Vol. 3, No. 3, Spring 20 0 6, 77-85
www.ncsu.edu/ project/ acontracorriente
Re vie w / Re s e ñ a
“Es t a d o d e M ie d o ”: la ve rd ad e n la p an talla
Jo s é Lu is Ré n iqu e
Lehm an College—CUNY
“State of Fear” (20 0 5), dir. Peter Kinoy, Pam ela Yates and Paco de Onís, featuring
Carlos Sánchez, Carlos Iván Degregori, Fanny Palomino, Sofía Macher and Ram iro
Niño de Guzm án
Tras un par de preguntas sobre el Perú, el diálogo que
prosigue a la proyección del docum ental “Estado de Miedo” se
concentra en lo que ocurre aquí, en los Estados Unidos.1 No es un
hecho casual. Sus propios autores—Pam ela Yates, Paco de Onis y
Peter Kinoy— adm iten haberlo hecho pensando en la situación de su
país; en las lecciones dejadas, es decir, por una experiencia de lucha
contra el terrorism o que, con el pretexto de la seguridad, im pone un
“estado de m iedo.”
Tal es el tem a central de este soberbio
1 Aunque me refiero aquí a una presentación de la versión inglesa de
“Estado de Sitio” llevada a cabo en el Film Forum de Nueva York en enero de este
año, esta reseña está basada en la versión en castellano de esta película, obtenida
por gentil donación de Federico de Onís, a quien expreso m i agradecim iento.
Rénique
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docum ental: la historia de la lucha peruana por conocer la verdad
sobre lo ocurrido en el conflicto interno generado por el alzam iento
de Sendero Lum inoso; por com prender el por qué de los “ríos de
sangre” que enlutaron a ese país andino a lo largo de los años 80 e
inicios de los 90 . Violencia que, com o se sabe, derivó no solam ente
de la acción subversiva de una fuerza particularm ente vesánica com o
Sendero Lum inoso, sino de la brutal respuesta represiva estatal.
Es una tendencia creciente: el uso de film s para prom over la
discusión de tem as de derechos hum anos y defensa de la dem ocracia.
El producto, en este caso, ha tenido un éxito indudable. Com o en
Nueva York, en China, Rusia o Nepal, otras audiencias se han visto
reflejadas en la experiencia peruana. En el Perú m ism o, el canal del
estado retransm ite “Estado de Miedo” (Skylight Pictures, 20 0 5)
com o una m anera de refrescar m em orias de los 90 en m om entos en
que Alberto Fujim ori—el gran orquestador del “estado de m iedo”
peruano—am enazaba
con
postular—¡por
cuarta
vez!—a
la
presidencia de la república. Reconocim ientos m erecidos, sin duda, a
un film estim ulante y diestram ente realizado.
Com ienza el film con una sucinta perspectiva histórica: el Perú
com o un país que, desde la Conquista, ha m arginado a su población
indígena, m ás de la m itad de la nación; Lim a – la capital costeña—un
m undo aparte de blancos y m estizos im pávido frente a la opresión
del interior andino. Vera Lentz y Beatriz Alva Hart son el rostro
hum ano del polo lim eño de esa dualidad. Fotógrafa, la prim era,
vuelve con el equipo de “Estado de Miedo” a los bellos parajes de
Lucanam arca, Ayacucho, donde dos décadas antes ha fotografiado a
las víctim as de una m asacre com etida por los subversivos. Abogada
em presarial—una esbelta rubia de intensos ojos verdes—representa,
la segunda, la distancia, la supuesta ceguera, de una capital
encerrada en su propia ficción republicana. Sendero Lum inoso, en
ese m arco, aparece com o la voz de la sinrazón.
“Estado de m iedo”
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J osé Vizcardo y Fanny Palom ino representan al senderism o.
Al prim ero, una injustificada detención—según dice—lo deposita en
una prisión de la que sale convertido en m ilitante. De ahí en adelante
sería arrastrado por “una vorágine” que transform ó su existencia,
convirtiéndolo en un m ando m edio de la rebelión. No hay tono
equivalente de remordim iento en el testim onio de la segunda.
Abim ael Guzm án—el líder senderista—se había atrevido, según ella,
a conducir en una rebelión “a personas que creen que de esa form a
van a construir un m undo nuevo y yo respeto eso.” ¿La violencia?
consecuencia inevitable de un intento de cam bio social, im posible de
lograr sin confrontación. El antropólogo Carlos Iván Degregori, por
su parte, propone que ésta resultó del deseo de Abim ael Guzm án de
em pujar a estudiantes com o Fanny Palom ino a una “rebelión contra
la realidad;” proyecto que habría requerido convertirlos en fanáticos
seguidores de su cuasi-religioso liderazgo. Colega de Guzm án en la
Universidad de Ayacucho en los 70 – y adversario político tam bién—
Degregori se convertiría en uno de los m ás connotados estudiosos
peruanos del fenóm eno subversivo. Su testim onio hilvana “Estado de
Miedo” de principio a fin: es la voz de la razón académ ica. Sobre esta
estructura básica se despliega la “larga noche” peruana de los 80 .2
Utilizando subtítulos, el film ofrece una visión cronológica del
intricado conflicto andino.
El testim onio de Carlos Sánchez—un oficial retirado de la
Marina de Guerra peruana—ilum ina las m iserias de la respuesta
m ilitar al alzam iento senderista: ignorancia del terreno y del m edio
social, un ejército de ocupación acaso solam ente preparado para
desatar la barbarie. La cam pesina Nélida Oré y el profesor escolar
Ram iro Niño de Guzm án, rem em oran el sufrim iento inflingido en la
sierra
ayacuchana
respectivam ente.
2
y apurim eña
Luzm ila
por
m ilitares y senderistas
Chiricente—dirigente
asháninka—y
Las citas en cursivas corresponden a los subtítulos usados en el
documental.
Rénique
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Bernavides Cuevas nos acercan a la faceta am azónica del conflicto.
Tenía ocho años este últim o cuando fue secuestrado por Sendero
Lum inoso. A los 11 viviría su prim er enfrentam iento: un “rafagázo”
contra un sargento en m edio del m onte. De ahí, continúa, la guerra
se le hizo “un vicio,” com o a un niño que le dan un caram elo, dice,
esbozando una leve sonrisa infantil. Chiricente, por su parte,
recuerda el m om ento en que el Ejército entregó armas a su gente
para com batir a la subversión. Un “desorden total” fue el resultado.
No sabíam os si “estábam os independientes, autónom os” o “estam os
con el m ilitar.” La tragedia alcanzaría ahí sus cotas m ás altas: la
población atrapada entre dos fuegos.
La decepción de sectores cam pesinos que, inicialm ente,
habían apoyado a Sendero, nos recuerda Degregori, vendría a crear
un escenario nuevo. En ese escenario, asevera, a continuación, la
narradora del film , “la adicción al uso de la violencia com o m étodo de
control político com enzó a consum ir por dentro a Sendero
Lum inoso.” Fracasado el m odelo m aoísta básico de guerra del cam po
a la ciudad, Guzm án ordena iniciar el sitio de la capital. Uno de los
m uchos ataques urbanos senderistas produciría, en ese contexto, el
despertar de la capital a su exasperante adorm ecim iento, rem arcado
en el film por el testim onio de Beatriz Alva Hart y por las im ágenes
de su vida de clase alta: fue el 16 de julio de 1992 en que un cochebom ba hecho estallar en el corazón del distrito m esocrático de
Miraflores habría inscrito la guerra en la conciencia de las élites
blanco-m estizas del Perú. Tres m eses antes, el Presidente Alberto
Fujim ori había optado por disolver el Congreso de la República
denunciándolo com o un obstáculo para vencer la subversión. Un
70 % de la población lo apoya. En m edio de la locura represiva, el
oficial policial Benedicto J im énez recuerda cóm o un grupo de
agentes bajo su m ando se propuso descabezar a la subversión usando
“m étodos tradicionales.” Al terrorista, declara J iménez, hay que
capturarlo vivo, si no se alienta el m artirologio. El éxito le sonrió en
“Estado de m iedo”
81
septiem bre del 92. La captura de Abim ael Guzm án m arcó el inicio
del desm antelam iento senderista.
El derrumbe subversivo, sin em bargo, no significó el final de
la violencia. Fundam entalm ente, porque Fujim ori, su “asesor”
Vladim iro Montesinos y la cúpula m ilitar que los apoyaba decidieron
usar el traum a ocasionado por el conflicto para perennizarse en el
poder. La “tiranía del m iedo” que este im puso a partir de 1993, y la
lucha “por la verdad y la dem ocracia” que esta suscitó, constituye el
tercio final del film .
Carlos Iván Degregori aporta la definición básica de la
autocracia fujim orista: es, afirm a, la prim era dictadura m ediática de
Am érica Latina. El periodista Gustavo Gorriti—el im placable
perseguidor de Montesinos—, el General Rodolfo Robles y la activista
de derechos hum anos Sofía Macher ilustran las diferentes facetas de
la m anipulación m ediática y el m ecanism o represivo im puesto. Pero
es el testim onio de Magdalena Monteza el que pone rostro hum ano a
la arbitrariedad prevaleciente: una joven estudiante som etida a las
m ayores iniquidades durante seis años de carcelería. Su voz
representa a los m iles de inocentes que, por ese entonces, com ienzan
a llenar las prisiones: el “estado del m iedo” llega a su punto
culm inante. Y sobre esa supuesta pax fujim orista se instaura lo que
Sofía Macher define en el film com o el sistem a de corrupción m ás
sofisticado de la historia de la república. Toda esa m aquinaria
lograría producir una tercera reelección fujim orista a m ediados del
año 20 0 0 , a un costo excesivam ente alto sin em bargo. “La calle”
jugaría entonces, recuerda Sofía Macher, un papel central. Y en
m edio de esa m ovilización, com plem enta Macher, el m ovim iento de
Derechos Hum anos—del cual era ella distinguida dirigente—asum ió
una posición de liderazgo. Vino, poco después, la revelación del video
que hizo insostenible la perm anencia de la cúpula fujim ontesista en
el poder. Había culm inado el despertar: la gente se había hecho
Rénique
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conciente “de que no estábam os frente al terrorism o” sino que
estábam os “frente a un delincuente,” sostiene Macher.
Com enzó entonces el capítulo final de la épica relatada por
“Estado de Miedo”. Fortalecido, el m ovim iento de Derechos
Hum anos, sostiene la narradora, presionó al gobierno de transición
que reem plazó a Fujim ori para que creara una “Com isión de la
Verdad y Reconciliación” (CVR). Degregori y Macher, así com o Alva
Hart (que durante los 90 había sido elegida congresista dentro de las
filas fujim oristas) estarían entre los nom brados para dicha tarea. Las
inéditas audiencias públicas que ésta celebró aparecen com o
desenlace del horror peruano: Ram iro Niño de Guzm án, Luzm ila
Chiricente, Magdalena Monteza aparecen dando testim onio ante la
Com isión. “Atónito,” el Perú escucha la revelación de la verdad. Una
conm ovida Alva Hart abraza en esa cerem onia a la hija de Magdalena
Monteza, fruto de la violación sufrida a manos de sus torturadoras.
Resuena la voz de Alva preguntándose, “¿dónde estuve yo?” En una
de las m ás trem endistas im ágenes del film , aparece ésta, a
continuación, lavando un cráneo hum ano en lo que fue su “prim era
exhum ación” com o integrante de la Com isión de la Verdad. Su
pedido de perdón a sus com patriotas—“a nom bre de todos sus
am igos y am igas y la gente de m i clase social”—aparece como el
resum en em ocional de la película. Acaso una incitación a la culpa y al
arrepentimiento colectivo.
Los 17,0 0 0 testim onios recabados por ese organism o y su
inform e final de 5,0 0 0 páginas constituyen, dice la narradora, “una
de las descripciones m ás com pletas y profundas jam ás escritas de
una guerra contra el terrorism o.” Versión que, augura Sofía Macher,
perm itirá “tachar de los libros de historia del Perú una historia oficial
que se nos ha contado, reem plazándola con el nuevo capítulo escrito
por la CVR.” La verdadera historia de la guerra, narrada, finalm ente,
desde la perspectiva de sus víctim as. Una verdad que Yates, De Onís
y Kinoy se encargarían de llevar a la pantalla.
“Estado de m iedo”
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La notable acogida brindada a “Estado de Miedo” en diversos
países
confirm a
el
éxito
logrado
por
sus
realizadores
en
“universalizar” la experiencia peruana. Quienes siguen el proceso
peruano, sin em bargo, saben lo difícil que le ha sido al Perú asim ilar
la “verdad” revelada por la CVR. Basta exam inar las posiciones
asum idas por los candidatos que lideran la actual cam paña electoral
para tener una idea de ello. La social-cristiana Lourdes Flores, por
ejem plo,
cuestiona
que
se
haya
calificado
com o
“violación
sistem ática” de los Derechos Hum anos a los “excesos” com etidos por
los m ilitares, y reivindica m ás bien su condición de salvadores de la
nación frente a la subversión. Frente a una audiencia m ilitar,
entretanto, Alan García prom ete—según el diario La República—una
victoria en la “batalla de la m em oria” contra la “historia equivocada”
difundida por “analistas y ex políticos” que se dedican a “ofender” a
las Fuerzas Arm adas acusándolas de “genocidas.” El caso del teniente
coronel Ollanta Hum ala, finalm ente, aparece com o el m ejor
testim onio de la com plejidad que el problem a de la reconciliación
tiene en un país con una m em oria fragm entada: un candidato cuyo
apoyo proviene de las m ayorías rurales es acusado, al mism o tiem po,
de graves violaciones a los derechos hum anos cuando com andaba
una base m ilitar en la selva del Huallaga. Al m om ento de escribir
estas líneas, lidera las encuestas electorales a pesar de las m últiples
advertencias de quienes ven en él una reedición del Fujim ori de
1990 .
Desde la perspectiva de estos desarrollos recientes el esquem a
narrativo de “Estado de Sitio” pierde algo de su nitidez. Surgen
acontecimientos significativos, más aún, que el film om ite en su afán
de ofrecer una síntesis digerible para audiencias no fam iliarizadas
con la situación peruana. La Reform a Agraria de 1969, por ejem plo,
la m ás radical de Am érica Latina después de la cubana, que liquidó el
latifundio y aceleró el “desborde” social andino, evento que cuestiona
el
esquem a
dualista
(indígena-blanco/ m estizo,
Lim a-interior)
Rénique
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planteado por el film , y factor que perm itiría com prender m ejor la
proliferación de la violencia en la m edida que proceden de ella
m uchos de los conflictos intra-clasistas e inter-com unales que
perm itieron la insólita am plificación de la prédica senderista, queda
totalm ente ausente del film . El Perú de los 80 , ciertam ente, no era el
“apartheid” andino que el film pareciera sugerir. La im agen de una
Lim a com pletam ente desconectada de la guerra—parte fundam ental
de la estrategia narrativa del film —, en ese sentido, es llevada hasta el
extrem o a través de la experiencia de Beatriz Alva Hart, convertida
en inesperado personaje protagónico de esta historia. Im posible tal
divorcio en una gran ciudad que concentraba alrededor del 30 % de la
población
nacional,
m igrantes
o
hijos
de
m igrantes—
predom inantem ente andinos—en su gran m ayoría y que, asim ism o,
desde 1982 había com enzado a sufrir el im pacto de atentados y
toques de queda. De otro lado, aunque es innegable la polarización
que el conflicto produjo, Sendero Lum inoso y los m ilitares no eran
los únicos protagonistas del conflicto. Al no considerar a los otros
actores del dram a (organizaciones sociales, ONGs, las iglesias
católica
y
evangelistas,
la
“izquierda
legal”,
etc.),
diversos
elem entos—el m esianism o senderista, el “fujim ontesinism o,” el
m ovim iento
de
Derechos
Hum anos 3 —adquieren
proporciones
desm esuradas que si bien ayudan a redondear la historia hacen
difícil com prender los desarrollos peruanos m ás recientes.
En el análisis de la exasperación senderista—atribuida en el
film casi exclusivam ente a la conducta m esiánica de dicha
organización—se om ite asim ismo un capítulo crucial del duelo
insurgencia-estado: la m asacre de los penales de 1986 en la cual
alrededor de 30 0 acusados por terrorism o perdieron la vida com o
resultado de la intervención m ilitar ante un m otín coordinado de
3 Sobre el tema, véase el excelente estudio de Coletta Youngers, Violencia
Política y Sociedad Civil en el Perú, (Historia de la Coordinadora Nacional de
Derechos Hum anos) (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 20 0 3).
“Estado de m iedo”
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varios establecim ientos carcelarios ubicados en la capital. O la
m asacre carcelaria de m ayo de 1992 en que de m anera prem editada,
las autoridades fujim oristas elim inaron a los dirigentes senderistas
encarcelados en el penal de Canto Grande.4
En la configuración del “estado de m iedo” de los 90 ,
finalm ente, se om ite m ención alguna al crucial respaldo otorgado al
régim en fujim orista por el Departam ento de Estado norteam ericano.
Respaldo
justificado—a
pesar
de
las
num erosas
denuncias
presentadas por las organizaciones de derechos hum anos tanto
peruanas com o norteam ericanas—por el buen desem peño del
aparato de inteligencia peruano en la “guerra de las drogas” diseñada
por Washington. Eventualm ente se descubriría que el propio
Montesinos—colaborador de la CIA desde 1990 —estaba im plicado en
tráfico de narcóticos.5 Una debida consideración de este elem ento
hubiese m ostrado que, m ás que una fortuita sim ilitud con la guerra
norteam ericana contra el terror, el “estado de m iedo” peruano era—
con sus propios orígenes y m otivaciones—parte integrante de un
esquem a global orquestado desde Washington.
Desm edido
sería
exigirle
a
“Estado
de
Miedo”
una
reconstrucción detallada—¡en 94 m inutos!—de m ás de 20 años de
historia. Si historias fílm icas “globalizadas” com o esta, sin em bargo,
han de convertirse en instrum ento com ún en salones de clase o en los
ám bitos activistas del m undo, m ás vale que afinem os, como
contraparte, nuestra crítica histórica, para que el diálogo entre estos
novísim os historiadores fílm icos y los viejos hurgadores de archivos
contribuya a la realización de m ás y m ejores productos.
4
Sobre el tem a, aparte del Inform e Final de la CVR
( http:/ / www.cverdad.org.pe/ ifinal/ index.php), véase Rolando Am es y otros,
Inform e al Congreso sobre los sucesos de los penales (Lim a 1988) y J osé Luis
Rénique, La Voluntad Encarcelada (Las ‘lum inosas trincheras de com bate’ de
Sendero Lum inoso del Perú) (Lim a: Instituto de Estudios Peruanos, 20 0 3.).
5 Véase al respecto, “Drug War Paradoxes: the U.S Governm ent and Peru’s
Vladim iro Montesinos” en WOLA, Drug War Monitor, J uly 20 0 4.
http:/ / www.wola.org/ publications/ ddhr_ m onte_ brief.pdf