ANDREW PAXMAN
coordinador
LOS GOBERNADORES:
CACIQUES DEL PASADO Y DEL PRESENTE
Ryan M. Alexander Ernesto Aroche Aguilar
Álvaro Arreola Ayala Lydiette Carrión
José Galindo Luis de Pablo Hammeken
Tonatiuh Herrera Guillermo Osorno
Daniela Pastrana Jorge Javier Romero
Wilbert Torre Pablo Vargas González
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Los gobernadores
Caciques del pasado y del presente
Primera edición: junio, 2018
D. R. © 2018, Andrew Paxman (coordinador)
D. R. © 2018, Álvaro Arreola Ayala
D. R. © 2018, Lydiette Carrión
D. R. © 2018, Andrew Paxman
D. R. © 2018, Ernesto Aroche Aguilar
D. R. © 2018, Tonatiuh Herrera
D. R. © 2018, Pablo Vargas González
D. R. © 2018, Ryan M. Alexander
D. R. © 2018, Daniela Pastrana
D. R. © 2018, Luis de Pablo Hammeken
D. R. © 2018, Wilbert Torre Ramírez
D. R. © 2018, José Galindo Rodríguez
D. R. © 2018, Guillermo Osorno
D. R. © 2018, derechos de edición mundiales en lengua castellana:
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D. R. © 2018, Jorge Javier Romero, por el epílogo
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ISBN: 978-607-316-748-2
Impreso en México – Printed in Mexico
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de bosques y plantaciones gestionadas con los más altos estándares ambientales, garantizando
una explotación de los recursos sostenible con el medio ambiente y beneiciosa para las personas.
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ÍNDICE
Página
Introducción de Andrew Paxman. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
ESTADO
DE
9
M ÉXICO
Isidro Fabela y Alfredo del Mazo Vélez, prm/pri, 1942-1951
Álvaro Arreola Ayala . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
Eruviel Ávila, pri, 2011-2017
Lydiette Carrión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
P UEBLA
Maximino Ávila Camacho, pnr/prm, 1937-1941
Andrew Paxman . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99
Rafael Moreno Valle Rosas, pan, 2011-2017
Ernesto Aroche Aguilar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 133
HIDALGO
Javier Rojo Gómez, pnr/prm, 1937-1940
Tonatiuh Herrera . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175
Miguel Ángel Osorio Chong, pri, 2005-2011
Pablo Vargas González . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 207
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VERACRUZ
Miguel Alemán Valdés, pnr/prm, 1936-1939
Ryan M. Alexander . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 243
Javier Duarte, pri, 2010-2016
Daniela Pastrana. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 271
YUCATÁN
Felipe Carrillo Puerto, pss, 1922-1924
Luis de Pablo Hammeken . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 309
Víctor Cervera Pacheco e Ivonne Ortega Pacheco,
pri, 1984-1988, 1995-2001, 2007-2012
Wilbert Torre . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 343
DISTRITO FEDERAL
Ernesto P. Uruchurtu, pri, 1952-1966
José Galindo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 381
Andrés Manuel López Obrador, prd, 2000-2005
Guillermo Osorno . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 413
Epílogo de Jorge Javier Romero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 453
Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 467
Índice onomástico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 469
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INTRODUCCIÓN
LOS CACIQUES DEL PASADO
Y DEL PRESENTE
Andrew Paxman
EN
SUS PROPIAS PALABRAS
Empecemos con un pequeño concurso. Se llama “Identiica al gobernador”. Voy a mencionar 10 famosas citas de varios exgobernadores de distintos estados mexicanos. Trate de identiicar la fuente.
(Las respuestas se indican en la primera nota al inal.1)
Primero, una cita fácil de identiicar:
1. “Un político pobre es un pobre político” (1969).
Ahora procedemos en orden más o menos cronológico:
2. “Puebla […] era un nido de alacranes y que ahora lo tengo
perfectamente controlado. Aquí no hay más voz que la mía”
(1939).
3. “Un pinche muerto más o menos no me va a quitar el sueño” (1959).
4. “¿Querían tierra? ¡Échenles hasta que se harten!” (1965).
5. “Mi deseo es morir con un brasier en los ojos y una pantaleta en el corazón” (1984).
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6. “Los derechos humanos son para los humanos, no para las
ratas” (1999).
7. “Mi héroe, chingao” (2005).
8. “A mí lo que algunos poquitos dicen me vale madre […]
Digan lo que quieran […] ¡Chinguen a su madre!” (2008).
9. “Yo duermo como bebito, como niño” (2009).
10. “Estoy ahorita en plenitud del pinche poder; tengo el gobierno en la mano” (2010).
Bonus:
11. “Sí merezco abundancia, sí merezco abundancia, sí merezco abundancia […]” (entre 2010 y 2016).
Consideradas en conjunto —y se pueden añadir muchísimas más—
estas frases conforman un retrato sugerente sobre el comportamiento y la autoestima de muchos de los gobernadores mexicanos
desde la Revolución, si no desde antes. Se puede decir que relejan
una mentalidad de gobernar. No es una característica universal; ha
habido gobernadores decentes, progresistas o por lo menos bien
intencionados. Pero de manera creciente parece ser una mentalidad
mayoritaria.
Una de las razones por las que en años recientes la igura del
gobernador ha parecido tan autócrata, tan corrupta y, por ende, tan
despreciada es la existencia de una cultura política arraigada a nivel
estatal, según la cual muchos gobernadores se consideran autorizados a ejercer un poder absoluto y a incurrir en abusos de derechos
civiles, violencia represora, gasto excesivo, falta de transparencia,
cooptación de la prensa, desvío de fondos, nepotismo, machismo
desenfrenado, impunidad y falta de empatía frente a las necesidades
y el sufrimiento del pueblo. Varios gobernadores —como se nota
por las citas— incluso han hecho alarde de estas cualidades.
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LOS C ACIQUES DEL PA SADO Y DEL PRESENTE
LOS
GOBERNADORES CONTEMPORÁNEOS
Somos testigos de una nueva época de corrupción y caciquismo
gubernamental. Esto se ha comentado por lo menos desde 2003,
cuando Leo Zuckermann publicó un artículo en Proceso titulado
“Los nuevos virreyes”; se ha notado por los muchos escándalos que
han surgido alrededor de nombres como Tomás Yarrington y Eugenio Hernández o Mario Villanueva y Roberto Borge (sólo para
mencionar a los tamaulipecos y quintanarroenses) y se ha visto
cada vez más durante el sexenio vigente en los medios más independientes, como Animal Político, Sin Embargo, Proceso y aun en
Nexos y Letras Libres.2
El auge de reportajes y estudios de la corrupción a nivel estatal
ha provocado la pregunta: ¿es una mera cuestión de percepción? En
alguna medida sí lo es, ya que desde principios de los años noventa,
México ha visto una notable apertura en los medios —sobre todo
los medios impresos y después digitales, pero aun Televisa fue fundamental en la revelación de la matanza de Aguas Blancas (transmisión hecha sin permiso previo de la Presidencia), la cual motivó
la renuncia forzada de Rubén Figueroa Alcocer como gobernador
de Guerrero en 1996.3 Es decir, se han estado revelando muchos
casos que en épocas anteriores podían haber pasado desapercibidos, o
estancados entre dimes y diretes.
Cabe notar también que la percepción de la corrupción, medida
por encuestas públicas, es la base del frecuentemente citado índice publicado cada año por Transparencia Internacional. Como la encuesta
se lleva a cabo a nivel nacional, es razonable suponer que la mala cifra
obtenida anualmente por México —la cual empeoró entre 2012 y
2017— releja en parte un creciente hartazgo con los gobernadores.4
Otro indicativo que ha incidido en la percepción, por lo menos
en parte, es la creciente apertura de procesos judiciales en contra de
los gobernadores. En 2017 se reportó en The New York Times que
17 ex gobernadores eran investigados por corrupción.5 A menudo
la prensa cita esta tendencia como prueba de un aumento en el
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mal comportamiento de los gobernadores, pero igualmente puede
relejar una creciente actitud por parte del gobierno federal —en
particular, un gobierno de tan baja popularidad como el de Enrique Peña Nieto— de que hay que hacer algo o por lo menos
hay que ingir hacer algo, en respuesta a las revelaciones publicadas
por la prensa.
Más allá de la percepción, sin embargo, desde los años noventa
ha habido cambios concretos en el ámbito político que propiciaron la autonomía de los gobernadores. En teoría, estos cambios son
avances democráticos, por signiicar un contrapeso a lo que por
mucho tiempo fue un Estado demasiado centralista. Sin embargo,
entre sus resultados ha sobresalido el refuerzo de una conducta insólitamente caciquil y corrupta. Vamos por partes:
1. El papel constitucional del Senado: hace cuatro décadas, se publicó un libro llamado ¡Cayeron!, que catalogó el derrocamiento de
67 gobernadores entre 1929 y 1979.6 Durante ese medio siglo, no
fue muy difícil que un presidente removiera a un gobernador, en
gran parte porque el Senado de la República —bajo su control
partidario— tenía el derecho constitucional de desaparecer todos
los poderes de una entidad federativa.
A partir de la década de los setenta, se dejó de usar este mecanismo por el hecho de que causó mucho resentimiento a nivel local al
remover no sólo al gobernador, sino también al Congreso. Pero la
continuada vigencia de esta prerrogativa del Senado probablemente ayudó a convencer a muchos gobernadores más que sería inútil
resistir una solicitud de renuncia por parte del presidente. (Carlos
Salinas destituyó a 12.) Sin embargo, esta herramienta dejó de ser
una opción a partir del 2000, ya que el partido del presidente ya
no gozaba de una mayoría en el Senado; de hecho, desde ese año
ningún partido ha tenido una mayoría. Así se nota la desaparición
de facto de un mecanismo de castigo, de rendición de cuentas.
2. El papel de Hacienda: cuando se dejó de usar el Senado para
destituir a un gobernador, el presidente aún conservaba varias
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herramientas que le permitían aplicar suiciente presión para removerlo sin muchos problemas. Entre ellas había presiones mediáticas,
ejercidas por medio de la prensa oicialista, Televisa o TV Azteca;
presiones políticas, ejercidas por Gobernación o el comité nacional
del Partido Revolucionario Institucional (pri), y presiones inancieras, ejercidas por medio de Hacienda.
Quizá la herramienta de Hacienda fue la más eicaz, ya que
desde principios de los años setenta los gobiernos estatales recibían
casi todo su presupuesto del gobierno federal.7 Pero en 1998, bajo
el presidente Ernesto Zedillo, se hizo una reforma iscal que concedió a los gobernadores una mayor autonomía inanciera y mayores
fondos (éstos se multiplicarían por un factor de 20 para 2016).8 De
nuevo, una importante herramienta de presión quedó disminuida.
Mientras tanto, la posibilidad de que un gobernador se enriqueciera
del erario creció mucho.
3. La fragmentación de la Cámara de Diputados: como ya se
habrá notado, la disminución del control presidencial sobre los gobernadores se debió en parte a intentos de democratizar y descentralizar el país. Es decir, irónicamente, la supuesta democratización
ha contribuido a la inmunidad y la permanencia de gobernadores
poco demócratas. Y se ha visto esta tendencia de nuevo, si bien
indirectamente, en el papel de la Cámara de Diputados.
Desde 1997, ningún partido ha gozado de una mayoría absoluta
en la Cámara. Cada presidente desde entonces ha tenido que trabajar con políticos de la oposición para poder legislar. Esta dependencia ha dado otro grado de inmunidad a los gobernadores, ya
que un presidente que busca la colaboración legislativa de diputados opositores será renuente a utilizar la Procuraduría General de
la República o la presión de Televisa para obligarlos a renunciar.
Es más, los partidos de la oposición —sobre todo el pri, en tiempos de los presidentes panistas Vicente Fox y Felipe Calderón—
han protegido a gobernadores corruptos o abusivos de su propio
partido, ya que éstos conservan varias palancas indispensables para
inluir en los procesos electorales federales en sus estados.
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Por eso, a pesar de enormes presiones públicas y mediáticas, gobernadores acusados de cometer abusos contra los derechos civiles, como Ulises Ruiz de Oaxaca (2004-2010) y Mario Marín de
Puebla (2005-2011), se quedaron hasta el inal de sus sexenios. Aún
en años recientes, cuando los abusos y el autoenriquecimiento parecen haber aumentado, son muy pocos los casos de gobernadores
removidos o presionados a renunciar (Ángel Aguirre de Guerrero
en 2014 y Javier Duarte de Veracruz en 2016). Más típicamente, se
permite a un gobernador incómodo salir al inal de su mandato y
sólo se abre un proceso penal en su contra si las revelaciones sobre
su conducta son tan persistentes y abrumadoras que hay que hacer
algo, o si insiste el gobierno de Estados Unidos.
Esta última fuente de presión releja un cuarto factor del creciente comportamiento corrupto en los estados: el alza del dinero proveniente del narcotráico que ha contaminado el ámbito político.
Desde los años noventa (los ochenta en algunos estados) ha habido
mucho dinero en juego y se ha vuelto muy difícil evitar la corrosiva
inluencia del narcodólar, sobre todo en los estados fronterizos, los
que tienen grandes puertos y los que son propicios para el cultivo de
amapola. Tales estados han atestiguado altos niveles de contrabando desde la década de 1920, cuando los principales estupefacientes
exportados eran el alcohol, el opio y la mariguana.9 Pero las sumas
inancieras en décadas recientes son de otra magnitud.
Hasta aquí las causas próximas de la corrupción y del caciquismo recientes. Pero hay también causas fundamentales —es decir,
antecedentes históricos— que habría que considerar. Tal como se
nota por las citas al inicio, hay una tradición de gobierno caciquil
en los estados que se ha mantenido por décadas.
LOS
GOBERNADORES POSREVOLUCIONARIOS
La cultura histórica del cacicazgo se puede resumir con unas famosas citas más. La primera es una frase cuyas variaciones fueron
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los caciques del pasado y del presente
soltadas por tantos políticos revolucionarios que se convirtieron en
una especie de lema. Resume el historiador Ugo Pipitone: “Como
se dice en México, en algún momento, ‘la Revolución me hará
justicia’. O sea, me pondrá en alguna posición institucional desde la
cual pueda enriquecerme”.10 Puesto de otra manera, como expresa
un dicho ya común por los años treinta: “No pido que me den, sino
que me pongan donde hay”.
Segundo, se recuerda otra famosa frase del anteriormente citado
Gonzalo N. Santos, un gobernador potosino tan representativamente caciquil que se convirtió en una leyenda. Al meditar sobre
el signiicado de “la moral”, escribió: “La moral es un árbol que
da moras”.11
A partir de la Revolución se notó en la conducta de muchos
gobernadores —la mayoría de ellos generales— una tendencia autoenriquecedora y autócrata. Estos militares francamente creyeron, primero, que tenían derecho a aprovecharse del erario y de
sociedades encubiertas con empresarios, porque tales cosas eran
recompensa justa por los sacriicios que habían hecho durante la guerra; y segundo, que en un ámbito de continuada rebelión, bandolerismo y pistolerismo, la mano dura era la única manera de gobernar.
La debilidad del Estado federal fortaleció tal forma de pensar y
actuar. Entre 1917 —año en que Venustiano Carranza promulgó la
nueva Constitución— y 1940 —año de la última elección general
que involucró una contienda reñida en casi 50 años—, la prioridad
número uno del Estado fue su propia consolidación. Por lo tanto,
los presidentes estaban dispuestos a entrar en un arreglo informal
con los gobernadores: lealtad al régimen a cambio de una libertad
de acción local. Así, varios estados se convirtieron en feudos de
caudillos —militares convertidos en líderes políticos casi autónomos— cada vez más acaudalados.
A partir de 1929, año en que se fundó el partido hoy conocido
como pri, se comenzó a apretar las riendas sobre los gobernadores.
Ya no podían hacer de las suyas si eso causaba un descontento masivo o avergonzaba al gobierno federal (o si fallaban en su lealtad
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al jefe máximo). Había límites. En seis años, Calles destituyó a 21
gobernadores, pero no se apretó las riendas a todos con la misma
consistencia. En algunos casos, los presidentes aguantaron un nivel
espectacular de corrupción o de mano dura, en aras de un objetivo
mayor. Tal es el caso del presidente Lázaro Cárdenas en su relación
con Maximino Ávila Camacho, de Puebla, y Román Yocupicio,
de Sonora. Cárdenas los toleraba porque necesitaba su apoyo en
su lucha contra Calles para asegurar el pleno control de su propio
gobierno.12
Aun después de 1940, se seguía tolerando un grado de comportamiento autócrata y corrupto. Sin embargo, el umbral fue menor.
Por lo tanto, hasta 1994, hubo toda una secuencia de gobernadores
que —bajo presión presidencial— “pidieron licencia indeinida” y
dejaron sus puestos. Muchas destituciones resultaron de lo que Rogelio Hernández Rodríguez eufemísticamente ha llamado “excesos
locales”, a menudo un uso excesivo de violencia represora sobre
huelgas o protestas. Pero este modelo de presión presidencial se empezó a desmoronar bajo Zedillo, quien fracasó en su intento de quitar
a Roberto Madrazo, gobernador de Tabasco (1995-1999), tras revelarse que había hecho un gasto excesivo en su campaña, de 60 veces
superior al límite establecido por el Instituto Federal Electoral.13
Este episodio releja otra causa próxima de la corrupción desenfrenada entre los gobernadores recientes: una falta de capacidad
o voluntad por parte de ciertos presidentes, en particular Ernesto
Zedillo y Vicente Fox, de ejercer su propia mano dura. A Zedillo
le gustaba verse como un democratizador; uno de sus lemas era “un
país de leyes”. A Fox, en cambio, le gustaba verse como un líder
distinto de los presidentes anteriores y se rehusó a emplear algunas
de las herramientas priistas tradicionales. Aquí, un cambio cultural,
en cuanto a la autopercepción de varios presidentes, complementa
los cambios políticos que han facilitado un comportamiento desafortunado entre los gobernadores.
Hablando de la cuestión cultural, algunos argumentan que no
hay tal cosa como la cultura política y que la corrupción ocurre
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igualmente en cualquier país hasta que se promulgan leyes para
frenarla. Cuando el noble decimonónico Lord Acton escribió que
“el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”, estaba pensando no sólo en iguras históricas británicas,
sino también en un principio universal. Estados Unidos ha atestiguado un número signiicativo de gobernadores corruptos. Para
citar sólo el estado de Illinois, cuatro de los gobernadores en funciones entre 1961 y 2009 —es decir, cuatro de los siete— han pasado tiempo en la cárcel; el último, Rod Blagojevich (2003-2009),
fue sentenciado a 14 años por tráico de inluencias y extorsión. Un
conteo de alcance nacional en 2014 enumeró a los gobernadores
condenados de 13 estados distintos en años recientes.14
Pero aquí se nota una importante diferencia: el encarcelamiento de gobernadores ha sido más común en Estados Unidos que en
México. Esto se explica en gran parte por la relativa fuerza de sus
instituciones. Estados Unidos ha tenido una prensa mucho más autónoma, dispuesta a investigar y exponer, y un sistema judicial más
independiente, dispuesto a encarcelar a los poderosos. Otra diferencia: los pecados de algunos de los condenados norteamericanos se
ven menores en comparación con los fraudes multimillonarios de la
mayoría de sus homólogos mexicanos. Un gobernador de Carolina
del Norte fue encontrado culpable de aceptar un viaje por helicóptero con un valor de 1 600 dólares. La frase “sí, robé, pero poco”
no exculpa a un funcionario en el país vecino.
Además, un rechazo a toda explicación cultural hace caso omiso de los factores humanos. Se pueden citar no sólo las actitudes
individuales de los presidentes en cuanto a remover gobernadores o no —la cuestión de una autopercepción muy distinta entre,
por ejemplo, Vicente Fox y Carlos Salinas—, sino también el caso
de los mismos gobernadores posrevolucionarios, con su forma de
pensar forjada por la experiencia militar.
Las Memorias de Gonzalo N. Santos son instructivas en este sentido. Muestran una admiración mutua entre este hombre fuerte
potosino y otros generales convertidos en políticos. Reproducen
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conversaciones entre ellos de las décadas posrevolucionarias, en las
cuales resulta evidente una actitud caudillista, una creencia en la
mano dura, una admiración por la conducta machista, una aceptación de que los puestos oiciales sirven en parte para enriquecerse.
Un club de cabrones y a mucha honra. Tales valores se pueden
entender como el producto de una experiencia muy particular, la
historia compartida de hacer la guerra a una élite que había permitido muy pocas oportunidades para el ascenso socioeconómico.
T RADICIONES
ESTATALES:
LO QUE NOS ENSEÑA LOS
12
PERFILES
La cuestión aquí es en qué medida esa cultura política ha sido transmitida a lo largo de las generaciones. ¿Será que caudillos como Santos
y Maximino o caciques como Javier Rojo Gómez o los gobernadores vinculados con el grupo Atlacomulco han inspirado una
conducta parecida entre los gobernadores recientes? ¿Existe una memoria institucional en los estados que ayude a perpetuar ciertos
modos de conducta o autoritaria o nepotista o autoenriquecedora o
desaiante al gobierno federal? ¿Existen otras tradiciones políticas,
más benignas, que hayan generado avances económicos y sociales
en algunos estados?
Hay que admitir primero que donde existen tendencias marcadas, éstas tienen mucho que ver con la geografía y demografía. No
puede ser casualidad que el estado que ha destituido a más gobernadores sea uno de los más montañosos: Guerrero. En sus valles
remotos existe una histórica sospecha de los poderes ajenos, ya sea
federales o estatales. Es poco sorpresivo que los diversos intentos
gubernamentales por imponerse a la población hayan terminado
muchas veces con sangre. En cuanto a los estados contemplados
en este tomo, lo mismo se puede decir, si bien en menor grado, de
Hidalgo y Puebla, donde persistió durante décadas una irme resistencia serrana. La fuerte tradición caciquil en Yucatán probable18
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mente se debe en parte a la distancia del estado de la capital federal
—motivo importante del separatismo yucateco del siglo xix— y
también a la histórica brecha entre una rica élite blanca y una gran
mayoría maya y pobre. De hecho, los casos de Yucatán e Hidalgo
sugieren que hay una correlación entre el tamaño de la población
indígena y el comportamiento caciquil de los líderes mestizos y
blancos. En el Estado de México y Veracruz, el grado llamativo
de enriquecimiento entre los gobernadores probablemente tenga
mucho que ver con la magnitud de ambas economías.
Por otro lado, hay evidencias de que entre los gobernadores existen maneras tradicionales de ejercer el poder que han perdurado
por décadas. Los autores no pretendemos ofrecer conclusiones contundentes sobre estas tendencias, ni insinuar que cada gobernador
en determinada entidad haya seguido el mismo estilo de gobernar.
Pero sí esperamos ofrecer unos retratos sugerentes de culturas gubernamentales, algunas que corresponden a un estado especíico,
otras que son más universales.
Las tradiciones más fáciles de identiicar son las que se basan en
un cacicazgo duradero, y el cacicazgo mexicano por excelencia es
el grupo Atlacomulco. Fundado en el Estado de México en los años
cuarenta por Isidro Fabela y su sobrino Alfredo del Mazo Vélez,
esta dinastía es famosa por haber producido ocho gobernadores
mexiquenses, entre ellos Enrique Peña Nieto y el actual, Alfredo del
Mazo Maza. Como demuestra Álvaro Arreola, su inicial consolidación incorporó una decisión deliberada de sacriicar la democracia electoral para ines de paz social, unidad política y desarrollo
capitalista. Podría uno criticar al grupo por impulsar un modelo
de desigualdad deslumbrante (que nos daría tanto a Carlos Hank
como a Ciudad Neza), pero los logros de Atlacomulco —primero
en acabar con caciquismos municipales y segundo en fomentar una
industrialización que superaría aun a la de Monterrey— complican
la noción de que todo cacicazgo es, en conjunto, nocivo.
La herencia más notable del grupo Atlacomulco —que a pesar
de su nombre se concentra en Toluca— es la zona industrializada
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que abraza como media luna el norte de la Ciudad de México,
desde Naucalpan en el oeste hasta Ecatepec en el este. Aquí se halla
uno de los puntos débiles del cacicazgo: los hijos ya son más grandes que el patriarca. Ecatepec en particular, con sus 1.7 millones
de habitantes, es dos veces el tamaño de Toluca y así ofrece una
gran base potencial para los políticos que no radican en la capital.
En su peril de Eruviel Ávila, Lydiette Carrión revela cómo esto
puede crear problemas de luchas priistas internas que obstaculizan
el gobierno eicaz. Eruviel también heredó una pobreza urbana extrema; ningún municipio mexicano tiene tantos pobres como Ecatepec.15 ¿Hay un vínculo entre la pobreza cotidiana de esta zona,
su capacidad industrial y su condición como una nueva capital de
feminicidios? Si bien la crisis de la sangrienta misoginia mexiquense no fue creada por Eruviel, su desenfadada respuesta a ella ilustra
dos facetas notorias del caciquismo de hoy: la poca preocupación
por la justicia social y el cultivo de la impunidad.
Dos estados vecinos del de México —Puebla e Hidalgo— parieron otros cacicazgos duraderos: el avilacamachista y el rojogomista.
Más imponente fue el fundado por el general Maximino Ávila
Camacho cuando asumió (léase: robó) la gubernatura en 1937. Perduraría hasta 1963, con vestigios evidentes hasta nuestros días. Caudillesco en sus orígenes, ya que Maximino no dudó en usar la fuerza
militar para consolidar su dominio, pronto se volvió civil, con el
destape de un político vitalicio como su sucesor. Mi esbozo de Maximino muestra cómo el general habría competido con su amigo
Santos por el premio “cacique del siglo”. Protector de monopolistas, rompehuelgas a balazos, populista desvergonzado, enemigo
de la prensa y la transparencia, autor intelectual de asesinatos, manipulador de un congreso de paja, autoenriquecedor, machista a
ultranza y creador de un culto a la personalidad tan fuerte que sobrevivió a su propia muerte por muchos años, Maximino fue la
encarnación del cabrón posrevolucionario. Sin embargo, paciicó
un estado asolado por el pistolerismo y fomentó un desarrollo económico arriba del promedio nacional.
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Entre los cronistas poblanos de hoy, se dice sotto voce que el gobernador que más se ha parecido a Maximino es Rafael Moreno
Valle Rosas (2011-2017). Como los tiempos han cambiado, el arma
preferida de Moreno Valle no es la pistola, sino el celular (a veces
de modo literal, cuentan). El peril de Ernesto Aroche sugiere que
el caciquismo al estilo maximinista en verdad aún vive en Puebla.
Desde el uso selectivo de la violencia represora y la cooptación
de la prensa poblana hasta el control tras bambalinas del congreso
local, hay mucha evidencia del autoritarismo de este lobo priista
con piel de oveja del pan. Pero ha aportado sus propios toques caciquiles también —o quizá son llevados del manual de Mussolini—,
como son su afán por el monumentalismo, visto en el enorme Museo Internacional del Barroco, el masivamente renovado estadio
del Club Puebla y las carreteras elevadas que entrelazan el sur de
la ciudad capital. Y al igual que Maximino en una época, Moreno
Valle ha soñado con canjear su capital gubernamental acumulado
por la llave de Los Pinos.
Javier Rojo Gómez gobernaba en paralelo con Maximino y, a
simple vista, más distinto no podía haber sido. Abogado de formación (no militar), partidario del presidente Cárdenas por convicción (no por conveniencia), un gobernador modesto y trabajador. Pero al igual que Puebla en los años treinta, Hidalgo —un
llamado “paraíso de caciques”—16 era un estado en donde muchos
hombres fuertes conservaban sus feudos. Así, requería una irmeza
singular para controlarlo y aplicar las políticas cardenistas. Como
muestra Tonatiuh Herrera, Rojo llegó al poder por una votación muy
cuestionable, se impuso sobre el sistema judicial y las elecciones locales y a menudo empleó tácticas de dividir y conquistar. Al inal,
aunque impusiera a un cuñado como sucesor, su cacicazgo no fue
lo suicientemente fuerte para asegurar la continuidad de las políticas cardenistas. Sin embargo, sus descendientes se mantendrían
como una fuerza en la política hidalguense; durante la era de su
hijo Jorge Rojo Lugo (gobernador en los setenta), dicha fuerza
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se convertiría en el llamado grupo Huichapan, al que muchos políticos ambiciosos se ailiarían.
Uno de éstos fue Miguel Ángel Osorio Chong. La autoritaria
cultura política hidalguense es un microcosmo de la cultura priista
a nivel nacional; aun hoy sigue siendo uno de los contados estados
en los que nunca se ha conocido la alternancia a nivel gubernamental. Pablo Vargas relata cómo Osorio Chong se metió desde joven,
con entusiasmo y eiciencia, en la tradición del pri local de cocinar
elecciones detrás de una fachada democrática. Así, Osorio Chong
hizo sus primeras armas en la dizque autónoma Comisión Electoral
Estatal, y cuando era gobernador hizo una serie de declaraciones
poco sinceras acerca de la ausencia de cuates en su gobierno y la
importancia del diálogo. Mientras tanto, como Moreno Valle, criminalizó en cierta medida la protesta pública y trató de subyugar
a la prensa. Pero disfrazaba su mano dura con el guante aterciopelado del populismo: las reuniones sin corbata, el manejo de su
propio auto, los informes presentados en mítines masivos. Si existe
un verdadero “priista perfecto” en nuestros días, probablemente es
Osorio Chong.17
Como cuenta Ryan Alexander, biógrafo de Miguel Alemán, el
veracruzano sonriente es casi exclusivamente recordado hoy como
presidente, rara vez como gobernador. Pero el peril que presenta revela paralelos sugerentes con sus pares provincianos, especialmente
Maximino. Como el poblano, apoyó al cardenismo a regañadientes,
al calcular que una clara muestra de lealtad le serviría políticamente
a largo plazo, mientras obtuvo del congreso local poderes especiales
para activar sus planes en pro de los empresarios. No formó un cacicazgo local —se llevó completa a su camarilla al Distrito Federal
en busca de puestos federales—, pero a menudo se portó de manera
caciquil. Sobre todo se enriqueció como si fuera el líder de una
banda de ladrones, compartiendo el botín con sus incondicionales.
Así, sentó un llamativo precedente para que el Palacio de Gobierno sirviera como un trampolín al autoenriquecimiento, un legado
muy distinto al del más prominente gobernador-cacique anterior:
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el dedicado y austero agrarista Adalberto Tejeda. Otro posible precedente sentado por Alemán: parece que se beneició del tráico de
drogas, en su caso del opio.
El veracruzano sonriente de nuestros días, Javier Duarte, también se enriqueció, o eso podemos suponer con base en evidencias
de desvíos del erario que pueden alcanzar los 55 mil millones de
pesos. La imagen popular de Duarte —la de un payaso grotesco,
gordo y ratero— tiende a ocultar su inteligencia. Siempre fue hábil
con los números, talento que le sirvió en la Secretaría de Finanzas del estado, antes de que fuera gobernador (algo que tiene en
común con Moreno Valle). Una vez elegido, siguió los patrones
de Alemán —y, al parecer, de su mentor y antecesor, Fidel Herrera— en cuanto a dejar que sus allegados se enriquecieran; también
en cuanto a rodearse con jóvenes guapas. En el análisis de Daniela
Pastrana, un aspecto notorio de Duarte como gobernador era su
suprema indiferencia ética. Esto se notó no sólo en su corrupción,
sino también en su apatía frente a los asesinatos de periodistas. Aquí
se revela una característica clave de los caciques contemporáneos
(aunque tiene antecedentes en personajes como Maximino y Santos): operan felizmente (ni siquiera se trata de cinismo en muchos
casos, que implicaría un cálculo) por encima de las normas morales.
Lo que piensan los demás les vale madre.
Para que estuviéramos conscientes de que no todo gobernador
ha sido corrupto, Yucatán nos dio a Felipe Carrillo Puerto. Como
lo describe Luis de Pablo Hammeken, Carrillo Puerto era un líder
idealista cuyas convicciones socialistas lo conducirían a una temprana muerte. Era amigo de los mayas: habló su lengua y luchó por
sus derechos contra la élite henequenera. Además, como su antecesor Salvador Alvarado, era feminista y promovió el acceso de las
mujeres a la política. (Algo llamativo de Yucatán es cómo una entidad percibida como conservadora fue anitriona de los primeros
congresos feministas en México y el único estado hasta la fecha
en tener a dos gobernadoras.) Quizá “cacique” no se aplique a Carrillo Puerto. Que sepamos, no fue venal, ni represor; tampoco
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vivió suicientes años para formar una camarilla duradera. Pero no
se resistió a toda herramienta caciquil. Fomentó el desarrollo de su
propio culto a la personalidad y a veces usó la violencia para acabar
con huelgas. Su muerte, como mártir de la Revolución, sentó las
bases de una tradición retórica de mencionar el nombre de Carrillo
Puerto como prueba de que se es amigo del pueblo.
Ivonne Ortega Pacheco citó ese nombre en su discurso inaugural.18 Partiendo de la idea de que no se puede entender bien a Ivonne sin primero conocer a su tío —el poderoso gobernador Víctor
Cervera Pacheco—, Wilbert Torre ofrece un doble peril. Cervera
fue prueba viviente por varias décadas de la tradición caciquil yucateca. Conocía todas las artimañas priistas y aportó algunas propias;
así se mantuvo como el hombre fuerte del estado durante 30 años.
Aunque no tuvieran una relación afectuosa, Cervera ayudó a su
sobrina a subir los primeros escalones del pri local y, tras su muerte,
Ortega se posicionó como cerverista. Pero el “cerverismo” probó
ser poco más que una herramienta retórica. Mientras Cervera fue
un modelo de austeridad, Ortega se rodeó de opulencia; él cultivó
su base en los pueblos, ella cultivó su poder en el Distrito Federal,
con la ayuda de Elba Esther Gordillo y Carlos Salinas; Cervera diversiicó la economía del estado, Ortega dejó varios escándalos inancieros y poca huella económica. Lo que sí tenían en común era
un cierto populismo en cuanto al reparto de bienes y una tendencia
despótica, más matizada en el caso del primero.
El Distrito Federal, hoy Ciudad de México, no es técnicamente
un estado y hasta las reformas de los años noventa su regente gozaba
de menos autonomía que esos funcionarios provincianos. De todas
formas, como describe José Galindo, uno de los gobernantes capitalinos se convirtió en “el regente de hierro” y sirvió durante casi
14 años: Ernesto P. Uruchurtu. Sonorense de procedencia, abogado
como Rojo Gómez y Alemán, rebasó la costumbre de servir durante un solo sexenio presidencial debido a una combinación de simple
aptitud y amplia popularidad, la última proveniente de una visión
de desarrollo urbano y vivienda que no favoreció los intereses de
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unos cuantos, sino la comodidad de la mayoría. Donde había toques
imperiosos surgían de su profundo sentido de rectitud moral. Era
un cacique moralizador, que gastó mucha energía en regular la vida
nocturna, la prostitución y los bares, y que mandó plantar miles y
miles de gladiolas, pensando que embellecer la ciudad levantaría
el espíritu de sus habitantes. Con la posible excepción de Carlos
Hank, creador de 19 ejes viales y cinco nuevas líneas del metro en
los años setenta, ningún otro regente tuvo tanto impacto.
Una vez que la capital se convirtió en ciudad autónoma con
gobernante electo, otro foráneo llegó a competir con el sonorense
en cuanto al grado de su inluencia: el tabasqueño Andrés Manuel
López Obrador. Desde el segundo nivel del Periférico hasta las
pensiones alimenticias para todo adulto mayor, desde la Universidad Autónoma de la Ciudad de México y 16 nuevas preparatorias
hasta el embellecimiento del Centro Histórico, el número de capitalinos cuyas vidas impactó directamente ha de contarse en millones. Eso aparte de que fue un líder tan mediático y que los cinco
años de su gobierno generaron tantas controversias —el horario
de verano, los videoescándalos, el desafuero— que era difícil pasar
un solo día como chilango y no pensar en “AMLO”. Como Guillermo Osorno comenta en su peril, lo impactante de su gobierno
se debió mucho a que fue a la vez un proyecto político de nación y
un laboratorio de políticas públicas que el jefe de gobierno esperaba
introducir más tarde a nivel federal.
¿Hasta dónde fue López Obrador un cacique? Los que lo etiquetaron como “el nuevo Hugo Chávez” o “mesías mexicano” habrían
dicho: en mucho. En la equilibrada lectura de Osorno se ve una
mezcla, por un lado, de un lenguaje polarizador, un uso recurrente
de las marchas públicas, una falta de transparencia, una obsesión
con las apariencias y una intolerancia respecto a las diferencias de
opinión; pero, por el otro, de planes considerados, eiciente trabajo en equipo, austeridad personal y la capacidad para laborar en
mancuerna con las mismas élites que despreciaba en público (esta
última puede ser una característica populista, pero no todo aspecto
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del populismo es caciquil). Algunos sostienen que AMLO ya no es
tan autoritario como antes, que escucha más. Quizás, como nación,
ya veremos.
POSDATA
Estamos conscientes de que los seis estados examinados en este libro sólo representan una parte del país y que brillan por su ausencia
los estados norteños. La exclusión de los últimos se debe en gran
parte a que sus tradiciones de gobierno han sido marcadas por cuatro factores clave que no se aplican, o aplican menos, al resto de México: su cercanía a Estados Unidos, una experiencia diferente de la
Revolución, una reñida rivalidad entre el pri y el pan que precede
la alternancia a nivel federal y la presencia corrosiva del narcotráico. En un futuro no lejano esperamos publicar un segundo tomo
acerca de los gobernadores del norte.
NOTAS
1
1. Carlos Hank González (Estado de México, 1969-1975, y jefe del
Departamento del Distrito Federal, 1976-1982); Hank supuestamente acuñó la frase mientras hacía campaña para el gobierno; 2.
Maximino Ávila Camacho (Puebla, 1937-1941), dicho a su amigo
Gonzalo N. Santos; 3. Gonzalo N. Santos (San Luis Potosí, 19431949), escrito en sus memorias; 4. General Práxedes Giner Durán
(Chihuahua, 1962-1968), dicho el 24 de septiembre de 1965 tras la
muerte de ocho guerrilleros agraristas que habían atacado el cuartel de Ciudad Madero; 5. Rubén Figueroa Figueroa (Guerrero,
1975-1981), en entrevista con Proceso; 6. Arturo Montiel (Estado de
México, 1999-2005), citado en El Universal; 7. Mario Marín (Puebla, 2005-2011), dicho en diciembre de 2005 en respuesta al saludo
telefónico del empresario Kamel Nacif, quien lo llamó “mi góber
precioso”; 8. Emilio González Márquez ( Jalisco, 2007-2013), en
su respuesta pública a las críticas por los 90 millones de pesos de
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fondos públicos donados para construir un santuario cristero; 9.
Eduardo Bours (Sonora, 2003-2009), en respuesta a algunos cuestionamientos sobre su sexenio, en particular la muerte de 48 niños
en el incendio de la guardería ABC; 10. Fidel Herrera (Veracruz,
2004-2010), dicho en una llamada iltrada al tomar el control de
la campaña de su sucesor Javier Duarte; 11. (bonus) Karime Macías
de Duarte, esposa del ex gobernador de Veracruz, escrito repetidamente en una libreta suya, encontrada en 2017.
Leo Zuckermann, “Los nuevos virreyes”, Proceso, núm. 1393, 13
de julio de 2003. Véase, por ejemplo, “Gobernadores corruptos”
(número monográico sobre el tema), Letras Libres, núm. 218, febrero de 2017.
Claudia Fernández y Andrew Paxman, El Tigre. Emilio Azcárraga y
su imperio Televisa, Grijalbo, México, 2013, pp. 538-539.
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“Governors Gone Wild: A Recent History”, National Public
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itsallpolitics/2014/01/22/265041104/governors-gone-wild-arecent-history>
“Los 10 municipios con más pobres en México”, Forbes México,
7 de diciembre de 2017, disponible en <www.forbes.com.mx/
los-10-municipios-con-mas-pobres-en-mexico>
Alicia Hernández Chávez, Historia de la Revolución Mexicana, 19341940: La mecánica cardenista, El Colegio de México, México, 1979,
p. 22.
Aludo al libro de Arturo Ángel, Duarte, el priista perfecto (Grijalbo, México, 2018). Duarte personiica muchas facetas del priismo
convencional de hoy, pero con una excepción crucial: se excedió.
Ivonne Ortega, En el viejo sillón, Planeta, México, 2015, p. 277.
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