pero los hombres de Ginebra no consideran suficiente el admitir a la
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U.R.S.S.; hay que honrar como es debido al zar Stalin - que,
dos años atrás, había calificado a la Sociedad de Naciones de
"cueva de ladrones"-, y, a propuesta de Benes, la Unión Soviética es nombrada "miembro permanente" del Consejo. En noviembre, se nombra al bolchevique judío Moses Rossenberr.
secretario general adjunto.
La primera intervención de Litvinoff en la tribuna ginebrina
fue para proponer un desarme total e inmediato de todos los
países del mundo. Los otros delegados sonríen; después ríen
discretamente; finalmente, sueltan estentóreas carcajadas.
Por fin, el mismo Litvinoff se desternilla de risa 117.
Alemania recupera el Saar
En enero de 1935 debía de celebrarse, según los términos del
Tratado de Versalles, un plebiscito en la región del Saar, por
el que sus habitantes determinar si querían reintegrarse a
Alemania, unirse a Francia, o bien el mantenimiento del "status quo". En noviembre de 1934, el Gobierno francés, pretextando unos "posibles" motines en la región, concentró cuatro
divisiones de infantería en la frontera. Hitler envío una nota
de protesta a París, alegando que esa extemporánea manifestación de fuerza militar era una coacción intolerable hacia los
electores. El Quay d'Orsay rechazó la nota alemana. La Wilhelmstrasse mandó otros cinco extensos memorándums al
Gobierno francés. Por fin la crisis se solucionó merced a la intervención de la Sociedad de Naciones, que envió una tropa
de policía internacional al Saar, para que permitiera la celebración regular del plebiscito y atestiguara de su legitimidad.
El plebiscito tuvo lugar, bajo control internacional, el 13 de
enero de 1935. Los franceses habían tenido todas las oportunidades para modelar el estado de ánimo del pueblo sarrés
durante casi quince años; la propaganda francesa
no había escatimado dinero ni tiempo para atacar a Alemania
incluso antes de la subida de Hitler al poder. Pero todo fue en
vano. Los 150.000 franceses del Sarre resultaron ser un infantil invento del señor Clemenceau. Y el resultado de las
117
Georges Champeaux: La Croisade des Démocraties
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elecciones arroja unos porcentajes semejantes a los obtenidos
por la política de Hitler en el Reich; el 90,75 % de los votos
son favorables a la unión con Alemania; 8,85 % prefieren el
mantenimiento del status quo; y sólo 0,4 % votan por la
unión con Francia.
Los anexionistas de París han hecho algo más que perder un
plebiscito. Francia ha hecho el más espantoso de los ridículos, ya que no conseguir más que 2.098 sufragios favorables
de un total de 525.000 a pesar de haber contado, durante tres
lustros, con todos los medios de coacción moral y material,
Prensa, propaganda y ejércitos de ocupación, es la prueba
más evidente de que las repetidas intentonas francesas de
apoderarse del Sarre no son más que manifestación del deseo
de París de obtener aquella rica cuenca minera, aún a costa
de la declarada hostilidad de los habitantes del país.
Una de las más absurdas fronteras de Versalles había sido democráticamente derribada por Alemania.
El Pacto Franco-Sovietico
En el discurso pronunciado con ocasión de la reincorporación
del Saar al Reich, Hitler manifestó que no pensaba hacerle
ninguna otra reclamación territorial a Francia. Herr Luther,
embajador alemán en Washington, comunicó al Departamento de Estado que el Führer prometía no pedir jamás la devolución de Alsacia y Lorena, honrando así la palabra de su predecesor Stressemann.
La respuesta francesa fue el pacto de alianza firmado el 2 de
mayo de 1935, entre París y Moscú. Este pacto, de hecho, colocaba a Alemania entre dos fuegos. Si Pilsudski había abandonado el sistema de alianzas francés, la poderosa U.R.S.S. le
reemplazaba con ventaja. Quince días después se firmaba
otro pacto entre Checoslovaquia y la U.R.S.S., que completaba el anterior, toda vez que Praga, aliada estrechísima de París y miembro esencial de la pequeña Entente, era el puente
entre ambos países y el portaaviones designado para atacar al
Reich por el aire.
La reacción de la Wilheímstrasse fue inmediata. En un memorándum dirigido a los Gobiernos francés, inglés, italiano y
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belga, el Führer acusó a Francia de haber violado el Tratado
de Locarno por el cual, entre otras obligaciones, los firmantes
se comprometían a no aliarse con otros países sin consulta
previa con los demás signatarios.
El mariscal Petain declaró, en una interviú concedida al periodista Jean Martet, poco tiempo después:
"Al tender la mano hacia Moscú, hemos hecho creer a
las buenas gentes ignorantes que el comunismo es un
sistema de Gobierno como otro cualquiera. Hemos hecho entrar al bolchevismo en el circulo de las doctrinas
confesables. Y me temo que, muy pronto, nos veremos
obligados a lamentarlo
Hitler, por su parte, declaró al periodista Bertrand de Jouvenel, enviado de Paris-Midi:
«...mis esfuerzos personales hacia un entendimiento duradero entre Francia y Alemania subsistirán siempre. No
obstante, en el terreno de la práctica, este deplorable
pacto francosoviético crea una situación totalmente nueva. Vosotros, franceses, os estáis dejando complicar en
el juego diplomático de una potencia que no desea otra
cosa que sembrar el desorden en Europa; desorden de
la que ella sola será la beneficiaría.»
El Führer añadió que incluso un párvulo comprendería que
el pacto francosoviético sólo podía concebirse como dirigido
contra Alemania. En consecuencia, proponía a Francia que
abandonara su alianza con la U.R.S.S., y tendía su mano proponiendo liquidar para siempre la enemistad franco-alemana. "No tengo nada que pedir a Francia ni a Inglaterra", añadía Hitler.
Temiendo una reacción de la opinión, el Gobierno francés impidió la publicación de la interviú, que había tenido lugar el
21 de febrero. Fue publicada el día 28, o sea un día después
de la aprobación del pacto francosoviético por la Cámara de
Diputados, por 353 votos contra 164. El Senado ratificaría dicho pacto contra natura el día 12 de marzo. . Pero, entre tanto...
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La Svástica
La esvástica o suástica es una cruz cuyos brazos están doblados en ángulo recto. Puede aparecer de dos maneras:
en sentido dextrógiro (o sea, cuyo brazo superior apunta
hacia la derecha)
en sentido levógiro (o sea, cuyo brazo superior apunta hacia la izquierda)
Geométricamente, sus 20 lados hacen de ella un icoságono irregular.
El término español «esvástica» proviene del idioma sánscrito suastíka , que literalmente significa ³muy auspicioso´, pero
también puede significar:
bien
felizmente
con éxito
¡que les vaya bien!»
¡salud!
¡adiós!
¡que así sea!
forma de saludo (especialmente al comienzo de una carta).
forma de aprobación o sanción.
suastí: ³bienestar, fortuna, suerte, éxito, prosperidad´.
su: ³muy´ y
astí: ³que existe´.
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Según sir Alexander Cunningham (citado por sir Monier William) se trata de un monograma generado por la conjunción
de las letras su astí en caracteres ashoka (anteriores a la escritura devanagari, que son las que desde hace varios siglos
se utilizan en la escritura del sánscrito).
Según algunos autores esto demuestra que el símbolo no fue
creado en esta era, sino aproximadamente en el siglo V a. C.,
e incluso pudo haber sido anterior. Aunque los visnuistas dicen que la esvástica está eternamente dibujada en una de las
cuatro manos del dios Visnú.
Este símbolo, que ha venido apareciendo repetidamente en
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la iconografía, el arte y el diseño producidos a lo largo de toda
la historia de la humanidad, ha representado conceptos muy
diversos. Entre estos se encuentran la suerte, el Brahman, el
concepto hindú de samsara (reencarnación)
o
a
Suria (dios del Sol), por citar solamente los más representativos. En principio la esvástica fue usada como símbolo entre
los hindúes. Se menciona por primera vez en los Vedas (las
escrituras sagradas del hinduismo más primitivo), pero su
uso se traslada a otras religiones de la India, como el budismo y el yainismo.
Otros nombres en español:
Cruz gamada (en heráldica), ya que cada brazo se asemeja a
una letra griega gamma mayúscula (µ). Asimismo tenemos
que en francés es croix gammée, en inglés fylfot, en alemán Winkelmaßkreuz, en holandés hakenkruis y en italiano croce uncinata. Asimismo se usa el término gammadion (de gamma, tercera letra del alfabeto griego).
Cruz cramponada (en heráldica), ya que cada brazo se asemeja a una de las púas de un crampón (en francés:croix cramponnée, en inglés: cross cramponned, en alemán: Hakenkreuz, en italiano: croce uncinata, en holandés:weerhakenkruis, en húngaro: horogkereszt).
Pacto Tripartito
El Pacto Tripartito, también conocido como el Pacto del Eje,
fue un pacto firmado en Berlín el 27 de septiembre de 1940
por Saburo Kurusu, Adolf Hitler y Galeazzo Ciano, representando al Imperio de Japón, Alemania Nazi y el Reino de Italia, respectivamente. Este pacto constituía una alianza militar
entre estas naciones, y oficialmente se conformaban las Fuerzas del Eje, opuestas a las Fuerzas Aliadas en la Segunda Guerra Mundial.
En los siguientes meses, los reinos de Reino de Hungría, Reino de Bulgaria, Reino de Rumania y Reino de Yugoslavia se
adherirían al pacto, los tres primeros para recibir territorio
en los Balcanes, y el último para evitar ser invadido. El Es-
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tado Eslovaco también se adhirió al Pacto tras la desmembración de Checoslovaquia.
Justificación
Para la fecha de firma del pacto, el Reino de Italia y la Alemania Nazi ya habían iniciado campañas militares contra los
Aliados. El Imperio de Japón solamente había ocupado pacíficamente a la Indochina francesa, luego de presionar a las
autoridades francesas coloniales que no podían contar con
ayuda alguna de la metrópoli (invadida por la Wehrmacht
desde el mes de junio). Hasta entonces, la potencia colonial
de Asia, el Reino Unido, había destinado unidades militares
en pequeño número para la protección de sus colonias, en
parte porque la mayoría de sus tropas ya estaban muy ocupadas luchando contra Alemania. Solamente los Estados Unidos habían estado preparándose para hacer frente a la amenaza militar nipona, pero no estaban preparados para
afrontar una guerra en dos frentes, es decir, contra Alemania
y Japón de modo simultáneo.
El Pacto Tripartito reconocía las esferas de influencia de los
tres miembros originales, promovía la cooperación entre sus
miembros para establecer un nuevo orden mundial y para fomentar la prosperidad y bienestar de sus pueblos. El Pacto
también ordenaba a sus miembros apoyar, por todos los medios posibles, a un miembro que fuera atacado por una potencia externa, exceptuando a las que ya estaban en guerra, en
este caso Francia y el Reino Unido. Con esta última condición, Japón no estaba obligado a atacar a las colonias asiáticas del Reino Unido, aunque finalmente lo hizo en diciembre
de 1941. Por una solicitud específica de Japón, la Unión Soviética no fue incluida en la lista de las potencias atacantes,
por lo que cuando Alemania invadió este país, Japón no tuvo
obligación formal de unirse a la agresión alemana. De esta
manera, la principal potencia afectada en la práctica por el
Pacto Tripartito eran los Estados Unidos, ya que si entraba
en guerra con Japón, debería prepararse para luchar en Europa y Asia al mismo tiempo.
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Texto del Pacto
El Pacto Tripartito entre Japón, Alemania e Italia, 1940
Los gobiernos de Japón, Alemania e Italia consideran como
prerrequisito para una paz duradera que toda nación del
mundo reciba el espacio sobre el que tiene derecho. Por lo
tanto, estas naciones han decidido respaldar y cooperar una
con otra en sus esfuerzos en Europa y la Gran Asia Oriental
respectivamente. El principal propósito de esto es establecer
y mantener un nuevo orden de las cosas, planeado para promover la prosperidad mutua y el bienestar de los pueblos involucrados. Además, es el deseo de los tres gobiernos de extender la cooperación a naciones en otras esferas de influencia que estén inclinadas a dirigir sus esfuerzos a través de
vías similares a las suyas con el propósito de realizar su último objetivo, la paz mundial.
Entonces, los gobiernos de Japón, Alemania e Italia han
acordado:
ARTÍCULO 1: Japón reconoce y respeta el liderazgo de Alemania e Italia en el establecimiento de un nuevo orden en
Europa.
ARTÍCULO 2: Alemania e Italia reconocen y respetan el liderazgo de Japón en el establecimiento de un nuevo orden en
la Gran Asia Oriental.
ARTÍCULO 3: Japón, Alemania e Italia están de acuerdo en
cooperar en sus esfuerzos en la líneas discutidas. Ellas se
asistirán mutuamente con todos los medios políticos, económicos y militares si uno de las naciones firmantes es atacado por una potencia que actualmente no esté involucrada en
el conflicto europeo o en el conflicto sino-japonés.
ARTÍCULO 4: Con miras a aplicar el Pacto, comisiones técnicas, designadas por los respectivos gobiernos de Japón,
Alemania e Italia, deben reunirse sin demora.
ARTÍCULO 5: Japón, Alemania e Italia afirman que los
acuerdos no afectan en ninguna manera el estatus político
actual entre cada una de las potencias firmantes y la Rusia
soviética.
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ARTÍCULO 6: El presente pacto será válido inmediatamente
después de su firma y permanecerá así por diez años desde
la fecha en que se volvió efectivo. Antes de la expiración de
ese término, las Potencias firmantes podrán, por petición de
una de estas, entrar en negociaciones para renovar el pacto.
Adhesiones de los Estados satélites
Eslovaquia
Eslovaquia, uno de los satélites más fieles a Alemania, con su
tratado de protección firmado a los pocos días de la proclamación de la independencia del país bajo tutela alemana,se
apresuró a adherirse al Pacto. El 24 de noviembre de 1940 los
representantes eslovacos lo firmaban
Hungría
Hungría solicitó poder firmar el Pacto al poco de crearse éste,
por una confusión en la que el periódico Deutsche Allgemeine Zeitung indicó que el ministro de exteriores alemán (Joachim von Ribbentrop) había expresado la expectativa alemana de que los Estados favorables a Alemania se adherirían al
Pacto, cuando, en realidad, sólo había mostrado su disposición a admitirlos sin darles un rol principal. Alemania no dio
una respuesta inmediata.
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Hungría consideraba 118 que la firma podía reportar beneficios al país sin imponerle grandes exigencias. No solamente
no quedaban éstas claras en el texto del Pacto, sino que éste
era claramente no ofensivo y podía servir al gobierno de
Banderas del Alemania, Japón e Italia, en la embajada japonesa
en Berlín, septiembre de 1940.
118
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Horthy tanto para retirar el apoyo alemán a los movimientos
extremistas en Hungría como para reforzar sus demandas territoriales exteriores y mantener las ventajas logradas en el
reciente arbitraje de Viena
La firma se llevó a cabo el 20 de noviembre de 1940, cuando
ya los alemanes contaban con más candidatos para sumarse
al acuerdo, aunque concedieron a los húngaros de ser la primera nación en firmarlo tras los fundadores. Voces de destacados políticos húngaros de la oposición se alzaron en el parlamento contra la decisión de rubricar el pacto -que fue siempre interpretado según la voluntad alemana y no húngarapero sin resultado.
Bulgaria
Tras el fracaso de la invasión de Grecia por los italianos en
octubre de 1940, Hitler decide ayudar a su aliado para impedir que los británicos se asienten en el continente y pongan
en peligro su abastecimiento de petróleo rumano. Para alcanzar Grecia, el III Reich necesita la colaboración de Bulgaria
(que debió entregar su litoral mediterráneo a los griegos tras
la Primera Guerra Mundial). A pesar de los deseos de los soviéticos de mantener a las tropas alemanas fuera de Bulgaria,
expresados durante enero y febrero de 1941, los alemanes alcanzaron un acuerdo con los búlgaros, que firman el Pacto el
1 de marzo de 1941 Los soviéticos fueron avisados por los alemanes sólo dos días antes de la adhesión búlgara.
Yugoslavia
Para asegurar su flanco derecho durante la invasión de Grecia y forzar la elección de bando de los yugoslavos, que trataban de mantenerse neutrales en el conflicto mundial, Hitler
exigió a Yugoslavia su adhesión al Pacto Tripartito (22 de
marzo de 1941). Tras intentar evitarlo, el regente Pablo cedió,
tratando de evitar así mayores concesiones, como el paso de
tropas por el país.
El 25 de marzo de 1941 el primer ministro y el ministro de exteriores firman el Pacto. El gesto quedaba invalidado, sin embargo, por el golpe de Estado del 27 de marzo, de tintes clara-
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mente favorables a los Aliados, a pesar de las promesas del
nuevo gobierno de mantener el compromiso suscrito. El cambio de gobierno lleva a Hitler a decidir la invasión de Yugoslavia, sin informar a la URSS, que estaba a punto de firmar un
tratado de no agresión con el nuevo gobierno establecido en
Belgrado, a la vez que aseguraba a los alemanes el carácter
amistoso de este hacia el Eje.
Croacia
Tras resultar triunfante la invasión alemana de Yugoslavia en
abril de 1941, se estableció el Estado Independiente de Croacia como gobierno títere patrocinado por el Tercer Reich y la
Italia Fascista. Dicho Estado se adhirió al Pactro Tripartito el
15 de junio de 1941.
Países invitados que no lo suscriben
El 13 de septiembre de 1940, el Ministro de Asuntos exteriores de España, Ramón Serrano Súñer parte hacia Alemania
acompañado de una serie de personas inclinadas en favor del
nacionalsocialismo dentro de la España franquista. En este
séquito figuran Demetrio Carceller Segura junto con Miguel
Primo de Rivera, Dionisio Ridruejo, Antonio Tovar, Manuel
Halcón y Miguel Mora Figueroa. Esta comisión analiza las intenciones alemanas de suplantar la influencia que Francia e
Inglaterra ejercían en España, señalando que España no había luchado para escapar a una dependencia y venir ahora
a caer en otra. Su opinión influye en la entrevista entre Serrano Súñer y Von Ribbentrop celebrada el 27 de septiembre,
que concluye con la no adhesión de España al Pacto Tripartito. España mantiene así la neutralidad y continua sosteniendo relaciones diplomáticas con Gran Bretaña y los Estados
Unidos, aunque en noviembre de 1941 el gobierno español sí
se adhirió al Pacto Antikomintern, tratado de cariz anticomunista y que no implicaba una alianza militar efectiva con Alemania.
La Alemania nazi había expresado su deseo de que Finlandia
se adhiriese al Pacto Tripartito ya en 1940, considerando que
dicho Estado podría ser un aliado valioso en la planificada in-
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vasión de la Unión Soviética, y de hecho Finlandia colaboró
con el ataque alemán contra la URSS a partir de 25 de junio
de 1941 en lo que el gobierno finés designó como la Guerra de
Continuación contra los soviéticos. No obstante que Finlandia se adhirió al Pacto Antikomintern en noviembre de 1941,
hasta el fin de la guerra rehusó requerimientos del Tercer
Reich para unirse al Pactro Tripartito, considerando que los
objetivos políticos y militares fineses no eran iguales a los de
Alemania, y con el fin de mantener relaciones diplomáticas al
menos con los Estados Unidos (en tanto Gran Bretaña había
declarado la guerra a Finlandia apenas empezó el ataque contra los soviéticos).
Fin del Pacto
Luego de la invasión aliada de Sicilia, el gobierno italiano inició las negociaciones con los Aliados para firmar un armisticio. En efecto, el primer miembro del Pacto en abandonarlo
fue el Reino de Italia en 1943 pues la República Social Italiana de Mussolini, que mantuvo formalmente el Pacto por parte italiana, en la práctica era un régimen por completo dependiente de la Alemania Nazi. Entre agosto y setiembre de
1944, Bulgaria y Rumania fueron invadidas por el Ejército
Rojo y para evitar una segura derrota se volvieron aliadas de
la Unión Soviética, desligándose del Pacto. Hungría también
intentó cambiar de bando, pero fue ocupada militarmente
por Alemania en octubre de 1944, aunque semanas después
fue también invadida por el Ejército Rojo, al igual que Eslovaquia. Con la derrota de Alemania en mayo de 1945, Japón fue
el único miembro del Pacto que quedó, y como éste era un
pacto de cooperación, dejó de tener validez en la práctica.
Los 25 puntos del Programa del Partido Nacionalsocialista
Alemán de los Trabajadores
En la magna asamblea que tuvo lugar el 25 de febrero de
1920 en la "Hofbrüuhausfestsaal" de Munich, el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores proclamó su Programa a la faz del mundo. En la Sección 2a. de la Constitu-
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ción de nuestro Partido, se declara que este Programa es inalterable. Los dirigentes no se proponen, una vez alcanzados
los fines anunciados en él, concebir propósitos nuevos, con el
solo objeto de aumentar artificialmente las aspiraciones de
las masas y asegurar así la continuidad de la existencia del
Partido.
El Programa
1. Exigimos la unión de todos los alemanes para constituir
una Gran Alemania fundada en el derecho de la independencia de que gozan las Naciones.
2. Exigimos para el pueblo alemán la igualdad de derechos en
sus tratados con las demás naciones y la abolición de los tratados de Paz de Versalles y de Saint Germain.
3. Exigimos espacio y territorio (colonias) para la aumentación de nuestro pueblo y para establecer a nuestro exceso
de población.
4. Nadie, fuera de los miembros de la Nación, podrá ser ciudadano del Estado. Nadie, fuera de aquellos por cuyas venas
circule la sangre alemana, sea cual fuere su credo religioso,
podrá ser miembro de la Nación. Por consiguiente, ningún judío será miembro de la Nación.
5. Quien no sea ciudadano del Estado, sólo residirá en Alemania como huésped y será considerado como sujeto a leyes extranjeras.
6. El derecho a sufragar para la formación del gobierno del
Estado y para la sanción de las leyes será ejercido únicamente
por ciudadanos del Estado. Exigimos, en consecuencia, que
todas las funciones oficiales, sea cual sea su naturaleza, tanto
en la Nación como en el campo y en las Idealidades menores,
sean desempeñadas exclusivamente por ciudadanos del Estado.Nos oponemos a la corruptora práctica parlamentaria de
llenar los puestos teniendo en cuenta solamente consideraciones de partido en lugar de carácter o de idoneidad.
7. Exigimos que el Estado contemple como su primer y principal deber el promover el progreso de la industria y el velar
por la subsistencia de los ciudadanos del Estado. Si no fuera
posible alimentar a toda la población del Estado, será indis-
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pensable que los residentes extranjeros (no ciudadanos del
Estado) sean excluidos de la Nación.
8. Hay que impedir toda inmigración no alemana. Exigimos
que se obligue a todo no ario llegado a Alemania a partir del 2
de agosto de 1914 a abandonar inmediatamente el territorio
nacional.
9. Todos los ciudadanos del Estado gozarán de iguales derechos y tendrán idénticas obligaciones.
10. El primer deber de todo ciudadano del Estado consiste en
trabajar con la mente o con el cuerpo. Las actividades individuales no estarán reñidas con los intereses generales, sino
que se adaptarán al marco impuesto por la comunidad y tendrán en cuenta las conveniencias de la misma.
Por lo tanto, exigimos:
11. La abolición de todo ingreso no conseguido por medio del
trabajo.Abolición de la servidumbre impuesta por el interés
del dinero
12. En vista de los enormes sacrificios de vidas y propiedades
que exige toda guerra, el enriquecimiento personal logrado
merced a los conflictos armados internacionales se considerará como un crimen contra la Nación. Exigimos, en consecuencia, la confiscación implacable de todas las ganancias realizadas por medio de la guerra.
13. Exigimos la nacionalización de todos los negocios que se
han organizado hasta la fecha en forma agrupaciones de sociedades trusts.
14. Exigimos que las utilidades delcomercioal por mayor
sean compartidas por la Nación.
15. Exigimos que se ponga en práctica un plan gradual de
asistencia social a la vejez.
16. Exigimos la creación y mantenimiento de una sana clase
media, la nacionalización inmediata de las propiedades utilizadas en la especulación, a fin de que se alquilen en favorables condiciones a pequeños comerciantes , y que se tengan
especiales consideraciones para con los pequeños proveedores del Estado, de las autoridades de distrito y de las localidades menores.
17. Exigimos la reforma de la propiedad rural para que sirva
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nuestros intereses nacionales; la sanción de una ley ordenando la confiscación sin compensación de la tierra con propósitos comunales; la abolición del interés de los préstamos sobre
tierras y la prohibición de especular con las mismas.
18. Exigimos la persecución despiadada de aquéllos cuyas actividades sean perjudiciales al interés común. Los sórdidos
criminales que conspiran contra el bienestar de la Nación, los
usureros, especuladores, etcétera, deben ser castigados con la
muerte, sean cuales fueren su credo o su raza.
19. Exigimos que el Derecho Romano, que sirve al régimen
materialista del mundo, sea reemplazado con un sistema legal concebido para toda Alemania.
20. Con el fin de proporcionar a todo alemán competente e
industrioso la posibilidad de una mejor educación y promover así el progreso, el Estado abordará la reconstrucción total
de nuestro sistema nacional de educación. El plan de estudios
de todo establecimiento educativo deberá hallarse de acuerdo
con las necesidades prácticas dé la vida. El inculcar y hacer
comprensible la idea de Estado (sociología del Estado) debe
ser uno de los propósitos fundamentales de la educación y comenzará con el primer destello de inteligencia del alumno.
Exigimos que el Estado eduque a sus expensas a los niños dotados de superior talento e hijos de padres pobres, sean cuales sean la respectiva clase u ocupación de estos últimos.
21. El Estado procurará elevar el nivel general de la salud de
la Nación amparando a las madres e infantes, prohibiendo el
trabajo de los niños, aumentando la eficiencia corporal mediante la gimnasia obligatoria y los deportes y apoyando sin
restricciones a los clubes fundados con el objeto de promover
el mejoramiento físico de la juventud.
22. Exigimos la abolición del Ejército mercenario y la formación de un Ejército Nacional.
23. Exigimos la adopción de medidas legales contra la impostura política deliberada y su difusión por medio de la prensa.
Para facilitar la creación de una prensa nacional alemana exigimos:
a) Que todos los editores de periódicos y sus asistentes, cuando empleen la lengua alemana, sean miembros de la Nación.
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b) Que la aparición de periódicos no alemanes no tenga lugar
sino en virtud de un permiso especial acordado por el Estado.
No será indispensable que tales órganos se impriman en alemán.
c) Que se prohiba por ley la participación financiera o la influencia de no alemanes en los periódicos germanos, estableciendo como penalidad para los infractores la supresión del
periódico y el inmediato destierro de los no alemanes implicados en el asunto. Debe prohibirse la publicación de órganos
cuyos propósitos no contemplen el bienestar nacional. Exigimos que se persiga legalmente a todas las tendencias, artísticas y literarias pertenecientes a algún género capaz de contribuir a la disgregación de nuestra vida como Nación, y la supresión de cualquier institución cuyos fines estén reñidos con
la citada exigencia.
24. Exigimos libertad para todas las denominaciones religiosas dentro del Estado mientras no representen un peligro para éste y no militen contra los sentimientos morales de la raza
alemana. El Partido defiende, en su carácter de tal, la idea del
cristianismo positivo, mas no se compromete, en materia de
credo, con ninguna confesión en particular. Combate el materialismo judío filtrado entre nosotros y está convencido de
que nuestra Nación no logrará la salud permanente sino dentro de sí misma y gracias a la aplicación de este principio. El
interés común antes que el propio
25. Para realizar todo lo qué precede, exigimos la creación de
una poderosa autoridad central del Estado; incuestionables
atribuciones del Parlamento Núremberg centralizado sobre
toda la Nación y sobre su organización, y formación de una
cámara representando a las clases y profesiones, con el propósito de poner en práctica en los diversos Estados de la Confederación las leyes generales promulgadas por la Autoridad.
Los Jefes del Partido juran consagrarse sin desmayo ¶ y, si
fuera necesario, sacrificar su vida ¶ para lograr el cumplimiento de los puntos precedentes.
Munich, 24 de febrero de 1920
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"Desde que el N.S.D.A.P. admite el principio de la propiedad
particular, es evidente que la expresión 'confiscación sin compensación' se refiere tan sólo a posibles atribuciones legales
para confiscar, si fuese necesario, tierras ilegalmente adquiridas o no administradas con arreglo a las conveniencias del
bienestar nacional. Este punto está especialmente dirigido
contra las compañías judías que especulen en tierras.
Munich, 13 de abril de 1928. (Firmado): ADOLF HITLER."
Tratado de Saint-Germain-en-Laye
El Tratado de Saint-Germain-en-Laye fue firmado el 10 de
septiembre de 1919 entre las potencias aliadas vencedoras de
la Primera Guerra Mundial y Austria. En este tratado se establecía de modo definitivo el desmembramiento de la antigua
monarquía de los Habsburgo, el Imperio austrohúngaro, y en
su lugar quedó reconocida la República de Austria como "estado sucesor", la cual quedó limitada a algunas zonas en las
que se hablaba solamente el alemán.
Mediante este tratado se reconocía la completa independencia del Reino de Hungría como Estado autónomo y la creación de los nuevos estados de Checoslovaquia y Yugoslavia,
ambos basados en antiguos territorios del Imperio Austrohúngaro. Así, la República de Checoslovaquia quedaba forma-
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da por las regiones de Bohemia, Moravia, y el sur de Silesia
(antes posesiones de Austria), junto con Eslovaquia (antes
dependiente del reino de Hungría). Por otro lado, Austria
perdía soberanía sobre Eslovenia, Bosnia, Herzegovina, y
Dalmacia que pasaban al Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, al cual se unían también las regiones de Croacia y Voivodina (ex posesiones del reino húngaro). 119
También se estableció que Austria perdía soberanía sobre el
Trentino, el Tirol del Sur, Trieste, Istria, varias islas y puertos
de Dalmacia y el Friuli, que se integraban al Reino de Italia.
La antigua provincia austriaca de Galitzia pasaba a la Polonia. La propia Hungría independiente cedería Transilvania,
parte del Banato, y la provincia de Bucovina a Rumania, algo
que se concretó en el Tratado de Trianon, mientras la región
del Burgenland pasaba a Austria.
Una cláusula importante del tratado era imponer una prohibición de revisar o revocar la independencia de Austria, esto
con el fin de impedir cualquier clase de unión política o económica con Alemania (o Anschluss), sin la autorización de la
Sociedad de Naciones, ya que tras la disolución del Imperio
Austrohúngaro la opinión pública austriaca debatió abiertamente la posibilidad de pactar un acuerdo de unificación con
la República de Weimar aprovechando el idioma común y
una similar herencia cultural, así como la situación de "países
vencidos". Inclusive en enero de 1919 diversos políticos republicanos austriacos habían propugnado que el país se denominase Deutsch-Österreich o "Austria-Germana" para diferenciarse de sus vecinos eslavos y magiares, pero Francia y
Gran Bretaña prohibieron este plan y se exigió que la República de Austria eliminase de su nombre toda palabra referida
a su "germanidad".
El Tratado de Trianon, firmado posteriormente entre los aliados y Hungría, completa el proceso de desmembramiento del
Imperio austrohúngaro.
Con este tratado, la mitad de los 12.000.000 de habitantes
del Imperio que eran de lengua alemana quedaron fuera de la
119
Mapa Disolucion de Austria-Hungria
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nueva República de Austria, como fueron los alemanes étnicos en la región de los Sudetes en Checoslovaquia, en la región del Tirol del Sur con capital en Bolzano (ahora súbditos
de Italia), y algunas comunidades de habla alemana en Hungría y Rumania (especialmente los Sajones de Transilvania).
Esta permanencia de germanoparlantes fuera de Austria causó problemas en dichos países con minorías étnicas formadas
por alemanes nativos que fueron luego pretexto del Tercer
Reich a la Segunda Guerra Mundial.
La desintegración del Imperio Austrohúngaro causó tensiones y dificultades entre las nuevas naciones derivadas del viejo Imperio. La propia Austria quedó reducida a un territorio
de 80.000 km² (casi el 25% de su anterior extensión) con
una población de unos 6 millones de habitantes, un tercio de
los cuales vivían en Viena que se convirtió en una capital
"muy grande para un país tan pequeño" en tanto el territorio austriaco propiamente dicho no podía sostener financieramente a una capital tan extensa; como resultado la propia
Viena perdió población y potencia económica; además la mayor expansión industrial del Imperio se hallaba en Bohemia y
su abastecimiento alimentario dependía de la agricultura de
Hungría, quedando ambos territorios ahora fuera de la soberanía austriaca, lo cual causó una aguda depresión económica
al desaparecer súbitamente las potenciales fuentes de riqueza
para la República de Austria. Para colmo, el activo comercio
marítimo austriaco quedaba trunco al hallarse todos los puertos mercantes bajo soberanía italiana o yugoslava, lo cual hacía dudar hasta 1925 sobre la misma "viabilidad económica"
de Austria, transformada súbitamente de potente imperio a
frágil república.
Austria también quedó obligada a pagar compensaciones de
guerra y a reducir su ejército a sólo 30.000 soldados, además
de entregar a los aliados la concesión austriaca en Tientsin,
China.
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Los Catorce Puntos de Wilson
Los Catorce Puntos fueron una serie de propuestas realizadas
el 8 de enero de 1918 por el presidente estadounidense Woodrow Wilson para crear unos nuevos objetivos bélicos defendibles moralmente para la Triple Entente que pudiesen servir
de base para negociaciones de paz con los Imperios Centrales. Hacia el final de la Gran Guerra, el 8 de enero de 1918, el
presidente de los Estados Unidos, Woodrow Wilson hizo una
llamada a las naciones europeas en conflicto para que detuvieran el fuego y dieran paso a la reconstrucción del continente.
Dichos puntos son:
1. Convenios abiertos y no diplomacia secreta en el futuro.
2. Absoluta libertad de navegación en la paz y en la guerra
fuera de las aguas jurisdiccionales, excepto cuando los mares quedasen cerrados por un acuerdo internacional.
3. Desaparición, tanto como sea posible, de las barreras económicas.
4. Garantías adecuadas para la reducción de los armamentos
nacionales.
5. Reajuste de las reclamaciones coloniales, de tal manera
que los intereses de los pueblos merezcan igual consideración que las aspiraciones de los gobiernos, cuyo fundamento habrá de ser determinado, es decir, el derecho a la autodeterminación de los pueblos.
6. Evacuación de todo el territorio ruso, dándose a Rusia plena oportunidad para su propio desarrollo con la ayuda de
las potencias.
7. Plena restauración de Bélgica en su completa y libre soberanía.
8. Liberación de todo el territorio francés y reparación de los
perjuicios causados por Prusia en 1871.
9. Reajuste de las fronteras italianas de acuerdo con el principio de la nacionalidad.
10.Oportunidad para un desarrollo autónomo de los pueblos
del Imperio austrohúngaro.
11.Evacuación de Rumanía, Serbia y Montenegro, concesión
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de un acceso al mar a Serbia y arreglo de las relaciones entre los Estados balcánicos de acuerdo con sus sentimientos
y el principio de nacionalidad
12.Seguridad de desarrollo autónomo de las nacionalidades
no turcas del Imperio otomano, y el Estrecho de los Dardanelos libres para toda clase de barcos.
13.Declarar a Polonia como un estado independiente, que
además tenga acceso al mar.
14.La creación de una asociación general de naciones, a constituir mediante pactos específicos con el propósito de garantizar mutuamente la independencia política y la integridad territorial, tanto de los Estados grandes como de los
pequeños.
De aquí sale la iniciativa para la conformación de una Sociedad de Naciones, antecedente de la Naciones Unidas.
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Indice
Testamento político de Adolf Hitler, del 29 de abril de 1945 15
Mi Testamento Político ..................................................... 15
Segunda parte del testamento político..............................18
Noticia oficial de la muerte de Hitler, del 1 de mayo de
1945 (Información radiada) .............................................. 21
Proclamacion a los soldados del Frente del Este Abril 13,
1945 ........................................................................................23
Capitulo I La Barrera Polaca..................................................25
El Partido de la Guerra ......................................................27
El caso de Ucrana y la ÀDrangnach OstenÁ ....................... 31
Las maniobras de Beck..................................................... 38
El Polvorin Polaco ............................................................. 41
Cruz Gamada y Estrella Judia ...........................................52
Tratado de Locarno ...........................................................78
Significado de los acuerdos ...........................................78
Notas .............................................................................79
Capitulo II La estructura Económica de la Europa de Hitler....
85
La planificacion del Orden Nuevo en 1940 ...................... 85
Capitulo III La estructura de los controles económicos en Europa ....................................................................................... 99
Los controles económicos en el Reich.............................. 99
La organización corporativa de la vida económica .......... 99
Organismos gubernamentales.........................................103
Los organismos del Reich responsables de la coordinacion de la politica Económica en los paises ocupados 107
La administracion del control economico en los paises
ocupados......................................................................109
Los países ocupados bajo control económico alemán directo............................................................................. 110
El Protectorado de Bohemia-Moravia .........................111
El Gobierno General.................................................... 112
Los Territorios ocupados del Este............................... 113
Los Balcanes................................................................ 114
Los países ocupados bajo control económico alemán indirecto.......................................................................... 115
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La Europa de Hitler 1933-1945 Volumen II
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La influencia alemana sobre otros paises europeos ....117
Capitulo IV La industria y las materias ............................. 121
primas .................................................................................. 121
Estudio general de la evolucion industrial del Reich 19391945.................................................................................. 121
La situación al estallar la guerra ................................. 121
Los primeros años de la guerra................................... 125
Fin del período de la guerra relámpago...................... 126
El punto de inflexión en la política industrial alemana:
Stalingrado ..................................................................128
La fase final .................................................................130
La Politica alemana respecto a la industria en el resto de
Europa ......................................................................... 132
Los metodos alemanes para controlar la industrai en toda Europa .................................................................... 139
Capitulo V Alimentación y Agricultura................................ 153
Introducción .................................................................... 153
La Alimentación y la agricultura en Alemania................ 155
Los controles alimenticios y la Administración de Alimentos .................................................................................... 157
La agricultura y los suministros de alimentos ................ 161
La Alimentación y la agricultura en el resto de Europa.. 167
Los controles de la alimentación y la administración de la
alimentación .................................................................... 167
La agricultura y los suministros de alimentos ................ 172
Capitulo VI El Trabajo ......................................................... 177
La evaluacion del trabajo en el Reich alemän ................. 177
Los efectos de la campaña polaca....................................180
La expansión territorial posterior alemana .................... 181
La reorganización de la administración del trabajo........182
Empeora la situación laboral alemana............................ 187
El empleo aleman de mano de obra en el resto de Europa...
190
Extensión del empleo alemán de mano de obra fuera del
Reich ................................................................................198
El trato aleman a los trabajadores extranjeros ...............199
Principios fundamentales ...........................................199
La mano de obra civil ..................................................201
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La Europa de Hitler 1933-1945 Volumen II
563
El reclutamiento..........................................................201
Los condiciones de vida ............................................. 206
Las condiciones de empleo ........................................ 209
Los prisioneros de guerra............................................ 211
El trabajo en los campos de concentración ................ 214
Capitulo VII Los Transportes .............................................. 217
La situacion de los transportes alemanes al estallar la
guerra .......................................................................... 217
Los efectos de la situacion militar cambainte sobre los
transportes alemanes .................................................. 219
Los metodos alemanes de control de los transportes en
toda Europa................................................................ 223
La organizacion alemana de los transportes europeos.....
226
Capitulo VIII Las Finanzas ................................................. 229
La financiacion interior de guerra alemana ................... 229
Preparativos financieros de anteguerra ......................... 229
Medidas de tiempo de guerra......................................... 233
La explotacion alemana de los paises extranjeros ......... 236
Las Reichskreditkassen ...................................................237
La incautación del oro y de los bienes extranjeros ........ 239
Los acuerdos de «clearing» ............................................ 244
La manipulación de los tipos de cambio .........................245
El control alemán de la banca europea ...........................247
Los efectos de la politica aleman en el resto de Europa 249
Conclusiones................................................................... 250
Capitulo IX El Nacimiento del III Reich .............................257
Juventud sin Meta ...........................................................257
Un tal Hitler.................................................................... 292
El camino hacia la cuspide .............................................. 315
La atraccion del poder ..................................................... 351
El Derrumbamiento del poder ....................................... 393
Biografia Adolfo Hitler.........................................................437
El Tercer Reich ............................................................... 440
La Segunda Guerra Mundial .......................................... 442
De la milicia a la política ................................................ 448
El ascenso al poder ..........................................................452
El Tercer Reich ................................................................455
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La Europa de Hitler 1933-1945 Volumen II
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La Segunda Guerra Mundial .......................................... 458
Anexos................................................................................. 465
Nacionalismo .................................................................. 465
Evolucion.....................................................................467
Nacionalismo Economico .......................................... 468
Nacionalismo Racial................................................... 469
Nacionalismo religioso............................................... 469
Nazismo ........................................................................... 471
Nazismo y Hitler .........................................................476
De canciller alemán a Führer del Reich de los mil años...
482
Persecución y represión ............................................. 484
Economia politica nazi ............................................... 485
Propaganda ................................................................ 489
Politica Racial............................................................. 494
Antisemitismo ............................................................ 495
Politica Exterior ..........................................................497
Partido Obrero Alemán (nazi)........................................ 498
República de Weimar ..................................................... 500
La Revolución de Noviembre ..................................... 500
Partidos Politicos ....................................................... 503
El levantamiento Espartaquista (Der Spartakusaufstand) ........................................................................... 506
La Crisis de Baviera..................................................... 511
El Tratado de Versalles.................................................... 513
El Golpe de Kapp......................................................... 514
El Ascenso del Nazismo................................................... 515
La Gran Depresión (1929-1931) .................................. 515
Elecciones presidenciales (1931 - 1932)...................... 516
Disolucion de los partidos marxistas .......................... 519
Alemania se retira de la Sociedad de Naciones ......... 520
Hitler pacta con Pildsudski .........................................523
Consolidacion del regimen hitleriano.........................524
Muerte de Hindenburg ...............................................525
La U.R.S.S ingresa en la Sociedad de Naciones..........526
Alemania recupera el Saar ..........................................527
El Pacto Franco-Sovietico .............................................. 528
La Svástica ...................................................................... 530
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Pacto Tripartito ...............................................................532
Justificación ................................................................533
Texto del Pacto ............................................................534
El Pacto Tripartito entre Japón, Alemania e Italia, 1940.
534
Adhesiones de los Estados satélites ............................535
Eslovaquia ...................................................................535
Hungría .......................................................................535
Bulgaria .......................................................................537
Yugoslavia ...................................................................537
Croacia........................................................................ 538
Países invitados que no lo suscriben.......................... 538
Fin del Pacto................................................................539
Los 25 puntos del Programa del Partido Nacionalsocialista
Alemán de los Trabajadores ............................................539
El Programa................................................................ 540
Tratado de Saint-Germain-en-Laye ............................... 544
Los Catorce Puntos de Wilson.........................................547
Bibliografia.......................................................................... 549
Indice ................................................................................... 561
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