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Sosa-Sánchez, Itzel A.; Erviti, Joaquina; Menkes, Catherine
HACIENDO CUERPOS, HACIENDO GÉNERO. UN ESTUDIO CON JÓVENES EN CUERNAVACA
Revista de Estudios de Género. La ventana, vol. IV, núm. 35, enero-junio, 2012, pp. 255-291
Universidad de Guadalajara
Guadalajara, México
Disponible en: http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=88424573010
Revista de Estudios de Género. La ventana,
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SOSA-SÁNCHEZ/ERVITI/MENKES
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Haciendo cuerpos, haciendo género.
Un estudio con jóvenes en Cuernavaca
Itzel A. Sosa-Sánchez, Joaquina Erviti
y Catherine Menkes*
Resumen
El presente artículo presenta resultados de una investigación cualitativa sobre la construcción y los
significados sociales del cuerpo en jóvenes mexica-
* Las autoras desean agradecer al Instituto Mexicano de la Juventud-Morelos
y al CETIS 44 las facilidades brindadas
para la realización del trabajo de campo
de esta investigación.
nos. En este artículo se presenta el análisis de las
entrevistas semiestructuradas y las entrevistas grupales realizadas en
barrios populares de la ciudad de Cuernavaca. Los resultados evidencian cómo el tener un cuerpo de hombre o de mujer, el hacer cuerpo,
forma parte de complejos procesos y trayectorias de aprendizaje
renegociados de forma continua en los cuales juegan un rol central los
condicionantes de género. Así, los agentes sociales aprenden lo que
significa el ser hombre o mujer (haciendo género), el actuar y ser tratados
e identificados como tales de una manera socialmente situada. Es así que
la experiencia de hacer género para estos jóvenes está anclada en y a
través del cuerpo.
Palabras clave: cuerpo, cambios corporales, género, identidades sociales,
jóvenes.
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Abstract
This article aims to present the findings of a qualitative research regarding the social construction of the body and its meanings among Mexican
youngster. Thus, we present the analysis of the semi structured interviews and the group interviews holded with youngsters of different
popular neighbourhoods in Cuernavaca. The findings show that having
a woman’s body or men’s body and the fact of “doing gender”, is a
central part of complex learning trajectories processes continuously
renegotiated where gender relations play a central role. The social agents
learn what means to be a man or a woman (doing gender), which implies
a certain way of acting, being treated and to be identified in a socially
located way. So, “doing gender” is experienced in and through the body.
Key words: body, body changes, gender, social identities, youngsters.
RECEPCIÓN: 29 DE ABRIL DE 2011/ACEPTACIÓN: 27 DE MAYO DE 2012.
El cuerpo es un objeto metafórico que funciona como base para
significados que expresan nuestra relación con la sociedad (Herzlich
1995) y es posible conceptualizarlo como un nudo de significaciones vivientes (Esteban 2004). Es preciso pues pensar de forma recíproca al cuerpo y a la sociedad, asumiendo que el cuerpo siempre
está inserto en la trama del sentido y que las interpretaciones que
hacemos sobre él son contingentes en lo histórico y lo social y siempre están enmarcadas en procesos sociales, culturales y políticos.
Por lo tanto, el cuerpo, como objeto de estudio sociológico, puede y
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debe ser pensado como un nudo de estructura y acción a través del
cual se pueden analizar los vínculos entre los sujetos sociales, el
cuerpo y la sociedad (Esteban 2004).
Lo anterior significa reconocer que los procesos macrosociales
estructuran, a través de los contextos locales, la relación entre la
experiencia subjetiva del cuerpo con la sociedad y viceversa.
Adicionalmente, si bien los procesos de construcción social de los
sujetos y de la asignación de identidades de género comienza mucho antes de lo que ha sido denominado como la adolescencia y la
pubertad, se da sobre todo en este período que los sujetos afinan su
mirada sobre la organización genérica de la sociedad en la que
habitan.
Podemos afirmar que, a partir de la pubertad y de la adolescencia las identidades y relaciones de género transforman sus significados produciendo una amplia gama de simbolizaciones y prácticas
sobre las diferencias sexuales y las relaciones de género, y sobre
aquello que significa ser hombre o mujer y ser tratado como tal en
el grupo social al que se pertenece, es decir, de una manera socialmente situada (Paechter 2007, Asakura 2004).
En este sentido la relación entre los cuerpos e identidades es
recíproca, en tanto la presentación y el uso del cuerpo es fundamental para la formación de las identidades, lo cual no se reduce a
ser mujer o varón sino a actuar, parecer y lucir en lo corporal y
gesticular como tales (Evans 2006). Es también en la adolescencia
que se intensifican diversas estrategias normalizadoras dirigidas a
moldear lo mismo las identidades de género que los comportamien-
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tos emocionales y sexuales (Lupton y Tulloch 1998), intensificándose el aprendizaje de ciertas prácticas y usos corporales relativas
al “ser hombre” o al “ser mujer”.
Es preciso aclarar que reconocemos como problemáticas y arbitrarias las definiciones sociales sobre la adolescencia y la pubertad.
Atrás de estas categorías se encuentran las apuestas y luchas entre
los grupos sociales que intentan alterar o conservar determinadas
representaciones de la realidad, así como las asignaciones del lugar que ocupan (según la edad) los sujetos sociales en la jerarquía
social (Bourdieu 1978, Sosa-Sánchez 2005).
Adicionalmente, reconocemos que la división en clases de edad,
así como sus contenidos sociales, son construidos por cada grupo
social en función de sus condiciones objetivas de vida y de sus
condiciones y estrategias de reproducción social. A pesar de lo antes
mencionado, consideramos que para la pubertad los sujetos sociales han experimentado un prolongado contacto e inmersión con las
prácticas institucionales que recrean las jerarquías de género en el
orden social.
Cuerpo, habitus y género
El cuerpo es el depósito de disposiciones enraizadas o mejor dicho
incorporadas, donde la hexis corporal (una determinada organización durable del cuerpo y de su despliegue en el mundo) puede ser
entendida como una mitología política realizada, vuelta disposición permanente, manera durable de desplegar el cuerpo, de ha-
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blar, caminar, sentir, pensar (Bourdieu 1980). Desde esta perspectiva, el cuerpo deviene una historia incorporada en la que los esquemas prácticos a partir de los cuales éste es organizado, aparecen a
la vez como el producto de la historia, o de la historia objetivada en
habitus y estructuras, así como el origen de prácticas y de percepciones que reproducen esta historia (Bourdieu 1980). El cuerpo
socialmente objetivado es un producto social que debe sus propiedades distintivas a las condiciones de su producción y en el cual el
habitus corporal implica un proceso de inculcación determinado. Es
decir, un doble movimiento de interiorización y objetivación conecta el cuerpo a las estructuras y al sujeto.
De igual manera, las reflexiones feministas han enfatizado en la
dimensión política del cuerpo, la cual se refiere al cuerpo humano
como herramienta de domesticación, disciplinamiento, identificación y resistencias (Wolputte 2004). Fue principalmente desde el
feminismo radical en la década de los setenta, que diversas autoras
señalaron el control de los varones sobre los cuerpos de las mujeres,
sobre todo en lo referente a la reproducción y a la sexualidad) (Alsop
et al. 2002). Esta perspectiva sugiere que el cuerpo y la sexualidad de
las mujeres son campos políticos definidos y disciplinados para la
producción y reproducción. En consecuencia, las mujeres, a diferencia de los hombres, son su cuerpo (Lagarde 1997, Rich 1990), el cual,
en general, tiende a serles expropiado mediante diversos mecanismos. Así, se convierte en un deber resguardar los cuerpos femeninos
de comportamientos que lo alejen del ideal femenino deserotizado y
lo familiaricen con su destino reproductivo (Vance 1992).
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En cuanto al género, éste puede ser definido como “un elemento constitutivo de las relaciones sociales basadas en las diferencias
que distinguen a los sexos y, a la vez como una forma primaria de
relaciones significantes de poder” (Scott 1996: 289). Por su parte,
Young (2004) lo ha definido como un atributo de las estructuras
sociales, dado que la heterosexualidad normativa es un aspecto
fundamental del género en tanto estructura la vida social, la cual
es siempre privilegiada, esperada y asumida incuestionablemente
como natural. Este privilegio no sólo jerarquiza sino que margina
las prácticas (sexuales, corporales, discursivas, etcétera) que la
cuestionan. Así, se ha señalado que la heteronormatividad no sólo
define los preceptos relativos a la sexualidad y al cuerpo sino que
regula y define en términos normativos distintos ámbitos de las relaciones sociales y de la vida en sociedad (Jackson 2006).
La misma importancia poseen las elaboraciones feministas que
sugieren que las diferencias sexuales entre mujeres y hombres son
históricas, culturales y contingentes, más que fijas y naturales. Esto
implica reconocer la relación simbiótica entre el cuerpo y la naturaleza, rechazando los determinismos biológicos o sociales (Lupton
1995, Young 2004). Por su parte, bajo influencia de corrientes
postmodernistas y posestructuralistas, han emergido teorizaciones
que establecen relaciones complejas y contingentes entre cuerpos,
sexo, sexualidades y géneros. Se ha cuestionado la oposición binaria
entre los sexos, las sexualidades y los géneros, así como las nociones
que aludían a identidades, anatomías y cuerpos “fijos” o “estables”,
que habían dominado las teorizaciones iniciales, sugiriéndose la
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necesidad de problematizar al cuerpo e incorporarlo como una parte central de la teoría de género (Butler 1993 y 2005).
Asimismo se ha indicado que no sólo el género, sino las divisiones biológicas y jerárquicas de la humanidad en hombres/mujeres,
asumidas como naturales y no problemáticas (como los cuerpos
masculinos), están mediadas por lo social, lo que transforma las
diferencias anatómicas en distinciones significativas a nivel de la
práctica social (Delphy 2002 y 2003, Young 2007). Esto ha implicado repensar cómo el género moldea el modo de pensar el cuerpo y
las diferencias biológicas, asumiendo que el sexo biológico no precede al género (Butler 2005 y 1993) y que más bien pensamos y
conocemos el cuerpo a través del género. Desde esta perspectiva se
ha sugerido que la distinción sexo/género, expresa teóricamente
una dicotomía social, en la que la categoría “sexo” se aplica a divisiones y distinciones que son sociales (Delphy 2003). Esto no significa negar la materialidad del cuerpo ni de la diferencia sexual,
sino hacer evidente la maleabilidad de dicha materialidad expresada en su variabilidad histórico-social, reconociendo sus repercusiones políticas y el rol que juega en la reproducción de las
desigualdades de género.
Partiendo de este bagaje teórico-conceptual y de reconocer que
en las etapas de la adolescencia y juventud ocurren importantes
cambios físicos (biológicos) en el cuerpo de las personas, los cuales
implican cambios en las interacciones e identidades sociales, nos
propusimos explorar cómo los jóvenes experimentan los cambios
corporales, así como los significados sociales asociados a éstos y los
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posibles efectos en el entorno social. Partíamos asimismo del supuesto de que estos cambios corporales se experimentan en forma
diferente según se trate de cuerpos masculinos o femeninos, lo que
implica también prácticas y arreglos sociales particulares. Para ello,
realizamos un estudio cualitativo con jóvenes mexicanos de bajos
recursos, enfatizando las consecuencias de los cambios corporales
en la configuración de geografías genéricamente diferenciadas (físicas y simbólicas).
Metodología
Se realizó una investigación sociológica interpretativa con jóvenes
de Cuernavaca, Morelos, entre noviembre de 2008 y marzo de 2009.
Se recopiló información a través de un cuestionario socio-demográfico, de entrevistas semiestructuradas individuales y grupales.
En las entrevistas individuales y grupales se indagó acerca de los
significados, percepciones, creencias y valoraciones en torno al
cuerpo, la sexualidad y el riesgo, así como sobre la experiencia de
los cambios corporales y las consecuencias en las interacciones sociales. En total, se realizaron 12 entrevistas individuales (6 mujeres
y 6 varones) y dos grupales, una con varones (6 participantes) y
otra con mujeres (12 participantes). La duración de las entrevistas
individuales fue de 80 minutos en promedio y la de
Sólo un varón participó tanto en las
las grupales de 90.1
entrevistas individuales como en la entrevista grupal, pues estudiaba en el baLos participantes en el estudio fueron selecciochillerato técnico y participaba en las
actividades del centro de recreaciones.
nados mediante un muestreo intencional no
1
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2
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Este muestreo no especifica de anteprobabilístico (Glasser y Strauss 1967).2 Los critemano el número de casos a seleccionar
y consiste en recolectar datos para gerios iniciales de selección fueron la edad, tener
nerar teoría siguiendo los propósitos teóricos de la investigación así como su
entre 14 y 22 años, y el lugar de residencia, que
relevancia. Se interrumpe cuando se
considera que se ha alcanzado la satuhabitaran en alguno de los barrios populares de la
ración teórica (Alonso 1999).
ciudad de Cuernavaca. Los y las participantes en
las entrevistas individuales fueron contactados en un céntrico organismo juvenil donde concurren jóvenes a realizar actividades
recreativas de carácter gratuito. Los participantes en las entrevistas grupales fueron contactados en un bachillerato técnico al cual
asisten estudiantes de diversas regiones y barrios populares de
Cuernavaca.
En ambos casos se procedió a invitar de manera generalizada a
quienes asisten al organismo juvenil y a las y los
Las autoridades del plantel educativo
estudiantes de cinco grupos del bachillerato técninos permitieron invitar a las y los estudiantes a participar en este estudio
co.3 A quienes mostraron interés en participar se
mientras esperaban la llegada de algún
profesor. No se nos permitió interrumpir
les aplicó un breve cuestionario preguntándoles
las clases.
características sociodemográficas generales, lo cual
nos permitió elegir a quienes participarían en las entrevistas. Se
privilegió incluir a personas con variabilidad en determinadas características demográficas como edad, nivel de escolaridad, status
sexual (sexualmente iniciado/ no iniciado) y características de la
familia de origen que pueden incidir en la experiencia del cuerpo
y sus cambios.
El cuestionario inicial permitió reconstruir el contexto demográfico y socioeconómico de las y los jóvenes que participaron en el
estudio, respecto al cual se analizó la información recolectada. Las
3
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entrevistas fueron audio grabadas previo consentimiento de los y
las participantes en el estudio. La mayoría de las entrevistas individuales fueron realizadas en parques o cafeterías del centro de
Cuernavaca, mientras que las grupales se llevaron a cabo en un
salón del bachillerato técnico.
La edad media de las personas participantes en las entrevistas
fue 18 años, mientras que quienes integraron los grupos focales
tenían en promedio 16. Sólo uno de cada cuatro era “sexualmente
iniciado”, en proporción equivalente hombres y mujeres. Todos eran
solteros y no convivían con una pareja. Uno de cada tres era económicamente activo, como empleados en el rubro de ventas. Dos
de cada tres eran estudiantes de bachillerato y cuatro de los varones no estudiaban al momento de la entrevista. En cuanto a las
familias de origen de la mayoría de los y las integrantes de la muestra, la mitad de los padres y las madres de familia laboraba en empleos no especializados (meseros, taxistas, comerciantes, obreras,
estilistas, etcétera) y contaba con estudios de educación básica o
media básica. Nada más tres participantes en el estudio provenían
de familias en las que alguno de los padres (o ambos) contaba con
estudios en licenciatura.
El proceso de sistematización de los datos recabados en campo
tomó como base las recomendaciones de la teoría fundamentada.
En el continuo ir y venir de la teoría a los datos, durante el análisis
interpretativo se enfatizó en la comparación continua de patrones
y variaciones en los datos, así como en la inclusión de categorías y
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conceptos emergentes, permitiendo tener una lectura más integral
del fenómeno en estudio.
Para la codificación de las entrevistas, organizamos la información de acuerdo con los principales temas explorados en las guías
de entrevista: cuerpo, sexualidad, cambios corporales y riesgo.
Nuestro objetivo en este proceso era identificar el rol de los
condicionantes de género en la construcción de las narrativas acerca
de la experiencia con los cambios corporales, la identificación de
riesgos y barreras en la interacción social, así como en la aceptación o resistencia a las normas sociales imperantes.
Después de una lectura cuidadosa de cada texto de las entrevistas, se hizo una primera codificación, usando los temas de las
guías de entrevista. En este proceso nos enfocamos en identificar
contradicciones y discordancias en los textos. En las siguientes lecturas nos propusimos identificar regularidades empíricas y ejemplos
de ambivalencia. En una segunda y tercera codificación buscamos
nuevos códigos que emergieran de los textos mismos: geografías
corporales y simbólicas, espacios generizados, relaciones de poder y
cuerpo. Los fragmentos incluidos en este trabajo fueron seleccionados a partir de su relevancia y pertinencia, obedeciendo tanto a
regularidades empíricas como a casos límite o extremos.
Hallazgos y discusión: Haciendo cuerpos, haciendo género
Los resultados evidencian cómo el tener un cuerpo de hombre o
mujer, el hacer cuerpo, forma parte de procesos complejos y trayecto-
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rias de aprendizaje continuamente renegociados en los cuales juegan un rol central los condicionantes de género. Así, los agentes
sociales aprenden lo que significa el ser mujer u hombre (haciendo
género), el actuar y ser tratados e identificados como tales de una
manera socialmente situada.
Esta perspectiva permite pensar las identidades (sociales, sexuales
y de género) como procesos continuamente renegociados enfatizando
en la existencia de múltiples masculinidades y feminidades
contextualizadas. Bajo esta perspectiva, es el contexto el que da
los contenidos de lo que significa ser, actuar y ser reconocido como
un varón o una mujer en los distintos momentos del ciclo de vida.
De igual manera, esta aproximación subraya el rol central del cuerpo, no sólo físico, sino los significados dados al mismo y las múltiples y dinámicas prácticas sociales, socialmente situadas, de hacer
género (Paetcher 2007).
Cambios corporales en los cuerpos
masculinos y femeninos de los y las jóvenes
Los cambios experimentados en la voz y el incremento de las dimensiones corporales, sea de estatura, del ensanchamiento de la
espalda, de incremento de peso corporal, etcétera, sobresalen en
los testimonios de los varones entrevistados acerca de los cambios
experimentados en la adolescencia. En las narraciones de los participantes se enfatiza el cambio de voz, el desarrollo de la musculatura y la aparición de vello corporal en los cuerpos masculinos, tal
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como lo vemos en los testimonios de Héctor (19 años) “en la adolescencia empiezas a ver los cambios en tu cuerpo, la voz te cambia,
te salen vellos donde no tenías” y Patricio (15 años) “mi voz fue cambiando y sí me estaba marcando (el cuerpo)”. Como podemos apreciar en estos testimonios, los participantes resaltan como significativos
aquellos cambios corporales asociados con imágenes que giran en
torno a un cuerpo masculino relacionadas con la fortaleza y la resistencia física.
Es importante señalar que la fuerza corporal no es necesariamente una ventaja adquirida, sino una característica inherente de
ser hombre. En este sentido, el cuerpo fuerte no es necesariamente
sólo el que posee mayor fuerza o resistencia física sino “aquel capaz
de ‘resistir’ mejor los embates que la vida le ofrece a un hombre”
(Aguirre y Güell 2002: 16). Asimismo, es preciso resaltar la importancia que se da en la mayoría de los testimonios al cambio de voz.
Esto puede estar relacionado con que uno de los signos de hombría
por excelencia es la voz grave, una con la capacidad de hacerse
escuchar con más facilidad que las que poseen matices más suaves
o débiles.
Por su parte, en general, las mujeres participantes, perciben que
los varones experimentan sus cambios corporales sin ser conscientes de ello. Esto se puede apreciar en la respuesta de Irma (22 años),
“creo que ellos lo viven muy en la inconsciencia, como que no son tan
conscientes de los cambios que tienen”. Esta inconsciencia se relaciona con el distanciamiento de los cambios corporales que las mujeres perciben en los varones. Tanto en los discursos de ellas como en
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los de los varones emerge la percepción de que éstos atraviesan sus
cambios corporales de una manera menos drástica y difícil.
También es relevante que los varones perciben y construyen
discursivamente los cambios corporales de las mujeres como más
complicados, e incluso más importantes. Así nos lo señalaba Vicente (16 años):
El hombre en sí no cambia tanto físicamente, al hombre no le
importa tanto cambiar físicamente, a la mujer yo creo que sí,
ha de ser más complicado, porque hay más cambios y sí les
importan más. En la mujer crece el busto, se le achica la cintura, es un crecimiento más radical. Al hombre no le importa
tanto cambiar físicamente.
Esto sugiere que si bien en el caso de los varones la apariencia
corporal constituye un elemento importante en la configuración de
sus identidades sociales y de género, éste no es el eje central de las
identidades masculinas.
De igual manera resalta que los cambios corporales de los varones aparecen, tanto en los discursos de las mujeres como en los de
los varones, como menos visibles y “difíciles” que los cambios experimentados por las mujeres, tal como nos lo expresaba Laura (22
años): “creo que en las mujeres y más por la menstruación, es más
difícil; como que en los hombres no se ve básicamente el cambio”.
Es también relevante que el convertirse en mujer se vincule de
forma significativa a un evento corporal que tiene una relación
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directa con el ciclo reproductivo, con el hecho de estar en posibilidades físicas de quedar embarazada. Así, podríamos afirmar que
el convertirse en mujer, por el hecho de tener la primera menstruación, es uno de los diversos mecanismos y arreglos sociales mediante los cuales se conceptualiza a la mujer a partir de su destino
reproductivo (Lagarde 1997, Vance 1992), vinculándola en el nivel de lo simbólico a dicho destino y a un cuerpo de mujer
reproductivo y también, por lo mismo, a un cuerpo vigilado, acotado, no apropiado por quien lo posee. Estos discursos también están
vinculados con los conocimientos de la biomedicina acerca del proceso de embarazo y que se incorporan al conocimiento popular, es
decir, el riesgo del embarazo.
Sin embargo, el vínculo entre la menstruación y la capacidad
reproductiva (es decir, la menstruación como un indicador de que
el ciclo fértil en la vida de una mujer ha comenzado) no siempre
está presente en las vivencias y discursos de las participantes, sobre todo en las primeras menstruaciones, y entre las más jóvenes
(menores de 15 años). Por ejemplo, el testimonio de Irma nos permite evidenciar que es a través de las conversaciones del grupo de
pares que se aprende acerca de esta relación: “con las amigas te
enteras de que ya puedes ser mamá y no lo crees, bueno yo no lo
creía” (Irma, 22 años).
Es notable que, a diferencia de lo que ocurre con mujeres de
otras generaciones (Martin 1992), los testimonios sugieren que las
participantes en este estudio experimentaron la llegada de la primera menstruación como un evento normal. Por ejemplo Mariana
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(16 años) comentaba “(…) según mi mamá me dijo que era normal
(la menstruación), y me dije ‘pues es normal, total si me pasa pues
ya’”. Esto se relaciona no sólo con la diseminación de los discursos
médicos (difundidos por las campañas y los cursos sobre biología de
la reproducción), sino también con una mayor apertura (en términos generales) para hablar de la menstruación en el entorno cercano, principalmente, a partir de compartir e intercambiar experiencias
con otras mujeres sobre la menstruación (charlas con madres, hermanas, amigas, etcétera).
Sin embargo, pese a que las participantes (sobre todo las menores de 18 años) hayan experimentado la menarquia como un evento normal y sin asustarse, existe la tendencia a percibir la
menstruación como un evento molesto como podemos apreciar en
el testimonio de Liz (14 años): “Primero dije: no, no me voy a asustar, no soy la única, y no sentí alegría tampoco porque dije: ‘¡ay,
qué flojera!’, pero lo tomé como normal”.
En este punto, es preciso señalar que las actitudes y creencias
acerca de la menstruación están relacionadas y son construidas
según el contexto social. Así, experimentarla como un evento incómodo o molesto es resultado de la ausencia de ajustes sociales en
los espacios públicos (escuelas, lugares de trabajo, etcétera) que
respondan a las necesidades y particularidades que tienen las mujeres durante sus ciclos menstruales (Young 2007).
No obstante, es necesario indicar que la manera en que la menstruación es experimentada e interpretada no es estática. Así, las
participantes mayores de 20 años tienden a subrayar que la percep-
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ción actual que tienen de sus menstruaciones es más positiva que
la que tenían cuando empezaron a hacerlo.
Para concluir este apartado es necesario resaltar que el cambio
de estatus experimentado por estos jóvenes en torno a los cambios
corporales es vivido de manera compleja y problemática, lo cual
podremos apreciar en nuestro siguiente punto.
De los efectos de los cambios corporales en
el cambio de estatus: orden corporal y género
Los testimonios de los participantes indican que éstos percibieron
un trato diferente en la escuela, la familia, en el grupo de pares y
en general en el entorno social, a partir de los cambios corporales
experimentados en la pubertad y la adolescencia. En los testimonios de los varones, el hecho de crecer y convertirte en hombre,
tiende a ser asociado con tener más privilegios o libertades, tal
como nos narra Héctor (19 años): “como hombre, cuando creces
tienes más privilegio, toman más (en cuenta) tu opinión en tu casa,
ya puedes opinar qué te parecen o no las reglas, tienes voz y voto”.
Por el contrario, en el caso de las mujeres, si bien la mayoría de
los testimonios aluden al rol central que juega la visibilidad de sus
cambios corporales en el entorno social, éstos no necesariamente
se asocian a mayores privilegios o libertades. En este estudio, resalta que todas las participantes señalaron un cambio significativo en
la manera en que se les trataba en distintos escenarios sociales (la
familia, la escuela, la calle, etcétera) a partir de que se les empieza
a ver diferente. Por ejemplo, así reflexionaba Teresa, una joven de 22
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años, ante la pregunta de si la trataban diferente a partir de estos
cambios corporales: “sí, te empiezan a ver diferente, te empiezan a
ver ya como una señorita, ya no eres una niña, el trato es diferente
en el momento que empiezan a ver que tu cuerpo crece, sí empieza
a cambiar la forma en que te tratan”.
Las participantes en general durante la adolescencia tienden a
percibir, como veremos más adelante, que sus cuerpos comienzan a
ser abiertamente observados y a ser objeto de “comentarios” en los
espacios públicos, sobre todo en las calles. En los testimonios de las
jóvenes entrevistadas, estos cambios corporales van acompañados
de diversos mecanismos mediante los cuales las mujeres normalizan y aprenden a experimentar sus cuerpos, en contextos donde
éstos son continuamente examinados y evaluados, sobre todo por
las miradas masculinas.
Así lo podemos apreciar en las palabras de Liz (14 años): “(los
chicos) eran muy morbosos, se te quedaban viendo, te decían cosas, normal”. Este testimonio indica que el ser objeto de miradas y
actitudes morbosas por parte de los varones, sobre todo en los espacios públicos, puede resultar para estas jóvenes no sólo familiar sino
normal. En este sentido, aprender a resistir y a ignorar estas prácticas puede ser visto como uno de los aprendizajes necesarios constitutivos del ser mujer, en contextos como el de este estudio. La misma
joven, ante los cuestionamientos de la entrevistadora sobre qué le
decían los varones y si le molestaba, contestaba: “no, porque siempre decían puras babosadas: ‘mira, ¿ya viste? esa ya tiene más que
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esa’; ‘se le están hinchando más las caderas que a la otra’; o, ‘ya está
más alta’, ‘está más bonita esta que esta’”.
Este testimonio, sugiere también que las mujeres desde edades
tempranas, en este contexto sociocultural, aprenden a banalizar y
a interpretar como normal la inspección y comparación continua
de sus cuerpos y de sus cambios corporales, al tiempo que aprenden
a banalizar este tipo de prácticas no dándoles importancia. Este
escrutinio social sobre los cuerpos femeninos puede ser conceptualizado como uno de los dispositivos de regulación espacio-temporal, incluyendo el espacio simbólico, a través del cual los cuerpos
de las mujeres son monitoreados y clasificados según su valía, a
partir de los valores hegemónicos de belleza, castidad, dominio de
las técnicas corporales hegemónicas del grupo social de referencia,
etcétera, y según diversos criterios en donde se intersectan factores como los de clase social, edad, raza y generación.
Interesa subrayar el carácter normativo de las nociones sobre la
apariencia y la belleza que son a su vez elementos fundamentales
de la vida y las culturas urbanas modernas. Estas normas se relacionan con elementos centrales de la vida social y reflejan diferentes
relaciones de poder. A este respecto, Adelman y Ruggi (2008) sugieren que el género y la sexualidad están implicados en estas definiciones, desde la producción discursiva que promueve en las
mujeres de diferentes edades la casi obligación de tener un cuerpo
perfecto como una parte central de sus identidades.
Sin embargo, es también necesario señalar que algunas mujeres
elaboran estrategias de resistencia o acomodación frente a estas
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El proceso de cosificación implica que
las mujeres son reducidas a sus cuerpos, cuerpos que al mismo tiempo les
son expropiados y conceptualizados
como objetos para el placer y el uso de
otros (Fredikson y Roberts 1997).
comparaciones y valoraciones sociales continuas
sobre sus cuerpos, respondiendo de distintas y complejas maneras ante la cosificación4 y evaluación
de sus cuerpos. Así, lo sugiere el testimonio de Tania
(16 años): “Nosotras éramos el cuarteto de las feas; mis compañeros nos clasificaban por grupos, que las populares del salón, que las
más desmadrosas, nosotras éramos así como las ñoñas y feas. Y a
nosotras no nos importaba”. Así, las evaluaciones (tanto positivas
como negativas) de los cuerpos de las mujeres no son vividas ni
experimentadas de manera simple y homogénea por las jóvenes.
En los testimonios emergen reacciones significativas ante los
cambios corporales y el desarrollo físico de las mujeres, lo que no
necesariamente emerge de la misma manera en los testimonios de
los varones. Esto nos puede llevar a afirmar que en la experiencia
de los varones relativa a los cambios corporales no existe la expectativa social y el aprendizaje asociado a ésta de que sus cuerpos
sean evaluados de forma abierta y continua, y que hacia éstos se
dirijan comentarios, miradas o continuas vigilancias. Esto no significa negar que lo contrario ocurra, es decir que las mujeres y las
sociedades evalúen y jerarquicen la valía de determinados cuerpos
masculinos sobre otros y que sobre estos cuerpos existan vigilancias
específicas (como el acatamiento de la heteronormatividad). Sin
embargo, en el caso de las mujeres adquiere especial relevancia
dado que ellas son su cuerpo (Lagarde 1997) y éste se constituye a
partir de las desigualdades de género en un elemento central de la
valoración social de las mujeres.
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Mientras que en los testimonios de las participantes sobresale
que es sobre todo a partir de los cambios corporales experimentados durante la adolescencia, que se perciban más comentarios y
“piropos” en las calles, tal como lo señala Tania (22 años): “cuando
te empiezas a desarrollar, yo me acuerdo que recibía más piropos en
la calle, de lo regular, estás pasando por este cambio y te gritan, y
tú así de ‘¿Por qué? ¿Qué pasa?’”.
En el testimonio anterior, la participante establece una relación
entre el inicio del desarrollo corporal, el incremento de los piropos
y la falta de explicaciones al respecto. Esto apunta a la manera en
que son leídos los cambios corporales femeninos en los espacios
públicos, al tiempo que evidencia que el ser objeto de las miradas y
comentarios masculinos si bien genera un “no saber por qué sucede
eso”, como hemos venido viendo a lo largo de este texto, se vive e
interpreta, en un contexto como el de este estudio, con cierta normalidad y familiaridad.
Expresiones como “te empiezas a desarrollar, yo me acuerdo que
recibía más piropos en la calle, de lo regular”, sugieren que se percibe un vínculo entre los cambios corporales y recibir más piropos
en la calle. Asimismo, este testimonio alude a un contexto en el
cual se naturaliza que los cuerpos femeninos continuamente sean
objeto del acoso verbal de los varones y de una continua
sexualización, en los espacios públicos. Así, se torna comprensible
que un cuerpo de mujer en desarrollo sea evaluado no sólo en sus
dimensiones corporales sino en relación con los usos sociales del
mismo. A primera vista incluso pareciera que estos “comentarios”
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(piropos) pueden ser recibidos y valorados positivamente por la participante. Sin embargo, al profundizar más en la entrevista de Tania
sobre cómo se experimentaban estos piropos, añadió:
Es penoso (silencio), aunque por un lado en mi casa me dijeron “es que es normal que crezcas” y en la calle recibía los
piropos; y te sentías mal porque estabas creciendo, me acuerdo que me sentí, avergonzada. Así de: “¿Por qué me ven? ¿Por
qué me gritan?”. No entendía. Cuando estás pasando por el
proceso, es como vergonzoso, hasta te sientes avergonzada de
tu mismo cuerpo.
El testimonio de Tania pone en evidencia cómo los procesos de
cosificación y sexualización del cuerpo de las mujeres en los espacios
públicos contribuyen a que, en ocasiones, las jóvenes experimenten
sus cambios corporales e incluso sus propios cuerpos con vergüenza.
Lo anterior sugiere la necesidad de diferenciar entre la percepción
propia de los cambios corporales y la construcción social a partir de
sus consecuencias. La banalización, en el testimonio anterior, del
continuo acoso del que son objeto los cuerpos de las mujeres se
explica tanto por la regularidad como con la normalización de estos
comportamientos de los varones. Sobresale también que la participante interprete así estos comportamientos, a saber, el que los varones digan cosas y asedien a las mujeres en los espacios públicos.
Lo antes mencionado dificulta visibilizar los fundamentos políticos e ideológicos que participan en este fenómeno, facilitando la
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conformidad a estas prácticas y su constancia y reproducción a través del tiempo en contextos como el de este estudio (y en otros en
México). Estos comportamientos y prácticas sociales masculinas suelen
emerger y ser presentados, a pesar de su frecuencia, como hechos
aislados irrelevantes y carentes de lógica (Fredikson y Roberts 1997),
como ocurre en los testimonios de los y de las participantes. Estas
prácticas forman parte de dispositivos disciplinarios en los cuales
subyace una lógica social que sólo puede ser entendida en el contexto de un orden corporal que condiciona las expectativas y posibilidades que regulan lo corporal y lo deseable, lo reclamable, etcétera,
así como las prácticas sociales contextualmente apropiadas. Es a
partir de esta lógica social subyacente que se torna comprensible
que los cuerpos de las mujeres en los espacios públicos, sobre todo
de aquellas que van solas o acompañadas de otras, se vuelvan reclamados de forma pública y social por los varones, como uno de los
mecanismos socialmente apropiados de reafirmar su masculinidad.
A su vez, en las mujeres existe el mandato implícito de aceptar
con pasividad dicho reclamo e incluso de tener expectativas sociales de que esto suceda, es decir, que las “piropeen”. Es cierto que
no todas las mujeres experimentan y responden de la misma manera a la cosificación sexual y a la sexualización, dado que variables
como la clase social, la edad, y el nivel de escolaridad, entre otras,
juegan un papel central en las respuestas y la manera de vivirla.
Sin embargo, a la par de este proceso de normalización, en diversos
testimonios emergió la estrategia de ignorar la existencia de estas
prácticas. Es el caso de Olga de 16 años quien señalaba:
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Cuando salgo con mis primas, normalmente hay siempre cualquier persona que chifla o nos grita algo pero los ignoramos.
Creo que eso es porque nos empezamos ya a ver como mujeres, no como niñas, y por eso nos molestan. A mí nunca me
han molestado porque siempre los he ignorado. A mí, mientras no me hagan nada, no me afecta”.
El testimonio de Olga pone en evidencia hasta qué punto se viven
con normalidad estas prácticas de acoso o se presentan así en el
discurso. Esto sugiere que el aprendizaje de las disciplinas corporales involucradas en los procesos de crecer y hacerse una mujer implica aprender a ignorar y a trivializar el acoso en los espacios
públicos. En contextos marcados por desigualdades de género y la
erotización de las relaciones desequilibradas de poder, existen arreglos sociales a partir de los cuales, y como parte del proceso de
reafirmación de la masculinidad y la feminidad, se construyen expectativas sociales relativas a las reacciones y comportamientos de
escrutinio y verbalización de dicho escrutinio por
Esto ocurre sobre todo en espacios
parte de los varones hacia los cuerpos de las mujepúblicos. Por ejemplo Fredikson y
Roberts (1997) han señalado el imporres, así como maneras socialmente organizadas de
tante papel que han jugado los medios
de comunicación masiva en este tipo
responder a los mismos.5 La banalización y normalide comportamientos que reproducen
la fetichización y sexualización de los
zación de estas prácticas invisibilizan el contenido
cuerpos de las mujeres.
socialmente organizado, así como los procesos de
disciplinamiento y socialización que están implicados en dichos
comportamientos en diferentes espacios sociales y a través de los
cuales se actualiza el orden social.
5
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Es también relevante problematizar cómo interpretan los participantes varones esta apropiación y escrutinio de los cuerpos femeninos. En el siguiente testimonio, obtenido en situación de entrevista
grupal, se pone en evidencia que los hombres al igual que las mujeres, en general, normalizan y trivializan estas prácticas. Ante la
pregunta de ¿qué pasa cuando el cuerpo de las chicas empieza a
cambiar en la adolescencia? los chicos comenzaron a silbar como si
estuvieran en la calle ante una chica, se reían y bromeaban al respecto. Al cuestionar de nuevo al grupo acerca del porqué de estas
reacciones, los jóvenes respondían “a que te llama la atención la
chica porque está bien buena la chica”.
Sobresale que prácticamente nadie de entre los y las participantes en las entrevistas individuales y grupales conceptualiza de
inicio estas prácticas —el hecho de decirles cosas
La violencia de género se define como
el conjunto de agresiones que se ejera las chicas, o de recibir comentarios en los espacen contra las mujeres por ser mujeres,
que tengan o puedan tener como recios públicos— como formas de acoso, agresión o
sultado un daño o sufrimiento físico,
6
sexual o psicológico, “…inclusive las
incluso como una forma de violencia de género de
amenazas de tales actos, la coacción o
la privación arbitraria de la libertad,
la cual son objeto sobre todo las mujeres en los estanto si se producen en la vida pública
como en la privada” (Organización de
pacios públicos. Sin embargo, dos de las participanNaciones Unidas 1993).
tes (ambas de 22 años y empezando la universidad),
al narrar las experiencias de estas prácticas de escrutinio y rememorar las emociones que les han provocado, afirmaron sentirse
intimidadas e incluso violentadas.
Al respecto, autoras como Pascoe (2007) sugieren que las charlas entre varones son un importante medio de socialización de formas de masculinidad, aceptables y esperables en el grupo de
6
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pertenencia. A través de estas charlas se aprende a ver a las mujeres como objetos sexuales y se socializan formas de aproximarse y
conquistar a las chicas socialmente apropiadas. InSe entiende la violencia comunitaria
cluso, estas prácticas de acoso, así como el ignorarcomo “los actos individuales o colectivos que transgreden derechos fundalas o trivializarlas, por parte de los varones y las
mentales de las mujeres y propician su
denigración, discriminación, marginamujeres son expresiones de violencia simbólica y
ción o exclusión en el ámbito público”.
Este tipo de violencia está contemplada
comunitaria.7,8 Esto, a partir de considerar que la
en el artículo 12 de la Ley de acceso de
las mujeres a una vida libre de violencia
primera es una forma de violencia que impone su(Inmujeres).
misiones que no son incluso percibidas como tales,
La violencia simbólica tiene la doble
función de convencer a cada persona
apoyándose en expectativas colectivas y en creende la legitimidad de la presión social que
se ejerce sobre ella, desalentando la recias socialmente compartidas (Bourdieu 1994). La
beldía y al mismo tiempo convenciendo
a los demás integrantes de la legitimiviolencia simbólica es difícil de resistir pues “está
dad de hacer uso de dichas formas de
violencia (Juliano 2004).
entretejida en la cultura, lo que la legitima simbólicamente” (Lamas 2003: 117) y su eficacia reposa
en que reproduce la lógica de dominación (Lamas 2003).
Por otro lado, es sobresaliente que algunas participantes mujeres, sobre todo aquellas con mayor escolaridad y de mayor edad
cuestionaban la naturalidad de estas agresiones y las vinculaban
con el hecho de que socialmente se construye a la mujer como un
objeto que debe, al menos en el discurso, permanecer en los espacios privados so pena de exponerse a agresiones, con diversos matices, por parte de los varones en los espacios públicos y quizá también
en los privados. Es preciso resaltar no sólo la mayor edad y escolaridad de estas participantes, sino la mayor escolaridad de la familia
de origen, así como condiciones de vida más favorables (mayores
recursos) lo cual puede incidir en un mayor acceso a discursos de
7
8
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igualdad de género que podrían explicar sus reflexiones sobre este
tema.
Al respecto Tania (22 años) comentaba:
tiene que ver con la mentalidad mexicana de la mujer como
objeto y la mujer se queda en su casa y en cuanto sale, corre el
riesgo de que la vean, y si la ven se tiene que aguantar porque
los hombres, si le gritan ¡pues ni modo!
La expresión “si le gritan ¡pues ni modo!” conlleva, hasta cierto
punto, implícito el supuesto socialmente compartido de que así son
las cosas y alude a la naturalización de diversas formas de violencia
y desigualdades de género. Al respecto la misma Tania reflexiona:
Yo nunca he visto que a mi hermano le griten mujeres, nunca,
nunca […]. Yo creo que en la sociedad mexicana como que al
hombre le dan, como que “sí, tú crece, grita, observa” y las
mujeres: “tú tápate, tú ni digas’”.
La frase “yo nunca he visto que a mi hermano le griten mujeres,
nunca”, hace referencia al supuesto socialmente compartido de que
gritar/decir cosas en la calle a las personas del sexo opuesto es considerada y definida como una práctica social masculina: el varón
que reclama los cuerpos de las mujeres en los espacios públicos,
que no viceversa, es lo que se asume como normal. En el testimonio de Tania sobresale el importante papel de los procesos
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socializadores diferenciados genéricamente, en los que los varones
son construidos por la sociedad como sujetos predominantemente
activos, socializados para observar, gritar, etcétera, mientras que en
esta división simbólica y binaria del mundo, a las mujeres se les
socializa para taparse, callarse y recibir con pasividad los embates
masculinos.
Si bien en algunos testimonios emergió la posibilidad, menos
común, de que las mujeres tengan comportamientos diferentes y
les digan “piropos” a los hombres, emerge con claridad cómo estos
comportamientos tienden a verse mal en las mujeLa estigmatización es un mecanismo
res, las cuales son definidas socialmente como “avenque produce fronteras para la marginación y la exclusión social, y se entiende
tadas” y se arriesgan a ser estigmatizadas9 por el
por estigma la situación de inhabilitación para una plena aceptación social
grupo de pares.
(Juliano 2004).
9
Reflexiones finales
Los resultados de este estudio evidencian cómo el tener un cuerpo
de hombre o mujer, el hacer cuerpo, y la manera en cómo se viven e
interpretan los cambios corporales forma parte de complejos procesos y trayectorias de aprendizaje continuamente renegociados que
tienen lugar dentro de contextos específicos donde los agentes sociales aprenden a actuar lo que significa el ser hombre o mujer
(haciendo género), así como lo que significa ser tratados, identificados, en términos de identidad social, como tales en sus comunidades de pertenencia, es decir de una manera socialmente situada.
Esta perspectiva permite pensar las identidades sociales, sexuales y
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de género como procesos dinámicos y contribuye a identificar los
performances relativos a determinadas masculinidades o feminidades
en un momento y en un contexto específicos, enfatizando el rol del
cuerpo en dichos performances (Paetcher 2007). Estos procesos genéricamente organizados muestran cómo el hacer género implica
la actualización de un sistema jerárquico de clasificación que norma las relaciones e interacciones entre hombres y mujeres, sexualiza
el poder (Hierro, 2001) y actualiza el orden social.
Además, es preciso señalar el importante papel que juegan en la
construcción de los significados dados al cuerpo los discursos pedagógicos, médicos, psicológicos, etcétera, en torno a la sexualidad y
los cuerpos púberes y adolescentes. Es también a través de ellos
que se construyen identidades sociales, que al igual que los cuerpos adolescentes, al menos discursivamente, tienden a ser presentadas como homogéneas (Lupton y Tulloch 1998). Estas prácticas y
discursos sociales sobre los cambios corporales, femeninos y masculinos, en la pubertad contribuyen, como se pudo apreciar en este
artículo, a que los varones, pero sobre todo las mujeres, experimenten con frecuencia estos cambios de manera confusa, contradictoria y problemática. En el caso de los varones esto puede explicar en
parte la dificultad mostrada durante las entrevistas para hablar de
sus propios cambios corporales y de reconocerlos como tan significativos y visibles como los que experimentan las mujeres.
Es también necesario reconocer que los significados dados al
cuerpo y los cambios corporales aportados por estos jóvenes son contingentes y dinámicos y adquieren nuevos significados según los
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diferentes momentos que atraviesen en su ciclo vital. Esto puede
ser apreciado por ejemplo en la manera en que algunas de las
participantes, sobre todo las mayores, señalaron que la forma en
que vivían y experimentaban la menstruación fue cambiando a través del tiempo.
De acuerdo con Grosz (1994) podemos afirmar que la especificidad de los cuerpos, los usos sociales de éstos, las interpretaciones
que se hacen de ellos, los cambios que experimentan, y su despliegue en los espacios físicos y simbólicos deben ser entendidos en
relación con su momento histórico concreto y no de manera aproblemática y biologizada, asumiendo que no existe el cuerpo en singular, sino cuerpos donde se intersectan en distintos contextos y en
distintos momentos de la trayectoria vital, a diferente nivel, categorías como las de raza, generación, cultura, sexo y género. Como
otros estudios han documentado (Olavarría y Madrid 2005, Viveros 2003), en este estudio emerge el cuerpo como un elemento central a través del cual se construyen identidades sociales siendo al
mismo tiempo locus de las percepciones subjetivas (Viveros 2003).
A lo largo de este trabajo también se ha visibilizado lo arbitrario de
la naturalidad con la que son investidos los cuerpos femeninos/
masculinos y las implicaciones de esta biologización en la reproducción de un orden social y corporal en el que, según el contexto
y los diferentes estados del capital objetivado e incorporado, determinados cuerpos, identidades sociales, prácticas corporales y usos
sociales del cuerpo son diferencialmente jerarquizados y valorados.
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Es también importante resaltar el carácter socialmente construido y organizado de la visibilidad de los cambios corporales femeninos y masculinos, subrayando el importante papel que juegan
en esta organización los condicionantes de género y las relaciones
de poder. Esta visibilidad/ invisibilidad forma parte de diversos
mecanismos sociales a través de los cuales se reproduce no sólo el
orden de género sino un orden corporal que permite biologizar prácticas, identidades y discursos que legitiman diversas desigualdades
de género y relaciones de poder, normalizando la continua vigilancia y apropiación social de los cuerpos (en particular, pero no sólo,
de las mujeres).
Así, es frecuente encontrar en los discursos de los y las participantes la banalización y a veces la valoración en términos positivos
de la apropiación de los cuerpos femeninos, lo que produce y legitima diversas prácticas que difícilmente son conceptualizadas como
mecanismos de sujeción y opresión que cosifican y sexualizan el
cuerpo de las mujeres, contribuyendo a la normalización de diversas formas de violencia, como la simbólica).
Es también relevante señalar el importante papel que juega en
estos discursos y prácticas la heteronormatividad, en tanto aspecto
primordial del género que regula diversos ámbitos de las relaciones
sociales y de la vida en sociedad (Jackson 2006). Si bien en este
artículo no profundizamos en la dimensión heteronormativa del hacer
género, reconocemos que la heteronormatividad juega un rol central en la manera en cómo los sujetos sociales son constituidos y
significan y experimentan sus cuerpos. Por tanto consideramos pro-
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fundizar más en detalle esta dimensión en futuros trabajos sobre el
tema.
Es importante visibilizar también el carácter socialmente estructurado de la apropiación pública (y masculinizante) de los cuerpos
femeninos la cual tiene lugar a lo largo de todo el ciclo vital, pero
se intensifica desde la pubertad, a partir de la visibilidad social de
los cambios corporales experimentados en este período así como los
significados sociales en torno a los mismos. Como bien sugiere BrownMiller (1984) las mujeres descubren de forma continua y a edades
tempranas que sus cuerpos son apropiados y valorizados por y a través de una mirada masculina del mundo. Esto contribuye a
invisibilizar la arbitrariedad de este fenómeno social construyendo
una unidad de sentido (Bourdieu 1980) heteronormativa en la cual
los varones aprenden a evaluar y apropiarse de los cuerpos de las
mujeres y ellas tienden a normalizar esta apropiación como parte
del aprendizaje de lo que significa ser hombre/ser mujer. Como pudimos apreciar en este trabajo resalta la dificultad de los y las participantes para identificar y nombrar esta apropiación de los
cuerpos de las mujeres en los espacios públicos como violencia, a
pesar de que algunas participantes señalaron haberse sentido amenazadas e incomodadas en ciertos momentos por estas prácticas.
Para concluir, es importante señalar que no pretendemos hablar
de los varones ni de las mujeres, ni de sus experiencias, como si
fuesen un grupo homogéneo y como si estos significados y prácticas
fueran estáticos. Un hallazgo relevante de este estudio, es la dificultad de los varones para hablar de sus propios cuerpos, sus cam-
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bios corporales y de las emociones que acompañaron dichos cambios. Pese a la insistencia de la entrevistadora para que los participantes profundizaran en sus vivencias corporales relativas a los
cambios en la pubertad, aquéllos tendían a centrar sus respuestas
en los cambios corporales de las mujeres y el carácter problemático
de los mismos. Esto puede deberse a limitaciones relacionadas con
el marco metodológico, a saber, que la entrevistadora era una mujer y que la entrevista se realizó en un único encuentro.
Asimismo, queremos recalcar que reconocemos la existencia de
opresiones y valoraciones diferentes y jerárquicas al interior de las
construcciones sociales relativas a las identidades masculinas y de
los cuerpos masculinos, en las que la norma por excelencia es el
cuerpo masculino, anglosajón, sin ninguna discapacidad, heterosexual, de clase media-alta y joven (Grosz 1994, Delphy 2002). No
obstante, conviene enfatizar el carácter socialmente organizado de
las prácticas sociales, discursivas y no discursivas, en torno al cuerpo, que emergieron en los discursos de las y los participantes.
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